#Hablando de Oídas
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Blue Asteroid Records Otoño 2022: Cuarteto Fuerte - The Choco's Hot Seven - Julio Marín. Por Pachi Tapiz. HDO 555 [Podcast]
Blue Asteroid Records Otoño 2022: Cuarteto Fuerte – The Choco’s Hot Seven – Julio Marín. Por Pachi Tapiz. HDO 555 [Podcast]
HDO 555 está dedicado a las tres novedades del sello sevillano Blue Asteroid Records publicadas en otoño de 2022. Tertulia es la tercera grabación de Cuarteto Fuerte, el grupo liderado por el bajista Juan Miguel Martín. La grabación se registró en directo en Espacio Turina de Sevilla el 18 de noviembre de 2021. Spanish Tinge es la nueva grabación de The Choco’s Hot Seven, en la que reivindican el…
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#Blue Asteroid Records#Cuarteto Fuerte#HDO#HDO Hablando de oídas#Juan Miguel Martín#Julio Marín#Pachi Tapiz#podcast de jazz#The Choco&039;s Hot Seven
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Hay un problema de alfabetización, no pueden encontrar una calle, ni saben cobrar y están paralizados, solo pueden ser ayudantes. Ayudante de mucama, requieren mucha cancha y experiencia para entender lo que es una sábana, lavadora, agua. Solo dominarán unas pocas pequeñas palabras y están escondidos. Se debe entender que la mayoría de palabras del léxico se aprende y guardan por lectura o escritura, o por entendimiento práctico y para el entendimiento práctico de cualquier normal casual conversación se requiere recorrer el mundo dos veces y ser ayudante en veinte a treinta o cuarenta trabajos diferentes. Esto quiere decir no solo que no te entenderán cuando les hables sino que no podrán hablarte ni casualmente. Salen y preguntan y o no entienden o no se expresa bien o se enlista en algún lugar raro, si fuese la marina todavía y muchas veces se juntan dos discapacitados y cada uno con intérprete, representante y equipo de trabajo y es todo un bienes raíces de personas. No saben lo que es un documento, aún de tenerlo oídas. Probablemente no sepa que significa la palabra leer o escribir. Le estás hablando chino o como bebé, eso es lo que escuchan
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1º Tóxico
Hola mi nombre es Ella García tengo 24 tacazos, me considero una persona de estatura media, ojos saltones, pelo largo moreno rizado y un cuerpo normalito, pero a falta de unos meses de gym.
Aviso
He decidido crear este blog con la finalidad que paséis un buen rato y sobre todo de que todas las incomprendidas levanten una copa en son de paz y digan: ¡Coño, no soy la única jodida!
Al fin y al cabo, todas necesitamos ser oídas y comprendidas, estoy segura de que más de una se sentirá así al leer mis palabras.
Seguramente suba un post rollo history time cada lunes y dependiendo de las visitas, likes y comentario subiré uno o más a la semana, total que sea por historias jajajaj.
Comencemos; os hablaré de cada uno de mis ex ya que podría hacer un equipo de futbol, he decidido ser anónima ya que da más morbo y paso de que me linchen todos los tóxicos desquiciados.
La rana nazi (concepto que se le atribuye a un ser que te sale rana y es extremadamente racista)
La rana nazi es cómo llamaremos a uno de mis primeros exs,típica historia de niña de 8 años se fija en el capullo de 10 que va pinchando las ruedas de la bici en su pueblo ; si ; era de mi pueblo , aunque realmente mis padres compraron esa casa cuando yo tenia 7 años por lo que los del pueblo nunca me dejaron considerarme de tal pueblo como tal, (pueblo pequeño de retrasados), la cosa es que yo era una pánfila de mucho cuidado y cualquier pequeño comentario absurdo hacia mi persona hacía que estallase en un mar lágrimas a eso se le suma que llegue al pueblo como bien he dicho antes comprando una casa y no siendo “la nieta de la Juana”, en fin sigamos, la rana nazi era un claro ejemplo de hijo maleducado tocapelotas obviamente yo y mis gafitas le adoramos nada más verle, tanto que nada más verme cogió una piedra y me jodió las gafas, ese día me fui llorando a casa, no volví a salir hasta los 12 a aquella plaza.
Con el paso del tiempo (unos 12 años tendría), volví a ir en verano al pueblo y esta vez me decidí a ir a la placita allí estaban todos inclusive el bastardo de la piedra el cual se dedicó a alagarme segundo tras segundo, parecía que le gustaba, por lo que le di una oportunidad de conocerlo con la condición de que fuese a las tierras de las bodegas cogiera un fajo de pajas, volviese, se pudiera de rodillas y me pidiese perdón por aquella pedrada, inmediatamente cogió la bici tuneada con un tubo de escape modo vaso de plástico y se fue quemando triciclo.
Después de eso fueron 3 años de relación con un machista extremista empedernido cuya única afición era ver el fútbol (real Madrid) tirado en sofá mientras me decía: morena pásame la coca colita, (era celiaco por lo que no podía atragantarse a cerveza).
Y os preguntareis y ¿Cómo acabasteis? Pues bien, el se fue a estudiar a otra cuidad y me dejó por una bajita rubia, eso si como era de esperar y como todos los hombres hacen, volvió y volvió de la peor forma, diciendo que había dejado la otra cuando era mentira por lo que yo con mi estupidez e inocencia volví con él, hasta que un día me habló un chico de etnia latina y yo inocente de mi se lo conté a la rana nazi, no se le ocurrió otra brillante idea que hablar a mi madre al was y comunicarle que un negro me estaba hablando, si si cómo lo oís, un auténtico desquiciado, obviamente mi madre aterrada me lo enseñó y me dijo: ¿QUé clase de personaje es este?, así que dije: se acabó y empecé a vivir mi vida y a encontrarme con muchos más seres desagradables.
Cuando lo dejamos los del pueblo me dieron la espalda, no esperaba menos ya que el hablaba y yo callaba, así que el resumen es este: a día de hoy él se sigue arrepintiendo de haberme tratado así y haberme dejado marchar es más tiene novia y así me suplica, a los del pueblo: hola y adiós (tengo otros amigos que si valen la pena y saben ver y escuchar).
¿Y yo? Si te ha gustado la historia sigue leyéndome cada semana y descubrirás lo que sucedió conmigo.
Consejo del día: aleja de tu vida a todas aquellas personas que en un primer encuentro no te respetaron, si no te respetan a la primera nunca te van a respetar del todo y segundo no te eches pareja en un pueblo con una población de 50 personas.
#toxico#historytime#exnovios#salseo#amor#love#relationship#universitaria#chicas#queleden#amorpropio#girls
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2020, Year of the Model Home, Parte 1
Un pésimo año en casi todos los sentidos pero un gran año musical, o al menos un año donde la música fue más importante que nunca. Va un recorrido caprichoso que sigue el orden en que fueron escuchados los discos durante los meses del fin del mundo.
Gil Scott-Heron, poeta y músico legendario desde inicios de la década de 1970, murió en 2011; su último disco fue publicado en los primeros meses de 2020. Los muertos siguen hablando. En 2010 hacía quince años que Scott-Heron no sacaba un disco y el productor Richard Russell registró su voz rota y sus pianos fantasmales para grabarles encima ruido industrial y trip-hop y hacer I’m New Here, una gran colección de bluses apocalípticos. En 2011 Jamie xx tomó las mismas bases acústicas de Scott-Heron para producir un disco de música electrónica, We’re New Here. Si Russell había tratado al veterano y marginal Scott-Heron como un fantasma todavía relevante, como un profeta que llega de la ciudad del pasado a la de hoy, Jamie xx lo usó como una voz contemporánea, como un viejo que se suma a un mundo nuevo como un joven más, un rebelde. En 2020, Makaya McCraven tomó de vuelta las mismas bases acústicas, el cantar de un hombre que suena también como un rezo, para construir We’re New Again, un disco de jazz festivo y hermoso que en lugar de llevar a Scott-Heron a territorios extranjeros lo devuelve a su mundo sonoro natal, pero no al pasado, sino a la vida contemporánea de los hijos y nietos que todavía sienten en el corazón la música de sus ancestros y que pueden actualizar a Scott-Heron caminando sus mismas calles. Todo puede transformarse, todo puede salvarse, todo puede volver a casa, todo puede ser nuevo de vuelta.
A veces uno tarda en escuchar discos que sabe que lo esperan necesariamente. Iggy Pop publicó Free en 2019, a tres años del descomunal y rockerísimo Post Pop Depression hecho junto a Joss Homme. Iggy, hoy por hoy, podría hacer un disco con absolutamente quien quisiera. Hace cincuenta años que canta con una voz profunda que parece salir de su cuerpo divino, hermoso y feroz y que en cualquier escenario se detiene a mirar a su público con ojos que vieron tantas cosas que los mortales comunes no pueden imaginar. ¿Quién podría no querer hacer música para que él se arroje encima y la posea por completo volviéndola una manifestación de su ser tan clara como sus arrugas y sus músculos? Desde 2015 Iggy tiene un programa de radio en la BBC donde dedica atención especial a músicas nuevas que él mismo investiga leyendo -según contó en un diálogo con Jarvis Cocker- las reseñas de discos hechas en de The New York Times y The Guardian, escuchando las playlists que arma la radio de la Universidad de Miami y dejándose llevar por Youtube en modo random. Es una imagen hermosa. Iggy, un anciano que guarda más historias que mil bibliotecas, cada mañana, cuando desayuna, trata de saber qué suena de nuevo en el mundo. La necesidad de escuchar música nueva es rara de definir y no pasa siempre, pero ella dice “tiene que haber algo”, como si en alguna parte esperase, incierto pero sin lugar a dudas, un nuevo amor. Iggy, un anciano que literalmente dejaba su sangre en los escenarios y que primero con los Stooges y después con David Bowie, en sus años de juventud, fue la voz de una música completamente nueva, jamás oída, ahora, en sus mañanas en Miami, busca otros sonidos. La pregunta puede ser a qué suena el presente o qué del presente suena en él. En sus investigaciones encontró a Leron Thomas, trompetista y cantante con un pie en el jazz clásico y otro en la canción electrónica (no es difícil imaginar por qué motivos a Iggy le gustó un disco como Cliquish), y a Sarah Lipstate (aka Noveller), guitarrista experimental, y quiso que ellos hicieran las canciones y la música para su nuevo disco. La tapa del trabajo resultante, Free, además de bella es elocuente: Iggy se mete en un océano oscuro que parece calmo en los bordes pero guarda una tormenta y él, solo un hombre, que podría perderse allí tan fácil, ensombrecido por la luz fantasmal, es majestuoso. Este hombre ha cantado en otras ocasiones sobre palabras más inspiradas, pero canta acá como siempre con esa voz abismal que hace hermoso cualquier curso de palabras (“Loves Missing”, por su parte, sería un himno en cualquiera de sus discos). Tomándose tiempo para recordar a los muertos y sus anhelos no cumplidos (leyendo un poema de Lou Reed), tomándose también tiempo de anticipar la muerte (leyendo un poema de Dylan Thomas y leyéndose a sí mismo), busca todavía algo que lo haga vibrar con una fuerza nueva que lo desacomode pero en la que poder mantenerse de pie, vivo. Trompetas distorsionadas que suenan desde lejos y guitarras tensas y extrañas lo llaman a Iggy Pop. En alguna parte hay sonidos que darán ganas de cantar aunque no se conozca bien la canción.
No es tan extraño llegar sesenta años tarde a un disco tan bueno cuando es el trabajo de un hombre que jamás estuvo interesado en dejar huella. Lee Konitz se formó y maduró en el tiempo de los saxofonistas legendarios del jazz norteamericano de post-guerra, pero a pesar de su genialidad indiscutida no llegó a ser una marca de época, como sí lo fueron, por nombrar a otros que también tocaban el saxo alto, Charlie Parker, Paul Desmond y Ornette Coleman. Parker fue el éxtasis virtuoso del bebop y Desmond la economía perfecta del cool, mientras Konitz, como un hilo sin tensión que unía los dos extremos (respetadísimo por Parker y modelo para Desmond) no era ni lo bastante osado como para encarnar el fuego ni lo bastante estructurado como para parecer de hielo; tampoco le importaba. Cuando Miles Davis finalizó sus años milagrosos como trompetista de Parker y armó el sofisticado noneto que grabó lo que hoy se conoce como Birth of the Cool (la primera de sus numerosas revoluciones musicales), Konitz fue, junto con Gerry Mulligan, uno de los pocos que participó de las tres sesiones grabadas entre 1949 y 1950. Konitz, como Mulligan y Gil Evans, venía de tocar en la orquesta de Claude Thornhill, donde entonces se establecían nuevas integraciones entre la orquestación escrita y la improvisación solista. A pesar de esos antecedentes, puede decirse que nada de la música le importó a Konitz menos que la orquestación, que solo estuvo allí como en un trabajo para el que lo contrataban porque podía tocar sin perturbar y con belleza sobre cualquier música. Parker también podía improvisar sobre cualquier cosa (Charles Mingus ha recordado noches en las que sonaba el teléfono y el saxofonista, del otro lado, le pedía que escuche y ponía un disco de La consagración de la primavera de Igor Stravinsky para tocar encima mostrando un futuro posible), pero una vez que sonaba toda la música se volvía suya: en 1953, por ejemplo, llegó a Washingston con un saxofón barato de plástico para tocar con una orquesta con la que nunca había ensayado y sobre arreglos que no conocía, pero al escuchar hoy la grabación parece que en lugar de seguir a la orquesta Parker la está anticipando. Konitz, al contrario, nunca tocó en busca de ese efecto estelar y logró, incluso al tomar sus solos, pasar desapercibido de una forma que nunca se parece a la irrelevancia. Eso no significa que haya buscado un rol secundario, sino que pensó un nuevo sentido para la música. En sus grabaciones con su maestro, el genial pianista Lennie Tristano (Lennie Tristano y Subconscious-Lee, publicadas en 1955, y Crosscurrents, que en 1972 compilaba grabaciones de fines de los 1940s) o en discos propiamente solistas como el bellísimo Konitz (1953) o el vivo In Harvard Square (1955), Konitz hace una suerte de ambient, algo que incluso a máximo volumen suena a música de fondo, pero donde si uno, oyente, se detiene, comienza encontrar toda clase de tesoros. No parece que Konitz esté tocando, parece que está viviendo, casi distraído, como quien se entretiene con un pensamiento sin darle demasiada importancia. Parece que en vez de tocar el sonido él está adentro del sonido, como si eso no fuese algo que produce sino el mundo en el que vive y al que uno, oyente, le es dado espiarlo por tres o seis minutos. John Coltrane, poco tiempo después, también provocará una sensación similar, pero en él ese pensamiento desde dentro de la música aspira a una condición trascendental, una plegaria que busca algo más alto, mientras Konitz nomás se deja llevar por reflexiones a las que dedica toda su atención pero sin revelación, sin éxtasis, con calma perfecta pero mundana. Sin embargo Konitz no fue ajeno a las demandas de la música de su época y en 1961 publicó un disco que aspiraba a interesar a quienes entonces se fascinaban con la revolución musical del free jazz de Coleman y con el sonido desencadenado de Coltrane (géneros en lo que Konitz había sido pionero, ya que las primeras grabaciones de free jazz fueron las del quinteto de Tristanto en el que participaba en 1949, “Intuition” y “Disgression”, donde tocaron sin ninguna melodía preestablecida). En Motion Konitz tocó con el bajista Sonny Dallas, quien como él había sido parte de grupos de Thornhill y Tristano, y con Elvin Jones, entonces parte del magistral cuarteto de Coltrane y de quien puede decirse sin miedo a exagerar que fue uno de los mejores bateristas de la historia. Grabaron cinco standars que suenan a ensayos perfectos, improvisaciones puras y completamente desestructuradas, que atienden a la melodía de lejos, tratándola como un camino conocido de forma tal que se lo encuentra siempre sin esfuerzo, y donde puede pasar todo pero nunca hay sobresaltos. Son canciones sin comienzo ni fin, sin líder, sin hitos. Nunca habían tocado juntos, nunca volvieron a hacerlo. Tres hombres se juntaron una mañana y grabaron de forma casual uno de los discos más bellos que jamás escuché. Fue como si no hubiera pasado nada. La carrera de Konitz declinó y las décadas que siguieron las pasó sin armar ninguna banda, tocando en cualquier parte con cualesquiera personas y grabando montones de discos que no le importaron a casi nadie o a unos pocos. A él nunca pareció preocuparle. El 15 de abril, a sus noventa y dos años, cuatro meses después de que comencé a escuchar este disco sin parar, Konitz murió de una neumonía agravada por el padecimiento de Covid-19, la enfermedad que detuvo al mundo. Cada vez que este año necesité una calma perfecta pero viva, que fueron muchas, él estuvo. Hay música secreta, hecha en bordes del espacio y del tiempo donde podría perderse para siempre y sin miedo de perderse para siempre, y que cuando se encuentra, casi por azar, ayuda a vivir en los bordes del espacio y del tiempo donde todo puede perderse para siempre.
PS: Motion fue grabado y mezclado en los inicios de la experimentación con el sonido estéreo, lo mismo que los primeros discos de Coleman. En este caso, en el canal derecho suenan la batería y el bajo y en el izquierdo suena el saxo, y de cada lado también suena, de fondo, lo que está en primer plano en el otro canal, como fantasmas que acompañan.
No sé si hay alguien que hoy moldee los sonidos de manera más perfecta que Nicolás Jaar, capaz de amplificarlos al máximo sin que nunca saturen (en un acto más parecido a ver con un microscopio que a subir el volumen), como si siempre encontrara las frecuencias exactas para que cada uno se expanda a una escucha total. Sus canciones son hermosas y fascinantes y su voz tímida y oscura es encantadora. La primera vez que escuché Space is Only Noise (2011), el año pasado, su perfección sónica me sorprendió como comparable a la de Donuts de J Dilla. 2020 fue un año productivo para Jaar: publicó un nuevo disco de música electrónica bailable bajo el alias Against All Logic, 2017-2019, y dos discos bajo su nombre, primero Cenizas y después Telas, ambos con espíritu ambient pero atentos a la canción. Mientras su debut, Space is Only Noise hace pensar en un objeto de diseño perfecto llegado del futuro, y mientras Sirenas (2016) es exuberante, casi una obra pop, Cenizas llega como un disco retraído. En ellos se dibuja una suerte de itinerario: 2011 y el nuevo horizonte de posibilidades técnicas; 2016 y la conversión creciente de todos los contenidos mediáticos en discursos políticos; 2020 y la necesidad de refugio ante el caos general. Para escuchar un disco como Cenizas es preciso alejarse del ruido, algo cada vez más difícil en nuestras ciudades, un privilegio. La nueva música de Jaar reivindica ese privilegio, un espacio donde todo suena perfecto y claro y donde no hay ninguna dimensión del sonido que no sea suavemente manipulable, capaz de enriquecerse gracias a una atención mayor. Se puede escuchar mejor. No es un reclamo que suene poderoso en tiempos donde se están quebrando muchos de los pactos que garantizaban cierta paz en las calles, sin embargo cuesta pensar un mundo mejor que este y que no sea uno donde todo se escuche mejor; no más fuerte: más definido, más plástico, más atento.
La primera vez que escuché el disco de Fiona Apple para este 2020, Fetch the Bolt Cutters, pensé muy rápido en los los Beatles y en Yoko Ono: “esto es bueno nivel Beatles”, “esto me hace acordar a Yoko Ono”. Los Beatles, desde muy temprano, cada vez que sonaban en cualquier parte fuera de sus habitaciones, sonaban para todo el mundo y bajo la exigencia de ser, como siempre, la mejor banda del mundo. Cuando John Lennon sumó a Ono a los espacios de la banda, para los otros tres Beatles resultó irritante que esa mujer parecía no entender que se encontraba en el centro del mundo y se comportaba como si estuviera en su habitación, en un espacio íntimo y doméstico y no en una situación profesional y pública. A Ono no le importaba que los Beatles fuesen más grandes que Jesús y que Abbey Road fuese un templo; para ella eran personas haciendo música, igual que cualesquiera otras personas en cualquier otro espacio. Ono entró a Abbey Road sintiéndose una igual no porque se creyera brillante y genial (igual lo era), sino porque entendía que lo que hacían esos hombres, cantar y tocar, podía hacerlo cualquiera y podía ser igual de importante para cualquiera, más allá de lo que fuera a pasar con eso. Los Beatles pueden haberse fastidiado inicialmente por las formas de Ono, pero lo cierto es que pronto estuvieron todos comportándose como ella, haciendo música desde sus habitaciones y menos preocupados por el público que por un ejercicio vital y catártico. Incluso venían haciendo eso mismo desde el momento en que Ono entró en sus vidas, en 1968. El espíritu de los demos de Lennon, Paul McCartney y George Harrison grabados en mayo de 1968 en Esher como preparación para el álbum blanco es el mismo que el de Unfinished Music No. 1: Two Virgins, el disco experimental que Lennon y Ono grabaron el mismo mes; la diferencia es que Lennon y Ono publicaron sus grabaciones (para horror del resto), mientras los Beatles grabaron en Esher como ensayo para otra cosa, no pensando en un disco final. Sin embargo, poco después, en mayo de 1969, Harrison también estaba publicando sus experimentos domésticos, Electronic Sounds (que junto con Two Virgins es un capítulo fundamental en la historia de la música ambient). Una vez terminados los Beatles, McCartney literalmente se fue a su casa a grabar McCartney en equipos de baja fidelidad (cuando podía disponer de cualquier estudio profesional en el mundo) y Harrison grabó All Things Must Pass en Abbey Road pero interviniendo el estudio como si fuera su casa, con velas inciensos y hare krishnas sentados en los rincones. Glosando al Che Guevera, se puede decir que florecieron dos, tres, muchxs Onos. Es difícil pensar la música desde entonces, y especialmente la música hecha en casa, sin Ono, sin su espontaneidad, sin su atrevimiento y sin su no importarle una mierda lo que digan los demás (pensemos que fue literalmente una de las mujeres más atacadas del mundo). Y el disco de Apple tiene ese espíritu hogareño, punk y lúdico de los discos de Ono (incluso de los grabados en estudio, como el excelente Fly de 1971, el disco gemelo de Imagine). No solo eso, sino que en un momento en que desde hace rato casi toda la música de estudio suena igual, aplanada, sin ningún interés por alterar el orden sónico, parece que la única alternativa para que suene algo distinto es intervenir la esterilidad de los grandes estudios y de los dispositivos digitales de alta fidelidad ensuciándolos con el tipo de sonidos que se escuchan en la vida cotidiana y que no se parecen nada a los estándares fijados por la industria musical contemporánea. Fetch the Bolt Cutters se grabó en parte en los estudios Sonic Ranch de Texas (un estudio-casa donde se también se grabó La síntesis O’Konor, el disco con el que Él Mató Un Policía Motorizado llevó a su apogeo y término al rock indie de la Argentina posterior a la Tragedia de Cromañón) y en su mayor parte en la casa de Apple, en una habitación normal no acustisada. En su sonido intenso, crujiente, por momentos caótico por las tantas cosas golpeadas, Fetch the Bolt Cutters no tiene ninguna intensión de sonar perfecto. Y sin embargo -al menos para mí- es perfecto porque Apple es una de las mejores compositores y cantantes de las últimas décadas y cada una de sus canciones, a pesar de que son complejas y pasan demasiadas cosas en cada una, son inolvidables como una colección de greatest hits hechos en un mundo más amable que este, menos careta, menos diplomático y menos cruel. Apple y su banda (el impresionante bajista y guitarrista Sebastian Steinberg, Amy Aileen Wood en batería y David Garza en percusiones y otros instrumentos) usan las percusiones no solo para marcar el ritmo, sino para crear un espacio que parece girar en torno al corazón de esas canciones que también serían buenísimas grabadas de otra forma (con Apple sola en el piano, con Apple y una orquesta, lo que sea, porque las canciones buenísimas tienen una vida independiente a sus encarnaciones). La sensación recuerda un poco al magnífico video de 1998 que Paul Thomas Anderson hizo para el cover de Apple a “Across the Universe” de los Beatles (y que es uno de los pocos covers a la banda que tiene la virtud de superar en belleza al original): allí Apple es un centro de paz sonriente que flota mientras a su alrededor una multitud de hombres furiosos destruyen una cafetería; ahora también la canción flota en el caos, pero ahora la propia Apple es la artífice del caos sonoro (ya no visual) que la rodea, y este caos no es violento, sino acogedor, tranquilo aunque lleno de fuerza. Por otra parte, las melodías que canta Apple son de las más hermosas, creativas y libres que se han escuchado en la música popular en mucho tiempo: hace lo que quiere, susurra, grita, se rompe, es completamente virtuosa, va a velocidades imposibles, se detiene, vibra, cambia de tono, gira, baila, asciende, se arroja. Es algo que solo puede hacer una persona que no tiene miedo o a la que no le importa tener miedo. Todos los coros también son mágicos (ella más amigas). Es un disco perfecto. Todavía existen los milagros. Todavía hay libertades por construir. Todavía, aunque sea desde un rincón de la casa, se puede hacer algo para encontrar un mundo más grande y más hermoso.
Los encuentros entre merqueros y porreros pueden ser fatidiosos para ambos bandos (a menos que sean las dos cosas a la vez, al estilo Hunter Thompson) y cuando hace casi diez años Freddie Gibbs dijo que iba a rapear encima de música de Madlib pareció un poco eso. Sin embargo el encuentro fue como la escena de la pelea en el bar dirgida por Robert De Niro en A Bronx Tale (1993): mientras se inicia la tensión y hasta que explota la lucha, suena “Come Together” de los Beatles, un rock pendenciero y frontal, pero a partir de un momento dos de los peleadores chocan contra la rocola y comienza a sonar “Ten Comandments of Love” de los Moonglowns, una canción lenta y romántica, y desde ahí la violencia de los viejos mafiosos italianos contra los más jóvenes motoqueros, por gracia del contraste musical, se vuelve más terrible, más inolvidable. Sobre los beats fumones -intensos pero reflexivos- de Madlib, el gran rapero que es Gibbs, venido de la escuela del gangsta rap, encontró un espacio abierto para llevar a nuevos límites sus destrezas verbales. Piñata (2014) y Bandana (2019), las dos colaboraciones entre el melómano obsesivo fanático de Sun Ra y el ex traficante de drogas involucrado en más de un tiroteo se cuentan entre los mejores discos de la segunda década del siglo XXI. Después de Piñata Gibbs entendió el valor de la fórmula que había encontrado y buscó a otro productor fumón, relajado y atmosférico: The Alchemist, con quien participó primero en Fetti, (2018, en conjunto con Curren$y) y ahora, en 2020, en Alfredo. Sobre los beats de The Alchemist, sean melódicos y etéreos o sean hipnóticos y siniestros, escuchamos a Gibbs rapeando y cantando con absoluta comodidad, como un campeón del mundo defendiendo su título sin demasiado esfuerzo gracias a la maestría adquirida. Gibbs se pasea como un tiburón por aguas calmas y hoy es el rey en una variedad de hip hop masculino, ostentoso y amenazante pero a la vez nerd-friendly y sin pudor de exhibir el bromance (en esa línea se puede ubicar otro de los discos de hip hop más lindos del año, Pray for Paris de Westside Gunn, donde también participa Gibbs). Existe un encuentro y un amor posible entre los hombres duros que se criaron en las calles sabiendo que estaban cerca de matar o morir y los hombres pacíficos y tímidos que han pasado incontable tiempo encerrados en habitaciones, solos, frente a auriculares o parlantes, moviendo apenas los controles de sus sampleras y computadoras, buscando sonidos irresistibles e hipnóticos. Existen espacios donde los furiosos se relajan y pueden cantar sin daño toda la violencia en sus corazones y donde los guardados se atreven a salir mostrando un calor y un filo.
[Continuará próximamente en una Parte 2.]
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Singularidad
Cuando fui a ver a María después de tanto tiempo apartados, recordé las veces que dudé de mi nombre. Nos conocimos durante la preparatoria; en el ajetreo de la vida diaria, con estudiantes pasando y viniendo, pasos apurados, muchas cartulinas, nos empezamos a hablar un día solo porque dio la casualidad que el profesor nos sentó juntos. Yo, que había pasado buena parte de mi tiempo ahí ignorando su existencia (ella tan tranquila, tan dulce, era muy fácil no darse cuenta de que estaba ahí), encontré en ella una buena amiga a quién, más pronto que tarde, le conté sobre cómo dudaba de mi nombre. "¿Cómo así?" fue su primera reacción, en vez de mirarme con asco o extrañeza: "Pues a veces creo que no me llamo Samuel. Significa: escuchado por Dios. Fue un profeta muy importante. Tú me ves y, ¿quién soy? Pues nadie." María solo se rió tranquilamente, me tocó el hombro, y dijo: "Es un nombre. Tú no necesitas ser nadie. ¿Ahora porque le puse a mi gata Campanita, se va a transformar en una campana? Pues no."
Esa respuesta me calmó un poco, aunque seguí dudando de que realmente ese fuera mi nombre. Pensé que mis padres me habían recogido en algún lugar por la periferia de la ciudad, y me pusieron así, pero que ese no era mi nombre real. No podía ser que un alma tan común como yo hubiese nacido siendo oída por Dios, pero creo que era el único que se preocupaba por eso. Cuando terminó la preparatoria, María y yo pudimos vernos cada vez menos: yo empecé a trabajar en un laboratorio, ella comenzó la Universidad estudiando turismo (siempre había dicho: quiero explorar el mundo y ayudar a otros a explorarlo), hasta que llegó el eventual momento en que nos separamos por completo. Yo en un lado, ella en otro, la vida le iba bien a cada quién por su camino. Hasta que un día ella me manda un mensaje: "¿Aló? Oye, estoy en la ciudad. ¿Nos vemos por un café para hablar?"
Quedamos en el Café Sol, en la esquina de Coronación y Teniente López, donde había un estacionamiento al lado del café y la calle tenía, más adelante, un parque al que podíamos llegar si acaso nos cansábamos de quedarnos sentados en un mismo sitio. Llegué al Café, inusualmente vacío: donde a estas horas habrían baristas colocando el espresso en las máquinas para preparar los shots de cada bebida, golpeando metal con metal, con el sonido de los moledores en el fondo triturando cada grano de café; no había nada ni nadie aparte del silencio incómodo cuando solo dos personas entran al local. María, pelirroja de ojos cafés, con un vestido largo y verde, se veía radiante a sus 24 años de edad. Yo, chamarra gris, polo azul, pantalón negro, sin mucho más que aportar al mundo. Nos sentamos a charlar un rato. María pidió un shot de espresso, yo un moka con crema batida.
-¿Y cómo te ha ido? -pregunté para romper el hielo.
-Ya sabes, ya sabes, nada fuera de lo común; prácticas en un lado, en otro, el hotel con sus problemas de administración, las temporadas altas llenas de familias insoportables...
-¿Sigues teniendo al gerente de las paletas?
-Gracias a Dios no, no, no. Ese día casi muero, a ver, ¿por qué pondrías a la nueva a entregar paletas de hielo sin que se derritan en mitad de la playa a cuarenta grados? ¿A quién en su sano juicio se le ocurriría?
-Pues solo a él, por lo que parece.
-Aunque, ¿estaba en su sano juicio?
-Lo dudo bastante.
Ambos reímos. Pasamos una tarde bastante agradable. Yo, como laboratorista, le conté un par de anécdotas sobre cómo me llegaban personas a quienes les extraía 90% grasa y 10% de sangre; sobre pruebas con resultados excelentes y de mi caso más curioso hasta el momento.
-¿Qué, qué, qué pasó?
-Pues un día, no te lo vas a creer, en el hospital me mandaron a hacer pruebas a un paciente equis para su operación, se las iba a mandar al anestesiólogo y todo. Se las hago, y resulta que el hombre no iba a tomar bien absolutamente ningún tipo de anestesia. Estaba con mis compañeros, todos me vieron haciendo la prueba con la higiene de siempre, y hasta me ayudaron a hacerla bien, porque no sabía manipular la muestra para ese tipo de cosas. El asunto es, voy a dársela al anestesiólogo, y veo al paciente: unos treinta años, sintiendo el peor dolor de su vida por una apendicitis para la que no lo podían operar bien por tantas cosas que padecía. Lo veo y digo: ay, ojalá no tuviera ningún problema en la sangre, para que puedan operarlo bien, quitarle su dolor. Entonces...
-¿Entonces?
-Le doy la hojita al anestesiólogo. La lee, y me dice: qué bien, no tiene nada malo, podemos comenzar ya y usar anestesia general. Yo, obviamente desconcertado, le pido la hojita: es el nombre, número de muestra, es todo, pero ya no aparece el desorden que le hace rechazar la anestesia. Vuelvo rapidísimo con mis compañeros, hago todas las preguntas, todo sigue igual. Volvemos a hacer la prueba, con exactamente el mismo procedimiento. Y el problema se ha ido por completo.
-Wow...
-Sí, ¿puedes creértelo? No sé qué sucedió ahí...
-Es casi como lo que me decías antes. De tu nombre.
-¿Samuel?
-Significa oído por Dios, ¿no? ¿Y, y, y si Dios te escuchó?
-Suena como demasiado para una persona como yo.
-Quizá -dijo, mientras parecía ponerse seria- quizá, quizá, te pasó una singularidad.
-¿Una singu, qué?
-Las señoras del hotel donde trabajo hablan mucho de eso. Cuando la naturaleza, Dios, o cualquier cosa por la que se rija el Universo, se alinea para cumplir momentáneamente el deseo de una, una sola persona, por muy radical que sea. Una coincidencia en un billón. Singularidad, singular, uno. Creo que en física tiene otro significado, algo científico o así, pero si tomamos este, pues...
-Una coincidencia. Una coincidencia en un billón solo para darle sentido a mi nombre. Ja, ¿será que habré sido escuchado?
Giré a ver si podía pedirle a algún mesero que nos trajera la cuenta, pero ya no había nadie dentro del café. Totalmente vacío. En las ventanas, el cielo se veía sin nubes, y aunque debían ser alrededor de las 8, seguía tan claro como cuando entramos en la tarde.
-Mari, ¿qué es esto? -María se giró también. Ella parecía tener toda la calma del mundo.
Me levanté de nuestra mesa para explorar el lugar. En efecto, no había ningún mesero, ni barista, ni cocinero; por las ventanas se veía una ciudad sin autos. El sonido ocupado y sucio de una ciudad como esta, llena de automóviles rugiendo, peatones a prisa rompiendo las suelas de sus zapatos lentamente con la acera, se había cambiado por un profundo silencio que parecía estarme escuchando a mí, a mi corazón, y a la voz de todos mis pensamientos. Era un silencio tranquilo, calmado, como el que se tiene cuando hablas con un amigo de mucho tiempo e interrumpen momentáneamente su conversación para pensar cada uno en lo que han dicho hasta ahora. Ese silencio que transforma el espacio: lo curva, lo nubla, le trae una cualidad suave y confortable; el aire se siente como almohadas mientras cada sonido se resume en una respiración. Mis pies eran plumas sobre el espacio vacío, y pronto, volteé a ver a María, quien estaba con una sonrisa dulce en su rostro. Me senté con ella.
-Mari...
Cerré los ojos un momento y cuando los abrí, estaba en la cafetería, llena de gente, con meseros corriendo y los baristas alternando sus posiciones en un vaivén de salidas para el café. Los murmullos se hicieron presentes, las pisadas, el sonido de metal chocando con metal, los moledores de café gritando su trabajo. Estaba solo, con mi moka. Pedí la cuenta a un mesero.
El contacto de María ya no estaba en mi teléfono. Nadie de nuestra preparatoria la podía recordar. Su casa ya no estaba, y su Universidad no tenía registros de ella. Le di muchas vueltas al asunto, hasta eventualmente dejarlo de pensar. Solo fue hace unos días, hablando con mi papá, que lo entendí todo. Me dijo: “Una vez, con tu mamá, de jóvenes, nos preguntamos qué nombre nos gustaría para nuestros hijos. Samuel sonaba bonito. Y al escucharlo, le dije a tu mamá: ‘ojalá el chico, cuando dude de sí mismo, siempre sea escuchado por Dios’”.
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Nunca fui buena hablando y mucho menos demostrando, por eso la mayoría de las cosas quedan atoradas en mi garganta y nunca son oídas. Pero créeme, las siento... están ahí.
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La fe de Job en Dios no se tambalea porque Él esté escondido de él
Mediante su capacidad auditiva, Job ha escuchado hablar de Dios Job 9:11 Ved, Él pasa por mi lado y no lo veo; Él también pasa, pero yo no lo percibo.
Job 23:8-9 Ved, yo voy de frente pero Él no está ahí; y hacia atrás pero no lo puedo percibir; en la mano izquierda, donde Él trabaja pero no puedo contemplar; Él se esconde en la mano derecha donde no lo puedo ver.
Job 42:2-6 Sé que puedes hacer todo y que ningún pensamiento se te puede esconder. ¿Quién es el que esconde el consejo sin conocimiento? Por lo tanto, he dicho lo que no he entendido; cosas tan maravillosas para mí que yo no sabía. Escucha, te ruego, y hablaré; te preguntaré y Tú me contestarás. He sabido de Ti solo de oídas, pero ahora mis ojos te ven. Es por eso que me aborrezco y me arrepiento echado sobre polvo y cenizas.
Aunque Dios no se ha revelado a Job, él cree en Su soberanía ¿Cuál es la idea central de estas palabras? ¿Os habéis dado cuenta de que aquí hay una realidad? En primer lugar, ¿cómo supo Job que había un Dios? ¿Y cómo sabía que los cielos y la tierra, y todas las cosas, son gobernados por Dios? Hay un pasaje que responde estas dos preguntas: He sabido de Ti solo de oídas, pero ahora mis ojos te ven. Es por eso que me aborrezco y me arrepiento echado sobre polvo y cenizas (Job 42:5-6).* De estas palabras aprendemos que, en lugar de haber visto a Dios con sus propios ojos, Job había sabido de Él a partir de la leyenda. Bajo estas circunstancias comenzó a andar por el camino de seguir a Dios, tras lo cual confirmó Su existencia en su vida, y entre todas las cosas. Aquí encontramos un hecho innegable; ¿cuál es? A pesar de ser capaz de seguir el camino de temer a Dios y apartarse del mal, Job nunca lo había visto. ¿Acaso no era igual, en esto, a las personas actuales? Job nunca había visto a Dios, lo que implica que aunque había oído de Él, no sabía dónde estaba, cómo era ni qué estaba haciendo; todos estos son factores subjetivos; objetivamente hablando, aunque seguía a Dios, Él nunca se le apareció ni le habló. ¿No es esto una realidad? Aunque Él no le había hablado a Job ni le había dado ningún mandamiento, este había visto Su existencia, observaba Su soberanía entre todas las cosas y en leyendas en las que había oído de Dios mediante el sentido auditivo, tras lo cual comenzó a vivir temiendo a Dios y apartándose del mal. Estos eran los orígenes y el proceso por los cuales Job seguía a Dios. Pero, independientemente de su forma de temerle y de apartarse del mal, de cómo se agarrara firmemente a su integridad, Dios nunca se le apareció. Leamos este pasaje. Él dijo: “Ved, Él pasa por mi lado y no lo veo; Él también pasa, pero yo no lo percibo” (Job 9:11).* Lo que estas palabras están indicando es que Job podría, o no, haber sentido a Dios a su alrededor; sin embargo, nunca lo pudo ver. Había momentos en los que se lo imaginaba pasando delante de él, actuando, o guiando al ser hombre, pero nunca lo había conocido. Dios viene al hombre cuando este no lo espera; el ser humano no sabe cuándo Dios viene a él ni dónde lo hace, porque no puede verlo y, por tanto, para el hombre Dios está escondido de él.
La fe de Job en Dios no se tambalea porque Él esté escondido de él En el siguiente pasaje de las escrituras, Job dice: “Ved, yo voy de frente pero Él no está ahí; y hacia atrás pero no lo puedo percibir; en la mano izquierda, donde Él trabaja pero no puedo contemplar; Él se esconde en la mano derecha donde no lo puedo ver” (Job 23:8-9).* En este relato, aprendemos que en las experiencias de Job, Dios se había escondido totalmente de él; no se le había aparecido ni le había hablado abiertamente palabra alguna, pero en su corazón, Job confiaba en la existencia de Dios. Siempre había creído que Él podía estar caminando delante de él, o actuando a su lado, y que aunque no podía verlo, estaba junto a él gobernando su todo. Job nunca había visto a Dios, pero podía mantenerse fiel a su fe, algo que ninguna otra persona podía hacer. ¿Y por qué no? Porque Dios no habló a Job ni se le apareció, y si no hubiera creído de verdad, no habría podido seguir adelante ni haberse aferrado al camino de temer a Dios y apartarse del mal. ¿No es esto cierto? ¿Cómo te sientes cuando lees sobre Job pronunciando estas palabras? ¿Sientes que la perfección y la rectitud de Job, y su justicia delante de Dios, son reales y no una exageración por parte de Dios? Aunque Él tratara a Job igual que a otras personas, y no se le apareciera ni le hablara, él seguía firme en su integridad, continuaba creyendo en Su soberanía y, además, ofrecía con frecuencia holocaustos y oraba delante de Dios como consecuencia de su miedo a ofenderle. En su capacidad de temerle sin haberlo visto, percibimos cuánto amaba las cosas positivas, y cuán firme y real era su fe. No negaba la existencia de Dios porque estuviera escondido de él ni perdía su fe, abandonándolo por no haberle visto nunca. En su lugar, en medio de la obra oculta de Dios de gobernar todas las cosas, había sido consciente de Su existencia, y sentía Su soberanía y Su poder. No dejó de ser recto porque Dios estuviera escondido ni abandonó el camino de temerle y apartarse del mal porque Él nunca se le apareciera. Job nunca había pedido que Dios se le manifestara abiertamente para demostrar Su existencia, porque ya había observado Su soberanía en medio de todas las cosas, y creía haber obtenido las bendiciones y las gracias que otros no habían recibido. Aunque Dios seguía escondido para él, su fe en Él nunca se tambaleó. Así pues, cosechó lo que nadie más tenía: la aprobación y la bendición de Dios.
Extracto de “La Palabra manifestada en carne”
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Narciso y Eco, el mito según Las Metamorfósis de Ovidio.
La obra “Metamorfósis” de Ovidio es un poema en 15 libros donde se cuenta la historia del mundo desde su creación hasta la época de Julio César.
Es una obra poética difícil de clasificar que se encuentra entre la épica y la didáctica, cuenta con más de 250 narraciones mitológicas y está escrita en latín.
Relato de Narciso y Eco
El adivino Tiresias daba a quien se las solicitaba profecías verdaderas. La primera de éstas la recibió Liriope, ninfa que tuvo, de su forzado ayuntamiento con el río Cefiso, un niño a quien puso por nombre Narciso. Habiendo preguntado si éste habría de llegar a viejo, el vate le contestó: "Si no se conociere". El tiempo vino a darle razón. Cuando Narciso cumplió los dieciséis años, fue pretendido por muchos jóvenes y muchachas, y a todos se negó. En una ocasión en que cazaba, lo miró una ninfa locuaz, que nunca habló antes que otro, ni pudo callar nunca después que otro hablara: Eco, quien aún ahora devuelve las últimas palabras que escucha. Juno había hecho que eso le ocurriera como castigo por distraerla con largas pláticas mientras Júpiter la engañaba yaciendo con las ninfas. La diosa, al caer en la cuenta de lo que ocurría, le redujo el uso de la voz a devolver los sonidos extremos de las voces oídas. Vio, pues, Eco a Narciso vagando por el campo, y al instante ardió de amor y lo siguió a hurtadillas, y más lo amaba cuanto más lo seguía; pero nunca pudo hablarle primero, porque su naturaleza se lo impedía, y hubo de esperar a que él comenzara. Y esto ocurrió, porque alguna vez que se había apartado de sus compañeros, Narciso preguntó en alta voz quién estaba presente, y Eco repitió esta última palabra. Pasmado al oírla, Narciso gritó "Ven", y ella le contestó con la misma voz. Engañado, el joven siguió hablando, y llegó a decir: —"Juntémonos." Contestó Eco con la misma palabra, y salió de la selva dispuesta a abrazarlo. Huye Narciso, y habla: "Moriré antes que tengas poder sobre nosotros", y ella tras repetir las últimas cuatro palabras, vuelve a ocultarse en las selvas, cubre su rostro con follaje, y desde entonces habita en grutas solitarias. Más aún: dolida por el rechazo de que fue objeto, ama todavía con mayor intensidad, y su cuerpo enflaquece y pierde todo jugo, y es ya solamente huesos y voz, y luego nada más que voz; sus huesos se hicieron piedra. Un sonido, que todos pueden oír, es cuanto de ella permanece. Como a Eco, había despreciado el joven a otras ninfas y jóvenes. Alguien de los despreciados rogó al cielo que, por justicia, él llegara a amar sin poder adueñarse de lo que amara. Y Temis asintió al ruego tal.
Junto a una fuente clara, no tocada por hombre ni bestias ni follaje ni calor de sol, llega Narciso a descansar; al ir a beber en sus aguas mira su propia imagen y es arrebatado por el amor, juzgando que aquella imagen es un cuerpo real; queda inmóvil ante ella, pasmado por su hermosura: sus ojos, su cabello, sus mejillas y cuello, su boca y su color. Y admira cuanto es en él admirable, y se desea y se busca y se quema, y trata inútilmente de besar y abrazar lo que mira, ignorando que es sólo un reflejo lo que excita sus ojos; sólo una imagen fugaz, que existe únicamente porque él se detiene a mirarla. Olvidado de comer y dormir, queda allí inamovible, mirándose con ansia insaciable, y quejándose a veces de la imposibilidad de realizar su amor, imposibilidad tanto más dolorosa cuanto que el objeto a quien se dirige parece, por todos los signos, corresponderle. Y suplica al niño a quien mira que salga del agua y se le una, y, finalmente, da en la cuenta de que se trata no más que de una imagen inasible, y que él mismo mueve el amor de que es víctima. Anhela entonces poder apartarse de sí mismo, para dejar de amar, y comprende que eso no le es dado, y pretende la muerte, aunque sabe que, al suprimirse, suprimiría también a aquel a quien ama. Llora, y su llanto, al mezclar el agua, oscurece su superficie y borra su imagen, y él le ruega que no lo abandone, que a lo menos le permita contemplarla, y, golpeándose, enrojece su pecho. Cuando el agua se sosegó y Narciso pudo verse en ella de nuevo, no resistió más y comenzó a derretirse y a desgastarse de amor, y perdió las fuerzas y el cuerpo que había sido amado por Eco. Sufrió ésta al verlo, aunque estaba airada todavía, y repitió sus quejas y el sonido de sus golpes. Las últimas palabras de Narciso lamentaron la inutilidad de su amor, y Eco las repitió, como repitió el adiós último que aquél se dijo a sí mismo. Murió así Narciso, y, ya en el mundo infernal, siguió mirándose en la Estigia. Lo lloran sus hermanas las náyades, lo lloran las dríadas, y Eco responde a todas. Y ya dispuestas a quemar su cuerpo para sepultarlo, encuentran en su lugar una flor de centro azafranado y pétalos blancos.
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Jean Eustache ha cerrado los ojos
La prematura muerte —tenía cuarenta y tres años— de Jean Eustache, arrebata al cine francés una de sus más firmes promesas de vitalidad y renovación.
Con muy pocas películas, Eustache se había convertido en una de las secretas «cabezas buscadoras» del cine de su país, de las que apenas —o muy de tarde en tarde— se habla, pero que van abriendo caminos o desbrozando de convenciones acumuladas los olvidados senderos de la tradición. Demasiado urbano para ser descubridor o explorador, fue un buen detective y un gran deshollinador; por eso le acusaron de suciedad la única vez que fue noticia, y no —como de costumbre— sólo confidencia, contraseña entre afines, secreto bien guardado —casi atesorado— por los que lo conocían; el propio cineasta descartó la exhibición de algunos de sus films. Como Maurice Pialat —que tiene ya cincuenta y seis años y sólo ha dirigido cinco largometrajes—, Eustache ha hecho una obra original e importante, pero sin pretensiones, siempre al margen: demasiado largas (casi cuatro horas dura, irremediablemente, La maman et la putain) o cortas (Le Père Noël a les yeux bleus), de apariencia banal (La Rosière de Pessac) o perversa (Une sale histoire), pero sin complacencia, sus películas eran cosa suya, saltos al vacío, sin contar con el público ni para volverle la espalda o molestarle. Sólo una vez —por falsas, si no malas razones; por un equívoco del que fue víctima entre sus amigos— alcanzó cierto renombre, cuando se exhibió su film más audaz, conmovedor, agobiante y terrible, para ser olvidado al año siguiente, cuando estrenó otra obra maestra, Mes petites amoureuses, aún más discreta y recóndita; tan austera y apartada del sentimentalismo como la primera de Pialat, L'enfance nue, de la que podría considerarse una especie de continuación libre.
Pero —y esto es lo terrible— estoy hablando de películas que la mayor parte de los lectores conocerán, si acaso, de oídas (o de leídas), pues ninguna de las pocas que hizo ha llegado a estrenarse en España, aunque varias se proyectasen en la Filmoteca. Mientras Truffaut, Chabrol o Rohmer —con excepciones y en desorden— acaban por iluminar nuestras pantallas, gente como Rivette, Pialat o Vecchiali son casi desconocidos, y Eustache permanece inédito. Tal vez ahora —demasiado tarde para la esperanza, aunque más vale tarde que nunca— el prestigio que da la muerte a cambio de la vida y el futuro anime a algún distribuidor —aunque lo dudo— a correr el riesgo que supone poner al alcance del público obras tan desesperadas, tan humor��sticas, tan duras y sobrias, tan poco llamativamente personales.
Truffaut dijo una vez —cuando se llevaba bien con Godard— que el Michel Poiccard de À bout de souffle era el hijo engendrado por Jean Dasté y Dita Parlo en L'Atalante. La maman et la putain puede considerarse legítima heredera, si no consecuencia directa, del Godard que vibró de À bout de souffle a Masculin féminin, pasando por Le mépris, Bande à part y Pierrot le fou, pero la obra de Eustache en su conjunto, como todo el nuevo cine francés que realmente cuenta, parte de la confluencia de dos grandes cineastas del pasado, el Renoir de La Bête humaine, Boudu sauvé des eaux y Toni, y el Vigo de L'Atalante y Zéro de conduite, para llegar a encrucijadas nuevas y diversas. Ya nunca sabremos a dónde conducía la trayectoria de Jean Eustache, aunque nos quedan, eso sí, las etapas quemadas: Les mauvaises fréquentations (1963), Le Père Noël a les yeux bleus (1966), La Rosière de Pessac (1968), Le cochon (1970), Numéro zéro (1971), La maman et la putain (1973), Mes petites amoureuses (1974), Une sale histoire (1977), la segunda Rosière (1979), Le jardin des délices de Jérôme Bosch y Les photos d'Alix (1980). Las cinco que he tenido ocasión de ver, todas muy diferentes entre sí, son películas sorprendentes, conmovedoras e impresionantes, que apuntan o llevan al límite las múltiples posibilidades del cine, sin descartar ninguna.
Lo último que se supo de Eustache, antes de la noticia de su muerte en noviembre, fue la publicación (en el núm. 323-324 de Cahiers du Cinéma, mayo de 1981) de un texto terrible, en primera persona, acerca de la soledad, la enfermedad y la muerte, que parece extraído de un diario, aunque se presentaba como «fragmentos de un guión abandonado» y bajo el titulo ambiguo de Peine perdue. Esperemos que la obra de Eustache no quede, dentro de unos años, como un ejemplo de «esfuerzo perdido», porque sería una «pena inútil».
Publicado en el nº 12 de Casablanca (diciembre de 1981)
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We Insist Records I. Por Pachi Tapiz. HDO 553 [Podcast]
We Insist Records I. Por Pachi Tapiz. HDO 553 [Podcast]
HDO 553 está dedicado a siete grabaciones publicadas por el sello italiano We Insist! Records. La primera referencia del catálogo Us de Pileline 3 & 5 (WEIN01) se publicó en 2018. Desde entonces se han publicado más de veinte referencias que transitan por distintos caminos musicales. Comenzamos con dos piezas del dúo formado por el violonchelista Luca Tilli y el veterano trombonista Sebi…
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#Alberto Braida#Andrea Grossi#Andrea Grossi Blend 3#Gabriele Mitelli#Gianmaria Aprile#HDO#HDO Hablando de oídas#Joëlle Léandre#John Edwards#Luca Tilli#Manuel Caliumi#Mark Sanders#Michele Bonifati#Pachi Tapiz#Pascal Contet#podcast de jazz#Sebi Tramontana#We Insist Records
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DIARIO 4
¿Qué ideas nuevas te ha suscitado el bloque?
Este bloque me ha parecido el más interesante ya que ha sido el que nos ha ido guiando e informando para poder realizar un verdadero paisaje de aprendizaje.
Gracias al mapa de empatía, me ha hecho reflexionar sobre los gustos y sobre todo ponerme en los ojos de los alumnos que aprenden y no desde la figura que enseña.
Al igual que la idea de hacer insignias para motivar a nuestros alumnos en cada pequeño paso.
¿Habías usado antes técnicas de narración (storytelling)
Sí. En Infantil es algo muy habitual inventarse una historia y a partir de ahí ir mostrando los contenidos a trabajar incluso ir añadiendo temas según los niñ@s van investigando y aprendiendo.
¿Se te ha ocurrido la historia que dará sentido a tu paisaje?
Dado que estamos hablando de niñ@s de 4 años, en sus camisetas, conversaciones y gustos se aprecian que les gustan las aventuras y cómo no podía ser menos de LA PATRULLA CANINA.
¿Cómo lo vas a gamificar?
La idea es que la PATRULLA CANINA encuentra unos huevos y a través de diferentes actividades buscaremos a su mamá y aprenderemos cosas de los dinosaurios.
¿Conoces alguna otra herramienta, además de las aquí propuestas, en las que puedas diseñar un paisaje?
No, no conozco ninguna.
¿Qué dificultades has encontrado en el uso de la herramienta?
Conocía la herramienta de oídas y en varias ocasiones había utilizado algunos juegos ya hechos por internet. Por lo que a la hora de ponerme a trabajar con ella he tardado algo más de lo esperado
Lo que me ha parecido más difícil ha sido buscar imágenes con licencia CC porque todas las que he encontrado eran fotos caseras de envases de yogures, etc.
¿Qué ventajas le has visto?
La herramienta me ha parecido intuitiva y fácil de usar. Con más tiempo, se puede ir investigando y mejorar las actividades.
Lo bueno que ante cualquier duda hay numerosos tutoriales en Internet que te facilitan la tarea.
Incluye tu paisaje en el diario final usando el código HTML
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Isla de las Inteligencias Múltiples. Segunda parada.
Esta tarde hemos llegado a la isla de las Inteligencias Múltiples. Antes de bajar del barco he estado pensando en qué es la inteligencia, es la capacidad de entender o comprender, pero....¿todos entendemos todo de la misma manera o a través de los mismos medios?
Recorro con ganas el paisaje de la isla, descubro las diferentes inteligencias (que aunque conocía de oídas, nunca me había parado a descubrir en que consistían). Y esto me hace pensar mucho en si estoy atendiendo correctamente a las inteligencias predominantes de todos mis alumnos.
Analizo e investigo sobre diferentes personajes de nuestro mundo que descatan por tener diferentes inteligencias y me paro a pensar también en mis pequeños vikingos y en qué inteligencia destaca cada uno.
Antes de volver al barco, nuestro Jarl nos propone realizar un reto, descubrir nuestras inteligencias predominantes.
Yo lo tengo claro, destaco en la inteligencia matemática y es mi gran debilidad la inteligencia espacial.
Pero cual es mi sorpresa al realizar el reto. Entonces lo entiendo todo, la necesidad de vínculo que tengo con mis alumnos y la capacidad de empatía que tengo al dar mis clases.
De vuelta al barco, hablando con el Jarl me comenta la posibilidad de realizar el test también a nuestros alumnos, ya nos puede ayudar a detectar sus gustos, fortalezas y debilidades y eso nos ayudaría a comprenderlos mejor para poder guiarles en su camino del aprendizaje. Pero...me asalta una duda este curso mis pequeños vikingos tienen 9-10 años, luego sería posible.
Pero normalmente viajo con pequeños vikingos de 6-7 años ¿Cómo puedo realizarles el test? Me parece un poco complicado para ellos este reto ¿Hay algún otro test para vikingos más pequeños?
Contenta con la exploración de esta nueva isla, ya que me refuerza en mi idea de una escuela activa y atractiva, con diferentes rincones o estaciones de aprendizaje y con gran flexibilización de tiempos, me dispongo a realizar mi diario de aprendizaje.
Espero soñar en el barco con que encontraré en este viaje la solución a como llevar a cabo esta metodología en clase, siendo capaz de atender a mis 27 pequeños vikingos con sus diferentes inteligencias sin dejar atrás a ninguno, siendo solo yo una vikinga con muchas ganas pero únicamente dos manos.
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Resplandor entre Tinieblas - Capítulo 100. Soy Samara Morgan
Resplandor entre Tinieblas
Por WingzemonX
Capítulo 100. Soy Samara Morgan
El duelo mortal entre Damien y Abra continuaba, llegando a perturbar visiblemente el espacio a su alrededor, como las ondulaciones del agua cuando arrojas una enorme piedra al lago. Al inicio Abra estaba segura de poder tener la ventaja, pero Damien no tardó demasiado en contraatacar. Y a pesar de no estar físicamente ahí, el dolor que le causaba era bastante. Y no sólo su mente lo resentía, sino también su cuerpo. Resistió lo más posible, aplicó cada fracción de sus fuerzas en empujar la mente de ese bastado, y de estallarle la cabeza en pedazos si le era posible. Y a pesar de que por instante pudo sentir que estaba cerca de lo lograrlo… al final, la chica de Anniston terminó golpeándose duramente contra sus propias limitaciones.
Las manos de Abra se soltaron abruptamente de la cabeza de Damien, como si alguien las hubiera empujado lejos con agresividad. Su cuerpo se desplomó de rodillas a la alfombra, totalmente paralizada a la merced de su oponente.
«¡No!» Pensó Mabel incrédula, sintiendo que perdía en ese momento su única esperanza.
Por su lado, Damien sonrió con satisfacción.
—Tanto esfuerzo en buscarte y vienes directo a mí. Y encima me encaras creyendo que podrás hacer algo contra mí. Pero no tienes ni idea del alcance de lo que soy capaz. No eres más que una tonta…
Y comenzó entonces a consumirla poco a poco, haciendo que toda esa oscuridad envolviera la figura proyectada de la joven a sus pies.
—¡¡AAAAAAAAAAAAAAH!! —Gritó Abra con todas sus fuerzas, siendo oída sólo por los pocos en esa sala que podían verla, y por Charlie y Kali en la van estacionada al frente del edificio. Y todos ellos sólo pudieron mirarla impotentes, sabiendo que no había nada que más pudieran hacer…
«Tío Dan… Papá… Mamá… lo siento…» Fue el último pensamiento que Abra logró crear de forma consciente, sintiendo como poco a poco se perdía a sí misma; justo como le ocurrió a la Sra. Wheeler…
Un fuerte estruendo se escuchó de golpe, y ante los ojos incrédulos de los presentes la puerta principal del departamento se desprendió de sus bisagras, volando hacia el frente un par de metros, antes de caer pesada en el centro del pasillo principal.
Aquello llamó de inmediato la atención de todos, incluso de Damien que se viró sobre su hombro para ver hacia la entrada. Y al hacerlo, pudo de ver directamente a la mujer castaña que entró caminando lentamente al departamento, en línea recta y sin detenerse hacia la sala, pasando incluso encima de la puerta que ella misma acababa de derribar.
—¿Matilda? —Pronunció Cole aún en el suelo, incrédulo al verla aproximarse y pensando por un momento que quizás estaba alucinando. Pero no, aquello era muy real. Y a diferencia de Abra, todos y cada uno de los presentes la vieron también.
—Usted es… —pronunció Damien estupefacto en el momento en el que la vio con claridad pues, efectivamente, ya la había visto antes, aunque no frente a frente. Y Matilda también lo reconoció a él...
* * * *
…antes de que pudiera siquiera enfocarse, algo la detuvo. En un inicio fue como un frío que creció de golpe en su pecho, y luego subió hasta acumularse en su garganta. Después, sintió como ésta se le cerraba y le imposibilitaba el hacer aunque fuera la más mínima inhalación de aire, comenzando así a ahogarse.
Su cuerpo se elevó de pronto por el aire como si hubiera sido golpeado por un auto, y se estrelló contra la pared a un lado de la puerta. Descendió con la espalda pegada contra ésta, quedando sentada en el piso. Su mirada estaba desorbitada y borrosa, y se sentía más y más sofocada, y cada alarido débil y lastimero que daba era totalmente inútil.
Entre toda su desesperación y confusión, entre un tintineo de las luces y otro, le pareció ver algo. Estaba ahí cuando la luz brillaba, y desaparecía al siguiente instante. Era algo, o más bien alguien, de pie justo al frente, con su brazo extendido hacia ella, y suponía que su mano era la que se aprisionaba contra su cuello. Y entonces, las luces se apagaron por completo, pero sólo en ese momento logró verlo con completa claridad.
Entre las sombras, distinguió su rostro blanco y joven, sus ojos azul cielo, su cabello negro y lacio, perfectamente peinado hacia un lado. Era un chico, que no reconoció en lo más mínimo, pero estaba ahí ante ella, aprisionándola mientras la miraba fijamente con unos ojos carentes de cualquier rastro de humanidad en ellos, y una sonrisa torcida que sólo transmitía un enfermizo placer.
"No sé quién seas, pero lo que hiciste fue impresionante. Es una lástima tener que hacer esto. Pero, ¿qué se le hace?"
Sintió como esos dedos invisibles se apretaron aún más, imposibilitándole siquiera el gemir o gritar de dolor. Las fuerzas comenzaron a abandonar su cuerpo, y sus ojos a cerrarse, siendo ese rostro cruel que se regocijaba con su agonía lo último que vería…
* * * *
Pero en esa ocasión, era Matilda quien llegaba de sorpresa.
Estaba enfocada y concentrada, y el fuego de su estufa mental estaba en lo alto…
Antes de que el muchacho pudiera reaccionar de alguna forma, o soltar la proyección de Abra y enfocar su mente en ella, Matilda alzó ambas manos al frente de manera abrupta, y el cuerpo entero de Damien salió disparado como un proyectil hacia el frente. Verónica y los tres guardaespaldas sólo pudieron ver incrédulos como el muchacho pasaba sobre sus cabezas, girando en el aire un par de veces, antes de estrellarse de espaldas con abrumadora fuerza contra la pared al fondo de la sala, incluso llegando a agrietarla un poco.
El cuerpo del chico confundido y mareado, cayó de pecho al suelo, azotándose. Hizo casi de inmediato el intentó de pararse, pero en el mismo instante Matilda jaló sus manos por completo hacia un lado como si empujara algo para quitarlo de su camino. El cuerpo de Damien volvió a ser sacudido y lanzado hacia un lado con la misma fuerza y velocidad que antes, estrellándose ahora contra las puertas de cristal de la terraza, atravesando éstas y dejando un rastro de vidrios a su paso. Voló más allá de las puertas, cayendo entonces de lleno en la alberca, provocando un fuerte chapuzón al golpear el agua con toda la aceleración que llevaba. Y ahí pareció quedarse de momento.
—¡Damien! —Exclamó Verónica, casi con espanto, y de inmediato corrió en dirección al gran agujero que se había hecho en las puertas de la terraza para salir a ésta.
Los tres guardaespaldas también sintieron el impulso de ir tras ella, pero su entrenamiento los empujó a clavar su atención más en aquella mujer. Los tres sacaron sus armas de golpe, apuntaron directo a la agresora, y dispararon casi al mismo tiempo.
—¡No! —Gritó Cole atónito, alzando incluso su mano herida al frente, olvidándose por un momento de su dolor.
En la mente del policía ya se había dibujado la imagen de Matilda, su querida Matilda, con su cuerpo lleno de agujeros por las balas y su cuerpo ensangrentado. Pero para el asombro total de Cole, y de todos los demás, las tres balas se detuvieron abruptamente delante de la psiquiatra, sin que ésta tuviera que mover siquiera un dedo; una de ellas incluso había quedado suspendida a escasos dos centímetros de su cara.
Los tres guardias miraron aquello, totalmente confundidos, y esa vacilación en seguir disparando fue su equivocación. Las tres balas cayeron por sí solas al suelo, y luego Matilda jaló sus manos hacia los lados, y las tres pistolas salieron volando de los dedos de los guardias hacia diferentes direcciones, todas lejos de ellos. Luego, la psiquiatra movió de nuevo sus manos, y uno de los guardaespaldas voló hacia un lado en dirección a la cocina, golpeándose contra isla del centro, deslizándose por ella y cayendo del otro lado. Al mismo tiempo, otro más se fue hacia el lado contrario, en dirección al sillón grande de la sala. Mabel y James tuvieron que moverse rápido para esquivar aquel proyectil humano, que terminó chocando contra el sillón, volteandolo por el impacto y cayendo igualmente al suelo del otro lado.
Un instante antes de que sus dos compañeros salieran despedidos de esa forma, Kurt se lanzó en contra de la psiquiatra con la intención de golpearla, taclearla y someterla con sus propias manos. Su intento fue en vano, pues su cuerpo se paralizó por completo justo antes de poder alcanzarla. Y en el momento en el que la mujer puso sus ojos azules fijos en ella, el cuerpo musculoso y grande de aquel hombre fue lanzado con fuerza hacia atrás como una simple bola de papel, aunque con bastante más fuerza. Ahora le tocó a Esther y Lily hacerse a un lado para esquivarlo, y el hombre siguió de largo por el pasillo de las habitaciones, hasta atravesar la última puerta del fondo, y caer semiinconsciente al pie de la cama que hasta ese momento había ocupado Damien.
Mientras todo aquello ocurría, Abra, o más bien su proyección aún presente en ese sitio aunque bastante débil, contempló todo con maravilla.
—Eso fue… increíble… —susurró la joven Stone en voz baja, y un instante después sus ojos se cerraron y su imagen se esfumó por completo.
— — — —
En la camioneta, todo había vuelto a la normalidad; por así decirlo. Y al mismo que su proyección cerraba sus parpados y desaparecía, el cuerpo de Abra se desplomó en el suelo sin oponer ninguna resistencia, y la agitación que sus poderes habían provocado cesó de golpe. Sus ojos aún seguían abiertos, pero apenas. Manchas de sangre le cubrían la parte baja de su nariz y oídos, pero parecía que la hemorragia se había cortado.
—¡Creo que ya volvió! —Masculló Charlie, apenas con un pequeño rastro de alivio asomándose entre toda su exaltación. Se aproximó rápidamente a ella e intentó sentarla. Se sorprendió un poco al sentir su cuerpo flácido, como si estuviera hecho de espagueti—. Abra, ¿estás bien? ¿Me escuchas?
—Esa mujer… es increíble… —murmuró la joven con debilidad, arrastrando un poco las palabras.
—¿Quién? ¿De qué hablas? —Le peguntó Kali con apuro, pero Abra no parecía siquiera captar que le estaban hablando a ella.
—Lo lastimé un poquito —masculló Abra del mismo modo que antes—. Y esa mujer lo arrojó por la ventana como si fuera basura… Pero sigue con vida, lo pude sentir… Yo sólo necesito descansar un poco…
Y hecha esa declaración, dejó que sus ojos se cerraran por completo, y recostó su cuerpo contra el de Charlie, manchando un poco su blusa con su sangre. Pareció desmayarse al instante siguiente, o quizás sólo quedarse dormida.
—Dios santo, debemos llevarla a un hospital —susurró Charlie con preocupación.
—No, espera —le indicó Kali, aproximándose para revisarle sus signos vitales a la joven, y a ver un poco más de cerca su rostro ensangrentado—. Está estable. He visto esto muchas veces; en Eleven, y en mí misma. Sólo hizo un esfuerzo extraordinario, pero se recuperará. Pero necesitará tiempo para descansar; quizás mucho tiempo…
Se viró en ese momento en dirección al monitor de la cámara. Las patrullas de policía, alrededor de cinco, se habían colocado delante del edificio, y varios uniformados abarcaban la banqueta.
—No tardarán en notar la camioneta sospechosa al otro lado de la calle —indicó Kali—. Debemos salir de aquí enseguida.
Charlie miró en silencio hacia el edificio.
—Si dejamos a esos dos ahora, la policía los aprehenderá. O aún peor: quizás no salgan con vida de ese sitio.
—Eso se lo buscaron por entrar de esa forma tan estridente —masculló Eight tajante—. No les debemos nada, y tenemos que ocuparnos de nosotras, y de esta jovencita a nuestro cuidado.
—Pero son chicos de Eleven —señaló Charlie—. Ella no los abandonaría a su suerte, aún si hubieran hecho algo tan imprudente.
—Roberta, si sales por esa puerta y haces explotar alguna de esas patrullas, tendrás a la mitad de la Tienda acordonando la ciudad entera en media hora. Eso era justo lo que queríamos evitar, ¿recuerdas?
—Ya sé, ya sé.
Charlie recostó con cuidado a Abra en el suelo, y con un pañuelo comenzó a limpiarle su rostro.
—Esperemos sólo un poco más…
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Matilda respiró lentamente, intentando recuperar la compostura. Todo aquello, aunque pareciera que apenas y se había movido, en realidad sí le había requerido un gran esfuerzo físico, y sobre todo mental.
—No puede ser… —masculló Mabel, total atónita al ver tal despliegue. Inconscientemente se había pegado más a James, en busca de un poco de seguridad adicional. Ya que, aunque le dolía admitirlo, se había sentido intimidada—. Nunca había visto a una vaporera tener tal control de telequinesis; ni siquiera a alguien del Nudo Verdadero. ¿De dónde salieron todos estos sujetos? ¿Por qué nunca los detectamos cuando eran niños…?
James no tenía respuesta a tal cuestionamiento, pero sin duda compartía la misma incertidumbre con respecto a las habilidades que había visto; tanto las de aquel policía invocando y controlando a todos estos fantasmas, como la forma en que esa mujer había repelido a esos hombres tan fácil. Todos estos individuos habían permanecido fuera del radar del Nudo, incluso a pesar de las constantes búsquedas que Rose hacía. ¿Acaso alguien o algo los había estado protegiendo hasta ahora?
Matilda recorrió en ese momento su mirada por el cuarto, enfocándose justo en Esther y Lily. La mujer de Estonia se sobresaltó, notándosele algo nerviosa. Al igual que Damien, ella también la había reconocido de su aventura en aquel hospital Portland, y de aquella otra noche en Eola; al parecer su hombro ya estaba bien. Notó entonces que aquella mujer bajaba su mirada, directo a la mano derecha de Esther en donde aún sujetaba su pistola. Ésta se dio cuenta de eso, y antes de que se le ocurriera paralizarla como lo había hecho en Portland, o azotarla contra las paredes como a los tres guardias, se apresuró a bajarla.
—Hey, tranquila, tranquila —murmuró Esther con apuro, colocando rápidamente el arma en el suelo, y alzando sus manos a cada lado de su cabeza—. Yo no quiero pelear, ¿ves?
Terminó su comentario esbozando una adorable sonrisa inocente, que esperaba la persuadiera de intentar algún tipo de venganza por el disparo de su hombro. Si acaso la idea le pasó por la mente, de momento en efecto pareció que Matilda lo había desechado.
—¿Enserio? —Comentó Lily de forma burlona, mirando de reojo a Esther. Para variar, su actitud casi “sumisa” le resultaba divertida—. A mí tampoco me importa lo que hagas —añadió haciéndose a un lado—. Haz lo que quieras…
Una vez que las dos niñas se movieron, Matilda tuvo una visión más clara del hombre tirado en el suelo, con dos heridas de bala en el cuerpo. Aquello inquietó de sobremanera a Matilda, y dejó casi de lado la ferviente furia que había cargado desde que entró a ese sitio.
—Santo Cielo, Cole… —murmuró despacio mientras se le aproximaba y se agachaba a su lado.
—Benditos los ojos que te ven, doctora —murmuró Cole con debilidad, con su rostro cubierto de sudor. Y, aun así, mantenía un aparente buen humor en su tono—. ¿Cómo supiste que estaba aquí?
—No lo sabía —le respondió Matilda con algo de tosquedad, y comenzó sin espera a revisar sus heridas—. Pero no me sorprende, grandísimo idiota.
—Lo mismo digo —contestó Cole, acompañado de una pequeña risilla burlona—. ¿Recuerdas cuando ayer te mencioné que nunca había recibido un disparo en mis años de servicio? Supongo que ya no es algo que podré presumir.
—No hables.
Matilda inspección con cuidado el muslo de Cole, rasgando con sus manos la tela del pantalón para poder ver mejor la herida de bala. Presionó un poco alrededor de la herida, provocando un sobresalto de dolor por parte del policía. Dirigió entonces sus dedos a la parte trasera del muslo, en busca de algún otro agujero en dicha zona. No lo había.
—No hay herida de salida —señaló como un pensamiento en voz alta—. La bala sigue adentro. Lo bueno es que tuviste suerte, pues no parece haberte tocado ninguna artería importante, así que no te desangrarás; al menos no pronto.
—Qué bueno oír eso —ironizó Cole, aun sonriendo.
La psiquiatra rasgó más el pantalón del detective, hasta crear una larga tira de tela. Comenzó entonces a rodear el muslo con su vendaje improvisado, hasta cubrir por completo el agujero de bala.
—Esto te dolerá —le advirtió, un instante antes de amarrar con bastante fuerza, y el vendaje apretara su muslo. Cole, aunque intentaba parecer fuerte, no pudo evitar soltar un grito de dolor al sentir aquello—. Déjame ver tu mano…
Cole alzó su mano derecha hacia ella, a como sus pocas fuerzas se lo permitían. Matilda la tomó y la observó detenidamente la fea herida que le atravesaba la mano desde la palma al dorso. Aunque a simple vista se veía menos grave que la del muslo, en lo que respectaba a poner en riesgo su vida, a Matilda le preocupaba más el daño a largo plazo de ésta. Podría igualmente vendársela, pero si no recibía un mejor tratamiento rápido, se exponía incluso perder la mano entera. Decidió de momento no compartir dicha preocupación con él, pues no ayudaría en nada alterarlo más de lo que ya estaba.
—Matilda… —escuchó abruptamente que una vocecilla murmuraba bastante cerca de ella, sacándola de golpe de su cavilación.
La psiquiatra se sobresaltó, y miró lentamente sobre su hombro. A un par de metros de ella se encontraba la persona que le había hablado, mirándola fijamente con sus ojos oscuros totalmente abiertos y azorados, y un singular rubor en sus mejillas pálidas.
—Samara —murmuró Matilda sorprendida, y a pesar de toda la situación una pequeña sonrisa de alegría se dibujó en sus labios.
Realmente estaba ahí; estaba viva, y en apariencia intacta. Se giró por completo hacia ella, estando aún de rodillas en el suelo para poder verla mejor. Sentía que habían pasado meses desde que se separaron, y no sólo unos días. Incluso le pareció más alta y menos delgada, aunque Matilda sabía que podía ser sólo su imaginación.
—¿Estás bien, pequeña? —le susurró Matilda despacio, esbozando una sonrisa más amplia que la anterior.
Samara no respondió; sólo se le quedó viendo, con sus ojos aún como dos grandes lámparas encendidas. La niña la había visto en cuanto entró de esa forma tan espectacular, pero sólo hasta que Damien salió disparado por la ventana, casi literalmente, fue capaz de moverse de nuevo y reaccionar. No obstante, aun así dudó bastante se aproximársele. Aún no podía creer siquiera que en verdad estuviera ahí…
Desvió entonces su vista un poco en dirección a Cole a espaldas de Matilda. Se apresuró hacia él, agachándose a su costado. Matilda la siguió con la mirada, virándose de nuevo hacia su compañero herido.
—Te lastimaron por mi culpa —comentó la niña, colocando una de sus manitas sobre su brazo derecho.
—No digas eso —respondió Cole con una sonrisa despreocupada—. Sólo hacía mi deber… La culpa de que todo resultara tan mal fue sólo mía.
A pesar de lo que decía, la preocupación era palpable en la mirada de la pequeña. Observó entonces la mano herida de Cole, y sin pensarlo demasiado la tomó entre las suyas, rodeándola casi por completo con sus palmas y sus dedos.
—Déjame ayudarte —indicó con bastante seriedad en su tono, confundiendo tanto a Cole como a Matilda. ¿A qué se refería con eso?
Samara no dio mayor explicación, y en su lugar intentó enfocarse lo más posible en lo que deseaba hacer, intentando recordar en su mente lo mismo que había sucedido en aquel motel con Lily. En ese entonces había sido la Otra quien había tomado la iniciativa, pero ella había visto y sentido todo lo ocurrido, como siempre lo hacía. Ella sabía que podía hacerlo también. Aunque, también lo ocurrido con el rompecabezas de Matilda, y aquel muñeco de Cody… ¿y si terminaba corroyéndole y destruyéndole su mano…?
No, no debía pensar en eso. Tenía que concentrarse y no dejarse llevar por sus emociones. Cody y Matilda le habían dicho que las cosas siempre resultaban así de horribles como un reflejo de su propio estado de ánimo. Si quería tener éxito, debía despejar su mente de toda esas preocupaciones, miedos o enojos; debía hacerlo…
Apretó con más fuerza la mano de Cole entre las suyas provocándole dolo, que aquello terminó siendo insignificante en comparación con la sensación de ardor que lo recorrió un segundo después.
—¡Ah! —Exclamó Cole sintiéndose adolorido, pero también algo asustado—. Eso… quema…
Y en verdad quemaba; como clavos hirviendo atravesándole la piel, o cómo él suponía que debían sentirse. Lo sentía en toda su mano y en parte de su brazo, pero la sensación era principalmente mayor en el centro de su palma; en el punto exacto en donde estaba su herida.
Aquello le resultó bastante familiar a Lily, que observaba todo desde la distancia.
—Lo está haciendo otra vez… —musitó la niña con ligero desagrado, y el sólo recuerdo le provocaba una molesta y dolorosa comezón en su muslo. Esther no había comprendido al inicio qué pasaba, pero tras escuchar las palabras de su acompañante lo entendió.
—Samara, ¿qué haces? —Le cuestionó Matilda alarmada, y de inmediato tuvo el reflejo de intentar apartarla. Cole sin embargo la tomó de su hombro y la detuvo.
—Espera —masculló con un pequeño hilo de voz apenas apreciable, pues el resistir aquel dolor y no apartar su mano consumía la gran mayoría de sus fuerzas, que ya no eran de por sí muchas—. Algo está pasando… puedo sentirlo…
Samara había cerrado de nuevo sus ojos, con el fin de visualizar por completo en su mente la imagen de la mano intacta de aquel hombre, e intentar hacer dicha imagen real como si de un lienzo se tratara. Poco a poco pudo sentir como la imagen tomaba forma entre sus dedos, hasta que al fin fue capaz de percibirla por completo.
Abrió sus ojos y apartó sus manos lentamente. La mano de Cole quedó suspendida en el mismo punto. E incrédulos, tanto Matilda como él contemplaron que la herida de bala se había cerrado, de ambos lados. Y donde anteriormente había estado aquel agujero, ahora se encontraba una mancha oscura irregular, como un nuevo lunar salido de la nada.
—Vaya… —masculló Cole genuinamente sorprendido. Cerró y abrió el puño un par de veces, logrando moverlo sin impedimento y sin dolor. Aún sentía la piel ardiendo, pero dicha sensación se fue apagando poco a poco.
—Samara, eso fue increíble —musitó Matilda azorada, mirando atenta la mano de su compañero—. ¿Cómo hiciste eso…?
La niña sonrió ligeramente, orgullosa de ver que lo había logrado, hasta el punto de casi soltarse a llorar de alegría. Sin embargo, dicha emoción se fue disipando poco a poco, quizás al momento de volver a ser consciente de en dónde estaba, y en qué situación. Se paró entonces abruptamente, y caminó hacia atrás varios pasos para alejarse de Cole y Matilda.
—¿Samara? —susurró Matilda confundida, notando como la niña la miraba fijamente a ella con… ¿miedo?
—¿Por qué viniste aquí, Matilda? —Soltó la niña abruptamente, sonando casi como un reclamo—. ¿Por qué…?
La psiquiatra la observó en silencio intentando digerir de alguna forma toda la confusión y recelo que envolvían a la pequeña. No tenía una idea clara de cómo la encontraría al llegar a ese lugar, pero sí sabía que no sería sencillo llegar a ella de nuevo. Habían pasado muchas cosas en ese corto lapso de tiempo; demasiadas…
Tuvo el impulso de pararse y avanzar hacia ella, pero temía apartarse demasiado de Cole. Estaba herido y débil, y seguían aún en terreno enemigo después de todo. Los tres hombres de negro aún no daban señal de levantarse, pero quizás no tardarían mucho. Aquel hombre grande y la mujer del vestido de flores se habían hecho hacia un lado del cuarto y miraban todo de lejos, y sus intenciones no les eran claras. Leena Klammer y Lilith Sullivan hasta el momento parecían no querer involucrarse, pero Matilda no se confiaba en lo más mínimo de ninguna de las dos. Y claro, la mayor amenaza, el tal Damien Thorn… Era probable que lo que había hecho no lo dejara fuera del escenario demasiado tiempo más. Así que continuaban rodeados de peligros en todas las direcciones.
Cole pareció notar las dudas en ella de alguna forma, pues en ese momento sintió como extendía su mano y le apretaba un poco su brazo entre sus dedos para llamar su atención.
—Yo estoy bien —le susurró despacio, sonriéndole a pesar de que tenía una horrible cara de enfermo en esos momentos—. Has lo que viniste hacer… y rápido…
Matilda vaciló un segundo más, pero luego asintió lentamente.
Se paró entonces y alzó sus manos al frente en señal de calma.
—Vine por ti, Samara —le respondió despacio, y avanzó un par de pasos hacia ella. Samara reaccionó casi asertiva, retrocediendo y alzando un poco sus brazos delante de ella.
—¿Por mí? —Inquirió, desconfiada.
—Claro que sí. Lamento haber tardado tanto; lamento haberte dejado sola. Pero te prometo que no lo haré nunca más.
Extendió en ese instante su mano hacia ella, ofreciéndosela.
—Vamos a casa, ¿sí?
—¿A casa? —musitó Samara, aturdida.
—Conmigo —añadió Matilda, asintiendo lentamente—. Yo me encargaré de que estés bien, y que estés segura.
—Pero… lo que le hice a mi mamá y a las demás personas… —la voz de Samara se quebró ligeramente, y pequeños rastros de lágrimas comenzaban a asomarse—. No quiero lastimarte, Matida; a ti no… No debes estar cerca de mí. Yo soy un monstruo…
—No eres un monstruo, Samara —respondió Matilda tajantemente, sonando casi como un severo regaño—. Los monstruos no existen. Todos en algún momento somos víctimas de nuestras malas decisiones, y de nuestras emociones negativas. Incluso los adultos; o, más bien, en especial los adultos. Pero lo que hagas o no hagas para remediar tus acciones depende sólo de ti. —Mientras hablaba, se le fue aproximando poco a poco, con cautela para no asustarla más, y en esa ocasión Samara no se alejó como como antes—. Tú eres mucho más que todos esos errores, y estos no tienen por qué definirte o limitarte. Tú tienes en ti la capacidad de ser lo que quieras ser. Y yo te conozco, Samara. Tú no quieres ser un monstruo ni una mala persona. En ti hay una gran tristeza y enojo, pero también un corazón puro y una bondad que todo esto no han logrado opacar. Lo que acabas de hacer con Cole es la prueba de ello.
Samara la escuchaba y observaba atentamente, comenzando a sollozar un poco sin poder evitarlo, y con todo su cuerpo temblándole. Matilda logró acercarse hasta colocarse justo delante de ella, y entonces se agachó para ponerse a su misma altura. Le sonrió entonces de una forma tan amable y brillante, como Samara pensaba nadie le había sonreído nunca; ni siquiera su madre.
—No te mentiré, pequeña; nunca lo haré —le murmuró la castaña despacio, colocando con cuidado sus manos sobre sus hombros—. Has hecho cosas de las que no podrás esconderte, por más que lo intentes, y con las que tendrás que lidiar tarde o temprano. Pero te prometo que no tendrás que hacerlo sola. Sin importar qué, yo estaré ahí a tu lado, apoyándote en cada paso. Saldremos de esto juntas, ¿de acuerdo?
Samara se talló sus ojos con sus manos, intentando limpiarse las lágrimas, y luego se esforzó para suprimir sus hipos y poder responderle.
—¿Tú aún quieres ayudarme? —Masculló entre gemidos—. ¿Aún crees que puedo ser buena…?
—Por supuesto que sí —respondió Matilda con ferviente entusiasmo en su tono—. Yo creo en ti Samara; nunca he dejado de hacerlo…
Ya no pudo resistirlo más, y sin la menor vacilación Samara se lanzó hacia ella, cayendo de rodillas al suelo y pegando su rostro contra su pecho. La rodeó con sus brazos en fuerte abrazo, y comenzó sin pena a llorar descorazonadamente contra su blusa. Matilda también sintió por un instante el impulso de llorar, pero intentó contenerlo; necesitaba mostrar fuerza y seguridad, por más difícil que le resultase. Lo que hizo sin dudarlo un momento, fue rodear el delgado cuerpo de la niña para corresponderle su abrazo, y pegar su rostro contra su cabeza.
Un abrazo con varios días de atraso, pero que ambas ciertamente necesitaban vehementemente.
—Creo que voy a vomitar —musitó Lily con hastío, virándose hacia otro lado para no ver aquello.
Esther no dijo nada, pero su rostro estoico y duró no dejaban muy claro cuál era su pensamiento sobre la escena delante de ella. ¿Aquello le provocaba tanto desagrado como a Lily?, quizás en parte. Pero, también podría haber algo más en ello: envidia… Y esa era una emoción con la que ciertamente Leena Klammer no sabía lidiar del todo bien. Probablemente si aún tuviera su arma en mano, la había alzado e intentado volarle la cabeza a ambas con una sola bala; y muy probablemente esa mujer la habría hecho volar por los aires hasta el pavimento quince pisos debajo. Eso nunca lo sabrían.
Pero también parecía haber un poco de otra cosa en la mente Esther, escondido entre todos esos pensamientos oscuros y agresivos. ¿Qué era aquello?, era difícil describirlo. Pero quizás, sólo quizás, podría ser algo diminutamente parecido… a felicidad.
—Ven —musitó Matilda despacio sin romper su cálido abrazo—. Salgamos de aquí ahora…
Samara asintió efusivamente, más que dispuesta a irse de una vez por todas de ese sitio. Se talló un poco los ojos con una mano, alzó su mirada por encima del hombro de Matilda hacia atrás de ella… Y ahí fue donde su felicidad se vino abajo.
Por encima del hombro de la psiquiatra, lo primero que sus ojos vieron fue el rostro demacrado de la Otra Samara, cubierto con sus largos y oscuros cabellos-
La niña se sobresaltó asustada al ver a aquel ser de nuevo, mirándola de regreso atentamente con un sentimiento en sus ojos muertos de completa furia, como el distorsionado reflejo de un sucio espejo. Y casi al mismo instante, Cole también la vio, materializándose de un parpadeo a otro justo a espaldas de Matilda.
—¡Matilda!, ¡cuidado! —Le gritó Cole despavorido.
La mujer reaccionó a ese grito intentando voltearse hacia él, pero no logró hacerlo antes de que aquel ser la tomara abruptamente de su nuca, apretándola con fuerza. Al instante siguiente la lanzó hacia un lado para quitarla de en medio. Matilda cayó sobre su costado derecho, encima de la cama de vidrios de la mesa que había quedado en el centro de la sala.
Samara, por su lado, quedó de nuevo frente a frente ante aquella criatura. Por un inocente momento había llegado a pensar que nunca más la volvería a ver tras lo de la anoche. Ciertamente estaba equivocada.
—No, ya déjame… —susurró Samara atemorizada, comenzando a retroceder en el suelo, al tiempo que esa criatura avanzaba a pasos lentos hacia ella, casi arrastrando sus pies por la alfombra.
Aquel cambio tan repentino dejó bastante confundidos Esther, Lily y James, que no eran capaces de ver a esa nueva invasora. Sólo Cole y Mabel podían percibirla por completo. Y, al menos ésta última, parecía bastante impresionada.
—¿Ahora qué? —Musitó James, confundido.
—Es otro fantasma, creo —le susurró Mabel despacio, sin quitar sus ojos de la escena—. Pero no es uno normal. No… no sé bien lo que es…
A los ojos de Mabel, aquella criatura era envuelta por un aura pesada y oscura, como si arrastrara consigo un manto negro que lo envolvía todo.
«La sensación abrumadora que sentí al llegar… ¿toda ella venía de esa niña?» se preguntó a sí misma, recordando lo que había percibido al llegar al edificio, y que ciertamente era muy parecido a lo que sentía en esos momentos.
—No te irás a ningún lado —susurró la Otra Samara despacio. En cada paso que daba, dejaba en el suelo la huella húmeda de pie descalzo—. Mataré a estos dos antes de permitirlo…
—¡No! —Le gritó Samara con fuerza, envuelta en una combinación de miedo y enojo—. ¡Déjame en paz! ¡Ya no te quiero conmigo! ¡Todo lo que has provocado es que cometa más y más errores!
El ser se detuvo de golpe al escucharla decir eso. Inclinó enteramente su cabeza hacia un lado, en un ángulo que un cuello humano no debería poder lograr. Sus cabellos caían libres como una cortina, dejando al descubierto sólo la mitad izquierda de su cara, y su ojo hundido y nublado fijo como navaja en la pequeña.
—Todo lo que he hecho desde el principio es protegerte. ¿Es que aún no lo has entendido?
—¡No es cierto! —Le respondió Samara con vehemencia—. Tú lo que quieres es que sea como tú, como Esther, como Lily o como Damien. Pero yo no quiero ser como ustedes… ¡Yo quiero ser buena! ¡Yo quiero irme con Matilda…!
Su voz fue callada de golpe cuando de un parpadeo a otro, aquel ser cortó de tajo la distancia que las separaba, apareciendo justo delante de ella, con su horrible rostro a unos escasos centímetros del suyo, y sus manos huesudas y arrugadas le sujetaron firmemente su cabeza, apretándosela un poco como si quisiera impedir que la moviera. Sus cabellos caían libremente a los lados, envolviéndolos a ambas e imposibilitando que Samara pudiera ver cualquier otra cosa fuera de esa negrura.
—No has comprendido nada —musitó la Otra Samara despacio, de forma gutural y rasposa. Su aliento frío y apestoso golpeó de frente el rostro de la niña—. Yo también quise ser buena, pero eso de nada importó. Y este camino por el que te he llevado es el único que evitará que termines como yo. Sólo Damien puede garantizar tu seguridad; ella me lo dijo…
—¿Ella? —Susurró Samara, tan despacio que bien podría haber sido un simple pensamiento.
—Todo lo que he deseado desde el inicio es cuidarte —prosiguió el espectro—, y que tengas una vida como la que a mí me arrebataron. Pero si sigues obstinada en no escucharme, tendré que salvarte de ti misma… a la fuerza.
En ese momento, aun sujetándola de su cabeza, la empujó hacia atrás, tumbándola al suelo. Sin embargo, en lugar de que su cabeza y espalda se encontraran contra la alfombra del suelo de la sala, Samara sintió como era sumergida a la fuerza en agua fría, mientras aquel ser la sujetaba firmemente.
Era aquel mar de aguas oscuras de sus pesadillas, y la misma sensación que la invadía en cada una de ellas.
Pero en esa ocasión estaba despierta…
¿O no?
—No, ¿qué haces? —Exclamó Samara como pudo, pataleando y forcejeando, intentando sacar su rostro para tomar aire—. ¡No!
—Lo siento —musitó aquel ser despacio, y en ese momento colocó por completo la palma de su mano contra su rostro, y la empujó hacia abajo. El cuerpo de Samara comenzó a descender lentamente en el agua, y por más que agitó sus manos y pies no fue capaz de ponerse a flote. Entre aquella oscuridad, no fue capaz siquiera de gritar—. Me lo agradecerás después...
— — — —
Un poco aturdida al principio, Matilda se sentó tras haber sido arrojada de esa forma. No entendió que había pasado, ni quién o qué lo había hecho. Sólo había sentido esa presión en su nunca, y al instante siguiente estaba a varios metros de donde había estado. Por suerte ninguno de los vidrios grandes la cortó, pero unos de los pedazos más pequeños sí le lastimaron la palma de su mano al intentar alzarse.
El estupor de su confusión tuvo que disiparse rápidamente al oír a Samara, gritando descorazonada justo delante ella.
Aunque en su mente su voz era apagada, en el mundo real los gritos de la niña de Moesko eran estridentes, desesperados, y sobre todo llenos de terror. Todos los presentes veían confundidos como la niña se retorcía en el suelo, agitando sus manos y pies como si quisiera aferrarse a algo y evitar caer. Las luces tintineaban, los cuadros caían de las paredes, y vieron como el suelo justo debajo de la niña era rasgado, como si unas largas uñas dibujaran su rastro en él.
—¡Samara!, ¿qué tienes? —Cuestionó la psiquiatra alterada, gateando apresurada hacia ella (y lastimándose un poco más su otra mano con los vidrios), hasta colocarse a su lado. La tomó en su regazo, intentando cargarla, pero la niña seguía agitándose sin control. Sus ojos estaban en blanco, y sus aullidos iban de mal en peor.
—¡Detente! ¡Déjame en paz! —Fue lo único entendible que fue capaz de pronunciar entre un grito y otro.
Y de pronto, tras unos angustiantes segundos, Samara se quedó totalmente quieta como estatua, abrió por completo sus ojos, fijándolos en el techo, y un instante después todo su cuerpo perdió la fuerza y se rindió contra los brazos de Matilda. Su cabeza colgaba hacia un lado sin oposición, y sus brazos caían contra el suelo.
—¿Samara…? —Musitó Matilda, totalmente despavorida e incapaz de hablar con claridad. Le revisó de inmediato sus signos vitales; su pulso era débil, pero aún estaba presente. Eso le provocó un poco de alivio, aunque fuera poco—. Samara, ¿me escuchas? Reacciona, por favor —masculló despacio, mientras le acariciaba su mejilla y cabello dulcemente—. Todo estará bien, te lo prometo. Te sacaré de aquí, y vas a estar bien…
De pronto, los ojos de la niña se abrieron abruptamente, y su cabeza se giró directo hacia Matilda rápidamente. Y cuando aquellos ojos la miraron, la psiquiatra no pudo evitar sentir de inmediato cierta aprensión, pues esos ojos… le resultaron de momento desconocidos.
—¿Samara? —Cuestionó despacio, pero la niña siguió en silencio, sólo observándola de la misma forma fría y ausente, como si sólo mirara a través de ella a la nada.
La niña alzó entonces su mano derecha, y acercó lentamente sus dedos al rostro de Matilda. Pero cuando estaba a unos milímetros de tocarla, Matilda sintió un fuerte jalón hacia atrás, apartándola de ella. Cole se le había aproximado a como su pierna herida le permitió, la tomó fuertemente de un brazo, y la jaló hacia él lo más rápido que pudo. Pero no sólo eso, sino que justo después con su otra mano empujó con fuerza a Samara hacia atrás, alejándola de Matilda y haciéndola caer de espaldas al piso.
—¡Cole!, ¡¿qué haces?! —Le cuestionó la mujer castaña, confundida y enojada. Pero Cole era bastante firme en su accionar.
—No es ella, es la otra —le respondió el detective, intentando colocarse delate de Matilda de forma protectora, los dos aún sentados en el piso—. Es el demonio…
«¿El demonio?» pensó Matilda aturdida, recordando casi de inmediato toda la plática que habían tenido el día anterior, y también lo que habían visto aquel otro día, en aquella sala de observaciones en Eola…
Matilda miró de nuevo a Samara, y notó como ésta se alzaba lentamente del suelo, parándose firme en sus dos pies. Mientras lo hacía, su cabeza permanecía inclinada hacia el frente, con todo su cabello cayendo largo sobre su rostro, casi escondiéndola por completo. Poco a poco se fue irguiendo, y escucharon de una forma grotesca como sus articulaciones sonaban con cada movimiento que hacía.
—Maldita sea —musitó Lily con preocupación, retrocediendo rápidamente. Aquello también le había traído malos recuerdos—. Ya se puso rara otra vez…
Esther, James y Mabel también notaron por igual el cambio que se había suscitado, pero ninguno lo entendió por completo, ni tampoco se dispuso a intervenir de alguna forma.
Una vez enteramente de pie, Samara subió su mirada, fijando su único ojo visible tras sus cabellos justo en Matilda y Cole. Y lo que ambos vieron en dicha mirada… fue absolutamente nada. Sólo una expresión vacía, como la de una simple muñeca sin vida.
—Se los advertí —musitó la niña despacio, sonando en efecto como la voz de Samara, sólo que un poco más raposa, casi como si le doliera el hablar—. Pero tenían que seguir metiéndose. Ahora los dos pagarán por su estupidez…
Lanzada esa advertencia, comenzó a avanzar lentamente hacia ellos, arrastrando un poco sus pies por la alfombra.
—Vinimos a ayudar a Samara —exclamó Cole ferviente, alzando una mano al frente con intención de mantenerla alejada de ellos—. Es lo que siempre hemos querido hacer…
—¡Ella estaba bien aquí antes de que ustedes llegaran! —Gritó Samara de golpe alzando la voz de más, y tanto Matilda como Cole sintieron como eran empujados hacia atrás, hasta quedar de espaldas contra el sillón volteado, y de nuevo sobre los vidrios de la mesa rota—. Y no dejaré que la vuelvan a poner el peligro allá afuera.
La atención de Samara se fijó en ese momento enteramente en Cole, y éste sintió su mirada como una sensación fría y paralizante que le recorría el cuerpo. Se sostuvo su cabeza con una mano, y comenzó a soltar unos pequeños quejidos de dolor. Aunque no era precisamente dolor lo que sentía, sino más bien un esfuerzo de oposición, como si intentara evitar que una persona mucho más grande y fuerte que él lo empujara contra la pared.
—Cole, ¿qué pasa? —Masculló Matilda con preocupación, tomándolo de los brazos. Pero no era necesario que él le respondiera; al ver de nuevo a Samara lo supo con claridad—. No, Samara… ¡detente!
Pero ella no hizo ningún caso a su petición. Siguió enfocándose en el detective, “empujándolo” cada vez más y más.
—Si creen que lo único que puedo hacer es proyectar imágenes en el papel, no han comprendido ni un poco de lo que soy capaz —declaró la niñas mordaz, y alzó entonces una mano hacia al frente, apuntando con ella directo al policía.
Cole reaccionó de golpe, alzando su cabeza y abriendo enteramente sus ojos, como si estuviera intentando entender donde se encontraba. Pero, en realidad, no miraba nada ni pensaba en nada en lo absoluto…. Salvo una cosa.
La mano derecha de Cole se movió a tientas por el suelo, hasta que sus dedos rodearon uno de los pedazos de vidrio en éste; uno de los grandes y más puntiagudos. Lo tomó con firmeza, llegando a sangrar un poco al hacerlo, y al instante lo jaló directo hacia su cuello.
—¡Cole!, ¡no! —Exclamó Matilda con espanto, tomándolo con fuerza de su brazo para evitar que se apuñalara su propio cuello; justo como lo había hecho Anna Morgan días atrás. El filo del vidrio llegó a arañarle la piel, causándole una herida superficial en el cuello. Aun así, Cole parecía determinado a seguirlo intentando, y continuó jalando su letal arma contra él, al parecer inconsciente de que Matilda lo sujetaba y se lo impedía—. ¡Samara!, ¡no lo hagas! —Le gritó casi suplicante, pero la niña ni siquiera la miró—. ¡Por favor!, ¡reacciona!
Mientras seguía sujetando a Cole con una mano, extendió la otra hacia Samara, y usando su telequinesis la jaló de golpe hacia ella, quizás un con más violencia de lo que deseaba, pero que en el calor del momento ni siquiera lo racionalizó. Samara se sobresaltó sorprendida por el jaloneó, y sus cuerpo se deslizó por el suelo, directo hacia Matilda.
La psiquiatra alargó su mano, tomó a la niña firmemente de su brazo derecho, apretándolo un poco. Y en cuanto sus dedos la tocaron… algo extraño ocurrió…
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Fue similar a lo que le había ocurrido en otras ocasiones al tocar algún objeto; como la foto de Lily Sullivan. Aquellas veces su mente lo había interpretado como una serie de imágenes y pensamiento que inundaban su cabeza de golpe. Pero esa ocasión fue diferente; muy diferente.
Matilda sintió como si en un parpadeo toda su presencia física hubiera sido jalada hacia otro lugar muy, muy lejos de ahí. Y ahora ya no se encontraba sentada en el suelo de aquel lujoso departamento, sino de pie en un amplio prado, envuelto en una ligera neblina matutina. A lo lejos delante de ella vio una cerca de madera, y más allá de ellas una colina verde por donde pastaban o corrían algunos caballos libremente. Y más allá, en la punta de la colina, vio un árbol de hojas rojas, que con la luz del sol detrás de él parecía casi como si sus ramas estuvieran en llamas. A Matilda la apariencia de aquel árbol en específico le pareció familiar por algún motivo. ¿Dónde lo había visto antes?
Aunque una mejor pregunta era… ¿dónde estaba exactamente?
Y entonces la escuchó, aquella pequeña vocecilla flotando en ese fresco y pacífico aire que la envolvía:
—Mil vueltas damos… El mundo está girando… Y al detenerse… Sólo estará empezando…
Esa canción…
Esa voz…
Matilda se viró de inmediato sorbe sus pies, dándole la espalda a aquel árbol, y entonces la vio.
—Samara —susurró despacio, aunque había sentido como si su voz prácticamente no hubiera salido en lo absoluto de su boca.
La niña se encontraba de pie frente lo que a simple vista parecía un pozo de piedra de forma circular, de apariencia un poco anticuada. Vestía un largo vestido blanco que la cubría por completo, y su cabello negro caía suelto y libre sobre su espalda. Su rostro estaba tan pálido como Matilda lo recordaba del primer día que la conoció, e incluso debajo de sus ojos se hallaban más marcadas sus ojeras oscuras.
Mientras cantaba de nuevo esa misma canción, la pequeña observaba fijamente en su dirección, aunque Matilda supuso que no la miraba a ella en realidad, sino al escenario justo detrás de ella; quizás incluso podría tener su vista fija en aquel singular árbol rojizo.
—El sol saldrá… Vivimos y lloramos… El sol caerá… Y todos morimos…
Matilda miró pensativa a su alrededor, al tiempo que la escuchaba. Nunca había tenido una visión tan vivida como esta. ¿Eso era algún tipo de recuerdo de la niña? ¿Cuándo había ocurrido?, pues esa no parecía ser la Isla Moesko; ¿dónde estaban exactamente…?
La voz de Samara dejó abruptamente de cantar, y eso hizo que Matilda se virara de nuevo hacia ella. La niña seguía de pie a un lado del pozo, y seguía mirando al frente con expresión perdida, incluso algo adormilada. Pero había alguien más. Justo detrás de Samara, contempló a alguien acercándose por detrás con paso lento sobre la hierba verde. Una mujer alta, envuelta en un largo vestido negro que casi parecía de luto, y con su cabello totalmente recogido y su frente descubierta. Miraba también hacia al paisaje a lo lejos, con una amplia sonrisa. Fue quizás dicha expresión de tranquilidad y alegría lo que le había impedido a Matilda reconocerla en un inicio, pero conforme se acercó le resultó evidente su identidad: Anna Morgan, la madre adoptiva de Samara.
La niña pareció haber sentido su presencia a su espalda y por eso había dejado de cantar y agachado un poco la cabeza.
—Es un día hermoso —señaló la señora Morgan mientras se colocaba de pie justo detrás de su hija—. ¿No lo crees, Samara?
Ella no respondió nada; ni siquiera se volteó a verla, como si se sintiera avergonzada… o atemorizada. Anna colocó una mano delicadamente sobre el hombro de la niña, acariciándolo dulcemente, pero ni siquiera eso pareció tranquilizarla lo suficiente.
—Se percibe tanta paz en este lugar —añadió la mujer de negro—. Mudarnos aquí fue lo mejor, ¿no te parece? Lejos de la gente, de las miradas y los chismes. ¿Te sientes feliz, Samara?
La pequeña continuó cohibida y con su mirada baja por unos segundos. Luego alzó lentamente su vista, volviéndose de nuevo hacia aquel árbol lejano que tanta fascinación parecía causarle.
—Lo siento, mamá… —susurró al fin la pequeña, su voz apenas logrando ser percibida.
—Lo sé, lo sé… —masculló Anna despacio, pasando su mano del hombro de la niña a su cabello, comenzando a acariciárselo lentamente con sus dedos—. Sé que las cosas han sido difíciles últimamente. Pero confío en que todo mejorará… a partir de ahora…
Anna retiró lentamente su mano del cabello de Samara y dio un paso hacia atrás. Por un instante todo volvió al silencio y quietud de hace unos instantes atrás. Pero antes de que Samara pudiera virarse por completo hacia su madre para verla de frente, ésta jaló de golpe sus manos al frente, envolviendo por completo la cabeza de la Samara con una bolsa negra, para luego apretarla con fuerza. La niña se sobresaltó asustada, comenzando a forcejear, mientras el plástico negro de la bolsa le cubría toda la cara, incluyendo su boca y nariz. Se notaba a través de éste como intentaba desesperada de jalar aire a su interior, sin ningún resultado.
La estaba asfixiando…
—¡No! —Gritó Matilda, horrorizada al ver aquello. Y a pesar de que sabía que ella no estaba ahí en realidad, su lado más emocional no lo entendió e intentó correr hacia Anna para detenerla. Pero apenas dio un paso y al siguiente apareció de golpe justo detrás de Anna y Samara, como si hubiera corrido pasándolas de largo sin darse cuenta.
No podía evitar que aquello pasara…
—No te resistas… —exclamó Anna, aplicando bastante esfuerzo. La niña seguía resistiéndose y zarandeándose, por lo que mientras sujetaba la bolsa con una mano, con la otra buscó a tientas alguna piedra suelta en la orilla del pozo. Tomó una firmemente entre sus dedos y la alzó a un lado—. ¡Deja de luchar, maldita peste!
Dejó caer rápidamente su mano contra la cabeza de la niña, golpeándola dos veces seguidas con la piedra con bastante fuerza. Matilda tuvo que desviar su mirada hacia otro lado al sentirse asqueada por ello.
Samara dejó de moverse tras los dos golpes, quedando su cuerpo rendido a los brazos de su madre. Ésta siguió apretando la bolsa contra el rostro de la niña por casi un minuto más, hasta que sintió que realmente todo el aire había abandonado su cuerpo, y lo que sujetaba en brazos ya no se movería en lo absoluto.
Sólo hasta entonces Anna relajó las manos, y dejó que la bolsa se liberara un poco. Sus dedos le dolían por el esfuerzo, y su rostro se encontraba enrojecido. Respiró agitadamente y comenzó a sollozar, mientras miraba al mismo árbol que Samara tanto observaba hasta hace unos segundos.
—Todo lo que yo quería era una hija —murmuró despacio como un doloroso lamento—. Pero Dios decidió castigarme contigo…
Y pronunciada aquella horrible declaración, empujó el cuerpo de la niña al frente, dejándola caer libremente en el pozo abierto, con todo y la bolsa negra aun cubriéndole su cabeza.
Matilda volvió a moverse, acercándose aprensiva hacia el pozo. Apoyó sus manos en la orilla, y apenas alcanzó a inclinarse un poco para ver adentro, cuando al siguiente instante sintió como ella misma comenzaba a caer por aquel agujero oscuro. Pero no fue como si alguien la empujara, solamente de repente su cuerpo comenzó a caer como si el suelo a sus pies hubiera desaparecido.
No hubo chapoteó o algo similar, solamente en un instante ya se encontraba ahí abajo, con el agua cubriéndola hasta la cintura. Por mero reflejó pegó su espalda contra el muro de piedra, y alzó su vista. A varios metros por encima de su cabeza, se veía la salida circular del pozo, y más allá el cielo azul y despejado.
Matilda bajó su vista, y le recorrió de golpe un intenso respingo al divisar frente a ella el cuerpo de Samara, flotando en el agua bocabajo con su cabeza aún cubierta por la bolsa.
—Samara… —soltó la mujer castaña como un intenso lamento, y no pudo evitar comenzar a llorar.
¿Qué era todo eso? ¿Era acaso una visión del futuro? No, no era posible, porque Anna Morgan estaba muerta. ¿Era algo que había ocurrido? No, eso tampoco era posible, porque Samara… ella…
Se aproximó cautelosa, extendiendo una mano para intentar acariciarle su cabeza a la niña. Pero antes de que pudiera tocarla, escuchó como Samara daba una fuerte inhalación, y luego su cuerpo se sacudía, chapoteando en el agua. Matilda retrocedió asustada, pegándose contra el muro. Las manos de Samara se aferraron apresuradas a la bolsa que la cubría, y prácticamente se la arrancó de la cabeza, comenzando a toser y a intentar aspirar aire con desesperación. Estaba empapada, y el agua la cubría casi por completo.
Matilda la observó en silencio totalmente atónita. Estaba viva… Pero, ¿entonces…?
Una vez que recuperó el aliento, la niña alzó su mirada hacia arriba.
—¡No! —Gritó con fuerza y su voz retumbó en el eco de aquel reducido espacio—. ¡Mamá!, ¡por favor…!
Matilda miró en la misma dirección que Samara veía, y contempló con espanto lo mismo que ella: la entrada circular del pozo comenzaba a cerrarse, como la luna ocultando poco a poco el sol en un eclipse.
Afuera, Anna Morgan estaba empujando con todas sus fuerzas una gruesa y pesada rueda de piedra para cubrir la entrada del pozo. Al escuchar el grito de la niña, la mujer se sobresaltó, sorprendida y asustada. Se detuvo y se agachó casi con miedo hacia el interior. Entre la oscuridad no logró distinguir a la niña, pero sí escuchó su voz.
—Por favor, mamá… no lo hagas, por favor. ¡Sácame de aquí, mamá!
Anna se apartó rápidamente del pozo, y caminó hacia un lado y hacia el otro, comenzando a vacilar sobre su convicción. No esperaba que las cosas terminaran así. En su mente ella se había convencido de que, a pesar de todo, había sido lo suficiente piadosa con ese monstruo. Pero… ¿dejarla ahí encerrada? ¿Podría su conciencia lidiar con eso…?
—¡Mamá! —volvió a gritar Samara cada vez más desesperada.
Anna se tomó con fuerza su cabeza, golpeándosela un par de veces con su palma entera. Su voz, su maldita voz le taladraba la cabeza. No podía dejar de oírla, día y noche. Siempre estaba ahí metida…
—¡Yo no soy tu puta mamá!, ¡engendro del demonio! —Gritó con todas sus fuerzas, virándose hacia el pozo como si estuviera encarando a la niña frente a frente.
Sin más dudas, se aproximó de nuevo y prosiguió con su labor, empujando aquella tapa para cubrir enteramente la entrada de aquella que sería, con suerte, la tumba de esa bestia con forma de niña.
—¡No! —Gritó Samara con su voz quebrada. Desesperada, intentó escalar el muro, peso sus manos se resbalaron con la piedra húmeda, y volvió a caer al agua, sumergiéndose por completo. Para cuando logró volver a salir y mirar hacia arriba, la piedra ya había cubierto casi por completo todo rastro de luz—. ¡Mamá!, ¡mamá! ¡Seré buena!, ¡juro que seré buena! ¡Sólo déjame salir…! ¡Mamá!
Pero Anna no hizo caso, y siguió empujando y empujando. Y desde dentro del pozo, se pudo ver como la entrada era cubierta por completo, y todo sonido del exterior fue opacado. Y poco después también lo hizo la luz. Aunque, antes de extinguirse por completo, Samara pudo ver claramente un aroluminoso, enmarcando la forma circular del pozo, para luego extinguirse también y dejarla en la completa oscuridad…
— — — —
La visión de Matilda terminó en ese mismo momento, y fue arrastrada de golpe a la realidad de manera tan abrupta que cayó hacia atrás al piso, como si alguien la hubiera empujado con fuerza. Impresionado alzó sus brazos intentando aferrarse a algo, como si creyera que volvería a caer en aquel pozo, y retrocedió por el suelo, hasta que su espalda dio contra el sillón volteando y no pudo avanzar más.
Respiró con gran agitación, como si acabara de correr una larga carrera, y todo su cuerpo le temblaba horriblemente. Aún sentía sus ropas mojadas, el olor de aquel sitio, y la sensación de claustrofobia; incluso sus ojos parecían resentir la luz que alumbraba aquella sala. Simplemente no lograba que su mente entendiera enteramente que ya no estaba en aquel sitio; como si acabara de despertar de una pesadilla, pero no había en realidad despertado del todo.
—Matilda, ¿qué pasó? —Escuchó la voz de Cole murmurando como un susurró lejano, casi inentendible. La psiquiatra volteó como le fue posible a verlo. El policía estaba a un metro de ella, y con una mano se sujetaba el costado de su cuello, en donde se había cortado. En el suelo a su lado reposaba el pedazo de vidrio ensangrentado, y ya no parecía tener intención de lastimarse con él.
Sin embargo, la mente de la doctora no fue capaz de procesar aquello de momento, pues estaba aún demasiado perdida. Pero al parecer en ese momento había logrado despertar lo suficiente para recordar donde estaba.
Se viró de inmediato a donde recordaba que había estado Samara. Ésta estaba de rodillas, con sus manos apoyadas en el piso, y el cabello de nuevo cubriéndole el rostro. Al parecer la visión también la había aturdido tanto como a ella.
—No… No, no, no puede ser —musitó la psiquiatra con aprensión—. Eso no pasó, eso nunca pasó…
—Sí, sí pasó —respondió Samara de golpe, con la misma voz agresiva de antes. Lentamente volvió a pararse y a mirarla con la inhuma frialdad de antes—. Estuve siete días y siete noches agonizando en ese pozo. Mis uñas se arrancaron de mis dedos por intentar escalar los muros; mi piel se arrugó y agrietó por la constante humedad; el hambre me carcomió las fuerzas, y la sed era tan agobiante que tuve que beber de esa agua sucia y estancada, que hizo que mi estómago se inflamara y me doliera tan intensamente como si me hubieran apuñalado en él. El frío me carcomió la carne, y me atravesó cada milímetro de mi ser. Y al séptimo día, cuando ya estaba demasiado débil y cansada para siquiera seguir luchando, mi cuerpo simplemente se sumergió por sí solo en el agua, me entregué a la oscuridad… y me dejé ir, deseando obtener en la muerte aunque fuera un poco de alivio a mi sufrimiento.
Comenzó en ese momento a caminar lentamente hacia Matilda. Ésta tuvo una reacción de aversión ante su inminente cercanía, pegándose más contra la parte de abajo del sillón, aferrándose a éste como un animal acorralado.
—Sin embargo, no se me permitió ni siquiera ese consuelo —añadió Samara con la rabia desbordando de su voz—. El frío, el dolor, el hambre, el miedo… todo eso me ha acompañado cada momento, incluso después de que morí… Y no he sido capaz de descansar ni un sólo instante desde entonces…
—¿Quién eres tú en realidad…? —Inquirió Matilda con su voz entrecortada—. ¿Quién eres?
—Ya te lo dije antes —respondió la niña, y entonces inclinó su cuerpo hacia el frente, aproximando su rostro al de Matilda, para que ambas pudieran verse la una a la otra fijamente. Y al verla tan cerca, Matilda pudo cerciorarse de que su primera impresión había sido correcta: no había nada de vida en aquellos ojos; era como mirar directo a una oscuridad tan profunda, como la que las envolvió en aquel pozo—. Soy Samara Morgan —declaró—. Pero… no soy la que tú conociste en ese psiquiátrico hace semanas, ni la dueña de este cuerpo… Yo no soy la Samara de este mundo…
Y entonces Matilda lo comprendió, tan claro como si aquello fuera en realidad algo tan ridículamente obvio desde el inicio.
Cole siempre tuvo razón; siempre hubo dos Samaras. Y una de ellas era, en efecto, un verdadero demonio…
FIN DEL CAPÍTULO 100
Notas del Autor:
En un ya casi lejano 14 de Junio del 2017, se publicó por primera vez el Capítulo 01 de Resplandor entre Tinieblas. Ahora, cuatro años después, esta historia ha llegado a los 100 Capítulos, sumando entre todos ellos más de 700,000 palabras, y muchas, pero muchas, horas de esfuerzo y dedicación. Esto es algo que aún me resulta insólito a modo personal, pues he escrito ya desde hace muchos años, pero nunca ninguna de mis historias (fanfics u originales) había llegado hasta este punto, y encima de todo logrado mantener por tanto tiempo mi inspiración y entusiasmo a tal medida.
Esto es un proyecto que empezó como una simple idea de combinar varios personajes de películas con ciertos elementos en común en un mismo universo y ver qué pasaba. Y el resultado ha sido hasta el momento simplemente increíble. No creo que hace cuatro años imaginara que esto llegaría tan lejos. Y debo agradecer sobre todo a las personas que leen esta historia, la comentan, y la apoyan con sus votos y vistas. Hay algunos que lo han hecho desde el mero inicio, y otros que llevan poco de comenzar este recorrido. Pero todos han colaborado para que llegáramos hasta aquí. Así que, ¡muchísimas gracias a todos y cada uno de ustedes!
Espero que este capítulo haya sido de su agrado. Está de más decir que éste no será ni de cerca el final, o siquiera el cierre de este arco (esto último será un poco más adelante). Sin embargo, sí es un capítulo muy importante en preparación para todo lo que viene de aquí en adelante, además que en él se resuelve (en parte) uno de los misterios que ha estado rondando la trama prácticamente desde su mero inicio. Es un momento crucial que había estado en mi mente por mucho tiempo, y estoy feliz de que haya quedado justo en este capítulo. Espero hayan disfrutado leerlo tanto como disfruté escribirlo. Y espero la historia siga siendo de su agrado en los capítulos que han de venir de aquí en adelante.
Y una pregunta válida en este punto sería: ¿llegará esta historia los 200 Capítulos? La verdad, no lo creo. Es poco probable que lleguemos tan lejos. Pero, sin lugar a duda, aún nos queda mucho que contar…
#matilda honey#matilda wormwood#matilda#damien thorn#the omen#damien#abra stone#the shining#doctor sleep#cole sear#sixth sense#samara morgan#the ring#resplandor entre tinieblas#fanfics#wingzemonx
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Miércoles 10 de Marzo de 2021 𝓑𝓾𝓮𝓷𝓸𝓼 𝓭𝓲́𝓪𝓼 𝓫𝓮𝓵𝓵𝓪𝓼 𝓶𝓾𝓳𝓮𝓻𝓮𝓼! 🌞 Devocional: "La buena semilla" 🔸️Job… dijo : Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré allá. El Señor dio, y el Señor quitó ; sea el nombre del Señor bendito. Job 1 : 20-21 📌Las crisis (9) : Enfermedad y separación 💖- El ejemplo (Job 1 y 2) : Job era un creyente íntegro y temeroso de Dios. Tenía muchos bienes materiales, pero en pocos días perdió todo : la casa cayó sobre sus hijos y los mató, varias calamidades destruyeron todos sus bienes. ¡Y eso no fue todo ! Una enfermedad de la piel le hacía sufrir sin cesar. 💖¡Qué crisis material y espiritual para Job ! A lo largo de su historia lo escuchamos clamar a Dios su miseria, sus dudas, sus preguntas… Pero, poco a poco, la luz iluminó su espíritu. Su fe se afinó y su conocimiento de Dios se concretizó. Entonces exclamó : “De oídas te había oído ; mas ahora mis ojos te ven” (Job 42 : 5). 💖- La lección : Las pérdidas sucesivas que sufrió Job eran inmensas… Nos dejan pensativos, pero la lección espiritual que aprendió es muy rica, y es doble : por una parte, Job fue liberado de sus razonamientos negativos, y, por la otra, confió en Dios y lo honró, al exclamar : “Yo sé que mi Redentor vive”. “Yo conozco que todo lo puedes” (Job 19 : 25 ; 42 : 2). 💖¿Qué decir ante tales pérdidas y semejante progreso espiritual ? La puesta a prueba de la fe de Job produjo la paciencia, y esta cumplió en él “su obra completa” (Santiago 1 : 4). Si vivimos momentos difíciles y separaciones dolorosas, ¡no nos desanimemos ! Al igual que Job, continuemos hablando al Señor, contémosle incluso nuestra amargura. Al final veremos que “el Señor es muy misericordioso y compasivo” (Santiago 5 : 11).(continuará el próximo miércoles) Labuenasemilla.net ¡Bendiciones para todas! . Con amor 𝓣𝓪𝓷𝓲𝓪 𝓜 𝓞𝓵𝓼𝓼𝓸𝓷 🙏📖🕯💐🙋🏻♀ . #Dios #mujeres #cristianos #dmujercristiana #dmujercristianadevocional #devocional #labuenasemilla #flores🌸 #flores🌺 #mujerdefe #mujervirtuosa #mujerpiadosa #mujercristiana #mujerdedios #mujerverdadera #mujervaliente #colombiatierraquerida #bogotacity #medellincity #cartagenacity #buenosairescity (en Colombia) https://www.instagram.com/p/CMOp59XpzUk/?igshid=16ypdpxwmhh3n
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Desde un punto de vista histórico-materialista temperado y documentado
Por Salvador López Arnal
Fuentes: Rebelión
Imprescindible (o casi) para personas interesadas por el tema; también para las no tan interesadas. Imprescindible (o casi) para personas que se consideran participantes/simpatizantes de la tradición marxista; también para los no muy próximos a esta tradición político-filosófica que consideran a los grandes clásicos del marxismo dos importantes pensadores del siglo XIX que, como tantos otros, conviene conocer y transitar. Imprescindible (o casi) para nacionalistas que se consideran de izquierdas o próximos al marxismo; también para los que, sin serlo, usen la ‘metodología’ marxista en sus análisis.
Carlos Barros ha publicado recientemente en El Viejo Topo un libro que merece nuestra atención y atenta lectura: La base material de la nación. El concepto de nación en Marx y Engels. Barros sabe de lo que habla, conoce el asunto que tiene entre manos, ha leído y meditado en profundidad (durante años), y no sobre segundas o terceras fuentes sino sobre los escritos (algunos poco conocidos) de esos dos filósofos más-que-filósofos que intentaron transformar el mundo. Barros no habla de oídas y piensa siempre con su propia cabeza.
Marx, señala, “no dejó escrita una teoría acabada de la nación desde el punto de vista materialista, desde la posición metodológica que le es propia” (p. 17) y que él considera consustancial al marxismo. Lo que sí que hay en sus escritos, y en su actividad política, “son múltiples referencias al hecho nacional, omnipresente en la realidad política del siglo XIX, en la historia y relaciones sociales y económicas de aquel tiempo, y en el de hoy, por cierto, aunque de forma diferente”. El objetivo de su investigación: “localizar estas referencias de tipo político, teórico y metodológico, a veces indirectas, ordenarlas y relacionarlas, partiendo de la hipótesis -verificada, finalmente- de que en los creadores del marxismo tenemos elementos suficientes para aproximarnos y reconstruir un concepto materialista de nación” (p. 18). Para ello, Barros ha buscado y rebuscado “entre las obras teóricas y los artículos de prensa, los conceptos y sus aplicaciones prácticas”, y en trabajos de historia inmediata (sobre Irlanda, Polonia, China, etc.) “que retroalimentan la teoría y los métodos que se infieren de los libros y artículos más sesudos”, combinación, añade, que le vacuna “contra cualquier sistematización dogmática, abstracta o cerrada”.
Un apunte sobre el autor. Carlos Barros (Vigo, 1946) es ingeniero técnico industrial e historiador. Fue dirigente de la organización universitaria del PCE en la universidad de Madrid (1967-1968), fundador del Partido Comunista de Galicia (1968-1969) y miembro del Comité Central del PCE (1972-1988). Ingeniero técnico industrial, doctor en Historia medieval (tesis y tesina sobre la revuelta medieval de los irmandiños), ha sido profesor en la Universidad de Santiago de Compostela (1990-2016) y fundador y coordinador de la Red Académica Internacional Historia a Debate (1993-2021, www.h-debate.com). Ha publicado numerosos trabajos de investigación e interpretación, en formato texto, video y podcast, sobre historia medieval y social de las mentalidades, metodología, historiografía, teoría, didáctica de la historia e historia inmediata. Pueden visitar su página, no saldrán decepcionados: www.cbarros.com.
La estructura del libro: Prólogo, Introducción, cuatro capítulos y conclusiones. Los capítulos: 1. Usos del término ‘nación’ y afines. 2. Origen y desarrollo histórico de la nación. 3. Procesos nacionales en la época de Marx (a) formación de Francia; b) Unificación de Alemania; c) Restitución de Polonia, d) Liberación de Italia, e) Colonización de India, f) Colonización de China, g) Engels y los pueblos eslavos). 4. Base material de la existencia nacional: a) Nación, totalidad social, b) Condiciones de producción, c) Condiciones nacionales de producción, d) Dialéctica de las condiciones de producción, e) Reproducción social de la nación, f) Lucha por las condiciones de producción, g) Clases y naciones. h) Lucha de clases, luchas de naciones). Cierra con un capítulo de conclusiones.
La historia del libro. La primera versión data de 1985 y fue escrita en gallego: ‘A base material e histórica da nación en Marx e Engels’. Formaba parte del libro colectivo (editado por el propio autor y José Vilas Nogueira) Dende Galicia: Marx. Homenaxe a Marx no 1º centenario da súa morte (Antoni Gutiérrez, el ‘Guti’, el que fuera secretario general del PSUC, “propuso a Edicions 62 su edición en castellano, le contestaron que ya ‘no publicaban esas cosas”. ¡Qué tiempos!). Conocedor de las investigaciones de Barrios, Peter Jehle, el editor del Diccionario histórico-crítico del marxismo, obra enciclopédica en alemán fundada por Wolfgang Fritz Haug, uno de los grandes conocedores de El Capital [1], le propuso escribir la voz Nationale identität [2]. Al releer mi trabajo juvenil, comenta, “rememoré la pasión de la época y cierto asombro por la superioridad metodológica y teórica todavía hoy de los análisis de los fundadores del marxismo, si se compara con los enfoques al uso, superficiales cuando no frívolos, acerca de una “cuestión nacional” que no ha hecho más que ganar actualidad y complejidad en este nuevo siglo”. 3. Convencido de su utilidad, aquí y ahora, Barros se pudo manos a la obra y tradujo el texto original al castellano, revisando una traducción que corría por la red, y ampliando y poniendo al día el contenido. Nuestro libro. El autor da las gracias a Miguel Riera y El Viejo Topo por la edición.
Una observación conceptual, de interés para el lector: el materialismo defendido por Barros no es una versión del trasnochado economicismo unilateral o versión afín. Cuando habla de la base material de la nación, el título del libro, habla de los fundamentos económicos e infraestructurales del hecho nacional, tanto en su sentido estricto (fuerzas productivas, medios y relaciones de producción social) como ampliado. Esto es, de la influencia, decisiva en ocasiones, del territorio, por un lado, y de la historia, por otro, historia en sus diferentes dimensiones -social, política, ideológica, cultural o mental- sobre la economía. Lo explica así en una entrevista de próxima publicación: “Marx y Engels utilizan casi siempre el término dinámico de condiciones, o sea, circunstancias o situaciones que determinan o influyen, en este caso, en los procesos nacionales. Distinguiendo entre condiciones previas y condiciones resultantes en referencia a las condiciones de producción y reproducción de una sociedad nacional.”
Recojo algunas (remarco: algunas) de las tesis-conjeturas-propuestas históricas y metodológicas del autor, las más esenciales, los más ‘provocativas’, de las primeras páginas del libro. Para abrir su apetito lector:
1. Los epígonos de Marx y de Engels, en opinión de Barros (la afirmación no es políticamente inocente), trataron la ‘cuestión nacional’ como un problema, y nada aportaron, teóricamente hablando, a los textos de los fundadores de la tradición. Ni siquiera “prestaron atención a sus numerosas y dispersas referencias en sus obras, tratando de explicar desde el punto de vista material los hechos nacionales y su evolución histórica”.
1.1. Sobre la aproximación de Stalin: “Poco que ver [la de los clásicos] con la ulterior definición de nación de Stalin, puramente descriptiva, esquemática y dogmática”. Para Barros, “el concepto originariamente marxista de nación, móvil y abierto [una metáfora que luego explicará], es el antídoto que precisamos ahora para hacer frente a los imperantes enfoques hipersubjetivistas, idealistas, primariamente políticos”.
2. La aportación de Marx y Engels se ubica en la búsqueda de la base material e histórica de la nación y de los proyectos nacionales. Marx-Engels entienden lo nacional como un tipo de ‘totalidad concreta’ (un concepto usual de la dialéctica marxiana del que también dará cuenta) “donde lo subjetivo y lo objetivo se entrelazan de un modo específico según el caso”.
3. Los artículos ocasionales de Marx y Engels, el punto es importante políticamente, suelen tomar partido “a favor o en contra de los procesos o reivindicaciones nacionales… según su interés para el presente o futuro del proletariado, sujeto principal -pero no único- de la historia para Marx y Engels”.
4. Los conceptos teórico-metodológicos tradicionales usados por la tradición, otra de las ideas-fuerza de Barros, como fuerzas productivas, relaciones de producción, modo de producción, formación social, “no sirven, por insuficientes, para profundizar en el análisis del hecho nacional, interclasista por lo regular”. Marx y Engels usaban sobre todo la noción de condiciones de producción, “como fue recordado -con escaso seguimiento- por Ber Borojov”. Su olvido, que nuestro autor, considerada consciente por parte de los sucesivos marxistas, “ilustra, además de desinterés teórico por el tema, el proceso de simplificación y cerrazón del legado de los fundadores que tanto daño nos hizo política y epistemológicamente”.
5. La aproximación a esta categoría central en su interpretación: “Marx definía las condiciones nacionales de producción, y más genéricamente las condiciones de existencia nacional, como algo que había que indagar en cada hecho y momento particulares teniendo en cuenta tres partes interconectadas: condiciones económicas, condiciones naturales y condiciones históricas (sociedad, política y cultura), tanto referido a la producción nacional como, en conjunto, a la comunidad nacional”. Había que incluir todos los factores diferenciales en los análisis de las naciones específicas (lo nacional no podía restringirse a lo meramente económico ni tampoco a lo político o cultural, “como se hace hoy en día” señala críticamente), “siempre dependientes al mismo tiempo del espacio y el tiempo, la economía y la sociedad, la lengua y la cultura, heredadas, transformadas y legadas a las generaciones futuras”.
6. Qué provecho tendría hoy implementar la que llama ‘teoría histórico-materialista de nación’ que subyace a la obra de los clásicos, se pregunta el autor. Su respuesta: comprender mejor, globalmente, un fenómeno que él considera que está más vivo hoy que nunca, tanto o más incluso que en el siglo XIX. Desde su punto de vista, “la globalización ha hecho eclosionar, desde fines del siglo XX, el hecho nacional resucitando antiguas nacionalidades, impugnando las naciones modernas y suscitando vastas comunidades nacionales de nuevo tipo, incluyendo como inalienable el derecho de los pueblos a la identidad colectiva, nacional”, derecho que, en principio, hablo yo ahora, no habría que confundir con el mal llamado derecho a decidir o con el axiomático, e incluso sagrado para muchas formaciones políticas de izquierda, derecho de autodeterminación.
7. Para Barros, cuatro son los tipos de comunidades e identidades nacionales (recordemos su artículo sobre el tema para el diccionario alemán) clásicas y/o asimiladas, que están presentes, interactuando en el siglo siglo XXI: 1. Las naciones europeas sin Estado de origen medieval (también, añade, “las etnias americanas de origen precolonial”). Han resurgido, en su opinión, “a causa de la crisis de los Estados que las cobijan durante las épocas moderna y contemporánea”. 2. Los Estados-nación del siglo XIX, “hoy severamente cuestionados por la mundialización de la economía y la creciente pérdida de soberanía”, estados, según él, propensos actualmente al autoritarismo y el proteccionismo económico. 3. Las identidades de ámbito interestatal o continental, surgidas de procesos ‘regionales’ de unificación comercial. Ejemplo: la UE (lejos, señala, “de constituir una comunidad nacional incluyente”). 4. La propia tierra, nuestro planeta entendido en términos políticos, “entendida como una nacionalidad global cosmopolita, hoy ya una realidad en lo económico, pero no tanto desde un punto de vista social, político y cultural.” Dicho en otros términos: para la nación global se dan ya “las condiciones naturales y económicas de existencia, pero no condiciones históricas (sociales, políticas y culturales), ni fuerzas sociales y políticas suficientes que definan y sostengan la humanidad como una referencia identitaria superior, contra los intereses hoy por hoy hegemónicos de los mercaderes y las multinacionales”.
7.1. Según Barros, la característica más novedosa del hecho diferencial comunitario en el siglo XXI es “la superposición espacial y temporal de las identidades y las realidades nacionales, provocadas por el cambio revolucionario que suponen las nuevas condiciones económicas de producción (e información) global”. Necesitamos a Marx (añado: y a Engels, que tampoco es segundo o tercer violín en este asunto) para comprender la nueva situación.
8. Desde el punto de vista del autor(que acaso compartiría el historiador José Luis Martín Ramos), los debates en la II y III Internacionales, “y también en los años 70 del pasado siglo, sobe nación y nacionalismo”, requieren una mayor profundización en las aportaciones de los clásicos. Su tarea.
8.1. Los textos de los clásicos son sondeados por él en cuatro direcciones: 1. Uso del término nación y sus sinónimos. 2. Manifestaciones explícitas o explicitables de tal concepto. 3. Posiciones políticas y metodológicas sobre los procesos nacionales que les tocaron vivir. 4. Relaciones teóricas entre realidades nacionales y realidades socio-económicas presentes en las grandes obras de Marx y en la correspondencia que mantuvo con su amigo y camarada, apoyándose para eso “en la propuesta intuitiva de Borojov de partir de la noción condiciones de producción”, olvidada significativamente, insiste en ello, por los epígonos de los fundadores.
9. Para nuestro autor, que considera, en conjetura de alta tensión filosófica, metodológicamente indivisibles a los clásicos, Marx y Engels estaban en este asunto en las antípodas, conviene remarcarlo, de la noción de nación de los nacionalistas (idealistas) alemanes y de la burguesía liberal. Tal distancia se observa claramente en los artículos de Marx para los periódicos en los que colaboró.
9.1. Ni que decir tiene que para Barros, Marx y Engels, más allá de sus simpatías y antipatías puntuales, compartían un mismo enfoque teórico de la realidad social. También de la nación.
10. Su posición epistemológica: estamos obligados a corresponder con la misma actitud metodológica de los clásicos (cita para ello el prefacio de Engels de 1874 a la segunda edición de Las guerras campesinas en Alemania), “valorando las limitaciones de la época y confrontando las opiniones de Marx y Engels con las ideas dominantes en aquel momento, contextualizando en su suma sus textos”. Añade razonablemente: “es necesario situarlos en su tiempo, no extrapolando al pasado el nivel de progreso material y científico del presente y menos aún el conocimiento que ahora tenemos de lo que sucedió después de las muertes de Marx y Engels, que podríamos exigir a estos solamente al precio de considerarlos taumaturgos”. Y no es el caso.
Seguiremos en una próxima entrega con el primer capítulo, con el uso de los términos nación y nociones afines por los clásicos, por el compañero de Jenny von Westphalen, por el compañero de Mary Burns.
Notas
1) La editorial Materiales publicó en 1978 su Introducción a la lectura de El Capital, en traducción de Gustau Muñoz. Laertes publicó en 2016 Lecciones de la Introducción a la lectura de El Capital. Probablemente, no tengo seguridad sobre ello, una actualización del libro su anterior.
2) Puede consultar la versión castellana con el título “El concepto marxista de nación” en https://cbarros.com/concepto-marxista-nacion/.
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Con-versar/Co-incidir
Escribo de ti a pulso. A pulso como te conocí, tanteando como te investigo cada día, mirando y aprendiendo tus gestos, tus movimientos y aprendiendo a leerte la mente, a descifrar las nubes de pensamiento que tienes en los ojos, las reflexiones que haces, las dudas que sientes, los instantes que se van y no dan espacio para arrepentirse.
Me distraigo en lo que te rodea mientras tu voz suena como narrador en mi cabeza. Te escucho con toda mi atención, y miro tu alrededor para entender nuestras historias y cómo es que se unen. Cómo fue que todo lo que ha pasado termina con nosotras sentadas en el bandejón central de la Alameda, conversando, comiendo, riendo, mirando, fumando, viviendo. Viajando contigo en mi mente por infinitos paisajes y posibilidades. Entendiendo el futuro incierto como una gran y enorme caja de posibilidades todas de tu mano, o con tu mano en alguna parte de mi.
Me descubro hablando de ti otra vez. Como cada vez que hablo. Me descubro pensando en ti. Me descubro recordando tu cara, tu cuerpo, tu olor, tus segundos, tus primeros y todo lo que viene contigo. Quiero tomar tu carita y darte besitos en una pausa que hagas para respirar. Quiero que dudes de las decisiones que tomas solo para revisarlas, para saber si está todo bien. Quiero que dudes de lo que piensas y nunca dejes de aprender. Quiero aprender contigo, volar contigo, crecer contigo. Quiero crecer conmigo sin ti, para contarte y conversemos.
Conversemos como se hace al cantar. Juntar nuestros versos en una sola y única canción que no pueda interpretar, que no pueda ser oída, que no tenga sentido ni métrica. Quiero unir nuestras voces en un solo verso que sea canción por si sola y canción cuando estoy contigo. Como cuando coincidimos como dos rayos del sol sobre la misma ola del mar.
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