#Laín Entralgo
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«El fracaso puede conducir a dos metas distintas: el resentimiento y el ensueño. Caen en resentimiento aquellos cuyo fracaso fue total y carecen de vida interior suficientemente rica para sobrellevar su propia soledad; porque el fracaso no consiste sino en eso, en ser condenado a soledad por el tribunal del mundo propio. Evádense desde el fracaso hacia el ensueño los que compensan sus parciales derrotas con triunfos de otro linaje y, en todo caso, aquellos que saben excavar en el suelo de su propia soledad, hasta hallar la vena preciosa que la soledad siempre contiene. “Quant à des conseils—escribía Mallarmé al joven Paul Valéry, en 1890—, seule en donne la solitude...”. Sí, quien sepa cultivar la propia soledad, ese obtendrá siempre el impagable tesoro interior de un ensueño vivo y vivificante. Poco importa que ese ensueño tenga índole distinta, según sea el espíritu del solitario, y se llame unas veces mundo poético, y otras creación filosófica, y algunas, mucho más sencilla y hondamente, esperanza.»
Pedro Laín Entralgo: La generación del noventa y ocho. Editorial Espasa-Calpe, pág. 319. Madrid, 1945.
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Los cuadernos de Rusia de Dionisio Ridruejo
El 21 de junio de 1941 se reúnen Ramón Serrano Suñer, Manuel Mora Figueroa y Dionisio Ridruejo en el Hotel Ritz de Madrid. El primero es cuñado de Franco y ministro de Asuntos Exteriores. El segundo es un aristócrata sevillano que ocupa el cargo de gobernador civil de Madrid. El tercero es poeta, falangista, amigo personal de José Antonio, autor de algunos versos del «Cara al Sol», Director General de Propaganda hasta 1941, y director y fundador –con Pedro Laín Entralgo– de la revista Escorial. Durante el encuentro, plantean la idea de apoyar a la Alemania nazi con un contingente de voluntarios españoles. No sabemos si poseen alguna información sobre la «Operación Barbarroja», que comienza esa misma noche. Cuando la radio y la prensa informan sobre la invasión alemana de la Unión Soviética, los falangistas salen a la calle, manifestando su deseo de participar en la ofensiva. El 24 de junio se concentran en la plaza de Callao y recorren la Gran Vía hasta el número 44 de la calle Alcalá, sede de la Secretaría General del Movimiento, que exhibe en su fachada un gigantesco yugo y unas flechas en madera pintada de rojo. Serrano Suñer se asoma al balcón e improvisa una arenga: «¡Rusia es culpable! Culpable de la muerte de José Antonio, nuestro fundador, de la muerte de tantos camaradas y tantos caídos en aquella guerra por la agresión del comunismo ruso. El exterminio de Rusia es exigencia de la historia y del porvenir de Europa».
Poco después se crea la División Azul, que comandará el general Agustín Muñoz Grandes. A diferencia de otras unidades extranjeras, no se encuadrará en las Waffen-SS, sino en la Wehrmacht, con el nombre de 250º División Española de Voluntarios. Dionisio Ridruejo se alista como soldado raso, recogiendo sus experiencias en un diario que titula Cuadernos desde Rusia, 1941-1942. Adopta la decisión por «decoro personal», pues no ha pegado ni un tiro durante la Guerra Civil. Quiere dejar claro que «puede hacer una guerra», que no tiene miedo, que no es un simple propagandista, con arrebatos de fervor. Su intención es luchar por «una joven Europa heroica y popular». Como falangista revolucionario, cree que la victoria de Alemania permitirá realizar en España «la revolución nacionalsindicalista». Una revolución postergada por el conservadurismo de Franco y la corrupción generalizada del régimen. El triunfo del Tercer Reich podría significar el fin del «complejo plutocrático y clerical que pesaba sobre el Estado». Ridruejo estrena su diario el 4 de julio de 1941, anotando que ha promovido la creación de la División Azul «por adhesión a una esperanza de mejor orden universal». Recomiendo la edición de Xosé M. Núñez Seixas, con prólogo de Jordi Gracia (Madrid, Fórcola, 2013).
Cuando cruza Francia en tren, surgen «las nostalgias de altiplanicies violentas y acaso tristes». Los campesinos franceses les insultan y les arrojan piedras ante la mirada impasible de los alemanes. Durante la instrucción, Ridruejo se suma al imaginario «pelotón de los torpes». No disimula su antipatía hacia la disciplina y el ejercicio físico: «No pongo interés ni amor propio en la cosa». En agosto, la División Azul llega a Prusia Oriental, donde los acogen con afabilidad, pero sin entusiasmo: «Las campesinas nos saludan con ademanes reposados, suaves. Ésta es la ternura, la melancolía, un sentimiento medio, tibio […]. Aquí nada de pasión o éxtasis. Materia de sueños, dulce sospecha crepuscular del alma». En Polonia, la sensación es diferente: «Al atardecer se diría que corremos por Castilla: una Castilla sin desolladuras de piedra, sin montañas en lontananza y sin luz». Estas soledades son interrumpidas por «islas arboladas, misteriosas y bellísimas», «parques estivalmente frondosos», «románticos caseríos» y «castillos, de unas torres agudísimas con chapitel de bronce verdoso». La emoción estética se tambalea al presenciar la opresión ejercida sobre los polacos. Obligados a identificarse con una ominosa «P» en su indumentaria, los alemanes han prohibido confraternizar con ellos, incluso cuando exista afinidad o identidad religiosa. Aunque la mayoría son católicos, no hay que olvidar su condición de vencidos. «A nosotros –escribe Ridruejo– esto nos desagrada hondamente, nos subleva, nos parece torpe y estúpido aún más que cruel». En un puente, se topan con una hilera de prisioneros. Muchos son judíos. Hombres y mujeres son obligados a caminar descalzos y «en muchos brazos se ve el odioso brazalete amarillo con la estrella de Sión. Aquí –pobres gentes desamparadas– dan pena, pese a la repulsión que indudablemente produce en nosotros –por no sé qué atávico rencor– la “raza elegida”».
Al internarse en la Unión Soviética, surgen las aldeas calcinadas, los animales destripados y carbonizados, los campesinos hambrientos –que deambulan como almas en pena–, los cadáveres congelados. La estepa rusa se parece a la castellana. Ridruejo y sus compañeros convierten un automóvil en su hogar ambulante. Es mejor que un refugio excavado en la nieve. Asisten a su primera misa de campaña y se relacionan con los campesinos rusos, cuya rutina permanece inmutable desde hace siglos: «Vida simple, por debajo de la historia». Las mujeres envejecen enseguida por culpa de la maternidad prematura y el duro trabajo a la intemperie. Los hombres soportan mejor el paso del tiempo, adquiriendo el aspecto de patriarcales tallas de madera: «Recuerdo aquello de la intrahistoria que decía Unamuno. Esto es. ¿Son de algún país distinto estos meros e inertes trozos de humanidad? Yo creo que no. El campesino es siempre él, el repetidor inmutable de los ritos elementales que constituye básicamente la vida humana». Ridruejo habla con ellos mediante signos o con la ayuda de un intérprete. Les pregunta por Stalin y Hitler. Se encogen de hombros, pues no saben quiénes son: «Esto es geología que vive», observa el poeta soriano.
Enrique Sotomayor, joven falangista revolucionario, le habla de la entrevista que ha mantenido Muñoz Grandes con Hitler. Sotomayor y Ridruejo son grandes camaradas. Ambos admiran al Führer: «Creo que este hombre genial al que sinceramente admiro –escribe Ridruejo– puede hacer todo el bien y todo el mal que jamás le haya sido dado hacer a un hombre. Y creo que es leal y sincero y que España puede esperar de él –sin merma de peligros– la justicia que se le debe». El 6 de septiembre se producen las primeras bajas de la División Azul. Unas minas acaban con varios voluntarios: «Nos han dado mucha compasión estos muchachos caídos a mitad de camino y cuyos cuerpos quedarán abandonados en una ciudad extraña». Ridruejo pasa por Vilna, sin mencionar los guetos en que se confina a los judíos ni el bárbaro asesinato de tres mil setecientos hombres, mujeres y niños. No sabemos si conoce los hechos. Sólo habla de pasada de unos arrabales miserables y de judíos que caminan por las calles con la estrella amarilla. La aparición de columnas de judíos es un hecho recurrente. Todas se parecen, pues todas exteriorizan abatimiento y desesperanza. «Pienso –mientras siento una gran piedad– que una cosa es la comprensión de la teoría y otra de los hechos. Comprendo la reacción antisemítica del Estado alemán. Se comprende por la historia de los últimos años. Se comprende –aún más hondamente– por toda la historia». Sin embargo, «cara a cara», ante «pobres, temblorosos seres concretos», los prejuicios se tambalean: «Es triste cosa ser verdugo».
Los prisioneros rusos le producen reflexiones parecidas: «¿Quién podría personalizar en unos hombres la culpa de un Estado ni en un pueblo la de un Régimen? Nosotros –tan distantemente extranjeros aquí– no podemos tener cuestiones de rencor por la tierra ni por la raza. Idea contra idea, los hombres nada tienen que ver en esto». Cuando aparecen las primeras cruces señalando la tumba de soldados caídos, la sensibilidad poética desborda al juicio ético: «cruces solas, románticamente perdidas en el bosque», cruces con aspecto de saeta, «signos ígneos, paganos, de la vieja mitología restaurada». La perspectiva estética también interviene en la descripción de los monumentos de las ciudades ocupadas por el ejército alemán. La casa del Partido Comunista en Minsk le parece «un Escorial de pacotilla», pero un gigantesco relieve de Lenin suscita su admiración, pues «sugiere muy bien lo que de verdad es admirable en la Unión Soviética: el hecho mismo de la revolución triunfante y su enorme poder unificador sobre todas las Rusias: grandeza aunque sea grandeza desalmada». De vez en cuando, lee la prensa española, periódicos atrasadísimos que reflejan la retórica ampulosa del régimen. Con tono machadiano, Ridruejo exclama: «Ay, España mía, miserable y excelente. Ni aun desde aquí puedo esquivarte. Ni aun aquí me dejas descansar de esta mezcla de amor y de disgusto que es, por ti, la mitad de mi vida». La nostalgia convive con los horrores de la guerra. Un voluntario español escarba en un cráter y extrae un pie entero, envuelto en un mugriento calcetín verde.
Las conversaciones entre Ridruejo y Sotomayor cristalizan en una conciencia clara de su compromiso con una Europa cristiana, revolucionaria, anticapitalista y anticomunista. Ambos conciben la guerra como una prueba en la que se mide el valor de las naciones. No hay lamentaciones por los estragos causados, sino un espíritu deportivo que celebra las hazañas bélicas y las «grandes transformaciones históricas» impulsadas por el totalitarismo. Ninguno aprecia la disciplina militar, confirmando el dictamen de Ganivet: el español no es soldado, sino guerrillero. La visión de los partisanos ahorcados empieza a repetirse conforme se adentran en Bielorrusia. Ridruejo fantasea con la muerte, planteándose si morir es como andar «por fuera del mundo, a una luz que es tanto luz como tiniebla y donde nadie nos asiste ni nada hay ni a parte alguna se llega». Cuando oye nítidamente el fuego de morteros y las ametralladoras, anota: «Esto ya es la guerra». En un pueblo, un niño lee un calendario con citas de comunistas famosos, pronunciando con inaudita perfección el nombre de Dolores Ibarruri. Las aldeas parecen «nidos de resignación», pues no hay nada esperanzador que les permita alentar la expectativa de una vida mejor. Las pulgas y los piojos se ensañan con los voluntarios españoles. La impresión de vagar por una tierra extraña se acentúa. España parece un lugar remotísimo, casi ilusorio.
Al entrar en Nóvgorod, el poeta falangista descubre que un hospital mental ha quedado atrapado en la línea de fuego. Los enfermos vagan por los patios, aterrados y famélicos. Poco después, llega la noticia de la muerte de Javier García Noblejas, abatido por un mortero. Javier fue uno de los catorce Palmas de Plata que veló el cuerpo de José Antonio durante su traslado a El Escorial en 1939. Su padre había sido fusilado en Paracuellos y tres de sus hermanos perdieron la vida entre 1936 y 1937 (uno en el asalto al Cuartel de la Montaña; otro en el frente y el último a manos de un piquete de milicianos). La familia García Noblejas adquirirá la dimensión del mito en el panteón franquista. Para Ridruejo, su gesta prueba que la idiosincrasia española se caracteriza por su hambre de gloria. Los alemanes persiguen el mismo objetivo, pero su carácter es muy distinto. Aunque se muestran distantes, a veces se prestan a las confidencias. Un rato de camaradería con dos soldados teutones revela que en la peculiar desnudez de la guerra todos los hombres se parecen: «raza, cultura, idioma, son meros accidentes». Esta observación contrasta con las diferencias en el trato con los campesinos rusos. El soldado español se relaciona con ellos, mostrándose amable y cercano. En cambio, el soldado alemán actúa siempre como un ocupante, desplegando una mezcla de frialdad y arrogancia.
Ridruejo no esconde su desengaño con la dictadura de Franco. Un régimen militar, autoritario y represivo, «volverá a adormecer a España, al eliminar su vida de proyectos, su proliferación crítica y previsora, al dispensar al individuo común de todo esfuerzo en lo colectivo». Alemania también se equivoca al creer que puede dominar Europa y reducirla a la uniformidad de su modelo cultural. A diferencia de Jünger, Ridruejo no aprecia ninguna excelencia en el apogeo de la técnica en el campo de batalla. La ametralladora «es una máquina inventada por el diablo para dar un suplemento de capacidad criminal-deportiva a los que carecen de ella». La División Azul alcanza la primera línea de fuego a mediados de noviembre. Ridruejo confiesa que no desea morir, que no se arriesgará más de lo necesario. Enrique Sotomayor no opina lo mismo. Anhela el riesgo, el combate en las posiciones más duras, el heroísmo más allá del deber e incluso el martirio. Ridruejo, con una complexión débil, no tarda en enfermar. Sus compañeros le ayudan, eximiéndole de las tareas más penosas. Los combates cada vez son más violentos. «Remarque, completamente Remarque», repite Sotomayor, evocando las descripciones de muerte y desolación de Sin novedad en el frente, la famosa novela prohibida y quemada en las hogueras de la Alemania nazi. La muerte de Sotomayor en combate afecta mucho a Ridruejo, que experimenta la pérdida como una mutilación. Los oficiales al mando deciden evacuarlo desde Possad, escenario de enfrentamientos encarnizados, donde la División Azul sufre grandes pérdidas. Hospitalizado, recibe la visita de Muñoz Grandes, al que describe como un «general-soldado» que ama a sus hombres. El espectáculo de jóvenes combatientes con terribles amputaciones destruye cualquier fantasía épica: «Es aquí donde la guerra se hace humanamente espantosa e incomprensible».
Ridruejo pesaba sesenta y cinco kilos al partir hacia Rusia. Se ha quedado en treinta y nueve. Trasladado a Berlín, se aloja en la embajada española con su amigo Agustín Aznar. Su anfitrión es José Finat y Escrivá de Romaní, conde de Mayalde, gran admirador de la Alemania nazi, furibundo antisemita y estrecho colaborador de la Gestapo. Ridruejo se recupera, descubre que la escasez afecta a la capital del Reich, come con el almirante Canaris y regresa a Nóvgorod para seguir combatiendo. No quiere ser acusado de favoritismo. De nuevo, aparecen la debilidad, la fiebre, los dolores. A pesar de su mala salud, reconoce que se ha encariñado con Rusia. Durante un pequeño trayecto en trineo, se desbordan sus emociones: «Todo el amor que he ido acumulando hacia esta tierra, hacia este pueblo grande y triste –en infinita escala, en escala al absoluto, la presentida soledad castellana– se me ha juntado de repente hasta casi hacerme llorar». La orden de regresar a España pone fin a la aventura bélica. Aterriza en el aeródromo de Torrelodones, donde lo reciben amigos, familiares y un grupo de falangistas. Principia mayo y resplandece el sol. Piensa en los caídos y en la estepa rusa. Lo que siente «es una nostalgia buena que ama mucho. Si ahora entorno los ojos, la nieve sigue resplandeciente e infinita».
¿Qué valor poseen los Cuadernos de Rusia desde la perspectiva de nuestro tiempo? En primer lugar, un indudable valor testimonial. Aunque Ridruejo elude las cuestiones incómodas (como la participación de la División Azul en el sitio de Leningrado, que causó la muerte por frío o inanición de un millón de civiles; la colaboración directa –o indirecta– en fusilamientos de partisanos, judíos y comisarios políticos; y los casos de pillaje, malos tratos o violaciones), su visión del conflicto nos ayuda a comprender la mentalidad de los voluntarios españoles, particularmente de los falangistas revolucionarios, con un notable desafecto a un régimen militar de corte conservador y no totalitario. En segundo lugar, la pluma de Ridruejo está muy lejos de Antonio Machado (los poemas intercalados en el diario son bastante mediocres), pero posee un incuestionable mérito literario, sobre todo cuando divaga sobre la condición humana o recrea el paisaje ruso, estableciendo analogías con los campos de Castilla. Por último, los diarios anticipan la deriva humanista de uno de los personajes más conspicuos del bando sublevado, al menos en sus inicios. Se ha dicho que en la Unión Soviética el pensamiento de Ridruejo pasó del «vivir estético» al «vivir ético», empleando la terminología de Kierkegaard. Ese tránsito desembocaría finalmente en la adhesión a la socialdemocracia o, por utilizar sus propias palabras, a «un socialismo no marxista». Creo que esa opinión no es exacta, pues Ridruejo rompe con el régimen cuando adquiere la convicción de que Franco jamás llevará a cabo la revolución nacionalsindicalista. Puede decirse que es la reacción de un fascista desencantado con un «tinglado» basado en una sólida alianza entre el Ejército, la Iglesia católica y las elites financieras (fundamentalmente, terratenientes y banqueros). Ridruejo no se acercará a posturas democráticas hasta su etapa como corresponsal en Roma. En 1947 viaja a la cuna del fascismo y conoce de primera mano sus estragos, iniciando su conversión a la democracia, que le costará varias condenas de prisión, invariablemente benévolas por su papel en la guerra civil española.
Los Cuadernos de Rusia evidencian el riesgo de aplicar el romanticismo a la política. Dionisio Ridruejo sólo tenía veintiún años cuando se afilió a Falange. Desgraciadamente, la juventud suele sucumbir a la fascinación de las ideologías, que movilizan los aspectos más primarios de la especie humana. La democracia no es épica, sino racional. No puede competir con el totalitarismo en el aspecto estético, pues el discurso de la razón es mucho más discreto que las borracheras verbales de los líderes mesiánicos. Entiendo la identificación de Ridruejo con el falangismo, pero su sensibilidad hacia el sufrimiento de los prisioneros rusos y judíos revela que su fibra humana superaba su bagaje ideológico. Reitero uno de sus comentarios: «Es triste cosa ser verdugo». Quizás esta frase resume el trasfondo ético de un libro que presagia la irrupción del sentimiento de culpa, la rectificación y la voluntad de reparación. Setenta y cinco años después, podemos afirmar que el Ridruejo de 1941 no era Jünger, seducido por las tempestades de acero, sino un tímido Remarque, incapaz de apreciar ni un ápice belleza en la destrucción de la vida humana.
RAFAEL NARBONA
Publicado en Revista de Libros el 7 de julio de 2016 en Cuadernos de Rusia
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LA CAZA DE BRUJAS I: EL CONTEXTO HISTÓRICO
LOS COMPONENTES DEL HUAC (CON NIXON A LA DERECHA)
LOS PRIMEROS ACUSADOS
(En aquella gran película de Berlanga, Bienvenido Mr. Marshall, el inefable personaje interpretado por el genial Pepe Isbert sufre, mientras duerme, una pesadilla: ha sido llamado a declarar ante el Comité sobre Actividades Antinorteamericanas. La alusión de Berlanga es clara y muestra como en 1953 el impacto de los hechos que vamos a relatar había llegado a nuestro país).
Que el cine ha sido un elemento de preocupación y objeto de control por parte de los gobiernos de cualquier signo es un hecho bien demostrado históricamente. En el caso de las dictaduras esto se lleva a límites insospechados amparándose en la censura y las prohibiciones. No puedo obviar la estupidez de algunos códigos de censura como el norteamericano Hays en el que se estipulaban los segundos que debía durar un beso o se prohibía que en la pantalla se gritara ¡fuego! pues podía inducir al pánico entre los espectadores. Tenemos los ejemplos de la Unión Soviética (para Lenin el cine era “la más importante de las artes”) con la censura a Eisenstein o de la Alemania nazi que dio lugar al exilio de numerosos profesionales del cine. En España tuvimos ejemplos de algunas situaciones esperpénticas como las de aquellos años en que se hacían dobles versiones, una censurada para consumo interior y otra para su visión en el extranjero o las simples prohibiciones de proyectar determinadas películas que solo pudieron verse a partir de 1977. Recientemente hemos visto como el régimen iraní ha centrado en algunos directores como Jafar Panahi su política de censura para tratar de frenar sus denuncias. Pero lo que llamó en su día la atención es que un fenómeno de este tipo se diese en un país en el que los derechos y libertades (aunque no para todos) forman parte de sus señas de identidad: es el triste episodio que se conoció como LA CAZA DE BRUJAS EN HOLLYWOOD.
Este episodio de la caza de brujas en Hollywood creo que es bien conocido, aunque el paso del tiempo ha focalizado la responsabilidad del mismo de forma un tanto equivocada. El canon del proceso ha sido en la ortodoxia histórica el siguiente: ante el peligro comunista un político fanático, McCarthy, comienza a acusar a diestra y siniestra al mundo del cine en Hollywood. Una serie de profesionales denuncian la desviación comunista de sus compañeros y muchos de ellos son condenados a la cárcel, al exilio o a ser excluidos en cualquier trabajo relacionado con el cine. Este es, en resumen, lo que hemos conocido pero los hechos son mucho más complejos. Veámoslos.
Partimos de una constitución, la norteamericana muy garantista con las libertades y los derechos individuales: “Ningún representante del grado que fuere, puede establecer lo que es correcto en materia de política, nacionalismo o cualquier otro tema de opinión, ni tampoco forzar a la ciudadanía a confesar mediante hecho o palabra sus creencias personales”. La situación geopolítica que se estableció tras el final de la II Guerra Mundial dio al traste con todo esto y políticos y jueces se saltaron todas las normas establecidas. Profesionales del cine, bien por miedo o bien por interés se convirtieron en secuaces y delatores de sus propios compañeros de profesión.
Que en el mundo de dominio capitalista, encabezado por Estados Unidos, no sentó nada bien la revolución soviética es algo obvio. Ya desde los años 30 se filman varias películas con una feroz crítica al sistema comunista. Alguna como la gran Ninotchka (1939) de Lubitsch (aunque el director deslizó también criticas hacía el modo de vida capitalista). Al mismo tiempo cierto número de profesionales del cine de todos los niveles, no llegó al 1%, y numerosos intelectuales se afilaron al Partido Comunista (PC) ya que veían que la única defensa contra los fascismos europeos era la Unión Soviética. Este fue un fenómeno muy curioso de los años 30; en muchos estados occidentales, incluida España, intelectuales y artistas se afiliaron bien al partido comunista de su país al mismo tiempo que también otra serie de intelectuales se afiliaron a partidos fascistas con el modelo italiano y no el alemán. Ambos partidos constituían las vanguardias ideológicas de la época. La mayoría de los unos y los otros terminarían por abandonar esas organizaciones años después: los afiliados a partidos comunistas tras los sucesos de Hungría, la defenestración política de Stalin o la primavera de Praga. Por su parte los filofascistas se apartaron pronto de sus partidos como fue el caso en España de Laín Entralgo o de Ridruejo.
Durante la II Guerra Mundial la Unión Soviética se convirtió en aliada de los Estados Unidos para luchar contra el Eje y de hecho se realizaron varias películas por recomendación del presidente Roosevelt con unas loas a la lucha del pueblo soviético, a su gobierno e incluso a su líder y dictador Stalin que vistas hoy día producen cierta vergüenza ajena.
La victoria aliada trajo como consecuencia el cambio de enemigo: ya no era el Eje (Alemania-Italia-Japón) sino la Unión Soviética. Una histeria anticomunista, que culmina cuando la Unión Soviética lanza su primera bomba atómica en 1949, se desata en Estados Unidos mediada por los grupos más conservadores (en un libro de texto de finales de los 40 se enseña a los escolares: “El FBI insta a los americanos a que informen directamente en sus oficinas de cualquier sospecha que puedan tener sobre actividades comunistas por parte de sus compatriotas estadounidenses. El FBI está perfectamente capacitado para verificar esos informes según las leyes de una nación libre. Cuando los americanos hagan esto con sus sospechas en lugar de mediante habladurías o la publicidad, estarán actuando según la tradición americana”); por otra parte, cierto sector de la política no tiene pudor en poner en marcha leyes que van en contra los más elementales principios de la Constitución norteamericana como la Ley de Seguridad Interna de 1950 que incluso autorizaba el establecimiento de campos de concentración para los comunistas en tiempos de situación crítica nacional (aunque esto no era nuevo: durante la II Guerra Mundial más de 100.000 japoneses, la mayoría con ciudadanía norteamericana, fueron ingresados en campos de internamiento).
La plataforma de actuación contra los comunistas norteamericanos surgió mucho antes, en 1938, desde el Congreso de los Estados Unidos formando el denominado Comité sobre Actividades Antinorteamericanas conocido en inglés como HUAC. En 1944 se fundó la Motion Pictures Alliance for the Preservation of American Ideals (MPA), una alianza de los elementos más conservadores de la industria cinematográfica cuyo objetivo era oponerse “a los esfuerzos de comunistas, fascistas y otros grupos de ideología totalitaria para pervertir el cine y utilizarlo para la difusión de ideas y creencias antiamericanas” que sirvió de gran apoyo al HUAC.
Tras la pausa de la guerra mundial se persiguió a partir de 1947 a comunistas y liberales en el teatro, la universidad, la Administración del Estado y hasta el Ejército. Lógicamente el cine por su trascendencia mediática era también una diana de estos ataques.
Era la consecuencia en el interior de la Guerra Fría. Comenzaron los juicios y condenas a miembros del PC, un partido que no pasaba de unos cuantos miles de militantes y que en Hollywood no llegaba al 1% de afiliación entre todos los profesionales. Varias decenas de miembros de ese partido fueron encarcelados y se cree que unas 20.000 personas perdieron sus empleos en otras profesiones.
Desde un principio además de perseguir a los militantes comunistas de cualquier profesión se puso en el punto de mira al cine y ya en 1940 investigaron e interrogaron entre otros a Humphrey Bogart y James Cagney que quedaron exonerados en esos momentos. El HUAC no se limitó al cine, sino que investigó a intelectuales y artistas de todo tipo (se calcula que se prohibieron más de 30.000 libros en esos años) pero la difusión mediática sobre todo de la prensa y la televisión fue muy superior en el caso del mundo del cine al de otros sectores afectados.
El desarrollo del proceso de la Caza de Brujas se puede dividir en dos oleadas: la primera en 1947 se caracterizó por la resistencia de los acusados (básicamente los Diez de Hollywood) y la movilización de muchos de su compañeros para enfrentarse al HUAC formando lo que se llamó el Comité para la Primera Enmienda; la segunda oleada de caza se produjo a partir de 1951 con menor cantidad de acusados con respecto al cine y se caracterizó por el miedo de muchos de los declarantes que los llevó a convertirse en delatores.
El HUAC estuvo dirigido por diferentes congresistas en las décadas siguientes (no olvidemos que estuvo activo hasta 1975). En 1947 asumió la presidencia un curioso personaje del que hablaremos en el futuro: John Parnell Thomas, con la inestimable ayuda de otro congresista luego muy conocido, Richard Nixon. Parnell centró rápidamente las acusaciones en Hollywood: se investigaron inicialmente a 19 profesionales y de estos solo fueron llamados a declarar a 10, que serían conocidos como los Diez de Hollywood, junto al escritor Bertolt Brecht. (Los motivos de sospecha pueden parecer hilarantes a día de hoy, pero muestran el histerismo y fanatismo de aquellos años en Norteamérica: se tenían por películas comunistas “Aquellas que criticaban a los ricos, a los miembros del Congreso o que mostrasen a un sodado desengañado de la guerra”. Increíble pero cierto)
“¿Es usted o ha sido usted miembro del Partido Comunista?” Esta es la pregunta que se le hacía a los investigados y que la mayoría se negaron a responder por lo que eran acusados de desacato, enviados a la justicia ordinaria y allí eran condenados a penas de cárcel y multas. Pero no terminaba ahí la odisea de estos profesionales, sino que luego veían como sus contratos eran rescindidos y no había forma de encontrar trabajo en el sector cinematográfico. Mientras que algunos guionistas salvaron en precario la situación escribiendo con seudónimo y valiéndose de amistades que entregaban sus trabajos, los directores y actores no tuvieron posibilidad alguna de continuar trabajando por la índole de sus personales intervenciones en las películas.
Inicialmente hubo una respuesta por parte de los profesionales para defender a sus compañeros acusados y fue Frank Sinatra el que primero los apoyó creando una organización llamada Comité por la Primera Enmienda que fue tachada por el FBI, como todo lo que oliese a democracia, como comunista. Esta organización a la que pertenecieron estrellas como Humphrey Bogart, John Huston, Gene Kelly, Katherine Hepburn, Orson Welles, Bette Davis, Billy Wilder, Burt Lancaster, Ava Gardner, Lauren Bacall, Rita Hayworth, Groucho Marx y Henry Fonda firmó una petición en la que se decía: “Los abajo firmantes, como ciudadanos americanos que creen en el gobierno democrático constitucional, sentimos repugnancia e indignación ante el intento reiterado del Comité de Actividades Antiamericanas de calumniar a la industria cinematográfica. Sostenemos que estas audiencias son moralmente inaceptables por los siguientes motivos: Cualquier investigación de las creencias políticas de un individuo contraviene los principios básicos de nuestra democracia. Cualquier intento de contener la libertad de expresión y de fijar referentes de Americanismo es per se infiel al espíritu y texto de la Constitución”.
Este escrito se redactó en casa del letrista Ira Gershwin -hermano menor del gran músico George – que posteriormente, seguramente por miedo, proporcionó al HUAC los nombres de los asistentes a esa reunión. Sinatra, un personaje con algunas sombras en su dilatada carrera musical y cinematográfica, fue ciertamente muy activo al oponerse al HUAC y en una emisora de radio dijo: “Una vez que consigan pisotear el mundo del cine, ¿cuánto va a tardar el comité en ocuparse de la libertad de las ondas? ¿Cuánto tiempo va a transcurrir antes de que se nos indique qué podemos y qué no podemos decir ante un micrófono de radio? Si uno hace una intervención en una emisora nacional en favor de los desvalidos, ¿lo tacharán de comunista? Me pregunto si van a conseguir asustarnos para que nos estemos callados”. Desgraciadamente, este grupo se deshizo pronto por enfrentamientos entre ellos y alguna que otra importante deserción.
De los primeros llamados a testificar fue Bertolt Brecht, con ciudadanía alemana, que se negó a declarar e inmediatamente se marchó a su país; los 10 restantes también se negaron a declarar sobre sus ideas políticas o afiliación por lo que fueron enjuiciados y condenados. Estos fueron los llamados Diez de Hollywood, todos ellos profesionales de primera línea en sus respectivas parcelas y que pasaron a la historia como un ejemplo de resistencia ante un gobierno que se estaba saltando toda la legalidad del país (no olvidemos que el Partido Comunista era completamente legal en Estados Unidos):
-Alvah Bessie, guionista -Herbert Biberman, guionista y director -Lester Cole, guionista –Edward Dmytryk, director -Ring Lardner Jr., guionista -John Howard Lawson, guionista -Albert Maltz, guionista -Samuel Ornitz, guionista -Adrian Scott, productor y guionista –Dalton Trumbo, novelista, guionista y director
Pero esto fue solo el principio, en los años siguientes otros numerosos profesionales, que Javier Coma estima en unos 400, fueron investigados, enjuiciados y condenados a la cárcel o a perder sus empleos por lo que se produjo un llamativo exilio a Europa (Charles Chaplin o Joseph Losey entre otros) a la inversa de lo que había ocurrido en los años 30 desde Alemania a Estados Unidos. Además, los estudios chantajearon y castigaron a aquellos profesionales que no quisieron denunciar a otros compañeros, aunque desgraciadamente hubo unos 50 que se ofrecieron voluntariamente por miedo o por interés a denunciar a sus compañeros y en algunos casos a antiguos camaradas políticos como el muy conocido caso de Elia Kazan; estos fueron los llamados “testigos amistosos” frente a los “testigos hostiles” que no quisieron declarar y que fueron acusados de desacato engrosando las llamadas “listas negras” elaboradas por los propios estudios. Los tibios o discretamente sospechosos que no quisieron colaborar llenaron las “listas grises” y también se vieron afectados por represalias laborales por parte de los estudios que no los contrataban. El estigma de haber figurado en alguna de estas listas era simplemente el dato para que se les negasen cualquier tipo de contrato laboral en el ámbito de la cinematografía. Parece que un componente económico y no solo político fue el que propició que los grandes estudios se lanzaron a hacer estas listas. Tras la guerra se produjo una crisis en la industria del cine norteamericano: a los estudios se les acabó la posibilidad de monopolizar la distribución y la exhibición en salas y la llegada de la televisión hizo que bajara mucho la asistencia al cine en esos años finales de la década de los 40 y primeros 50 (creo que a eso habría que añadir una evidente merma de la calidad de las películas por diferentes razones y no son menores las que esbozamos aquí). Las “listas negras y grises” permitieron a los estudios expulsar a muchos profesionales contratados.
Tras ese año 1947 el HUAC se olvidó parcialmente del cine y hubo que esperar tres años para que se pusiese en marcha la máquina de difamar y acusar que lideró el Senador Joseph McCarthy. Por tanto, estamos ante una evidencia no siempre clara: el macartismo es anterior a McCarthy. Error ha sido considerar que McCarthy participó desde el principio en la ofensiva del HUAC contra las gentes del cine ya que este organismo dependía del Congreso mientras que McCarthy era Senador.
En 1950 este fanático Senador denuncia un complot comunista en el Departamento de Estado. El momento no pudo ser más oportuno: Guerra Fría, carrera atómica, guerra de Corea… Aprovechando todos estos factores y con la ayuda de medios de comunicación ultra derechistas comenzó “su” Caza de Brujas el senador de Wisconsin quien se puso al frente de un Comité del Senado para atacar indiscriminadamente todo aquél que hubiese tenido alguna postura ligeramente escorada a la izquierda, hubiera intervenido en alguna película calificada de filocomunista o simplemente hubiese ayudado con alguna donación al gobierno republicano de España en la guerra de 1936 (el mismo John Ford, un católico muy conservador fue llamado a declarar por haber donado una ambulancia a la Republica Española, se negó a dar nombres y su única respuesta fue antológica: “Me llamo John Ford y hago películas del Oeste”. Su papel era tan grande en Hollywood que no se atrevieron a dar un paso más en sus sospechas. La gran categoría humana de Ford – un personaje desagradable en la cercanía – se conoce cuando en los duros años de persecución dio trabajo en muchas de sus películas a numerosos técnicos y profesionales represaliados).
Ciertamente esta maquinaria puesta en marcha por un sector de la política gubernamental y por los estudios de cine tenía una enorme carga ideológica para tratar cualquier tipo de desviación en los “mensajes” que se podían trasladar a través de las películas. Durante los años finales de la década de los 40 y toda la década de los 50 proliferaron películas de baja calidad centradas en el anticomunismo. Películas como Las uvas de la ira o Encrucijada de odios ya no era posible realizarlas y por otra parte el crítico “cine negro” también suavizó sus aspectos más sociales.
Pero a la altura de 1954 McCarthy se había pasado de la raya y desde la Casa Blanca se impuso la tarea de acabar con el senador. McCarthy calculó mal un ataque al propio Ejército y ahí fue su final. Fue relevado en la presidencia del Comité y luego condenado por el propio Senado por “conducta impropia a las tradiciones del Senado”. No perdió el escaño, pero los senadores le volvían la espalda y desaparecían cuando quería tomar la palabra. Alcohólico, murió de cirrosis hepática en 1957 a los 48 años. Su sucesor en el Senado dijo sobre él: “Fue una desgracia para Wisconsin, para el Senado y para América”.
Según estima Alejandro Crespo en su Tesis: El cine y la industria de Hollywood durante la Guerra Fría 1946-1969, a la altura de 1955 todavía existía un enorme número de profesionales que no podían solicitar empleo en la industria del cine: 106 escritores, 36 actores, 3 bailarines, 11 realizadores, 4 productores, 6 músicos, 4 dibujantes y 44 técnicos diversos.
Aunque el HUAC persistió hasta 1975 la Caza de Brujas se fue diluyendo y en 1960 Kirk Douglas le dio la puntilla cuando logró que el guionista Dalton Trumbo, uno de los Diez de Hollywood, pudiera aparecer ya en los créditos como autor del guion de Espartaco. El propio expresidente Truman dijo por aquellas fechas “El HUAC es lo más antiestadunidense que hay en el país”. Lo más lamentable de todo es que nunca se pudo demostrar que los “comunistas” de Hollywood hubiesen espiado, saboteado o cometido algún acto terrorista.
Que la Caza de Brujas de Hollywood fue un episodio vergonzante para el cine, la cultura en general y el pedigrí democrático de los Estados Unidos es un hecho cierto, pero también -al César lo que es del César - hay que reconocer la capacidad del sistema para revertir la situación, defenestrar a los lideres de la caza (es muy curiosa la imagen en Trumbo. La lista negra de Hollywood, de Parnell, el inquisidor general compartiendo cárcel con varios de los Diez de Hollywood) y rehabilitar a los acusados… aunque ciertamente causó mucho dolor en el mundo de la cultura.
20/6/2024
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«El médico y el enfermo», de Pedro Laín Entralgo
Vuelvo a los libros sobre medicina con este interesante ensayo de Pedro Laín Entralgo. Dando muestras de un prejuicio bastante simplón, yo había sido reacio a leer alguno de sus libros por haber sido falangista, pero me lo he encontrado tantísimas veces citado que ya terminé convenciéndome de que, independientemente de la ideología que pudiese tener en algún momento, fue una eminencia. Por lo demás, los campos de la medicina en los que trabajó son precisamente los que me interesan a mí (aunque de manera divulgativa, claro): la historia, la filosofía y la antropología de la medicina. Además de El médico y el enfermo, de su extensa obra me gustaría leer La curación por la palabra en la Antigüedad clásica, El cuerpo humano: Oriente y Grecia antigua, La medicina hipocrática, El diagnóstico médico y su voluminosa Historia de la medicina. Si los encuentro, seguramente con el tiempo termine por leerlos todos.
Laín Entralgo da cuenta aquí de la evolución (filosófica, religiosa y social) que ha experimentado la relación entre el médico y el enfermo (y los tipos de cada uno) en Occidente durante los últimos dos mil quinientos años. De este recorrido histórico desde los comienzos de la medicina hasta la situación actual es especialmente valioso el capítulo dedicado a la antigua Grecia, pues en él se explican con bastante claridad los términos de raíz filosófica (como philía, philanthropía o philotekhnía) que terminarán por definir dicha relación a través de los siglos. Libro clarísimo y fácil de leer que demuestra desde el comienzo lo completos que eran los conocimientos del autor.
Por ser especialmente bonita, dejo aquí esta cita de Séneca con la que comienza la obra:
¿Por qué al médico y al preceptor les soy deudor de algo más? ¿Por qué no cumplo con ellos con el simple salario? Porque el médico y el preceptor se convierten en amigos nuestros y no nos obligan por el oficio que venden, sino por su benigna y familiar buena voluntad. Así, al médico que no pasa de tocarme la mano y me pone entre aquellos a quienes apresuradamente visita, prescribiéndoles sin el menor afecto lo que deben hacer y deben evitar, nada más le debo, porque no ve en mí al amigo, sino al cliente… ¿Por qué, pues, debemos mucho a estos hombres? No porque lo que nos vendieron valga más de lo que les pagamos, sino porque hicieron algo por nosotros mismos. Aquel dio más de lo necesario en un médico: temió por mí, no por el prestigio de su arte; no se contentó con indicarme los remedios, sino que me los administró; se sentó entre los más solícitos para conmigo y acudió en los momentos de peligro; ningún quehacer le fue oneroso, ninguno enojoso; le conmovían mis gemidos; entre la multitud de los que como enfermos le requerían, fui para él primerísima preocupación; atendió a los otros en cuanto mi salud lo permitió. Para con ese estoy obligado, no tanto porque es médico, sino porque es amigo.
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leer: un acto de libertad
LECTURA Y LIBERTAD – PEDRO LAÍN ENTRALGO (CERVANTESVIRTUAL – PDF) Día Internacional del Libro ¿POR QUÉ LA LECTURA ES MÁS IMPORTANTE AHORA QUE NUNCA? …leer: un acto de libertad
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20 AÑOS SIN TORRENTE BALLESTER El 27 de enero de 1999 moría en Salamanca, a los 88 años, el escritor ferrolano Gonzalo Torrente Ballester.
#AntonioTovar#Azorín#César Alonso de los Ríos#Cela#Cunqueiro#Dionisio Ridruejo#Fraga Iribarne#Gabriel Miró#Joaquín Soler Serrano#Laín Entralgo#Luis Rosales#Myriam Villar#Revista "Triunfo"#Torrente Ballester#Valle-Inclán
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Vicente Lizarraga (novelas que no escribiré).
Vicente Lizarraga (novelas que no escribiré).
Muchas. Demasiadas. Historias que se quedan a medio camino por falta de medios unas veces, pero sobre todo de ganas, por pereza, por estar siempre azacaneado de proyectos. Una de ellas es la de Vicente Lizarraga Isturiz, pamplonés, jefe de las Milicias Vascas Anti Fascistas durante la Guerra Civil y el militar que rindió Valencia a los franquistas. Vida azarosa la suya.

Vicente Lizarraga (izda.)…
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Resurrección, de León Tolstoi

El Príncipe Nejliúdov, hombre burgués de alto estándar social en la Rusia de los zares, es llamado a participar como jurado en un juicio. Una prostituta, Ekaterina Máslova, es acusada de homicidio y, por error es declarada culpable.
Cuando el Príncipe ve a la prostituta en el tribunal, recuerda algo que ha acallado por más de diez años; «la Máslova» fue un amor de su mocedad; a quien, con protervia e inmundicia había despojado virginalmente, terminando abandonándola, sin saber que en ella había fecundado un infante. Ekaterina, se vio en la calle, pordiosera y hambrienta, entregando finalmente a su retoño a la muerte. Luego, tras conocer la estrechez de una sociedad decadente, prostituta al fin.
El príncipe, inundado de culpas en una revelación de conciencia, aterrorizado por su doblez y su maldad espiritual, decide batirse en duelo con sí propio y con la sociedad, con el único fin de saldar esa deuda con la Máslova; llegando, incluso, a considerar dejar sus grandes tierras y casarse con ella.

Una constante en la novela es, cómo el hombre (el Príncipe) escapa constantemente de sus afirmaciones éticas; y, busca constantemente una justificación interior para escapar de sus deudas morales.
Resurrección, novela filosófica, de ficciones ideológicas y políticas; la utopía milenarista y el realismo tolstoiano.

Lev Nikoláievich Tolstoi (1828 – 1910), nacido en Yásnaia Poliana, Tula, en Rusia. Conocido por el nombre latinizado: León Tolstoi. Junto a Dostoievski, considerados los más destacados representantes de la novela realista rusa; lo mismo que Thackeray (con La feria de las vanidades), y Dickens (con David Copperfield) en Reino Unido; o Stendhal, Flaubert o Balzac para Francia.
«Es el escritor de fama universal que se identifica a los aldeanos y vive como ellos. Es el apóstol que proclama con voz bastante estentórea una doctrina recibida e interpretada en lo que él cree su pureza. Es el propósito de transformar la sociedad y de redimir a los hombres. Es la espectacularidad del viejo aristócrata, ahora ya para siempre barbudo y encamisado. Es la admiración y también la crítica» ¹.


Se considera Resurrección como una novela de gran carácter autobiográfico: No olvidemos que Tolstoi fue hijo de nobles (de una pudiente familia rusa); además, éste creció con el favor de muchas personas. Él mismo nos confiesa en «Adolescencia» que, en sus años mozuelos, fue un haragán carente de convicciones morales y religiosas, libertino sin medida, lo mismo que beodo, y, además, adicto a las cartas. Finalmente, renunciando a todo por sus convicciones políticas y religiosas; siendo un bucólico convicto de los nobles principios. Razón (entre otras) por la cual, fue nominado más de una vez al Premio Nobel de la Paz.
Tolstoi estudio Derecho y Lenguas Orientales en la universidad de Kazán; y completamente decepcionado por lo arcaico de la metodología de enseñanza vigente en aquel entonces, decidió abandonar. Tolstoi fue lo que podemos llamar, un autodidacto, dedicándose a culminar, por cuenta propia, su formación cultural. Entre sus principales lecturas estaba la Biblia; además de importantes autores a los que frecuentaba en libros, como Gógol, Pushkin y Sterne.
Posteriormente, al enrolarse en las fuerzas militares, participó en acciones bélicas en Cáucaso, seguido de su participación en la Guerra de Crimea. Siendo el resultado de ello, en él, un espantoso paisaje de la muerte y del dolor. Otro hecho de gran trascendencia fue el haber refugiado gran parte de su vida entre los campesinos de Yásnaia Poliana, su tierra natal; pues, el autor, de corazón profundamente bucólico, amó y respetó la paz y configuración ética que le proponía el vivir y trabajar en el campo.
El políglota, que, fluidamente hablaba inglés, francés, alemán, tártaro, ruso, y entre otras lenguas, sufrió grandes reveses: La muerte de su hermano (muy amado), y la pérdida de dos de sus hijos. A todo esto se le suma la constante contradicción religiosa e ideológica que sufría; motivo por el cual se entregó al estudio acentuado de autores como Homero, Platón, y el alemán Schopenhauer.
En Resurrección, Tolstoi demuestra que, aun siendo un octogenario, contaba con una lucidez mayor en cuanto a ideas. Prueba de ello es que la obra en cuestión, es una virtuosa abstracción de todas las ideas tolstoianas, tanto a nivel religioso como a nivel estético. Además, es un detallado reportaje sobre la situación de la iglesia ortodoxa y sus falencias; mencionando, también, una muy circunstanciada glosa de los sistemas: jurídicos, penitenciarios, morales, sociales y culturales de la época.


La novela, por su propio título, invita [con gran énfasis] a la valoración de la moral propia del lector; nos sopla suavemente ese hálito, como clave, para la tan necesitada «resurrección» espiritual y moral, que, solamente se logrará, como el Príncipe Nejludov, en un doloroso, confuso y catártico escapar de las banalidades, nimiedades y fruslerías que nos ofrecen «las riquezas y sus allegados».
Algunos fragmentos:
«El servicio militar pervierte de por sí a los hombres, colocando a los que entran en él en unas condiciones de ociosidad completa, es decir, de falta de un trabajo racional y útil; los exime de toda clase de deberes comunes a la generalidad de los hombres, en sustitución de los cuales pone sólo el convencional honor del regimiento, del uniforme, de la bandera, concediéndoles, por una parte, un poder ilimitado sobre los demás, y colocándolos, por otra parte, en una sumisión servil frente a sus jefes».
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«El pueblo se extingue, se ha habituado a esto, en él se han formado maneras de vivir propias de la extinción: la muerte de tantos niños, el agotador trabajo de las mujeres, la alimentación insuficiente en todos, particularmente en los ancianos. Así, poco a poco ha llegado a una situación en la que él mismo no advierte el horror en que se debate y no se lamenta. Y luego, consideramos que esta situación es natural y que debe seguir así».
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«Sí, me persiguen lo mismo que persiguieron a Cristo. Me agarran y me llevan ante los tribunales, ante los popes y los escribas, ante los fariseos. Me metieron en el manicomio. Pero no pueden hacerme nada, porque soy libre. ‘‘¿Cómo te llamas?’’, me preguntan. Creen que me atribuiré algún título. Pero yo no adopto ningún hombre. He renunciado a todo: no tengo ni nombre ni patria, nada. Soy yo mismo. ¿Cómo me llamo? Hombre. ‘‘¿Cuántos años tienes?’’ No los he contado y es imposible contarlos, porque siempre fui y seré siempre. ‘‘¿Quiénes fueron tus padres?’’ No tengo otro padre y otra madre que Dios y la tierra. Dios es el padre y la tierra es la madre. ‘‘¿Y el zar, lo reconoces?’’ ¿Por qué no lo voy a reconocer? Él es zar por su cuenta y yo lo soy por la mía. ‘‘Contigo es imposible hablar’’ Yo les contesto: no pido que nadie hable conmigo. Y así no cesan de martirizarme».


Título: Del original ruso, Voskresenie
Traducción: José Laín Entralgo
Autor: León Tolstoi
Idioma: Español, del original ruso
N° páginas: 456
Editorial: Círculo de Lectores
Colección: Grandes Clásicos Universales
Categoría: Literatura
Género: Narrativo
Especie: Novela
Movimiento: Realismo Literario
Año de edición: 1984
ISBN: 84-226-1777-3
¹ Tolstoi, L. (con Gonzalo, T. B.). (1984) Resurrección. Editorial Círculo de Lectores.

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María Juana Moliner Ruiz (Paniza, Zaragoza, 30 de marzo de 1900-Madrid, 22 de enero de 1981) fue una bibliotecaria, archivera, filóloga y lexicógrafa española, autora del Diccionario de uso del español.
Hacia 1952 su hijo Fernando le trajo de París el Learner’s Dictionary of Current English de A. S. Hornby (1948). A ella, que, consciente de las deficiencias del DRAE, andaba ya confeccionando anotaciones sobre vocablos, este libro le dio la idea de hacer "un pequeño diccionario,... en dos añitos". Por entonces comenzó a componer su Diccionario de uso del español, ambiciosa empresa que le llevaría más de quince años, trabajando siempre en su casa.
Su Diccionario era de definiciones, de sinónimos, de expresiones y frases hechas, y de familias de palabras. Además, anticipó la ordenación de la Ll en la L, y de Ch en la C (criterio que la RAE no seguiría hasta 1994), o términos de uso ya común pero que la RAE no había admitido, como "cibernética", y agregó una gramática y una sintaxis con numerosos ejemplos. Como ella misma alguna vez afirmó, "El diccionario de la Academia es el diccionario de la autoridad. En el mío no se ha tenido demasiado en cuenta la autoridad". "Si yo me pongo a pensar qué es mi diccionario me acomete algo de presunción: es un diccionario único en el mundo".
La primera (y la única edición original autorizada por ella) fue publicada en 1966-67.
En 1998, se publicó una segunda edición que consta de dos volúmenes y un CD-ROM, así como una edición abreviada en un tomo. La tercera y última revisión fue editada en septiembre del 2007, en dos tomos.
Como lo expresó el premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez:
"María Moliner -para decirlo del modo más corto- hizo una proeza con muy pocos precedentes: escribió sola, en su casa, con su propia mano, el diccionario más completo, más útil, más acucioso y más divertido de la lengua castellana. Se llama Diccionario de uso del español, tiene dos tomos de casi 3.000 páginas en total, que pesan tres kilos, y viene a ser, en consecuencia, más de dos veces más largo que el de la Real Academia de la Lengua, y -a mi juicio- más de dos veces mejor. María Moliner lo escribió en las horas que le dejaba libre su empleo de bibliotecaria".
El 7 de noviembre de 1972, el escritor Daniel Sueiro entrevistaba en el Heraldo de Aragón a María Moliner. El titular era un interrogante: «¿Será María Moliner la primera mujer que entre en la Academia?». La habían propuesto Dámaso Alonso, Rafael Lapesa y Pedro Laín Entralgo. Pero el elegido, a la postre, sería Emilio Alarcos Llorach. Entre los posibles motivos para no aceptarla se han apuntado el hecho de no ser filóloga de formación, su condición de mujer o, incluso, que su diccionario no incluyera voces malsonantes.
«La educación es la base del progreso; considero que leer es un derecho incluso espiritual.»
«Cualquier libro, en cualquier lugar, para cualquier persona».
“El diccionario de la Academia es el diccionario de la autoridad. En el mío no se ha tenido demasiado en cuenta la autoridad”
«Cogí un lápiz, una cartilla y empecé a esbozar un diccionario que yo proyectaba breve, unos seis meses de trabajo, y la cosa se ha convertido en 15 años»
«Desde luego es una cosa indicada que un filósofo entre en la Academia y yo ya me echo fuera, pero si ese diccionario lo hubiera escrito un hombre, diría: ¡Pero y ese hombre, cómo no está en la Academia!»
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50 FRASES CÉLEBRES SOBRE LA LECTURA
1. “Algunos libros son probados, otros devorados, poquísimos masticados y digeridos”. Sir Francis Bacon.
2. “Allí donde se queman los libros, se acaba por quemar a los hombres". Heinrich Heine.
3. “Amar la lectura es trocar horas de hastío por horas de inefable y deliciosa compañía”. John Fitzgerald Kennedy.
4. “Ante ciertos libros, uno se pregunta: ¿quién los leerá? Y ante ciertas personas uno se pregunta: ¿qué leerán? Y al fin, libros y personas se encuentran". André Gide.
5. “Aprender a leer es lo más importante que me ha pasado en la vida”. Mario Vargas Llosa.
6. “Carecer de libros propios es el colmo de la miseria". Benjamin Franklin.
7. “Cuando oigo que un hombre tiene el hábito de la lectura, estoy predispuesto a pensar bien de él”. Nicolás de Avellaneda.
8. “Cuando rezamos hablamos con Dios, pero cuando leemos es Dios quien habla con nosotros”. San Agustín.
9. “Cuanto menos se lee, más daño hace lo que se lee”. Miguel de Unamuno.
10. “De los diversos instrumentos inventados por el hombre, el más asombroso es el libro; todos los demás son extensiones de su cuerpo… Sólo el libro es una extensión de la imaginación y la memoria”. Jorge Luis Borges.
11. “Detesto la vulgaridad del realismo en la literatura. Al que es capaz de llamarle pala a una pala, deberían obligarle a usar una. Es lo único para lo que sirve". Oscar Wilde.
12. “El estudio ha sido para mí el principal remedio contra las preocupaciones de la vida; no habiendo tenido nunca un disgusto que no me haya pasado después de una hora de lectura”. Montesquieu.
13. “El libro es fuerza, es valor, es fuerza, es alimento; antorcha del pensamiento y manantial del amor". Rubén Darío.
14. “El que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho”. Miguel de Cervantes.
15. “El regalo de un libro, además de obsequio, es un delicado elogio". Anónimo.
16. “El verbo leer, como el verbo amar y el verbo soñar, no soporta el modo imperativo'. Jorge Luis Borges. Daniel Pennac
17. “En muchas ocasiones la lectura de un libro ha hecho la fortuna de un hombre, decidiendo el curso de su vida”. Ralph Waldo Emerson.
18. “Erotismo y poesía: el primero es una metáfora de la sexualidad, la segunda una erotización del lenguaje”. Octavio Paz.
19. “Es un buen libro aquel que se abre con expectación y se cierra con provecho”. Amos Bronson Alcott.
20. “Hacer versos malos depara más felicidad que leer los versos más bellos". Hermann Hesse.
21. “He buscado el sosiego en todas partes, y sólo lo he encontrado sentado en un rincón apartado, con un libro en las manos". Thomas De Kempis.
22. “La Biblioteca es una esfera cuyo centro cabal es cualquier hexágono, cuya circunferencia es inaccesible". Jorge Luis Borges.
23. “La escritura es la pintura de la voz". Voltaire.
24. “La lectura de un buen libro es un diálogo incesante en que el libro habla y el alma contesta”. André Maurois.
25. “La lectura es a la mente lo que el ejercicio al cuerpo". Joseph Addison.
26. “La lectura es para mí algo así como la barandilla en los balcones”. Nuria Espert .
27. “La lectura no da al hombre sabiduría; le da conocimientos". William Somerset Maugham.
28. “La lectura nos regala mucha compañía, libertad para ser de otra manera y ser más”. Pedro Laín Entralgo.
29. “La literatura es el arte de la palabra". Manuel Gayol Fernández.
30. “La literatura es siempre una expedición a la verdad". Franz Kafka.
31. “La más noble función de un escritor es dar testimonio, como acta notarial y como fiel cronista, del tiempo que le ha tocado vivir". Camilo José Cela.
32. “La pluma es la lengua del alma". Miguel de Cervantes.
33. “La poesía no quiere adeptos, quiere amantes". Federico García Lorca.
34. “Lee y conducirás, no leas y serás conducido". Santa Teresa de Jesús.
35. “Leer un libro enseña más que hablar con su autor, porque el autor, en el libro, sólo ha puesto sus mejores pensamientos". René Descartes.
36. “Libros, caminos y días dan al hombre sabiduría”. Proverbio árabe.
37. “Los libros no se han hecho para servir de adorno: sin embargo, nada hay que embellezca tanto como ellos en el interior del hogar". Harriet Beecher Stowe .
38. “Los libros que el mundo llama inmorales son los que muestran su propia vergüenza”. Oscar Wilde.
39. “Los libros son amigos que nunca decepcionan". Thomas Carlyle.
40. “Los libros son el mejor viático que he encontrado para este humano viaje”. Michel Eyquem de Montaigne.
41. “Los libros son las abejas que llevan el polen de una inteligencia a otra". James Russell Lowell.
42. “Los libros son, entre mis consejeros, los que más me agradan, porque ni el temor ni la esperanza les impiden decirme lo que debo hacer". Alfonso V el Magnánimo.
43. “Ningún escritor joven desea tanto la crítica constructiva como la alabanza". William Hill.
44. “Nunca releo mis libros, porque me da miedo”. Gabriel García Márquez.
45. “Ser escritor es robarle vida a la muerte". Alfredo Conde.
46. “Si cerca de la biblioteca tenéis un jardín ya no os faltará de nada". Cicerón.
47. “Un hogar sin libros es como un cuerpo sin alma”. Cicerón.
48. “Un libro abierto es un cerebro que habla; cerrado un amigo que espera; olvidado, un alma que perdona; destruido, un corazón que llora”. Proverbio hindú.
49. “Un libro es un regalo estupendo, porque muchas personas sólo leen para no tener que pensar”. André Maurois.
50. “Uno no es lo que es por lo que escribe, sino por lo que ha leído”. Jorge Luis Borges.
#Hope ❤
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EL MÉDICO EN LA LITERATURA (I)
HIPOCRATES
LA PROTECCIÓN DE LOS MÉDICOS ANTE LAS EPIDEMIAS EN LA EDAD MEDIA
PETRARCA
ROUSSEAU
VOLTAIRE
CHEJOV
QUEVEDO
GÓNGORA
CERVANTES
BAROJA
EL ENEMIGO DE BAROJA
(Hace muchos, demasiados años, asistí en el Salón de Grados de la Facultad de Medicina a la lectura de una Tesis Doctoral y me fijé en unos azulejos que cubrían las paredes con unas frases alusivas al desempeño de la Medicina. En uno de ellos, firmado por un desconocido para mí en ese momento, el Dr. Letamendi, se leía: EL MÉDICO QUE SOLO SABE MEDICINA, NI MEDICINA SABE. Me gustó esa frase, pero no le presté mayor atención hasta unos años después leyendo El árbol de la ciencia, de Pío Baroja; allí aparecía la figura del Dr. Letamendi y desde luego con escasa filia por parte del escritor vasco. Me puse a investigar y me enteré de varias circunstancias: la primera, que yo desconocía hasta ese momento, era que Baroja había sido médico - aunque creo que ejerció la Medicina menos tiempo que uno de los últimos alcaldes de Sevilla - ; la segunda, que Letamendi era Catedrático de Medicina y un polifacético personaje del siglo XIX, muy estimado por los intelectuales; la tercera que había sido profesor de Baroja en la Facultad y al que había suspendido en 3 ocasiones; por último que don Pío sirvió la venganza en plato frio: a su profesor lo dejó hecho unos zorros en la novela anteriormente citada y eso significó una perdida enorme del prestigio del que disfrutaba don José de Letamendi. De cualquier forma, con mayor o menor prestigio, Letamendi marcó con la frase que he citado al comienzo, un principio esencial para la práctica actual de la Medicina en una época en que casi han desaparecido los médicos humanistas, que han sido reemplazados por grandes profesionales, pero al mismo tiempo esclavos de la tecnocracia. Grandes tecnócratas, quizá sometidos a una excesiva competitividad y al ejercicio de una medicina defensiva.
Es conveniente recordar a veces aquella frase magistral de Hipócrates que establecía la auténtica relación médico-enfermo y que no se debía haber perdido jamás: EL MÉDICO DEBE CURAR A VECES, ALIVIAR A MENUDO, CONSOLAR SIEMPRE. Al menos eso lo he procurado hacer siempre a lo largo de mi práctica profesional en una especialidad dura, enormemente dura. No menos interesante fue la descripción que dio unos siglos después el precursor del humanismo médico, Escribonio (siglo I d.C.), cuando definió al médico como VIR BONUS, MEDENDI PERITUS, PLENUS MISERICORDIA ET HUMANITAS, frase que creo no requiere traducción.
Las relaciones entre Medicina y Literatura forman parte de la esencia del ser humano desde el origen del mismo. Posiblemente el primero que estableció una conexión entre Medicina y Literatura fue el mismo Hipócrates cuando comparó el ejercicio de la Medicina con un drama con tres actores: el paciente, el médico y la enfermedad. La síntesis de todo puede ser de Antón Chejov que consideró a la Medicina como su “esposa legítima” y a la Literatura como su “amante”.
Esta relación Medicina-Literatura se ha establecido en varios sentidos. Por una parte, han sido innumerables los médicos que a lo largo de la historia han ejercido como escritores - algunos incluso abandonando su profesión original como fue el caso de Pío Baroja-. Por otra parte, la literatura se ha ocupado de la enfermedad como un componente esencial del devenir del ser humano: enfermedad, dolor, muerte... Pero en este trabajo no me voy a referir a estos dos aspectos, sino que me voy a centrar en la visión que la sociedad ha tenido de la profesión médica a través de la Literatura y a lo largo de los siglos en nuestro país. En los últimos meses hemos asistido a una especial admiración de la sociedad hacia los trabajadores sanitarios en su conjunto, coincidiendo con la ominosa pandemia que nos ha tocado vivir. Lo hemos visto reflejado en medios de comunicación, en las redes sociales y en actitudes cívicas como aquellos aplausos multitudinarios de las 20 horas de la tarde que todos expresábamos desde nuestras ventanas o balcones durante el estricto confinamiento de las primeras semanas de pandemia. Pero esta consideración no fue siempre así a lo largo de la historia como vamos a tener ocasión de comprobar a continuación.
De todo ello surgió una búsqueda de las relaciones – enormes, inabarcables - que han existido entre Medicina y Literatura. Varios textos como los de Díaz-Plaja - El médico en las letras españolas, 1996- o artículos como el del Profesor Navarro - Medicina y Cine, 2015 - me ayudaron a encontrar esas relaciones y todo ello lo plasmé en un power point que supuso la última presentación que hice en una Sesión Clínica en mi Servicio de Hematología unas semanas antes de mi jubilación. Buscando y rebuscando, lo he encontrado ahora tras casi 8 años de haberlo presentado y me ha parecido oportuno hacéroslo llegar debidamente revisado y puesto al día).
.
……………………………………………………………………………………………………………………………………………….
Desde Quevedo hasta Martín Santos la profesión médica ha ocupado un papel importante en la Literatura en castellano. Numerosos médicos han abordado la literatura y algunos con indudable calidad y éxito.
El catálogo de médicos-escritores y escritores-médicos es extenso. Podemos citar a Chejov, Rabelais, Somerset Maugham, Arthur Conan Doyle, John Keats, Céline, Crichton. Algunos estudiaron Medicina, aunque no llegaron a completar la carrera como James Joyce, Bertold Brecht o Henrik Ibsen. En España tenemos los casos de médicos escritores como Torres Villarroel, Marañón, Laín Entralgo, Trigo, Martín Santos o Pío Baroja.
La percepción y por tanto la opinión que la sociedad ha tenido a lo largo de los tiempos del estamento sanitario se puede decir que ha conformado una especie de diente de sierra con etapas de alta consideración y etapas de descrédito absoluto. La Literatura ha sido el medio que nos ha transmitido esa opinión social del médico.
Curiosamente en la Edad Media, en nuestra tierra, los médicos eran considerados como físicos y especialmente gozaban de gran estimación social; resulta más curioso cuando conocemos que casi todos eran judíos y que quedaban automáticamente protegidos por los reyes, ya fuesen cristianos o musulmanes, ante cualquier pogromo que afectase a los de su raza o religión (en los reinos cristianos hispanos se fiaban más de la ciencia de unos herejes que de la de un cristiano de pura cepa).
En el Renacimiento esto cambia y el ser médico judío no supone ya crédito alguno ante la sociedad. Es difícil comprender la violencia que los autores más famosos usan para juzgar y condenar la actividad de los médicos. En todo tipo de textos se aprecia un odio visceral hacia la profesión médica en multitud de autores que señalan que en el médico confluyen todos los defectos inherentes al ser humano: petulancia, ignorancia, codicia, crueldad, pereza, etc. Estos defectos aparecen aplicados al médico en las obras de Cervantes, Quevedo, Tirso, Lope, Calderón, Torres Villarroel, etc.
Tendría que llegar el siglo XVIII para que la Razón comenzara a cambiar esta percepción. La ciencia se convierte en el eje de los cambios sociales y los escritores por boca de la sociedad no podían olvidar los avances que se estaban produciendo en la Medicina.
El que eleva al médico (a los sanitarios en general) a la categoría de héroes en España es el poeta Manuel José Quintana: el médico es el héroe que lucha contra los microbios de la viruela (la expedición Balmis como ejemplo). El médico se ve reivindicado como un ser útil socialmente.
El siglo XIX reconoce en la generalidad de las obras literarias al médico como un individuo útil y amante de la humanidad. En el siglo XX el médico se convierte en el eje de la ciencia y muestra su supremacía sobre el mundo primario de la España rural. Al mismo tiempo, la magnífica Sanidad Pública representará un cambio en el rol del médico: por una parte, sobre todo en el ámbito hospitalario, pierde su individualidad para pasar a formar parte de un equipo y por otra parte aparece el médico “funcionario” como mostraron los autores de un magnífico trabajo: La proletarización del trabajo intelectual, en 1975.
El colofón, como señala Díaz-Plaja es el Psiquiatra, el Psicoanalista, que sustituye en el siglo pasado al director espiritual, conforme va disminuyendo la fe religiosa en el mundo occidental.
Vamos a revisar la posición de los médicos en la literatura española pues sería tarea infinita hacerlo la literatura de otras lenguas, pero no me dejo en el tintero tres de los máximos exponentes de la literatura universal que destilan una gran fobia hacia la profesión médica:
-Opinión de Petrarca sobre los médicos (Carta al papa Clemente VI, 1350):
“No hay leyes que castiguen la ignorancia que mata: y no hay ejemplo de castigo; aprenden a expensas nuestras y se hacen expertos a fuerza de matar.
Sólo al médico le es concedido dar muerte a los hombres impunemente. Sea documento la memoria de aquel que en su tumba no quiso otro epitafio que: “He muerto por demasiados médicos”.
-Una visión lacerante pero ciertamente clara fue la de Voltaire en el siglo XVII:
“Los médicos recetan fármacos de los que saben poco para curar enfermedades de las que saben menos, en personas de las que no saben nada.”
-La opinión de Rousseau es aún más ácida (Emilio, 1761):
“La medicina, arte más pernicioso a los hombres que todos los males que pretende curar. No sé, por mi parte, de qué enfermedad nos curan los médicos, pero sé que nos provocan otras muchas funestas: la dejadez, la pusilanimidad, la credulidad, el terror de la muerte. Si curan el cuerpo, matan el valor. ¿Qué nos importa que hagan andar a los cadáveres? Lo que necesitamos son hombres, cosa que no vemos salir de sus manos”.
Afortunadamente también hay opiniones muy positivas como la de Saramago (Ensayo sobre la ceguera, 1996):
“Un médico, sólo por sí, vale por varios hombres, palabras que no vamos a entender como directamente cuantitativas sino cualitativamente…”
Pero centrémonos en la literatura en castellano para la ver la evolución de la opinión de los escritores sobre la profesión médica:
Antonio de Guevara (Epístolas familiares, 1539):
Antonio de Guevara utiliza una ironía: los médicos tratan de forma diferente las enfermedades ajenas de las propias:
“¿En qué ley cabe que curéis con vino… a vuestra calentura y por otra parte curéis con boñigas de buey a mi ciática?
De loar es la medicina, cuando el médico que viere al enfermo estar en mucho peligro, y de sospechosa enfermedad herido, huelga que con él llamen a otro, si quisiere el paciente, con tal condición que todos juntos se ocupen en estudiar, y que no se paren a parlar y se asean a porfiar.
…sino que por darnos a entender que saben lo que otros no saben, recetan cosas tan peregrinas e inusitadas, que al presente son muy difíciles de hallar, y después muy dificultosas de tomar…
… me quejo Sr, Doctor, que todos los médicos recetáis en latín cerrado, en cifras de jerigonza, en vocablos inusitados…”
Francisco de Villalobos en Dos diálogos de Medicina (1550) hace alusión a algunos remedios que se prestaban al chiste fácil. La “ayuda” o lavativa realizada por el “obispillo” (ano) era uno de los tres remedios (los otros ventosas y sangrías) que los médicos recomendaban, incluso antes de ver personalmente el enfermo porque tenían la creencia que el daño lo causaba siempre un “humor” maligno que había que extraer del cuerpo del doliente lo antes posible. La “ayuda” (término que ha llegado hasta nuestros días) se prestaba fácilmente al chiste por la situación y postura del enfermo al tomarla:
“…tomaré la ayuda, más ha de ser con ciertas condiciones: primeramente, el cañutillo ha de ser nuevo y de plata, y la vejiga nueva, porque yo no me fio de la limpieza de los otros cañutillos.
-mirad María, si está bien descubierto todo lo que es menester.
-Señor y aun lo que no es menester”
Juan de Timoneda (El sobremesa y alivio de caminantes, 1576) hace hincapié en alguien que tiene más sentido común para las respuestas que el que tiene el enfermo para las preguntas:
Preguntó un gran señor a ciertos médicos que a qué hora del día era de bien comer. El uno dijo: “Señor, a las diez”, el otro a las once y el otro a las doce. Dijo el más anciano: “Señor, la perfecta hora de comer es para el rico cuando tiene gana y para el pobre cuando tiene de qué”
Jerónimo de Alcalá incide en las críticas que reciben los médicos (El donador hablado, 1625)
“…gane de comer el médico cuanto quisiere, tenga el crédito y la opinión que pudiere desear, todo es poco para el continuo trabajo y cuidado de su vida, el no tener hora segura de día ni de noche….
…yo, a lo menos, lo que sé decir de mí, que, si en el siglo estuviera y cargado de hijos, a ninguno de ellos dejara estudiar semejante facultad, escarmentado de lo que vi pasar al bueno de mi amo. Dejo aparte las impertinentes razones del vulgo, aquel decirme cuando pasaba por alguna calle detrás de la mula: Veis allí al criado del matasanos”
Hay quien denuncia la provocación de una dama a su médico (Juan de Salinas, Composiciones varias, 1630). Intentar seducir una mujer al médico fingiendo problemas de salud debe ser tan antiguo como la acción contraria, porque en el siglo XVI ya cuente su irónica contestación el poeta que, en este caso, era también doctor y hablaba seguramente por experiencia.
A UNA DAMA QUE FINGIENDO DESCUIDO ENSEÑÓ LAS LIGAS AL DOCTOR
Cubrid las ligas, amiga,
Sin meterme en tentación;
Que no yo gorrión
Para que me arméis con liga
La visión que Francisco de Quevedo tenía de los médicos fue infausta prácticamente en toda su obra y ya sea en verso o prosa, no hay fragmento alguno en el que se elogie al médico:
-(La visita de los chistes, 1540)
“¡Oh malditos pesquisidores contra la vida, pues ahorcan con el garrotillo, degüellan con sangrías, azotan con ventosas, destierran las almas, pues las sacan de la tierra de sus cuerpos sin vida y sin conciencia¡”
-(El médico):
¿Tú sabes que es Medicina?
Sangrar ayer, purgar hoy.
Mañana ventosas secas
y es otro Kirieleyson.
Dar dineros al concejo,
presentes al que sanó
por milagro o por ventura,
barbar bien, comer mejor.
Contradecir opiniones.
Culpar siempre al que murió
de que era desordenado
y ordenar su talegón.
Que con esto y buena mula,
matar cada año un lechón
y veinte amigos enfermos;
no hay Hipócrates como yo.
Luis de Góngora y Argote da una de cal y otra de arena en este tema: -(Décimas, 1620): El humor negro aplicado al médico ignorante que aprovecha cualquier fiebre para matar al paciente:
Médico es, aunque lego
Que, a la menor calentura,
Su cara ni siendo cura,
Da el olio y entierra luego,
Le concederé de grado
Un pergamino arrollado
Y un engastado zafir.
Mucho tengo que reír.
-pero en algún caso, Góngora enaltece a un cirujano (Décimas, 1620):
AL LICENCIADO ENRIQUE VACA, MEDICO Y CIRUJANO, QUE ESCRIBIO UN LIBRO ACERCA DEL MODO DE CURAR LOS HERIDOS DE LA CABEZA
Vences, en talento cano
A tu edad, a tu experiencia,
Así con tu sabia ciencia
Como tu diestra mano
¡Oh Enrique, oh del soberano
Algunos, como Mateo Alemán satirizan la figura del médico. En el Barroco se critica sobre todo a los médicos que no merecen este nombre. Los ejemplos que ponen los escritores son de gente que se lanza al ejercicio de la medicina sin tener la menor idea de esa ciencia (El pícaro Guzmán de Alfarache, 1610):
“Quísome parecer a lo que aconteció en La Mancha con un médico falso: no sabía letra, ni había nunca estudiado; traía consigo gran cantidad de recetas, a una parte de jarabes, y a otra de purgas; y cuando visitaba algún enfermo, metía la mano y sacaba una, diciendo primero entre sí: Dios te la depare buena, y así le daba con que primero encontraba”.
En El acero de Madrid (1630) Lope de Vega menciona cierta contumacia en algunos individuos para disfrazarse de médicos como único medio de poder acercarse, aún de forma subrepticia, a la mujer amada que permanecía encerrada en casa como era habitual en esa época y permitirse algún mínimo acercamiento físico.
Calderón de la Barca va más allá y en El Médico de su honra (1670) glosa la
figura del médico que usa sus conocimientos para asesinar y salvar su honra:
Este fue el más sutil medio
Para que mi afrenta acabe
Disimulada, supuesto
Que el veneno fuera fácil
De averiguar, las heridas
Imposibles de ocultarse.
Y así, contando la muerte,
Y diciendo que fue lance
Forzoso hacer la sangría
Ninguno podrá probarme
No podía faltar la figura del médico en la novela picaresca. En vista del buen éxito que tiene la sátira del médico, del boticario y del cirujano el autor decide reunirlos en una familia, acumulando efectos cómicos. El médico está en combinación con su hermano el boticario para recetar 10 cosas al enfermo que necesitara sólo de 1 y partir las ganancias en un título muy evocador (Antonio Enrique Gómez, Vida de don Gregorio Guadaña, 1650).
“Yo, señores míos, nací en Triana, un tiro de vista de Sevilla, por no tropezar en piedra. Mi padre fue doctor de medicina, y mi madre comadre; ella servía de sacar gente al mundo, y él de sacarlos del mundo; uno le daba cuna, y otro, sepultura”.
Una pregunta que hoy sería ridícula era en el siglo XVII fruto de debate: Y las mujeres ¿pueden ser doctores? (Tirso de Molina, El amor médico, 1640):
QUITERIA: Yo no te sé responder
Porque no sé argumentar
Pero ¿por qué ha de estudiar
Medicina una mujer?
DOÑA JERONIMA: Porque estimo la salud
�� Que anda en poder de ignorantes.
¿Piensas tú que seda y guantes
De curar tiene virtud?
No parece que Miguel de Cervantes tuviese una opinión muy positiva de los galenos:
-(El Licenciado Vidriera, 1600):
“Le preguntó entonces que qué sentía de los médicos, y respondió esto: de los malos que no hay gente más dañina a la república que ellos. El juez puede torcer o dilatar la justicia; el letrado sustentar por su interés nuestra injusta demanda; el mercader a quitarnos la hacienda; finalmente, todas las personas a quien de necesidad tratamos, nos pueden hacer algún daño; pero quitarnos la vida sin quedar sujetos al tenor del testigo, ninguno; sólo los médicos nos pueden matar: nos matan sin temor y a pie quedo sin desenvainar”.
-los personajes de Cervantes en El Quijote se dividen: Don Quijote trata el oficio de médico con respeto como señor que es y de cultura más que mediana. En cambio, Sancho cuando menciona esa profesión dirá lo que repite el vulgo con las acusaciones típicas- codicia e incapacidad- a cuentas de no haber recibido recompensa por resucitar a Altisidora:
“Es verdad señor que soy el más desgraciado médico que se debe hallar en el mundo, en el cual hay físicos que, con matar al enfermo que curan, quieren ser pagados de su trabajo que no es otro, sino firmar unas cedulillas de algunas medicinas que no las hace él, sino el boticario: A mí que la salud ajena me cuesta gotas de sangre, mamonas, pellizcos, alfilerazos y azotes no me dan un ardite”.
(A uno de los grandes médicos del siglo XVII, Thomas Sydenham, se le preguntó en una ocasión qué libro se debía leer para aprender Medicina: recomendó Don Quijote. Lo hizo por el humanismo que desbordaba el texto de Cervantes y como crítica al sectarismo de los libros científicos de la época).
CONTINUARÁ…
4/5/2021
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«Pues bien; este común modo de hablar, del cual parece ser tácito presupuesto una concepción dualista —alma y cuerpo, espíritu y materia, mente y cerebro— de la realidad del hombre, ¿expresa el hecho de que sea intrínsecamente dual nuestra realidad como hombres? Tal locución ¿es, como diría Letamendi, una secreta “prenoción vulgar” de esa presunta realidad, o es la inconsciente expresión de una idea del hombre surgida en el curso de la historia, y sucesivamente configurada en un modus dicendi común a muchas lenguas, pero no a todas ellas? Den su respuesta los doctos en lingüística. Yo, tan distante de serlo, me atrevo a pensar que la conciencia de un “yo” extra y supracorpóreo al cual pertenece un organismo corporal no es, en términos de Bergson, un dato inmediato de la conciencia, o, en términos de Zubiri, la expresión inmediata de una impresión primordial de la realidad. Y puesto que hablo castellano, seguiré diciendo “mi cuerpo” cuando me refiera a este que aquí y ahora piensa y escribe, pero con la íntima convicción de que quien dice “mi cuerpo” es un cuerpo a cuyo específico modo de ser, el humano, pertenecen la conciencia de la autoposesión y la capacidad para la autoexpresión.
Consignado lo cual, diré lo que yo, mi cuerpo, pienso que soy y creo ser aquí y ahora.»
Pedro Laín Entralgo: Cuerpo y alma. Espasa Calpe, págs. 244-245. Madrid, 1991.
TGO
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Pedro Carlos González Cuevas reivindica el pensamiento tradicional español frente a la indigencia intelectual de la izquierda
Pedro Carlos González Cuevas, es historiador y profesor universitario. Es profesor titular de Historia de las Ideas Políticas y de Historia del Pensamiento Español en la UNED. Es autor de importantes obras sobre la derecha y el conservadurismo en España y experto en diferentes figuras como Ramiro de Maeztu, Charles Maurras, Carl Schmitt, Maurice Barrès, José Ortega y Gasset o Gonzalo Fernández de la Mora.
Aunque a la propia izquierda no le interesa que se hable de ello, lo cierto es que su indigencia intelectual ha sido denunciada por autores de peso…
La indigencia intelectual de la izquierda española es algo de sobra conocido y denunciado por algunos de sus portavoces más lúcidos como Josep Maria Castellet, Joan Fuster o Fernando Claudin. Lo había adelantado el gran Menéndez Pelayo. No obstante se ha tendido a ocultarlo. En ese sentido, toda la obra de un José Luis Abellán es un gigantesco fraude. No deja de ser significativo que cuando publiqué mi libro El pensamiento de la derecha española en el siglo XX en la editorial Tecnos, se pensó en la contrapartida izquierdista, pero los historiadores consultados rechazaron la petición. Seguramente era un reto excesivo para ellos. O no tenían la suficiente imaginación para inventarse una tradición. José Luis Abellán lo intento anteriormente, pero fracasó e hizo el ridículo. Su Historia crítica del pensamiento español fue un auténtico fraude.
¿Se podría afirmar por tanto que la izquierda española no ha aportado prácticamente nada al pensamiento español y tampoco al universal?
Lo dijo Ramiro de Maeztu. Lo cual puede relacionarse con el relativo atraso socioeconómico español y la lenta emergencia de nuevos grupos sociales, burguesía, proletariado. etc. Sin embargo, lo principal, a mi juicio, ha sido una extraña incapacidad intelectual y cultural en nuestra Ilustración e izquierda liberal.
No existe en nuestro suelo nada parecido a lo que Jonathan Israel ha denominado Ilustración radical de un Holbach, La Mettrie o Helvecio. Nuestra Ilustración es moderada, semejante en alguna medida a la anglosajona, compatible con la religión. Sus principales representantes fueron el Padre Feijoo y Jovellanos.
Tampoco existió en España un pensamiento liberal revolucionario digno de tal nombre. El liberalismo más lucido y representativo fue el de los moderados como el primer Donoso Cortes, Antonio Alcalá Galiano y Francisco Pacheco. En realidad, los grandes pensadores de la primera mitad del siglo XIX fueron los tradicionalistas Donoso Cortes y Jaime Balmes.
Ante esta ausencia de pensamiento, el remedio fue peor que la enfermedad. Julián Sanz del Río, afín al progresismo, eligió, en su viaje a Alemania, el krausismo, en lugar del positivismo de Comte o el idealismo de Hegel. Un gran error intelectual que no ha sido solo denunciado por Menéndez Pelayo, sino por Raymond Carr. Se eligió a Krause por el carácter laico de su filosofía. Pero ello obstaculizó la recepción del positivismo y del marxismo. No menos negativa fue la recepción de Proudhon por Pi y Margall. Su doctrina del pacto sintagmático y del federalismo fue una de las causas del fracaso de la I Republica. Hoy la izquierda sigue reivindicando a Pi y Margall.
No mucho mejor fue la aportación de la izquierda liberal en el ámbito de la historiografia.
Frente a la Iglesia católica inventaron los mitos de Al Andalus, los comuneros o los fueros como antecedentes históricos del régimen liberal. Como se demostró en la polémica de la ciencia española, los krausistas desconocían la historia del pensamiento español. Menéndez Pelayo tuvo que descubrir les la existencia de Raimundo Lulio, Juan Luis Vives y Francisco Suárez. En su Historia de los heterodoxos españoles Menéndez Pelayo les descubrió sus ancestros ideológicos. Así lo reconoció Juan Goytisolo en el caso de José María Blanco White. Igualmente con el abate Marchena. Los mitos de Al Andalus, de los comuneros y los fueros permanecen vigentes en el imaginario de la izquierda.
Especialmente grave fue el caso de la izquierda obrera.
No fue sólo la negativa influencia del anarquismo, sino la nula calidad del Marxismo español. El socialismo español fue profundamente anti intelectual. Pablo Iglesias Posse no sólo eligió como mentor intelectual al torpe y sectario Jules Guesde, sino que marginó conscientemente a los intelectuales de los aparatos del partido. Nunca pudieron existir un Kautsky o un Bebel españoles. Ni tan siquiera se hicieron eco de las tesis de Otto Bauer o Karl Renner sobre las nacionalidades. Los intelectuales quedaban en los estatutos del Psoe excluidos de cualquier cargo y representación de tipo colectivo. Lo cual fue muy criticado por Ramiro de Maeztu y José Ortega y Gasset.
El Marxismo español brilló por su inexistencia. Posteriormente, militaron en el Psoe algunos intelectuales como Fernando de los Ríos y Julián Besteiro, pero eran miembros de la Institución Libre de Enseñanza y herederos del krausismo, y no aportaron nada nuevo al socialismo. Y lo mismo podemos decir del incalificable Luis Araquistain.
La hoy mitificada II República tampoco trajo ninguna novedad desde el punto de vista ideológico.
Significó, en un principio, el triunfo del liberalismo de izquierdas y del socialismo. Contó en sus comienzos con el apoyo de intelectuales que no eran de izquierdas como Ortega y Gasset, Gregorio Marañón y Ramón Pérez de Ayala. Pronto se desencantaron del nuevo régimen y en la guerra civil apoyaron a Franco.
Los intelectuales cuestionaron la II República. Lo hizo Maeztu y los miembros de Acción Española. E igualmente Luis Araquistain y los socialistas revolucionarios de Leviatán. Lo hizo Salvador de Madariaga en su libro Anarquía o jerarquía y lo hicieron los comunistas de Octubre. Etc.
El único representante intelectual de la II República fue Manuel Azaña Díaz, hoy mitificado. Se trató de un literato de segunda fila, que, pese a su vinculación a Francia, no se enteró de la existencia de Proust o de Mallarme. Como pensador político poco hay que decir. Fue un hombre del siglo XIX. Un liberal de izquierda caracterizado por su anticlericalismo. En su obra no existen huellas de Marx, Weber, Schmitt, Keynes, etc. Todo un anacronismo.
También la influencia de Gramsci ha sido notable…
El tema de Antonio Gramsci tiene mucho interés. Y es que, como señaló el filósofo marxista Luis Althusser, sus ideas eran mucho más tributarias de Croce, Gentile, Pareto y Mosca, es decir, de la derecha intelectual italiana, que de Marx y Lenin. Algo que han señalado igualmente Alain de Benoist y Diego Fusaro. En realidad, su tesis de la hegemonía ideológica ya estaba presente en la obra de Charles Maurras El porvenir de la Inteligencia y en la investigaciones de Agustín Cochin sobre las sociedades de pensamiento en la Revolución francesa.
Paradójicamente, la edad de oro de la izquierda intelectual tuvo lugar en la última etapa del régimen de Franco.
El desarrollo económico de los años 60 y la nueva teología política del Concilio Vaticano II debilitaron la cultura cívica del régimen y abrieron el paso a la izquierda intelectual en una universidad en plena expansión y con una legislación más permisiva. Esta tendencia fue apoyada por antiguos intelectuales afines al régimen. Fue el caso de Pedro Laín Entralgo y sobre todo José Luis López Aranguren.
Este último tuvo su labor creativa durante el franquismo con obras como Catolicismo y protestantismo como formas de existencia y Ética. Significativamente Catolicismo y protestantismo como formas de existencia fue presentada por su autor al Premio Nacional Francisco Franco, con gran cabreo de López Aranguren al no conseguirlo. Aranguren logró personificar la figura del intelectual, pero se limito al exhibicionismo sin aportar ninguna idea nueva.
La izquierda fue conquistando la Universidad y fundando nuevas revistas y editoriales. Por vez primera existió en España un Marxismo académico con Manuel Sacristán, Manuel Tuñón de Lara, Enrique Tierno Galván, Josep Fontana, Ramón Tamames, etc. La juventud universitaria bebió de estas fuentes. Su pensamiento era muy endeble, pero tenía a su favor la rebeldía característica del espíritu del 68 y la novedad. El régimen no dio respuesta al reto y, por ejemplo, Ricardo de la Cierva, en su etapa en Cultura Popular, apoyó obras de comunistas como Carlos París y Manuel Vázquez Montalban. Con la democracia liberal, la izquierda consolidó su hegemonía a través de diarios como El País y la creación en la etapa socialista, de lo que Marc Fumaroli ha denominado Estado cultural. Los socialistas compraron a los intelectuales.
Sin embargo, pronto pudo percibirse la escasa calidad de ese tipo de pensamiento. El Marxismo de Sacristán no se consolidó en una escuela. Y lo mismo ocurrió con Tuñón de Lara, un auténtico fraude intelectual, repudiado por las nuevas generaciones de historiadores. Tierno Galván apareció en algunas investigaciones como un farsante carente de originalidad. Fontana acabó apoyando al separatismo catalán. Y Tamames terminó en la derecha y defendiendo el liberalismo económico.
Otros izquierdistas, como José Luis Abellán, rompieron con el socialismo escandalizados por su política neoliberal.
Y es que la izquierda socialista perdió toda dimensión proyectiva, limitándose a la administración de lo existente. El militante izquierdista típico fue un mero gregario sin formación cultural. Ejemplos, José Blanco, Adriana Lastra o Gabriel Rufián.
En lugar de una izquierda social emergió, ante el final de los regímenes comunistas, lo que Jean Bricmont denomina izquierda moral, que se basa en la reivindicación del feminismo radical, de los colectivos LGTBI, el antirracismo, la memoria histórica de las izquierdas y el antifascismo. Igualmente el multiculturalismo, con la alianza con el Islam para acabar con la influencia del catolicismo.
En el caso de Podemos, ha, reivindicado a pensadores como el neoestalista Zizek, Agamben, Laclau y Mouffe, aparte de Lenin. Más escandalosa ha sido su alianza con el nacionalismo de cara a la destrucción del Estado. De originalidad, nada.
Pese a todo lo que dice, ¿por qué la izquierda cree tener superioridad moral e intelectual?
En realidad, la culpa de esta anómala hegemonía recae en la derecha, que abandonó el debate y la guerra intelectual. La Faes ha sido totalmente ineficaz, limitándose a la economía. El torpe José Maria Aznar cometió el error gravísimo de reivindicar al mediocre Azaña. Con lo cual demostró que estaba hegemonizado por la izquierda. El PP asumió la memoria histórica, la ideología de genero, y todo lo que ha reivindicado la izquierda. Y el conjunto de la derecha sigue en esa apatía situacional. Lo se por experiencia propia. La influencia de revistas como Razón Española ha sido muy escasa.
Hace poco fui contratado por okdiario, reivindiqué a figuras de la derecha y polemicé con representantes de la izquierda, con éxito y audiencia. Pero fui cesado sin explicaciones. Para Inda es más importante el fútbol
¿Qué podemos hacer para revertir esta hegemonía de la izquierda?
Todo esto exige una decisión política y cultural. Poco hay que esperar del PP. Está por ver lo que hará VOX. En cualquier caso, creo que la contra hegemonía debería ir por tres caminos:
1. Activar el campo político y cultural de la derecha mediante redes, revistas, sociedades de pensamiento, periódicos y editoriales.
2. Reivindicacion de figuras del pensamiento español como Fernández de la Mora, Ramiro de Maeztu, Ortega y Gasset, Menendez Pelayo, Vázquez de Mella, Xavier Zubiri, Eugenio D Ors, Donoso Cortes, Millan Puelles, Luís Díez del Corral, Jesús Pabon, Gustavo Bueno, Dalmacio Negro Pavón etc.
3. Difusión del pensamiento y la obra de pensadores e historiadores extranjeros como Carl Schmitt, John Gray, Alain de Benoist, Alasdair MacIntyre, Roger Scruton, Raymond Aron, Renzo de Felice, Augusto del Noce, Julien Freund, Francois Furet, Ernst Nolte, George L. Mosse, Emilio Gentile, Leszek Kolakowski, Karl Lowith, Hans Georg Gadamer, etc.
Por Javier Navascués Pérez
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Los Hermanos Karamazov, ¿por qué deberíamos leerlo?
Escrita por Dostoievski, Los Hermanos Karamazov fue la obra culminante de su carrera, y probablemente considerada por muchos estudiosos de él, su magnum opus. En ella logra explorar el carácter humano como hizo a lo largo de su trayectoria, y llegó más lejos que de lo que había llegado con Crimen y castigo, considerada por muchos su obra maestra.
La historia sigue a los cuatro hijos de Fiódor Pávlovich Karamazov, un hacendado rico y obsceno que vive en el centro de la lujuria y los placeres de la carne, es un hombre frío y materialista, siempre con tiempo para las orgías y la bebida. Sus hijos (Dmitri, Iván, Aliosha y Smerdiakov) terminan siendo una metáfora para la vida humana, para las clases de sentimientos que todos experimentamos a lo largo de nuestro existir, la impetuosidad y la violencia, el odio y el amor, la racionalidad y el deseo de pertenecer, todo se enlaza en los hermanos Karamazov, hombres que, sin un padre desde el principio, yacen en un mundo que no les ha dado nada y cada uno se las arregla como puede. Cada uno encuentra redención y pérdida con mayor o menor suerte que el otro. Dmitri es un exsoldado impetuoso y sensual, Iván un intelectual frío, Aliosha un joven espiritual y razonable, y Smerdiakov carga con un defecto fatal que lo vuelve un héroe trágico.
Los Hermanos Karamazov se desenvuelve cuando el padre es asesinado y Dmitri culpado y enjuiciado, es a través del incidente, que se anticipa desde el principio, cuando se entrelazan sus vidas y se tejen las relaciones de odio y rencor, así como de amor y clemencia que vuelven a esta historia un reflejo verdadero del alma humana como no se había escrito nunca.
La traducción que he leído es de José Laín Entralgo, coloquial y hermosa, logra facilitar al lector los recursos que Dostoievski usa para enseñarnos. Recomiendo también la traducción de Augusto Vidal, experto en la vida del autor.
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Todo lo relacionado con los médicos y la medicina.
La vida es breve; la ciencia, extensa; la ocasión, fugaz; la experiencia, insegura; el juicio, difícil. Es preciso no solo disponerse a hacer lo debido uno mismo, sino además el enfermo, los que le asisten y las circunstancias externas.
Medicina sin engaños, de J. M. Mulet
Filosofía de la medicina, de Cristian Saborido
El médico y el enfermo, de Pedro Laín Entralgo
Ante todo, no hagas daño, de Henry Marsh
La lámpara roja. Realidades y fantasías de la vida de un médico, de Arthur Conan Doyle
Historia curiosa de la medicina, de Pedro Gargantilla
Filosofía de la cirugía, de René Leriche
Tratados hipocráticos I, de Hipócrates de Cos
Catarsis: sobre el poder curativo de la naturaleza y el arte, de Andrzej Szczeklik
Core: sobre enfermos, enfermedades y la búsqueda del alma de la medicina, de Andrzej Szczeklik
Filosofía para médicos, de Mario Bunge
Tratados filosóficos y autobiográficos, de Galeno de Pérgamo
Ingenuos. El engaño de las terapias alternativas, de Vicente E. Caballo e Isabel C. Salazar (dirs.)
Breve historia de la medicina, de Luca Borghi
Aforismos, de Hipócrates de Cos
Estar enfermo, de Virginia Woolf
Gabinete de curiosidades médicas de la Antigüedad, de J. C. McKeown
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Introduciendo a Xavier Zubiri
Introduciendo a Xavier Zubiri
¿Qué tal, compañeros? Resulta que desde hace tiempo estoy preparando una introducción ab nihilo de la obra y pensamiento de Xavier Zubiri. Lo cierto es que voy a ritmo de oruga, y aún estoy reuniendo algunos materiales. No obstante, por los momentos tengo material de sobra para ir introduciendo su pensamiento y algunas notas biográficas. Este taller lo llamaré “Zubiri desde 0”
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