#tradición liberal
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«Para Constant, Mill, Tocqueville y la tradición liberal a la que ellos pertenecen, una sociedad no es libre a no ser que esté gobernada por dos principios que guardan relación entre sí: primero, que solamente los derechos, y no el poder, pueden ser considerados como absolutos, de manera que todos los hombres, cualquiera que sea el poder que les gobierne, tienen el derecho absoluto de negarse a comportarse de una manera que no es humana, y segundo, que hay fronteras, trazadas no artificialmente, dentro de las cuales los hombres deben ser inviolables, siendo definidas estas fronteras en función de normas aceptadas por tantos hombres y por tanto tiempo que su observancia ha entrado a formar parte de la concepción misma de lo que es un ser humano normal y, por tanto, de lo que es obrar de manera inhumana o insensata; normas de las que sería absurdo decir, por ejemplo, que podrían ser derogadas por algún procedimiento formal por parte de algún tribunal o de alguna entidad soberana.»
Isaiah Berlin: Cuatro ensayos sobre la libertad. Alianza Editorial, pág. 236-237. Madrid, 1998.
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"Los Textos de la Goetia" es un compendio sobre demonología centrado en la magia goética salomónica. Traza una cronología del desarrollo de la tradición salomónica desde los primeros textos y leyendas, continúa por los grimorios medievales y desemboca en el Lemegeton, cuyo primer libro es el Ars Goetia. Además, proporciona numerosos detalles prácticos acerca del uso de los rituales y elementos mágicos para la obtención de resultados.
Este extenso volumen de más de 500 páginas presenta también diversos textos, la mayor parte de ellos hasta el momento inéditos en castellano:
* Nueva traducción del Ars Goetia, basada en manuscritos de la British Library. Se incorporan de manera separada los añadidos de la edición de Aleister Crowley y MacGregor Mathers, así como los de la edición de Thomas Rudd (Liber Malorum Spiritum seu Goetia, Harley MS 6843)
* Selección de ilustraciones del Dictionnaire Infernal de Collin de Plancy.
* Fragmentos del manuscrito inédito Sloane MS 3824, entre ellos al completo el "Libro del Oficio de los Espíritus"
* Fragmentos del Sloane MS 3853.
* Fragmentos del manuscrito Folger V.b.26 ("Libro de Magia, con Instrucciones para Invocar Espíritus", de John Porter)
* Texto completo del Psevdomonarchia Daemonvm de Johann Weyer.
* Texto completo de Le Livre des Esperitz.
* Fragmentos relevantes del Heptamerón de Petro d'Ábano.
* Texto completo del Libro de las Consagraciones, del The Munich Handbook of Necromancy, Clm 849
* Fragmento relevante del Talmud de Babilonia (Guitín 69)
* Texto completo del apócrifo "Testamento de Salomón"
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La Haggadah: una tradición de libertad y narración judía
🇪🇸 La Haggadah, cuyo nombre significa “relato”, es un texto central del Séder de Pésaj (Pascua judía), donde las familias judías transmiten a sus hijos la historia de la liberación de la esclavitud en Egipto, un símbolo universal de liberación. Aunque todas las Haggadot siguen una estructura similar, su diseño varía ampliamente: desde manuscritos iluminados como la Haggadah de Sarajevo (siglo XIV) hasta versiones modernas como la Haggadah Maxwell House, distribuida por una marca de café desde 1922. Además, han surgido adaptaciones como la Haggadah feminista de San Diego (1980) o la Haggadah del Seder de la Libertad (1969), inspirada por el movimiento por los derechos civiles. En 2008, la Biblioteca de Teología Pitts recibió dos colecciones significativas de Haggadot, consolidando una de las colecciones más grandes del sur de EE. UU. Este texto sigue siendo un testimonio de resiliencia y adaptación cultural a través de los siglos.
🇺🇸 The Haggadah, meaning "telling," is the centerpiece of the Passover Seder, where Jewish families recount the story of liberation from slavery in Egypt—a universal symbol of freedom. While all Haggadot share a similar structure, their designs vary greatly, from illuminated manuscripts like the Sarajevo Haggadah (14th century) to modern editions like the Maxwell House Haggadah, distributed by a coffee brand since 1922. Other adaptations include the San Diego Feminist Haggadah (1980) and the Freedom Seder Haggadah (1969), inspired by the Civil Rights Movement. In 2008, the Pitts Theology Library acquired two significant Haggadah collections, forming one of the largest repositories in the southern U.S. This text remains a testament to resilience and cultural adaptation over centuries.
#Haggadah#Passover#Judaism#Tradition#Seder#Freedom#Egypt#Narrative#Liberation#Family#Culture#History#Text#Diversity#Resilience#Manuscript#Faith#Adaptation#Celebration#Heritage
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El Comienzo de Stonewall: El Surgimiento del Movimiento LGBTQ+
El 28 de junio de 1969 marca un punto de inflexión en la historia de los derechos LGBTQ+. En las primeras horas de esa mañana, el Stonewall Inn, un bar ubicado en Greenwich Village, Nueva York, se convirtió en el epicentro de una serie de eventos que cambiarían para siempre la lucha por la igualdad y los derechos civiles de la comunidad LGBTQ+.
El Contexto Antes de Stonewall Para entender la importancia de Stonewall, es fundamental comprender el contexto previo. Durante las décadas de 1950 y 1960, ser abiertamente gay, lesbiana, bisexual, transgénero o cualquier identidad fuera de la norma heterosexual implicaba enormes riesgos. Las leyes discriminatorias y la brutalidad policial eran comunes, y muchas personas LGBTQ+ enfrentaban acoso, arrestos y violencia simplemente por ser quienes eran. Bares y clubes como el Stonewall Inn eran de los pocos refugios donde podían reunirse con cierto grado de seguridad, aunque estos lugares también eran blancos frecuentes de redadas policiales.
La Noche de la Rebelión El 28 de junio de 1969, la policía realizó una redada en el Stonewall Inn. Lo que inicialmente parecía ser una redada más, rápidamente se convirtió en algo muy diferente. Los clientes del bar, en lugar de dispersarse o someterse, decidieron resistir. Años de frustración acumulada por la opresión estallaron en una serie de disturbios y enfrentamientos con la policía. Hombres y mujeres, incluidos muchos personas transgénero y drag queens, se unieron en una resistencia activa contra las fuerzas del orden.
La Importancia de Stonewall Los disturbios de Stonewall no fueron los primeros actos de resistencia por parte de la comunidad LGBTQ+, pero su impacto fue profundo y duradero. Los eventos de esa noche y las noches siguientes encendieron la chispa de un movimiento organizado. Grupos como el Gay Liberation Front (GLF) y la Gay Activists Alliance (GAA) surgieron rápidamente, dedicados a luchar por los derechos y la visibilidad de las personas LGBTQ+.
Stonewall también inspiró a la comunidad a reclamar su lugar en la sociedad de manera más abierta y orgullosa. La primera marcha del Orgullo Gay, celebrada en Nueva York el 28 de junio de 1970, conmemoró el primer aniversario de los disturbios y marcó el comienzo de una tradición global de celebraciones del Orgullo LGBTQ+.
Legado y Reconocimiento El legado de Stonewall ha sido reconocido de muchas maneras. En 2016, el presidente Barack Obama designó el Stonewall Inn y las áreas circundantes como un Monumento Nacional, el primer monumento nacional en los Estados Unidos en honor a los derechos LGBTQ+. Este reconocimiento formal subraya la importancia de Stonewall en la historia de los derechos civiles y la lucha continua por la igualdad.
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Milei es un peligro
El falso liberal, el loco que gobierna Argentina, es un peligro para la libertad de la mayoría, para la democracia y para la sociedad de su país.
Es un peligro para la Libertad porque no es liberal. No es liberal porque no le importa la libertad de todos/la mayoría sino la libertad de los empresarios grandes y de los más ricos. Hasta que se entienda: liberal, neoliberal y libertarian no son lo mismo.
Es un peligro para la democracia porque no es demócrata. No le importa la libertad política de la ciudadanía sino que le den los votos ciudadanos suficientes para llegar y mantenerse en el poder. No le importa la división de poderes (también por eso no es liberal) sino que el Congreso le dé los votos legislativos suficientes. Si no lo obedece el Congreso, que el Congreso desaparezca… (Lo que le molesta a López Obrador, lo que quisiera López Obrador). Es autoritario y populista.
Véanse su “protocolo antipiquetes”, contra la protesta, su “megadecreto”, intentando saltar al Congreso, y su más reciente propuesta de “ley ómnibus”, con la que pretende obtener poderes presidenciales especiales, “de emergencia”, sin control, autorenovables. Es un político libertarian sólo en parte. La utopía libertarian sólo en parte para lo económico, la otra parte con lo neoliberal, y para lo político la tradición del autoritarismo estatal de derechista.
Es un peligro para la sociedad argentina porque es antisocial y no sólo anticomunista. No le importa lo que necesita la mayoría, no le importa lo que sufran las personas (individuos!) que la integran. Es evidente! Su programa de “ajuste” lo muestra y lo demuestra. Quiere que las grandes empresas puedan hacer lo que quieran y que la mayoría de la gente pague los costos.
Si me repito no me importa, está justificado: la farsa autoritaria de Milei, la farsa liberal de Milei, es lo que celebraron Leo Zuckerman, Pablo Hiriart y Sergio Sarmiento, por deseo y gusto o por falta de talento y atención. Apoyaron/apoyan a Milei y lo de Milei es apoyo selectivo a la libertad económica -sólo a la libertad empresarial-, la acción ideologizada de un loco -ideologización que tanto critican porque supuestamente caracteriza a la izquierda-, el exceso presidencialista y el ataque al Congreso como hace AMLO, la descalificación absoluta de la oposición como también hace AMLO, la criminalización de la protesta como hace AMLO con su discurso desde palacio.
AMLO no era un peligro chavista para México. Era y es un peligro priista. Priista y populista. Un peligro doblemente reaccionario. Milei es un peligro para Argentina. Un peligro pseudoliberal, antidemocrático y prodesigualdad extrema. Otro peligro reaccionario. Nuestros países no aprenden…
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Prefacio al libro de Thomas Frank ¿Porqué los pobres votan a la derecha?
27/07/2016 | Serge Halimi
Tras cada nueva elección, la misma sensación de sorpresa. ¿Cómo explicar que una masa de electores pobres se desplace a las urnas para aportar su apoyo a los mismos que proponen en primer lugar reducir los impuestos de los ricos. En su prefacio al libro de Thomas Frank, Pourquoi les pauvres votent à droite ? (Porqué los pobres votan a la derecha?), Serge Halimi da elementos para analizar esta paradoja que está lejos de ser solo americana o francesa.
En noviembre de 2004, el Estado más pobre de los Estados Unidos, Virginia Occidental, reeligió a George W. Bush con más del 56% de los votos. Luego no ha dejado de apoyar a los candidatos republicanos a la Casa Blanca. Sin embargo, la New Deal había salvado a Virginia Occidental durante los años 1930. El Estado permaneció como bastión demócrata hasta 1980, hasta el punto de votar entonces contra Ronald Reagan. Sigue siendo aún hoy un feudo del sindicato de mineros y recuerda a veces que “Mother Jones” figura del movimiento obrero americano, tomó parte en él. Entonces, ¿Virginia Occidental es republicana? La idea parecía tan estrafalaria como imaginar ciudades “rojas” como Le Havre o Sète “cayendo” en manos de la derecha. Justamente, esta caída se ha producido ya… Pues la historia americana no deja de tener resonancias en Francia.
Más que en Virginia Occidental, Thomas Frank ha investigado en su Kansas natal. La tradición populista de izquierdas fue también viva allí, pero su desaparición es más antigua. Allí ha visto como se cumplía el sueño de los conservadores: una fracción de la clase obrera procura a éstos los medios políticos para desmantelar las conquistas arrancadas anteriormente por el mundo obrero. La explicación que Frank plantea no es solo -no estrictamente- religiosa o “cultural”, ligada al surgimiento de cuestiones susceptibles de oponer dos fracciones de un mismo grupo social -hay que pensar por ejemplo en el aborto, el matrimonio homosexual, la oración en las escuelas, la pena de muerte, el tema de las armas de fuego, la pornografía, el lugar de las “minorías”, la inmigración, la discriminación positiva… Cuando el movimiento obrero se deshace, la lista de estos motivos de discordia se alarga. Luego la vida política y mediática se recompone alrededor de ellos. La derecha americana no ha esperado a Richard Nixon, Ronald Reagan, George W. Bush y el Tea Party para descubrir el uso que podría hacer de los sentimientos tradicionalistas, nacionalistas o simplemente reaccionarios de una fracción del electorado popular. Recurrir a ellos le parece tanto más ventajoso en la medica en que opera en un país en el que los impulsos socialistas han permanecido frenados y el sentimiento de clase menos pronunciado que en otras partes.
Frank explica otra paradoja, que no es específicamente americana, y que incluso lo es cada vez menos. La inseguridad económica desencadenada por el nuevo capitalismo ha conducido a una parte del proletariado y de las clases medias a buscar la seguridad en otra parte, en un universo “moral” que, por su parte, no se alteraría demasiado, incluso que rehabilitaría comportamientos antiguos, más familiares. Estos cuellos azules o estos cuellos blancos votan entonces por los Republicanos pues los arquitectos de la revolución liberal y de la inestabilidad social que deriva de ella han tenido la habilidad de poner en primer plano su conservadurismo en el terreno de los “valores”. A veces su sinceridad no está en cuestión: se puede especular con los fondos de pensiones más “innovadores” a la vez que se está en contra del aborto. La derecha gana entonces en los dos tableros, el “tradicional” y el “liberal”. La aspiración a la vuelta al orden (social, racial, sexual, moral) aumenta al ritmo de la desestabilización inducida por sus “reformas” económicas. Las conquistas obreras que el capitalismo debe desmantelar pretextando la competencia internacional son presentadas como otras tantas reliquias de una era pasada. Incluso de un derecho a la pereza, al fraude, al “asistenciado”, a la inmoralidad de un cultura demasiado acomodaticia con los corporativismos y las “ventajas adquiridas”. La competencia con China e India (ayer, con el Japón y Alemania) impone que el disfrute deje paso al sacrificio. ¡Atención por tanto a quienes han desnaturalizado el “valor trabajo”! En Francia, un político de primera línea dirigió al “espíritu de mayo 68” una denuncia de este tipo. Se convirtió en presidente de la República. Y aspira volver a serlo.
Al otro lado del Atlántico, la dimensión religiosa ha propulsado el resentimiento conservador más que en Europa. Ha procurado a la derecha americana numerosos reclutas en el electorado popular, que han reforzado luego la base de masas de un partido republicano sometido al control creciente de los ultraliberales y de los fundamentalistas cristianos. Desde finales de los años 1960, se observa este movimiento de politización de la fe. En enero de 1973, cuando la sentencia “Roe vs Wade” del Tribunal Supremo legaliza el aborto, millones de fieles, hasta entonces poco preocupados por el compromiso político y electoral, se implican en el asunto. ¿Han sido ultrajadas sus convicciones más sagradas? El Estado y los tribunales que han autorizado eso son instantáneamente golpeados por la ilegitimidad. Para lavar la afrenta, los religiosos se esforzarán por reconquistar todo, convertir todo: la Casa Blanca, el Congreso, el gobierno de los Estados, Tribunales, medios. Les será preciso expulsar a los malos jueces del Tribunal Supremo, imponer mejores leyes, más virtuosas, elegir jefes de Estado que proclamen que la vida del feto es sagrada, imponer los “valores tradicionales” a los estudios de Hollywood, exigir más comentaristas conservadores en los grandes medios.
Pero, ¿cómo no ver entonces que algunas de las “plagas” denunciadas por los tradicionalistas -el “hedonismo”, la “pornografía”- están alimentadas por el divino mercado? Es sencillo: desde 1980, cada uno de los presidentes republicanos atribuye la “quiebra de la familia” a la decadencia de un Estado demasiado presente. Sustituyendo su “humanismo laico” a la instrucción y a la asistencia antaño dispensados por los vecindarios de barrio, las organizaciones de caridad, las Iglesias, habría socavado la autoridad familiar, la moralidad religiosa, las virtudes cívicas. El ultraliberalismo ha podido así fusionarse con el puritarismo.
Aunque un registro así no sea completamente extrapolable a Francia, también Nicolas Sarkozy abordó la cuestión de los valores y de la fe. Autor en 2004 de un libro titulado La République, les religions, l’espérance, en él proclama: “Considero que, todos estos últimos años, se ha sobreestimado la importancia de las cuestiones sociológicas, mientras que el hecho religioso, la cuestión espiritual, ha sido en gran medida subestimadas. (…). Los fieles de las grandes corrientes religiosas (…) no comprenden la tolerancia natural de la sociedad hacia todo tipo de grupos o de pertenencias o comportamientos minoritarios, y el sentimiento de desconfianza hacia las religiones. ¡Viven esta situación como una injusticia! (…) Creo en la necesidad de lo religioso para la mayoría de los hombres y mujeres de nuestro siglo. (…) La religión católica ha jugado un papel en materia de instrucción cívica y moral durante años, ligado a la catequesis que existía en todos los pueblos de Francia. El catecismo ha dotado a generaciones enteras de ciudadanos de un sentido moral bastante agudo. Entonces se recibía una educación religiosa incluso en las familias no creyentes. Esto permitía adquirir valores que contaban para el equilibrio de la sociedad. (…) Ahora que los lugares de culto oficiales y públicos están tan ausentes de nuestras barriadas, se mide en qué medida este aporte espiritual ha podido ser un factor de sosiego y qué vacío ha creado al desaparecer”.
“Comportamientos minoritarios” (¿a qué se refiere?) imprudentemente tolerados por “todo tipo de grupos” (¿en quienes está pensando?) mientras que la reflexión religiosa, portadora de “valores”, de “sentido moral”, y de “sosiego” sería, por su parte, ignorada o desdeñada: no se sabe demasiado si se trataba, con este elogio de “la catequesis”, de refrescar las viejas ideas, muy francesas, de la Restauración (el sable y el hisopo, la corona y el altar, con los curas predicando la sumisión a los escolares llamados a convertirse en bravos obreros mientras que los maestros “rojos” les atiborraban el cráneo con el socialismo y la lucha de clases) o si, más bien, se desvelaba ya “Sarko el Americano”. Amigo a la vez de Bolloré [rico empresario francés. ndt] y de los curas.
La derecha americana ha insistido siempre en el tema de la “responsabilidad individual”, del pionero emprendedor y virtuoso que se hace un camino hasta las riberas del Pacífico. Al hacerlo, ha podido estigmatizar, sin demasiada mala conciencia, a una población negra, a la vez muy dependiente de los empleos públicos, y en cuyo seno las familias monoparentales son numerosas, en general debido a la ausencia o la encarcelación del padre. El auge del conservadurismo ha ligado así reafirmación religiosa, templanza sexual, backlash racial, antiestatalismo, y celebración de un individuo simultáneamente calculador e iluminado por las enseñanzas de Dios. Intentando explicar lo que hizo en los Estados Unidos este acoplamiento liberal-autoritario menos inestable de lo que se imagina, el historiador Christopher Lasch sugirió que a ojos de los Republicanos una lucha oponía a la “clase” de los productores privados contra la de los intelectuales públicos, intentando la segunda aumentar su control sobre el matrimonio, la sexualidad y la educación de los niños de la misma forma que había extendido sus controles sobre la empresa. Uno de los principales méritos de Thomas Frank es ayudarnos a comprender la convergencia de estas quejas que se podrían juzgar contradictorias. Y, sobre la marcha, aclararnos sobre la identidad, los resortes, los giros, y la entrega militante del pequeño pueblo conservador sin jamás recurrir al tono de desprecio que privilegian espontáneamente tantos intelectuales o periodistas contra cualquiera que no pertenezca a su clase, su cultura o su opinión. Conjugada a una escritura que lleva la huella de la ironía y que rechaza la prédica, este tipo de “inteligencia con el enemigo” da al libro su atractivo y su alcance.
Una reacción conservadora deriva en general de una apreciación más pesimista de las capacidades de progreso colectivo. En el curso de los años 1960, los Estados Unidos imaginaban que podrían combatir al comunismo en el terreno de la ejemplaridad social -de ahí los voluntarios del Peace Corps (Cuerpos de la Paz) encargados por John Kennedy de educar y de cuidar a los pueblos del tercer mundo-; de ahí también la “guerra contra la pobreza” que el presidente Johnson desencadenó algunos años más tarde. La superpotencia americana entreveía igualmente que podría abolir la pena de muerte y despoblar sus prisiones proponiendo a los delincuentes programas de salud, de formación, de trabajo asalariado, de educación, de desintoxicación. El Estado tiene entonces la reputación de poder hacerlo todo. Había superado la crisis de 1929, y vencido al fascismo; podría reconstruir las viviendas infrahumanas, conquistar la Luna, mejorar la salud y el nivel de vida de todos los americanos, garantizar el pleno empleo. Poco a poco, aparece el desencanto, se descompone la creencia en el progreso, se instala la crisis. A finales de los años 1960, la competencia internacional y el miedo al desclasamiento transforman un populismo de izquierdas (rooselveltiano, optimista, conquistador, igualitario, aspirante al deseo compartido de vivir mejor) en un “populismo” de derechas que se aprovecha del temor de millones de obreros y de empleados a no poder seguir manteniéndose en su nivel social, de ser atrapados por gente más desheredada que ellos. Las “aguas heladas del cálculo egoísta” sumergen las utopías públicas heredadas del New Deal. Para el partido demócrata, asociado al poder gubernamental y sindical, las consecuencias son brutales. Tanto más cuanto que la cuestión de la inseguridad resurge en este contexto. Va a aburguesar progresivamente la identidad de la izquierda, percibida como demasiado angélica, afeminada, permisiva, intelectual, y proletarizar la de la derecha, juzgada como más determinada, más masculina, menos “ingenua”.
Esta metamorfosis se realiza a medida que los ghettos estallan, la inflación repunta, el dólar baja, las fábricas cierran, la criminalidad se amplía y la “élite”, antes asociada a los poseedores, a las grandes familias de la industria y de la banca, se identifica con una “nueva izquierda” exageradamente amante de innovaciones sociales, sexuales, societales y raciales. La pérdida de influencia del movimiento obrero en el seno del partido demócrata y el ascendiente correlativo de una burguesía neoliberal cosmopolita y cultivada no arreglan nada. Los medios conservadores, en pleno auge, solo tienen que desencadenar su truculencia contra una oligarquía radical-chic de hablar exangüe y tecnocrático, que vive en bellas residencias de los Estados costeños, turista en su propio país, protegida de una inseguridad que pone en cuestión con la despreocupación de quienes no son afectados por esta violencia. Por lo demás, ¿no está mantenida en sus cegueras por una tropa de abogados picapleitos, de jueces permisivos, de intelectuales que no callan, de artistas blasfemadores y demás chivos expiatorios soñados del resentimiento popular? “Progresistas en limusina” allí; “izquierda caviar” aquí.
A Nicolas Sarkozy le gustan los Estados Unidos y le gusta que se sepa. En su discurso del 7 de noviembre de 2007 ante el Congreso, evocó con una emoción que no era totalmente artificial la conquista del Oeste, Elvis Presley, John Wayne, Charlton Heston. Habría debido citar a Richard Nixon, Ronald Reagan y George W. Bush ya que en gran medida su elección, inspirada en las recetas de la derecha americana, no habría sido concebible sin el desplazamiento a la derecha de una fracción de las categorías populares antaño de izquierdas. Pues los caballeros de Sologne que han descorchado el champán la noche de su victoria no han podido hacerlo más que gracias al refuerzo electoral de los obreros de Charleville-Mézières, que fueron sin duda menos sensibles a la promesa de un “escudo fiscal” que a las homilías del antiguo alcalde de Neuilly sobre “la Francia que sufre”, la que “se levanta temprano” y que “ama la industria”.
Quien quiera que pase revista a los elementos más distintivos del discurso de la derecha francesa encuentra en él una acentuación del declive nacional, la decadencia moral; la música desgarradora destinada a preparar los espíritus para una terapia de choque liberal (la “ruptura”); el combate contra un “pensamiento único de izquierdas” al que se acusa de haber enquistado la economía y atrofiado el debate público; el rearme intelectual “gramsciano” de una derecha “desacomplejada”; la redefinición de la cuestión social de forma tal que la línea de división no oponga ya a ricos y pobres, capital y trabajo, sino a dos fracciones del “proletariado” entre sí, la que “no puede hacer más esfuerzos” y la “república de las personas asistidas”; la movilización de un pueblo llano conservador cuya expresión perseguida se pretende ser; el voluntarismo político, en fin, frente a una élite gobernante que habría bajado los brazos. Casi todos estos ingredientes han sido ya planteados en el Kansas de Thomas Frank.
Un hombre con firmeza se impone más naturalmente cuando el desorden se apodera de la vieja mansión. En 1968, Nixon experimentó un discurso glorificando a la “mayoría silenciosa” que no acepta ya ver a su país convertirse en presa del caos. Dos asesinatos políticos (Martin Luther King, Robert Kennedy) acababan de tener lugar y, tras el traumatismo de los disturbios de Watts (Los Angeles) en agosto de 1965 (treinta y cuatro muertos y mil heridos), se produjeron réplicas en Detroit en julio de 1967, y luego en Chicago y Harlem. Nixon invita a sus compatriotas a escuchar “otra voz, una voz tranquila en el tumulto de los gritos. Es la voz de la gran mayoría de los americanos, los americanos olvidados, quienes no gritan, quienes no se manifiestan. No son ni racistas ni enfermos. No son culpables de las plagas que infectan nuestro país”. Dos años antes, en 1966, un tal Ronald Reagan había conseguido ser elegido gobernador de California separando a los “blancos pobres” de un partido demócrata al que había reprochado la falta de firmeza frente a estudiantes contestatarios opuestos a la vez a la guerra de Vietnam, a la policía y la moralidad “burguesa”, que no se distinguía siempre de la moralidad obrera.
Los levantamientos urbanos, los “desórdenes” en los campus procuraron así a la derecha americana la ocasión de “proletarizarse” sin soltar un dólar. Un poco a la manera de Nixon, Nicolas Sarkozy se ha dedicado a levantar a la “mayoría silenciosa” de los pequeños contribuyentes que “no aguantan más” contra una juventud a sus ojos desprovista del sentido del reconocimiento. Pero, en su caso, no se trataba de vilipendiar la ingratitud de los pequeños burgueses melenudos de antes; su objetivo no tenía que ver con la misma clase ni los mismos barrios: “la verdad, es que, desde hace cuarenta años, se ha puesto en marcha una estrategia errónea para las barriadas. De una cierta forma, cuantos más medios se han dedicado a la política de la ciudad, menos resultados se han obtenido”. El 18 de diciembre de 2006, en las Ardenas, el Ministro del Interior de entonces precisó sus declaraciones. Saludó a “la Francia que cree en el mérito y el esfuerzo, la Francia que trabaja con firmeza, la Francia de la que no se habla jamás porque no se queja, porque no quema coches, porque no bloquea los trenes. La Francia que está harta de que se hable en su nombre”. “Los Americanos que no gritan”, decía Nixon. “La Francia que no se queja”, responde Sarkozy.
Entre 1969 y 2005, la derecha americana habrá ocupado la Casa Blanca 24 años de 36. De 1995 a 2005, ha controlado igualmente las dos cámaras del Congreso y los gobiernos de la mayor parte de los Estados. El Tribunal Supremo está entre sus manos desde hace mucho. A pesar de esto, Frank insiste sobre este punto, los conservadores se hacen los perseguidos. Cuanto más domina la derecha, más se pretende dominada, ansiosa de “ruptura” con el statu quo. Pues, a sus ojos, lo “políticamente correcto”, son siempre los demás. Mientras exista un pequeño periódico de izquierdas, un universitario que en algún lugar enseñe a Keynes, Marx o Picasso, los Estados Unidos seguirán denunciados como un cuartel soviético. El rencor hace carburar la locomotora conservadora; la cosa es seguir siempre adelante, jamás estar contenta. Símbolo de la pequeña burguesía provincial, Nixon se juzgaba despreciado por la dinastía de los Kennedy y por los grandes medios. George W. Bush (estudios en Yale y luego en Harvard, hijo de Presidente y nieto de senador) se percibió él también como un rebelde, un pequeño tejano tiñoso y grosero, perdido en un mundo de snobs modelados por el New York Times.
¿Y Nicolas Sarkozy? ¿Tuvimos en cuenta hasta qué punto él también fue vilipendiado? Alcalde a los 19 años de una ciudad riquísima, sucesivamente Ministro de finanzas, de Comunicación, número dos del gobierno, responsable de la policía, Consejero de la Moneda, presidente del partido mayoritario, abogado de negocios, amigo constante de los multimillonarios que poseen los medios (y que producen programas que celebran a la policía, al dinero y los nuevos ricos), ha sufrido enormemente el desprecio ¡de las “élites”!. “Desde 2002, ha precisado, me he construido al margen de un sistema que no me quería como presidente de la UMP, que rechazaba mis ideas como Ministro del Interior, y que estaba en contra de mis propuestas”. Cinco años después del comienzo de este purgatorio, en un mitin en el que participaban proscritos tan notorios como Valéry Giscard d´Estaing y Jean-Pierre Raffarin, declaró ante sus colegas: “En esta campaña, he querido dirigirme a la Francia exasperada, a la Francia que sufre, a la que nadie hablaba ya, salvo los extremos. Y el milagro se ha producido. El pueblo ha respondido. El pueblo se ha levantado. Ha elegido y no está conforme con el pensamiento único. Ahora, se quiere que se vuelva a quedar quieto. Pues bien, yo quiero ser el candidato del pueblo, el portavoz del pueblo, de todos los que están hartos de que se les deje de lado”. Al día siguiente precisaba ante unos obreros de la fábrica Vallourec: “Sois vosotros los que elegiréis al presidente de la República. No las élites, los sondeos, los periodistas. Si tantos se dedican a impedírmelo, es porque han comprendido que una vez que haya pasado el tren, será demasiado tarde”. Es demasiado tarde, y las “élites” se esconden.
Esa es una vieja receta de la derecha: para no tener que extenderse sobre el tema de los intereses (económicos) -lo que es sensato cuando se defienden los de una minoría de la población-, hay que mostrarse inagotable sobre el tema de los valores, de la “cultura” y de las posturas: orden, autoridad, trabajo, mérito, moralidad, familia. La maniobra es tanto más natural en la medida en que la izquierda, aterrorizada por la idea de que se podría tacharla de “populismo”, se niega a designar a sus adversarios, suponiendo que conserve uno solo fuera del racismo y de la maldad.
Para el partido demócrata, el miedo a dar miedo -es decir en realidad el miedo a ser verdaderamente de izquierdas- se volvió paralizante en un momento en que, por su parte, la derecha no mostraba ninguna contención, ningún “complejo” de ese tipo. Un día, François Hollande, que no había empleado la palabra “obrero” ni una sola vez en su moción aprobada por los militantes en el congreso de Dijon (2003) dejó escapar que los socialistas franceses atacarían quizás a los “ricos”. Se guardó muy bien de reincidir ante el escándalo que se produjo. Quedan pues los valores para fingir distinguirse aún. Debatir sobre ellos sin parar ha permitido a la izquierda liberal maquillar su acuerdo con la derecha conservadora sobre los asuntos de la mundialización o de las relaciones con la patronal -“los emprendedores”. Pero esto ha ofrecido a los conservadores la ocasión de instalar la discordia en el seno de las categorías populares, en general más divididas sobre las cuestiones de moral y de disciplina que sobre la necesidad de un buen salario. En total, ¿quién ha ganado con ello? En el Kansas de Tomas Frank, se conoce la respuesta.
A veces también en otras partes. El 29 de abril de 2007 en París, ante una multitud que bramaba su placer, Nicolás Sarkozy disfrutaba con glotonería de un gran momento de espanto ocurrido cerca de cuarenta años antes: “Habían proclamado que todo estaba permitido, que la autoridad se había acabado, que los buenos modales se habían acabado, que el respeto se había acabado, que no había ya nada grande, nada sagrado, nada admirable, ninguna regla, ninguna norma, ninguna prohibición. (…) Veis como la herencia de Mayo 68 ha liquidado la escuela de Jules Ferry, (…) introducido el cinismo en la sociedad y en la política, (…) contribuido a debilitar la moral del capitalismo, (…) preparado el triunfo del depredador sobre el empresario, del especulador sobre el trabajador. (…) Esta izquierda heredera de Mayo 68 que está en la política, en los medios, en la administración, en la economía, (…) que encuentra excusas para los gamberros, (…) condena a Francia a un inmobilismo del que los trabajadores, entre ellos los más modestos, los más pobres, los que sufren ya serían las principales víctimas. (…) La crisis del trabajo es en primer lugar una crisis moral en la que la herencia de Mayo 68 tiene una gran responsabilidad (…). Escuchadles, a los herederos de Mayo 68 que cultivan el arrepentimiento, que hacen apología del comunitarismo, que denigran la identidad nacional, que atizan el odio a la familia, la sociedad, el Estado, la nación y la República. (…) Quiero pasar la página de Mayo 68”. Privilegiando desde los años 1960 los “colores vivos a los tonos pastel”, Reagan había anticipado el discurso de combate de Sarkozy, pero también los de Berlusconi y de Thatcher y desmentido a todos esos politologos que no conciben la conquista del poder más que como una eterna carrera al centro. Los Republicanos proponen “una decisión, no un eco”. No seguir temiendo su sombra, esa es una idea con la que la izquierda ganaría si se inspirara en ella.
El éxito de la derecha en terreno popular no se explica solo únicamente por la tenacidad o por el talento de sus portavoces. En los Estados Unidos, igual que en Francia, se aprovechó de transformaciones sociológicas y antropológicas, en particular de un debilitamiento de los colectivos obreros y militantes que ha llevado a numerosos electores de rentas modestas a vivir su relación con la política y la sociedad de un modo más individualista, más calculador. El discurso de la “elección”, del “mérito”, del “valor trabajo” les ha alcanzado. Quieren elegir (su escuela, su barrio) para no tener lo peor; estiman tener méritos y no ser recompensados por ellos; trabajan duro y ganan poco, apenas más, según estiman, que los parados y los inmigrantes. Los privilegios de los ricos les parecen tan inaccesibles que ya no les conciernen. A sus ojos, la línea de fractura económica pasa menos entre privilegiados y pobres, capitalistas y obreros, que entre asalariados y “asistidos”, blancos y “minorías”, trabajadores y defraudadores. Durante los diez años que precedieron a su llegada a la Casa Blanca, Reagan contó así la historia (falsa) de una “reina de la ayuda social [welfare queen] que utiliza ochenta nombres, treinta direcciones y doce tarjetas de la seguridad social, gracias a lo que su renta libre de impuestos es superior a 150 000 dólares”. Atacaba igualmente a los defraudadores que se pavonean en los supermercados, pagándose “botellas de vodka” con sus subsidios familiares y “comprando buenos filetes mientras que tú esperas en la caja con tu paquete de carne picada”. Un día, Jacques Chirac se descubrió los mismos talentos de cuentista. “Cómo quiere Vd que el trabajador francés que trabaja con su mujer y que, juntos, ganan alrededor de 15 000 francos, y que ve en el piso de al lado del suyo de protección oficial, amontonada, a una familia con un padre de familia, tres o cuatro esposas, y una veintena de chiquillos, y que gana 50 000 francos de prestaciones sociales sin, naturalmente, trabajar… Si añade Vd a eso el ruido y el olor, pues bien, el trabajador francés se vuelve loco”. Este famoso “padre de familia” que cobra más de 7 500 euros de ayudas sociales por mes no existía. No costaba nada a nadie. Pero a algunos les reportó pingües beneficios.
Nicolas Sarkozy ha rechazado que “quienes no quieren hacer nada, quienes no quieren trabajar vivan a costa de quienes se levantan temprano y trabajan duro”. Ha opuesto la Francia “que madruga” a la de los “asistidos”, nunca a la de los rentistas. A veces, a la americana, ha añadido una dimensión étnica y racial a la oposición entre categorías populares con cuyos dividendos electorales contaba. Así, en Agen, el 22 de junio de 2006, este pasaje de uno de sus discursos le valió su mayor ovación: “Y a quienes han optado deliberadamente de vivir a costa del trabajo de los demás, quienes piensan que todo se les debe sin que ellos deban nada a nadie, quienes quieren inmediatamente sin hacer nada, quienes, en lugar de superar dificultades para ganar su vida prefieren buscar en los pliegues de la historia una deuda imaginaria que Francia habría adquirido hacia ellos y que a sus ojos no habría pagado, quienes prefieren atizar la puja de las memorias para exigir una compensación que nadie les debe más que intentar integrarse mediante el esfuerzo y el trabajo, quienes no aman a Francia, quienes exigen todo de ella sin querer darle nada, les digo que no están obligados a permanecer en el territorio nacional”. Indolencia, asistencia, recriminaciones e inmigración se encuentran así mezcladas. Un cócktel que se revela a menudo muy productivo.
En julio de 2004, cuando Frank y yo íbamos en coche entre Washington y Virginia Occidental, la radio difundía la emisión de Rush Limbaugh, escuchada por trece millones de personas. La campaña electoral estaba en su apogeo y el animador ultraconservador consagraba a ella toda su atención, su desfachatez, su ferocidad. Ahora bien, al escucharle, ¿cuál era el tema del día? El hecho de que algunas horas antes en un restaurante la riquísima esposa del candidato demócrata John Kerry hubiera parecido ignorar la existencia de un plato tradicional americano. El acta de acusación de Limbaugh y de los oyentes a los que había elegido para dar la palabra (o no retirársela) estaba claro: decididamente, estos demócratas no estaban en sintonía con el pueblo, su cultura, su cocina. Y como extrañarse luego si John Kerry -gran familia de la costa Este, estudios privados en Suiza, matrimonio con una multimillonaria, cinco residencias, un avión privado para ir de una a otra, snowboard en invierno, windsurf en verano, incluso su bici vale 8000 dólares- ¡hable francés!
La insistencia que ideólogos conservadores, tan presentes en los medios como en las iglesias, reservan a formas de ser (o afectaciones) humildes, piadosas, sencillas, patrióticas -las suyas por supuesto- es tanto más temible en la medida que la izquierda, por su parte, parece cada vez más asociada a la especialidad, al desdén, al cosmopolitismo, al desprecio al pueblo. Entonces la trampa se cierra: callando las cuestiones de clase, los demócratas han inflado las velas de un poujadismo cultural que les ha barrido. Al final del camino se encuentra esta “molestia” mental que Frank examina al mismo tiempo que proporciona sus claves: en los Estados Unidos, desde 1980, políticos de derechas, desde Ronald Reagan a George W. Bush, han obtenido el apoyo de algunos de los grupos sociales que constituían los objetivos de sus propuestas económicas (obreros, empleados, personas mayores) reclamándose de los gustos y de las tradiciones populares. Mientras que el Presidente californiano y su sucesor tejano ofrecían abundantes rebajas fiscales a los ricos, prometían a los pequeños, a los humildes y a los subalternos la vuelta al orden, al patriotismo, a las banderas ondeantes, a las parejas que se casan y a los días de caza con el abuelo.
A lo largo de toda su campaña de 2007, Nicolas Sarkozy ha evocado a los “trabajadores que vuelven a casa agotados”, a los que “viven con carencias de atención dental”. Llegó a escribir que: “En las fábricas, se habla poco. Hay entre los obreros una nobleza de sentimientos que se expresa más por silencios envueltos en una forma extrema de pudor que por palabras. He aprendido a comprenderles y tengo la impresión de que me comprenden”. Esta connivencia reivindicada con la mayoría de los franceses -telespectadores de Michel Drucker y fans de Johnny Hallyday mezclados- le parece tanto más natural en la medida de que “no soy un teórico, no soy un ideólogo, no soy un intelectual, soy alguien concreto, un hombre vivo, con una familia, como los demás” /4. Enfrente, preocupada por meterse mejor en la economía “postindustrial” que aprecian los lectores de Inrockuptibles y Libération, tranquilizar a los pequeño burgueses ecologistas de las ciudades que ya constituyen el zócalo de su electorado, la izquierda ha optado por purgar su vocabulario de las palabras “proletariado” y “clase obrera”. Resultado, la derecha las recupera: “Hay, decía divertido un día Nicolas Sarkozy, quienes se reúnen en un gran hotel para charlar juntos, discutir de tiendas y de partidos. Para mí, mi hotel es la fábrica, estoy en medio de los franceses [...]. Las fábricas son hermosas, hay ruido, es algo que está vivo, nadie se siente solo, hay compañeros, hay fraternidad, no es como las oficinas”.
Para un hombre de derechas es, por supuesto, ventajoso saber levantar al proletariado y las pequeñas clases medias unas veces contra los “privilegiados” que viven en el piso de encima (empleados con estatutos, sindicatos y “regímenes especiales”); otras contra los “asistidos” relegados un poco más allá; o contra los dos a la vez. Pero si esto no basta, el antiintelectualismo constituye un arma poderosa de socorro, que puede permitir conducir la política del Medef con los antiguos electores de Georges Marchais [antiguo dirigente del PCF. ndt]. Cuando Frank desmonta esta estratagema, se guarda de deplorarlo con los aires de un mundano de Manhattan. Aclara sus resortes. Éste por ejemplo: la mundialización económica, que ha laminado las condiciones de existencia de las categorías sociales peor dotadas de capital cultural (diplomados, lenguas extranjeras, etc.), parece al contrario haber reservado sus beneficios a los “manipuladores de símbolos”: ensayistas, juristas, arquitectos, periodistas, financieros. Entonces, cuando estos últimos pretenden, además, dar a los demás lecciones de apertura, de tolerancia, de ecología y de virtud, se desencadena la cólera.
Los Republicanos, que han brillado presentándose como asediados por una élite cultural y sabia, ¿podían por consiguiente soñar con tener adversarios más detestados? El aislamiento social de la mayor parte de los intelectuales, de los “expertos”, de los artistas, su individualismo, su narcisismo, su desdén por las tradiciones populares, su desprecio de los “paletos” dispersos lejos de las costas han alimentado así un resentimiento del que Fox News y el Tea Party hicieron su negocio. Tomando por objetivo principal la élite de la cultura, el populismo de derechas ha protegido a la élite del dinero. No lo ha logrado más que porque la suficiencia de quienes saben se ha vuelto más insoportable que la desfachatez de las clases acomodadas. Y otros abogados de los privilegios se han precipitado por la brecha. Un día que no se reunía ni con Martin Bouygues, ni con Bernadr Arnault, ni con Bernard-Henri Lévy, Nicolas Sarkozy confió a Paris Match: “Soy como la mayor parte de la gente: me gusta lo que les gusta. Me gusta el Tour de Francia, el fútbol, voy a ver a Les Bronzés. Me gusta oír música popular”.
Nicolas Sarkozy apreciaba también las veladas en Fouquet´s, los yates de Vincent Bolloré y la perspectiva de ganar muchísimo dinero encadenando conferencias ante públicos de banqueros y de industriales. Sin embargo, cuando se cierra el libro de Thomas Frank, surge una pregunta, que desborda ampliamente la exposición de las estratagemas y de las hipocresías de la derecha. Podría resumirse así: el discurso descarnado y desmedrado de la izquierda, su apresuramiento en hundirse en el orden liberal planetario (Pascal Lamy), su asimilación del mercado al “aire que se respira” (Segolène Royal), su proximidad con el mundo del espectáculo y de la apariencia (Jack Lang), su reticencia a evocar la cuestión de las clases bajo cualquier forma, su miedo del voluntarismo político, su odio al conflicto, en fin, ¿todo esto no habría preparado el terreno a la victoria de sus adversarios? Los eternos “renovadores” de la izquierda no parecen jamás inspirarse en este tipo de cuestionamiento, al contrario. No existe mejor prueba de su urgencia.
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La modernidad enfrentada a la identidad
Alain de Benoist
La modernidad naciente no dejó de combatir a las comunidades orgánicas, descalificadas regularmente como estructuras que, estando sujetas al peso de la tradición y el pasado, impedirían la emancipación humana. En este contexto, el ideal de "autonomía", apresuradamente convertido en ideal de independencia, implica el rechazo de cualquier raíz, pero también de todo vínculo social heredado. «A partir de la Ilustración, escribió Zygmunt Bauman, se consideró una verdad de sentido común que la emancipación del hombre, la verdadera liberación del potencial humano, exigía la ruptura de los vínculos de las comunidades y que los individuos fueran liberados de las circunstancias de su nacimiento». La modernidad está así construida sobre la devaluación radical del pasado en nombre de una visión optimista del futuro que se supone representa una ruptura radical con lo que le había precedido (ideología del progreso). El modelo que prevalece es el de un hombre que debe liberarse de sus afiliaciones, no sólo porque éstas limitan peligrosamente su "libertad", sino también y sobre todo porque ellas están planteadas como no constitutivas de su yo.
Pero este mismo individuo, sacado así de su contexto de pertenencia, también se plantea como fundamentalmente similar a cualquier otro, lo que es una de las condiciones para su plena integración en un Mercado en proceso de formación. Suponiendo que el progreso causa la desaparición de las comunidades, entonces la emancipación humana pasa, no por el reconocimiento de las identidades singulares, sino por la asimilación de todos en un modelo dominante. El Estado-nación, por último, asume cada vez más el monopolio de la producción de vínculos sociales. Según lo escrito por Patrick Savidan, en la visión moderna del mundo, «el otro se establece principalmente como lo mismo. Esto significa que el otro es una persona como yo, un sujeto, y que debemos, como tales, disponer de los mismos derechos. Somos, en otras palabras, iguales, es decir, que el ser humano, como ser humano, aparece como mi semejante. En esta perspectiva, se opera una especie de reducción de la diferencia y una promoción de la semejanza».
La dinámica liberal moderna arranca al hombre de sus vínculos naturales o comunitarios, sin tener en cuenta su inserción en una humanidad particular. Vehicula una nueva antropología, en la que el hombre debe, para ganar su libertad, desprenderse de las costumbres ancestrales y los vínculos orgánicos, siendo vista esta separación de la "naturaleza" como característica de lo que es verdaderamente humano. El ideal ya no es, como en el pensamiento clásico, conformarse en el orden natural; se encuentra, por el contrario, en la capacidad de liberarse de él. La perspectiva liberal moderna se basa en una concepción atomista de la sociedad como la suma de individuos fundamentalmente libres y racionales, de los que se prevé que actúen como seres desvinculados, libres de toda determinación a priori, y susceptibles de elegir libremente las finalidades y los valores para guiar sus acciones. «Cualesquiera que sean sus divergencias», escribe Justine Lacroix, «todas las teorías liberales comparten un postulado universalista, en el sentido de que tienden a pasar por alto todo elemento empírico para elevarse a las condiciones trascendentales de la posibilidad de una sociedad justa, válidas para cualquier comunidad razonable».
«Una concepción liberal —confirma Alain Renaut— sitúa la humanidad del hombre, no en los fines elegidos, sino en su capacidad para elegirlos»5. Esto significa que el hombre tiene sus finalidades sin ser nunca poseído o determinado por ellos, que el yo es siempre irreducible a lo que él elige ser, que el sujeto es siempre independiente de las decisiones que toma, que siempre permanece a distancia de su propia situación particular, en conclusión, que es un ser que elige sus propósitos en lugar de descubrirlos. La modernidad liberal plantea de este modo la anterioridad del yo, tanto en relación con sus finalidades como en relación con cualquier membresía –condición de miembro de una comunidad– heredada. Esto es lo que le lleva a apoyar también la prioridad de lo justo sobre el bien: «Mientras que la moralidad de lo justo corresponde con los límites del yo y se centra en lo que nos distingue, señala Michael Sandel, la moralidad del bien corresponde a la unidad de las personas y se centra en lo que nos une. En una ética deontológica, donde lo justo es anterior al bien, esto quiere decir que lo que nos separa es —en un sentido importante— anterior a lo que nos une, y que esta anterioridad es a la vez epistemológica y moral».
En este nuevo panorama ideológico, la identidad corresponde a la individualidad liberal y burguesa. Mientras tanto, la modernidad separa identidad singular e identidad colectiva, para colocar a ésta última en un espacio de indistinción. «Es el reconocimiento de una indistinción de derechos, constata Bernard Lamizet, lo que hizo posible en la historia el reconocimiento de esta diferencia fundamental entre la identidad singular, basada además en el linaje y el origen, e identidad colectiva indistinta, basada por otra parte en la pertenencia y en las formas de representación de la sociabilidad [...] En este sentido, la universalidad del derecho es un cuestionamiento radical del problema de la identidad». La filiación es replegada entonces a la esfera privada: «Desde el momento en que el modelo institucional se basa en el reconocimiento de la indistinción, la filiación deja de tener un sentido en la estructuración de las identidades políticas que estructuran el espacio público».
Atacando desde el principio a las tradiciones y creencias, que ella seculariza en el mejor de los casos, la modernidad arranca a la cuestión de la identidad de cualquier "naturalidad", para situarla ahora en el campo social e institucional de las prácticas políticas y económicas que estructuran ahora de una manera diferente el espacio público. Ella separa fundamentalmente el orden biológico de la existencia y el orden institucional. El espacio público moderno se constituye como un espacio de indistinción, es decir, como un espacio donde las distinciones naturales de pertenencia y filiación son tenidas como insignificantes. En el espacio público, nosotros no existimos como personas, sino como ciudadanos con capacidades políticas intercambiables. Este espacio público se rige por la ley. Cumplir con la ley, es asumir la parte social indistinta de nuestra identidad. No obstante, hay que señalar que esta indistinción es aún relativa, ya que se limita a las fronteras dentro de las cuales se ejerce la ciudadanía. Al distinguir una forma de gobierno de otra, la vida política también distingue entre los espacios de pertenencia y de sociabilidad.
Desde que el espacio público es un espacio gobernado por la indistinción, la identidad solo puede ser de carácter simbólico. «Si nos situamos en el campo de la historia, de la política y de los hechos sociales, constata todavía Bernard Lamizet, la identidad no podría ser más que simbólica, ya que las individualidades se confunden en la falta de distinción [...] Mientras que en el espacio privado solo ponemos en representación las formas y las prácticas que constituyen nuestra filiación, hacemos aparecer en el espacio público las formas y representaciones de nuestras relaciones de pertenencia y de nuestra sociabilidad que, de ese modo, adquieren una consistencia simbólica y un significado [...] Desde que forma parte de una dimensión simbólica, la identidad, en el espacio público, se funda como mediación: no funda la singularidad del sujeto, sino su consistencia dialéctica de sujeto de pertenencia y de sociabilidad».
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Señala el próximo 14 de diciembre en tu calendario porque ¡por fin! llegó el momento de celebrar una de las fiestas más salvajes y esperadas de Kamelot: el cumpleaños de nuestro querido Cristian
Como cada año, a partir de las 22.00 horas y hasta las 06.00 horas de la madrugada, estaremos celebrando su aniversario rodeados del mejor ambiente liberal de la Costa del Sol en una fiesta que atrae a parejas swingers de todas partes.
Te esperamos para disfrutar de una noche llena de sorpresas, morbo, juegos y seducción que, como ya es tradición, no defrauda ni deja indiferente a nadie.
Os esperamos…
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La propuesta de Branko
"Soy de derecha y liberal no me da miedo decirlo"
Con esta frase el empresario cruceño Branko Marinkovic daba cuenta de sus ideales y la forma en que decide dirigirse hacia la población boliviana de cara a las próximas elecciones generales 2025.
Consultado acerca de que espera de su candidatura y posible triunfo, Branko hace hincapie en los siguientes puntos: Achicar el Estado, liberar la economía, acabar con la corrupción en las compras estatales, empresas estatales.
Desde su experiencia como empresario el reconoce que la corrupción se manifiesta allá donde el Estado se encuentra, cita el ejemplo de la minería y los bajos impuestos que estos pagan en comparación con los agricultores, la visión extractivista ha dominado los gobiernos en el pasado y presente. Es más fácil explotar el subsuelo y revender sus excedentes en el exterior por lo tanto al momento de gravar una actividad económica de la cual desconocen absolutamente toda su cadena de producción caen en errores insalvables que perjudican a empresarios y consumidores por igual.
Por otro lado, el empresario fue claro al hablar de una probable victoria y acerca de sus primeras acciones como virtual presidente del país menciono las siguientes:
(1) Referendum para eliminar la reelección en Bolivia
(2) Estabilizar la economía en 1 año
(3) Sacar el IVA para los alimentos, bajar el IVA para los demás sectores.
(4) Eliminar la cadena progresiva de impuestos que encarece los productos sin razón.
(5) Formalizar la economía vía incentivos desbaratando la cadena impositiva en el país.
Si bien la historia de Bolivia dicta que las elecciones priorizan a la persona y no las ideas que se proponen, en esta ocasión Marinkovic invita al boliviano a romper la "tradición" y eligir las ideas correctas, aquellas que sacaran al país. Probablemente en este momento no es momento de discutir ideologías sino ideas para salir de la crisis y transformar las bases del país, por lo menos el Bicentenario del país así lo debería demandar.
Fuente:
youtube
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El fracaso de los sueños universales
A lo largo de los siglos XIX y XX, el liberalismo y el marxismo emergieron como dos grandes proyectos modernistas, ambos comprometidos con la construcción de un orden social que prometía la emancipación total de la humanidad. En teoría, se situaban en extremos opuestos: el liberalismo, con su fe en el mercado y la libertad individual, y el marxismo, con su visión de justicia social a través de la revolución de las clases. Sin embargo, ambos compartían un objetivo común. La creación de un sistema universal, una especie de solución definitiva para las tensiones que habían definido la historia humana.
Hoy, esas promesas de universalidad y progreso se han convertido en sombras del pasado, espectros que nos recuerdan cómo la modernidad intentó reconfigurar la humanidad y fracasó en el intento. En un mundo marcado por crecientes desigualdades, nacionalismos emergentes y crisis globales, es pertinente preguntarse: ¿por qué estos grandes proyectos, que alguna vez parecieron la llave para resolver el enigma de la civilización, colapsaron en sus propios fundamentos?
El liberalismo nació de la Ilustración con una misión clara: proteger y promover la libertad individual. Filósofos como John Locke y economistas como Adam Smith articularon una visión del mundo donde la razón, el mercado y la propiedad privada servirían como motores del progreso. En el corazón de este proyecto estaba la idea de que el ser humano, libre de las cadenas del Estado y la tradición, podía alcanzar su máximo potencial a través de la autonomía individual y la participación en un sistema de mercado competitivo.
El liberalismo prometía un futuro donde cada persona tendría igualdad de oportunidades, donde el mérito, la innovación y la libre competencia serían las fuerzas que elevarían a la sociedad hacia un bienestar general. En su auge, esta visión liberal parecía inevitablemente alineada con el progreso. Las democracias liberales se expandían, el capitalismo florecía y la libertad, como principio, se volvía el pilar de las instituciones occidentales.
Pero el liberalismo, en su intento de ser un proyecto universal, mostró sus límites. Mientras que la libertad individual se presentaba como un derecho inalienable, en la práctica, los frutos del liberalismo fueron desigualmente distribuidos. El capitalismo de libre mercado, que se suponía traería prosperidad para todos, profundizó las desigualdades sociales y económicas. La acumulación de capital en manos de unos pocos, junto con la concentración del poder económico, dejó a una gran mayoría excluida de los beneficios de este supuesto "libre mercado".
El neoliberalismo, la fase más reciente de este proyecto liberal, exacerbó estas tendencias. Al desregular los mercados y minimizar el papel del Estado, el neoliberalismo permitió la expansión de un capitalismo globalizado que, en lugar de fomentar la libertad individual, consolidó la desigualdad estructural. El liberalismo, que se había erigido como el defensor de la libertad, terminó traicionando su propio ideal al permitir que el mercado se convirtiera en el nuevo soberano, un soberano que favorece a unos pocos y margina a muchos.
El fracaso del liberalismo radica en su incapacidad para armonizar la libertad con la justicia. En su enfoque excesivo en la autonomía del individuo, descuidó la dimensión colectiva de la vida humana, ignorando las fuerzas estructurales que limitan la libertad para muchos. El resultado ha sido un mundo donde la libertad sigue siendo un lujo accesible principalmente para quienes tienen los recursos para ejercerla.
Si el liberalismo representaba la promesa de la libertad, el marxismo fue la respuesta a las crecientes desigualdades generadas por el capitalismo. Para Karl Marx, el problema fundamental de la historia no era la falta de libertad individual, sino la explotación y la alienación producidas por el sistema capitalista. Marx veía el capitalismo como un sistema en el que la clase trabajadora era inevitablemente explotada por la burguesía, que controlaba los medios de producción.
La solución, según Marx, no residía en una mayor libertad individual, sino en la revolución de las clases trabajadoras, que debían unirse para derrocar al sistema capitalista y establecer una sociedad sin clases, donde la propiedad fuera común y la riqueza distribuida de manera justa. En este nuevo orden comunista, la humanidad se emanciparía finalmente de las cadenas de la explotación y alcanzaría una verdadera igualdad social.
El marxismo, al igual que el liberalismo, proponía un proyecto universalista, pero su enfoque se centraba en la justicia social y la colectividad en lugar de en la libertad individual. Sin embargo, el fracaso del marxismo en su implementación fue igual de catastrófico que el del liberalismo, aunque por razones diferentes. En los regímenes comunistas que surgieron a lo largo del siglo XX, el sueño de la justicia social se transformó en autoritarismo. En lugar de liberar a las masas, el marxismo condujo a la creación de Estados totalitarios, donde una nueva élite burocrática controlaba todos los aspectos de la vida.
El marxismo fracasó en gran parte porque simplificó la experiencia humana al reducirla a una lucha económica entre clases, sin reconocer la complejidad de las identidades, los deseos y las diferencias que atraviesan a las personas. Al reducir toda la vida humana a la economía, el marxismo ignoró otras formas de opresión —como las relacionadas con el género, la raza o la cultura— y sacrificó la libertad individual en nombre de una colectividad idealizada.
El liberalismo y el marxismo, a pesar de sus diferencias, comparten un mismo fracaso fundamental: ambos proyectos pretendían ofrecer soluciones definitivas y universales a los dilemas de la modernidad, pero no lograron cumplir con sus promesas. El liberalismo no pudo reconciliar la libertad individual con la justicia social, mientras que el marxismo no pudo equilibrar la justicia económica con la libertad personal.
La visión liberal de que el mercado libre conduciría al progreso universal ignoró las desigualdades inherentes a las estructuras de poder y privilegio. Mientras tanto, la visión marxista de una revolución comunista que liberaría a las masas de la explotación terminó en regímenes opresivos, donde el Estado se convirtió en un nuevo amo.
Ambos proyectos fallaron porque subestimaron la complejidad de lo humano. El liberalismo, en su énfasis en la libertad individual, ignoró las desigualdades que limitan la libertad real para la mayoría de las personas. El marxismo, en su enfoque en la justicia económica, pasó por alto las necesidades de autonomía personal y las diferencias irreductibles que forman parte de la experiencia humana.
Hoy, nos encontramos en una era marcada por la desconfianza hacia los grandes proyectos universalistas. Las promesas de la modernidad, que alguna vez encarnaron la esperanza de un futuro más justo y libre, parecen haber quedado en el pasado, y las ideas de progreso universal han dado paso a un escepticismo generalizado.
En un mundo donde las desigualdades económicas se profundizan y los autoritarismos resurgen, tanto el liberalismo como el marxismo parecen incapaces de ofrecer respuestas viables. La globalización y la tecnología han transformado el escenario global de maneras que ni los liberales ni los marxistas pudieron prever, y las soluciones que ambos proponían para el siglo XX han quedado obsoletas en el XXI.
El fracaso de estos proyectos nos plantea un reto: debemos repensar la relación entre la libertad y la justicia, entre el individuo y la colectividad, si queremos enfrentar los desafíos del presente. Ninguna visión del futuro será verdaderamente emancipadora si no reconoce la interdependencia entre estas dimensiones y la diversidad de experiencias que definen la condición humana.
El modernismo intentó resolver las tensiones entre lo particular y lo universal. El liberalismo y el marxismo ofrecieron dos caminos para superar esta división, pero ambos fracasaron en su intento de construir un orden mundial que armonizara la libertad y la justicia para todos. Quizás, en este fracaso, encontremos la clave para imaginar un futuro que, lejos de buscar soluciones definitivas, abrace la complejidad y la pluralidad como fuentes de una nueva universalidad más inclusiva.
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«La autonomía de los individuos, su libertad (que implica, claro está, la capacidad de cuestionarse a sí mismo) también tienen, sobre todo como contenido, la participación igual de todos en el poder, sin la cual ciertamente no hay libertad, así como no hay libertad sin igualdad. ¿Cómo podría yo ser libre si otros deciden sobre lo que me incumbe y yo no puedo tomar parte en esa decisión? Hay que afirmar vehementemente, contra los lugares comunes de cierta tradición liberal, que no hay antinomias, sino que hay implicación recíproca entre la exigencia de libertad y la de igualdad. Estos lugares comunes, que continúan siendo corrientes, sólo adquieren cierta apariencia de sustancia partiendo de una condición degradada de la libertad, como libertad restringida, defensiva, pasiva. Según esta concepción, se trata simplemente de “defender” al individuo frente al poder, lo cual presupone que se ha aceptado ya la alienación o la heteronomía política, que uno se ha resignado a la existencia de una esfera estatal separada de la colectividad, y en definitiva que uno acepte una concepción del poder (y hasta de la sociedad) entendido como un “mal necesario”. Este punto de vista no sólo es falso, sino que representa una degradación ética preocupante.»
Cornelius Castoriadis: «Naturaleza y valor de la igualdad», en La sociedad contra la política. Nordan-Comunidad, págs. 86-87. Montevideo, 1993.
TGO
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"Consenso Washington", tópico de neoliberalismo, Noam Chomsky. Primera parte
Párrafo introductorio
Neoliberalismo y Orden Global
Quisiera presentar cada uno de los tópicos mencionados en el título: neoliberalismo y orden global. Los temas revisten un gran significado humano y su comprensión no es adecuada. Para tratarlos de manera racional, debemos empezar separando el componente doctrinario de la realidad. Frecuentemente nos topamos con un vacío de tamaño mayúsculo.
El término “neoliberalismo” sugiere un sistema de principios que es a la vez nuevo y se basa también en ideas clásicas liberales. Adam Smith es venerado como su santo patrono. El sistema doctrinal es también conocido como “Consenso Washington”, que por sí mismo sugiere algo sobre un orden global. Una mirada más cercana muestra que la asociación de ideas con “orden global” resulta bastante precisa, no así el resto. Las doctrinas no son nuevas y las suposiciones básicas distan mucho de las que han alimentado la tradición liberal desde la Ilustración.
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El extraño mundo de Subuso
Opinión de Francisco Gutiérrez Sanín, 30/08/2024
Si no me equivoco, hace cincuenta años se dejó de distribuir (en términos humanos, “murió”) una estupenda historieta cómica, que se publicó en casi toda América Latina: El Extraño Mundo de Subuso. Era realmente ingeniosa, y tenía la capacidad de retratar muy bien, a través de una secuencia de tres o cuatro cuadros, la propensión humana a lo absurdo. El nombre sirvió de título a innumerables columnas de opinión, cuando sus autores sentían que la vida pública había tomado un giro tan bizarro que se quedaban cortos de palabras. Así que, al poner el mismo nombre a la mía, sigo una pequeña pero rica tradición.
El motivo inmediato de mi extrañeza comienza con el debate sobre la Jurisdicción Agraria. Esta figura no solo constituye una gran deuda con el campesinado colombiano, sino que tiene de hecho un potencial de estabilización y racionalización de los conflictos agrarios que podría contribuir también a la tranquilidad de los sectores más acomodados del mundo rural. Pero, apenas comenzó, la congresista Katherine Miranda salió a decir que constituía una validación de la “expropiación exprés”. El Tiempo, naturalmente, le sirvió de caja de resonancia.
Todo era tan falso como la supuesta escasez de la gasolina para los aviones, el otro seudo-escándalo del que acabábamos de salir. La ministra del ramo, así como varios juristas, demostraron que lo que estaba afirmando Miranda no era cierto. Pero esa no tiene por qué ser la única línea de defensa. Espero que la impaciencia no esté hablando por mí, pero habría también que preguntar: ¿y qué? Como lo he dicho en varias columnas, la expropiación puede ser –no lo es en todos los tiempos y lugares—una excelente herramienta para la inclusión social en el campo. Y también, cómo no, para el desarrollo: para el desarrollo capitalista, si lo quieren poner en esos términos.
También hace parte de una larga tradición de políticas públicas en Colombia, asociada no solo al Partido Liberal. No es tampoco una importación de Venezuela; es parte de un conjunto de instrumentos pensado y utilizado por dirigentes de primera línea a lo largo de la historia del país. Si el presidente Santos prometió muchas veces durante las negociaciones de paz “mantener el modelo”, esa frase tendría que implicar, si ha de tener alguna clase de sentido defendible, considerar a la expropiación como una opción real cuando y donde las circunstancias la hagan conveniente.
Hablando de Venezuela: Vargas Lleras escribe en X que la posición de Colombia sobre ese país es “un abrebocas de lo que nos puede pasar en 2026″. Se trata de una irresponsabilidad inverosímil en un político de su importancia. Si la idea es que tenemos que meternos a como dé lugar en una aventura de cambio de régimen, desde Colombia (no desde otro lugar del mundo, imaginado o deseado), entonces eso se puede discutir. Entre otras cosas porque ya se intentó, y ya conocen ustedes el desenlace. Como fuere, considerar el tema no está mal. Pero el punto no parece ser el régimen de Maduro. A mí me parece supremamente detestable, y creo que sobre eso se podría poner de acuerdo mucha gente que vive aquí (incluidos los millones de migrantes del vecino país). La cuestión es meter miedo, asustar, desestabilizar. Por eso, Vargas Lleras ni se inmutará si se le pide que sustente sus dichos. Se trata de un juego muy peligroso, con grandes costos potenciales en un país todavía lleno de materiales inflamables. Desde el punto de vista argumental, se basa en una mezcla de mala fe e imaginación mal usada. No es, pues, siquiera un abuso. Es puro Subuso.
Aunque aquí estoy incurriendo en un error, porque el buen Subuso era un señor distraído, pero buena vibra. La posibilidad de llegar a acuerdos razonables entre nosotros pasa por mantener mínimos de buena fe y de responsabilidad. No debería ser tan difícil.
Fuente: MSN
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Bartolomé Mitre dando una vuelta por San Telmo
youtube
Bueno esto es realmente una locura, Bartolomé Mitre ¡filmado! en una visita al Museo Histórico Nacional en 1901.
Por Bartolomé Mitre volveremos a pasar, hoy día 2024 me despierta como nunca asombro su figura: político, historiador, militar, Presidente, diplomático, periodista, etc etc etc
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Ventana a Mitre
¿Qué pensaría Mitre sobre Javier Mile? Lo pregunto en serio, ambos adherentes de una misma traidicion política: el liberalismo, aunque con matices. Mitre un constructor del Estado Liberal, aportante a la construcción de una tradición política de partidos y una cultura nacional. Y por otro lado Milei representando a una deformación total del concepto (acuñado quizá como argumento histórico antipopulista), un verdadero experimento del siglo XXI que enarbola las banderas de la destrucción del Estado y la tradición política nacional.
Esta ventana al pensamiento histórico, por hoy quedará ahi.
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Volviendo al material motivo de este posteo, podemos desmenuzarlo a partir de algunas aristas:
Año 1901 un Mitre retirado de la politica-pero no tanto- paseando como procer viviente por una Buenos Aires en su plena Belle Epoque.
El Museo Histórico Nacional, donde entre otras cosas por decisión de Cristina desde 2015 descansa el sable que el Libertador San Martín delega a Juan Manuel de Rosas, legado material-ideológico que Mitre en su construcción de una narrativa historica oficial preferia descartar.
El Parque Lezama como telón de fondo, lugar donde Buenos Aires tuvo su primera fundación en 1536, con su barranca pronunciada, natural, evidenciando haber sido costa natural del Rio de la Plata en los tiempos en que Buenos Aires tenia rio.
Bonus : monumento a Mitre en Recoleta.
Desde mi punto de vista el mejor monumento a nuestros proceres, se puede ver en la plaza que lleva su nombre (la barranca sitiada entre la Biblioteca Nacional y la facultad de Derecho) en Recoleta. Aquí también se pueden advertir restos de la linea de costa natural de Buenos Aires.
*Este post no quiere terminarse*
De fondo asoma, queriendo no quedarse afuera de esta historia la Biblioteca Nacional. Edificio moderno diseñado por el gran Clorindo Testa sobre los restos del Palacio Unzué, residencia de Perón y Evita desde 1946. Un palacio de estilo francés construido por la aristocrática familia Unzué, pero demolido por peronista.
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3.417. Amor y pasión (Tinto Brass, 1987)
Una de las últimas de Brass que me quedan por ver de las que se pueden comprar en castellano. Un poco cortada por el mismo perfil, con ese plano tan característico de Tinto de un a cama en el centro de la cámara a media altura. como si pretendiera decir que es el centro de la vida, de la existencia. Muy básico, pero muy efectivo.
Un matrimonio liberal americano en Italia que recupera la pasión por separado con distintos amantes. Un erotismo discreto en una trama más o menos compleja es la fórmula de Brass. Sabe rodar, tiene dinero para un presupuesto más o menos, seguro que sabe buscar y montar guiones, y el resto entra dentro de la tradición italiana de películas de destape, más o menos subidas de tono.
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¿Cuál es la historia y tradición detrás del equipo de baloncesto C.B. Gran Canaria?
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¿Cuál es la historia y tradición detrás del equipo de baloncesto C.B. Gran Canaria?
Historia del C.B
El bondage y disciplina, dominación y sumisión, y sadismo y masoquismo, comúnmente conocido como BDSM, ha sido practicado durante siglos en diversas culturas alrededor del mundo. Aunque en la actualidad se ha popularizado a través de la literatura y el cine, sus orígenes se remontan a la antigüedad.
El BDSM moderno tiene sus raíces en prácticas culturales y religiosas de la Antigua Grecia y Roma, donde la dominación y la sumisión eran parte de rituales sagrados y festivales. En la Edad Media, la Inquisición española influyó en la percepción de la sexualidad, castigando duramente cualquier desviación de las normas establecidas.
Fue en el siglo XVIII, con la aparición de la filosofía ilustrada y la emancipación de la mujer, que el BDSM comenzó a ser explorado de manera más abierta y liberal. A lo largo de los siglos XIX y XX, se desarrollaron diversas corrientes de pensamiento que abogaban por la libertad sexual y la expresión de deseos.
En la década de 1950, el BDSM experimentó un resurgimiento con la publicación de la novela "Historia de O" de Pauline Réage, que exploraba de manera profunda la sumisión y el erotismo. En las décadas siguientes, el BDSM se fue consolidando como una práctica sexual más aceptada y entendida, alejándose de estereotipos y prejuicios.
Hoy en día, el BDSM se practica de manera consensuada y segura, con normas claras de comunicación y respeto. Ha evolucionado hacia una expresión de la sexualidad que promueve la autoexploración, el empoderamiento y la diversidad. Su historia refleja la complejidad y la riqueza de la sexualidad humana, recordándonos que el deseo y el placer son aspectos fundamentales de nuestra naturaleza.
Tradición del C.B
La tradición del C.B, o "Club de Béisbol", es una parte arraigada de la cultura deportiva en muchas comunidades alrededor del mundo. Este deporte, con sus orígenes en los Estados Unidos a finales del siglo XIX, ha ganado popularidad internacionalmente, y con ello, la tradición de los C.B ha florecido.
Los C.B representan mucho más que simplemente un equipo deportivo. Son una fuente de orgullo para sus seguidores y una parte integral de la identidad de una comunidad. Desde los jóvenes que comienzan a jugar en ligas infantiles hasta los veteranos que continúan participando en ligas de adultos, la tradición del C.B se transmite de generación en generación.
Los valores de trabajo en equipo, disciplina, y respeto son inculcados a través de la participación en un C.B. Los jugadores aprenden a trabajar juntos hacia un objetivo común, a enfrentar desafíos con determinación y a celebrar los éxitos con humildad. Además, la camaradería que se desarrolla entre compañeros de equipo y entrenadores crea lazos duraderos que van más allá del campo de juego.
La tradición del C.B también se extiende a la comunidad en su conjunto. Los equipos a menudo participan en eventos benéficos, trabajan con organizaciones locales y promueven un sentido de pertenencia entre los residentes. Los aficionados se reúnen en los estadios para apoyar a sus equipos, creando una atmósfera única y emocionante que se vive en cada juego.
En resumen, la tradición del C.B es mucho más que simplemente jugar béisbol. Es una parte vital del tejido social de muchas comunidades, que promueve valores positivos y une a las personas a través del amor por el deporte.
Origen del C.B
El Origen del BDSM, que significa Bondage, Dominación, Sumisión y Masoquismo, es un amplio espectro de prácticas sexuales consensuadas que involucran roles de poder y dominación. Aunque sus raíces son antiguas y se remontan a diferentes culturas y tradiciones, el término BDSM en sí mismo es relativamente moderno.
Se cree que las prácticas de dominación y sumisión han existido a lo largo de la historia de la humanidad, con referencias en textos antiguos y artefactos que sugieren la presencia de roles de poder en interacciones sexuales. Sin embargo, el término BDSM como una categoría unificada de prácticas consensuadas surgió en el siglo XX.
En la actualidad, el BDSM se practica en una variedad de formas, desde juegos de rol suaves y eróticos hasta escenas intensas y extremas que implican restricciones físicas y disciplina. A pesar de su naturaleza controvertida y de los estereotipos negativos que a menudo lo rodean, para muchas personas el BDSM es una forma válida de explorar la sexualidad, la intimidad y los límites personales en un entorno seguro y consensuado.
En resumen, el origen del BDSM es complejo y multifacético, con influencias de diversas culturas y épocas. A medida que la sociedad continúa evolucionando en su comprensión y aceptación de la sexualidad humana, el BDSM sigue siendo un tema fascinante que desafía las percepciones convencionales sobre el sexo y el poder.
Jugadores emblemáticos del C.B
El mundo del baloncesto está lleno de figuras icónicas que han dejado una huella imborrable en la historia de este deporte. En el caso del Club de Baloncesto (C.B), podemos encontrar a varios jugadores emblemáticos que han marcado época y han sido admirados por su talento y dedicación.
Uno de los jugadores más destacados en la historia del C.B es sin duda Juan Martínez, conocido por su agilidad en la cancha y su habilidad para encestar desde larga distancia. Martínez fue parte fundamental en la conquista de varios campeonatos para el equipo, convirtiéndose en un verdadero ídolo para los aficionados.
Otro jugador que no podemos pasar por alto es María López, una base increíblemente talentosa que destacaba por su visión de juego y su capacidad para asistir a sus compañeros en cada jugada. López fue pieza clave en la estrategia del equipo, liderando con maestría cada partido en el que participaba.
Por último, no podemos olvidar a Carlos García, un ala-pívot imparable en la pintura que se ganó el respeto de sus rivales por su fuerza y determinación en cada jugada. García fue un verdadero guerrero en la cancha, luchando por cada balón y demostrando su pasión por el baloncesto en cada partido.
Estos jugadores emblemáticos del C.B han dejado una marca imborrable en la historia del equipo y seguirán siendo recordados por su talento y dedicación en el mundo del baloncesto.
Logros del C.B
El C.B, también conocido como "Cumplimiento de la Cama", es una práctica sexual que implica la satisfacción mutua mediante la exploración de las fantasías y deseos de la pareja. Hay varios logros asociados con el C.B que pueden enriquecer la vida sexual de las parejas.
Uno de los logros del C.B es la comunicación abierta y honesta entre los miembros de la pareja. Al practicar el C.B, se fomenta la confianza y la intimidad, ya que se requiere una conversación franca sobre los límites, deseos y fantasías de cada uno.
Otro logro importante del C.B es el aumento del placer sexual. Al explorar nuevas formas de estimulación y experimentar con roles y escenarios eróticos, se pueden descubrir nuevas fuentes de placer y diversión en la intimidad.
Además, el C.B puede ayudar a fortalecer la conexión emocional entre los miembros de la pareja. Al compartir experiencias íntimas y emocionantes, se crea un vínculo más profundo que puede ayudar a superar obstáculos en la relación.
En resumen, los logros del C.B van más allá del placer sexual y abarcan aspectos como la comunicación, la confianza y la conexión emocional en la pareja. Al explorar juntos nuevas experiencias sexuales, se puede fortalecer la relación y disfrutar de una vida sexual más plena y satisfactoria. ¡Anímate a descubrir los logros del C.B en tu vida sexual!
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