#tareas.
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˛ ⠀ ⠀⋆ ⠀ ⠀𝗧𝗔𝗦𝗞 01: LEALTAD NO ES UNA CADENA, SINO UN LAZO DE TINTA Y SANGRE. ( @losavntos )
𝗔𝗹𝗱𝗲𝗿𝗶𝗰𝗵 𝗛𝗮𝘀𝘁𝗶𝗻𝗴𝘀 entrevista a 𝙉𝙞𝙖𝙡𝙡 𝘽𝙮𝙧𝙣𝙚.
Había estado tranquilo. Calmado. Relajado. Había andado por ahí como quien no quiere la cosa hasta que los sobres aparecieron sobre las camas. La frase cuidadosamente escrita inscribiéndose en sus retinas con el dolor de una marca hecha con hierro caliente. Traidor. Eso era. Y eso descubriría Alderich Hastings en el momento en que pusiera un pie en la oficina.
Decidió que se aferraría a la estrategia planteada por Malena. Después de todo, ella era mucho más inteligente que él. Cuando llegó al despacho y aquella gélida cordialidad lo recibió, supo que sería más difícil de lo que había planteado en un inicio en su cabeza. Dentro de esta, había ensayado respuestas a posibles preguntas, pero nada lo había preparado para el sentirse a mil kilómetros de distancia del hombre que siempre le había tendido una mano.
Niall lo siguió dentro de la habitación, callado, sin animarse a hacer alguno de sus típicos chistes, aquellos que el hombre siempre recibía con camaradería y solemnes risas. En esos momentos, Alderich le recordaba a su padre. La relación con este nunca había sido mala, pero su progenitor tenía momentos en los que imponía un témpano de distancia entre ambos. Quizás era algo en él que estaba mal. Tal vez era la forma en que se expresaba que lo dejaba fuera de línea. Sea como fuere, el irlandés se vio obligado a tomar asiento, sin decir ninguna palabra. El silencio reinaba. Dejar que Hastings condujera la entrevista podía resultar un arma de doble filo, Niall estaba al tanto de ello, pero tampoco sabía cómo comenzar. ¿Tomar la iniciativa en este caso? No, no podía. Era capaz de pisar el palito, de exponerse sin siquiera darse cuenta, pero al mismo tiempo, ¿no era eso lo que estaría por buscar el fundador del círculo?
—Gracias, Alderich —finalmente habló. Su voz sonó ronca y carraspeó mientras aceptaba el cigarro—. ¿Me permites…? —con esto señaló el encendedor, y fue tan pronto vio el corto gesto de asentimiento por parte del mayor que lo tomó y prendió el cigarrillo, que ahora colgaba de sus labios.
La mano en su hombro pesó. Fue como si una tonelada de rocas cayeran sobre él. Era un gesto tan paternal y a la vez tan ominoso, que Niall no supo qué pensar sino hasta que las palabras empezaron a golpearle el cerebro. Le dio una calada al pitillo, inhalando profundamente el tabaco para relajar su interior. Expulsó el aire por la nariz y estuvo a punto de hablar cuando se vio interrumpido por más verborrea. Fue la mención a su generación la que lo hizo fruncir el ceño. Si había algo que sentía caracterizaba a la suya, era todo lo contrario a los dichos de Hastings. Claro, no iba a contradecirlo, mucho menos bajo esas circunstancias. Así que solo asintió como un perro entrenado, dándole la razón, incluso si este no lo ve.
Continuó fumando. Los nervios lo consumían. El tiempo se espesaba.. ¿Cuánto llevaba ahí? Siente que horas, y cuando miró el reloj en la oficina, vio que ni siquiera habían transcurrido cinco minutos. Profundizó la pitada al cigarro, consumiéndolo casi en un santiamén. Las cenizas cayeron sin cuidado sobre su falda y no le importó. No le importó que su ropa cara se viera mancillada por los restos de cigarrillo. En ese momento sólo podía pensar en lo que estaba ocurriendo, en lo que vendría. Y llegó. El reflector estaba en él y la luz quemaba.
—Alderich, yo… No creo estar desperdiciando la oportunidad, sino todo lo contrario. Por eso estoy aquí, porque sé que vas a ayudarme. Sé que me vas a escuchar y me vas a creer —emprendió con tanta calma como pudo. Sin embargo, el movimiento frenético de su rodilla delataba la ansiedad que lo carcomía por dentro—. Vera Quinn estaba loca, vamos, que eso lo sabemos todos —una risotada casi sin gracia brotó de sus labios—. Me citó… Nunca entendí por qué. Tal vez porque fui amigo de Alfred. Ella quería saber más de él, no sé, no se me ocurrió preguntarle las razones, pero me dio a entender que era para escribir sobre su vida o algo por el estilo.
Eso pareció llamar la atención del hombre, que se volvió a él y lo miró de una forma tan acusatoria que Niall no pudo hacer más que tragar en seco. O tal vez no fue acusatoria, tal vez fue una simple mirada que él, con la culpa corroyendo sus entrañas, interpretó como una. “Prosigue” dijo Hastings, con esa solemnidad característica, y el ojiazul asintió de inmediato, de forma automática, como si fuese un soldado raso y el hombre uno de sus generales.
—Todo empezó como una charla normal, pero poco a poco fue mutando a otra cosa… Quinn quería que yo hablara mal de Alfred —continuó con convicción—. Me hacía preguntas tramposas, buscaba acorralarme a partir del hecho de que decidí alejarme de él. Eso lo hice porque ya no coincidíamos, el vínculo se había desgastado y no había ningún remanente de amistad. Nos habíamos vuelto extraños. Cosas que a veces pasan entre las personas —expresó. Claro que era mentira, claro que se había alejado por todas las mierdas que Buchanan había hecho y continuaba haciendo en su momento, pero eso no podía mencionarlo—. Le dije que Alfred era buen tipo, que tenía sus defectos, como todos nosotros, porque era humano, pero que no escondía ningún secreto ni era condenable por sus errores, y pareció no gustarle. Siguió con su ponzoña; estaba empecinada en que mencionara algo. No sé bien qué, pero la notaba errática —el cigarrillo se terminó por consumir solo y cuando lo notó, dejó la colilla en el cenicero más cercano, sobre el escritorio. Se limpió las manos entre sí, pensando qué más podía agregar a su falsa confesión—. Ah… Ella… Bueno… En un momento… Dios, qué vergüenza porque perteneció a nuestra institución —si bien estaba fingiendo, el nerviosismo que lo poseyó era genuino. Rascó su sien con la uña de su pulgar en un gesto que evidenciaba intranquilidad—. Pero… Flirteó conmigo. Se me insinuó de una manera poco apropiada. Supongo que, bueno, quiso aprovecharse de mí y de que mi reputación me precede un poco —carraspeó—. No estoy orgulloso de ello, porque casi cedo, pero nada sucedió. Lo juro por el Círculo y todo lo que este me ha dado. Soy un poco imbécil a veces, sin embargo la frené y le dije que no iba a conseguir nada con ello. Eso pareció ponerla de peor humor —chasqueó la lengua y reposó la mano sobre la rodilla que todavía temblaba en un gesto que intentaba calmar su desasosiego—. Después me echó a los gritos, diciéndome que no le servía para nada lo dicho —concluyó, encogiendo un hombro.
Su historia pareció cautivar a Alderich, quien seguía paseándose por la oficina a gusto y piacere, con su cigarro y sus zapatos caros que a cada paso retumbaban en la cabeza del irlandés. Desconocía cuánto tiempo pasó hasta que finalmente volvió a oír la voz del profesor. “Está bien, Byrne. Supongo que eso era todo lo que necesitaba escuchar.”
—¿Quieres que me retire? —preguntó a medio pararse y señalando la puerta. Un asentimiento fue lo que recibió como respuesta—. Pues muchas gracias por el tiempo, Alderich. Siempre es un placer verte.
“Gracias a ti por la información. Saluda a tus padres por mí. Nos estaremos viendo pronto” y el hombre le extendió la mano en señal de cordial saludo.
—Así lo haré, Alderich. De nuevo, muchas gracias —Niall estrechó la mano extendida en su dirección con su mejor sonrisa decorando su semblante y asintiendo—. Nos vemos pronto.
Al fin, su mano y la de Hastings se separaron y el irlandés pudo abandonar la habitación con el corazón galopante de éxtasis. Una vez fuera, limpió los restos de ceniza de su pantalón, que habían dejado sus huellas. Pero hay marcas que son imposibles de borrar, y Niall lo sabía muy bien.
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˛ ⠀ ⠀⋆ ⠀ ⠀𝗧𝗔𝗦𝗞 02: en la penumbra del confesionario, aprendí que el perdón es una mentira con sotana. ( @losavntos )
“Pasífae Fowler, están listos para ti” la voz del oficial la sacó del trance en el que se encontraba. En sus manos, había un vaso de café helado. Amagó con darle un sorbo cuando Finnley Flanagan la detuvo.
—Es mejor que no bebas más —el hombre le bajó la extremidad con cuidado y, delicadamente, se hizo con el vaso—. Es hora. Vamos.
Pasífae asintió y, cuando se puso de pie, sintió las piernas flaquear. Estaban entumecidas. No supo si tenía que ver con el tiempo que pasó sentada, sumida en una espera que se hizo eterna, o si se relacionaba con los nervios que agarrotaban sus músculos sin ningún tipo de clemencia. Sea cual fuere la razón, luchó por dar el primer paso y le costó. Le costó tanto que Flanagan alcanzó a sostenerla del brazo para que no se cayera al suelo. Aquello le supo amargo. Un oleaje de patetismo la barrió de pies a cabeza. ¿Por qué no podía mantener la compostura? ¿Por qué le costaba tanto encontrar la entereza que una vez la caracterizó?
—Gracias —bisbiseó de manera casi ininteligible al desviar la mirada.
—Vas a estar bien, Pasífae —le aseguró el abogado en un tono que rozó la pena. Le colocó una mano en el hombro en señal de apoyo, a lo que la castaña se esforzó para sonreír en un gesto agradecido, si bien lejos estaba de sentirse cómoda. Odiaba hallar debilidad en sí misma, pero últimamente era todo lo que lograba encontrar cuando hurgaba dentro suyo: una pequeña criatura asustada e indefensa.
—Lo sé. No soy—no soy de cristal, Finnley —contrarrestó. Negó con la cabeza un par de veces y soltó un suspiro—. No me voy a quebrar por un interrogatorio —si era sincera consigo misma, no estaba segura de ello, mas su representante no tenía porqué saberlo.
Sin decir mucho más, se encaminó por el pasillo que separaba la sala de espera de aquella donde la interrogarían. Los nervios fueron asentándose en su estómago hasta el punto de calcificarse, de volverse parte inamovible de sí. El peso de un tiempo espeso le aletargó los latidos del corazón, lo cual era irónico si tenía en cuenta lo intranquila que había estado frente al resto. Sin embargo, no importaba. Ahora era momento de mostrarse firme, impoluta, como si estuviera despojada de esa sensibilidad que habitaba entre sus huesos y con la que desconocía qué hacer en el día a día.
Ingresar a la sala la descolocó un poco. La frialdad de la misma, su apariencia estéril, tan cuidadosamente diseñada para hacer perder la cabeza, provocó que un escalofrío recorriera su columna vertebral. Como pudo, se mantuvo incólume, y no cedió a las respuestas de su cuerpo.
Saludó a Varela y Jesperson con un cordial apretón de manos. Tomó asiento cuando el detective se lo indicó. Miró a Flanagan un instante antes de devolverse al dúo, a quienes escuchó con especial atención. Por los minutos que duró su introducción, se retrotrajo a un tiempo en que las figuras de autoridad lo habían sido todo para ella. Pasífae jamás se caracterizó por aborrecer a quienes estaban varios escalafones más arriba, a quienes poseían algún tipo de investidura, a quienes representaban al poder. Era lo contrario: su sumisión llegaba solo frente a quienes la miraban desde lo alto, en un sentido metafórico. A lo largo de su vida había buscado hacerse con el reconocimiento de alguna de estas personas. Había fallado más veces de las que ganó.
—Señorita Fowler —emprendió el detective Jesperson—. ¿Qué funciones cumplía exactamente cómo la asistente de Vera Quinn?
Vera Quinn. Mujer que fue una de las únicas —si no la única— que la vio, que decidió que valía la pena, y que la escogió para acompañarla durante su tiempo en Pomona. Tragó en seco ante la mención. Sus entrañas dieron un vuelco tan contundente que sus extremidades se enfriaron, pero logró mantenerse a raya. Su semblante era sereno mas imperturbable.
—Básicamente las funciones que cumple cualquier asistente, detective —comenzó con su declaración sin vacilación alguna—. Me encargaba de manejar su correo, de seguir su agenda y recordarle los eventos importantes, de ayudarla a juntar información para sus trabajos periodísticos personales y para sus clases también. En muchas ocasiones, la asistí en la corrección de evaluaciones y en la preparación de las mismas, así como también de sus clases no solo de periodismo, sino de storytelling —explicó en lo que sus dígitos jugaban con el borde de su falda en un ademán que la ayudaba a mantenerse en eje—. Vera estaba preparándome para la vida profesional como periodista y también como docente. Yo… Yo siempre quise seguir sus pasos. Me parecía una mujer inteligentísima y digna de admiración. Ser su asistente, trabajar de cerca con ella fue una experiencia enriquecedora —en eso no mintió. Aun si en la actualidad resentía a la ex-docente, no era capaz de faltarle a la verdad: junto a ella había crecido como persona y profesional.
—Suena a que le tenía aprecio —apuntó Jesperson con una sagacidad que fue por el hueso—. ¿Está segura de que su relación fue únicamente académico-profesional?
Ante la pregunta, Pasífae arrugó el ceño con disgusto. Las náuseas le subieron por la garganta. Otra vez el recuerdo incesante de los inventos de quien, en un punto, consideró una amiga. Flanagan abrió la boca para hablar, pero Pasífae negó en una petición de silencio.
—Por supuesto que fue una relación únicamente académico-profesional —no se encargó de esconder la indignación que se prendió a cada uno de sus vocablos, aunque fue comedida—. Si está acusándome de involucrarme con mi profesora por los dichos de Amelia Melbourne, déjeme decirle que estos son puras patrañas. Yo nunca me involucraría con un miembro del cuerpo docente —insistió con una vehemencia tajante—. Si Vera Quinn significó algo para mí, fue algo totalmente fraternal. Vi en ella una hermana mayor, una confidente, una referente.
—Está bien, Pasífae —pronunció Varela, quien dejó de escribir en cuanto la voz de la castaña cesó—. Solo queremos corroborar o desmentir las declaraciones de la señorita Melbourne. Entendemos que la señorita Quinn fue una mentora para usted. Ahora, podría decirnos, ¿qué información manejaba que pudiera vincularse a los casos de Otis y Alfred?
—¿Se refiere a Vera o a mí? —se colocó el cabello detrás de las orejas, pues la necesidad de verse recolectada y entera pinchó en su pecho. Creía que se veía como una maniática, aun si recién comenzaban con el interrogatorio.
—A Vera.
—Pues… No tengo idea —habló con total franqueza—. Es cierto que trabajábamos juntas, que la ayudaba en investigaciones y que ella compartía su trabajo conmigo, pero si ella supo o tuvo acceso a información relacionada a los casos de Otis y Alfred no… No podría decirlo —se mordió el labio inferior para acallar un suspiro. Meneó la cabeza en lo que sopesaba si pronunciar lo siguiente. Estaba bajo juramento. Tenía que cooperar—. Sin embargo, ella… Ella fue volviéndose cada vez más reservada. Hubo un cambio. No soy capaz de señalar con precisión qué fue, pero, de un momento a otro, empezó a quitarme responsabilidades. No quería que me involucrara en ciertos proyectos, y yo lo acepté. No iba a cuestionarla. Supuse que tenía que ver más bien con mis habilidades que con un tema personal suyo.
La réplica pareció interesar a los detectives, que intercambiaron una mirada momentánea. Esta no pasó desapercibida para Pasífae, ni para Finnley, quien le otorgó un par de palmaditas en el muslo para hacerle saber que lo estaba haciendo bien. Jesperson carraspeó y Varela anotó un par de cosas en su libreta. Pronto se volvió a Pasífae y, con el atisbo de una sonrisa, volvió a interrogar: —¿Sabía usted acerca de la publicación del libro de Vera Quinn?
Inhaló profundamente. Una vez más, meneó la cabeza.
—No… no exactamente —ante las miradas inquisidoras del par, no pudo hacer más que relamerse los labios y tragar en seco. Entreabrió los labios mientras buscaba la manera de proceder sin colocarse a sí misma en una encrucijada—. Quiero decir, lo sospeché, pero no contaba con ninguna certeza al respecto.
—¿Cómo que lo sospechó? —esta vez fue Jesperson quien intervino.
—Sí. Ella—ella me invitó a su casa después de la graduación. Una vez fue a los pocos meses, o al año de haber terminado mi recorrido por Pomona —hablar de aquel encuentro le pesaba. Vera Quinn seguía significando mucho, sin importar el escándalo en que los había metido. La detestaba y la quería en partes iguales. La extrañaba, a pesar de su evidente descenso a la locura. Había sido un faro muy importante en la vida de Pasífae; fue la primera vez que alguien la escogió por encima del resto. Las becas pasadas, las felicitaciones por parte de los docentes no tenían comparación a lo que sintió una vez Vera la eligió como su asistente—. Fue un encuentro casual, como el de dos viejas amigas. Quería saber cómo estaba adaptándome a mi vida en Boston, porque no regresé nunca más a Texas. Me preguntó si necesitaba ayuda. Le dije que estaba preparándome para una entrevista con la revista en la que trabajo ahora, y ella se ofreció a orientarme. Incluso escribió una carta de recomendación. Me dijo que era por si acaso —una sutil risa la abandonó ante la memoria. Se encogió de hombros—. Luego… Seguimos en contacto. Nos veíamos con frecuencia; ella seguía dándome consejos y alentándome con el trabajo. De repente, dejé de oír de ella, y cuando me contactó de nuevo, no pude negarme. Le debía mucho. Y ahí fue cuando empecé a sospechar que estaba escribiendo sobre Pomona, sobre… el Círculo —agachó la mirada durante unos segundos antes de regresarse a sus interrogadores—. Esa vez fue distinta. Se la notaba fuera de sí. Actuaba extraño. Su casa estaba llena de papeles, y entre ellos estaban las fotos de Otis, de Alfred, de Amelia, del cuerpo docente de Pomona. Incluso de mis compañeros —arrugó apenas el ceño en lo que iba hablando—. Supe que algo tramaba, solo no me di cuenta que se trataba de un libro. Lo primero que pensé fue en un artículo. Después de todo, la habían apartado de la universidad y de todo. Una vendetta no me pareció descabellado.
El sonido de la punta de la lapicera rasgando el papel le sirvió para concentrarse en otra cosa que no fueran sus palpitaciones que se volvieron agitadas y el sudor frío en sus palmas.
—¿Qué hizo para desviar las acusaciones de su alianza y presentar otra versión?
—Decir la verdad —subió y bajó los hombros con simpleza—. Sé que suena muy tonto, y básico, pero no soy una mente maestra y nunca me destaqué por mentirosa. Siempre fui muy honesta con todo y con todos. Con mis compañeros, con mis docentes. Vera tenía poder sobre mí todavía, por ello es que fui a su casa. Por ello es que accedí a juntarme en más de una ocasión. Por eso es que mantuve el vínculo. Yo le debía todo. Le debo todo aun, incluso si ella no está. Pero sé que también me tuvo cerca porque quería información, y yo no estaba dispuesta a dársela. No iba a poner en jaque mi lugar como miembro del Círculo, no cuando lo sentía como una bendición. Vera… Ella… A veces, como quien no quiere la cosa, me preguntaba por la noche de las muertes de Otis y Alfred. Nunca le respondí lo que quería, siempre reiteré lo mismo.
—¿Quién le sugirió utilizar la narrativa de haber sido manipulada por Vera? —indagó Jesperson, reclinándose sobre la mesa.
—Nadie —replicó contundente—. Yo misma lo pensé, porque en parte es verdad. En su momento no pude verlo, pero ella estaba consciente de que yo me sentía en deuda. Fue en nuestro último encuentro que me percaté de lo que en verdad estaba pasando porque fue muy obvia con sus intenciones. Estaba ida, irascible. Era otra persona, una que había perdido la cabeza en la búsqueda de algo en específico. Repetía incoherencias —no las recuerdo bien. Solo… Fue espeluznante. Nunca la había visto de ese modo. No era la Vera que conocí una vez, e intentó coercionarme para que le diera información. Incluso llegó a… A ponerse física conmigo. Sujetó muy fuerte mi brazo hasta el punto del dolor. Me fui con las marcas de sus dedos en mi piel.
—Bien, entonces, ¿qué partes del libro reconoce como verdaderas?
—Es difícil decirlo cuando las cosas han sido tergiversadas y amplificadas —su tono fue sereno, pero los nervios empezaban a cobrar vida para enredarse en las paredes de su estómago—. El capítulo sobre Alfred… Él no era santo de mi devoción. Dios sabe que no teníamos relación porque, claramente, no era digna de que un Buchanan se me acercara, pero creo que no era como lo pintaban. No era un psicópata, solo un niño rico con complejo de superioridad, como todos los que lo rodeaban, y actuaba en consecuencia a la manera en que fue criado. Y el capítulo sobre los becados es… Tendencioso, por decirlo de alguna forma. Todo el libro fue concebido para azuzar la brecha ya existente entre becados y no becados. En realidad, no puedo decir nada. No reconozco verdades. Creo que es un libro muy amarillista.
—Pasífae, ¿qué información decidió no compartir con Vera ni con nadie más? —los ojos penetrantes de Varela provocaron que la respiración se le atascara en la laringe. Empezó a retorcerse los dedos entre sí con virulencia. Agradecía tenerlos sobre su regazo, fuera del alcance de la vista de los detectives. Abrió la boca y luego la cerró. Observó el vaso de agua que le habían dejado en la mesa. Tragó saliva. Respiró de modo apaciguado, sin querer atiborrarse de oxígeno. Necesitaba ordenar sus ideas.
—Yo… —suspendió el habla durante unos segundos en que el suspenso reinó. Las miradas de los tres presentes estaban clavadas en ella, a la espera de su siguiente movimiento. El peso le partía las costillas. Era una cuestión que no tenía absolutamente clara, pero que cargaba consigo desde la noche en que vio morir a Otis—. Yo vi a quién lanzó la piedra que provocó el ahogamiento de Otis —los detectives se removieron en sus asientos y la instaron a que continuara—. No estoy segura de la persona, pero sé que lo vi. Después de eso corrí lejos. Tenía que encontrarme con Na— con Ignacio Alcázar. Él era mi novio en ese entonces y Otis era su amigo. Yo… Yo me asusté mucho. No es claro, y no quiero involucrar a nadie inocente.
—¿Fue Carmine Arbury? ¿O Theseus Grigsby? —empujó Jesperson no sin cierta desesperación en su pronunciación. Era como si finalmente tuviera la pieza necesaria para ponerle un cierre a uno de los casos. Pasífae notó la ambición en sus pupilas, las ansias de que se tratara de alguno de los mencionados. Varela, en cambio, con la expectativa viva, se demostró más comedida.
—No, no fueron Carmine ni Theseus —sacudió la cabeza en una negativa. Ella los había visto ahí, por supuesto, como había visto al resto del grupo y a Otis. El resto era difuso, sin embargo, tenía la certeza de conocer al perpetrador, aun si no podía distinguirlo.
—¿Entonces? ¿Quién fue? —Amaranta la invitó a proseguir.
—Creo que fue… Creo que fue Dylan Copeland —apartó la mirada para poder cerrar los ojos un instante—. Se la veía mal. Y, después de todo, Alfred era su novio. No creo que le gustara que Otis estuviera increpándolo. Pero no estoy segura. Había mucha gente allí esa noche.
—No se preocupe, señorita Fowler, lo que nos ha dicho es de gran ayuda —la sonrisa de Charles la enfermó, mas se esforzó por corresponderle. Fue un intento débil.
—¿Ya me puedo ir? —preguntó en voz bajita.
—Me temo que todavía no —respondió Amaranta—. Tenemos otras preguntas para hacerle, Pasífae. Si pudiera decirnos… La noche que encontró el cuerpo de Albertina Solanas, ¿qué estaba haciendo en el bosque?
La mención a Albertina de inmediato le provocó un escozor en los lagrimales. El labio inferior le tembló por inercia. Finnley la había preparado para el impacto de las preguntas relacionadas a su amiga, pero no había sido suficiente. Se obligó a parpadear para contener las lágrimas. Enderezó su espalda, cuidando su postura. Respiró con calma.
—Estaba buscándola —su respuesta fue un tanto cohibida en un principio—. En un punto de la fiesta pensé que la había visto en el bosque —recordó la interacción con Izzie y cómo la morena había asegurado que su amiga estaba ahí; eso se había quedado grabado en su mente a lo largo de la velada—. Pero estaba un poco alcoholizada. Había bebido unas cuantas copas para relajarme. Sin embargo, la idea persistió— la idea de que Alber… Albertina estaba ahí, sola, escondida o perdida. No puedo explicarlo bien, es como si un presagio se hubiera asentado aquí —colocó su palma abierta sobre su pecho—. Era algo que me tenía intranquila. Traté de sosegarme y tomé agua para desintoxicarme. Entonces… Una vez sentí que tenía mi cabeza despejada, decidí volver al bosque. Quería comprobar que se trataba de locas ideas mías, que había sido una imagen fabricada por mi cerebro porque solo quería que esté— que estuviera bien —encogió un hombro, haciéndose pequeña en su posición. Estaba bajando la guardia, mas no podía no hacerlo cuando se trataba de Albertina. Sorbió por la nariz—. Lo primero que vi fue su cabello —soltó una exhalación que pretendió ser una risa entristecida—. Es— era inconfundible. Tenía un cabello precioso, bien cuidado. Ella es… Era muy coqueta. ¿Sabían que había inaugurado su propio salón de belleza? —sonó distraída, lejana. Se había perdido en el recuerdo de su amiga—. Y tuvo que faltar a la apertura por regresar a Dover —otra carcajada apesadumbrada aquejó su pecho, mas en realidad se trató de un sollozo—. Tenía una vida brillante y llena de éxito por delante. No es—no es justo lo que le pasó —murmuró compungida—. Por favor, díganme que lo van a resolver.
—Eso estamos intentando, Pasífae —le aseguró Amaranta antes de extenderle un vaso con agua. La castaña asintió y tomó el recipiente con manos temblorosas. Le dio un sorbo y se concentró en la forma en que el líquido bajaba por su garganta. Se reconectó con su propio cuerpo. Una sensación de malestar le recorría la fisonomía.
—Ya casi terminamos —le avisó Jesperson—. ¿Ha recibido alguna especie de beneficio debido a la información manejada?
—No —negó con la cabeza—. Para nada. No he dado la información que les di a ustedes a nadie más. Y todo lo que he conseguido, lo he conseguido por mis propios medios. Con mi trabajo, con mi esfuerzo.
—Bien. Por último, puede explayarse tanto como quiera, ¿cómo fue su relación con Vera Quinn? ¿Esta se sostuvo hasta su defunción?
—Como les dije, vi en Vera Quinn una hermana mayor, una referente y hasta una confidente. Ella se preocupaba por mí, y a mí me interesaba saber más de ella, de su trabajo, de su carrera —expresó pasando la yema del índice por el borde del vaso—. Durante mi tiempo en Pomona, Vera fue todo lo que quería ser. Periodista exitosa, excelente para contar historias, una promesa en el rubro. Además de una gran docente. Nos volvimos muy cercanas, y cuando me gradué, continuamos siendo amigas. Me tendió una mano para que consiguiera casa en Boston, me preparó para mis primeras entrevistas, y me orientó en la más importante. De hecho, creo que su carta de recomendación hizo peso para que consiguiera mi puesto —sonrió vagamente—. Pero después sucedió lo que les comenté: dejé de oír de ella. El vínculo se cortó de golpe. Y no volví a saber de ella hasta que me escribió para que la visitara. Fue ahí cuando la vi fuera de sí, extraña. Más retraída que antes, huraña y… Poseída. Estaba consumida por algo… Ahora veo que esto era su investigación, el libro, todo el esfuerzo por el que se sometió para hacer de poca información un gran golpe contra la comunidad de Pomona. Esa vez en su casa fue el último contacto que tuve con ella. Luego de eso, no supe más de ella hasta que me enteré de su muerte por las noticias.
Los dos detectives cerraron sus respectivas libretas. Miraron a Pasífae, luego a Finnley. Se pusieron de pie.
—Ya terminamos. Es libre de retirarse, señorita Fowler —otorgó Charles Jesperson. Tanto ella como Flanagan imitaron el acto de pararse. Sus manos fueron a estrecharse con las de los agentes.
—Muchas gracias, Pasífae —la voz de Amaranta Varela fue la señal para asentir y salir de la habitación. Finnley la siguió de cerca y cuando quiso detenerla para felicitarla, Pasífae sacudió la cabeza. —Necesito ir al baño —se excusó antes de salir corriendo para llegar al mismo. Una vez dentro, se metió en uno de los cubículos y vomitó dentro del retrete. Las lágrimas abandonaron sus ojos con una velocidad inclemente; parecían surcarle las mejillas con el calor de un hierro ardiente. Estas eran por Albertina, que le hacía falta; por Vera Quinn, a quien odiaba y apreciaba en partes iguales; por el temor de haberse metido en la boca del lobo. La incertidumbre le apretaba la garganta. El miedo prevalecía. ¿Qué sería de ella? ¿Qué sería de sus amigos? ¿Qué sería de todos ellos?
#dos de dos adentro !!#adiós nos vemos en cuarenta días hábiles !!#spoiler: es igual de aburrido q el de niall#tareas.#task 02.
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tengo sueño
#cotl animation#cotl lamb#colt#cult of the lamb#narinder x lamb#cotl narinder#hice esto en vez de tarea#myart
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🅱️itsu and shoe
#mp100#mob psycho 100#sho suzuki#shou suzuki#ritshou#ritsu kageyama#se aventó como 4 días en producción este video bruto#lo pude haber acabado en media hora si no tuviers otros 7 proyectos abiertos#así me pasó una vez con la tarea
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Otros dibujos antiguos q nunca publiqueª
Ni terminé tampoco
#lmk macaque#lmk mayor#lego monkie kid#shadowpuppet#lmk shadowpuppet#xd#Tengo un montón de tarea y exámenes ayuda#lmk fanart#lmk lbd#(?#Bocetillos
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lo que el tragic toxic divorced yuri le hace a un madafaka
#scissor seven#redtooth#red tooth#chairman jiang#huilian jiang#dibujè esto todo el día en lugar de hacer tarea auxilio#ni siquiera me gustó tanto al final encima#my art
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las divas……..

#Uff me encanta como me salió teto#Denle trabajo a Neru banda 💔#Debería dibujarlas en ibis……..#Pero es que no tengo tiempo ahora tengo una tonga de tarea 😭#Es que no puede ser ughgggggg 💔💔💔💔💔💔💔#Kasane teto#teto#teto utau#hatsune miku#miku#neru#Akita neru#vocaloid#utauloid#fanloid#Class doodles#Doodles
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Yupiiii
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Le estábamos armando el árbol genealógico a mí hermana para una tarea y resulta que no tenemos ni una foto de mí bisabuelo Francisco porque el chabon era un GATO!!!, tenía como 3 familias y se enteraron una de la existencia de la otra en SU FUNERAL, no son todos putas son uno más puta que la otra ahre
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learning Mediterranean languages is just a constant cycle of
looking at Spanish like huh can’t figure out the romance root of this word
word: is hispanicization (often via Mozarabic or Valencian) of andalusi Arabic
looking at modern Arabic and Hebrew forms like huh can’t figure out the Semitic root of this word
word: is semiticization of Vulgar Latin and/or koine Greek
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(❤️ x ♦️)
Jealousy
It's literally a job, I couldn't do it differently 💔
#seven deadly sins#nanatsu no taizai#nnt#los siete pecados capitales#fanart#escanor#estarossa#my art#escanorxestarossa#es literalmente mi tarea 🤯
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Sunday 💙📚✨
#apuntes#studying#study blog#study motivation#study notes#infographic#infografía#tareas#do your homework
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˛ ⠀ ⠀⋆ ⠀ ⠀𝗧𝗔𝗦𝗞 01: LA LEALTAD Y EL AMOR AMBAS COMPARTEN UN DESTINO TRÁGICO. ( @losavntos )
𝗩𝗲𝗿𝗮 𝗤𝘂𝗶𝗻𝗻 entrevista a 𝙋𝙖𝙨𝙞𝙛𝙖𝙚 𝙁𝙤𝙬𝙡𝙚𝙧.
Sabe que no debería estar allí, pero Vera Quinn siempre fue amable con ella y la tomó bajo su ala, como su aprendiz y asistente, por lo que Pasífae siente que algo le debe. Pero verla a Vera es como ver sus peores pesadillas vueltas realidad. El desastre de papeles, la desorganización, el estado en el que la ex-profesora se encuentra y el abrazo que le da la espantan. Sin embargo, ahí está y no va a irse hasta saber qué es lo que tanto necesita de ella. El espacio que se atrevió a ocupar en el sofá la incomoda. Todo la incomoda. Si tiene que ser sincera consigo misma, no quiere estar ahí, pero su obstinación es más grande y tiene que descubrir de qué va toda la situación.
Una tenue sonrisa le decora el rostro cuando Vera llega con los dos vasos de agua y toma el suyo para darle un comedido sorbo. Traga despacio, como si estuviera midiendo con desconfianza el contenido bebido. Se limpia las comisuras con delicadeza, con gracia perfeccionada en Pomona.
—Claro que no, Vera —replica negando con la cabeza. Su tono es afable y contrasta mucho con el sentimiento de terror que la invade al ver los ojos de su antigua mentora. Lo próximo que le dice pica su curiosidad, pero sabe que no va a decirle. Una investigación periodística en curso era una que mantenía su confidencialidad, y ni siquiera a ella le confiaría algo tan grande como lo que se trae entre manos. Por lo que solo asiente. Pasífae está paralizada. Algo en la mirada de Vera le dice que no está bien. Que está trastornada, y desconoce si se trata de una cuesti��n arrastrada desde siempre o que se detonó con lo que fuese que se había topado en su investigación.
Abre y cierra la boca ante el tono acusatorio. Se tarda en pensar en qué decir. En el estado en que se encontraba la morena, tenía el presentimiento de que cualquier cosa que saliera de su boca podría llegar a ser tergiversada o utilizada en su contra, de alguna forma. Así que decidió que mentiría. Le mentiría a quien había confiado en ella para trabajar a su lado.
—¿Cómo puedo yo… ayudarte a detenerlo, Vera? No tengo ningún tipo de poder —es lo que responde, ignorando deliberadamente la acusación previa. Tenía que saber cómo manejarse, por dónde ir. Está tanteando un terreno peligroso.
“La información es poder, Pasífae, creí haberte enseñado eso” es un ataque viperino. La mirada de Quinn está desenfocada, como si estuviera pensando en otra cosa. Pasífae carraspea y baja la mirada; el ceño fruncido un indicador de que el veneno había entrado con facilidad. “Necesito que me digas dónde y con quién estuviste el día de la muerte de Alfred y Otis” repite con lentitud. “¿Acaso no me oíste la primera vez?”
—Sí, pero… —se detiene. No sabe muy bien con qué objetar. Se remueve en el sofá, visiblemente molesta. Se toca las puntas del cabello recientemente cortado.
“¿Pero qué? — Por favor, háblame, Fae. Necesito tu ayuda. Hay que detener todo esto. No puede seguir sucediendo. Dime dónde y con quién estuviste ese día” es una petición desesperada, de una mujer que ha perdido sus cabales, lo sabe, y está a punto de ser indulgente con una historia inventada.
—Con Theodore Ryu, luego con Albertina Solanas —miente con facilidad—. Con Theo salimos a pasear por Dover por la tarde y luego… Con Alber pasamos tiempo en su habitación porque ella no estaba pasando por un buen momento —se inventó en el instante. No quería manchar a ninguno de sus amigos, y tampoco quería mancillarse ella misma.
Pasífae no tenía los medios para cuidar su espalda. Pomona había llegado mediante tanto esfuerzo, lo mismo que su ingreso al Círculo. Había dado todo y más de sí. Sudor, sangre y lágrimas habían sido volcados en sus intentos de alcanzar la grandeza. No iba a dejar que Vera Quinn arruinara todo por lo que había trabajado. La humillación y el fracaso no eran opción. Mentir era la única herramienta, junto a medias verdades, para zafarse del agarre que la ex profesora tenía en ella. La pena que le causaba la mujer comenzaba a consumirla, mas se dijo a sí misma que tenía que ser fuerte. No podía doblegarse. No tenía que rendirse a los pies de alguien que era persona non-grata. No podía perder.
“Eso no me sirve, Pasífae. Tú lo sabes” la morena se puso de pie, borrando toda la distancia que había entre ambas. La tomó de las manos con fuerza, tanta fuerza que empezaba a doler. Los ojos desenfocados, idos. Una mirada que ya había visto en otras ocasiones, en su padre. De repente se vio en su casa, siendo una niña que se convencía que saldría el agujero en el que estaba viviendo.
—Me estás lastimando, Vera —masculla entre dientes. La mujer parece no oírle. O tal vez no quiere hacerlo, porque ejerce mayor presión—. No sé qué más quieres que te diga. No tengo más recuerdos de esa noche.
Pronto el contacto es roto y la periodista se aparta para buscar algo. Revuelve papeles, los deja en un sitio, los vuelve a poner en donde los había sacado. Pasífae puede ver mejor las demás fotos que no son las de Amelia, Otis y la de Roman Buchanan marcada con un círculo rojo. Les prestó atención al entrar, pero parecieron esfumarse de su mente en cuanto Vera puso la grabadora entre ellas. Ahora reconoce nítidamente a Sylvie Hastings, a Alderich, a Ophelia, a Savar. Su ceño se frunce. También ve a Melodía Buchanan, foto que Quinn aparta mientras sigue buscando por más. Saca otras cuatro fotografías y las toma junto a la de Melodía. Se devuelve hacia donde Pasífae está.
“Dime qué sabes de las Señoritas de Artemisa” le demanda con desenfreno mientras acomodaba las imágenes en el centro de la mesa. Las coloca de forma que las cuatro muchachas rodeen a Melodía Buchanan.
La mirada de Pasífae está genuinamente plagada de confusión. Vera sabía que ella no había sido lo suficientemente agraciada para formar parte del grupo. El resquemor del pasado resurgió, pero como forma de decepción. Pasífae estaba decepcionada de sí misma. Era dura, severa consigo misma. ¿Cómo no había logrado captar la atención de la matriarca de los Buchanan? Tragó en seco y negó con la cabeza.
“Dime qué sabes” repite impaciente.
—Que son un grupo selecto de chicas amparadas por Melodía Buchanan. Que tienen sus propias reglas y códigos. Que hacen un pacto propio. Que las elegidas son Sereia Tennant, Ellen Myers, Svetlana Kostornaia y María Magdalena Almaguer.
“Eso ya lo sé, Pasífae. Ya lo sé. Necesito más. Dame más. ¿Las viste la noche de la muerte de Alfred y Otis?”
—No. Ya te dije que estuve con Albertina en su habitación —repite. La mirada de Vera le quema. Siente la decepción ajena. Es una decepción mórbida. Una decepción que hace que Pasífae baje la mirada, sintiéndose pequeña. Llevaba tiempo sin sentirse de ese modo. No desde Pomona. No desde que abandonó su casa—. No sé qué quieres que te diga. Más que eso no sé.
“Tienes que tener algún dato más” frenética, Vera insiste.
—Solo que ellas encontraron a Amelia —dice en voz baja—. Nada más.
“Eres una puta decepción, Pasífae. ¡Eres una inútil! ¡Una inservible! ¿¡Cómo es que no tienes más información para dar?!” la exaltación en la voz femenina asusta a Pasífae, que siempre tiende a no dejarse espantar. Nunca había visto a Vera Quinn de aquella manera y contrastaba tanto con el abrazo que le había dado al recibirla que su cabeza no podía procesar lo que estaba ocurriendo.
—Lamento no poder darte lo que quieres —se puso de pie para mirarla a la cara, frente a frente—. Pero Vera… No estás bien. Creo que necesitas ayuda. Yo… puedo hablar con Maude y de seguro estará dispuesta a ayudarte a pesar de todo.
“No necesito ayuda. Necesito información, Pasífae. ¿Qué parte no entiendes? Ese lugar es la boca del infierno” vuelve a pronunciar aquello con lo que abrió la conversación. “Si no me vas a dar nada, mejor vete. Porque no quiero ver tu cara si es así como vas a pagar lo que he hecho por ti” tomarla bajo su ala, se refiere.
Pasífae frunce los labios. No le gusta sentirse como está sintiéndose en ese momento. No le gusta decepcionar a quienes tanto le debe, pero no tenía más para decir. No conocía el interior de las Señoritas de Artemisa. No sabía más de lo que había oído por ahí. Había un dato que estaba guardándose, mas decirlo era traicionar al Círculo, y no estaba dispuesta a dejarse amedrentar. Por más que doliera, por más que las lágrimas se calcificaran en su interior, mantendría la boca cerrada.
—Adiós, Vera. Espero que consigas la ayuda que necesitas.
Aquella fue la última vez que Pasífae Fowler vio con vida a Vera Quinn.
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Day 1 of Vargastober: Edgar
Let's imagine that this is still October 1 and that I am not late with this challenge.
PERDONAME SUNNY, TI AMO @disposal-blueeee
Scriabin is showing somewhere in that drawing so credits to zarla for her lil demon!: @zarla-s
#scriabin#vargas#edgar vargas#vargastober2023#vargastober#También t pido perdon pq entre comisiones y tareas no dibujé a Nny#así que imaginemos que el día 2 no existió y vayamos directo al Scri awebo
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Note
Harry Potter is a millennial theme, many gen z have mocked millennials' love for Harry Potter.
Harry Potter makes a lot more sense when viewed through a Millennial or even Gen X lens. That doesn’t mean it can’t be understood by people from other generations, but sometimes very young readers make judgments about characters or plot points from a perspective that’s just too contemporary for the time period in which the series was written and the audience it was originally aimed at.
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