#reemplazada
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Máscaras... Máscaras...
Escondiendo lo que piensas, emulando cosas que no sientes en verdad...
¿Qué eres? ¿Una sombra?
Una sombra que puede ser perfectamente reemplazada por un recuerdo, por una imagen, por una grabación...
Ya no es indispensable el original...
Ya está capturada ahí... Ya no es necesaria en persona.
Quizá es mejor así, quizá de ésta forma pueda irse mientras nadie nota su ausencia.

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Nana vuelve otra vez... 🗣️🗣️🗣️
#nana#ai yazawa#manga#no crean nada loco están jugando con sus sentimientos#ai yazawa murio hace 15 años y fue reemplazada por una reptiliana con mentalidad barroca por eso no puede terminar el manga
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yo todo inocente preguntandome ¿porque hay tantos policias? hasta que veo la fecha
#hoy es la marcha opositora#ojala l oposicion fuera reemplazada por gente que no tenga los intereses de los gringos en mente
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Ya que estamos en el tema, hubo un "estudio" que correlacionaba los índices de crimen y violencia con la cercanía al ecuador.
A ver. Me estás diciendo que Singapur, que está directamente en el ecuador, no tiene uno de los sistemas de justicia más draconianos que existen? Que las guerras civiles en el centro de África son porque la gente tiene mucho calor nomás?
Es realmente sorprendente como el primer mundo interpreta al resto del mundo, y esto lo vemos en la cuestión climática también, porque el imperialismo es también ecológico. Los climas calurosos son para visitar de turista, para explotar, o para esquivar.
Incluso dentro de EEUU, es muy notable que el Sur (subtropical, caluroso), es considerado como un área, como ellos mismos lo llaman a veces "backwards", su flora y fauna siendo reemplazada por el ideal del norte (proceso que se ve en la actualidad en Florida, y no puedo evitar encontrar comparaciones con la "pampeanización" del bosque chaqueño).
O no vieron como los medios del primer mundo muestran los climas? La belleza del otoño, ay que linda la nieve. Pero la selva es exótica, peligrosa o llena de estereotipos. El desierto es mortal. La sabana tropical, bueno existe una en África y el resto no. Así ven climas habitados por millones de personas.
Lo pienso demasiado? Sí, porque literalmente estudié sobre la relación entre el ser humano y la naturaleza. E incluso ahí vemos las huellas del imperialismo. Especialmente ahí.
#esto hubiese sido a la inversa si por coincidencias históricas los países industriales se hubiesen desarrollado en climas cálidos?#desconozco#pero es algo visible#cosas mias
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Y después de casi 4 meses pude entender que a pesar de mi error, yo no tuve toda culpa. Espere 6 años para poder hacer todo lo que me dijiste que haríamos, te apoyé por 6 años, te di todo el amor y comprensión que pude por 6 largos años, me estanque para poder vivir la vida junto a ti. Y cuando más necesitaba que entendieras que también soy humana, que también me equivoco y que puedo arrepentirme, simplemente me crucificaste, me abandonaste, comprendiendo la magnitud del error que cometí, solo me culpe a mí. Me sentí inútil todo este tiempo, culpable e inservible. No te importo si volvía mi depresión, no te importo si yo quería matarme (casi lo logro), no te importo ni un carajo todo lo que dejé por ti. Me desvalorizaste al punto de borrarme de tu vida, borraste 6 años, me bloqueaste, borraste todo de mí de tu vida, me humillaste, me trataste de lo peor para estar con alguien más 2 meses después de dejarme. Intenté volver porque traté de darte el espacio necesario para que pudieras estar tranquilo, pero al final todo fue inútil y en vano, solo recibí repudio de ti. Y siento tanto el estar así por ti, tú, que jamás me diste nada, solo palabras bonitas y promesas rotas, tus te amo eran solo de comodidad, de zona de confort, nunca fue real, porque a mí no me vengan con “el que falla lo saco de mi vida”, porque si me amabas realmente no hubieses querido sacarme así de golpe. Jamás me burlé de ti, jamás te mentí después de eso. Si, cometi dos veces un error distinto, pero como un demonio, como quería arreglar lo nuestro. Solo tenías que decirme que había alguien más, y que no te costó soltarme, todo hubiese sido más fácil, me hubieses ahorrado la humillación, pero obvio tú querías que te rogara, tú querías alimentarte de mi dolor para seguir destruyendome. Ay dios! Que dolor este que me haces pasar, no era suficiente con la vergüenza y la culpa que quizás merecía, ahora también tengo que lidiar con ser reemplazada y borrada de la vida de alguien que era mi todo. Sé que lo arruine, pero no merecía tanto dolor, no merecía querer morir por alguien que no me ama y quizás jamás lo hizo en realidad.
No quiero hundirme otra vez por alguien que no le importo
Constanza A. 🌻
#textos#desamor#amor#dolor#tristeza#text post#vivencias del alma#dolor del alma#escritos del alma#miedo#rabia#cansada#deprressed#depresión#angustia#ansiedad#años#perdida#ganas de morir#pensamientos#personal#decepcion#die#boring#citas de desamor#citas de la vida#amor y dolor#citas de dolor
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La heredera del Infierno
Linaje familiar
Lo que recordaba Adelina fue confuso. Percibió algunas sombras y figuras borrosas, escuchó el estruendo de un motor y volvió a caer inconsciente. Las pocas veces que tenía conciencia y sus oídos fueron azotados por distintas voces y ruidos atronadores. Sintió que la movían de un lado al otro como una bolsa de papas ocasionándole náuseas y la cabeza le dio vueltas.
Adelina despertó en un suelo de piedra, su cabeza estalló de dolor y la luz anaranjada lastimó sus ojos heterocromáticos. Trató de taparse cubrirlos, pero se percató de que sus manos estaban esposadas a su espalda. Su mente dio vueltas, las náuseas la invadieron como nunca antes y vomitó en una esquina. Intentó enfocar su visión.
Estaba en una celda. Una cama de madera destrozada se encontraba cerca de los barrotes, algunas cadenas y grilletes oxidados en la pared detrás de la muchacha. El suelo estaba sucio, manchas de sangre seca y huesos se desperdigaban alrededor y la tierra se acumulaba en las esquinas. Las antorchas y lámparas iluminaban el pasillo frente a la joven, del lado izquierdo solo había una pared de piedra y la derecha seguía hasta una puerta de madera. El aire destilaba un olor a putrefacción mezclado con el moho y la humedad generando un calor asfixiante.
Adelina intentó levantarse, pero se le dificultó con las manos esposadas y la pierna derecha le estalló de dolor. Se arrastró por el mugroso suelo hasta llegar a los barrotes de su celda, se puso de espalda y volvió a intentarlo. Apretó los dientes conteniendo un grito, lágrimas se derramaron por sus mejillas y cayó al suelo. Vio que su pantalón de camuflaje estaba manchado de rojo, deseó ver el tatuaje de su pierna y nuevamente, intentó ponerse de pie teniendo éxito. Rendida, posó la oreja en los barrotes oxidados, trató de escuchar cualquier ruido por más insignificante que fuera y se alejó, tras un par de minutos.
La muchacha vislumbró que todo su brazo estaba enrojecido por el tatuaje de la anatomía del esqueleto y parte del cuello le dolió cada vez que lo movía. Pudo escuchar el chirrido de la puerta de madera, el sonido de armas y voces. Se alejó de los barrotes conteniendo un grito por el abrupto movimiento al apoyarse en su pierna lastimada y se puso a la defensiva, mientras las pisadas se volvían más fuertes.
En las paredes del pasillo, la joven vio una silueta y luego, a Mateo usando una vestimenta completamente diferente a lo que recordaba en isla. Llevaba pantalones holgados y negros, una remera gris manga larga y botas de combate. Poseía un cinturón con muchos bolsillos, navajas, cuchillos y una pistola enfundada. La mirada amable y simpática de Mateo fue reemplazada por una piedra, sus ojos destilaron odio y se acercó a la celda. Detrás de él, había un desconocido y un par de soldados imperiales portando espadas. Uno de ellos sacó un conjunto de llaves y abrió la celda con un chirrido.
–¿¡ME VENDISTE!? –gritó Adelina–. ¡Hijo de puta!
Se abalanzó hacia Mateo tratando de asestarle una patada sosteniéndose con su pierna herida, pero el hombre tomó el tobillo de Adelina con toda su mano y la lanzó hacia la pared. Gritó, el dolor azotó su espalda y trató de ponerse de pie.
–Quédate quieta y no te hagas la peleadora –ordenó Mateo.
Adelina ignoró las palabras, pero el muchacho colocó la mano en el pecho de la joven y la empujó con fuerza dejándola contra la pared y el dolor de los tatuajes la azotó.
–¡Que te quedes quieta! –rugió y un escalofrío recorrió a Adelina.
–¿Quién sos? –pregunto mirándolo fijamente.
–Mateo –respondió sacando una gaza y un recipiente de alcohol–. Thorsen.
Le pasó la gaza húmeda sobre el brazo derecho, el ardor recorrió la piel pálida de Adelina y el olor a alcohol infestó su nariz. Mateo le quitó cuidadosamente la camisa de camuflaje, pasó la gaza por el hombro y parte del cuello tatuado. Una de las manos fue hacia la musculosa de la joven, lo alejó entre forcejeos y la detuvo dándole una bofetada.
–Si quisiera haberme aprovechado de ti –empezó el hombre–. Ya lo hubiera hecho. Tengo principios y además, eres de utilidad.
–¿En qué? –preguntó Adelina agresivamente.
–En los artefactos que encontraste –respondió y de sus bolsillos traseros sacó en un trapo envuelto la daga Sultin y la bolsa de runas de Kolbein–. Y en los planes de Shang Tsung y Quan Chi.
¿Quiénes eran esos dos? ¿Qué querían de ella? ¿La iban a vender? ¿A mutilar? ¿Qué hacían los soldados de Sindel en la Tierra? ¿Trabajaban por órdenes de ella o para Shang Tsung y Quan Chi? Pero otra pregunta invadió la mente de la muchacha ¿Dónde estaba?
–No voy ayudarte en nada –dijo Adelina.
–No me importa si lo quieres o no –gruñó entre dientes y la agarró por el cuello de la camisa–. Me tuve que contener de matarte y no voy a permitir que lo arruines todo por tus berrinches.
La muchacha mantuvo la boca cerrada, Mateo se levantó de la cama de madera, caminó hacia el exterior de la celda y la cerró abruptamente. Los soldados imperiales se mantuvieron firmes y sin mostrar alguna emoción, pero el desconocido miró la escena con diversión y le susurró sonriente algo a Mateo, mientras se marchaban.
Los soldados imperiales se quedaron imperturbables en sus puestos mirando a la joven. Empezó a contar los minutos sintiendo el aire pesado y caluroso, el sudor recorrió su frente y unas lágrimas solitarias cayeron por sus mejillas. Los momentos con Daniela y Mariano desde la infancia, los besos compartidos con Tomas y las salidas para ver las auroras boreales la invadieron entre su tristeza.
Contuvo el llanto, trató de limpiarse las lágrimas con la camisa de camuflaje y trató de enfocarse en cómo salir. Inmediatamente, los guardias se marcharon de sus puestos, Adelina se levantó a trompicones ayudándose como podía con las manos esposadas y avanzó hacia los barrotes de su celda. Intentó ver el pasillo, golpeó con el lado izquierdo de su cuerpo los barrotes, pero fue inútil y notó el sudor caer por su frente.
Adelina escuchó pisadas, se movió hacia la cama de madera y vio a un par de guardias diferentes posicionarse frente a su celda. Vislumbró que su pecho y clavícula tenían el tatuaje de la anatomía del esqueleto y mostraron un leve enrojecimiento.
Empezó a contar los minutos, movió su pierna sana arriba y abajo inconscientemente escuchando el crujido de la madera y los párpados le pesaron. El miedo la inundó, no iba a quedarse dormida en este lugar. La joven se levantó, comenzó a caminar por las cuatro paredes, sin importarle que la pierna derecha le doliera como el demonio y notó que los guardias la miraban con curiosidad. El cerebro de Adelina empezó a trabajar.
Los soldados tenían cambio de turnos, quizás en esos momentos tendría una ventaja para escapar, pero Adelina no sabía que camino tomar. Seguramente donde se encontraba sería un laberinto de trampas y era posible, que hubiera más que simples soldados y un par de hechiceros. Podría conseguir la llave y correr sin mirar atrás o fingir que aceptaba las condiciones y analizar los caminos posibles.
Las piernas le dolieron, el calor se le hizo insoportable y asfixiante y el estómago le rugió con fuerza. Intentó desviar su mente de cualquier cosa que no fuera comida, pero los ruidos de su panza no se lo permitían. Se recostó en el suelo sucio y observó las paredes de su celda.
Continuó contando los minutos, mientras trataba de colocar las manos esposadas delante de su cuerpo, pero sin resultado. En ese instante, escuchó el chirrido de la puerta, se levantó del suelo viendo al compañero de Mateo cargando un plato de plástico y un par de cubiertos. Los guardias le permitieron entrar a la celda, desenvainaron sus espadas lo más rápido posible y el desconocido hizo un ademán haciendo que los soldados regresaran a sus puestos sosteniendo el plato de plástico.
–Me llamo Dimitri –se presentó sonriéndole amablemente y sacó de sus bolsillos una llave.
Adelina le lanzó una mirada de odio y notó más su apariencia. Tenía el cabello cobrizo, los ojos azules oscuros como las olas y un pequeño hoyuelo se mostraba en su mejilla al sonreírle en su rostro redondo. Dimitri la volteó quitándole las esposas, pero antes de que Adelina pudiera alejarse, el muchacho tomó sus manos con una fuerza descomunal y su sonrisa se volvió oscura.
–Manos delicadas –dijo hipnotizado y Adelina forcejeó–. Destilas un aroma a jazmín… Va a ser divertido experimentar contigo.
La joven le escupió en el rostro y le propició una patada en el pecho. Uno de los guardias imperiales se preparó para atacar y Dimitri alzó la mano para mostrar calma. El otro soldado le dio a Dimitri el plato de comida, Adelina se percató de que era arroz y un trozo de pan y el hombre se lo tendió con amabilidad.
–Alejate, forro de mierda.
–Por más que luches, tú vas a cooperar –escupió Dimitri–. Ahora come.
La muchacha devoró el arroz y mastico con fuerza el trozo de pan duro. Dejó el plato limpio y se lo tiró a Dimitri. Uno de los guardias entró a la celda volviéndola a esposar, Dimitri se alejó cargando el plato vacío y los soldados se posicionaron en postura firme.
La comida le dio náuseas y tuvo un revoltijo en el estómago. Los párpados de Adelina comenzaron a pesarle, contuvo un bostezo y volvió a caminar escuchando a los guardias y contando los minutos hasta que hicieran el cambio de turno. No iba a quedarse dormida, con ese loco de Dimitri por los alrededores.
Las plantas de los pies le dolieron y los músculos gritaron por descansar. Adelina se recostó en el suelo mugriento, no supo por cuánto tiempo se mantuvo despierta, pero fue el suficiente para escuchar el cambio de turno y el cansancio la tomó por completo.
–Despierta –dijo una voz–. ¡Despierta!
El abrupto choque de los barrotes asustó a Adelina y vislumbró a los guardias abrir la celda. La tomaron por los hombros arrastrándola hacia el pasillo, forcejeó contra ellos usando sus pies como peso, pero lograron ponerla de pie y la obligaron a salir.
Los pasillos laberínticos estaban iluminados con antorchas y focos. Había cadenas y cajas de maderas desperdigadas por el suelo, las telarañas infestaban los techos y recovecos más oscuros y el eco de las pisadas era lo único oíble entre el silencio. Las puertas se parecían, pero algunas llevaban a lugares distintos y otras estaban abiertas mostrando un grupo de guardias con mapas, suministros y armas e incluso, sillas de pacientes repletas de sangre.
Adelina intentó buscar una ventana o una abertura que le indicara en dónde se encontraba. Entre los diferentes pasillos, pudo vislumbrar unos barrotes que mostraban el exterior y le pareció oír olas y gaviotas revolotear. Vio un cielo azul y varias nubes desperdigadas, barcos y lanchas moverse hacia el mar y llegar hacia la costa. Hubo varias banderas europeas en las embarcaciones, pero solo dos aparecían con más frecuencia… las banderas de Italia y Francia. Debía estar en el Mar Mediterráneo, pero ¿en cuál de todas las islas se encontraba?
El corazón de Adelina bombeó con más fuerza. Trató de luchar, pero uno de los soldados imperiales le dio un golpe en la parte baja de la espalda haciendo que soltara un quejido de dolor, la muchacha cayó al suelo y la arrastraron hacia una puerta en donde estaba Mateo y Dimitri teniendo una conversación. Al percatarse de la presencia de los tres, permitieron el paso dejando ver un laboratorio y el olor a moho y químicos invadió la nariz de la joven.
Frente a ella, un hombre de cabello negro hasta los hombros estaba a sus espaldas, mientras los guardias obligaron a Adelina a sentarse cerca de una mesa y le ataron unas cadenas alrededor del pecho. Se movió de un lado al otro tratando de zafarse de las pesadas ataduras, pero Mateo se acercó a pasos agigantados dándole una bofetada y Adelina le tiró un escupitajo.
–Eres una… –se preparó para darle un puñetazo.
–Mateo, suficiente –dijo el extraño y se dio la vuelta–. Más adelante, veremos si tus golpes funcionan. Dimitri, trae los artefactos y… por favor usa guantes o cualquier otra cosa para evitar tocarlos. Ya un par de guardias del General Shao murieron por su incompetencia.
–Está bien, Shang Tsung.
“Así que el General Shao también está metido en este lío” pensó Adelina. Pudo ver mejor los rasgos del hechicero, Shang Tsung. Poseía vestimentas amarillentas y marrones, sus ojos eran color chocolate y tenía una sonrisa engreída en el rostro. Adelina tuvo el impulso de sacársela a golpes.
–Espero que hayas dormido bien, señorita Adelina –dijo el hechicero.
Adelina no contestó, solo lo miró con odio. En ese instante, Dimitri trajo los artefactos de Hela, la bolsa de runas y la daga Sultin.
–Estuviste estudiando estos artefactos de… semejante poder –continuó–. También nosotros y creo que nos podemos ayudar.
–Jodete –soltó Adelina.
–Queremos ver su poder y darle un mejor uso –prosiguió Shang Tsung–. Podrían quitarte esas marcas en el brazo.
–Yo prefiero el asesinato –soltó Mateo mirando fijamente a Adelina.
–No voy ayudarte en nada –gruñó.
–Bueno –dijo Shang Tsung decepcionado–. Agárrale el brazo marcado y Dimitri trae tus herramientas.
–Con gusto –dijo el hombre.
Mateo le quitó las cadenas de su pecho y las esposas, Adelina quiso escapar, pero el hombre agarró con fuerza su brazo tatuado extendiéndolo por completo en la mesa y la joven contuvo un grito. Mientras, Shang Tsung cargó con un cuchillo y Dimitri sostuvo una caja de madera. La muchacha no pudo ver su contenido, el hechicero se acercó a ella y le cortó la palma. La sangre emanó de la herida manchando la mesa, mientras Mateo acercaba la daga cubriendo la hoja del líquido carmesí.
–¿Pasa algo, Dimitri? –preguntó Mateo.
–Todavía nada –respondió–. Ninguno de mis metales reacciona ni tampoco las plantas.
–¿Y si la cortamos con la daga? –preguntó Mateo a Shang Tsung–. Quizás tenga una mejor reacción.
El hechicero se quedó en silencio por un par de minutos.
–Hazle un corte usando la daga, pero evita que la tome –dijo el hombre.
Mateo apretó el arma con fuerza entre los trapos sucios e hizo un corte en el antebrazo de Adelina. La sangre brotó, el dolor recorrió cada parte del cuerpo de la joven e intentó alejarse de la mesa, pero el agarre fuerte de Mateo se lo impidió.
–Duele… –chilló Adelina.
–Hay un metal que reacciona –informó Dimitri–. Es el hierro y la flor se le está cayendo los pétalos.
Adelina no pudo contener más sus gritos y escuchó algo romperse. Parte de la mesa se rompió en miles de astillas y vislumbró hierro en forma de púas. El ardor en su mejilla la trajo a la realidad y el rostro enojado de Mateo fue lo primero que vio.
–Es increíble –susurró Dimitri–. Rompió toda una mesa. Hay que probar qué pasa si la lastimamos con el hierro.
–Primero hay que probar los límites de la daga y cómo extraer su poder –dijo Shang Tsung–. Lo necesitamos para Damashi.
–También para encontrar a la puta diosa –agregó Mateo–. Quiero mi venganza.
–Necesito la magia de Quan Chi –dijo el hechicero–. Su ayuda es crucial para estudiar estos artefactos. Por ahora, sigue haciendo corte en el brazo a ver cómo se desarrollan y evita que sean en zonas vitales. No queremos que nuestra única conexión con Hela se desangre.
Mateo asintió y acercó a la muchacha. Intentó alejarse, pero logró dejarla en la silla, le levantó la musculosa blanca y cortó la parte baja de su abdomen. Adelina sintió que miles de cuchillas se clavaban en su cuerpo, vio a Kolbein frente a sus ojos y abrió la boca manchada de sangre y un líquido negro para emitir un grito uniéndose al de la joven. Perdió la cuenta de los cortes y de cuánto tiempo estuvo chillando. Creyó haber perdido la voz, apenas pudo vislumbrar la habitación infestada de escarcha y pequeñas púas de hierro y su cuerpo entró en contacto con el frío suelo.
Sintió el tacto de Mateo sobre sus manos y el sonido de las esposas cerrarse en sus muñecas, el frío suelo raspó su piel pálida, las luces anaranjadas lastimaron los ojos de Adelina y le pareció escuchar la bocina de un barco, mientras sus párpados caían cubriendo su vista de negrura. El abrupto revoleo de su cuerpo al suelo sucio de su celda la despertó de su desorientación, los mareos tomaron su cerebro y trató de moverse, pero cayó inconsciente.
Unos pequeños golpes en una de sus mejillas la trajeron a la realidad, se alejó rápidamente al ver a Dimitri y trató de propiciarle una patada, pero el hombre le agarró uno de los tobillos y soltó un quejido por la fuerza con la que apretaba la extremidad.
–Vine a traerte la cena –mostró sonriente el mismo plato de plástico y un vaso de agua.
Dimitri le soltó el tobillo, mientras un guardia imperial le quitaba las esposas a Adelina. El hombre dejó el plato en la cama de madera, la muchacha se acercó tomando el plato lo más rápido que pudo y empezó a devorar el pan duro y el arroz. Uno de los guardias mantuvo su espada desenvainada y el otro estuvo cerca de Adelina ante cualquier movimiento que hiciera. Dimitri extendió una mano indicando que se calmaran y el soldado se dirigió a la entrada de la celda con su mano sobre la empuñadura de su espada.
–Tienes un maravilloso poder –dijo y acercó una de sus manos hacia el rostro de Adelina.
Lo apartó de un manotazo, Dimitri tomó sus mejillas con fuerza y la muchacha intentó rasguñarlo.
Esperó a que los guardias reaccionaran, pero se quedaron en sus puestos firmes como estatuas. Mientras que la otra mano de Dimitri, le corrió un mechón negro y la observó con detenimiento. Adelina luchó contra su fuerte agarre, pero apretó más sus mejillas obligándola a mirarlo.
–Hermosos ojos –susurró–. La heterocromía es fascinante y poco vista en la sociedad, por eso es hermosa. También, tus mejillas con pequitas son encantadoras como las salpicaduras de tinta.
La mano suelta de Dimitri bajó hacia los hombros de Adelina quitando apenas la camisa de camuflaje, observó con curiosidad las pecas de los hombros y la muchacha escuchó su corazón latir con más fuerza. Le dio manotazos una y otra vez intentando alejarse del fuerte agarre de Dimitri.
–Las pecas de tus hombros resaltan más tu belleza, Adelina –continuó y su mirada se posó en los ojos heterocromáticos de la chica–. Ahora, disfruta tu cena.
Dimitri soltó sus mejillas y Adelina se cubrió con la camisa hasta el mínimo rastro de piel. El hombre se marchó con una sonrisa orgullosa en el rostro dejando a los guardias en su vigilancia, mientras uno de los guardias la volvía a esposar entre los forcejeos que hacía ella. Los soldados cerraron los barrotes y se quedaron en sus puestos observándola sin parpadear. Adelina no se atrevió a cerrar los ojos, se mantuvo despierta contando los minutos y caminando hasta que los guardias hicieron el cambio de turno y aprovechó la soledad para buscar algo con lo que poder escapar y defenderse.
Escarbó por toda la celda. En los ladrillos de la pared, las cadenas oxidadas que colgaban, los recovecos, los barrotes y nada. Entonces se paró en observar la cama y vio clavos a medio salir, quizás la ayudarían con las esposas y una amenaza futura. El oído de la joven se agudizó lo máximo posible tratando de escuchar la mínima presencia de los guardias, de Mateo o… de Dimitri. El sonido de las pisadas hizo que se acomodara en el suelo frente al pasillo y mantuvo la cabeza gacha y una postura relajada.
El nuevo par de guardias estuvo frente a ella, Adelina se quedó en su posición tratando de mantenerse despierta y pensando en una manera de escapar. Tendría que hacerlo en un cambio de turno, quizás en la madrugada para evitar a la mayoría de los guardias y debía buscar algo más letal que un par de clavos con los que defenderse.
Siguió peleando contra el sueño, se pellizcó la pierna sana e intentó pensar en otra cosa, pero fue en vano. Su cabeza reposó contra el ladrillo y se sumergió en la basta negrura.
Adelina veía a un grupo de gente en lo que parecía ser catacumbas. Las personas estaban inclinadas a una estatua de Hela, recitaban oraciones en un idioma desconocido a oídos de la muchacha y uno de los presentes se acercaba al altar alzando sus manos.
–Hermanos míos –exclamaba enfrentándose a las personas–. Ha pasado poco desde la caída de nuestra diosa y señora y nuestros esfuerzos por localizar a su hijo Kolbein no han dado frutos. Ni siquiera tenemos la certeza de si está con vida.
–Deberíamos buscar en el Mundo Exterior –sugería uno de los presentes–. Es posible que el Príncipe de los Muertos se encuentre en la corte del emperador Jerrod y la emperatriz Sindel.
–No podemos entrar sin alarmar a nuestros enemigos –decía el hombre del altar–. Tenemos que seguir moviéndonos en las sombras.
–Entonces, hagamos brujería para invocar a nuestra señora –proponía otro de los seguidores–. Probemos magia de sueños o posesión. Probablemente, tengamos mejor resultado
Los susurros entre los presentes se esparcían como la pólvora ante las sugerencias.
El líder miraba pensativo a la multitud, empezaba a caminar en círculos y les daba la espalda a los seguidores contemplando la estatua de la diosa. El silencio podía cortarse con un cuchillo y todos observaban expectantes la decisión del líder.
–Está bien –decía volteándose–. Comiencen los preparativos para el ritual. Utilizaremos magia de sueños. La magia de posesión podría despertar la curiosidad de los demonios.
Los presentes se inclinaban y recitaban:
–Por Hela y su sagrada ley.
Los seguidores se movían de un lado al otro colocando velas y cráneos de animales, pintaban un círculo con sangre y en el medio dejaban la daga Sultin entre miles de huesos, flores y piedras con runas nórdicas. Cada seguidor tenía en su frente la runa Ear, ᛠ. Se recostaban alrededor del círculo, empezaban a recitar un conjuro en un idioma desconocido y luego entonaban un poema:
–La tumba es horrenda para cualquier caballero, /cuando la carne empieza sin cesar, /a enfriar el cuerpo, la tierra elige/un oscuro lecho; la prosperidad cae, /la alegría pasa, los pactos son traicionados.
Adelina había caído en una negrura espesa y veía a los seguidores de pie. Abrían los ojos buscando a Hela, la llamaban y rezaban. En un momento, la figura de una mujer se hacía presente entre los seguidores, se encontraba recostada en un féretro unido a cadenas y decía:
���Los escucho mis leales seguidores.
–Mi señora –decía el líder y todos se acercaban–. Estamos aquí, díganos qué debemos hacer.
–Quieren traer a alguien de la muerte –exclamaba Hela entre quejidos–. Mi poder se desvanece y deben repartir el castigo.
–¿Dónde se encuentra, mi diosa? –preguntaba otro seguidor–. La ayudaremos y también, al Príncipe de los Muertos.
–La familia está a tres días al Norte –hablaba–. Mi poder…
–Mi señora…
–Abominación –susurraba Hela–. ¡ABOMINACIÓN!
El grito de agonía de la diosa había hecho retroceder a los seguidores y se quedaban impactados al ver a su diosa elevarse a la basta negrura rompiendo el féretro. Unas cadenas ataban sus extremidades irradiando naranja y verde y hacían gritar a Hela una y otra vez. Se retorcía, mientras su cuerpo se pudría lentamente y solo quedaba su llanto.
El recuerdo cambiaba a otro. Adelina se encontraba en una cueva diferente y veía la familia que le resultaba conocida. Los miembros cargaban el cadáver en el centro del ritual, juntaban las manos y empezaban a recitar un conjuro.
Inmediatamente, unos gritos de batalla azotaban la cueva. Los seguidores de Hela destruían todo a su paso y la madre intentaba cuidar el cadáver, mientras el padre y el hijo mayor peleaban. Uno de los invasores había logrado asesinar al hijo incrustándole una lanza en todo el pecho emanándole el líquido carmesí de la boca, la madre cargaba el cadáver y corría hacia la salida, pero uno de los fieles le había clavado su espada en el abdomen. El padre era el único sobreviviente y todos los fieles se abalanzaban contra él acuchillándolo hasta dejarlo sin vida.
–Por Hela y su sagrada ley –decían los seguidores.
Se marchaban dejando un baño de sangre y sin mirar atrás. Los minutos pasaban con lentitud y Adelina creía que se había quedado atrapada en el tormentoso recuerdo del pasado, pero sus dudas y temores se desvanecían al ver que el cadáver comenzaba moverse. Se quitaba las mantas sucias revelando a Mateo… con rasgos un poco más jóvenes. Miraba la masacre, sus manos se manchaban con la sangre de su familia, su expresión de confusión pasaba a una de terror y soltaba un grito desgarrador.
Adelina había perdido la noción del tiempo. Los días eran similares. Shang Tsung, Mateo y Dimitri no descansaban en sus experimentos retorcidos. Cada corte que le hacían con la daga era más brutal que el anterior, comenzaba a plantearse la idea de usar otros métodos e incluso, estudiar las runas de Kolbein, pero Shang Tsung había recalcado la necesidad de la presencia de Quan Chi.
Las muñecas le dolían y las esposas le enrojecían la piel. La celda se había vuelto fría, los dientes les castañeaban a los pocos minutos de entrar y la camisa de camuflaje no le brindaba tanto calor. El hambre la consumía por completo y solo se le calmaba cuando le daban pan duro y arroz. Los pocos minutos a solas que tenía, lloraba en silencio pensando en sus amigos y en Tomas y tarareaba las canciones que recordaba.
Algunas veces, Dimitri la observada comer, le tocaba los brazos y los hombros y Adelina trataba de alejarse de su repugnante tacto entre patadas y manotazos. Incluso, había intentado darle un cabezazo, pero lo había esquivado y le tiró el cabello negro como reprimenda. Desde ese momento, Adelina dormía menos y caminaba por más horas en la celda para combatir el sueño.
En uno de los días, ella despertó por los golpes de los barrotes de su celda, los guardias la sacaron a la fuerza y la arrastraron por los pasillos hasta llevarla a una habitación completamente diferente. Las paredes desprendieron un calor asfixiante, el cambio repentino del clima le dio vueltas la cabeza y Adelina tuvo que hacer un esfuerzo titánico para no desmayarse. Los soldados le quitaron las esposas, la encadenaron en una mesa de tortura extendiendo sus extremidades, la cabeza de la joven cayó sobre su hombro haciendo que el cabello negro tapara su visión.
–¿Pudiste averiguar bien la ubicación exacta del siguiente artefacto? –preguntó Shang Tsung y la muchacha observó a quién le dirigía la palabra.
–Encontrar el mapa indicado lleva tiempo –respondió Mateo revolviéndose el cabello castaño–. Y los estúpidos seguidores de Hela no dejaron una coordenada ni menos el nombre del sitio, pero lo seguro es que está aquí en la Tierra.
–¿Qué querés hacer? –preguntó Adelina.
–Cállate –vociferó Mateo.
La joven vio el origen del calor. Había un horno para fundir metales al rojo vivo y entre las llamas se encontraba la daga Sultin sin su color negro y plateado, sino anaranjado. Un soldado imperial la sacó usando pinzas, la dejó en una mesa de piedra y se marchó del lugar. Adelina comenzó a forcejear, pero Mateo le dio una bofetada desorientándola más y sus mareos se acrecentaron.
–¿Dónde está el estúpido de Dimitri? –preguntó Shang Tsung.
–Estoy aquí –respondió el hombre entre respiraciones pesadas.
–¿Qué hacías? –cuestionó Mateo.
–Preparar mis cosas –respondió Dimitri–. Tengo la reputación de ser un buen torturador con los elementos de la tabla periódica y quiero conservarla.
Sacó la caja de madera mostrando los metales y se sentó en la mesa revisando su contenido. Shang Tsung y Mateo observaron la daga detenidamente, el muchacho tomó guantes para el calor y dijo:
–No puedo creer que por varias horas esta cosa no se haya derretido. La colocamos ayer a la tarde a temperaturas altísimas.
–Significa que esa arma posee bastante poder y hay que estudiarlo –dijo un hombre–. Tu amigo y Damashi tienen razón de que los artefactos pueden ayudarnos a deshacernos de Liu Kang.
Adelina movió apenas su cabeza para ver de quién provenía la voz. Era un hombre aterradoramente pálido, sus ojos estaban pintados, se extendían por su cabeza calva y llevaba ropas azules y negras provenientes del Mundo Exterior.
–Es bueno verte, Quan Chi –dijo Shang Tsung.
–Probemos los poderes que posee –soltó el otro hechicero.
–Ya sabemos que tiene dos –informó Dimitri–. Manipulación del hierro y criomancia. Pero son débiles.
Mateo tomó la daga y la acercó a Adelina. Intentó alejarse, pero las cadenas se lo impedían, las extremidades estiradas le dolieron y el calor del arma se acrecentó. Vislumbró la sonrisa maliciosa de Dimitri, también las de Shang Tsung y Quan Chi, mientras Mateo la miraba con desprecio. La muchacha siguió moviéndose como un animal indefenso, el hechicero calvo elevó sus manos y emergieron un color verdoso y violeta. Su poder la inmovilizó por completo y Mateo colocó la hoja afilada y ardiente en el brazo tatuado de Adelina.
El dolor fue insoportable. Gritó y todo le dio vueltas. Recordó quemaduras que se había hecho alguna vez en su infancia o cuando comenzaba a cocinar, pero fue peor. Miles de agujas calientes e invisibles clavándose en su piel, mientras Mateo puso la daga en otra parte del cuerpo de Adelina y después en otra y en otra…
No supo cuánto tiempo estuvo chillando o si ya quedó completamente afónica. Las lágrimas cayeron en sus mejillas perdiéndose en el suelo sucio, alzó la cabeza y vio a los muertos. Sus padres sangrando por las heridas de bala, Kolbein con su herida en el abdomen, distintos hombres y mujeres desconocidos gritando al mismo tiempo y Hela pudriéndose. La negrura invadió la visión de Adelina, el ruido se convirtió en un pitido, las voces de los cuatro hombres dejaron de tener sentido ni comprendió lo que le decían. Un ardor en su mejilla la azotó.
Su cuerpo le pareció plomo, el suelo caliente la recibió y soltó un gemido de dolor. Los ojos avellana de Mateo estuvieron en el campo de visión y la zarandeó varias veces, mientras le decía cosas que Adelina no logró comprender. Alguien le tiró agua para hacerla reaccionar y los ojos de la joven se cerraron por completo.
El suelo raspó su cuerpo y la lanzaron como un saco de papas hacia la fría celda. Adelina se arrastró como pudo hacia la pared, se recostó tratando de no apoyarse del lado derecho de su cuerpo y con las pocas fuerzas que tenía, observó las quemaduras desperdigadas por su brazo y abdomen. Las muñecas y hombros le dolieron como nunca por culpa de las esposas y cerró los ojos soltando un gran suspiro. Inmediatamente, el eco de un chirrido se escuchó por la celda y Dimitri apareció cargando un plato de comida y un pote.
Los guardias imperiales, como era costumbre, le quitaron las esposas a Adelina y Dimitri le acercó el plato. La muchacha devoró el arroz y el trozo de pan duro, tembló del frío y se cubrió con la camisa de camuflaje, mientras Dimitri la observaba. La chica se alejó dejando el plato a un costado y el hombre abrió el pote.
–Si no te pongo esto las quemaduras se infectarán –dijo sosteniendo el recipiente de plástico–. No quiero soportar las quejas de Quan Chi y Shang Tsung.
–Yo me lo pongo –gruñó Adelina agarró el pote y se pasó la crema por las quemaduras.
Soltó una mueca disgusto al tocar las heridas, pero intentó no mostrar más emociones. Se cubrió más con la camisa y se alejó más de Dimitri.
–Podría conseguirte unas mantas –dijo guardando el pote–. Si haces algo por mí, obviamente.
–Prefiero morir de hipotermia que necesitar algo de vos –escupió Adelina.
Dimitri la tomó por el cuello e intentó rasguñarle la mano.
–Te estás congelando en este lugar asqueroso –mostró los dientes–. Apenas te toqué y eres un cubo de hielo.
–No me importa, forro.
La muchacha le tiró un escupitajo, Dimitri gruñó y la lanzó hacia la pared. Los guardias la volvieron a esposar y, en ese instante, una idea cruzó por la cabeza de Adelina. Las mantas serían una buena tapadera durante la ausencia de los guardias en el cambio de turno, tendría una gran posibilidad de escapar sin ser detectada. Pero debía mantenerse despierta y escuchar los cambios en la noche.
Dimitri se fue entre maldiciones dejando que los guardias la vigilaran. La joven tembló del frío y se acomodó contra la pared. Su mente la llevó devuelta a Daniela, Mariano y Tomas, cerró los ojos conteniendo el llanto y cualquier moqueo.
Adelina veía a los seguidores de Hela completamente diferentes a la última vez. Había varias lápidas y nombres de fieles ya muertos en la cueva. Todos estaban arrodillados frente al altar de Hela y el líder se ubicaba detrás de la estatua de la diosa.
–Hermanos míos –empezaba alzando las manos–. Hemos estado por varios años buscando a nuestra diosa y señora, pero no hemos tenido resultados. Nuestra búsqueda con el Príncipe de los Muertos ha quedado en un punto muerto y necesitamos reorganizar nuestras fuerzas. Alguien nos está diezmando.
–¡Mi señor! –decía una de los fieles entrando a la cueva–. Encontramos algo en las cercanías de un pueblo a una semana de aquí. Está relacionado al Príncipe de los Muertos.
Todos los presentes se levantaban con rapidez y se marchaban de la cueva cargando cada suministro que podían los caballos. Cabalgaban entre la tormenta dejando atrás posadas y campos, llegaban a su destino… la cabaña de Kolbein.
Los seguidores bajaban de los caballos, se acercaban a la desastrosa estructura y hacían un perímetro. Entraban al hogar, sus rostros se mostraban inexpresivos ante lo que veían y empezaban a hurgar. La mesa destrozada, la sangre en la pared, los pedazos de hierro incrustados en el suelo, las manchas negras en la madera por quemaduras.
–Mi señor –decía uno de los fieles–. El Príncipe de los Muertos tuvo un heredero.
Su mano señalaba la cuna intacta al lado de la cama de paja.
–Debió haber escapado en la pelea –susurraba el líder–. Esperemos por Hela, que haya tenido suerte la madre y el pequeño.
–¡Mi señor! –gritaba un fiel a las afuera de la cabaña–. Hay restos.
Todos los que se encontraban en la cabaña, salían desesperados y se acercaban a donde estaba el seguidor. Había una tumba abierta, un cuerpo en estado de descomposición y los seguidores se arrodillaban susurrando oraciones. El líder tomaba de los restos de Kolbein la daga Sultin y su bolsa de runas, las guardaba entre trapos sucios y otro seguidor cargaba el cuerpo del Príncipe de los Muertos.
El recuerdo cambiaba a otro. El líder de los seguidores poseía en sus manos la corona de púas de Hela y la colocaba en un cofre de piedra con runas nórdicas. Los demás fieles salían de la caverna, llegaban a lo que parecía los restos de una fortaleza china y se arrodillaban en la entrada susurrando una oración.
Los fieles se quedaban a descansar en una cueva, un par vigilaba gracias a las llamas de la pequeña fogata y un leve viento frío se elevaba apagando el fuego. Uno de los seguidores se alejaba del grupo tratando de escuchar el mínimo ruido insignificante, observaba cada árbol buscando algo fuera de lo común y se daba la vuelta para volver a su puesto.
Rápidamente, una figura le atravesaba el pecho con una espada. El seguidor apenas pudo vociferar.
–¡Nos atacan!
La figura tomaba la forma de Mateo. Los seguidores de Hela empezaban a pelear contra él, pero había desaparecido en una maraña de sombras y volvía aparecer clavando su espada en el cuello de otro fiel. Lanzaba la oscuridad hacia un seguidor frente suyo segándolo, se abalanzaba hacia él con un rugido y le cortaba la cabeza.
Uno a uno, los seguidores de Hela iban muriendo, Mateo cortaba y embestía sin un ápice de respiro dejando un baño de sangre y extremidades esparcidas manchando la nieve blanca. El muchacho se revolvía el cabello castaño soltando una exhalación, se sentaba en un tronco y observaba a un seguidor moribundo.
–Pagarás… por lo que hiciste –susurraba y la sangre salía de su boca manchando las botas de Mateo.
–Ustedes, primero y su diosa de mierda –gruñía clavando la espada en el cuello del seguidor–. Por mi familia.
El golpe de los barrotes de la celda despertó a Adelina y los guardias la llevaron a una habitación diferente a la del día anterior. Los hechiceros le hicieron un chequeo que duró todo el día. Shang Tsung estudió sus ojos, la textura de la piel pálida de Adelina, los músculos e incluso, sus dientes teniendo que contener el impulso de darle una mordida o un escupitajo. Una pequeña parte de su interior, le alegró no tener que soportar cortes, quemaduras o nuevos métodos de experimentación.
Se puso tensa al sentir la mirada asquerosa de Dimitri durante todo el chequeo. Se cubrió con los restos de la camisa de camuflaje, pero parecía que el hombre le divertía verla en ese estado de desesperación. Le extrañó que Mateo no estuviera presente, quizás no hacerla sufrir y chillar no lo entretenía o simplemente, no se había enterado.
Adelina mantuvo la boca cerrada durante todo el día y no se atrevió a dirigirle la mirada a los hechiceros ni a Dimitri. Los guardias imperiales la arrastraron hacia la celda y la muchacha intentó memorizar los pasillos y los pequeños recovecos en los que esconderse cuando escapara. El frío del lugar invadió cada parte de su cuerpo, los dientes de la joven castañearon con fuerza y su cuerpo tembló como una hoja. Se sentó en el suelo apoyando la espalda contra la pared y empezó a contar los minutos.
El chirrido de la puerta azotó cada rincón del sitio, las pisadas se volvieron más fuertes y Dimitri apareció con una sonrisa engreída trayendo su comida. Los guardias abrieron la celda, le quitaron las esposas y el hombre entró. Adelina se frotó las muñecas adoloridas y tomó el plato de plástico devorando su contenido. Los soldados mantuvieron sus manos en las empuñaduras de las espadas y se ubicaron en la entrada de la celda.
–Mi oferta sigue en pie –soltó Dimitri sonriendo.
–¿Qué querés? –preguntó Adelina evitando su mirada penetrante. El arrepentimiento la inundó.
–Soy un hombre de gustos y placeres sencillos –dijo Dimitri acercándose a la muchacha con lentitud–. Muchachos, por favor traigan unas mantas a esta chica. Se está helando aquí.
Los soldados asintieron y se dirigieron hacia la puerta. Los ojos azules oscuros de Dimitri se enfocaron en la joven, sus dedos le tocaron el cabello negro como la tinta y tembló. Tomó un mechón aspirando el aroma, lo enredó juguetonamente y lo soltó acercándose más a la chica.
–El jazmín tiene un aroma exquisito y más en una mujer hermosa –susurró Dimitri, una de sus manos tocó sus mejillas pecosas y bajó hacia los labios–. Carnosos y suaves…
Las manos del hombre bajaron hacia el pecho de Adelina y luego, hacia las caderas apretándolas con fuerza. La muchacha le dio una bofetada, le golpeó el pecho una y otra vez tratando de alejarse, pero Dimitri no reaccionó en lo más mínimo y milagrosamente, las pisadas de los guardias hicieron que el agarre del hombre se aflojara hasta poder librarse. Los soldados aparecieron cargando un par de mantas, mientras Adelina se alejaba temblando y cubriéndose como podía.
–Aquí está lo que pidió, habitante de la Tierra –dijo uno de los soldados
–Dicen que la paciencia es una virtud –susurró Dimitri–. Cuando los hechiceros terminen contigo y antes de que Mateo decida matarte, nos vamos a divertir mucho.
Uno de los soldados volvió a esposar a Adelina, mientras el otro la cubría apenas con las mantas. Dimitri se marchó dándole una sonrisa retorcida, un escalofrío recorrió la espalda de la muchacha y su ansiedad por escapar aumentó.
Los guardias se pusieron firmes, Adelina se recostó contra la pared contando los minutos y mantuvo una postura relajada y los ojos entreabiertos. Agudizó el oído ante cada diminuto sonido, el tiempo se volvió eterno y la joven tuvo que hacer un esfuerzo titánico de no mover su pierna o cualquier otro músculo del cuerpo.
Las pisadas de los guardias dirigirse a la puerta la aliviaron, pasó sus manos esposadas sobre la parte bajo de sus piernas y las colocó en su pecho. Buscó en la vieja cama de madera un par de clavos, sus dedos fueron hacia la cerradura de las esposas, empezó a maniobrar con uno de los clavos para quitárselas escuchando el leve sonido del mecanismo y se las quitó. Inmediatamente, acomodó las mantas para darle su apariencia, ocultó las esposas y se aproximó a los barrotes de su celda. Empezó a maniobrar la cerradura usando el clavo oxidado y mantuvo el oído agudizado.
Al escuchar el clic, el corazón de la muchacha dio un salto, abrió la puerta y la cerró haciendo el menor ruido posible. Salió del sitio caminando con todos los sentidos en alerta, se camufló en las sombras recordando su entrenamiento con los Lin Kuei y apretó con fuerza los clavos. Los pasillos laberínticos confundieron a Adelina, trató de rememorar y abrió las tantas puertas desperdigadas entre bifurcaciones y caminos sin salida.
Se escondió entre las polvorientas cajas de maderas ante la presencia de soldados del Mundo Exterior y le pareció vislumbrar mercenarios portando armas de fuego. Una de sus manos fue hacia su boca tratando de acallar su respiración y contó los segundos escuchando la conversación de los guardias y rezando para que no la encontraran. Las voces se volvieron más lejanas, Adelina levantó apenas la cabeza sin encontrar ningún guardia y siguió caminando entre los confusos pasillos.
Entre las tantas puertas cerradas, Adelina encontró una abierta y entró sin dudar ni titubear. La luz anaranjada de los focos iluminó la habitación, el miedo recorrió cada parte de su cuerpo y caminó lentamente hacia la pared. Había fotos de ella desperdigadas, cada una era de su vida cotidiana en Buenos Aires. Fotos de ella con Mariano y Daniela riendo, fotos saliendo de su edificio y otras tantas dispersas. Papeles estaban unidos con un hilo rojo, otros eran documentos de personas desconocidas y un gigantesco árbol genealógico se imponía frente a los ojos de la joven.
Adelina analizó con cuidado el árbol y los integrantes de la familia. Iniciaba con Alarik y la diosa Hela, la línea negra bajaba hacia el nombre de Kolbein y Siriana y se encontraba el de Siriana. El árbol genealógico iba extendiéndose entre diferentes miembros hasta llegar a los nombres de los padres de Adelina, Ricardo y Elena Acosta y debajo estaba el de la joven… Era imposible.
Sus ojos buscaron alguna información de sus padres y encontró fotografías de su asesinato, del Viejo Mario y grandes expedientes. Tomó algunas hojas y el árbol genealógico, salió lo más rápido posible del lugar y el corazón se le salió del pecho al ver un guardia imperial.
–¡Alto! –gritó desenvainando la espada.
Se abalanzó hacia la muchacha y esquivó la hoja. Le propició una patada en el costado desprotegido, el guardia trató de agarrarle el cabello negro, pero la muchacha le asestó un puñetazo en la nariz y trató de sacarle el arma. El soldado imperial la empujó haciéndola caer en un conjunto de cadenas, el dolor azotó la parte baja de su espalda y se levantó tambaleante. Tomó una cadena y la envolvió en su mano.
Se abalanzó contra el guardia esquivando una embestida de su espada y pasó por debajo de sus piernas. Adelina se subió a su espalda como un koala, rodeó la cadena en el cuello del soldado y comenzó a tirar con todas sus fuerzas. El guardia soltó quejidos, sus dedos tocaron la cadena tratando de quitársela y la joven volvió a tirar con más fuerza soltando un gruñido animal. Cayeron al suelo y el soldado continuó luchando, pero Adelina notó que el forcejeo del hombre fue haciéndose más débil hasta cesar.
La muchacha apartó el pesado cuerpo soltando una respiración pesada. Se levantó entre quejidos, empezó a correr, las voces se volvieron más notorias y su corazón salió de su pecho.
–¡Ahí está! –gritó una voz.
Adelina volteó la cabeza. Un grupo de guardias se aproximó hacia ella, corrió a toda velocidad sin importarle la dirección en que los pasillos la llevaban, cualquier bifurcación le sería de mucha ayuda. Se dirigió hacia el pasillo derecho con la esperanza de sacarse a los guardias de encima, pero no esperaba chocarse contra algo duro. Cayó al suelo soltando un quejido y el corazón de Adelina se detuvo.
Los ojos avellana de Mateo se posaron en ella, destilaron sorpresa y odio, la muchacha usó las palmas de sus manos para retroceder. Pero el hombre caminó tomando una pistola y con un gruñido, le golpeó en la frente con la culata llevándola a la negrura.
Las voces le sonaron confusas. Su visión fue borrosa, las siluetas se movieron de un lado al otro, trató de hacer que sus extremidades reaccionaran, pero ninguna le respondió y pudo escuchar fragmentos de conversaciones.
–No es buena idea…
–Yo me encargo… va a ser divertido…
–Haz lo que quieras…
La frente le estalló de dolor, intentó tocarse la frente, pero el sonido de cadenas fue lo único que escuchó y se percató de que tenía una cinta en la boca. Alzó la cabeza, las esposas estaban unidas a cadenas contra la pared. Intentó levantarse, pero sus fuerzas se desvanecieron al sentir una bofetada y la muchacha abrió los ojos como platos.
Un hombre encapuchado de pies a cabeza le quitó la cinta de la boca y Adelina tuvo que contener quejido de dolor. La miró fijamente analizando cada parte de ella y se enfocó en los papeles que cargaba.
–Adelina Acosta –empezó el hombre mostrándole apenas los documentos a la chica–. Nacida en Rosario, Provincia de Sante Fe, Argentina; hija de Ricardo y Elena Acosta y huérfana tras sus asesinatos por unos estúpidos narcos contratados por nosotros. Lo que nos dejó de enseñanza de nunca dejar el trabajo a otros.
–¿Qué querés decir? –cuestionó Adelina en un susurro.
–A la edad de diez años, te fugaste del orfanato en el que residías con tu amiga, Daniela Ramoter–prosiguió enfocándose en los papeles–. Criada por Mario Vandetti y conviviendo con el estúpido de Mariano Baldor. Eres arqueóloga, artista e investigadora privada. También, descendiente de Hela, diosa de los muertos y antigua gobernante del Infierno.
–Mentira –gruñó la muchacha–. Ella me maldijo y tengo estas marcas en el brazo y la pierna.
–Lo que tienes es un símbolo de esa diosa de porquería –dijo el hombre elevando la musculosa blanca destrozada y sucia–. Significa que su sangre corre por tus venas.
–Mentís –vociferó Adelina–. No es verdad.
–Por desgracia, tengo la razón –argumentó con calma–. Tienes sangre de una diosa y una muy poderosa. Me alegro de haber sido testigo de su caída.
La afirmación la tomó por sorpresa.
–¿Eras vos…? –preguntó Adelina–. ¿Hiciste vos la revuelta?
–Fui uno de miembros y con orgullo –respondió sonriente–. Soy Nyagust, antiguo miembro de la revuelta del Infierno. Humillé y encerré a Hela, porque se lo merecía. Su estúpida forma de gobernar me daba arcadas y más demonios compartían mi sentimiento. Agradezco a Damashi, su último empujón con la magia para dejar a Hela sin fuerzas y encadenarla.
–Entonces ¿para qué me querés? –cuestionó Adelina. Cada palabra que salía de la boca le resultó imposible de creer.
–Porque hay un poder dentro de ti –respondió tocando el pecho de Adelina con el dedo índice–. Además, eres la única que puede tocar los artefactos de Hela y su asqueroso hijo sin morir en el intento. Y necesito la magia que poseen dentro.
Muchos sucesos se conectaron en su cabeza. Las visiones y sueños, las alucinaciones de los muertos, la criomancia, la manipulación del hierro. Trató de meterse en la cabeza que era una mentira. Que querían hacer otras cosas repugnantes con ella, pero le resultó imposible de creer.
–No sé a qué te referís.
–Sí, lo sabes –dijo Nyagust–. Lo sabes dentro de ti, por más que lo niegues. Disfruta de lo que te queda de vida. Romperte va a ser divertido y serás nuestra buscadora del tercer y último artefacto.
–No voy ayudarte en nada.
–Muy tarde.
Nyagust comenzó a reírse, mientras se marchaba de la celda. La puerta hizo su chirrido característico, Mateo apareció ordenando a los guardias que se marcharan, se acercó revolviéndose el cabello castaño y se sentó en la cama de madera. Adelina lo enfrentó, sin pensarlo le tiró un escupitajo, el muchacho soltó una mueca, le dio una bofetada y luego otra y otra… Se detuvo y volvió a sentarse en la cama de madera soltando una exhalación.
–Vos mataste a Kolbein –afirmó Adelina–. Y a los seguidores de Hela.
–Lo hice –dijo Mateo–. No me arrepiento de haberlo hecho.
–Hela mató a tu familia ¿verdad? –preguntó la joven.
–¿Cómo lo sabes? –cuestionó Mateo en un tono oscuro, pero luego soltó una risa pequeña–. ¿Usaste algún truco o te lo mostró Hela?
Adelina guardó silencio y siguió enfrentando con la mirada al hombre.
–Mi familia estaba pasando un mal momento, en plena Edad Media –empezó Mateo–. Todos trabajábamos para traer un plato de comida, pero me enfermé de gripe. En ese momento, no existía una cura y mi familia intentaba de encontrar cualquiera que pudiera ayudarme. A las pocas semanas, morí y mi familia convocó a Hela para que me resucitara.
–Pero ella se negó –dijo Adelina.
–Mis padres trataron de convencerla –continuó Mateo–. Entonces, decidieron la resurrección, pero sus seguidores se enteraron y… –soltó una risa pequeña–. No sé cómo lograron encontrarlos y los masacraron. A pesar de eso, resucité… Por un tiempo, me maldije a mí mismo por sus muertes, pero fue gracias a Damashi que vi la verdad…
–¿Cuál es esa verdad? –cuestionó Adelina.
–Por culpa de tu miserable familia, la mía está muerta –gruñó Mateo apretando las mejillas pecosas de la joven–. Entonces decidí masacrar, lo que esa diosa asquerosa más amaba y era a su preciado hijo y fieles. Damashi me contó sobre la revuelta del Infierno y que Nyagust me ayudaría a exterminar todo el linaje. Por desgracia, toda tu familia logró ocultarse bastante bien por toda Europa y huyeron a un país tercermundista de Latinoamérica.
–Hijo de puta –escupió la joven.
–Maldice todo lo que quieras, en tu mente –dijo Mateo sacando un trozo de cinta y se la colocó en la boca–. Por ahora, descendiente de Hela, necesitas prepararte para los siguientes experimentos.
El muchacho se levantó de la cama de madera y antes, de irse dijo:
–Me agradas, Adelina. Hubiéramos sido algo más en otro mundo… Pero tu sangre inició esto y me voy a vengar.
El chirrido de la puerta se escuchó por todo el lugar, la voz de Dimitri le causó escalofríos y empezó a forcejear con las cadenas y esposas, pero sus fuerzas la habían abandonado.
–Te lo juro, Julius –dijo Mateo entre gruñidos–. Si la llegas a lastimar o solo propasarte con ella, estás muerto. La necesitamos lo más sana posible. Los guardias me dijeron que estuviste con ella cuando escapó y que hacías cosas.
–Detesto que me llames por mi nombre –dijo Dimitri–. Y dos, eres un maldito hipócrita. Escuché como le dabas una golpiza, pero como mi jefe voy a intentarlo… Aunque no prometo nada.
Mateo le lanzó una mirada de disgusto y se fue del lugar. Dimitri sonrió victorioso soltando una risotada engreída, se sentó en la cama de madera y luego se acomodó al lado de Adelina pasando un brazo sobre el hombre de la joven. Intentó apartarse de su tacto, pero Dimitri mantuvo su agarre y la obligó a lo mirara.
–Ahora sí –susurró y sus labios se posaron en la mejilla pecosa de la muchacha. No eran los labios cálidos y reconfortantes de Tomas–. Me moría por hacerlo.
Adelina rememoró sus momentos con el muchacho Lin Kuei. Las palabras dichas, las comidas que compartieron y los besos a escondidas. Los labios de Dimitri fueron bajando cada vez más y la muchacha siguió luchando contra su agarre. Inmediatamente, el hombre detuvo las caricias incómodas y la admiró.
–Es una pena que tanta belleza –dijo el hombre quitando los mechones negros y apretó con fuerza el cuello de Adelina–. Esté derrochada en ti. Pero voy a disfrutar lo que queda de tu vida.
Le soltó el cuello y el aire invadió sus pulmones. Dimitri la observó por varios minutos, pero Adelina miraba un punto fijo del pasillo tratando de mantener sus emociones a raya. Dimitri cayó dormido con la cabeza recostada contra la pared y una de sus manos ubicada en la cintura de la muchacha.
En ese momento, las lágrimas mojaron sus mejillas y parte de su musculosa, el llanto fue callado por la cinta en su boca y tembló sin parar. No supo cuándo sus ojos se cerraron, mientras recordaba a Tomas, Daniela y Mariano.
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Me rompiste tanto que ya ni siquiera sé quién soy.
Te di todo lo que más podía y no bastó, no te bastó.
Pero te quejas y me criticas porque ahora soy yo quien supuestamente no da nada.
Te molesta si te digo lo que atormenta mi mente y te quejas y me celas cuando yo he sido fiel, eres tú la infiel.
Me tachas de mala persona cuando eh trabajado más que cualquiera por mantenerte y pagar el lugar donde vives, donde vivimos aún.
Dices que no te amo, cuando quien lo dejo todo por estar contigo fui yo no tú.
Las caricias fueron reemplazadas por llantos, noches de insomnio y falta de apetito.
Sonrió, me rio y sigo el día día mientras mi mente me grita que pare, que te deje, que me aleje porque tú eres mala, porque me haces daño, porque me minimizas, porque te crees superior cuando eres un ser humano asqueroso que solo quiere a los demás por beneficios más no por amor, amistad, respeto o lealtad.
BlueGirl
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Bugambilia (Neuvillette x Fem!Reader) pt. 2
💖~ I really like it and I wanted to do something else.
If I'm honest while I was doing this I couldn't help but remember that my grandmother had bougainvilleas in her garden and I always paid more attention to the colorful part than to the flower itself.
Part 1 here
Warning: angst | Google Translate sponsors me (it's a lie) If I made any mistakes in the english translation, I would be happy to read your comments! | Content in spanish and english

Spanish:
Neuvillette era un amante sensato, siempre pensaba en lo mejor para ti y te permitía tus caprichos cuando eran justos, si deseabas retenerlo un poco más en la mañana, si alargabas los besos de despedida o cuando llegabas con el almuerzo para comer juntos, él apartaría lo que tuviera en el camino para que seas feliz.
Siempre deseaba verte feliz, y aunque al inicio fue algo normal de parte de cualquier amor, él notó que muchas veces lo mirabas confusa. Había algo detrás de tus ojos, una especie de sospecha que te nublaban la mirada y revestía tu alma con una falsa tranquilidad. Pero Neuvillette te conoce, más de lo que deseabas, menos de lo que esperabas. En un intento de apaciguar tu extraño sentimiento, decidió ofrecerte una caja de dulces, sonriendo cuando los compró, pensando en tu rostro feliz cuando tu comías unos parecidos antes.
Su humor se congeló al ver que no eran de tu gusto, aunque los aceptaste como un gesto amable, no eran de tu gusto y tu mueca disimulada te delató. En un inicio no lo entendió y prometió hacerlo mejor, quería esforzarse por mantener tu sonrisa y eso fue lo que te llenó de insertidumbre.
"No me estás mirando a mí." Llegaste a una conclusión, Neuvillette alzó una ceja en desconcierto, sin entender del todo la intensión detrás de tus palabras. "Eres nostálgico y melancólico, sonríes pero parece que quieres llorar, esperas pacientemente por mi cuando caminamos, me ayudas a bajar las escaleras y me sostienes tan dulcemente pero..." Él esperó a que terminaras, seguía viendo tu rostro angustiado, asustado en algún punto, casi enojado, y eso lo destrozó. "Tu no haces esas cosas por mi, ¿no es así?"
"Claro que las hago por ti, esta eres tu, querida. ¿A quién más amaría tanto como para servirle de esta manera?" Esa pregunta tenía una trampa y Neuvillette lo sabía, en su cabeza pasaron las mismas imágenes que lo atormentaban cuando no dormías a su lado, el baile de una flor morada que lo hacía llorar y anhelar el antaño, y cuando volvía al presente te veía a ti, sentada y analizando su rostro. Entrando en razón por fin, suspirando y haciendo lo único que podría matarlo con tanta facilidad, fruncir el ceño.
"Lo haces por alguien más que no soy yo." Ante sus ojos los colores monocromáticos no deseaban irse, se incrustaban en sus ojos como una bugambilia, con sus púas negras partiendo su corazón y sin permitirle ver los matices de morado que vestían ambas personas amadas. No quería aceptar que tu mirada era distinta, su color y la forma de tus ojos cristalinos, tus labios bonitos no sabían como antes, ahora sentía el sabor salado de un mal amor y tu cuerpo, que era cubierto por sus brazos para consolarte, se sentía distinto bajo su tacto. Eras distinta, y tus pétalos caían por culpa de ello. Por culpa suya.
Su corazón golpeó violentamente contra su pecho cuando te abriste paso y las espinas le perforaron la conciencia. El morado y el magenta peleaban por un espacio en su corazón y eso lo destruía mientras te abrazaba, disculpándose y llorando. La lluvia de flores no había vuelto, solo había sido reemplazada por pétalos distintos de un color parecido, cuyas flores arañaban su corazón en una súplica por ser favorecidas. Las pequeñas flores que crecían marchitas en un jardín, esperando a que acabe el turno de la otra, con gustos contrarios y apariencia saludable que camuflaba que las raíces estaban muertas y jugaban contra la lluvia y el viento con sus flores claras en busca de un corto rayo de sol asustó a Neuvillette.
"Me recuerdas tanto a ella..." Los susurros de Neuvillette eran tan bajos a comparación de la lluvia torrencial que golpeaba los techos y las ventanas, se escondía entre tu hombro de la mirada monocromática que lo mantenía cuerdo y que ahora deseaba castigarlo con los miles de tonos que existían en el jardín. Lloraba en tu ropa y se disculpaba, deseando que entiendas que su corazón estaba herido y no caía sangre sino el amargo alquitrán que manchó su visión. "Estaría tan enojada por lo que te estoy haciendo. Ella jamás me perdonaría."
"Yo tampoco lo haría." Una amenaza que Neuvillette aceptó, dispuesto a cumplir con su destierro de tu corazón si así lo preferías. Te abrazó más fuerte, besando tus mejillas y tus lágrimas en un intento de consuelo, por fin viendo que tú color jamás fue el morado sino lo que él prefirió ver. Sollozó junto a ti y se disculpó por haber confundido el amor eterno, por jamás haber aprendido que una pequeña flor amarilla era lo que debía amar en vez de las coloridas brácteas que atraían y enamoraban.
English:
Neuvillette was a rational lover, he always thought of what was best for you and allowed you your whims when they were fair, if you wanted to keep him a little longer in the morning, if you extended the goodbye kisses or when you arrived with lunch to eat together, he would push aside whatever he have in the way for you to be happy.
He always wanted to see you happy, and although at first it was normal for any love, he noticed that you often looked at him confused. There was something behind your eyes, a kind of suspicion that clouded your gaze and clothed your soul with a false tranquility. But Neuvillette knows you, more than you wanted, less than you expected. In an attempt to appease your strange feeling, he decided to offer you a box of sweets, smiling when he bought them, thinking of your happy face when you ate similar ones before.
His mood froze when he saw that they were not to your taste, although you accepted them as a kind gesture, they were not to your taste and your hidden grimace gave you away. At first he didn't understand and promised to do better, he wanted to make an effort to keep your smile and that was what filled you with insertion.
"You're not looking at me." You came to a conclusion, Neuvillette raised an eyebrow in bewilderment, not quite understanding the intention behind your words. "You are nostalgic and melancholic, you smile but it seems like you want to cry, you wait patiently for me when we walk, you help me down the stairs and you hold me so sweetly but..." He waited for you to finish, he kept seeing your anguished face, scared in his heart at some point, almost angry, and that destroyed him. "You don't do those things for me, do you?"
"Of course I do them for you, this is you, my dear. Who else would I love so much to serve in this way?" That question had a trap and Neuvillette knew it, the same images that tormented him when you didn't sleep next to him passed through his head, the dance of a purple flower that made him cry and long for the past, and when he returned to the present he saw you, sitting and analyzing his face. Finally coming to his senses, he sighed and did the only thing that could kill him so easily, frowning.
"You're doing it for someone other than me." Before his eyes the monochromatic colors did not want to leave, they embedded themselves in his eyes like a bougainvillea, with their black spikes breaking his heart and not allowing him to see the shades of purple that both loved ones were wearing. He didn't want to accept that your look was different, the color and the shape of your crystalline eyes, your pretty lips didn't taste like before, now he felt the salty taste of a bad love and your body, which was covered by his arms to comfort you, felt different under his touch. You were different, and your petals fell because of it. Because of him.
His heart pounded violently against his chest as you pushed your way through, thorns piercing his consciousness. The purple and the magenta fought for a space in his heart and it destroyed him as he hugged you, apologizing and crying. The shower of flowers had not returned, it had only been replaced by different petals of a similar color, whose flowers scratched his heart in a plea to be favored. The small flowers that grew withered in a garden, waiting for the other's turn to end, with contrary tastes and healthy appearance that camouflaged that the roots were dead and played against the rain and the wind with their clear flowers in search of a short sunbeam frightened Neuvillette.
"You remind me so much of her..." Neuvillette's whispers were so low compared to the torrential rain that hit the roofs and windows, hiding between your shoulder from the monochrome gaze that kept him sane and that now wanted to punish him with the thousands of shades that existed in the garden. He cried into your clothes and apologized, wanting you to understand that his heart was wounded and not blood was falling but the bitter tar that stained his vision. "She would be so angry at what I'm doing to you. She would never forgive me."
"I wouldn't do it either." A threat that Neuvillette accepted, willing to fulfill his banishment from your heart if you preferred. He hugged you tighter, kissing your cheeks and your tears in an attempt at comfort, finally seeing that your color was never purple but rather what he preferred to see. He sobbed next to you and apologized for having confused eternal love, for never having learned that a small yellow flower was what he should love instead of the colorful bracts that attracted and made him fall in love.
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El declive del rock nacional
Desde el año 2000, el rock nacional argentino ha ido perdiendo esa chispa que lo hacía único. Con la proliferación de las bandas rolingas, el género cayó en un estancamiento creativo. Sin embargo, no podemos pasar por alto que otras bandas, aunque no sean parte de este movimiento, también contribuyeron a este declive. Y aquí entra Tan Biónica, que, aunque alejada del rock barrial, tuvo su propio impacto negativo en la escena.
El rock argentino se construyó sobre las bases de artistas que brillaron por su talento y originalidad: Spinetta, Pappo, Charly García y Luca Prodan. Cada uno aportó algo único, desde la poesía cósmica de Spinetta hasta el virtuosismo crudo de Pappo. Pero en algún momento, esa búsqueda de la excelencia fue reemplazada por fórmulas simplonas y actitudes que intentaron suplir la falta de sustancia.
Con la masificación de las bandas rolingas como La Beriso, Callejeros, Las Pastillas del abuelo, Los Gardelitos, La 25 y etc... el género comenzó a girar en torno a una estética barrial y una propuesta básica. Letras repetitivas, acordes sencillos y un énfasis en la pertenencia antes que en la calidad musical definieron esta etapa. Estas bandas ganaron popularidad después de la tragedia de Cromañón, ocupando un espacio que los grandes del rock dejaron vacío tras el desastre.
Sin embargo, Viejas Locas y Los Ratones Paranoicos se destacan como excepciones dentro de este panorama. Viejas Locas, con Pity Álvarez a la cabeza, supo transmitir una autenticidad cruda que conectaba de manera honesta con su público. Aunque su música no era técnicamente compleja, tenía un alma y una narrativa que la diferenciaban. Por su parte, Los Ratones Paranoicos, liderados por Juanse, ofrecieron un sonido sólido y una influencia clara del rock clásico, adaptada al contexto argentino con canciones que aún hoy son icónicas.
A pesar de esto, ambas bandas también contribuyeron, en cierta medida, a la masificación de una estética que más tarde sería diluida por bandas menos talentosas. En este contexto, no podemos ignorar el legado de Los Redondos. Su culto ricotero, con su énfasis en la mística y la actitud barrial, fue tomado por las bandas rolingas, pero sin la riqueza conceptual y lírica que Los Redondos manejaban con maestría.
Y luego está Tan Biónica, que representa otro tipo de problema. Aunque su música está lejos del rock barrial, su propuesta superficial y orientada al pop comercial terminó de desdibujar los límites del rock nacional. Letras edulcoradas, una estética artificial y una fórmula repetitiva que apelaba más a un público masivo que a una búsqueda artística genuina, hicieron que Tan Biónica simbolizara el vaciamiento del género. Mientras las bandas rolingas simplificaban el rock desde lo barrial, Tan Biónica lo hizo desde lo comercial, alejándolo aún más de sus raíces.
El resultado es un rock argentino que parece haber perdido su identidad. En lugar de innovar, muchas bandas optaron por repetir fórmulas seguras, dejando atrás la experimentación y la profundidad que definieron al género en sus mejores años.
Entonces, ¿qué nos queda del rock nacional? ¿Podemos volver a tener músicos que, como Pappo, Spinetta o Luca, sean auténticos y trasciendan generaciones? Es hora de debatir si el rock argentino puede recuperar su lugar o si lo hemos perdido para siempre.
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Por qué los demás personajes comparten similitud en partes de su aspecto con los típicos colores de pomni?
sus cuerpos durante el incidente se vieron afectados y algunas partes fueron eliminadas aquellas partes fueron reemplazadas con lo que estaba disponible
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Alejandro y Hefestión en San Francisco.
(𝘉𝘢𝘴𝘢𝘥𝘰 𝘦𝘯 𝘦𝘭 𝘤𝘢𝘱𝘪𝘵𝘶𝘭𝘰 𝟧 . "𝘓𝘢 𝘩𝘪𝘴𝘵𝘰𝘳𝘪𝘢 𝘥𝘦 𝘋𝘢𝘯𝘪𝘦𝘭, 𝘦𝘭 𝘍𝘢𝘷𝘰𝘳𝘪𝘵𝘰 𝘥𝘦𝘭 𝘋𝘪𝘢𝘣𝘭𝘰"- 𝘓𝘢 𝘙𝘦𝘪𝘯𝘢 𝘥𝘦 𝘭𝘰𝘴 𝘊𝘰𝘯𝘥𝘦𝘯𝘢𝘥𝘰𝘴. 𝘊𝘳𝘰𝘯𝘪𝘤𝘢𝘴 𝘝𝘢𝘮𝘱𝘪𝘳𝘪𝘤𝘢𝘴. 𝘈𝘯𝘯𝘦 𝘙𝘪𝘤𝘦)
Leyes, Leyes, Leyes. Lestat siempre he renegado de ellas, incluso desde que tengo razón en mi memoria de su primera aparición: pisoteó las leyes que regían nuestra mitología adentrándose a Paris en 1789 ,con el descaro de un Caligula erigiendo estatuas altivas con su nombre en cada reunión de Consejo y burlándose, siendo prisionero, de mi fé : los vampiros debíamos ser demonios atrapados en el tiempo , viviendo en el inframundo de Les Innocents , vistiendo harapos en un eterno auto flagelo. Éramos una Isla. Vigilaba yo en el esplendor de mis dones de psicópata emperador demente, una religión secta que se disfrazaba de Imperio llamado “Los Hijos de la Noche.” Aun recuerdo las mazmorras, el único consuelo de la sangre, mi piel pálida por la estricta dieta intermitente y las ojeras de ausencia total de placer. Y llega el pegaso dorado hecho un semidios para fundar su imperio sobre mi cabeza y los de mi Clan, gritando mientras era encadenado con el cabello revuelto de un superstar rocker angelado : “ Todo eso en lo que creen no existe. No hay Diablo. No somos demonios. Debemos disfrutar como los humanos, mezclarnos, vivir la vida de ellos, respirar entre ellos..” . Torre de Babel. Tras mi derrota, me hice las paces con los viejos pergaminos de Platón, de Newton , las crónicas históricas y los deliciosos escritos bíblicos.
¿De qué me había perdido?
Siglos despues mis botas negras fueron Adidas dos siglos después, y túnicas de mohín oscuro fueron reemplazadas por chaquetas de cuero Mcqueen en los 90s´. Le rendí tributo ya no al averno ni a sus ideas de condena si no a James Dean y a Polanski con una algarabía interna de haber descubierto fuegos culturales que eran padres de otros pensamientos y hambres de curiosidad por el ser humano. Y Daniel.
Daniel representa la soledad y la decadencia humanas que dia a dia ignoran su genialidad. La tortura siempre se me ha dado fácil : mi esencia siempre ha sido esa y no busco reemplazarla. Con hervor de excitación me entregaba a las artes de la mutilación de sus amantes, mezclándolos con ciertas sesiones de música de los Beatles a todo volumen mientras les sometía a besos interminables para después hundirles la palma de mi brazo izquierdo hecha espada. Nerón vestido de Armani, entre tertulias con whisky intocable y siendo la sombra de la sombra de Daniel. Leyes. Primera Ley personal ( no me referiré esta noche a las del Concejo) : No conviertas a nadie. A diferencia de Lestat, Marius o cualquiera que yo haya conocido no convertí jamás a nadie alrededor mio, pero Lestat me arruinó las reglas y leyes: fueron los ojazos lavanda de Daniel y sus abrazos inesperados después de feroces discusiones, que quebraron las tablas de mis mandamientos. Daniel es el milagro de la encarnación. Daniel es la regla póstuma y el destino de su cordura está atada a la mía. Nos hemos perdido absolutamente en el bosque fragoso de extraños contactos que hemos experimentado jugando a Hefestión y Alejandro, como si interpretaramos todos los días papeles diferentes en las fiestas y bares plenos de David Bowie. Daniel dice que soy cruel. ¿Macabro yo? Fiestas en los que en alguna habitación o baño he asaltado su cuello por detrás por el simple hecho de jugar a la sodomía romana, a ser Caligula o a creerme Nerón , solo para saborearle sin profanarle. Aún no. No estoy seguro de sí podre, aunque sé que Daniel lo ansía : me he filtrado por los recovecos de sus pensamientos y he observado las esquinas y las miradas, sus movimientos en los besos le delatan y erotiza cualquier poema que me recita en pleno cautiverio los fines de semana. Yo, macabro. Exagera. Obsesivo de alguna parte de Daniel, alguna zona específica o esquina de su cuerpo, suelo usar siempre la lengua o el tacto sin pudor para ver su simple reacción. Daniel dice que se siente un objeto, pero los objetos no gimen ni se mueven, no piden más. Los objetos no gritan mi nombre. Los objetos no me incitan con la mirada, no encienden mis celos porque les gusta recibir la lengua del Diablo para infectarse de su dosis diaria. A los objetos no les gusta ser reclamados. Destruída la regla, mi lengua ha sido derrocada en el territorio de Daniel, mi favorito gladiador domador e incitador de los leones del panteón de la muerte. Saluda desde el otro lado de la barra, incitándome a gesto furioso. Daniel es amo y señor de las reglas de mi mundo, es el favorito del Diablo, la inspiración de las normas que se amarran a su cintura hecha de mis manos, las leyes que gime en mi boca retorcido en medio del sacrificio, el que une la muerte y la vida en una sola cama.
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Nuestro final feliz (terminó la espera)
Y un día ahí estabas, arriesgando el corazoncito que zumbaba mil veces por segundo frente a tanto nerviosismo. Nuestras manos temblaban cual hojas entre vientos de primavera. Las excusas se desvanecieron, siendo reemplazadas por el Sí, te quiero para toda la vida.
Dos años, aproximadamente, de espera, de lágrimas derramadas, incertidumbre y esperanzas rotas...que por mucho que mi corazón se partiera una gotita de fe siempre transpiraba. La fe de que algún día nuestro final feliz llegaría. Y fue hoy, que decidiste mirar hacia dentro de tu corazón, tomar coraje y limpiar aquellos vidrios empañados para que se transparentaran todos aquellos sentimientos que en el pasado alguna vez, mintiendo, me habías negado. Fue hoy que decidiste gritarle al mundo nuestro amor y adoptarlo como estilo de vida. Espero hasta el final de los tiempos que disfrutemos de nuestra compañía. Porque nuestro amor si ocurrió en esta vida, no es necesario esperar a la siguiente.
-Lo bueno se hace esperar, y yo siempre te esperaría porque sos buena.
-Somos buenos juntos.
Qué bueno que te esperé, que me esperaste y que nos esperamos hasta encontrarnos listos en nuestra mejor versión para darnos nuestro mejor amor. Valió la pena, y la alegría...
Qué placer coincidir con vos en esta vida. Aunque más allá de eso, nosotros conectamos. Qué bueno que lo hayamos logrado...
Amor mío, vivamos felices para siempre....perdidamente enamorados....como desde siempre lo hemos estado.
Fin.
-V
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Un nuevo heraldo
Fantastic Four (1961) #244 John Byrne (Escritor, dibujante)
— Galactus: ¿Y bien, Reed Richards? ¿Tu búsqueda ha dado los frutos deseados? — Reed Richards: Solo unos minutos más, Galactus, y lo sabremos… ¡Ahí! Correlacionando cada fragmento de información sobre los planetas que tienen registrada nuestros escáneres, he descubierto no menos de seis mundos posibles. Todos repletos con esa energía singular, compatible con la vida, pero sin ninguna clase de población. Perfectos para ti. — Galactus: Leo en tu mente las coordenadas espaciales de esos mundos. Están demasiado lejos para que yo llegue hasta ellos en mi estado actual si no resultan adecuados. El dilema permanece sin resolver. Debo consumir las energías de vuestra tierra… o debéis matarme y acabar para siempre con mi hambre. — Reed Richards: Eso no lo puedo aceptar, Galactus. ¡Debe haber una tercera alternativa! — Frankie Raye: ¡La hay! Hay una tercera alternativa, Galactus, y yo puedo dártela. — Reed Richards: ¿Frankie? ¿Qué estás…?
— Johnny Storm: Eh, vamos, cielo. No sé qué crees que estás tramando, pero si a Reed no se le ha ocurrido una respuesta, es imposible que a ti sí. — Frankie Raye: No seas tan condescendiente, Johnny. Tengo la respuesta. Una respuesta que solo yo puedo dar… o que pueda querer dar. He estado estudiando los archivos de los Cuatro Fantásticos. Lo sé todo sobre ti, Galactus, y sé cómo Norrin Radd te permitió que lo transformases en tu primer heraldo, Silver Surfer, para que no devorases su planeta Zenn-La. Te hago la misma oferta. No devores la Tierra, Galactus, y llévame como tu nuevo heraldo. — Galactus: ¿Sí? — Johnny Storm: ¡Frankie, no! ¿Te has vuelto loca? ¿Tienes idea de lo que estás haciendo? — Frankie Raye: No te metas en esto, Johnny. Sé exactamente lo que hago. — Reed Richards: No creo que de verdad lo sepas, Frankie. Como Heraldo de Galactus, tu trabajo consistirá en encontrar mundos que alimenten su hambre constante. Y me temo que hay pocos planetas con energía sustentadora de vida, pero sin habitar. Inevitablemente, llegará un momento en que tendrás que llevarlo a un mundo habitado. — Frankie Raye: ¿Y? ¿Unos cuantos monstruos de ojos saltones menos? ¿Qué es eso comparado con poder estar… ahí fuera?
— Galactus: Sus motivos al menos son aceptables. Demasiadas veces he escogido a un heraldo que vino a mí con un noble propósito. Esa pureza de corazón no es adecuada para los trabajos que mis heraldos deben llevar a cabo. Por eso escogí a Terrax, un hombre de moral corrupta y naturaleza malévola. Pero eso resultó en mi contra. Pero esta mujer tiene sus propios motivos y me convencen. — Reed Richards: ¡No! ¡Frankie es casi un miembro más de los Cuatro Fantásticos! Y aunque no lo fuese, mi responsabilidad hacia ella no me permitiría estar de acuerdo con esto. Lo prohíbo, Galactus. Completamente. — Galactus: Si la escojo como mi heraldo, no podrás evitarlo, Reed Richards. Pero es irrelevante. No tengo la energía para darle poder. — Frankie Raye: No necesito que me des poder, Galactus. ¡Ya tengo suficiente! ¡Llamas a mí! — Galactus: Entonces, acepto tu oferta, Frankie Raye. Serás mi heraldo… pero antes debo adaptarte para el papel que has escogido…
— Johnny Storm: ¡Frankie! ¡No! ¡No nos hagas esto! ¡Por favor! — Reed Richards: ¡Johnny, atrás! Esa energía podría ser dañina para quien no participe de ella directamente. — Susan Storm: Proyectaré una burbuja invisible de fuerza. No sé si bloqueará energía de Galactus, pero… — Ben Grimm: ¡Ay! ¡Miradlo! ¡Está todo iluminado como si fuese de una peli de Cecil B. DeMille! Tiene que haber algo que podamos hacer, Reed. — Reed Richards: No… lo hay. La decisión nunca ha sido nuestra. Solo de Frankie… y ya la ha tomado. — Galactus: ¡Óyeme, mortal! Nota a Galactus en tu mente. No huyas de mi presencia. Solo Galactus puede guiarte con seguridad a través de los pasillos de la locura mientras tu humanidad desaparece… ¡Para ser reemplazada por algo mayor! La mujer que eras ya no existe. Los aspectos mundanos de tu existencia son insustanciales. La criatura que una vez se llamó Frankie Raye ha renacido… ¡Ahora y para siempre, serás el heraldo de Galactus!
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Dia internacional de Permacultura Permacultura logo por Bill Mollison, reinterpretado en esta impresionante imagen HD, representando nuevos elementos del diseño en Permacultura. En esta representacion creada por Mariano Montini, el concepto hermetico del logo de Permacultura cobra vida mostrando nuevos elementos: Raices como venas que corren desde la tierra hasta la copa del abundante arbol que deja caer sus frutos. Las capas de la tierra que sostienen la vida, la roca madre que distribuye minerales, los otros distintos biomas adaptados a nuestra region, las montañas, la nieve, las praderas y los oceanos de La Patagonia. La mágica lluvia que crea arcoiris, y la serpiente que fue reemplazada por la fibra que crea nuestras artesanias y las praderas de flores.
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International Permaculture Day Permaculture logo by Bill Mollison, reinterpreted in this stunning HD image, representing new elements of Permaculture design. In this representation created by Mariano Montini, the hermetic concept of the Permaculture logo comes to life showing new elements: Roots like veins that run from the earth to the top of the abundant tree that drops its fruits. The layers of the earth that support life, the bedrock that distributes minerals, the other different biomes adapted to our region, the mountains, the snow, the meadows and the oceans of Patagonia. The magical rain that creates rainbows, and the snake that was replaced by the fiber that creates our crafts and flower meadows.
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Sucede esto:
Toda mi vida tuve el pensamiento (sentimiento) de que realmente a nadie le importaba yo, que podria ser fácilmente olvidada y reemplazada. Que a las personas les daba igual si estaba o no.
Este año lo comprobé, ya no es solo un pensamiento mas, una mala jugada de mi depresión. Es la realidad
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En los cuentos de Felisberto pasan cosas, en el sentido en que las cosas concurren en su pasar, en su movimiento, en su aparición: el narrador, al mirarlas, literalmente las desea porque su "lujuria de ver" -como tiene el narrador del cuento "El acomodador" pero también otros que no lo declaran- funda la insaciable voluntad de escribirlas. Por ello en su narrativa hay tan pocas fotos, siquiera como suplementario motivo del narrar: la percepción no es reemplazada por la lente y la memoria no es asegurada por la imagen fotográfica; todavía el recuerdo es el indicio de la experiencia vivida, toda vez que la fe en la escritura supone también la creencia desesperada en la retención -la redención- de un mundo.
Pero si no abundan las fotografías, hay al menos centenares de cosas que tienen decenas de parecidos; caras y cuerpos que son como objetos que se fragmentan en otros; un mundo poblado, duplicado en los nombres que se duplican en los sueños, que se duplican en el ritmo de un piano con patetismo, alegría, melancolía, lentitud, arrebato, marcha. La escritura como un acto de amor posesivo sobre las cosas que los nombres tocan o que inclusive inventan, como el lenguaje tentativo de los niños que inventan una lengua secreta. Felisberto aspiraba a inventar algo más: la lengua del secreto.
Jorge Monteleone, «Estudio crítico: El otro yo del pianista», Felisberto Hernández. Narrativa completa
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