#judíos franceses
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sefaradweb · 3 months ago
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Macron, French Jews call for action after antisemitic rape of 12-year-old girl
🇪🇸 El 19 de junio de 2024, tras el violento ataque antisemítico a una niña de 12 años en Francia, el presidente Emmanuel Macron y grupos judíos franceses exigieron una acción contundente. Nicole Belloubet, Ministra de Educación, describió el crimen como "abominable" y pidió una respuesta de "Justicia, Escuela, República". La víctima fue violada por menores de 12, 13 y 14 años, quienes actuaron en represalia por su ocultación de su religión a uno de los agresores. La comunidad judía, incluyendo al Gran Rabino Jaim Korsia y el CRIF, pidió una investigación detallada y destacó el alarmante aumento de casos de antisemitismo en Francia. El caso, que refleja un aumento en la violencia antisemítica, también reveló comentarios antisemitas en el teléfono del exnovio de la víctima.
🇺🇸 On June 19, 2024, following the antisemitic rape of a 12-year-old girl in France, President Emmanuel Macron and French Jewish groups called for strong action. Education Minister Nicole Belloubet condemned the crime as "abominable" and advocated for a response of "Justice, School, Republic." The girl was raped by boys aged 12, 13, and 14, who attacked her because she had concealed her Jewish identity from one of the suspects. The Jewish community, including Chief Rabbi Haim Korsia and CRIF, demanded a thorough investigation and highlighted the alarming rise in antisemitic incidents in France. The case, revealing antisemitic comments on the ex-boyfriend's phone, underscores the increasing violence against Jews.
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jgmail · 6 months ago
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Marx y el lumpenproletariado
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Por Joakim Andersen
Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera
Es una tradición del 1 de mayo escribir un texto sobre el movimiento obrero y el socialismo que a menudo esté relacionado con Karl Marx y Friedrich Engels. El texto de este año tratará de las opiniones de estos dos caballeros barbudos sobre el llamado lumpenproletariado. En los primeros tiempos del movimiento obrero hubo un fuerte debate sobre el potencial revolucionario de esta clase social. El anarquista Bakunin se refirió a ellos como «la flor del proletariado», «la chusma que casi no había sido tocada por la civilización burguesa», y consideraba que su potencial revolucionario era gigantesco. Detrás de semejante valoración por parte de Bakunin se intuyen elementos de su propia psicología y personalidad, además de algunos aspectos que reaparecieron de forma trivializada en relación con la izquierda de 1968.
Frente a Bakunin, uno se siente tentado a añadir la figura de Karl Marx, a quien Bakunin describió como lo peor de ambos mundos, es decir, como judío y alemán. Aquí había un elemento de confusión conceptual, ya que Bakunin y Marx parecen haber estado hablando de grupos sociales diferentes cuando se referían al lumpenproletariado. En cualquier caso, para Marx el lumpenproletariado no era en absoluto una flor, sino una masa de desechos morales y socialmente degenerados. En su habitual lenguaje gótico, Marx dice en el Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte que el lumpemproletariado estaba compuesto por «junto a roués arruinados, con equívocos medios de vida y de equívoca procedencia, junto a vástagos degenerados y aventureros de la burguesía, vagabundos, licenciados de tropa, licenciados de presidio, huidos de galeras, timadores, saltimbanquis, lazzaroni, carteristas y rateros, jugadores, alcahuetes, dueños de burdeles, mozos de cuerda, escritorzuelos, organilleros, traperos, afiladores, caldereros, mendigos, en una palabra, toda es masa informe, difusa y errante que los franceses llaman la bohème».En este contexto, es interesante señalar la afinidad social y mental esbozada por Marx entre los “canallas” del lumpenproletariado y los “canallas” que Napoleón III y los capitalistas financieros, los parásitos, suelen tener los unos por los otros. Esto también debería ser relevante a la hora de analizar las clases medias altas y bajas del «Transferiat» y la alianza entre «brahmanes, helotas y dalits».
La definición de Marx del lumpenproletariado varía según el texto. A veces se refería a los restos de las clases precapitalistas, a veces a las clases moralmente inferiores de «criminales, vagabundos y prostitutas», a veces era un término colectivo para grupos fundamentalmente muy diferentes. Paradójicamente, compartía la opinión de la burguesía de que el lumpenproletariado era una clase peligrosa, classes dangereuses. Esto tiene que ver, en parte, con su antropología y la atención que en ella se presta a la capacidad de lucha disciplinada. También tiene que ver con sus ideas sobre la realidad material del lumpenproletariado, sus «condiciones de vida». Estaban acostumbrados a que las autoridades se ocuparan de ellos de una forma u otra. Por lo tanto, el lumpenproletariado podía a veces dejarse arrastrar por un movimiento revolucionario, pero también podía dejarse comprar por la reacción. También hay que mencionar aquí el conflicto latente entre la clase obrera y los numerosos desarrapados que la parasitaban de facto (véase la categoría de bandidos asociales de Hobsbawm).
Engels también trazó una clara línea divisoria entre la clase obrera y el lumpenproletariado y advirtió en contra de las alianzas con estos últimos. De hecho, escribió de una forma menos políticamente correcta que Marx que «el lumpemproletariado, esa escoria integrada por los elementos desmoralizados de todas las capas sociales y concentrada principalmente en las grandes ciudades, es el peor de los aliados posibles. Ese desecho es absolutamente venal y de lo más molesto. Cuando los obreros franceses escribían en los muros de las casas durante cada una de las revoluciones: «Mort aux voleurs!» ¡Muerte a los ladrones!, y en efecto fusilaban a más de uno, no lo hacían en un arrebato de entusiasmo por la propiedad, sino plenamente conscientes de que ante todo era preciso desembarazarse de esta banda».
Las advertencias de Marx y Engels fueron tomadas en serio durante mucho tiempo por el movimiento obrero, que a menudo llegó a esterilizarse antes que aliarse con el lumpenproletariado. Sin embargo, en relación con las tendencias de 1968, puede reconocerse un cambio, aunque la fascinación por los «elementos en descomposición» de diversa índole puede remontarse al menos a las vanguardias del periodo de entreguerras. Un exponente de la nueva visión del lumpenproletariado fue Herbert Marcuse y también Frantz Fanon (aunque la definición de este último del lumpenproletariado es más parecida a la de Bakunin).
Fanon es menos interesante aquí que Marcuse y la nueva izquierda con la que se le asocia; ya que la nueva izquierda esta compuesta por estratos que no son ellos mismos trabajadores y que no pueden distinguir entre «pobres» y «clase obrera». También se puede reconocer una tendencia a asociar los propios estratos psicológicos primitivos con estratos sociales supuestamente primitivos, sobre todo en el contexto de 1968. Al mismo tiempo, sin embargo, también hubo enfoques menos patológicos; Debord y Becker-Ho, por ejemplo, identificaron la vida precapitalista y los ideales guerreros con el «argot» (jerga).
Lo que prevaleció, sin embargo, era que las clases y los individuos con una psique desequilibrada idealizaban las clases sociales a las que atribuían esperanzas poco realistas. En nuestra época, esto se ha convertido en algo diferente del ingenuo «liberad a los presos, son como nosotros» de los años 70, porque ahora se ha añadido una dimensión étnica. La anémica burguesía romantiza y proyecta sus propios impulsos no sólo sobre pequeños grupos de vagabundos y «ladrones» locales, sino también sobre importantes sectores de las poblaciones que no tienen ascendencia europea. El lumpenproletariado de Marx se solapa hoy en gran medida con sus fuidhirs.
Podemos ver que la «izquierda» establecida le ha dado la vuelta a Marx. Se trata de clases medias, incluidos los burócratas, que rara vez son ellos mismos clase trabajadora y, por lo tanto, no pueden reconocer la diferencia entre «pobres» y «clase trabajadora». Al mismo tiempo, son las clases medias las que se encuentran en conflicto con la clase obrera nativa en el sentido más amplio, por lo que resulta tentador aliarse con sus otros rivales, tanto simbólicos como reales. Las tendencias psíquicas infantiles y primitivas que podemos reconocer en Marcuse siguen prevaleciendo en estas clases medias, lo que significa que se proyectan fácilmente sobre las clases etnosociales. En definitiva, se trata de un potente cóctel que, por un lado, baraja las cartas y defiende a los estratos del lumpenproletariado como «clase obrera» y, por el otro, silencia o legitima los comportamientos lumpenproletarios. Al mismo tiempo, la subclase indígena y sus problemas son invisibilizados; no encajan en las nuevas narrativas.
Para concluir, señalaremos que el término «lumpenproletariado» es en realidad un concepto del siglo XIX. Puede haber sido útil para captar las tendencias y los escollos del joven movimiento obrero, pero hoy la situación es muy diferente. Sin olvidar la «reacción» a la que Marx y Engels temían que se vendieran los lazzarones en lugar de defender violentamente el papado, la subclase etnificada de hoy cambia ciudadanías por votos con la socialdemocracia. El factor étnico, que aparece en Marx en diversos contextos como elemento primordial en relación con la clase, significa también que estamos ante un nuevo fenómeno. En cualquier caso, quienes lo deseen pueden recurrir a Marx y Engels para contrarrestar los recurrentes intentos de equiparar a la «clase obrera» con elementos puramente lumpenproletarios. Su perspectiva sigue siendo un punto de partida fructífero para comprender la relación entre la subclase etnificada y ciertas clases medias. Un complemento útil es la distinción que hace Evola entre dos tendencias antiburguesas. Una aspira a ser algo superior a lo burgués, la otra a ser algo inferior.
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notasfilosoficas · 4 months ago
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“El deber mas alto del hombre es proteger a los animales de la crueldad”
Emile Zola
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Émile Édouard Charles Antoine Zola fue un escritor francés, nacido en París en abril de 1840, y un  novelista, periodista, y dramaturgo considerado el padre y el mayor representante del llamado naturalismo literario y un contribuyente importante al desarrollo del naturalismo teatral.
Fue hijo de un ingeniero veneciano naturalizado y de la francesa Émile Aubert. 
Tras la muerte temprana del padre, se trasladó a Aix-en-Provence sufriendo penalidades económicas.
Tuvo como compañero de estudios al pintor francés posimpresionista Paul Cézanne con quien mantendría una larga y fraternal amistad.
Émile regresa a París y tras abandonar el bachillerato decide trabajar como dependiente en una librería para evitar seguir siendo una carga para su madre en 1862.
Escribió su primer texto y colaboró en las columnas literarias de varios diarios, cultivando al mismo tiempo la amistad con personalidades como Édouard Manet, Camille Pissarro y los hermanos Gouncort escritores franceses pertenecientes a la corriente naturalista.
En 1868 concibió un proyecto denominado “Les Rougon-Macquart” y cuya aspiración era la de realizar una novela “fisiológica” en las que intentaba aplicar algunas de las teorías del filósofo, crítico e historiador Taine uno de los principales teóricos del naturalismo, y de Claude Bernard, teórico, médico y fisiólogo francés sobre la herencia.
La obra, consta de 20 novelas y se inicia con “La fortuna de los Rougon” en 1871, el cual refleja un retrato social que siguiendo el esquema del naturalismo, contiene altas dosis de violencia y dramatismo, y demasiado explícito en sus descripciones para la época.
Entre las novelas mas destacadas de este proyecto destacan, La taberna en 1876, “Naná” en 1880, “El paraíso de las damas” en 1883, “Germinal” en 1865 y “bestia Humana” en 1890 y “El Desastre” en 1892.
También son obras clave de su escritura la trilogía “Tres ciudades” y los cuatro evangelios” en 1898 y 1902 respectivamente.
En el año de 1870 se casa con una costurera con la que no tuvo hijos. Sin embargo tuvo una amante quien le dió dos hijos.
En 1890 se rechazó su entrada en la Academia Francesa y en 1894 la Santa Sede decretó la inclusión de toda su obra en el Indice de los libros prohibidos.
Cuando Alfred Dreyfus fue acusado injustamente de espionaje a favor de Alemania, Zola surgió en defensa del militar judío escribiendo el famoso artículo “Yo, acuso” el cual fue publicado el 13 de enero de 1898 y que sirvió para que se reabriera el caso judicial.
La publicación de este artículo le llevó a prisión durante un año, huyendo el autor francés a Inglaterra. Finalmente, tanto Zola como Dreyfus fueron declarados inocentes
Émile Zola falleció en París el 29 de septiembre de 1902, a causa de una intoxicación provocada por la inhalación de gases provenientes de una chimenea a la edad de 62 años.
Fuentes: Wikipedia, alohacriticon.com, biografiasyvidas.com
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gonzalo-obes · 2 months ago
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IMAGENES Y DATOS INTERESANTES DEL 15 DE SEPTIEMBRE DE 2024
Día Internacional de la Democracia, Día Europeo de la Salud Prostática, Día Mundial del Linfoma, Semana Europea del Cáncer de Pulmón, Semana del Bienestar en las Américas, Año Internacional de los Camélidos.
San Aicardo, Santa Melitina, San Nicomedes, San Porfirio, Nuestra Señora de Mariazel, Santa Aparecida, Nuestra Señora de los Dolores y Virgen de los Dolores.
Tal día como hoy en el año 2008
En Estados Unidos se declara en quiebra el banco de inversión Lehman Brothers después del éxodo de la mayoría de sus clientes, pérdidas drásticas en el mercado de valores y la devaluación de sus activos por las principales agencias de calificación de riesgos.
2000
Con la presencia de 200 países, se inauguran en Sidney (Australia) las XXIV Olimpiadas de la Era Moderna. Se clausurarán el 1 de octubre. (Hace 24 años)
1953
Se rechaza el ingreso en la ONU de la China comunista de Mao. Se mantiene a Formosa en el Consejo de Seguridad de este organismo. (Hace 71 años)
1949
El democristiano Konrand Adenauer resulta elegido por el Bundestag como canciller de la República Federal Alemana. (Hace 75 años)
1940
Ante los continuos bombardeos sufridos en la ciudad de Londres (Reino Unido), la RAF lanza un contraataque vigoroso contra una formación de bombarderos nazis que se acercan por el Canal de la Mancha, derribando, según informes, a 185 aviones alemanes. Estas bajas, unidas a las sufridas por las fuerzas de invasión estacionadas en los puertos franceses a manos de los bombarderos británicos, serán lo bastante serias como para convencer a Hitler de dejar a un lado sus planes de invadir Gran Bretaña. (Hace 84 años)
1935
En Alemania, la locura xenófoba de Hitler sigue "in crescendo" y promulga las "Leyes de Nüremberg" mediante las cuales la población alemana se divide en "ciudadanos" del Reich y "súbditos" (minorías de sangre no germana) privados de cualquier derecho constitucional, prohibiéndose a los judíos el matrimonio o relaciones extramatrimoniales con ciudadanos alemanes o de sangre afín, entre otras muchas medidas similares. (Hace 89 años)
1854
En el Teatro Santa Anna de Ciudad de México, posteriormente llamado Teatro Nacional, se canta por primera vez el Himno Nacional Mexicano interpretado por Enriqueta Sotang. La letra es de Francisco González Bocanegra y la música de Jaime Nunó. Desde este día, hasta su adopción oficial en 1943, la letra sufrirá modificaciones para adaptarla a los cambios políticos que se irán produciendo en el país. (Hace 170 años)
1830
En el Reino Unido se inaugura la línea de ferrocarril entre Manchester y Liverpool, iniciándose de este modo la era ferroviaria. (Hace 194 años)
1829
Aunque promulgado por Miguel Hidalgo en Guadalajara el 6 de diciembre de 1810, en México, el presidente Vicente Guerrero expide un decreto aboliendo la esclavitud en el todo el territorio. (Hace 195 años)
1821
Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Honduras y Nicaragua, que conforman las Provincias Unidas de Centroamérica, proclaman su independencia de España. (Hace 203 años)
1514
Fray Bartolomé de las Casas renuncia a su encomienda y decide regresar a España ante los abusos cometidos con los indios. Su defensa logrará que las Leyes Nuevas de 1542 abolan la esclavitud, eliminen las encomiendas y establezcan que las nuevas colonizaciones se hagan bajo supervisión religiosa. (Hace 510 años)
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rosebudblog · 1 year ago
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EL CASO DREYFUS EN EL CINE
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ZOLA
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Si para España el siglo XIX fue inestable hasta límites máximos no menos lo fue para Francia. El siglo XIX comenzó en el país galo con el dominio de Napoleón que llevó a las guerras europeas y que posteriormente determinaron su caída. Guerras, reinstauración de la monarquía, las Comunas, etc., llenaron también un siglo de acontecimientos de todo tipo. Para finalizarlo, un suceso en principio de carácter individual pero que conllevaba una carga mucho más profunda, sacudió a la sociedad francesa: el caso Dreyfuss.
El caso Dreyfuss supuso la toma de posición de los franceses ante el antisemitismo y el atropello a que fueron sometidos los ciudadanos y que tuvo como mascarón de proa en la denuncia de estos hechos a Emile Zola con su famoso artículo: Yo acuso.  Hoy vamos a ver qué atención le ha prestado el cine a este acontecimiento. (En un futuro capítulo seleccionaré las numerosas adaptaciones que se han hecho en el cine de la obra de Zola).
La secuencia de los hechos es la siguiente: en 1894 los servicios secretos franceses interceptan un documento dirigido a la Embajada alemana en París y acusan al Capitán de Estado Mayor francés Alfred Dreyfus de espionaje. Dreyfus, judío, es arrestado y con pruebas falsas es condenado por alta traición a cadena perpetua y degradado. Todo era consecuencia de hipernacionalismo y del antisemitismo que dominaba la sociedad francesa y especialmente su ejército en las últimas décadas del siglo.
Unos meses después, el nuevo responsable de los servicios secretos franceses, el comandante George Picquart, un antisemita declarado, descubre en un documento que la letra que achacaba a Dreyfus la autoría del espionaje era en realidad de otro militar francés: el comandante Charles-Ferdinand Walsin Esterhazy, el auténtico espía que actuaba solo por dinero. Picquart se emplea a fondo a pesar de su antisemitismo para mostrar la inocencia de Dreyfus, pero el Alto Estado Mayor del Ejército rehúsa volver a repetir el juicio para salvaguardar el honor del ejército francés, lo que recuerda mucho el anómalo juicio y fusilamiento de 3 soldados en la obra maestra del pacifismo y la denuncia: Senderos de gloria. La prensa de derechas se vuelca en la defensa del ejército y se muestra sumamente hostil con los que señalan la inocencia de Dreyfus, incluido Picquart que llegó incluso a ser detenido, acusándolos de ponerse al servicio del judaísmo internacional.
Poco a poco la presión de sectores de la izquierda y de intelectuales mueven la sociedad francesa y el escritor más famoso de su tiempo, Emile Zola, toma posición a favor del capitán sentenciado injustamente; en 1898 en el diario L´Aurore, Zola escribe el artículo J´Accuse (Yo acuso). Numerosos intelectuales franceses se adhieren a lo expresado por Zola como Anatole France o Marcel Proust. Zola es condenado por esta carta a un año de cárcel y termina exiliado en Londres mientras que los medios de derecha se ceban con el famoso escritor tachándolo de traidor a su país.
A pesar de todo logran que se repita el juicio y Dreyfus, mediante pruebas falsas, es condenado de nuevo, pero ya a 10 años de prisión mientras que el verdadero espía es absuelto. Estas circunstancias crean una especie de guerra civil entre los diferentes sectores de la sociedad francesa. Ante esa situación, el Presidente de la República  concede el indulto a Dreyfus. Hasta 1906 no logrará el oficial francés su rehabilitación cuando el Tribunal Supremo anule la condena y sea reintegrado al ejército. (Desgraciadamente Zola no pudo ver el final de esta historia pues había fallecido en 1902 en un extraño accidente doméstico).
 La historia de Dreyfuss es tan rica y potente que, lógicamente, el cine tenía que acercarse a ella pero, sorprendentemente, un caso con tantas implicaciones y desarrollo no ha sido llevado en muchas ocasiones al cine en más de 120 años. Veamos esas películas, (hay que señalar que una película de Abel Gance de título tan evocador de estos hechos como Yo acuso no responde a este caso sino a una historia de la I Guerra Mundial ajena al caso Dreyfus):
-EL CASO DREYFUS, (George Meliés, Francia, 1899): en plena vorágine de los acontecimientos el pionero Meliés realiza un corto de 12 minutos y 11 escenas en el que muestra la sucesión de hechos sobre este caso hasta el momento de realización de la película.
-LA VIDA DE EMILE ZOLA, (William Dieterle, USA, 1937): una obra maestra del biopìc, con un gran Paul Muni y que se centra especialmente en la relación de Zola con el caso Dreyfus.
-PRISIONERO DE HONOR, (Ken Russell, RU, 1991): tuvieron que pasar más de 50 años para que se abordara en un telefilm el caso Dreyfus en una película sin más interés que el didáctico.
-EL CASO DREYFUS (Yves Boisset, Francia, 1995): con guion, entre otros, de Jorge Semprún se realiza otro telefilm, una especie de miniserie, de 3 horas de duración.
-EL OFICIAL Y EL ESPIA (J´ACUSSE) (Roman Polanski, Francia, 2019): la más reciente y la más conocida de las películas realizadas sobre estos hechos. Polanski se centra en la figura de Picquart y reivindica su actuación. Una de las mejores películas de Polanski.
 Finalizo con la famosa carta de Zola:
  Alegato en favor del capitán Alfred Dreyfus, dirigido por Émile Zola mediante una carta abierta al presidente de Francia M. Felix Faure y publicado por el diario L'Aurore el 13 de enero de 1898 en su primera plana.
“[...]
Yo acuso al teniente coronel Paty de Clam como laborante --quiero suponer inconsciente-- del error judicial, y por haber defendido su obra nefasta tres años después con maquinaciones descabelladas y culpables.
Acuso al general Mercier por haberse hecho cómplice, al menos por debilidad, de una de las mayores iniquidades del siglo.
Acuso al general Billot de haber tenido en sus manos las pruebas de la inocencia de Dreyfus, y no haberlas utilizado, haciéndose por lo tanto culpable del crimen de lesa humanidad y de lesa justicia con un fin político y para salvar al Estado Mayor comprometido.
Acuso al general Boisdeffre y al general Gonse por haberse hecho cómplices del mismo crimen, el uno por fanatismo clerical, el otro por espíritu de cuerpo, que hace de las oficinas de Guerra un arca santa, inatacable.
Acuso al general Pellieux y al comandante Ravary por haber hecho una información infame, una información parcialmente monstruosa, en la cual el segundo ha labrado el imperecedero monumento de su torpe audacia.
Acuso a los tres peritos calígrafos, los señores Belhomme, Varinard y Couard por sus informes engañadores y fraudulentos, a menos que un examen facultativo los declare víctimas de una ceguera de los ojos y del juicio.
Acuso a las oficinas de Guerra por haber hecho en la prensa, particularmente en L'Éclair y en L'Echo de París una campaña abominable para cubrir su falta, extraviando a la opinión pública.
Y por último: acuso al primer Consejo de Guerra, por haber condenado a un acusado, fundándose en un documento secreto, y al segundo Consejo de Guerra, por haber cubierto esta ilegalidad, cometiendo el crimen jurídico de absolver conscientemente a un culpable.
(…)
En cuanto a las personas a quienes acuso, debo decir que ni las conozco ni las he visto nunca, ni siento particularmente por ellas rencor ni odio. Las considero como entidades, como espíritus de maleficencia social. Y el acto que realizo aquí, no es más que un medio revolucionario de activar la explosión de la verdad y de la justicia.
Sólo un sentimiento me mueve, sólo deseo que la luz se haga, y lo imploro en nombre de la humanidad, que ha sufrido tanto y que tiene derecho a ser feliz. Mi ardiente protesta no es más que un grito de mi alma. Que se atrevan a llevarme a los Tribunales y que me juzguen públicamente.
Así lo espero.
Émile Zola París, 13 de enero de 1898”
2/7/2023
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politicamente-incorrectos · 3 months ago
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Argentina, siglo XX, millones de europeos fueron a trabajar… España, siglo XX, millones de ilegales quieren venir a vivir de nuestro trabajo.
🇮🇹 Entre 1857 y 1947 arribaron a la Argentina 2.967.759 inmigrantes italianos; 🇪🇸 Entre 1857 y 1955 más de 2 millones de españoles emigraron a Argentina, junto a alemanes, franceses, polacos, judíos, holandeses, ingleses, galeses, portugueses. Iban a TRABAJAR y CON PASAPORTE. No tenían paguitas, ayudas ni condescendencia política. Argentina les necesitaba como trabajadores y la gran mayoría de…
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hala2021 · 4 months ago
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Un mar de corrupción 
Hoy pensaba en esa frase de que la sociedad te cambia. El hecho de las acciones del otro, el destino desafortunado, el triunfo de los corruptos en la política, la miseria, las falsas amistades, los amores descartables, etc. Y si hablamos de que algo externo a ti te cambia, entonces, se confirma mi teoría de que toda corrupción del ser humano se produce desde el exterior hacia el interior, por influencias de otros. Por supuesto, también está el que ama la corrupción, pero eso es otra cosa.��
Desde mi perspectiva de vida, todo desvío que tuve se debió a malas asociaciones. La presión de la miseria y la soledad también me jugaron en contra. Ahora se suman las redes sociales y el entorno tóxico. Tan solo si vemos las carteleras de los cines en mi Argentina, ¿qué apreciamos? Pues, solo la inmoralidad y lo grotesco. En una palabra, cuando la sociedad se encuentra corrupta, entonces, tú también te vas ensuciando con lodo. De alguna forma, el entorno te va envolviendo y fastidiando, hasta el punto de sacarte de tu eje y desequilibrarte por completo. Por lo tanto, empiezan a entrar a ti esos agentes patógenos, esos virus indeseables. Las malas amistades que buscan que cambies de religión; los ambientes laborales agresivos e irrespetuosos; la falta de consideración a tus ideologías o a tu forma de pensar; las ideas nocivas que se camuflan de progreso y de libertad; las finanzas que solo consiguen estafarte debido a discursos prediseñados y sistemáticamente organizados para quitarte lo poco que posees; las presiones familiares y las imposiciones de una sociedad cada día más exigente y menos solidaria; etc.
El tema de Palestina me abrió los ojos; de alguna manera me hizo entender que vivo rodeada de un mundo de traidores. Nadie se dignó en ayudar a los palestinos. Y en Yemen fueron los rebeldes chiitas que se separaron del gobierno. Por lo menos eso es lo que dicen las redes sociales. En una palabra, los árabes se lavaron las manos, descansaron en sus tronos y no hicieron nada por los palestinos. Y arrojarles alimentos sin darles una solución al problema es prolongarles la vida, hasta que llegue el enemigo sionista y los mate a todos. En una palabra, el tema de Palestina me hizo entender que no existe la justicia y que nosotros somos una minoría mundial. Y por eso ahora entiendo por qué defienden tanto la democracia, que es el voto de la mayoría, porque ellos saben que la corrupción ya tomó todo el mundo y nosotros solo somos un puñado dentro del globo terráqueo. 
Y en este mar de corruptos, como así voy a titular esta redacción, te preguntarás por qué no me ensució a mí tanto como a otros. En realidad, hice cosas malas en la vida, ni lo dudo, pero mi fortaleza interior me ayudó. Debes pensar por ti mismo sin la influencia de nadie. La corrupción nace dentro de ti cuando otro te la introduce. Y depende de ti combatir al virus que ingresa a tu interior. Podrás ganar o perder, pero tu derrota será cuando te sometes. Y ese sometimiento se trata de un estado interno de paz que millones de seres buscarán con ahínco desestabilizar. El mejor consejo que te puedo dar en la vida es que seas tú mismo. Los demás te mostrarán un mundo de fantasía, para que entres en ella. Tal cual la plandemia surgida de China, el gran adorador del dragón, que es el diablo en la Biblia; el triunfo de los judíos sionistas, que robaron las tierras en Palestina; el saqueo de los franceses a los países árabes como Argelia o el saqueo de Italia en Libia, así como el robo de nuestras Islas Malvinas argentinas por parte del Reino Unido; la derrota de los seguidores del profeta Muhammad por parte de la dinastía Omeya, sentándose en el trono y tergiversando el Islam; las múltiples sectas que desvían a las personas, nacidas de los Estados Unidos, cuna de pedófilos, como sucedió en la isla de Jeffrey Epstein; la tiranía del gobierno de Corea del Norte, con un presidente que se cree superior a los demás; la explotación de los obreros en la India, en manos de gente deshonesta; la legalidad de la prostitución exhibida en vidrieras como en Ámsterdam; etc. Los ejemplos son millones. Claro, todo eso hace que te cuestiones si tú estás en lo correcto o si te equivocaste. Nunca dejes de ser tú mismo, siempre, te vaya bien o mal en la vida. Aunque te maten, te violen o fracases, no dejes de ser tú mismo. Y será muy difícil que te encuentres y te reconozcas en este mar de corrupción. 
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ferrolano-blog · 4 months ago
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Una nota de la Unión Franco-judía por la Paz a propósito del apoyo de la derecha sionista francesa a los neofascistas... muchas personalidades judías, sin duda contaminadas por sus nuevos amigos, se vuelcan en el racismo más desenfrenado... La ideología de Netanyahu y de los dirigentes que dicen representar a los judíos franceses no procede de una corriente liberal o democrática... El concepto de Estado étnicamente puro que se aplica en Israel tiene su origen en el nacionalismo antisemita europeo... Los judíos franceses deben comprender que semejante movimiento no sólo es inmoral. Es suicida. Y quienes acusan a la izquierda de antisemitismo deberían recordar que cuando los judíos luchaban por su emancipación como minoría oprimida, también luchaban, con la izquierda, por la emancipación de la humanidad... ¿Mejor Hitler que el Frente Popular?
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avintageproject · 5 months ago
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Ofelia Irene Grabowski Edery nació el 10 de septiembre en Iquitos, Perú, en 1936 en el seno de una familia de origen judío. Su padre, Segismundo Pedro Grabowski,era polaco de ascendencia asquenazí, y su madre, Julia Edery, descendiente de sefardíes franceses que emigraron a Tánger, Marruecos. Estudió en Lima en el colegio Rosa de América, y después incursionó en teatro y participó en el concurso La Más Bella del Perú.
En 1958, visitó México y la conoció el productor mexicano Gregorio Walerstein, quien la invitó a participar en el cine.Hizo su debut cinematográfico con una breve participación en Sube y baja, película de Cantinflas que se filmó en 1958 y se estrenó en 1959. Ofelia se nacionalizó mexicana a su llegada a México. Pronto consiguió su primer papel estelar, La Mariposa, la musa de Agustín Lara (interpretado por Germán Robles), en La vida de Agustín Lara (1959), y también participó en Escuela de verano (1959), con Tin Tan, y Una señora movida (1959), con Clavillazo.Gracias al éxito de su actuación en la película biográfica de Agustín Lara, Montesco fue contratada para interpretar papeles estelares en Vuelta al paraíso (1960), con Lilia Prado y Sergio Bustamante; Cuando regrese mamá (1961), con Rafael Bertrand y María Duval; Muchachas que trabajan (1961), con Ariadna Welter, Rosita Arenas y Angélica María; y Que me maten en tus brazos (1961), con Antonio Aguilar, Jaime Fernández y David Reynoso. Otro de sus primeros éxitos fue su participación estelar en Juan sin miedo (1961), con Luis Aguilar, y también ganó fama por sus actuaciones en El ángel exterminador (1962), de Luis Buñuel, y Santo contra las mujeres vampiro (1962), de Alfonso Corona Blake.
Incursionó en el canto con sus interpretaciones de «El que a hierro mata» y «Por ahí nomás» en Martín Romero El Rápido (1966), película western donde compartió créditos estelares con Fernando Casanova, Armando Silvestre y María Duval. Trabajó con los cómicos Marco Antonio Campos «Viruta» y Gaspar Henaine «Capulina» en Un par de robachicos (1967). Logró una de sus mejores actuaciones dramáticas en Valentín de la Sierra (1968), con Antonio Aguilar, y también son notables en su carrera las seis películas que coprotagonizó con Rodolfo de Anda, entre ellas El zurdo (1965), Un hombre peligroso (1965), Una horca para El Texano (1967) y Arriba las manos, Texano (1967).
También tuvo grandes éxitos en la televisión con sus actuaciones en las telenovelas Intriga (1968), Destino a la gloria (1968), Encadenados (1969) y El carruaje (1972),[1] en esta última interpretó a la emperatriz Eugenia de Montijo al lado del actor español Antonio Passy como el emperador Napoleón III.
Contrajo matrimonio con el actor Álvaro Ortiz, con quien tuvo un hijo. Ortiz, hermano de la productora Angélica Ortiz y tío de la actriz y cantante Angélica María, produjo la película peruana A la sombra del sol (1967), de la que fueron protagonistas él y Montesco.16 de junio de 1983, Montesco falleció en Ciudad de México El 16 de junio de 1983, Montesco falleció en Ciudad de México a los 46 años de edad, a causa de cáncer de estómago. Su cuerpo fue sepultado en una cripta dentro de la parcela de la Asociación Nacional de Actores (ANDA) del Panteón Jardín, ubicado en la misma ciudad.
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sefaradweb · 22 days ago
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Los de la Amazonia peruana
🇵🇪🇪🇸 Entre finales del siglo XIX y principios del XX, la industria del caucho floreció en la Amazonía peruana, atrayendo a inmigrantes de diversas partes del mundo, incluidos judíos marroquíes, franceses y británicos. En Iquitos, epicentro del comercio de caucho, los judíos, especialmente de Tánger, como los hermanos Pinto, llegaron a gestionar el comercio de jebe. Para 1890, la comunidad judía en Loreto contaba con alrededor de 150 hombres, con figuras destacadas como Victor Israel, presidente de la Sociedad de Beneficencia Israelita fundada en 1906. La comunidad experimentó dificultades, como enfermedades tropicales y la decadencia del caucho, lo que llevó a la emigración de muchos, aunque algunos permanecieron en Loreto o se trasladaron a Lima. El cementerio hebreo de Iquitos, consagrado en 1895, refleja la vida y los desafíos de esta comunidad.
🇺🇸 Between the late 19th and early 20th centuries, the rubber industry flourished in the Peruvian Amazon, attracting immigrants from various parts of the world, including Moroccan, French, and British Jews. In Iquitos, the hub of the rubber trade, Jews, especially from Tangier, such as the Pinto brothers, arrived to manage the rubber trade. By 1890, the Jewish community in Loreto numbered about 150 men, with notable figures like Victor Israel, president of the Israelite Benevolent Society founded in 1906. The community faced hardships, such as tropical diseases and the decline of rubber, leading many to emigrate, though some remained in Loreto or moved to Lima. The Jewish cemetery in Iquitos, consecrated in 1895, reflects the life and challenges of this community.
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jgmail · 2 months ago
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Lo inoportuno, otra vez (sobre Pierre Clastres y su libro La arqueología de la violencia)
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Por Eduardo Viveiros de Castro
Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera
Los salvajes quieren la multiplicación de lo múltiple. - Pierre Clastres
Volver a aprender a leer Pierre Clastres
Arqueología de la violencia, un libro publicado en francés en 1980 con el subtítulo de Investigaciones sobre antropología política, reúne en su mayoría textos escritos poco antes de la muerte de su autor tres años antes. Es la contraparte de otro libro que publicó una colección de artículos en 1974, La sociedad contra el Estado. Si este último tiene una mayor coherencia interna y cuenta con un mayor número de artículos basados en experiencias etnográficas de primera mano, Arqueología de la violencia documenta la fase de creatividad febril en la que se encontraba su autor en los meses que precedieron a su fatal accidente, a los 43 años, en una carretera de Cevennes.
Entre otros textos importantes destacan los dos últimos capítulos que componen el ensayo que da nombre a la colección en su forma actual y el artículo siguiente, que fue el último que publicó en vida. Son una reelaboración sustancial del concepto que hizo famoso a su autor, el de la sociedad primitiva como «sociedad contra el Estado». Revisando el problema clásico de las relaciones entre la violencia y la constitución del cuerpo político soberano, Clastres avanza una relación funcionalmente positiva entre la «guerra» (o más bien el estado metaestable de hostilidad latente entre comunidades autónomas locales) y la intencionalidad colectiva que define lo que constituye las sociedades primitivas (el espíritu de sus leyes, evocando a Montesquieu).
La muerte de Clastres fue la segunda pérdida trágica y prematura sufrida por la generación de antropólogos franceses formados en las décadas de 1950 y 1960. Este periodo de intensa efervescencia intelectual, tanto en Francia como en otras partes del mundo, provocó cambios en la sensibilidad político-cultural de Occidente y marcó la década de 1960-1970 con una característica única – quizás «esperanza» sería la mejor palabra para definir esa cualidad –. La neutralización de estos cambios fue precisamente uno de los principales objetivos de la «revolución de la derecha» que asaltó el planeta, imponiendo su fisonomía – al mismo tiempo arrogante y ansiosa, codiciosa y desencantada – en las siguientes décadas de la historia mundial.
El primero de la generación en marcharse fue Lucien Sebag, que se suicidó en 1965, para inmensa consternación de sus amigos (entre ellos Félix Guattari), de su maestro Claude Levi-Strauss y de su psicoanalista Jacques Lacan. Los doce años que separan la muerte de estos dos etnólogos nacidos en 1934, filósofos de formación, que rompieron ambos con el Partido Comunista después de 1956, y se convirtieron a la antropología bajo la poderosa influencia intelectual de Levi-Strauss (que entonces se acercaba a su cenit), explican quizá algo de la diferencia que sus respectivas obras tienen con el estructuralismo. Sebag, miembro de la vibrante comunidad francófona de judíos tunecinos, era muy cercano al fundador de la antropología estructural, que consideraba a este joven su probable sucesor. El extenso estudio de Sebag sobre los mitos cosmogónicos de los Pueblo, publicado póstumamente en 1971, fue uno de los materiales preparatorios para las extensas investigaciones mitológicas de Levi-Strauss, que finalmente revelarían a la antropología la originalidad del pensamiento amerindio. Sebag mantuvo, además, una intensa relación con el psicoanálisis; uno de sus pocos trabajos etnográficos publicados en vida analizaba los sueños de Baipurangi, una joven del pueblo aché, a la que Sebag visitó durante periodos que se solapaban con el tiempo que Clastres pasó entre ellos, antes de instalarse entre los ayoreos del Chaco para realizar un trabajo de campo que su muerte dejó inconcluso.
Lo que Clastres tenía en común con su amigo era la ambición de releer la filosofía social moderna a la luz de las enseñanzas de la antropología de Levi-Strauss; pero las similitudes entre sus respectivas inclinaciones se detenían más o menos ahí. A Sebag le atraían sobre todo los mitos y los sueños, los discursos de la fabulación humana; los temas preferidos de su colega eran los rituales y el poder, los vehículos de la «institución» de lo social, que ofrecían aparentemente menos espacio analítico a la antropología estructural. Además, Clastres se dedicó desde muy pronto a articular una crítica respetuosa pero firme del estructuralismo, negándose a adherirse a la doxa positivista que empezó a acumularse en torno a la obra de Levi-Strauss, y que amenazaba con transformarla, en manos de sus epígonos, en «una especie de Juicio Final de la razón, capaz de neutralizar todas las ambigüedades de la historia y del pensamiento» (Prado Jr, 2003:8). Al mismo tiempo, Clastres mostró a lo largo de toda su carrera una hostilidad aún más implacable – no precisamente respetuosa – hacia lo que él llamaba «etnomarxismo», es decir, hacia el grupo de antropólogos franceses que pretendían hacer encajar los sistemas de gobierno no centralizados (en particular, las sociedades de linaje de África Occidental) con los dogmas conceptuales del materialismo histórico.
Mientras Sebag escribió un libro titulado Marxismo y estructuralismo, Clastres nos dejó, en cambio, La sociedad contra el Estado y Arqueología de la violencia, los capítulos de un libro virtual que podría titularse Ni marxismo ni estructuralismo. Clastres veía en ambas posturas el mismo defecto fundamental: ambas privilegiaban la racionalidad económica y suprimían la intencionalidad política. La fundamentación metafísica del socius era la producción en el marxismo y el intercambio lo era en el estructuralismo, lo que hacía a ambos incapaces de captar la naturaleza singular de la socialidad primitiva, resumida por Clastres en la fórmula: «La sociedad contra el Estado». La expresión se refería a una modalidad de vida colectiva basada en la neutralización simbólica de la autoridad política y en la inhibición estructural de las tendencias siempre presentes de convertir el poder, la riqueza y el prestigio en coacción, desigualdad y explotación. También designaba una política de alianza intergrupal guiada por el imperativo estratégico de la autonomía local centrada en la comunidad.
El no-marxismo de Clastres era diferente de su no-estructuralismo. Para él, el materialismo histórico era etnocéntrico: consideraba la producción como la verdad de la sociedad y el trabajo como la esencia de la condición humana. Este tipo de evolucionismo económico encontró en la sociedad primitiva su límite epistemológico absoluto. A Clastres le gustaba decir que «en su ser» las culturas primitivas eran una «máquina de anti-producción». En lugar de la economía política de control – el control del trabajo productivo de los jóvenes por los viejos, del trabajo reproductivo de las mujeres por los hombres – al cual los etnomarxistas, siguiendo a Engels, veían actuar en las sociedades que denominaban, con impecable lógica, «precapitalistas», Clastres discernía, en esas «sociedades primitivas», tanto el control político de la economía como el control social de lo político. El primero se manifestaba en el principio de la suficiencia subproductiva y en la inhibición de la acumulación mediante la redistribución forzosa o la dilapidación ritual; el segundo, en la separación entre el cargo principal y el poder coercitivo y en la sumisión del guerrero a la búsqueda suicida de una gloria cada vez mayor. La sociedad primitiva funcionaba como un sistema inmunológico: la guerra perpetua era un modo de controlar tanto la tentación de controlar como el riesgo de ser controlado. La guerra sigue oponiéndose al Estado, pero la diferencia crucial para Clastres es que la socialidad está del lado de la guerra, no del soberano (Richir 1987). Arqueología de la violencia es un libro anti Hobbes (Abensour 1987). Podría ser incluso más bien un libro anti-Engels, un manifiesto contra el continuismo forzado de la Historia del Mundo (Prado Jr. 2003). Clastres es un pensador de la ruptura, de la discontinuidad, del accidente. En este sentido se mantuvo, quizás, próximo a Levi-Strauss.
La obra de Clastres es más una radicalización que un rechazo del estructuralismo. La idea de «sociedades frías», sociedades organizadas de tal modo que su historicidad empírica no se interioriza como una condición trascendental, encuentra en Clastres una expresión política: sus sociedades primitivas son las sociedades frías de Levi-Strauss; están en contra del Estado exactamente por las mismas razones que están en contra de la historia. En ambos casos, por cierto, lo que han rechazado sigue amenazando con invadirlas desde fuera o estallarlas desde dentro; este fue un problema al que Clastres, y Levi-Strauss a su manera, nunca dejaron de enfrentarse. Y si la guerra clastreana se adelanta al intercambio estructuralista, hay que subrayar que no lo suprime. Al contrario, refuerza (en su encarnación prototípica como «prohibición del incesto») su estatuto eminente de vector genérico de hominización. Por esta razón la prohibición del incesto es incapaz de dar cuenta de la singular forma de vida humana que Clastres denomina la «sociedad primitiva», que es para él, el verdadero objeto de la antropología o etnología, esta última palabra es la que a menudo prefiere para describir su profesión. Para Clastres, y este punto merece ser destacado en la actual coyuntura intelectual, la antropología o etnología es «una ciencia del hombre, pero no de cualquier hombre» (Clastres 1968). La misión de la antropología, arte de las distancias, ciencia paradójica, es establecer un diálogo con aquellos pueblos cuyo silenciamiento fue la condición de su propia posibilidad como ciencia: los Otros de Occidente, los «salvajes» o «primitivos», esos colectivos que escaparon al Gran Atractor del Estado.
Para Clastres la antropología encarna una consideración del fenómeno humano como expresión de la alteridad intensiva máxima, una dispersión interna cuyos límites son a priori indeterminables. «Cuando el espejo no refleja nuestra propia semejanza, no prueba que no haya nada que percibir», escribe el autor en “Copérnico y los salvajes”. Esta observación característicamente cortante encuentra eco en una formulación reciente de Patrice Maniglier (2005: 773-74) a propósito de lo que este filósofo llama la «promesa más elevada» de la antropología, a saber, la de «devolvernos una imagen en la que no nos reconocemos». El propósito de tal consideración, el espíritu de esta promesa, no es entonces reducir la alteridad, ya que esa es la materia de la que está hecha la humanidad, sino, por el contrario, multiplicar sus imágenes. Alteridad y multiplicidad definen a la vez cómo la antropología constituye su relación con su objeto y cómo este objeto se constituye a sí mismo. La «sociedad primitiva» es el nombre que Clastres dio a ese objeto y a su propio encuentro con la multiplicidad. Y si el Estado siempre ha existido, como sostienen Deleuze y Guattari (1981/1987: 397) en su perspicaz comentario de Clastres, entonces la sociedad primitiva también existirá siempre: como exterior inmanente del Estado, como fuerza de antiproducción que acecha permanentemente a las fuerzas productivas, y como multiplicidad no interiorizable por las megamáquinas planetarias. La «sociedad primitiva», en definitiva, es una de las encarnaciones conceptuales de la tesis de que otro mundo es posible: que hay vida más allá del capitalismo, como hay sociedad fuera del Estado. Siempre la hubo y – por eso luchamos – siempre la habrá.
«En Clastres hay una forma de afirmación que prefiero a todas las precauciones académicas». Quien dice esto es Nicole Loraux (1987: 158-59), la insigne erudita helenista, que no dudó, sin embargo, en rebatir varias afirmaciones de Clastres con consideraciones críticas tan juiciosas como serenas. Una serenidad, hay que decirlo, bastante rara cuando se trata de la recepción de la obra de Clastres, cuya «manera de afirmar» es fuertemente polarizadora. Por un lado, despierta un odio intenso y asombroso entre los fanáticos de la razón y el orden; no es raro que su anarquismo antropológico sea objeto de veredictos que parecen pertenecer más a la psicopatología criminal que a la historia de las ideas. Incluso en el campo específico de la etnología sudamericana, donde su influencia fue formativa (no confundir con normativa) para toda una generación, se asiste hoy a una reintensificación del esfuerzo por anular su obra, en una mal disimulada jugada ideológica donde la «prudencia académica» parece funcionar como instrumento para desfigurar conceptualmente el pensamiento amerindio, reduciéndolo a la banalidad más insulsa, para someterlo a ese régimen de «armonía» que Clastres veía que amenazaba el modo de vida indígena en general.
Entre los espíritus más generosos e inquietos, en cambio, la obra de Clastres provoca una adhesión que puede resultar demasiado impetuosa, gracias al poder hechizante de su lenguaje, con su concisión cuasi formulista e insistente, con la engañosa franqueza de su argumentación y, sobre todo, con la auténtica pasión que transpira casi cada una de sus páginas, Clastres transmite al lector la sensación de que es testigo de una experiencia privilegiada; comparte con él su propia admiración por la nobleza existencial de lo absolutamente Otro, esas «imágenes de nosotros mismos» en las que no nos reconocemos, y que conservan así su inquietante autonomía.
Es un autor difícil. Son precisamente sus mejores lectores los que tienen que (re)aprender a leerlo, después de tantos años de estar convencidos de olvidarlo y abandonarlo. Deben permanecer atentos tanto a sus virtudes como a sus defectos: apreciar sus intuiciones antropológicas y su sensibilidad de etnógrafo de campo – Crónica de los indios Guayaki es una obra maestra del género etnográfico –, pero también resistirse a su finalidad a veces excesiva, en lugar de apartar tímidamente los ojos ante sus hipérboles y vacilaciones, sus precipitaciones e imprecisiones. Resistir a Clastres, pero sin dejar de leerle; y resistir también con Clastres: enfrentarse con y en su pensamiento a lo que permanece vivo e inquietante.
Maurice Luciani, en un elogio publicado en la revista Libre, mencionaba la «indiferencia ante el espíritu de la época» como uno de los rasgos más característicos de la personalidad irónica y solitaria de su amigo. Es una apreciación curiosa, dado que el espíritu de los tiempos actuales tiende a relacionar a Clastres con otro Zeitgeist para descartar su obra como, entre todas las cosas, anacrónica: romántica, primitivista, exotista y otros pecados variados que la crítica «neo-neo» (neoliberal y neoconservadora) asocia con el annus horribilis de 1968. Pero precisamente, Luciani escribió en 1978, cuando ya había comenzado el silencio o el oprobio que rodearía la obra de Clastres y de tantos de sus contemporáneos. Releer Arqueología de la violencia a treinta años de distancia es, por lo tanto, una experiencia a la vez desorientadora y esclarecedora. Si merece la pena hacerlo, es porque algo de la época en la que se escribieron estos textos, o mejor, contra la que se escribieron – y fue en esta exacta medida en la que contribuyeron a definirla –, algo de esta época permanece en la nuestra, algo de los problemas de entonces continúan hoy con nosotros. O quizá no: los problemas han cambiado radicalmente, dirán algunos. Tanto mejor: ¿qué ocurre cuando reintroducimos en otro contexto conceptos elaborados en circunstancias muy concretas? ¿Qué efectos producen cuando resurgen?
El efecto de anacronismo provocado por la lectura de Clastres es real. Tomemos como ejemplo los tres primeros capítulos de Arqueología de la violencia. El autor habla de los yanomami como «el sueño de todo etnógrafo»; descarga su iracundo sarcasmo contra los misioneros y los turistas sin prestarse a comparar la «reflexividad» del antropólogo con esas figuras patéticas; muestra una franca fascinación por un modo de vida que no duda en calificar de primitivo y de feliz; es presa de ilusiones inmediatistas y «faloculocéntricas», como muestra su elogio de la historia de Elena Valero; y se regodea en el pesimismo sentimental (Sahlins 2000) de la «última frontera», de la «última libertad», de «la última sociedad primitiva libre de Sudamérica y sin duda del mundo». Todo esto se ha vuelto propiamente indecible hoy en día, en la educada sociedad de la Academia contemporánea (la BBC o el Discovery Channel se encargan ahora de emprender y atontar tales preocupaciones). Vivimos en una época en la que el puritanismo lascivo, la hipocresía culpable y la impotencia intelectual convergen para cerrar cualquier posibilidad de imaginar seriamente (en lugar de limitarse a fantasear) una alternativa a nuestro propio infierno cultural o incluso a reconocerlo como tal.
El breve pero devastador análisis que Clastres hace del proyecto antropológico actual parece incómodamente aristocrático en un sentido nietzscheano. Pero simultáneamente anticipa la esencia de la reflexividad poscolonial que sumiría a la antropología en una aguda «crisis de conciencia» en las décadas siguientes, que resultó ser la peor forma posible de introducir una discontinuidad creativa en cualquier proyecto político o intelectual. Esta arista del pensamiento de Clastres se ha vuelto hoy casi incomprensible, con la creciente marea de buenos sentimientos y mala fe que tiñe la apercepción cultural del ciudadano globalizado neoccidental. Y, sin embargo, es fácil ver que la despreciativa profecía sobre los yanomami era sustancialmente correcta: “Son los últimos de los asediados. Una sombra mortal se proyecta por todos lados .... ¿Y después? Quizá nos sintamos mejor una vez rota la última frontera de esta libertad definitiva. Tal vez dormiremos sin despertarnos ni una sola vez.... Algún día, entonces, torres petrolíferas alrededor de los chabunos, minas de diamantes en las laderas, policía en los caminos, boutiques en las orillas de los ríos.... Armonía por todas partes”.
Este «algún día» parece bastante cercano: la minería ya está allí, causando estragos mortales; las torres petrolíferas no están tan lejos, ni tampoco las boutiques; la vigilancia de las vías públicas aún podría llevar algún tiempo (veamos cómo funciona la economía del ecoturismo). La gran e inesperada diferencia con la profecía de Clastres, sin embargo, es que ahora los yanomami han asumido la tarea de articular una crítica cosmopolita de la civilización occidental, negándose a contribuir a la «armonía en todas partes» con el silencio de los vencidos. Las detalladas e implacables reflexiones del chamán-filósofo Davi Kopenawa, en un esfuerzo conjunto de más de treinta años con el antropólogo Bruce Albert se materializaron, por fin, en un libro, La chute du ciel, que está llamado a cambiar los términos de la interlocución antropológica con la Amazonia indígena (Kopenawa & Albert 2010). Con esta obra excepcional quizás estemos empezando a pasar realmente «del silencio al diálogo»; aunque la conversación no pueda ser más que oscura y ominosa, pues vivimos tiempos sombríos. La luz está totalmente del lado de los yanomami, con sus innumerables cristales brillantes y sus resplandecientes legiones de espíritus infinitesimales que pueblan las visiones de sus chamanes.
Más que anacrónica, la obra de Clastres desprende una impresión de extemporaneidad. Uno tiene a veces la sensación de que es necesario leerle como si se tratara de un oscuro pensador presocrático, alguien que habla no sólo de otro mundo, sino desde otro mundo, en un lenguaje ancestral al nuestro y que, al no ser ya capaces de comprenderlo a la perfección, necesitamos interpretar: cambiando la distribución de sus aspectos implícitos y explícitos, literalizando lo que es figurado y viceversa, procediendo a una reabstracción de su vocabulario a la vista de las mutaciones de nuestra retórica filosófica y política; reinventando, en suma, el sentido de este discurso que nos resulta fundamentalmente extraño.
La sociedad primitiva: de la carencia a la endoconsistencia
El proyecto de Clastres era transformar la antropología «social» o «cultural» en una antropología política, en el doble sentido de una antropología que tomara el poder político (no la dominación o el «conflicto») como inmanente a la vida social, y que fuera capaz de tomar en serio la alteridad radical de la experiencia de los pueblos llamados primitivos; esto incluiría, antes que nada, el reconocimiento de la plena capacidad de autorreflexión de estos últimos. Pero para ello era necesario, en primer lugar, romper la relación teleológica – o más bien teológica – entre la dimensión política de la vida pública y la forma-Estado, afirmada y justificada por la prácticamente totalidad de la filosofía occidental. Deleuze escribió, en un célebre pasaje, que «la izquierda [...] necesita realmente que la gente piense» porque «el papel de la izquierda, tanto si está en el poder como si no, es descubrir el tipo de problemas que la derecha desea ocultar a cualquier precio» (1990/1995: 128,127). El problema que descubrió Clastres, el carácter no necesario de la asociación del poder con la coerción, es uno de esos problemas que la Derecha necesita ocultar. La antropología será necesariamente política, afirma Clastres, una vez que sea capaz de demostrar que el Estado y todo aquello a lo que dio lugar (en particular, las clases sociales) es una contingencia histórica, una «desgracia» más que un «destino».
Hacer pensar es hacer que la gente se tome en serio el pensamiento, empezando por el pensamiento de otros pueblos, ya que el pensamiento, en sí mismo, siempre convoca los poderes de la alteridad. El tema de «cómo tomarse finalmente en serio» las opciones filosóficas expresadas en las formaciones sociales primitivas vuelve con insistencia en Clastres. En el capítulo 6 de la Arqueología de la violencia, tras afirmar que la etnología de las últimas décadas había hecho mucho por liberar a estas sociedades de la mirada exotizante de Occidente, el autor escribe: «ya no lanzamos sobre las sociedades primitivas la mirada curiosa o divertida del aficionado algo ilustrado, algo humanista; las tomamos en serio. La cuestión es hasta qué punto hay que tomárselas en serio». ¿Hasta dónde? Ésa es la pregunta que la antropología decididamente no ha resuelto, porque ésa es la pregunta que la define: resolverla equivaldría para Clastres a disolver una diferencia indispensable e irreductible; sería ir más lejos de lo que la disciplina podría aspirar.
Quizá por eso el autor siempre asoció el proyecto de la disciplina a la noción de paradoja. La paradoja es un operador crucial en la antropología de Clastres: hay una paradoja de la etnología (el conocimiento no como apropiación sino como desposesión); una paradoja intrínseca a cada una de las dos grandes formas sociales (en la sociedad primitiva, el caciquismo sin poder; en la nuestra, la servidumbre voluntaria); y una paradoja de la guerra y del profetismo (dispositivos institucionales de no división que se convierten en los gérmenes de un poder separado). Incluso sería posible imaginar el primer gran personaje conceptual (o quizás «tipo psicosocial»; véase Deleuze & Guattari 1991/1996) de la teoría clastreana, el jefe sin poder, como una especie de elemento paradójico de lo político, término supernumerario y caso vacío a la vez, significante flotante que no significa nada en particular (su discurso es vacío y redundante), existiendo únicamente para oponerse a la ausencia de significación (este discurso vacío instituye el pleno de la sociedad). Esto haría del jefe clastreano, huelga decirlo, una figura emblemática del universo estructuralista (Levi-Strauss 1950/1987; Deleuze 1967/2003).
Sea como fuere, lo cierto es que hoy la paradoja se ha generalizado; no sólo los etnólogos se encuentran ante el desafío intelectual y político de la alteridad. La cuestión de «hasta dónde» se plantea ahora a Occidente en su conjunto, y lo que está en juego es nada menos que el destino cosmopolita de eso que nos complacemos en llamar nuestra Civilización. El problema de «cómo tomar en serio a los demás» se convirtió, él mismo, en un problema que es imperativo tomarse en serio. En La sorcellerie capitalistes, uno de los pocos libros publicados en la Francia actual que sigue el espíritu de la antropología clastreana (mediada por la voz de Deleuze y Guattari), Pignarre y Stengers observan: “Estamos acostumbrados a deplorar las fechorías de la colonización y las confesiones de culpabilidad se han convertido en rutina. Pero nos falta el espanto ante la idea de que no sólo nos tomamos por la cabeza pensante de la humanidad, sino que, con las mejores intenciones del mundo, no dejamos de hacerlo. [...] El pavor sólo comienza cuando nos damos cuenta de que, a pesar de nuestra tolerancia, nuestro remordimiento y nuestra culpa, no hemos cambiado tanto” (Pignarre & Stengers 2005: 88). Y la pregunta con la que los autores concluyen esta reflexión es una versión de la planteada por Clastres: “¿cómo hacer espacio para los demás?” (ibíd.: 89).
Hacer sitio a los demás no significa, desde luego, tomarlos como modelos, hacer que pasen de ser nuestras víctimas a ser nuestros redentores. El proyecto de Clastres pertenece a quienes creen que el objeto propio de la antropología es dilucidar las condiciones ontológicas de la autodeterminación del Otro, lo que significa ante todo reconocer la propia consistencia sociopolítica del Otro, que, como tal, no es transferible a nuestro mundo como si se tratara de la añorada receta de la eterna felicidad universal. El “primitivismo” clastreano no era una plataforma política para Occidente. En su respuesta a Birnbaum, escribe: “No más que el astrónomo que invita a otros a envidiar el destino de las estrellas milito a favor del mundo Salvaje. [...] Como analista de un cierto tipo de sociedad, intento desvelar los modos de funcionamiento y no construir programas...” (p. 210).
La comparación con el astrónomo recuerda la “visión desde lejos” de Levi-Strauss, pero le da un giro irónico-político, poniéndonos en el lugar que nos corresponde, como si el viaje a la vez deseable e imposible de realizar recayera sobre nosotros y no sobre los primitivos. En cualquier caso, Clastres no pretendía poseer los planos del vehículo que nos hubiera permitido realizar ese viaje. Creía que un límite absoluto impediría a las sociedades modernas alcanzar ese “otro planeta sociológico” (Richir 1987: 62): la barrera demográfica. Aunque rechazaba la acusación de determinismo demográfico (aquí, p. 216), Clastres siempre mantuvo que las reducidas dimensiones demográficas y territoriales de las sociedades primitivas eran una condición fundamental para la no emergencia de un poder separado: “todos los Estados son natalistas” (1975: 22). Las multiplicidades primitivas son más sustractivas que aditivas, más moleculares que molares, y menores tanto en cantidad como en calidad: lo múltiple sólo se hace con pocos y con poco.
No cabe duda de que el análisis del poder en las sociedades primitivas puede alimentar la reflexión sobre la política de nuestras propias sociedades (Clastres 1975), pero, se diría, de un modo sobre todo comparativo y especulativo. ¿Por qué el Estado – una contingencia antropológica, al fin y al cabo – se convirtió en una necesidad histórica para tantos pueblos y, especialmente, para nuestra tradición cultural? ¿En qué condiciones las líneas flexibles de la segmentariedad primitiva, con sus códigos y territorialidades, dan paso a las líneas rígidas de la sobrecodificación generalizada, es decir, a la puesta en marcha del aparato de captura del Estado, que separa a la sociedad de sí misma? Y más aún, ¿cómo pensar el nuevo rostro del Estado en el mundo de las “sociedades de control” (Deleuze 1995: 177-182) en las que la trascendencia se vuelve, por así decirlo, inmanente y molecular, el individuo interioriza el Estado y es perpetuamente modulado por él? ¿Cuáles son las nuevas formas de resistencia que se imponen, es decir, las que surgen inevitablemente? (Y decimos “inevitablemente” porque también aquí se trata de desvelar modos de funcionamiento, no de construir programas. O de construirlos mejor, más bien).
Hay dos formas muy distintas en que la antropología “universaliza”, es decir, establece un intercambio de imágenes entre el Yo y el Otro. Por un lado, la antropología puede hacer que la imagen de los “otros” funcione de tal modo que revele algo sobre “nosotros”, ciertos aspectos de nuestra propia humanidad que no somos capaces de reconocer como propios. Este es el proyecto antropológico que, iniciado en la Edad de Oro de Boas, Malinowski y Mauss, se consolidó durante el período en que escribía Clastres y ha continuado hasta nuestros días, de Claude Levi-Strauss a Marshall Sahlins, de Roy Wagner a Marilyn Strathern: el paso de una imagen del Otro definida por un estado de carencia o necesidad, por una distancia negativa en relación con el Yo, a una alteridad dotada de endoconsistencia, autonomía o independencia en relación con la imagen de nosotros mismos (y en esta medida, poseedora de un valor crítico y heurístico para nosotros). Lo que Levi-Strauss hizo por la razón clasificatoria, con su noción de pensamiento salvaje, lo que Sahlins hizo por la racionalidad económica, con su original sociedad acomodada, lo que Wagner hizo por el concepto de cultura (y naturaleza), con su metasemiótica de la invención y la convención, y lo que Strathern hizo por la noción de sociedad (e individuo), con la elucidación de las prácticas melanesias de análisis social y conocimiento relacional, Clastres hizo por el poder y la autoridad, con su sociedad contra el Estado, la construcción, por medio de la imagen del otro, de otra imagen del objeto (una imagen del objeto que incorpora la imagen que el otro hace de este objeto): otra imagen del pensamiento, de la economía, de la cultura, de la socialidad y de la política.
En ninguno de estos casos se trataba de levantar una Gran Muralla Antropológica, sino, más bien, de indicar una bifurcación que, aun siendo decisiva, no deja de ser contingente. Otra distribución cosmo-semiótica entre figura y suelo; la “integración parcial” de una serie de pequeñas diferencias como manera de hacer una diferencia. Es necesario insistir tanto como sea posible en la contingencia de estas metadiferencias o muchos otros “Estados” que se recrearán en la esfera del pensamiento, trazando una Gran División, una línea rígida o “mayor” en el plano del concepto. Y eso daría lugar a algo que Deleuze y Guattari (1987: 361-74) llamaron la “ciencia del Estado”, la ciencia teoremática que extrae constantes de las variables, frente al apuntalamiento de una “ciencia menor”, una ciencia nómada y problemática de las variaciones continuas, que se asocia con la máquina de guerra más que con el Estado; y la antropología es una ciencia menor por vocación (la paradójica ciencia de Clastres). Esta diferencia contingente entre el Yo y el Otro no impide, al contrario, facilita, la percepción de elementos de alteridad en el seno de nuestra identidad “propia”. Así, el pensamiento salvaje no es el pensamiento de los salvajes, sino el potencial salvaje de todo pensamiento mientras no sea “domesticado con el fin de obtener un rendimiento” (Levi-Strauss 1966: 219). El principio de suficiencia subproductiva y la propensión a la dilapidación creativa laten bajo todo el moralismo de la economía y la supuesta insaciabilidad post-lapsariana del deseo (Sahlins 1972, 1996). Nuestra sociedad también es capaz de generar momentos – en nuestro caso, siempre excepcionales y “revolucionarios” – en los que la vida se vive como una “secuencia inventiva” (Wagner 1981) y comparte con todas las demás (aunque sea de forma paradójica, medio negacionista) la interpenetración relacional de las personas que llamamos “parentesco” (Edwards & Strathern 2000; Strathern 2005). Y finalmente, en el caso de Clastres, la constatación de nuestra dependencia constitutiva, en el ámbito del pensamiento mismo, frente a la forma-Estado, no impide la percepción (y concepción) de todas las intensidades contrarias, fisuras, grietas y líneas de fuga a través de las cuales nuestra sociedad se resiste constantemente a su captura y control por parte de la trascendencia sobre-codificadora del Estado. Es en este sentido que la Sociedad contra el Estado sigue siendo válida como concepto “universal” y no como tipo ideal, ni como designador rígido de una especie sociológica, sino como categoría de cualquier experiencia de vida colectiva y relacional.
El segundo modo por el que la antropología se universaliza a sí misma, en cambio, pretende demostrar que los primitivos son más parecidos a nosotros que nosotros a ellos: también son maximizadores genéticos e individualistas posesivos; también optimizan los costes-beneficios y toman decisiones racionales (lo que incluye ser convenientemente irracionales en lo que se refiere a su relación con la “naturaleza”: ¡exterminaron la megafauna en América! ¡Incendiaron Australia! ); son tipos pragmáticos y con sentido común como nosotros, que no confunden a los capitanes de barco británicos con dioses nativos (Obeyesekere contra Sahlins) ni experimentan su yo interior y sustantivo como entidades “dividuales” relacionales (LiPuma contra Strathern); también instituyen desigualdades sociales a la menor oportunidad; ansían el poder y admiran a los que son más fuertes; aspiran a las tres bendiciones del Hombre Moderno: la santísima trinidad del Estado (el Padre), el Mercado (el Hijo) y la Razón (el Espíritu Santo). La prueba de que son humanos es que ahora comparten todos nuestros defectos, que se transformaron poco a poco en cualidades durante las décadas que nos dieron a Thatcher, Reagan, la Patriot Act, la nueva Fortaleza Europa, el neoliberalismo y la psicología evolutiva como un extra. La sociedad primitiva es vista ahora como una ilusión, una “invención” de la sociedad moderna (Kuper 1988); esta última, aparentemente, no es una ilusión y nunca fue inventada por nadie; quizás porque sólo el Capitalismo es real, natural y espontáneo. (Ahora sabemos dónde se esconde el verdadero núcleo del delirio de Dios).
Es contra este segundo modo de universalización – reaccionario, poco imaginativo y, sobre todo, reproductor del modelo y de la figura del Estado como verdaderamente Universal – contra el que se escribió, preventivamente podría decirse, la obra de Clastres. Porque él sabía muy bien que el Estado no podía tolerar, nunca toleraría, las sociedades primitivas. La inmanencia y la multiplicidad son siempre escandalosas a los ojos del Uno.
Individuos frente a singularidades
La tesis de la sociedad contra el Estado se confunde a veces con la doctrina del libertarianismo en el sentido “americano” del término, como si toda su lógica equivaliera a una oposición a la injerencia del gobierno central en la vida de los individuos, un elogio del llamado “libre” mercado, una defensa de las milicias ciudadanas, etcétera. Pero defender el desmantelamiento teórico del concepto de Estado como telos de la vida humana colectiva para abrazar un rechazo de la organización política como tal, o convertirlo en un himno al “individualismo rudo”, es un error grotesco. El capítulo 9 del presente libro es instructivo a este respecto, ya que analiza un error de lectura simétrico. Pierre Birnbaum, cuyas críticas refuta aquí el autor, hace una lectura durkheimiana de la tesis de la Sociedad contra el Estado, identificándola como “una sociedad de coacción total”. Clastres resume así la crítica: “En otras palabras, si la sociedad primitiva se desentiende de la división social, es al precio de una alienación mucho más espantosa, la que somete a la comunidad a un sistema opresivo de normas que nadie puede cambiar. El ‘control social’ es absoluto: ya no es la sociedad contra el Estado, es la sociedad contra el individuo”.
La respuesta de Clastres consiste en decir que el “control social” o, mejor dicho, el poder político, no se ejerce sobre el individuo sino sobre un individuo, el jefe, que se individualiza para que el cuerpo social pueda continuar indiviso “en relación consigo mismo”. A continuación, el autor esboza la tesis de que la sociedad primitiva inhibe al Estado mediante la extrusión metafísica de su propia causa y origen, atribuyendo ambos a la esfera mítica del Don primordial, aquello que escapa totalmente al control humano y, como tal, no puede ser apropiado por una parte de la sociedad para convencionalizar las desigualdades mundanas. Al poner sus bases fuera de “sí misma”, la sociedad se convierte en naturaleza, es decir, se convierte en lo que Wagner (1986) llamaría un “símbolo que se sostiene por sí mismo”, bloqueando la proyección de una Convención totalizadora que la simbolizaría, por así decirlo, desde arriba. La trascendencia heterónoma del origen sirve entonces como garantía de la inmanencia y autonomía del poder social. Clastres atribuye esta miniteoría política de la religión primitiva a Marcel Gauchet, quien años más tarde la desarrollaría en una línea que Clastres tal vez no hubiera podido predecir. Gauchet atribuyó el origen del Estado a esta misma exteriorización del origen – mediante una toma de posesión humana del lugar de la trascendencia –y pasó de ahí (para abreviar) a una reflexión sobre las virtudes del Estado constitucional liberal, un régimen en el que la sociedad se acercaba a una situación ideal de autonomía mediante una interiorización ingeniosa de la fuente simbólica de la sociedad que no destruiría su exterioridad “instituyente” como tal. El Estado contra el Estado, por así decirlo, en una sublimación del anarquismo clastreano, que se vería finalmente transformado en un programa político defendible.
Me parece que la respuesta a Birnbaum podría ir más lejos. La sociedad contra el Estado está efectivamente contra el individuo, porque el individuo es un producto y un correlato del Estado. El Estado crea al individuo y el individuo requiere al Estado; la auto-separación del cuerpo social que crea al Estado crea-separa igualmente a los sujetos o individuos (singulares o plurales), al mismo tiempo que el Estado se ofrece como modelo para estos últimos: I'Etat c'est le Moi. Por eso es importante distinguir la sociedad clastreana de su homónima durkheimiana, fuente de equívocos no siempre aclarados por Clastres, que en ocasiones tendió a hipostasiar la sociedad primitiva, es decir, a concebirla como un sujeto colectivo, un Super-Individuo que sería realmente, y no sólo formalmente, exterior y anterior al Estado (Deleuze & Guattari 1987: 359) y, por lo tanto, ontológicamente homogéneo con él. La sociedad durkheimiana es la forma-Estado en su disfraz “sociológico”: piénsese en la coercitividad constitutiva del hecho social, en la trascendencia absoluta del Todo en relación con las Partes, en su función de Entendimiento universal, en su poder inteligible y moral de unificar el múltiple sensorial y sensual. De ahí la relevancia estratégica, para Durkheim, de la “oposición” entre individuo y sociedad: uno es una versión del otro, los “miembros” de la Sociedad como cuerpo espiritual colectivo son como minúsculos o sub-Estados individuales subsumidos por el Estado como Super-individuo. El Leviatán. La sociedad primitiva de Clastres, por el contrario, está en contra del Estado y, por lo tanto, en contra de la “sociedad” concebida a su imagen; tiene la forma de una multiplicidad asubjetiva. Del mismo modo, sus componentes o “asociados” no son individualidades o subjetividades, sino singularidades. Las sociedades primitivas no reconocen la “máquina abstracta de la facilidad” (Deleuze & Guattari op.cit.: 168), productora de sujetos, de rostros que expresan una interioridad subjetiva.
Una interpretación del anarquismo de Clastres en términos individualistas o “liberales” sería por un error simétrico al tipo de lectura que imaginaría su sociedad primitiva como un orden totalitario-totalizante de tipo “durkheimiano”. En la feliz fórmula de Bento Prado Jr. (2003), su pensamiento era, más que anarquista, “anarcóntico”, palabra que incluye no sólo la referencia a la función arcóntica (gobernante) ateniense, sino también la cadena /óntico/, como modo de personificar el contenido metafísico u ontológico del anarquismo de Clastres, su oposición a lo que él consideraba el principio fundador de la doctrina occidental del Estado, a saber, la idea de que el Ser es Uno y que el Uno es Dios.
Entre filosofía y antropología
Es habitual considerar a Clastres como un autor del tipo erizo (“una sola idea, pero una GRAN idea”), defensor de una tesis monolítica, la “Sociedad contra el Estado”, un modo de organización de la vida colectiva definido por una relación doblemente inhibidora: una interna, la jefatura sin poder, otra externa, el aparato centrífugo de la guerra. Es en esta misma dualidad donde se vislumbra la posibilidad de lecturas filosóficas alternativas de la tesis clastreana.
La primera lectura pone el acento en el papel de Clastres en la determinación de una “función política” universal encargada de constituir “un lugar donde la sociedad se presenta a sí misma” (Richir 1987: 69). La sociedad contra el Estado se define, en estos términos, por un cierto modo de representación política, mientras que la política misma se concibe como un modo de representación, un dispositivo proyectivo que crea un doble molar del cuerpo social en el que se ve reflejado. La figura del jefe sin poder destaca aquí como el mayor descubrimiento de Clastres: una nueva ilusión trascendental (ibid.: 66), un nuevo modo de institución (necesariamente “imaginario”) de lo social. Este modo consistiría en la proyección de un exterior, una Naturaleza que debe ser negada para que la Cultura o la Sociedad se instituyan, pero que al mismo tiempo debe ser representada en el interior de la cultura a través de un simulacro, el jefe sin poder.
Esta aproximación a la obra de Clastres efectúa lo que puede llamarse una “reducción fenomenológica” del concepto de sociedad frente al de Estado. Tiene su origen en la aproximación entre Clastres y los intelectuales que se reunieron en torno a Claude Lefort en la revista Textures y, a continuación, en Libre, donde se publicaron los tres últimos capítulos de Arqueología de la violencia. Lefort, antiguo alumno de Merleau Ponty, fue cofundador con Cornelius Castoriadis del grupo “Socialismo o Barbarie”, un actor importante en la historia de la política libertaria de izquierdas en Francia. La marca de este ensamblaje fenomenológico-socialista (que incluía a Marcel Gauchet hasta su realineamiento en 1980) era la combinación de un antitotalitarismo resuelto con un humanismo metafísico no menos acérrimo que se revela, por ejemplo, en la posición “anti-intercambistas” que asumió tempranamente Lefort. La crítica de Lefort a la búsqueda estructuralista de reglas formales que subyacen a la práctica, y su preferencia por entender “la conformación de las relaciones vividas entre los hombres” (1987: 187), podría haber influido sobre Clastres, junto a la teoría de la deuda de derivación nietzscheana más explícita que conecta la obra de Clastres con el anti-intrercambismo de signo muy diferente de Deleuze y Guattari.
Esta lectura fenomenológica confiere a la “antropología política” de Clastres un sesgo decididamente metafísico. Desde ese punto de vista, es a través de la política como el hombre, el “animal político”, deja de ser “meramente” un animal y es rescatado de la inmediatez de la naturaleza y convertido en un ser dividido, que tiene tanto la necesidad como la capacidad de representar para ser. Lo extrahumano, incluso cuando se reconoce como esencial para la constitución de la humanidad, pertenece al ámbito de la creencia; es una división interna de lo humano, pues la exterioridad es una ilusión trascendental. La política es el espejo adecuado para el animal convertido en Sujeto: “Sólo el hombre puede revelar al hombre que es hombre” (Lefort en Abensour 1987: 14).
La segunda y, a mi juicio, más consecuente apropiación de la etnología de Clastres pone el acento en la inscripción de los flujos más que en la institución de los dobles, en los códigos semiótico-materiales más que en la Ley simbólica, en la segmentariedad flexible y molecular más que en la macropolítica binaria del adentro y el afuera, en la máquina de guerra centrífuga más que en el caciquismo centrípeto. Me refiero, por supuesto, a la lectura de Clastres que hacen Deleuze y Guattari en El Antiedipo (1972/1983) y Mil mesetas (1981/1987), donde las ideas de Clastres se utilizan como uno de los pilares para la construcción de una “historia universal de la contingencia” y de una antropología radicalmente materialista, que se encuentra a las antípodas del espiritualismo político que se desprende de su interpretación fenomenológica.
El Antiedipo fue un libro esencial para el propio Clastres, que asistió a los cursos que luego se publicarían en forma de libro, mientras que Mil mesetas, publicado después de su muerte, criticó y desarrolló sus intuiciones en una dirección totalmente nueva. En cierto sentido, Deleuze y Guattari completaron la obra de Clastres, dando cuerpo a la riqueza filosófica que yacía en potencia en ella. El embarazoso y vergonzoso silencio con el que la antropología como disciplina recibió los dos libros de Capitalismo y esquizofrenia, en los que tiene lugar uno de los diálogos más apasionantes y desconcertantes que han mantenido jamás la filosofía y la antropología, no deja de tener relación con el malestar similar que la obra de Clastres provocó en un entorno académico siempre prudente y mojigato. “Me parece que los etnólogos deberían sentirse como en casa en el Antiedipo...” (Clastres en Guattari 2009: 85). Pues bien, la inmensa mayoría de ellos no lo hicieron.
En el Anti-Edipo, la sociedad contra el Estado se convierte en una “máquina territorial primitiva”, perdiendo sus connotaciones residuales de Sujeto colectivo y transformándose en un puro “modo de funcionamiento” cuyo objetivo es la codificación integral de los flujos materiales y semióticos que constituyen la producción deseante humana. Esa máquina territorial codifica los flujos, inviste los órganos, marca los cuerpos: es una máquina de inscripción. Su funcionamiento presupone la unidad inmanente del deseo y de la producción que es la Tierra. La cuestión del jefe impotente se resitúa así en un contexto geofilosófico más amplio: la voluntad de no división que Clastres veía en el socius primitivo se convierte en un impulso a la codificación absoluta de todos los flujos materiales y semióticos y a la preservación de la coextensividad del cuerpo social y del cuerpo de la Tierra. La conjuración “anticipatoria” de un poder separado es la resistencia de los códigos primitivos a la sobrecodificación despótica, la lucha de la Tierra contra el Déspota desterritorializador. La intencionalidad colectiva que se expresa en el rechazo a unificarse bajo una entidad sobrecodificadora pierde su máscara antropomórfica, convirtiéndose – y aquí estamos utilizando el lenguaje de Mil Mesetas – en un efecto de un determinado régimen de signos (la semiótica presignificante) y el dominio de una segmentariedad primitiva, marcada por una “línea relativamente flexible de códigos y territorialidades entrelazados”.
La principal conexión entre el Antiedipo y la obra de Clastres es un rechazo común, aunque no exactamente idéntico, del intercambio como principio fundador de la socialidad. El Anti-Edipo sostiene que la noción de deuda debía ocupar el lugar que ocupaba la reciprocidad en Mauss y Levi-Strauss. Clastres, en su primer artículo sobre la filosofía del caciquismo indígena – una crítica enrevesada de un primer artículo de su maestro, donde el papel del jefe era pensado en términos de un intercambio recíproco entre el líder y el grupo – ya había sugerido que el concepto indígena de poder implicaba simultáneamente una afirmación de la reciprocidad como esencia de lo social y su negación, al situar el papel del jefe fuera de su esfera, en la posición de un perpetuo deudor del grupo. Sin quitar al intercambio su valor antropológico, Clastres introdujo la necesidad sociopolítica de un no-intercambio. En sus últimos ensayos sobre la guerra, la disyunción entre intercambio y poder se transforma en una extraña resonancia. Al dislocarse de la relación intracomunitaria a la relación intercomunitaria, la negación del intercambio se convirtió en la esencia del socius primitivo. La sociedad primitiva está “contra el intercambio” por las mismas razones por las que está contra el Estado: porque desea la autarquía y la autonomía, porque sabe que todo intercambio es una forma de deuda, es decir, de dependencia, aunque sea recíproca.
Mil Mesetas retoma las tesis de Clastres en dos largos capítulos: uno sobre la “máquina de guerra” como forma de pura exterioridad (en la que la violencia organizada o la guerra "propiamente dicha" tienen un papel muy secundario) en oposición al Estado como forma de pura interioridad (en el que la centralización administrativa tiene un papel igualmente secundario); y otro capítulo sobre el “aparato de captura”, que desarrolla una teoría del Estado como modo de funcionamiento coetáneo a las máquinas de guerra y a los mecanismos de inhibición de las sociedades primitivas. Estos desarrollos no sólo modifican elementos de las proposiciones de Clastres, sino también algunas de las categorías centrales del Anti-Edipo. El esquema Salvaje-Bárbaro-Civilizado se abre lateralmente para incluir la figura central del Nómada, a la que la máquina de guerra se ve ahora constitutivamente asociada. Una nueva tripartición, derivada del concepto de segmentariedad, o multiplicidad cuantificada, hace su aparición: la línea flexible y polivocal de los códigos y territorialidades primitivos; la línea rígida de la resonancia de la sobrecodificación (el aparato del Estado); y la(s) línea(s) de fuga trazada(s) por la descodificación y la desterritorialización (la máquina de guerra). La sociedad primitiva de Clastres (los “Salvajes” del Anti-Edipo) pierde su conexión privilegiada con la máquina de guerra. En Mil Mesetas se considera que simplemente el reclutamiento como forma de exterioridad para conjurar las tendencias a la sobrecodificación y a la resonancia que amenazan constantemente con subsumir los códigos y las territorialidades primitivas. Del mismo modo, el Estado puede capturar la máquina de guerra (que es, no obstante, su exterioridad absoluta) y ponerla a su servicio, no sin correr el riesgo de ser destruido por ella. Y, por último, las sociedades contemporáneas permanecen en pleno contacto con su infraestructura “primitiva” o molecular, “impregnada de un tejido flexible sin el cual sus segmentos rígidos no se sostendrían”. Con ello, la dicotomía exhaustiva y mutuamente excluyente entre los dos macrotipos de sociedad (“con” y “contra” el Estado) se diversifica y complejiza: las líneas coexisten, se entrecruzan y se transforman unas en otras; el Estado, la máquina de guerra y la segmentariedad primitiva pierden sus connotaciones tipológicas y se convierten en formas o modelos abstractos, que se manifiestan en múltiples procedimientos y sustratos materiales: en estilos científicos, filias tecnológicas, actitudes estéticas y sistemas filosóficos tanto como en formas macro-políticas de organización o modos de la representación-institución del socius.
Por último, al mismo tiempo que hacen suya una de las tesis fundamentales de Clastres, cuando afirman que el Estado, más que suponer un modo de producción, es la entidad misma que hace de la producción un “modo” (op.cit.: 429), Deleuze y Guattari desdibujan la distinción exagerada que hace Clastres entre lo político y lo económico. Como es sabido, la actitud de Capitalismo y esquizofrenia frente al materialismo histórico, incluso frente al etnomarxismo francés, es bastante diferente de la del autor de “Los marxistas y su antropología” (cap. 10). Ante todo, la cuestión del origen del Estado deja de ser el misterio que siempre fue para Clastres. El Estado deja de tener un origen histórico o cronológico, ya que el propio tiempo se convierte en el vehículo de causalidades inversas no evolutivas (op.cit.: 335, 431). No sólo hay una presencia real muy antigua del Estado “fuera” de las sociedades primitivas, sino también su presencia virtual perpetua “dentro” de estas sociedades, bajo la forma de los malos deseos que es necesario conjurar y de los focos de resonancia segmentaria que siempre se desarrollan. La desterritorialización no es históricamente secundaria al territorio, los códigos no son separables del movimiento de descodificación (op.cit.: 222).
Criticadas y recalificadas, las tesis expuestas en los textos breves de Pierre Clastres tienen, pues, un peso decisivo en la dinámica conceptual de Capitalismo y esquizofrenia. En particular, la teoría clastreana de la “guerra” como máquina abstracta de generación de multiplicidad, opuesta, en su esencia al monstruo sobrecodificador del Estado – la guerra como enemigo número uno del Uno – desempeña un papel clave en uno de los principales sistemas filosóficos del siglo XX.
Entre antropología y etnología
El actual entusiasmo en torno a los descubrimientos arqueológicos, en la Amazonia, de vestigios de formaciones sociales que se asemejaban a los cacicazgos del Círculo-Caribe, así como el avance de los estudios históricos sobre las zonas de contacto entre los estados andinos y las sociedades de las Tierras Bajas, han llevado a los estudiosos a descartar el concepto de “sociedad contra el Estado” como un artefacto doblemente europeo: confunde como original lo que en realidad es el resultado de una dramática involución de las sociedades amerindias a partir del siglo XVI; y sería una proyección ideológica de algunas viejas utopías occidentales que alcanzaron nueva vigencia durante la fatídica década de 1960.
El hecho de que estas dos diferentes argumentaciones invalidantes fueran movilizadas conjuntamente contra Clastres por ciertas corrientes de la etnología contemporánea sugiere que esta última no está libre de su propia carga ideológica. El enfoque en las tendencias centrífugas que inhibieron la emergencia de la forma-Estado nunca impidió a Clastres identificar “el lento trabajo de las fuerzas unificadoras” en las organizaciones multicomunitarias de las Tierras Bajas o la presencia de estratificación social y poder centralizado en la región (especialmente en el norte de la Amazonia). En cuanto a las utopías “anarquistas” europeas, sabemos cuánto deben al encuentro con el Nuevo Mundo a comienzos de la Edad Moderna. Los desencuentros fueron muchos, sin duda, pero no arbitrarios. Por último, y lo que es más importante, cabe señalar que la regresión demográfica postcolombina, por catastrófica que efectivamente fuera, no puede explicar el alfa y el omega del paisaje sociopolítico actual de la América indígena; al igual que cualquier otra trayectoria evolutiva, la “involución” expresa mucho más que limitaciones adaptativas. Es sobre este excedente crucial de sentido – de estructura, de cultura, de historia o como se quiera llamas – el que permite hablar de la pertinencia etnológica de la tesis de la “sociedad contra el Estado” y en función de la cual debe ser evaluada.
La sociedad primitiva era quizá, para Clastres, algo así como una esencia; pero no era una esencia estática. El autor siempre la concibió como un modo de funcionamiento profundamente inestable en su misma búsqueda de estabilidad ahistórica. Sea como fuere, existe efectivamente un “modo de ser” bastante característico de lo que él llamó sociedad primitiva y que ningún etnógrafo que haya convivido con una cultura amazónica, incluso con una que tenga rasgos bien definidos de jerarquía y centralización, puede dejar de experimentar en toda su evidencia, tan omnipresente como elusiva. Esta forma de ser es “esencialmente” una política de la multiplicidad; Clastres sólo puede haberse equivocado al interpretarla como si debiera expresarse siempre en términos de una multiplicidad “política”, una forma institucional de autorrepresentación colectiva. La política de la multiplicidad es un modo de devenir más que un modo de ser (de ahí su carácter elusivo); se instituye o institucionaliza efectivamente en determinados contextos etnohistóricos, pero no depende de esa transición a un Estado molar para funcionar, sino todo lo contrario. Ese modo precede a su propia institución, y permanece o vuelve a su estado molecular por defecto en muchos otros contextos no primitivos. “La sociedad contra el Estado”, en resumen, es un concepto intensivo, designa un modo intensivo o una forma virtual omnipresente, cuyas condiciones variables de extensificación y actualización corresponde determinar a la antropología.
La posteridad de Clastres en la etnología sudamericana siguió dos ejes principales. El primero consistió en la elaboración de un modelo de organización social amazónica – una “economía simbólica de la alteridad” o una “metafísica de la depredación” – que amplió sus tesis sobre la guerra primitiva. El segundo fue la descripción del trasfondo cosmológico de las sociedades contraestatales, el llamado “perspectivismo” amerindio. Los dos ejes exploran la fértil vacilación entre tendencias estructuralistas y postestructuralistas que caracteriza la obra de Clastres; ambos privilegian una lectura deleuzo-guattariana frente a una lectura fenomenológica. Juntos, definen una cosmopraxis indígena de alteridad inmanente, que equivale a una contraantropología, una especie de “antropología inversa”, que se sitúa en el precario espacio entre el silencio y el diálogo.
La teoría de la guerra de Clastres, aunque a primera vista parece reforzar una oposición binaria entre el adentro y el afuera, el Nosotros humano y el Otro menos-que-humano, en realidad acaba por diferenciar y relativizar la alteridad y, por lo mismo, cualquier posición de identidad, socavando el subtexto narcisista o “etnocéntrico” que a veces acompaña a la caracterización que el autor hace de la sociedad primitiva.
Imaginemos la etnología clastreana como un drama conceptual en el que se enfrentan un pequeño número de personae o tipos: el jefe, el enemigo, el profeta, el guerrero. Todos son vectores de alteridad, dispositivos paradójicos que definen al socius mediante alguna forma de negación. El jefe encarna la negación de los fundamentos intercambistas de la sociedad y representa al grupo en la medida en que esta exterioridad se interioriza: al convertirse en “prisionero del grupo”, contra-produce la unidad y la indivisión de este último. El enemigo niega el Nosotros colectivo, permitiendo que el grupo se afirme contra él, por su exclusión violenta; el enemigo muere para asegurar la persistencia de lo múltiple, la lógica de la separación. El profeta, a su vez, es el enemigo del jefe, afirma la sociedad contra el jefe cuando su titular amenaza con escapar al control del grupo afirmando un poder trascendente; al mismo tiempo, el profeta arrastra a la sociedad hacia una meta imposible, la autodisolución. El guerrero, por último, es enemigo de sí mismo, destruyéndose en pos de una inmortalidad gloriosa, ya que la sociedad que defiende le impide transformar sus prestigiosas hazañas en poder instituido. El jefe es una especie de enemigo, el profeta una especie de guerrero, y así una y otra vez.
Estos cuatro personajes forman, pues, un círculo de alteridad que contra-efectúa o contra-inventa la sociedad primitiva. Pero en el centro de este círculo no está el Sujeto, la forma reflexiva de la Identidad. El quinto elemento, que puede considerarse el elemento dinámico central precisamente por su excentricidad, es el personaje sobre el que descansa la política de la multiplicidad: el aliado político, el “asociado” que vive en otra parte, a medio camino entre el grupo local, co-residente, y los grupos enemigos. Nunca ha habido sólo dos posiciones en el socius primitivo. Todo gira en torno al aliado, el tercer término que permite la conversión de una indivisión interna en una fragmentación externa, modulando la guerra indígena y transformándola en una relación social fílmica, o más aún, como sostiene Clastres, en la relación fundamental del socius primitivo.
Los aliados políticos, esos grupos locales que forman una banda de seguridad (e incertidumbre) en torno a cada grupo local, se conciben siempre, en la Amazonia, bajo la apariencia de afinidad potencial, es decir, como una forma cualificada de alteridad (afinidad matrimonial) pero que, sin embargo, sigue siendo alteridad {afinidad potencial), y que está marcada por connotaciones agresivas y depredadoras mucho más rituales que productivas – es decir, realmente productivas – que la mera enemistad indeterminada y anónima (o que la reiteración despotencializadora de los intercambios matrimoniales que crea una interioridad social). Es la figura inestable e indispensable del aliado político la que impide tanto una “reciprocidad generalizada” (una fusión de comunidades y una unidad sociológica superior) como la guerra generalizada (la atomización suicida del socius). El verdadero centro de la sociedad primitiva, esa red laxa de grupos locales celosos de su independencia recíproca, es siempre extra-local, pues se sitúa en cada punto donde puede efectuarse la conversión entre interior y exterior. Por esta razón, la “totalidad” y la “indivisión” de la comunidad primitiva no contradicen la dispersión y la multiplicidad de la sociedad primitiva. El carácter de totalidad significa que la comunidad no forma parte de ningún Otro o Todo jerárquicamente superior; el carácter de indivisión significa que tampoco está internamente jerarquizada, dividida en partes que forman un Todo interior. Totalidad sustractiva, indivisión negativa. Falta de distinción localizable entre un interior y un exterior. Multiplicación de lo múltiple.
La sociedad contra el Estado es un proyecto únicamente humano; la política es un asunto estrictamente intraespecífico. Es con respecto a este aspecto que la etnología amerindia avanzó más en los últimos años, extrayendo las intuiciones de Clastres de su caparazón antropocéntrico y mostrando cómo su decisión de tomar en serio el pensamiento indígena requiere un cambio de la descripción de una forma (diferente) de institución de lo (igualmente concebido) social a otra noción de antropología – otra práctica de la humanidad – y a otra noción de política – otra experiencia de la socialidad –.
El capítulo 5 de Arqueología de la violencia es un texto fundamental a este respecto. El autor escribe allí: “Cualquier estancia en una sociedad amazónica, por ejemplo, permite observar no sólo la piedad de los salvajes, sino la integración de las preocupaciones religiosas en la vida social, hasta un punto que parece disolver la distinción entre lo secular y lo religioso, difuminar los límites entre el dominio de lo profano y la esfera de lo sagrado: la naturaleza, en resumen, al igual que la sociedad, está atravesada por lo sobrenatural. Así, los animales o las plantas pueden ser a la vez seres naturales y agentes sobrenaturales: si la caída de un árbol hiere a alguien, o una bestia salvaje ataca a alguien, o una estrella fugaz cruza el cielo, se interpretarán no como accidentes, sino como efectos de la agresión deliberada de poderes sobrenaturales, como espíritus del bosque, almas de los muertos, incluso chamanes enemigos. El rechazo decidido del azar y de la discontinuidad entre lo profano y lo sagrado conduciría lógicamente a abolir la autonomía de la esfera religiosa, que se situaría entonces en todos los acontecimientos individuales y colectivos de la vida cotidiana de la tribu. En realidad, sin embargo, nunca completamente ausente de los múltiples aspectos de una cultura primitiva, la dimensión religiosa consigue afirmarse como tal en determinadas circunstancias rituales específicas”.
La decisión de determinar una dimensión religiosa “como tal” – la negativa, por lo tanto, a extraer las consecuencias de lo que sugería la cosmo-lógica general de las sociedades amazónicas – indica quizá la influencia de Gauchet. Esto hizo que Clastres fuera menos sensible al hecho de que la “sobrenaturalización” común de la naturaleza y la sociedad hacía totalmente problemática cualquier distinción entre estos dos ámbitos. Bajo ciertas condiciones cruciales – condiciones religiosas, precisamente – la naturaleza se revelaba como social y la sociedad como natural. Es la no-separación cosmológica de naturaleza y sociedad, más que la exteriorización por la “sociedad” del poder como “naturaleza”, lo que debe conectarse con la no-separación política que define a la sociedad frente al Estado.
Y, aun así, Clastres nos pone en el buen camino. En ese capítulo esboza una comparación entre las cosmologías de los pueblos de los Andes y de las Tierras Bajas, que contrastan diacríticamente en cuanto a sus respectivos modos de tratar a los muertos. En el altiplano agrario, dominado por la máquina imperial de los incas, la religión se basa en un complejo funerario (tumbas, sacrificios, etc.) que vincula a los vivos con el mundo mítico original (poblado por lo que el autor denominó de forma un tanto inapropiada “antepasados”) por medio de los muertos; en las tierras bajas, todo el esfuerzo ritual consiste, por el contrario, en disociar al máximo los muertos y los vivos. La relación de la sociedad con su fundamento inmemorial se hace, por así decirlo, sobre el cuerpo muerto de los difuntos, que deben ser desmemorializados, es decir, olvidados y aniquilados (comidos, por ejemplo) como si fueran enemigos mortales de los vivos. Yvonne Verdier (1987: 31) en su bello comentario de Crónica de los indios Guayaki, señaló que la gran división entre los vivos y los muertos era una garantía de la indivisión entre los vivos. La sociedad contra el Estado es una sociedad contra la memoria; la primera y más constante guerra de la “sociedad para la guerra” se libra contra sus muertos desertores. “Cada vez que se comen a un muerto, pueden decir: uno más que el Estado no conseguirá” (Deleuze & Guattari 1987: 118).
Pero hay que dar un paso más. El contraste entre los Andes y las Tierras Bajas sugiere que la distinción variable entre los vivos y los muertos tiene una relación variable con otra distinción variable, la que existe entre los humanos y los no humanos (animales, plantas, artefactos, cuerpos celestes y otros muebles del cosmos). En los mundos andinos, la continuidad diacrónica entre los vivos y los muertos opone conjuntamente a estos como humanos a los no humanos (que son así potencialmente concebidos como una sola categoría englobante), sometiendo el cosmos a la “ley del Estado”, la ley antropológica de lo interior y lo exterior, al mismo tiempo que permite instituir discontinuidades sincrónicas entre los vivos, bloqueadas en las sociedades contra el Estado gracias a la aniquilación de los muertos (no ancestralidad = no jerarquía). En las Tierras Bajas, la extrema alteridad entre los vivos y los muertos acerca a los humanos muertos a los no humanos, es decir, a los animales en particular, ya que es común en la Amazonia las almas de los muertos se conviertan en animales, mientras que una de las principales causas de la muerte es la venganza de los “espíritus de la caza” y otras almas animales sobre los humanos (los animales como causa y resultado de la muerte humana). Al mismo tiempo, sin embargo, esta aproximación hace de la no-humanidad un modo o modulación de la humanidad: todos los no-humanos poseen una esencia o poder antropomórfico similar, un alma, oculta bajo su variado ropaje corporal específico de cada especie. Las relaciones con la “naturaleza” son relaciones “sociales”, tanto la caza como el chamanismo pertenecen a la biocosmopolítica; las “fuerzas productivas” coinciden con las “relaciones de producción”. Todos los habitantes del cosmos son personas con su propio lugar, ocupantes potenciales de la posición deíctica de “primera persona” en el discurso cosmológico: las relaciones interespecies están marcadas por una disputa perpetua en torno a esta posición, que se esquematiza en términos de la polaridad depredador/presa, siendo la agencia o subjetividad ante todo una capacidad de depredación. Esto hace de la humanidad una posición marcada por la relatividad, la incertidumbre y la alteridad. Todo puede ser humano, porque nada es sólo una cosa, cada ser es humano para sí mismo: todos los habitantes del cosmos perciben a su propia especie en forma humana como humanos y ven a todas las demás especies, incluidos nosotros, los humanos “reales” (quiero decir, reales para “nosotros”) como no humanos. La diseminación molecular de la agencia “subjetiva” por todo el universo, al atestiguar la inexistencia de un punto de vista cosmológico trascendente, se correlaciona obviamente con la inexistencia de un punto de vista político unificador, ocupado por un Agente (el agente del Uno) que reuniría en sí mismo el principio de humanidad y socialidad.
Es lo que los etnólogos de la Amazonia llaman “perspectivismo”, la teoría indígena según la cual la forma en que los humanos perciben a los animales y otros organismos que habitan el mundo difiere profundamente de la forma en que estos seres ven a los humanos y se ven a sí mismos. El perspectivismo es “cosmología contra el Estado”. Su fundamento último radica en la peculiar composición ontológica del mundo mítico, esa “exterioridad” originaria hacia la que se proyectarían los cimientos de la sociedad. El mundo mítico, sin embargo, no es ni interior ni exterior, ni presente ni pasado, porque es ambas cosas, del mismo modo que sus habitantes no son ni humanos ni no humanos, porque son ambas cosas. El mundo de los orígenes es, precisamente, todo: es el plano amazónico de la inmanencia. Y es en esta esfera virtual de lo “religioso” – lo religioso como inmanencia – donde el concepto de sociedad contra el Estado obtiene su verdadera endoconsistencia etnográfica o diferencia.
Es de la mayor importancia observar, pues, que el modo de exteriorización del origen que es específico de las sociedades contra el Estado no significa tampoco una exteriorización “instituyente” de lo Uno ni una unificación “proyectiva” de lo Exterior. Debemos tomar nota de todas las consecuencias del hecho de que la exterioridad primitiva es inseparable de las figuras del Enemigo y del Animal como determinaciones trascendentales del pensamiento (salvaje). La exteriorización sirve a una dispersión. Estando la humanidad en todas partes, el “humanismo” no está en ninguna. Los salvajes quieren la multiplicación de lo múltiple.
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Fuente: https://my-blackout.com/2018/04/19/eduardo-viveiros-de-castro-the-untimely-again/
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notasfilosoficas · 1 year ago
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“El pasado no es más que el cementerio de nuestras ilusiones”
Émile Zola
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Émile Édouard Charles Antoine Zola fue un escritor francés, nacido en París en abril de 1840, y un  novelista, periodista, y dramaturgo considerado el padre y el mayor representante del llamado "naturalismo literario" y un contribuyente importante al desarrollo del naturalismo teatral.
Fue hijo de un ingeniero veneciano naturalizado y de la francesa Émile Aubert. 
Tras la muerte temprana del padre, se trasladó a Aix-en-Provence sufriendo penalidades económicas.
Tuvo como compañero de estudios al pintor francés posimpresionista Paul Cézanne con quien mantendría una larga y fraternal amistad y del que posteriormente por razones de personalidad terminaría.
Émile regresa a París y tras abandonar el bachillerato, decide trabajar como dependiente en una librería para evitar seguir siendo una carga para su madre en 1862.
Escribió su primer texto y colaboró en las columnas literarias de varios diarios, cultivando al mismo tiempo la amistad con personalidades como Édouard Manet, Camille Pissarro y los hermanos Gouncort escritores franceses pertenecientes a la corriente naturalista.
En 1868 concibió un proyecto denominado “Les Rougon-Macquart” y cuya aspiración era la de realizar una novela “fisiológica” en las que intentaba aplicar algunas de las teorías del filósofo, crítico e historiador Taine, uno de los principales teóricos del naturalismo, y de Claude Bernard, teórico, médico y fisiólogo francés sobre la herencia.
La obra, consta de 20 novelas y se inicia con “La fortuna de los Rougon” en 1871, el cual refleja un retrato social que siguiendo el esquema del naturalismo, contiene altas dosis de violencia y dramatismo, y demasiado explícito en sus descripciones para la época.
Entre las novelas mas destacadas de este proyecto destacan, La taberna en 1876, “Naná” en 1880, “El paraíso de las damas” en 1883, “Germinal” en 1865, “Bestia Humana” en 1890 y “El Desastre” en 1892.
También son obras clave de su escritura la trilogía “Tres ciudades” y los cuatro evangelios” en 1898 y 1902 respectivamente.
En el año de 1870, se casa con una costurera con la que no tuvo hijos. Sin embargo tuvo una amante quien le dió dos hijos.
En 1890 se rechazó su entrada en la Academia Francesa y en 1894 la Santa Sede decretó la inclusión de toda su obra en el Indice de los libros prohibidos.
Cuando Alfred Dreyfus fue acusado injustamente de espionaje a favor de Alemania, Zola surgió en defensa del militar judío escribiendo el famoso artículo “Yo, acuso” el cual fue publicado el 13 de enero de 1898 y que sirvió para que se reabriera el caso judicial.
La publicación de este artículo le llevó a prisión durante un año, huyendo el autor francés a Inglaterra. Finalmente, tanto Zola como Dreyfus fueron declarados inocentes
Émile Zola falleció en París el 29 de septiembre de 1902, a causa de una intoxicación provocada por la inhalación de gases provenientes de una chimenea a la edad de 62 años.
Fuentes: Wikipedia, alohacriticon.com, biografiasyvidas.com
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gonzalo-obes · 4 months ago
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IMAGENES Y DATOS INTERESANTES DEL DIA 5 DE JULIO DE 2024
Día Mundial del Bikini, Año Internacional de los Camélidos.
San Antonio y San Zacarías.
Tal día como hoy en el año 2015
Tras una dramática semana de corralito y de control de capitales, y con la economía al borde del colapso, en Grecia se celebra un referéndum convocado por el primer ministro, Alexis Tsipras, en el que lo votantes, apoyando a Tsipras, deciden decir no a la austeridad impuesta por Europa y apoyar su soberanía popular y nacional. Más del 62 % de los ciudadanos que han votado, rechazan la última propuesta de los socios europeos, contemplando una nueva tanda de recortes y ajustes. Tsipras comentó que lo que dicen las urnas "no es un mandato de ruptura, sino un mandato para una solución sostenible" y "el funcionamiento del sistema bancario". También añadió que ahora toca seguir negociando. En los días siguientes deberá soportar fuertes presiones europeas que le llevará a solicitar un tercer rescate, por lo que el 20 de agosto dimitirá y convocará elecciones anticipadas para septiembre. (Hace 9 años)
2011
Roban el Codex Calixtinus, un manuscrito único del siglo XII, de la Catedral de Santiago de Compostela (España). Fue encontrado más de un año después del robo, en casa de un electricista del templo.
1950
La Knesset, parlamento israelí, aprueba la Ley del Retorno, una de las leyes más importantes del Estado de Israel, que concede residencia y ciudadanía a todas las personas judías o descendientes de judíos hasta la tercera generación (hijos, nietos, sus cónyuges e hijos menores de edad de los cónyuges), de cualquier lugar del mundo que deseen emigrar a Israel y recibir la ciudadanía israelí con sus beneficios, derechos y obligaciones. (Hace 74 años)
1946
Louis Reard, diseñador de moda francés, presenta el "bikini", un atrevido bañador de dos piezas. Se bautiza así a esta prenda porque en estos momentos EE.UU. realiza pruebas nucleares en las islas Bikini, un atolón del Oceáno Pacífico. En España e Italia se prohibirá el uso de este bañador durante mucho tiempo. (Hace 78 años)
1859
El capitán N. C. Middlebrooks, a bordo del ballenero Gambia, descubre el atolón de las Islas de Midway, de 6,2 km2 en el Océano Pacífico, y toma posesión en nombre de los Estados Unidos, siguiendo el "Acta de las Islas del Guano", mediante la cual los estadounidenses se pueden establecer temporalmente en una isla deshabitada para aprovechar el guano. Las islas son bautizadas con su nombre: Islas Middlebrooks. (Hace 165 años)
1830
Para poner fin a la piratería berberisca, los franceces invaden Argel y los territorios circundantes, comenzando de esta manera una larga época de dominio colonial en Argelia, que llegará hasta 1962. (Hace 194 años)
1813
Tropas británicas desembarcan en Alicante (España) para iniciar la ofensiva final que expulsará definitivamente a los franceses de todo el territorio peninsular ibérico. (Hace 211 años)
1811
El Congreso de Venezuela, reunido a petición de Simón Bolívar y Francisco de Miranda, proclama la independencia de Venezuela y se dota al país de una Constitución, la primera Carta Magna que se aprueba en hispanoamérica. (Hace 213 años)
1808
Napoleón I, entrega oficialmente a su hermano José la corona de España. Reinará, hasta el 13 de junio de 1813 como José I, aunque el pueblo le llamará "Pepe botella". (Hace 216 años)
1807
En Buenos Aires, actual Argentina, las tropas inglesas son reducidas por el Regimiento de Patricios que comanda Cornelio Judas Tadeo de Saavedra y Rodríguez. Los ingleses se refugian en la Iglesia de Santo Domingo donde muchos resultan aniquilados por los criollos. Dos días más tarde, el día 7, John Whitelocke capitulará con Liniers y se acordará el abandono inmediato de todos los invasores del Río de la Plata. Se acaba así con la segunda invasión británica tras la del año pasado. (Hace 217 años)
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ximo220550 · 6 months ago
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DE NINGUNA PARTE
Anit abans de sopar, vaig acabar de llegir:
DE NINGUNA PARTE
JULIA NAVARRO
Sinopsis de NINGUNA PARTE
¿Qué es más difícil?
¿Morir o matar?
Abir Nasr es un adolescente que presencia, impotente, el asesinato de su familia durante una misión del ejército israelí en el sur de Líbano. Ante los cadáveres de su madre y hermana pequeña, jura que perseguirá a los culpables durante el resto de su vida.
Noche tras noche, la amenaza de Abir irrumpe en el sueño de Jacob Baudin, uno de los soldados que ha participado en la acción mientras cumplía con el servicio militar obligatorio, enfrentándose al dilema de luchar contra enemigos que no ha elegido. Jacob, hijo de padres franceses, no deja de sentirse un emigrante en Israel e intenta reconciliarse con una identidad que le viene dada por su condición de judío.
Después de la tragedia, Abir es acogido por unos familiares en París, donde se siente atrapado entre dos mundos irreconciliables, el asfixiante núcleo familiar y la sociedad abierta que le ofrece libertad y que encarnan dos jóvenes: su prima Noura, que se rebela contra las imposiciones del integrismo religioso de su padre y Marion, una adolescente hermosa y vitalista, de la que se enamora de forma obsesiva.
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politicamente-incorrectos · 3 months ago
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Argentina, siglo XX, millones de europeos fueron a trabajar... España, siglo XX, millones de ilegales quieren venir a vivir de nuestro trabajo.
Entre 1857 y 1947 arribaron a la Argentina 2.967.759 inmigrantes italianos; Entre 1857 y 1955 más de 2 millones de españoles emigraron a Argentina, junto a alemanes, franceses, polacos, judíos, holandeses, ingleses, galeses, portugueses. Iban a TRABAJAR y CON PASAPORTE. No tenían paguitas, ayudas ni condescendencia política. Argentina les necesitaba como trabajadores y la gran mayoría de ellos…
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kpwx · 8 months ago
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«La invención de Jesús de Nazaret. Historia, ficción, historiografía», de Fernando Bermejo Rubio
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Basta con decir que es por mucho lo mejor que he leído hasta ahora sobre el tema. Se trata, como bien dice el autor en una conferencia, de una «aproximación sistemática y unitaria a todas las cuestiones cruciales del personaje» desde una perspectiva aconfesional y crítica. Es un intento (conseguido, según mi infundada opinión) por limpiar la figura de Jesús de todos los elementos teológicos que de forma declarada o subrepticia han logrado establecerse como históricos.
Al predicador apocalíptico se le fue privando de su carácter judío, de su compromiso con su pueblo, de su conciencia nacional, de la complicidad de sus compañeros, de su radicación real en un tiempo y en un espacio determinados, así como de algunas de sus convicciones y esperanzas más firmes y concretas. A cambio, se le inyectaron reiteradamente esteroides narrativos para hacer de él lo que todas las apariencias indican que no fue: una victima inocente y voluntaria, un hombre universal y universalista, un campeón del pacifismo, un inmaculado paradigma moral, un ser por entero único, y hasta un dios. Alineado de la realidad, el visionario galileo, con sus luces y sus sombras, dejó paulatinamente de parecerse a sí mismo y a sus semejantes para convertirse en el incomparable, en el sans pareil.
Destacaría en particular el capítulo XVIII, en el que hace un repaso por la historia de la investigación de Jesús (y de su crítica) desde Celso hasta los librepensadores franceses, por no haber encontrado nada parecido en ningún otro libro. Especialmente interesantes —por desconocerlas por completo—, me parecieron los comentarios que hace sobre obras judías críticas con el cristianismo. Como dice el autor, se trata de un primer y provisional esbozo sobre la historia de la investigación crítica, pero es muy ilustrativo.
Lo extenso que el libro es y la cantidad de notas que tiene (más de 1600) puede echar para atrás, pero a poco que se tenga algo de interés en el tema se leerá con gusto, porque está escrito de forma muy clara y sencilla. Y quien lo lea podrá tener una idea bastante clara de la figura de Jesús y del estado actual de la investigación.
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