erickmqblr
La espiral
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A veces pienso que los nombres no se me dan bien. Escribo lo que quiero, critico y reseño lo que quiero.
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erickmqblr · 5 months ago
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El último regalo
Dante entró a su cuarto, un día amargo de invierno, temiendo lo peor. Ahí estaba. Arriba de su cama, centrado como si estuviera esperándolo, podía ver al Monstruo con total claridad. Era un ser amorfo compuesto de alguna sustancia viscosa, que movía sus tentáculos por el aire en un ritmo taimado, esperando, atento como un depredador buscando presa para devorar. Mientras se movía desenfrenadamente, chillaba desesperada, quizá furiosa, quizá sufriendo por algo incomprensible para la mente humana. Dante sabía que con el monstruo ahí debía ser tan precavido como fuera posible; dejó sus zapatos en la entrada de la habitación, y caminó de puntillas hasta poderse colocar en el suelo al lado de la cama, acostado, mirando los tentáculos estremecerse por el techo en un vaivén que, si tenía suerte, iba a terminar hasta pasada la medianoche.
No sabía cuándo fue la primera vez que se encontró al monstruo, pero sí recordaba dónde: de alguna forma, lo había seguido desde su casa al parque donde se solía encontrar con Román los fines de semana. Entre las jardineras descuidadas y las losas antiguas sobre las que caminaba, pudo notar por primera vez ese montón de tentáculos gateando de forma errante, como sufriendo, que nadie más parecía ver. Al principio sólo era una especie de masa pequeña e indefensa, tanto así que Dante la creyó una especie nueva de insecto que apenas había descubierto él. O un alienígena. O un ser de algún plano astral diferente. No fue sino hasta que se le acercó y escuchó un alarido agudo, doloroso, que se dio cuenta de que tenía frente a él un monstruo. Y su primer instinto fue huir.
De alguna manera, el monstruo lo siguió durante varios días. Al supermercado, a la escuela, a la tienda cerca de su casa donde compraba café todas las mañanas para él y Román. Nadie parecía tomarle importancia, o quizá todo el mundo se había acostumbrado a su presencia excepto él. No entendía cómo. ¿Quién podía ignorar a una criatura así, hecha de sombras pero viscosa a la vez, que en cada movimiento brusco soltaba un alarido como si estuviera llorando o sufriendo a más no poder? ¿De qué manera los demás podían ignorar sus gritos? A Dante simplemente no le quedaba claro cómo, por qué. Pero eso no importaba ahora. No importaba mientras la criatura lo siguiera a él y solo a él por todas partes.
Eventualmente su comportamiento cambió. Todo había empezado un par de semanas atrás, el 24 de noviembre. La criatura había dejado de seguirlo por completo (o al menos así parecía en un principio) solo para asentarse completamente en su habitación. Se ponía sobre el ropero o debajo de la cama, en un cajón de la mesa de noche o escondido entre cosas viejas apiladas en el closet, pero al menos no salía de ahí. O no del todo. Dante, a veces, había captado por el rabillo del ojo un tentáculo, una boca pequeña con dientes afilados, un sonido de arrastre que indicaba proximidad, como si el monstruo quisiera hacerle saber que ahí seguía. Que no se iba a ir tan fácilmente. Otras veces la veía más expuesta: sobre una banca en el mismo parque donde la vio por primera vez, en el barandal del puente que cruzaba a diario para llegar a la escuela, en las mesas donde almorzaba con Román todos los días. Quizá debería haberse hartado para entonces, pero por alguna razón, no tenía energía suficiente para hacer algo al respecto. No por ahora. Por ahora solo podía recostarse en el suelo, cerrar los ojos, y esperar que de alguna manera el sueño llegara aun con el sonido infernal de esa criatura chillando de a ratos.
Todos los días, sin embargo, intentaba hacer algo pequeño para apaciguar al monstruo. Algo que le diera una pista, por minúscula que fuera, de cómo librarse de él por fin. Primero intentó ofrecerle varias cosas (comida, agua, ropa, sangre) sin éxito alguno. Luego fue a métodos más comunes: ponerle música (leyó que podía apaciguar a algunos animales), darle un lugar cómodo para dormir (¿qué tal que solo está cansada?), durante algún tiempo hasta intentó hablarle, todo sin éxito. Lo único que había descubierto era que la criatura tenía una especie de núcleo, un centro en forma de cubo desde el cual salían todos los tentáculos y las bocas y que emanaba los chillidos espantosos de todas las noches. Se dijo a sí mismo que algún día hallaría la manera de alcanzarlo. Intentó cortarla con cuchillos, pero sanó de inmediato; incluso parecía haberse vuelto más fuerte. Ir de poco a poco, en cuclillas, tampoco servía: la criatura se empezaba a estremecer antes de empezar con los alaridos y empujar a Dante hacia atrás con sus tentáculos viscosos. Requería más tiempo. Más estudio. Se decía a sí mismo que eventualmente iba a continuar estudiándola, que todo iba a estar bien, que solo debía aguantar un poco más.
Así fue hasta que dieron las 3 de la mañana y Dante se veía incapaz de dormir. La criatura no cesaba de extender sus tentáculos por la habitación y hacer sonidos como si estuviera sufriendo, quemándose por dentro, y pidiera a gritos ayuda de alguien más. Dante miró su celular, esperando que algo hubiera cambiado para dejarlo, definitivamente, en el mundo que va después de este. Lo único que cambió era la hora, y Dante se veía incapaz de dormir. Pasaron muchas probabilidades por su cabeza: la de ir a la sala de su casa para ver si el sillón estaba cómodo, salir a un motel que estaba cruzando la calle, ir con un amigo o con un ex que estuviera dispuesto a acogerlo. Horas y horas hasta que su mente llegó a una conclusión simple, anticlimática: no puedo vivir así.
Se levantó con lentitud. Por un momento quiso acercarse en cuclillas, como antes lo había hecho, pero recordó el fallo de esa vez y decidió que debía ser más rápido que la criatura. Actuar veloz, golpearla con algo o tirarla por la ventana, incinerarla, lo que sea con tal de deshacerse de ese monstruo. Divisó el núcleo de los tentáculos: esa caja que parecía tener párpados vacíos en todas las direcciones, chillando agudamente a más no poder. Calculó a medias sus movimientos, hasta que finalmente, dio un salto.
El monstruo se resistió. Los tentáculos se movían desenfrenadamente, sacando sus dientes de entre la penumbra para morder a Dante intentando quitárselo de encima. El núcleo chilló todavía más fuerte, más intenso, mientras intentaba cambiar de forma para escapar de entre sus manos. Dante lo sostenía con toda su fuerza, soportando el dolor de sentir que le arrancaban la piel con cada mordisco, cada forcejeo, cada movimiento brusco. Captó uno de los párpados vacíos, el más grande de todos, que parecía llevar a un vacío infinito. A falta de más opciones, metió su brazo derecho ahí, sintiendo una pared de músculo intentando comerse su mano para evitar que esta llegara al final. La criatura chillaba, gritaba, roía su piel con los dientes de sus tentáculos, mientras ojos se abrían en cada lado del núcleo, llorando como si suplicasen por piedad. Dante no paró, y cuando sintió una masa extraña que creía el corazón, la apretó con todas sus fuerzas hasta arrancarla de los interiores de la criatura. El monstruo parecía doler, pero esto ya no le importaba. Él también dolía, y debía preocuparse por su dolor primero.
Para cuando sacó su mano del interior del monstruo, este ya había perecido por completo. No se movía. Sobre la cama, solo dejaba ver un rastro de líquido negro, prueba de lo sucedido hace unos momentos. Dante respiraba por la boca aceleradamente, se tocaba buscando heridas importantes, miró al monstruo primero y después, a su mano derecha.
Donde esperaba ver el corazón de la criatura, solo tenía un puñado de papel. Todas las cartas que alguna vez le había escrito a Román yacían sobre sus manos, con la tinta corrida como si alguien hubiese llorado encima de ellas. Por un momento, quedó petrificado. Las miró directamente sin saber por qué habían salido de ahí, donde las había conseguido el monstruo, por que se había alimentado de ellas todo este tiempo. Quiso tomarlo, abrirlo con algún cuchillo de cocina, ver si realmente eso era todo lo que tenía dentro o esto era una mala broma del destino.
Pero cuando volteó a ver la escena de su cama, solo se encontró con una caja de cartón. Sin las cartas ocupando todo ese espacio, Dante se dio cuenta de que solo quedaba una cosa: las fotos que Román le devolvió luego de aquel día cuando rompió con él.
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erickmqblr · 2 years ago
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los últimos mensajes
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Los dedos corren sobre la pantalla cristalina. Sus yemas, descalzas, sienten como si anduvieran sobre un camino de grava. Andan de manera sinuosa sobre luces coloridas; burbujas de mensajes verdes y blancos y azules y negros y morados aparecen y desaparecen sin apenas dar tiempo a procesar qué dice cada uno. Él los ve con cierta premura, con energía, con anticipación; pero sobretodo, los ve decepcionado. No tiene ya el enojo con el que despertó aquel viernes grisáceo. De él queda apenas una pizca, un suspiro; ha sido reemplazado por el silencio que apenas queda después de aceptar el final. El silencio, lo único que les queda a quienes han perdido. 
La noche anterior Julieta había salido de fiesta con sus amigas. Esto era normal, y por sí solo, no da pie para haberse enojado en lo absoluto. Entonces él no entendía por qué se había molestado tanto: ¿era por su repentina desaparición a las 10 de la noche que lo dejó mudo, esperando por una noticia sobre su bienestar? ¿era la larga lista de actitudes distantes y frías que había tomado este último mes? ¿o era, tal vez, la ligera noción -la espina, le decía él- de que lo estaba engañando con alguien mejor? Era preferible no saberlo, pensaba. Solo sabía que se molestó aquella noche, por lo que decidió irse a dormir sin hacer muchas más preguntas. Dormir enojado es como dispararse en un pie: el cerebro no detiene esas emociones turbias sin antes turbar a uno con colores rancios. Te impide descansar, soñar, ver el negro debajo de los párpados que funge como pantalla para no tener noción de tu propia piel. El enojo consume, desgasta, impulsa. 
A la mañana siguiente había aparecido Julieta con una disculpa que parecía hecha por obligación. “Perdóname, amor, es que se me terminó la batería”, mentiras. Si se te terminó pudiste pedirle a tus amigas su celular, pudiste haberme enviado un mensaje de antemano, pudiste haber hecho mil cosas más. De nuevo, sintió que no era su lugar estar enojado, pero tampoco quería parar. Escribió, con el mismo desgano, “Al menos estás bien, eso es una buena noticia para empezar la mañana”. Y decidió zanjar el tema (al menos para sí mismo) hasta que se sintiera en condiciones de hablarlo mejor. 
Fue a trabajar como todos los días; comió donde todos los días; tomó el mismo vaso de agua que tomaba cada tarde a las 4 para su medicina contra el estrés laboral. Nada había cambiado más allá de esta espina en el cuello que sentía incorrecta. Está bien, se dijo, se desapareció una noche; ¿y qué? Me preocupé por ella, sí, pero, ¿y qué? Si yo hubiese sido quien se desapareciera, si nadie supiese de mí por una noche entera, ¿ella se habría enojado? no, ¿me habría buscado? no. Entonces no tengo por qué ser así. Es su espacio y así lo decidió.
Pero algo no encajaba con esta explicación. Era muy sosa, muy ensayada, muy obtenida por un folleto que le dieron alguna vez en el seguro sobre violencia en relaciones de pareja, cuando fue a hacerse un chequeo de rutina. Era una explicación que se había dado para calmar las ansias que lo carcomían desde hace unas semanas. Desde que Julieta había dejado de darle los buenos días, de encontrarse con él fuera del metro, de acariciarlo con ternura cuando terminaban sus días pesados de trabajo. Desde que él no se sentía cómodo de besarla en la frente cada mañana para despedirla, de llevarle flores y regalos a su trabajo, de preguntarle cómo estaba y hacerla sentir querida. 
No sabía cómo empezó, ni cuando. Más bien, no empezó. Fue el desvanecimiento de todos estos rituales amorosos lo que había ocurrido. Ya las mañanas no había metro para juntarlos, ni las noches se pintaban con el olor del vino y las películas malas. Luego siguieron los besos y los abrazos; los ánimos y los rechazos; siguieron los paseos, las bebidas, y el sexo. Julieta y él ya no tenían nada más en común aparte de esa palabra que los unía de forma etérea, como por encima de ambos: eran novios, y así lo habían sido desde hace unos seis años. Y ahora, esos años se empezaban a desvanecer tan fácilmente que cualquiera habría pensado que nunca existieron en primer lugar.
Pero se lo había tragado todo. No había querido decirle a Julieta que la extrañaba, ni que la quería. No había querido mencionarle cuánto necesitaba sus manos suaves sobre su cabello para decirle que se veía muy guapo ese día, y se sentía incómodo cuando pensaba en hablarle sobre lo mucho que tenía ganas de escuchar otra vez cómo había estado su día. Lo pensó, muchas veces, por supuesto que lo pensó, pero no le era tan fácil sacar esas palabras de su mente. Temió sonar frío, exigente, débil. Prefería quedarse guardando esa distancia, aunque poco a poco se fuera convirtiendo en un tramo que desharía por completo los hilos tejidos hacia ese momento. 
Entonces, cuando Julieta le fue honesto y le dijo que en esa fiesta lo había engañado con el mismo chico con el que se había visto los últimos tres meses, no sintió la furia de haber sido traicionado. Él lo sabía muy bien: ella no le contaba toda la verdad, pero así había sido siempre, y pensó que era una cosa normal. Sintió, más bien, un agujero en el corazón. En el espacio de su pecho donde guardaba la esperanza de que Julieta también quisiese volver a esos viejos rituales, los muebles que guardaban cada recuerdo habían sido destrozados por la peor de las tormentas. Tenía un hueco incapaz de llenar. Tenía la extraña sensación de que quizá esto se había anunciado desde antes. 
Salió de su departamento fugazmente, como perseguido por el espectro de su relación pasada. Tomó el primer camión que  pasó delante de él y se sentó un momento, procesando lo ocurrido. Su teléfono no paraba de sonar: mensajes, llamadas, correos, notificaciones que llegaban de todas partes. Una muestra más de la intimidad que había tenido con ella era eso: su capacidad de saber dónde encontrarlo y cómo. Finalmente le respondió uno y fue cuando empezó la “discusión”. Discusión: él diciendo que no se sentía cómodo, que estaba decepcionado de ella, y ella pidiéndole perdón. No sabía por qué este súbito cambio de parecer. Por qué pasó meses eligiendo a ese chico, por qué lo descuidó tanto solo para volver cuando la planta ya estaba marchita. No entendía nada, pero tampoco tenía ganas de comprender.
“Que te vaya bien, Julieta” fue el último mensaje que envió antes de bloquearla. Salió del chat y podía sentir cómo su vida estaba cambiando. No era algo que se viera físicamente; más que nada, era una sensación profundamente emocional. Como si los antiguos engranajes de su cerebro empezaran a despertarse, a resurgir de entre las telarañas secas que estorbaban en su correcta función. Seleccionó el chat de Julieta y pulsó donde decía borrar. La aplicación le preguntó si estaba seguro, y vaciló. Mantuvo el dedo encima de la ventana durante varios segundos, horas, minutos. No lo sabía. La atmósfera de por sí claustrofóbica del camión se había cernido sobre él, aplastándolo contra sí mismo como si debiese tomar una decisión. El sonido de las conversaciones ajenas se había vuelto nimio a comparación de aquellos recuerdos sonando en su cabeza. El tiempo también se había detenido: permanecía estático sobre el momento cuando Julieta reveló ese tan grande secreto. A su mente llegaron todos los recuerdos de esos seis largos años: el conocerse bajo un roble joven una noche de fiesta, la primera cita en el restaurante mexicano; el primer beso en el cine con La La Land de fondo y el último, una mañana antes de que él se subiera al metro. Pensó que eliminar tantos mensajes sería eliminar, también, una parte de su ser. Sería una cirugía complicada donde le sacarían órgano tras órgano hasta dar con aquel que posee el tejido necrótico. Quizá, se dijo a sí mismo, no es el momento para acelerar tanto así las cosas. Otro día será. 
Bajó el teléfono para bien y miró la noche moviéndose a través de la ventana. No tenía ni idea de hacia dónde iba el camión al que se había subido, ni de cómo iba a regresar. Es más: no tenía ni idea de quién era en ese momento. Su identidad se había moldeado hace ya tiempo con base en el cariño que le daba a Julieta. Ella representaba sus momentos de fortaleza y debilidad; sus cualidades y deseos; sus pensamientos durante el día y la noche. Entonces quitar ese pilar dejó a todo ese mundo sin bases para sostenerse. Se sentía como si viera, en cámara rápida y con subtítulos, la ca��da del Imperio Romano. 
Decidió bajarse en la octava estación que recorría el circuito por donde estaba pasando. Conocía esa parte de la ciudad lo bastante bien como para saber dónde estaba, pero lo bastante mal como para no ubicar nada más. Ese era el último camión de la noche. Se preguntó qué haría de ese momento en adelante. En una misma noche, había tenido que dejar atrás una de las partes más importantes de su vida para reinventarse en ese mismo momento. Pero la reinvención, sabía él, no era un proceso casual: era un camino largo de altibajos que apenas y empezaba de a poco. El celular vibró otra vez, pero ahora fue un mensaje de publicidad advirtiéndole de las rebajas de año nuevo. 
Se abrió la puerta del autobús, y bajó con timidez, pero sin vergüenza. Con la frente en alto, recibió de lleno el vendaval recio que volaba fuera del camión. Dio un primer paso y lo que pensó fue que quizá debió haberse traído una bufanda.
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erickmqblr · 2 years ago
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La despedida nueva
a mi gato
Habían culturas en el mundo que, para velar a sus muertos, colocaban velas sobre una corriente de agua con la esperanza de que su luz guiase a las almas hacia el otro lado. Erick sabía esto mientras estaba parado delante del arroyo que cruzaba débil el espacio entre un parque y una ciudad entera. Tenía en sus manos una vela muy pequeña que había colocado sobre un adorno de cartón en forma de nenúfar; con ella, una foto de Cuco tomada hace no mucho tiempo. El gato estaba acostado sobre una cubeta en el patio de la casa, tomando el sol como acostumbraba hacer prácticamente a diario. Erick no entendía bien el por qué las velas ayudarían a los muertos a cruzar al otro lado porque, pensaba él, los muertos ya no ven este mundo igual. De todas maneras pensó que debía hacer algo simbólico para Cuco.
No le habían dado opción en cuanto a enterrarlo o cremarlo. Su familia toda la vida había cremado a sus mascotas con la eterna promesa de depositar sus cenizas en la tierra para que volviesen a ella; promesa que, por supuesto, nunca se cumplía por una u otra razón. Las cenizas se apilaban en un cajón del mueble caoba que tenían en la sala, dando la ilusión de que en ese mueble se encontraba un mini-inframundo de todas las mascotas familiares. Con Cuco no había sido la excepción. Sin preguntar, hicieron los arreglos para que este fuese cremado; se los entregaron en una pequeña caja de aluminio (porque también: no querían gastar en urnas) con su nombre inscrito y dentro, una bolsa de plástico con polvo gris que parecía una estafa. Ese no era Cuco. Ese polvo seco, retraído, sin personalidad ni esencia, no podía haber venido de un gato tan problemático y tan lleno de maneras, de cosas pequeñas que debías hacer a su alrededor. Erick se sintió estafado desde que le dieron la caja. 
Se preparó para dejar ir, entonces, su velita. Agachado y con una rodilla sobre la tierra, depositó lentamente el falso nenúfar sobre la corriente. Lo tomó con una mano mientras encendía la vela con la otra. Esa tenue luz amarillenta iluminaba de a poco la foto de Cuco, dándole un color ocre y corroído por la tristeza del joven. Erick pensó que el mundo era injusto, porque tanto había peleado con sus padres para que le dieran a Cuco, y ahora se lo quitaban de una forma tan cruel e injusta.
Ya había pasado una semana. La mañana que Cuco murió, Erick tuvo la misma sensación inerte de otras muertes. Llevaba días el gato con dolores de estómago, incapaz de defecar correctamente. Ningún veterinario sabía exactamente qué le pasaba, por qué su intestino de la nada había decidido dejar de funcionar. El veterinario de confianza de la familia, conocido por hacer milagros en casos perdidos, trató de hacer una cirugía de emergencia esa misma mañana para que Cuco pudiera dejar de sentir tanto dolor. La cirugía no fue suficiente, y Cuco se despidió de este mundo sintiendo paz gracias a la anestesia. El dolor de días pasados, por el que no dejaba de llorar, finalmente había terminado. Al menos ese dolor se fue. Para Erick, se transformó (¿o se traspasó?) en un nuevo tipo de sufrimiento que ahora tenía él. Mi gato, mi gato, se repetía todos los días. Mi gatito, dónde estará. Sus padres también estaban tristes, pero no lo suficiente, porque ya estaban planeando adoptar otro gato. Erick no quería verlos en ese momento.
En biología, le habían enseñado que la vida, al igual que la energía, no se crea ni se destruye; solo se transforma. Que la vida, a nivel científico, pasaba de organismo en organismo. De Cuco su vida pasaría a bacterias, luego a plantas, luego al aire, y de ahí a todos los seres vivos en la tierra. Aunque la idea de que Cuco siguiese vivo en todo lo que Erick veía era ciertamente reconfortante, también lo hacía sentir una cantidad de frustración terrible. Yo no quiero a mi gato en todos, se decía, yo lo quiero conmigo. Yo lo quiero apapachar, y tener aquí a mi lado. El sentimiento lo hacía querer llorar todos los días. Pero ahora estaba ahí, delante del arroyo, viendo a esa vela en un falso nenúfar alejarse lentamente, con la luz iluminando levemente la foto de Cuco acostado. En algunas culturas, esas velas guiaban a los muertos hacia el más allá. Cuco nunca había tenido la mejor vista del mundo, así que ojalá se guiase por ahí para irse. 
La mañana que Cuco se fue, algo en Erick también se había ido. Una semana había pasado y Erick no sentía a eso volver. Quizá una porción de su alma se despegó para acompañar al gato al más allá también, o quizá con el gato se fueron sus sentimientos de amor también, porque siempre fue avaro ese animal. Como sea que fuera, aunque Erick no estuvo presente en la operación, sintió físicamente algo irse de sí el mismo momento en que Cuco dejó este mundo. No tenía idea de por qué le había pasado esto otra vez, pero tampoco preguntó por el destino del gato, porque ya lo conocía. La familia lloró: sus padres un poco, pero él y su hermana mucho, mucho más. Mi Cuco, mi Cuco. Su hermana no se había enterado del funeral improvisado que Erick le estaba armando al gato esa noche; no porque no quisiese que fuera, sino porque Erick necesitaba ese momento a solas para hablar con el gato y despedirse correctamente. Como cuando uno de tus padres se va de viaje muy lejos por primera vez, y se tiene que sentar con su hijo o hija o hije para explicarle que papá se va, pero no mucho tiempo, pero sí muy lejos, y no llores, y voy a regresar y te voy a traer muchas cosas, ándale campeón, te llamaré, pero no te sientas triste, es más, vamos por un helado ahorita, ¿te parece? Algo así, sí. 
La vela se alejaba con suavidad y lentitud. Erick derramó una pequeña lágrima pensando en su gato, dejándolo ir hacia donde tuviese que ir. No sabía ni se iba a preguntar en mucho tiempo sobre la existencia de una vida después de la muerte, no le interesaba en ese momento. Solo tenía la esperanza de que su gato siguiera la luz de esa vela y pudiera encontrar el camino hacia la paz. Se quedó mucho rato mirando el fondo del río. Mi gato. Su vida se fue, y se había transferido a otros seres vivos, porque la muerte no es el fin de la vida, sino una extensión de esta, decía su profesor. Patrañas. No quiero que la vida de mi gato se extienda a menos que sea con la mía.
Erick ya se había ido a su casa cuando una luciérnaga se paró sobre la vela que seguía en movimiento. El insecto vio la foto de Cuco y no pudo evitar tener esa extraña sensación de que lo conocía de algo, pero no tenía idea de qué. Bueno, al fin y al cabo no podía conocer a muchos animales, porque apenas había nacido hace una semana y todavía se estaba tomando su tiempo para conocer ese bosque tan vasto después de tener muchos recuerdos en la oscuridad. De la vela, la luciérnaga tomó un poco de luz, iluminando su abdomen lo suficiente como para hacerla destacar entre todas las demás luciérnagas. Entonces, se fue volando sin dejar de pensar en aquél gato blanco y negro que, según su mala memoria, ya había visto antes.
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erickmqblr · 2 years ago
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En lo profundo del corte
1
Miguel se despertó inquieto, con la extraña sensación de que había muy poco aire en el mundo. Apenas abrió los ojos cuando fue consciente de cómo inhalar era un esfuerzo gigante; su cuerpo se movía, sí, pero él sentía cada aspiración como si con ese acto quisiera levantar seis cuerpos más grandes que él. Su cansancio era enorme para apenas haberse levantado. Y aun con ello, pudo salir de la cama. Trastabilló un poco para levantarse, subió la mirada sobre el picaporte de la puerta. Tomó una inhalación profunda y se sentía decidido a comenzar el día.
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Miró en el espejo si había algún avance sobre su pecho. La gruesa línea rosada que se dibujaba ahí no había cesado la noche anterior; es más, si acaso, se había vuelto más grande. Pasaron unos minutos en los que se seguía preguntando cómo funcionaba esa extraña marca posada sobre su pecho. Entre esos minutos intentó recapitular si se había formado por algo lógico: un arañazo, una caída, una operación quirúrgica, algo que pudiese ser lo bastante traumático como para que Miguel lo hubiese borrado de su memoria por completo. Buscó y buscó sin éxito alguno el detonante para esa misteriosa cicatriz. Lo buscó en vano, no solo porque no había, sino porque él estaba muy consciente del verdadero motivo. Decidió ocultarlo una vez más. Colocó un poco de base de maquillaje sobre la cicatriz rosada y la difuminó lo suficiente como para que no fuese tan notoria. Hizo el resto de su rutina de mañana con el mismo cansancio, el mismo peso, y la misma falta de aire que caracterizaban todos y cada uno de sus despertares. Retomó poco a poco el ritmo que había dejado la noche anterior por irse a dormir cuando ya no podía más. Salió de su casa solo, sin antes haberle dado un beso de despedida a su gato.
2
Miguel estaba estudiando fuera del salón de su última clase cuando se le acercó Ingrid a saludar. Ella, que tenía un misterioso tercer ojo, rápidamente adivinó que a Miguel le pasaba lo mismo de ayer, y de antier, y de todos los días. Le sacudió el cabello un poco antes de sentarse junto a él.
—¿Qué tienes?
—Nada, nada. Solo estoy un poco cansado, y ya. 
—Tú y yo sabemos que eso no es cierto, pero no te voy a decir nada. ¿Necesitas algo?
—No lo sé. Bueno, más bien, no sé si puedas ayudarme.
—¿Por qué?
—Porque esto sonará muy, muy raro.
3
Fue entonces que Miguel le contó la verdad por primera vez a Ingrid. O bueno, parte de la verdad. 
—Tengo una cicatriz extraña en el pecho. No sé de dónde salió, pero cada día parece hacerse más grande. No sangra, no palpita, no duele, nada. Pero desde que la tengo, siento que se me va el aire; no como si a un asmático se le fuera, o a una persona con poca condición física, sino como si esta cosa me lo estuviera quitando. Respiro y el aire entra a mi cuerpo, sí, pero algo se lo lleva a mitad de camino y apenas siento que alcance para mis pulmones. Eso me da mucho, muchísimo, demasiado cansancio.
»Me salió hace varios meses. Un día no sé, desperté y estaba ahí como una cortada que me iba desde el hombro hasta el abdomen. y pasaba por el corazón. No se veía grave en lo absoluto, y supuse que quizá era un rasguño del gato, así que lo dejé pasar. Pero día con día este corte se hizo mucho más grande, hasta volverse en una cicatriz. La puedo intentar cubrir, como hoy, con maquillaje, pero dura muy poco. Esta cosa parece absorberlo y hasta se hace más grande o más roja, a ratos. Pero tampoco se ve infectada. Solo es una cicatriz, una gran y enorme cicatriz. Me da mucha pena, no sé. Siento que voy a causar lástima mostrándola a todo mundo. Como que van a creer que tuve una operación, un accidente, o algo. No sé qué hacer.
4
Ingrid escuchó con atención lo que Miguel le decía. Lo miró analíticamente; no juzgándolo, sino pensando claramente en cuál sería el mejor modo de abordar esta situación. Su propia experiencia con cicatrices y su ojo clínico hacían que pudiese ver la verdad tras esa cicatriz con solo la breve explicación de Miguel, sin necesidad de verla siquiera. Pensó -más bien, supo- que con Miguel lo mejor era ser breves y directos.
—Necesito que me la muestres. No puedo decirte para qué.
5
Miguel se negó un poco al principio, pero no requirió de mucho convencimiento. Luego de un rato, ambos fueron a casa de Miguel para hacer la revelación final de la cicatriz. Se sentaron en el sofá de la sala de estar, con las cortinas cerradas, a la leve luz del atardecer. Miguel ni siquiera tuvo que revelar nada comprometedor. Con su gato cuidando la puerta, tomó el cuello de su playera y lo haló hacia abajo.
6
En ese momento sintió dolor. Mucho, muchísimo dolor. Sintió que la cicatriz ardía como si tuviera una plancha para ropa pegada a la piel; marcándolo como se le marca al ganado, con el metal caliente al rojo vivo. El ardor seguía, no paraba, ni aunque Miguel empezara a llorar rogando porque se detuviera. Abrió sus ojos -que hasta este momento había mantenido cerrados- para ver que la cicatriz ya no era solo una cosa física sobre su cuerpo. Se había transformado en luz: en un complejo de imágenes febriles corriendo una tras otra en secuencias que a cualquier otro le hubiesen parecido incomprensibles o absurdas. Miguel las entendía correctamente. Vio a la persona apareciendo en esas secuencias y el dolor se hizo aún más insoportable. La cicatriz se contraía, se abría, se cerraba, se hacía más grande o más chica, porque también parecía sufrir. El mundo colapsó un momento dentro de esa cicatriz para ser escupido, vomitado, poco tiempo después. Había mucho dolor ahí contenido, y ese dolor le había quitado el aire a Miguel todo este tiempo.
7
Cuando Miguel se bajó el cuello de la playera, las suposiciones de Ingrid se volvieron ciertas. No había absolutamente nada sobre su pecho. Aún así, Miguel empezó a llorar desconsoladamente. Ingrid lo dejó así un rato, solo, perdido en su mundo, para que su propio cuerpo empezara a cauterizar la herida. Un rato después, pasó su mano sobre el sitio donde supuestamente estaba la cicatriz. Y aunque no hubiese nada ahí, pudo sentir el inmenso vacío que se colocaba dentro de Miguel haciéndose solo un poco más pequeño.
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erickmqblr · 3 years ago
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historia corta de amor
—¿Por qué me quieres?
La pregunta salió de la nada. Ya lo había preguntado otras veces; pero nunca con esta certeza… o más bien, inseguridad. ¿Qué responderle para calmarlo? ¿Para hacerlo sentir bien?
—¿Por qué lo preguntas?
—Porque no lo sé.
Respuesta obvia.
—Nunca me había imaginado este momento… bueno, sí. Imaginado. No pensé que se fuera a hacer realidad.
Tocó mi mano con un poco de vergüenza. Miró a las estrellas. Me volteó a ver. Sus ojos parecían cristales de agua clara. Tenía las pupilas fijas. Esperaba una respuesta. ¿Cómo hacerlo? ¿Cómo responderle qué veía en él?
Cuando lo conocí, estábamos en cuarto semestre de la universidad. Compartíamos una clase juntos; él por su curso normal, yo por haber mezclado materias de forma rara. Nos sentábamos juntos en la parte de atrás. Uno miraba la clase y el otro miraba al uno. Anotábamos cosas al azar en nuestros cuadernos: dibujos inocentes, frases estúpidas, a veces recaditos para el otro. Nunca nos íbamos del salón sintiéndonos igual a como entrábamos. No sé él, pero a mí me invadía una luz inexplicable. Salía de esa puerta sintiéndolo como una parte de mí. Una parte nueva, una parte movediza y llena de pena; pero una parte. Una más para alguien que ya se sentía completo.
Poco a poco fuimos tomando más confianza. Fuimos lento. Sesiones de estudio, salidas a comer, o citas pequeñas en lugares abiertos y solitarios. Una cita nuestra podía ser salir al cine, a recorrer museos, o ver a las hormigas caminando por un sendero en algún parque. No recuerdo cuándo nos tomamos la mano por primera vez. Fue tan natural, fue tan llevadero; parecíamos como hechos para llegar a ese punto. Solo recuerdo la sensación de entrelazar nuestros dedos. Mirarnos a los ojos. Saber que eso estaba bien. Que juntos, estaríamos bien.
El tiempo comenzó a pasar más rápido estando a su lado. Síntoma del amor: que el tiempo no sea suficiente. Nunca será suficiente. Los sentimientos fuertes no caben en unos segundos. Nos empezamos a mirar más seguido. Empezamos a sentir las emociones del otro. Lo sé, porque cuando él sonreía, yo también lo hacía. Porque los sentimientos fuertes tampoco caben en unas palabras.
Entonces llegó la noche. Metafórica y literalmente. 
Fue una noche como esta cuando lo vi con esos mismos ojos cristalinos. Fue en un mirador como este cuando me preguntó qué sentía por él, tembloroso. Reconocí en él algo que no veía en los demás. Algo distintivo, único. Algo que no podía explicar del todo. Algo que solo comprenderías si lo vieras con mis mismos ojos. 
Fue en un cielo como este cuando lo tomé en mis manos y le di un beso de esos solo vistos en las películas. Fue en un momento justo después cuando nos miramos a los ojos y supimos quiénes éramos para el otro. Ya no nosotros solos, ya no nosotros en el mundo. Quiénes éramos para el otro. Quiénes éramos en compañía.
Recordé toda nuestra historia en un segundo. Reviví nuestras memorias, nuestro tiempo. Lo volví a sentir cerca de mí. Entonces lo miré. Tomé su cabeza entre mis manos otra vez. Vi sus ojos tibios una vez más. Me perdí en ellos. Y dejé mi cabeza en su hombro un buen momento. Tomé un suspiro:
—¿Por dónde empezar?
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erickmqblr · 3 years ago
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A un año del derrumbe
La primera noche fue la peor de todas. Sentí que me desintegraba; que me perdía en un mar de emociones confusas e impacientes. No más notificaciones felices, no más "buenas noches", no más tener la pequeña esperanza de al otro día despertar a tu lado. Solo quedaba vacío. No recuerdo cuántas veces, ni cuánto tiempo, me sentí en el fondo del abismo. Sé que no podía verle un final feliz.
"Estábamos tan bien", me repetía incesantemente. Como un castigo, una condena; como a las mujeres adúlteras se les grababa la "A" en el pecho en Inglaterra, me grabé con sangre esas palabras: estábamos tan bien. Estábamos, estábamos, estábamos; pasado, pasado, pisado. Luego del "estábamos tan bien" surgió otra parte: "y lo arruiné todo". Lo arruiné, lo arruiné, lo arruiné. Una voz en mi cabeza caminaba por mis oídos para susurrar esas palabras, con una voz aguda que me obligaba a escucharla sí o sí. Estábamos tan bien, y lo arruiné todo.
Para el budismo, la astrología, y otras tantas ramas de la espiritualidad, uno muere cada cierto tiempo. Es necesario para avanzar: empiezas algo nuevo, lo expandes, te estancas, das un último aliento y mueres solo para que empieces otra vez. Morir es tan común en nuestras vidas individuales como lo es, día a día, en el mundo que vivimos. Cada quién lo hace a un ritmo distinto. Algunos mueren con cada pelea que tienen con sus seres queridos. Los artistas a veces mueren al componer alguna obra especial. Los filósofos que no mueren quedan perdidos en el olvido, pues nunca pueden matar al pensamiento popular. Los científicos mueren con cada fallo, cada rechazo, cada traba. Pero eso es solo la punta; como dije antes, morir se ocurre a cada parte del camino. A cada muerte, le sigue un duelo.
La ruptura y la muerte son esencialmente iguales. Ruptura es: romper, destrozar, partir, quebrar en pedazos minúsculos aquello que alguna vez fue y ya no volverá a ser. Muerte es: partir (de irse), deshacer, cesar, terminar, tener la conciencia de que la distancia entre ustedes es algo meramente físico. En lo que sigue, en el más allá, o en la vida a reencarnar, allá se encontrarán una vez más. Una ruptura es un poco más difícil de procesar (a veces) porque la distancia no es física, ni espiritual. No es etérea, pero tampoco es tangible. A veces la distancia es una tensión tan fina que puedes ver los hilos conectando a ambas personas tan diminutos como mortales. A veces pueden estar juntos físicamente; pero de manera emocional y espiritual, se mantienen separados e inmóviles. La distancia rota se observa como un punto en el espacio y en el tiempo donde dos personas no están conectadas. Un punto en el que antes hubo algo. Ruptura: quebrar aquello que alguna vez fue y no volverá a ser. Cambiar el espacio-tiempo para que aquella conexión ya no vuelva a ocurrir. Separar, por la fuerza, aquello que no estaba destinado a estar.
Después de los primeros días, empecé a descubrir nuevas facetas del mundo donde me hallaba. Nuevos sabores, olores, texturas; la vida a mi alrededor se tornó gris y tuve que aprender a encontrarle los matices. Me hallé en música de quiénes antes habían muerto también por la misma mano. "Empezaré a dejar ir las pequeñas cosas hasta estar lejos, muy lejos de ti", escuchaba para sentirme mejor. Acompañado. Unido con más gente capaz de entender mis emociones. Supe que no era el único cuando escuché "Incluso en mis peores días, ¿me merecía el inferno que me diste?", supe que no era tan especial al oír cantar "Yo sé que no éramos perfectos, pero nunca me he sentido así por nadie más". En el fondo del abismo, no me sentí solo. Empecé a hacer ejercicio, a dedicarle más tiempo a mi trabajo, a mi alimentación, a mi alma, a mi cuerpo y a mi mente. "Cuidé de mí como antes cuidaba de ti".
La literatura popular describe el duelo como un proceso de 5 fases o estadios: negación, ira, negociación, depresión y aceptación. Lo que pocos saben es que estas cinco fases no van en orden, ni se viven una sola vez. El duelo es un proceso largo, extendido a través meses o años en los que vuelves a morir una y otra vez pasando por las mismas fases. Niegas: porque cómo me pudo pasar esto a mí. Te enojas: porque cómo se atreven a hacerme tanto, tanto daño a mí. Negocias: porque tal vez las cosas no están tan mal como parecen. Lloras: porque esto es probablemente lo peor que me ha pasado. Aceptas: porque no me queda de otra más que avanzar. El día uno estás deprimido, al tercero estás negociando, el segundo mes aceptas, al año te enojas, y así sucesivamente. Puedes dormir en un estadio para despertar en otro completamente distinto. No es un proceso lineal, ni mucho menos fácil de superar. Es más una estrella que va de pico a pico indistintamente, casi al azar. Así será hasta el día que podamos entender su forma y superarla.
Comencé a ir a terapia. La psicóloga me dijo: acepta tu responsabilidad, déjalo con la suya. Pero psicóloga, psicóloga, ¿cómo voy a aceptar este peso de haberlo arruinado todo? No, tú no lo hiciste, no tienes toda la culpa, pero tampoco tienes nada. ¿Y qué hago con este cachito de culpa? ¿Qué hago con este pedazo de corazón que me arrancaron de la nada? ¿Qué hago cuando el duelo vuelve a mí todos los días solo para recordarme que todavía no estoy bien?
Solo se supera al duelo dejando de doler. Cuando puedes usar esa culpa para crear nuevas experiencias, cuando dejas tu cicatriz para observarla como una marca a la que sobreviviste, cuando sientes que esas punzadas ignífugas ya no cortan tus piernas para no dejarte correr, o peor, usas ese dolor para huir con más rapidez, entonces el dolor se transforma en muerte, y la muerte se vuelve sanación. Cuando aceptas esa presión en el pecho como parte del proceso, asentando por completo la noción de que eso que perdiste ya no va a regresar, entonces esa presión se distribuye por todo tu cuerpo, dejándote continuar. El aprendizaje del duelo es el más doloroso de todos, el más lento, el más incierto, en el que miras al cielo para preguntarle a Dios por qué siendo omnipotente creó al sufrimiento. Pero también, es el mejor.
Hice nuevos amigos. Empecé una carrera que me gusta. Conocí nuevos artistas, nuevas aristas de las cosas que daba por sentadas. Cambié. Empecé a ver el yo que quería ser. Reconocí lo que quiero, lo que espero, los límites que tengo, las formas como quiero interactuar con los demás. Todo eso ha pasado y hoy, a un año del derrumbe, no puedo decir que me haya recuperado totalmente. Aún tengo secuelas visibles: los días "especiales" me despierto con ansiedad y tristeza, ciertas palabras me ocasionan malestar, no confío en los demás de ninguna manera, y la mayoría de cosas me causan inseguridad. Pero he avanzado. Poco a poco, he aprendido que mi muerte también significa evolucionar. Ahora puedo escuchar su nombre sin querer ponerme a llorar. Ahora puedo enamorarme y estoy dispuesto a hacerlo una vez más. Ahora, sobre todo, reconozco quién soy, para dónde voy, qué hago, qué estoy dispuesto a aceptar. He cambiado.
Pero pronto volveré a morir.
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erickmqblr · 3 years ago
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La nube
Mientras estaba en mi cuarto, podía escuchar las voces de una ciudad confundida. Los cantos de los pájaros, el ruido de cada motor; miraba afuera esperando que algo más pasara. Intenté escribir algo. Un cuento, un poema, una novela, una carta, algo. No podía. Sentía una barrera extraña bloqueando mi corazón. No tenía mucha opción más que quedármele viendo a la pantalla. Decidí salir a tener un poco de aire fresco.
Hacía frío. El viento soplaba con fuerza, haciendo volar carteles y suéteres por igual; la gente caminaba cabizbaja, protegiéndose de la brisa. ¿Era otra tormenta tropical, un huracán? No lo sé. No lo sabría a menos que buscara en Internet, y aun así, dudo poder entenderlo. Vi el cielo. Cuando lo veía, sentía que algo extraño se abría en mi alma. Quizá el bloqueo que llevaba tanto tiempo sintiendo tenía solución ahí. ¿En una estrella? ¿En la noche? ¿En la oscuridad? ¿Y cómo lo voy a saber? Cuando tantas veces algo fuera de mí me había salvado. Cuando tantas ocasiones sentí que mi mundo se iba a terminar. Era lo mismo. Era como suicidarse cada cierto tiempo: sentir que no soy yo, que no tengo tiempo, que se me va la vida. Que algo me falta. Que en algo fallo. Que quizá, no valga la pena seguir viviendo. Morir. Renacer. Volver a morir. Y cada vez que muero, sentir la fría brisa del viento recorriendo mi piel como si estuviese hundido en el mar.
En las noches de invierno, cada paso que daba era un paso contra natura. Era un paso que no me podía permitir, pero igual daba. Los cafés de cada calle cerraban sus puertas ante la inclemencia del clima; los amantes, perdidos, corrían a callejones con techitos para resguardarse. Recordé cuando se fue la lluvia y te tuve un minuto. Quizá eso no volvería pasar. Quizá mi vida, o lo que tenía antes por vida, nunca se iba a repetir, y mis mejores etapas ya habían pasado. Caminé sintiendo que mi suéter era insuficiente para darme calor. ¿Qué más podía hacer? No lo sé. Como dijo alguien alguna  vez: ¿qué otra cosa puedo hacer?
Veía el cielo. En él no habían estrellas esta vez. La media luna auguraba cambio. Entonces, vi una nube que se parecía a ti.
No era verdad. No podía serlo. En la nube, fría y acolchonada, estabas tú: en su forma, en sus colores, en el tinte que tomaba cuando la luz de la luna pasaba por ella. Estaba tu voz en las curvas afelpadas. Estaba tu alma en la belleza de la nube. Eras tú, esa nube misteriosa. Vi una nube que parecías tú. Y la empecé a seguir, con la inclemencia del viento.
Corrí por toda la ciudad esperando alcanzarla. Pasé por calles, callejones, senderos entre edificios, crucé bardas, puentes, tiendas, creo que pude haber pasado por tu casa. Pero nada de eso importaba, porque en esa nube estabas tú.
Llegué a un campo de lodo y hierbas a las afueras de un viejo complejo de oficinas. Ahí parecías detenerte. El viento daba un fin abrupto, así que en el campo solo existía el silencio. Con el ruido se fueron mis pensamientos. Me detuve ahí, a ver esa nube en la que estabas tú. A apreciarla, a sentirla, a volver contigo; en los días pasados, nos vi juntos, sonriendo, compartiendo momentos que pocos podrían haber comprendido. No supe qué hacer. Me quedé ahí, estático, viéndote caminar por el cielo.
Seguí un par de pasos más la nube. La seguí hasta que empezó a llover.
Solo nosotros sabemos qué pasó entre los dos. Solo nosotros podemos decir esas palabras que harán sonreír al otro con una tonadita especial. Entre nosotros alguna vez compartimos, quizá, una misma piel: el lenguaje con el que nos hablábamos. Pero cuando llovió, sentí la acidez de las gotas disolviendo todo ese lenguaje. Te disipabas un poco más a cada gota. Te ibas de mí otra vez. La lluvia te arrebataba de mi vista mientras trozos de ti caían al suelo para volver a la tierra. Ya no teníamos nada. La nube se hacía más pequeña, más pequeña. Hasta que dejé de escuchar tu voz y entendí que solo era una nube. Quien te había puesto ahí era yo.
No podía entenderlo y quería gritar por eso. ¿Por qué te había visto ahí? ¿Por qué decidí ponerte en esa nube? ¿Y por qué la lluvia te hacía bajar a la tierra para quitarte de mi lado?
Golpeé la tierra. Le hice muecas al cielo cuando la nube dejó de ser tú. Cuando volvió a ser una nube. Grité y llevé mi alma en esos gritos, aunque nadie pudiera escucharme. Porque no era justo que algo que yo sentía tan cercano, tan bello, se fuera tan rápido. No podía creerlo, ni aceptarlo fácilmente. Mis uñas se llenaban de tierra mientras buscaba una respuesta en mi cabeza. ¿Por qué? ¿Por qué tenía que pasar esto? ¿Por qué tenía que perderte otra vez?
A veces necesito un poco de tiempo para pensar. Nada ni nadie me había dado ese tiempo. Fui yo quien decidió salir a seguir esa nube, y yo quien decidía estar ahí. Me enojé aún más, pero esta vez conmigo mismo. ¿Cómo pude haber tomado tantas decisiones estúpidas? Si hubiera seguido en mi casa, si hubiera escrito algo, si no te hubiera dicho eso, si me hubiera quedado callado, si, si, si, y tantas posibilidades más cruzaron mi mente. Ahora que no estabas, y solo veía la lluvia, ¿qué posibilidad podría funcionar?
Nada dura para siempre. Me levanté y detuve un poco mi cólera. Una parte de mí no quería perderte, mientras que la otra se estaba acostumbrando a la sensación de las gotas. ¿Qué iba a hacer? ¿Qué otra cosa puedo hacer? No lo sé. No sé qué hacer, no sé qué pensar, ni sé cómo avanzar. Me tiré al suelo otra vez, sin saber exactamente por qué. La lluvia caía más fuerte que antes, aunque tú ya no estabas ahí. Lo que había puesto en esa nube se había esfumado. Ya no podía hacer nada. Ya no podía seguir así. Las penas, el dolor, los recuerdos, los restos de piel. Ya no más.
Todo me dolía. Pero ya estaba hecho. La lluvia había terminado, y tú habías vuelto a la tierra. A mi lado, una flor celeste comenzó a abrirse. Era muy tarde ya para hacer algo. Debía levantarme o si no iba a enfermarme por la lluvia.
Mis manos estaban repletas de lodo. De repente, una idea vino a mí para escribir. Y cuando toqué mis mejillas, me di cuenta de que esa lluvia nunca fuiste tú.
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erickmqblr · 4 years ago
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Lluvia
A veces, no podemos tratar a las emociones como visitantes que vienen y se van esporádicamente. No podemos recibirlas con esa misma hospitalidad ni llevarlas con nosotros de paseo a los lugares que más atesoramos; ni bailar a la luz de la luna a su lado, ni tomar unas copas con aquello que nos causa conflicto. A veces, las emociones vienen a quedarse. Por un tiempo, largo o corto, pero solo vienen a acompañarnos un buen rato. No es una visita agradable, ni una corta, pues son como una carga que llevamos en los hombros allá a donde vamos.
Son como la lluvia indeseada un día de verano. Cuando las gotas retumban en los tejados y todos, con shorts y ropa cómoda, huyen a refugiarse un momento pensando que en algún momento tiene que salir el sol. O como el sabor amargo en un dulce que tiene muchos matices: que agrega diversidad, nos permite saber más sobre el resto del platillo, pero sigue sin ser del todo de nuestro agrado.
Hay a quienes les gusta coincidir con sus emociones, como a quienes les gusta la lluvia en medio del verano y quienes disfrutan del sabor amargo del chocolate en un pastel dulce y suave. No es a todos, ni debe confundirse de esa manera. A muchos no nos gusta llevar nuestras emociones en un costal que pesa lo llevemos como lo llevemos, ni podemos convivir con ellas de la misma manera después de quedarnos juntos un tiempo. Hay quienes necesitamos un tiempo a solas, alejados incluso de nosotros mismos, para conseguir algo de calma en nuestra vida. Que debemos perdernos en un oasis para sentir que nos encontramos en el desierto de nuestra mente; y perdidos, así como nos ven, nos quieren rescatar del único momento en que nos sentimos juntos.
Las emociones no siempre son visitantes. Son como la lluvia en temporada de huracanes: acompañantes que estarán ahí siempre, pese a lo grises que tornen algunos días y lo árido que dejen la tierra tras su paso. Algunos la disfrutan y riegan sus plantas con ellas, mientras otros huyen a sus casas para no salir hasta que el clima esté un poco más estable. Son, generalmente, premonición de que algo más está muy cerca: un destructor.
Y ves a la lluvia. Y un día sientes que es una carga estar siempre con tu paraguas en alerta, llevarte un impermeable al trabajo para que no se moje toda tu ropa, cargar con un abrigo por si baja la temperatura, recordar a todas esas personas que te dejaron su marca en un día lluvioso. Que estuvieron ahí con sonrisas o palabras de aliento, mientras afuera llovía. Un día sientes ese peso, y nunca sientes que se va realmente. Hasta que empiezas a hacer del paraguas parte de tu vida, del impermeable parte de tu estilo, y de los recuerdos parte de tus emociones.
Las emociones son como la lluvia en temporada de huracanes. Vienen con vientos fuertes que cambian todo lo que tienen a su alrededor, lo destruyen, arrancan y destrozan, para obligarnos a cambiarlo todo por nuevas construcciones con cimientos más fuertes. A muchos les arruinan la vida eternamente, mientras que para otros el huracán pasa sin que se enteren nunca de él. Y en medio de eso, en el ojo del huracán, donde caen las gotas a paso arrítmico, estamos nosotros, lidiando con nuestras emociones. Como una carga que llevamos a todos lados, una lluvia que ocurre en todas partes. Un libro que nunca terminaremos de leer y un paraguas que siempre estará en alerta por si llegamos a derramar otra lágrima sobre la acera. Cosas que empiezan, cosas que se terminan. Cosas que solo sabemos que empezamos hasta después de terminarlas. Cosas que deseamos nunca haber terminado para no saber que las empezamos.
La lluvia debe caer. El huracán debe pasar. A veces, no podemos tratar a las emociones como visitantes que vienen de cuando en cuando a pasar el rato con nosotros. A veces son como la lluvia indeseada en un dia de verano: nos hacen huir por un buen rato a refugiarnos de nosotros mismos, cambian todo lo que teníamos planeado. Pero deben pasar. Y la lluvia, como las nubes, caerá del cielo hasta eventualmente terminar. Y el sol volverá a salir. Asi estemos durmiendo, o matemos al gallo que anuncia el amanecer: el sol saldrá.
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erickmqblr · 4 years ago
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El álbum y el agujero
Nicolás estaba sentado en la esquina de su cuarto, sobre la vieja silla de madera que ya no iba a utilizar, viendo por última vez la ventana por donde tantas veces vio cuando se sentía vacío. Lo conocí de niños, durante nuestros primeros años de primaria. Era de esos niños a los que se les mira con devoción, pensando: "cuando crezca, será muy exitoso, mira nomás cómo le va en la escuela". Por dentro, como todos los demás, estaba roto. Yo era como su opuesto total: siempre un rebelde, siempre irreverente, sin miedo de contestarle a los profesores groseros y con un gusto por el caos que más de una vez me metió en problemas. La gente se preguntaba cómo, cómo dos niños tan diferentes eran tan amigos, y, llegada la preparatoria, cómo podíamos ser uña y mugre pese a no tener mucho en común.
Éramos muy unidos, por los juegos, por las risas, por nuestro sentido del humor, pero más por la música. Siempre tuvimos gustos musicales afines: un poco de pop aquí, rock en español por acá, música electrónica, baladas, de todo. Nuestro pasatiempo favorito era reunirnos a escuchar la radio en nuestras estaciones favoritas, cantando lo que sonara sintiéndonos en un concierto. A veces, juntábamos nuestros ahorros para comprar un disco que ambos realmente quisiéramos, y nos reuníamos para escucharlo de principio a fin maravillándonos con todas las canciones.
Ahora, ambos habíamos terminado la carrera, y Nicolás estaba por mudarse a un edificio al otro lado de la ciudad. Le había estado ayudando con la mudanza, sacando cosas de su cuarto para tirarlas o ponerlas en una caja para que viajaran a su nuevo hogar. Movimos muchos recuerdos: ese proyecto de secundaria en el que nos peleamos con todos nuestros amigos, esa salida en la preparatoria en la que creímos sentirnos en la cima del mundo, aquella ruptura amorosa en la que uno de los dos creyó que ya era el final. Su cuarto, antes un cuadro repleto de cosas viejas y nuevas, ya solo era un vacío donde quedaban el clóset triste que todavía tenía un par de cosas dentro y su antiguo escritorio de madera, débil por todos sus años de uso.
Entre las cosas que encontramos estaban unos CDs viejos con grabaciones de un programa de radio del que ni él ni yo nos acordábamos mucho, pero que nos encantaba escuchar. Eran solo un montón de entrevistas con gente experta en diversos temas, aptas para todo el público, aunque no comprensible para niños como nosotros. Oímos un capítulo sobre dinosaurios y otro sobre física cuántica los primeros días de la mudanza. Así nos íbamos, poniendo CDs limpiando, deshaciéndonos de cosas, o reacomodando otras.
Un día paramos de limpiar de lleno solo para escuchar el CD. Era una entrevista donde el conductor había traído a un músico para hablar sobre la forma que tienen los artistas de ver el mundo. La entrevista comenzaba un poco incómoda, con el conductor sin saber sacarle conversación al entrevistado, pero fue agarrando forma conforme pasaban los minutos.
-Y dígame, muchos dicen que los artistas son desordenados, son ermitaños, son de todo menos bueno. Que por eso nadie los quiere, por no tener orden en su vida. ¿Usted qué opina al respecto?
-Pues, yo creo -tosió, para aclararse la garganta- yo creo que eso a lo que usted le llama orden, que a otros les parece orden, es una mentira. Orden es tener las cosas en su lugar, y es lo que la gente, digámosle, normal, hace con las cosas físicas en su vida. Tienen un horario, tienen una familia, tienen tiempo para cada cosa, a lo mejor un cuarto más ordenado. Los artistas somos los que alteramos ese orden, o más bien, lo intercambiamos por otro: un orden emocional. Tenemos emociones altas y bajas, un tiempo para cada emoción y un lugar donde nos sentimos más cómodos expresándolas. Ahora, ustedes, que tienen su orden físico, ¿qué les pasa cuando se sienten mal? ¿Qué le pasa a usted cuando está decaído?
-A veces dejo de tener mi rutina de siempre. Digamos, no me lavo los dientes en la mañana, o no limpio la casa como debería.
-Exacto: algo cambia en su orden físico por no tener un orden emocional. Nosotros expresamos nuestro orden emocional en lo físico. Si usted entra al cuarto de un artista y está ordenado, es porque el artista se siente lo bastante bien como para limpiar ese cuarto. Si usted entra, y ve un chiquero, ahí está viendo los sentimientos del artista.
-¿Le pasa eso a usted?
-Pero claro. Cuando yo compongo, mi cuarto reacciona, mis espacios reaccionan. Tengo un desorden en todas partes, cerveza y vino donde no deberían estar, paso largos ratos mirándome al espejo y dejo de tener las cosas claras. Eso es componer. Eso es crear: explorarse a uno mismo, tener un orden emocional, uno sentimental. Mi cuarto reacciona a cómo me siento. A lo que escucho, a lo que otros me hacen sentir. Por eso, cuando usted entre al cuarto de un artista, no piense en el desorden: piense en cómo se estará sintiendo para tenerlo así.
Para cuando terminó el episodio, ya se había hecho de noche, y nosotros nos dimos cuenta de que no habíamos hecho nada en todo ese tiempo. Algo muy dentro de nosotros hizo click sin querer. Nos despedimos en silencio, pensando en ese episodio.
Hoy era el último día de la mudanza. Finalmente, tras tanto tiempo de estar acomodando cosas, solo faltaba sacar lo que quedaba en los rincones más alejados del clóset y empacarlo todo para dejar el cuarto vacío. Nicolás estaba mirando por la ventana, quizá una última vez, mientras yo estiraba el brazo para alcanzar un plástico reluciente oculto en la esquina del clóset. Al agarrarlo, me di cuenta de que no era un plástico cualquiera; era la caja de un álbum que habíamos escuchado hace mucho, mucho tiempo, cuando estábamos en preparatoria y empezamos a darnos cuenta del caos que era crecer. Durante el tiempo que estuvo de moda, fue nuestro álbum favorito, siempre lo poníamos para trabajar o hacer otras cosas. Abrí la caja y el disco estaba intacto.
Teníamos la grabadora en una esquina del cuarto, para poner la radio o escuchar algo de música mientras trabajábamos. Quise ver si el disco todavía servía, si no estaba rayado o algo, para dejárselo a Nicolás como un recuerdo extra de cuando aún vivía por acá. Abrí el espacio para discos en la grabadora y lo coloqué. Pulsé el botón de play y, para mi sorpresa, la primera canción empezó a sonar.
Nicolás se giró mientras las primeras notas salian de la grabadora. Su rostro cambió de uno reflexivo a la nostalgia más abrumadora que uno se pueda imaginar. Sus cejas se curvaron, en su boca se dibujó una mueca de tristeza. Y la voz empezó a cantar.
Pude sentir cómo algo se empezaba a mover debajo de mis pies. Nicolás quiso fingir que todo estaba bien, y empezó a mover la cabeza al ritmo del beat. Los pies empezaron a seguir la canción, pero ese movimiento se hacía más fuerte. Me dijo algo, que no llegué a entender por el volumen de la canción, y me estaba empezando a asustar.
De repente, el piso del cuarto empezó a formarse en una espiral, de la que los tablones de madera empezaron a caer. Nicolás dejó caer una lágrima, tan apanicado como yo, y colocó su mano en su pecho como intentando calmarse. El piso seguía cayendo, moviéndose en un extraño zigzag, como si en el centro del cuarto hubiera un agujero negro consumiéndolo todo. Los muebles se empezaron a mover. Nicolás me grito que lo apagara mientras el escritorio parecía ser consumido por el centro del cuarto, por el agujero que aparentemente llevaba hacia el piso de abajo, pero parecía tragar todo lo que se le acercara. La radio era lo único que no se movía.
Nicolás me volvió a gritar que apagara la radio. Yo estaba lleno de pánico, mientras la música sonaba y las puertas del clóset se despegaban del mismo para ir al centro de la habitación y ser succionadas. Hasta la tercera vez que me gritó fue cuando entendí y alcancé la radio para apagarla.
Todo se detuvo. El cuarto estaba lleno de polvo, con un agujero gigante en el centro, que daba al piso de abajo. Abajo no había nada. Ni tablones, ni el escritorio, ni las puertas. Lo que antes salió volando había desaparecido completamente. Nicolás estaba en el piso del cuarto, llorando con una mano en el pecho. Entonces recordé que ese álbum fue lo que sonó cuando rompió con aquel novio que tuvo hace tanto tiempo, que él creyó era el amor de su vida. El álbum sonaba en el fondo mientras al corazón de Nicolás se le hacía un hueco. Salté el agujero para consolarlo un momento mientras lloraba. Después se levantó y, como si esta no fuera la primera vez, dijo "Lo limpiaré después. Ayúdame con las cajas".
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erickmqblr · 4 years ago
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Rompí mi nombre
Floto en la infinidad. Floto, como en un lago gigante deshecho de toda luz; con cristales brillando en su inmensidad. No encuentro el fondo, ni le veo final a donde sea que esté, porque ya no siento nada mientras estoy aquí. Solo soy. Mientras floto, miro a cada lado para encontrarme vacío, y recuerdo a la persona que rompió mi nombre.
Te recuerdo: ojos cobrizos, cabello negro, que me decías por un nombre que nadie más. Recuerdo tus caricias, las físicas, y la caricia que era verte sonreír al mirarme. Tus manos rozando con las mías, tu respiración pesada en mi cuello; te recuerdo, cuando hablabas por horas de la cosa más pequeña, cuando escribías en tus cartas las cosas que imaginabas. Te recuerdo cuando miramos a la luna y me dijiste que tu lugar era conmigo.
Ahora floto. No estoy, no existo, porque así funciona la apatía: te quita cualquier sensación, emoción, te hace flotar en un vacío eterno e interminable. Dicen que cuando uno toca fondo, solo puede ir hacia arriba: ¿y qué pasa cuando no hay fondo, porque flotas de lado a lado? Pues nada. Ahí te quedas, encontrando las estrellas a medida que pasas. Pensándolas tanto como piensas en qué te llevó ahí.
Siento lo que sentía cuando estábamos los dos, recuerdo el tiempo que -pensamos- nunca iba a acabar. Las lluvias juntos que se iban para que estuviéramos los dos: entonces una señal de que seríamos siempre, ahora un amargo recuerdo de cuando Dios nos dijo: "disfruten mientras puedan". Siento el calor contigo, porque sin ti aquí no hay nada. Tus brazos sobre mi cintura, tus pies moviéndose con la música, tu cadera en un vaivén, de arriba hacia abajo. Nuestros ojos conectándose mientras decían: ven.
Caigo sin un final, de izquierda a derecha. No estoy triste, tampoco feliz; la luz que daba antes (si es que alguna vez di) la siento lejos. Tan lejos como podría estar ahora, cuando se ha roto mi nombre. La veo con las estrellas que hay aquí, tan lejos como ellas, tan cerca de mí.
Entonces escucho tu voz débil diciendo que te preocupabas por mí. La recuerdo quebrándose mientras comprendías mi tristeza; y cuando finalmente me dijiste adiós, la escucho deseándome lo mejor. Es un contraste con la voz que escucho cuando te hablé de cómo me sentía. Una voz quebrada contra una voz que quiebra; un llanto suave contra un grito fugaz. El "te quiero" contra el "yo soy así, te aguantas". Caminando al revés, de espaldas, para no ver tu rostro, te recuerdo haciendo tuyo mi sufrimiento.
Mi apatía me despierta para recordarme esa vez, en la que lloré frente a ti y tu única respuesta fue "no es mi culpa", "me estás obligando a quererte", como si esa fuera una responsabilidad. Duele como pocas cosas han dolido en esta vida. Y duele más escucharte decir "no me afecta (importa) cómo te sientas, eso solo a ti", cuando antes dijiste "el cómo te sientas también lo debemos ver los dos".
Has roto mi nombre. Lo rompiste cuando me dijiste adiós, deseándome lo mejor. Lo rompiste cuando no negaste mi último abrazo, ni cuando me hablaste esa última noche. Lo rompiste cuando no lo dijiste para despedirte de mí, finalmente, solo para dejar en claro que ya no te importaba más. El nombre por el que me llamabas antes, tan especial, se ha roto después de ver cómo lo menospreciabas.
De las estrellas una brilla más. La estrella cruel, quien me pide que le hable de ti. No me puede escuchar, ni yo a ella, pero su luz es un lenguaje. Me siento en paz cuando estoy ahí, cuando la veo brillar, mientras estoy lejos de ti.
Le hablo a Sirio de cómo me hiciste sentir, y le hablo de cómo (no) me siento ahora. El vacío se convierte en un confort: floto, sí, pero ya no sin dirección ni sentido, porque ahora floto viéndolo a él. No me puede escuchar, pero su luz me hace sentir en paz. Hablándole a las estrellas, en la peor apatía, es cuando uno se encuentra a sí mismo.
Hay cosas que no controlo. Esas se van, tanto como te vas tú. Recuerdo mi nombre aún con vestigios de tu voz en él. De tantas veces que me llamaste, cuando dejaste de hacerlo las letras se rompieron en mí. Ya no más. Ya no.
La paz me inunda para darme cuenta de las cosas que estuvieron mal en ti, de las que estuvieron mal en mí, de los errores que cometimos los dos. Entonces comprendo: el viaje no fue en vano, ni el tiempo fue perdido. Pero el viaje ha terminado y el tiempo ha sido.
Ahora toca dejar de sanarte a ti. Toca empezar a sanar mi nombre. Se ha roto; pero pronto, volverá a ser.
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erickmqblr · 4 years ago
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En la boca de la luna
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Durante una noche sin estrellas, pensando en encontrar algo que no sabía, Miguel dio una vuelta al cielo solo para ver la boca de la luna. Estaba en un prado cerca de su vecindario, cazando bichos nocturnos que después examinaría con cautela. No sabía nada sobre los astros -no era muy de saber sobre las estrellas- pero no tenía que ser un genio para darse cuenta de la belleza en luz que tenía encima. Fue un momento de revelación: mirar al cielo y de la nada saber quién es uno. Dentro de su hipnosis, embobado con la luna, no se dio cuenta cuando alguien se le acercó para empezar a hablarle.
-¿Bueno? ¿Estás bien?
Miguel apenas pudo espabilar para darse cuenta de dónde estaba, otra vez. Delante tenía a un joven de su edad, más pequeño en estatura y con una piel sumamente pálida; en otro tiempo, esa piel blanca y sus ojos grises hubieran sido tomados como vampíricos. Este no era ese tiempo. Sintió que le agitaban el hombro para comprobar si seguía consciente.
-Sí, sí, todo bien. Gracias, me quedé como pensando por un momento. ¿Qué haces aquí? -Pues nada, caminar. Estaba cansado de estar en casa y salí a dar una vuelta. ¿Tú qué haces aquí? -Buscando... -a Miguel, aunque no lo pareciera, le daba pena su pequeño hobby- algo. Pero no he tenido mucha suerte. -¿Quieres que te ayude? -No, no, no hace falta, gracias. -Ándale. Quiero hacer algo, me aburre estar ahí nomás. -Bueno, bueno. Acompáñame por aquí, y si ves que algo se mueve, algo pequeño, me avisas, ¿va? -Está bien.
Empezaron a caminar en silencio. Ambos pensaban en cosas diferentes a cada paso: Miguel, en cómo se había podido quedar así, paralizado por la belleza de la luna, si no había nada en especial esa noche. El chico misterioso, en cómo había llegado hasta aquí si su casa estaba relativamente lejos. Oían la tierra rasgar las suelas de sus sandalias; las cigarras, cantando, adornaban la noche de un modo que no se podía ver con los ojos. Miguel tenía un paso más pesado; el otro chico parecía flotar a cada metro que avanzaban.
-Oye... ¿cómo te llamas? -preguntó. -Ah, perdón, yo soy Miguel. ¿Y tú? -Jesús, sí. Aunque en mi casa me dicen Chucho, supongo que puedes decirme Chucho también. -Va, Chucho, ¿y por qué te aburre tanto estar en casa? -Por muchas razones -se quedó pensando un momento- digo, no me aburre estar en general, pero sí por mucho tiempo. Ahorita me estoy quedando en casa de mi abuela, y es divertido porque cuenta historias y mitos y cosas así, pero no hay mucho más que hacer. -Espera, busquemos en estos arbustos -ambos se agacharon- ¿cosas como qué te cuenta tu abuela? -Exactamente, ¿qué buscamos? -Chucho estaba muy atento al arbusto, sin saber exactamente por qué- pues, ya sabes, historias de fantasía y leyendas que cuentan todas las personas mayores. Es divertido escucharlas, pero nada más. -Pues... te digo, algo pequeño, que se mueva. Puede ser como un gusano, o un escarabajo, o así. -O sea, quieres que busque insectos -Chucho se rió un poco- ¿no querías decirme que eras coleccionador y ya? -¡Cállate! Es raro que alguien siga cazando insectos a mi edad. -Podría ser. Pero al menos es más divertido que estar en casa todo el día.
Así siguieron hablando mientras buscaban insectos hasta que la noche cayó más, con la luna ahora estando directamente sobre ambos. Se habían alejado un poco para tener más rango, tanto de ojo como de oído: vigilaban más zonas del prado, manteniéndose atentos a cualquier cosa que irrumpiera el canto de las cigarras. El cielo nuboso parecía cubrirlo todo excepto a la luna. A cada instante, ambos tenían un poco más de sueño.
-¿Sabes algo? -dijo Chucho, mirando al cielo- Uno de los mitos preferidos de mi abuela, es el de la boca de la luna. Dicen por ahí, o decían en sus tiempos, que a la luna se le adivina si está de buenas por la forma que tiene. Porque pocas veces tendrá una emoción real. En esas pocas veces, podrá estar feliz o triste; tener hambre o sed; estar despierta o con sueño. Y si adivinas el humor de la luna, puedes descubrir una parte de quién eres en realidad. -Chucho volteó a ver a Miguel, y este regresó la mirada. Ambos a suficiente distancia para parecer que estaban a cada extremo de la boca de la luna. Con el viento suave entre ambos, las hojas corriendo por el pasto, ambos estaban mudos adivinando el pensamiento del otro. Chucho parecía preguntar con sus ojos: "¿cómo crees que se sienta la Luna?" y Miguel respondía con su rostro "No lo sé". "Ni yo", pensó Chucho.
En su conversación ficticia, que en realidad no era una conversación, ambos se acercaron lo suficiente para tener poca distancia entre ellos. Miguel ladeó la cabeza indicando que debían regresar, Chucho asintió y ambos se dieron camino a sus casas. En silencio, como llegaron; escuchaban a las cigarras cantando, que parecían gritar algo en un lenguaje que podían comprender, pero elegían no hacerlo. Elegían no entender el lenguaje de las cigarras para entender solamente el que tenían entre ellos. Con las nubes sobre el cielo, tapándolos de los ojos extranjeros de las estrellas, ambos se sentían tan juntos como solos estaban en el resto del Universo.
Se detuvieron en el mismo punto donde se encontraron. La caza había sido una falla, pero en el camino, habían cazado al cielo mismo, preguntándose ahora qué hacer con él. El silencio era un hogar de donde ninguno quería salir. Se miraron a los ojos un momento, hasta que Chucho volteó a ver a la luna otra vez.
-Yo la veo sonriendo. La veo sabiendo que las cosas serán mejor, y como que parece decirme algo, algo sobre el amor que no entiendo bien. Debería preguntarle sobre esto a mi abuela. -Sí, creo que deberías. -Miguel también volteó a ver a la luna. Aunque ambos estaban cerca, juntos, otra vez veían a extremos opuestos de la sonrisa- yo no sé cómo la veo. Parece una sonrisa como la de alguien que planeó algo, algo que le sale exactamente como esperaba. No es una sonrisa mala, pero sí una planeada. Una muy, muy bonita. -¿Tú crees?
Miguel volvió a voltear, esta vez a ver a Chucho. En el mismo lugar donde lo había visto por primera vez, ahora su imagen formaba una impresión completamente distinta. Quizá la luna, bañándolo en su luz, le había dado un toque especial que ahora le embelesaba. O quizá él le había dado ese toque a la luna. No lo sabía. Lo que sí supo esa noche, en ese momento, fue que destacaba más en Chucho la sonrisa en su cara mientras veía al cielo. Aun sin estrellas, parecía perdido dentro de las nubes, acompañado por la luna. En ese prado, esa noche, en ese momento; con la luna sonriéndoles a ambos por detrás, fue cuando Miguel se dio cuenta. Vio que en los labios de Chucho veía la sonrisa de la luna.
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erickmqblr · 4 years ago
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Lo que es de los demás
Últimamente, mi cabeza ha dado muchas vueltas (más de las que quisiera) en varios temas. Por un lado, temas familiares, por el otro, temas de introspección; pero en el papel protagónico (creo) está -otra vez- una ruptura. Como el año pasado, he terminado este rompiendo un vínculo con alguien que es inmensamente importante para mí. La diferencia es obvia: esta ruptura no me destruyó como lo hizo la anterior, ni me dejó con la sensación agridulce de necesitar un cierre. Todo lo contrario, quizá: tengo la sensación del cierre, pero no la de justicia. En eso ahondaré quizá otro día.
He pensado muchas veces en la naturaleza del amor. Soy de sentimientos intensos, así que mis enamoramientos fuertes suelen estar plagados de sueños, pensamientos, escritos; a mi ahora ex le escribí uno de los poemas que considero más bellos que he hecho nunca, solo para él. Cuando daba clases de literatura, explicaba que el romance era mucho más que una novela juvenil de dos adolescentes besándose y rompiendo, que es, de hecho, uno de los géneros más complicados para escribir. Porque, ¿cómo describes, escribes y narras al amor, el sentimiento de estar enamorado? ¿Cuál es el punto en el que dices "esto, esto es amor"?
Lo explicaba de cinco formas: el amor como paradoja, como enfermedad, como necesidad, como deseo, como unión, usando a cinco autores distintos (si no mal recuerdo: Schopenhauer, Wilde, Zizek, otros más). En este artículo/ensayo, me centraré en la primera.
Amar es una paradoja. Lo explicaba con un bote de basura. Supongamos que yo ahora mismo odio un bote de basura. Lo odio con muchísima fuerza, todo en él son defectos para mí. Lo odio más y más, pero mi odio le da valor a cada uno de sus defectos; lo odio tanto, que si mueven uno de sus defectos lo odio más, porque así ya era muy malo. Odiándolo, le doy un valor: odiar es una forma más de amar, una tóxica, pero una más. Luego, vamos a la forma bonita. Amo a una persona. La quiero tanto, que verla feliz me hace feliz. Pero verla feliz solo se consigue después de verla en sus días malos: días en los que podrá llorar, ignorarme, no saber qué hacer, sentirse mal. Cosas que (sin llegar a ningún tipo de violencia) a mí me pueden hacer sentir mal. A cambio de ese dolor, luego viene la felicidad, y más amor. El placer me produce dolor; el dolor, doler por otro, es una forma de amar. El amor es un sentimiento plagado de paradojas, y sabes que te encuentras enamorado cuando estás dentro de una. "Lo quiero, pero no tener años de conocerlo me da miedo" es una paradoja: quieres estar con esa persona, pero no lo haces porque no has estado con esa persona.
Aquí llegamos a la paradoja principal. La razón por la que escribo esto, lo que le diría a mi ex si habláramos sobre volver a nuestra relación, es por la paradoja del ego.
Uno aprende a vivir por sí mismo. A valerse por uno porque no van a estar los demás, a no hacer nada para complacer a nadie. Pero luego llega una relación (pareja, amistad, familia) que involucre amor, y ahí está el problema: nuestro ego, nuestra forma de ser, puede impedir que amemos con totalidad. Porque al vivir por nosotros mismos nos preocupamos por nuestra búsqueda de paz y ayudamos al otro en tanto nos haga falta ayudarnos a nosotros. Cuidamos del otro como querríamos que nos cuidaran; no lo cuidamos como necesita que lo cuiden. Ser egoísta e intentar amar son cosas opuestas, totalmente: es hacer tuyo lo que es de los demás. Amar siendo víctimas de nuestras circunstancias, esperando que el otro haga el primer movimiento para adaptarse siempre, es hacer nuestra la vida del otro. Amar esperando que la gente se aleje de nosotros o se deje golpear cuando nos sentimos mal es hacer nuestro el bienestar de los demás.
Pero a amar uno no aprende separándose del amor. Se aprende amando. Ahí está la paradoja: el amor y el ego son cosas opuestas, no puedes amar sin ceder buena parte de tu ego, ni puedes tener el ego intacto si decides amar. No todos estamos listos para esa separación; y algunos sabemos perfectamente que lo estamos, pero no la iniciamos por temerle a las cosas diferentes. Pensando, dando muchas vueltas, creo que llegué a esa conclusión.
Quizá Angel nunca lea esto, porque es una persona ocupada, porque no lo verá en ninguna parte, o porque simplemente no le interesa. Pero creo que ahí está mi aprendizaje de por qué esta relación no funcionó: sencillamente, no puedes amar a nadie si no empiezas a ceder tu ego por ese amor. Puedes depender de alguien, puedes tener una conexión con alguien, pero no puedes amar sin desprenderte de tu ego para estar con alguien más. Mis errores los cometí al desprenderme demasiado; sus errores, al no desprenderse por tenerle miedo a lo que podría pasar.
Lo quiero mucho, mucho; por más cliché que suene, realmente escribo esto para desahogarme yo y no para dejarlo a él como el malo de todo. Me dio mucho cariño, mucha calidez, mucho apoyo: hoy duele el proceso de dejarlo por pensar que con él me sentía como en un hogar.
Y yo sé, que al final, va a hablar conmigo para decirme que no volveremos a estar juntos. Y yo sé, que será por la misma excusa: "mereces algo que sea para ti".
Y entonces, hará suyo también el destino de los demás.
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erickmqblr · 4 years ago
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Te espero
Te espero mirando los poemas sobre la lluvia. Espero que me hables para decirme que sí. Espero, aunque no todo el día, aunque en el fondo sé que no va a pasar. Que en unos meses vas a tener fotos con alguien más; y en unos días, a mí me vas a olvidar. Que no quedaré como nada más que un recuerdo, amargo, seco, cruel, un recuerdo de lo malo que siempre es el primer amor. Te espero, pensando en cuánto más esperaré. "Te espero", es un decir para: sé que no volverás.
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erickmqblr · 4 years ago
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Nunca hubo una pandemia
El lunes 16 de noviembre de 2020, en una extraña coincidencia, el planeta entero despertó para darse cuenta de que su vida hasta ese momento no había sido más que un sueño. De vuelta al 17 de marzo del mismo año, millones de personas abrieron los ojos confusas; los muertos se vieron de nuevo en vida, los hospitales estaban vacíos y las calles con cadáveres apilados se veían limpias. Todos, sin excepción, parecían recordar meses eternos perdidos en el tiempo: un encierro absoluto, una enfermedad destructiva. La paranoia constante al cuidarse de un enemigo invisible. Pero nada de eso estaba ahí. Solo quedaban ellos, confusos, y un cielo de un azul ligeramente más oscuro.
La gente salió a las calles con dudas sobre lo que estaba pasando. Todos habían tenido el mismo extraño sueño, sin excepción, y lo peor, es que parecía que ese mundo era una réplica exacta de donde estaban ahora. Visitaron lugares que solo conocieron gracias a no saber adónde ir, y ahí estaban. Vieron a los amigos hechos durante esos meses, y eran los mismos, ambos con recuerdos de una relación que no había pasado más que en sus cabezas. Las parejas se conocieron por segunda vez solo para ver que nada había cambiado. Los enfermos estaban a como eran antes de empeorar. En los noticieros aparecían encabezados: "Todo fue una farsa", mientras los políticos planeaban sus nuevas campañas viendo qué había fallado la última vez.
En vecindarios pequeños, todos salieron temerosos a probar una bocanada del aire exterior. No se había arreglado todo, pero nadie se estaba enfermando tampoco. Los desastres naturales apenas estaban empezando, aunque con el conocimiento nuevo, se pudieron evitar millones de muertes. Laboratorios e investigadores fundaron nuevas ramas de estudio para evitar la catástrofe que parecía haberles sido advertida. El sueño que el planeta tuvo, por más largo que pareciera, necesitó solo de una noche para darles una visión sobre los meses por venir. El lunes 16 de noviembre de 2020, la humanidad recordó que despertó de un largo sueño donde todos se dieron cuenta del verdadero valor de la muerte.
Habían algunos que, sin embargo, notaron discrepancias con ambas realidades. Personas elegidas casi al azar habían desaparecido sin dejar rastro; no muerto, desaparecido, como si el tiempo nuevo les hubiera dejado atrás al no merecer otra oportunidad. Algunos estudios, no muy populares, hablaban sobre un virus que solo afectaba al cuerpo cuando uno dormía. El tinte azul del cielo era ligeramente más oscuro. Y a veces, las antiguas naves que algunos veían como seres de otros planetas, eran reemplazadas por puntos rojos que parecían arder en llamas.
El sueño eterno también dejó algunas consecuencias. Los más débiles de mente despertaron sin saber exactamente cuál era la realidad, presas dudando de su propio hábitat, o si no estaban en realidad en un reality show que mostraba cómo sería la vida si no hubiese ningún virus. Algunas personas se levantaron en protesta: ¿dónde está el mundo que dejamos? ¿dónde está la gente que perdimos, y de qué sirvieron las lágrimas que lloramos? Y los últimos, los más ignorados, se preguntaban por qué volvían a estar vivos. Les dieron una segunda oportunidad que no pidieron. Los primeros meses del despertar, el número de suicidios fue el más elevado que había tenido la humanidad hasta el momento.
Poco a poco, el mundo fue cambiando para no volver a hablar del virus. Los eventos del sueño fueron eso: un sueño, y expertos movieron al mundo para no volver a tratar el tema con un ápice de realidad. Con el conocimiento teórico en las mentes brillantes, se crearon y repartieron vacunas para una enfermedad que todavía no atacaba, en un ataque masivo de paranoia. Todo pasaba mientras más gente estaba grabando los puntos rojos en el cielo, y cada vez parecía más como si tuvieran alas.
No fue sino hasta años después, cuando me di cuenta de las discrepancias en el mundo, que decidí lidiar con ellas tomando un montón de pastillas para dormir. Creí que si despertamos de ese sueño todos a la vez, podría volver a él durmiendo lo suficientemente profundo, para así descubrir de una vez por todas qué estaba pasando en los dos mundos. Lo que sucedió, en realidad, es que morí. O bueno, no del todo: desperté.
Abrí los ojos el lunes 16 de noviembre de 2020, para darme cuenta de que mi vida hasta ese momento no había sido más que un sueño. Desperté a la par de miles de personas, y fui recibido por quienes ya estaban despiertos. Caminando por calles vacías, vimos que el resto del planeta parecía dormir en un sueño eterno. En las noticias, se podía escuchar sobre la misma cepa del virus que solo afectaba al cuerpo cuando uno dormía. Fueron quienes durmieron lo suficiente los muertos que despertaron otra vez en la mañana del 17 de marzo de 2020, y los insomnes y suicidas, quienes no dormimos lo suficiente para pasar a este nuevo paraíso. O eso creía. Pero las mismas luces rojas, que a veces parecían estar cubiertas de alas, corrían por el mismo cielo azul ligeramente más oscuro. Y a veces, cuando cierro los ojos, todavía siento que puedo despertar.
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erickmqblr · 4 years ago
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Reflejo
Me levanto. Siento el aire crespo tocando mis mejillas, mis pies fríos exploran el interior de la cobija. Calor: hay calor alrededor de mí, guardado en el limbo entre la cobija y mi cuerpo, aun así, sigo sintiendo frío. Estoy un rato despierto mientras escucho al vecino gritarle a sus perros. Son unos cachorritos recién nacidos, él es un hombre de mediana edad con un muy mal temperamento. Miro al techo pensando en absolutamente todo mientras veo singularmente nada. Decido inhalar profundamente antes de levantarme de la cama. Voy, de camino al baño. Un día a la vez.
Me lavo los dientes con tranquilidad decaída: como quedan las casas en ruinas tras un desastre natural, donde los residentes ven que no hay otro peligro aparte del futuro. Estoy aquí. Escupo, enjuago, enjuague bucal. Me miro al espejo. En él veo un par de ojos vacíos unidos a un cuerpo que no es el mío: brazos lánguidos, piernas debiluchas, un rostro cansado. No soy yo. No, podría jurar que este espejo está dañado, porque ese no soy yo.
Me miro a los ojos un momento. No acostumbramos a pensar en el fin de las cosas porque, realmente, tampoco sabemos  qué cosas van a tener un fin: es solo hasta que terminan cuando sabemos que empezaron. Cuando me miro a los ojos, puedo sentirme pensando en el fin. No sé si el mío, o el de mi reflejo. Después de un rato, quien está dentro del espejo empieza a moverse sin que yo lo haga. Termina con su rutina de mañana, lavándose la cara y preparándose para empezar el día, hasta que se detiene abruptamente antes de salir del baño. Ha pensado en algo.
Lo sigo hasta el espejo que hay en mi cuarto, donde entra a arreglarse para salir a trabajar. Mientras se pone el pantalón, no deja de mirar al escritorio con cierta inquietud. Luego de un rato, se harta. Va al mismo y de debajo de la mesa de trabajo saca una cajita decorada, que abre y empieza a leer. Veo en sus ojos que ya no quiere seguir leyendo, pero lo hace igualmente. Aunque no lo diga, puedo leer sus pensamientos: él pensó demasiado en el fin de una cosa, y por ello, nunca fue capaz de disfrutar el principio. Es horrible pensar que ese regalo podría ser el último que me darías. Sube la mirada un poco hacia la mesa, regada de papeles, tijeras, un sobre y muchos intentos fallidos de origami. Y es aún peor pensar que nunca pude responder a nada de lo que me escribiste. El reflejo siente que su mundo está intacto al mismo tiempo que se cae a pedazos: porque nada realmente malo está pasando ahora, pero sabe que eventualmente pasará. Siente dolor. Me mira a través del espejo y veo que se asombra tanto como yo de estar viendo a un desconocido.
Se me acerca mientras se sigue vistiendo, yo le correspondo para examinarlo más de cerca. Tiene el cabello descuidado, los ojos apagados, y está ensayando una sonrisa y un rostro amigable que va a utilizar después. Él, por su parte, examina cuidadosamente cada parte del lugar donde estoy. Ve que en mi cuarto no hay ya cartas, observa con detenimiento las cicatrices en mis brazos y mira con cautela el frasco vacío de pastillas en mi buró. La luz tenue que tengo conmigo es suficiente para iluminar el desastre a mi alrededor. En su cama tiene un espacio para dejar el celular cargando, donde yo prácticamente no uso el celular. Se termina de vestir y se mira en el espejo.
Ninguno de los dos reconoce al otro. El reflejo mueve el brazo donde yo la cabeza. Actúa cuando yo estoy agotado. No ve nada de lo que veo yo realmente. Toma su teléfono y lo veo mirar con ansias los nombres en la pantalla. Después, se mira al espejo. Tiene miedo de que todos esos nombres desaparezcan y, muy en el fondo, sabe que en cualquier momento va a terminar como yo. Al final, una mano que no es la suya, ni la mía, lo toma por el hombro y lo hace guardar el celular. Detrás de él, una bestia enorme de manos puntiagudas lo resguarda. Le acaricia el rostro y, al final, pone sus manos sobre su cuello, haciendo lentamente más presión para irlo sofocando. El reflejo no se inmuta, toma sus cosas y se prepara para irse. Quiero decirle que no lo haga, que no lo deje seguir así, pero no me hace caso.
Cuando el reflejo sale de su cuarto, intento seguirlo en vano. Yo todavía no puedo salir del mío. Tomo una libreta y escribo. Pasó otra vez. Estoy escribiendo con la mano derecha cuando sé perfectamente que soy zurdo. Entonces me veo irme por la puerta con esa bestia sofocándome lentamente. Lo hago mientras recuerdo que quién vive dentro del espejo siempre fui yo.
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erickmqblr · 4 years ago
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Singularidad
Cuando fui a ver a María después de tanto tiempo apartados, recordé las veces que dudé de mi nombre. Nos conocimos durante la preparatoria; en el ajetreo de la vida diaria, con estudiantes pasando y viniendo, pasos apurados, muchas cartulinas, nos empezamos a hablar un día solo porque dio la casualidad que el profesor nos sentó juntos. Yo, que había pasado buena parte de mi tiempo ahí ignorando su existencia (ella tan tranquila, tan dulce, era muy fácil no darse cuenta de que estaba ahí), encontré en ella una buena amiga a quién, más pronto que tarde, le conté sobre cómo dudaba de mi nombre. "¿Cómo así?" fue su primera reacción, en vez de mirarme con asco o extrañeza: "Pues a veces creo que no me llamo Samuel. Significa: escuchado por Dios. Fue un profeta muy importante. Tú me ves y, ¿quién soy? Pues nadie." María solo se rió tranquilamente, me tocó el hombro, y dijo: "Es un nombre. Tú no necesitas ser nadie. ¿Ahora porque le puse a mi gata Campanita, se va a transformar en una campana? Pues no."
Esa respuesta me calmó un poco, aunque seguí dudando de que realmente ese fuera mi nombre. Pensé que mis padres me habían recogido en algún lugar por la periferia de la ciudad, y me pusieron así, pero que ese no era mi nombre real. No podía ser que un alma tan común como yo hubiese nacido siendo oída por Dios, pero creo que era el único que se preocupaba por eso. Cuando terminó la preparatoria, María y yo pudimos vernos cada vez menos: yo empecé a trabajar en un laboratorio, ella comenzó la Universidad estudiando turismo (siempre había dicho: quiero explorar el mundo y ayudar a otros a explorarlo), hasta que llegó el eventual momento en que nos separamos por completo. Yo en un lado, ella en otro, la vida le iba bien a cada quién por su camino. Hasta que un día ella me manda un mensaje: "¿Aló? Oye, estoy en la ciudad. ¿Nos vemos por un café para hablar?"
Quedamos en el Café Sol, en la esquina de Coronación y Teniente López, donde había un estacionamiento al lado del café y la calle tenía, más adelante, un parque al que podíamos llegar si acaso nos cansábamos de quedarnos sentados en un mismo sitio. Llegué al Café, inusualmente vacío: donde a estas horas habrían baristas colocando el espresso en las máquinas para preparar los shots de cada bebida, golpeando metal con metal, con el sonido de los moledores en el fondo triturando cada grano de café; no había nada ni nadie aparte del silencio incómodo cuando solo dos personas entran al local. María, pelirroja de ojos cafés, con un vestido largo y verde, se veía radiante a sus 24 años de edad. Yo, chamarra gris, polo azul, pantalón negro, sin mucho más que aportar al mundo. Nos sentamos a charlar un rato. María pidió un shot de espresso, yo un moka con crema batida.
   -¿Y cómo te ha ido? -pregunté para romper el hielo.
   -Ya sabes, ya sabes, nada fuera de lo común; prácticas en un lado, en otro, el hotel con sus problemas de administración, las temporadas altas llenas de familias insoportables...
   -¿Sigues teniendo al gerente de las paletas?
   -Gracias a Dios no, no, no. Ese día casi muero, a ver, ¿por qué pondrías a la nueva a entregar paletas de hielo sin que se derritan en mitad de la playa a cuarenta grados? ¿A quién en su sano juicio se le ocurriría?
   -Pues solo a él, por lo que parece.
   -Aunque, ¿estaba en su sano juicio?
   -Lo dudo bastante.
Ambos reímos. Pasamos una tarde bastante agradable. Yo, como laboratorista, le conté un par de anécdotas sobre cómo me llegaban personas a quienes les extraía 90% grasa y 10% de sangre; sobre pruebas con resultados excelentes y de mi caso más curioso hasta el momento.
   -¿Qué, qué, qué pasó?
   -Pues un día, no te lo vas a creer, en el hospital me mandaron a hacer pruebas a un paciente equis para su operación, se las iba a mandar al anestesiólogo y todo. Se las hago, y resulta que el hombre no iba a tomar bien absolutamente ningún tipo de anestesia. Estaba con mis compañeros, todos me vieron haciendo la prueba con la higiene de siempre, y hasta me ayudaron a hacerla bien, porque no sabía manipular la muestra para ese tipo de cosas. El asunto es, voy a dársela al anestesiólogo, y veo al paciente: unos treinta años, sintiendo el peor dolor de su vida por una apendicitis para la que no lo podían operar bien por tantas cosas que padecía. Lo veo y digo: ay, ojalá no tuviera ningún problema en la sangre, para que puedan operarlo bien, quitarle su dolor. Entonces...
   -¿Entonces?
   -Le doy la hojita al anestesiólogo. La lee, y me dice: qué bien, no tiene nada malo, podemos comenzar ya y usar anestesia general. Yo, obviamente desconcertado, le pido la hojita: es el nombre, número de muestra, es todo, pero ya no aparece el desorden que le hace rechazar la anestesia. Vuelvo rapidísimo con mis compañeros, hago todas las preguntas, todo sigue igual. Volvemos a hacer la prueba, con exactamente el mismo procedimiento. Y el problema se ha ido por completo.
   -Wow...
   -Sí, ¿puedes creértelo? No sé qué sucedió ahí...
   -Es casi como lo que me decías antes. De tu nombre.
   -¿Samuel?
   -Significa oído por Dios, ¿no? ¿Y, y, y si Dios te escuchó?
   -Suena como demasiado para una persona como yo.
   -Quizá -dijo, mientras parecía ponerse seria- quizá, quizá, te pasó una singularidad.
   -¿Una singu, qué?
   -Las señoras del hotel donde trabajo hablan mucho de eso. Cuando la naturaleza, Dios, o cualquier cosa por la que se rija el Universo, se alinea para cumplir momentáneamente el deseo de una, una sola persona, por muy radical que sea. Una coincidencia en un billón. Singularidad, singular, uno. Creo que en física tiene otro significado, algo científico o así, pero si tomamos este, pues...
   -Una coincidencia. Una coincidencia en un billón solo para darle sentido a mi nombre. Ja, ¿será que habré sido escuchado?
Giré a ver si podía pedirle a algún mesero que nos trajera la cuenta, pero ya no había nadie dentro del café. Totalmente vacío. En las ventanas, el cielo se veía sin nubes, y aunque debían ser alrededor de las 8, seguía tan claro como cuando entramos en la tarde.
   -Mari, ¿qué es esto? -María se giró también. Ella parecía tener toda la calma del mundo.
Me levanté de nuestra mesa para explorar el lugar. En efecto, no había ningún mesero, ni barista, ni cocinero; por las ventanas se veía una ciudad sin autos. El sonido ocupado y sucio de una ciudad como esta, llena de automóviles rugiendo, peatones a prisa rompiendo las suelas de sus zapatos lentamente con la acera, se había cambiado por un profundo silencio que parecía estarme escuchando a mí, a mi corazón, y a la voz de todos mis pensamientos. Era un silencio tranquilo, calmado, como el que se tiene cuando hablas con un amigo de mucho tiempo e interrumpen momentáneamente su conversación para pensar cada uno en lo que han dicho hasta ahora. Ese silencio que transforma el espacio: lo curva, lo nubla, le trae una cualidad suave y confortable; el aire se siente como almohadas mientras cada sonido se resume en una respiración. Mis pies eran plumas sobre el espacio vacío, y pronto, volteé a ver a María, quien estaba con una sonrisa dulce en su rostro. Me senté con ella.
   -Mari...
Cerré los ojos un momento y cuando los abrí, estaba en la cafetería, llena de gente, con meseros corriendo y los baristas alternando sus posiciones en un vaivén de salidas para el café. Los murmullos se hicieron presentes, las pisadas, el sonido de metal chocando con metal, los moledores de café gritando su trabajo. Estaba solo, con mi moka. Pedí la cuenta a un mesero.
El contacto de María ya no estaba en mi teléfono. Nadie de nuestra preparatoria la podía recordar. Su casa ya no estaba, y su Universidad no tenía registros de ella. Le di muchas vueltas al asunto, hasta eventualmente dejarlo de pensar. Solo fue hace unos días, hablando con mi papá, que lo entendí todo. Me dijo: “Una vez, con tu mamá, de jóvenes, nos preguntamos qué nombre nos gustaría para nuestros hijos. Samuel sonaba bonito. Y al escucharlo, le dije a tu mamá: ‘ojalá el chico, cuando dude de sí mismo, siempre sea escuchado por Dios’”.
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erickmqblr · 4 years ago
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Tiradas de tarot
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Una de las partes de la prepa que más conflictos me causa es esa, por ahí de cuarto semestre, cuando empezó nuestra obsesión con el Tarot.
Fue desde antes que los horóscopos se hicieron parte central de nuestra vida escolar; así como los griegos harían en el pasado con el Oráculo de Delfos, Mhoni Vidente fue la guía en quien confiábamos nuestras decisiones laborales, académicas y amorosas. Cada lunes, sin falta, utilizábamos la clase de matemáticas para leerle el horóscopo a cada persona de nuestro grupito (si no mal recuerdo: un Sagitario, dos (¿tres?) Virgos, un Capricornio, dos Aries, y un Leo). La tradición pasó de forma oral hacia otras clases, y así, en cada grupo nos conocían por leer el horóscopo. Utilizábamos la astrología para conocer nuestras debilidades en la semana e intentar sobrevivir en el mar turbio y mohoso que era la prepa. Cuando nos empezamos a obsesionar con el Tarot fue, sin embargo, por razones muy distintas.
Hago un cambio de tema aquí para luego unirlos todos al final. Sentimentalmente, cuando uno se enamora y no es una persona tremendamente aburrida y sin personalidad como, digámoslo, un provida, una persona sin traumas, o alguien heterosexual (no se crean, aquí les amamos a todes), tiende a caer en al menos un par de relaciones tóxicas. "Tóxico", que puede significar muchas cosas: la relación que te hace sentir como un pedazo de basura, la que tiene abusos mentales o físicos, o la que te vuelve una esposa ciega pensando que el marido sí la quiere, pero tiene problemas y por eso la trata mal. "Tóxico" con un factor en común: el misterio, el enigma y acertijo que es sentirse uno como la persona más enamorada del Universo, pero no saber en lo absoluto cómo se siente el otro. Y cuando le preguntas, te ignora, te dice idiota, o directamente no responde la pregunta. Una relación, digamos, que funciona de la misma manera que el tiempo: hoy te sientes bien, pero quién sabe mañana. Tú te sientes bien, pero quién sabe el otro. Por tu poco conocimiento, pueden estar a punto de matarse entre ustedes o de casarse y tener una familia feliz. El tiempo y el otro son igual de misteriosos, e igual de impredecibles, con una gran diferencia: el tiempo tiene motivos para ser misterioso, pues si supiéramos lo que sucederá, ¿dónde quedan la libertad y las ansias para vivir? pero el otro, no, porque si no sabemos lo que siente, ¿dónde queda lo que sentimos nosotres?
La astrología tiene su foco en el autodescubrimiento. Saber tu carta natal y cómo te afectan los movimientos de la Luna no es tan útil para adivinar el futuro; sino para conocerte a ti mismo, a tus debilidades, y que te sea más fácil reconocer quién eres y qué te falta para ser mejor. Mi Venus en Virgo no me dirá a qué edad me casaré, pero sí me ayuda a comprender que soy alguien mandilón con aquellos cercanos a mí, cosa que puede hacerme terminar muy lastimado. El Tarot, casi que igual, casi que al contrario, se centra en la construcción de una vida. Donde la astrología te sirve para conocerte a ti mismo, el Tarot lo hace para saber qué aspectos de tu vida flaquean, así como el qué hacer para solucionarlos. Si en una tirada preguntas qué pasará con tu vida laboral y sale "La Torre", significa que todo se vendrá abajo pero, eventualmente, se va a reconstruir; de esta manera, sabes que debes prepararte para la eventual destrucción, así como debes resistir hasta llegar a la eventual reconstrucción. La simbología del Zodíaco está plenamente definida, funciona más como una serie de fórmulas matemáticas; la del Tarot es variable, se adapta, está llena de matices y secretos. Ambos, utilizados correctamente, pueden ser métodos para adivinar el futuro auténticos y con muchas más aplicaciones prácticas que la quiromancia o la lectura de hojas de té. Pero, para la vida diaria, e incluso para el escéptico, funcionan de la manera que acabo de explicar.
Cuando nosotres nos comenzamos a obsesionar con el Tarot fue a la par que empezamos a sentirnos realmente atraídes hacia ciertas personas. Claro, también a la par que nuestras vidas se iban lentamente al garete, pero se entiende. Utilizábamos el Tarot para comprender los actos que debíamos hacer para avanzar en nuestras vidas, así como para saber cómo se sentía el otro. Mil veces las cartas nos hablaron de manera conflictiva sobre el daño que nos estábamos haciendo, y mil veces decidimos ignorarlas. La falta de comunicación, de seguridad, de todo, nos llevó a adivinar cosas gracias al Tarot. Un día, las cartas dijeron: "pon las cosas sobre la mesa o te van a dejar", cuestión que ignoramos hasta que, eventualmente, nos dejaron como novias de rancho por no poner las cosas claras. Otro día, las cartas dijeron: "la otra persona tiene un problema contigo que no te quiere decir", cosa que ignoré hasta el día cuando mi ex decidió poner todo el ímpetu que su espíritu le daba para convencerme de que yo era la peor persona que había pisado nunca este planeta. El asunto es: el Tarot fungía como nuestro medio para saber cómo se sentía el otro. Porque en la posición en la que estábamos, el otro solo fingía sentir lo mismo, o fingía sentir más, pero era una bomba que nunca nos ayudó a sentirnos segures.
Con el paso del tiempo, nos pudimos alejar, tomar un respiro, y comenzamos a sanar. Poco a poco, a pasitos de bebé, pero a sanar. Eventualmente, con dejar de estar en ese ambiente vienen nuevas personas, nuevas relaciones, y nuevas formas de hablar que coinciden con cómo queremos estar. Uno no ve que todo cambia, hasta que cambia. Ayer, me di cuenta de una cosa: la persona que tenía ahí, con quien quería estar, me estaba diciendo cómo se sentía directamente. Me estaba diciendo qué quería, qué pensaba, porque salió el tema, sin que ninguno de los dos tuviera que forzarlo. Yo estaba sorprendidísimo, porque llevaba años que eso no me sucedía. Luego, me di cuenta de que con ello, yo mismo podía decirle cómo me sentía, y por primera vez en mucho tiempo, no me sentía culpable, ni triste, ni como un idiota. Una persona con quien quería tener una relación amorosa no estaba alimentando mis inseguridades; por el contrario, las estaba disminuyendo sin darse cuenta.
Poniéndome a pensar un poco, con esta nueva incertidumbre, y hablando con mis amigues, descubrí que no es normal tener que usar cualquier método de adivinación para saber cómo se siente el otro. No es normal leer las hojas de té, consultar el horóscopo, o leer las cartas, para saber si le sigues gustando o no a la otra persona. Me he desacostumbrado mucho a tener cualquier tipo de seguridad interpersonal cerca de mí: aunque ya es menos, aún funciono pensando que el mundo a mi alrededor es una bomba de tiempo que está constantemente a punto de explotar. Mi único recurso para saber más o menos cuándo es la adivinación. Y eso, creo, tampoco es normal.
Ahora, mientras empezamos a sanar, a descubrir nuevas formas de relacionarnos, todavía tenemos una pequeña esperanza de saber cómo debería ser una relación interpersonal sana. Todavía hay una esperanza, incluso, de estar en una. Todavía podemos estar con gente que nos haga feliz. Y quizá, espero, nunca debamos hacer otra tirada de Tarot.
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