#la estrella de medianoche
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Aunque nuestro tiempo juntos fue breve, las estrellas estuvieron iluminando cada momento y la luz de esos momentos, continuará brillando en los próximos mil años.
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Era casi medianoche, y las luces de la ciudad brillaban como estrellas perdidas en el suelo. Él la miró, con una sonrisa apenas perceptible y una timidez que lo hacía irresistible. Ella, nerviosa, jugaba con el borde de su abrigo, tratando de ocultar el temblor en sus manos.
—¿Sabes? —dijo él, acercándose un poco más—. Nunca creí que una sola mirada pudiera cambiarlo todo.
Ella alzó la vista, y en ese instante, el mundo pareció detenerse. No hicieron falta más palabras; bastó el silencio y la certeza de que, a partir de esa noche, nada volvería a ser igual.
Mon-espace
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ME GUSTAS
Me gustas. Me gustas un montón.
Y cuando digo que me gustas me refiero a que te quiero pa’ toda la vida, llevarte de la mano pa’ que sepan que soy tuya
besarte en la plaza a medianoche entre parejas taciturnas, que nos miren y se crean que las pelis de amor no se comparan a lo que tenemos.
Me gustas tanto que por ti hago lo que sea, tronar los dedos y que el mundo improvise tu musical favorito, hacer que el Big Bang pase de nuevo frente a tus ojos solo pa’ que las estrellas te iluminen la piel, hacer que los peces vuelen y las aves naden, me vuelvo puente en la corriente nomas pa’ que no te mojes los pies.
Me gustas mucho, tanto que apenas duermo por estar pensando en ti, no necesito comer porque me alimentas el alma y ahora ocupa hasta mi estómago para quedarse dentro de mí, me han salido alas pa’ llegar más rápido a ti si me necesitas,
hablo todos los idiomas, lenguas muertas si tú quieres, para decirte, cada día, de otra forma que me gustas, tal vez te quiero, más bien te amo.
#noelle#noellesokhna#poema#poesia#poesia en español#amor#me gustas#crush#poema original#español#escritos
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Cuando visitas los lugares en los que solíamos pasear, ¿recuerdas todos los felices momentos que vivíamos?
Cuando lo llamas a medianoche, ¿él te contesta? ¿Te envía versos improvisados por mensaje? ¿Te hace una video llamada sin avisar sólo porque echa de menos ver tu carita?
¿Realmente piensas en él cada vez que revisas las fotos que se han tomado?
¿Tu corazón ya borró mi nombre?
Sabes que he dejado una marca en ti. Mi recuerdo está tatuado en cada parte de tu cuerpo y tus sentimientos.
¿Con él, te nacen las ganas de repetir lo que tú y yo solíamos hacer? ¿Y las cosas que haces con él son mejores que las nuestras? ¿Te diviertes de verdad?
Nada se podría comparar a las noches en que nos perdíamos en la playa, dejando huellas en la arena, oyendo el rugido de las olas, bajo el infinito de las estrellas, o a las tardes en que descansábamos bajo un árbol: tú leyendo un libro acostada en mi regazo, yo escuchando música con mis audífonos, o a las mañanas en que construíamos un fuerte bajo las sábanas porque aún no queríamos desalojar nuestro paraíso para enfrentar el exterior.
¿Nos recuerdas? Éramos tú y yo contra el mundo.
Dime, ¿él te hace mejor el amor? ¿Hace que sientas cosquillas en la piel? ¿Te estremece con un simple roce? ¿Enciende el fuego en tus noches frías?
¿Has vuelto a soñar conmigo?
Sé que no te funciona lo de reemplazarme. Tratas de olvidarme, tratas de no extrañarme. Y sé que las veces en que te lanzas a él lo haces para ignorar el desgarre que fragmenta tu corazón cada vez que te encuentras a ti misma pensando en mí.
Sé que desearías que fueran mis labios cuando lo besas. Sé que desearías volver a vivir la esencia de nuestro romance cuando tienes una cita con él. Sé que desearías que fueran mis brazos cuando te abraza. Sé que desearías que fueran nuestras canciones cuando bailan.
Sé que te engañas creyendo que me olvidarás al vivir en esa forzada fantasía a su lado, pero, por muy enamorada que afirmes estar, esta es la realidad: no existe parangón entre él y yo.
Él ahora puede estar allí. Él puede sacarte bonitas sonrisas. Él puede ser más guapo. Él puede sostener tu mano. Él puede ser el amor de tu vida.
Pero él no es como yo.
(P.D. No me iré a ningún lado, aquí te seguiré esperando cuando te atrevas a dar el paso y te canses vivir esa mentira).
-Dark prince
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El polvo, de lo que seríamos, se voló, lo soplamos, en velas, deseos de pestañas quemadas, lo soplamos, lo soplamos, al viento con sus condenas, a las alfombras golpeadas en los balcones, a enseñanzas de jardín, lo soplamos a los sueños de medianoche, sin rastro en nuestras huellas. El cuerpo enterrado en docenas de estrellas, no hemos cometido crimen, he perdido el rastro, se me rompió las cadenas en construir llaves, las palabras atragantadas en el discurso, el polvo, no pica en garganta, los ojos no limpian marcas. Lo soplamos, en el aliento del romper el agua, lo soplamos, en la risa del chiste, días más tarde, lo soplamos, mi vida, lo soplamos mientras caminábamos en sombra. Ha sucedido, teclas del piano reverberan en el garage perdido, no tienen nota, no tienen son, están buscando limpiar algo hace tiempo mencionado. El polvo se asienta, en raíces expuestas, en flores sin pétalos, en semillas exiliadas, buscando lecciones, nuevas pieles, nuevos dolores, nuevos nosotros. Soplamos, el polvo, en los bordes del volcán, buscando fuego, buscando llamas, buscando luciérnagas, camino marcado, distintos latidos. El polvo, escribirá aún tus vocales, aun mis consonantes, el polvo, mi vida, soplara el dolor de nuestras almas
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Medianoche (Kehos Kliguer)
«Sombras sobre el mar ¿De dónde brotarán tantas sombras sobre el mar sin luna? El barco lleva sus luces apagadas. En la medianoche duermen las cabinas. Mis ojos posados sobre el enorme océano aterrador se beben las sombras. ¿Y no serán todas las sombras, una sola, yo mismo? ¿Y hasta cuándo habrán de perseguir al barco por las altas aguas del Ecuador? Todo alrededor, encima y debajo, oscura, secreta abisalidad. Hümedo trópico en la profunda garganta negra de la noche. El cielo sin estrellas se vuelve nube cercana, lluviosa. Sombras sobre el mar. Sueños rasgados en la espesa oscufidad cargada de oleaje. Mis ojos sueñan en el mar y se beben las sombras.»
Midnight (Kehos Kliguer)
“Shadows on the sea. From where do so many shadows come on the moonless waters? The ship lights are out. At midnight the cabins sleep. My eyes gazing at the enormous terrifying ocean and drown in the shadows. And might not all the shadows be only one. I, myself? And until when will they chase the ship on the high Equator waters? All above, above and below dark, secret abyss. Humid tropic in the deep black gorge of the night The starless sky becomes a nearby rain cloud. Shadows on the sea. Dreams rent in the thick darkness riding on waves. My eyes dream in the sea and drown in the shadows.”
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EL SUEÑO DEL OCÉANO INVERTIDO
En la costa del reloj derretido,
donde el tiempo se despliega como un abanico de estrellas,
las olas murmuran secretos en un idioma olvidado,
y los peces vuelan entre nubes de coral.
La luna, con sus ojos de cobalto,
se sumerge en un mar de espejos rotos,
mientras las sombras se transforman en pájaros de tinta
y las arenas cantan himnos al viento de medianoche.
En el horizonte de sueños líquidos,
los árboles caminan hacia el infinito,
sus raíces se entrelazan con los susurros del océano,
y los frutos son esferas de cristal que contienen universos.
Un gato de fuego danza en las dunas de plata,
persiguiendo reflejos de estrellas caídas,
sus ojos, dos luciérnagas atrapadas en un frasco de jade,
brillan con la intensidad de mil amaneceres.
Las montañas flotan como naves de papel,
navegando en un cielo de terciopelo negro,
donde los astros son faros que guían a los navegantes
perdidos en la inmensidad de sus pensamientos.
Y en el centro de este delirio sin fronteras,
un niño de arena y agua juega con mariposas de luz,
su risa, una melodía que quiebra el silencio,
creando constelaciones en cada latido de su corazón.
Aquí, en el reino de lo imposible,
los sueños se tejen con hilos de realidad alterada,
y el alma se disuelve en un torbellino de colores,
perdiéndose y encontrándose en el misterio del todo.
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Star Gazing
Wednesday fue a revisar el fuego un par de veces más, antes de recostarse por completo en la manta mientras veía el cielo nocturno. Enid había copiado la posición de Wednesday y estaba separada de ella por algunos centímetros.
—Acá se ven mejor las estrellas que en San Francisco— Recordó Enid los días que también se quedaba viendo las estrellas, dependiendo de la presencia o ausencia de la característica bruma.
—También son diferentes estrellas, Enid— Wednesday quería explicar más detalladamente esta afirmación, sin embargo siguió observándolas.
—Lo sé Wednesday, desde que empecé mi primer año en Nevermore que me di cuenta, estamos al otro extremo del país.
Wednesday recordó las veces que se guio por las estrellas cuando salía a recorrer el bosque sin la compañía de nadie. Este año eso no ha sucedido porque esta vez Enid está con ella.
—Lástima que no guardé un par de granadas para arrojarlas al lago, es una actividad que realizamos con mi hermano cuando acampamos.
—¿En serio Wends? — Enid se sentó y cruzó sus piernas.
—Sí, es una actividad relajante— Wednesday imitó la posición de Enid.
—No, no me imaginó que eso se considere siquiera una actividad ni menos relajante, no quiero saber cómo las consiguieron.
—Están cerca de los artículos para pescar, siempre hay varias de ellas.
Enid giró su cabeza en dirección a Wednesday, comprobando si todo lo que ha dicho es parte de una broma, pero Enid sabe muy bien que Wednesday jamás bromea, solo es sarcástica en algunas ocasiones.
Wednesday vio la hora en su reloj de pulsera, eran cerca de la medianoche.
—¿Quieres qué volvamos a la mansión? — Desde el primer día, casi siempre le preguntaba a Enid si quería continuar en las actividades en las que estaban participando, se reconocía como una buena anfitriona y no por el hecho que quería hacer sentir cómoda a Enid durante la estadía en su hogar.
Enid se golpeó el mentón varias veces con el dedo índice de su mano derecha, pensando— Creo que quiero quedarme un rato más — Enid estaba demasiado cómoda en aquel lugar, tenía el calor de la fogata, la vista del cielo estrellado y la mejor compañía que pudiera desear.
— Bien — Respondió con simpleza, si Enid se quería quedar, ella la acompañaría.
Volvieron a recostarse con la vista hacia las estrellas. Enid volvió a hablar después de unos minutos que ambas habían permanecido en un placentero silencio.
— ¿Sabes a lo que me recuerdan las estrellas?
—Creo saberlo, pero me delataría por reconocer que presto demasiada atención a tus películas Disney.
—¡Vamos Wends!, sé que es una de tus favoritas— Le golpeó juguetonamente el brazo.
—Mira las estrellas, los grandes reyes del pasado, nos observan desde esas estrellas y cuando te sientas solo, recuerda que esos reyes estarán ahí para guiarte. Y yo también. — Wednesday admitía que era una de sus favoritas, tenía un excelente villano, qué mejor que un hermano sea el que te traicione y obligues a tu sobrino a escapar y mandarlo a matar para quedarte con todo el reino, solo falló en el asunto de las hienas.
Enid aplaudió con emoción, recordaba que era la primera película que Wednesday vio completa.
—Sabía que te gustaba El Rey León.
—Si se lo mencionas a alguien date por muerta Sinclair— Su tono de voz ni siquiera se acercaba a una amenaza.
—Lo que digas Wends. — Observó nuevamente las estrellas— Pero sabes me gustó esa escena por completo, de niña me hacía sentir menos sola.
— No me digas que hay una analogía de los hombres lobo, ¿qué sus espíritus se convierten en estrellas?
—No, creo que no hay nada parecido— Enid intentaba recordar algún cuento que le haya contado su padre, pero no podía encontrar el parecido. —Pero si quieres puedo inventar un cuento.
—¿Un cuento?
—Sí, ya que tú me contaste uno, es justo que yo también lo haga.
—Suena justo.
—Dame unos minutos para pensarlo.
—Te daré 5 — Wednesday reconocía la creatividad de Enid, así que ese tiempo sería más que suficiente, si no, podría imginarlo a medida que lo iba narrando.
—Creo que algo podré inventar— Enid alzó una vez más su vista hacia las estrellas tendría que ser algo breve y que sea significativo para ambas.
Wednesday no la interrumpió en ningún momento.
—¡Lo tengo!
—Lo escucho.
—Bien, pero tengo una condición.
—¿Condición? —Preguntó confundida.
—Sí, promete qué no me interrumpirás ni cuestionarás nada.
—Es extraño que me pidas eso.
—Wends…
—Bien, prometo que no interrumpiré ni cuestionaré tu relato.
—No es suficiente, tienes que hacer la promesa del dedo meñique— Enid empuñó su mano derecha, dejando solo ese dedo libre y acercándolo a Wednesday quien sin dudarlo agarró el dedo de Enid con el suyo.
—¿Estás conforme?
—Sí— Se aclaró la garganta y comenzó su breve relato.
<< “Wednesday es una chica solitaria quien ama mirar el cielo, incluso tiene su estrella favorita. Un día la estrella bajó a ayudar a la pequeña Wednesday para que deje de estar sola”>>
—¿Por qué tengo que ser la protagonista? — La interrumpió.
—¡Wends!, lo prometiste.
—Lo siento, puedes continuar— Enid había pensado en ella como la protagonista desde el primer momento, quizás Wednesday podría entender lo mucho que significa que sea su compañera de habitación y su amiga.
<< “La pequeña Wednesday está sola. Tiene una familia que la ama, pero ella se siente solitaria. Así que mira al cielo, ama el cielo nocturno. Mira una estrella brillante, una muy brillante. La estrella la hace sentir menos solitaria.
Un día tiene un telescopio, quiere ver la estrella. La estrella era una niña pequeña, una chica durmiendo.
‘¡Ay!' La pequeña Wednesday dijo '¿Por qué estás ahí?, quizás pueda despertarla, pero ¿cómo?, quizás puedo disparar una flecha con un lazo o quizás pueda lanzarme con una catapulta hacia ella' pero podría herirla. Pensó.
Así que la pequeña Wednesday solo habló a la estrella, '¡Hey estrellita, ¿estás despierta?'
'¿Quién habla?' Dijo la estrellita.
'Soy Wednesday, ¿quién eres?'
'No puedo oírte' Dijo la estrellita.
'¡Oh!, espérame' Dijo la pequeña Wednesday.
'¿Dónde va?' Pensó estrellita.
Cuando la pequeña Wednesday regresó ya era de día. Así que la estrella ya se había ido. Al menos Wednesday sabía que tiene a alguien que quiere conocer. Alguien que la haga sentir menos solitaria.
La siguiente noche, la pequeña Wednesday esperó por la estrellita.
'¡Oh!, estás aquí otra vez' Dijo la estrellita.
'Hola, soy Wednesday, ¿quién eres?'
'Soy Enid, una estrella, ¿por qué puedes hablarme? Los humanos normales no me ven'
'No sé porque puedo verte' Me siento sola, pero cuando te veo disfruto tu compañía. Pensó la pequeña Wednesday.
'¿Huh?, ¿qué dijiste?'
'No sé…' Dijo finalmente Wednesday.
'Entonces, ¿por qué estás aquí?' Preguntó la estrellita.
'Quiero ser tu amiga'
'¡Oh!, puedo bajar… si quieres' Dijo la estrellita.
'¿Puedes realmente hacer eso?' Preguntó la pequeña Wednesday.
'Bien, si lo hago, no puedo volver a subir' Dijo la estrellita.
'No lo hagas, ¿por qué quieres venir aquí si no puedes volver a subir hasta allí?'
'Estoy sola también' Dijo la estrellita.
Entonces la estrella comenzó a caer.
'¡ESPERA!' Exclamó Wednesday. '¿Estás bien?' Preguntó preocupada por la estrella.
'Estoy bien, no te preocupes, soy Enid' Dijo la estrellita, mientras se limpiaba.
'Pero no puedes volver allá' Contestó la pequeña Wednesday.
'No te preocupes estaba sola allá. No hay otras estrellas como yo. Quizás fue una cosa arriesgada, pero quiero conocer a la persona quien podría verme' La estrellita la miró felizmente y le dio a Wednesday un poco más de tranquilidad.
Tal vez no sabían lo que pasaría, pero sabían que se tenían el uno al otro y podían intentar ser amigas. >>
Enid terminó su relató con las mejillas sonrojadas, mirando al cielo, mientras que Wednesday sintió una calidez en su pecho.
A/N: El cuento le pertenece a @urmominbike en Twitter/X quien me dio su autorización para utilizarlo.
@choicesprompts
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Del cuaderno... (VI)
CONTENIDO Y TITULAR
Al natural, la gente siempre parece tener menos años que los que tiene; en foto, es frecuente que ocurra lo contrario, y la veamos más vieja de lo que es. Extraño enigma de las miradas: no de la exterior e interior, sino más bien de la que coexiste y participa y de la que contempla, por decirlo de alguna manera, por la ventana del espacio y del tiempo congelados. Al natural somos nuestro contenido; en foto somos nuestro titular.
[27/01/24]
FLUJO Y PASO
Quédate aquí sentado y deja que todo fluya a través de ti. Con la vida puedes hacer muchas cosas, y tal vez sentirla fluir, y mirarla pasar, sea la más gratificante de todas.
[27/01/24]
THE SOUND OF SILENCE
El silencio en el barrio es tan profundo esta tarde que casi hay que ascender desde sus simas para encontrar la respiración. Es un silencio que ejerce el mismo hechizo que ciertas obras de arte: deja sin aliento. Tras alcanzar de nuevo la boca del pozo de su ser, uno vuelve a beber el aire con ávida fruición, exhalándolo a continuación en ensimismado éxtasis sereno. Esta es la experiencia de lo sublime, de la que hablaban los románticos, solo que un tanto modificada, pues se ha hecho mucho más íntima y personal, verificándose como una ola interior que nace muy adentro y va extendiéndose hacia fuera, anegando la piel misma de la psique. Todo se ha parado; en los tímpanos y en las sienes siente uno que le late y que le bate, con suave pulso acompasado, el corazón.
[27/01/24]
Sounds of Silence · Madrid, 28 de enero de 2024
LECTURAS COMPARADAS
El pasado día 17 de enero reproduje en este cuaderno una versión de un poema de Sylvia Plath: “Sheep in the Fog”. La pieza de Plath me recordaba y me recuerda, extrañamente o no tanto, el primer poema «serio» de mi carrera, que es el que abre mi ópera prima en verso, el delgado volumen Diecisiete poemas, aparecido en los talleres malagueños de Ángel Caffarena en el lejano año de 1986. Lo que la pieza de Plath y la mía tienen en común, además del hecho de ser muy «pictóricas» las dos, es la ambientación, y concretamente la interiorización emocional del paisaje invernal de Inglaterra. En mi poema —que se titula “Edenbridge”, el nombre de una población rural inglesa cercana al lugar en que nací— hay un par de versos que rezan: «El cielo es palidez, entre cornisas, / hacia el tenue infinito de los campos». En su texto, Sylvia Plath insinúa primero la imagen, profundamente patética, de una oveja solitaria en la agreste y gris inmensidad, náufraga en la bruma de los páramos que atraviesa el tren («lento caballo del color de la herrumbre»), para hablar después de la «lejanía de los campos», con la que su alma o corazón se funde, sugiriéndonos al final del poema, con una muda sensación de ontológica desolación, la propia orfandad de quien escribe. Los versos de Plath quedan temblando en la retina de la sensibilidad como el eco mudo de una campana fúnebre que ha redoblado en la página y luego persiste, desasosegante, en la memoria inmediata. Yo creo que mi poema es más dulce, y en ese sentido menos perturbador. Mi añoranza es más literaria, y por decirlo de algún modo más «melódica» —si lo expresamos en términos musicales—; el desamparo de Sylvia Plath es metafísico y desgarrador: exiliada en un limbo «sin estrellas y sin padre», no contempla la posibilidad de aferrarse a nada; no halla remedio, ni parece tenerlo; no encuentra consuelo ni perdón.
EDENBRIDGE
Es este un pueblecillo shakespeareano que te recuerda a Welles, y esas campanas de medianoche. Llovizna. La lluvia deslíe lentamente de la bruma
olor de hierba descompuesta, y leve barro que va tiñendo el empedrado. El cielo es palidez, entre cornisas, hacia el tenue infinito de los campos.
Quizá pensando en Falstaff te sorprendas (en los labios alguna tonadilla) vencido por lo triste de las cosas,
y busques el calor de los bolsillos, mientras arrecia en los tejados yertos el repicar monótono del agua.
• • •
Ese mismo día 17 bosquejé yo una tentativa de poema que no fue más allá del borrador. Lo reproduzco aquí, aunque solo sea mero apunte, pues no me resigno a desechar el boceto. Quién sabe si más adelante lograré darle satisfactoria forma.
Hoy, al rayar el alba, llovía en el barrio. Despierto en la penumbra, yo esperaba —como espero cada día— que cantara el mirlo; pero solo la lluvia se oía en el silencio, puntuado su rumor —de cuando en cuando— por el crujir de la persiana acomodándose en su marco. A eso de las ocho y media ha comenzado el sordo estrépito intermitente de la obra de enfrente de mi casa. En la cama todavía, me he arropado contra el frío y seguido con Balzac: Las ilusiones perdidas.
[28-29/01/24]
ANGST
Los ataques de angustia llegan de noche —durante la noche, estando uno en la cama, no antes de acostarse— y a primera hora de la mañana, poco después de haberse uno levantado. Eso es al menos lo que a mí me ocurre. Es como si el alma estuviera desprotegida y desnuda, postrada en un lastimoso y lastimero estado de inerme vulnerabilidad completa; abierta de par a par a todos los peligros, a todos los temores, a todas las aprensiones.
De noche y a primera hora de la mañana soy heideggeriano: vivo en el Angst de la supuesta autenticidad existencial de la que hablaba el pensador teutón. A veces pienso que una vida interior algo menos intensa, pero más dulcemente despreocupada, sería preferible a la dudosa «autenticidad» con que forjan el espíritu estos crónicos episodios de turbulencia y tenebrosidad. ¡Sino místico, el mío! ¡Ah! Ça va; lo acepto. Abracemos nietzscheanamente las caras y las cruces de todas las cosas.
[31/01/24]
Primera página de una antigua traducción inglesa de Physiologie du mariage, de Balzac
CONOCERSE Y SER CONOCIDO
I
Se nos dice en una biografía de Balzac (el modesto volumen de Albert Keim y Louis Lumet) que cuando el gran escritor francés oía decir algo que le resultaba ofensivo su expresión se tornaba indiferente, neutra o altiva. Y que sufría cuando era felicitado por sus cuentos y relatos, pues con orgullo justificado deseaba ser apreciado como poeta, filósofo y pensador. No se ha reconocido lo suficiente —continúan los autores— hasta qué punto comprendía Balzac la esencia de su propio genio, cuyos primeros frutos narrativos son creaciones de corte filosófico, que van desde las más elevadas especulaciones acerca de la inteligencia humana hasta los pormenores de la organización social, material y moral de un municipio.
Balzac era sin duda un filósofo, y más que filósofo, psicólogo, de agudísima perspicacia y percepción y de brillante intelecto, al estilo de un Nietzsche en Humano, demasiado humano; y sus poderes de penetración y visión moral son verdaderamente pasmosos, al igual que su capacidad de análisis, su conocimiento de los recovecos y las simas del alma de las mujeres y los hombres y su asombrosa —y genuina— empatía. Ahora bien: donde todo ello resplandece es precisamente en sus novelas, que son en realidad ensayos históricos y psicosociales novelados, no tan remotos —salvando todas las distancias, y a pesar de la extrañeza que semejante afirmación puede en un primer momento provocar— del «ensayo narrativo» en que consiste toda la obra de Proust (del que conviene recordar, en este sentido, la admiración que sentía por Balzac).
Balzac era un poeta, un filósofo y un pensador del más alto calibre, es indiscutible; pero lo era siendo a la vez novelista nato (o lo que llaman «novelista de raza», el rótulo que tantas veces se le aplica a su homólogo español, Pío Baroja). Honoré de Balzac se conocía a sí mismo, desde luego; pero su público —sus más selectos lectores, como el propio Proust, o como el siempre entusiasta Óscar Wilde— lo conocían, de algún modo, todavía mejor.
II
Entre la idea que tiene uno mismo de sí y la idea que de uno tienen los demás existe un punto de equilibrio tan sutil como el que sirve de sujeción a un cabello que flota en el fulcro del aire, o el que hace posible enhebrar un hilo en el cuasi imposible ojo de la aguja más fina que quepa imaginar. El genio es aquel que sabe hallar ese punto, darse por enterado, y asumirlo para provecho propio y deleite de su audiencia.
[03/02/24]
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Florecer En Vivo: N.Hardem Cultiva «Verdor» En CDMX
México, CDMX | Agencia de Noticias ArrimetricA. Jueves, de una calurosa noche de verano. Afuera, sobre la avenida México-Tenochtitlán, las animadas luces de la marquesina del foro Hilvana invitaban a los coches y a los transeúntes a pasar un rato con N. Hardem y Mismo Perro e Invitados. Para quienes no pudieron verlo hace un año, el rapero bogotano volvió con una gira corta por el país, que arrancó en Guadalajara y terminará en Puebla.
El set de bienvenida estuvo a cargo de Bobby Soprano quien giró una fina colección de hits duros y pavonados como Monch o Biggie para los asistentes que todavía iban llegando. Una hora más tarde Charlot La tribu salió a despabilar a los heads que tímidamente se acercaban. Con una actitud relajada y humor, el cacunense recibió a un público todavía discreto. Minutos más tarde, AfroOmega y Ese-O salieron a dueto para dar un show rebosante de beats duros y basslines graves. Fue una actuación imprevista luego de que la banda poblana Fat Mojo no pudiera llegar. Al irse, un intermedio largo y sin música, dejaron una sensación de incertidumbre pues el acto principal se haría un poco del rogar. Cerca de la medianoche las luces se apagaron anticipando el inicio. Suspenso. No hubo música o setlist ni fanfarrias. Serenidad ceremonial. Mismo Perro salió y tomó su posición, y segundos después, N. Hardem emergió como un fantasma salido de los altavoces. Gritos y aplausos llegaron hasta el techo. Dio unos pasos alrededor, cayeron los primeros compases, se balanceaba sobre sus pies, y con el puño en alto dedicó 'Mi Juego Zen' a Rafael Cassiani quien falleció ese mismo día. Le siguió con 'LQME' luego oportunamente con 'Señales de humo' cuando el olor turbio a mota estaba en su punto. En la intensidad de la peste los ánimos se pusieron pata pa' arriba con 'Director y Protagonista'. Vapores y olores se mezclaban en la atmósfera. Como las espirales de humo, la noche empezaba a elevarse con un repertorio de canciones que se esperaban sonar en el algún momento. La presencia de Hardem se hizo notar fluyendo sobre las bases. Se le veía cómodo como si verdadera voz floreciera desde el escenario. Pero no toda la atención fue para él. Mismo Perro cargó el peso del show como DJ, manipulando los platos o haciendo la doble voz. También se pasó al frente con un par de canciones hipnóticas, 'Burundangalas' y 'Merthiolate', del DBEN. Su verborrea hustla más sus instrumentales sin tarolas y bombos le dieron un toque espeso al ambiente.
La primera mitad fue un viaje ascendente por dos décadas de epés, música, y proyectos de N. Hardem, la variedad de sus estilos fue clave para mantener al público moviendo el cuello. Una mezcla de estados y estilos variados que resumen su trayectoria. Sin embargo, lo más frenético de la velada ocurrió cuando inesperadamente bajó del proscenio y se formó una rueda humana a su alrededor. De un momento a otro la división entre artista y público se desvaneció. Se armó un slam que esparciaba una catarsis colectiva. Terapia solaz. Más que con un concierto, aquello era una fiesta. «El hip hop es un deporte de contacto y el que diga lo contrario no es bienvenido aquí» dijo al volver a la tarima.
La noche por fin llegó al clímax con las últimas canciones de la obra estelar de N. Hardem, «Verdor», que todavía lo tiene de aquí para allá. Las cajas jazzy y los beats drumless dieron paso a percusiones percutidas y samples arenosos de salsa con funk que evocaban el calor de una madrugada de un viernes sin estrellas, pero iluminada por un juego de tiras de luces. La trompeta de 'Apolo' se despedía con un adiós melódico a un largo recorrido. No hubo necesidad de un encore, con 'Otro Agosto' los fans estaban satisfechos con el eco de la música en sus corazones pese a estar más de una hora parados. A diferencia del sonido introspectivo de su último álbum, N. Hardem estalló con cadencias, flows y deliverys que parecen ser re-escritos para la ocasión. Su show está muy bien trabajado y su voz diverge radicalmente en vivo, en este caso adquiriendo una dimensión única. Tal como lo declaró en una entrevista, el escenario es donde sus creaciones alcanzan su plena realización.
ᵢ ₜₕₑ Wᵢₜₜₙₑₛ
#The i Wittnes#conciertos#crónicas#Nhardem#Mismo Perro#Bobby Soprano#Fat Mojo#Ese-O#AfroOmega#hiphop
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Debajo del Palacio de Medianoche y protegida por la influencia de la Espiral Nocturna se encuentra Noctum, Ciudad Eterna. Esta ciudad no comparte el estado crepuscular eterno de la región, sino que permanece en una noche sempiterna, dónde un cielo imposible se encuentra constantemente poblado por millares de estrellas brillantes.
En Noctum vive Ozzi, hija de Lúnnera y diosa de las Estrellas. Rara vez sale de la ciudad, pero, en ocasiones, es atraída por el cielo del exterior. Es una ciudad extrañamente hermosa, sin más luz que la que le brindan aquellos centenares de estrellas que hay en ese extraño cielo. Las construcciones son bajas, con tejados redondeados y hechos de obsidiana, piedra y vidrioscuro.
Noctum es dónde residen la mayor parte del tiempo las vestas oscuras y la caballería nocturna entre patrulla y patrulla. Ahí hacen su vida, sea cuál sea ese tipo de vida que le brinda su estado sin alma.
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Vocablos en una lengua que creía muerta se perdían entre el viento de medianoche; incluso cuando buscó descifrar alguno, estos se esfumaban sin retorno como cenizas en el mar, solo para regresar con mayor fuerza, como un oleaje continuo, comprendiendo que era a él a quién tanto llamaban. Poco a poco el sonido se paseó de un oído a otro, enterrándose profundamente en su pecho y llenándolo de amargura, como una herida expuesta en la nieve, sabiendo que en cualquier instante podría sangrar por el dolor de los recuerdos, ansiando como última voluntad derramar lágrimas purificadoras, obteniendo solo cristales punzantes sin valor alguno.
Su Alteza. Lo reconoció, quizá por recuerdos guiados desde el inconsciente, y como si fuera un perro siguiendo una pista, lo persiguió. Era embriagante, juguetón, le regresó la vida al falso corazón desfallecido que sostenía en su mano, podía sentirlo palpitar, encogerse y volverse grande una vez más a medida que la voz endulzaba sus oídos hasta derramar la miel. Su Alteza, por aquí. Respondía con desesperación, ¿o era quizá el reflejo de sus propios pensamientos? Solo un poco más. Le impulsó hasta adentrarse a un laberinto sin salida, llevándose toda esperanza y luz con él.
Para cuando todo se volvió oscuridad, fría y amarga, el espacio a su alrededor se reducía, aprisionándolo en un abismo de soledad, la voz a la que tanto buscaba se esfumó, reemplazándose con gritos desgarradores suplicando por auxilio. ¡Pero usted lo prometió! ¡Sálvenos! ¡No es más que un farsante, es un simple príncipe regente! ¡Jamás estará a la altura del Rey! Alteza, quiero vivir... . . .
Kaeya, eres nuestra última esperanza... ¿Lo recuerdas?
Fue la frase de su propio padre la que terminó rompiendo su última pizca de cordura, abrazándose a sí mismo por cada súplica sin respuesta, la desesperación inundó su cuerpo; ya no era suficiente frotar sus brazos en búsqueda de consuelo y sostenerse como en su tierna infancia, con los segundos sus cortas uñas deseaban perforar su piel capa tras capa. Pero ya no había más sangre que derramar, en cambio, el cielo mismo de la noche brotaba sobre el caramelo de su piel, en la que a través de cada constelación y estrellas se sintió vigilado.
No eran cuerpos celestes, era la mirada de cada persona de Khanri’ah observándolo desde sus entrañas, vidas perdidas por su mediocridad, su falta de tacto... sus falsas promesas y un puesto dentro de la burguesía que no podía llenar.
Y de aquel falso cielo brotaron brazos, garras y extremidades que le sujetaron, tirando en todos los sentidos hasta que se volvió nada; con sus últimos segundo de lucidez encontró lo que tanto había anhelado, aquel cuyas estrellas brillantes reposaban en sus ojos, dueño del cabello radiante como el sol, el dueño de aquella voz que ahora solo lloraba de impotencia.
Ya no existía esperanza, pero tampoco dolor. Después de tantos años por fin encontró el silencio absoluto, la paz deseada.
Quizá en otra vida... quizás ambos tendrían un mejor final.
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El joven que subió al cielo, cuento de José María Arguedas
Había una vez un matrimonio que tenía un solo hijo. El hombre sembró la más hermosa papa en una tierra que estaba lejos de la casa que habitaban. En esas tierras la papa crecía lozana. Sólo él poseía esa excelsa clase de semilla. Empero, todas las noches, los ladrones arrancaban las matas de este sembrado, y robaban los hermosos frutos. Entonces el padre y la madre llamaron a su joven hijo, y le dijeron:
-No es posible que teniendo un hijo joven y fuerte como tú, los ladrones se lleven todas nuestras papas. Anda a vigilar nuestro campo. Duerme junto a la chácara y ataja a los ladrones.
El joven marchó a cuidar el sembrado.
Y pasaron tres noches. La primera, el joven la pasó despierto, mirando las papas, sin dormir. Sólo al rayar la aurora le venció el sueño, y se quedó dormido. Fue en ese instante en que los ladrones entraron a la chácara, y escarbaron las papas. En vista de su fracaso, el mozo tuvo que ir a la casa de sus padres a contarles lo sucedido. Al oír el relato sus padres le contestaron:
-Por esta vez te perdonamos. Vuelve y vigila mejor.
Regresó el joven. Estuvo vigilando el sembrado con los ojos bien abiertos. Y justo, a la medianoche, pestañeó un instante. En ese instante los ladrones ingresaron al campo. Despertó el mozo y vigiló hasta la mañana. No vio ningún ladrón. Pero al amanecer tuvo que ir a la casa de sus padres a darles cuenta del nuevo robo. Y les dijo:
-A pesar de que estuve vigilante toda la noche, los ladrones me burlaron tan sólo en el instante en que a la medianoche cerré los ojos.
Al oír este relato los padres le contestaron:
-¡Ajá! ¿Quién ha de creer que robaron cuando tú estabas mirando? Habrás ido a buscar mujeres, te habrás ido a divertir.
Diciendo esto lo apalearon y le insultaron largo rato. Así, muy aporreado, al día siguiente, lo enviaron nuevamente a la chacra.
-Ahora comprenderás cómo queremos que vigiles -le dijeron.
El joven volvió a la tarea. Desde el instante en que llegó a la orilla del sembrado estuvo mirando el campo, inmóvil y atento. Esa noche la luna era brillante. Hasta la alborada estuvo contemplando los contornos del papal; así, mientras veía, le temblaron los ojos, y se adormiló unos instantes. En esa ráfaga de sueño que tuvo, mientras pestañeaba el mozo, una multitud de hermosísimas jóvenes, princesas y niñas blancas poblaron el sembrado. Sus rostros eran como flores, sus cabelleras brillaban como el oro; eran mujeres vestidas de plata. Todas juntas, muy de prisa, se dedicaron a escarbar las papas. Tomando la apariencia de princesas eran estrellas, que bajaron del altísimo cielo.
El joven despertó entonces, y al contemplar la chácara exclamó:
-¡Oh! ¿De qué manera podría yo apoderarme de tan bellísimas niñas? ¿Y, cómo es posible que siendo tan hermosas y radiantes puedan dedicarse a tan bajo menester?
Pero, mientras esto decía, su corazón casi estallaba de amor. Y pensó para sí.
-¿No podría, por ventura, reservar para mí siquiera una parejita de esas beldades?
Y saltó a todo vuelo sobre las hermosas ladronas. Sólo en el último instante, y a duras penas, pudo apresar a una de ellas. Las demás se elevaron al cielo, como luces que se mueren.
Y a la estrella que pudo apresar le dijo, enojado:
-¿Con que erais vosotras las que robabais los sembrados de mi padre? -Diciéndole esto la llevó a la choza. Y no le dijo más acerca del robo. Pero luego agregó:
-¡Quédate conmigo; serás mi esposa!
La joven no aceptó. Estaba llena de temor y rogó al muchacho:
-¡Suéltame, suéltame! ¡Ten piedad! Mira que mis hermanos le avisarán a mis padres. Yo te devolveré todas las papas que te hemos robado. No me obligues a vivir en la tierra.
El mozo no dio oídos a los ruegos de la hermosa niña. La retuvo en sus manos. Pero decidió no volver a la casa de sus padres. Se quedó con la estrella en la choza que había junto al sembrado.
Entre tanto, los padres pensaban: “Le habrán vuelto a robar las papas a ese inútil; no pueden haber otros motivos para que no se presente aquí.”
Y como tardaba, la madre decidió llevarle comida al campo, y averiguar de él. Desde la choza, el muchacho y la niña atisbaban el camino. En cuanto vieron a la madre, la joven dijo al mozo:
-De ninguna manera puedes mostrarme, ni a tu padre ni a tu madre.
Entonces el joven corrió a dar alcance a su madre, y le gritó desde lejos:
-¡No, mamá; no te acerques más! ¡Espérame atrás, atrás!
Y recibiendo la comida en aquel lugar, tras la choza, llevó los alimentos a la princesa. La madre se volvió apenas hubo entregado el fiambre. Cuando llegó a su casa, contó a su esposo:
-Así es como nuestro hijo ha aprisionado a una ladrona de papas que bajó de los cielos. Es así como la cuida en la choza. Y con ella dice que se casará. No permite que nadie se aproxime a su choza.
Entre tanto el joven pretendía engañar a la doncella. Y le decía:
-Ahora que es de noche, vamos a mi casa.
Pero la princesa insistía:
-De ninguna manera deben verme tus padres, ni puedo encontrarme con ellos.
Sin embargo el mozo la engañó, diciéndole:
-Otra es mi casa.
Y durante la noche la llevó por el camino.
De este modo, y sin que ella quisiera, la hizo entrar al hogar de sus mayores y la mostró a sus padres. Los padres recibieron asombrados a esa criatura, de tal manera luminosa y bella que la palabra no es capaz de describirla. La cuidaron y criaron, teniéndola muy bien amada. Sin embargo, no la dejaban salir. Y nadie la conoció ni vio.
Y ya hacía mucho tiempo que la princesa vivía con los padres del joven. Llegó a estar encinta y dio a luz. Mas la criatura murió, sin saberse por qué, misteriosamente.
La ropa luminosa de la joven la guardaban encerrada. A ella la vestían de ropas comunes; y así la criaban.
Cierto día, el joven fue a trabajar lejos de la casa; y mientras estaba fuera, la niña pudo salir, haciendo como que sólo iba por ahí cerca. Y se volvió a los cielos.
El mozo llega a su casa. Pregunta por su mujer. No la encuentra. Y como ve que ella ha desaparecido, suelta el llanto.
Cuentan que vagó por los montes, llorando con locura, sonámbulo, enajenado, caminando por todas partes. Y en una de las cimas solitarias a donde llegó se encontró con un cóndor divino. Entonces el cóndor le dijo:
-Joven, ¿por qué causa lloras de esta suerte?
Y el mozo le contó su vida.
-He aquí, señor, que era mía la mujer más hermosa. Ahora no sé por qué caminos ha partido. Estoy extraviado. Temo que haya huido a los cielos de donde vino.
Y cuando dijo esto, el cóndor le respondió:
-No llores, joven. Es cierto; ella ha vuelto al alto cielo. Pero, si quisieras y es tanta tu desventura, yo te cargaré hasta ese mundo. Sólo te pido que me traigas dos llamas. Una para devorarla aquí, la otra para el camino.
-Muy bien, señor –contestó el mozo-. Yo te traeré las dos llamas que me pides. Te ruego esperarme en este mismo sitio.
E inmediatamente se dirigió a su casa en busca de las llamas. Luego que llegó, dijo a sus padres:
-Padre mío, madre mía: voy en busca de mi esposa. He encontrado a quien puede llevarme hasta el lugar donde ella se encuentra. Sólo pide dos llamas en pago de tan gran favor; y voy a llevárselas ahora mismo.
Y cargó las dos llamas para el cóndor. El cóndor devoró inmediatamente una, hasta el hueso de los huesos, arrancando las carnes con su propio pico. A la otra la hizo degollar con el joven, para comerla en el camino. E hizo que el mozo se echara la res degollada en las espaldas; luego le ordenó que subiera sobre una roca; cargó al joven, y le hizo esta advertencia:
-Has de cerrar y apretar los párpados; por ninguna causa abrirás los ojos. Y cada vez que yo te diga: “¡Carne!”, me pondrás en el pico un trozo de la llama.
Luego el cóndor levantó el vuelo.
El hombre obedeció y no abrió los ojos en ningún instante; tenía los párpados cerrados y duros. “¡Carne!”, pedía el Mallku, y luego el mozo cortaba grandes trozos de llama y le metía en el pico. Pero en lo más raudo del viaje, se acabó el fiambre. Antes de alzar vuelo, el cóndor le había advertido al joven: “Si cuando diga ¡Carne! no me pones carne en el pico, donde quiera que estemos, te soltaré”. Ante ese temor, el joven empezó a cortarse trozos de su pantorrilla. Cada vez que el cóndor le pedía carne, le servía las raciones de su propia carne. Así, a costa de su sangre, consiguió que el cóndor le hiciera llegar hasta el cielo. Y se cuenta que tardaron tres años en elevarse a tan gran altura.
Cuando llegaron, el cóndor descans�� un rato; luego volvió a cargar al joven y voló hasta la orilla de un mar lejano. Allí le dijo al mozo:
-Ahora, mi querido, báñate en este mar.
El joven se bañó en seguida. Y también el cóndor se bañó.
Ambos habían llegado al cielo, sucios negros de barba; viejos. Pero cuando salieron del baño estaban hermosamente rejuvenecidos. Entonces le dijo el cóndor:
-En la otra orilla de este lago, frente a nosotros, hay un gran santuario. Allí se ha de celebrar una ceremonia. Anda, y espera en la puerta de ese hermoso templo. A la ceremonia han de asistir las jóvenes del cielo; son una multitud, y todas tienen el mismo rostro que tu esposa. Cuando ellas estén desfilando junto a ti, no has de dirigirle la palabra a ninguna, porque la que es tuya vendrá la última, y te dará un empujón. Entonces la asirás y por ningún motivo la soltarás.
El joven obedeció al cóndor. Llegó a la puerta del gran recinto, y esperó de pie. Y llegaron una infinidad de jóvenes de idéntico rostro. Entraban, entraban; una tras de otra. Todas miraban impasibles al hombre. Él no podía reconocer entre tantas a la que era su mujer. Y cuando estaban ingresando las últimas, de pronto, una de ellas le dio un empujón con el brazo; y también entró al gran templo.
Era el resplandeciente templo del Sol y de la Luna, padre y madre de todas las estrellas y de todos los luceros. Allí, en ese templo, se reunían los seres celestiales; allí venían los luceros para adorar el Sol, día a día. Cantaban melodiosamente para el Sol; cual jóvenes blancas, las estrellas; como innumerables princesas, los luceros.
Cuando terminó la ceremonia, las jóvenes empezaron a salir. El mozo seguía esperando en la puerta. Ellas volvieron a mirarle con igual indiferencia que antes. Y nuevamente le era imposible distinguir entre todas a la que era su esposa. Y como en la primera vez, de pronto, una de las princesas le dio un empujón con el brazo, y luego pretendió huir; pero él entonces la pudo aprisionar. Y no la soltó.
Ella lo guío a su casa diciéndole:
-¿A qué has venido hasta aquí? Yo iba a volver donde ti, de todos modos.
Cuando llegaron a la casa, el mozo tenía el cuerpo frío a causa del hambre. Viéndolo así, ella le dijo:
-Toma este poco de quinua y cocínalo.
Le dio una cuchara escasa de quinua. Entre tanto el joven lo observaba todo, y vio de qué lugar ella sacaba la quinua. Y cuando vio los pocos granos de quinua que tenía en las manos, dijo para sí: “¡La miseria que me ha dado! ¿Cómo es posible que esto aplaque mi hambre de todo un año?” Y la joven le dijo:
-Es necesario que vaya un instante donde mis padres. No debes mostrarte ante ellos. Mientras vuelvo, haz una sopa con la quinua que te he dado.
Apenas salió ella, el joven se puso de pie, se dirigió al depósito y trajo una buena porción de quinua y la echó a la olla. De pronto, la sopa rebosó, hirviente, y se desbordó a chorros. Él comió todo lo que pudo, se hartó hasta donde ya no era posible más, y enterró el resto. Pero aún de debajo de la tierra la quinua empezó a brotar. Y cuando estaba en ese trance, volvió la princesa, y le dijo:
-¡No es de esta manera como se debe comer nuestra quinua! ¿Por qué aumentaste la ración que te dejé?
Y se dedicó a ayudar al mozo a esconder la quinua rebosada para que los padres de ella no lo descubrieran. Entre tanto le advirtió:
-No deben verte mis padres. Sólo puedo tenerte escondido.
Y así fue. Él vivía escondido; y la hermosa estrella le llevaba alimentos a su refugio.
Durante un año vivió de esta suerte el mozo con su esposa. Y apenas cumplido el año, ella se olvidó de llevarle alimentos. Un día salió, diciéndole: “Ha llegado la hora en que debes irte”; y no volvió a aparecer más en la casa. Lo abandonó.
Entonces, con el rostro lleno de lágrimas, el joven se dirigió nuevamente a la orilla del mar del cielo. Cuando llegó allí, vio que desde la lejanía surgía el cóndor. El joven corrió para darle alcance. El cóndor voló hasta posarse junto a él; y así observó que el Mallku Divino había envejecido. El cóndor a su vez vio que el mozo estaba avejentado y marchito. Cuando se encontraron, ambos gritaron al mismo tiempo:
-¿Qué ha sido de ti?
El joven volvió a contarle su vida, y se quejó:
-Así, Señor, de este modo triste, mi mujer me ha abandonado. Se ha ido para siempre.
El cóndor lamentó la suerte del mozo.
-¿Cómo es posible que haya procedido de este modo? ¡Pobre amigo! -le dijo. Y acercándose más, le acarició con sus alas, dulcemente.
Como en el primer encuentro, le rogó el joven:
-Señor, préstame tus alas. Vuélveme a tierra a casa de mis padres.
Y el cóndor le respondió:
-Bien. Te llevaré. Pero antes nos bañaremos en este mar.
Y ambos se bañaron; y rejuvenecieron. Y saliendo del agua, el cóndor le dijo:
-Tendrás que volverme a dar dos llamas por mi trabajo de cargarte nuevamente.
-Señor, cuando esté en mi casa te entregaré las dos llamas.
El Cóndor aceptó; se echó al joven sobre sus alas y emprendió el vuelo. Durante tres años estuvieron volando hacia la tierra. Y cuando llegaron, el mozo cumplió y entregó al cóndor dos llamas.
El mozo entró a su casa y encontró a sus padres muy viejos, muy viejos, cubiertos de lágrimas y de pena. El cóndor dijo a los ancianos:
-He aquí que les devuelvo a vuestro hijo, sano y salvo. Ahora debéis criarlo cariñosamente.
El joven dijo a sus padres:
-Padre mío, madre mía: ahora ya no es posible que pueda amar a ninguna otra mujer. Ya no es posible encontrar una mujer como la que fue mía. Así, solo, viviré, hasta que venga la muerte.
Y los ancianos le contestaron:
-Está bien. Como tú quiera, hijo mío, solo te criaremos, si no es tu voluntad tomar otra esposa.
Y de este modo vivió, con una gran agonía en el corazón.
-He aquí este corazón que amó tanto a una mujer. He vagado sufriendo todos los dolores. Y he de entregarme ahora al llanto.
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Me contaron que te podía hallar dormido entre la constelación de Orión y la del Escorpión, y aunque no sepa nada de astronomía, ahora me paso las noches observando el cielo nocturno y sus estrellas, para ver si de casualidad te encuentro en algunas de ellas.
Siempre que pasa la medianoche, las letras de tus escritos empiezan a ser trazadas por los cuerpos celestes, iluminando con ellas el cielo de tu azotea.
A veces, cuando llueven las hojas de tu cuaderno hacía tierra firme, lo hacen como estrellas fugaces, cometas; que surcan todo el espacio en colores distintos, violetas, rojizos, amarillos, anaranjados, azules, hasta volverse polvo junto a todas tus cartas.
Mi niño, te juro que eres la estrella más brillante de nuestro sistema, pues te veo dibujado en cada atardecer, en las últimos minutos del ocaso, escondido entre las nubes y las montañas.
El sol siempre se refleja en tú mirar, o no sé, si es en el sol en el que se refleja tú mirar, pero no conozco un amanecer más hermoso, que el que poseen tus ojitos resplandecientes en cada mañana.
Con algo de suerte, se te puede ver paseando en el carruaje de Apolo, o como un acompañante más de Ra durante su travesía abordo del Mandjet.
Pequeño discípulo de Tonatiuh, ¿eres tú el sexto sol?
Sea como sea, tan sólo se te puede observar cuando se alza la vista al cielo, pues siempre estas allí, y nunca aquí abajo, en tierra firme.
¿Si yo fuese Ícaro, me cogerías entre tus calurosos brazos?
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¿Qué tal si actuamos como si nos conociéramos por primera vez para después perdernos en la noche, como si estuviésemos buscando el fin del mundo?
Romántico, ¿eh? Escapar de la realidad.
El brillo de tus ojos sería la única luz que perseguiría cuando arribemos al Jardín de la Tullerías.
Una mirada tuya me haría levitar, y con uno de tus besos flotaría más alto que la Torre Eiffel.
Me enamorarías por millonésima vez ataviada con ese vestido rojo bajo las estrellas como si te hubiera creado el cosmos y fueras una constelación viviente, por lo que observarte sería contemplar una de las obras del Louvre.
Y aunque estuviéramos trastabillando en los callejones más sórdidos, nos sentiríamos elegantes detonando en carcajadas con botellas de vino a la mano, nuestros mejores trajes mancillados, fingiendo ser amantes adinerados que salieron de la Ópera Garnier sin rumbo fijo, sin nada que perder.
¿Y quién necesitaría entrar a la Catedral de Notre Dame teniendo a una diosa como tú a su lado?
Tener tu amor es un sentimiento prohibido. Me harías sentir como si te hubiera robado del Musée d’Orsay, con la misión de causar estragos junto a ti mientras bailamos como locos en la Plaza de los Vosgos.
Y allí me dirías «No me robaste, me salvaste. Porque a tu lado puedo liberar esta versión de mí que en otros amantes no encontraba la confianza de aflorar».
Sobre ti y sobre mí, se escribiría la novela del casanovas que conoció a una modelo cuya presentación esperaría culminar sólo para hacer el amor detrás de las luces de una medianoche en París.
Y no, no simplemente se trata de sexo.
A través de nuestra conexión quiero encontrar el significado de “La ciudad del amor”, y resolver si es cierto que uno puede amar hasta que la respiración se le corte.
-Dark prince
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La ultima catedral gotica Empecé a amarte antes del golpe, es una demencia en retroceso, es el espejo en mi cuello, empecé a crear la nostalgia en tu primer beso, es un loquero volviendo a sus malos vicios, es un maltrato criado en buen rato. Hice todo en un mecanismo de envidia sin saber de tus rastros, tengo ecos en todos mis huesos, todos llevan tus múltiples retratos. Saber cómo llegué acá me llevara al disparate, me deja en que el primer peldaño lo tiraste del puente a la medianoche. Te vi, te vi de reojo, tenías marcas de demonio, querías llevar mis venas a los pecadores, era buena paga, mala ganancia. Nos inicie antes de todo gusto, antes de todo placer, antes del fin del anonimato, me acuerdo, de ayer, una sombra me paso por los reflejos, tenía buen aroma, una curva de tu columna en mis dedos está ahora reposando en mis poemas. Esto siempre fue un disparo de culata, no tenía víctima, tenía victimario, se va entendiendo si abres el diccionario caído de las ruinas de esto que hemos destruido, Alexandria, Alexandria nació en todo buen romántico, nosotros fuimos todo mal odiador. Hay una persecución, donde siempre terminamos en el medio arrodillados, uno disculpando el disculpar del que llegó tarde a la comunión. Los dos lo hicimos, tu odio temprano, mi amor tarde, tu amor temprano, mi odio eterno. Estamos bien, veo unos pasos correr en mis esquinas, cantan el coro de idiomas que advierten lo que fue a pasar, les doy risas de paga, no tienen valor, tienen ganancia. Mis lágrimas las limpian de condenas, cree un dialecto de cuando tu lengua no tenía mis torturas, le di un buen regalo al universo, tu hermano, le di tu belleza, aún no había estrellas. Tome tus ojos, los escurrí en mis muñecas, le di al cazador el olfato, aún te encuentra, aún te pierde, está bien hecho, llegué tarde al desenlace, el coro retirado detrás del pecador. No tenía mucho relato, caí en desesperación, tenía una oportunidad de decir un rato, dije una vida, até toda raíz muerta a barco quemado, si hundía, hundiría la vida. Terminé amándote en el día de tu bendición, en el modo que levantaste el pan, dijiste que era tuyo, para olvidar, me bañe los labios en la sangre, no era para limpiar. No había rodillas en disculpas, no había palabras en confesiones, en un terminar de terminal de la estación de donde, termine de amarte en el día que dijiste que te llamabas el santo de los olvidados
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