#MedicinaYLiteratura(I)
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poemassemanales · 4 years ago
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EL MÉDICO EN LA LITERATURA (I)
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HIPOCRATES
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LA PROTECCIÓN DE LOS MÉDICOS ANTE LAS EPIDEMIAS EN LA EDAD MEDIA
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PETRARCA
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ROUSSEAU
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VOLTAIRE
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CHEJOV
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QUEVEDO
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GÓNGORA
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CERVANTES
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BAROJA
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EL ENEMIGO DE BAROJA
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(Hace muchos, demasiados años, asistí en el Salón de Grados de la Facultad de Medicina a la lectura de una Tesis Doctoral y me fijé en unos azulejos que cubrían las paredes con unas frases alusivas al desempeño de la Medicina. En uno de ellos, firmado por un desconocido para mí en ese momento, el Dr. Letamendi, se leía: EL MÉDICO QUE SOLO SABE MEDICINA, NI MEDICINA SABE. Me gustó esa frase, pero no le presté mayor atención hasta unos años después leyendo El árbol de la ciencia, de Pío Baroja; allí aparecía la figura del Dr. Letamendi y desde luego con escasa filia por parte del escritor vasco. Me puse a investigar y me enteré de varias circunstancias: la primera, que yo desconocía hasta ese momento, era que Baroja había sido médico - aunque creo que ejerció la Medicina menos tiempo que uno de los últimos alcaldes de Sevilla - ; la segunda, que Letamendi era Catedrático de Medicina y un polifacético personaje del siglo XIX, muy estimado por los intelectuales; la tercera que había sido profesor de Baroja en la Facultad y al que había suspendido en 3 ocasiones; por último que don Pío sirvió la venganza en plato frio: a su profesor lo dejó hecho unos zorros en la novela anteriormente citada y eso significó una perdida enorme del prestigio del que disfrutaba don José de Letamendi. De cualquier forma, con mayor o menor prestigio, Letamendi marcó con la frase que he citado al comienzo, un principio esencial para la práctica actual de la Medicina en una época en que casi han desaparecido los médicos humanistas, que han sido reemplazados por grandes profesionales, pero al mismo tiempo esclavos de la tecnocracia. Grandes tecnócratas, quizá sometidos a una excesiva competitividad y al ejercicio de una medicina defensiva.
Es conveniente recordar a veces aquella frase magistral de Hipócrates que establecía la auténtica relación médico-enfermo y que no se debía haber perdido jamás: EL MÉDICO DEBE CURAR A VECES, ALIVIAR A MENUDO, CONSOLAR SIEMPRE. Al menos eso lo he procurado hacer siempre a lo largo de mi práctica profesional en una especialidad dura, enormemente dura. No menos interesante fue la descripción que dio unos siglos después el precursor del humanismo médico, Escribonio (siglo I d.C.), cuando definió al médico como VIR BONUS, MEDENDI PERITUS, PLENUS MISERICORDIA ET HUMANITAS, frase que creo no requiere traducción.
Las relaciones entre Medicina y Literatura forman parte de la esencia del ser humano desde el origen del mismo. Posiblemente el primero que estableció una conexión entre Medicina y Literatura fue el mismo Hipócrates cuando comparó el ejercicio de la Medicina con un drama con tres actores: el paciente, el médico y la enfermedad. La síntesis de todo puede ser de Antón Chejov que consideró a la Medicina como su “esposa legítima” y a la Literatura como su “amante”.
Esta relación Medicina-Literatura se ha establecido en varios sentidos. Por una parte, han sido innumerables los médicos que a lo largo de la historia han ejercido como escritores - algunos incluso abandonando su profesión original como fue el caso de Pío Baroja-. Por otra parte, la literatura se ha ocupado de la enfermedad como un componente esencial del devenir del ser humano: enfermedad, dolor, muerte... Pero en este trabajo no me voy a referir a estos dos aspectos, sino que me voy a centrar en la visión que la sociedad ha tenido de la profesión médica a través de la Literatura y a lo largo de los siglos en nuestro país. En los últimos meses hemos asistido a una especial   admiración de la sociedad hacia los trabajadores sanitarios en su conjunto, coincidiendo con la ominosa pandemia que nos ha tocado vivir. Lo hemos visto reflejado en medios de comunicación, en las redes sociales y en actitudes cívicas como aquellos aplausos multitudinarios de las 20 horas de la tarde que todos expresábamos desde nuestras ventanas o balcones durante el estricto confinamiento de las primeras semanas de pandemia. Pero esta consideración no fue siempre así a lo largo de la historia como vamos a tener ocasión de comprobar a continuación.
 De todo ello surgió una búsqueda de las relaciones – enormes, inabarcables - que han existido entre Medicina y Literatura. Varios textos como los de Díaz-Plaja - El médico en las letras españolas, 1996- o artículos como el del Profesor Navarro - Medicina y Cine, 2015 - me ayudaron a encontrar esas relaciones y todo ello lo plasmé en un power point que supuso la última presentación que hice en una Sesión Clínica en mi Servicio de Hematología unas semanas antes de mi jubilación. Buscando y rebuscando, lo he encontrado ahora tras casi 8 años de haberlo presentado y me ha parecido oportuno hacéroslo llegar debidamente revisado y puesto al día).
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Desde Quevedo hasta Martín Santos la profesión médica ha ocupado un papel importante en la Literatura en castellano. Numerosos médicos han abordado la literatura y algunos con indudable calidad y éxito.
El catálogo de médicos-escritores y escritores-médicos es extenso. Podemos citar a Chejov, Rabelais, Somerset Maugham, Arthur Conan Doyle, John Keats, Céline, Crichton. Algunos estudiaron Medicina, aunque no llegaron a completar la carrera como James Joyce, Bertold Brecht o Henrik Ibsen. En España tenemos los casos de médicos escritores como Torres Villarroel, Marañón, Laín Entralgo, Trigo, Martín Santos o Pío Baroja.
 La percepción y por tanto la opinión que la sociedad ha tenido a lo largo de los tiempos del estamento sanitario se puede decir que ha conformado una especie de diente de sierra con etapas de alta consideración y etapas de descrédito absoluto. La Literatura ha sido el medio que nos ha transmitido esa opinión social del médico.
Curiosamente en la Edad Media, en nuestra tierra, los médicos eran considerados como físicos y especialmente gozaban de gran estimación social; resulta más curioso cuando conocemos que casi todos eran judíos y que quedaban automáticamente protegidos por los reyes, ya fuesen cristianos o musulmanes, ante cualquier pogromo que afectase a los de su raza o religión (en los reinos cristianos hispanos se fiaban más de la ciencia de unos herejes que de la de un cristiano de pura cepa).
En el Renacimiento esto cambia y el ser médico judío no supone ya crédito alguno ante la sociedad. Es difícil comprender la violencia que los autores más famosos usan para juzgar y condenar la actividad de los médicos. En todo tipo de textos se aprecia un odio visceral hacia la profesión médica en multitud de autores que señalan que en el médico confluyen todos los defectos inherentes al ser humano: petulancia, ignorancia, codicia, crueldad, pereza, etc. Estos defectos aparecen aplicados al médico en las obras de Cervantes, Quevedo, Tirso, Lope, Calderón, Torres Villarroel, etc.
 Tendría que llegar el siglo XVIII para que la Razón comenzara a cambiar esta percepción. La ciencia se convierte en el eje de los cambios sociales y los escritores por boca de la sociedad no podían olvidar los avances que se estaban produciendo en la Medicina.
El que eleva al médico (a los sanitarios en general) a la categoría de héroes en España es el poeta Manuel José Quintana: el médico es el héroe que lucha contra los microbios de la viruela (la expedición Balmis como ejemplo). El médico se ve reivindicado como un ser útil socialmente.
El siglo XIX reconoce en la generalidad de las obras literarias al médico como un individuo útil y amante de la humanidad. En el siglo XX el médico se convierte en el eje de la ciencia y muestra su supremacía sobre el mundo primario de la España rural. Al mismo tiempo, la magnífica Sanidad Pública representará un cambio en el rol del médico: por una parte, sobre todo en el ámbito hospitalario, pierde su individualidad para pasar a formar parte de un equipo y por otra parte aparece el médico “funcionario” como mostraron los autores de un magnífico trabajo: La proletarización del trabajo intelectual, en 1975.
El colofón, como señala Díaz-Plaja es el Psiquiatra, el Psicoanalista, que sustituye en el siglo pasado al director espiritual, conforme va disminuyendo la fe religiosa en el mundo occidental.
Vamos a revisar la posición de los médicos en la literatura española pues sería tarea infinita hacerlo la literatura de otras lenguas, pero no me dejo en el tintero tres de los máximos exponentes de la literatura universal que destilan una gran fobia hacia la profesión médica:
-Opinión de Petrarca sobre los médicos (Carta al papa Clemente VI, 1350):
“No hay leyes que castiguen la ignorancia que mata: y no hay ejemplo de castigo;  aprenden a expensas nuestras y se hacen expertos a fuerza de matar.
Sólo al médico le es concedido dar muerte a los hombres impunemente. Sea documento la memoria de aquel que en su tumba no quiso otro epitafio que: “He muerto por demasiados médicos”.
-Una visión lacerante pero ciertamente clara fue la de Voltaire en el siglo XVII:
“Los médicos recetan fármacos de los que saben poco para curar enfermedades de las que saben menos, en personas de las que no saben nada.”
-La opinión de Rousseau es aún más ácida (Emilio, 1761):
“La medicina, arte más pernicioso a los hombres que todos los males que pretende curar. No sé, por mi parte, de qué enfermedad nos curan los médicos, pero sé que nos provocan otras muchas funestas: la dejadez, la pusilanimidad, la credulidad, el terror de la muerte. Si curan el cuerpo, matan el valor. ¿Qué nos importa que hagan andar a los cadáveres? Lo que necesitamos son hombres, cosa que no vemos salir de sus manos”.
Afortunadamente también hay opiniones muy positivas como la de Saramago (Ensayo sobre la ceguera, 1996):
“Un médico, sólo por sí, vale por varios hombres, palabras que no vamos a entender como directamente cuantitativas sino cualitativamente…”
 Pero centrémonos en la literatura en castellano para la ver la evolución de la opinión de los escritores sobre la profesión médica:
 Antonio de Guevara (Epístolas familiares, 1539):
Antonio de Guevara utiliza una ironía: los médicos tratan de forma diferente las enfermedades ajenas de las propias:
“¿En qué ley cabe que curéis con vino… a vuestra calentura y por otra parte curéis con boñigas de buey a mi ciática?
De loar es la medicina, cuando el médico que viere al enfermo estar en mucho peligro, y de sospechosa enfermedad herido, huelga que con él llamen a otro, si quisiere el paciente, con tal condición que todos juntos se ocupen en estudiar, y que no se paren a parlar y se asean a porfiar.
…sino que por darnos a entender que saben lo que otros no saben, recetan cosas tan peregrinas e inusitadas, que al presente son muy difíciles de hallar, y después muy dificultosas de tomar…
… me quejo Sr, Doctor, que todos los médicos recetáis en latín cerrado, en cifras de jerigonza, en vocablos inusitados…”
 Francisco de Villalobos en Dos diálogos de Medicina (1550) hace alusión a algunos remedios que se prestaban al chiste fácil. La “ayuda” o lavativa realizada por el “obispillo” (ano) era uno de los tres remedios (los otros ventosas y sangrías) que los médicos recomendaban, incluso antes de ver personalmente el enfermo porque tenían la creencia que el daño lo causaba siempre un “humor” maligno que había que extraer del cuerpo del doliente lo antes posible. La “ayuda” (término que ha llegado hasta nuestros días) se prestaba fácilmente al chiste por la situación y postura del enfermo al tomarla:
“…tomaré la ayuda, más ha de ser con ciertas condiciones: primeramente, el cañutillo ha de ser nuevo y de plata, y la vejiga nueva, porque yo no me fio de la limpieza de los otros cañutillos.
-mirad María, si está bien descubierto todo lo que es menester.
-Señor y aun lo que no es menester”
 Juan de Timoneda (El sobremesa y alivio de caminantes, 1576) hace hincapié en alguien que tiene más sentido común para las respuestas que el que tiene el enfermo para las preguntas:
Preguntó un gran señor a ciertos médicos que a qué hora del día era de bien comer. El uno dijo: “Señor, a las diez”, el otro a las once y el otro a las doce. Dijo el más anciano: “Señor, la perfecta hora de comer es para el rico cuando tiene gana y para el pobre cuando tiene de qué”
 Jerónimo de Alcalá incide en las críticas que reciben los médicos (El donador hablado, 1625)
“…gane de comer el médico cuanto quisiere, tenga el crédito y la opinión que pudiere desear, todo es poco para el continuo trabajo y cuidado de su vida, el no tener hora segura de día ni de noche….  
…yo, a lo menos, lo que sé decir de mí, que, si en el siglo estuviera y cargado de hijos, a ninguno de ellos dejara estudiar semejante facultad, escarmentado de lo que vi pasar al bueno de mi amo. Dejo aparte las impertinentes razones del vulgo, aquel decirme cuando pasaba por alguna calle detrás de la mula: Veis allí al criado del matasanos”
Hay quien denuncia la provocación de una dama a su médico (Juan de Salinas, Composiciones varias, 1630). Intentar seducir una mujer al médico fingiendo problemas de salud debe ser tan antiguo como la acción contraria, porque en el siglo XVI ya cuente su irónica contestación el poeta que, en este caso, era también doctor y hablaba seguramente por experiencia.
A UNA DAMA QUE FINGIENDO DESCUIDO ENSEÑÓ LAS LIGAS AL DOCTOR
              Cubrid las ligas, amiga,
              Sin meterme en tentación;
                Que no yo gorrión
                Para que me arméis con liga
 La visión que Francisco de Quevedo tenía de los médicos fue infausta prácticamente en toda su obra y ya sea en verso o prosa, no hay fragmento alguno en el que se elogie al médico:
-(La visita de los chistes, 1540)
“¡Oh malditos pesquisidores contra la vida, pues ahorcan con el garrotillo, degüellan con sangrías, azotan con ventosas, destierran las almas, pues las sacan de la tierra de sus cuerpos sin vida y sin conciencia¡”
 -(El médico):
    ¿Tú sabes que es Medicina?
    Sangrar ayer, purgar hoy.
    Mañana ventosas secas
    y es otro Kirieleyson.
    Dar dineros al concejo,
    presentes al que sanó
    por milagro o por ventura,
    barbar bien, comer mejor.
    Contradecir opiniones.
    Culpar siempre al que murió
    de que era desordenado
    y ordenar su talegón.
    Que con esto y buena mula,
    matar cada año un lechón
    y veinte amigos enfermos;
    no hay Hipócrates como yo.
   Luis de Góngora y Argote da una de cal y otra de arena en este tema:          -(Décimas, 1620): El humor negro aplicado al médico ignorante que aprovecha cualquier fiebre para matar al paciente:
          Médico es, aunque lego
        Que, a la menor calentura,
        Su cara ni siendo cura,
        Da el olio y entierra luego,
        Le concederé de grado
        Un pergamino arrollado
        Y un engastado zafir.
        Mucho tengo que reír.
 -pero en algún caso, Góngora enaltece a un cirujano (Décimas, 1620):
AL LICENCIADO ENRIQUE VACA, MEDICO Y CIRUJANO, QUE ESCRIBIO UN LIBRO ACERCA DEL MODO DE CURAR LOS HERIDOS DE LA CABEZA
      Vences, en talento cano
      A tu edad, a tu experiencia,
      Así con tu sabia ciencia
      Como tu diestra mano    
      ¡Oh Enrique, oh del soberano  
Algunos, como Mateo Alemán satirizan la figura del médico. En el Barroco se critica sobre todo a los médicos que no merecen este nombre. Los ejemplos que ponen los escritores son de gente que se lanza al ejercicio de la medicina sin tener la menor idea de esa ciencia (El pícaro Guzmán de Alfarache, 1610):
“Quísome parecer a lo que aconteció en La Mancha con un médico falso: no sabía letra, ni había nunca estudiado; traía consigo gran cantidad de recetas, a una parte de jarabes, y a otra de purgas; y cuando visitaba algún enfermo, metía la mano y sacaba una, diciendo primero entre sí: Dios te la depare buena, y así le daba con que primero encontraba”.
 En El acero de Madrid (1630) Lope de Vega menciona cierta contumacia en algunos individuos para disfrazarse de médicos como único medio de poder acercarse, aún de forma subrepticia, a la mujer amada que permanecía encerrada en casa como era habitual en esa época y permitirse algún mínimo acercamiento físico.
 Calderón de la Barca va más allá y en El Médico de su honra (1670) glosa la
figura del médico que usa sus conocimientos para asesinar y salvar su honra:
   Este fue el más sutil medio
   Para que mi afrenta acabe
  Disimulada, supuesto
   Que el veneno fuera fácil
   De averiguar, las heridas
  Imposibles de ocultarse.
   Y así, contando la muerte,
   Y diciendo que fue lance
   Forzoso hacer la sangría
   Ninguno podrá probarme
No podía faltar la figura del médico en la novela picaresca. En vista del buen éxito que tiene la sátira del médico, del boticario y del cirujano el autor decide reunirlos en una familia, acumulando efectos cómicos. El médico está en combinación con su hermano el boticario para recetar 10 cosas al enfermo que necesitara sólo de 1 y partir las ganancias en un título muy evocador (Antonio Enrique Gómez, Vida de don Gregorio Guadaña, 1650).
“Yo, señores míos, nací en Triana, un tiro de vista de Sevilla, por no tropezar en piedra. Mi padre fue doctor de medicina, y mi madre comadre; ella servía de sacar gente al mundo, y él de sacarlos del mundo; uno le daba cuna, y otro, sepultura”.
 Una pregunta que hoy sería ridícula era en el siglo XVII fruto de debate: Y las mujeres ¿pueden ser doctores? (Tirso de Molina, El amor médico, 1640):
     QUITERIA:       Yo no te sé responder
                             Porque no sé argumentar
                             Pero ¿por qué ha de estudiar
                             Medicina una mujer?
      DOÑA JERONIMA: Porque estimo la salud
                              Que anda en poder de ignorantes.
                              ¿Piensas tú que seda y guantes
                               De curar tiene virtud?
No parece que Miguel de Cervantes tuviese una opinión muy positiva de los galenos:
-(El Licenciado Vidriera, 1600):
“Le preguntó entonces que qué sentía de los médicos, y respondió esto: de los malos que no hay gente más dañina a la república que ellos. El juez puede torcer o dilatar la justicia; el letrado sustentar por su interés nuestra injusta demanda; el mercader a quitarnos la hacienda; finalmente, todas las personas a quien de necesidad tratamos, nos pueden hacer algún daño; pero quitarnos la vida sin quedar sujetos al tenor del testigo, ninguno; sólo los médicos nos pueden matar: nos matan sin temor y a pie quedo sin desenvainar”.
-los personajes de Cervantes en El Quijote se dividen: Don Quijote trata el oficio de médico con respeto como señor que es y de cultura más que mediana. En cambio, Sancho cuando menciona esa profesión dirá lo que repite el vulgo con las acusaciones típicas- codicia e incapacidad- a cuentas de no haber recibido recompensa por resucitar a Altisidora:
“Es verdad señor que soy el más desgraciado médico que se debe hallar en el mundo, en el cual hay físicos que, con matar al enfermo que curan, quieren ser pagados de su trabajo que no es otro, sino firmar unas cedulillas de algunas medicinas que no las hace él, sino el boticario: A mí que la salud ajena me cuesta gotas de sangre, mamonas, pellizcos, alfilerazos y azotes no me dan un ardite”.
(A uno de los grandes médicos del siglo XVII, Thomas Sydenham, se le preguntó en una ocasión qué libro se debía leer para aprender Medicina: recomendó Don Quijote. Lo hizo por el humanismo que desbordaba el texto de Cervantes y como crítica al sectarismo de los libros científicos de la época).
  CONTINUARÁ…
  4/5/2021
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