#desodorante en barra
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Desodorante Sanex. La elección, de la editora
Escoger un buen desodorante, es tan importante como escoger tu crema corporal. Photo by Samson Okeniyi on Pexels.com Hola curly. El desodorante Sanex, es uno de mis desodorantes favoritos. Y te preguntarás, ¿por qué? La razón es simple. Es de los más completos que he encontrado en las tiendas. Aparte, de ser en stick o en barra como lo llamo yo. Lo que convierte su aplicación en algo muy…
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En dos simples pasos podrás hacer un desodorante en barra muy natural ¡Y es económico! Para muchos no es fácil encontrar el desodorante ideal. Algunos pueden irritar y otros simplemente no son tan efectivos. Entonces, un tema tan simple como este, se vuelve una tortura diaria, pero existen alternativas, como este desodorante natural que podrás fabricar en casa. Todos los cuerpos f
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Acapulco necesita muchísima ayuda. Tras el paso del huracán Otis, el famoso paraíso guerrerense quedó terriblemente afectado. No hace falta que salgas de la CDMX para apoyarlos. En diferentes puntos de la capital se han montado centros de acopio que estarán recibiendo productos y víveres.
Eso no es todo, aquellos animales que viven en refugios, también merecen recibir ‘una patita’ de ayuda. Aquí te decimos cómo puedes aportar y dónde.
Centros de acopio en CDMX para ayudar a Acapulco
1. La Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), anunció que abrió un par de centros de acopio a partir del mediodía de hoy, jueves 26 de octubre. Están ubicados al lado de las astas bandera del Estadio Olímpico Universitario y en el Centro Cultural Universitario Tlatelolco.
2. En horas recientes fue creado el perfil de Instagram @hazelbienxaca por la activista Saskia Niño de Rivera. La iniciativa destinada a reunir víveres tanto para personas como para mascotas damnificadas del puerto. El centro de acopio está en la calle Sierra Gorda 495, Lomas de Chapultepec, alcaldía Miguel Hidalgo. De 8:00 a.m. a 6:00 p.m.
3. El restaurante ‘Degú, cocina de casa’, también ha instalado un centro de acopio. Estarán reuniendo víveres en la calle Huichapan 25, en la Condesa, muy cerca del Parque España. Enviarán un camión a Acapulco con todo lo reunido el día 3 de noviembre. Más información en su Instagram: @degu.cocinadecasa.
4. Atma Yoga, estudio con 2 sucursales en CDMX, también se unió a Degú e instaló centros de acopio, ubicados en la calle Yucatán 69, colonia Roma Norte y calle Goldsmith 38, en Polanco.
Por su parte, la Cruz Roja Mexicana anunció que en las instalaciones de la Sede Nacional recibirán productos para los afectados. Se localiza en la calle Juan Luis Vives 200, Colonia Los Morales Polanco, alcaldía Miguel Hidalgo. Todos los días de 8:00 a.m. a 8:00 p.m.
Lee también: Huracán “Otis” afectó 80% de hoteles en Acapulco, reporta la gobernadora de Guerrero
¿Qué cosas debo llevar a los centros de acopio?
Aunque toda ayuda sirve, es recomendable primero revisar comunicados o redes sociales de los centros de acopio para tener conocimiento de los artículos que recibirán o que son de primera necesidad. En general, se está recolectando lo siguiente:
Para el hogar: escobas, cubetas, cloro, jabón en polvo, guantes de plástico, fibra, cepillo tipo plancha, limpiador para pisos, jalador, recogedor, franelas y jergas.
Alimentos: aceite, arroz, frijol, lenteja, azúcar, sal, agua embotellada, leche en polvo; enlatados como atún/sardinas, café soluble, chiles, mayonesa y mermelada; en sobres como sopas de pasta, cubos de consomé, harina para atole y chocolate en polvo.
Higiene personal: rollos de papel higiénico, jabón de barra, pasta dental, toallas femeninas, zacate, toallas húmedas, desodorante, pañales, rastrillos, peines, cepillos dentales y toallas faciales.
Artículos de primeros auxilios: gasas, vendas, suero, agua oxigenada, alcohol, desinfectantes de heridas, gel antibacterial.
Herramientas: carretillas, barretas, palas y picos.
Ropa en buen estado.
Cobijas.
Ayuda a un refugio de Animales en Acapulco
Porque los seres humanos no fueron los únicos que vivieron el devastador paso de Otis. Cientos de perros, gatos y demás animales también severamente afectados, por lo que ellos también necesitan ayuda.
La organización comunitaria ‘Patitas Felices Acapulco’ se encarga de proteger y salvaguardar a animalitos en situaciones vulnerables en su refugio temporal. Ahora, están pidiendo ayuda para poder comprar alimento para las mascotas y para poder reparar los daños de su refugio.
Si deseas ayudar, puedes hacer un donativo a las siguientes cuentas, a nombre de Elsa Cristina Salgado Gama:
Spin de Oxxo: 4217 4700 4909 3640.
Banamex: 5256 7833 6571 9690.
Clabe interbancaria: 0022 6190 3723 2878 82.
Fuente: El Universal
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El #JabónZote lanzado en 1970 por la Fábrica de jabón La Corona , fue el primer jabón en el mundo en ser fabricado a partir de ácidos grass destilados.
Desde el primer día solo por el puro nombre fue todo un éxito , pero pronto nuestras abuelitas comprobaron que es ideal para quitar las manchas del cuello y de las axilas por lo que se convirtió en su jabón favorito , por su agradable olor no tardaron en usarlo como desodorante para closets y cajones .
Nuestros abuelitos no se quedaron atrás y lo usaban hasta para tapar fugas de gas , sellar tanques de gasolina , sellar los rines de las llantas de los coches
No fueron pocos los grandes Maestros del arte que sus primeros pininos los hicieron tallando una barra de jabón Zote
Al ser un jabón 100 % puro sin agregados químicos , muchos medicos lo recomiendan para la limpieza de heridas quirúrgicas, raspones, úlceras en piel, etc..
Para bañar a los perros es ideal , los limpia , los desinfecta y hasta los deja oliendo bonito .
Cuantos de nosotros no fuimos alguna vez a la Tienda de la esquina a comprar un Jabón Zote chico
Actualmente nuestro jabón Zote se vende en los Estados Unidos y todo el resto del Continente , sin tener que gastar un solo centavo en publicidad
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Los aerosoles y desodorantes en barra industriales contienen perfumes, fragancias y elementos químicos que afectan la salud de tu piel a largo plazo. Además, contienen elementos contaminantes que dañan al medio ambiente. Elige los mejores desodorantes 100% naturales, orgánicos y ecológicos para siempre tener la mayor protección, el más fresco aroma natural e hidratar tu piel.
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Perfume, Parfum (Composiciones de perfumes y sus materias primas). La función de este ingrediente en productos cosméticos es mejorar el olor de un producto y/o perfumar la piel.
Las fragancias y los aromas se utilizan en prácticamente todos los cosméticos, como perfumes, aguas de colonia, cremas, lociones, etc.
En el sector cosmético, las fragancias y las mezclas de fragancias también se denominan "agentes perfumantes", "perfumes en aceites" o "aceites de perfume". En los productos cosméticos, se declaran con la denominación INCI "PARFUM". Se trata de sustancias individuales no diluidas o mezclas de ellas, que pueden proceder de materias primas naturales o ser producidas (semi)sintéticamente.
Son materiales de partida para la producción de perfumes, eau de parfum, eau de toilette, eau de cologne y otros productos cosméticos perfumados.
El contenido medio de las fragancias en los perfumes es del 15-30 %, en el eau de parfum del 10-14 %, en el eau de toilette del 6-9%, en el eau de cologne del 3-5 %, así como en las cremas para la piel, los champús, los sprays para el cabello y los desodorantes del 0,2-1 % aproximadamente y del 1-3 % en los desodorantes en barra.
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“10 HÁBITOS DE NUESTRO DÍA A DÍA QUE AFECTA AL MEDIO AMBIENTE”
1. Ducharse sin cerrar el agua
Tenemos la gran ventaja de poder abrir al grifo de la ducha y que el agua caiga sobre nuestro cuerpo durante el tiempo que queramos. ¿Puedes llegar a imaginar cuantos litros de agua se van por el desagüe?
-Una ducha de 10 minutos consume 200 litros de agua-
Una ducha de 10 minutos consume 200 litros de agua, según datos de la OMS, organización que, a su vez, recomienda gastar un 150% menos.
Obviamente, tenemos que asearnos, sin embargo, la mejor forma de ahorrar agua en este caso es cerrar el grifo de la ducha mientras nos enjabonas.
2. Limpiarse los dientes sin cerrar el agua
En la misma línea que en el punto anterior, el agua que podemos desechar si no cerramos el grifo es enorme. Para cepillarte los dientes no necesitas dejar correr litros de agua. Utiliza un vaso, llénalo y enjuágate la boca con él.
3. Utilizar desodorantes en aerosol
En 1970 Frank Rowland y Mario Molina de la Universidad de California, testificaron que los aerosoles contenían CFC (Clorofluorocarbono) que afectaban la capa de ozono. Si bien es cierto, han regulado el uso de elementos tóxicos en estos productos, no dejan de ser contaminantes. Elige desodorante en barra o crema, son mucho más sostenibles.
4. Tirar un chicle al suelo
Los chicles están compuestos en un 80% por plástico. El resto, una mezcla de gomas de resinas naturales, sintéticas, azúcar, aromatizantes y colorantes artificiales. El chicle tiene una duración de cinco años, con el paso del tiempo puede desintegrarse más fácilmente con el sol, sin embargo, debemos procurar no tirarlos a la calle, ya que los pájaros pueden confundirlo con comida y morir a causa de asfixia al intentar digerirlo.
5. Tirar una colilla
Surfrider Foundation, una ONG internacional creada por surfistas para la protección de los océanos, ríos y lagos, recoge desde 1996 basura marina mediante su programa “Ocean Iniciatives”. En la campaña de 2015 acumularon 67.423 colillas en 376 actividades por diversos mares y océanos. En el golfo de Vizcaya y costas ibéricas atlánticas recogieron 15.288 colillas, mientras que en el Mediterráneo occidental, 25.942.
El filtro de los cigarrillos es de acetato de celulosa, la combinación de componentes de la colilla hace que su tiempo de degradación pueda llegar a los diez años. Las colillas deben tirarse al contenedor gris, el de residuos en general, ya que por el momento no son reciclables, lo mismo ocurre con los chicles.
6. Dejar que un globo se escape
Dejar que un globo eleve el vuelo y se pierda en el horizonte puede ser muy bonito y divertido pero también es un peligro para la naturaleza. Balloons Blow es el nombre de la organización que nos advierte de lo fácil que resulta que estos globos acaben en los estómagos de los animales, en especial peces, aves y demás fauna marina que no es capaz de distinguirla de la comida. Ingerir estos globos pueden provocarles la muerte por asfixia o indigestión.
7. Tirar pilas a la basura
El mercurio, contenido en casi todas las pilas (aparte de arsénico, cinc, plomo, cromo o cadmio), es uno de los metales más tóxicos conocidos. Al entrar en contacto con el agua se origina el metilmercurio, un derivado que contamina gravemente la biosfera marina.
La organización Ecoembes advierte que nunca debemos tirarlas a la basura con el resto de residuos. Tienen componentes altamente contaminantes, por lo que es muy importante llevarlas a los contenedores de residuos peligrosos que tengamos más cerca de casa o al punto limpio.
8. Conducir de forma no eficiente
Elegir si comprar un coche diesel o gasolina, híbrido o eléctrico, es importante para ser más ecológicos, pero también lo es el modo de conducción. Un estilo de conducción que contamina menos y gasta menos combustible significa ahorrar dinero y reducir nuestra huella de carbono.
El Instituto para la Diversificación y Ahorro de la Energía, junto con la Dirección General de Tráfico y otras instituciones del sector del motor, han elaborado un decálogo de la conducción eficiente. Entre otras pautas, es importante arrancar el motor sin acelerar o iniciar la marcha justo tras arrancar el motor en motores de gasolina y esperar unos segundos en los coches diésel. Igualmente, hay que utilizar marchas largas y bajas revoluciones.
9. Tirar anillos de latas a la basura sin cortar
Los anillos de plástico que se utilizan para sujetar las distintas latas de cerveza o refrescos son un peligro para el medio ambiente cuando se desechan. El problema viene no solo porque se trate de un plástico, sino por su forma, un peligro sobre todo para la vida marina.
10. Desechar las toallitas de bebé al wáter
La Organización de Consumidores y Usuarios (OCU) explica que el papel higiénico se puede lanzar al váter sin problemas porque se rompe y llega a las redes de saneamiento completamente disgregado. Sin embargo, las toallitas húmedas llegan a las depuradoras casi intactas y en su recorrido se deshilachan, se trenzan entre sí y con otros residuos y el resultado son grandes atascos. Algunas marcas aseguren que se pueden tirar por el váter pero la OCU recomienda tirarlas siempre a la papelera o a la basura.
El organismo llama al uso ocasional de las toallitas porque, según la OCU, cuando las toallitas húmedas terminan en el váter, empiezan a constarnos entre 500 y 1.000 millones anuales en depuración de aguas.
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El supermercado
La lista pegada en la heladera cada vez se iba llenando más, y la heladera en sí, vaciando. Ya no había casi nada para comer y pedir delivery todos los días tampoco funcionaba: estaban las dos por tres horas decidiendo dónde y qué comer, para terminar pidiendo cada una por separado y a veces cenando en distintos horarios pero en el mismo lugar.
- Ya está, mañana vamos al mercado temprano. - dijo la Noche, después de tener que correr al mercado antes de que cierre para comer míseros fideos con manteca, porque se sentía apurada por las miradas de los chinos, quienes ya querían cerrar. No es que los fideos con manteca sean feos, de hecho, la Noche suele comerlos si no hay muchas ganas de cocinar y el Sol no tiene hambre. Pero no se comparan con una buena salsa blanca, como la Noche planeaba hacer.
Los sábados son para aprovechar la mañana y dormir, descansando todo lo que no pudieron en la semana. Pero hoy, la alarma sonó y las chicas se levantaron luego de media hora de fiaca. Simba,el gato, las acompañó hasta que se levantaron y él siguió durmiendo. Desayunaron café ambas y salieron con la lista en mano. El viaje, con la Noche al volante, fue tranquilo: no había mucha gente en la calle y el otoño se dejaba ver lentamente. Encontrar lugar en el estacionamiento del supermercado fue un poco difícil aunque no imposible. Subieron con un chango y no se sorprendieron al ver mucha gente entre las góndolas, no fueron las únicas en tener la idea de ir al mercado temprano.
Es un acto simple, ir al mercado, comparar precios, marcas. Decidirse por tal o cual corte de carne, o tomate. Probar nuevas verduras, correr a la góndola de los dulces como nena de seis años. Discutir sobre cuál marca de puré de tomate es mejor, sabiendo casi todas iguales. Sorprenderse por los precios y sentirse una señora mayor por rezongar por ello. Elegir -a pesar de verlo por todos lados y perspectivas- al peor changuito, con una rueda que anda para el costado, y otra que directamente no anda. Tener que hacer más maniobras que con el auto, porque hay personas que no entienden el concepto de “existe un solo pasillito para miles de personas con sus changos, no dejes tu chango en la mitad del pasillo.” Ponerse de mal humor en la caja porque, o la cajera es muy lenta, o el señor pone los artículos en la barra muy lento. Ni que hablar de su señora, quien los pone en las bolsas de plástico, que cuestan un montón de abrirlos, más aún con la mirada de todos que juzgan tu velocidad para guardar las cosas.
Un acto simple, que la Noche suele disfrutar. Le gusta ir de compras con su novia, evitar alguna que otra mirada desaprobadora, o curiosa. Le hace sentirse mucho más parte de una pareja: una agarra las cosas y la otra empuja el carro. Las decisiones son en conjunto, y hasta hay cosas que ya no se preguntan. Ya saben, por ejemplo, cuál papel higiénico les gusta más, y cuál tipo de desodorante usa cada una. Ya no se consultan por las marcas de mayonesa: se compran las dos que les gustan a cada una. Se pueden perder en el camino, y reencontrarse, una con el chango vacío y la otra llena de cosas en sus brazos. Seguir la lista a la Noche la relaja, pero elegir otra cosa fuera de ella, la hace sentir rebelde. Es un acto infantil, secreto que nadie sabe. Esta vez, la compra fuera de la lista fue un buen queso cremoso que va a compartir con el membrillo. El Sol, por su parte, sumó un buen par de chocolates y un vino que ninguna de las dos probó aún.
En la caja hicieron todo de a dos, complementando sus acciones: el Sol puso las cosas en la cinta y se fijaba en los números que aparecían en la pantalla, y la Noche se apuraba a abrir las malditas bolsas para guardar las cosas. Después de pagar, con una mirada de por medio, con cejas levantadas de ambas partes, lo que venía era casi mecánico: bajar con el chango lleno de bolsas, ponerlas en el baúl del auto y volver a casa. Esta vez manejaba el Sol, más despierta que antes. La Noche no le reprochó nunca nada, el Sol se quedó trabajando hasta tarde y en unos días debe viajar a otra provincia para trabajar. Ella la va a extrañar, esta vez no puede acompañarla y es un momento triste cuando la Noche se queda sola con Simba.
Al llegar a la casa, saludaron a Simba y se dispusieron a guardar las cosas: todo tiene su lugar, gracias a la cocina que pudieron crear y las visiones del Sol. Hubo un segundo desayuno, ahora con facturas que compraron en el camino y mate dulce. Quizás el Sol vuelva a la cama un ratito más y la Noche se disponga a cocinar sus tan preciados fideos con salsa blanca.
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Mira que una vez mi hermano me compro un axe Black, le agradecí y todo por eso, pero no sabia abrir la condenada lata. Entonces se me dio por girar la tapida y salió un botón, que procedí a presionar cuidadosamente mientras yo observaba….… como arde el hijo de puta en los ojos, por eso prefiero el desodorante en barra.¿No te ha pasado algo similar en tu vida?
JAJAJAJAJA, me has hecho la madrugada (que es cuando he leído esto). 😂
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Vida pico
De L. puedo decir poco.
Mi memoria no funciona bien cuando se trata de L.
Pero, en compensación, parece que de todo lo otro puede recuperar en detalle hasta el hecho más irrelevante.
Por ejemplo, puedo describir cada aspecto relacionado con las puertas del tren. La alarma de cierre: un silbido opaco, rojo, circular.
¿Ven?
Los pasos de la gente moviéndose un poco al interior, siempre un poco, siempre al interior. Las quejas ligeramente ahogadas de alguien en alguna parte de la masa. El grito franco de alguna mujer demasiado gorda o demasiado vieja para estos atropellos. El sonido antiguo y perturbador de las válvulas de aire, un aliento tibio desde las ranuras de las puertas, desde la maquinaria oculta tras láminas de acero. El clac mecánico de las puertas cuando se cierran definitivamente, como una guillotina, pero en horizontal, pero con dos hojas, pero sin filo. Es decir, para nada como una guillotina. Más bien, se parece a la pala del camión de basuras, siempre hacia adentro, siempre un poco, a un ritmo sutil pero constante, como el de los continentes.
Sí. De L no puedo decir mucho.
De lo otro, en cambio…
Está, por ejemplo, la sensación de urgencia que no acaba si no hasta que el tren lleva un buen rato en marcha… No es cierto. La sensación de urgencia nunca acaba del todo cuando se toma el metro. Primero, por supuesto, está la urgencia de entrar, de no verse obligado a esperar el próximo tren, y luego, la urgencia natural de llegar pronto, de ojalá, por amor a Dios, no pasarse de estación, de no perder ese lugar privilegiado en el vagón, no muy distante de las puertas, no muy adentro.
Solo que, como dije, la multitud empuja y empuja y empuja de forma tan sutil pero tan contundente que, al menor descuido, uno ya está atrapado en un hoyo negro de brazos y pelos húmedos y champú anticaspa y codos y desodorantes y culos y perfumes de frutita (de manzana verde, de fresa de sandía, un olor que es un diminutivo en todo caso)... Entonces, a uno no le quede más remedio que tratar de salir como bien se le vaya dando la cosa —Disculpe, Permiso, Qué pena—, pero no es que se pueda hacer mucho al fin y al cabo. Es una pelea perdida.
La de esa vez, por ejemplo, cuando conocí a L. fue una derrota total.
Cuatro estaciones después de haber tomado el metro, terminé casi dándome un beso con un hombre calvo y gordo y sudoroso que no parecía estarla pasando mal del todo. Y mi cuerpo flaco amoldado a sus formas como un pedazo de masilla para arepas. Y atrás y a los lados, ocho o nueve personas que no terminaban de acomodarse nunca. Y mi cuerpo presionado una y otra vez, sistemáticamente, contra la mole húmeda, irregular, que era el gordo aquel.
—Disculpe —dije.
Pero el gordo no respondió nada. No hizo el más ligero esfuerzo para permitirme algo de movimiento.
Aquello era problemático. Para que pueda entenderse la dimensión de mi problema, tengo que decir que ese era mi primer día de trabajo y la única oportunidad real que había tenido en dos años, desde que me gradué de la universidad. En términos generales, se trataba de un trabajo de mierda, pero con contrato y prestaciones sociales. Es decir, el mejor trabajo de mierda que pudiera conseguir un hombre como yo. Me gradué de periodista, y mi nuevo empleo —según el amigo que hizo el esfuerzo para conseguírmelo— incluía funciones rutinarias y aburridas relacionadas con las comunicaciones de una oficina pública: manejar las redes sociales, escribir artículos irrelevantes que destacaran la calidad de los servicios prestados y lamerle el culo al jefe las veces que fuera necesario. Sin embargo, era un trabajo fácil relativamente bien pagado. Eso era más de lo que podía pedir un tipo tna propenso a la pasividad, tan escaso de pasiones útiles.
De manera que no podía darme el lujo de llegar tarde. En el transcurso de la semana, desde que firmé el contrato, llamé a mamá y a papá, que aún viven en el pueblo, y a mis amigos de la universidad y a Ana, que me dejó pero dice ser amiga mía, y les hice saber en algún momento de la conversación que al fin estaba triunfando, que después de tanto tiempo el destino ponía mi vida en la ruta correcta, directo hacia la cima. Un trabajo fijoy bien pagado era la forma incuestionable de éxito. O por lo menos una forma que mamá y papá y Ana y mis amigos de la universidad aceptaban sin miramientos.
Y ahora el gordo aquel bloqueaba mi camino hacia la salida del tren.
Debía bajarme en Alpujarra y faltaban solo dos estaciones, pero en cada estación el volumen de personas que abordaban era ridículamente superior al volumen de personas que salían. Además, como la penúltima, San Antonio, era una estación de transferencia, si no lograba ubicarme a un paso de la puerta antes de que el tren llegara a ella, salir después sería casi imposible.
Me puse un poco más agresivo entonces. Metí los brazos por entre el gordo y una de las tantas oficinistas con pelo húmedo del vagón, adelanté una pierna —Disculpe, Permiso, Qué pena—, y empujé y abrí los brazos con más de la fuerza que pueda imaginarse en este cuerpo enclenque.
No fue fácil, por supuesto, se lo conté a L. El gordo presionó con buena parte de su peso para cortarme el paso y la oficinista de pelo húmedo, chiquita pero anclada al piso del tren en unos tacones imposiblemente altos, atacó a mis costillas con un par de codazos filosos y efectivos. Pese a todo, logré mi propósito: ubicarme en un sitio algo más cercano a la salida. Y cuando se abrieron las puertas en Parque Berrío, aproveché el movimiento de la gente que salía y entraba —en serio, era ridícula la cantidad de gente que entraba— y, como una lagartija entre las rocas —Permiso, Disculpe, Qué pena—, me escurrí hasta una posición mucho más favorable.
Las conté: diez personas bloqueaban mi camino.
Pensé que, en las lógicas del metro y las horas pico, diez era una buena cifra y que ya no debía preocuparme. Cuando llegara a San Antonio, me dije, me aferraría a las barras del tren y defendería, si era necesario, aquel sitio con mi vida.
Pero pronto comprendí que las lógicas del metro no eran algo para lo que estuviera preparado. SI me lo preguntan ahora, podría decir que el metro carece de lógicas aprehensible para un pobre y débil ser humano como yo.
Los altavoces del tren anunciaron la cercanía de la estación. Así que me aferré con las dos manos a una de las barras superiores. Estudié los caminos a la salida, determiné cuáles eran los obstáculos más débiles: la anciana con las bolsas de legumbres y la niña delicada con el uniforme del colegio. Si seguían en ese lugar cuando el tren partiera de San Antonio, bajarme después en Alpujarra sería tarea fácil. La salida, más o menos, estaría a dos empujones de distancia. Pero sabía también que, justo por ser las más débiles, lo natural era que terminaran en lo más profundo del vagón. Con lo único que contaba, entonces, era con esa barra de la que me sostenía. Cuando el tren se detuviera, en la confusión de la entrada y salida de pasajeros, aprovecharía cualquier oportunidad para ubicarme al pie de la puerta.
Miré alrededor. No era el único con esa idea en la cabeza. Una manda de oficinistas de pelos húmedos observaban con recelos las puertas del tren. No eran oficinistas, eran hienas drogadas con perfumes de manzanitas verdes, de fresitas licuadas en alcohol. Justo detrás de mí, un hombre sucio y andrajoso miraba la salida como algo vital. no tenía que preocuparme: estaba visiblemente enfermo y débil. Pero me sorprendió que lo hubieran dejado pasar por los torniquetes de cualquier estación. Y ahí estaba, compitiendo conmigo y las oficinistas por salir o por un puesto más cercano a la salida.
Entonces pasó eso que no alcanzo a describir del todo. Creo que la imagen más apropiada es la de una inundación repentina, violenta, devastadora… El tren se detuvo, desde luego. Las puertas se abrieron, no hay duda. Pero justo en ese momento el hombre enfermo y andrajoso a mis espaldas sacó no sé de dónde una feroz vitalidad y me derribó de un solo golpe. Intenté ponerme en pie, varias veces, asomaba la cabeza por encima de la corriente de pasajeros nuevos, pero solo el tiempo suficiente para tomar un poco de aire, porque era enviado de inmediato, a las profundidades del agua. Y hubo un remolino. Y mil golpes de escombros sumergidos. Y mi cuerpo se movía a voluntad de la corriente, de un extremo al otro, río abajo, y mi cabeza bajo el agua y la angustia de la muerte. Lo supe entonces: yo había sido el obstáculo más débil de alguien más, la colegiala de otro, la anciana con bolsas de verduras de un indigente enfermo y cuando pudiera alcanzar la orilla, si es que la alcanzaba, sería demasiado tarde, habría perdido la oportunidad de bajarme en mi estación.
Cuando todo estuvo en calma y el tren andaba nuevamente y pude ponerme de pie, me encontré con la cara de L., me miraba con sus ojos como dos pecas grandes en medio de esa cara de pecas diminutas.
De L. puedo decir poco.
Puedo decir que la conocí en esa ocasión.
Tengo la imagen clara de su rostro contra el mío.
Este olor a sudor de multitudes que, desde luego, era el olor de todo el mundo y no de ella, o acaso el olor de ella disuelto en el de todo el mundo. Tengo su aliento de hambre intensa. Tengo el color de su pelo. Negro. Negro húmedo. Tengo el timbre de su voz grabado en mis tímpanos, imborrable, constante, pero me cuesta describirlo: quizá, un algo suave, un copito que se introduce por la oreja, que hurga con tacto de algodón en los huequitos de acá adentro.
—Jueputa —dije.
Y L. solo me miraba con sus pupilas de pecas. Y yo trataba de moverme un poco, de mover siquiera mi cuerpo en dirección a cualquier puerta de salida.
—Disculpa —dije.
—Tranquilo —dijo ella. Sus copitos de algodón en mis orejas. Su aliento de estómago vacío.
Pensé en el trabajo. En la mala impresión que daría el primer día. Pensé en mamá y en papá y en los compañeros de la universidad. Pensé que Ana no volvería a contestar mis llamadas, que aprovecharía y cortaría de una vez la diplomacia. “No me llamés”, diría. “¿No entendés? Terminamos”. “Pero es que”, diría yo. “Que no me llamés”, diría ella. “Pero dijiste que fuéramos amigos”, diría yo. “Era un formalismo”, diría ella. También pensé en la vergüenza que debería sentir después pero que, por algún motivo era incapaz de sentir en ese momento. Solo creí que, más tarde, lo correcto sería esta avergonzado. Pero debía llegar de todas formas. Era indispensable. Me abriría camino otra vez hasta la salida, me bajaría en la próxima estación y cogería un taxi en las afueras del metro. Ya me inventaría cualquier excusa válida. Era mejor llegar media hora tarde que no llegar nunca. De manera que empujé (Disculpe, Permiso, Qué pena). Empujé otra vez (Disculpe, Permiso, Qué pena). Empujé en todas direcciones (Disculpe, Permiso, Qué pena), pero la masa a mi alrededor era una masa sólida.
—No se puede —dijo ella.
—Ya me di cuenta —dije yo.
Nuestros cuerpos enfrentados, obligados a la intimidad, a la quietud.
—Voy tarde —le dije.
—Yo también —me dijo.
Susurrábamos. Tratábamos de no abrir la boca demasiado, de contener el aire escaso dentro de nuestros cuerpos flacos.
—Es mi primer día. O el último, mejor.
Y L. soltó una risita ahogada, demasiado pequeña para ser considerada una risa en cualquier otra circunstancia.
—Debo salir —dije.
—No se puede.
—Tratemos de salir.
—Ya lo hice. Iba a bajarme en Parque Berrío y no pude.
—Podemos bajarnos en cualquier estación y coger un taxi luego.
—También lo intenté.
—¿Y?
—No se puede.
—¡Cómo no se va a poder! —saqué mis brazos pero no tenía espacio para moverlos, así que los dejé reposando sobre los hombros de dos extraños.
—No se puede. Lo he probado. Siete veces. El tren ha ido y vuelto, ido y vuelto, ido y vuelto… conmigo adentro —otra vez esa risita ambigua—. Las puertas del tren se abrieron siete veces en Parque Berrío, pero no he podido salir.
—¿Entonces?
—Espero.
Extrañé al gordo sudoroso. Me di cuenta de que la fuerza de la multitud me había arrastrado a la cara pecosa de una loca. Me molestaba su locura, pero sobre todo me molestaba su seguridad. La seguridad y la locura son dos cosas que se parecen mucho. A pesar de que son dos mujere físicamente muy distintas, la seguridad con la que L. decía que no se podía salir del metro era idéntica a la seguridad con la que Ana me decía que ya no podía tener nada conmigo. “Estás loca”, le decía a Ana. “¿Cómo me vas a dejar de querer de un momento a otro?”. “No es de un momento a otro”, decía ella. “Viene de atrás, solo que a penas ahora me doy cuenta: vos no vas para ninguna parte y yo estoy anclada a vos”. De manera que, cuando no pude demostrarle a Ana que estaba equivocada, quise demostrárselo a L. Me puse en puntas de pie y torcí el cuello para para mirar la puerta más cercana. Cuando el tren volvió a detenerse, noté que llegamos a La Estrella, la última estación, y empecé a gritar: “¡Tengo que salir, por favor! ¡Es mi primer día de trabajo!”. Pero mis gritos fueron tragados por la algarabía de la gente que entraba y salía, por las muchas voces hablando al tiempo, por los otros gritos de rostros invisibles, borrados por la masa, esa sola cosa hecha de cabezas oscuras que bullía en el interior del vagón como una olla de brea. El codo de alguien fue a clavarse en mi espalda y mi cuerpo apretó aun más el cuerpo de L. Ella dijo algo. Dijo:
—Tranquilo —algo así dijo.
Y yo dije:
—Qué.
Y mi voz era un gritito agónico, porque creí, auténticamente, que el codo del hijo de puta aquel,que no alcanzaba a ver debido a mi posición, terminaría por matarme. Entonces vi el rostro de L., sus pecas más oscuras de lo normal en aquella piel enrojecida, y entendí que su sufrimiento era mayor que el mío y que era mi culpa y sentí vergüenza.
—También intenté eso —dijo, imperturbable, sin una mueca evidente de dolor—. No funcionó.
Volví para ponerme en puntas de pie. Miré hacia la puerta: estaba a punto de cerrarse. Dije:
—Qué pena… mi brazo… por favor…
Y mientras el tren iniciaba el camino de regreso, mientras avanzaba hacia las estaciones que ya había recorrido, mi brazo era masticado por los engranajes de una monstruosa maquinaria. Y cualquier movimiento en el interior de la multitud era una fuente de sufrimiento inagotable. A nadie, salvo a L. tal vez, parecía importarle un carajo. Solo hasta que las puertas se abrieron tuve la oportunidad de liberarlo. Respiré aliviado, como quien se salva por un pelo de ser devorado por un animal salvaje. Lo bueno: el codo en mi espalda había desaparecido, y yo pude dejar de maltratar a L., aunque fuera un poco.
—Hay que tener paciencia —dijo.
Y yo me eché a llorar.
—Pero es mi primer día de trabajo —dije.
Debí contarle en qué consistía mi trabajo —la oficina pública, las redes sociales, las prestaciones, el culo de mi jefe—, pero le hablé de Ana. Le conté mi historia con Ana. Le conté que planeaba vivir con ella el año siguiente, pero ella me dejó unas semanas antes de que yo consiguiera ese puesto de oficina. me dejó por fracasado, le dije. Me dejó porque le conté que iba a ser escritor, pero antes ya le había dicho que quería ser actor de teatro, pero antes ya le había dicho que quería ser rapero y entonces Ana pensó que, en definitiva, tendría que mantenerme el resto de la vida y ella, eso dijo, necesitaba, más que un novio, un compañero. Así que el trabajo nuevo era un prueba de que Ana la había cagado por completo, de que yo también podía ser un tipo exitoso porque tendría un sueldo y prima en junio y en diciembre y podría endeudarme para comprar un carro y casa y un perro labrador golden y ella tendría que pedirme disculpas y me rogaría que volviéramos a estar juntos y yo le diría que no, por tres meses seguidos le diría que no, que mi vida ya era distinta, que no era posible devolverme sobre mis pasos, como si yo fuera un puto tren del metro; pero luego, claro, le daría una oportunidad aunque en términos muy favorables para mí.
—Ahora todo se fue a la mierda —dije—. Ana siempre tuvo razón.
Y seguía llorando. Y lloraba más fuerte incluso.
Porque contarle a L. lo de Ana fue como quitar una obstrucción de una tubería. Fluyó todo. Le conté todo. Le conté todas las historias tristes de mi vida. O sea, le conté mi vida entera. Comprobé que mi vida entera podía ser contada en nueve paradas del metro. Salté de un recuerdo a otro, sin lógica interna, sin nada que los uniera más que el burdo zurcido de la desesperación. Un regaño lejano de mamá, devorado por el zaguán oscuro de la casa. El humo de un cigarrillo mal fumado todavía en mis pulmones. Un mendigo más fuerte que yo. ¡Por Dios!, ¿quién deja entrar un mendigo al metro? Un complejo de colegiala o señora con bolsas de verduras. El color rojo.La fascinación por mi primera visita al mar. El olor salado del viento marino y el viento frío de algún otro sitio refundido entre montañas. Un coño húmedo, o dos quizá, no más de tres en todo caso. El coño de Ana se transforma. El aloe vera. Los perfumes de frutita. El ladrido de un perro que probablemente era mío o del vecino de la abuela de Urabá. Urabá. Un gordo sudoroso. La aventura fallida hacia la salida del metro. ¿De qué se alimentaran las oficinistas de esta ciudad? Jueputa. Un derrumbe a la carretera a Medellín. Hambre. El túnel de Occidente. Monótono. Infinito. El redescubrimiento de la finitud del túnel: esa desoladora sensación de estafa. Una panorámica nocturna de la ciudad. La ciudad. Un miedo antiguo a lo desconocido. Nada más desconocido que Medellín, esa boca gigantesca eternamente abierta,sus millones de dientes luminosos en la noche más oscura. Las multitudes. Las voces todas. El sistema metro: una extensa red de venas grises que no para nunca de crecer, nunca, nunca, como la gangrena.
L. me dió un beso repentino. Nada pasional. Un pico. Mis labios y sus labios juntos por un instante. Sus ojos de pecas. Su cara roja. Su cara de loca.
Intenté hablar de nuevo. Llorar de nuevo. Pero L. volvió a cerrarme la boca con un beso, un pico algo más largo que el anterior.
El tren se había detenido. Volvíamos a la estación San Antonio, la estación de transferencia. La gente que entraba era mucho más que la gente que salía y era suficiente para reacomodar las posiciones dentro del vagón. Sentí la fuerza de la multitud en cada músculo, cada hueso de mi cuerpo: constante, abrumadora, como la de los continentes. Mi cuerpo y el de L. dieron vueltas sobre sí mismos, giramos uno contra el otro como un par de rodillos en una máquina aplanadora y, casi de forma natural, el cuerpo de L. fue absorbido por la masa, fue desapareciendo ante mis ojos, fue consumido irremediablemente por la brea.
—Tené paciencia —dijo.
Pero ya no veía más que los dedos de sus manos. Y los dedos de sus manos también fueron tragados poco después.
Ya no dije nada. No fui capaz. Es probable que L. siguiera ahí, a dos cuerpos de distancia, o que las lógicas del metro, si es que el metro tiene lógicas, la hubieran lanzado a la puerta de salida, la hubiera escupido a la plataforma de la estación San Antonio. Lo seguro es que yo seguí aquí adentro. Que me abandoné a la espera, al silencio, a la derrota. Y el paisaje cambiante en la ventana, en los fragmentos de ventana que podía ver entre los cuellos, las cabezas, los pelos húmedos. El paisaje gris de los edificios del centro. Las fachadas con hollín. El jardín botánico. Cada tonalidad de verde. Las casa sobre las colinas de la ciudad: naranjas, tan naranjas como un sol de plena tarde… Tan brillantes. Tan intrincadas unas con otras. Como piedras en la depresión de una cantera. Como cuevas en las montañas desérticas de un lejano, imaginado, país de mil y una noches.
Tomado de ‘Libro del Tedio’, del escritor José Ardila.
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La situación del calentamiento global me hace ponerme extremadamente triste, me pongo a llorar cada que lo pienso.
He tratado de llevar una vida más sustentable, no género basura y cuando es inevitable siempre pienso en "del daño, el menor", trato de bañarme en 10 minutos, en serio he trabajado mucho en no generar nada de basura, pero cuando veo mis compañeros tienen un montón de basura en todos lados, y no son concientes, incluso son los mismos que se quejan de que tiren basura. Y el punto es que no estamos ya para reciclar, ha debe ser una reducción completa de basura, existen muchas formas de hacerlo. 😪
Por favor, generemos conciencia es difícil, y más por la cantidad de años que hemos tenido este estilo de vida, pero les prometo que no es imposible.
Si eres mujer, utiliza la copa menstrual
Carga un tupper (yo he cargado uno, hasta tener el plegable, porque entiendo que es estorboso) así si comes en la calle puedes pedir te lo pongan ahí.
Unos cubiertos de metal o bambú.
Tus popote del mismo material
Un vaso para café, que se puede utilizar para casi todo (fruta, esquites, papas,fruta, lo que se te ocurra)
Comprar a granel
Jabón, shampoo, desodorante en barra, también hay bloqueadores, pero como yo utilizo Pantalla solar y no he encontrado :c
Separar tu basura
Maquillaje ecofriendly (hay varias marcas, y están al mismo precio que otros)
Comer más fruta que golosinas empaquetadas
Mi comida para no envolverlo en una servilleta, me hice una de tela dónde pongo o mi sandwich, fruta, lo que sea.
Una servilleta de tela para cuando como.
Y en varios lugares que les dices que si te lo ponen en tus tuppers/vaso te ven con buena cara y no se ofenden o enojan.
Amigos seamos conscientes, me da mucha tristeza que mis cambios no son nada por lo preocupante que está ya la situación. 😢
Dejemos una huella verde. 🍃
#huella verde#waste#contaminación#contamination#cdmx#vida sustentable#ecofriendly#no seas waste#cero plástico
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Mariposas 1/2
Habían pasado simplemente dos meses desde que la chica le había pedido una cita. Desde ese momento, cada día en el metro se sentaban juntos, hablaban de lo que habían hecho en el día, de las cosas interesantes que habían aprendido. Aquel día, ella dibujaba pegada en la ventana como siempre, cuando Namjoon entró y la vio, fue a sentarse a su lado pero otra chica se le adelantó y le robó el sitio. Así que no le quedó más remedio que agarrarse de la barra de acero que tenía justo encima de su cabeza y esperar a que la desconocida que tenía al lado se marchara. Pero no ocurrió, cuando se quiso dar cuenta, ambas hablaban y fueron pasando las paradas, pero no se iba. Así que cuando la chica se bajó vio con desilusión como su oportunidad de hablarle aquel día se había esfumado. Volvió a casa algo alicaído, no se había dado cuenta de la rutina que había creado a la vuelta de las clases, romper aquello hizo que se diera cuenta de que le gustaba demasiado hablar con ella. Su teléfono sonó.
“Siento que no hayamos hablado hoy…”
“No te preocupes”, le contestó, ya que no sabía que más poner. Pensó que escribirle contándole que tenía muchas ganas de hablar con ella, porque se había dado cuenta de que había pasado a ser una maravillosa rutina para él; sería demasiado intenso.
“¿Qué tal ha ido tu día?”, con ese mensaje, el chico sonrió ampliamente. Se la imaginó acostada en la cama, tras comer; deseando acabar lo más rápido posible para hablar con él. Le contó por mensaje como había sido su día, manteniendo la misma conversación que hubiesen tenido en el vagón del metro. La chica, a su ves le contó como había ido su día.
“¿Qué estabas dibujando en el vagón?”
“Una mariposa monarca”, la chica le envió una foto de su dibujo acabado; perfectamente detallado y con colores. El chico se sorprendió al descubrir esa gran habilidad que ella poseía, amplió la imagen en distintos puntos para ver cada detalle del insecto, su cuerpo, sus alas y sus colores. Entonces una bombilla se le encendió, y de la nada una euforia por la idea que se le acababa de ocurrí lo invadió, azotándolo de una alegría sin explicación. Tal fue la excitación que no se dio cuenta de que la estaba llamando, por primera vez y sin avisar.
–Namjoon… –su voz fue lo que provocó que se diera cuenta de lo que había hecho. Miró el teléfono algo asustado y en cuestión de segundos por su cabeza apareciera un debate, si le colgaba iba a ser muy maleducado pero por otro lado no se sentía preparado para hablar con ella por teléfono, aunque la conociera en persona.
–Lo siento, no me di cuenta de que te estaba llamando –rió con nerviosismo– el caso es que se me ocurrió una idea, ¿te gustan las mariposas?
–Me encantan… –la chica rió levemente al otro lado de la linea, Namjoon no supo porqué; pero se sintió genial escucharla.
–Pues… hay un mariposario al sur de la ciudad… podría ir a buscarte… e ir… –por cada palabra que iba diciendo Namjoon, sus mejillas se iban tornando un poco rosadas y su voz temblaba. Ella siempre había sido la que proponía algún plan y él aceptaba gustoso porque significaba pasar tiempo con ella, no sabía porqué, pero de repente su plan ya no le parecía tan interesante.
–¡Sí! –exclamó la chica claramente emocionada por el auricular, Namjoon volvió a sonreír al ver la emoción de ella y su inseguridad se desvaneció.
–Nos vemos en la estación en la que te bajas dentro de una hora y vamos juntos en el siguiente metro.
–¡Vale!, voy a prepararme ya, quiero estar presentable –hubo unos segundos de silencio en los que la chica esperó a que él comentara cualquier cosa– Nos vemos después, Joonie.
Y colgó, Namjoon no pudo reaccionar al pitido porque en su mente pasaba varias veces el sonido de su voz y aquel apodo cariñoso que le había dicho por primera vez. Sonrió sin saber realmente cual era el verdadero motivo y bloqueó el móvil. Tenía una hora para ducharse, ponerse lo más presentable posible sin parecer alguien que estaba nervioso y quería impresionar; por primera vez en su vida tuvo problema con la ropa y lo que se iba a poner, pasando mucho rato eligiendo el conjunto. Cuando se quiso dar cuenta, ya era hora de marcharse, así que simplemente cogió el dinero y las llaves, saliendo a toda prisa de su casa.
Una vez estuvo sentado en el metro, miró el asiento donde ella se suele poner siempre, decidió respetarlo y mirando por la ventana vio el pasar el camino hasta su parada. Le escribió a ella cuando había llegado, informándola de donde estaba. A cada minuto que pasaba sus nervios florecían en su piel y le hacían suda, se maldijo por todo el desodorante y la colonia que se había echado.
–Namjoon –le llamó a su espalda.
Cuando se giró y la vio, fue cuando se dio cuenta.
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Clases de Envase
Nuevo
Alpura es una empresa que fabrica productos lácteos como leche líquida, yogur, postres, mantequilla, crema, quesos, etc.
En este caso analizamos los nuevos envases de la leche evaporada y la media crema, principalmente estos productos se comercializaban en latas de aluminio las cuales aparte de no ayudar al medio ambiente, eran envases estorbosos y cuando el producto no se terminaba al momento de ser abierto, el envase no se podía cerrar o resellar, así que tenias que usar otro envase para guardar. El segundo envase fueron cajas tetra pack ya fueron mas funcionales, por que cuando el producto no se termine se puede guardar ese envase se puede meter al refrigerador con menos posibilidad de que se eche a perder. Por ultimo el nuevo envase es en bolsa de polietileno, la cual no abarca mucho espacio, tiene un diseño el cual, permite que la bolsa se mantenga de forma vertical y tiene forma de jarra en donde puedes sujetarla y vertirla de una manera en la que no se sobrepase la cantidad deseada, si no terminas el producto hay manera de volverlo a guardar.
Re diseño
Los productos de Rexona son desodorantes las cuales se muestran en muchas presentaciones como en barra, en roll-on, aerosol y en crema.
En este caso analizaremos el proceso del re diseño del envase de aerosol el cual es un producto de aluminio y una tapa de plástico, vemos que en el 2002 es el envase de aluminio con es dispensador de aerosol y además la tapa de plástico para proteger el dispensador, el cual causaba problema, por que la tapa después se volvía estorbosa a tal punto de inservible ya que estar quitando y volviéndola a colocar quitaba tiempo ya que era una tapa muy justa, la tapa funcionaba como medida de seguridad para los niños ya que protegía el dispensador. Los diseños de envase de 2008 y 2010 son muy similares, pero aquí entra el rediseño que a permanecido por muchos años unir la tapa con el dispensador eso evita que la tapa sea estorbosa, y al estar integrado ayuda a diferenciar los olores por medio de colores.
Icónico
Pringles es una marca de papa frita.
Normalmente otras marcas de papas fritas, ponen su producto en bolsas de tereftalato de polietileno y las papas están desordenadas dentro de su bolsa, no todas las papas son del mismo tamaño ni de la misma forma.
En cambio Pringles adopta un concepto totalmente diferente en sus envases el cual es un tubo de cartón con tapa de plástico y el fondo es de aluminio, el contenido todas las papas tienen una misma forma y tamaño y están acomodadas a manera de que si se golpean no se rompen, este concepto mas ordenado hace que tenga una mayor categoría.
Altamente funcional, reusable, nuevo uso
La empresa Pato, se encarga de producir productos de limpieza.
Pato purific, es un producto que limpia tus inodoros hasta las superficies mas profundo, donde es difícil de limpiar, la forma que tiene el envase es muy practico ya que hay superficies muy reducidas donde ese pico donde sale el producto es fácil de llega y así tener una mayor limpieza.
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#SabiasQue El #JabónZote lanzado en 1970 por la Fábrica de jabón La Corona , fue el primer jabón en el mundo en ser fabricado a partir de ácidos grass destilados. Desde el primer día solo por el puro nombre fue todo un éxito , pero pronto nuestras abuelitas comprobaron que es ideal para quitar las manchas del cuello y de las axilas por lo que se convirtió en su jabón favorito , por su agradable olor no tardaron en usarlo como desodorante para closets y cajones . Nuestros abuelitos no se quedaron atrás y lo usaban hasta para tapar fugas de gas , sellar tanques de gasolina , sellar los rines de las llantas de los coches No fueron pocos los grandes Maestros del arte que sus primeros pininos los hicieron tallando una barra de jabón Zote Al ser un jabón 100 % puro sin agregados químicos , muchos medicos lo recomiendan para la limpieza de heridas quirúrgicas, raspones, úlceras en piel, etc.. Para bañar a los perros es ideal , los limpia , los desinfecta y hasta los deja oliendo bonito . Cuantos de nosotros no fuimos alguna vez a la Tienda de la esquina a comprar un Jabón Zote chico Actualmente nuestro jabón Zote se vende en los Estados Unidos y todo el resto del Continente , sin tener que gastar un solo centavo en publicidad https://www.instagram.com/p/CgK5cmPPg4Q/?igshid=NGJjMDIxMWI=
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Vilma
En un intento desesperado por quitar de mí cuatro moscas que no me dejaban en paz, accidentalmente saludé a una mujer que cruzaba la calle. Esto al parecer, resultó ser una invitación para que viniera a comer conmigo. Ella iba con alguien. La despidió y cruzó de nuevo la calle para llegar a sentarse frente a mi. El que ella estuviera ahí provocó que todas las moscas huyeran, esto me hizo pensar y dudar de mi olor corporal, pues ella llevaba puesto un perfume que olía a coco y yo únicamente refresqué mi cuerpo con la barra desodorante.
Junto al mostrador se encontraban comiendo a toda prisa unos jóvenes en compañía de su abuelo. A juzgar por las camisetas que apoyaban espiritualmente a un equipo deportivo, diría que únicamente iban rumbo a apoyarles a ronco pecho. Descarté la posibilidad de que fueran jugadores y que el anciano fuera su entrenador en el momento en el que uno de ellos se acusó a sí mismo de ser «Vilma». Me pregunté, instantes antes de tener a una mujer sentada frente a mí, el significado de éste. Hasta que salió al rescate su propia contestación la cual completaba la pieza faltante a este rompecabezas lingüístico. Creía, pues, que hacía referencia a alguna tía suya que tenía pésima condición física, o algo referente a la salud. Pero no, aquel nombre era un torpe juego de palabras que hacía alución a sí mismo quedando lleno tras haber comido: «Vilma-rrano». Ningún jugador sería tan estúpido como para decir eso.
La mujer esperaba sonriente. Pedí otro menú al mesero, quien coqueteaba a un hombre de mil años. Me lo entregó de mala gana para continuar sus frases de cortejo que, seguramente ese hombre habrá de haber inventado hace cientos de años. Para romper el hielo, hice una pequeña broma referente a una familia que almorzaba gustosamente junto al ventanal en el restaurante cruzando la calle.
“De seguro el padre querr�� pagar.” comenté.
“Naturalmente.” dijo ella.
No me había dejado continuar. “Pero es más probable que el hijo se ofrezca a pagar, aunque no ha de tener dinero alguno en su cartera.”
“¿Por qué haría algo como eso?” interrumpió.
“Es por cortesía.” respondí con una sonrisa (por cortesía, también). Proseguí.
“Esto mismo, lo del hijo no teniendo dinero, estoy muy seguro de que la hermana lo contempló y ella se ofrecería a pagar por el hermano, quien primero había propuesto pagar por su padre, quien estaba dispuesto a pagar en primer lugar.”
Esta vez no interrumpió. Le dio un sorbo a mi café sin mi permiso y yo seguí hablando.
“No obstante la madre, por ser la madre, previó todo esto en el momento en que el padre pide la cuenta; por lo que ella sería quien termianría pagando voluntariamente el almuerzo. Sin embargo, el padre insistiría en que sería él quien pusiera los billetes sobre la mesa. Y ésto se convertiría en el cuento de nunca acabar.”
Concluí, reí y esperé su respuesta.
“Ya veo,” contestó después de un momento de reflexionar “¿siempre haces ésto?”
“Sí.” respondí sin saber a qué se refería con «ésto».
“Interesante.” espetó y comenzó a hojear el menú.
La manera en la que daba vuelta a las hojas me inducía en una especie de sueño del que no me permitía escapar. Sentía como me era llevado a una jaula del color de sus uñas.
Sonreí sin decir nada y bebí del café que le habían servido a ella.
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