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La marcha de los gringos
Por Fabrizio Mejía, para Sin Embargo al Aire.
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#ElINEnosetoca#Genaro García Luna#Golpe de estado blando#Intervencionismo estadounidense#Ola rosa#Plan B#Reforma electoral#Revoluciones de colores#Youtube
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La hora de los Estados-civilizaciones
Por Alain de Benoist
Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera
“No puede existir una civilización digna de tal nombre que no haya rechazado algo o no renunciara a algo”. (Fernand Braudel)
La naturaleza del Nomos de la Tierra que determinará el Nuevo Orden Mundial naciente es testigo actualmente de la lucha entre tres modelos distintos: el internacionalismo liberal, los Estados nacionales nacidos del orden westfaliano y los Estados-civilización.
El internacionalismo liberal es una continuación del pensamiento liberal clásico que establece la necesidad de que exista un Estado de Derecho, la protección de los derechos individuales garantizados por una Constitución, la primacía de las normas durante cualquier procedimiento, la democracia parlamentaria y la libertad de mercado, elementos considerados como universales y “humanos” que únicamente es posible establecer olvidando las historias particulares de cada pueblo, por lo que aquellos que rechazan lo que ritualmente se presenta como “libertad y democracia” son inmediatamente considerados como no humanos y convertidos en parte del “eje del mal”, debido a que el liberalismo considera que cualquiera que se resista a la expansión de su modo de vida basado en el individualismo y el capitalismo es una “agresor”. Todo lo anterior demuestra que el liberalismo tiene una gran contradicción interna: por un lado, defiende teóricamente el principio de tolerancia frente a las decisiones individuales de cada uno, lo que lo lleva a defender la “neutralidad de los poderes públicos” (este es el origen de la laicidad francesa) (1), pero, por otro lado, quiere extender la idea del individualismo por todo el mundo en detrimento de otros sistemas de valores, lo cual va en contra del principio mismo de la tolerancia. El liberalismo no se contenta con afirmar la superioridad universal absoluta de la democracia liberal, sino que busca imponerla en todo el mundo, con lo cual multiplica su injerencia en todas partes, pasando de una simple teoría a una coartada ideológica que promueve una forma de imperialismo brutal. Este fue el caso de los Estados Unidos que pasó de la Doctrina Monroe (1823) que negaba categóricamente cualquier forma de intervencionismo (principio de neutralidad) a una teoría que promueve el derecho ilimitado de intervenir en todas partes. Carl Schmitt escribía que “el principio de no intervención y el rechazo de todas las potencias extranjeras por parte de Estados Unidos terminó evolucionando hasta convertirse en la justificación para todas las intervenciones imperialistas estadounidenses”.
Por otro lado, tenemos a los Estados-nación los cuales se conciben a sí mismos como la unidad política primera del orden internacional consagrado por las Naciones Unidas y que cada país debe afirmar su soberanía. Además, los Estados-nación rechazan el pluralismo típico de los poderes imperiales en favor de que cada pueblo tenga un territorio habitado por una única comunidad política, siendo intolerantes frente a las diferencias y homogeneizando todos sus componentes internos. El internacionalismo liberal no es el principal enemigo de los Estados-nacionales en la medida en que estos últimos siempre pueden ser colonizados por los valores liberales: conocemos muy bien el éxito que ha tenido el liberalismo a la hora de imponer la legitimidad universal de la democracia liberal (la cual Hayek llamaba la “protección constitucional del capitalismo”) y el libre mercado en todo el mundo. El internacionalismo liberal no considera a los Estados-nacionales como un obstáculo para la expansión internacional del mercado mundial, mientras que en el plano político y militar los apoya siempre y cuando le permitan expandir su influencia. Este ha sido el caso de la guerra de Ucrania, donde Estados Unidos apoya abiertamente las pretensiones de Ucrania de convertirse en un Estado-nación con tal de que esta se pliegue a sus intereses.
Sin embargo, esto último no se aplica a los Estados-civilización, a los cuales el internacionalismo liberal considera como sus principales enemigos ya que estos se oponen, debido a su propia naturaleza, a la difusión de los valores liberales. Pero, ¿qué es este recién llegado al que varios autores (2) denominan actualmente con el nombre de “Estados-civilización”? Los Estados-civilización son potencias regionales cuya influencia se extiende más allá de sus fronteras y que consideran el Nomos de la Tierra como fundamentalmente multipolar. En particular, China y Rusia son considerados como Estados-civilización. Sin embargo, esta categoría puede aplicarse a muchos otros Estados que han organizado mediante una cultura que tiene una larga historia varias territorios y grupos etnolingüísticos diversos como son el caso de India, Turquía e Irán, por solo citar algunos ejemplos. Los Estados-civilización oponen al universalismo occidental un modelo en donde cada civilización debe tener su propia identidad, basada en sus propios valores culturales e instituciones políticas que no puede ser reducido a un modelo universal. Además, los Estados-civilización no sólo quieren conservar su soberanía sin someterse a la dictadura de las élites supranacionales, sino que también quieren frustrar cualquier proyecto “globalista” destinado a reinar sobre todo el planeta, pues son conscientes de que cada cultura no es idéntica a las otras y afirmando que no puede existir una cultura que se imponga sobre el resto. Una característica que tienen todos los Estados-civilización es que denuncian el universalismo occidental como una forma de etnocentrismo enmascarado y un sistema elegante para ocultar su imperialismo hegemónico. Antes que nada, los Estados-civilización se fundamentan en su historia y su cultura no solo con la intención de afirmar que su modelo político y social es diferente al que pretende imponer el internacionalismo liberal, sino también con la intención de considerarlo como una alternativa, una especie de “buen vivir” tanto política como religiosa. Es decir, estos valores se consideran como sustanciales y no negociables, ya que el Estado mismo debe encarnarlos y defenderlos. En otras palabras, el Estado-civilización pretende establecer una concepción del bien basada en valores concretos y una tradición específica. Y no importa si son gobernados por un nuevo Zar, un nuevo Emperador o un nuevo Califa, todos ellos rechazan en nombre de la idea confuciana de la “armonía”, la herencia de la “Santa Rusia” (“Moscú, la Tercera Roma”), el eurasianismo, el hinduismo o la memoria del califato el dominio occidental. Lo que tienen en común todos los Estados-civilización es su negativa a someterse a las normas occidentales, aun cuando en el pasado aceptaron algunas de ellas con la intención de “modernizarse”. Por lo que occidentalización y modernización no siempre van de la mano.
En su libro póstumo, Povedenie (“Comportamiento”), publicado en el 2021, el filósofo ruso Konstantin Krylov (1967-2020), sostiene que desde sus orígenes Rusia es un país ajeno al liberalismo. Rusia rechaza el liberalismo, pero no la democracia. A pesar de que Krylov se convirtió al zoroastrismo en uno de sus viajes a Uzbekistán, siempre subrayó en su trabajo la importancia de la religión ortodoxa. Por su parte Paul Grenier, que dirige el Centro de Filosofía Política Simone Weil de los Estados Unidos escribió hace poco un ensayo donde dice: “No conozco ningún intelectual ruso conservador que considere a Rusia como parte de la civilización occidental. Todos afirman que es algo completamente separado y distinto” (3). Tal opinión ya era sostenida por Nikolai Danilevski y Oswald Spengler que destacaban las especificidades del comportamiento social y los preceptos éticos de los rusos como, por ejemplo, la “nosotreseidad” de su lenguaje (en ruso no se dice “mi hermano y yo salimos a pasear” sino “nosotros y mi hermano salimos a pasear”). A la búsqueda del interés propio (self-interest) promovida por el liberalismo Rusia opone las prerrogativas de lo sagrado, negando relegarlas a la esfera de lo privado y rechazando la neutralidad del Estado a la hora de defender sus valores. Por lo tanto, en la guerra en Ucrania Rusia no solo busca evitar que la primera se convierta en un Estado-nación ajeno al espacio civilizatorio del mundo eslavo, sino que también rechaza la lógica misma del Estado-nación que busca imponer una visión puramente laica del mundo propia del liberalismo imperante en el “Occidente colectivo”, siendo este último percibido como una sociedad “decadente” respaldada por un sistema liberal hegemonizado por los Estados Unidos.
Otro proyecto es el planteado por la Escuela de Kiōto, la cual fue fundada en 1941 por Nishida Kitarō (1870-1945) y Tanabe Hajime, tal vez los primeros que, incluso antes de la aparición de los movimientos de descolonización, desarrollaron la idea de un mundo multipolar dividido en grandes espacios cada uno considerado como un crisol donde existían culturas y civilizaciones diversas. Estos filósofos japoneses fueron los primeros en criticar los principios abstractos del universalismo occidental, basados en el capitalismo y el cientificismo, en nombre de la pluralidad de culturas propia del “mundo real” (sekaiteki sekai). Los principales representantes de esta escuela filosófica fueron Kōsaka Masaaki, Kōyama Iwao, Nishitani Keiji y Suzuki Shigetaka. Los filósofos europeos que al parecer más los influyeron fueron Johann Gottfried von Herder y Leopold von Ranke. Además, la Escuela de Kiōto se ha visto muy influida en los últimos tiempos por las ideas de pensadores comunitaristas como Charles Taylor y Alasdair MacIntyre (4). Fue precisamente dentro de este grupo de filósofos que se propuso el proyecto de crear una “esfera de co-prosperidad para la Gran Asia Oriental”, la cual agruparía en su interior varios países de acuerdo a un sistema de valores compartidos y respetaría la autonomía de cada uno. Este proyecto no debe confundirse con el “japonocentrismo” de la derecha nacionalista ni con el imperialismo japonés de ese entonces, ya que tales ideas fueron censuradas oficialmente a partir de junio de 1943 por el Estado japonés que cerró todas las publicaciones de la Escuela de Kiōto, reprochándoles a estos autores el asignarle al gobierno japonés una misión que no fuera la mera expansión imperialista.
En la actual China también han aparecido pensadores parecidos, los fundadores de la Escuela Tianxia, como Zhao Tingyang, el historiador Xu Jilin, Xu Zhuoyun, Wang Gungwu y Liang Zhiping que abogan por “utilizar a China para explicar a la propia China” (yĭ zhōngguó jiěshì zhōngguó). A esta lista habría que agregar a Jiang Shigong, partidario del “socialismo con características chinas”. Todos estos teóricos hablan de la idea del Tianxia (“todo bajo el cielo”) (5), la cual es un principio espiritual de la China premoderna cuya manifestación concreta era el Imperio Celeste. El concepto de Tianxia es polisémico y ya desde los tiempos de Lao-Tse y Confucio hacía referencia al ideal de un orden civilizatorio donde China constituía el núcleo de un imaginario espacial donde existía un orden jerarquizado en el que cada uno de sus miembros ocupada su lugar de acuerdo a su propia “virtud” y donde el objetivo de todo el sistema político era garantizar la armonía del conjunto. Según Zhao Tingyang, se trata de un “concepto complicado en el que la metafísica como filosofía política sustituye a la metafísica como ontología de la filosofía primera” (6), afirmando con ello que las culturas orientales son incompatibles con otros sistemas de valores y que China debe escapar del eurocentrismo con tal de volver a asumir su papel como el Reino Medio. Xu Jilin considera que “el origen de la [actual] crisis no es más que la mentalidad que otorga la supremacía absoluta a la nación, por lo que para abordar realmente la raíz del problema”, escribe, “necesitamos una forma de pensamiento contrapuesta al nacionalismo. Llamo a esta forma de pensamiento un ‘nuevo Tianxia’, una perla de sabiduría axial propia de la civilización premoderna china que debe ser reinterpretada según los criterios modernos”.
Por su parte, los liberales siempre han afirmado “defender la civilización” que, a sus ojos, equivale a la imposición de los derechos individuales y el libre mercado sobre el resto... Cualquiera que se desvíe de esa interpretación deja de ser parte del “mundo civilizado” y quienes se niegan a ajustarse a tal modelo son inmediatamente deslegitimados y denunciados como “poderes autoritarios y antidemocráticos” como si la democracia liberal fuera la única forma de democracia posible. Resulta significativo que desde la década de 1990 las autoridades chinas hayan comenzado a rechazar cualquier crítica en su contra, especialmente en nombre de los derechos humanos, mientras afirman sus “valores asiáticos”. Xi Jinping dijo en enero de 2021 en el Foro de Davos que “la igual que no existen dos hojas iguales en el mundo tampoco existen dos historias, dos culturas o dos sistemas sociales iguales. Cada país es único en todos los sentidos y ninguno es superior a otro. No debemos atacar las diferencias, sino… los intentos de imponer una jerarquía entre las civilizaciones u obligar a alguna de ellas a alinearse con la historia, la cultura y el sistema social de otra”.
Este reconocimiento de la crisis tanto del universalismo como de la hegemonía occidental va de la mano de la sensación de que el orden internacional basado en el equilibrio y conflicto entre Estados-nación se ha acabado tal y como lo previó en la década de 1930 Carl Schmitt (7). El auge de los Estados-civilización implica el inicio de un nuevo orden mundial que ya no puede reducirse al equilibrio inestable entre Estados-nación. A medida que las civilizaciones se conviertan en el eje geopolítico de las futuras confrontaciones esto significará que el nuevo marco de lucha dejará de ser los Estados-nación tradicionales que serán reemplazados por los Estados-civilización. Los Estados-civilización darán lugar a un nuevo concepto de la soberanía que ya no tendrá nada que ver con los Estados-nación. Conviene hacer aquí una observación conceptual, ya que la palabra “civilización” no está exenta de ambigüedades ni mucho menos. Samuel P. Huntington comprendió que el significado de tal palabra varia ya sea que se utilice en singular o plural. No es una casualidad que el libro de Huntington The Clash of Civilizations (1996) fuera traducido al alemán como Kampf der Kulturen, ya que en Alemania Kultur es lo opuesto a Zivilisation y autores como Spengler, por poner un ejemplo, consideraban que la “civilización” era el estadio de decadencia final propio de las grandes culturas. Como ya hemos dicho, los liberales se presentan como los “defensores por excelencia de la civilización”, la cual entienden únicamente en singular, siendo este argumento el que legitimó en el pasado la colonización y que posteriormente llevó a Fukuyama a hablar del “fin de la historia” en el sentido de un mundo totalmente libre de las relaciones de poder. Los Estados-civilización, por el contrario, hablan de civilizaciones (o culturas) en plural, por lo que no defienden a la “civilización” como tal, sino únicamente a su propia civilización.
Ahora bien, valdría la pena preguntarnos hasta que punto los Estados-civilización han tomado el lugar de los imperios, tradicionalmente definidos como Estados multinacionales o incluso multiculturales que gobiernan vastos territorios y pueblos cuya autonomía local era respetada siempre y cuando se atacará la ley común creada por el poder central. El concepto de Estado-civilización se parece mucho al de “Gran Espacio” (Großraum) teorizado por Carl Schmitt, quien lo usó para repensar las relaciones internacionales e ir mucho más allá del sistema creado por los Estados-nacionales. Un “Gran Espacio”, según Schmitt, requiere de un “gran pueblo”, un vasto territorio y una voluntad de mantener su autónoma política. “Los imperios”, escribió, “son aquellas potencias dominantes cuya idea política irradia mucho más allá de sus fronteras y que, por principio, excluye la intervención de poderes extranjeros en su territorio”. Y continua: “El imperio es más que un Estado grande del mismo modo que un Gran Espacio no es únicamente un micro-espacio grande. La lógica que siguen los Grandes Espacios no tiene un alcance universal, únicamente busca integrar dentro de su territorio a terceros países sobre los que ejerce su influencia. Por lo tanto, se trata de un paradigma espacial y no nacional” (8). Finalmente diré que Europa, ese Gran Espacio de hibridación cultural e ideológica que existe desde hace dos mil años, es al día de hoy un lugar neutralizado donde chocan dos concepciones opuestas de la civilización.
Notas:
1. Trans: La laïcité (laicidad) es un concepto francés que aboga por la separación de la religión y el Estado, garantizando la igualdad de trato y la libertad de creencias para todos los individuos.
2. Christopher Coker, The Rise of the Civilizational State. Londres: Polity, 2019.
3. “Konstantin Krylov’s Ethical Theory and What It Reveals about the Propensity for Conflict between Russia and the West”, en Telos 201 (invierno de 2022), p. 112.
4. Kenn Steffensen, “The Political Thought of the Kyoto School”, en Michiko Yusa (ed.), The Bloomsbury Research Handbook of Contemporary Japanese Philosophy, Nueva York: Bloomsbury, 2017. Véase también John W. M. Krummel, !The Kyoto School's Wartime Philosophy of a Multipolar World!, en Telos 201 (invierno de 2022), pp. 63-83.
5. Se dice que el Tianxia alcanzó su época dorada en tiempos del duque de Zhou, un líder militar y escritor que vivió en el siglo XI a. C. y que a veces es considerado como el fundador del confucianismo, aunque vivió varios siglos antes que Confucio.
6. “La philosophie du tianxia", en Diogène, 2008, 1, pp. 4-25. Véase también Zhao Tingyang, Tianxia, tout sous le même ciel [2016], París: Cerf, 2018.
7. Amitav Acharya, The End of American World Order, Cambridge: Polity, 2014; Oliver Stuenkel, Post-Western World: How Emerging Powers Are Remaking Global Order, Cambridge: Polity, 2016. Véase también Martin Jacques, When China Rules the World: The End of the Western World and the Birth of a New Global Order, Nueva York: Penguin Press, 2009; Charles Horner, Rising China and Its Postmodern Fate, Athens: University of Georgia Press, 2009.
8. Karl Peyrade, “Le droit des peuples réglé sur le grand espace de Carl Schmitt”, texto en línea, 23 de mayo de 2017.
#alain de benoist#estados civilización#historia#grandes espacios#civilizaciones#relaciones internacionales
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Extradiciones de narcos | Cuota de AMLO a EU
CIUDAD DE MÉXIXO * 23 de septiembre 2024. ) Apro El presidente Andrés Manuel López Obrador extraditó a 341 presuntos narcotraficantes a Estados Unidos, un promedio de 62 por año, con lo cual cumplió la cuota de extradiciones a la que se comprometió con Washington en el Acuerdo Bicentenario, indicó un estudio de la organización Elementa DDHH. En el informe “Extraditar la verdad México”, la ONG reveló que según documentos obtenidos del colectivo Guacamaya, mientras se negociaba el Acuerdo Bicentenario la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) garantizó a las autoridades estadunidenses que México extraditaría cada año al vecino país a 60 presuntos narcotraficantes. Y este compromiso fue seguido al pie de la letra por López Obrador, quien cada año de su sexenio firmó la extradición de 61.9 mexicanos en promedio, así la cifra exacta para cumplir la cuota de 60. Estas extradiciones ocurrieron “pese a la retórica no intervencionista del presidente López Obrador, quien al igual que sus antecesores contribuyó a la estrategia kingpin”, la cual se centra en perseguir a los líderes de los grupos criminales y no en combatir el crimen. El reporte, que coordinaron la directora de Elementa DDH, Adriana Muro, y la directora de la oficina en México, Renata Demichelis, contabilizó las extradiciones a Estados Unidos que firmó López Obrador desde el inicio de su gobierno hasta junio de este año, lo que arrojó un promedio de 5.1 cada mes. López Obrador realizó menos extradiciones que los presidentes Felipe Calderón (615) y Enrique Peña Nieto (421), pero su vehemente discurso contra el intervencionismo contrasta con su colaboración con Estados Unidos no sólo en materia de narcotráfico, sino también en el tema de la migración, en el que México ha jugado un papel para contener los flujos de migrantes latinoamericanos. De acuerdo con Elementa DDHH, la política criminal en materia de drogas de Estados Unidos, cuya piedra angular es la extradición, “representa un beneficio para la crisis de corrupción e impunidad que prevalecen en las instituciones de justicia de nuestro país”. Esto, porque “la política bilateral actual permite que la responsabilidad judicial recaiga en la jurisdicción estadounidense”, es decir, se ha extraditado a ese país el proceso penal, lo cual “facilita que México evada su responsabilidad de investigar y sancionar y debilita a las instituciones locales”. El informe de la ONG de derechos humanos, seguridad y política de drogas señaló que las dependencias gubernamentales en México “pierden memoria institucional y conocimiento práctico para procesar casos tan relevantes como el de Édgar Veytia (exfiscal nayarita), Genaro García Luna (exsecretario de Seguridad) y (el narcotraficante) Joaquín Guzmán Loera”. También propicia las delaciones y los presuntos secuestros de criminales ocurridos en territorio mexicano con el propósito de entregarlos a Estados Unidos, como ocurrió en julio pasado con el jefe histórico del Cártel de Sinaloa, Ismael “El Mayo” Zambada, quien fue al parecer plagiado por Joaquín Guzmán López para negociar un acuerdo con la Fiscalía del vecino país. Los fiscales estadunidenses, señaló la ONG, han promovido las negociaciones para lograr que una persona acusada testifique en contra de un coacusado o pueda apoyar al gobierno en señalar a otras personas implicadas en actividades delictivas. “Esto permite que se mantenga la espiral de persecución en países productores de drogas sin afectaciones concretas a la operación del mercado”, agregó el informe. Lo que hay en la práctica es un sistema burocrático en el que las agencias antidrogas, a las cortes y a los fiscales, se centran en abultar estadísticas para aparentar que luchan contra las drogas y para engrosar sus presupuestos. “Esto es una utilización política de las extradiciones”, dijo la directora de Elementa DDHH, Adriana Muro. A los fiscales y a las cortes estadounidenses tampoco les interesa si es ilegal la llegada a su país de las personas para enfrentar acusaciones por delitos de drogas. “En el caso Humberto Álvarez Machaín, relacionado con el asesinato del agente de la DEA, Enrique ‘Kiki’ Camarena, la Suprema Corte estadounidense validó su secuestro en territorio mexicano (ocurrido en abril de 1990) previo a su traslado a Estados Unidos, lo cual valida casos recientes como el de ‘El Mayo’ Zambada”, señaló el documento. Y sostuvo que las acciones de extraterritorialidad judicial promovidas por la DEA benefician tanto a los objetivos de la política criminal estadounidense, como a la impunidad y corrupción de las instituciones de justicia en México”. La ONG, con sedes en México y Colombia, deploró que los procesos en Estados Unidos por delitos de drogas se centren “en gramos y sustancias, no en la vida de miles de personas afectadas por el sistema bélico de la prohibición y las redes de corrupción que permiten que opere el mercado”. De 150 casos de extradiciones revisados por Elementa DDHH, en sólo tres se sentenciaron delitos asociados a víctimas. “Para las cortes que juzgan sobre delitos de drogas cometidos en México, las víctimas existen cuando cumplen un rol o para la política criminal de Estados Unidos”, señaló, y sostuvo que a menudo se olvida que los narcotraficantes también son responsables de violaciones masivas a los derechos humanos. La ONG llamó la atención sobre la opacidad del Acuerdo Bicentenario, suscrito por el gobierno de López Obrador con Estados Unidos en 2021. “No se publicó el convenio original y no existen reportes de acceso libre que demuestren los avances en sus indicadores de evaluación”, sostuvo Elementa DDHH y alertó que ese acuerdo “ha continuado con el modelo bélico y punitivo de la prohibición en sus objetivos e indicadores”, uno de los cuales son las extradiciones. www.acapulcopress.com Read the full article
#“ExtraditarlaverdadMéxico”#AdrianaMuro#AndrésManuelLópezObrador#ElementaDDHH#RenataDemichelis#SecretaríadelaDefensaNacional(Sedena)
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Lxs vzlanes de oposición no han caído en cuenta de que si los gringos se toman Vzla, apoyados por la oposición, va a ser un típico cvy (Cómo Voy Yo (ahí)). Nadie hace un favor de esos gratis, menos los gringos
EUA hace RATO le tiene ganas a los recursos vzlns, de las peores cosas que les pasó fue cuando Chávez les apartó la mano del petróleo VzIano. La intervención gringa va a llevar a una reparación de las industrias y demás estructuras públicas, de forma tal que los principales beneficiados sean los burgueses + el aparato industrial gringo.
Dicho de otra forma, para el VzIano promedio que ya está de por si luchándola con una moneda super devaluada va a ser peor. Luego como solución les van a decir "dolarícense" y ahí sí que van a quedar subyugados.
Yo personalmente sí creo que hubo fraude electoral, y esto SIEMPRE debe condenarse. Los dchos humanos por encima de todo. Pero, precisamente con eso en mente es por lo que no se puede acolitar el intervencionismo estadounidense. Es una condena de muerte, de pérdida de la soberanía, de volver a darle entrada a EUA al continente luego de que se ha hecho tanto por reclamar la autonomía política de Suramérica, etc etc.
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EU tiene la manía de entrometerse en la política interna de otros países: AMLO
Estas declaraciones se suman a su reciente crítica sobre la falta de autoridad moral de Estados Unidos para juzgar a México en temas de derechos humanos El presidente Andrés Manuel López Obrador reiteró hoy su llamado a Estados Unidos para que modifique su política exterior, a la que calificó de "prepotente" e "injerencista", argumentando que viola el derecho internacional, la independencia y la soberanía de los pueblos. “Es una manía del gobierno de Estados Unidos de entrometerse en la política interna de otros países. Desde hace cuando menos dos siglos. Y no solo es opinar o dar cartas de buena conducta, como si ellos fuesen los jueces, el gobierno del mundo. Sino intervenir militarmente a países con gobiernos no sometidos a los intereses del gobierno de Estados Unidos. Esa es la historia”. Estas declaraciones se suman a su reciente crítica sobre la falta de autoridad moral de Estados Unidos para juzgar a México en temas de derechos humanos. Cuestionó por qué Estados Unidos se mete en el diferendo que mantiene su gobierno con la Suprema Corte de Justicia de la Nación. “¿Qué tienen ellos que meterse en el asunto de las diferencias que tenemos con el Poder Judicial? ¿Quiénes son ellos? ¿Para intervenir? ¿Cuál es el fundamento legal? ¿Quién les autoriza a intervenir? Están violando flagrantemente el derecho internacional, la independencia, la soberanía de los pueblos”. López Obrador denunció la larga historia de intervencionismo estadounidense en América Latina, recordando episodios como la guerra contra México en el siglo XIX, que resultó en la pérdida de territorio mexicano. Además, destacó brevemente momentos de una política más respetuosa, como la aplicada por el presidente Franklin D. Roosevelt. En su conferencia de prensa matutina, el mandatario cuestionó la injerencia de Estados Unidos en asuntos internos mexicanos, señalando que dichas acciones violan el derecho internacional y la soberanía nacional. Read the full article
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Momento oportuno para recordar que Alfred pudo haber hecho desaparecer a México:
Realmente me provoca escalofríos pensar en la propuesta de Samuel Houston
Tengo varios HC sobre toda la Intervención Estadounidenses, la cual debí desglosar hoy por la fecha, pero se me pasó.
Aunque lo que mencionaría en este momento, es que para Alejandro esto ha sido la máxima traición de la vida, fue algo que hasta determinó su carácter por muchos años y hasta la fecha se puede ver reflejado: los decretos de no intervencionismo que le hubiera gustado ver aplicados en él.
HC: Alejandro si tiene la cicatriz de ese entonces: horizontal, de hombro a hombro, en la espalda. Fácilmente pudo quedar decapitado.
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INTERVENCIONISMO EN AMÉRICA LATINA
Por: Moisés Avilés
El constante intervencionismo de Estados Unidos en América Latina, discursivamente, se ha presentado como una tendencia política a raíz de la cual se ha gestado un conjunto de acciones sistemáticas orientadas a la búsqueda de prosperidad y bienestar en las naciones menos desarrolladas, o así lo ha intentado pintar el país del norteamericano.
Sin embargo, del otro lado del discurso, estas acciones supuestamente “bien intencionadas” tienen otra interpretación. Pues tras el impacto del Tío Sam en Latinoamérica, se empezó a entender este fenómeno intervencionista como el resultado tangible de un sistema de convicciones cubierto por una fachada discursiva que disimulaba los verdaderos intereses de los Estados Unidos. Pues esta nación, motivada por el capital e influenciada por una inexorable tendencia expansionista, históricamente ha conducido a los países intervenidos por caminos nada agradables. Lo que ha provocado varias incógnitas, entre ellas: ¿Cómo inició todo?
Pues bien, empecemos desde el principio:
1823, “América para los americanos”.
La doctrina Monroe es el punto de partida para toda la política intervencionista posterior. En un inicio, la frase “América para los americanos” significó el fin de las intervenciones europeas en las jóvenes repúblicas americanas, pero con el tiempo se convirtió en la licencia para que EE. UU. se convirtiese en una especie de “policía” de la región.
Destino Manifiesto y las interpretaciones de O´Sullivan
Contenidos determinantes en la construcción del imaginario colectivo estadounidense fueron los fundamentos del pensamiento político y sus implicaciones en política exterior. El ejemplo perfecto de la ideología dominante en el país del norte se refleja en las siguientes citas del periodista decimonónico O´Sullivan:
“El cumplimiento de nuestro destino manifiesto es extendernos por todo el continente que nos ha sido asignado por la Providencia, para el desarrollo del gran experimento de libertad y auto-gobierno. Es un derecho como el que tiene un árbol de obtener el aire y la tierra necesarios para el desarrollo pleno de sus capacidades y el crecimiento que tiene como destino.”
“Y esta demanda está basada en el derecho de nuestro destino manifiesto a poseer todo el continente que nos ha dado la Providencia para desarrollar nuestro gran cometido de libertad y auto-gobierno.”
Con estos antecedentes, entender las violentas intervenciones cargadas de una marcada transformación en materia económica se vuelve, en algo, entendible. Aún más, cuando recordamos el caso más amplio y conocido en América Latina, “El Plan Cóndor”.
Pese al fin de la aplicación de dicho plan y el regreso a la democracia en las repúblicas latinoamericanas, la intervención económica del imperio estadounidense perdura hasta nuestros días. Y de esto, ustedes serán testigos a través de nuestras próximas publicaciones.
Fuente: RT en Español
Si desean conocer más de ciertos conceptos o contenidos mencionados en esta introducción les sugerimos las siguientes fuentes:
Antecedentes al acontecer actual: https://www.telesurtv.net/news/10-intervenciones-de-miedo-de-la-CIA-en-Latinoamerica--20160606-0059.html
Dónde pudo empezar todo? https://www.telesurtv.net/news/implicaciones-doctrina-monroe-latinoamerica-20191204-0053.html
Una base ideológica más: el destino manifiesto https://www.telesurtv.net/news/Estados-Unidos-y-su-politica-injerencista-global-20160517-0013.html
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Kabul y el desplome del sueño neoconservador
Artículo publicado originalmente en El Universal: https://www.eluniversal.com.mx/opinion/mauricio-meschoulam/kabul-y-el-desplome-del-sueno-neoconservador
Nuestra política exterior y de defensa van “a la deriva”, escribía un grupo de personas en junio de 1997 al fundar un centro de pensamiento e investigación llamado “Proyecto para un Nuevo Siglo Americano (PNAC)”. Washington vive del capital que construyó en décadas pasadas, pero ese capital se está agotando, decían. “Estados Unidos enfrenta el reto de moldear el nuevo siglo a favor de sus principios e intereses”. Urge dar un giro a la política internacional de Clinton. Es indispensable redoblar el presupuesto militar, activar el liderazgo estadounidense en el planeta, y, con la bandera de la democracia y una “claridad moral” indiscutible, retar a los regímenes “hostiles a nuestros intereses y valores”. Se requiere una política exterior “neo-reaganiana” que impulse la “hegemonía global benévola” y la “unipolaridad” estadounidense. La carta de principios del PNAC fue firmada por 25 personas. Diez de ellas ocuparon, cuatro años después, puestos clave en la administración de George W. Bush. Personalidades como el vicepresidente Cheney, el secretario de defensa Rumsfeld o su subsecretario, Wolfowitz, eran algunos de los firmantes. Mucho antes de los ataques del 11 de septiembre del 2001, ya argumentaban que había que cambiar el régimen en países como Irak. Y por supuesto, tras esos atentados, ellos fueron los arquitectos de las intervenciones militares estadounidenses en Afganistán e Irak. Hoy, cuando Kabul cae en manos de los talibanes, vale la pena revisitar sus estrategias.
El grupo en cuestión forma parte de la corriente neoconservadora, conocida en Washington como los “neocons”. Su pensamiento político procede de los años sesenta, inspirado en intelectuales como Leo Strauss. Sin embargo, al formular sus ideas como la promoción de la “paz mediante la fuerza”, o el “intervencionismo internacional para expandir la democracia”, los neoconservadores que firmaron la carta del PNAC y penetraron en la administración Bush, más bien llevaron a cabo sus propias interpretaciones de ese pensamiento. Más aún, algunos de los firmantes de esa carta no eran particularmente ideólogos, sino que fueron fuertemente influenciados por quienes sí lo eran. Algunas personas de ese mismo grupo siguen rondando por ahí en puestos importantes. Por ejemplo, Elliot Abrams, un político que ha trabajado en Washington desde tiempos de Reagan, fue designado por Pompeo como el enviado especial para asuntos de Venezuela en 2019. Zalmay Khalilzad, quien fungió como embajador estadounidense en Afganistán, Irak y la ONU en tiempos de Bush, fue con Trump el negociador en jefe de la delegación estadounidense ante los talibanes, y actualmente es quien sigue negociando con éstos en temas cruciales como lo fue la evacuación de los últimos días.
¿Por qué hoy es tan relevante la discusión al respecto de su rol durante la primera década del siglo? Considere el episodio narrado por Peggy Noonan hace unos días en el WSJ en su texto “Lo que Bora Bora pudo haber sido”. De acuerdo con la autora, hacia diciembre del 2001, Bin Laden estaba cercado por las fuerzas estadounidenses, por la CIA y los grupos de operaciones especiales, en su escondite afgano en las montañas de Bora Bora. El líder de Al Qaeda, según él mismo escribió posteriormente, estaba seguro que ese sería su final. Sin embargo, por razones inexplicables, Bin Laden pudo escapar. De acuerdo con un reporte presentado al Congreso ya en 2009, la responsabilidad de este escape fue atribuida a Rumsfeld, el secretario de defensa en aquel 2001. Tal vez se escapó por un error cometido por aquellas fuerzas, o por factores de la propia guerra, dice Noonan. Pero tal vez no se hizo lo suficiente por capturarlo, sostiene, pues de haberlo aprehendido o muerto en ese punto, hubiese sido difícil que Washington siguiera adelante con lo que ya desde entonces se planeaba: Irak.
Es imposible saber si esa última hipótesis de la autora es sostenible. Pero lo que sí sabemos—y con mirar los planteamientos del PNAC desde 1997 basta—es que al menos una decena de personas de altísima influencia en la administración Bush, estaban aprovechando el momento para echar a andar su visión de la política exterior estadounidense. Y esa política exterior no consistía exclusivamente en perseguir a un terrorista o destruir a su organización. Se trataba más bien de establecer una base sólida para construir el “Nuevo Siglo Americano”, promoviendo un enfoque “benevolente y moral”, para derrocar a todos los regímenes hostiles (no solo en Afganistán, sino en otras partes como Irak, Libia o Irán) e impulsar la “democracia y la paz” a través de la fuerza y la hegemonía de Washington.
Para el cumplimiento de estos planes, era básico establecer bases militares e incrementar el número de tropas en Afganistán. Eche un vistazo al mapa de Asia, como nos explicaba el profesor Ijaz Nabi esta semana desde Pakistán, en un panel organizado por el CIDE en el que participamos. Afganistán esta ahí, justo en el centro de todo. A un paso de Rusia y China, entre Irán y Pakistán, a la vuelta de Irak. Cerca de la India, no muy lejos del mar, en el corazón de la ruta que une a Occidente con Oriente. La meta de los neoconservadores que ocuparon la Casa Blanca en 2001 no se limitaba a Al Qaeda, ni siquiera se trataba solo de derrocar a Saddam Hussein. Su sueño era mucho mayor.
Es muy probable que ya desde hace tiempo, aquel grupo que había firmado la carta del Proyecto para un Nuevo Siglo Americano, venía repensando algunas de sus ideas de 1997. Pero esta semana, cuando las últimas tropas estadounidenses dejan Afganistán, cuando la embajada y el cuartel de la CIA en Kabul son desmantelados, y cuando desde la Casa Blanca se justifica el repliegue, aquel sueño que dos décadas atrás no solo habían imaginado, sino que comenzaron a forjar, se termina de desdibujar casi por completo.
Twitter: @maurimm
4 de Septiembre, 2021
#Afganistán#Rusia#China#Estados Unidos#Irán#Pakistán#Saddam Hussein#Al Qaeda#Bush#Obama#Biden#Irak#análisis internacional#ONU#Taliban
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La derecha afirmativa
Por Keith Preston
Traducción de C.D. Trueba
Presentación de Keith Preston en el H.L. Menchken Club del 4 de noviembre de 2017.
Hablar de las complicadas ramas de diferentes ideologías puede ser muchas veces tedioso y ciertamente si se trata de la “Derecha Alternativa” (N.d.T.: Alt-Right es un término utilizado en el mundo de la ciencia política angloparlante para delimitar una nueva tendencia que intenta actualizar y unir a diversas corrientes consideradas históricamente como “derecha”, desde el libertarianismo hasta el nacionalsocialismo/fascismo, como respuesta a la “nueva izquierda” de corte progresista o liberal) puede complicarse aún más debido a la abundancia de corrientes con dicha etiqueta. Recuerdo que en mi última presentación hablé de la tradición anarquista de derecha, tradición muy enraizada en el esoterismo y que es muy desconocida aún entre aquellas tendencias marginales. La Derecha Alternativa es muy similar en el sentido que posee demasiadas subdivisiones oscuras en sus adentros, aunque últimamente hayan saltado a la fama, o infamia gracias a la propaganda que le dan por sus oponentes. Algunos de los representantes que hemos escuchado durante esta conferencia han ayudado a aclarar algunas de las potenciales definiciones sobre lo que es la Derecha Alternativa. Dado que es éste el tema de mi presentación he decidido analizarla un poco más a fondo para aclarar las dudas que existan.
¿Qué es la Derecha Alternativa?
La derecha alternativa se define en sentido amplio como una unión difusa y variada de ideologías, movimientos y tendencias que difirieren de alguna manera o se oponen directamente al llamado movimiento conservador “convencional”. Definiré al movimiento conservador de esta manera: todos aquellos que tienen los ideales del partido Republicano de los Estados Unidos o que siguen a medios como Fox News, el National Review o el Weekly Standard. Podríamos decir que existe una “Derecha Alternativa” difusa y una “específica” más allá de lo que he dicho hasta aquí.
La “Derecha Alternativa” difusa de la que hablo es cualquier postura de derecha que se opone a la alianza Republicana neo-conservadora, la cual incluye desde votantes de Donald Trump y todo lo que se llama “alt-lite” (N.d.T.: lite sería definido por “poco fuerte” o “débil), pero también la nueva derecha, la derecha radical, la derecha populista, el iluminismo oscurantista, los identitarios, neo-reaccionarios, activistas de derechos masculinos, nacionalistas civiles, nacionalistas económicos, nacionalistas del Sur de Estados Unidos, nacionalistas blancos, paleo-conservadores, anarco-derechistas, libertarios de derecha (paleolibertarios), socialistas de derecha, neo-monarquicos, Satanistas, seguidores de la Nueva Derecha Europea, Duginistas, Eurasianos, Nacional-bolcheviques, teóricos de la conspiración, y por supuesto, fascistas y nacionalsocialistas, todos ellos englobados en círculos de la Derecha Alternativa.
En 2016 todos eran de Derecha Alternativa
Bajo esta definición, desde Steve Bannon o Milo Yannopolous serían Derecha Alternativa, así como el tabloide The Daily Stormer o el Partido Tradicionalista de los Trabajadores. De hecho, las tendencias ideológicas son tan diversas como las propias personas que han asumido el título de Derecha Alternativa. Por ejemplo, Steve Bannon dijo en 2016 durante la campaña presidencial de Donald Trump que deseaba convertir al periódico digital Breitbart en la voz de la Derecha Alternativa. Sin embargo, he encontrado también a neo-nazis propiamente que se definen como “Derecha Alternativa” igualmente.
Una definición más específica vendría a caracterizar lo propio de la Derecha Alternativa como una serie de tendencias hacia la identidad, historia y tradiciones europeas, y donde se consideraría a Europa y América del Norte por extensión, como parte de una sociedad occidental específica desarrollada por europeos y, más claramente, por pueblos cristianos. Consecuentemente, la Derecha Alternativa tiende a criticar ideas o políticas como el multiculturalismo, la migración masiva y lo que se llama “lo políticamente correcto” mucho más de que lo harían los círculos conservadores convencionales. Esto contrasta con las posiciones de la izquierda, las cuales se han vuelto cada día más liberales y que reducen al legado, la historia y la cultura occidental a nada más que opresión, racismo, seximos, homofobia, clasismo, antisemitismo, islamofobia, xenofobia, patriarcado, jerarquía, nativismo, heterosexualismo, especismo y una serie de “ismos” y “fobias” considerados por dicha posición como factores que definen a Occidente. Seguramente, las otras civilizaciones jamás han experimentado ninguno de esos fenómenos.
De esta manera, la Derecha Alternativa yace en claro contraste frente al conservadurismo convencional y sus tres aspectos: primero, se opone a los “halcones” militaristas que apoyan el intervencionismo internacional para promover el modelo occidental de democracia liberal en el mundo y que, a mi punto de vista, favorece a la industria armamentista y al presupuesto del Pentágono. Segundo, su fijación por las políticas económicas que consisten en reducción de impuestos, algo que favorece a los negocios de la clase corporativa. Tercero, el conservadurismo social de tipo religioso, opuesto al aborto o al matrimonio homosexual, pero que resta importancia o simplemente ignora los problemas civilizacionales o culturales en cualquier sentido. Por ejemplo, los medios católicos o protestantes ven con buenos ojos la migración masiva ya que serían futuros conversos o vendrían a llenar iglesias que se han visto vaciadas de fieles por la continua secularización de la sociedad. Es una práctica común en el mundo evangélico protestante adoptar niños del tercer mundo, de una manera muy parecida a lo que hacen celebridades y estrellas como Madonna o Angelina Jolie.
Naturalmente ya existe mucha conflictividad entre la Derecha Alternativa y el conservadurismo tradicional, donde estos últimos han optado por atacar o denunciar a los primeros con argumentos esencialmente parecidos a los de la izquierda o de los liberales. La agencia Associated Press describía a la Derecha Alternativa en un manual de políticas de sus redactores de esta manera:
“La ‘derecha alternativa’ o ‘alternativa de derecha’ es el nombre con el que se etiquetan algunos supremacistas y nacionalistas blancos para refererirse a sí mismos y a su ideología, la cual tiene como objetivo preservar la raza blanca en los Estados Unidos, a la par de defender otras posturas tradicionalmente conservadoras como limitar el intervencionismo del Estado, bajar los impuestos e imponer estricta obediencia a la ley. El movimiento ha sido descrito como una mezcla de racismo, nacionalismo blanco y populismo…. Crítica el “multiculturalismo” y los derechos de los no-blancos, las mujeres, los judíos, los musulmanes, los homosexuales, los inmigrantes y otras minorías, y sus miembros rechazan el ideal democrático estadounidense de igualdad de todos ante la ley sin importar su credo, sexo, origen étnico o raza” (John Daniszewski, Associated Press, 26 de noviembre de 2016).
La cita es de Associated Press, y sin embargo no creo que sería raro encontrar algo así en las páginas del New Yorker, The Atlantic o del Informe de Inteligencia del Southern Poverty Law Center. Y, sin embargo, también podría salir en las páginas del National Review, del Weekly Standard, del Federalist o en un video de la Prager University.
Otro ejemplo que puedo citar es un escrito del filósofo conservador Nathanael Blake que apareció en The Federalist donde afirma que “el cristianismo y la filosofía grecorromana, y no la raza, son las bases de la civilización occidental”, y donde acusa a la Derecha Conservadora de atacar al legado de la civilización occidental. Este tipo de problemas son los que constituyen un punto grande de divergencia entre los conservadores culturales y la derecha racialista. David French, del National Review, llama a los seguidores de la Derecha Alternativa “aspirantes a fascistas” y denuncia “su protagonismo en el dialogo político nacional”. Supongo que la diferencia entre las posturas de David French y las de la izquierda sería que estos últimos llaman “fascistas” directamente a la Derecha Alternativa, y no “aspirantes”. Seguramente es esto lo que separa a la Derecha Convencional de la izquierda hoy por hoy.
“Aspirantes a fascistas”
En el Weekly Standard, Benjamin Welton caracteriza a la Derecha Alternativa, como “una fuerza muy heterogénea” que “le da la vuelta al moralismo de izquierda y convierte la etiqueta de ‘racista’, ‘homófobo’ o ‘sexista’ en una medalla de honor”. Debo decir por experiencia propia que los argumentos de Welton son ciertos. Ian Tuttle escribió en el National Review de abril de 2016 que:
“La derecha alternativa evangeliza ya desde hace algunos meses a través de su presencia antisemita y racista en el internet, pero para Allum Bokhari y Milo Yiannopolos, ellos serían nada más que provocadores graciosos, valientes defensores de la civilización occidental, intelectuales atrevidos… y un montón de neonazis planeando la Solución Final 2.0, aunque estos últimos sean solo una minoría despreciada por todos”.
Jeffrey Tucker, escritor libertario de la Fundación para la Educación económica, describe a la Derecha Alternativa como:
La derecha alternativa “hereda aquella vieja y temida tradición que va desde Hegel a Carlyle, Spengler a Madison Grant, de Othmar Spann a Giovanni Gentile y a los discursos de Trump”. Tucker añade que los seguidores de la Derecha Alternativa miran al pasado “a lo que ellos piensan fue una Edad de Oro cuando las élites gobernaban y los peones obedecían” y consideran que “la identidad es todo y su pérdida es el más grande crimen inimaginable”. Cualesquiera que sean las posturas de cualquier persona sobre Trump, creo que estaremos de acuerdo en que es muy dudoso que éste haya sacado su inspiración de Hegel.
En The Federalist, la feminista libertaria Cathy Young criticaba un articulo del Radix Journal sobre el aborto donde se llamaba a los pro-vidas como “disgénicos” porque promueven “reproducirse hasta a la mujer más tonta e irresponsable”, así que no solo bastaría estar a favor del aborto, sino que se debe tomar dicha posición por “razones correctas” como el “derecho a decidir” frente a “malas razones” como la práctica eugenésica. Esta línea de pensamiento se ajusta a los posicionamientos comunes de la izquierda que insiste que los motivos e intenciones, y no las ideas y consecuencias, son importantes, y que son la guía través de la cual se puede emitir un juicio moral sobre cada individuo.
Otro interesante aspecto de estas críticas es que los conservadores convencionales atacan a la Derecha Alternativa con terminología propia de la izquierda, como racista, xenófobo, fascista, etc., pero que no ha evitado que el conservadurismo tradicional califique a la Alt Right como izquierdista. En el encuentro anual de este año (2017) del Comité de Acción Política Conservadora, Dan Schneider, actual director ejecutivo de la Unión Conservadora América, que organiza dicho evento, criticaba a la Derecha Alternativa como “una siniestra organización que está tratando de infiltrarse en nuestras filas” a la vez que insistía que “no debemos dejarnos engañar ni timar” por ella, y que:
“No son más que una caterva variada de fascistas de izquierda, antisemitas, racistas, sexistas que odian a la constitución, al libre mercado, al pluralismo y desprecian todo lo que nosotros creemos”.
Retórica similar que se escucha en la izquierda radical al advertir sobre la supuesta infiltración fascista en organizaciones de ese signo político. En círculos de izquierda radical y maoísta se denomina “complot fascista” a una supuesta vil conspiración para infiltrar movimientos revolucionarios y llevarlos hacia el fascismo. Irónicamente, dicha conspiración suena demasiado similar a la retórica tradicional antisemita sobre cómo los judíos supuestamente se infiltran y manipulan todo lo que tocan, como instituciones y demás para llevar adelante supuestos complots. Aparentemente la izquierda radical y el conservadurismo convencional han desarrollado cada uno su propia “teoría de la conspiración fascista” como contraparte a la “conspiración judía” de la ultraderecha, y podríamos entonces denominarla “los protocolos de los sabios de Thule”.
Jeff Goldestein, en The Federalist del 6 de septiembre de 2016 sugiere que “la Derecha Alternativa emula a la Nueva Izquierda, al ser un movimiento a la par de Black Lives Matter, La Raza, el Consejo de Relaciones Islamo-americanas y otros productos del marxismo cultural”.
¿Reflejo de sí mismos?
“La Derecha Alternativa es un movimiento europeo de ultraderecha que yace contrapuesto al liberalismo clásico sobre el que se fundó nuestro país, y que la izquierda ha calificado como ‘derecha’, lo que quiere decir, la ‘derecha europea’ está encuadrada en un espectro político diferente a la nuestra. Nuestra ‘derecha’ –conservadurismo o liberalismo clásico- está claramente definida, no importa cuántas veces la izquierda quiera decir lo contrario. Lo nuestro es el constitucionalismo que incorpora al federalismo, al republicanismo, a la igualdad legal y la separación de poderes”.
Estos ejemplos representan más o menos la retórica del conservadurismo convencional utilizada para pintar a la Derecha Alternativa como izquierdistas o calificarla de fascistas al tiempo que aclaran que el verdadero fascismo es de izquierda. El argumento general de los conservadores tradicionales afirma que la verdadera derecha está enraizada en ideas de la ilustración que se pueden encontrar en la Declaración de la Independencia o en la veneración de los Padres Fundadores de los Estados Unidos, a la vez que la Constitución sería una especie de biblia secular. Paralelamente se considera a los Estados Unidos una “nación proposicional” derivada del “judeo-cristianismo” sin igual en su historia, cultura o tradiciones a la de otros países. Aquello que es “conservador” se define únicamente en el “límite al Estado”, la llamada “libre empresa”, el “individualismo” y otras abstracciones poco definidas, así como preferencias en “políticas basadas en una fuerte defensa nacional” (eufemismo para la agenda política internacional del neo-conservadurismo). Otras políticas de centro derecha entran en esta categoría, tales como recortes a los impuestos, oposición al programa de sanidad Obamacare, oposición a la acción afirmativa, al control de armas, al aborto o al matrimonio homosexual, así como apoyar el uso de cupones escolares y otras ideas similares.
Dichas preferencias se coronan con lemas como “los demócratas son los verdaderos racistas” o acusaciones dudosas o simplemente falsas como que “Martin Luther King era conservador”, que los conservadores son los verdaderos amigos del feminismo y de los homosexuales por oponerse al “fascismo islámico”. Los demócratas aparecen como fascistas y antisemitas por supuestamente tener posiciones pro-islámicas o porque parte de la izquierda radical apoya a Palestina. Algunos extremistas del conservadurismo convencional como Dinesh D’Souza (N.d.T.: cineasta indio-estadounidense conocido por sus teorías conspirativas) podrían incluso ser capaces de decir que los demócratas crucificaron a Cristo.
Los representantes del “Conservadurismo y cia.” no se limitan a no hacer nada cuando la libre expresión o la libertad académica son atacadas en nombre de lo políticamente correcto, pues son selectivos sobre qué defender o no. Defender lo políticamente incorrecto para ellos no aplica en casos como el de Norman Finkelstein (N.d.T.: autor de La Industria del Holocausto), y en cambio defenderán la migración legal como método para contener la ilegal, dejando claro que para ellos el problema es únicamente el rompimiento de leyes. Una característica clásica del conservadurismo tradicional y lo que lo diferencia de la Derecha Alternativa es su propia falta de seriedad o de solidez filosófica o intelectual.
En cambio, la Derecha Alternativa propone un movimiento meta-político por lo que los objetivos específicos en su seno varían enormemente. No creo que es posible definir los objetivos hipotéticos de un partido de derecha alternativa precisamente por la diversidad que demuestran. Sin embargo, la Derecha Alternativa es mucho más seria en cuanto a ideas que el conservadurismo convencional no parece interesarse, como el conflicto demográfico y las dificultades que conlleva el cambio poblacional, o entender la realidad de los conflictos de clase, culturales y civilizacionales. Los conservadores parecen no entender que el modelo de democracia liberal occidental existe por las particulares bases culturales y las circunstancias históricas de occidente, y que dicho modelo no puede ser aplicado fácilmente afuera de éste.
Termino mi presentación con las observaciones del profesor George Hawley de la Universidad de Alabama, quien diría que la Derecha Alternativa representa una amenaza aún mayor al progresismo que lo que podría ser el conservadurismo convencional. Estoy de acuerdo en esto, pero quiero puntualizar que esto es verdad porque los conservadores tradicionales no representan amenaza alguna contra el liberalismo. Añadiría que más allá de una amenaza al Partido Democrático de los Estados Unidos, a los medios convencionales, a la clase corporativa y a la elite cultural, el conservadurismo es más bien un socio de estos. La Derecha Alternativa al menos propone ideas que representan una amenaza ideológica a la izquierda, aun siendo que éste movimiento es demasiado pequeño para constituir un desafío político real, al menos en esta época.
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Humor salmón 19 de julio
Humor salmón 19 de julio
La inflación está siendo el daño colateral que se está produciendo en la economía estadounidense que se está extendiendo como la pandemia tras años de intervencionismo discrecional agravado incluso más por la cantidad de dinero que han tenido que imprimir a cargo del endeudamiento público para capear la crisis socio-.económica que ha propiciado el COVID19 A día de la fecha no se entiende el…
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O sea pero con Vzla igual sí la tenemos clara que lo ÚLTIMO que necesitan es intervencionismo gringo,¿No? Basta de intervencionismo estadounidense en Latinoamérica
#ñ#tengo opiniones pero lo principal es que hubo fraude electoral y SÍ ha habido represión#la crisis inmigrante más grande de Latinoamérica no pasa por casualidad like. idk what to tell yall.#la revolución fracasó en Vzla porque el pueblo no fue más activo a la hora de diseñar los sistemas de participación/control de los 3 podere
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"Es persona non grata, ignorante y racista": Ebrard a senador Kennedy
El canciller respondió a las declaraciones del político, quien declaró que, sin Estados Unidos, los mexicanos comerían comida para gato El canciller Marcelo Ebrard le respondió al senador republicano John Kennedy tachándolo como racista, ignorante y persona non grata en México, luego de afirmar que sin Estados Unidos los connacionales comerían comida para gato. "Es una persona non grata, a mí se me hace un señor ignorante, racista, le debería dar vergüenza ser senador, y por supuesto que vamos a defender a nuestro país en todos los foros, incluido el Senado de los Estados Unidos", señaló. Asimismo, Ebrard indicó que las palabras del republicano no ofenden a los mexicanos, pues con sus comentarios solo demostró lo pequeño que es y su nivel de conocimiento. "A nosotros no nos ofende, solamente subraya lo ignorante y pequeño que es; y no va a tener ningún éxito en ese tipo de cosas porque Estados Unidos necesita a México", agregó. El senador republicano, John Kennedy insistió en una intervención militar estadounidense en México para combatir el tráfico de drogas, al tiempo que desató la polémica por asegurar que sin Estados Unidos los mexicanos estarían comiendo comida para gato. Durante una comparecencia de la jefa de la Administración de Control de Drogas (DEA), Anne Milgram, el senador por Louisiana la cuestionó sobre las acciones para reducir el tráfico de fentanilo. Kennedy defendió que si el Gobierno de México invitara a las fuerzas de seguridad de Estados Unidos para trabajar en conjunto se podrían detener a los cárteles de la droga. Condenó que el presidente Joe Biden no haya tomado el teléfono y hablado a su homólogo mexicano, Andrés Manuel López Obrador, para pactar una intervención militar. El senador republicano elevó el tono de su discurso al señalar que Estados Unidos es 18 veces más grande que México y tiene una economía más sólida. “Sin el pueblo de Estados Unidos, México, hablando figurativamente, estaría comiendo comida para gatos de una lata y viviendo en una carpa en un traspatio”, expuso. Ante la polémica declaración de John Kennedy el jefe de la Unidad para América del Norte de la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE), Roberto Velasco, aseveró que México no es el traspatio de nadie. Sostuvo que el Gobierno Federal rechazará cualquier acción de intervencionismo y que exigirá con firmeza el respeto que el país se merece como el socio económico y aliado más importante de Estados Unidos. Read the full article
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Lo que los ataques de osos a la ciudad de Grafton nos enseñan sobre las utopías
Un libro relata la experiencia de una localidad estadounidense que se convirtió en un laboratorio del liberalismo
JAIME RUBIO HANCOCK (Elpais.es - Verne)
Grafton es una pequeña ciudad de New Hampshire, al noreste de Estados Unidos, con poco más de 1.300 habitantes censados. A partir de 2004 fue el objeto de un experimento político que quiso convertir la ciudad en un paraíso liberal. Los promotores esperaban que sirviera como ejemplo para todo el país de que los impuestos son un robo, de que el intervencionismo estatal trae pobreza y de que el Gobierno no debe inmiscuirse en si fumo marihuana, en cuántas armas tengo o en si puedo o no vender libremente mis órganos. Pero la iniciativa también trajo consigo una consecuencia inesperada: ataques de osos.
Lo explica el periodista Matthew Hongoltz-Hetling en A Libertarian Walks Into a Bear, título que se puede traducir como "Un liberal se encuentra a un oso", pero que también hace un juego de palabras con los chistes que comienzan con alguien (o algo) entrando en un bar. (Una aclaración: en Estados Unidos, un libertarian es un partidario del libre mercado y del Estado mínimo y no un libertario, que en español tiene un significado más cercano al de anarquista. Y liberal se acercaría a lo que entendemos en España por progresista). Recién publicado, el libro explica que los promotores de esta idea tenían pensado un futuro como el de La rebelión de Atlas, de Ayn Rand, novela en la que un grupo de empresarios organiza en un valle oculto una sociedad rebelde que se rige solo por el libre mercado, y cuyo éxito contrasta con un país sumido en la burocracia, el intervencionismo y, por tanto, el caos y la pobreza.
A pesar del referente literario, mientras Estados Unidos seguía a lo suyo, en 2011 las carreteras de Grafton se habían llenado de baches, las calles se quedaron casi sin iluminación y se cometieron los primeros asesinatos registrados en la localidad. No solo eso: el pueblo recibió cada vez más visitas de osos que atacaban a gallinas, gatos y, en algún caso aislado, a personas.
Sí, osos: los habitantes liberales y anarcocapitalistas de la ciudad se negaban a respetar las normas sobre la recogida de basura o intentaban resolver los problemas por su cuenta, sin llamar para avisar de que había animales enormes en su jardín. Y eso sin mencionar a Doughnut Lady (la señora de los donuts, uno de los personajes con más presencia en el libro), que daba de comer a los osos que se acercaban a su casa y, por tanto, animaba a los animales a acercarse al pueblo con cada vez más frecuencia. Al fin y al cabo, ¿por qué no puedo hacer lo que quiera en mi jardín?
Además de todo eso, y a pesar de quedarse sin apenas servicios y de sufrir los ataques de estos animales, los vecinos de Grafton ni siquiera se ahorraron tanto dinero en impuestos: Hongoltz-Hetling compara su situación con la vecina ciudad de Canaan, donde había carreteras pavimentadas y servicios como piscinas, museos y parques. En esta ciudad, cada vecino pagaba, de media, 70 centavos más al día por esos servicios que en la liberal Grafton (unos 250 dólares al año).
Después de leer el libro, uno puede pensar que a lo mejor este experimento no es representativo. O puede que no estuviera bien planificado. O quizás no se ejecutó bien. Pero es bastante probable que esta experiencia, simplemente, padeciera muchos de los problemas comunes a las utopías.
Un problema de método
Hongoltz-Hetling habla en su libro de los liberales como personas cerebrales y lógicas que en algunos casos llegan a extremos que suenan absurdos solo por seguir esta lógica hasta el final. Si el liberalismo defiende que cualquier acuerdo libre y voluntario es válido, esto quiere decir que yo tengo derecho a vender mis órganos y que incluso se los puedo vender a alguien que los quiera para comérselos. También puedo batirme en duelo, organizar peleas entre vagabundos o llenar mi jardín de basura (haya o no osos en los alrededores), porque son decisiones tomadas libremente y, en el último caso, en mi propiedad.
En su libro La sociedad abierta y sus enemigos, Karl Popper, filósofo cercano al liberalismo, critica precisamente esta apariencia racional de las utopías, que las hace especialmente peligrosas. Según Popper, el pensamiento utópico parte a menudo de una sociedad supuestamente ideal, que es la que hay que alcanzar. Para el filósofo, el problema no es que el objetivo parezca irrealizable (en su opinión, hoy en día disfrutamos de muchas cosas que en su momento parecían inalcanzables), sino que las utopías proponen reconstruir por completo la sociedad. Esto suele traer consigo “consecuencias prácticas difíciles de calcular, dada nuestra experiencia limitada” y a pesar del planteamiento supuestamente lógico.
Es decir, el problema de las utopías no es necesariamente el objetivo, sino el método, que implica muchos cambios a la vez con consecuencias impredecibles. Es, de hecho, lo que les ocurrió a los habitantes de Grafton: probablemente ninguno de los defensores de esta “ciudad libre” pensaba que criticar el intervencionismo y recortar impuestos traería consigo ataques de animales, pero, como escribe Hongoltz-Hetling, es más fácil resolver los problemas en internet que en persona.
Si el experimento sale mal, ¿lo volvemos a probar?
John Babiarz, uno de los protagonistas del libro de Hongoltz-Hetling, admite que el experimento de Grafton no salió todo lo bien que quería, pero eso no le ha hecho renunciar a sus ideales. De hecho, a lo largo del libro, sus protagonistas se quejan de que el problema no es que su proyecto tenga defectos, sino que aún no disfrutan de suficiente libertad, con personajes agraviados, por ejemplo, porque les obligan a apagar hogueras que ellos consideran seguras.
No están solos: hay liberales que defienden que el problema de las crisis económicas capitalistas es que no hay tanta libertad como debería y hay comunistas que creen que las ideas de Marx no se aplicaron correctamente. ¿Podría haber funcionado la utopía de Grafton si se les hubiera dejado aplicarla del todo (o mejor)? Al fin y al cabo, la biblioteca pública aún abría tres horas a la semana. ¿Habrían alcanzado una sociedad justa y libre cerrándola para siempre?
Parece poco probable, al menos si hacemos caso a lo que escribió hace más de 30 años el filósofo Robert Nozick, cuando comentaba el abismo entre los ideales políticos y su ejecución práctica. En su The Examined Life (La vida examinada), Nozick reflexiona sobre esta diferencia entre lo ideal y lo real. Cuando fracasa una utopía (o incluso una propuesta política que en principio parecía realista), sus partidarios se defienden diciendo que no se aplicó bien o que se aplicó “demasiado poco”. Para Nozick, eso es trampa porque omite que la diferencia entre lo que propone una teoría y cómo se acaba aplicando también es algo que hemos de tener en cuenta.
Por ejemplo, el capitalismo puede proponer un ideal de intercambio libre y voluntario, con países cooperando a través del comercio y con individuos obteniendo por su trabajo lo que los demás creen que merecen. Pero todo esto también ha venido asociado en la práctica con la explotación de trabajadores y, en muchos caso, el apoyo a regímenes dictatoriales. Nozick aprovecha incluso para apuntar una crítica a su libro más conocido, Anarquía, estado y utopía, en el que precisamente sentó las bases del liberalismo contemporáneo.
Por supuesto, esta diferencia entre lo ideal y lo real no se da solo en el capitalismo liberal: Nozick dedica unas líneas a la religión y al comunismo, cuyo ideal de cooperación sin clases ni privilegios en la práctica ha supuesto también totalitarismo y censura. “Esta no es toda la historia acerca de cómo opera en el mundo el ideal comunista, pero es parte de esa historia”.
De la utopía a la protopía
¿Todo esto significa que debemos renunciar a los planteamientos utópicos? ¿Las ideas planteadas en utopías no son inspiradoras? ¿No tiene razón el filósofo Francisco Martorell Campos cuando opina que sin la motivación del cambio social en apariencia utópico tenderíamos al conformismo?
En Soñar de otro modo, publicado en 2019, este filósofo admite que las críticas a las utopías son legítimas, ya que han dado lugar a “sociedades cerradas, estáticas, centralizadas y estandarizadas”. También recuerda que le debemos el término "distopía" a John Stuart Mill, que en 1868 ya avisó de que "muchos utópicos proponen modelos sociales tan pavorosos que merecen un calificativo específico para apodarlos".
Pero Martorell Campos también recuerda que las utopías entregaron “al progreso social cuantiosas ideas”. Apunta que a menudo se olvida “que la democracia fue en origen una utopía” y que “los avances sociales se consiguen únicamente mediante la protesta y la movilización ciudadanas, a veces tras décadas o siglos de insistencia”.
En Utopía para realistas, el historiador neerlandés Rutger Bregman propone ideas que hoy parecen casi inalcanzables como la semana laboral de 15 horas o la renta básica universal. En una línea similar a la de Martorell Campos, Bregman considera que las ideas utópicas son “horizontes alternativos que activan la imaginación”. Sin soñadores utópicos que defendieron la igualdad y la libertad, “todavía pasaríamos hambre y seríamos pobres, sucios, temerosos, ignorantes, enfermizos y feos”.
Hay un posible terreno medio entre el conformismo y la amenaza de la distopía: la protopía, término acuñado por Kevin Kelly, cofundador de la revista de tecnología Wired, y que defiende el ensayista y divulgador Michael Shermer en su libro The Moral Arc (El arco moral). Estas protopías son proyectos de cambio gradual y continuado. Podemos aspirar a la sociedad que consideremos más justa, pero no es necesario correr el riesgo de inventarla de cero.
Se trata de una idea que también recoge en su libro Popper, quien, recordemos, no estaba en contra de plantearse objetivos supuestamente inalcanzables, sino de los métodos para alcanzar estos objetivos. En lugar de intentar crear una nueva sociedad, podemos ir introduciendo avances paulatinamente. Esto nos permite ir comprobando el efecto de estas decisiones, corrigiendo si es necesario y contando con la opinión de todos los ciudadanos.
Así, tras uno o dos ataques de osos podríamos dar marcha atrás y admitir que, en fin, a lo mejor la idea no era tan buena.
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Setenta y cinco años cumplidos ya de los hechos genocidas cometidos por los Estados Unidos al lanzar dos bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki el 6 y el 9 de agosto de 1945 respectivamente, sin importarle que la Segunda Guerra Mundial había terminado y que Japón había aceptado su derrota y presentado su rendición, es decir, no quedaba escusa alguna de guerra para agredir de esa forma a dos ciudades japonesas que aún continúan marcadas por el signo macabro del crimen de lesa humanidad cometido por el imperialismo estadounidense, los pretextos fueron muchos usados en esos años, de la misma forma en que a la fecha se comenten actos contra la humanidad bajo el amparo de la impunidad internacional de las potencias mundiales en complicidad de hecho o de aceptación silenciosa.
La historia humana ha sido marcada por la devastación sin exageración con el paso del desarrollo del imperio yanki, la expansión de su dominio, de su influencia cultural y política, se ha hecho como resultado de su desarrollo económico monopolista, característica esencial para su rasgo imperialista, tal y como advirtiera Lenin hace ya más de cien años. A todas luces, en una revisión somera como profunda de la historia, pueden encontrarse las señales de que la influencia estadounidense no es otra cosa sino la mano destructora de soberanía y autodeterminación, así como, es también la mano explotadora que se extiende sobre los pueblos del mundo extrayendo la fuerza de trabajo de millones de proletarios y la riqueza natural de los territorios sometidos, la existencia del imperialismo no es otra cosa, que el lastre antihumano de los más oscuros deseos del capitalismo que lo engendra y de quienes le sirven con plena conciencia de sus actos.
La cuestión es clara, el gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica es genocida, son un imperio en activo y cuya política imperialista ha generado innumerables crímenes de lesa humanidad que deben ser reconocidos y castigados, divulgados y estudiados para que nunca más se repitan. Los hechos son innegables, aunque siempre existan quienes por interés deseen tergiversar la realidad, a pesar de los falsos dilemas relativistas que buscan quitar lo concreto de los sucesos para envolverlos en el humo de la especulación permanente, la historia es clara y precisa; el imperialismo estadounidense es el más grande genocida de la historia humana.
Los Estados Unidos han intervenido por lo menos en 64 ocasiones en América Latina, 36 de esas veces con acciones abiertamente militares, desde 1945 han efectuado 35 o más intervenciones militares directas en diversas partes del mundo y, en incontables ocasiones, lo hace de forma encubierta mediante gobiernos aliados o grupos ultraconservadores internos en los países que buscan el interés particular por encima de las necesidades de los pueblos. El imperialismo estadounidense está más vivo que nunca, la muestra está a luz y vista de todo el mundo; las guerras en medio oriente continuadas, renovadas y extendidas; el intervencionismo en Latinoamericana mediante golpes de Estado, instalación de gobierno lacayos, la manipulación mediática para distorsionar la realidad e infundir miedo y desinformación, bloqueos económicos como los aplicados sobre Cuba y Venezuela, financiamiento de grupos paramilitares, desestabilización de gobiernos progresistas mediante estrategias de guerra y subversión; las guerras comerciales con otras potencias como China y Rusia para controlar mercados, mercancías y fuerza de trabajo; la difusión de ideas como el racismo, la xenofobia y la propagación de campañas de odio sobre los inmigrantes; el militarismo estadounidense sigue siendo su principal industria, la guerra es su principal negocio y por ello la vida humana peligra mientras existan estas y muchas otras acciones en contra de la humanidad.
En respuesta a estas oscuras páginas de la historia, los pueblos del mundo han clamado desde tiempo atrás por la paz y la concordia, en el 2018, el entonces presidente boliviano, Evo Morales, anunció una Campaña surgida de los planteamientos de un grupo de intelectuales que busca desde esas fechas declarar el 9 de agosto como el “Día Internacional de los Crímenes Estadounidenses Contra la Humanidad”, fecha elegida por ser justamente concordante con el atroz lanzamiento de la segunda bomba atómica sobre Nagasaki, acto absolutamente irracional y genocida.
La iniciativa es impulsada por el Frente Antiimperialista Internacionalista (FAI), fundado en el 2 de diciembre de 2017, junto con otras organizaciones, grupos sociales, activistas y personas implicadas en la solidaridad internacionalista. El Frente Antiimperialista Internacionalista sostiene que: “la guerra imperialista abarca todo tipo de intervenciones sobre quienes dificultan impiden o se resisten a la dominación de los EEUU y sus aliados: guerra económica, guerra mediática, acoso político y judicial, ejércitos mercenarios, grupos terroristas y todo tipo de criminalización de sus víctimas”.
La Campaña puede ser apoyada de manera individual o colectiva firmando la “Recogida de firmas por la declaración del 9 de agosto como Día Internacional de los Crímenes Estadounidenses Contra la Humanidad” el sitio web del FAI. En el mismo portal digital puede leerse la Declaración Mundial Contra los Crímenes Estadounidenses a la Humanidad, redactada el 17 de julio de 2017, por Atilio A. Boron, Alejo A. Brignole, Telma Luzzani y Stella Calloni, texto que nutre su esencia de los postulados de la Campaña Día Internacional de los Crímenes Estadounidenses Contra la Humanidad.
Ahora en el 2020, el Frente Antiimperialista Internacionalista ha incrementado la campaña y emitido una nueva declaración en cuyos últimos párrafos puede leerse: “La amenaza es real: EEUU se está desvinculando aceleradamente de cualquier compromiso que limite su campo de acción en materias de muy alto riesgo; lo está haciendo a pesar del desacuerdo de muchos de sus aliados más importantes y desconocemos hasta donde está dispuesto a llevar a cabo estas amenazas […] Los crímenes contra la humanidad de EEUU continúan y el riesgo de que aumenten es cada vez más evidente, y no podemos mantenernos pasivos ante esta situación y ante estas nuevas amenazas”. Todos los documentos mencionados pueden leerse, analizase y firmarse en: https://frenteantiimperialista.org/campanas/dia-internacional-de-los-crimenes-estadounidenses-contra-la-humanidad/
La importancia de apoyar y divulgar esta Declaración es notoria, los pueblos del mundo tenemos que conformar un bloque opositor con la fuerza moral, política y social suficiente para coadyuvar a un cambio en el orden mundial, frente a la lógica imperante de guerra, para establecer la armonía y la concordia entre los pueblos y naciones, con el fin de poner un alto total al imperialismo estadounidense y de cualquiera otra nación. El porvenir de la humanidad está en nuestras manos, con acciones concretas y comunes iremos restituyendo la justicia global tan lacerada y podremos hablar de otro mundo posible, uno basado en el respeto a soberanía y autodeterminación de los pueblos y culturas de todo el mundo, tal y como dijera el prócer cubano José Martí: “Con todos y para el bien de todos”.
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Biden ante G7 y OTAN: la carga de Trump
Trump no se ha ido a ninguna parte. Mientras Biden se encuentra en la costa inglesa, participando en la cumbre de las siete mayores economías del planeta para luego viajar a la reunión de la OTAN, muchos actores parecen tener claras varias cosas: primero, lo sucedido en esos mismos foros, pocos años atrás con su antecesor; segundo, que Biden intenta contar otra historia sobre Estados Unidos, su responsabilidad y su proyección internacional; tercero, que al mismo tiempo que Biden cuenta esa otra historia, Donald Trump y sus teorías de fraude electoral y conspiración siguen siendo inmensamente populares en Estados Unidos; cuarto, que ese expresidente mantiene el control del partido republicano y quienes se atreven a oponerse están pagando el costo; y quinto, que todo indica que se intentará reelegir en 2024. Así que, vayamos por partes.
Biden y el equipo con el que está gobernando, como ya lo sabemos, buscan enviar el mensaje de que Estados Unidos está de regreso. Lo está para cumplir con sus compromisos previos—como lo es el acuerdo climático de París, o el acuerdo nuclear con Irán—pero lo está también para enfrentar los retos actuales y futuros como la pandemia, la crisis económica planetaria o la necesidad de ir más allá de París para detener el calentamiento global. En su visión, el liderazgo de Estados Unidos importa para poner en marcha medidas colaborativas y coordinadas con sus aliados a fin de estar a la altura de esos retos. De igual forma, esas acciones coordinadas con sus aliados son indispensables para poder competir y confrontar a China y a Rusia, los dos mayores rivales de Occidente.
Por ello, Biden cuenta la historia de que el trumpismo aislacionista y nacionalista quedó atrás. Atrás quedaron esos días en los que Europa era una “rival estratégica”, o en los que la OTAN era una alianza “obsoleta”; los días en los que el presidente estadounidense se paraba de la mesa y se regresaba a Washington antes de lo previsto, llamaba al primer ministro canadiense “debilucho”, o dejaba de saludar a Merkel, para después reunirse con Putin en privado, entre risas alegres y sin la presencia de asesores.
Estados Unidos, habiendo dejado todo aquello en el pasado, es ahora una potencia que entiende y afronta sus responsabilidades, dice Biden, y por ello pide la confianza y el compromiso de sus contrapartes.
De manera paralela, sin embargo, en su propio país hay otra historia que se cuenta con un importante nivel de impacto. Ese otro relato dice que Biden es un presidente ilegítimo. Solo llegó a la presidencia tras un fraude masivo. Más aún, desde hace ya años, se han esparcido teorías que indican que Estados Unidos está dirigido desde los sótanos por un grupo de pedófilos satánicos, posicionados en el mundo de la política, los espectáculos y los negocios. Según esa creencia, Trump habría sido reclutado por militares con el objetivo de combatirles, pero desde la “profundidad” del Estado, sus oponentes trabajaron incansablemente para deshacerse de él. Primero, orquestaron una investigación especial para vincularlo con Rusia y su intervencionismo en la política interna de EEUU; luego, le fraguaron cargos de destitución e intentaron sacarlo de la presidencia, y por último pusieron en marcha un fraude electoral masivo que finalmente logró impedir su reelección.
Según una encuesta publicada la semana pasada por el Public Religion Research Institute, 15% de estadounidenses, y específicamente, una cuarta parte del electorado republicano, cree que todo lo anterior es verdad. Pero lo más preocupante es que el 55% de votantes republicanos piensa que al menos ciertas partes de esa historia son correctas, siete de cada diez creen en el fraude electoral y el 15% de estadounidenses considera que solo mediante la violencia es posible eliminar a esa secta satánica del poder.
Por tanto, todo lo que tiene que hacer Trump es atizar las llamas y el incendio renace. A pesar de que los resultados electorales fueron certificados por cada estado de la Unión y por el Congreso, al día de hoy sigue habiendo intentos por parte de legisladores republicanos y equipos de abogados para revertir dichos resultados, o una parte de ellos, en estados como Pensilvania, Georgia o Arizona. Adicionalmente, al interior del partido republicano, basta denunciar al expresidente u oponérsele de alguna forma, para recibir el castigo de las mayoritarias fuerzas que le apoyan.
Entendiéndolo bien, los senadores republicanos bloquearon una investigación independiente y bipartidista en torno al asalto al Capitolio el 6 de enero. Asimismo, varios congresos locales dominados por el partido republicano, están modificando leyes electorales en sus estados, intentando restringir algunas de las condiciones que favorecieron la victoria de Biden en la última elección. Esto incluye, por ejemplo, limitar las facilidades para el voto por correo.
Al final del camino, esta es la realidad: dada la composición del colegio electoral, dado el peso que en éste tienen los estados que tradicionalmente votan por el partido republicano, y dado el impacto que las restricciones electorales podrían tener sobre votantes tradicionalmente demócratas, un futuro candidato como Trump, no requiere convencer a la mayoría de estadounidenses acerca de su historia. Basta con que sostenga un apoyo relativo entre el 47% que le respaldó en 2020 (o quizás incluso menos que eso), y afine su eficacia en aquellos estados específicos en los que Biden ganó por un pelo, y sus posibilidades de recuperar la presidencia se abren inmensamente.
La cuestión es que esto tiene implicaciones internacionales muy relevantes. Aún creyendo plenamente en Biden y en su equipo como personas y políticos comprometidos con el mensaje que buscan transmitir, es imposible descartar el poder que conservan Trump y su narrativa. Solo que, en esa narrativa, Estados Unidos tiene que mirar hacia adentro antes que hacia afuera. Porque en esa otra historia, los aliados de Washington solo se aprovecharon de la inocencia de sus líderes, sacando ventajas sin pagar los costos. En esa otra historia, Estados Unidos no debe pelear las “guerras de otros” ni comprometer recursos o personas para defender a nadie, si no obtiene réditos claros por hacerlo. En esa otra historia, el cambio climático no existe, la ciencia no debe informar la toma de decisiones y China puede ser combatida mientras también se combate a los supuestos socios, lanzando contra ellos otras guerras comerciales o diplomáticas, o cancelando acuerdos internacionales negociados y firmados por otras Casas Blancas en las que él no habitaba.
Como consecuencia, mientras Biden a lo largo de estos días, intenta curar las heridas y restablecer las alianzas de la superpotencia, todas sus contrapartes comprenden bien que hoy por hoy, nada ni nadie puede garantizar la supervivencia del liderazgo que promete, los acuerdos que establezca, los compromisos que haga o las firmas que plasme. Su narrativa tiene una robusta competencia en casa.
Analista internacional. Twitter: @maurimm
12 de junio, 2021
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Entrevista a Robert Steuckers sobre Carl Schmitt
Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera
Esta entrevista ha sido hecha por Monica Bersvock. En ella se discute el colapso del Estado constitucional, las crisis políticas y la guerra entre las potencias telúricas y talásicas. Las reflexiones que hizo Carl Schmitt sobre estos temas resultan más actuales que nunca. Robert Steuckers ha hecho un intento magistral de resumir los diversos trabajos que ha dedicado a este jurista alemán con tal de ofrecernos una visión casi completa de la influencia que ejerce incluso en nuestros tiempos.
¿Cómo resumiría usted la vida y la obra de Carl Schmitt?
La vida de Carl Schmitt como jurista y teórico tanto del derecho como de la política comenzó en su juventud. Tuvo dos esposas, ambas de origen serbio, con una de las cuales tendría una hija, Anima, con quien se casaría en España. Desde el punto de vista político, Carl Schmitt fue inicialmente un partidario del Centro Católico (Demócrata-Cristiano), sin adherirse formalmente a él, ya que su familia era originaria de Mosela y eso implicaba una herencia tradicional muy fuerte y la defensa de un catolicismo rural. En un principio su padre apoyo el Centro Católico, pero este pronto perdió el rigor doctrinal y político que los católicos de Mosela y el Rin veían en él. Se podría decir que es la historia de la decadencia de una rama política que no existía en Francia y que ahora está en su fase final, especialmente en Bélgica y en Alemania ahora que Angela Merkel se ha retirado. En una primera fase de su vida política, Schmitt quiso dar rigor y fuerza al amplio movimiento que representaba este catolicismo romano y político: los representantes del partido lo ignoraron y el catolicismo alemán desde entonces vive desequilibrado por toda clase de debates teológicos infructuosos y débiles intentos de adaptarse al espíritu de la época. Schmitt, al menos superficialmente, y al igual que muchos miembros decepcionados del Centro Católico, se unió al nacionalsocialismo, al cual consideraba como una medida provisional para detener la decadencia de ese entonces. Carl Schmitt quedó marcado por los años de 1933 y 1934: a partir de entonces, muchos comenzaron a sospechar de él, especialmente debido a que publico un texto titulado “El Führer como garante de la ley” tras la famosa “Noche de los cuchillos largos”. Fue un intento tardío de Schmitt de adaptarse a los nuevos gobernantes, tratando de dejar atrás su pasado reciente como opositor al ascenso del hitlerismo. Además, Schmitt fue asesor de comunistas como Kurt von Schleicher, asesinado el 30 de junio de 1934. Sin embargo, siempre existió una profunda desconfianza hacia Schmitt por parte del NSDAP, especialmente en las SS: el periódico de la Guardia Pretoriana de Hitler atacó ferozmente a Schmitt en 1936, considerándolo como un representante del centro (ya disuelto) y hostil en secreto al nacionalsocialismo después de su llegada al poder el 30 de enero de 1933. Se le prohibió a Schmitt aspirar a cualquier puesto público después de este incidente, acompañado de amenazas de muerte y una minuciosa investigación ordenada por Himmler; a partir de allí dejó de preocuparse por la política interior alemana y por la codificación del nuevo sistema jurídico del nazismo, pero continuó con sus brillante y bien fundadas críticas al wilsonismo estadounidense, que a sus ojos era una continuación de la Doctrina Monroe proclamada en 1823 por el entonces presidente estadounidense de ese nombre. Los Estados Unidos de James Monroe rechazaron cualquier intento de intervención de la Santa Alianza europea en el Nuevo Mundo y, a cambio de esto, prometía no intervenir en los asuntos europeos o asiáticos. Tal proclama no tardó en ser abandonada una vez empezó la guerra contra España en 1898, cuando Estados Unidos conquistó las Filipinas e intervino en China en 1900. El intervencionismo estadounidense en Europa llegó de la mano de Woodrow Wilson. Ya para la década de 1920 los estrategas estadounidenses Frank B. Kellogg y Henry L. Stimson señalaban que Japón era una amenaza y elaboraron una serie de leyes que buscaban socavar la soberanía de los países no estadounidenses, prohibiendo toda clase de guerra, criminalizando a los Estados que se oponen al intervencionismo estadounidense y rechazando la neutralidad – ya que los enemigos de los EE.UU. son representantes del mal absoluto y, en consecuencia, afirmando que cualquiera que los defienda es su partidario, lo que conlleva la defensa del intervencionismo estadounidense en todo el mundo –. Schmitt fue el primero en oponerse a estas afirmaciones a partir de un gran rigor intelectual. Dado que EE.UU. es una potencia de dimensión continental, Europa también debe aspirar a convertirse en una y por eso él llamó a la creación de una “Gran Europa” bajo el liderazgo de Alemania y junto con las colonias africanas de los demás países europeos. Es por eso que Schmitt es considerado como el teórico del “Großraum” (Gran Espacio) y la prohibición de toda forma de intervencionismo por parte de un poder extranjero dentro de dicho Gran Espacio (“está prohibido que los poderes ajenos a este espacio intervengan en él”). Después de la guerra, y habiendo salido de la cárcel, en la que pasó varios meses, Schmitt volvió a su pueblo natal, Plettenberg, en Sauerland, negándosele la posibilidad de dar cátedra universitaria. Estaba muy amargado. Sin embargo, recibió muchas visitas en ese momento y fue invitado regularmente a España, donde se negaron a aplicarle el ostracismo que le habían impuesto en Alemania. Fue allí donde desarrolló la “teoría del partisano”, a partir de un análisis de ciertas características del maoísta (o el Vietcong) que se podían encontrar en muchos medios católicos rurales de Flandes, Austria y Alemania todavía en la década de 1960. No obstante, Schmitt nunca ridiculizó estas características rurales del maoísmo, como si lo hicieron muchos activistas maoístas europeos, generalmente descerebrados y ridiculizados por humoristas como Lauzier, que los caricaturizó cruelmente. Schmitt se limitó a analizar la teoría clausewitziana de la “pequeña guerra” (guerrilla) del Tirol y España contra Napoleón y justificó la lucha del partisano si y sólo si defiende a su país (si su lucha tiene una dimensión “telúrica” y a menudo “campesina”), lejos de cualquier delirio ideológico abstracto. Al fin y al cabo, el orden mundial posterior a 1945 estaba compuesto por tres “Grandes Espacios” según él: EE.UU., la URSS y China. La bipolaridad creada por Yalta era disputada por los pueblos en proceso de descolonización y los No Alineados (en los que Schmitt depositaba todas sus esperanzas).
¿Cómo influyó la fe católica en la formación intelectual de Carl Schmitt?
La fe de Carl Schmitt no puede ser asimilada de ninguna manera al fanatismo religioso ingenuo, lo cual no implicaba la intransigencia. Podemos decir que el catolicismo de Schmitt era de origen ibérico y provenía de su lectura del diplomático español del siglo XIX, Juan Donoso Cortés, que consideraba como “satánicas” las maquinaciones de la “clase discutidora”, es decir, la burguesía parlamentaria y todos los pensadores que la apoyaban. La política solo acontece en el estado de excepción y peligro y no surge de los debates; es imposible que de charlas interminables y repetitivas puedan surgir decisiones rápidas y contundentes. Dios no creó el mundo a partir de una discusión parlamentaria: el acto divino más importante no es producto de un debate. Las decisiones papales también son hechas sin recurrir a ninguna forma de debate y lo mismo se aplica a las decisiones de los monarcas absolutos. El decisionismo de Schmitt depende mucho de Donoso Cortés, aunque su catolicismo se apoya en otras ideas rectoras que encontramos en su teología política como el pesimismo antropológico y la idea del “retenedor romano”. Schmitt hereda de la tradición agustiniana la idea de un “ser humano pecador” que debe ser integrado en un sistema religioso con tal de que no se entregue a sus bajos instintos: el pecador necesita de la “forma”. La antropología pesimista, contraria a la antropología optimista de Rousseau (“el hombre nace bueno y la sociedad lo corrompe”), no conduce al totalitarismo, ya que Schmitt observa que son los representantes de los totalitarismos modernos los que se consideran “buenos”, es decir, por encima del pecado, y en consecuencia tratan a sus enemigos como alimañas que deben ser exterminadas (por ejemplo, la Vendée). El optimismo antropológico conduce al terror; su eudemonismo superficial desemboca finalmente en el “exterminio” violento. En segundo lugar, algunos teólogos tardoimperiales sobre los que reflexiona Schmitt sostenían que la providencia había entregado a los primeros cristianos la defensa del “retenedor romano”, es decir, el Imperio Romano, y que este retenedor debía ser mantenido contra viento y marea por un katehon contantemente amenazada por el peligro y la decadencia (la resistencia a la decadencia o a las fuerzas del mal como medio para detener una catástrofe apocalíptica). Schmitt tomó muy en serio la idea del “retenedor romano”: siendo renano y moseliano, sabía que su región natal floreció bajo el Imperio Romano y este Imperio sobrevivió gracias a la “translatio imperii ad Francos” y posteriormente “ad Germanos”. El Sacro Imperio Romano Germánico existió hasta que fue destruido por Napoleón: es necesario restaurarlo y recatolizarlo (darle una forma). Por lo tanto, es necesario consolidar el retenedor, además de defenderlo y preservarlo durante el mayor tiempo posible. La catolicidad de Schmitt es inseparable de esta defensa del Reich medieval, siendo paradójicamente “gibelina” y no güelfa. Igualmente, esta idea es inseparable de la forma, la cual se manifiesta constantemente a través de su esplendor y visibilidad, su triunfo constante, su arquitectura, su solemnidad y pompa. Aquí es evidente la hostilidad de Schmitt hacia la sobriedad de la liturgia protestante. Pero tampoco hay que olvidar sus reservas frente al catolicismo conservador que soñaba con una ingenua restauración romántica medieval promocionando el anti-estatalismo, anti-prusianismo y antifascismo con el pretexto de que el Estado alemán e italiano eran de origen prusiano, protestante y/o provenientes de la tradición filosófica de Hegel (llamada “actualista” en Italia y Holanda): Schmitt seguía siendo católico (renano), pero también era un estatista prusiano y un nostálgico del Sacro Imperio Romano Germánico en su forma gibelina.
La relación de Carl Schmitt con el nacionalismo socialismo, al igual que las de sus compañeros Heidegger y Jünger, sigue siendo objeto de un apasionado e interminable debate. ¿Fue Carl Schmitt un asesor o un opositor al régimen de Hitler?
En cierta forma, se puede decir que fue ambas cosas. Fue un compañero de viaje del nacionalsocialismo porque la situación de principios de la década de 1930 y después de la llegada al poder del NSDAP en enero de 1933 postulaba un volens nolens. Schmitt, como muchos de sus contemporáneos, odiaba el sistema de la República de Weimar sometido a los poderes extranjeros franceses y estadounidenses (por ejemplo, los intentos de Dawes y Young de controlar la economía alemana). La economía de la República de Weimar era, como decían los empresarios estadounidenses, una “economía penetrada/dependiente” que impedía que el país fuera realmente autónomo. Estos planes no pudieron resolver los problemas creados por el crack bursátil de 1929. El nuevo régimen podría ser capaz de consolidar el “retenedor alemán” para que este volvería a convertirse en un Reich, es decir, un “área metropolitana” autónoma y ajena a los Estados Unidos. Schmitt fue opositor del nacionalsocialismo porque criticó la ideología del nuevo régimen, la cual contenía muchos elementos románticos que califica de “ocasionalistas” y, por lo tanto, representaban un "bricolaje" sin referencias sólidas, profundas y antiguas, que terminarían por desintegrarse a mediano plazo. Como sea, Schmitt fue denunciado como el jurista del nazismo después de 1945, fue interrogado sin cesar por los agentes de inteligencia estadounidense y condenado al ostracismo por la nueva Alemania democrática. Se le prohibió enseñar por el resto de su vida.
¿Cuál fue la relación de Schmitt con el liberalismo?
Schmitt consideraba el liberalismo como su principal enemigo, la forma que asumían todos los delirios y desviaciones modernas. Sin embargo, su crítica al liberalismo cristalizó en su constante rechazo del “derecho positivo”, el cual postula la aplicación estricta de las leyes y normas sin referencia a los cambios en la realidad, el contexto político y sociológico y los hechos que dieron lugar a los delitos o infracciones. Esta posición de Schmitt proviene de sus primeros años de estudio en Estrasburgo, donde trabajó con un tal profesor Fritz van Calker, quien consideraba que el derecho no podía estudiarse sin tener en cuenta los valores tradicionales de las diferentes sociedades. Por supuesto, el sistema de valores de Schmitt, que encontramos en las primeras etapas de su obra, estaba ligado al catolicismo renano, a veces truculento y cortés, que se manifestaba en las celebraciones carnavalescas, su bella forma romana y su referencia al “retenedor romano” (germanizado por los carolingios y los otonidas). No obstante, este catolicismo de Schmitt no dejó de influir en sus altas producciones intelectuales. Schmitt no veía a las vanguardias literarias y artísticas como una continuación delirante de la modernidad progresista, sino, más bien, como un desafío radical a la Modernidad liberal y burguesa que buscaba destruir la columna vertebral de todo Estado verdaderamente “político”, es decir, la marginación de toda forma de militarismo. Schmitt creía que las energías de las protestas vanguardistas, una vez socavado el orden burgués, volvería inevitablemente a las tradiciones positivas de los pueblos y por lo tanto debían efocar su lucha contra el liberalismo burgués (Hugo Ball, que era un admirador dadaísta de Schmitt, volverá, aunque de forma torpe, a una especie de catolicismo lleno de fervor medieval y esplendor triunfal). En segundo lugar, la crítica de Schmitt al “derecho positivista”, teorizado en su momento por Hans Kelsen, es inseparable de su crítica a la partitocracia de la República de Weimar. La partitocracia conducía a una perjudicial fragmentación del “corpus mysticum”, es decir, del pueblo, tal y como lo definió Suárez, un pensador español del siglo XVII: la partitocracia yuxtapone fragmentos del pueblo que son hostiles entre sí. Además, entrega el poder a diferentes facciones de la “clase discutidora” fustigada por Donoso Cortés y, finalmente, conduce a la decadencia irreversible de lo político y las instituciones del Estado. Queda claro que Carl Schmitt es más actual que nunca en este sentido. Al igual que Maurras, buscó el triunfo de la legitimidad y desconfiaba de la legalidad que es la base del “derecho positivo” del liberalismo.
El decisionismo es fundamental en Carl Schmitt. ¿Cómo se puede definir este decisionismo en su obra?
Schmitt consideraba el estado de excepción o emergencia como el momento de la verdad, lo cual contrastaba con la normalidad legalista y burguesa. Este estado de excepción de alta intensidad exige tomar decisiones rápidas y sin vacilar. El “decisionismo” de Schmitt es, por lo tanto, inseparable del concepto “kairológico” del tiempo de los griegos, es decir, de un momento que exige una acción rápida que implica aprovechar la inmediates (sin mediación) y la oportunidad con tal de forzar el destino y de ese modo obtener la victoria y prevalecer. Este tiempo “kairológico” contrasta con el suave desenvolvimiento del tiempo “cronológico”, el tiempo normal, ligado a las rutinas banales y la vida cotidiana (el “gobierno del hombre” según Heidegger). Ante los ojos de Schmitt el derecho positivo es el derecho que se niega a pensar en otra cosa que no sea la normalidad, una normalidad regulada y estandarizada por leyes inmutables e ininterpretables que nunca entraban en contacto con la riqueza de la realidad (el derecho consuetudinario suele ser pícaro y bribón). El derecho positivo consideraba que la historia jurídica anterior fue abolida por el pensamiento y la práctica jurídica del siglo XIX: el derecho consuetudinario y el estado de excepción (que funciona de otra forma) quedaron excluidos del pensamiento y la práctica jurídica por ser considerados extrajurídicos. El liberalismo es la ideología de esta exclusión general, de esta depuración total de lo mundano y concreto que, en última instancia, conduce, como dijo nuestro ministro Theo Francken, a que el aparato judicial solo elija “jueces no mundanos” (“wereldvreemd”). A esta aguda crítica, difícil de analizar en todas sus consecuencias en esta simple entrevista, Schmitt añade que el verdadero jurista, legitimador y decisionista, como él mismo lo era, debía tener una sólida formación literaria y clásica, pues de lo contrario se convertiría en un abogado o juez aburrido y sin cultura, un estúpido o perverso seguidor de las ideologías “del momento” o “de moda” que enturbiaban y neutralizaban el sentido mismo del derecho natural. Esta crítica, expresada por Simmel en 1914, y luego por Schmitt y Max Weber en la década de 1920, fue retomada mutatis mutandis por François Ost (F.U. Saint Louis, Bruselas) en su obra Raconter la Loi. Aux sources de l'imaginaire juridique (O. Jacob, 2004), obra que no ha sido lo suficientemente estudiada en los círculos no conformistas actuales. Ost quiere superar todas las visiones formalistas y moralistas del derecho, básicamente lo mismo que quiso Carl Schmitt en su momento, deseando que el derecho vuelva a retomar las paradojas que nos revela la literatura (cita a Sófocles, Goethe, Defuoe, Kafka, etc.). Según Schmitt el liberalismo es un orden pervertido que debe ser eliminado porque obstruye la posibilidad de la polis de comprender el estado de excepción o de necesidad, además de promover la partitocracia, el derecho positivo (de Laband y Kelsen) y justificar toda clase de errores moralizantes y economicistas.
¿Qué “lecciones” de la obra de Schmitt siguen siendo relevantes?
Las enseñanzas que dejó Carl Schmitt son numerosas como demuestra el creciente interés que existe en todo el mundo por su obra. Una lectura atenta de las obras de Carl Schmitt permitiría realizar una crítica constructiva sobre los perversos efectos de la partitocracia. Personalmente, considero que la definición que da Schmitt de los “Grandes Espacios” y el hecho de que este “prohibido la intervención de potencias extranjeras que no pertenezcan al espacio europeo” en nuestros asuntos es muy importante. La Europa de hoy está sometida a la constante intervención del poder estadounidense, siendo esta última una talasocracia tanto en sus principios como en sus valores culturales. Estados Unidos es una talasocracia debido a su extensión continental bi-oceánica (Atlántica y Pacífica), tal extensión bi-oceánica la permite ser autosuficiente y proyectarse a los continentes insulares o costeros que estén en el Atlántico y el Pacífico, tanto en Asia como en Europa, pero, sobre todo, satelizar a las potencias menores y, lo que es peor, penetrar en mares interiores como el Mediterráneo, el Mar Negro, el Mar Báltico, el Golfo Pérsico y el Mar Rojo con tal de aplastar a cualquier otro poder imperial que pueda surgir en esos lugares. Europa (y Rusia) se encuentran muy expuestas a estas acciones porque nunca han acatado los consejos de Schmitt de prohibir que el lejano Estados Unidos pueda invadir militarmente nuestras tierras y mares, tolerando la presencia estadounidense en el Mediterráneo (con la Séptima Flota estacionada en Nápoles y la alianza incondicional con Israel). La guerra en Ucrania permite una intrusión permanente en el Mar Negro y ha llevado a todas las pequeñas potencias del Báltico, antes neutrales, a unirse a la OTAN. La desaparición de la neutralidad de esta región, ahora altamente estratégica, es una catástrofe para toda Europa, pues ya no será posible ampliar esta neutralidad con tal de crear un espacio de amortiguación entre el verdadero Occidente, heredero de los iconoclastas de 1566 y los sansculottes, y Rusia. Carl Schmitt escribió en la p. 257 de Posiciones y conceptos que lamentaba la desaparición y la potencial criminalización del derecho de los Estados a la neutralidad tal y como había sido consagrado por el derecho internacional, es decir, el derecho a no participar en una guerra entre terceros y por lo tanto no permitir que sus propios territorios se convirtieran en escenario de combates y destrucciones irremediables. Schmitt dice: “La amenaza y el peligro de la criminalización del principio de neutralidad en el derecho internacional no emanan, pues, de un Estado que únicamente se preocupa por él mismo, sino, por el contrario, de las pretensiones de poderes supranacionales y suprapopulares que quieren impedir el derecho o no de un pueblo a elegir para sustituirlo por valores colectivos predeterminados (nota del traductor: la comunidad de valores occidental/atlántica) que son considerados como universales o ‘suprapopulares’ de una forma u otra”. El derecho a elegir la neutralidad, como lo hizo la Finlandia de Paasikivi y Kekkonen en 1948, con tal de evitar la ocupación soviética o la anexión, es un derecho inalienable de los Estados que va de la mano del rechazo de todas las ideologías universalistas, ya sea que se trate del modelo fallecido modelo soviético o del transatlantismo actual. El derecho a la neutralidad significa también no discriminar a las partes en conflicto y no permitir ningún desequilibrio a favor de una u otra en perjuicio de todas las partes, incluso en los medios de comunicación. Las ideas schmittianas sobre la no injerencia, junto con su crítica a las ideologías mesiánicas y universalistas y la defensa del principio de neutralidad, deben ser rescatadas y defendidas más que nunca.
El libro de Schmitt Tierra y Mar es muy actual. ¿Acaso Rusia y Occidente representan esta lucha entre el poder de la tierra contra el poder del mar? ¿Ofrecen estas reflexiones de Schmitt una clave para el ulterior curso de esta guerra?
Por supuesto, como ha señalado Alexander Dugin en sus extensas y didácticas obras publicadas en Moscú, la lucha global actual es un conflicto entre una talasocracia hegemónica, que ha ampliado su dominio técnico hasta convertirse en una potencia aérea, espacial y balística, contra varias potencias continentales (telurocráticas) que han desarrollado flotas y submarinos, sobre todo China en la región del Océano Pacífico. Dugin resume muy bien las posiciones de Schmitt en su libro El auge de la cuarta teoría política (Torredembara, ed. Fides, 2018; del cual solo he podido consultar su versión española) al decir que el “Gran Espacio” continental del que habla Schmitt es actualmente Rusia, pero las fronteras de Rusia se han vuelto frágiles después de la disolución de la URSS. Schmitt considera que la figura simbólica del zoon politikon, encarnada en un imperio telurocrático, es el “geómetra romano” que mide, levanta y traza carreteras, construyendo puentes y acueductos en todas partes. Él organiza el espacio para convertirlo en parte de la civitas y crea de ese modo la civilización. Schmitt sostiene que la talasocracia no es más que una ilusión que no se sostiene sobre nada concreto: en su Glossarium, es decir, en sus apuntes que no aparecerían sino diez años después de su muerte, dice que la talasocracia es una entidad política hegemónica de carácter oceánico/marítimo que tiene la necesidad de moverse constantemente, porque de lo contrario “se hundiría irremediablemente, ya que en el agua uno tiene que nadar”. La hegemonía talasocrática implica un movimiento constante: una sociedad fluida que considera que cualquier forma sólida basada en la tierra es criminal y totalitaria. El conflicto actual que se desarrolla en varios escenarios, entre ellos Siria y Ucrania, es un conflicto entre una talasocracia que ha reemplazado parcialmente el poderío de sus naves por el mundo digital, la nube y el “offshore”, frente a diversos poderes telurocráticos que además de contar con barcos también construyen ferrocarriles, canales y nuevas rutas marítimas (incluso en el océano Ártico). El representante más importante de esta telurocracia es la China de Xi Jinping con su doble proyecto de un sistema de comunicación tradicional-terrestre, el Cinturón y la Franja (o “nueva Ruta de la Seda”) junto con su banco de inversiones de proyectos concretos (referencia a las “ordenes concretas” de Schmitt). Hubiera sido interesante conocer la opinión de Schmitt sobre las guerras actuales, ya que sólo pudo teorizar el rígido orden mundial producto de la “Guerra Fría”.
¿Qué intelectuales de izquierda y derecha reivindican a Carl Schmitt actualmente?
La recepción actual de Schmitt abarca un espectro muy amplio, aunque quienes más lo leen son naturalmente los intelectuales, pues resulta imposible abarcar la obra de un hombre que murió a la edad de los 97 años, escribiendo su último libro a los 91 años. La prematura muerte de su hija Anima lo dejó literalmente sin palabras. En Francia fue leído principalmente por Julien Freund, su alumno alsaciano. Sus exegetas italianos tanto de izquierdas como de derechas son todos dignos de ser tenidos en cuenta. Schmitt ha sido muy estudiado en España e Iberoamérica, mientras que en Alemania, a pesar de haber sido demonizado por sus relaciones con el nazismo, sus antiguos alumnos han seguido promocionando su obra, en particular el primer Helmut Quaritsch, un alemán suscrito a la ENA tras el acuerdo De Gaulle/Adenauer de 1963 y que posteriormente dirigió la prestigiosa revista de ciencias políticas Der Staat (Berlín). Dado que es imposible abarcar todos los aspectos de su obra en esta entrevista, me gustaría mencionar sobre todo a Günter Maschke, un camarada mío fallecido en febrero de este año, antiguo agitador de izquierda en los años sesenta tanto en Alemania como en Austria que dio literalmente un giro a su perspectiva ideológica y se convirtió en uno de los más ardientes seguidores de Schmitt, siendo un meticuloso investigador de su obra. También merece la pena mencionar al profesor Rüdiger Voigt, que estudio la actualidad del “Gran Espacio” de Schmitt en este mundo “desterritorializado”, tema muy importante hoy. Podríamos decir que mi compatriota Chantal Mouffe es la schmittiana de izquierda más importante, especialmente porque está vinculada al movimiento neocomunista español Podemos debido a su marido, el postmarxista Ernesto Laclau, retomando muchos de los conceptos acuñados por Schmitt con tal de criticar el liberalismo (y el neoliberalismo). El liberalismo, esa ideología debidamente fustigada hasta el cansancio por Carl Schmitt, destruye/deconstruye las comunidades humanas de modo que la lucha de clases ya no es posible en una sociedad fragmentada donde solo existen individuos aislados. Chantal Mouffe también retomó, como lo hizo Maschke al principio de su encuentro con la obra de Schmitt, la idea de lo político, negada por la izquierda clásica y especialmente por quienes han sucumbido a las encantadoras sirenas del neoliberalismo. Lo político permite reunir “al nosotros como grupo” que, resistiéndose a otros “grupos”, permite la riqueza del juego de lo político, a diferencia de la implosión de lo político en nuestras sociedades neoliberales actuales. Según Chantal Mouffe, Schmitt permite pensar lo agonal y restablecer la lucha política como única forma de salvación de las civilizaciones en esta era del vacío (liberal), algo que, por cierto, también defendía Armin Mohler en 1982 en un artículo olvidado que publico en el Criticón y que yo traduje hace mucho. Por último, el corpus teórico de Schmitt ha sido popularizado por la revista teórica estadounidense Telos, ¡la cual fue la responsable de la difusión de las ideas de la Escuela de Frankfurt en los Estados Unidos! Uno de sus redactores en jefe, el ya fallecido Paul Piccone, descubrió a Schmitt y orientó su revista hacia esa asombrosa síntesis que hoy en día ellos mantienen y que no tiene equivalente alguno en el ámbito francófono. Recientemente, la revista ha publicado un análisis de la obra de Schmitt realizado por uno de sus primeros lectores estadounidenses, Joseph W. Bendersky, y su alumno chino, Qi Zheng. 37 años después de la muerte de Schmitt, 43 años después de haber publicado sus últimos libros, la obra de este ermitaño de Plettenberg sigue resonando en todo el mundo: tratar de eludirla con tal de darle el triunfo a los borregos e imbéciles de hoy, dominados por los deshilachados discursos de la corrección política e ideologías sin contenido como el neoliberalismo, que promocionan a toda esa camarilla de apolíticos incautos y políticos canallas, sería un crimen inmenso que no podemos permitirnos.
Hace poco mencionó la influencia de Carl Schmitt en China. ¿Hasta qué punto su obra ha influenciado a los gobernantes de ese país?
Puede consultarse la obra del italiano Daniele Perra sobre ese asunto, hace poco público un libro muy conciso y claro titulado Stato e impero da Berlino a Pechino. L'influenza del pensiero di Carl Schmitt nella Cina contemporanea (Anteo Ed., Cavriago/RE, abril 2022). En este libro, que desgraciadamente todavía no ha sido traducido al francés o al inglés, Daniele Perra enumera los más importantes pensadores políticos chinos contemporáneos de corte “schmittiano”: Liu Xiaofeng, Jiang Shigong, Wang Huning y Zhang Weiwei. Xiaofeng subraya la importancia del puritanismo en el surgimiento del idealismo estadounidense y su forma de abordar la política internacional, además de su obsesión por obligar a otros Estados, incluidos los que están emergiendo o desean emerger, a adoptar una “política de puertas abiertas” con tal de no ser considerados como “totalitarios” o “sociedades cerradas” (como los denominan Popper o Soros). Xiaofeng subraya que China debe conocer el origen de esta obsesión e intentar de alguna forma mitigar su virulencia, pues tarde que temprano estallará. Jiang Shigong teorizó el concepto de imperio y de “Gran Espacio”, concluyendo que China debe asumir un papel de liderazgo ante el posible nacimiento de un “nuevo nomos de la tierra” tal y como fue teorizado en su momento por Schmitt. Wang Huning analiza los modos de expansión de la cultura occidental (es decir, estadounidense, ya que Estados Unidos es la potencia hegemónica de Occidente) “progresista”, ya que Estados Unidos, como entidad estatal sin profundidad histórico-temporal, sólo piensa en el futuro, por lo que no respeta el pasado y, por lo tanto, la sabiduría adquirida e interiorizada por medio de la experiencia histórica. El neoliberalismo es la actual encarnación de esta voluntad de destrucción del pasado, una ideología/teología puritana estadounidense contra la cual China debe oponerse mediante la defensa de sus autoridades políticas (es decir, el “partido”) y un socialismo colectivo ajena a la mentalidad liberal. Por su parte, Zhang Weiwei afirma que China debe esforzarse por “deconstruir el discurso hegemónico de Occidente” por medio de los principios culturales heredados de su pasado, esta idea de la “deconstrucción” está basada en la obra filosófica de Martin Heidegger, para quien “deconstruir” no significa destruir los fundamentos de una civilización, como pensaban sus seguidores en la Escuela de Fráncfort o filósofos franceses como Jacques Derrida o Michel Foucault, sino “deconstruir” aquellas actitudes ridículas en las que ha caído el Occidente actual, cuyas manifestaciones más recientes son el sesentayocho, el idiotismo festivo (denunciado por Philippe Muray), la corrección política y el wokismo. Los principales teóricos chinos también son consumados lectores de Heidegger.
¿Cuál es su conclusión de todos esto?
Lo que he dicho está aquí es muy superficial: soy muy consciente de que la obra de Schmitt merece un estudio muy profundo y de que muchos aspectos de su pensamiento aún no han sido abordados. Su obra está abierta y no sé cerrará jamás.
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