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#superar la tristeza y el cansancio
vistazo-al-futuro · 11 months
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Navegando las Aguas del Estrés Académico
¡Hola a todos y bienvenidos a Vistazo al Futuro! Soy Alejandra Salvatierra. Y estoy emocionada de embarcarme en este viaje con ustedes para explorar y abordar un muy sonado tema: El estrés académico.    Sabemos que la vida estudiantil puede ser emocionante, llena de descubrimientos y oportunidades. Sin embargo, también reconocemos la realidad del estrés académico, una montaña rusa llena de emociones y desafíos que muchos de nosotros enfrentamos. Desde los exámenes hasta los proyectos finales, y las interminables noches de estudio. Es por ello que, compartiré historias personales, ofreceré consejos prácticos, y exploraremos juntos estrategias para enfrentar y superar esos momentos difíciles. 
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¿Ahora bien, alguna vez has sentido que ya no puedes con la escuela; con la carga académica, los exámenes, los proyectos, las expectativas de los profesores, la competencia entre compañeros y la preocupación por el rendimiento académico?.
Por mi parte sí, muchas veces, pero no sabía que era lo que exactamente me estaba sucediendo ya que, muchos a mi alrededor me decían que era cansancio por no haber "dormido bien a causa del celular", o simplemente creían que eran excusas dramáticas. Y que más bien, me valla preparando para la vida universitaria que ahí sí se sufre el verdadero estrés. Eso me paso a mí, por eso, indagué al respecto y me di cuenta del significado de esta frase: Lo que nos genera estrés no son las situaciones, sino nuestra percepción de ellas. 
Es muy cierto! , pues el nivel de estrés depende de cada persona y su forma de relacionar algo negativo con una emoción, preocuparnos no va a evitar que algo nos duela emocional o físicamente. Sin embargo, nos quita las «ganas de vivir» de hoy. Es decir, la ansiedad por el futuro hace que no disfrutemos el presente. Y como en este maravilloso blog no queremos que eso te pase, a continuación, exploraremos los síntomas, causas, efectos y, lo más importante, estrategias para superar el estrés académico.
Antes que nada, me gustaría que recozcas, sí es que, te identificas con este listado de sintomas.
1° síntomas del estrés académico  
Problemas físicos: Dolores de cabeza, dolores musculares, problemas gastrointestinales y otros síntomas físicos.
Fatiga: Sensación constante de cansancio, incluso después de descansar, debido a la presión y la carga de trabajo. 
Cambios emocionales: Pueden incluir cambios en el estado de ánimo, como episodios de tristeza, llanto frecuente o sentimientos de desesperanza.  
Perfeccionismo extremo: Sentirse constantemente presionado para lograr la perfección académica, lo cual puede generar una carga adicional de estrés. 
Procrastinación: Evitar tareas académicas importantes y posponerlas constantemente debido a la ansiedad asociada con el rendimiento. 
Problemas de autoestima: Sentimientos de baja autoestima relacionados con el rendimiento académico y la comparación con otros estudiantes. 
2° causas del estrés académico  
Carga académica elevada: Tener muchas asignaturas o cursos difíciles al mismo tiempo puede generar una carga excesiva de trabajo, lo que puede llevar al estrés. 
Presión para obtener buenas calificaciones: Las expectativas de los padres, profesores o del propio estudiante para obtener altas calificaciones pueden generar un estrés adicional. 
Competencia entre compañeros: La competencia intensa con otros estudiantes puede aumentar la presión y generar estrés, especialmente en entornos académicos altamente competitivos. 
Problemas de organización y gestión del tiempo: La falta de habilidades para organizar el tiempo y manejar eficientemente las tareas académicas puede contribuir al estrés. 
Problemas personales: Los problemas personales, como problemas familiares, relaciones interpersonales difíciles, problemas de salud o dificultades financieras, pueden afectar negativamente la capacidad de un estudiante para manejar el estrés académico. 
Miedo al futuro: Las preocupaciones sobre el futuro, como la elección de carreras, empleo después de la graduación o la presión para tener éxito en la vida, pueden contribuir al estrés académico. 
3° Efectos del estré y Estrategias para sobrevivir
Recomendación: En el siguiente video nos hablaran de cosas muy importantes sobre le estres, así que, toma nota!!
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bien, ahora que ya viste el video y sabes como nos afecta, es momento de que tomes tus precauciones, organizando mejor tus tiempos y aplicando en tu vida las estrategias para lidiar con el estres acdémico.
Pero, antes de irme me gustaria mostrarte un último video motivacional.
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Este blog no solo es mío, sino también tuyo. ¡Espero que compartas tus propias historias, consejos y pensamientos en los comentarios! Juntos, podemos construir una comunidad de apoyo donde cada uno se sienta comprendido y motivado. 
Así que, ¡vamos a sumergirnos en este viaje juntos y enfrentar el estrés académico con fuerza y resiliencia! 
¡Hasta la próxima entrada! 
Alejandra Salvatierra - 5to H
4 notes · View notes
cwrotes · 2 years
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But the truth is I could spend my whole life getting over you ; larry au!
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pairing: louis tomlinson x harry styles
language: spanish/español
genre: angst, open ending
word count: 22,188
tags/warnings: emotional hurt, angst, broken relationships, they broke up, emotional harry styles, based on a Lauv song, Harry still love Louis, open ending, feelings realization, denial of feelings, non-famous louis tomlinson, non-famous harry styles, maybe they get back together, harry crying over louis, alternative universe
summary: “Harry se pasa las noches debajo de alguien más con la esperanza de poder superar a Louis, y cree estar avanzando con ello, pero cuando se encuentran en una reunión de ex alumnos de la universidad a la que asistieron, no puede evitar tener una recaída y querer estar con él una vez más, porque la verdad es que podría pasarse la vida intentando superar a Louis y aun así no lo lograría.”
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Un espasmo atraviesa su columna vertebral con fuerza latente. Un jadeo profundo se atora en lo más profundo de su garganta. Sus ojos se vuelcan hacia la parte trasera de su cabeza. Los brazos le tiemblan al igual que las rodillas y toda su existencia se reduce al sudor que se presenta en gotas sobre su frente, cayendo y perdiéndose entre la suavidad de sábanas que no reconoce y que se sienten tan ásperas y ajenas que es casi repugnante aferrarse a ellas.
 Sus oídos pitan durante una décima de segundo. Sus dedos se aprietan en torno a la tela en su miserable intento por soportar los latigazos el orgasmo que lo abarrota y lo domina al igual que esas manos extrañas que se aprietan en puntos específicos en su piel.
 Las yemas contra su dermis se sienten como el fuego calcinando sus esquinas. Cada apretón es una agonía. Cada marca es una memoria que no quiere. Cada roce es un tatuaje que se queda en su alma por lo que podría ser una eternidad.
 Y no lo necesita, en absoluto. Y aun así se encuentra en esta cama desconocida, esa en la que cae exhausto mientras percibe como sus músculos se tensan tan solo para quedar lánguidos y suaves dentro de su cansancio.
 Un quejido se escapa de su garganta al percibir como su interior queda desolado, provocando que un estremecimiento lo sacuda con el propósito de lidiar con el desamparo que lo gobierna.
 Respira en voz alta, por la nariz, y se pasa las manos por la cara al mismo tiempo en que unos brazos fríos y extraños rodean su costado para atraerlo a una adicción que ni siquiera sabe cómo empezó.
 Sus párpados se mantienen juntos mientras es besado en la curva de los hombros. Son besos que terminan en mordeduras, que a su vez recorren su tez con un afán que resulta ser hasta fastidioso pero que de todas formas tolera cuando finalmente llegan a su boca. Harry se deja besar.
 Permite que su boca sea poseída por milésima vez en esa sola noche y por una lengua ácida que se entromete en su cavidad para explorar cada rincón de sus esquinas como si no lo hubiera estado haciendo gran parte de la noche, desde que accedió a irse del bar con él para no regresar. 
 Se deja besar, pero en todo lo que puede pensar ahora —mientras sus brazos cansados se envuelven alrededor de unos hombros delgados que se sienten como algo que no podría describir— es en que no es lo mismo.
 No es lo mismo. No es lo mismo. No es lo mismo.
 No es él.
 No es nadie y todo lo que le queda es una repentina tristeza que vuelve a hacerse presente una vez que la neblina en su mente empieza a disiparse con lentitud.
 Quiere echarse a llorar dentro de su melancolía embriagada. Tiene ganas de lamentarse por sus acciones pasadas y por todas las cosas que ha vivido hasta ese preciso momento. Desea sufrir apropiadamente para poder simplemente superarlo y salir del fondo de ese hoyo en el que lleva desde no sabe cuánto. Sin embargo, todo lo que hace es permitir que su cuerpo colapsado ceda a esas manos ajenas.
 Este hombre sabe en dónde tocarlo, a pesar de todo. Conoce la mayoría de sus puntos más débiles y sensibles y, aun así, su tacto se las ingenia para sentirse como la caricia más helada que no ha recibido jamás. No obstante, es capaz de admitir que sus roces son bastante parecidos a los de los demás hombres con los que ha estado.
 Todos muy fríos, como pasar un pedazo de hielo sobre su piel, quemándolo dolorosamente, provocando que sus huesos se entumezcan y que su piel se agriete de la forma más despiadada de todas. Se ha congelado tantas veces, que ya casi ni recuerda lo que alguna vez fue tener el verano besando cada esquina de su anatomía.
 Un chasquido resuena en la habitación cuando su boca se aparta eventualmente de la ajena. Sus pulmones exigen una cantidad absurda de oxígeno y sus pestañas finalmente se sacuden para permitirle visualizar al hombre que tiene enfrente.
 No sabe quién es. No recuerda exactamente si le dijo su nombre y tampoco está seguro de si él sabrá el suyo. Tampoco sabe quién de los dos tiene más copas arriba y si intercambiaron la cantidad de palabras necesarias para haber acabado en esta situación.
 No es que Harry tenga una especie de límites, ni mucho menos una clase de límite que le ayude a determinar quién puede ser merecedor de una noche de descontrol con esa embriagada versión de sí mismo.
 No sabe nada, en realidad. No tiene la menor idea de nada que no sea el hecho de que este desconocido tiene el océano dentro de los ojos. Mareas influenciadas por la tranquilidad de un atardecer que ha pasado hace horas y que aun así ha quedado inmortalizado en esas cuencas que ahora lo miran con una expresión casi ilusionada que Harry otorga a la ebriedad en la que ambos se encuentran.
 También le acredita al alcohol la caricia que le dedica en la esquina del párpado, sin dejar de mirarlo directamente a esos orbes que por poco quedan atrapados entre párpados y pestañas que no pueden compararse con los del cielo. Porque Harry ha conocido el cielo en persona, y lo ha tocado con sus propios dedos incluso. Y así como lo ha tenido entre las puntas de sus dígitos, también se ha perdido de él, probablemente para siempre, pues no ha vuelto a encontrarlo en las cuencas de nadie más.
 Ha sido una búsqueda exhaustiva, y absurda en todo el sentido de la palabra debido a su constante saboteo. Lo cierto es que Harry sabe perfectamente en dónde se localiza el azul que tanto ha estado echando de menos.
 Es dolorosamente consciente del paradero de ese tono añil que ha anhelado volver a ver, tanto, que, si realmente lo quisiera, sí no fuera un cobarde con todos los miedos pegados a su piel, fácilmente podría tomar un tren que lo lleve a ese destino. Mas, sin embargo, no puede hacer algo como eso. En realidad, Harry no es capaz de hacer otra cosa que no sea perderse en camas ajenas, sábanas heladas y bocas que no saben a esa dulzura que tiene tatuada en el paladar como un recuerdo y nada más.
 Porque ninguno de esos hombres es él. Y si no se trata de él, entonces Harry solo está corriendo del mañana para chocarse con la misma pared una y otra y otra vez.
 —¿Te la has pasado bien? —pregunta de repente el extraño, con un acento irlandés que solo ahora el rizado nota, con su repentina voz gruesa retumbando en sus tímpanos y sacándolo de sus cavilaciones en un arrastre que sinceramente no se espera.
 Harry parpadea en el aire, su labio inferior es cepillado por unos ajenos en un beso que no se espera pero que tampoco rechaza —lo cierto es que lo corresponde como si estuviera sedado—. La punta de su nariz es acariciada por una que no le pertenece. Sus costados son apretados por las mismas palmas que no han dejado de recorrerlo y tontear con él en toda la noche y si no fuera porque está lejos de sus cinco sentidos se habría dado cuenta de que esto no es lo que necesita.
 Todo es demasiado denso y vacío, extremadamente pesado y casi espantoso, como sus extremidades todavía lánguidas que no han dejado de hormiguear a pesar de que se mantienen rodeando esos hombros puntiagudos que ya no tiene ganas de tocar, pero a los que aun así se aferra porque no tiene nada mejor que hacer.
 Se obliga a llenarse los pulmones de aire, a respirar con profundidad absoluta mientras sacude las pestañas y trata de organizar las palabras en su desordenada mente.
 La presión en su pecho no cesa. No lo ha hecho desde hace años.
  —No es lo mismo —susurra, y lo hace tan bajo que la oración resulta ser inaudible para una comprensión que no viene siendo la suya.
 El muchacho sin nombre echa hacia atrás la cabeza para poder mirarlo con esos ojos tan suyos que se le clavan en cada esquina del rostro.
 —¿Cómo dices? —cuestiona casi de inmediato, su entrecejo medio fruncido y una sonrisa casi incómoda estirando esas comisuras que el rizado está harto de probar.
 Su visaje es interrogativo y confuso, y es comprensible. Harry también estaría confundido si fuera él.
 Tiene que volver a sacudir las pestañas y a respirar, inseguro de si lo que está sucediendo va a ser un reflejo del resto de su vida y de si no habrá ni un solo momento de su existencia en el que pueda superar lo que sucedió hace tanto tiempo.
 La respuesta es no a pesar de que no se ha hecho ninguna pregunta y no hace más nada que sacudir la cabeza, sonreír en su estado de ebriedad permanente —si sigue así, está seguro de que desarrollará un severo problema con el alcohol, si es que no lo ha hecho ya— y tirar de esa nuca ajena para darle un nuevo beso que disipe todos los pensamientos que puedan existir en la mente de los dos.
 Debería de sentir alguna especie de remordimiento al percibir como aquel sujeto sonríe contra sus labios, como si de verdad le gustara lo que está haciendo, como si realmente creyera que lo está seduciendo a pesar de que Harry solo lo está utilizando como lo ha hecho con tantos otros.
 Podría tenerle, aunque sea una pizca de consideración, podría ser un poco más compasivo al tener la impresión fugaz de que este sujeto puede ser bueno, tal vez un tipo decente que simplemente ha decidido pasar el rato en un bar gay cualquiera para conocer a un rizado espantosamente homosexual que no ha sido feliz ni un solo instante después de su graduación en la universidad.
 Pobre de él. Es una verdadera pena porque Harry sabe muy bien que no lo volverá a ver y que una noche es solamente eso. Y es agotador, sumamente, pero es lo que hay y tiene que resignarse a besar sin realmente tener ganas, a querer sin realmente hacerlo, a correr bien lejos para no recordar que, durante las horas más altas de la noche, ninguno de esos hombres es él.
 Harry duerme a medias hasta que sale el sol. La claridad se entromete poco a poco entre las hendiduras que deja la cortina en la ventana y la habitación se va iluminando con lentitud a medida en que el rizado abre los ojos.
 Le toma unos cuantos segundos analizar el lugar en el que se encuentra, su mirada se mantiene borrosa por unos instantes mientras la somnolencia lo abandona y es capaz de percibir como las gotas de sudor frío abundan en su frente, sus costados y ciertas partes de su cuerpo cubiertas por sabanas y extremidades ajenas.
 Ha estado soñando, probablemente durante toda la noche ha estado repitiendo el mismo suceso de años, todo en forma de una pesadilla constante que no lo abandona ni siquiera en los días que en serio necesita descansar.
 Ayer ha tenido que ser uno de esos días de relajación, pues han sido muchas horas nocturnas en las que no ha podido recuperar las fuerzas que ha perdido en el transcurso de las semanas, o incluso los meses.
 Ha sido agotador y ha tenido ciertas esperanzas al haber quedado considerablemente exhausto a causa del cariño de un hombre cuyo nombre no puede recordar en estos instantes. No obstante, no ha logrado hacer más nada que dar vueltas entre esos brazos desconocidos, soñando con los que sí conoce y no puede tener, rememorando la vida que tuvo antes de que el universo decidiera que conocería la infelicidad antes de llegar a los treinta.
 Toma una larga respiración recobrando completamente la consciencia, se saborea la amargura que gobierna en su boca y solo cuando mueve la cabeza hacia la izquierda es que se da cuenta de la inmensa resaca que carga.
 Las sienes le punzan como el filo de un centenar de agujas contra su piel, el área trasera de su cráneo retumba como el golpeo de un martillo enterrando diez clavos a la vez en las profundidades de su cerebro, y toda la zona de su tabique es atacada por la molestia de una sinusitis que no necesita ahora mismo pero que de todos modos se hace presente para hacerle la existencia peor de lo que ya es.
 Un gruñido quiere escaparse desde lo más profundo de su alma. Sin embargo, se lo traga al escuchar los suaves ronquidos de un hombre que descansa a su lado como si esta fuera su rutina diaria. Harry termina arrugando un poco las cejas —no mucho, pues el solo pestañear ya le está haciendo mucho daño— y se las ingenia para incorporarse en el colchón a pesar de tener la impresión de que si lo hace se le caerá la cabeza y terminará rodando por el suelo.
 Las sábanas se acumulan en su pelvis desnuda, cubierta por un antebrazo que no se aferra a su piel pero que lo sostiene de todos modos en un gesto que podría interpretarse como cariñoso si no fuera tan absurdo hacerlo. Harry le echa un vistazo, su mirada captura una infinidad de mechones castaños, pómulos delgados, una barbilla lampiña y un sonrojo matutino que adorna facciones considerablemente encantadoras.
 Es bastante guapo y probablemente tiene una buena personalidad al rizado recordar que estuvo riéndose bastante anoche —o quizás eso solo fue gracias al alcohol. No puede recordarlo con exactitud—, pero ninguna de esas cualidades evita que se quite las sábanas de encima y el brazo ajeno también para ponerse de pie.
 Busca su ropa en completo silencio. El desconocido tiene el sueño tan pesado que ni siquiera escucha el tintineo de la hebilla de un cinturón una vez que Harry se ha puesto los pantalones, y tampoco se despierta con el ronroneo de una cremallera que resuena tan pronto como se coloca esa chaqueta que le queda un poco estrecha pero que aun así se rehúsa a dejar de usar.
 Es el único recuerdo que le queda y no va a renunciar a él. Se asegura de que no se le está quedando nada al revisar sus propios bolsillos, verificando que tanto su cartera como su móvil están en su lugar y la liga que usa para amarrar su pelo continúa estando en su muñeca como siempre.
 Sale de la habitación sin despedirse, sin avisar, determinado a no volver a ver a ese chico porque no significa nada más que esto: otra persona que no lo ha ayudado a olvidar. Han sido centenares de esos. Si Harry tuviera que hacer una lista, necesitaría por lo menos diez hojas para poder enumerar a cada uno de esos amantes que solo forman parte un castigo eterno al que el rizado se somete cada día, todos los días.
 Debería de estar desgastado a estas alturas, impotente por la irracional y constante actividad sexual a la que se somete. Sin embargo, su fuerza parece estar puesta en la tristeza y la melancolía, y Harry tiene mucho de ambas cosas en el corazón.
 Es una amargura constante que permanece en sus entrañas y que lo incita a intentarlo una vez más, hasta el punto en el que ya se ha acostumbrado a estar acompañado durante cada noche sin importar el hecho de que quizás, ahora mismo, o desde hace un tiempo, lo único que está necesitando es estar solo. Pero ese es el asunto, Harry realmente no quiere estar solo, no quiere sentirse solo y mucho menos recordarse que, de hecho, lo está, y mucho.
 Inmensamente.
 Desmesuradamente.
 Tristemente.
 Es un martirio que tiene que soportar por lo que parece ser el resto de su vida, y siendo incapaz de pensar en ello ahora mismo, prefiere enfocarse en las calles de Londres en dirección a la cafetería más cercana.
 No conoce muy bien la zona en la que se encuentra considera que tal vez debería de pedir un taxi que lo lleve cerca de su piso para poder estar en una locación que por lo menos no lo desorienta tanto como lo hace esta, pero le duele tanto la cabeza que no puede hacer más nada que seguir caminando hasta dar con algún local que venda café o le dé un enorme vaso de agua. Lo primero que aparezca.
 No está lloviendo como acostumbra durante las mañanas, lo cual es bastante conveniente teniendo en cuenta que no carga con ningún paraguas y lo último que necesita es pescar un resfriado por culpa del sombrío clima londinense. Eso, sin embargo, no significa que no haga frío, porque sí lo hace.
 No es insoportable hasta el punto de hacerle creer que morirá de hipotermia o algo por el estilo, pero las ráfagas de viento son lo suficientemente heladas como para que tenga que rodearse a sí mismo con los brazos y mantenga un ritmo apresurado por la acera.
 Exhala por la boca sintiéndose un poco molesto y definitivamente adolorido, la idea de llamar un taxi se vuelve cada vez más tentadora, y cuando está a punto de darse por vencido al no tener idea de qué direcciones es que está tomando —cosa que dejaría de ser una realidad si tan solo leyera los carteles con los nombres de las calles—, finalmente encuentra una cafetería de apariencia decente.
 Observa a través del ventanal mientras camina hacia la puerta, no tarda en halar del mango de agarre para abrirla y todos sus músculos se caen al recibir la calidez de una calefacción que no sabía que estaba necesitando hasta este preciso momento.
 Se pasa las manos por la cara como un completo trastornado. no tiene la menor idea de qué aspecto debe de tener al no haberse echado un vistazo antes de salir del departamento de su amor de una noche, pero supone que puede relajarse un poco al notar que no hay muchos clientes en los alrededores.
 La mayoría de las mesas están vacías, y solo unas cuantas personas se encuentran ocupando asientos mientras atienden sus asuntos, muy alejados y ajenos a la perturbación que gobierna constantemente la mente del rizado. Avanza hacia la barra para poder leer el menú desde allí, se limpia los ojos con disimulo esperando no tener suciedad en las esquinas y una muchacha con uniforme se termina acercando a él del otro lado de la mesada para saludarlo y preguntarle amablemente qué desea ordenar.
 Harry pide un vaso grande de café y un panecillo relleno de queso, paga con el resto del efectivo que recuerda haber sacado de su cuenta el día anterior para no tener que usar su tarjeta en el bar, y agradece sinceramente lo rápido que le entregan su orden para poder irse a sentar en una de las mesas más alejadas de la puerta, los ventanales y todo el mundo en general.
 Se desploma en la silla casi con peso muerto, la cabeza lo está matando y la tela de la chaqueta se aprieta un poco en su espalda, incomodándolo lo suficiente como para que quiera quitársela, pero rehusándose a hacerlo porque simplemente no puede dejarla ir.
 Antes, cuando todavía estaba en la universidad y su cuerpo seguía cambiando, la prenda solía quedarle un poco ancha, lo suficiente como para que las mangas le sobrepasaran las muñecas y que los bordes le llegaran hasta muy por debajo de la pelvis, casi hasta menos de la mitad del muslo.
 Le quedaba grande, esa es la verdad, pero ahora que los años han pasado y que ya no es un muchacho de dieciocho años, la chaqueta ha dejado de servirle tanto como solía hacerlo. Ahora, lejos de ser una protección para el frío constante de la ciudad, es solo un recordatorio martirizante de lo que alguna vez perdió.
 Es el único recuerdo que conserva de ese tiempo, lo único que le hace saber cuán diferente es el presente del pasado que tuvo alguna vez.
 Se endereza en el asiento sabiendo que no puede pasarse el resto de las horas allí desplomado, y vuelve a estrujarse la cara con las manos aguantando un profundo suspiro, de esos que están supuestos a robarle el aliento o a dárselo.
 Se presiona las sienes con los dedos índice y mayor de ambas manos, apoyando los codos sobre la superficie porque es lo único que puede hacer ahora. Su cabeza es un desastre y está a punto de estallar, sus ideas laten casi tanto como lo hacen las esquinas de su cráneo, agónicamente, dolorosamente, causando en él una mueca que pliega cada uno de los músculos de su rostro.
 La está pasando mal, terriblemente, y tiene que ahogarse en su bebida humeante para lavar los restos de alcohol que sobra en sus venas y que le causa el mismo malestar que ha estado guardando en su interior desde que tiene memoria. Tal vez sea momento de dejar de tomar, quizás sea tiempo de dejar atrás todos esos malos hábitos que lo están consumiendo, que lo marchitan como planta seca expuesta a la dureza de un sol que no le tiene piedad y que la vuelve cenizas.
 No es ningún fénix para renacer de todo ese polvo, así que lo mejor que podría hacer en los próximos días sería darse a sí mismo la oportunidad de sanar, finalmente, de ese corazón roto que ha estado llevando a rastras durante más años de los que es prudente contar.
 No sabe cómo hacerlo, sin embargo, porque de haberlo hecho antes ya habría abandonado esa costumbre de ahogarse en el cuerpo de otras personas y toda esa bebida que le pasa factura todos los días siguientes, sin falta. Hoy no es la excepción, y por el momento solo se propone a darle un nuevo sorbo a su café y a respirar profundamente como si eso fuera a hacer su existencia más llevadera.
 Está a punto de darle un mordisco a su panecillo antes de que se le enfríe, cuando de pronto su teléfono está vibrando en alguna esquina de su pantalón. Arruga ligeramente las cejas, termina por afincarle los dientes a la masa y se sacude las manos antes de inclinarse hacia atrás para sacar el dispositivo.
 La pantalla se ilumina al ser encendida y Harry aprecia como el nombre de Niall aparece sin muchos recelos. Es un mensaje de texto, así que no tarda en desbloquear el móvil para poder leer. Su entrecejo se pronuncia mientras sus ojos siguen el curso de las letras, más de dos veces, como si no pudiera creerlo, como si lo que acaba de escribirle es lo más absurdo que le ha visto decir y carece de tanto sentido que ni siquiera sabe cómo reaccionar al respecto.
 Podría ignorarlo, dejar el mensaje en flechas azules y fingir que realmente no tuvo la oportunidad de leerlo apropiadamente. No obstante, la mención de una reunión de exalumnos le hiela la sangre y le hace imposible la tarea de pretender que no se trata de nada, porque sí es algo.
 Es mucho más grande que algo.
 Para cuando se da cuenta, está buscando el nombre de Niall en su registro de llamadas recientes para tocar el icono y pegarse el auricular a la oreja. Ya ha tragado y le ha dado un nuevo sorbo a su café para bajar el pedazo triturado de panecillo que le baja por la garganta, y su corazón comienza a latir con rapidez absurda a medida en que los tonos en la línea van incrementando.
 No parece como si fuera a contestar a pesar de que le ha escrito hace un minuto como mucho, y Harry, con su impaciencia y su constante ansiedad que no tiene freno ni punto de partida, tiene la intención de colgar. No llega a hacerlo, pues Niall finalmente contesta y su voz resuena en toda la bocina.
 —¿Aló? —habla el hombre como primera respuesta, casual como siempre, tan familiar que Harry casi quiere derrumbarse en su asiento como si acabara de recibir la peor de las noticias y Niall fuera su único consuelo.
 Quizás sea de ese modo, tal vez su mensaje no significa nada bueno porque una reunión como esa no es algo que esté necesitando en estos momentos. No sabe lo que necesita, de cualquier forma, pero tiene la certeza de que esto no es.
 —¿Qué es eso de una reunión universitaria? —cuestiona sin dudar, con la voz gruesa por culpa del letargo y de la cruda que todavía no se le quita y que se siente como si fuera a permanecer en su sistema por el resto de su vida.
 Se aclara la garganta con la esperanza de escucharse mejor, pero solo termina sintiendo como todo se le raspa en la faringe y no se siente para nada bien.
 Se va a morir ahí mismo, puede sentirlo. No le molestaría si eso sucediera.
 —Hola para ti también, amigo —saluda Niall con la voz cargada de una ironía que Harry no puede tolerar por el momento y que en cualquier otra ocasión habría sido hasta cómica si no estuviera tan ocupado sintiéndose molesto e incómodo y muy, muy enfermo.
 —Lo siento, hola —musita, un suspiro pesado se escurre de sus labios y tiene que apoyar el codo en la mesa para cubrirse los ojos con una de las manos. Termina estrujándose el derecho con la misma incomodidad, con las sienes todavía latiendo, con un palpitar en el corazón tan denso que si de repente se le detiene no se daría cuenta de ello—. ¿Qué es eso de una reunión? —vuelve a preguntar.
 Es todo lo que necesita saber por el momento, es lo único que le interesa ahora que sabe que existe la posibilidad de reencontrarse con todas esas personas a las que compartieron con él sus años universitarios y que guardan un lugar en lo más profundo de sus memorias, a pesar de que él ha hecho casi un esfuerzo inhumano por olvidarlos a todos ellos, a cada uno.
 No ha sido su verdadera intención, pero están tan vinculados con la raíz de su sufrimiento que es la única alternativa que ha encontrado para poder sobrevivir pobremente durante todos estos años.
 La voz de Niall hace eco en sus tímpanos, y tiene que volver a beber del líquido caliente para no descomponerse.
 —La gente de nuestra promoción decidió que ya ha pasado un tiempo desde que nos vimos todos juntos —informa sin ningún tipo de percance, un poco ignorante a los sentimientos que sus palabras provocan en el rizado que ha empezado a encogerse en el asiento, hasta el punto en el que su espalda está doblada y no le falta poco para que su frente toque la superficie—. Creen que sería divertido juntarnos a tomar algo y ponernos al día.
 Ponerse al día.
 Ponerse al día.
 Harry ni siquiera sabe qué día es este y qué ha estado haciendo durante los anteriores. Bueno, en realidad sí, pero no cree que sea prudente confesar que ha estado manteniendo relaciones con hombres que no volverá a ver en las noches mientras se parte el lomo trabajando durante el día como si no tuviera ganas de seguir viviendo y no le estuviera matando sucumbir a los hábitos de una esclavitud laboral a la que él mismo se ha entregado.
 Si no está bebiendo, está trabajando, y si no está trabajando, está ocupado buscando a alguien con quien pasar la noche, o haciendo lo que sea para no quedarse solo con sus pensamientos ni un solo segundo al saber que eso sólo lo llevará a la ruina, si es que no se encuentra en ella a estas alturas.
 —¿Toda la promoción? —pregunta para confirmar.
 Se relame los labios con cierto pesar, rogando en su mente que la respuesta sea negativa por la infinidad de cosas que significa que sea todo lo contrario. tiene el corazón estrujándose en su pecho ante la expectativa, al borde de un acantilado cuyo final está repleto de todas estas agujas filosas que lo van a perforar en lo más profundo del alma.
 De algún modo, es una suerte que Niall no sea consciente de ninguna de esas cosas y que no lo haya visto en ningún estado deplorable dentro de las escasas ocasiones en las que se han encontrado.
 Harry sabe guardar las apariencias, pero no tanto en ciertos días, esos en los que se siente particularmente destrozado, como hoy.
 Hoy es un día de estos.
 La noticia no le ayuda demasiado.
 —Supongo que sí —responde y la duda en su voz casi lo lleva a imaginarlo encogiéndose de hombros con sencillez. Para él realmente es muy fácil decirlo, mientras que para Harry es una tortura escucharlo—.
 han enviado el correo a todos.
 Esta vez, el rizado no es capaz de soportarlo mucho tiempo, no puede soportarse a sí mismo más bien, pues las manos comienzan a temblarle y la sensación agridulce que alguna vez ha estado gobernando sus papilas gustativas incrementa hasta volverse ácida en su lengua.
 El dolor de cabeza parece aumentar ahora que lo ha oído confirmar lo indeseable y esa sensación nauseabunda que no ha tenido en toda la mañana finalmente se está haciendo presente, creciendo en sus entrañas, hasta el punto en el que se vuelve incapaz de tomar otro trago de café.
 Se obliga a hacerlo, de todas formas, con todo y dedos temblorosos y esa inexistente estabilidad que le pide a gritos que regrese a su piso y que no salga de allí hasta que sea lunes y tenga que ir a trabajar.
 —¿A todos? —interroga en cambio, con las cuerdas vocales igual de trémulas y una pesadez en los párpados que no le permite abrir los ojos apropiadamente.
 Deja el vaso sobre la mesa, se sostiene el tabique con los dedos y baja la cabeza en un intento por prepararse mentalmente para las próximas afirmaciones de su amigo de años, con el único que todavía sigue manteniendo una relación que no se ha hecho añicos por su propia culpa.
 —Sí, eso creo —contesta el rubio, y la extrañeza se desborda tanto de su voz que no es tan sorprendente lo que pregunta a continuación—. ¿No has recibido el tuyo?
 —No —responde antes de pensarlo, y tiene que corregirse a sí mismo casi de inmediato—. No he revisado.
 Bien pudo haberse quedado con esa negativa y fingir que no le ha llegado nada para así no tener que pensar siquiera en asistir. Sin embargo, no le apetece mentirle a nadie con respecto a nada y tampoco tiene cabeza para iniciar una conversación en torno a su propia falsedad sabiendo que su amigo crearía una especie de argumento con las personas con las que sí habla.
 Niall siempre ha tenido un espíritu impresionante y una voluntad de hierro dentro de su extroversión valiente y singular, así como también siempre ha conservado esta cualidad de solidaridad amistosa y jocosidad que le permite llevarse bien con todo el mundo, bajo todas las circunstancias.
 Es como un rayo de sol andante y prudente, de los que no queman porque es invierno pero aun así conservan la potencia suficiente como para hacerle fruncir las cejas y entrecerrar los ojos, pues su brillo continua siendo cegador y cálido y todo lo que Harry podría necesitar ahora mismo si no estuviera ocupado sintiéndose avergonzado de sí mismo, de sus propias emociones, del estilo de vida que está llevando y de todo ese rencor y esa amargura que guarda dentro de sus entrañas y que le ha puesto negro el corazón.
 No podría presentarse así de vulnerable delante de Niall aun sabiendo que todo lo que su amigo haría sería consolarlo y buscar una solución a ese problema que no parece tenerlo.
 Preferiría morirse antes de dejar que alguien, quien sea, lo viera en ese estado de decadencia en la que el vómito acecha la punta de su garganta y el café no ha sido capaz de lavar esa resaca que persiste en hacerlo añicos.
 Tal vez termine comprándose otro. Todavía tiene que comerse el panecillo.
 —¿Todos van a ir? —murmura en una interrogante, al cabo de unos segundos en los que no se imagina que puede estar haciendo el hombre de pelo claro al otro lado de la línea mientras él está teniendo una pequeña crisis mental.
 Se llena los pulmones de aire con mucho pesar y se regaña a sí mismo casi de inmediato porque no quiere saber eso. No está deseando saber si todos estarán asistiendo a esa condenada reunión que no ha podido llegar en un peor momento. Harry realmente ha estado pasando por una racha de mala suerte.
 La línea casi ruge en una respiración casi pesada.
 —No puedo confirmarte eso, amigo —dice Niall con toda la razón del mundo, logrando que el rizado se sienta más estúpido que hace un segundo, y peor. Mucho peor—. Damián va —añade, como si creyera que eso es algo que necesitara saber, como si el mencionar un nombre conocido lo alentaría a hacer algo de lo que Harry no tiene la menor idea.
 Lejos de sentirse aliviado al reconocer un nombre que no ha escuchado en años, Harry solo puede percibir cómo su corazón se encoge y los músculos de su rostro pliegan en una mueca de desagrado que refleja todo lo que hay dentro de su alma.
 Es una suerte que se encuentra sentado en la esquina más alejada del centro de la cafetería, porque así no tiene que pasar por la pena de hacerse pedazos por la sorpresa delante de otras personas que tengan la oportunidad de atestiguar lo deplorable que es su situación actual.
 La lejanía le permite, finalmente, apoyar la frente sobre la superficie y darse por vencido en su intento de mantener toda su basura junta. Sabe de primera mano que su aspecto no es el mejor de todos, y todavía no entiende por qué prefirió ir a una cafetería en lugar de ir directamente a su casa, allí en donde nadie tiene los ojos puestos en él y no se dan cuenta de lo dolido que se encuentra.
 Está a nada de echarse a llorar, así que no sabe muy bien cómo es que se las ingenia para volver a hablar.
 —¿Sigues hablando con Damián? —pregunta, una mezcla de asombro e incertidumbre brotando de sus labios y siguiendo el ritmo de su corazón.
 Recuerda a Damián vagamente. Tiene su rostro guardado en su memoria, pero ya no puede asimilar el sonido de su voz, ni la forma de su sonrisa, ni los temas de conversación que mantenían, ni mucho menos lo que se sentía pasar el tiempo con él.
 Todo forma parte de un pasado que ahora permanece en las borrosas sombras de su memoria, como si fuera una vida lejana que no entra en su reencarnación porque es imposible conservar más de una existencia dentro de ese cascarón al que llama cuerpo.
 —Si, y con Stephan, Vladimir y Beth —informa el rubio del otro lado de la llamada, nombrando a ese grupo de personas con las que solía pasar la mayor parte de sus horas universitarias y que ahora, después de casi diez años, ya no es capaz de rememorar tanto como piensa que le gustaría. Escuchar sobre ellos le hace sentir tan raro que no encuentra las fuerzas suficientes para enderezarse y prestarle atención apropiadamente—. Con la mayoría, en realidad —admite Niall en palabras innecesarias.
 Toda esta información lo es. Harry no está necesitando escuchar cómo él ha sido el único que no ha vuelto a tener información de ninguna de esas personas.
 No necesita darse cuenta de que ha sido el único que se perdió de todo eso, que no tiene sus números telefónicos, que no guarda sus correos electrónicos, que no sabe qué han estado haciendo durante todo ese tiempo y que no tiene la más mínima idea de cómo han estado porque es imposible para él preguntar sobre ello al tener la creencia de que todo volverá hacia una persona en específico. Esa de quien, sinceramente, no quiere saber tanto como, de hecho, si lo quiere.
 Es ilógico, y frustrante, y Harry de vez en cuando preferiría ni siquiera ser amigo de Niall a pesar de que lo aprecia con todas sus fuerzas. Es básicamente la única amistad que no ha roto desde la universidad, y quien no se ha ido de su lado por pura obra del cielo y esa voluntad inquebrantable que el rubio tiene de permanecer junto a él, sin excepciones, incluso aunque existen ocasiones en las que el rizado puede pasar semanas completas sin dirigirle la palabra y regresar a él como si nada hubiera ocurrido.
 Niall actúa de la misma manera, tal vez acostumbrado a su comportamiento inevitable y extraño, quizás demasiado consciente de que, de vez en cuando, hay cosas que no puede soportar.
 No hace preguntas cuyas respuestas son difíciles de dar, tampoco hace insinuaciones demasiado profundas que lo pongan demasiado incómodo o lo obliguen a volver a resguardarse en su capullo como si eso fuera a protegerlo de una agonía que está adherida a él como una sanguijuela que no sabe cómo extirparse.
 Harry no se cierra a propósito, tampoco es como si lo disfrutara. Es solo que, hay días en los que simplemente no puede consigo mismo, ni con los recuerdos, ni con todo ese dolor que lleva dentro.
 Agradece mucho que su compañero sea capaz de comprenderlo, o que por lo menos actúe como si lo hiciera.
 —¿Desde cuándo? —continúa con su interrogatorio sin sentido, sin saber exactamente a dónde es qué quiere llegar, tomándose un segundo para preguntarse mentalmente por qué de pronto quiere saber esas cosas, por qué de repente insiste en ponerse en esa situación conociendo perfectamente que no puede cargar con más peso del que ya lleva, porque de hacerlo solo logrará desplomarse hasta tocar fondo.
 No está preparado para ello. No obstante, sus oídos se abren a la espera de la contestación de su amigo.
 —Desde siempre —admite Niall, y la suavidad que adquiere su tono de voz le hace creer que le tiene más pena de la que está dispuesto a soportar. Harry tiene ganas de que un hoyo se abra en medio de la tienda y se lo trague por completo con tal de no tener que pasar por esto—. Nunca dejamos de hacerlo.
 Harry se llena los pulmones de aire antes de finalmente incorporarse en el asiento. Su mirada se enfoca en el panecillo que ha dejado por la mitad y que ahora tiene que estar tan frío como una tarde de invierno, imposible de comer.
 La resaca no se le ha ido todavía, y las náuseas que debió sufrir la noche anterior ahora están rugiendo en sus entrañas en una especie de venganza por haberse descuidado a sí mismo hasta este momento. Piensa que tal vez debió quedarse en el departamento de aquel muchacho cuyo nombre todavía sigue sin recordar, aunque no está muy seguro de para qué.
 —¿Siguen viviendo todos en Painswick? —musita, su cabeza se cae ligeramente hacia la derecha, hasta que la parte inferior del móvil le está rozando el hombro y corre el riesgo de sufrir una tortícolis en cualquier instante.
 La mención de la localidad en la que estuvo viviendo desde su nacimiento hasta los veintiún años le deja un sabor espantoso en las papilas gustativas, así como también le produce una acidez inexplicable en el centro de la garganta que no le permite tragarse toda la amargura que se le queda en la cavidad.
 Ni siquiera odia Painswick. No tiene ningún mal recuerdo de su infancia en esa casa que sus padres eventualmente tuvieron que vender y que hace años no ha vuelto a ver, sus años en la secundaria fueron bastante agradables —lo cual es mucho decir tomando en cuenta que su camino a través de la pubertad fue espantoso— gracias a ese pequeño grupo de amigos que solía tener y que ahora no podría reconocer si se los llegara a encontrar en la calle, y su tiempo en la universidad fue lo suficientemente maravilloso como para que no tuviera la necesidad de guardarle ningún tipo de rencor a ese pequeño pedazo de tierra.
 Lo cierto es que su vida en Painswick era decente, podría decir incluso que fue inmensamente feliz estando allá, y aun así, nada pudo impedir que hiciera sus maletas y tomara ese tren a Londres que marcaría el resto de una triste existencia y que se quedaría con la mitad de su corazón en la misma puerta, junto con las ganas que le quedaban de vivir porque el resto de su alma se había perdido la noche anterior, entre unas manos cálidas que lo conocían en cuerpo y espíritu, entre unos ojos azules repletos de temor y agonía que ya no puede recordar porque le lastima demasiado el siquiera intentar hacerlo.
 Todo lo que fue alguna vez lo dejó en Painswick, en un pequeño jardín a mitad de la noche, cuando la brisa de la primavera soplaba con suavidad y no era consciente de que Harry estaba tomando decisiones que no lo beneficiarían y que, al contrario, lo único que lograrían serían estancarlo por la eternidad porque él de verdad no puede olvidar casi tanto como es incapaz de recordar.
 —Bueno —la respiración de Niall lo saca de sus cavilaciones y lo obliga a sacudir las pestañas pues su mirada se ha quedado perdida en alguna esquina de la mesa, en donde la textura ha creado un patrón admirable que él no ha podido apreciar al estar rememorando cómo una sonrisa sincera podía existir en su rostro y cómo se sentía tener el cuerpo ligero—, Beth se mudó a Glouchester y Vladimir está trabajando en Stroud desde hace cinco años, creo —cuenta sin ningún orden en particular—, y Johnny, eh ¿te acuerdas de Johnny?
 El nombre le suena, más su rostro es algo que no conserva dentro de su caja de memorias. No tiene los rasgos de nadie excepto los de una persona en particular y esos ni siquiera puede tenerlos en cuenta sin que resulte ser desgarrador para él.
 —Sí —responde en cambio, queriendo saber de todas formas, anhelando escuchar cualquier cosa que no sea su propia pena.
 —Él vive aquí en Londres como nosotros —revela, y ese es el único dato que logra que al rizado se le alcen las cejas momentáneamente. El gesto no le dura demasiado, pues Niall continúa hablando—. Los demás sí han hecho sus vidas en Painswick hasta donde tengo entendido.
 Harry asiente. Bien. No es información segura, pero puede tomarla. Puede tomarla porque es lo único que tiene de los pasados diez años y no hay nada que pueda hacer al respecto.
 No tiene la menor idea de lo que está haciendo cuando sus labios se separan.
 —Y… —deja las palabras en el aire al sentir como un nudo se le forma en el filo de la garganta. Su intención es preguntar por alguien en específico, pero su nombre no encuentra el camino entre sus cuerdas vocales— ¿y…?
 Aprieta los labios, se los humedece. Se pasa la mano por el cabello, luego por la frente. Se estruja uno de los ojos, el que menos lágrimas guarda, y no puede.
 No puede hacerlo. No puede preguntar por él porque si dice su nombre se va a romper en pedazos, como una caja de cristal en manos de un niño descuidado.
 Se vuelve frágil y de papel en ese preciso momento, rayado y liviano al merced de un viento poco piadoso que parece tener la intención de llevárselo volando hasta quién sabe dónde.
 —¿Qué? —inquiere su amigo después de unos segundos en silencio, mientras Harry ha estado buscando su coraje tan sólo para fallar miserablemente.
 —Nada —se apresura en decir, su voz siendo un hilo que cuelga de un acantilado. Carraspea, sacude las pestañas, se toma el resto de un café fríamente espantoso y chasquea la lengua antes de cambiar de tema—. Eh, ¿vas a ir a la reunión? 
 —Si no tengo nada mejor que hacer, sí —pronuncia, otra vez sonando casual, completamente ignorante al hecho de que el rizado está al borde de un colapso mental. Es mejor así—. ¿Quieres que nos vayamos juntos?
 La respuesta ideal sería no, pues Harry sinceramente no quiere nada que ver con ese reencuentro generacional. Sin embargo, los dedos de la mano que le queda libre se cierran en torno al borde de esa chaqueta estrecha y ajena, y sus párpados se cierran con tanta fuerza que cuando los vuelve a separar está viendo manchas negras.
 —Seguro —acepta con toda la imprudencia del mundo, con todo ese dolor guardado comenzando a mezclarse con la curiosidad y con un quizás que ni siquiera debería de estar considerando. Puede estar tomando otra vez la peor decisión de su vida, pero honestamente ¿Qué más puede perder? Se aclara la garganta nuevamente y golpea la esquina de la mesa con el dedo índice antes de tragar saliva y hablar—. Te voy a dejar —murmura en una despedida, conociendo el cambio en su respiración y el repentino picor en las esquinas de sus ojos—. Hablamos luego.
 —Está bien —dice Niall sin ánimos de retenerlo, a pesar de que la voz de Harry se ha ahogado en la última palabra y ha sido bastante obvio que algo le está sucediendo. Pero el rubio no pregunta sobre eso, no porque no le importe, sino porque tal vez sabe perfectamente lo incapaz que es el rizado de hablar sobre ello—. Te llamaré en la semana para que coordinemos.
 Deja escapar un sonido afirmativo con la garganta y se apresura a colgar para no exponerse al suspiro tembloroso que se le escurre de todas formas y a pesar de que ha hecho hasta lo imposible por retenerlo.
 Deja el celular sobre la mesa y se cubre el rostro con ambas manos, presionando los dedos sobre sus ojos mientras una presión agónica está destrozándole el pecho hasta causarle la impresión de que lo va a matar.
 No puede creer que su día se haya arruinado de este modo. No puede creer que alguien de su promoción haya creído que es una buena idea volver a encontrarse los unos con los otros. Pero, sobre todo, no puede creer que haya aceptado ir a esa pequeña villa en el condado de Gloucestershire.
 Si se lo dijera alguien más habría estado furioso, pero ahora mismo todo lo que puede hacer es evitar ponerse a llorar.
 No sabe cómo es que va a hacer esto.
 Harry está teniendo una semana muy difícil, una que fácilmente podría confundirse con cualquier otra de las que ha estado teniendo desde que tiene memoria si tan solo no se sintiera más triste de lo habitual.
 Es miércoles, uno terrible si se lo pregunta. La noche ha caído sin remedio hace un par de horas, como de costumbre, y su malhumor ha alcanzado niveles insoportables incluso para sí mismo. Ha estado irritado desde que salió del trabajo, o quizás desde antes considerando que su rutina laboral fue insufrible e infinita dentro de su rango de consciencia, siempre robándole toda la energía, sin falta ni misericordia, sin una pizca de esa piedad que está necesitando constantemente al cargar todos los días con esta agonía silenciosa e inexplicable que se desenvuelve sin falta en sus entrañas.
 También está cansado y hambriento, y tan melancólico que, el siquiera quitarse los zapatos en la entrada para ponerse esas sandalias que acostumbra a dejar disponibles en una esquina, resulta ser una tarea sumamente complicada de realizar.
 Lo ha hecho, de todas formas, así como también se ha arrastrado hacia su habitación para despojarse de sus prendas, meterse en el baño y olvidarse de que es un lo más parecido a un inútil —desde su perspectiva— oficinista esclavizado por una empresa de ventas que podría disfrutar si tan solo no estuviera tan predispuesto a la miseria a causa del recuerdo de una persona en particular.
 Se ha tomado su tiempo en la ducha, más del que resulta ser prudente y necesario, pero necesita hacerlo, pues ese resulta ser el único momento en todo su día en el que se permite sentir las cosas del modo más apropiado posible, sin alcohol de por medio, sin cuerpos ajenos y desconocidos a su alrededor, tocando el suyo y haciendo lo que se les venga en gana porque no podría importarle menos lo que hicieran con él.
 Sabe perfectamente que nadie va a tratarlo del mismo modo en el que alguien más lo hizo alguna vez, que ninguno de esos hombres llegará a quererlo tanto como él lo hizo, en el pasado, ese que ahora es muy lejano y que a duras penas es capaz de recordar tras haberse obligado a olvidar cosas en específico con el único propósito de sobrevivir a la soledad. No importa cuantas veces lo intente, incluso si se esfuerza todos los días, todas las noches, su corazón no se abrirá al cariño de nadie más.
 Su amor está cerrado bajo candado y no tiene la llave, se la dejó a él hace mucho tiempo, antes de que sus caminos se partieran por la mitad y nunca más se volvieran a encontrar. Es un martirio constante tener que pensar en todo eso estando debajo del grifo, pero de nuevo, es algo que simplemente no puede ignorar aún si hace todo lo que está dentro de él para lograrlo.
 Eventualmente termina su ducha, con los ojos irritados, con el cuerpo adolorido por la aventura fugaz que tuvo en la oficina con un sujeto que no le quitó los ojos de encima y que obtuvo su oportunidad durante la hora del almuerzo. No fue nada importante y lo mantuvo distraído, pero duda que se vuelva a reunir con él al no ser un aficionado de mezclar su imprudencia con su labor.
 Sale del cuarto de baño con el pelo medio húmedo y una toalla alrededor de la nuca. El letargo se va desenvolviendo por sus músculos como una serpiente arrastrándose en el suelo y no hace más que deslizarse sobre el colchón para recostarse un segundo, o dos, o tres, o todos los que sean necesarios para quitarle esa tonelada que le pesa en el alma.
 No lo consigue, por supuesto, pues lo tiene adherido en el espíritu que va mucho más dentro y es más difícil de eliminar. Gira sobre su propio estómago y alcanza los pantalones que estuvo usando el día de hoy y que dejó en el suelo con la esperanza de recogerlos en algún momento del fin de semana o, en el caso más ideal, mañana.
 Busca el móvil entre los bolsillos y finalmente se digna a revisar su correo electrónico. Encuentra mensajes relacionados a su trabajo que se promete leer en otro momento y se tortura buscando ese que ha estado pendiente en alguna parte de su cabeza desde que habló con Niall al respecto el sábado pasado.
 Lo ideal habría sido que no estuviera allí, que el correo no se encontrara en su bandeja de entrada ni en el buzón de mensajes no deseados, pues eso le haría las cosas más sencillas y le afligiría menos. Sin embargo, no sucede de ese modo, porque Harry halla el correo en el siguiente segundo y en el próximo lo está abriendo.
 El corazón le late con rapidez nostálgica y la luz artificial de la pantalla le hace daño en los ojos al haber estado todo el día detrás de un monitor de computadora, pero aun así se las arregla para leer cada palabra de ese texto digitado a todos los estudiantes de una promoción universitaria de la que no ha vuelto a saber desde su graduación.
 Es una invitación bastante casual, aunque lo suficientemente respetuosa como para que el rizado pliegue ligeramente las cejas y tenga ganas de bufar. Quien lo ha redactado ha sido Stewart, un sujeto que solía ser demasiado parlanchín y extrovertido hasta la muerte, siempre hablando con todo el mundo al mismo tiempo, siempre demasiado caótico para el gusto de todos, pero lo suficientemente agradable como para que nadie pudiera detestarlo realmente.
 A Harry le caía bien Stewart, solían salir en grupo de vez en cuanto —especialmente porque Stewart pertenecía a todos los grupos y a la vez a ninguno en específico— y se reía de vez en cuando de sus ocurrencias y alguno que otro chiste cuando no estaba ocupado perdido entre los brazos de aquel que era su amor, y era divertido, y Harry no puede recordar por qué decidió perder contacto con él, con todos en realidad.
 De todas formas, le sorprende un poco la capacidad de Stewart para escribir ese mensaje que contiene un saludo amigable y general para todos los involucrados, una propuesta de reunión bien plasmada con todo y signos de puntuación incluidos, una fecha pautada para el sábado de la semana que viene, una dirección, una hora, y, por último, una solicitud de confirmación que le ayude a saber quiénes estarán presentes y quienes no para poder coordinar con el restaurante en el que se encontrarán.
 Hay una despedida tranquila y un deseo de que todos puedan asistir plasmado al final del mensaje, y Harry no puede hacer más nada que suspirar porque eso ha sido todo. Es un correo cualquiera, uno insignificante, común y corriente, y el rizado se lo habría tomado mejor si tan solo no se hubiera puesto a revisar todas las direcciones de email que están incluidas en el área del destinatario.
 Ese ha sido su gran error, no solo porque emplea una buena cantidad de minutos leyendo nombres de personas cuyos rostros ya no guarda en el registro de su memoria, sino porque también tiene esta expectativa rugiendo en alguna parte de su pecho, incomodándolo sin sentido, molestándole hasta el punto de tener ganas de meterse la mano en la caja torácica y sacarse los órganos para dejar de sentirse así.
 No es algo que puede hacer, por supuesto, y de todos modos ya ni siquiera interesa, pues se halla con el único nombre que ha estado buscando al mismo tiempo en el que esperaba no encontrarlo. Es contraproducente y doloroso leerlo, pero está ahí, y Harry lo mira fijamente como si estuviera esperando que en cualquier segundo se fuera a desvanecer o a cambiar por cualquier otro.
 No lo hace, y quizás Harry se siente un poco nauseabundo al considerar que, si decide acudir a la reunión, terminarán encontrándose por primera vez en más de ocho años. Ni siquiera sabe cómo debería de sentirse al respecto.
 No tiene la menor idea de que es lo que debería de guardar en su interior al imaginar lo que parece ser un inevitable reencuentro, principalmente porque es incapaz de visualizar cómo serían las cosas entre ellos una vez que estén cara a cara. 
 ¿Se mirarían a los ojos o evitarían los colores en sus cuencas bajo todas las circunstancias?, se pregunta Harry mentalmente, sin apartar la vista de las letras que conforman ese nombre que se repite en su cabeza todos los días, sin falta, sin descanso.
 ¿Le dirigiría la palabra o se quedaría mudo al verlo?, continúa con sus inquisiciones de la forma más inevitable de todas.
 ¿Se sentaría a su lado para saludarlo y hacerle compañía del modo más cruel posible o se mantendría en algún otro extremo de la mesa? Allí en donde sus voces no sean escuchadas y solo puedan atestiguar gestos incómodos con las manos antes de regresar la atención a cualquiera menos a ellos. 
 ¿Pretendería que no se rompieron el uno al otro o le dedicaría el mismo gesto que le dio cuando se dijeron adiós? Harry no cree poder volver a pasar por algo como eso.
 No considera que el tiempo lo haya hecho lo suficientemente fuerte como para presenciar una vez más el quebrantamiento en esos ojos azules que aparecen en sus sueños de cada noche y que lo tienen con el alma colgando de un precipicio sin fondo.
 No podría, y lo sabe, y es por esa razón qué hay una parte de su alma que le implora que no vaya a esa reunión, que se quede en casa, que le diga a Niall que algo ha surgido en su trabajo que no le permitirá asistir o que se ha comido esta carne en mal estado que le ha destrozado las tripas y que lo obliga a permanecer en casa por al menos dos noches.
 No obstante, no puede hacer eso, pues tiene esta otra parte un poco más grande que la cobarde que le dice que debería ir y ver que ha sido de él, averiguar qué ha hecho, cómo luce, qué tanto ha cambiado y qué partes de él siguen siendo iguales a como las recuerda.
 La curiosidad parece ser más grande que el dolor que ha estado habitando dentro de él desde que tiene memoria, y para cuando parpadea y se da cuenta de sus propias acciones, Harry está respondiendo el correo electrónico de Stewart para hacerle saber que puede contar con él para esa noche y que despejara su calendario para que nada pueda evitar su presencia.
 Está a punto de entrar a la boca del lobo cual, si dedo se posa sobre la opción de envío, y lo sabe, pero no puede hacer nada al respecto, pues no tiene fuerzas ni espíritu y todo lo que conserva es este doloroso y asfixiante anhelo por saber qué fue del hombre que alguna vez lo amo casi tanto como Harry todavía lo sigue haciendo.
 Duda que tenga sentimientos por él, ni siquiera está esperando que su corazón se haya congelado con el tiempo ni que lo haya estado esperando aún después de esa fatídica noche, pero, aun así, la sola idea de volver a encontrarse y de escuchar su voz y apreciar, aunque sea de lejos ese azul incesante y significativo lo encienden lo suficiente como para que cierre los ojos, presione la pantalla de su móvil y deje que el internet se encargue de hacerle saber a todos que lo verán pronto.
 Una sensación nauseabunda se desarrolla en el filo de sus entrañas, cerca de donde agoniza, allí en la proximidad de su corazón que late desbocado y se hunde igual que sus tripas.
 Se obliga a respirar con fuerza, creyendo que eso es todo lo que necesita, mucho oxígeno y una resistencia endemoniada que no sabe de dónde podría sacar porque todo lo que le queda es debilidad y mucha, mucha aflicción.
 Se remueve en la cama, hundiéndose entre las sábanas y apretando los párpados una vez más, preguntándose por milésima vez en la vida cuando será el día en el que podrá dejarlo ir o si siquiera será capaz de hacerlo.
 La respuesta siempre es negativa y Harry parece ser masoquista al seguir haciéndola. Su teléfono vibra a su lado, pero no le apetece ver quién ha sentido la necesidad de contactarlo, de modo que simplemente se queda sumergido entre su suplicio y sus cobijas y permanece en ese lugar hasta que el hambre le pica o hasta que el cansancio se posa sobre él y lo obliga a dormir sin llegar a descansar. 
 Esa noche sueña con un reencuentro que sale espantosamente mal, y se despierta con los ojos llenos de lágrimas y la sensación de que todo ese episodio ha sido una premonición a lo que probablemente no vaya a pasar.
 Intenta convencerse de que solo ha sido un sueño, pero su mente parece aferrarse tanto a esas imágenes ficticias que su semana entera se arruina ante el recuerdo de algo que nunca sucedió. Y la pasa mal, durante los siguientes días la pasa espantosamente, tanto que tiene que recurrir a la mayor cantidad de distracciones posibles.
 Se ahoga en su trabajo en la oficina, sale tarde a bares en los que no debería frecuentar con tanta insistencia y conoce a tantos hombres con orbes preciosos que no logran hacer nada por su causa, pues siempre regresa al mismo recuerdo que lo hunde y lo hace sentir como si ya no le quedara nada.
 No repite horas nocturnas con ninguno, aun cuando inconscientemente da su número telefónico a unos cuantos, no llega a contestar ni un solo mensaje porque no es lo que necesita ni mucho menos lo que quiere, a pesar de que ni siquiera sabe qué más desea aparte de eso que claramente no puede tener.
 Llega a hablar con Niall un par de veces, algo breve que consiste en pequeños recordatorios de su encuentro en la estación para tomar ese tren que los llevará a su pueblo natal.
 Harry ha estado evitando prolongar esa conversación, pero el día llega y él está delante del espejo mirando su propio reflejo como si no se reconociera. Se ha cortado el cabello el martes, se ha quitado el vello facial el día anterior y ha elegido su ropa desde esa misma mañana al haber pedido el día libre en el trabajo con la promesa de que llegaría el lunes completamente renovado.
 Hay un cincuenta por ciento de probabilidades de que eso no termine sucediendo, y el rizado ni siquiera intenta aferrarse al otro cincuenta porque no cree que valga la pena. Es consciente de que todo depende de cómo salgan las cosas y no puede evitar sentirse angustiado de que todo salga específicamente mal.
 Se pasa la lengua por los labios, termina de abotonarse la camisa de satín que por alguna razón le ha parecido una buena opción —conoce el motivo, pero honestamente no va a admitirlo ni siquiera para sí mismo—, y se pasa las manos por los rizos con la esperanza de no lucir como si se hubiera tomado más tiempo del necesario en su apariencia.
 Ha tenido que maquillarse las bolsas negras que han estado tatuadas debajo de sus hombros por mucho tiempo, pero ha dejado al aire ese sinnúmero de pecas que salpican el borde de sus pómulos y que se extienden por los rincones de su cuello hasta formar constelaciones en sus hombros y el inicio de su espalda ahora cubierta.
 Respira con pesar, su móvil suena en la notificación de un nuevo mensaje de texto y lo agarra para ver a través de la pantalla como Niall le avisa que ya está saliendo de casa para ir a la estación. Entra a la conversación, le escribe que él también va a salir y no espera a que lo vea para coger su billetera, sus llaves y su tristeza para dirigirse hacia la puerta sin mirar atrás y sin dudar.
 Baja las escaleras como si tuviera grilletes con pesas en los tobillos y emprende su camino hacia la estación a pesar de que le conviene tomar un taxi para no cansarse demasiado. Prefiere caminar, sin embargo, porque así aprovecha para pensar qué cosas va a decir y qué guardará para sí mismo.
 Idea preguntas para aquellos conocidos que con el tiempo se convirtieron en desconocidos, y hasta finge el tipo de sonrisa que va a dedicarle a cada uno menos a alguien en particular. No piensa en él, pues le aterra y le hiela las entrañas, le causa un malestar sin igual y tiene que detenerse porque no puede devolverse y cancelar todos esos planes que ahora mismo lo quieren matar.
 Llega a perderse tanto en sus pensamientos que ni siquiera se da cuenta del momento en que llega a la estación, y la única razón por la que sus pies regresan a la tierra es porque escucha su nombre salir de la boca de alguien más.
 Parpadea casi con cierto aturdimiento, y enfoca la vista en el castaño que ha permanecido a su lado a través de los años y a pesar de todo, aún si en realidad ha sido en la distancia de semanas y hasta meses sin verse o saber del otro. El único. Se acerca a Niall echándole un vistazo de arriba abajo, alegrándose de su vestimenta prudentemente casual pues la idea de no adecuarse a la ocasión de cierto modo lo ha angustiado lo suficiente como para sentirse así de aliviado ahora.
 Le elogia el chaleco mentalmente y se muerde ligeramente el labio inferior tan pronto como se detiene enfrente.
 —Ey —musita una vez que sus ojos se encuentran y la sonrisa del castaño se hace presente—, hola.
 —¿Qué tal amigo? —saluda de vuelta, extendiendo la mano en su dirección y tirando de él en un abrazo tan pronto como Harry la acepta.
 Se traga un jadeo cuando siente las palmadas que Niall le regala y por nada del mundo se permite sentirse incómodo con sus acciones al saber que no puede costearse perder a alguien como él.
 Le devuelve el abrazo por el tiempo que se considera necesario y se mordisquea el labio inferior antes de mirar a su alrededor.
 —¿Solo seremos nosotros dos? —cuestiona, pues ningún rostro le parece conocido y no hay absolutamente nadie acercándose a ellos con intenciones amistosas y entusiasmadas.
 Algo dentro de Harry se sacude cuando el castaño mueve la cabeza de arriba abajo, aunque no logra determinar si es de alivio o desilusión.
 Lo cierto es que no sabe qué está esperando. 
 —Sí, le escribí a Johnny para ver si nos íbamos juntos, pero me contó que su hija se enfermó y que se quedará para cuidarla —le explica, una pequeña mueca de pena deslizándose por sus facciones antes de volver a la normalidad—. Le dije que venías, así que te manda saludos. Espera que podamos juntarnos los tres un día de esta semana, si te parece bien.
 De algún modo, todo eso resulta ser demasiada información para el rizado, quien ha alzado las cejas con cierta impresión de por medio y quien ha percibido como el corazón le da una especie de vuelco al escuchar que Johnny tiene ganas de verlo después de tanto tiempo.
 Está seguro de que ni siquiera lo recuerda y que solo ha dicho eso porque Niall a lo mejor lo ha propuesto. Quién sabe. 
 —¿Johnny tiene una hija? —elige preguntar, evitando todo lo que puede el tocar el otro tema y corresponder esos saludos que no cree necesitar. 
 Niall vuelve a asentir, calmado, acostumbrado a su triste presencia y esa aura melancólica que ha emanado de él desde que se mudó a Londres. 
 —Si, de tres años —responde, dedicándole un ademán con la cabeza para que empiecen a caminar hacia el interior de la estación—. Más o menos, sí.
 Harry lo sigue de cerca, permaneciendo a su lado y colocándose detrás solamente cuando les toca pasar por el sensor de entrada. 
 —¿Y está casado? —pregunta nuevamente, sacando su billetera para conseguir la tarjeta que registra todos sus viajes. El castaño pasa primero con la suya, y Harry cruza justo después. 
 —Sí —afirma, evitando chocar con un muchacho que aparece de la nada y que parece tener alguna especie de prisa a pesar de que los trenes no han llegado todavía. Lo mira con las cejas medio fruncidas—. ¿No lo sabías? 
 Harry aprieta los labios y se detiene en la línea de la compuerta que les toca para viajar. Sacude la cabeza sintiéndose, una vez más, como si se hubiera perdido de una vida entera. Y quizás lo ha hecho, tal vez se ha perdido cientos de vidas y esta noche será el momento perfecto para darse cuenta de que es así. 
 —No estoy seguro —termina murmurando, con la vista ahora en el suelo, con los hombros tan caídos que casi luce como si en cualquier momento se fuera a derrumbar.
 Puede sentir como su ánimo desciende a cada segundo, llevándose consigo cualquier descarga de energía que no ha tenido en primer lugar, haciéndolo sentir otra vez como que la única opción que tiene ahora mismo es el darse la vuelta y regresar.
 No quiere hacerlo, sin embargo, porque Niall ya está ahí, porque ya se encuentra con él en la estación, porque no tiene ninguna excusa para darle si de repente decide que no puede hacer esto. Y no puede, pero su consciencia y su consideración resultan ser un poco más fuertes que esa aflicción que lo abraza por detrás en todo momento.  
 —Oye —llama su amigo, inclinándose en su dirección, buscando sus ojos aun cuando Harry preferiría que no lo hiciera, pues sabe el tipo de brillo opaco que debe guardar en ellos—, ¿estás bien?
 El rizado alza la cabeza casi de inmediato y arruga las cejas como si no supiera de dónde rayos viene esa pregunta. Lo mira como si hubiera perdido la cabeza, como si la duda no entrara en contexto y hasta estuviera fuera de lugar.
 —Claro —contesta, haciendo todo lo posible por guardar una serenidad que, lejos de ser una verdad, es más una máscara que ha aprendido a utilizar con más frecuencia de la que le gustaría—, ¿por qué preguntas?
 Niall parpadea un par de veces, sin dejar de mirarlo directamente. Su capacidad para mantener el contacto visual con la gente es intimidante y Harry se ve a sí mismo en la necesidad de apartar la vista al no poder tener la misma resistencia. 
 —No te ves bien —señala en un murmullo. Se encoge de hombros como si no quisiera darle mucha importancia, aunque el modo en que su frente se pliega delata su consternación. El rizado está odiando esos segundos con todas sus fuerzas—. Sé que no es asunto mío y que no te gusta compartir ciertas cosas, pero, realmente puedes hablar conmigo si algo está sucediendo, ¿sabes?
 Harry asiente varias veces, con la vista fija en sus zapatos y un encogimiento en el corazón que le está causando mucho dolor. Es una suerte que en ese preciso instante el tren llegue, porque así tiene la oportunidad de pensar en una respuesta razonable que logre ocultar el hoyo negro que tiene en lugar de corazón.
 El estruendo del ferrocarril deteniéndose es incómodo al oído, pero pronto cesa y es reemplazado por una breve música instrumental que acompaña el anuncio de que las puertas se estarán abriendo y que todos los pasajeros deben esperar detrás de la línea sin obstruir el paso a los que vayan saliendo.
 Todo sucede muy rápido, desde la multitud escurriéndose entre ellos mismos para abandonar el vagón hasta la incomodidad del muchacho que mantiene el entrecejo fruncido mientras se las ingenia para no chocar con nadie al entrar. Ambos lo logran con éxito y se apresuran en ocupar un par de asientos corredizos que encuentran disponibles.
 —Solo estoy estresado por el trabajo —responde Harry finalmente, sosteniéndose a la barra metálica que llega al techo del tren. Niall se guarda las manos en los bolsillos de la chaqueta una vez que se acomoda a su lado—. Mis jornadas se han estado extendiendo y hay muchas cosas por hacer allá y yo solo, es estrés. No es nada.
 Una vez más, la voz femenina les comunica que las puertas se estarán cerrando y que nadie debe apoyar ninguna parte del cuerpo de ellas por motivos de seguridad.
 Harry aprieta los dedos contra la barra para evitar que su figura se incline hacia un lado por el impulso que toma el vehículo al arrancar. Niall, de alguna forma, planta los pies en el suelo para impedir esa misma inclinación. 
 —Harry… —intenta decir el castaño en un murmullo dirigido exclusivamente a él.
 Harry sacude la cabeza casi de inmediato.
 —Ser oficinista es estresante, ¿sabes? —lo interrumpe sin más, con esa declaración tan contundente que no tiene nada que ver con sus verdaderas emociones pero que pretende ocultarlas todas. No va a lidiar con esto ahora y su mejor táctica, por ahora, es evadir el asunto, como siempre—, así que me alegra que podamos salir de la rutina y juntarnos de este modo. 
 Su amigo se le queda mirando por un segundo, por dos o tres, quizás cuatro o cinco en un silencio que casi parece sepulcral pero que pronto se ve interrumpido por una suave sonrisa y un cambio de brillo en esas cuencas azuladas que no se parecen en nada a las que están tatuadas en su memoria. 
 —Sí, a mí también —corresponde con gusto, con las facciones ablandadas en una sinceridad que hace que el rizado se sienta menos tenso. Gracias al cielo, el agarrotamiento en sus músculos lo está volviendo loco, y ni hablar del malestar estomacal que permanece apretándole las entrañas—. Tengo curiosidad por saber cómo lucirá nuestro viejo grupo.
 Harry vuelve a fruncir un poco las cejas, esta vez con más confusión de por medio que otra cosa.
 —Pensé que mantenías contacto con ellos —comenta, recordando lo doloroso que fue para él enterarse de todas esas vidas que perdió, memorias que pudieron haber sido felices si tan solo hubiera hecho las cosas de un modo distinto.
 Niall asiente varias veces con una mueca dibujándose en sus labios.
 —Por teléfono y las redes sociales, sí —menciona. Alguien le choca la rodilla sin querer y se disculpa con él—, pero tengo años sin salir con alguno de ellos.
 Aunque no tanto como yo, piensa Harry automáticamente, apenado de sí mismo, con este sabor espantoso haciendo acto de presencia en su cavidad y amenazando con causarle un nuevo disgusto que no tiene ganas de explicar.
 Se queda en silencio al no saber qué contestarle al respecto y casi se alegra de que el castaño no agregue nada más sobre el tema, pues no necesita ser demasiado consciente de sí mismo y de los años que ha perdido.
 Todos parecen haber prosperado en sus existencias, mientras que él no está más que estancado en un amor que tuvo alguna vez y que se hizo trizas en una sola y miserable noche, tal vez por su culpa.
 Suspira y hace todo lo que está dentro de sus posibilidades para no deprimirse justo allí. Afortunadamente Niall inicia una nueva conversación sobre cómo han sido sus propias semanas en el trabajo, y el muchacho escucha con atención mientras el tren continúa recorriendo las vías, en dirección a ese pueblo que no pensó que volvería a visitar nunca más.
 Tampoco creyó que estaría particularmente enfermo de regresar, al menos, no excesivamente. Sin embargo, y a medida en que se acercan a la estación de Gloucestershire, sus intestinos se van apretando dolorosamente, anudándose entre sí para ocasionarle este malestar que tiene que ocultar con todo lo que tiene para no preocupar al chico que permanece a su lado y que habla con el mismo entusiasmo de siempre.
 No ha cambiado ni un poco, mientras que Harry lo ha hecho por completo, hasta no reconocerse a sí mismo, ni a sus órganos, los cuales se le quejan en voz alta en el rechazo por tener que afrontar una situación en la que su valentía no está dispuesta a hacer acto de presencia.
 Eventualmente, consiguen llegar a su destino. El tren se detiene, la misma señorita vuelve a hablar y pronto están bajándose del vagón para recorrer la estación en dirección a la salida. El aire es frío en este lado del sur a causa de las horas nocturnas, lo suficiente como para que el rizado se encoge sobre sí mismo y desee regresar pronto a su piso.
 Niall consigue un taxi para ambos con una rapidez que resulta hasta sorprendente, y durante todo el viaje en carretera hacia Painswick le va contando sobre las personas que ya se encuentran en el restaurante.
 Aparentemente Stephan ya ha llegado y ya hasta está pidiendo unos cuantos tragos con Beth al lado, y no tarda en darle una lista a Niall de la gente con la que se ha encontrado. Menciona a un tal Michael y a una tal Hayley, así como también nombra a una Heather y un Sean, y habla sobre ellos con tanta soltura que es abrumador el hecho de que Harry no pueda poner el dedo sobre ninguno de ellos.
 ¿Quiénes son?
 ¿Qué ha sido de ellos?
 ¿Lo recordarán o también habrán suprimido cualquier memoria relacionada a él con tal de sobrevivir a las melancolías del pasado?
 ¿Habrá un lugar para él en alguna de esas mesas?
 ¿Será recibido?
 ¿Será dejado de lado?
 ¿Le sonreirán con labios cerrados y no pasarán de la tediosa pregunta del qué tal?
 ¿Lo harán sentir como un forastero aun cuando ese es su lugar de nacimiento? 
 Harry tiene muchas preguntas para una sola noche, y ni una sola respuesta cuando todas permanecen dentro de su cabeza. Las palmas le sudan y mirar por la ventanilla se vuelve una tortura cuando el pasar del follaje a velocidad lo hace sentir mareado.
 Quiere pedirle al conductor que baje un poco la rapidez, pero tiene que hacerse la nota mental de que están en una carretera y que es de noche y que fácilmente podrían sufrir un accidente si va más lento de ahí. De modo que, se obliga a apretar los labios y sus propias manos y a quedarse quieto mientras Niall continúa hablando como si nada le estuviera sucediendo.
 Harry no sabe si está fingiendo ignorancia o no sabe cómo preguntarle si se encuentra bien una vez más. No tiene idea de cuándo, pero llegan al restaurante, y la única razón por la que se entera es porque el castaño comenzado a caminar se extiende incluso le toca el hombro varías veces y le notifica que ya se deben bajar. Dividen la tarifa por la mitad, y Harry se da cuenta de que de verdad no puede hacer nada de esto tan pronto como sus pies caen sobre el asfalto. 
 Alza la vista hacia la infraestructura, familiarizándose con ese estilo de construcción tan habitual en el condado que hace que todos los locales se asemejen y solo sean capaces de diferenciarse por los letreros y alguna que otra decoración exterior que lo haga destacar.
 En este lugar en particular hay muchas plantas, demasiadas, a decir verdad, en variedades que parecen extenderse incluso en el interior. Hay un carillón de viento colgando de la entrada, produciendo una melodía casi xilofónica gracias a la ternura de una brisa nocturna que se pasa de friolenta.
 El sonido pretende apaciguar las malas sensaciones que atraviesan el sistema del rizado, pero esas misma emociones son un poco más fuertes que nada y lo torturan sin piedad, asfixiándolo, descuartizándolo, convirtiéndolo en esta masa amedrentada de pura agonía y desasosiego. 
 El nerviosismo se posa sobre él como una manta en tiempos calurosos, y la ansiedad crece como un cáncer maligno que ha guardado silencio hasta devorar cada uno de sus tejidos, y sabe que no puede hacerlo.
 No puede.
 No quiere, pues tiene miedo, terror por verlo, por reencontrarse con él, con todos ellos. Le atemoriza tener que dar explicaciones, contar qué ha sido de él, reír y mentir y decir que no tiene pareja pero que su trabajo es bueno y tiene su propio piso y gana bien; escuchar como todos cuentan sobre las buenas vidas que llevan y lo encantador que ha sido el destino con todos ellos menos Harry.
 No quiere pasar por nada de eso, menos si eso significa tener que oír las anécdotas de ese hombre en específico.
 —Harry, ¿vienes? —llama Niall de pronto, quien en algún momento comenzó a caminar hacia la entrada dejándolo atrás. 
 Harry siempre se está quedando atrás.
 Con el nudo que tiene en la garganta, se le hace imposible hablar, así que opta por asentir con la cabeza y obligar a sus piernas a emprender camino.
 El bullicio de los comensales se cuela por sus tímpanos, molestándolo, irritándolo incluso más que esos bares a los que frecuenta en busca de una compañía que más que desearla, la necesita para no derrumbarse.
 Desde ya tiene la sensación de qué hay más gente de la que puede soportar, pero lo comprueba una vez que Niall le dirige la palabra a uno de los recibidores, quien les sonríe con amabilidad acostumbrada y los dirige a ambos hacia varias mesas en área abierta del restaurante.
 No podría concentrarse en el ambiente ni el estilo del local, así como tampoco podría mirar hacia las mesas repletas de personas que no tienen nada que ver con él, ni su pasado, ni mucho menos su presente, por lo menos no cuando con cada paso que da está cada vez más cerca de sus años universitarios.
 Es ahí cuando Harry los ve a todos. Un montón de caras vagamente conocidas, otras tantas completamente desconocidas, y muy pocas otras que estallan en su memoria como un torpedo dispuesto a arrasar con todo dentro de él.
 Niall llama la atención de los presentes con un saludo alto y sumamente jocoso, logrando que muchos de ellos interrumpan sus conversaciones mezcladas para girar los rostros en su dirección y devolverle la cordialidad con un entusiasmo que el rizado no comprende.
 Se queda detrás, medio contrariado, definitivamente más tímido de lo que le habría gustado, especialmente cuando Vladimir —una de las poquísimas caras que guarda en su caja de recuerdos— se pone de pie con una sonrisa y va directo a su encuentro. Se abrazan como si no se hubieran visto en años —tal vez no lo han hecho—, con palmadas en la espalda incluidas y carcajadas que no tienen sentido alguno pero que están igual de presentes que sus alegrías al reencontrarse.
 Luego aparece Beth, quien tiene el cabello negro y Harry nunca la había visto con un tono así de oscuro, rememorándola siempre rubia o del color de la miel, lo suficientemente clara como para que ahora le parezca una extraña entre una multitud de personas que nunca más volvió a ver.
 —¿Harry? —llama alguien de pronto, logrando que el hombre de ojos verdes pegue un respingo al haberse disociado y aparte la vista de cómo el castaño y la pelinegra se han fundido en un abrazo que le sacaría lágrimas a cualquiera— Harry Styles, ¿de verdad eres tú?
 Harry parpadea, encontrándose de frente con Vladimir, quien jadea tan pronto sus orbes se encuentran y quien luce tan, pero tan contento e impresionado —sobre todo— de verlo, que el rizado está a punto de vomitar.
 —¡El mismo! —exclama Niall por su lado, cayendo del cielo en el momento más adecuado porque él sinceramente no estaba encontrando las palabras en sus cuerdas vocales. 
 Tiene este nudo en la garganta que no lo está dejando respirar, y su sonrisa ahora es tan temblorosa que no sabe cómo es que todavía no se ha transformado en una mueca dolorosa que lo delate en ese mismo instante.
 —Hola, Vladimir —saluda en un murmullo una vez que se ha dicho a sí mismo que no hay marcha atrás y que no puede permitirle a nadie ese tipo de penas a sabiendas de que hay más miradas sobre él de las que le gustarían. 
 Además, este sujeto jamás le hizo daño en el pasado, si acaso, de los dos quien terminó dejándolo todo fue él, mientras que los demás solo se quedaron con la pregunta en la boca de qué sucedió para que se marchara de esa manera, para que no dijera adiós, para que cambiara su número telefónico y no se dignara, siquiera, a hacérselos saber. 
 Harry fue el que los dejó atrás y no al revés. El único que fue demasiado cruel fue él mismo y lo lleva sabiendo por tanto tiempo que le avergüenza enormemente tener que enfrentarlos tantos años después. 
 Jamás les ofreció una disculpa —e incluso ahora ni siquiera tiene una—, y aun así los tiene delante, emocionados, conmocionados de volver a verlo.
 —¡No puedo creerlo! —exclama el hombre de ojos dorados entonces, volviendo a sacar al muchacho de ese trance repleto de lamentos y arrepentimientos que bien podrían llenar un libro entero— ¡No puede ser!
 Harry pega un respingo ante su entusiasmo y de pronto, Vladimir se da a sí mismo la oportunidad de abrazarlo. Lo rodea por los hombros y la cintura con los brazos, estrechándolo contra su cuerpo antes de darle varias palmaditas que dejan al rizado tan, pero tan desconcertado que apenas es capaz de ejecutar algún movimiento.
 Sus ojos vagan por los rostros de los demás presentes, el rubor le sube a las mejillas y el bochorno llega a ser tan grande para él que tiene que apartarse por un momento. Vladimir lo deja ir, por supuesto, y su contentura no disminuye ni un poco aun cuando el semblante del oficinista no es tan generoso. Niall se acerca con disimulo.
 —Qué sorpresa que estés aquí, amigo —dice el muchacho a continuación, haciéndose a un lado para que Beth entre en el espacio murmurando un saludo bastante característico y le ofrezca una enorme sonrisa y un abrazo a Harry, quien incómodamente lo corresponde en la medida de lo posible—. Han pasado ¿cuántos años desde que no nos vemos?
 —Unos cuantos —consigue responder el rizado, el nudo en su garganta es inmenso y el abrazo que le da Damián, quien ha aparecido de la completa nada y quien ha ido primero por Niall, solo logra apretárselo mucho más—, ha sido mucho, sí.
 —¡Ha sido mucho, sí! —repite con esa enorme sonrisa que le quiere partir la cara y Harry no lo entiende.
 No lo comprende ni un poco.
 ¿Por qué está tan feliz de verlo?
 ¿Por qué todos tienen esa mirada tan nostálgica y enternecida reluciendo en sus cuencas?
 ¿Por qué todos lucen como si no lo hubieran dejado de querer ni un poco a pesar de que nunca más los volvió a ver?
 ¿Será porque recuerdan los años universitarios más que cualquier otra cosa?
 ¿Es por el pasado que vivieron?
 ¿Han sido capaces de olvidarse del presente y darle más importancia al tiempo compartido en lugar de prestarle atención a lo que sucedió después?
 ¿No le guardan la más mínima pizca de rencor por el abandono?
 El rizado tiene muchas preguntas, demasiadas, y ninguna de ellas logra ser respondida en el siguiente segundo, pues tiene a Stephan acercándose a ellos y haciendo otro nuevo escándalo en el que él y Niall son el centro de atención.
 Una nueva ola de abrazos y cuestiones referentes a su estado y lo que estaba haciendo le empiezan a llover por montones, como un chubasco inesperado que le empapa hasta el alma y lo abruma lo suficiente como para necesitar un descanso.
 Su amigo se da cuenta de ello en todo momento, de lo nervioso que se está poniendo, pues le rodea los hombros con uno de los brazos y comienza a contestar por él, haciendo bromas de aquí para allá, siendo jocoso como siempre, demasiado bueno disimulando sus conocimientos del verdadero estado emocional de un rizado que se ha forzado a sí mismo a aclararse la garantía varias veces y a contestar interrogantes como en dónde trabaja ahora y qué ha estado haciendo.
 Les cuenta con cautela sobre su empleo y su piso en Londres, y sobre cómo la comida allá es muy buena a la vez que evita mencionar el tipo de cliente frecuente que es en los bares, y su probable adicción al alcohol y al sexo, esto último siendo algo que definitivamente debe evadir a toda costa.
 Le llega a avergonzar lo alborotados que están siendo por la reunión de la banda —esas han sido las palabras de Damián, todos lo han encontrado hilarante menos Harry, por supuesto. Se ha amargado con los años, aparentemente—, especialmente cuando uno de ellos propone que continúen con la conversación en la mesa, añadiendo que les han guardado un espacio a ambos y que una nueva ronda de bebidas está por llegar.
 Harry se sienta en una de las esquinas de afuera y cree que Niall va a ocupar el asiento que queda a su lado. Sin embargo, el castaño ocupa el que está a la izquierda de Beth, dejándolo a la derecha de Vladimir y a la izquierda de absolutamente nadie. Se muerde el interior de las mejillas, pues en su mente transcurre este pensamiento de que alguien en particular podría ocupar ese mismo espacio aún sin saber cuándo.
 Ni siquiera sabe si está allí.
 A decir verdad, el recibimiento que tuvo fue tan excéntrico que no tuvo la oportunidad de ver a nadie más que a su grupo, por lo que aprovecha ese momento para hundirse el corazón y echar un vistazo por los alrededores, con el murmullo de la conversación de personas que no volvió a ver después de la graduación haciéndole cosquillas en los oídos.
 Se da cuenta entonces, de qué hay más personas en su condición, y que, de hecho, hay demasiada gente en esta parte del restaurante. Las mesas han sido juntadas para formar un enorme conjunto compartido, lo suficientemente grande como para serpentear por el terreno sin arruinar la estética del restaurante ni mucho menos obstruir el paso para los meseros que han estado yendo de un lado a otro, llevando bebidas, tomando órdenes, abriendo nuevas cuentas separadas y tratando de escuchar por encima de ese bullicios que se asemeja al zumbido de una colmena.
 Caras conocidas van y vienen. Voces que le suenan de algo colman sus tímpanos. Y son más de cinco las veces en las que hace contacto visual con alguien que le saluda con un movimiento de mano y una sonrisa que Harry solo atina a corresponder por puro acto reflejo.
 Sabe que convivió con muchas personas durante sus estudios, que sus clases le permitieron conocer un sinnúmero de individuos que seguirían saludándolo incluso cuando el semestre hubiese terminado y le tocara a cada uno continuar por un rumbo distinto. De modo que no debería sorprenderle tanto que alguien lo reconozca y le haga saber que todavía lo recuerda.
 Harry solía ser bastante amistoso en aquellos tiempos, siempre muy amable con cualquiera que le dirigiera la palabra o no. Solía saludar a todos cada vez que entraba a las aulas y tenía la costumbre de mantener pequeñas conversaciones con todo aquel que estuviera a su lado. Les fascinaba hablar y reírse y regresar al final del día con su novio para contarle qué tan aburrida o interesante había sido una clase o lo que sea.
 Harry le hablaría sobre cualquier cosa y él lo escucharía con todo el gusto del mundo, porque lo quería.
 Quería. Pasado. Ya no más. 
 Aprieta los labios reprimiendo esa mueca que quiere deslizarse por sus facciones y termina soltando un pesado suspiro una vez que sus ojos terminan de escanear el resto de la zona.
 No está.
 El hombre que ha echado de menos con cada fibra de su cuerpo y al que ha tenido volver a ver por tanto tiempo simplemente no está presente. No hay una sola esquina que no haya revisado ya, ni ningún castaño que haya pasado desapercibido por delante de él. Él sencillamente no se encuentra presente y Harry ahora tiene esta decepción abrazándolo desde atrás, rodeándolo con sus fríos brazos, ofreciéndole este vacío que le deja un nuevo hueco en el pecho que no sabe si lo matará en el siguiente segundo o al final de la noche.
 Piensa, mientras escucha como Vladimir habla sobre cómo se comprometió hace algunos meses con una muchacha sumamente encantadora, que lo mejor será someterse a la resignación y fingir que no se está desbaratando por dentro, que no pasa nada y que no importa.
 Nunca debió importar.
 Debió de dejarle de importar desde el momento en que tomó ese tren en dirección a Londres, sin despedirse, sin decir nada a nadie. 
 Sin embargo, sabe muy bien que, si le interesa, y es por esa razón que se ensombrece entre toda esa radiante emoción expulsada por la gente a su alrededor. 
 Todos brillan casi tanto como el sol, mientras que él se nubla hasta el punto de convertirse en tormenta. 
 No es una sorpresa, de todas formas. Han sido infinitas las ocasiones en las que él se ha derrumbado delante de la gente sin que nadie se dé cuenta, sobre todo en los bares. Por lo que, sabiendo mejor que nadie que la mejor manera de disimular su tristeza es pidiendo un trago y que le sigan varios, decide levantar la mano para llamar la atención de uno de los meseros.
 Lo consigue en un instante, pidiendo una cerveza de entrada en una cuenta a su nombre. Niall aprovecha la presencia del camarero, pues se suma a la bebida y a él le sigue Damián, y luego Beth, y después todos los otros menos Stephan, quien pide una soda alegando que el alcohol ya no le sienta tan bien como antes.
 Alguien pregunta al respecto, pero Harry no logra escuchar su respuesta, pues Vladimir de repente se está poniendo de pie para darle la bienvenida a alguien que Harry estaba temiendo y ansiando ver.
 Una nueva ola de alegría cae sobre el invitado. Abrazos y saludos llueven por montones, un nuevo momento eufórico de comentarios que van desde “¡cuánto tiempo, hermano!” y “¡mírate, tienes el cabello más largo!” que dejan a Harry medio desorientado y avergonzado y sintiéndose tan diminuto que ni siquiera puede sostener la mirada hacia al frente.
 Así que la baja, y se pierde de todo lo demás, y no la vuelve a levantar hasta que siente como el asiento a su lado es ocupado y el corazón se le cae en pedazos sobre las manos. 
 —Hola —saluda el hombre, con una diminuta sonrisa en las comisuras, con esos ojos tan azules que, por un momento, Harry cree haber ido de visita al cielo aún sin merecerlo.
 Son los mismos ojos que estuvo buscando en cada persona a la que se entregó y que nunca pudo encontrar, y con toda la razón del mundo. Nadie podría tener esas cuencas.
 Nadie nunca podría mirarlo de esa manera.
 ¿Por qué siquiera esperaba poder hallar algún parecido cuando ese visaje no se encuentra en ninguna otra parte del mundo? Solo allí, delante de él, justo a su lado, lo suficientemente cerca como para que el rizado esté seguro de que su memoria jamás les hizo justicia a esos ojos y que el tiempo estuvo a punto de borrarlos de su caja de recuerdos.
 Se había aferrado a ellos, sin embargo, todo el tiempo.
 —Hola —responde, aunque no tiene ni la menor idea de cómo es que sus cuerdas vocales no se han cortado a estas alturas.
 —¿Todo bien? —cuestiona, por consiguiente, su sonrisa un poco más apretada que antes, más incómoda de lo que a Harry le hubiese gustado.
 —Sí —contesta parpadeando.
 Le hace falta el aire, necesita un poco más de espacio. Pero no hay.
 —¿Y en Londres? —continúa interrogando—, ¿todo en orden por allá?
 —Eh, sí. Sí —asiente varias veces, innecesariamente.
 El nudo que alguna vez estuvo en su garganta lo único que hizo fue crecer, pasando por su faringe para dirigirse hacia su estómago y comérselo vivo.
 El dolor en sus tripas se hace presente y sabe muy bien que aquel hombre tiene la intención de decir algo más, pues sus delgados labios se separan y su pecho se hincha en su querer. No obstante, la cerveza que pidió llega junto con todas las demás, y Harry cobardemente se refugia en esos tragos que lo salvan solo durante un rato.
 Gran parte de la velada es como una mancha borrosa en su cabeza.
 Su sonrisa tensa se hizo presente en numerosas ocasiones, su cráneo se movía de arriba abajo en los momentos adecuados, cuando alguien le hacía alguna pregunta directa o pretendía escuchar lo que uno de ellos contaba entre risas y bromas que no llegó a comprender en ningún momento.
 Sus brazos permanecían pegados a su cuerpo, con las manos escondidas entre los muslos, sacando la derecha cada tanto para agarrar esas botellas de cerveza que estuvo consumiendo desde hace rato y también para degustar ese platillo de pasta en salsa blanca que en algún instante decidió ordenar tan solo para no tener que hablar.
 Nunca giró el rostro hacia él, pues sabía perfectamente que podría estar observándolo o ignorándolo, y ninguna de esas dos opciones le hacía sentir bien. Al contrario, la posibilidad de que estuviera viéndolo a la espera de cualquier interacción era igual de demoledora que la probabilidad de que estuviera pasando de él, fingiendo que la silla está vacía, que no hay absolutamente nadie a su lado y que su presencia, en conjunto a su existencia, no son más que el vestigio de una relación que ya no es.
 Harry sufre en silencio en todo momento, con el corazón vuelto loco en el pecho, saltándose latidos por montón y encogiéndose cada cinco segundos. La mención del nombre del hombre a su lado lo obliga a hacerse de oídos sordos cada tres minutos, y sus cuencas han estado al borde del llanto con tanta frecuencia, que le parece un completo logro el que el grifo no se haya abierto ya.
 En algún instante, cuando el bullicio incrementa un poco más, pues gran parte de los adultos allí presentes ya han consumido una cantidad de alcohol considerable y ahora hablan un poco más alto que hace unas horas, Harry decide que tiene que salir un momento.
 Se disculpa con un murmullo que tiene por seguro que Niall escucha, pues le regala un asentimiento con la cabeza que es más protector que cualquier otra cosa, y se pone de pie para pasar por detrás de la silla que esa persona continúa ocupando.
 Sale del restaurante a paso rápido, rebuscando en los bolsillos de su chaqueta esa cajetilla de cigarrillos que siempre lleva consigo aun cuando en ocasiones ni siquiera termina consumiéndolos.
 Como si el cielo quisiera darle alguna recompensa por esta noche, no solo encuentra la cajetilla, sino también un encendedor que jamás imaginó que podría estar allí. Sisea cuando una ráfaga de viento le quiere helar los huesos, y da la primera calada tras haber prendido la punta del pitillo.
 Exhala entre los dientes y cierra los ojos sin saber si quiere echarse a llorar ahora o le apetece reunir una tranquilidad que no posee con la esperanza de deshacerse de esos temblores que han estado atacando a su abdomen desde el primer instante.
 Tiene la opción de marcharse, de pagar en la recepción y pedir un taxi que lo lleve a la estación de trenes y tomar la línea que lo lleve directo a Londres.  Pero no puede. Anda con Niall después de todo, abandonarlo sería traicionar a la única persona que no se ha marchado de su lado, que no lo ha dejado en el olvido y que se mantiene al pendiente de él aun cuando Harry no lo necesita, o al menos, se convence cada día de que no lo hace.
 No puede marcharse. No puede escapar por más que quiera hacerlo.
 Respira en voz alta, sintiéndose atrapado en esa noche, y vuelve a darle una larga calada al cigarro antes de golpear el cilindro suavemente para deshacerse de las cenizas que sobran.
 Está a punto de inhalar una vez más cuando de pronto, el chasquido de la puerta a su espalda lo obliga a mirar hacia atrás. Los huesos se le paralizan y está seguro de que el corazón también se le detiene cuando su vista se enfoca en él, en ese azul incomparable, en ese rostro que lo ha estado persiguiendo en sueños pero que no se parece al de antes porque ha cambiado.
 Ha cambiado tanto y todo para bien, pues está mucho más guapo, mucho más llamativo. Harry no tuvo la oportunidad de observarlo bien dentro del restaurante, pero ahora es capaz de ver su rostro apropiadamente.
 Tiene una barba espléndida cubriendo su mentón y la parte inferior de sus mejillas. Su nariz está un poco más fina que antes, menos respingona y su boca sigue siendo igual de rosada que siempre.
 En las esquinas de sus ojos habitan varias líneas inofensivas provocadas por los años o por esas encantadoras marcas de expresión que solían hacerse presente cuando reía o sonreía mucho. Asimismo, tiene el pelo un poco más largo de lo que nunca se lo vio antes, pero al menos conserva ese flequillo que lo caracterizaba en ese corte de cabello que tan bien le sentaba.
 Y está guapo. Dolorosamente guapo.
 Y Harry sufre por ello, especialmente cuando el castaño se termina acercando a él con los labios apretados, hasta quedar, una vez más, a su lado. El rizado mantiene la vista sobre el asfalto. El humo del cigarro le quiere alcanzar las fosas nasales.
 —¿Desde cuándo fumas? —pregunta de pronto, antes que cualquier otra cosa, como todo un saludo que toma al hombre de ojos verdes más desprevenido de lo que le habría gustado.
 —¿Qué estás haciendo aquí? —responde en cambio, ignorando el escalofrío que le causa el sonido de su voz, atribuyéndoselo a la brisa como si su mente no fuera ya demasiado consciente.
 —También tengo el hábito —contesta con sencillez, sacando su propia cajetilla del bolsillo de su pantalón—. ¿Desde cuándo lo haces? —vuelve a preguntar.
 Harry arruga las cejas entonces, todavía con la vista clavada en la acera, en sus zapatos, en las cenizas que no dejan de caer de su cigarro. Le da una nueva calada y se encoge de hombros.
 —Qué sé yo, Louis —termina respondiendo, con la boca y la lengua cosquilleándole ante la pronunciación de un nombre que solo escuchó decir a sí mismo entre sueños.
 Ha sido un poco más tosco de lo que habría imaginado, pero intenta no culparse por ello, pues esa es la pura verdad. No tiene ni idea de cuándo fue que comenzó a fumar, ni para qué. 
 Louis asiente con cierta conformidad poco segura, y de soslayo el rizado aprecia cómo se dedica a encender su propio pitillo, colando la mano por debajo de su camisa suelta para cubrir con la tela el fuego del viento.
 Es peligroso que haga algo como eso, pero la destreza con la que se maneja deja bastante claro que es algo que ha hecho muy a menudo y que ya cuenta con la experiencia para no incendiarse en el proceso.
 Harry deja caer su cigarrillo, y lo pisa antes de guardarse las manos en los bolsillos de la chaqueta con el único propósito de esconder el temblor que se presenta en sus dedos.
 Aprieta los labios, y ya no tiene el control de su propia lengua.
 —¿Sabías que iba a estar aquí? —cuestiona de pronto, en un impulso que no sabe si se relaciona con esa ansiosa sensación que está empezando a distribuirse en una gran parte de su cuerpo o si se trata de esa necesidad por averiguar si él también ha pensado como él, sí ha querido saber de él de la misma manera en que Harry lo hizo.
 Louis parpadea varias veces.
 —Huh, ¿supongo? —responde, dándole una calada a su cigarro y dejando a Harry en una especie de limbo entre el malestar y la molestia— Te vi salir, así que…
 —No —lo interrumpe antes de que pueda terminar la oración. Lo ha malentendido y en lugar de marcharse de allí como se supone que debió haber hecho, Harry permanece en su sitio para saber la verdad—, me refiero aquí, a la reunión. ¿Sabías que iba a venir?
 Ciertamente no está demasiado seguro de cómo es que la voz no se les ha quebrado a estas alturas, pues tiene este nuevo nudo en la garganta atormentándolo y causándole la impresión de que lo va a dejar mudo por la eternidad.
 Aun así, se las está ingeniando para hablar, con el entrecejo fruncido y los ojos puestos sobre el rostro de aquel que alguna vez fue su amor.
 Louis aprieta los labios con suavidad, y hace esto de bajar la mirada hacia el suelo antes de patear levemente el asfalto sin llegar a golpear nada en realidad.
 —Ah, eso —musita y es tan bajo que si no estuvieran rodeados del silencio nocturno y el corazón de Harry no estuviera saltándose varios latidos, no lo habría escuchado en absoluto—, sí. Lo sabía.
 De algún modo, la sorpresa que escucharlo decir eso es igual de grande que el repentino rubor que le sube a las mejillas, calentando su piel, causándole este remordimiento que se lo come desde adentro y que no lo deja moverse ni un solo centímetro.
 Los huesos se le entumecen y tiene que hacer un gran esfuerzo por organizar el torbellino de pensamientos que comienza a hacerse presente.
 —¿Cómo? —interroga, aunque no debería. 
 Sabe perfectamente que debería alejarse, que lo mejor que puede hacer es darse la vuelta y marcharse, pues todo esto está siendo más difícil de lo que se pudo haber imaginado. Harry tuvo muchos escenarios en su cabeza, muchas fantasías en las que él y Louis se reencontraban después de tanto tiempo, y ninguna de ellas fue tan decepcionante como este momento. 
 Por qué está decepcionado, sin embargo, ¿acaso estaba esperando algo más de él?
 ¿Qué es lo que quería de un hombre con el que las cosas se terminaron hace más de ocho años?
 ¿Qué era lo que pretendía que iba a suceder?
 ¿Se habrá vuelto loco al pensar que Louis lo tomaría entre sus brazos desde el primer instante y le diría cuánto lo ha extrañado?
 La respuesta es sí. Claramente ha perdido la razón, pues el modo en el que el castaño lo mira no indica en absoluto que lo vaya a abrazar, mucho menos que lo haya echado de menos en absoluto.
 Si tuviera que ponerle un nombre a la expresión que habita en ese azul encantador, Harry elegiría incomodidad, pues lo conoce —o lo conocía— lo suficiente como para saber cuándo se sentía incómodo con algo o alguien.
 Lo está con él.
 Ahora lo sabe. Justo cuando Louis le echa un nuevo vistazo, Harry se entera de que no soporta estar en el mismo espacio con él y no logra determinar cómo es que eso lo está haciendo sentir.
 Su pensamiento de que debería de darse la vuelta e irse aparece una vez más, pero en lugar de hacerle caso como tendría que hacer, opta por ladear la cabeza en su dirección e insistir en esa antigua pregunta que no fue respondida.
 —¿Cómo te enteraste? —repite, esta vez entre dientes.
 El malestar que se lo estaba comiendo ahora se está transformando en una especie de fastidio que le pone la piel de gallina.
 Louis se encoge de hombros, y Harry se siente arder. 
 —Niall me comentó que vendrías con él —responde y la sencillez con la que habla antes de inhalar su cigarrillo hace que al rizado se le agriete un poco el alma.
 Así que Niall mantuvo contacto con él, pero ¿desde cuándo?
 ¿Por qué no se lo dijo? ¿Por qué no le hizo el comentario? ¿Estaba tratando de protegerlo o de hacerlo sentir peor de lo que ya lo hace?
 Y Louis, ¿por qué siquiera querría saber algo como eso? ¿Para qué? ¿Que ganaba con enterarse de su presencia en esa ridícula reunión de exalumnos a la que no debió venir en primer lugar?
 Las cejas se le arrugan automáticamente, un poco más que antes, definitivamente más que antes, y el mismo calor que inunda su rostro decide expandirse por el largo de su cuello, por su pecho, por donde su corazón late con una fuerza estupenda y terrorífica.
 Deja de soportar estar en su propio cuerpo, y allí. No soporta estar allí y en lugar de irse como se supone que tuvo que haber hecho hace unos segundos, cuando pensó en ello por segunda vez —esta es la tercera—, se queda para saber cosas que ciertamente no necesita conocer.
 —¿Le preguntaste si yo iba a venir? —cuestiona con una mueca plegando sus facciones.
 Hay un antebrazo de distancia entre ellos, por lo que es bastante fácil visualizar cómo el humo se escurre fuera de los labios de un hombre que continúa fumando como si la conversación no tuviera el pelo de cien toneladas cayendo en el hombro de ambos. O quizás solo están sobre los del rizado, lo cual tendría más sentido considerando que, aparentemente, es el único que ha estado sufriendo todos estos años. 
 Lo está detestando un poco más que hace un segundo.
 —Sí —confirma en un asentimiento, girando el rostro para verlo directamente a los ojos, chocando ese azul con el irritado verde que habita en las cuencas de un hombre que en cualquier instante se echará a llorar.
 Louis ha preguntado por él.
 ¿Se siente aliviado al respecto?
 ¿Le duele más de lo que le alegra?
 ¿Está siquiera alegre por saberlo?
 No. No lo está. La verdad es que se está muriendo, por milésima vez en una noche. Por millonésima vez en nueve años.
 —¿Por qué? —pregunta sin más, tratando de mantener ese contacto visual que le está calcinando cada esquina de las entrañas.
 Su voz está más ronca que hace unos momentos, más trémula, definitivamente inestable, y quiere echarle la culpa a todas esas cervezas que se tomó para no tener que lidiar con la consciencia de que en cualquier instante se puede echar a llorar.
 Esto está siendo un desastre, especialmente cuando el único que parece afectado por todo es Harry. No le sorprende de todas formas, él es único estancado aquí. 
 La cantidad de segundos que llegan a pasar antes de que alguno de los dos vuelva a hablar es un completo misterio para el universo.
 —Quería verte —confiesa eventualmente, después de unas cuantas caladas silenciosas, permaneciendo con la misma tranquilidad insufrible que está sacando a Harry de quicio.
 Es desolador darse cuenta de que él es el único calcinándose allí. El único que siente como todo a su alrededor de hace pedazos por segunda vez en su vida, en el mismo pueblo en donde nacieron y crecieron. 
 Louis se atreve a girar el rostro hacia el rizado una vez más y esta vez, entre sus cuencas marinas, hay cierta expresión que desconcierta al hombre de pelo achocolatado.
 Es una mezcolanza entre tristeza y pena, con una pizca de una nostalgia que nunca le había visto antes, en conjunto a una añoranza que casi parece de mentira pero que está allí. Es tan real como la dureza que se presenta en su entrecejo, como las palpitaciones de un órgano que resuena en el mutismo de la noche, como el crujido de las ramas y el cantar de cientos de grillos que no paran de intentar llenar el espacio que ahora queda entre ellos.
 Harry ha quedado perplejo en su lugar. El gesto en sus ojos y la confesión lo han tomado por sorpresa, pues es blando, casi débil, como si le conmoviera darse cuenta de sus propias palabras, como si de pronto supiera lo vulnerable que ha sonado al decir eso y no pudiera hacer nada para arreglarlo y no quisiera, ni siquiera, ocultarlo.
 Es extraño y repentino, y Harry tiene que dar un paso hacia atrás porque hace un segundo estaba jurando que Louis no lo volvería a ver con ese tipo de expresión jamás.
 Se equivocó, por supuesto. Se ha estado equivocando mucho, de eso no le cabe duda. 
 Pero ahora es diferente. Se siente distinto.
 —Ha pasado un largo tiempo desde que nos vimos, Harry —le dice en un nuevo murmullo, tan apacible que le hace daño, tan calmado y dócil que lo lastima como si de pronto le hubiera pellizcado, como si le hubiera clavado un puñal.
 Harry frunce los labios para evitar la mueca que quiere desfigurarle la cara. Le pican los ojos y tiene que estrujarse el derecho para evitar derramar las lágrimas que amenazan con salirse.
 —Nueve años —comienza a decir, sus cuerdas vocales temblando como un violín adolorido. La presión en su pecho es asfixiante y ni siquiera estar al aire libre le ayuda a que el oxígeno le llegue apropiadamente al cerebro—. Tenemos nueve años sin vernos, sin hablarnos, sin saber el uno del otro y tú… ¿de repente decides que quieres hacerlo en una reunión de exalumnos? 
 Louis menea la cabeza, con un gesto incrédulo formándose en sus facciones.
 —Bueno, no fui yo el que la planeó —puntualiza, sin comprender que el asunto va mucho más allá que quien ha sido el responsable de eso.
 No entiende que se trata más del reencuentro, de las memorias, de la vida que pudieron haber compartido y que ahora no queda en más que un miserable quizás. Un tal vez que no llega a ser probabilidad por más que Harry lo haya querido.
 —No debiste sentarte a mi lado, Louis —musita, sacudiendo la cabeza. Eso, sin embargo, no es exactamente lo que ha querido decir, pero es que tampoco sabe sobre eso pues el desorden dentro de su cerebro es inaudito y lo está mareando—. No debiste seguirme aquí.
 Por alguna razón, el castaño se muerde el labio inferior y lanza el cigarrillo consumido al suelo con más fuerza de la que es necesaria.
 —Yo sólo venía a fumar —declara en el mismo murmullo.
 Y vaya. Cielos. Si a Harry le quedaba una pieza intacta en el espíritu, lamentablemente y en ese mismo instante se acaba de quebrar por completo, dejándolo ahora con solo un cuerpo vacío, un cascarón con grietas que ni siquiera la oscuridad puede llenar. Y a él solo le queda eso, una negrura inmensa, una desolación qué pasa a ser decepción en un segundo, uno que determina la cantidad de sentimientos que se cruzan por sus entrañas y lo colman de amargura absoluta.
 —Vete al diablo —se queja entre dientes, más bien lo escupe sin pensar.
 O quizás si lo piensa. Tal vez lo ha estado pensando desde hace dos o tres años y se ha estado guardando la maldición porque en algún instante rozó la etapa del enojo y no ha salido de ella del todo. 
 La boca le sabe a vinagre, a muerto, a desolación, y el alcohol le burbujea en las entrañas a punto de causarle acidez, una indigestión insoportable que lo tiene al borde del vómito.
 Si de repente tiene que acercarse al otro lado de la calle a vaciarse las entrañas, espera morirse allí mismo.
 Louis, por otro lado, ahora lo mira como si no comprendiera cómo es capaz de decirle algo como eso. No cree que se lo merezca. Harry no cree haber merecido la soledad que le rompió el alma hace años. 
 —¿Por qué estás tan molesto conmigo? —interroga al segundo, plegando las cejas y escondiéndose las manos en los bolsillos cuando una brisa fría pretende helarle los huesos.
 El rizado respira en voz alta y menea la cabeza antes de girar el cuerpo en dirección a la calle.
 Sería sencillo tomar un taxi ahora mismo, ir a la estación y volver a Londres. No sabe por qué todavía sigue allí parado.
 —No estoy molesto —niega sin el menor de los sentidos.
 Ni siquiera tiene sentido que intente negarlo. El calor en su rostro declara su fastidio con todas las vocales de la palabra. Aun así, lo hace, pues es lo único que le queda, es lo único que tiene ahora además de toda esa tribulación infinita.
 Esta puede ser la última vez que pueda hablar con Louis, verlo, escucharlo. El cielo sabe las veces que fantaseo con este preciso instante, pero nada está saliendo como se lo había imaginado.
 —Estas molesto —repite, llano, sin escrúpulos, siendo igual de franco que antes, que siempre. Es una de las razones por las que siempre lo quiso como a nadie, su honestidad nunca le rompió el corazón. El que lo dejara sí—. No has abierto la boca en toda la noche y las pocas veces que lo has hecho, ha sido para ser un tanto grosero.
 Harry se muerde el interior de las mejillas al mismo tiempo en que se ruboriza. Más bien, hierve. Se dio cuenta de su falta de interacción en el restaurante. Notó su tensión y su evasión y ahora se lo está echando en cara. 
 —No estoy molesto —vuelve a decir, un poco más incómodo que hace un momento, bullendo desde adentro, calentándose con fiereza mientras la consciencia se lo quiere comer vivo.
 Se enfurruña en su chaqueta, en el frío de la noche, en el rumor de la calle y los susurros de su propia mente, que no deja de trotar y correr y andar con tanta velocidad que se siente mareado.
 La nariz le moquea aún sin saber por qué, y su paciencia se reduce hasta el grado en que su caja torácica se achica y le aprieta el corazón dolorosamente.
 El malestar permanece dentro de él y la idea de vomitar regresa a él como un torbellino.  
 —Harry —pronuncia, y es la forma en la que el nombre se raspa en la mención, y el modo en el que casi ronronea cada letra hace que la piedra termine de romper el vaso, que le troncha la poca tranquilidad que le quedaba en las venas, liberando toda esa rabia y ese malestar que ha estado guardando en el pecho desde que puso el primer pie en Londres y supo que todo se había terminado para ellos.
 —¡Estoy dolido! —exclama de repente. Los ojos se le llenan de lágrimas y su propia voz hace eco hacia la luna— ¡Estoy malditamente dolido, carajo!
 Y un poco ebrio, aunque eso no es algo que le apetezca añadir. No es el momento, no cuando tiene que limpiarse los párpados y evitar que el castaño tenga una vista de primer plano de lo deplorable que tiene que lucir ahora mismo.
 —Pero ¿por qué? —inquiere y su tono sigue siendo el mismo, quizás lo tinta un poco la confusión y nada más.
 Harry arruga muchísimo la cara. Le está empezando a doler la cabeza.
 —¿Por qué? —repite en la misma interrogante, más ácido que nunca, un poco tosco al no poder creerlo—, ¿me estás preguntado por qué?
 —Sí —asiente pestañeando varias veces. Su ignorancia le hace el mismo daño que el que no lo hubiera presionado a tocar el tema—. Eso hago.
 —Que por qué estoy molesto —dice con un bufido y una risa tan, pero tan amarga, que por poco no soporta escucharse a sí mismo.
 Los ojos le arden a causa de esas lágrimas que quieren escabullirse y que, de hecho, logran escapar de la prisión a la que intenta someterlas para no revelar lo vulnerable que es ahora. Lo frágil que ha estado siendo desde entonces.
 Nada de eso importa, sin embargo, no cuando se encuentra con ese color azul tan singular, tan irremplazable, tan imposible de conseguir en cuerpos distintos. Harry lo intentó, de verdad trató de hallar unos que se le asemejaran, que le hicieran justicia, y la forma en la que falló fue tan miserable que no puede evitar sentirse más molesto, más roto, más lastimado.
 Se echa el cabello hacia atrás cuando una ráfaga le despeina sin piedad y se muerde el labio inferior con un escalofrío recorriéndole la nuca pues Louis no deja de verlo fijamente. El rizado termina apartando la vista y bufando una vez más.
 —Bueno, a ver, quizás sea porque han pasado nueve malditos años en los que no he podido olvidarte —empieza a despotricar, encogiéndose de hombros, plegando la nariz, siendo tan despectivo con sus propios sentimientos que casi no parece ni él mismo. Pero es que ya ni siquiera lo es. hace tiempo que no se reconoce porque está seguro de que el pedazo de alma que tenía su vitalidad se quedó allí Gloucestershire, con Louis—, y de repente estás sentándote a mi lado en una estúpida reunión de exalumnos para hablarme como si todavía fuéramos amigos de toda la vida. ¿Qué te importa cómo estoy? ¿Qué te interesa cómo me está yendo en Londres?
 Es un poco cruel con el modo en que se expresa. No obstante, son pocas las probabilidades de que se detenga ahora, especialmente porque Louis se queda callado y Harry está aprovechando cada oportunidad que tiene para sacarse todo lo que tiene dentro, pues de ese modo piensa que va a quitarse el peso de los huesos y a encontrar una especie de cierre que lo ayude a dormir por las noches o a dejar, aunque sea, de compartir las horas de madrugada con hombres a los que nunca va a querer lo suficiente.
 Se humedece los labios con la punta de la lengua, y mira al castaño con las cuencas repletas de la misma agonía con la que se bañan las estrellas cuando solía mirarlas y les imploraba por un cambio de vida que nunca tuvo.
 —¿Quieres saber cómo me está yendo en Londres? —inquiere, ahogándose a mitad de camino con su propia saliva, con la roca que tiene atascada en la garganta, con el pesado pálpito en su pecho que se asemeja a la caída de los granos de arena dentro de un reloj. Los músculos de su rostro se tuercen en una nueva mueca de desilusión—Como la mierda, a decir verdad. ¿Y sabes por qué?, ¿sabes por qué? —repite, dando un paso hacia el frente para poder bajar la voz, para apretar la laringe y las cuerdas vocales y empezar a sollozar en ese llanto que tiene encerrado en el centro del cuello— Porque no te me sales de la cabeza, porque cada vez que intento superarte termino recordando cada momento que vivimos juntos y que no van a volver a suceder porque han pasado nueve años desde que terminamos. Nueve años.
 Con cualquier otra persona, a Harry se le habría hecho imposible soltar todo eso, dejar salir cada una de esas palabras sin sentir que se muere de la pena en el proceso. Sin embargo, y aun cuando el bochorno de hecho le tiñe el rostro de un bermellón al que se lo atribuye al helado clima de una estación tardía, no es con Niall que está hablando, ni con algún compañero de trabajo, ni mucho menos un desconocido que decidió buscarle plática en algún bar.
 Se trata de Louis.
 Aquel que solía ser su confidente, aquel con quien era sumamente sencillo abrirse las entrañas, aquel en quien confiaba con los ojos cerrados y los oídos tapados. Con él siempre fue sencillo decir todas esas cosas que en cualquier otro momento habrían sido difíciles de externar. Con él siempre fue fácil intentar ser un poco más valiente, y el hecho de que eso no haya cambiado, incluso después de tanto, está matando a Harry un poco más.
 —Y me siento como la mierda, ¿bien? —vuelve a hablar, pues el castaño continúa enmudecido, con la cabeza agachada, como si estuviera intentando buscar las palabras adecuadas para sus tímpanos o no quisiera enfrentar el desastre que es Harry ahora. El rizado es tan consciente de que el llanto le sale por montones que no puede hacer más nada que dejar el río correr y salpicarse las manos en la orilla del arroyo—, porque te he echado tanto de menos que ya ni siquiera sé qué es lo que estoy haciendo. No sé qué carajo estoy haciendo y lo odio, no tienes idea de cuánto lo odio.
 Se le gasta la voz al final de la oración y se da a sí mismo la oportunidad de llorar en silencio, de dejar que la pena le circule por las venas, que le empape los pómulos y le libere los pulmones de esa presión a la que los ha estado sometiendo al aguantar la respiración cada tanto para no terminar soltando estos hipidos que no necesita que nadie escuche, menos Louis.
 —No estás siendo justo —habla el castaño después de un rato, cuando parecía que la conversación se iba a quedar allí, cuando Harry había quedado con la impresión de que su antiguo amor iba a darse la vuelta para regresar al interior del restaurante como debió haber hecho antes de que le diera rienda suelta a su lengua. El rizado se rehúsa a arrastrar la mirada hacia él—. Tú fuiste el que terminó conmigo, Harry. Tú fuiste la razón por la que rompimos, no yo.
 —¿Y crees que no sé eso? —cuestiona en voz baja, pues el llanto que no se detiene le ha drenado las fuerzas y lo ha dejado todo encogido y diminuto y más dolido que antes. Le pesan los párpados, y no importa cuantas veces se pase las manos por la cara, continúa estando mojada—, ¿crees que se me olvidó y que no me arrepiento cada día de mi maldita vida?
 —Entonces no me culpes por lo que estuviste sintiendo —pronuncia y el modo en el que su voz se encoge le hace saber al rizado que, quizás, no es el único allí con sentimientos incontrolables que salen a flote a la luz de la luna. Le entran ganas de saber qué tipo de expresión debe estar haciendo ahora mismo, pero el asfalto y sus orbes parecen tener un trato para protegerlo—. Yo ni siquiera quería que termináramos. Quería pasar el resto de mi vida contigo y tú querías mudarte a Londres.
 Harry no necesita que lo diga de ese modo, que lo recuerde de esa manera. Él estaba ahí. Sabe cómo sucedió todo.
 —Pudiste haber ido conmigo —señala en vano, sorbiéndose la nariz, estrujándose uno de los párpados, escuchando como su corazón vuelve a romperse—. Pudiste, pudimos…
 Deja las palabras al aire cuando un quejido le atraviesa las cuerdas vocales. Aguanta la respiración para evitar el sollozo, pero el llanto no hay quien lo detenga. Hasta que no lo termine de matar no va a dejar de llorar. Harry no está seguro de si aliviarse por ello o tener miedo.
  —No, no podía, y lo sabes —toma Louis la palabra, avanzando hacia él al mismo tiempo en el que el rizado retrocede. No quiere que lo toque. Ahora mismo se siente de puro cristal y si le pone un dedo arriba se va a desmoronar y lo sabe, y espera que Louis lo sepa. El castaño, por su lado, no hace más que detenerse y chasquear la lengua, respirando antes de volver a hablar—. No podía dejar a mis hermanos solos con mi mamá estando enferma. Finn solo tenía cinco años en ese entonces y Dorian apenas estaba cumpliendo once. No podía dejarlos.
 —Y yo no podía quedarme —sentencia, condenándolos a ambos en un pasado que no tiene arreglo, que no cuenta con posibilidades de cambio, que no es más que eso: puro pasado.
 —Y no lo hiciste. No te quedaste y listo —Louis respira y suena tan cansado que Harry se pregunta cuánto tiempo estuvo con todo eso dentro. No le apetece conocer la respuesta, sin embargo—. Así fue como sucedieron las cosas.
 Le llega a doler bastante que lo que por mucho tiempo parecieron ser puntos suspensivos ahora esté a punto de convertirse en punto final. Uno inminente y sin arreglo, que lo tendrá colgando a la deriva de una página en blanco que no tiene continuación ni más desarrollo.
 Se supone que ahí es donde termina todo. Es ahí en donde cubren cualquier hendidura por la que la esperanza pueda colarse. Lo sabe, y es por eso mismo que llora un poco más y en silencio, pensando en que si esta es la última vez que se volverán a ver, entonces no debería de guardarse nada más.
 Está cansado de marchitarse y aunque sabe que después de este día ya no va a florecer, por lo menos espera poder quedarse sin raíces manteniendo la conciencia limpia.
 —Yo nunca quise terminar contigo —confiesa en un susurro al cabo de unos segundos, tras limpiarse la punta de la nariz y el borde del ojo izquierdo. Le tiemblan las manos, quizás por la agonía o el frío que no ha hecho más que entumecerlo y encogerlo en su lugar—, te quería… Te quiero más que a nadie en este mundo y yo no, todo lo que quería era estar contigo, no tener que pasarme la vida intentando superarte. 
 Una luciérnaga pasa justo delante de ellos y Harry la sigue con la mirada nublada, hasta terminar girando el cuello hacia un Louis que en algún momento desconocido ha comenzado a derramar unas cuantas lágrimas que ahora se seca mientras traga saliva y carraspea.
 —Yo tampoco quería algo como eso —dice en un susurro idéntico al del rizado. A Harry se le caen los párpados, y con ellos, dos gotas enormes que se pierden en la noche—. Yo también quería estar contigo, Harry.
 Antes que cualquier otra cosa, el muchacho de pelo rizado hace todo lo posible por encontrar consuelo en esas palabras, por buscar todo tipo de aliento que lo ayude a reparar alguna que otra grieta en su pisoteado corazón.
 No encuentra mucho, al menos no el suficiente para arreglarlo todo. Sin embargo, cree que puede sobrevivir un poco más sabiendo que Louis tenía los mismos deseos de estar juntos y que, al final de cuentas, no lo detesta tanto como imaginó que lo haría.
 Le sigue pesando el alma, pero ya no será necesario arrastrar los pies como lo estuvo haciendo todo ese tiempo.
 —De acuerdo —musita en un asentimiento tras un silencio profundo en el que los grillos se han deleitado en su propio cántico. Se humedece los labios y le echa un último vistazo—. Volveré dentro.
 Esa es la despedida. Se supone que ahí es cuando se termina todo una vez más y Harry regresa a su mal vivir con algo más que solo resignación e incertidumbre.
 No obstante, una vez que da la vuelta y empieza a andar en dirección hacia la puerta, una mano sujeta su muñeca de repente.
 —Espera —detiene el castaño, sosteniéndolo con una firmeza que no le hace daño pero que sí lo invita a sacar la mano del bolsillo de su chaqueta. Harry lo mira con las cejas fruncidas y la nariz enrojecida—, ¿te regresas a Londres esta noche?
 El rizado parpadea dos veces. Le está doliendo la cabeza.
 —No lo sé —responde en voz baja, con un escalofrío naciendo en donde Louis lo sostiene, en donde el castaño desliza la mano para encontrar su palma como si nada—. Tendría que, que preguntarle a Niall.
 De alguna manera, ambos han bajado la vista a la nueva unión de sus dedos. Dígitos que quieren entrelazarse, pero no pueden.
 Es tan extraño volver a sentir la calidez de su tacto que Harry está a punto de zafarse. Sin embargo, no se mueve un solo centímetro, no mientras Louis respira y lo mira al verde asfixiado que permanece en sus cuencas.
 —Quédate —pide de pronto, de la nada, tomando al muchacho por sorpresa.
 —¿Qué? —inquiere, naturalmente confundido.
 El giro que toman las circunstancias es desconcertante y no está seguro de si debería creérselo o despertar de este absurdo sueño de una vez por todas.
 Louis suspira en voz alta.
 —Quédate durante el fin de semana —solicita en una nueva respiración. Sus facciones se pliegan en consternación, como si le preocupara estar preguntando por demasiado. Harry conoce esa expresión. Su amor no ha cambiado mucho después de todo—. Vamos a, a ponernos al día, ¿sí? —sigue diciendo—. Yo, a mí realmente me gustaría escuchar que has estado haciendo y cómo has estado, de verdad.
 Harry sabe que el castaño no tiene muchas razones para engañarlo con esa invitación, que sus intenciones no guardan segundas ni terceras y que, a juzgar por la forma en la que ahora el azul en sus cuencas reluce en lo que podría ser un ruego mudo, él genuinamente desea saber de él y de los años en los que no se volvieron a ver.
 Podría decirle que no, que no le apetece por motivos un tanto obvios —no sería capaz de confesar cuántos amoríos ha tenido en busca de su reemplazo— y que lo mejor es que se regrese a casa y dejen las cosas como están. Sin embargo, sería tan ilógico de su parte, tan estúpido sabiendo que él también quiere saber sobre él, escucharlo, tal vez abrazarlo, volver a sentir la calidez de su cuerpo y pensar, por un momento, que nunca se fue de allí.
 No quiere volver a perderse de Louis nunca más, y si está es la oportunidad del cielo para conseguir que sean, por lo menos, alguna especie de amigos o conocidos que mantienen contacto, entonces eso será suficiente para seguir viviendo.
 Para dar un paso al frente cada día de lo que ha sido una solitaria vida.
 —Hablaré con Niall —dice entonces, una especie de promesa avalada por el contacto en sus ojos, en la mezcla del verde marchito y el azul marino.
 La manera en la que se miran no ha cambiado en nada, pero eso es algo que ninguno de los dos logra notar.
 Louis asiente conforme con su respuesta y le aprieta suavemente la mano antes de dejarlo ir una vez más.
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Blue & Grey. Capítulo 41
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Warnings/Advertencias: canon divergence, violencia típica del canon, mención a traumas emocionales, asesinatos, inseguridad, culpabilidad, tristeza...
Pareja: Obi-Wan Kenobi x jedi! fem!reader
Word count: 2.8 K
Aclaración: gif sólo por motivos de la emoción representada, Rey no viene al caso de nada en esta historia. Para no generar confusión :)
Simbología: ⎯ ⁘✦⁘⎯ (espacio temporal largo), ⎯ ✦ ⎯ (espacio temporal corto), "abcd..." (visión de la fuerza), "abcd..." (pensamientos), “abcd…” (pensamientos enviados a través de la fuerza), <<;abcd…>> (mensajes datapad), °abcd...° (recuerdos).
Nota autor: Lo lamento, sé que he estado M.I.A, pero la vida adulta me consumió y todavía estoy intentando acomodarme con mis nuevos deberes. Sin embargo, espero que lo disfruten mucho, nos leemos pronto... Espero... Y mil gracias a todos los nuevos lectores y antiguos por seguir esperando actualizaciones, no tienen idea de lo feliz que me hacen :)
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Masterlist Blue & Grey
◞────────⊰·•·⊱────────◟
Viorica estaba tarareando distraídamente mientras trenzabas nuevamente el mechón de cabello destinado a la trenza de padawan y colocabas una banda nueva. Una que indicaba lo mucho que estaba creciendo. El ambiente era relajado y te agradaba de sobremanera, hasta que el datapad resonó y la notificación de la reunión te hizo fruncir el ceño.
- ¿Tengo que ir a la reunión? – pregunta Viorica curiosa
-Sí, desafortunadamente… De haber sabido no nos hubiésemos esforzado tanto en regresar pronto – murmuras y la jovencita rio divertida.
-De seguro será rápido, nada que nos atrase tanto… Quisiera intentar nuevamente esas técnicas de batalla que vi a Haizea emplear junto a Damén. Sé que usa unas similares con el maestro Kenobi.
-Bueno, primero debería comenzar por enseñarte lo básico de los movimientos insignia de los Starlight, en ese caso… Después podremos comenzar a mezclar ambos, pero será difícil.
-Estoy preparada para eso, es un reto que estoy dispuesta a enfrentar y superar en el menor tiempo posible.
Sonreíste complacida por su respuesta y asentiste – Estoy segura de que así será, Viorica.
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La cena transcurrió tranquila, sin prisas y las bromas de Anakin en la mesa te hicieron reír de forma despreocupada, pero algo te tenía inquieta, muy en el fondo.
Obi-Wan se notaba un poco ansioso, sabías que el tema de la seguridad de Palpatine era un tema muy importante y que se había decidido asignar al jedi de cabellos rojizos, pero hasta el momento no habían aumentado los intentos de asesinato.
Rozaste su pierna con la tuya de forma natural, a pesar de ser un movimiento que habías practicado hasta el cansancio para que pareciera exactamente eso, uno accidental. Al sentir la caricia levantó la mirada para arquear ligeramente la comisura de sus labios, pero negó de forma delicada y asentiste. No era algo que pudieses solucionar, si no se sentía en condiciones de decirte lo que sucedía no le presionarías porque eras consciente de que cuando estuviese preparado, te lo diría.
De camino hacia las habitaciones realmente estabas pensando en varias cosas, a pesar de la presión por la guerra estabas tranquila, lo que se demostraba con tu forma de andar. Llevabas ambas manos sujetas a la espalda con una expresión relajada y ladeabas la cabeza como si estuvieses tarareando alguna melodía que sólo eras capaz de escucharla en tu mente.
-Y/N, lamento no poder decirte lo que sucede – la voz grave de Obi-Wan te sacó de tus pensamientos.
Se escuchaba cargada de una emoción que no lograste reconocer, pero sí podías notar que el sólo hecho de tener que admitir que no podía decirte nada le dolía y parecía que le molestaba de igual forma.
-No te preocupes, estoy segura de que cuando estés listo para hablar me lo dirás, Obi – respondiste y se detuvieron frente a la puerta de su habitación –. Sabes que siempre estaré para escucharte; que decidas no compartir cosas conmigo no va a provocar que cambien mis sentimientos por ti.
Sus ojos brillaron con una emoción que no fuiste capaz de captar en medio del torbellino de emociones que parecía había provocado tu confesión – Creo que no te merezco, Y/N… Eres demasiado perfecta ante mis ojos.
-Bueno, eso es otro asunto… Me temo que deberías de revisarte los ojos, no estás viendo todo – respondes coqueta y le guiñaste el ojo antes de lanzarle un beso para retirarte dejándolo con un ligero sonrojo mancharle las mejillas.
Tan pronto volteaste la mirada Obi-Wan dejó escapar un suspiro y aunque lo intentó las lágrimas comenzaron a correr libres por sus mejillas. Evitó mantenerse en el pasillo demasiado tiempo, entró con pasos rápidos para evitar ser descubierto. Una vez dentro de su habitación se encontró limpiando con las mangas de la túnica esas gotas de agua salada que decidieron salir para expresar la tristeza y frustración que sentía por no poder decir lo que deseaba.
Se sentía terrible, no quería ocultarte las cosas, pero eran órdenes directas y eso lo ponía en una posición complicada con respecto a su deber como jedi y su sentido de ser honesto contigo. Dio un par de vueltas por la habitación antes de suspirar, si te decía ahora mismo no tendrías oportunidad de decirle a Anakin. Además, podrías asumir que él sabía o que no se le diría y dado que te conocía lo suficiente, estaba seguro de que no perjudicarías la reacción de Anakin, actuarías igual de bien.
-Lo siento, Y/N, lo siento – susurró desolado hacia el vacío de la habitación y cerró su conexión a la fuerza por miedo a que sintieras lo desesperado que se sentía en esos momentos.
No podía arriesgarse que te presentaras a su habitación o podría contar cada una de las partes del plan y aunque sabía que no dirías nada, si el consejo se enteraba los amonestarían a ambos. No podía permitir que salieses lastimada de esa forma solo porque quería informarte que todo lo que sucedería era parte del plan. Después de todo, Obi-Wan Kenobi por fin podía decir que había llegado a una encrucijada en su vida. El ser una buena pareja o ser el excelente jedi que deseaba ser y sentía que pronto se partiría en dos por la diferencia de pensamientos que lo atormentaban.
Sólo podía intentar meditar para tranquilizarse, aunque fuese un poco. Pensaba que a lo mejor continuar con el plan era lo adecuado, de todas maneras, ¿Acaso Yoda no te había citado hace poco? De seguro te dirían el plan y no pasaría nada.
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A la mañana siguiente la energía que se sentía irradiar tanto de Anakin como tu sólo provocaba que Obi-Wan se sintiera peor.
Al verte llegar con el cabello recogido de una forma que desde que había iniciado la guerra no utilizabas. Un peinado que reconocía que reservabas para momentos pacíficos hacía que tu rostro se definiera más, tus ojos se notasen más grandes y la expresión dulce y feliz que cargabas ese día dejaban en claro que te encontrabas de humor maravilloso. Aunque se sintiera terrible no podía dejar de admirar lo hermosa que estabas ese día.
Con el objetivo de aligerar la preocupación que notó en tu rostro comenzó a actuar para aparentar que todo se encontraba en orden. Luego de varios minutos, pareció que estaba funcionando. Tus pequeñas miradas de preocupación desaparecieron y todos parecían disfrutar de la caminata. Viorica comentaba lo fácil que había sido la última misión y como todos habían corrido para poder llegar antes y descansar un par de días hasta la próxima misión que iniciaría en un mes y medio gracias al éxito que habían tenido.
A pesar de saber que la caminata no terminaría bien para todos los que no conocían el plan, quiso pensar que así podían ser los días. Los cinco caminando como una pequeña familia, todos conversando y riendo de comentarios que, principalmente Anakin, se encargaba de decir. En medio de sus pensamientos agridulces observó las cajas amontonadas al final del callejón y su corazón se estrujó en su pecho de forma amarga.
Esa era la señal.
Su estómago dio un vuelco de nervios y no pudo evitar rogar a todos los dioses que existieran en la galaxia, que cuando todo se desenvolviera como tenían planeado fueses capaz de ver a través de la actuación, de que no sería capaz de lanzarse de cabeza hacia un posible asesino a menos de tener un motivo detrás. Pero no podría saber hasta verlo.
Justo a media frase tuya un disparo los hizo saltar en busca de refugio. Dado que te quedaba más cerca el lado hacia la derecha te ocultaste junto a Obi-Wan. Al otro lado Anakin, Ahsoka y Viorica se cubrían de los disparos.
- ¿Alguna idea de dónde provienen esos disparos? – preguntas intentando voltearte para buscar, pero un disparo te hizo volver a ocultarte.
-Un francotirador – escuchas a Ahsoka –. Está allá arriba.
El silencio no tardó mucho en ser interrumpido por más disparos seguido por la voz de Obi-Wan comunicando su plan.
-El plan es el siguiente: Anakin, por la derecha, ustedes tres por las calles inferiores y yo lo perseguiré.
-Entendido – los cinco activaron sus sables para desviar los disparos y corrieron en las direcciones acordadas.
Mientras corrían les diste órdenes a ambas padawans – Yo seguiré por el centro, vaya una a cada lado, sepárense.
El sentimiento horrible y desgarrador que no te dejaba en paz desde hace tantos meses por fin se había intensificado con los disparos de ese francotirador. Eso definitivamente no indicaba nada bueno y querías terminar con esa persecución cuanto antes para asegurarte de que no iba a pasar nada malo.
Mientras corrías dejaste de escuchar disparos, a lo lejos las chicas buscaban el rumbo que ambos jedi habían tomado.
- ¡Obi-Wan, lo perdí! ¿Tienes algo? – escuchaste a Anakin decir por el comunicador, pero eso sólo provocó que dejaras de correr de golpe analizando los tejados.
Para tu sorpresa, no te costó identificar a lo lejos, en un techo, a Obi-Wan. Por tu ángulo lograste ver una sombra al otro lado; preparándose, esperando para actuar.
El golpe de adrenalina que corrió por tus venas hizo que escucharas la sangre golpear contra tus oídos de forma ensordecedora. Tu mano se levantó hacia la boca con la intención de gritar una orden con el fin de avisarle al jedi de cabellos rojizos.
- ¡Obi-Wan cuidado! – fueron las palabras que salieron de golpe a través de tus labios al mismo tiempo que comenzabas a correr con la intención de alcanzarlos; pero el disparo, seguido de un gruñido de dolor que captó tu comunicador fueron sonidos que nadie más logró captar porque el grito de espanto que salió de tu boca ensordeció todo lo demás.
Observaste el cuerpo de Obi-Wan caer al suelo sobre varias cajas que se destrozaron bajo el peso de su cuerpo. La primera en llegar a intentar auxiliarlo fue Ahsoka, quien se encontraba sacándolo de los restos de cajas para poder revisar su condición; sin embargo, no pudo hacer mucho, porque la apartaste con gran velocidad y desesperación. La manera en la que actuaste no dejaba lugar a dudas de que entre ambos había algo, o por lo menos tú tenías sentimientos por el General Kenobi.
-Obi-Wan, no te atrevas a cerrar los ojos – ordenaste, pero él sólo fue capaz de intentar sacar un par de palabras.
-Perdón no…
Cerró sus ojos de golpe, demasiado rápido para lo que tardó tu cerebro en procesarlo. El golpe emocional y el pánico que atenazaba tu pecho provocó que, el conocimiento de varias habilidades, regresaran a tu mente; en especial una que no utilizabas desde la vez que estuviste con Anakin en Tatooine. Podría funcionar, todavía estaba vivo, estabas segura de ello, no podía morir tan rápido, podrías salvarlo.
La sensación de amor, de cariño, de un día soleado en una pradera completamente cubierta en flores de colores te inundó; pero el cuerpo para el que estaba destinado tal sentimiento no lo estaba recibiendo.
No podía ser, eso no era posible.
La zona del disparo no debería de haber dañado su corazón tan rápido.
-Obi-Wan, por favor, no me hagas esto – suplicaste con la voz ronca por el grito que antes habías dado.
Doblaste tus esfuerzos; pero de nuevo, no recibía nada, ni una pizca de la esencia de vida pura que le estabas intentando entregar… No sentías ningún latido, su pecho no se movía, sus ojos estaban cerrados.
La peor parte, fue cuando intentaste buscar su conciencia. Un vacío absoluto, no había nada, ni restos de la pequeña unión que ambos compartían.
Frío.
Como una ráfaga de viento a finales de otoño, como la sensación de estar demasiado tiempo sin protección para el invierno. Todas esas sensaciones heladas se convirtieron en un cúmulo de emociones a las que no fuiste capaz de ponerles nombre. A pesar de seguir enviando energía dejaste de sentir calor. Tu cuerpo dejó de invertir esfuerzo porque no había nada que hacer.
Cuando por fin la realidad asentó en tu conciencia, la sensación fue como caer en un mar helado de golpe, donde no pudiste inspirar con suficiente rapidez para poder aguantar la respiración unos segundos. Era como si te estuvieses ahogando en medio del agua siendo golpeada por el oleaje contra corales.
Muerto.
Tu reacción no fue nada elegante, no fue digna de un jedi. Escuchaste pasos a lo lejos pero no eras capaz de encontrarle importancia a ser descubierta, no podías respirar, escuchaste gritos y sentiste agua caer y golpear tu rostro.
Aunque sabías que no tenías nada que hacer, no había solución para la muerte, tomaste su cuerpo completamente laxo en un intento de abrazarlo, de intentar despertarlo. Como si sólo el hecho de que tus sentimientos y tu calor corporal fuesen capaces de traerlo de vuelta, de volver a permitirle respirar, abrazarte y besarte. Aunque fuese por una última vez.
- ¡Obi-Wan! – gritaste con toda la fuerza que encontraste, tu garganta dolió, pero no te importó. No te importaba nada – Lo prometiste, prometiste que me dirías que te sucedía. ¡No te vayas así! – sentiste un par de brazos rodearte al mismo tiempo que sujetaban el cuerpo sin vida de Obi-Wan.
-Obi-Wan… por favor no – escuchaste la voz de Anakin entre la nube de dolor.
Ambos colocaron con gentileza el cuerpo de Obi-Wan sin vida y cada vez más frío sobre el suelo. No te importaba, necesitabas su apoyo en este momento. Abrazaste con fuerza a Anakin que correspondió al abrazo. Tanto Ahsoka como Viorica estaban a punto de llorar, ambas apreciaban mucho a Obi-Wan, Viorica en especial lo consideraba una figura paterna, ver a ambos tan destrozados las tenía a punto de llorar.
La forma en que ambos se sujetaban, intentando mantenerse a flote a pesar de la perdida era desgarradora. Nadie podría aguantar más de dos minutos antes de comenzar a sentir sus ojos escocer por las lágrimas.
A ninguno de los dos les importaba cuanto tiempo había pasado, pero en medio del dolor podías recordar que deberías ser un pilar para Anakin, enseñarle que había más que la muerte, que sus sentimientos no estaban mal…
Pero tu propio dolor adormeció tu sentido del deber.
En esos momentos, no te importó si los dos caían al lado oscuro.
⎯⎯⎯⎯⎯⎯⎯⎯ ⁘ ✦ ⁘ ⎯⎯⎯⎯⎯⎯⎯⎯
Viorica no sabía qué hacer, sentía la inestabilidad mental en la que te encontrabas. Aunque ella tampoco se encontraba completamente estable logró controlar su dolor lo suficiente para ver realmente lo mal que te encontrabas.
Recordó la manera en que ambos actuaron. Salieron del abrazo, limpiaste las lágrimas y pusiste en uso un nivel de actuación que casi la convence de que estabas bien. Incluso Anakin parecía compuesto a la perfección. Recordó como tu expresión de dolor cambió a una neutra, parecías molesta pero compuesta, al declarar los sucesos un par de veces a las autoridades terminaste de convencerlos de que su muerte no te había afectado en realidad. Sin embargo, todo eso cambió cuando regresaron al dormitorio para prepararse para el funeral que se celebraría en un par de horas.
Dejaste la capa en el perchero, soltaste tu cabello dejando el adorno en la mesa ratona y Viorica pudo observar cómo tus lágrimas comenzaron a caer nuevamente, sin embargo, no volteaste ni un segundo hasta entrar al refresco. La joven aprendiz escuchó como resonaba el agua y se mantuvo tranquila esperando, a lo mejor una ducha te ayudaba un poco.
Mientras continuabas dentro del refresco su mente no pudo evitar viajar al recuerdo que estaba segura se habría quedado grabado al rojo vivo. La imagen que dejaste, cubierta de un aura de poder mientras intentabas salvarlo era algo abrumante hasta cierto punto. Incluso Ahsoka se había mostrado sorprendida, pero sabía que no diría nada, era demasiado sensata. Por otro lado, estaba muy segura de que tampoco recordabas que dejaste expuestos tus sentimientos, mientras intentabas curarlo haciendo uso de más poder.
°Mi amor, mi luz, mi fuerza, ¿cómo te atreves a dejarme? Abre los ojos, por favor – habías rogado mientras el flujo de energía aumentaba en un último intento en traerlo de regreso, cuando no reaccionó el gritó que dejaste escapar fue como si se tratase de un cuchillo lo suficientemente afilado para cortar directamente el alma.°
Viorica cerró los ojos ante la intensidad del recuerdo y sujetó su pecho. Dolía y mucho.
Obi-Wan se había convertido en una figura paterna para ella y el perderlo así, de forma inesperada, había sido como si la hubiesen sumergido en bacta sin una mascarilla de oxígeno. No había manera más cruel del destino de reírse en su rostro por haberse encariñado con alguien en tan poco tiempo.
En medio de esos pensamientos, saliste del refresco con una expresión sombría y cuando levantaste la mirada Viorica observó con casi terror un destello de color amarillo en tus ojos.
Eso no le daba un buen presentimiento.
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aoitower · 2 months
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He dejado de lado todo aquello que me hacía quien era, tengo miedo de perderlo todo, de un día hacer aquello que mas amo y de repente no sentir nada.
Me hundo en la cotidianidad de hacer cosas de manera automática, solo sobrevivir en lugar de vivir, las cosas que amo se vuelven simples anhelos, sueños inalcanzables, inaccesibles, lejanos.
El cansancio, el dolor, la tristeza no me permiten dar un paso más allá, solo quedan vestigios de lo que alguna vez quise ser, el tiempo pasa y yo sigo aquí estancado, sin poder moverme, ahora sin tener claro porqué, lo intenté, lo intento, lucho por cada día querer ser parte de mi sueño, por ser el protagonista de mi historia, por superar a quien soy ahora, pero aún no lo logro, no puedo, tengo tantas cosas atoradas en mi corazón, que no hay espacio para aquellas que realmente importan, las pequeñas victorias del día a día.
No se en que momento la melancolía de apoderó de mi, me volví rehén de un cuerpo cansado, de un alma inerte, de un ser rendido, las lágrimas que siempre me demostraban que estaba vivo, ahora no brotan, mi ser esta seco, vacío, ya no hay quien lo contenga, pues ya no se encuentra aquí.
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formerleopard · 6 months
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El desprecio de una mujer a la que llevo en mi corazón
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13:25 h. La sesión de entrenamiento ciclista de ayer miércoles (de intensidad alta) pasa factura. Siento cansancio y dolor muscular severos, pero como dije antes, lo acepto como parte del oficio de ser hombre. Mi aspecto es el de un individuo del sexo masculino, no soy un ente amorfo, mucho menos asexuado o afeminado, que en la actualidad es una verdadera pandemia (no como la del C 19, que fue el engaño más grande de toda la historia), como si se librara una guerra contra la masculinidad porque se confunde esa característica deseable en el macho de la especie humana —la masculinidad— con violencia de género, o con cualquier tipo de violencia.
Sigo pensando en Lieba, esa bella psicoanalista que despertó mi admiración, mi afecto y mi respeto —ella lo sabe pues lo expresé claramente de forma verbal durante nuestras llamadas telefónicas, y también por escrito al dirigirme a ella usando la dirección de correo electrónico que me proporcionó, de la asociación civil donde trabaja— y se da el lujo de mostrar un desprecio absoluto por mí.
¿Cuál es el origen de ese desprecio?
El conflicto que Lieba lleva en su interior, consigo misma. Parece estar atrapada en una simbiosis incestuosa, participa en farsas (igual que sus padres) vinculándose con la comunidad sionista en el país donde nació, comunidad enemiga del judaísmo y promotora del antisemitismo. La dueña de la asociación civil donde Lieba trabaja es racista, no tiene intenciones de ayudar a ninguna mujer mestiza, mucho menos a mujeres indígenas; las primeras (mujeres mestizas) deben ser servidumbre y las segundas (mujeres indígenas) deben ser esclavas, si bien, esas condiciones de servidumbre / esclavitud no deben limitarse al género femenino, incluyen al género masculino también y a similares —el tercer género, de varones amorfos – asexuados – afeminados, ubicuos en estos tiempos que parecen una utopía negativa o el mismísimo Apocalipsis).
Los rostros que por turnos coloca Lieba en su avatar de esa red social de imágenes —que es propiedad de uno de los canallas que acaparan el capital en su país (el gran imperio) y en gran parte del mundo— no son el suyo (el rostro de Lieba) y eso parece indicar que no se acepta como es, no puede percibir su propia belleza como única, parte de lo que ella es, la máxima el todo es más que la suma de las partes.
Yo sí puedo percibir la belleza de esta joven, cuyo origen proviene de su interior y es proyectado por sus ojos y la expresión de su rostro cuando sonríe; su anatomía es femenina, perfecta. La belleza de Lieba es inconmensurable, pero ella no puede percibirla así porque no se conoce a sí misma.
Por ello, esta joven decide mantenerse apartada de mí, pues me percibe como una amenaza a su postura ante la vida, su firme determinación de evitar conocerse a sí misma, identificar la incoherencia que conllevan sus actividades al participar en movimientos que no son más que farsas (falsa filantropía) y seguir en un entorno familiar destructivo, la simbiosis incestuosa que sus padres han tejido como trampa letal que conduce a la locura y a la autodestrucción.
Todo esto me provoca una tristeza muy dolorosa, pues por naturaleza soy muy empático, pero sin dejar de amar a esta joven, debo desvincularme de su persona, evitar sentir furia contra ella y en cambio cobrar conciencia de que su actitud de desprecio me afecta solamente porque yo lo permito.
Concientizarme de ello —que las actitudes y el proceder de otras personas me afectan solamente porque yo lo permito— reducirá el sufrimiento cotidiano con el que vivo y me permitirá volver a llevar una vida productiva, seguir avanzando, terminar de superar mi grave patología cuyo origen fue la violencia en que viví (propinada principalmente por mis padres, que invitaron a muchísimas personas a sumarse a su intento por destruirme) y consolidar esa transición de escribidor a escritor.
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twenty-firstofmay · 1 year
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Después de mucho tiempo la vida te puso en frente mío y te vi tan distinto al que conocía.
Ya nada quedaba de ese joven de ojos brillantes y sonrisa esperanzadora. Ahora a tus ojos los cubre el cansancio y unos pliegues se te ven en los párpados, pero si no sos tan viejo. Tus comisuras hacía abajo, como abatido.
Vos también me viste distinta, mi mirada también denotaban cansancio, y cambio, podes ver tranquilamente que por mi pasó mucha tristeza. Pero me ves erguida y fresca... y con un anillo en el dedo.
Te sonreís irónico y levemente mientras me miras la mano y se te escapa un "que onda?"
Me miras a los ojos dolido y te arrepentis de haber preguntado algo obvio, sin siquiera darte tiempo a que pensar si estás listo para escuchar la inevitable respuesta.
Me miro a la mano y me encojo de hombros,
Y con la sonrisa más amable y mis párpados caídos del cansancio solo te miré a los ojos y me sale decirte "y nada... me enamoré."
Te quite la mirada y me quedé mirándome el anillo a palma abierta. Y fui un poco más allá "un día me encontré con una persona que no me pedía nada más que lo quiera, no juzgo mi pasado ni mis heridas expuestas, escribió para mi 1000 poemas y me dijo que yo le daba sentido de pertenencia. No me pidió cambiar, no me pidió superar nada ni cortar nada, solo dio tiempo y espacio y cada tanto se da una vuelta y me pregunta si estoy bien. No invade, no exije, no crítica, no condena. Y en mi despertó así que yo tampoco se lo hiciera a él. Y aunque intente evitarlo, fue imposible. Para cuando me di cuenta el me había tocado el alma sin siquiera haberme puesto una mano encima."
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hijadefruta · 1 year
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La peor pérdida 🕊
Dolor y rabia..
Fue un 8 de junio del 2020 aproximadamente 3:40 am te costaba respirar apesar de abrigarte te ganaba la ansiedad la preocupación ya que unos días atrás se lo llevaron a emergencias sin saber más nada de el… simplemente no dejaron que nadie esté a su lado, nos cerraron las puertas y solo nos pidieron orar y pedir por su vida… aunque para ese entonces recien estuvo saliendo a flote una de las enfermedades más desastrosas que te tocara vivir y me tocó, y que miles de personas se quedaron si ese último aliento a esperanza… aquella noche del 8 de junio tu no podías más con la incertidumbre del no saber nada.. cada noche qué pasó esos días pedias a dios le rogabas.. jamás en nuestra vida habíamos pedido algo tan pero tan fuerte a Dios… que por primera vez no te ibas a sentir oída por el, senti que Dios nos dio la espalda… Amaneció y tocaba seguir trabajando mientras papá y jossy habían salido a hacer unas compras, te quedaste con mamá mientras ella estaba viendo tv en su cuarto tu estabas trabajando cuando derrepente anocheció aproximadamente 7pm un grito que jamás en la vida vas a olvidar, ese grito que quedará en un pedazo que se muere en tu corazón… un grito de tragedia, desgracia, desastre, de pérdida… que mamá azoto y derrepente te paraste y corriste a por ella, fue un vacío que nunca olvidarás sacaste fuerzas de donde no tenías te negabas a captar lo que decían mientras mamá estaba desesperada gritando y lamentándose un millón de veces solo de agachaste y lloraste como una niña … negando todo. no podías no querías escuchar mientras mamá seguía con el teléfono mientras nuestra col llorando desconsoladamente gritaba que nuestro padrino no estaba más.. saliste del cuarto y no podías ni caminar porque por inercia simplemente te agachabas y llorabas demasiado… mamá preocupada por papá me dice que nos calmemos por papá… llegaron! No sabia como estar simplemente al ver a papá llorando junto con jossy nunca podremos superar cada segundo de esa noche.. entre llamadas y llanto todos nos llamábamos.. todos lloramos… llego la hora de intentar descansar.. y aquel grito se quedó en ti y podría decir que fueron como 4litros de lágrimas no pudiste dormir … hasta que después de tanto llorar no te diste cuenta cuando caíste en sueño por el cansancio emocional.. despertando con lo ojos hinchados te alistaste para ir a los brazos de tu abuelo de tu madrina… se apoderó la tristeza y desesperación por verla y simplemente abrazarla y decirle que todo era una pesadilla.. solo te quebraste y aun sigue hincando…
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grupo220022 · 3 years
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El resumen
La depresión en adolescentes
La depresión en adolescentes es un problema de salud mental grave, este provoca un sentimiento de tristeza constante y cierta perdida de interés en realizar diferentes actividades. La depresión puede variar en adultos y adolescentes. Este puede ser debido a varios factores como son el bullying, las expectativas académicas y el constante cambio de los cuerpos en los adolescentes como puede ser el sobrepeso, o la falta de peso, el acné, entre otras inseguridades, víctima o testigo de violencia sexual o física. Aunque para algunos adolescentes, el estar deprimido es mucho más que un sentimiento temporal, mas bien es un síntoma de depresión.
La depresión no es considerada una debilidad o algo que se pueda superar con fuerza de voluntad, puede tener consecuencias graves las cuales requieren de tratamiento a largo plazo o en otros casos dependen de medicamentos.
Algunos cambios presentes en la depresión son:
- Episodios de llanto sin razón.
- Ira constante incluso en asuntos menores.
- Irritable o molesto.
- Perdida de interés por lo cotidiano.
- Autoestima bajo.
- Sentimiento de culpa.
Cabios en el comportamiento:
* Cansancio y perdida de energía.
* Insomnio o dormir demasiado.
* Cambios en el apetito.
* Dolores de cabeza inexplicables.
* Aislamiento social.
* Autolesión.
En caso de presentar estos cambios es necesario visitar a un psicólogo o a tu medico personal, encaso de agravarse mas la situación, la persona con depresión optara por autolesionarse, o en el peor de los casos por suicidarse. En caso de no tener la confianza de asistir a un medico puedes encontrar cierto apoyo de amigos.
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ozil-jan44 · 3 years
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La idea de que estás tratando de superar algo dentro de ti que te hace sufrir una tristeza rígida y un cansancio psicológico. Esto no es cosa fácil. Con toda honestidad, la verdad es que uno lleva mucho tiempo fuera, y está Es posible que se encuentre todavía parado en su lugar como está, y el esfuerzo y esta lucha fueron todos en el vacío, por lo que es cierto que Dios ayuda a cada uno que está tratando de pasar una determinada etapa que fue el motivo de su psicología. destrucción.
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serjosh · 4 years
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Una Depresión Sonriente.
Podre sentir cansancio, tristeza, podre sentir que a mi vida le falta algo, que mi vida esta incompleta, que mi vida es una rutina aburrida, que desde hace tiempo mi vida ah perdido su esencia, podre sentirme vacío y solitario y extrañar con tanta fuerza muchas cosas que en mi vida ya no tienen presencia, podre sentir que a mi vida no es plena, sentir que ya nada me llena, podre superar el pasado pero nunca romper por completo sus cadenas, podre estar consiente de todo lo que logre y de todo lo que eh superado, pero también de todo lo que nunca empezó y de todo lo que ah terminado, ¿Qué me hace falta? Si nada me hace falta, ¿Qué es lo que quiero? no es que yo algo quiera, tal vez vivo cargando tantos hubiera, tal vez no hice nada cuando sentía tener vida pero deje que mi alma se muriera, disfruta el momento me dicen, deja de pensar tanto y valora tu vida, valoro mi vida desde aquel día en donde de una y mil formas vi la batalla perdida, y entre tanto dolor y tanto sufrimiento pude encontrar una mejor salida, salida que me llevo a la peor de mis caídas, al mayor de mis tropiezos, tal vez me hace falta soltar todo y empezar de cero, por que la vida de eso se trata ¿no? de un millón de finales y de un millón de comienzos, siempre quise ser como mi padre, o como mi hermano, ser de sus virtudes un reflejo, pero todo se quedo en "quise" pues nunca podría ser algo tan grande la porquería que veo a diario en el espejo, tal vez me hace falta saber amarme, saber comprenderme, pues tal vez ni si quiera se como quererme y el camino para eso esta entre los tantos caminos en los que siempre eh sabido perderme, quizá esta sea solo una mas de mis tantas derrotas, y como en cada una de ellas pensé que seria la ultima pero siempre una me lleva a la otra, y después otra, y luego otra, ¿será que quizá lo que no se como hacer sea ganar? ¿sea triunfar? o será que de tanto probar y de tanto inventar no eh logrado el para que y el porque de mi vida encontrar, eh aspirado a tanto, y eh soñado hacer tanto, pero todo se queda en un "se vale soñar" en un "¿me puedes perdonar? en un "no te quise lastimar" en un "ya no vuelvo a confiar" o "ya no puedo confiar" en un "ya voy a buscar" o que tal que simplemente no se como estar, en ningún sitio en ningún lugar, tal vez solo es un malestar y un arranque de los de siempre, uno mas, otro igual por todo lo que mi corazón resiente, perdonar y olvidar nunca será suficiente, para un noble corazón que se canso del dolor y también de ser valiente... 
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damafelina · 3 years
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¿Cuál es tu montaña?
Hace muchos años, en esa época en la cual tuve varios sueños que, quiero pensar, tienen un fuerte significado, tuve uno, de los primeros que recuerdo haber tenido con fuerte significado (yo era adolescente). Fue muy vívido en las sensaciones y emociones.
El paisaje era un desierto. Había un pueblo, todo abandonado, sin gente, los autos estacionados cubiertos de polvo, tenía meses que no los movían. No había pavimento, todo el suelo era arenoso, sin vida. En lo que tenían que ser los caminos y calles, había piedras enormes, rocas, colocadas ahí, en medio, estorbando. Recuerdo que pensaba que ningún auto iba a poder circular con semejantes monolitos ahí atravesados y que ni la gente iba a poder caminar. El calor insoportable. En el sueño yo sabía que me estaban persiguiendo –curioso- unos ‘zombies’. Yo no los veía, en el sueño nunca los ví, sólo sabía que me seguían y también sabía que tenía que correr, no permitir que me alcanzaran, o estaba perdida. 
Tenía dos opciones: seguir corriendo por el interminable desierto, o subir una enorme montaña que se levantaba justo frente a mí. Y elegí la montaña.
Cuando comencé a escalar fue que las sensaciones de calor y cansancio fueron más intensas: el dolor de los brazos, el apremio por llegar, lo duro de las rocas en las yemas de los dedos. Y llegué.
Al pasar al otro lado el panorama fue todo lo opuesto: no había desierto, sino un paisaje nevado; el Sol ya no estaba en lo alto, ni calaba su calor, sino que había un atardecer diáfano; y por supuesto: el descenso fue mucho más sencillo, no solo porque la sensación de calor agobiante se había ido, sino porque también había una delgada y suave capa de nieve que me permitieron deslizarme sin mayor problema. El pensamiento de los ‘zombies’ quedó atrás. Yo sabía que ya los había superado por mucho y ya no podían hacerme daño.  Tan solo me restaba llegar hasta abajo, a una especie de refugio en donde, si había un teléfono, yo tenía que avisarle a mamá que ya no tuviera pendiente, que ya todo estaba bien.
*****
¿Cuál es tu montaña? Todos tenemos una por igual. Siempre hay una por escalar y en ello miedos, retos y miserias que superar. Se afirma que en la vida se atraviesan lodazales, pantanos, que se incursiona en la tormenta, en mares embravecidos… Pienso que el mayor reto es la montaña. No solo implica una conquista llegar a su cima, sino dejar atrás obstáculos, sinsabores y otras pesquisas. Y la cima no siempre es el final, también hay otros retos: conquistar también es hacerse de sencillez y humildad.
¿Cuál es tu montaña? Puede ser una en donde se mezclen alegrías y tristezas, pues ambas son el juego necesario que templa la entereza, junto con lo dulce y lo amargo… o la luz y la sombra. ¿Cuál es tu montaña? Puede ser una cima cubierta entre niebla, no solo por la tremenda altura, sino por los secretos que ella guarda. En mi sencilla mente humana tan solo vislumbro que hay montañas que para muchos pueden ser la cima del mundo, pero no es el final, no para algunos. Más allá de la cima el horizonte muestra un Cielo un Universo y hasta un Infinito. Así pues… ¿cuál es tu montaña?
M.
*Escrito en Junio de 2009
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avocatoculero · 5 years
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| Ojos color avellana |
Cosas a aclarar:
Este es un one-shote el cual se me ocurrió hoy (hace como una hora y apenas lo acabe) los personajes ocupados son Tabasco el cual le pertenece (o más bien el diseño y personalidad de este) a @lecuty y también a NL el cual de la misma forma le pertenece a @smollant Lamento no haber pedido antes permiso para ocuparlos pero la emoción me ganó ;n;
También cabe recalcar que estoy ocupando las versiones humanas de cada uno ya que me es muy extraño el imaginármelos como bolitas con cuerpos mamados(? Y también el que aquí tiene nombre de persona(?
Tabasco : Gustavo
Nuevo León : Pedro
Lamento mucho si encuentran más de una falla ortográficas enserio perdón pero fue lo único que logró mi cerebro antes de asarce por completo(?
Sin más que decir y aclarar le dejos esto
Espero les guste lodudojsjssjsj
(No. De palabras : 1,440)
| Ojos color avellana |
Era una noche demasiado tranquila donde se podían escuchar a algunos grillos cantar, la fiesta que anteriormente se había llevado acabo dentro de la casa de Pedro ahora se encontraba calmada pues la mayoría de los invitados se había retirado a su respectiva casa quedando solo unos pocos que o estaban dormidos en alguna parte del lugar o estaban bebiendo y bailando con las canciones lentas que sustituyeron a las canciones movidas de hace unas horas atrás. Pedro se encontraba sentado en una de las tantas sillas de plástico que están esparcidas en su patio pero no se encontraba solo pues a su lado estaba sentado Gustavo el cual tenía en su mano derecha la sexta corona que se tomaba en la noche.
Pedro había organizado la fiesta con el único fin de hacer que todos los presentes se relajasen un momento del estrés del trabajo lo cual al parecer logró pues pudo ver caras las cuales nunca las había visto desde hace un tiempo ya que se la pasaban encerrados en oficinas. Sabe que fue una buena idea lo de la fiesta pues hubo muchas risas y acciones de diferentes personas las cuales se quedaran gravadas en la memoria de muchos o en sus teléfonos ya sea en foto o video aunque lo que sabe que no saldrá de la mente de muchos es su apariencia con bigote ya que no acostumbraba a dejarlo crecer pero en esa ocasión lo dejó para ver cómo sería la reacción de todos -de la cual ahora se arrepiente demasiado- pero algo que quedó grabado en su mente fue el comentario de Gustavo.
“¿Desde cuando Freddy Mercury tiene complejo de vaquero?”
Aquel simple comentario logró hacer que todos los presentes -o los que aún estaban en sus cinco sentidos- estallasen en carcajadas lo cual le dolió de cierta forma y no sabe el porqué lo cual le dejo un tanto extraño. Dirige su mirada al asador el cual está con unas pequeñas chispas aún dentro de el lo cual daban una sensación agradable por el leve calor que emanaba y en eso se da cuenta que la carne asada que preparó en verdad se acabó esa noche quien diría que sus invitados llegarían con hambre (unos más que otros); en eso siente como si algo se recargase en su hombro derecho por lo que dirige su mirada a este lugar tomándolo como sorpresa el que ahora Gustavo tenga su cabeza recargada en él, ahora que lo ve bien se da cuenta de que se nota realmente cansado y no por la fiesta u otra cosa sino más bien el que aquel hombre de personalidad fuerte estaba realmente cansado que incluso rogaba por un momento de tranquilidad, sabía perfectamente por lo que había pasado aquel hombre y a decir verdad incluso él se sorprendía del como había logrado superar todo eso que incluso Gustavo le mencionaba su propia sorpresa por lo que a logrado.
<<¿Sabes? Ni yo mismo se como es que hoy en día sigo vivo>>
Después de aquel comentario una risa ronca y con un tono de tristeza fue lo siguiente en salir de sus labios. Y ahí estaban los dos disfrutando de una noche tranquila con una canción lenta de fondo y unas cuantas latas de cerveza regadas por el suelo, fue entonces cuando Gustavo dio un último trago de su cerveza para después dejarla en una mesa cercana y volver a recargar su cabeza en el hombro de Pedro el cual aún seguía perdido en sus pensamientos.
—Pedro—aquella simple mención de su nombre logró sacar de sus pensamientos al nuevolense el cual le miró esperando que continuara a lo que el tabasqueño levantó su cabeza para poder mirar a los ojos del más alto, oh dios, esos ojos de color avellana los cuales habían estado dando vueltas en la cabezadita de Gustavo desde hace un par de meses y no solo sus ojos si no también todo su rostro, no entendía el porqué la imagen del nuevolense daba vueltas en su mente incluso logrando que el poder dormir se le dificultase y no sabía el porqué y eso le aterraba de sobre manera ¿por qué la presencia de aquel hombre le formaba un tornado de emociones en su interior? ¿Por qué se sentía tan inseguro de si mismo cuando estaba junto a Pedro? ¿Por qué le aterraba el hecho de que sus sentimientos le causasen un conflicto con su relación? No entendía el porqué.
Pero.
En verdad quería decirle a la cara el cuanto le apreciaba y amaba, ¡joder!
Pero tenía miedo, miedo de que aquellos ojos de color avellana le viesen con asco, con odio incluso que estos evitaran tener contacto con su ser. Enserio le aterraban todo eso
—¿Sabes?— intentaba buscar las palabras correctas para poder expresarse y no crear un malentendido pero joder si que era difícil el expresar aquel sentimiento el cual no lograba comprender del todo y tal ves soltaría una total estupideces que al día siguiente le estaría cobrando factura y él solo podría escudarse con el hecho de que tenía demasiado alcohol en su cuerpo sumando el cansancio en este mismo —la neta no se como explicar esto— una risa ronca y triste escapa de sus labios los cuales tiemblan levemente odiaba sentirse tan indefenso con un tema de lo más estúpido pero... no podía evitarlo.
—Hey, relájate se que puedes encontrar las palabras correctas para decirlo solo relájate ¿si?— Pedro coloca ambas manos en los hombros del contrario en un intento de calmarlo pero esto solo puso más nervioso al de tez morena, sus manos empezaban a sudar y no sabía el porqué así que solo suelta un suspiro en un intento de relajarse y poder soltar aquello que lleva acumulándose en su garganta desde hace un rato.
—se que sonará extraño y a decir verdad ya no me importa el que posiblemente mañana me odies pero en verdad ya no puedo seguir con esta tortura— suelta mirando directamente a los ojos de aquel hombre, aquellos ojos los cuales son de un hermoso color avellana y en verdad los amaba, el cual se encontraba enfrente suyo, por su parte Pedro no entendía para nada a lo que su amigo se refería exactamente con aquello ¿odiarlo? ¿Por qué lo odiaría por algo lo cual le está torturando? En verdad que estaba confundido pero solo le quedaría espera que el contrario continuasen y así salir de sus dudas
—no se como decir esto de la mejor forma pero en verdad hago el intento— empieza a temblar levemente lo cual alerta al nuevolense —no se cuando ni como paso pero algo que si se y me aterra decirlo es que en verdad te amo...— aquellas últimas dos palabras dejan en blanco a Pedro mientras que Gustavo espera aterrado por una respuesta del contrario, en verdad se sentía como un estúpido en esa situación
Jamás se esperó que el más alto le abrazase de forma cariñosa a lo que él correspondió de forma lenta y desconfiada pero lo que en verdad le asombró fueron las palabras que salieron de los labios del contrario las cuales incluso lograron sacarle un par de lágrimas no por alegría, no, si no más bien por temor a que esto fuese una horrible broma causada por el alcohol en el cuerpo de ambos y que al día siguiente no recuerden las palabras del otro pero si el dolor de estas por lo que se aferró a las ropas del más alto
—yo también te amo choco— quien diría que aquellas palabras en verdad salieron de lo más profundo del corazón del nuevolense y no por el alcohol que se encontraba en su organismo, mentiría si digiera que Pedro no amaba al tabasqueño que pasear de su personalidad ojete en verdad soportaba las estupideces que hacía o decía y eso fue algo que lo enamoró junto con su voz.
Y ahí afuera Pedro logró darle La Paz y tranquilidad con la que tanto soñaba y deseaba Gustavo que alguien día le fuese otorgada que incluso se quedaron dormidos en aquellas sillas de color blanco. Quedándose dormidos uno al lado del otro frente al asador que aún daba un poco de calor para que el frío de la noche no se sintiese tan culero aunque unos segundos más tarde un tercero hizo acto de presencia colocando una pequeña cobija encima de ambos hombres para que no se congelaran pues no sería suficiente el pequeño calor de asador sin más se fue dejando nuevamente a los dos hombres en una hermosa tranquilidad que la noche les otorgaba a ambos.
Fin.
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mibitacora-euge · 4 years
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Viernes 11 de Diciembre del 2020, en la casa de Juli, Buenos Aires
Término. No solo la materia, no solo la bitácora, sino el año. La pregunta es ¿termino esta realidad? Pero terminar no se si significa un nuevo comienzo o si es una vuelta al último punto conocido. ¿Nos vamos a resetear? Espero que sí. 
Me causó gracia estar escribiendo este texto en este día, porque justamente hace un año, 11 de Diciembre del 2019, me encontraba en el mismo lugar, en el departamento de una amiga terminando entregas. Y hoy, 11 de Diciembre del 2020 estoy acá devuelta. Siento que es como un loop. Cómo para darme un nuevo comienzo al año siguiente, como si fuera una segunda chance para tomar las decisiones correctas. Es mi reseteo. 
Este año nos dio muchísimo que reflexionar. Empezamos en UdeSA con una triste noticia de la partida de Alex. Cómo hablamos en el proyecto grupal de la materia, el futuro es incierto y nosotros como diseñadores somos los responsables de seguir adelante con este contexto tan particular. En Febrero de este año, el futuro parecía demasiado incierto, muchísimo más de lo normal. Una semana antes del hecho mi mama me vino con el cuestionamiento tan complicado de “¿Estás segura que esta es tu carrera? Siento que estás muy perdida para el futuro, no termino de entender como podes seguir después de la facultad”. Simplemente le dije primero que no me haga estos cuestionamientos tan grandes porque me iba a hacer dudar de todo, pero además que se quede tranquila, que estábamos en buenas manos, tanto Alex como la Universidad de San Andrés no nos iban a dejar a la deriva, el futuro, tan incierto como es, lo tenían controlado. 
Pero, como siempre, NADA sale como esperábamos. Todo nos tomó de sorpresa, pero sin embargo dio sus frutos. 
Se que este año sumé habilidades, amigos y conocimientos de la facultad. Sume experiencias, cansancio, tristezas, alegrías, hábitos, en todos los ámbitos. 
Las lecturas, como mencione en otros posteos, me dieron respuestas a preguntas como, ¿qué estoy estudiando? Me dieron perspectiva de nuestro rol en el ámbito que nos toque impactar. 
La materia de tendencias me dio un espacio para reflexionar, tanto de los textos como de mi vida personal. Puso en jaque mis ideales, me hizo cuestionarme la vida que me tocó vivir, como sería una Euge nacida en Estados Unidos, o es España o en Alemania o en China, o en algún lugar remoto de este mundo tan complicado. ¿Cómo serían mis pensamientos y creencias? ¿Seguiría alguna religión? ¿Cómo me nutro de las personas que me rodean? ¿Cómo reacciono como persona y diseñadora ante las circunstancias de la vida? Me hace además pensar, ¿cómo aporto yo a todo esto? ¿Cuál es mi rol dentro de esta situación? ¿La voy a mejorar o la voy a empeorar?
Son todas preguntas que se que voy a seguir cuestionando y espero que para algunas encuentre respuestas, porque realmente me despiertan muchísima curiosidad. Estamos conectados entre todos, somos un ente que en conjunto tiene que seguir para adelante, como sea y como podamos, porque ese camino es seguro que lo tenemos que pasar. Las crisis y los obstáculos que nos tiró el 2020 son posibles de superar, pero desde la conversación y la unión de mentes, porque si algo me enseñó este estudio de tendencias es que NADA SE PUEDE HACER SOLO. No hay un solo problema actual que afecte o implique el rol individual de una persona. Esta vida se vive y se resuelve en conjunto. 
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poemaenprosa · 4 years
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Amelia Gaitán
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-Me siento como Sakura cuando convirtió varias cartas Clow a cartas Sakura de golpe.
Eso me suele decir cada vez que tiene un día pesado. Esa referencia traduce un cansancio mental y emocional. Generalmente enuncia la frase, termina de abotonarse el pijama y se acuesta sobre mi pecho y en cuestión de minutos, mientras le acaricio su cabello se desvanece en un profundo sueño. La primera vez que salimos a tomar un café, de su cuello colgaba una cadena con una pequeña estrellita bordeada por un círculo rosado, dos alitas pequeñitas a sus laterales y debajo de ella una llave. No dude en preguntarle, me sonrió enseguida. Me contó que vio ese anime estando muy chiquita y lo repitió cuantas veces pudo. A veces la descubro repitiendo algunas escenas importantes en YouTube.
Amelia dice que Sakura Card Captors fue elemental para entender las múltiples maneras de amar. Que ver una serie donde había relaciones homosexuales y se tratan con total normalidad hizo que ella jamás viera con rechazo a personas con orientaciones sexuales diversas. Como también me confesó que su primer amor de la infancia fue Shaoran Li. Le brillan los ojos cuando lo menciona, dice que su ideal del amor lo construyó a raíz del cuidado, ayuda y apoyo que le brindó este personaje a Sakura. Cómo también deseo profundamente tener una amiga como Tomoyo y en efecto, Elenora es su amiga más cercana, que curiosamente tiene una marca de ropa y le confecciona camisas muy seguido.
A veces siento celos por superar las expectativas infundadas por Shaoran Li.
Cuando Amelia habla de sus padres lo hace a través de momentos muy claros y precisos. Su amor por la radio viene de su padre. Todos los domingos desde que era muy niña se sentaba con él a escuchar el programa de Historia del Mundo de Diana Uribe, lo comentaban y ella le hacía preguntas en un acto pedagógico en el que ambos aprendían del otro. Ahora se envían los podcasts y aunque lo escuchan en tiempos diferentes y a sus propios ritmos se llaman para socializar y discutir lo escuchado.
Ella me cuenta que en los anaqueles de la biblioteca de su casa de la infancia había un libro que siempre le llamó la atención y que su papá reiteraba que aún no estaba lista para leer. El libro tiene en su portada la foto antigua de una niña rubia con un violín en sus manos y se titula: “El olvido que seremos”. Cuando su padre se fue a vivir a Bogotá, ella le dijo que en la universidad le sugirieron leer el libro, su papá le mandó el dinero y se lo compró. Así que, en una sala de espera, mientras esperaba su turno para reclamar unos medicamentos lloró enternecidamente una vez terminó de leerlo. Comprendió porque su papá paseaba al libro a todos lados, porque repetía su lectura y cuando descubrió la visceral asociación del poema de Borges con el título de la novela su desolación fue peor. Lloró la violencia de este país, lloró las masacres, la corrupción, y sobre todo sin entender porqué se puso a imaginar el día de la muerte de su padre y como esto la destrozaría por completo.
Cuando inició la cuarentena se despertaba a media noche llorando. Me decía que tenía miedo de perder a su papá que cumple los requisitos para ser población de riesgo: mayor de setenta años, diabético e hipertenso. Y aunque mi suegro está muy bien y lleva meses que no sale ni a la recepción del edificio, ella siente miedo de perderlo y si pasa una semana y no lo llama o escucha su voz, la invade la ansiedad. Me mira con los ojos desorbitados y me dice: El día que mi padre se vaya me voy yo con él. Ahora juntos no vemos el momento en que podamos ver la película de Fernando Trueba sobre este desgarrador libro.
En lo que confiere a su madre hay una escena clara: Amelia siendo una bebé de meses o un año quizás, metida en su cuna aferrada a las barandas viendo con su mamá alguna telenovela. Si nos ubicamos en los noventa, debió ser Esmeralda, Cuna de lobos, Café o La Potra Zaina. Y así sería por los años siguientes en los que las telenovelas tuvieron parte esencial en su educación sexual y sentimental. Amelia puede hacer una tesis o hablar por horas de las industrias de las telenovelas, puede enumerar las de Cris Morena y cantar algunas bandas sonoras; discutir los detalles de las producciones de las telenovelas de Carla Estrada o sacar una lista de razones del porqué Adela Noriega fue tan icónica y ninguna otra actriz alcanzará su belleza y genialidad.
La última novela con la que estuvo obsesionada fue La Ley del Corazón y reafirma que si tuviera más tiempo tendría un canal en YouTube donde analizaría cada novela, en especial el discurso machista y las creencias erradas sobre el amor en cada una de estas historias.
Sin embargo, hay una serie que siempre le recuerda el ideal de relación que le gustaría tener con su madre, por eso mientras cambiaba de canal en Warner vio Gilmore Girls. Se ha leído la mayoría de libros que Rory menciona, a veces creo que estudió periodismo por lo mismo, pero también la relación Rory  y Lorelai le causa gran frustración, porque mientras ellas tienen rituales, se cuidan sus tusas y se expresan su amor la relación de Amelia y Amalia (porque a sus padres le pareció sencillo cambiar una vocal del nombre de su mamá para elegir el de ella) es una relación llena de desencuentros, gritos, peleas, temporadas sin hablarse, visiones opuestas de la vida. Me dice que su mamá es imposible porque es escorpio y ella es leo, pero una vez vio Lady Bird y evidenció una relación madre e hija más honesta, sintió un poco de consuelo.
Cuando habla de sus amigas es inevitable que no hable de campos de fresas, de Lucy en el cielo con diamantes, de submarinos amarillos. Incluso tiene una lista en Spotify que dura ¡veinticuatro horas! De las bandas sonoras de su adolescencia. Amelia estaba en once grado, cuando en un festival de inglés ocurrió lo inesperado: cuatro chicas de décimo grado vestidas de negro, con corbata y el cabello recogido hasta los hombros salieron a cantar: All you need is Love. Nadie nunca había cantado alguna canción de The Beatles, solían reversionar a Britney o alguna de High School Musical o un caso más extraño a Sinatra, pero a los Beatles ¡Nunca! Ella toda su secundaria se sintió un bicho raro, porque nadie compartía sus gustos musicales y cuando vio a estas cuatro mujeres en escena se propuso conocerlas y ser su amiga: “Las vi, las amé y las elegí”, dice cuando empieza a contar esta historia que disfruto escuchar.
Para ella la amistad femenina es una forma elevada del amor. Han pasado diez años desde ese festival de inglés y ella defiende a cada una con la vida. Posterior a este encuentro se sumaron otros artistas y canciones, pero en especial uno: Gustavo Cerati.
Descubrí su obsesión por Cerati, cuando vi por primera vez un tatuaje que tiene en la parte inferior de uno de sus pechos, allí dice en letra cursiva y pequeña: “La poesía es la única verdad”. Para ella Cerati es un poeta, no a nivel estructural, pero si un hombre alado que definió y acompañó momentos cruciales de su vida. Me cuenta que, en el 2014, una de sus amigas la llamó y le preguntó si había leído las noticias, ella para entonces hacía sus prácticas laborales en un periódico local. Llegó a su cubículo encendió el computador y leyó lo inesperado: Gustavo Cerati había muerto. Quedó en blanco y se puso a llorar, hizo un duelo de semanas como si hubiera perdido a un pariente muy cercano. Luego de esa terrible noticia, le sucedieron videollamadas con sus amigas en las que ponían alguna canción y lloraban a cántaros.
Amelia Gaitán tiene muy mala memoria para memorizar poemas aun cuando siendo una niña se llevaba todos los aplausos en los recitales de poesía declamando a Lorca o Bécquer. Sin embargo, cuando menciona esos años grises en los que solo pensaba en hacerse daño leyó la obra completa de Alejandra Pizarnik, sus diarios, poemas, poesía en prosa, novelas cortas y vio todos los documentales. Alejandra le dio nombre a su herida. No se sabe algunos poemas, pero de vez en cuando comenta en voz alta: “Las palabras no hacen el amor, hacen la ausencia”, o “¿si nos anticipamos de sonrisa en sonrisa hasta la última esperanza?”. Tiene todos sus libros en un lugar especial de nuestra biblioteca y a veces los abre y relee sus poemas favoritos, pero no se siente capaz de volver a leer a Pizarnik con detenimiento, dice que sus letras la retornan a oscuridades que no quiere volver a vivir.
Odiaba que Diomedes Díaz se hubiese muerto dos días antes de navidad, decía que no había algo tan detestable como el vallenato, banda sonora de la cultura paraca y feminicida colombiana. Su visión cambió totalmente cuando trabajó como docente en zona rural de Montería. Sus estudiantes no recordaban el día de la independencia, pero sí había un sentimiento colectivo todos los 26 de mayo; en ese entonces era profesora de español y literatura; sentía que cuando explicaba las figuras literarias con versos de los poetas del siglo de oro los adolescentes la miraban como si hablara en chino.
Un día les leyó en voz alta fragmentos de “La eterna parranda de Diomedes” y allí Salcedo Ramos enuncia algunas canciones, como Amarte más no pude. Ese día, los estudiantes interrumpieron su lectura y le dijeron: “espere profe” y a continuación comenzaron a corear la canción. Ella se deslumbró y entonces los chicos aprendieron a identificar símiles, metáforas e hipérboles en canciones como: el cóndor herido, sin medir distancias, que será mi vida sin ti, señora, entre muchas otras que ella aprendió a amar.  
A veces la escucho cantando en voz alta temas de Rafael Orozco y Patricia Teherán y cuando lo hace la garganta le sabe a ron. Me pide que le alcance un trago y entre canción y canción discutimos la poesía camuflada en los versos de los juglares vallenatos. Ahora está obsesionada con las voces femeninas en este género y se la pasa viendo en vivos de Martina La Peligrosa cantando vallenato y comentando sus letras.
Sin saberlo Jorge Drexler ha sido su terapeuta. Amelia y la tristeza tienen una relación muy cercana, pues en varias ocasiones cuando llego del trabajo y escucho el agua caer de la ducha armonizada con alguna canción de él, sé que no se siente bien. 
“Tu corazón va a sanar, va a sanar y va a volver a quebrarse mientras le toque pulsar”, se repite como mantra cuando siente que el mundo se le viene encima. Esas veces interrumpo su ritual y decido acompañarla.  No me dice nada, me mira con los ojos hinchados de tanto llorar, se sienta en mi regazo. La abrazo mientras escuchamos a Drexler en silencio, esperando que la señora tristeza decida irse.
Hay una relación directamente proporcional entre los géneros musicales que escucha y sus gustos etílicos. Recientemente vimos el documental sobre la vida de Chavela Vargas en Netflix, yo no sabía el significado de Chavela en su vida. Esa noche además de ver un par de lagrimones que resbalaron por sus mejillas, me contó de sus días en México. De su amor por el picante y de cómo el performance de Chavela entonando cada canción son prácticamente un hecho poético. Es como si cualquier bolero o ranchera interpretada con esa voz desgarradora además de darle unas ganas tremendas de beber tequila, le revuelven las nostalgias acumuladas en su alma.
El 23 de julio de este año inesperadamente Taylor Swift anunció su octavo álbum de estudio: Folklore. Ese día mientras cada uno daba clases virtualmente la vi revisando Instagram cada rato, comentando con sus amigas y saltando por los títulos de las canciones. Amelia ama a Taylor Swift desde que escuchó Crazier en la película de Hannah Montana, desde ahí la ha seguido por años y con dos de sus amigas tienen un ritual que nunca han hecho presencialmente: se reúnen en la distancia y escuchan canción por canción, eligen sus favoritas las comentan y hacen teorías conspirativas sobre la vida de Taylor.
Se ha repetido varias veces el documental de Miss Americana y ambos coincidimos en que es una obra maestra. Esa noche le dije que me acostaría temprano que estaba cansado, ella me dio las buenas noches con un beso, buscó aguapanela caliente y se sentó en la sala esperando que fuese medianoche y el álbum estuviera disponible en todas las plataformas. Sus amigas ya estaban conectadas, una desde Taiwán y la otra desde Manizales.
Me dio mucha curiosidad y aunque ya había tenido mi primera experiencia distante con Lover el año anterior, este año quise integrarme a pesar de que me sintiera muy ajeno. A la media hora de haberme despedido, regresé y me senté con ella en el sofá y vimos el vídeoclip de cardigang. Cuando escuchamos la frase: “Peter losing Wendy”, nos miramos con los ojos aguados y sonreímos, al poco tiempo junto con Ferna y Karen vía Skype nos desvelamos comentando cada canción, intuyendo las historias, saboreando los ritmos. Nos desvelamos elogiando la genialidad de Taylor, el concepto del álbum, lo asombrosamente diferente al resto de sus discos y seleccionamos nuestras favoritas a eso de las dos de la mañana que terminó el ritual.  Para Amelia sus favoritas son This is me trying y August. La primera porque así se ha sentido todo este encierro: intentándolo, luchando con que sus propios demonios no la absorban y August por el significado especial de agosto en su vida.
Si hay algo que pueda definir a Amelia Gaitán en treinta y seis segundos es el discurso de Jo March, en la versión de  Little Women de Greta Gerwing: “es que siento que las mujeres tienen mente y tienen alma al igual que corazón.  Tienen ambición y tienen talento, así como belleza; y ya me harté de que muchos digan que el amor es lo único para lo que servimos ¡ya me harté de eso! Pero también me siento muy sola”.
Este monólogo la atravesó por completo y resumió su angustia de años: el amor. Esa contradicción y anhelo de que el amor es el fin último y pleno de su vida, cuando hay mucho más. Esta preocupación la atraviesan los poemas que escribe, es una especie de trascendencia filosófica transversalizada en su quehacer, en las canciones que le gustan y las series que ve, porque se contrapone con la soledad, esa que la inunda cuando la depresión la visita. 
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formerleopard · 7 months
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Retomar un proyecto que había aplazado sin medida
Uno de los síntomas de mi grave neurosis (un trastorno de personalidad) es aplazar tareas pendientes. Compré el libro Profit over people, Noam Chomsky hace años en amazon.com. El tema es importantísimo porque resulta indispendable identificarlo como una de las causas más importantes del momento histórico en el mundo, en que se derrumba un imperio y arrastra en la caída a sus satélites; me refiero al Imperio Yankee y a la Unión Europea, respectivamente.
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Chomsky es uno de muchos judíos muy destacados (nacido en diciembre de 1928, cuenta con 95 años de edad) a quienes admiro. Menciono esto para hacer énfasis en que no soy antisemita, sino más bien antisionista e incluso me enamoré de una bellísima terapeuta, que cuenta con una especialidad en psicoanálisis, percibiendo en ella características excepcionales pero me encontré con que se ha vinculado fuertemente con una comunidad judía que no es tal cosa, sino sionista; pretende lucrar aliándose con el genocida estado de Israel, el mayor enemigo del judaísmo en el mundo, y promotor del antisemitismo; si bien, eso es otro asunto.
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Volviendo al libro Profit over people, traduzco el capítulo 4, titulado Market Democracy in a Neoliberal Order, Doctrines and Reality (que yo traduzco como Democracia de Mercado en un Orden Neoliberal, Doctrinas y Realidad) en que este hombre excepcional, Noam Chomsky menciona el proceso mediante el cual los gobiernos de Estados Unidos, a partir del siglo XIX, comenzaron a favorecer a quienes ostentaban el poder económico, valiéndose de medios de comunicación para confundir y engañar a la población, proceso que condujo a un deterioro muy severo para quienes trabajan por un sueldo, privilegiando a los grandes empresarios.
Mi interés en el tema de neoliberalismo surge de la conciencia de que parece la máxima representación de uno de los rasgos más destructivos en el ser humano: la ambición.
Erich Fromm (otro de los grandes judíos a quienes admiro) señala en un afterword que escribió para 1984, George Orwell (utopía negativa) que la primera guerra mundial tuvo su origen en la ambición de las potencias europeas (Reino Unido, Francia y Alemania); y en su libro Tener o Ser, Fromm menciona una frase que no sé si es de su autoría o de otro gran judío, Baruch Spinoza en Ética; la frase es la ambición es insania.
A pesar de que he superado el estrés postraumático resultante de haber sido despojado de mi empleo en una empresa farmacéutica, hace ya 30 meses, había sido difícil poner manos a la obra y retomar proyectos que había aplazado durante mucho tiempo. La traducción de este material, capítulos de ese libro de Chomsky, era algo de lo más representativo de ese comportamiento que no es otra cosa que una manifestación de procastinación. Ello me hacía sentir culpabilidad, ansiedad y angustia, pero una vez que puse en práctica una estrategia que concebí, aprender la definición de la palabra neurosis, con sus características generales (sintomatología) para hacerme de un mecanismo mental que me permitiera identificarla y detenerla en el momento que se presentara, comencé a superar el problema.
Hoy sentí cansancio al amanecer porque la sesión de entrenamiento en bicicleta, ayer sábado, fue fuerte y después caminé con mi mascota, mi perrita Clara, durante dos horas. Intenté dormir un poco después de desayunar, pero salí de la cama y decidí encender mi computadora personal para continuar con ese proyecto aplazado indefinidamente. Fue útil contar con el audiolibro (audiobook) de esa obra, Profit over people, también adquirido en amazon.com, leído por Brian Jones.
El día transcurre bien, disminuye la tristeza causada por el duelo que representa decir adiós a la bella terapeuta especialista en psicoanálisis, mis heridas continúan sanando y la conciencia de que he sido capaz de enfrentar una historia de violencia a la que muchos hombres no habrían sobrevivido, me tranquiliza y tal vez me devuelve la voluntad para seguir adelante.
Momentos de felicidad
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lalunasobretumirada · 4 years
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Día 13 de la distancia
Mis constantes despertares a media madrugada buscando al peluche que me diste se han vuelto las protagonistas de la noche. Debo mencionar que me siento pero lo que le sigue de ridícula porque en verdad me dan ganas de llorar si no lo encuentro y está del otro lado de la cama o escondido entre las cobijas. Como el día de ayer te agregué un sobrenombre (que ya están en la lista de formas de llamarte) algo en mi interior volvió a latir como hace mucho no sucedía entonces me permití hacer lo que no había hecho en dos semanas por mi salud mental: tomé tu sudadera que estaba debajo de mi almohada y me abracé a ella y al pequeño unicornio. Me hizo sentir tranquila, feliz como hace mucho no me sentía y dejó que el insomnio que me ataca se fuera para dormirme al instante. Si, ese pequeño objeto tuyo significa muchísimo para mí y tiene poderes maravillosos en mí.
Este día escribí más tarde ya que tuve que salir. Y no sé qué tan bueno o malo fue ya que pasé por la churrería donde tuvimos nuestra segunda cita y pude revivir cada instante de aquél jueves de diciembre. Desde el camino en el metro, los besos frente a Bellas Artes y las risas nerviosas acompañadas de nuestro caminar a la construcción con propósito (creo que así la llamaste en tu escrito). Fue un revivir divino que dejó un atisbo que sé que más tarde o en unos días puede generarme tristeza y nostalgia. ¿Sabes que es lo que me encanta de nuestra historia? Que al menos pudimos vivir un montón de aventuras juntos antes de todo este desastre. La vida me dió la oportunidad de vivir (si, puede ser poco para ti; para mí fue demasiado) y de poder experimentar lo que sería el amor y la magia del mismo en todo su esplendor. No te voy a negar que escribir y recordar pequeños fragmentos de nuestra vida juntos, hace que las nubes se formen detrás de mis anteojos y causen una ligera brisa. Pero, no sé si es tristeza o alegría; es una sensación bastante curiosa.
Y creo que si al final de toda esta maraña de eventos desafortunados, que no permiten que pueda apreciar tus lunares en pares de cerca, estamos juntos, creo que podríamos superar todo. Claro, lo mencionaré hasta el cansancio: eso no depende solo de mis ganas, interés y amor por tí. También depende de ti...
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