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El supermercado
La lista pegada en la heladera cada vez se iba llenando más, y la heladera en sí, vaciando. Ya no había casi nada para comer y pedir delivery todos los días tampoco funcionaba: estaban las dos por tres horas decidiendo dónde y qué comer, para terminar pidiendo cada una por separado y a veces cenando en distintos horarios pero en el mismo lugar.
- Ya está, mañana vamos al mercado temprano. - dijo la Noche, después de tener que correr al mercado antes de que cierre para comer míseros fideos con manteca, porque se sentía apurada por las miradas de los chinos, quienes ya querían cerrar. No es que los fideos con manteca sean feos, de hecho, la Noche suele comerlos si no hay muchas ganas de cocinar y el Sol no tiene hambre. Pero no se comparan con una buena salsa blanca, como la Noche planeaba hacer.
Los sábados son para aprovechar la mañana y dormir, descansando todo lo que no pudieron en la semana. Pero hoy, la alarma sonó y las chicas se levantaron luego de media hora de fiaca. Simba,el gato, las acompañó hasta que se levantaron y él siguió durmiendo. Desayunaron café ambas y salieron con la lista en mano. El viaje, con la Noche al volante, fue tranquilo: no había mucha gente en la calle y el otoño se dejaba ver lentamente. Encontrar lugar en el estacionamiento del supermercado fue un poco difícil aunque no imposible. Subieron con un chango y no se sorprendieron al ver mucha gente entre las góndolas, no fueron las únicas en tener la idea de ir al mercado temprano.
Es un acto simple, ir al mercado, comparar precios, marcas. Decidirse por tal o cual corte de carne, o tomate. Probar nuevas verduras, correr a la góndola de los dulces como nena de seis años. Discutir sobre cuál marca de puré de tomate es mejor, sabiendo casi todas iguales. Sorprenderse por los precios y sentirse una señora mayor por rezongar por ello. Elegir -a pesar de verlo por todos lados y perspectivas- al peor changuito, con una rueda que anda para el costado, y otra que directamente no anda. Tener que hacer más maniobras que con el auto, porque hay personas que no entienden el concepto de “existe un solo pasillito para miles de personas con sus changos, no dejes tu chango en la mitad del pasillo.” Ponerse de mal humor en la caja porque, o la cajera es muy lenta, o el señor pone los artículos en la barra muy lento. Ni que hablar de su señora, quien los pone en las bolsas de plástico, que cuestan un montón de abrirlos, más aún con la mirada de todos que juzgan tu velocidad para guardar las cosas.
Un acto simple, que la Noche suele disfrutar. Le gusta ir de compras con su novia, evitar alguna que otra mirada desaprobadora, o curiosa. Le hace sentirse mucho más parte de una pareja: una agarra las cosas y la otra empuja el carro. Las decisiones son en conjunto, y hasta hay cosas que ya no se preguntan. Ya saben, por ejemplo, cuál papel higiénico les gusta más, y cuál tipo de desodorante usa cada una. Ya no se consultan por las marcas de mayonesa: se compran las dos que les gustan a cada una. Se pueden perder en el camino, y reencontrarse, una con el chango vacío y la otra llena de cosas en sus brazos. Seguir la lista a la Noche la relaja, pero elegir otra cosa fuera de ella, la hace sentir rebelde. Es un acto infantil, secreto que nadie sabe. Esta vez, la compra fuera de la lista fue un buen queso cremoso que va a compartir con el membrillo. El Sol, por su parte, sumó un buen par de chocolates y un vino que ninguna de las dos probó aún.
En la caja hicieron todo de a dos, complementando sus acciones: el Sol puso las cosas en la cinta y se fijaba en los números que aparecían en la pantalla, y la Noche se apuraba a abrir las malditas bolsas para guardar las cosas. Después de pagar, con una mirada de por medio, con cejas levantadas de ambas partes, lo que venía era casi mecánico: bajar con el chango lleno de bolsas, ponerlas en el baúl del auto y volver a casa. Esta vez manejaba el Sol, más despierta que antes. La Noche no le reprochó nunca nada, el Sol se quedó trabajando hasta tarde y en unos días debe viajar a otra provincia para trabajar. Ella la va a extrañar, esta vez no puede acompañarla y es un momento triste cuando la Noche se queda sola con Simba.
Al llegar a la casa, saludaron a Simba y se dispusieron a guardar las cosas: todo tiene su lugar, gracias a la cocina que pudieron crear y las visiones del Sol. Hubo un segundo desayuno, ahora con facturas que compraron en el camino y mate dulce. Quizás el Sol vuelva a la cama un ratito más y la Noche se disponga a cocinar sus tan preciados fideos con salsa blanca.
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