#Piedra Lumbre
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"Elemento, tierra"
¡Que la esencia de mi espíritu
sea la Tierra!...,
que su lluvia me posea,
su sol caliente me bese
y se madure mi fruto.
En su su brisa suba mi canto
sin lágrimas o lamentos
y que mi alma trascienda
en voz, verso y sentimiento.
Que esta llama que es lumbre
del verso de mi garganta
pueda en las sombras guiar
al confuso peregrino...
Que las veredas se ananchen
transformándose en caminos
mudando piedras, sembrando olvido
y por propuesta, "el amor"
sea la fuerza, el motivo
y el impulso hacia el destino.
Que en un atardecer rojizo
de arreboles sobre el mar
mi musa se pueda inspirar
ante el augusto paisaje...
Y en un papel describir
con los versos de un poeta
metáforas descriptivas,
de incalculable candor...
¡Y así entregar mi ensueño
en mi terruño querido
que se ha declarado el dueño
del latir de mi corazón!
Copyright ©️
🎶Imagine all the people, living for today🎶 j. lenon
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Uno de los más grandes novelistas del siglo XX. Ganador del Premio Nobel en el año 1998.
Novelas recomendadas: "Ensayo sobre la ceguera", "Todos los nombres", "Memorial del convento" y "El año de la muerte de Ricardo Reis".
Esta es la primera parte de su discurso cuando recibió el Nobel de Literatura por parte de la Academia Sueca en el año 1998.
El hombre más sabio que he conocido en toda mi vida no sabía leer ni escribir. A las cuatro de la madrugada, cuando la promesa de un nuevo día aún venía por tierras de Francia, se levantaba del catre y salía al campo, llevando hasta el pasto la media docena de cerdas de cuya fertilidad se alimentaban él y la mujer.
Vivían de esta escasez mis abuelos maternos, de la pequeña cría de cerdos que después del desmame eran vendidos a los vecinos de la aldea. Azinhaga era su nombre, en la provincia del Ribatejo. Se llamaban Jerónimo Melrinho y Josefa Caixinha esos abuelos, y eran analfabetos uno y otro. En el invierno, cuando el frío de la noche apretaba hasta el punto de que el agua de los cántaros se helaba dentro de la casa, recogían de las pocilgas a los lechones más débiles y se los llevaban a su cama.
Debajo de las mantas ásperas, el calor de los humanos libraba a los animalillos de una muerte cierta. Aunque fuera gente de buen carácter, no era por primores de alma compasiva por lo que los dos viejos procedían así: lo que les preocupaba, sin sentimentalismos ni retóricas, era proteger su pan de cada día, con la naturalidad de quien, para mantener la vida, no aprendió a pensar mucho más de lo que es indispensable.
Ayudé muchas veces a éste mi abuelo Jerónimo en sus andanzas de pastor, cavé muchas veces la tierra del huerto anejo a la casa y corté leña para la lumbre, muchas veces, dando vueltas y vueltas a la gran rueda de hierro que accionaba la bomba, hice subir agua del pozo comunitario y la transporté al hombro, muchas veces, a escondidas de los guardas de las cosechas, fui con mi abuela, también de madrugada, pertrechados de rastrillo, paño y cuerda, a recoger en los rastrojos la paja suelta que después habría de servir para lecho del ganado.
Y algunas veces, en noches calientes de verano, después de la cena, mi abuelo me decía: "José, hoy vamos a dormir los dos debajo de la higuera". Había otras dos higueras, pero aquélla, ciertamente por ser la mayor, por ser la más antigua, por ser la de siempre, era, para todas las personas de la casa, la higuera.
Más o menos por antonomasia, palabra erudita que sólo muchos años después acabaría conociendo y sabiendo lo que significaba. En medio de la paz nocturna, entre las ramas altas del árbol, una estrella se me aparecía, y después, lentamente, se escondía detrás de una hoja, y, mirando en otra dirección, tal como un río corriendo en silencio por el cielo cóncavo, surgía la claridad traslúcida de la Vía Láctea, el camino de Santiago, como todavía le llamábamos en la aldea.
Mientras el sueño llegaba, la noche se poblaba con las historias y los sucesos que mi abuelo iba contando: leyendas, apariciones, asombros, episodios singulares, muertes antiguas, escaramuzas de palo y piedra, palabras de antepasados, un incansable rumor de memorias que me mantenía despierto, al mismo que suavemente me acunaba.
Nunca supe si él se callaba cuando descubría que me había dormido, o si seguía hablando para no dejar a medias la respuesta a la pregunta que invariablemente le hacía en las pausas más demoradas que él, calculadamente, le introducía en el relato: "¿Y después?".
Tal vez repitiese las historias para sí mismo, quizá para no olvidarlas, quizá para enriquecerlas con peripecias nuevas. En aquella edad mía y en aquel tiempo de todos nosotros, no será necesario decir que yo imaginaba que mi abuelo Jerónimo era señor de toda la ciencia del mundo.
Cuando, con la primera luz de la mañana, el canto de los pájaros me despertaba, él ya no estaba allí, se había ido al campo con sus animales, dejándome dormir. Entonces me levantaba, doblaba la manta, y, descalzo (en la aldea anduve siempre descalzo hasta los catorce años), todavía con pajas enredadas en el pelo, pasaba de la parte cultivada del huerto a la otra, donde se encontraban las pocilgas, al lado de la casa.
Mi abuela, ya en pie desde antes que mi abuelo, me ponía delante un tazón de café con trozos de pan y me preguntaba si había dormido bien. Si le contaba algún mal sueño nacido de las historias del abuelo, ella siempre me tranquilizaba: "No hagas caso, en sueños no hay firmeza".
Pensaba entonces que mi abuela, aunque también fuese una mujer muy sabia, no alcanzaba las alturas de mi abuelo, ése que, tumbado debajo de la higuera, con el nieto José al lado, era capaz de poner el universo en movimiento apenas con dos palabras. Muchos años después, cuando mi abuelo ya se había ido de este mundo y yo era un hombre hecho, llegué a comprender que la abuela, también ella, creía en los sueños.
Otra cosa no podría significar que, estando sentada una noche, ante la puerta de su pobre casa, donde entonces vivía sola, mirando las estrellas mayores y menores de encima de su cabeza, hubiese dicho estas palabras: «El mundo es tan bonito y yo tengo tanta pena de morir». No dijo miedo de morir, dijo pena de morir, como si la vida de pesadilla y continuo trabajo que había sido la suya, en aquel momento casi final, estuviese recibiendo la gracia de una suprema y última despedida, el consuelo de la belleza revelada.
Estaba sentada a la puerta de una casa, como no creo que haya habido alguna otra en el mundo, porque en ella vivió gente capaz de dormir con cerdos como si fuesen sus propios hijos, gente que tenía pena de irse de la vida sólo porque el mundo era bonito, gente, y ése fue mi abuelo Jerónimo, pastor y contador de historias, que, al presentir que la muerte venía a buscarlo, se despidió de los árboles de su huerto uno por uno, abrazándolos y llorando porque sabía que no los volvería a ver".
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«Palabras para el desencuentro», de Ernesto de la Peña
Este libro reúne la mayor parte de la obra poética que escribió Ernesto de la Peña. Es un tipo de poesía culta y compleja que requiere leerse lentamente si se quiere entender por completo. Utiliza un lenguaje más ampuloso de lo que me suele gustar a mí, aunque el tono y los temas que toca son ciertamente interesantes. Al igual que en sus ensayos y en sus programas de radio, su poesía refleja bien la amplísima cultura que tenía.
Un largo fragmento de “De la ausencia”.
Si con poner así, a tientas, con zozobra un vértigo arterial en las alturas un desandar lo que otros caminaron y desvivir lo ya vivido adentro con la más fina piel de las entrañas con la más tierna flora del amor la más fecunda yema que se abre al alborozo descometer los gestos y la historia y volver a ese tallo, a esta raíz, esta promesa apenas para estar de verdad un solo instante incandescente una sola sonrisa que torne primavera las montañas o funda en sal y lumbre los delgados adioses de la muerte para estar y tocar y decirse: —Esto es así. Mas aquí estamos, de pie y a oscuras, en la piedra; nada nos corresponde de este rápido abismo las estrellas que amamos se apagaron afuera de nosotros y cuando dimos voces de socorro se quedaron allí colgadas de la noche. Pero si esta volátil permanencia esta tela de agua que se vuelca hacia nunca esta sombra que hizo, un segundo, gala en un espejo y trocó su solidez de humo por solidez de inútiles recuerdos, si en este desquiciado corazón que dice el mundo y se solloza a solas si en esta luz de nómada en derrota hubo alguna vez una mañana dúctil de alegría en que se oyeron sílabas hermanas de un ayer inconvocable si aquí tu cuerpo redundó por un momento en goce porque hay rostros de savia y olas en el mar, porque hay niños que atrapan la verdadera ofrenda de la vida y la arrojan en globos al espacio y el hombre se tropieza, y sigue, y reamanece; si hay levantadas brisas transoceánicas con su música escueta de sal vivificante y su inundada herrumbre de tesoros y peces trashumantes, es que estuvimos en esta torva desnudez de gracia en esta confusión de ágiles espadas y caminamos, tarde, y regresamos y en todas partes nuestros gritos eran como el peso cabal de la libélula o la danza de amor de los insectos o el romperse del mar en una playa pronto desertada…
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"El hombre más sabio que he conocido en toda mi vida no sabía leer ni escribir. A las cuatro de la madrugada, cuando la promesa de un nuevo día aún venía por tierras de Francia, se levantaba del catre y salía al campo, llevando hasta el pasto la media docena de cerdas de cuya fertilidad se alimentaban él y la mujer.
Vivían de esta escasez mis abuelos maternos, de la pequeña cría de cerdos que después del desmame eran vendidos a los vecinos de la aldea. Azinhaga era su nombre, en la provincia del Ribatejo. Se llamaban Jerónimo Melrinho y Josefa Caixinha esos abuelos, y eran analfabetos uno y otro. En el invierno, cuando el frío de la noche apretaba hasta el punto de que el agua de los cántaros se helaba dentro de la casa, recogían de las pocilgas a los lechones más débiles y se los llevaban a su cama.
Debajo de las mantas ásperas, el calor de los humanos libraba a los animalillos de una muerte cierta. Aunque fuera gente de buen carácter, no era por primores de alma compasiva por lo que los dos viejos procedían así: lo que les preocupaba, sin sentimentalismos ni retóricas, era proteger su pan de cada día, con la naturalidad de quien, para mantener la vida, no aprendió a pensar mucho más de lo que es indispensable.
Ayudé muchas veces a éste mi abuelo Jerónimo en sus andanzas de pastor, cavé muchas veces la tierra del huerto anejo a la casa y corté leña para la lumbre, muchas veces, dando vueltas y vueltas a la gran rueda de hierro que accionaba la bomba, hice subir agua del pozo comunitario y la transporté al hombro, muchas veces, a escondidas de los guardas de las cosechas, fui con mi abuela, también de madrugada, pertrechados de rastrillo, paño y cuerda, a recoger en los rastrojos la paja suelta que después habría de servir para lecho del ganado.
Y algunas veces, en noches calientes de verano, después de la cena, mi abuelo me decía: "José, hoy vamos a dormir los dos debajo de la higuera". Había otras dos higueras, pero aquélla, ciertamente por ser la mayor, por ser la más antigua, por ser la de siempre, era, para todas las personas de la casa, la higuera.
Más o menos por antonomasia, palabra erudita que sólo muchos años después acabaría conociendo y sabiendo lo que significaba. En medio de la paz nocturna, entre las ramas altas del árbol, una estrella se me aparecía, y después, lentamente, se escondía detrás de una hoja, y, mirando en otra dirección, tal como un río corriendo en silencio por el cielo cóncavo, surgía la claridad traslúcida de la Vía Láctea, el camino de Santiago, como todavía le llamábamos en la aldea.
Mientras el sueño llegaba, la noche se poblaba con las historias y los sucesos que mi abuelo iba contando: leyendas, apariciones, asombros, episodios singulares, muertes antiguas, escaramuzas de palo y piedra, palabras de antepasados, un incansable rumor de memorias que me mantenía despierto, al mismo que suavemente me acunaba.
Nunca supe si él se callaba cuando descubría que me había dormido, o si seguía hablando para no dejar a medias la respuesta a la pregunta que invariablemente le hacía en las pausas más demoradas que él, calculadamente, le introducía en el relato: "¿Y después?".
Tal vez repitiese las historias para sí mismo, quizá para no olvidarlas, quizá para enriquecerlas con peripecias nuevas. En aquella edad mía y en aquel tiempo de todos nosotros, no será necesario decir que yo imaginaba que mi abuelo Jerónimo era señor de toda la ciencia del mundo.
Cuando, con la primera luz de la mañana, el canto de los pájaros me despertaba, él ya no estaba allí, se había ido al campo con sus animales, dejándome dormir. Entonces me levantaba, doblaba la manta, y, descalzo (en la aldea anduve siempre descalzo hasta los catorce años), todavía con pajas enredadas en el pelo, pasaba de la parte cultivada del huerto a la otra, donde se encontraban las pocilgas, al lado de la casa.
Mi abuela, ya en pie desde antes que mi abuelo, me ponía delante un tazón de café con trozos de pan y me preguntaba si había dormido bien. Si le contaba algún mal sueño nacido de las historias del abuelo, ella siempre me tranquilizaba: "No hagas caso, en sueños no hay firmeza".
Pensaba entonces que mi abuela, aunque también fuese una mujer muy sabia, no alcanzaba las alturas de mi abuelo, ése que, tumbado debajo de la higuera, con el nieto José al lado, era capaz de poner el universo en movimiento apenas con dos palabras. Muchos años después, cuando mi abuelo ya se había ido de este mundo y yo era un hombre hecho, llegué a comprender que la abuela, también ella, creía en los sueños.
Otra cosa no podría significar que, estando sentada una noche, ante la puerta de su pobre casa, donde entonces vivía sola, mirando las estrellas mayores y menores de encima de su cabeza, hubiese dicho estas palabras: «El mundo es tan bonito y yo tengo tanta pena de morir». No dijo miedo de morir, dijo pena de morir, como si la vida de pesadilla y continuo trabajo que había sido la suya, en aquel momento casi final, estuviese recibiendo la gracia de una suprema y última despedida, el consuelo de la belleza revelada.
Estaba sentada a la puerta de una casa, como no creo que haya habido alguna otra en el mundo, porque en ella vivió gente capaz de dormir con cerdos como si fuesen sus propios hijos, gente que tenía pena de irse de la vida sólo porque el mundo era bonito, gente, y ése fue mi abuelo Jerónimo, pastor y contador de historias, que, al presentir que la muerte venía a buscarlo, se despidió de los árboles de su huerto uno por uno, abrazándolos y llorando porque sabía que no los volvería a ver".
—José Saramago, discurso de recepción del Nobel de Literatura en el año 1998.
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---- | Douglas Preston :: O Códice
botaréus; Old Santa Fe Trail; Filippo Lippi; Piedra Lumbre; ashram; San Pedro Sula; Brus Lagoon; chamiso; belbutina; brida; etnofarmacologia; planta K'ik'-te; Escada Ski Basin;
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"El hombre más sabio que he conocido en toda mi vida no sabía leer ni escribir. A las cuatro de la madrugada, cuando la promesa de un nuevo día aún venía por tierras de Francia, se levantaba del catre y salía al campo, llevando hasta el pasto la media docena de cerdas de cuya fertilidad se alimentaban él y la mujer.
Vivían de esta escasez mis abuelos maternos, de la pequeña cría de cerdos que después del desmame eran vendidos a los vecinos de la aldea. Azinhaga era su nombre, en la provincia del Ribatejo. Se llamaban Jerónimo Melrinho y Josefa Caixinha esos abuelos, y eran analfabetos uno y otro. En el invierno, cuando el frío de la noche apretaba hasta el punto de que el agua de los cántaros se helaba dentro de la casa, recogían de las pocilgas a los lechones más débiles y se los llevaban a su cama.
Debajo de las mantas ásperas, el calor de los humanos libraba a los animalillos de una muerte cierta. Aunque fuera gente de buen carácter, no era por primores de alma compasiva por lo que los dos viejos procedían así: lo que les preocupaba, sin sentimentalismos ni retóricas, era proteger su pan de cada día, con la naturalidad de quien, para mantener la vida, no aprendió a pensar mucho más de lo que es indispensable.
Ayudé muchas veces a éste mi abuelo Jerónimo en sus andanzas de pastor, cavé muchas veces la tierra del huerto anejo a la casa y corté leña para la lumbre, muchas veces, dando vueltas y vueltas a la gran rueda de hierro que accionaba la bomba, hice subir agua del pozo comunitario y la transporté al hombro, muchas veces, a escondidas de los guardas de las cosechas, fui con mi abuela, también de madrugada, pertrechados de rastrillo, paño y cuerda, a recoger en los rastrojos la paja suelta que después habría de servir para lecho del ganado.
Y algunas veces, en noches calientes de verano, después de la cena, mi abuelo me decía: "José, hoy vamos a dormir los dos debajo de la higuera". Había otras dos higueras, pero aquélla, ciertamente por ser la mayor, por ser la más antigua, por ser la de siempre, era, para todas las personas de la casa, la higuera.
Más o menos por antonomasia, palabra erudita que sólo muchos años después acabaría conociendo y sabiendo lo que significaba. En medio de la paz nocturna, entre las ramas altas del árbol, una estrella se me aparecía, y después, lentamente, se escondía detrás de una hoja, y, mirando en otra dirección, tal como un río corriendo en silencio por el cielo cóncavo, surgía la claridad traslúcida de la Vía Láctea, el camino de Santiago, como todavía le llamábamos en la aldea.
Mientras el sueño llegaba, la noche se poblaba con las historias y los sucesos que mi abuelo iba contando: leyendas, apariciones, asombros, episodios singulares, muertes antiguas, escaramuzas de palo y piedra, palabras de antepasados, un incansable rumor de memorias que me mantenía despierto, al mismo que suavemente me acunaba.
Nunca supe si él se callaba cuando descubría que me había dormido, o si seguía hablando para no dejar a medias la respuesta a la pregunta que invariablemente le hacía en las pausas más demoradas que él, calculadamente, le introducía en el relato: "¿Y después?".
Tal vez repitiese las historias para sí mismo, quizá para no olvidarlas, quizá para enriquecerlas con peripecias nuevas. En aquella edad mía y en aquel tiempo de todos nosotros, no será necesario decir que yo imaginaba que mi abuelo Jerónimo era señor de toda la ciencia del mundo.
Cuando, con la primera luz de la mañana, el canto de los pájaros me despertaba, él ya no estaba allí, se había ido al campo con sus animales, dejándome dormir. Entonces me levantaba, doblaba la manta, y, descalzo (en la aldea anduve siempre descalzo hasta los catorce años), todavía con pajas enredadas en el pelo, pasaba de la parte cultivada del huerto a la otra, donde se encontraban las pocilgas, al lado de la casa.
Mi abuela, ya en pie desde antes que mi abuelo, me ponía delante un tazón de café con trozos de pan y me preguntaba si había dormido bien. Si le contaba algún mal sueño nacido de las historias del abuelo, ella siempre me tranquilizaba: "No hagas caso, en sueños no hay firmeza".
Pensaba entonces que mi abuela, aunque también fuese una mujer muy sabia, no alcanzaba las alturas de mi abuelo, ése que, tumbado debajo de la higuera, con el nieto José al lado, era capaz de poner el universo en movimiento apenas con dos palabras. Muchos años después, cuando mi abuelo ya se había ido de este mundo y yo era un hombre hecho, llegué a comprender que la abuela, también ella, creía en los sueños.
Otra cosa no podría significar que, estando sentada una noche, ante la puerta de su pobre casa, donde entonces vivía sola, mirando las estrellas mayores y menores de encima de su cabeza, hubiese dicho estas palabras: «El mundo es tan bonito y yo tengo tanta pena de morir». No dijo miedo de morir, dijo pena de morir, como si la vida de pesadilla y continuo trabajo que había sido la suya, en aquel momento casi final, estuviese recibiendo la gracia de una suprema y última despedida, el consuelo de la belleza revelada.
Estaba sentada a la puerta de una casa, como no creo que haya habido alguna otra en el mundo, porque en ella vivió gente capaz de dormir con cerdos como si fuesen sus propios hijos, gente que tenía pena de irse de la vida sólo porque el mundo era bonito, gente, y ése fue mi abuelo Jerónimo, pastor y contador de historias, que, al presentir que la muerte venía a buscarlo, se despidió de los árboles de su huerto uno por uno, abrazándolos y llorando porque sabía que no los volvería a ver".
JOSÉ SARAMAGO 🇵🇹 (1922 - 2010)
Uno de los más grandes novelistas del siglo XX. Ganador del Premio Nobel en el año 1998.
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Extractos de el poema Bacantes por Elsa Cross
I
En la fuente nos hemos sumergido. A su corriente dejamos nuestros cuerpos como bancos errantes, tierra que se desprende llevándose la orilla de espadañas. Fluimos por sus transparencias y en el fondo de ese lecho nuestras piernas rozaban un musgo suave. Plantas se enredaban a los pies. Sentíamos el paso de esos peces que a un descuido, decían, se pegaban entre los muslos de las mujeres. Y todo el tiempo una frase en los oídos pulsando al límite sus cadencias más altas. Río abajo veíamos las ramas contra el cielo. El sol dibujaba en nuestros cuerpos la sombra de las hojas. La brisa traía tu olor. Pasamos bajo un sauce y sus ramas detenían de los cabellos todo ese impulso río abajo.
II
Rodeados de los cerros como murallas los hombres jugaban en las terrazas. Ruido de carreras sobre el pasto. Un azul morado en el aire cuando el sol se metía. Los pájaros iban callando. Los murciélagos alzaban su vuelo errático. Los hombres corrían tras los tantos del juego, sus gritos reverberaban entre los cerros. Ovación. Te levantaban en hombros, te llevaban cuesta abajo a celebrar. A cada salida de ese pueblo, un templo. Las siete puertas resguardadas por los arcángeles, decían. Y el nuestro en suerte se embriagaba en los portales, hablando del cielo y del infierno como de sitios separados por dos pulgadas dentro del cuerpo.
VIII
Tu cara raspaba. Bajo los toldos del mercado un brillo verde sobre tu frente. Tus ojos, salidos de qué lumbre, de qué parajes hoscos, veían sin ver los platos de comida. Un brillo verde, como ya reflejando los árboles, ya viendo el campo afuera donde esperabas hallarte cierta planta. Buscamos entre piedra volcánica para encontrar flores moradas creciendo de la roca, cactos de formas finas. Todo el campo de tezontle. Mal caminábamos y la tarde también se ennegrecía. Pasamos la noche debajo de un manzano. Buscamos en el monte, sin brechas. Volvíamos rasguñados. Buscamos sin hallar, en ruinas de pirámides donde caías dormido, devorador de hongos, devorador de iguanas. Me enredaban en tu sueño, me hacías reptar. Mi lengua se alargaba puntiaguda a devorar hormigas que te andaban por el cuello. Y tu sudor olía a aguamiel.
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En un viejo pueblo, pueblito mágico, que de mágico solo tenia el apodo o las brujas que de noche decían las voces tratando de sonsacar alguno que otra persona dispuesta a creerlo.
En una tienda ubicada en una esquina, siempre yacía recostado sobre la tierra bochornosa un perro, de raza dudosa, o al menos así le decían cuanta persona que la viera por ahí.
-Es un San Bernardo - decía alguno por ahí. - ¡No, es un cocker! - decía algún otro.
La verdad siempre fue que en aquel pueblo, poco sabían de perros y aquel perro poco sabia de humanos.
Siempre estaba ahí, echado sobre aquel pedazo de tierra donde reposaba desdichadamente bajo la sombra de un árbol, que al no ser noble, creaba con sus grandes raíces una cuna perfecta para aquel peludo.
-Rola - gritaba Pedro -Rola ven para acá y saca ese ratón -
Rola solo atendía la voz de llamada de aquel niño, el niño se había ganado la nobleza del perro, y el perro la de aquel pequeño fruto, puesto que uno le daba de comer al otro, y el otro ofrecía su compañía y amistad a cambio.
Rola corría hacia la tienda, cuya propiedad tendía sobre las manos de la abuela de Pedrito, Dolores, a la que todos conocían naturalmente como Doña Lola
Que brusco es el dolor de cualquier persona cuando pierdes a alguien querido, y que brusco debe ser perder a alguien que viste crecer. Llegado el invierno, el canino se refugiaba en la tienda, todos de igual manera lo saludaban por mansito, pero a nadie o pocos hacía caso, solo cuando se trataba de comida, que en cualquier caso, ningún ser negaría dicha obra de caridad.
- ¡Cierren la puerta, no ven que me muero de frío- gritaba doña Lola
- guelita, la abrió rola al entrar. Pidele perdón rola.
El perro se sentó a lado de la señora, sin hacer ruido, ni prestar atención, pero hacia buena compañía.
- ¡Perro cochino! Me vas a pegar las pulgas - decía lolita mientras me lanzaba una mirada enojada, a la cual respondía el perro con una desinteresada.
- ya guelita, mejor amos a comer duraznos - seguido de un tosido y regresar a la nariz los mocos que le colgaban.
- ya le dije a tu mamá que no me gusta esa tos, y menos que andes con el pecho tan descubierto, ponle más leña al fuego y tráeme más nueces.
- si “ita”
Una vez ido el niño, la abuela empezó a toser y rola solo levanto la oreja.
Pasado el tiempo, el dolor de no saber qué pasará con una vida preciada se volvió más intenso, y dicen que los perros saben sobre estas cosas, así como los humanos tenemos sentidos, ellos tienen aún más… o al menos eso decían los viejos saberes.
Poca confianza le debemos dar a la creencia popular, y al sentido común el se le debe dar la razón. Pero lo que la ciencia confirma, aquello es indudablemente la mejor fuente para jactarse a la hora de confiar en algo que no tienes la capacidad de entender.
Que triste es no tener la capacidad de entender, de no saber porque alguien ya no está o se fue, porque la vida suele ser así y tomar como que de pronto alguien falta, y esperas que regrese.
Un día gris, no había lluvia, el cielo no mordía las nubes para que soltara ni una sola lagrima.
Era un día triste, frío, y todos estaban dentro de sus casas, el día de hoy la tienda permanecía cerrada. Tampoco es como que alguien con este frío estaba dispuesto a salir.
Pedro estaba en cama, tosiendo y tosiendo, su mamá preparaba un té de limón que su suegra le había enseñado. Pensaba en que si su marido estuviera aquí todo sería más diferente, y que si tuviera el dinero también sería diferente, pensaba en cualquier opción por más tonta que fuera que lograra hacer alguna diferencia ahora.
- barrerlo con un huevo… no, mejor con una piedra lumbre, después la quemas en la leña y ves la cara de quien le hizo mal al niño- dijo lola mientras chupaba la mitad de una naranja.
- mañana mismo a ver si voy al mercado por una, pero yo no tengo ni un peso, ahora si, no tengo ni un peso - dijo mientras cuidaba el té
- yo tengo un dinero guardado - dijo mientras seguía con la naranja. - estaba juntando para una mecedora nueva, pero el niño lo ocupa más-
- si tan solo su padre pensara más en nosotros, en el, en mi-
- te dije que pa que lo dejabas irse, ahí está, ya ni caso te hizo-
- ay, ya ama, mucho tengo con esta preocupación que me tiene con el Jesús en la boca-
Pasó la noche, al día siguiente, rola permanecía afuera del cuarto del niño, esperando la gentileza de que alguien lo dejara entrar, para así no soportar más frío.
Ya me aburrí, perdónenme :(
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La chica que vive al final del camino
Rynn acaba de cumplir trece años y lo celebra sola en su casa. Nadie sabe mucho de ella. Solo que se hace la interesante, no habla con nadie, cobra los cheques de viaje de su padre y da esquinazo a las visitas inoportunas. En su casa hace lo que quiere: fuma cigarrillos, se entrega a la poesía de Emily Dickinson y establece una amistad peculiar con un muchacho cojo que dice ser mago. Hace tiempo que su padre no se deja ver por el pueblo, y los vecinos empiezan a hacer preguntas: ¿Dónde está su padre? ¿Qué se oculta en esa casa que se alza al final del camino? Laird Koening nos ofrece con esta oscura novela una obra maestra de la literatura gótica americana, que inspiró la película protagonizada por una joven Jodie Foster y por Martin Sheen. Una vuelta de tuerca al género de lo inquietante. "Era una noche de las que le gustaban a la niña. Estaba frente a la ventana aquel último día de octubre, y observaba el mundo estremecerse al filo del invierno. El viento frío sacudía los tallos de las flores muertas del jardín y arrancaba las últimas hojas de los arces, arrojándolas a la oscuridad como jirones de papel negro. De un tirón, la niña corrió las cortinas y ocultó la noche. Corrió descalza a la chimenea de piedra y, con un atizador de hierro, empujó los leños hasta que las ascuas crepitaron y volvieron a desprender llamas. Extendió las manos ante la lumbre y sintió su luz y su calor extenderse hacia el salón y la cocina de lo que, hasta hacía cien años, había sido una granja. El propietario había instalado una estufa de gas contra la pared, pero a la niña le encantaban la calidez del fuego y el olor acre que desprendían los leños de arce. Con un par de pasos más, rodeó una mesita de café y una mecedora, y se acercó a los relucientes diales metálicos de un equipo de música. Subió el volumen y el sonido manó de los altavoces y se elevó hacia los huecos en sombra entre las vigas. El Concierto para piano n.º 1 de Liszt, interpretado por una de las mejores orquestas sinfónicas del mundo, se fue hinchando y alcanzó con sus latidos todos los rincones, hasta que pareció que la pequeña casa fuera la propia orquesta. El glorioso sonido envolvió a la niña e hizo que su corazón y la música palpitaran al unísono. Subió el volumen y la música cobró mayor presencia aún. Nadie iba a llamar por teléfono ni aporrear la puerta para quejarse del ruido. El vecino más cercano vivía a un cuarto de milla, en el mismo camino cubierto de hojas muertas. La niña se quedó inmóvil en el centro de la habitación. Esperó en la oscuridad casi total mientras la luz tenue y temblorosa del fuego empujaba las sombras hacia los rincones. Esperó. Pronto llegaría el momento que durante tantos días había aguardado. Desde primera hora de la mañana, con la salvedad de su paseo hasta el pueblo bajo la lluvia otoñal, había pasado el día limpiando la casa. De rodillas, había encerado el suelo de roble. Había quitado el polvo y sacado brillo a los sencillos muebles de madera sin pintar que, en septiembre, habían atraído en dos ocasiones a la casa a un anticuario con ropa ceñida de cuero negro y que olía a clavo, con ofertas crecientes para comprarlos todos. Cuando su padre le explicó que la mayor parte de las piezas no le pertenecían y que, por lo tanto, no las podía vender, el anticuario había negado con la cabeza, entristecido. Se trataba, les dijo mientras hacía el amor con la mirada a la mesa, las sillas, los candelabros, el sofá y la alfombra trenzada, de algunos de los mejores ejemplos del estilo colonial americano que había visto en su vida. El suelo y los muebles, pulidos por los años, brillaban a la luz de las llamas. Hasta la alfombra trenzada que había bajo la mesa de alas abatibles, y que supuestamente tenía siglo y medio de antigüedad, casi había recuperado su colorido original después de que la niña la sacara afuera y le quitara todo el polvo a golpes. En la cocina, separada del salón por una encimera de madera, el metal de unos modernos fogones y de la nevera reflejaba el brillo del fuego. En la encimera de la cocina la niña abrió una caja de cartón y, con mucho cuidado, usando ambas manos, extrajo una pequeña tarta recubierta de glaseado amarillo pálido y la colocó en una fuente. Aunque se manchó las manos con el polvo de azúcar, no se chupó los dedos. Se limpió con papel de cocina." Read the full article
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El judío errante
Entre las múltiples deducciones del Consejo Internacional de Antropología, se determinó como desaparecido al investigador y místico, Alphonsus Silva. La última vez que le vimos se dirigía al lago de Nemi para concluir la investigación de su vida: encontrar el libro primigenio del lenguaje y la creación, “Ótumos”. Nacido el 7 de octubre de 1897 en Asturias, Alphonsus Silva dedicó su tiempo a perseguir el origen de las cosas. Descubrió de joven la posibilidad infinita de las palabras. Jugaba con lodo y agua a crear figuras de arcilla y tablones de piedra con inscripciones en ellas. La escritura de Alphonsus era de una lengua inexistente, o por lo menos eso se creía. Durante su tiempo en la universidad trabajó en una tesis como ninguna otra. Creía que las palabras y el lenguaje eran heredados por ADN. Más allá de los idiomas, puntualizaba a detalle en la semiótica. Afirmaba que, el ser humano, es un ser mítico. Pasó así su juventud, leyendo La rama dorada de James George Frazer, a quien admiraba con fervor. Fue en ese mismo libro que aprendió sobre el lago de Nemi y los secretos que guarda. Desafortunadamente, los estudios del joven Alphonsus fueron detenidos de manera abrupta por la voz de algo, o alguien, que lo miraba desde el rincón más hondo de su habitación. Desde ese momento Alphonsus abandonó el estudio y se convirtió en un viajero. Este evento coincidió con la muerte de su madre, su único familiar y con quien vivía. Alphonsus, dictado por la voz, embalsamó a su madre y pronunció una serie de palabras que para él eran desconocidas. O eso creía. Al ser pronunciadas las palabras, un símbolo se trazaba sobre la frente de su madre. La carne, puntualizada por un fuego ensordecedor, dibujó el signo Omega.
Entre los ojos color hueso. La palidez. Su madre muerta. La boca abierta. Negra.
Llena de pestes. Moscas. Un enjambre de lombrices brotaba de ella. El silencio. Una palabra parasitada en cada esquina de la fúnebre habitación, se hundió en sus oídos. Abismó su corazón.
– Búscame.
Alphonsus abandonó el cuerpo y caminó, errante, al lago de Nemi.
Llevaba consigo la cabeza de su madre. Un péndulo, sus anotaciones y una brújula. Estos eventos le sucedieron a los veintisiete años de edad. Había buscado el apoyo de la Academia para sustentar sus estudios y publicarlos. Rara vez lo tomaban con seriedad, dado el tópico de las investigaciones mismas y su carácter hermético y solitario. Fue entonces cuando lo dimos por perdido. Por lo menos hasta hoy, 1997, que lo encontramos bajo el lago de Nemi frente a un venado que lleva en la frente el mismo símbolo que su madre.
– Entonces fueron escritos los días.
– Fuera del tiempo.
Atravesamos el umbral frente al viejo sin cabeza, bajo el agua, sombra luminosa de ecos distantes. Nos llamaba una voz. La voz misma que llamaba a Alphonsus. Al entrar encontramos algo indescriptible. Una emoción inundó nuestro cuerpo, jamás habíamos sentido tanto terror y tanta fascinación al mismo tiempo. Los ojos no bastaban para mirar. Tanta lumbre. Aquél ser.
– Dios.
Cuando empecé a escribir este libro afirmé algunas teorías respecto a él.
Para empezar, descubrimos que no tiene rostro, tampoco tiene cuerpo. Es palabra pura. Aún así, refleja los horrores o bondades de quien lo mira. Es un espejo. Voz… Al descubrirlo regresamos por el mismo umbral que habías cruzado y pudimos verte, en el ocaso, joven, descalzo. Era justo la primera vez que llegabas al lago. Tal cual nos fue indicado que te encontraríamos al salir del umbral, después de abrirlo dentro de algunas décadas. Con la cabeza de tu madre en un morral, con un libro en una mano y una brújula en la otra. Tú. Buscando la palabra de la vida.
– Estoy buscándola.
Después de esas palabras lo arrastramos al umbral mismo y le mostramos su destino.
Exactamente el mismo que su madre. Sin cabeza. En un rezo perpetuo. Abriendo ese portal.
Así que tuvimos que llevarlo más lejos.
Viajamos a Judea y lo dejamos ahí.
En el origen de las cosas. Fuera del tiempo.
Justo donde tenía que estar.
Alphonsus pasó ahí el restó de su adultez. Comenzó la escritura de un libro que, él mismo, soñaría en su infancia y buscaría en los últimos años de su vejez. Ótumos. Escrito en un lenguaje que sólo él entendía. Paralelo a estos hechos, nosotros viajamos a su habitación para asegurar que cada acción a partir de este momento se repitiera.
James Harrington se preparaba junto con su esposa para provocar el primer viaje.
Alphonsus estudiaba y viajaba al lago.
Su madre moría.
Nosotros mirábamos desde la oscuridad.
Dictábamos.
La inmaterialidad llegó a nosotros la primera vez que todo esto sucedió.
Morimos.
Fuimos replicados por la voz misma en cada una de las habitaciones del mundo.
Un eco.
Así que nos dedicamos a observar.
En Judea, Alphonsus terminó de escribir el libro, se acompañó de algunos místicos del momento y dejó un Gólem entre ellos, con la cabeza de su madre, a quien buscaba y regresó a la vida en el cuerpo del gólem mismo. Pronunció las palabras, Ótumos, mismas que le fueron dadas antes de perderse al cruzar el umbral. El libro también fue perdido por el tiempo en la sinagoga donde se refugió durante esos años en que envejeció. La sinagoga , casi en su totalidad, fue pulverizada por la guerra al principios del siglo veinte, cuando Alphonsus era niño y soñaba con estas cosas. Así que Alphonsus, con una edad trascendente, observaba y escribía cada hecho, dictaba desde las sombras de su habitación a su joven pupilo, Alphonsus, para llevarlo al lago de Nemi, y por medio de hallazgos alquímicos, traer de vuelta a la vida a su mamá, escribir el libro, y encontrar la primera palabra, el verbo de la creación.
Alphonsus, el eterno, regresó a su tiempo, casi dos mil años después, para continuar su investigación en el lago de Nemi, cortarse la cabeza, y volver a abrir el portal… La traducción del texto, el libro, existe. Fue encontrado por un joven profeta nazareno del cual no diremos el nombre. Él, entre otros profetas que lo anteceden como Horus, deben gran parte de su conocimiento a los hallazgos milenarios de Alphonsus Silva, quien sigue perdido en el tiempo. Creemos, por intuición, que ahora mismo está en Sumeria, Mesopotamia, dictando las instrucciones de un arca a la humanidad, en espera de un gran diluvio que tragará a los continentes, entre ellos Atlantis y Mu. A la par, su cuerpo prevalece de rodillas y sin cabeza ante el mítico venado del lago de Nemi, más allá del tiempo, pronunciando bajo el agua el verbo del cual se origina la realidad.
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MINISTERIO DEL INTERIOR / 3
libro 2. el fluido eléctrico
pescado original
1
cuando el poeta bobo descifra
por el óvalo bizantino de su ventana
la imagen narcótica, velada contorsión
del obelisco algo piensa, difícil
acertar de cualquier forma
las figuras que habitan la mente
del poeta bobo, lo que fue
lo que pudo ser, su descendencia
será la salvación
integral de la especie y no sabemos
bien qué especie
pero el poeta bobo cree
con destreza inaudita y prende
una vela al demonio bípedo de antioquia
o no sabemos
a qué le prenden una vela
los poetas bobos
suelta, eso lo sabemos
un espasmo facial y cree
en el futuro, en el caos completo
cree firmemente
en su literatura menstrual
2
haciendo trucos por el aplauso, severo
el skater del lenguaje
salta la rampa rampante y el jurado
prepara carteles bajo la sombra
didáctica de la historia. encara
cada obstáculo y desmarca
con una seguridad
deportiva en la cara
forjada en el silencio pero silencio
es palabra pesada
para cargar en la cara y se lleva
doblada en el lomo, digamos, entonces
concentración. así
en el último tramo
de la pista libre
del verso, el jurado
resucita y pone puntaje
neutro, alguna variación
3
sexta variación: cae granizo
en la ciudad que abolla
la chapa de los egos cae, se termina
el juego en el codificado
equilibrio de la suerte
las cartas echadas sobre la mesa
parecen escalones que trepan
hasta el final vacío de la tarde
los jugadores observan, concentrándose
las señales que hacen como semáforos
sus contrincantes en la recta final
en un instante, parece que la mentira
es el único manotazo posible
al orejear una mano complicada
señor, somos los cuatro de copas
formados en fila india
aletargados en el espeso
corazón del domingo
4
de la vida el remedio
se abre paso y los hilos
de agua que perforan la sólida
roca y horadan hasta formar
la carrera de la vida en el informe
origen hasta caer
al abrupto salto corta
la fría ventisca novata y muere
el polen de vuelo planeado
y de nuevo el borde
aserrado tiene hijos que suelta
en el humus de lombriz, la perlita
pelmaza y otra vez
en el tallo invertido, en los frutales
elevándose en el manto de gasa
en las podas
que cicatrizan, los esquejes
que brotan y surten
de raiz al suelo en los tiernos
y minúsculos pimpollos flotando
en el remedio casero, los tomates
crecen firmes en la perpendicular el polvo
de naranja, verdolaga, el lavado
de las hojas y el agua
del arroz ninguna
piedra surge sola, las verduras / encriptadas
la delicada pastelería, el brócoli que brota
verde intenso, se desarma
cae, prende y el ciclo
empieza otra vez
5
del exilio en la isla de patmos
babilonia, la bestia, el vino de la ira
el conflicto cósmico
que cae una hora después
con un tarro de falopa
los cristianos, clavados en lanzas
y quemados
para servir como lumbre
cuando la luz del día evapora
no alcanzan para mirar
la saliente noche de tu burrada
aunque no es ignorancia porque no es
negado aquel que dicen
sino solo una entidad muy simple
que no puede ver las sombras
el espíritu fácil, la ausencia
de materia dinámica en la voluntad
que empuja pero no guía
los cuadros auxiliares
6
y en este estado de muerte solo la muerte
flota como líneas que ascienden
y descendentes líneas verdes del agua flota
solo la muerte en el estado de muerte
las personas indicadas, el individuo singular
la muerte flota viene y ahora
el final de toda concepción
epigramática
el saber afortunado
en un país desierto donde nunca
había estado el hombre, la sinestesia
arrastrando la línea de color
hacia el nuevo pentagrama
la muerte, las bombas
que arrasan el dique, la culpa
por haber perdido el contacto
el proyecto, invariable
la muerte
solidificar la atmósfera evasiva y presentar
la profundidad que se repliega
al plano de la obra misma
en cambio de crear una ilusión
aquello que se intuye y emociona y de vuelta
la intuición, la emoción, el símbolo
que deriva la estampa y la silueta
sombría (de polvo sacro) el sesgo
dinámico de toda naturaleza
cede la suerte asilada en algunos
procedimientos, manchas
de luz en el extremo
descienden por brazos y caras hasta el sendero
y las hojas caídas, formando una curva
remiten al invierno y esperan
por el frío sinuoso
el empleado aduanero, el profesor
de música, el insípido
realismo académico que aburre pero presta
el orden, los ciegos
ven, los cojos
andan, leprosos
que son limpiados y los muertos
resucitan en otra ficción
como si mirando entre los pelos
de una cabeza los piojos
pudiéramos notar que un bicho
no es igual a otro
sino ligeramente distinto
a través de un tubo entre la noche
con un aumento leve
galileo descubre a júpiter
la red neural
7
antes de electrocutar al múltiple
asesino james french le preguntaron
cuáles eran las últimas
palabras y dijo, sin dudar
french fries
nomasland nomasland nomasland
prevaricato y prevención pasteurizada
alumbra / el pueblo que baja
del cerro a la central que lo desprecia
alumbra / dramática la miel, experta
consagración de la norma
en el plano corto
tener un hijo no
nos hace padres
si así fuera, tener
un balón en casa
nos haría futbolistas
concluye, el cacique asombrado. neuritas
que asimilan información a lo largo
de toda la cadena neuronal
que envuelve al corazón
8
el efecto bilbao llena
la ciudad ecuestre de curvas y hace
de la ciudad un hecho
arquitectónico, un hecho
ajeno al interior, lejos
la lluvia modifica todo
modifica el tabaco y el alcohol
el alma pretensada en la discordia
todo queda resumido en su líquido
perimetral
engulle la sal el perico
quiero decir
que la sal del perico engullen
zarpados en el zarpe sado, sinuoso
hablé con el galo y me dijo
que nunca podría / hacer
una cosa por las dudas
que no rime con alguna
litografía ortodoxa
tal vez lo celebré
9
el giro
idiomático esgrime: se comen
a los chicos crudos
cuando habla de pardos
paganos de propensión
a saciar deseo sicótico, el giro
suelto entonces
catalizado en el paradigma
se revela no como giro ya sino el horror
revelado en la forma
indirecta del consumo informal
en la complejidad no revisten
otra cara insular
a la estructura, primaria
ubicando así la forma
para cubrir el trastorno
con una fina película
esoterica, un film otorgando sentido
aunque sea siniestro
al universo parapolicial
de la psicopatía
zarandean las alas quienes creen
ser angeles caídos de no sé
y sacrifican, violan
como gesto carnal
de la insatisfacción, son ellos niños
contra niños se devoran
a ellos mismos
10
coloma santa suda, sabelotodo
tirá una posta
ahí va. ahí vino, quiero decir
hay vino
repugna en la esquina somnolienta
antisocial repugna, pero no
espera, mira
las redes sociales, recita
hacia adentro la trigonometría
ya llegará
no carga la soledad ni nada
suelta sólo condición
del absoluto que afina, moldea
el espíritu enfrenta
a lo mejor que está
por llegar a lo mejor
hoy vino salomé
nos saludamos a todos y transamos
en hábil conversación
tacuarembó, tilatí, simetría
escuchen el precepto, anormalicen
la disrupción
como sana categoría sean
internos del orden
que otorga solución
11
la dicha que ahora es pasado
y nada lo justifica
la resonancia y el último gruñido
la greña, las líneas
del cemento barrido en la vereda delatan
las capas de hollín
que el tiempo impregnó en la materia
donde no hay solución
hay anhelo, como el hollín
las capas de lo que antes fue la dicha
impregnan la razón
12
hay refugio natural y aún así
colisionan las milésimas y el tiempo
expande su mecanismo
en el día del silencio
se inicia la semana, los lateros
juntan latas, los cholos
vacían el último culito
de bebida experimental
el ciclo inicia de nuevo
terminados los humores presbíteros
se perfilan en otra dimensión y todos
ahora que se levanta la luz
en la noche buscaron
diversión y esparcir, dispersar
la frustración y en el día
que empieza buscan
el sostén, la columna vertebral
de otra vida que no tendrá
ninguna resolución
13
descendant in hano
plenitúdem fontis
heri hodie semper
justus ut palma florébit
y si todas las cosas
han sido escritas
para nuestra enseñanza
y a través de la paciencia y el consuelo
de las escrituras, tengamos esperanza
aquí lo que resta:
en el aguante primero, era el dulce
aguantadero de los seis
la nocturna rama, la colilla, la pena
elegíaca y a expensas
del sedante muere como muere
toda tradición
los que fuman
la mabinga y los que fuman
la macuba están
esperando que se quemen
las neuronas que buscan perfección
14
en reversa el que bebe la sangre se retira
retracta, decide salir
ileso y mastica
el presagio disoluto, turbio, turbina
la remisión de la noche / es total
no subsiste
una sola palabra de ayer
desiderata zambullida en la cumbia
carraspea, no puede más el sol que llega
hasta el borde superior
de la bota embotada / sus piernas
acalambradas resaltan, se lucen
disimulan dolor
el fin del mundo
15
el cielo nuevo y la tierra nueva
un mundo lleno
de la justicia de dios
y también el mar
y la santa ciudad vestida
como novia para su prometido
armagedón, tierra de zombis, mad max
este es el fin... pedollywood, los estudios
cosmológicos, los cálculos y el big rip
el gran desgarro, fragmentamiento, el big
crunch o la gran / implosión
big freeze, la muerte
térmica y hagan
apuestas / apuesten: el universo
que refulge con la prolifica
energía nuclear
que al final se agotará
las estrellas que calientan el universo
como grandes hogueras
y nadie las recarga
la suprema vaciedad
de la cultura y de todo
aquello que ahora
dentro de cuatro
días o cuatro
millones de siglos
ya no habrá quien lo reciba,
y lo importante:
si mañana prendemos fuego
incendiamos todas las biblias
todas las ficciones y todos
los libros de toda
religion, secta, culto
los santos y los pecaminosos
y luego también los libros
de todas las ciencias
y no quedara
registro alguno de nada
ninguna cosa y empezáramos
todo de nuevo
dentro de cuatro
siglos o cuatrocientos
siglos el tiempo
que fuera necesario, cuando hayan
escrito de nuevo todo
la reescritura
de las ficciones ninguna
será la misma, ninguna
será duplicación y en cambio
de la ciencia los libros serán
una copia exacta, toda
prueba dará
los mismos resultados
la manzana
seguirá cayendo del árbol
atraída por fuerza
de la gravedad y en cambio
quien sabe en la ficción
si será culpable
de algún pecado y aún
así no importa nada / demasiado
nada. cae
la noche y asigna
una nueva premonición
iluminación
16
el marciano volta atribuyó a los metales
el origen de la electricidad
que aseguraba existía
en el cuerpo de la rana y esta sombra
de rescate por el gas que atribulado
circula entre alambradas letras
el neón distribuyendo tonos ambiguos
de colores que ahora, vagamente
podemos rastrear
el whisky desmantelando la madeja
de terminales que ceden su tensión
17
aquello que produce calor
produce también luz y fuerza
traducida en movimiento
o de carácter magnético, los metales
refractarios a la fusión se funden
como la tragedia se condensa
y luego se expande
todo lo que pueda ser tan solo
será cuando pueda ser
impregnado en la catástrofe
pilas de sillas que se apilan como dientes
transistores
que comunican la densidad
a lo largo del canal publicitario
amañados como liendres
a la enorme placa del hermano mayor
mirá que el ojo
de loris todo lo ve
metenés que creer
haceme caso atiende
en la dicción del cabo corto
la impregnante cumbre
de la insolación, el fallido polvo
los tomos incompletos
del saber reglamentario
18
el fluido eléctrico se traslada
de molécula a molécula por medio
de la polarización
dinamo, acumulador, magneto
el arco voltaico esparce su valor
en la noche parapléjica
rezuma su instinto de mohicanos
en la ciudad de los vaivenes
donde todo se puede enfrentar
menos la realidad
todos los cuerpos compuestos
pueden separar
sus elementos constitutivos
la cal, la potasa y la sosa
calixto desarma el cartón y toma
de la calle lo mejor
el aluminio impuro, el cobre
el acero inoxidable, los enseres
las prendas y el calzado
en la feria los paños
abrigan la tierra como una frazada
en la ciudad el asfalto cubre los pregones
las medianeras recalentadas por el día
vasto y lleno de sol se enfrían
para dar un respiro, el tierno descanso
la noche cae lenta
donde se prende una luz
hay una emoción
aunque sea muda queda la voluntad
donde se enciende
una luz queda esperanza
19
una raya larga como una boa constrictora
asciende la napia del cabo corto
sacuden luego un poco el polvo
de la ropa en aras de otorgar
mejor apariencia a un vago prestigio
prestado por la placa y suben
al bote lacónico, avanzan
en busca del adorno
casual es la injerencia pero firme
de la frula en la brigada, hace
con ellos efebos elevados
portadores de la llama y admirados por toda
la población carcelaria
20
así toda invención resulta
del encadenamiento de acciones
diferentes sobre el mismo objetivo
y alrededor del mismo objeto
que al cabo asciende en alguna
forma cercana a la perfección
en la teoría de la pesantez
del aire se basa
la máquina de vapor
los principios de la propulsión
el dominio de los metales
la máquina dotada
de un apto mecanismo
que desperdicia la fuerza
sin rendimiento efectivo
el vicio, la falla, la condensación
en condiciones regulares
la refrigeración hidráulica
el principio, el efecto
doble del émbolo
presionado en ambas caras
el paralelogramo
articulado, que ahora transmite
al balancín los impulsos
y llega al dominio
de la energía buscada
luego la cruceta, el patín
el volante y el eje
movimiento rotativo
dejando atrás el oscilante
y después la barra
de conección, la biela, el brazo
cigüeñal, regulador, manómetro
de mercurio y dos
bombas para el servicio
una de aire y otra
de inyección: ha sido
creada la máquina compound
y al día siguiente el mundo
ha dejado de ser
el mismo mundo
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from Piedra Lumbre Helena Severin by Julia Hetta for Luncheon Magazine, s/s 2018
#Helena Severin#Julia Hetta#Hannes Hetta#Henrik Haue#Luncheon Magazine#Piedra Lumbre#black and white#fashion#g.#women in suits
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🐚🤍LA MAGIA DE LA PIEDRA ALUMBRE 🤍
La piedra de alumbre o piedra lumbre es un mineral a base de sal que contiene sulfato de potasio y se da de forma natural en yacimientos alrededor del mundo.
La podemos comprar o conseguir en tiendas esotéricas, naturista o inclusive en ferreterías
Usos Esotéricos :
🐚🤍EN EL HOGAR
Un trozo de alumbre colocado en el hogar sirve para protegerlo de energías sutiles.
En la antigüedad se usaba también para pedir lluvia y buenas cosechas.
🐚🤍COMO AMULETO
Sirve como amuleto protector ante ataques de magia.
🐚🤍PROTECTOR
Sirve para alejar espíritus de bajo astral.
🐚🤍CURATIVO
Quita dolores de cabeza y se puede potencializar para canalizar bien tu energía.
🐚🤍COMO HERRAMIENTA MÁGICA
puede potencializar los hechizos de magia siempre y cuando sea para construir no para destruir seria desastroso utilizarla para magia negra.
🐚🤍DA LUZ A LOS ESPÍRITUS
coloca junto a la fotografía de tu ser querido una piedra alumbre y les darás luz en el plano astral en donde se encuentren.
🐚🤍EN CASA Y NEGOCIO
Se usa para limpiar la casa, el negocio, personas, de malas energías
En un negocio aumenta la llegada de clientes.
En casa puedes colocar varios recipientes con esta piedra en las habitaciones e irlas cambiando de sitio cada dos días hasta que sientes que esta libre de energías negativas.
🐚🤍EN LA ESPIRITUALIDAD
Es muy útil para mediums y espiritas ya que te ayuda a elevar la materia y aleja los malos espíritus que quiera introducirse en la reunión, llegando únicamente los espíritus ascendidos.
🐚🤍LIMPIAS
Puedes potencializar tus barridas con hierbas y piedra lumbre o huevo y piedra lumbre y asi quitar energías negativas o salaciones que tengas en tu person
🐚🤍️LIMPIEZA DEL HOGAR
Disuelva en una cubeta o envase con agua un puñado de piedra alumbre, loción de lavanda, hojas de romero. Lave puertas y ventanas que den al exterior, limpie los rincones de su hogar o negocio para neutralizar las energías negativas. Encienda una veladora verde o o azul pidiendo a santo miguel arcángel por la protecciones del hogar y sus integrantes.
🐚🤍️LIMPIEZA DE AMULETOS Y RESGUARDOS
Disuelva un poco de piedra alumbre en un vaso de agua, coloque sus amuletos y resguardos dentro de la misma y deje reposar toda la noche, por la mañana séquelos con una toalla limpia y colóquelos en algún sitio para que reciban los rayos del sol.
🐚🤍ALEJAR PESADILLAS
Disuelva en un vaso con agua una piedra alumbre coloque este vaso debajo de su cama procurando que quede a la altura de su cabeza, cuándo el sueño empiece a apoderarse de tí intenta conectarte con el agua y trata de filtrar todos tus pensamientos negativos a través de ese vaso, en la mañana tirar el agua al lavabo.
🐚🤍️RITUAL CONTRA ENVIDIAS
materiales necesarios .
Un limón
Un trozo de piedra alumbre
7 gotas de su loción de tu preferencia
Unte la loción al limón y a la piedra alumbre y guárdelos en su bolso o en el cajón de su escritorio. En cuanto endurezca el limón, arrójelo por encima de su hombro izquierdo en un cruce de calles o caminos y repita.
He quitado la mala energía causada por las envidias, este limón se lo lleva todo.”
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La muerte del guerrero Jaguar
Caminaban entre los árboles, fuera del camino, como lo habían hecho muchas veces antes. Un yaokiski caminaba tras de él. “Muy flaco, pero con valor” pensaba mientras le veía quitar las ramas de su camino con determinación. “Es mejor hacerlo al anochecer” había dicho achkautli, pero el sabía que eso no importaba; cuando la batalla inicia el fuego de la guerra enciende los corazones de los que pelean y consume a los que se entregan al miedo. El sol asomaba ya sobre los cerros cuando el guía volvió.
—Es allá detrás de la loma —dijo este.
Todos se dieron miradas de aprobación y mostraron sonrisas de triunfo. Sujetó firmemente su macahuitl e inició la subida.
Se movía tan rápido como sus piernas le permitían para mantener el sigilo. El corazón daba golpes tan fuertes en su pecho, como si quisiera estallar. Alcanzó la primera cabaña y con fuerza derribó la puerta hecha de ramas. De nada le sirvió, al que ahí estaba, la lanza en sus manos. Su golpe fue tan fuerte y certero que le abrió la cabeza en dos. Encontró a dos mujeres y un niño temblando entre lágrimas en un rincón. Hizo un movimiento con la mano, señalando la entrada y estos obedecieron temblando de miedo. Los hizo arrodillarse en el suelo y los entregó al amarrador. Giró la cabeza en busca de oponentes. La sangre le hervía y por sus ojos salía lumbre. Vio entonces a uno de los suyos siendo partido por dos enemigos. Corrió y de un golpe abrió el vientre de uno. Vino a su encuentro el segundo y cerca estuvo de haberle matado, pero su mano fue rápida y tomó la mano con la que este sostenía su garrote. Con la mano que sostenía el macahuitl le rebanó el cuello. La sangre salpicó sobre su rostro, pudo sentir el calor y vio el vapor que salía de esta, pues era una mañana fresca. Se sintió completo y lleno del favor de los dioses.
Vio entonces a un hombre escapando con dos mujeres, entre los árboles. Sin perder un segundo corrió tras ellos. El miedo de sus victimas se convertía en combustible para su espíritu. Los gritos de agonía se alejaban conforme el corría. Un golpe en la cabeza lo detuvo de pronto y lo tiró sobre su espalda. Con un grito horrendo y otro golpe a su cabeza el hombre antes perseguido, ahora intentaba matarle. Alcanzó a reaccionar y con su macahuitl detuvo el que hubiera sido el tercer impacto. Lanzó golpes fuertes contra la cabeza de aquel hombre que se mantenía sobre él y lo empujó. Su rival se puso de pie al mismo tiempo que él y blandía su garrote fieramente. Lo había visto antes, el hombre que tenía en frente moriría antes que ser tlakotli. Se lanzó sobre él con fuertes ataques, pero su oponente se defendió con ferocidad y no dio muestras de temor. Sin embargo su espíritu no era el de un guerrero, solo podría aguantar un poco más. Reanudó su ataque, esta vez logró despojar del garrote a su oponente y con una patada lo derribó. Se acercó y con un corte en el cuello apago el espíritu de aquel hombre. Levantó su arma en el aire y la dejó caer con violencia sobre el pecho de aquel hombre caído. Con sus manos arrancó el corazón de su lecho. Dejó escurrir la sangre, que aún salía del órgano sin vida, sobre su rostro y bebió un trago. Al igual que la sangre de jaguar le había dado fuerza, la sangre de un hombre bravo le haría más valiente.
Gracias al espíritu del jaguar podía sentir el miedo de las dos mujeres que aun seguían en fuga. Continuó con la persecución con más entusiasmo que antes. El sol se colaba ya entre las ramas de los árboles. La tierra mojada le revelaba las huellas que debía seguir. No podían estar muy lejos, la batalla con el hombre no le había tomado mucho tiempo. Las encontró en escondidas entre los restos de un árbol caído. Escondidas entre las ramas trataban de contener los sollozos, muy atrás se habían quedado ya los gritos de sus familias y parientes. La joven mujer era muy hermosa. Jadeante de emoción se acercó para tocarla.
—¡No! —gritó la mujer más vieja al tiempo que lanzó una piedra, la cual le abrió una herida en la frente por la que empezó a correr sangre. Enfurecido por aquella acción tomó su daga de obsidiana, arrastró a la mujer en círculos y después le corto el cabello hasta dejar a la vista la piel debajo. Con un movimiento de su mano apuñaló el pecho de vieja mujer y la vio cerrar los ojos y entregarse al sueño eterno. La sangre del jaguar le pedía sangre, podía sentirlo en su interior. Volvió la mirada hacia la joven y se dirigió a ella. Estaba envuelta en una manta de algodón y no dejaba de temblar. Los dioses podían esperar, el jaguar exigía un tributo de sangre. Arrancó la manta que la cubría y pudo ver una piel suave del color del cedro. Recorrió la daga por su cara y bajó hasta su pecho desnudo. Hizo un pequeño corte en la oscura aureola, un pequeño hilo de sangre se hizo camino cuesta debajo de aquel redondo y virgen seno. Con la daga en el cuello de la mujer lamió la sangre y el pezón. El jaguar exigía más, dio vuelta a la bella hembra y enterró toda su virilidad de un golpe. La poseyó violentamente, hasta que el jaguar estuvo satisfecho. Entonces la recostó boca arriba y montado sobre ella, agarró con ambas manos la daga y la clavó en su pecho. Abrió las costillas y sacó el corazón.
—Mío —dijo el jaguar en su oído. Llevo el corazón a su boca y lo devoró hasta que no quedó nada.
—¡Tlatelchiuali! —dijo la mujer que había dado por muerta. —Maldito seas —sollozó entre lágrimas. —Era mi hija, mi pobre hija, Chalchihuatl, maldito seas, ocelopilli. Tu nombre será olvidado, el tuyo y de todos los de tu clase. ¡Yo te maldigo jaguar! Esa piel que llevas sobre tu espalda te habrá de consumir, será tu perdición. Todo aquel que derrama la sangre de su propia gente será consumido por el olvido. Nadie recordará tu nombre ni el de los tuyos ni ahora ni en mil años.
Se dirigió a ella lentamente y le cortó la garganta.
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CANCIÓN DE LA NOCHE LARGA
30 enero 2022
Pasé por el Blog de Sandra ...
En la noche y bajo una
muda elocuencia de piedra,
la sombra de los cipreses
es como un grito en la niebla. Coros de voces descalzas
ponen sus ágiles pies
sobre las copas oscuras
de los árboles; después
la aguda espada de un grillo
hiere un hermoso silencio
de blanca carne de lirio
y de cabellos de incienso.
Yo sueño con que tus manos
se van perdiendo a lo lejos
como dos trémulas alastras la negrura del cielo. Soledad de soledades:
mi corazón está solo
frente a esta noche que crece
como un rosal sin colores. Si pudiera ver el marque me recuerdan tus ojos,
se trocarían en lumbres
mis soledades en sombra;
se llenaría de flores
el limonero más alto;
con sus mejores kimonos
vendrían las mariposas
de donde nadie lo sabe;
la luna se iría entonces
cantando por otra calle,
y una frescura de infancia
se me entraría en el alma:
ya no sería yo el mismo,
el de esta noche tan larga;
con otro cuerpo distinto
y el corazón en las manos
retornaría de nuevo
para jugar en la playa. Canciones de primavera.
Olor a tierra mojada. ¡Todo si viera tus ojos
en esta noche tan larga!
Franklin Mieses Burgos
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Manuel González Sosa y «A pesar de los vientos»
Por SERGIO BARRETO
Definir con una sola palabra la experiencia poética desarrollada por un hombre a lo largo de toda su vida puede parecer un reduccionismo excesivo; aun así, me atrevo a decir que la palabra que resume la obra, y tal vez la vida, de Manuel González Sosa es discreción. El libro que reúne esa obra, A pesar de los vientos, es un ejemplo fiel de esa discreción elevada a rango ascético. Y es que sin ese concepto, separando a González Sosa de esa discreción, sería difícil entender su peculiaridad más honda, porque sólo aplicando a su corpus creativo dicha actitud vital puede vislumbrarse, a nuestro juicio, el motivo por el que prefirió mantenerse al margen de todas las tendencias líricas, convirtiéndose en un poeta de creación silenciosa y de difusión limitada. Esto revaloriza, hoy por hoy, su autenticidad. Pero además, en su momento, esa actitud le permitió a nuestro poeta desarrollar una obra personalísima y de una hondura que sólo puede provenir del verdadero contacto con el hombre, el lenguaje y sus problemas.
Porque en González Sosa no tienen lugar, en efecto, mímesis epigonistas o acomodamientos estéticos. Su poesía emerge de una actitud de rigor y coherencia constantes, de exploración minuciosa de la mirada y con la mirada, de un acto de riesgo del lenguaje para captar o atrapar el sentido de un mundo por el que desfila la belleza, entendiendo la belleza al modo de Keats (a cuya memoria, por cierto, dedica el hermoso poema que cierra este libro), es decir, como verdad que se abre en el límite del decir hasta dejarnos mudos, atrapados en los versos finales de su «Oda a una urna griega», donde un silogismo aparentemente obvio se convierte en sentencia elevadísima.
Lo bello, en Manuel González Sosa, no es lo sublime, sino, tal y como lo consideraba Mircea Eliade, lo sagrado. Debido a esto, poemas como «Manto de Paracas» o «Regreso» plantean entramados conceptuales y fónicos que, al encontrarse a merced del símbolo, adquieren una complejidad inusual en la que experiencia, conocimiento y comunicación se imbrican medularmente, desactivando ese dualismo roñoso que ha carcomido, en los últimos decenios, a la poesía española. La duda en torno a la idea de poesía como conocimiento o como comunicación no tiene lugar en Manuel González Sosa, sencillamente porque carece de relevancia. Lo importante para nuestro autor era escarbar en el idioma del mundo (el otro lenguaje con el que se escribe el poema) para retener su forma entre las manos y perpetuarla en la página. Y esto mediante un discurso poético donde aquello que acontece está más allá de paisajes y descripciones preciosistas, concretamente en los instantes sagrados que forman el tejido de lo real y que necesitan del pensar para ser y del lenguaje para expresar lo que son y, claro está, permanecer. El poema «Hallazgo del chopo», perteneciente a la serie «Entrevisiones» (del cuaderno Paréntesis), expresa bien este particular:
Para uno el chopo era un árbol fabuloso, no real. Un árbol lírico que sólo crecía y medraba en los versos del poema o en sus cercanías. Y esta mañana he visto un chopo. Estremecido, disparado, sagital, junto a unas piedras románicas de Pancorvo. Empapado de lumbre matinal, me pareció, en la instantánea visión de la ventanilla del tren, más bello aún de cómo me lo ofrecieron las lecturas de Azorín, de Antonio Machado, de Unamuno.
Fieles reflejos de este peculiar idealismo son sus sonetos. La exigente estructura métrica, así como el pulso expositivo-reflexivo de los catorce versos, parecen adaptarse al riguroso laboratorio lingüístico que González Sosa desplegaba a la hora de encaminar los versos hacia el poema. Quizá por eso durante toda su trayectoria cultivó con fruición esta modalidad poética y, precisamente por ello mismo, logró entregarnos una forma de soneto peculiar, personal, con respecto a la tradición sonetista practicada en nuestro idioma y que, si en su caso hereda de Unamuno el tono existencial y la cadencia áspera, escapa pronto del sonetismo clásico y efectista, casi vacío, que dominó en España en los años cuarenta y cincuenta del pasado siglo. «Llama en la puna», de Cuaderno americano, es claro ejemplo de esa elevada exigencia:
La costumbre del gueto y la miseria
hincó la mansedad en estos seres
que avanzan por el tiempo y los senderos
como sombras, furtivos y sonámbulos.
Con leves tumbos la ternura agita
alguna vez sus almas: solo entonces
las aguas muertas de los ojos tiemblan.
Pero ningún relámpago sombrío
incuba en las afueras de sus frentes
una brasa o un rescoldo vendimiados
en escondida hoguera de coraje.
Solo esa bestia, inmóvil contra un fondo
de nevados y abismos, procazmente
asume el ademán de los picachos.
Y es que la estimulante dificultad, el rigor, la penetración metafísica, al plantearse como elementos que conforman el campo de batalla verbal, conducen al poeta a desmarcarse de garcilasismos y retoricismos, para así acoplar su voz a esa cadencia que González Sosa consideraba absolutamente lograda en un poema como «Noche y muerte», de José María Blanco-White, del cual realizó dos versiones al español.
En los textos que componen «Paisajes con sombras» (de Cuaderno americano), la presencia del César Vallejo de raigambre moralista parece planear sobre todo el cuaderno, aunque, en el caso de nuestro autor, esta moral parece más vinculada a la visión del lenguaje como herramienta de búsqueda humanista que a la visión desencantada y sufrida del hombre que nos legó Vallejo. «Ruinas de Chan Chan», el impresionante poema que abre dicho cuaderno, es un ejemplo claro de este compromiso moral con el lenguaje. Veamos un fragmento:
[…] Molida
como todas las tierras por los dientes
del tiempo y la intemperie. Igual que otras
―melada, gris, sedeña, áspera, parda,
blanca de sucia cal de viejos huesos―,
y entreverada como todas ellas
de recónditas sales. Pero ungida
con saliva de Dios por un destino
impar aunque caduco. […]
Continuando con este aspecto de la dimensión moral del lenguaje que preocupó a González Sosa, me gustaría destacar que uno de los creadores que vinieron a mi cabeza mientras leía las cinco partes que componen A pesar de los vientos fue Charles Tomlinson, considerado por muchos como el poeta de la mirada. Algunos textos del autor inglés, como «Santiago de Compostela» o «Xochimilco: palabras», parecen hacer fuerza común con el autor canario, refrendando aquello que dijo Borges sobre el poema continuo, único, escrito desde los albores de la humanidad hasta nuestros días. Y es que el genuino talento de González Sosa parece encontrarse en la mirada ―en el grado de resolución óptica de la mirada―, una mirada hiperlúcida, atravesada por la perspectiva moral y nutrida gracias a los contrastes que sólo una mente en perpetuo movimiento puede revelar.
Otro aspecto que cabría mencionar aquí, y que ratifica esa actitud vital que constituye el eje de su creación, radica en su dominio del poema breve, entendiendo poema breve como pieza lírica no superior a treinta versos. Son precisamente esas aguas las que, a nuestro entender, Manuel González Sosa navega con eficacia, guiado por la brújula de su espíritu lírico y tratando siempre de alumbrar con algo de sentido un mundo extraño. Su inconformismo existencialista (unamuniano) nos zarandea, para decir que la sombra es más densa que lo que la suscita y, por lo tanto, debe ser aprehendida, interpretada y fijada mediante el discurso poético. Buen ejemplo de ello es el poema titulado «César Vallejo»:
Puedo buscarte, y te hallaría.
Tú no estás muerto, ni lejano.
Nunca saliste de tu pueblo.
De la vigilia no te fuiste.
Ni de la infancia. En ellas sigues,
niño medroso. El cuerpo envuelto
en un sudario ya podrido,
acurrucado entre los pliegues
tibios del halda de tu madre,
tu pulso huyendo hacia las yemas
de las raíces que aún se asoman
fuera del vientre devastado.
Mientras oscuras voces, pasos
de nadie, sombras, de tus ojos
el sueño espantan. Nunca, nunca
tú soñarás que ya creciste
hasta la altura de tus años
―cima ofrecida a cualquier viento.
Continuamente, con sus filos
de hierro o pétalo, las horas
habrán de herirte, y desde dentro
cada tañido de tu sangre.
Arada a punta de ascua insomne,
no en las pupilas, en dos úlceras,
seguirá en vela tu mirada,
doliente siempre y pavorida.
Tocaré acaso el sobresalto
que me posee, si te encuentro
y como un bálsamo abandono
mi compasión sobre esa llaga.
Poeta, Manuel González Sosa —para decirlo en un rápido recuento—, discreto, voluntariamente al margen de las estéticas imperantes, abierto a lo sagrado y al instante, existencial e idealista a un tiempo, comprometido con el lenguaje, de honda mirada metafísica y maestro del poema breve.
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