#ideología
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tiempoydestino · 2 months ago
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Colgamos de cuerdas de creencias a las que nos aferramos hasta defenderlas mordazmente sin saber que solamente sirven para darle sentido al caos —sin embargo, yo no temo mirar al abismo.
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ernestoednrec · 5 months ago
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La vida es sólo un vistazo momentáneo de las maravillas de este asombroso universo, y es triste que tantos la estén malgastando soñando con fantasías espirituales.
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juliovicari · 18 days ago
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Jornalismo Sujo e Global - por Julio Vicari
Os jornais ideológicos que invertem ou distorcem notícias representam um problema significativo para a sociedade e a democracia. Sua atuação não apenas compromete a integridade do jornalismo, mas também mina a confiança do público nas instituições de informação.
Em sua essência, o jornalismo deveria ser pautado pela busca da verdade, pela imparcialidade e pela prestação de um serviço público essencial: informar os cidadãos com precisão e responsabilidade. No entanto, quando veículos de comunicação escolhem deliberadamente distorcer os fatos para favorecer uma agenda ideológica, eles se afastam desse propósito e entram em um território perigoso de manipulação e desinformação.
O maior impacto desse tipo de prática é a polarização. Ao apresentar narrativas que favorecem um lado em detrimento de outro, esses jornais alimentam divisões sociais e criam bolhas informativas. Os leitores acabam sendo expostos a versões enviesadas da realidade, reforçando preconceitos e dificultando o diálogo entre grupos com diferentes perspectivas.
Além disso, essa inversão de notícias compromete a credibilidade do jornalismo como um todo. Mesmo veículos sérios acabam sendo colocados sob suspeita devido à desconfiança gerada por aqueles que se apropriam da mídia para distorcer informações. Isso pode levar a uma sociedade menos informada, onde fake news se espalham com facilidade e a busca pela verdade é substituída por crenças e opiniões.
Por fim, é importante que os consumidores de notícias desenvolvam uma postura crítica, buscando verificar informações em diferentes fontes e não se deixando levar apenas por manchetes sensacionalistas ou narrativas convenientes. Da mesma forma, cabe aos próprios veículos jornalísticos se comprometerem com a ética e a transparência, agindo com responsabilidade ao desempenhar seu papel fundamental na sociedade.
O jornalismo ideológico que inverte notícias não é apenas uma questão de opinião; é uma ameaça ao direito à informação e à capacidade de uma sociedade funcionar de maneira justa e democrática.
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timriva-blog · 2 months ago
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Israel y la Sudáfrica del apartheid eran amigos íntimos
La relación mutuamente beneficiosa entre Israel y la Sudáfrica del apartheid no se limitaba al comercio de armas. Era una afinidad ideológica sobre cómo tratar a poblaciones no deseadas. El primer ministro israelí David Ben-Gurion se reúne con el primer ministro sudafricano Daniël François Malan en Tel Aviv, Israel, el 15 de junio de 1953. Escrito por Antony Loewenstein Traducción: Pedro…
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filodendron63 · 5 months ago
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unaoverthinker · 6 months ago
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La idea de
Hay que abrir uno un poco más la mente, no puede uno estar en contra, solo por qué es "revolucionario."
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bocadosdefilosofia · 6 months ago
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«Nietzsche y Heidegger especialmente son desde hace tiempo —también fuera de Alemania— objeto de una profunda veneración y se han convertido en ídolos de las nuevas corrientes hipersubjetivistas, antihumanistas, nihilistas y postmodernistas, una tendencia que el derrumbamiento de las ilusiones marxistas sobre la dictadura del proletariado no ha hecho más que acentuar. Muchos de los intelectuales que en su juventud habían militado en el campo marxista, han perdido la fe en sus antiguas ideas o se han convertido en decididos adversarios de la misma ideología a la que antes habían estado fervorosamente adscritos. Y de la misma manera que en los años dorados del marxismo y del diálogo cristiano-marxista la "intelligentsia" europea —sobre todo en los países latinos— se empapaba de Marx y de Hegel, lee ahora a sus antípodas Nietzsche y Heidegger. Así, una gran parte de los sistemas de ideas, modas filosóficas y teorías surgidas en Francia en las últimas décadas —Estructuralismo, "nuevos filósofos", Deconstructivismo y Postmodernismo en general— se han amamantado en las ubres nietzschianas y heideggerianas, desde Lacan y Foucault a Lyotard, Gilles Deleuze o Jaques Derrida. Eso explica que el debate en torno a la filosofía alemana sea en Francia más intenso y popular que en la propia Alemania.»
Heleno Saña: Antropomanía, en defensa de lo humano. Editorial Almuzara, pág. 32. Madrid, 2006.
TGO
@bocadosdefilosofia
@dias-de-la-ira-1
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tjeromebaker · 11 months ago
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#Feminismos desde Abya Yala: Entrevista a Dra. Francesca Gargallo (1956-2022)
Feminismos desde Abya Yala. Ideas y proposiciones de las mujeres de 607 pueblos en nuestra América La escritora, novelista, historiadora de las ideas, incansable filósofa feminista nuestramericana, Francesca Gargallo, entrega a las sociedades de esta parte del mundo su nuevo libro, Feminismo desde Abya Yala. Ideas y proposiciones de las mujeres de 607 pueblos en nuestra América. La obra, una…
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pixeltacto · 1 year ago
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Puedes pasar toda tu vida pensando que estás defendiendo tus ideas, luego descubres que realmente estás defendiendo las ideas que plantaron en tu mente.
~ Bertrand Russell.
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leregirenga · 2 years ago
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Hay libertad en lo que hago, pienso y siento. Hay aires de alegría cuando logro hacer lo que compromete mi pensar e ideología. Doy pasos seguros y esto me llena de felicidad porque se a donde voy, que deseo y me lanzó ruedo para "agarrar al toro por los cuernos" y no dejarme caer. Confiada, concreto aquello que me propuse y no doy marcha atrás; eso tampoco me ciega, visualizo mi entorno y clarifico mis ideas para no dejarlas en sueños de oropel.
Hoy me propongo avanzar y no dejar vencerme.
Leregi Renga
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jgmail · 9 days ago
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El trumpismo como ideología
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Por Alexander Dugin
Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera
La revolución de Trump
En estos momentos todos en Rusia y en el mundo se encuentran perplejos: se preguntan, ¿qué está pasando en los Estados Unidos? Sólo unos pocos expertos de nuestro país – en particular Alexander Yakovenko – comprenden realmente la importancia de los cambios que ocurren en los Estados Unidos. Yakovenko dijo con razón que “es una revolución”. Y realmente lo es.
El presidente electo Trump y su grupo de colaboradores más cercanos, entre los que destaca el apasionado Elon Musk, están realizando una actividad casi revolucionaria. Trump aún no ha tomado posesión de su cargo, algo que ocurrirá el 20 de enero, pero América y Europa ya han empezado a temblar. Se trata de un tsunami ideológico y geopolítico que, francamente, nadie esperaba. Muchos esperaban que, una vez elegido, Trump – como ocurrió en parte en el primer mandato de su presidencia – volviera a una política más o menos convencional, aunque con rasgos carismáticos y espontáneos. Sin embargo, ya se puede decir que no será así. Trump es una revolución. Precisamente en este periodo antes del traspaso del poder de Biden a Trump es cuando tiene sentido analizar de la manera más seria posible lo que está pasando en los Estados Unidos, porque, sin duda, algo está pasando allí, y es algo muy importante.
El Estado Profundo y la historia del ascenso estadounidense
En primer lugar, habría que aclarar cómo en primer lugar – dado el poder del Estado Profundo – pudo Trump haber sido elegido en primer lugar. Esto requiere una explicación bastante extensa.
El Estado Profundo en EEUU es el núcleo del aparato estatal donde se encuentra su élite ideológica y económica. El Estado, las empresas y la educación en EEUU son un único sistema de vasos comunicantes que no se encuentra para nada separados. A esto se añaden las tradicionales sociedades secretas y clubes estadounidenses que solían desempeñar el papel de centros de comunicación entre las élites. Todo este complejo suele denominarse Estado Profundo. En este caso, los dos partidos principales – los demócratas y los republicanos – son dos caras de la misma moneda que expresan variaciones de un único modelo ideológico-político y económico encarnado por el Estado Profundo. El equilibrio entre ellos está diseñado sólo para corregir algunos puntos menores, manteniendo una conexión con la sociedad en su conjunto.
Tras la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos pasó por dos etapas: la época de la Guerra Fría con la URSS y el campo socialista (1947-1991) y el periodo del mundo unipolar o “fin de la historia” (1991-2024). En la primera etapa, EEUU era un socio igualitario con la URSS, y en la segunda, derrotó completamente a su oponente y se convirtió en la única superpotencia (o hiperpotencia) mundial político-ideológica. El Estado Profundo – no los partidos ni ninguna otra institución – se convirtió en el sujeto-portador de esta idea de la dominación mundial.
Desde la década de 1990 esta dominación empezó a adquirir el carácter de una ideología liberal de izquierdas. Su fórmula era una combinación de los intereses del gran capital internacional y la cultura individualista progresista. Esta estrategia fue adoptada en su mayor parte por el Partido Demócrata estadounidense y entre los republicanos contó con el apoyo de los “neoconservadores”. La idea principal era la convicción de que sólo quedaba por delante un crecimiento lineal y constante: tanto de la economía estadounidense como de la economía mundial, así como la expansión planetaria del liberalismo y de los valores liberales. Todos los Estados y sociedades del mundo parecían haber adoptado el modelo estadounidense: democracia política representativa, economía de mercado capitalista, ideología individualista y cosmopolita de los derechos humanos, tecnología digital, cultura posmoderna centrada en Occidente. El Estado profundo estadounidense compartía esta agenda y actuaba como garante de su imposición en la realidad.
Samuel Huntington y la invitación a corregir el rumbo
Sin embargo, ya desde principios de la década de 1990 se alzaron voces entre los intelectuales estadounidenses que advertían de la falacia a largo plazo de este planteamiento. Samuel Huntington fue quien mejor expresó esta postura al pronosticar un “choque de civilizaciones”, la multipolaridad y una crisis de la globalización centrada en Occidente. En su lugar, sugirió que la identidad estadounidense debía reforzarse en lugar de diluirse y que las demás sociedades occidentales debían unirse en el marco de una única civilización occidental, ya no global, sino regional. Pero en aquel momento parecía que esto no era más que el exceso de cautela por parte escépticos particulares. Y el Estado Profundo se puso totalmente del lado de los optimistas del “fin de la historia”, es decir, de Francis Fukuyama, el principal oponente de Huntington. Esto es lo que explica el curso continuo de los sucesivos presidentes de EE.UU.: Clinton, Bush, Obama (aunque la primera presidencia de Trump no encaja en esta lógica) y Biden. Tanto demócratas como republicanos (Bush hijo) expresaron una única estrategia político-ideológica del Estado Profundo: globalismo, liberalismo, unipolaridad y hegemonía.
Un rumbo tan optimista para los globalistas comenzó a enfrentarse a problemas ya a principios de la década de 2000. Rusia dejó de seguir ciegamente a Estados Unidos y empezó a reforzar su soberanía. Esto se hizo especialmente notable después del discurso de Putin en Munich en 2007, los acontecimientos en Georgia 2008 y culminó con la reunificación con Crimea en 2014 y el inicio de la Operación Militar Especial en el 2022. Todo esto iba completamente en contra de los planes de los globalistas. China, especialmente bajo el mandato de Xi Jinping, comenzó a aplicar una política independiente, beneficiándose de la globalización, pero levantando una dura barrera contra ella en cuanto su lógica entraba en conflicto con los intereses nacionales y amenazaba con debilitar la soberanía. En el mundo islámico crecían las protestas esporádicas contra Occidente, tanto a nivel de deseo de mayor independencia como de rechazo a los valores liberales que se imponían. En la India el Primer Ministro N. Modi llegó al poder con ayuda de los nacionalistas de derechas y los tradicionalistas. El sentimiento anticolonial comenzó a crecer África y los países de América Latina empezaron a sentirse cada vez más independientes de Estados Unidos y de Occidente en general. Esto llevó a la creación de los BRICS como prototipo de un sistema internacional multipolar en gran medida independiente de Occidente.
El Estado Profundo estadounidense se enfrenta a un grave problema: seguir insistiendo en su proyecto e ignorar el crecimiento antagonismo mundial, tratando de suprimirlo a través de los flujos de información, las narrativas dominantes y, finalmente, mediante la censura directa en los medios de comunicación y las redes sociales, o tener en cuenta estas tendencias y buscar una nueva respuesta a las mismas, cambiando su estrategia básica ante una realidad que ya no se corresponde con la valoración subjetiva de una serie de analistas estadounidenses.
Trump y el Estado Profundo
La primera presidencia de Trump todavía parecía un accidente, un fallo técnico. Sí, Trump llegó al poder en medio de una ola de populismo, apoyándose en aquellos círculos estadounidenses que cada vez más se daban cuenta de la inaceptabilidad de la agenda globalista y rechazaban lo woke (término usado por el liberalismo de izquierda para hablar del hiperindividualismo, políticas de género, feminismo, LGBT*, cultura de la cancelación, promoción de la migración, incluida la migración ilegal, teoría racial crítica, etc.). Fue entonces cuando se empezó a hablar del Estado Profundo en Estados Unidos. Había una contradicción creciente entre éste y el sentir de las amplias masas populares.
Pero entre 2016 y 2020 el Estado Profundo no tomó en serio a Trump y este último no logró aplicar reformas estructurales como presidente. Tras el final del primer mandato de Trump, el Estado Profundo respaldó a Biden y al Partido Demócrata, impulsando las elecciones y ejerciendo una presión sin precedentes sobre Trump, viéndolo como una amenaza para la unipolaridad globalista que Estados Unidos había estado siguiendo durante décadas con cierto éxito. De ahí el lema de campaña de Biden: Build Back Better, es decir, “Volvamos a construir, pero mejor”. Esto significaba: tras el “fracaso” de la primera administración Trump deberíamos volver a implementar la agenda liberal globalista.
Pero todo cambió entre 2020 y 2024. Aunque Biden, apoyándose en el Estado Profundo, restauró el curso anterior esta vez tuvo que demostrar que todos los indicios de la crisis del globalismo no eran más que “propaganda del enemigo”, “obra de agentes de Putin o China” y “maquinaciones de grupos marginales internos”.
Biden, apoyándose en la cúpula del Partido Demócrata estadounidense y en los “neoconservadores”, trató de presentar sus argumentos de tal manera que defendía que no se trataba de una crisis real, ni de problemas, ni del hecho de que la realidad contradecía cada vez más las ideas y los proyectos de los liberal-globalistas, sino de la necesidad de aumentar la presión sobre sus oponentes ideológicos: infligir una derrota estratégica a Rusia, frenar la expansión regional de China (el proyecto del Cinturón y la Franja), sabotear a los BRICS y otras tendencias de la multipolaridad, suprimir las tendencias populistas en EEUU y Europa e incluso eliminar a Trump (legal, política y físicamente). De ahí el fomento de métodos terroristas y el endurecimiento de la censura liberal de izquierdas. De hecho, fue bajo Biden cuando el liberalismo se convirtió finalmente en un sistema totalitario.
El Estado Profundo siguió apoyando a Biden y a los globalistas (entre sus representantes más significativos en Europa estaban Boris Johnson y Keir Starmer, Emmanuel Macron y Ursula von der Leyen). Las estructuras del ultra-globalista Soros también se han vuelto extremadamente activas, no sólo penetrando en todas las instituciones europeas, sino también desarrollando una actividad frenética para derrocar a Modi en la India, para preparar nuevas revoluciones de colores en el espacio post-soviético (Moldavia, Georgia, Armenia) y derrocar regímenes neutrales o incluso hostiles a los globalistas en el mundo islámico, como era el caso de Bangladesh y Siria.
Pero esta vez el apoyo del Estado Profundo estadounidense a los globalistas no fue incondicional, sino condicional. Biden y sus seguidores tenían que ganar, demostrando que no había nada malo con el globalismo y que se trataba de un problema técnico que podía resolverse con violencia ideológica, mediática, económica, política y terrorista. Fue el Estado Profundo el que actuó como juez en este caso.
Biden perdió la confianza del Estado Profundo
Pero Biden no tuvo éxito por múltiples razones. La Rusia de Putin no se rindió y soportó una presión sin precedentes: sanciones, un enfrentamiento con el régimen terrorista ucraniano, que contaba con el apoyo de todos los países occidentales, desafíos a la economía y un fuerte descenso en la venta de recursos naturales y la incapacidad de acceder a la alta tecnología. Rusia superó todo esto y Biden no consiguió ganarle a Rusia. China tampoco dio marcha atrás y prosiguió su guerra comercial con EE.UU. sin sufrir pérdidas críticas. Modi no fue derrotado en la campaña electoral. Los BRICS celebraron una excelente cumbre en Kazán, en el territorio de Rusia, la cual está en guerra con Occidente. Se produjo el ascenso de la multipolaridad. Israel, violando todas las reglas y normas internacionales, cometió un genocidio contra Gaza y Líbano, anulando cualquier retórica globalista, y Biden no tuvo más remedio que apoyarlo.
Lo más importante es que Trump no se rindió, consolidando el Partido Republicano a su alrededor a una escala sin precedentes y continúo radicalizando la agenda populista. De hecho, en torno a Trump surgió gradualmente una ideología independiente. Su tesis principal era que el globalismo había sido derrotado y que su crisis no era obra de sus enemigos o de la propaganda, sino del estado actual del mundo. En consecuencia, era necesario seguir el camino de S. Huntington, no el de Fukuyama, volver a la política del realismo y a las raíces de la identidad americana (más amplia - occidental), dejar los experimentos woke y las perversiones. En una palabra, ajustar la ideología americana a los canones del liberalismo clásico temprano, basado en el proteccionismo y el nacionalismo. Ese es el proyecto de MAGA: Make America Great Again.
El Estado Profundo cambió sus prioridades
Precisamente porque Trump logró defender su posición en el horizonte del espacio ideológico estadounidense, el Estado Profundo no dejó que los demócratas lo eliminaran. Biden (también debido al atrofiamiento de sus facultades) fracasó en su proyecto del Build Back Better, no convenció a nadie y eso llevó a que el Estado Profundo reconociera la crisis del globalismo y sus viejos métodos de difusión.
Por eso esta vez le dio a Trump la oportunidad de ser elegido e incluso de reunir a su alrededor a un grupo radical de trumpistas ideológicos, representados por figuras tan pintorescas como Elon Musk, J.D. Vance, Peter Thiel, Robert Kennedy Jr., Tulsi Gabbard, Kash Patel, Pete Hegseth, Tucker Carlson e incluso Alex Jones.
El problema es el siguiente: el Estado Profundo estadounidense, habiendo reconocido a Trump, se ha dado cuenta de la necesidad objetiva de revisar la estrategia global ideológica, geopolítica, diplomática, etcétera, de los Estados Unidos. Todo será sujeto a una minuciosa revisión a partir de ahora. Trump y el trumpismo, o más ampliamente el populismo, resultaron ser no un fallo técnico, no un cortocircuito accidental, sino una manifestación de una crisis real y fundamental del globalismo e incluso su fin.
El actual mandato de Trump no es sólo un episodio en la alternancia de demócratas y republicanos que perseguían los mismos objetivos custodiados y apoyados por el Estado Profundo independientemente de los resultados electorales de los partidos, sino que se trata del comienzo de un nuevo giro en la historia de la hegemonía estadounidense. Es una profunda revisión de su estrategia, su ideología, su diseño y sus estructuras.
El trumpismo como posliberalismo
Analicemos ahora de cerca los contornos ideológicos del trumpismo. El vicepresidente Vance se autodenomina explícitamente “posliberal”. Esto significa una ruptura completa y total con el liberalismo de izquierdas que se ha establecido en Estados Unidos en las últimas décadas. El Estado Profundo, que no tiene ideología alguna, está ahora aparentemente dispuesto a aceptar esta revisión del liberalismo e incluso promocionar un desmantelamiento del mismo. Así, ante nuestros ojos, el trumpismo está adquiriendo los rasgos de una ideología independiente, en muchos aspectos directamente opuesta al liberalismo de izquierdas que dominaba hasta hace muy poco.
El trumpismo como ideología es heterogéneo y tiene varias corrientes, pero su estructura general ya está más o menos clara. En primer lugar, el trumpismo niega el globalismo, el liberalismo de izquierdas (progresismo) y lo woke.
El trumpismo como negación del globalismo
El trumpismo rechaza abiertamente el globalismo, es decir, creer que toda la humanidad es un mercado único y un espacio cultural donde las fronteras entre los Estados-nación son cada vez más difusas debido a que los mismos Estados las suprimen progresivamente, transfiriendo sus competencias a autoridades supranacionales (como la UE). Los globalistas creen que esto conducirá al establecimiento de un Gobierno Mundial, como han declarado explícitamente Klaus Schwab, Bill Gates y George Soros. Todos los habitantes de la Tierra se convierten en ciudadanos del mundo (cosmopolitas) y reciben los mismos derechos en el contexto de un entorno económico, tecnológico, cultural y social común. La agenda de la pandemia y medioambiental son una herramienta de ese proceso conocido como el Great Reset.
Eso es completamente inaceptable para el trumpismo. En su lugar, el trumpismo insiste en la preservación de los Estados-nación o en su integración en civilizaciones, al menos en el contexto de la civilización occidental, donde el papel de Estados Unidos es unir a Occidente en torno a sí mismo. Pero unirse no bajo la égida de la ideología liberal globalista, sino bajo el estandarte del trumpismo. Esto recuerda mucho a S. Huntington, que abogaba por la consolidación de Occidente como un medio para confrontar a otras civilizaciones. En general, a esto se le denomina “realismo” en las relaciones internacionales, que reconoce la soberanía nacional y no exige su abolición. Un corolario del rechazo al globalismo es la crítica a la vacunación y a la agenda verde. En este caso, figuras como Bill Gates y George Soros son consideradas la encarnación del mal.
El trumpismo como anti-wokismo
Los trumpistas igualmente se oponen a la ideología woke (literalmente despierto) que consistente en:
⦁ En la política de género y la legalización de la perversión;
⦁ En la teoría racial crítica que llama a los pueblos anteriormente oprimidos a vengarse de los blancos;
⦁ En el fomento de la migración, incluida la ilegal;
⦁ En la cultura de la cancelación y la censura liberal;
⦁ Y el postmodernismo.
En lugar de estos valores “progresistas” y antitradicionales de los liberales, el trumpismo llama a volver a los valores tradicionales (como los entiende EEUU y la civilización occidental), siendo esta una ideología anti-wokista.
En lugar de la teoría de la infinidad de géneros posibles se proclama que solo existen dos géneros naturales. Los transexuales y la comunidad LGBT* son considerados como perversiones marginales y no como una norma social. Se rechaza el feminismo y su virulenta crítica de la masculinidad y el patriarcado, lo que significa que la masculinidad y el papel de los hombres en la sociedad recuperan su posición central. Ya nadie tiene que pedir perdón por ser hombre. Por eso al trumpismo se le llama a veces bro-revolution, “la revolución de los hombres”.
En lugar de la teoría racial crítica se proclama la rehabilitación de la civilización blanca, pero el racismo blanco sólo es característico de las corrientes más extremistas del trumpismo. Por lo general, se limita a un simple rechazo de la crítica a los blancos por parte de los no blancos, siempre y cuando estos últimos no exijan el arrepentimiento obligatorio de los blancos.
Trumpismo vs. migración
El trumpismo exige restricciones a la inmigración y la prohibición total de los inmigrantes ilegales con su deportación. Los trumpistas exigen una identidad nacional común: se supone que todos los que llegan a las sociedades occidentales procedentes de otras civilizaciones y culturas deben aceptar los valores tradicionales occidentales, en lugar de dejarlos hacer lo que quieran como insiste el multiculturalismo liberal. El trumpismo es especialmente duro contra los inmigrantes ilegales y el flujo de inmigrantes procedentes de América Latina, que está cambiando el equilibrio étnico en Estados enteros, donde los latinos se están convirtiendo en mayoría. Además, les preocupan las comunidades islámicas, que también están en constante crecimiento y no aceptan categóricamente las actitudes y exigencias occidentales (sobre todo teniendo en cuenta que los liberales no les exigieron que lo hicieran, sino que, por el contrario, consintieron a las minorías de todas las maneras posibles). Desde otro punto de vista, principalmente económico, los trumpistas tienen una actitud extremadamente negativa hacia China y sus negocios en EEUU. Muchos de ellos exigen la confiscación directa de los territorios e industrias que posee China en Estados Unidos.
Los afroamericanos no son considerados un gran problema, pero cuando empiezan a unirse en comunidades políticas agresivas como BLM (Black Lives Matter) y convierten a criminales y drogadictos en héroes (como en el caso de George Floyd), los trumpistas reaccionan con dureza y decisión. Está claro que la historia de Floyd y su “canonización” pronto será revisada.
El trumpismo frente a la censura liberal de izquierdas
Los trumpistas se oponen totalmente a la censura liberal de izquierdas bajo el pretexto de la corrección política y la lucha contra el extremismo, los liberales han construido un elaborado sistema de manipulación de la opinión pública, aboliendo de hecho la libertad de expresión, tanto en los principales medios de comunicación como en las redes sociales que controlan. Cualquiera que se opusiera mínimamente o se desviara de la agenda liberal de izquierdas era inmediatamente tachado de “extrema derecha”, “racista”, “fascista” y “nazi”, siendo sometido a la exclusión, ataques constantes, persecución legal e incluso la cárcel. La censura se hizo gradualmente total y el trumpismo, junto con otros movimientos antiglobalistas (principalmente en Rusia), así como las corrientes populistas europeas o los partidarios de la multipolaridad, se convirtieron en su objetivo principal.
Las élites liberales consideraron abiertamente a los ciudadanos de a pie como elementos débiles e inconscientes de la sociedad y redefinieron la democracia, ya no como el “gobierno de la mayoría” sino como el “gobierno de la minoría”. Todo lo que no coincidía con la agenda liberal de izquierdas era etiquetado como “noticias falsas”, “propaganda de Putin”, teorías conspirativas y opiniones extremistas peligrosas que requerían medidas punitivas. Así, la zona de lo aceptable se redujo drásticamente y todo lo que difería de los dogmas del liberalismo woke y ultraizquierdista fue reconocido como inadmisible, perseguido y atacado. Esto se aplicó a todos los principios del liberal-mundialismo: género, migración, teoría racial crítica, vacunación, etcétera. De hecho, el liberalismo se volvió totalitario y totalmente intolerante, entendiendo por “inclusividad” únicamente a quienes apoyaban el liberalismo.
El trumpismo rechaza radicalmente esto y exige el retorno de la libertad de expresión, abolida gradualmente en las últimas décadas. No se debe dar preferencia a ninguna ideología y se debe defender la libertad de opinión de todo el espectro ideológico, desde la extrema derecha hasta la extrema izquierda, siendo ese uno de los elementos centrales del trumpismo.
Trumpismo vs. postmodernismo
Los trumpistas también rechazan el posmodernismo, que suele asociarse a las tendencias liberales de izquierda “progresistas” en la cultura y el arte. Al mismo tiempo, el trumpismo aún no ha desarrollado su propio estilo y se limita a desplazar a la cultura posmodernista de su pedestal y a reclamar una diversificación de las actividades culturales. En general, el posmodernismo y su inherente nihilismo activo son opuestos a la defensa del trumpismo de los valores tradicionales: religión, deporte, familia, moralidad, etc. En su mayoría, los partidarios del trumpismo no son intelectuales sofisticados y exigen más bien una relativización de la dictadura posmoderna y una reconsideración de convertir al arte en algo degenerado.
Pero algunos ideólogos del trumpismo, por el contrario, proponen asumir la posmodernidad como tal de manos de los liberales de izquierda y construir un posmodernismo alternativo, un “posmodernismo de derecha”, por así decirlo. Llaman a adoptar el principio de la ironía y la deconstrucción, volviéndolo contra las fórmulas y cánones liberal izquierdistas, aunque anteriormente se hayan utilizado contra los tradicionalistas y conservadores.
Ya en la primera campaña electoral de Trump, sus partidarios se unieron en la plataforma 4chan, iniciando una producción en serie de memes irónicos y discursos absurdistas burlándose y provocando deliberadamente a los liberales. Algunos de ellos (como Curtis Yarvin o Nick Land) fueron incluso más allá y plantearon la tesis de una “Ilustración Oscura”, ofreciendo una lectura contraliberal de la misma e incluso pidiendo la instauración de una monarquía en EE.UU. El segundo al mando de Trump y que sin duda aseguró su victoria, Elon Musk, combina los valores tradicionales y la política de derechas con una carrera futurista hacia el futuro y un énfasis en el desarrollo tecnológico, algo posmoderno. Peter Thiel, uno de los mayores empresarios de Silicon Valley, sigue la misma línea.
De Hayek a Soros y viceversa.
La historia política de la humanidad en el último siglo, desde el punto de vista de los liberales de izquierda, ha pasado del liberalismo clásico a su versión izquierdista e incluso de extrema izquierda. Mientras que los liberales clásicos permitían las perversiones, pero sólo a nivel individual, nunca las convirtieron en norma, y mucho menos en ley. Los liberales progresistas han hecho exactamente lo contrario a lo que hacían los viejos liberales: han empezado a erradicar cualquier forma de identidad colectiva, llegando el individualismo hasta el absurdo.
Podemos rastrear este proceso a través del ejemplo de tres figuras icónicas de la ideología liberal del siglo XX: Friedrich von Hayek, el fundador del neoliberalismo, creía que debíamos rechazar cualquier ideología que prescribiera lo que un individuo debía pensar y hacer. Esto no dejaba de ser el viejo liberalismo clásico, que celebraba la libertad individual total y un mercado sin restricciones. Su discípulo Karl Popper desarrolló su crítica a las ideologías totalitarias del fascismo y el comunismo, lo que incluía a Platón y Hegel. Aunque los tintes totalitarios de Popper son ya claramente perceptibles. Popper llamaba a los liberales y partidarios del liberalismo como defensores de la “sociedad abierta”, y a todos los que piensan de otro modo los llamaba “enemigos de la sociedad abierta” e incluso prescribe que deben ser eliminados deliberadamente antes de que puedan perjudicar a la “sociedad abierta” o interferir en su formación. El discípulo de Popper, George Soros, da un paso más en esta dirección, llamando al derrocamiento de cualquier régimen antiliberal, apoyando a los movimientos más radicales – a menudo terroristas – que se oponen a regímenes tribalistas y castigando, criminalizando y eliminando sin piedad a los oponentes de la “sociedad abierta” en Occidente. Soros declaró que Trump, Putin, Modi, Xi Jinping y Orban eran sus enemigos personales y comenzó a luchar activamente contra ellos (utilizando el enorme capital obtenido a través de la especulación). Fue él quien ideó las revoluciones de colores en Europa del Este contra la antigua Unión Soviética al igual que en el mundo islámico,e incluso en el sudeste asiático y África. Apoyó plenamente medidas atroces para restringir las libertades personales durante la pandemia, promoviendo la vacunación universal forzosa y persiguiendo con dureza a cualquier disidente cobarde. El nuevo liberalismo se volvió descaradamente totalitario, extremista y terrorista.
El trumpismo propone invertir esta secuencia Hayek-Popper-Soros y volver al principio, es decir, al liberalismo permisivo antitotalitario y clásico de von Hayek. Algunos trumpistas van incluso más lejos y piden volver al tradicionalismo americano que precedió a la Guerra Civil estadounidense.
Contradicciones dentro del trumpismo
Nuestro anterior repaso da una idea de los contornos más generales de la ideología del trumpismo. Sin embargo, se puede observar que dentro del trumpismo existen varias corrientes, en parte antagónicas, dentro de un movimiento general. Todos los trumpistas comparten en mayor o menor medida los puntos antes mencionados, pero ponen sus acentos en uno u otro punto, incluso entrando en contradicción con otras corrientes del movimiento.
Una de las líneas divisorias es lo que recientemente se ha denominado “el conflicto entre los tecnócratas de derechas y los tradicionalistas de derechas”: la derecha tecnológica y la derecha tradicional. El líder indiscutible y símbolo de los tecnócratas de derechas es Elon Musk que combina el futurismo tecnológico (tech right), las promesas de un vuelo humano a Marte, el desarrollo de nuevas tecnologías con la promoción de valores conservadores y el apoyo activo al populismo de derechas. Su posición es bien conocida y ahora está siendo evaluada por Occidente.
Incluso antes de la toma de posesión de Trump, Musk comenzó a promover activamente una nueva agenda conservadora de derechas en su red social x.com, contraponiéndose a la agenda de Soros. Este último estaba tejiendo activamente una red liberal de izquierdas a nivel mundial, sobornando a políticos y cambiando regímenes en países hostiles a él, así como en países neutrales e incluso amigos. Ahora Elon Musk ha retomado esta tarea, y probablemente contará con el apoyo de Zuckerberg, el creador de Meta**, que recientemente se alineó con el trumpismo y prometió abolir la censura woke en sus redes Instagram** y Facebook**. Musk y el creador de PayPal Peter Thiel, junto con Zuckerberg, representan a los “tecnócratas de derechas”.
Pero dentro de Estados Unidos existe otra línea trumpista representado principalmente por Steve Bannon, exasesor de seguridad nacional de Trump (durante su primer mandato). Bannon y sus partidarios han sido apodados “tradicionalistas de derecha” (trad right).
El conflicto surgió en torno a la concesión de permisos de residencia a inmigrantes legales, que Musk apoyó y Bannon rechazó tajantemente. Esto último articuló las posiciones del nacionalismo estadounidense, cuyos partidarios son también el apoyo electoral más importante de Trump, exigiendo procedimientos más complicados para obtener la ciudadanía estadounidense y esgrimiendo la tesis “América para los americanos”. Muchos apoyaron a Bannon, quien señaló a Musk que hacía poco que se había unido a los conservadores, mientras que los nacionalistas estadounidenses llevaban décadas luchando. Así es como en el trumpismo vemos las contradicciones entre el globalismo de derechas, el futurismo y la tecnocracia, por un lado, y el nacionalismo de derechas, por otro. Esta polémica ha sido abordada recientemente con ingenio por el cómico estadounidense antiwoke Sam Hyde.
Ha surgido otra línea de confrontación entre los trumpistas proisraelíes y antisraelíes. Es sabido que Trump, el vicepresidente Vance y Pet Hegseth, nominado como secretario de Defensa estadounidense en la nueva administración, se encuentran entre los partidarios incondicionales de Israel. La elección de Trump fue probablemente en parte consecuencia de su postura proisraelí y de su pleno apoyo personal a Netanyahu. El lobby judío es extremadamente fuerte en Estados Unidos.
Pero al mismo tiempo, realists como John Mearsheimer, Jeffrey Sachs o el famoso periodista inconformista y reportero de investigación Alex Jones no aceptan categóricamente esta vertiente del trumpismo, insistiendo en que Estados Unidos debería adoptar una visión más sobria del equilibrio de poder en Oriente Próximo y seguir una política de sus intereses directos, que la mayoría de las veces no coinciden en absoluto con los intereses de Israel. Al mismo tiempo, los partidarios de Trump pueden ocupar posiciones diferentes en estos dos asuntos. Por ejemplo, Alex Jones, que critica a Israel, apoya a Musk, mientras que el oponente de Musk, Steve Bannon, apoya a Israel.
Trumpismo y teoría generacional
Merece la pena decir unas palabras sobre la teoría generacional desarrollada hace algún tiempo por un par de autores, William Strauss y Neil Howe que servirá para explicar en cierta medida el lugar que ocupa el trumpismo en la historia política y social estadounidense.
Según su teoría en Estados Unidos existe un sistema de ciclos grandes (de unos 85 años, la duración convencional de la vida humana) y ciclos pequeños. Cada gran ciclo (saeculum, siglo) consta de cuatro partes o vueltas. Estas cuatro partes pueden considerarse como cuatro estaciones. La primera se llama “Alta” y se corresponde a la primavera. El segundo se llama “Despertar” y corresponde al verano. El tercero se llama “Desenvolvimiento” corresponde al otoño. Y la cuarta se llama “Crisis”, que se corresponde al invierno. Cada ciclo dura aproximadamente 21 años y va acompañado de una determinada generación. Por eso la teoría se denomina “teoría de las generaciones”. Se suele hacer referencia a ella cuando se utilizan expresiones como “la gran generación” (1900-1923), “la generación silenciosa” (1923-1943), “la generación del baby boom” (1943-1963), “la generación X” (1963-1984), “la generación Y” (1984-2004) o “la generación Z o millennials” (2004-2024).
La teoría Strauss-Howe describe los años 40-50 del siglo XX como la primera generación del gran ciclo. Se trata de la primera vuelta del “gran ciclo” que los autores denominan “Alto”. Este periodo se caracteriza por una poderosa movilización de la población, el auge social y el fortalecimiento de las instituciones sociales. Es una época de entusiasmo, optimismo, solidaridad y valores fuertes. Sigue el segundo ciclo: los años 60-70 del siglo XX, el “Despertar”. Es la época donde todo se centra en el mundo interior: la época de los hippies, los psicodélicos y las búsquedas espirituales. Paralelamente, se produce un giro hacia el individualismo (espiritual) y comienza la corrosión de la solidaridad social. Es la época de la música rock y la liberación de las costumbres. Luego llega el ciclo de la descomposición gradual: los años 80-90 del siglo XX, es decir, el “Desenvolvimiento”. Se pasa del individualismo espiritual al individualismo cotidiano y materialista. La sociabilidad se corroe y descompone. Los hippies y el rock clásico son sustituidos por el punk (sin futuro), el techno y la música industrial. De la década de 2000 a la de 2020 se produce el ciclo de la “Crisis”, el actual, marcado por el atentado terrorista de los fundamentalistas islámicos contra el Centro de Comercio Libre de Nueva York: el 11 de septiembre. Le sigue la intensa intervención de EEUU en diferentes partes del mundo, luego la pandemia y la guerra en Ucrania. El tejido social se desintegra por completo. El optimismo se desvanece. La sociedad degenera rápidamente. Es la agonía final del último ciclo donde republicanos incompetentes o demócratas imbéciles llegan al poder: Bush Jr., el narcisista de Obama, el viejo demente de Joe Biden. El individualismo promueve la legalización de la perversión, el wokismo, las políticas de género, el posthumanismo y la ecología profunda.
La elección del 2024 se dio en el contexto de la teoría generacional del cambio de ciclo (saeculum). El trumpismo representa el Nuevo Siglo y el momento del comienzo de un nuevo ciclo, uno “Alto”. Todas las tendencias del siglo anterior, y especialmente de la “Crisis”, se dejan de lado. El liberalismo en forma de wokismo es descartado. El próximo ciclo comienza con nuevas actitudes, principios y reglas. Trump pone fin a la “Crisis” y marca la transición hacia lo “Alto”.
Esta teoría generacional tuvo una recepción bastante favorable por parte de los académicos, pero cuando los liberales se dieron cuenta de que esta teoría estaba socavando su credibilidad ideológica, la atacaron mordazmente, tratando de demostrar que no era científica. Irónicamente, la disputa sobre si es científica o acientífica determinó el resultado de las elecciones de 2024 y la victoria de Trump sobre una parte del Estado Profundo. Es probable que algunas partes del Estado Profundo estén familiarizadas con la “teoría Strauss-Howe” y la consideren seriamente. En caso de ser real esta teoría, entonces no debe sorprendernos el rápido desmantelamiento que esta sufriendo el liberalismo de izquierdas y sus estructuras, no tiene sentido considerar el trumpismo como algo pasajero y temporal, tras lo cual habrá un retorno a todo lo anterior. Lo más probable es que ese retorno no vuelva a producirse, ya que el gran ciclo ha cambiado. Al menos si esta teoría es correcta. Hasta ahora parece bastante convincente.
La geopolítica del trumpismo
Pasemos ahora a otro aspecto del trumpismo: la política exterior, lo cual requiere que estudiemos en detalle el americanocentrismo y al expansionismo estadounidense.
Los ejemplos más claros son los anuncios de Trump sobre la anexión de Canadá como Estado 51, la compra de Groenlandia, el control del Canal de Panamá y el cambio de nombre del Golfo de México por el de Golfo de América. Todos estos son signos claros de un realismo ofensivo en las relaciones internacionales y, además, un retorno a la Doctrina Monroe después de un siglo de dominio de la Doctrina Wilson. La Doctrina Monroe del siglo XIX proclamaba que la prioridad de la política exterior estadounidense era establecer el control sobre el continente norteamericano y, en parte, sobre el sudamericano, con el fin de debilitar o eliminar la influencia de las potencias europeas del Viejo Mundo sobre el Nuevo Mundo. La Doctrina Wilson, esbozada tras la Primera Guerra Mundial, se convirtió en la hoja de ruta de los globalistas estadounidenses al desplazar el centro de atención de EEUU como Estado-nación a una misión planetaria de extender las normas de la democracia liberal a toda la humanidad y mantener sus estructuras a escala mundial. Los mismos Estados Unidos pasaron a un segundo plano frente a esta misión internacional.
Durante la Gran Depresión Estados Unidos se desinteresó por la Doctrina Wilson, pero tras la Segunda Guerra Mundial volvieron a ella. De hecho, ha dominado las últimas décadas. En este caso, por supuesto, no importaba quién fuera el dueño de Canadá, Groenlandia o el Canal de Panamá: todos ellos eran regímenes liberal-democráticos controlados por la élite globalista.
Hoy Trump cambia drásticamente este enfoque: los EE.UU. como Estado vuelve a “importar” y exige que Canadá, Dinamarca y Panamá se sometan ya no al Gobierno Mundial (que Trump está disolviendo), sino a Washington, los EE.UU. y el mismo Trump, como  líder carismático del ciclo de lo “Alto”. El mapa de Estados Unidos con cincuenta y un Estados (si se cuenta Puerto Rico), Groenlandia y el Canal de Panamá ilustra vívidamente este giro de la Doctrina Wilson a la Doctrina Monroe.
Desmantelamiento de los regímenes globalistas en Europa
Lo que más ha desconcertado a Occidente es la rapidez con la que los trumpistas, incluso antes de asumir el poder, han comenzado a aplicar su programa a nivel internacional. Por ejemplo, Elon Musk en la red social X comenzó una campaña activa en diciembre del 2024 para eliminar a los líderes indeseables (para los trumpistas) en los Estados Unidos de América. Anteriormente esto lo hacían las estructuras de Soros para favorecer a los globalistas. Musk, sin perder tiempo, comenzó a realizar campañas similares, pero sólo a favor de los antiglobalistas y populistas europeos como “Alternativa para Alemania” y su líder Alice Weidel, Nigel Farage en Gran Bretaña y Marine Le Pen en Francia. También contra el gobierno danés, que no quería renunciar voluntariamente a Groenlandia, y Trudeau en Canadá, que se oponía a que su país se convirtiera en el verdadero 51º Estado de EEUU.
Los globalistas europeos, que son eslabones de la red que estaba antes en el poder, estaban completamente desconcertados y objetaron la interferencia directa de EE.UU. en la política europea, a lo que Musk y los trumpistas señalaron razonablemente que en su momento ninguno de ellos se quejó de Soros y su interferencia. ¡Ahora ha llegado una nueva versión! Si EE.UU. es el señor del mundo, entonces obedezcan, al igual que obedecieron a Obama, Biden y Soros, es decir, al Estado Profundo.
Musk, y muy probablemente Thiel, Zuckerberg y otros magnates de las redes globales, han comenzado a desmantelar el sistema globalista – principalmente en Europa – y a llevar al poder a líderes populistas que comparten las ideas y estrategias de los trumpistas. Quienes encajan en su modelo serían la Hungría de Orbán, la Eslovaquia de Fico y la Italia de Meloni, es decir, aquellos regímenes que ya habían apostado por los valores tradicionales y se oponían a los globalistas con mayor o menor resistencia.
Pero los trumpistas pretenden cambiar el poder por cualquier medio necesario en el resto de los países, haciendo lo mismo que sus predecesores globalistas. Ahora bien, una campaña sin precedentes ha sido lanzada por Musk contra Keir Starmer en Gran Bretaña, donde ha sido expuesto como un apologista e incluso brindado apoyo a “bandas de inmigrantes y violadores paquistaníes en el Reino Unido”. Si un ataque tan duro viene de Washington, entonces los británicos lo toman en serio. Musk está haciendo algo similar contra Macron y los liberales alemanes que intentan frenar el ascenso del populismo de derechas de Alternativa para Alemania.
Europa ya era proamericana, pero ahora Washington cambió de ideología al menos en 90 grados, si es que no lo hizo en 180 grados. Y tal giro resulta insoportable para los gobernantes europeos, que acaban de aprender a seguir los deseos de su amo como obedientes animales amaestrados en un circo. Se les exige que denuncien de inmediato aquello a lo que han servido fielmente (o más bien, cínica y falsamente) y que juren lealtad a la nueva ideología trumpista. Algunos jurarán, otros se resistirán. Pero el proceso se ha puesto en marcha: los trumpistas están demoliendo a los liberales y globalistas en Europa siguiendo las ideas de Huntington. Los trumpistas necesitan un Occidente consolidado como civilización integrada geopolítica e ideológicamente. De hecho, hablan de crear un Imperio estadounidense abiertamente.
El consenso antichino del trumpismo
Otra línea fundamental de los trumpistas en política internacional es la oposición a China. Para ellos, representa una combinación de lo que odian del liberalismo de izquierdas y del globalismo: la ideología de izquierdas y el internacionalismo. La RPC encarna ambas cosas a sus ojos y la asocian con las políticas de los globalistas estadounidenses.
Por supuesto, la China moderna es un fenómeno mucho más complejo, pero el consenso trumpista es que China, como bastión de la civilización no blanca y no occidental, ha utilizado la globalización en su beneficio y no sólo se ha elevado a la categoría de polo independiente, sino que también ha comprado gran parte de la industria, los negocios y las tierras estadounidenses. La deslocalización de la industria al sudeste asiático en busca de mano de obra más barata ha despojado a EEUU de su potencial industrial, de su soberanía y ha hecho al país dependiente del exterior. Además, la ideología particular de China la hace ingobernable a los ojos de Washington. Los trumpistas culpan del milagro chino a los globalistas y China es su principal enemigo. En comparación con China, Rusia parece un problema secundario y, de momento, no interesa. En cambio, China se está convirtiendo en el enemigo número uno. Una vez más, toda la culpa del desorden mundial se atribuye a los globalistas estadounidenses.
La tendencia proisraelí del trumpismo
El segundo tema importante del trumpismo en política exterior es el apoyo a Israel y a la extrema derecha israelí. Ya hemos dicho que no existe consenso entre los propios trumpistas sobre el tema, pues existe una facción anti-israelí, pero en general la mayoría son proisraelíes debido a la teoría protestante del judeocristianismo, que asume la llegada del Masiaj judío como el momento de la conversión de los judíos al cristianismo y su rechazo del islam. La islamofobia de los trumpistas alimenta su solidaridad con Israel (y viceversa), lo que en general influye en su política hace el Oriente Medio.
En este sentido, el polo chií del islam, el más activo en su política antiisraelí, es visto por los trumpistas como el principal mal de todos. De ahí su violento rechazo a Irán, a los chiíes iraquíes y a los houthis yemeníes, así como a los alauíes de Siria. El trumpismo tiene un duro sesgo antichií y, en general, es leal al sionismo de derechas y de extrema derecha.
Trumpismo vs. Latinos
El factor latino es crucial desde el punto de vista de la política interior estadounidense. Aquí también es importante S. Huntington, que hace varias décadas llamó la atención sobre el hecho de que la principal amenaza para la identidad norteamericana y los WASP (White Anglo-Saxon Protestant, protestante anglosajón blanco) eran los flujos de inmigración latinoamericana, que tiene una identidad católica-latina completamente diferente. Hasta cierto punto, sostiene Huntington, los anglosajones fueron capaces de asimilar a otros pueblos por medio del melting pot, pero con los flujos masivos de latinos hacen eso imposible.
De ahí que la fobia hacia la migración en los Estados Unidos sea tan importante, especialmente su aversión a la migración masiva procedente de países latinoamericanos. Fue contra esta ola que Trump comenzó a construir el Gran Muro durante su primer mandato en la presidencia.
Esto también influye en la actitud del trumpismo hacia los países latinoamericanos: los ven como izquierdistas y una fuente de criminalidad. El regreso de la Doctrina Monroe significa que EE.UU. debe controlar a los países latinoamericanos, lo cual conduce directamente al deterioro de las relaciones con México y, en particular, el control total del Canal de Panamá.
El olvido de Rusia y Ucrania
Rusia parece ser un factor sin importancia en la política internacional de los trumpistas. No tienen una ideología rusofoba a priori como los globalistas, pero tampoco sienten mucha simpatía por Rusia. Hay algunos rusófilos entre los trumpistas que creen que Rusia es una parte de la civilización cristiana blanca y que resulta terrible e imprudente empujarla hacia los chinos. Pero son una minoría. Para la mayoría de los trumpistas, Rusia es simplemente irrelevante. Económicamente, no representa una competencia seria (a diferencia de China), no tiene una gran diáspora en los Estados Unidos y el conflicto con Ucrania es algo regional, sin importancia, que los globalistas (enemigos de los trumpistas) son responsables de provocar.
Por supuesto, sería bueno poner fin al conflicto en Ucrania, pero si esto no es posible, los trumpistas dejarán la solución a los regímenes globalistas europeos, que se agotarán y debilitarán en tal confrontación. Y esto solo beneficia a los trumpistas. Ucrania, por otra parte, no es algo importante y significativo y sólo llama la atención de los tumpistas por las para denunciar el aventurismo corrupto de un Obama y Biden. Por supuesto, en el conflicto ruso-ucraniano los trumpistas no son pro-rusos, pero no apoyan a Ucrania, especialmente como sucedió bajo la administración de Biden.
La multipolaridad pasiva del trumpismo
Merece la pena considerar la actitud del trumpismo ante la multipolaridad. La teoría de un mundo multipolar es difícilmente aceptable para ellos. El trumpismo es una nueva versión de la hegemonía estadounidense, pero la unipolaridad tiene aquí un contenido y una naturaleza completamente distintos al globalismo. En el centro del sistema mundial está Estados Unidos y sus valores tradicionales, es decir, el Occidente cristiano blanco, bastante patriarcal, pero que también reconoce la libertad, el individuo y el mercado. A todos los demás se les invita a seguir a Occidente o a quedar fuera de su zona de prosperidad y desarrollo.  No existe inclusividad, sino exclusividad. Occidente es un club al que hay que esforzarse para entrar.
Por lo tanto, a los trumpistas no les importan en absoluto las demás civilizaciones. Si insisten en su propio camino, que lo hagan. Es peor para ellos. Pero si quieren unirse a Occidente, tendrán que pasar una serie de exámenes. Y seguirán siendo sociedades de segunda clase. Es decir, no se trata de una multipolaridad activa y afirmativa, sino pasiva y permisiva: dicen que no podéis ser Occidente, sed vosotros mismos. Los trumpistas no van a construir un mundo multipolar, pero no tienen nada en contra. Surgirá de todos modos por un principio residual. No todo el mundo puede ser Occidente y el resto puede esforzarse por alcanzar este objetivo o aceptar seguir siendo ellos mismos.
Multipolaridad intraamericana
El elemento más importante de la ideología del trumpismo es que se concentra en los problemas internos de Estados Unidos. Las tesis de MAGA y America First lo enfatizan. Por eso los trumpistas se enfrentan al fenómeno de la multipolaridad no tanto en política exterior como en política interior. Sí, buscan establecer la hegemonía estadounidense sobre nuevas bases ideológicas, pero la política interior sigue siendo su prioridad. El trumpismo se enfrente principalmente con el mismo Estados Unidos y no le interesa la multipolaridad o las civilizaciones independientes.
La teoría del mundo multipolar considera que existen siete grandes civilizaciones: occidental, ruso-euroasiática, china, india, islámica, africana y latinoamericana. Todas ellas forman una estructura heptarquial, en la que algunos polos ya están consolidados en Estados-Civilizaciones, mientras que otros se encuentran en un estado virtual. Este (con el añadido de la civilización japonesa-budista) es exactamente el escenario que describió Huntington. En política exterior, el trumpismo no se preocupa demasiado por la heptarquía. A diferencia de los globalistas, los trumpistas no tienen interés en sabotear la multipolaridad y atacar a los BRICS, pero tampoco están claramente interesados en promover la multipolaridad. Por lo tanto, la heptarquía se deja de lado frente a la política interna, siendo esta última una prioridad. Estamos hablando de diásporas masivas y a veces muy significativas en Estados Unidos. Desde que se han abolido las normas del wokismo y la inclusividad, vuelve a ser posible hablar libremente de razas, etnias e identidades religiosas en EEUU.
El gran problema, como hemos visto, es la diáspora latina que amenaza la propia identidad WASP de Estados Unidos, la cual está erosionando rápidamente. De ahí la demonización de todo lo que se asocia con los latinos: la mafia étnica, el flujo de inmigrantes a través del muro, la distribución de drogas por parte de los cárteles latinoamericanos, el comercio de bienes vivos, etcétera. La imagen que los estadounidenses tienen de América Latina es negativa y destructiva. Por lo tanto, el polo latinoamericano es visto de forma oscura, lo que ya empieza a reflejarse en el deterioro de las relaciones con México. La Doctrina Monroe, que Trump ha hecho resurgir, presupone el dominio incondicional de EEUU en el Nuevo Mundo, lo que contradice claramente la formación de un polo independiente en América Latina. Aquí los trumpistas se radicalizarán más o menos.
El segundo factor interno es la creciente sinofobia. China es el principal competidor económico y financiero de EEUU, y la presencia de un poderoso factor chino en la economía norteamericana no hace sino exacerbar el tema. Este polo de la heptarquía tanto dentro como fuera de EEUU es considerado como hostil.
El mundo islámico ha sido tradicionalmente un adversario para los conservadores estadounidenses de derechas. El apoyo incondicional a Israel, por extremas que sean sus acciones, también está determinado en parte por la islamofobia. Las comunidades musulmanas están ampliamente representadas en los EEUU y en Occidente en su conjunto y los trumpistas son su enemigo.
El factor indio es completamente distinto. En la actualidad hay una enorme diáspora hindú en los Estados Unidos y en algunos sectores, sobre todo en Silicon Valley, predominan los hindúes. Los colaboradores más cercanos de Trump, como Vivek Ramaswamy y Kash Patel, son hindúes. El Vicepresidente Vance tiene una esposa hindú. Y Tulsi Gabbard, de etnia maorí de Hawai, ha adoptado el hinduismo como religión. Y aunque un segmento nacionalista de los trumpistas – en particular Steve Bannon y Ann Coulter – ha empezado recientemente a pronunciarse en contra de la creciente influencia de los hindúes en Estados Unidos y en el círculo íntimo de Trump, la actitud general de los trumpistas hacia la India como polo dentro y fuera de Estados Unidos es positiva. Además, no ocultan su aspiración de convertir a la India en el principal proveedor de mano de obra industrial barata en lugar de China. En otras palabras, la actitud hacia la civilización hindú es más bien positiva.
El problema de África como tal no preocupa mucho a los trumpistas, pero este polo se conceptualiza principalmente a través del problema de los afroamericanos dentro de Estados Unidos. Su consolidación racial en oposición a los blancos, promovida por los globalistas, es vista como una amenaza. Por lo tanto, es probable que aquí prevalezca el factor de una mayor asimilación del segmento afroamericano y la oposición a su aislamiento. Esto también afectará a la regularización de la emigración de los africanos en Estados Unidos.
Otro miembro de la heptarquía es Rusia. Pero, a diferencia de las demás civilizaciones, la presencia de rusos en EEUU es extremadamente limitada. No representan ninguna masa étnica y la mayoría de las veces están plenamente integrados en los sistemas socioculturales de EEUU, fusionándose con la población blanca junto con representantes de otras naciones europeas. Por eso Rusia como polo no es tomada en cuenta por los trumpistas. La URSS fue en su momento el principal oponente geopolítico de EEUU y de Occidente en su conjunto. A veces esta imagen se proyecta sobre la Rusia moderna, pero esta imagen hostil fue tan activamente explotada por los globalistas en la etapa anterior que ha agotado completamente su contenido negativo. Para los trumpistas Rusia es más bien indiferente y no hostil. Aunque hay corrientes tanto rusófobos como rusófilos (menos numerosas) dentro del trumpismo.
Así pues, las actitudes de los trumpistas hacia la multipolaridad vendrán determinadas en gran medida por los procesos intraestadounidenses.
Así pues, el trumpismo es una ideología. Tiene dimensiones tanto político-filosóficas como geopolíticas. Poco a poco, se expresará de forma más nítida y clara, pero ya es fácil identificar sus principales características.
Notas:
* El movimiento está reconocido como extremista y prohibido en el territorio de Rusia.
** La actividad de Meta (redes sociales Facebook e Instagram) está prohibida en Rusia por extremista.
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anadelacalle · 3 months ago
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Ser una bisagra filosófica.
Soy una persona bisagra, un eje común que sirve para unir dos superficies permitiendo el giro de ambas o de una sobre la otra. O, en otros términos, alguien que, sin pertenecer exclusivamente a un único espacio, facilita la conexión de diversos de ellos, o desearía posibilitarla en pro de la reflexión filosófica y más allá de las ideologías políticas subyacentes. Esta condición no ha sido algo…
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No importa cuántos géneros inventen, al final tendrán que ir al urólogo o ginecólogo...
Biología no ideología
@teatro-magico-solo-para-locos
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timriva-blog · 1 year ago
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Amedeo Modigliani
Verdad y estilo de un «pintor maldito» Amedeo Modigliani: Desnudo acostado, 1917 (detalle) Escrito por JUAN CARLOS FLORES ZUÑIGA Amedeo Modigliani (Italia, n. 1884-1920) fue uno de los «pintores malditos». Se creó y se destruyó al mismo tiempo. Su devoción por el arte fue de la mano de un consumo incesante de drogas y alcohol que lo dejó físicamente agotado e indefenso ante la tuberculosis que…
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ttantta · 5 months ago
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Las tecnologías emergentes han sido los impulsos centrales del cambio cultural humano. Nuestras ideologías son reacciones a nuestras tecnologías. Marx respondía a las realidades sociales de las tecnologías de la industrialización
William Gibson entrevistado en elpais.com 12.03.24
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whoisrocco · 5 months ago
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