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"In short, Faye sees the pagan (or, in his own words, "Greek") heritage, at once Apollonian and Dionysian, as the most secure and solid foundations of Europe".
-Robert Steuckers.
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PEQUEÑAS REFLEXIONES SOBRE LA ESCUELA DE FRÁNCFORT
Robert Steuckers
Discurso pronunciado en Gante, Sala Universitaria Blandijn, en noviembre de 2008, con motivo de una conferencia del Dr. Tomislav Sunic sobre las repercusiones de la Escuela de Frankfurt en América y Europa, organizada por la asociación de estudiantes KVHV.
La Escuela de Fráncfort es un tema muy amplio, dado el número de teóricos importantes que aportó a las izquierdas europea y estadounidense. No podremos abarcar todos los aspectos de la Escuela de Fráncfort. Al igual que el Dr. Sunic, nos limitaremos a las críticas que suelen hacer los movimientos conservadores europeos a esta escuela de pensamiento, que modernizó considerablemente las ideologías planteadas por la izquierda entre los años 1920 y 1970. En la actualidad, muchos dirigentes europeos y estadounidenses han sido influidos directa o indirectamente por la Escuela de Fráncfort, en la medida en que participaron en el movimiento de Mayo del 68 o en sus consecuencias inmediatas.
Las críticas conservadoras a la Escuela de Fráncfort se centran en varios temas:
Se dice que la Escuela de Fráncfort ha forjado instrumentos destinados a disolver literalmente los cimientos de las sociedades, para permitir que pequeñas élites intelectuales y políticas se hagan con el poder, con el fin de actuar no según tradiciones probadas (según el "mos majorum" romano), sino de forma puramente arbitraria y experimental, sin la sanción de la experiencia. Se trata claramente de contraelites, que no pretenden continuar las tradiciones políticas ni mantenerse dentro de un marco bien establecido, sino dar la vuelta a las tradiciones e instaurar una nueva forma de poder que no deba nada al pasado. Para lograrlo, y para eliminar toda resistencia de las fuerzas tradicionales, es necesario disolver lo que existe y lo que constituye la columna vertebral de las sociedades. Se ha sugerido que los defensores de la Escuela de Fráncfort cooperaron con la OSS estadounidense durante e inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial para romper la columna vertebral de las sociedades europeas, especialmente la alemana. La idea no es nueva: en Sun Tzu, encontramos instrucciones al Príncipe para sumir a la sociedad enemiga en la decadencia, para neutralizarla, para impedir que resurja de sus cenizas y pase a la contraofensiva. La Escuela de Fráncfort habría sido así el instrumento de los estadounidenses para aplicar a Alemania y a Europa un principio del Arte de la Guerra de Sun Tzu.
Del hombre unidimensional a la sociedad festiva
A pesar de la instrumentalización del corpus doctrinal de la Escuela de Fráncfort, y a pesar de los desastres que esta instrumentalización ha causado en Europa, las ideas difundidas por la Escuela de Fráncfort transmiten temas interesantes que no han sido incluidos en la vulgata, única responsable de los daños sociales y antropológicos a los que asistimos en Europa desde hace algunas décadas. Cuando Herbert Marcuse (1898-1979) habla del hombre unidimensional, para deplorar el hecho de que se haya convertido en moneda corriente en las sociedades industriales modernas, no hace sino constatar un estado de cosas ya deplorado por Nietzsche. El hombre unidimensional de Marcuse comparte muchos rasgos en común con el "último hombre" de Nietzsche. En Eros y civilización, Marcuse habla de la represión del deseo en las sociedades modernas, tal y como deploraban ciertos movimientos juveniles alternativos alemanes entre 1896 y 1933; esta opción filosófica de querer liberar los instintos reprimidos, imitando a los grupos marginales o excluidos de las sociedades incluso en detrimento de las mayorías políticas y parlamentarias, tuvo, con el apoyo de toda una serie de interpretaciones freudianas, un gran impacto en la revuelta estudiantil de los años 67-68 en Alemania, Francia y otros lugares de Europa. Sin embargo, Marcuse condenó el uso de la violencia y fue criticado como "blando" por algunos de los que habían salido escaldados, conocidos como "Krawallos". Existe una clara diferencia entre la teoría escrita y la práctica aplicada por los servicios a partir de los años sesenta. Pero fue la vulgata, la versión instrumentalizada, esloganizada para uso de los Krawallos, la que triunfó en detrimento de la propia teoría: fue sobre la base de una hipersimplificación del contenido de Eros y civilización como se creó la actual sociedad fiestista, una sociedad fiestista incapaz de forjar un Estado digno de ese nombre o de generar una forma de convivencia armoniosa y creativa. Al igual que en Un mundo feliz de Aldous Huxley, se venden drogas y se fomenta la promiscuidad sexual para adormecer la voluntad.
Además de Marcuse, el ídolo de los juerguistas de Mayo del 68, la Escuela de Fráncfort en Alemania estaba dominada por dos figuras notorias, Theodor W. Adorno (1903-1969) y Max Horkheimer (1895-1973). Estos dos filósofos fueron los principales exponentes de la filosofía alemana en la década de 1950. Adorno desarrolló una crítica del autoritarismo que, en su opinión, siempre había estructurado el pensamiento alemán y, por extensión, el europeo y el estadounidense, corriendo el riesgo de ver surgir nuevos fascismos a intervalos regulares en la historia. Quiso deconstruir este autoritarismo para prevenir de antemano la aparición de nuevos fascismos. Para ello, desarrolló un sistema de medida, expuesto en su famoso libro La personalidad autoritaria. Incluso nos dice cómo medir el grado de "fascismo" en la personalidad de un individuo en la "escala F". El libro también clasifica a los ciudadanos en "Vorurteilsvollen" y "Vorurteilsfreien", es decir, los que están "llenos de prejuicios" y los que están "libres de prejuicios". Entre los que están llenos de prejuicios se incluyen también los "rebeldes" y los "psicópatas", los "lunáticos" y los "manipuladores". Los que están libres de prejuicios incluyen sin embargo en sus filas a los "rígidos", los contestatarios, los impulsivos y los "fáciles" ("ungezwungene Vorurteilsfreie"), que se presentan como simpáticos, como movilizables en un proyecto "antiautoritario", pero cuya eficacia no es perfecta. La cumbre de la calidad cívica sólo se encuentra en una minoría de "Vorurteilsfreien": los "auténticos liberales", los "izquierdistas de pleno derecho" libres de tendencias libidinosas y de narcisismo (en resumen, los que deberían gobernar el mundo después de que todos los demás se hayan quedado sin trabajo). Este libro sobre la personalidad autoritaria fue un éxito rotundo en Estados Unidos y también en la República Federal de Alemania. Pero no se trata de una obra filosófica: es una herramienta puramente manipuladora al servicio de la ingeniería social diseñada para domesticar a la sociedad y controlar el pensamiento y el lenguaje. Por tanto, el impacto de esta obra de ingeniería social puede interpretarse perfectamente desde una perspectiva orwelliana: la emancipación (de la personalidad autoritaria) es el término embellecedor que cubre una nueva y sutil forma de esclavizar y oprimir a las masas.
De los "genuinos liberales" a la nueva humanidad
¿Cómo podemos presumir de manipulación en los "genuinen Liberalen", descritos por Adorno como personas apolíticas que sólo reaccionan cuando la injusticia es flagrantemente obvia, y luego se levantan contra ella sin tener en cuenta los contratiempos que podría causarles? El "genuiner Liberaler" es un buen ingenuo, escribe Adorno, así que ¿cómo podría manipular a sus conciudadanos? Uno se pregunta: no, no es él quien manipulará, es él quien servirá de modelo a los manipuladores, porque necesitan ingenuos. De hecho, el "fascismo" (en cualquiera de sus formas) ya no estaba presente en Estados Unidos ni en Alemania cuando Adorno publicó su libro de prensa. No había nada que hiciera pensar que fuera a reaparecer de forma ofensiva. Así pues, no es el fascismo organizado en escuadrones de combate lo que Adorno y todos sus discípulos armados con la "escala F" pretenden eliminar. Se trata más bien de destruir los reflejos estructurantes de cualquier sociedad tradicional normal, sobre todo cuando son de naturaleza "agnática" (centrados en torno al patriarca o al pater familias). Los patriarcas y los padres tienen necesariamente autoridad (que puede ser benévola o severa según los casos), ya sea, como ha demostrado Emmanuel Todd, en la familia centroeuropea (germánica y a menudo católica), en la familia judía o en la familia musulmana norteafricana (donde, según Todd, tiene aspectos más clánicos). Es su poder patriarcal el que hay que desmantelar y sustituir por figuras alternativas, no claramente perfiladas: la virago soltera, la madre fusional, la adolescente de espíritu libre, el niño pequeño irresponsable, la abuela malcriada, la divorciada frenética, el tío homosexual, el hermano mayor hippy (o beatnik), o dos o tres figuras de referencia de este tipo, que confundirán al niño en lugar de edificarlo. En resumen, tendremos la llamada "nueva humanidad tolerante" (1) con la que soñaban muchos de estos disidentes cuando querían derribar las jerarquías naturales e inmemoriales: los "niveladores" disidentes o los "Padres Fundadores" puritanos que se marcharon al Nuevo Mundo para crear una "Nueva Jerusalén" antes de colgar a las brujas de Salem (2), los utopistas o falansterios al margen de la Revolución Francesa o los comunistas soviéticos de los años veinte, antes de la reacción autoritaria del estalinismo. Los padres postulados como "autoritarios" a priori, por ciertos fanáticos de la "escala F", son evidentemente un freno al desarrollo desenfrenado de la sociedad de consumo, tal y como la conocemos desde finales de los años 50 en Europa, y desde finales de los años 40 en Estados Unidos. Los planificadores del consumismo a ultranza se han dado cuenta de que los padres (ya sean autoritarios o simplemente previsores) suelen llevar las riendas de la bolsa con más firmeza que los parias despilfarradores y derrochadores que tanto aprecian los comerciantes y los publicistas. Las estructuras patriarcales implican automáticamente el deseo de mantener y preservar un patrimonio de bienes muebles e inmuebles, que no se destinan inmediatamente al consumo, destinado a proporcionar una felicidad inmediata. La eliminación de la autoridad patriarcal y la liberación sexual van de la mano para asegurar el triunfo de la sociedad de consumo, festiva y extravagante, fustigada por ciertos soixante-huitards que fueron a la vez, y a menudo sin quererlo, sus críticos y sus promotores.
Además de escribir el libro de Adorno La personalidad autoritaria (Studien zum autoritären Charakter), un instrumento de control, los dos filósofos de la Escuela de Fráncfort, instalados en la Alemania de posguerra, redactaron su principal manifiesto filosófico, La personalidad autoritaria (Studien zum autoritären Charakter), redactaron su principal manifiesto filosófico, Die Dialektik der Aufklärung (= "La dialéctica de la Ilustración"), en el que afirmaban que formaban parte de la tradición ilustrada, surgida en el siglo XVIII, al tiempo que criticaban ciertos avatares posteriores de este planteamiento filosófico. Para Horkheimer y Adorno, la ciencia y la tecnología, que cobraron impulso durante la Ilustración y en los albores de la Revolución Industrial con el apoyo de los enciclopedistas en torno a d'Alembert y Diderot, han adquirido con el tiempo un estatus marcado por la ambigüedad. En su manifiesto, Horkheimer y Adorno sostienen que la tecnología y la ciencia han conducido a la tecnocracia y que, en este proceso evolutivo, la razón de la Ilustración ha pasado de ser idealista a ser "instrumental", con el riesgo de ser utilizada por fuerzas políticas que no comparten el ideal filosófico de la Ilustración (con lo que se refieren a las diversas formas de fascismo o al neoconservadurismo tecnocrático del periodo posterior a 1945). El programa promovido por La personalidad autoritaria puede interpretarse, sin ir demasiado lejos, como un instrumento puramente tecnocrático destinado a moldear a las masas en una dirección precisa, contraria a sus disposiciones naturales y ontológicas o contraria a los legados de una historia nacional particular. Aunque inventaron un instrumento claramente tecnocrático, Adorno y Horkheimer criticaron la tecnocracia occidental por motivos sociológicos que podemos aceptar plenamente: de hecho, los dos filósofos forman parte de una tradición sociológica inaugurada, no por Marx y sus primeros seguidores, sino por Georg Simmel y Max Weber. A través de su obra y la de sus alumnos, Weber quiso lanzar "una ciencia de la realidad, que nos permitiera comprender en su especificidad misma la realidad en la que están inmersas nuestras vidas". Para Simmel y Weber, el desarrollo de la ciencia y la tecnología aportará sin duda un sinfín de beneficios a las sociedades humanas, pero al mismo tiempo provocará una hipertrofia de los aparatos abstractos, los de la tecnocracia en marcha, por ejemplo, los de la administración, que multiplicarán las reglas de coerción social en todos los ámbitos, dando lugar a la aparición de un gigantesco "talón de hierro" o jaula de acero, que borrará la creatividad humana.
¿Qué creatividad humana?
La obliteración de la creatividad humana, tal y como la conciben Simmel y Weber, es el punto de partida de Adorno y Horkheimer. Pero, entonces, ¿dónde divergen los conservadores críticos de la Escuela de Fráncfort y los seguidores de esa escuela? En la definición que dan de la creatividad humana. La creatividad según Adorno y Horkheimer es la de una intelligentsia desvinculada de todas las limitaciones materiales, la de una freischwebende Intelligenz, que se eleva por encima de la realidad, o la de asistentes sociales y trabajadores sociales que trabajan para deconstruir las estructuras sociales existentes con el fin de crear desde cero una forma artificial de convivencia, confeccionada según los sueños utópicos de sociólogos irreales, que hablan ad libitum sobre el trabajo o el proletariado sin haber trabajado nunca realmente (Helmut Schelsky) o en una fábrica real (los trabajadores de Opel en Rüsselheim, Alemania, ahuyentaron a los Krawallos que querían ayudarles en su tarea proletaria, mientras preparaban comités de protesta, happenings o rompían máquinas). Los conservadores y los pangermanistas ya habían acusado a Nietzsche ("un filósofo para histéricas y pintores") y a los románticos, calificados de "ocasionalistas" por Carl Schmitt, de ponerse del lado de esta franja "bohemia" de la burguesía o Bildungsbürgertum. En la historia de las ideas, las críticas a la tecnocracia han surgido a menudo de las filas de los conservadores, ansiosos por ver sus tradiciones borradas por un nuevo modo de pensar pragmático ajeno a todos los valores tradicionales y a los modos de consulta heredados, que acaban ahogados en nuevos laberintos administrativos, planteados como infalibles. Sin embargo, la crítica de Adorno y Horkheimer no era conservadora sino de izquierdas, "liberal" en el sentido anglosajón del término. Adorno y Horkheimer querían dar más impacto en la sociedad a la freischwebende Intelligenz, a los bohemios literarios y artísticos o a los nuevos sociólogos y pedagogos (Cohn-Bendit), herederos de los más frívolos y rebuscados de los "Lebensreformer" ("reformadores de la vida") que pulularon en Alemania entre 1890 y 1933. El objetivo de esta maniobra era mantener una especie de espacio lúdico y festivo (avant la lettre) al margen de una sociedad regida, por lo demás, por los principios de la Ilustración, con, en el mundo del trabajo, un dominio más o menos frenado de la "razón instrumental". Este espacio lúdico y festivo sería un "espacio del no trabajo" (Guillaume Faye), sobrevalorado por los medios de comunicación, donde los individuos podrían dar rienda suelta a sus fantasías personales o pasar un buen rato en una zona de garaje en un momento en que la automatización de las fábricas, la desindustrialización y la deslocalización postulan una drástica reducción de la mano de obra. El "espacio del no trabajo" endulza la píldora a los condenados al paro o a trabajos socioculturales no productivos. Adorno y Horkheimer sitúan así la creatividad humana, que ellos valoran, en un espacio artificial, una especie de jardín de lujo, al margen del tumulto del mundo real. No la sitúan en las disposiciones concretas, ontológicas, de la naturaleza biológica del hombre, como ser vivo que, al comienzo de su evolución filogenética, fue "arrojado" a la naturaleza y tuvo que encontrar una salida. El crítico alemán de la Escuela de Fráncfort, el Dr. Rolf Kosiek, catedrático de biología, estigmatiza el "pandemonio" de esta tradición sociológica de izquierdas porque nunca se refiere a la biología humana, a la concreción fundamental del ser humano como ser vivo. Al utilizar el término "pandemónium", Kosiek se hace eco casi palabra por palabra del juicio de Henri De Man, que estuvo presente en Fráncfort desde los primeros tiempos del Instituto de Sociología; en sus memorias, De Man escribe: "era un montón de intelectuales soñadores, incapaces de captar una realidad política o social o de describirla sucintamente - era un pandemónium".
Las escuelas biológicas alemana y austriaca, con Konrad Lorenz, Irenäus Eibl-Eibesfeldt, Rupert Riedl y Wuketits, o los divulgadores americanos e ingleses Robert Ardrey y Desmond Morris, sentaron las bases de una sociología más realista, que abordaba al hombre no como un bohemio intelectual sino como un ser vivo, poco diferente en fisiología de los mamíferos con los que convive, pero muy distinto de ellos en sus capacidades intelectuales y de adaptación, y en sus capacidades de memoria. Arnold Gehlen, en cambio, es un sociólogo que tiene en cuenta los descubrimientos de las ciencias biológicas. Para Gehlen, el hombre es una criatura miserable, desnuda, sin fuerza real en la naturaleza, sin las garras y los caninos del tigre, sin el pelaje y los poderosos músculos del oso. Para sobrevivir, tuvo que crear artificialmente los órganos que la naturaleza no le había proporcionado. Así que inventa la tecnología y, con su memoria capaz de transmitir lo aprendido, adquiere una muleta cultural capaz de suplir sus carencias naturales. Para Gehlen, la cultura (y la tecnología) son la verdadera naturaleza del hombre. La creatividad, obliterada por la tecnocracia (Simmel, Weber, Adorno, Horkheimer), que también provoca una "muerte tibia" (Lorenz) mediante la proliferación de "experiencias de segunda mano" (Gehlen), es, para la sociología biologizante de Gehlen, la respuesta del hombre, como ser vivo, a un entorno sistemáticamente hostil. La invención de la tecnología y de la cultura/memoria dota al hombre de una plasticidad de comportamiento que le permite afrontar una multiplicidad de retos.
Hoy en día, esta creatividad está siendo obliterada por la ingeniería social de la tecnocracia dominante, con el gran riesgo de destruir definitivamente las fuerzas que existen en el interior del hombre y que siempre le han hecho capaz de enfrentarse a los peligros que le amenazan mediante el poder "proactivo" de su imaginación concreta, que ahora forma parte de sus disposiciones ontológicas. La creatividad obliterada del hombre ya no puede hacer frente a la tragedia que puede desencadenarse en cualquier momento (la "lógica de lo peor" de Clément Rosset).
Konrad Lorenz habló de "tibieza mortal", y Gehlen de una hipertrofia de "experiencias de segunda mano", en la que el hombre ya no se enfrenta directamente a los peligros y desafíos a los que generalmente se había enfrentado a lo largo de su historia.
Para la Escuela de Fráncfort, la creatividad humana se limita a la de los bohemios intelectuales. Para los demás, la creatividad abarcaba todos los campos imaginables de la actividad humana, siempre que tuviera un objeto concreto.
Habermas: del patriotismo constitucional a la aporía completa
Habermas, antiguo ayudante de Horkheimer y luego su sucesor al frente del Instituto de Fráncfort, se convirtió en la figura de la segunda generación de la Escuela de Fráncfort a finales de la década de 1960. ¿Su objetivo? Evitar la "cristalización" de los residuos del autoritarismo y los efectos de la aplicación de la "razón instrumental", una "cristalización" que sin duda habría llevado al poder a una nueva ideología autoritaria fuerte, Habermas se esforzó en teorizar una "praxis de la discusión permanente" (en oposición a Carl Schmitt, quien, como discípulo del español Donoso Cortès, abominaba de la discusión y de la "clase debatiente" en favor de los verdaderos responsables de la toma de decisiones, los únicos capaces de mantener la política en su sitio, los Estados y los imperios en buen estado de funcionamiento). La finalidad misma de la discusión y de esta cultura del debate permanente era evitar que las decisiones demasiado claras condujeran a la "cristalización". La evolución política debía desarrollarse lentamente en el tiempo, sin brusquedades ni precipitaciones, incluso cuando fueran necesarias decisiones tajantes, dada la urgencia, la "Ernstfall". Esta postura habermasiana no gustó a todos en la izquierda, especialmente a los comunistas de línea dura y a los activistas directos: su teoría ha sido descrita a veces como la encarnación del "derrotismo posfascista", inaugurando, en la posguerra, una "filosofía de la desorientación y la larga palabrería". Habermas se convirtió así en el filósofo desrealizado más emblemático de Europa. En 1990, deploró la reunificación alemana porque "ponía en peligro la sociedad multicultural y la unidad europea, ambas en ciernes desde hacía tiempo". La única alternativa, para Habermas, es sustituir la pertenencia nacional de los pueblos por un "patriotismo constitucional", preferible, en su opinión, "a las muletas prepolíticas de la nacionalidad (carnal) y a la idea de la comunidad de destino" (Habermas arremete contra las dos concepciones existentes en Alemania: el ideal nacionalista de memoria romántica y el ideal a-nacional prusiano de participación en la vida y defensa de un tipo particular de Estado, con connotaciones espartanas). ¿Es por tanto el "patriotismo constitucional" un antídoto contra la guerra, contra las guerras desencadenadas por los patriotismos basados en las dos "muletas" denunciadas por Habermas, el ideal nacionalista y el ideal prusiano? En principio, sí; en la práctica, no. En 1999, cuando la OTAN atacó Serbia con el pretexto de que oprimía a la minoría albanesa de Kosovo, Habermas bendijo la operación, describiéndola como "un salto cuántico en el camino que va del derecho clásico de las naciones al derecho cosmopolita de una sociedad global de ciudadanos". Y añadió: "los vecinos democráticos (es decir, los que han abrazado la idea del "patriotismo constitucional") tienen derecho a actuar para proporcionar ayuda esencial, legitimada por el derecho de gentes". Contradicción: el "constitucionalismo globalista" de la OTAN ha santificado un reflejo de identidad etnonacional, el de los albanokosovares, frente al reflejo etnonacional de los serbios. La OTAN, con la bendición de Habermas, ha actuado paradójicamente para restaurar una de las muletas que Habermas siempre quiso erradicar. Al mismo tiempo, ha apostado por un elemento musulmán, ajeno a Europa, una importación turca a los Balcanes, en detrimento de la albanidad católica y ortodoxa, y más tarde en detrimento de la "serbidad" eslava y ortodoxa. Todo ello para que el nuevo Estado kosovar concediera al ejército estadounidense la base terrestre más formidable de Europa, el campamento Bondsteele, destinado a sustituir a las bases alemanas que habían sido evacuadas progresivamente desde la reunificación. Camp Bondsteele sirve para establecer una presencia militar en los Balcanes, un trampolín para el control del Mar Negro, el Mediterráneo oriental y la Anatolia turca. Estas afirmaciones de un Habermas envejecido suenan extrañamente como la agitación de unos perros que intentan comerse la cola unos a otros.
El itinerario de Habermas conduce así a una aporía. Incluso da lugar a contradicciones inexplicables: el "patriotismo constitucional", destinado a inaugurar una era de paz universal (ya soñada por Kant), conduce en última instancia a una apología de las "guerras justas" que, otro oxímoron, promueven a veces el nacionalismo étnico a la antigua usanza.
Conclusión: La Escuela de Fráncfort es un cuerpo de pensamiento que hay que estudiar con ojo de historiador si queremos entender los errores de nuestro tiempo, los descarrilamientos de las dos últimas décadas en las que, precisamente, los sesenta, marcados por el corpus filosófico y sociológico de esta escuela, tuvieron el poder en sus manos en la mayoría de los países occidentales. Esto ha conducido a un amplio abanico de impasses y, más recientemente con las expediciones a Afganistán e Irak (guerras justas según Habermas), a una cierta hybris, mientras que varias potencias chalengeuse, entre ellas China, no contaminada por la basura francfortista y curada de los desvaríos de la Revolución Cultural maoísta, han empezado a avanzar. Europa necesita librarse del "pandemónium" si quiere darle la vuelta a la situación y, más prosaicamente, sobrevivir a largo plazo. No puede deshacerse del viejo corpus clásico: es insustituible. Cualquier intento de arrojarlos por la borda y sustituirlos por construcciones inventadas e improvisadas por sociólogos poco realistas conduce a callejones sin salida, aporías y bufonadas.
Robert STEUCKERS (noviembre de 2008)
Notas :
(1) Nunca se es demasiado consciente de que el término "tolerancia" ha cambiado subrepticiamente de significado en las últimas décadas. Inicialmente, tolerancia significaba tolerar la existencia de un hecho que, en cuanto a su sustancia y principios, estaba condenado (el protestantismo estaba condenado pero se toleraba en virtud del Edicto de Nantes, un edicto de tolerancia). Se toleraban ciertas prácticas porque no se disponía de los medios materiales para combatirlas y erradicarlas. Por ejemplo, la prostitución, condenada en principio, se toleraba como salida social. Se hacía referencia a los burdeles como "casas de tolerancia". Cuando pedíamos a nuestros profesores que fueran "tolerantes", en el sentido actual de la palabra, respondían invariablemente: "¿Tolerancia, señor? Pero para eso ya hay casas". Hoy, el término "tolerante" significa aceptar el hecho en sus dimensiones fácticas (e inevitables), así como en sus principios.
(2) Los "Padres Fundadores", como su nombre indica, volverán rápidamente a los reflejos de autoridad patriarcal dictados por la Biblia judía. La parsimonia, virtud puritana por excelencia y practicada hasta la caricatura, se convirtió en el modelo del americanismo, que Adorno pretendía deconstruir del mismo modo que el fascismo alemán, para dar lugar a una humanidad atomizada, dislocada por la liberación sexual que disolverá su núcleo familiar básico, una humanidad atomizada preconizada por Marcuse, Fromm y Reich, para hacer reinar individualidades más o menos originales y excéntricas, desconectadas y desconcertadas por los medios de comunicación, pero todas clientes de las cadenas de supermercados.
Bibliografía: Theodor W. ADORNO, Studien zum autoritären Charakter, Suhrkamp, Fráncfort del Meno, 1973. Max HORKHEIMER / Theodor W. ADORNO, Dialektik der Aufklärung, Fischer, Fráncfort del Meno, 1969. Max HORKHEIMER, Traditionnelle und kritische Theorie - Vier Aufsätze, Fischer, Fráncfort del Meno, 1968. Max HORKHEIMER, Zur Kritik der instrumentellen Vernunft, Athenäuml/Fischer, Fráncfort del Meno, 1974. Rolf KOSIEK, Die Frankfurter Schule und ihre zersetzenden Auswirkungen, Hohenrain, Tubinga, 2001.
Fuente: https://euro-sinergias.blogspot.com
Traducción: Enric Ravello Barber
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"À l'heure présente, aux yeux de l'observateur averti, les slogans fatigués de déphasés des idéologies occidentales, tels le catéchisme des “droits de l'homme”, cachent de plus en plus mal ces aiguillons omniprésents de la politique mondiale que sont le désir d'hégémonie et la volonté de contrôler des positions stratégiques. Car quels que soient les paravents invoqués, la politique des puissances inclut toujours la lutte pour l'espace — qu'il faut conquérir, conserver, exploiter et, si possible, ne jamais céder."
Guillaume Faye, Pierre Freson et Robert Steuckers, Petit lexique du partisan européen (1985)
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La lotta contro il razzismo serve da alibi per ogni tipo di stupro della coscienza, essendo il razzismo trattato come un sentimento personale irragionevole che lo Stato deve combattere criminalizzandolo. Questo alibi permette anche di criminalizzare qualsiasi opposizione o critica alla politica di immigrazione che lo incoraggia.
-Guillaume Faye, Pierre Freson e Robert Steuckers (Piccolo lessico del partigiano europeo)
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"[...] l’État ne peut se maintenir que s’il conserve le monopole du politique, qui suppose, par exemple, qu’il soit le seul à définir les valeurs et les idéaux pour lesquels les citoyens accepteront de donner leur vie ou de tuer légalement leur prochain – cas de la guerre."
— Guillaume Faye & Robert Steuckers, La leçon de Carl Schmitt (1981)
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https://reflechiretagir.com/
Le nouveau numéro de Réfléchir&Agir va bientôt partir à l'impression. Au sommaire, un dossier sur la société de surveillance totale qui, le Covid n'était qu'un hors-d'oeuvre, nous attend. Le grand entretien central est parti à la rencontre de l'écono-miste Philippe Murer qui vient de publier le livre Sortir du capitalisme du désastre. Egalement des articles sur la guerre en Ukraine (décryptée par Robert Steuckers), le groupe Wagner, Jacques Chardonne, le peintre Chardin ou un hommage à Vlad du groupe Paris Violence, récemment disparu.
Nos abonnés à jour recevront avec ce n°74 notre hors-série annuel, dédié à notre Cinémathèque fasciste. 64 films que nous ana-lysons pour vous de Naissance d'une nation (1914) à Onoda (2021). Nous avons balayé tous les genres, du peplum au polar, du drame à la comédie, du western au film de guerre, sans oublier le film fantasti-que, la SF ou le cinéma bis. Un futur collector à posséder ! Pour ne pas le rater (le stock est limité !), abon-nez-vous car il ne sera vendu ni en kiosque ni ailleurs.C'est un cadeau que nous faisons à nos abonnés qui sont nos meilleurs soutiens
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The essence of the System is of a strictly economic and technological nature, and it can thus gradually rid itself of all traditional forms of political domination. The System no longer requires any leaders; what it needs, instead, are regulators. The political decisions taken by states are therefore replaced by strategic choices made within the framework of various networks---those of large companies, banking organizations, public or private speculators, etc. All these separate strategies trigger a self-regulation mechanism that allows the System to work towards satisfying its own ends, with no other purpose than it's own growth. It is liberal and anti-authoritarian ideology that declares itself true to the rationality that justifies the System. As for Guillaume Faye, he denounces this ideology as being subtly totalitarian, for it presents itself as being the only option, without any other alternatives. The ones who espouse the System's liberal-technocratic and self-regulating ideology genuinely believe in the inevitability of such planetarisation.
Robert Steuckers on Guillaume Faye’s “Systems For Killing Peoples” (1981).
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(via Robert Steuckers : « La démarche spirituelle de Jünger trouve son salut dans l’écriture et dans les voyages »)
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Alain de Benoist, Alexander Dugin and Robert Steuckers
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“[There are] signs of an internal reconquest. To again become master of oneself and in one’s home, that is the hope. To look at one’s children without blanching with shame, and, when the day comes, to leave life knowing that the legacy is safe.”
-Dominique Venner.
#dominique venner#europe#tradition#traditionalism#new right#samurai of the west#alain de benoist#guillaume faye#pierre vial#robert steuckers#jean thiriart#Gabrielle adinolfi#Europe-Action#Mouvement occident#OAS#Argelia#FLN
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Algunas reflexiones sobre el pensamiento metapolítico de Guillaume Faye
Por Robert Steuckers
Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera
Conocí a Guillaume Faye en una sala de la metrópoli del Flandes galo, Lille, en el invierno de 1975-1976. En esa ocasión pronunció una conferencia sobre la independencia energética de Europa, tema que siempre le apasionó, ya que defendió incansablemente la autosuficiencia energética basada principalmente en la energía nuclear, tal y como Francia se había empeñado en conseguir desde los años sesenta. La independencia energética confiere un poder, palabra clave en sus discursos, que permite escapar al sometimiento del hegemón estadounidense. Si existe el sometimiento, entonces no hay poder y, por lo tanto, sobreviene el declive, la decadencia y la desaparición. Tener poder permite controlar, gestionar y afrontar la realidad. Faye siempre se describió a sí mismo como “realista y sensato”. Posteriormente, sobre todo a partir del fatídico año de 1979 (y explicaré aquí el por qué fue tan fatídico), mantuvimos largas discusiones sobre geopolítica, geoestrategia y geoeconomía. Por supuesto, también discutimos sobre otros temas, como nuestros recuerdos de cuando éramos niños, estudiantes y lectores. Resultó que Faye fue alumno de un colegio jesuita en su ciudad natal, Angulema. Allí recibió una sólida educación greco-latina la cual lo llevó a formular posteriormente su metapolítica, aunque jamás habló sobre ello en público, lo cual es una lástima. Volveré sobre este último asunto más adelante.
Guillaume Faye se unió al movimiento de la Nueva Derecha después de frecuentar grupos de estudio sobre Oswald Spengler y Vilfredo Pareto en los que también militaba Yvan Blot, con quien – a pesar de sus diferencias y de sus trayectorias paralelas que tenían poco en común – compartía algunas ideas básicas, como el helenismo (de cuño aristotélico), el interés por una economía política (libre de consignas liberales y marxistas) y la importancia de Rusia (desde Brézhnev hasta Putin). Estos dos círculos de estudio al interior del movimiento de la Nueva Derecha en la Île-de-France se preocupaban por cuestiones “realistas” y verdaderamente políticas. Faye siempre se mantuvo fiel a ellos porque detestaba la charlatanería fática, la pose pomposa y la palabrería sin sentido. Faye, hostil a estos excesos, siempre se refería a menudo al concepto de la “nocividad ideológica”, desarrollado por Raymond Ruyer. A partir de 1980, esta crítica de la “nocividad ideológica” fue completada por el “doxanálisis” (análisis de las opiniones) de Jules Monnerot, quien escribió una “sociología de las revoluciones”. Monnerot transmitió a Faye la idea de la heterología, es decir, que el resultado de una política basada en la “nocividad ideológica” nunca se corresponde con sus intenciones originales. La intención de contentar a los ciudadanos en nombre de la nocividad ideológica (François Bourricaud, otro de los referentes de Faye) siempre conduce al despilfarro en el mejor de los casos y al desastre en el peor (¡y llevamos varios años así!).
Cuando conocí a Faye el mundo occidental estaba siendo devorado por el neoliberalismo, es decir, el predominio de la economía sobre la política. Con tal de restaurar la primacía de lo político (Carl Schmitt, Julien Freund) y huir del pensamiento exclusivamente económico, era necesario interesarse por el pensamiento económico no liberal y heterodoxo (es decir, que no fuera manchesteriano ni marxista o keynesiano) que diera cabida a la historia específica de los Estados o los imperios, a las instituciones particulares surgidas de la historia de los pueblos, así como a los datos etnológicos y antropológicos. La idea esencial era volver a promover en los debates teóricos la autarquía o semi-autarquía de los grandes Estados nacionales (François Perroux) o de los Grandes Espacios (Friedrich List, Carl Schmitt, André Grjébine), puesto que la economía no debía servir a la propia economía o a los poderes financieros, sino a la población con tal de conservarla en el tiempo y vincular a las generaciones siguientes a estrategias eficaces de supervivencia. Por lo tanto, la economía no debe predominar, sino que debe ser contenida por la política y ponerse al servicio del Estado o del imperio (el Gran Espacio según Carl Schmitt, quien todavía era poco conocido en ese momento en el departamento de “Estudios e Investigación” del G.R.E.C.E. cuando tuvimos nuestras discusiones).
En la primera mitad de los años ochenta, Faye era un atento lector de libros que ponían de relieve los daños antropológicos causados por el progresivo desvanecimiento de la política y el avance triunfal de la economía. Dos conceptos particularmente sutiles llamaron su atención: la obesidad del Estado formulada por Jean Baudrillard (que por cierto escribió un libro sobre los problemas causados por la sociedad de consumo y el consumismo) y la idea de que estamos entrando en una “era del vacío”, tal como la define Gilles Lipovetski. Un Estado con sobrepeso, lastrado por una asistencia social excesiva, un sector de servicios saturado y unas instituciones culturales demasiado subvencionado no puede volver a su esencia, a sus funciones soberanas y verdaderamente políticas. Esta asfixia, sobre todo a través del consumismo baudrillardiano y la estulticia de los programas de televisión copiados de los estadounidenses, conduce a un vacío cultural problemático que impide a las élites culturales de un país (o de un continente) encontrar en su propia cultura las fuerzas motrices para librar a sus sociedades de la escoria y la obesidad que tal estado de cosas ha traído consigo. Por lo tanto, la metapolítica defendida por unas élites (platónicas) debe consistir en un retorno constante a la herencia griega (Platón, Aristóteles, Heródoto, Tucídides) como base del pensamiento teórico y práctico, que a su vez nos conduce a un realismo de corte aristotélico (Faye repitió estas tesis en su último programa para la televisión en TV Libertés). Este llamado a consolidar constantemente el poder realmente existente centro de la política o el poner en práctica aquello que existe potencialmente en el poder, pero sigue en reposo (Aristóteles, Gentile, los actualistas holandeses), es nuestro objetivo. Esta forma de metapolítica pretende hacer que la política sea esbelta y flexible, fuerte y sin sobrepeso (Baudrillard) y, al mismo tiempo, impregnarla de un discurso que parte de un “pensamiento fuerte” que devuelva sustancia a la sociedad para que no se deslice hacia el “vacío” (Lipovetski).
Sin embargo, la existencia de instituciones y prácticas “democráticas” (o “partitocráticas”) en los Estados occidentales hace que la nocividad ideológica denunciada por el profesor Raymond Ruyer se extienda tanto entre las clases bajas como entre las élites (a través de una educación decadente debido a la aparición de ideologías apolíticas tras mayo del 68). Cualquier estudio genealógico de estas nocividades ideológicas conduce naturalmente a suponer que el gusano ya estaba en la fruta, es decir, en nuestras sociedades occidentales, desde que las “sociedades de pensamiento” (Augustin Cochin) tomaron el poder en 1789 o incluso desde la disputa del siglo XVII entre los antiguos y los modernos. Basándose en los conceptos que le había enseñado Giorgio Locchi, Faye desarrolló una visión de la historia (del pensamiento) que expuso en un pequeño libro titulado Europa y la Modernidad, publicado en Embourg, cerca de Lieja, con una tirada de muy pocos ejemplares e impreso de forma artesanal. Se trata sin duda del texto más difícil de Faye. Además, no era más que un primer borrador que merecía un desarrollo más exhaustivo (¡nos aventuraremos a hacerlo!), junto con explicaciones en un lenguaje más suelto y accesible.
Simplificando, diremos que Faye veía la herencia pagana (en su opinión “griega”), la cual es a la vez apolínea y dionisíaca, como el fundamento más seguro y sólido de nuestra Europa. Esta herencia, aún presente, pero olvidada y relegada a los márgenes, fue erosionada por la cristianización. La cristianización ha mutilado la herencia griega, no solo diluyendo ad usum Delphini las instituciones educativas (Nietzsche), sino también la herencia viva de la que hablaba el helenista y mitólogo Walter Otto. Cuando Faye hablaba de la herencia griega o del paganismo lo hacía como lector de Walter Otto (lo que no le impedía disfrutar de las libaciones y goliardises de vez en cuando). Según Faye el camino seguido por la cultura europea es el siguiente: el proyecto cristiano o cristianomorfo (derivado de una secularización del mensaje cristiano) perseguirá destruir toda la herencia pagana, la cual se ha mantenido en su interior mediante una resistencia tácita de su helenidad fundamental (una “helenidad” entendida en el espíritu de Walter Otto) y de otras formas de percepción cósmica del mundo viviente, las cuales también existieron fuera del ámbito helénico o helenizado. Es este sustrato el que se resiste contra la creciente expansión en su interior de una visión cristiana o cristianomórfica, a-cósmica, atea y racionalista que ha predominado desde la Reforma y sobre todo desde el siglo XVII. El cristianismo racionalista surgido a partir de la Reforma y sobre todo en el siglo XVII dio nacimiento al espíritu razonador de las “sociedades de pensamiento” (Cochin), el empirismo de Locke (la Vulgata anglosajona) y a la ideología de los derechos humanos (cuyos excesos fueron señalados por Edmund Burke ante las aberraciones atroces de la Revolución de 1789). En este sentido, reacciones como el Sturm und Drang alemán y el pensamiento de Herder son en parte avatares inconscientes del helenismo cósmico reprimido por el cristianismo. Locchi creía que el wagnerismo fue el golpe de gracia dado en contra del avance de la visión cristianomorfa, ya que paralizaba tal visión y permitía un retorno al helenismo. Faye consideraba que esta visión cristianomorfa había resurgido en los años setenta con la popularización de la vulgata de la “nueva filosofía” y de su principal exponente Bernard-Henri Lévy: este hipotético Yahvé, después de haber tomado unos cuantos whiskies bastante fuertes en el Twickenham, había dado a luz, tras el paso de varios siglos, a la racionalidad republicana, purgada de los restos que quedaban del terruño y queriendo establecer necesariamente esta racionalidad como un sistema ineluctable cuya tarea permanente seria desarraigar tanto la cultura popular como la cultura de las élites, incluso al punto de recurrir a la fuerza. Aquí tenemos el anteproyecto que hoy se ha convertido en una represión generalizada sobre todos aquellos que no aplaudan el discurso del neoliberalismo de Macron y los Woke. El “sistema para matar a los pueblos”, título de la primera gran obra de Faye, no ha, mutatis mutandis, envejecido mal.
Las ciencias naturales (físicas y biologías), al igual que la técnica, adquirieron una importancia inusitada durante el siglo XIX y, según Faye, era posible ponerlas al servicio de un helenismo cósmico renacido, verdaderamente europeo, o del lado del proyecto cristianomórfico ateo y anticósmico. Las ciencias y las técnicas, en sí mismas, son neutras. Faye leyó con mucha atención a Jürgen Habermas y sus mentores de la Escuela de Frankfurt, ya que para ellos la técnica y la ciencia eran “fascistoides” en el sentido de que siempre se ponen al servicio del poder, no importa cuál sea su proyecto (nacionalsocialista, estalinista, rooseveltiano) o, más precisamente, al servicio de los gobernantes que James Burnham (otra referencia de Faye y Thiriart) llamaba “la época de los gerentes”. Estos “gerentes” son los administradores del “poder” que protegen la vida, la supervivencia económica, social y demográfica del pueblo. La metapolítica, como batalla de las ideas, debe, por lo tanto, conquistar las mentes (del latín mens) de los “gerentes”, que son el equivalente de los “filósofos” según la tradición platónica y no abstrusos parlanchines, ya que son, antes que nada, hombres de acción y prospección. Estos “gerentes” deben, pues, tener un sustrato helénico y no cristianomórfico, postcalvinista, pospresbiteriano (¡Wilson!) o poslockiano; ateniense (o romano) y no yahvista, como lo es el balbuceo ultrasimplista de BHL. Europa sólo tendrá futuro si sus “gerentes-filósofos” vuelven a ser “griegos” (en parte platónicos, en parte aristotélicos, apolíneos e igualmente abiertos a lo dionisíaco, elementos que existen en el corazón de todo ser humano y que es la basa de toda piedad cósmica auténtica). En cambio, Europa perecerá si sus “gerentes” asumen la nocividad ideológica, las aberraciones o los avatares de un cristianismo a-cósmico que en el contexto actual es sinónimo de los delirios woke, sexistas y ecologistas de la “Rebelión a favor de la extinción”. Cinco años después de la muerte de Faye, conviene recordar que el historiador contemporáneo alemán Frank Bösch, en su obra maestra Zeitenwende 1979: Als die Welt von heute begann, dice que en 1979 el mundo occidental se sumió en la decadencia y la manía suicida que hoy permean a nuestras sociedades (y nos hizo odiados en los ojos de los países emergentes y desfavorecidos).
Fue en 1979 que BHL comenzó su carrera con la condena anticipada de todos los reflejos sanos que podían emanar de un pueblo que luchaba por sobrevivir. Fue también en 1979 que el neoliberalismo comenzó a despegar con el apoyo de Thatcher y un poco más tarde con el Reagan, lo cual llevaría finalmente a la desaparición de la UE. También en 1979 el fundamentalismo islámico apareció en la escena internacional y, entre Marruecos e Indonesia, hizo resurgir el factor religioso que había retrocedido gracias a los Estados árabes laicos, a menudo apoyados por militares. Este fundamentalismo, visto de cerca, siempre ha servido como un proxy de las guerras (de baja intensidad) que el hegemón estadounidense no libra oficialmente. Esto lo hemos visto en Afganistán, Siria y Chechenia. Además, en 1979 aparecieron los “boat people” que anunciaron con un entusiasmo malsano el desplazamientos de poblaciones enteras que escapaban de las guerras provocadas por el hegemón, pequeñas masas demográficas utilizadas por los servicios de inteligencia estadounidense para transformar todos los Estados en “Estados mixtos” y así debilitarlos o hacerlos implosionar: esta práctica alcanzó su apogeo en 2015 con la llegada masiva de refugiados sirios, iraquíes, afganos y africanos a toda Europa y especialmente a su centro geográfico (Alemania) tras la caída de Libia. La fusión de este miserabilismo cristianomórfico con los “boat people” dio vuelo a todo este fenómeno que incluso llegó a reconciliar a Sartre y Aron, mientras que el islamismo radical comenzó a pulular en los suburbios de Europa gracias a la diáspora musulmana y el cual Faye se dedicará a estudiar en su segundo período, que se extendió desde 1998 hasta su muerte. El primer periodo fue el inmediatamente posterior a su graduación en 1973 y duró hasta el final de su activismo metapolítico dentro del G.R.E.C.E. a finales de 1986 y principios de 1987. Finalmente, cabe recordar que en 1979 comenzó esa ecotendencia que hoy sumerge a todo el Occidente dominado por la Americanosfera y OTANistán, especialmente Alemania, infestado por modas nocivas y antitradicionales que, sobre todo sabotearon la autonomía energética de Europa y llevaron al rechazo de la energía nuclear: hoy vemos cuales han sido los beneficios obtenidos por el hegemón gracias al conflicto ruso-ucraniano. Alemania fue derrotada primero por los bombardeos de alfombra angloamericanos y el “caballo de batalla soviético de las talasocracias” (Ernst von Reventlow). Luego le siguió el eco-virus, que fue una importante plaga ideológica en su contra, inoculada por los Jóvenes Líderes Globales que se vestían de verde. ¡Este era el objetivo de tales maniobras! Estas ideologías nocivas inyectadas en el cuerpo de Europa desde 1979 nos han conducido a una “convergencia de las catástrofes” que Faye anticipó en su momento y que describió en un libro que lleva tal nombre en el 2007, justo antes de que estallara la gran crisis del neoliberalismo en 2008 y antes del vigoroso despertar de Rusia (debido a la guerra en Georgia y Osetia del Sur en agosto de ese mismo año).
Hay mucho más que se podría decir sobre la metapolítica de Faye (su amistad con Julien Freund, sus años de frivolidad entre 1987 y 1997, la influencia que ejercieron sobre él Locchi, Venner y Blot, sus tesis sobre la sexualidad, las relaciones europeo-rusas y europeo-americanas, etc.), pero, al final, en el marco de este modesto artículo, sus ideas metapolíticas se resumen en la necesidad de una lucha militante continua, con las herramientas que él nos dejó, en contra de todas las manifestaciones de esas nocividades ideológicas introducidas en nuestras sociedades occidentales des-helenizadas desde 1979, al igual que contra las raíces de tales ideologías, con tal de crear una Europa des-occidentalizada fundada sobre el arcaísmo griego y los logros tecno-científicos dominados por el poder y la voluntad (arqueofuturismo). Este es el espíritu de aventura (¡Mabire!) que siempre nos ha movido y que aspira a alcanzar su destino sin trabas. Nuestro enemigo es el occidentalismo surgido de una lectura superficial y mutilada de la Biblia que ha dominado nuestras sociedades desde la Reforma, siendo completamente hostil al Renacimiento, y de una racionalización progresiva y empirista impuesta con una superficialidad histérica, encaminada a la rápida modernización de las sociedades y la creación de políticas que sigan por toda la eternidad los mismos esquemas trillados, ya que todos, sin importar si son bosquimanos o lapones, jemeres o alakaloufs, han de amoldarse a sus parámetros una vez que sus almas sean asesinadas por el sistema. Faye solía utilizar los binomios como arraigo/desarraigo, instalación/desinstalación, haciéndose eco del vocabulario usado por Bernard Garcet en los años sesenta en la escuela de cuadros de la “Joven Europa” (Jean Thiriart) de Lovaina y Bruselas: esta vanguardia europea necesita activistas políticos y metapolíticos desarraigados y desinstalados para erradicar la inercia desempoderadora de una humanidad zombi (Venner) o trivial (Thiriart), ella misma desarraigada e instalada en los tristes y repetitivos esquemas de una cosmovisión a-cósmica y a-trágica. Esto se ha convertido en una lucha eterna y global que no conoce fin. En septiembre de 1980 le prometí a Pierre Vial que defendería nuestra visión del mundo, siendo Faye el exponente más apto y audaz de la misma, hasta mi último aliento. Que otros lleven esta antorcha cuando yo, como Faye, haya pasado de la vida a la muerte.
Breve nota post scriptum: Soy consciente de lo incompleto de este texto. Los lectores de este boletín de los Amigos de Jean Mabire podrán descubrir en la inmensidad de la web otros dos textos publicados tras la muerte de Guillaume Faye. Uno fue un relato corto escrito por Faye para la página web de sus editores alemanes y que fue impreso por primera vez en su versión del libro Arqueofuturismo: el relato describe una jornada de un Inspector Imperial de la Gran Europa de Dublín a Vladivostok. En esta entrevista se menciona en particular el interés de Faye por los cómics (Hergé, Jacobs, Franquin). La otra entrevista se realizó para una revista teórica austriaca sobre el tema del arqueofuturismo. Estos textos, escritos originalmente en alemán, se tradujeron al francés:
1) Entrevista sobre Guillaume Faye y el arqueofuturismo - Robert Steuckers responde a las preguntas de Philip Stein: https://podcast.jungeuropa.de/robert-steuckers-interview-faye/ Franz. con imágenes: http://euro-synergies.hautetfort.com/archive/2020/08/20/entretien-sur-guillaume-faye-et-l-archeofuturisme-robert-ste-6258628.html
2) Guillaume Faye y la visión arqueofuturista: https://arktos.com/2023/03/07/guillaume-faye-and-the-archeofuturist-vision/ - http://euro-synergies.hautetfort.com/archive/2022/05/24/guillaume-faye-et-la-vision-archeofuturiste.html - https://gegenstrom.org/shop/agora-europa/neugeburt-oder-selbstmord/
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"Il faut se demander sérieusement si le bien-être, par sa “mortelle tiédeur”, n'est pas le plus grand danger qui menace les peuples, en les incitant à démissionner de l'Histoire. Le bien-être c'est le “totalitarisme mou”."
Guillaume Faye, Pierre Freson et Robert Steuckers, Petit lexique du partisan européen (1985)
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Walter Flex: une éthique du sacrifice au-delà de tous les égoïsmes de Robert STEUCKERS
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"[...] la tradition est un perpétuel recours : elle ne s'oppose pas au futur ou au moderne, elle le fonde."
— Guillaume Faye, Pierre Freson et Robert Steuckers, Petit lexique du partisan européen (1985)
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