#López de Gómara
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The Conquest of New Spain
The Conquest of New Spain by Bernal Díaz del Castillo (1492 to c. 1580) is an account written in 1568 of the early Spanish colonization of Mesoamerica, specifically the conquest of the Aztec civilization in Mexico from 1519 to 1521 when Díaz was a member of the conquistador expedition led by Hernán Cortés (1485-1547).
Bernal Díaz
Díaz was born in 1492 in Medina del Campo, Valladolid, in Spain. Like many young men of his generation, he sought his fortune in military escapades in the New World. Díaz was in Nombre de Dios in Panama in 1514 where he served Pedro Arias de Avila (aka Pedrarias Dávila, b. 1442). In 1517, Díaz moved on to Cuba where he served under another infamous colonial governor, Diego Velázquez de Cuéllar (1465-1524). Velázquez was keen to find out more about the Yucatán Peninsula – then considered just another Caribbean island. Cuéllar sent two expeditions of exploration to Mexico: one in 1517 led by Francisco Hernández de Córdoba (1474-1517) and another in 1518 led by Juan de Grijalva (1489-1527). Díaz was on both expeditions as an ensign, and they have a chapter each devoted to them in Díaz's chronicle, but it is inconsistencies in the geography of these expeditions which have led some to doubt Díaz's participation.
Velázquez was so intrigued by the reports of the first two expeditions concerning a large civilization to the west that he determined to send out a third reconnaissance mission, this time to be led by Hernán Cortés. Díaz went on this expedition in 1519, but Cortés was ambitious for much more than information and was intent on conquest and riches.
After the campaign against the Aztecs, Díaz had an official position in Guatemala which included an encomienda license to extract labour from the indigenous community. Díaz visited Spain again but ultimately returned to Guatemala to write his famous work in the last years of his eventful life. The original title in Spanish is Historia verdadera de la conquista de la Nueva España ("The True History of the Conquest of New Spain"). New Spain was the name given to the viceroyalty that the Spanish established in 1535, of which Mexico was a part.
The work was first published in 1568, almost 50 years after the events the book describes. Díaz was 76 at the time, and this may explain some of the inconsistencies that have preoccupied modern historians. The doubts are a little ironic since one of the primary motivations for Díaz to take up his pen was to set the record straight. Díaz did not agree with a recent publication by Francisco López de Gómara (1511 to c. 1566), Herńan Cortés' private chaplain and final confessor. He felt that López's General History of the Indies (Historia General de las Indias), written in collaboration with Gonzalo de Illescas, had not got all the details of the Aztec conquest right and that Cortés had not been represented accurately. Díaz claimed that López had never even been to the Americas while he had been an eyewitness at every major battle. Díaz frequently criticises and corrects these chroniclers in his own work, and he is keen to show that the conquest was a team effort of conquistadors and not just Cortés, who Díaz felt had gained too much credit at the cost of his colleagues. A further motivation for Díaz was that his account, in which he is keen to show his role in the conquest, in some sense justified his encomienda, which at that point risked being abolished by a new set of laws.
Díaz died around 1580, having outlived all his old conquistador companions, but at least, in the words of the English translator J. M. Cohen, having recorded his version of events for posterity by displaying "a graphic memory and a great sense of the dramatic" (7).
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¿Sabías que la Historia de la Conquista de México de Francisco López de Gómara fue el libro que dio origen a la Leyenda Negra antiespañola?¿Sabías que Gómara, que era profesor en la que hoy es la Universidad Complutense nunca estuvo en América y se inventó sus contenidos basándose en rumores? Cuando Bernal Diaz del Castillo, soldado de Hernán Cortés, lee las mentiras de la crónica de Gómara, y escribe su libro La Historia Verdadera de la Nueva España, un libro que estoy leyendo y analizando y que puedes escuchar en esta lista: https://www.youtube.com/watch?v=z9vTcde9ZEU&list=PL5c49OWEOenYmAuYuv3NY3sy_21UDilD-
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The Mexica people of the Aztec Empire did not mistake Hernán Cortés and his landing party for gods during Cortés' conquest of the empire. This myth came from Francisco López de Gómara, who never went to Mexico and concocted the myth while working for the retired Cortés in Spain years after the conquest.[288]
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“La Historia de las Indias y conquista de México”, de Francisco López de Gómara
“La Historia de las Indias y conquista de México”, de Francisco López de Gómara
«Edición de Belinda Palacios» Cubierta de: ‘La Historia de las Indias y conquista de México’ En 1552 Francisco López de Gómara publicó La Historia de las Indias y conquista de México con la pretensión de abordar la crónica más completa sobre el descubrimiento y colonización del Nuevo Mundo. Una obra que alcanzó un éxito arrollador durante el siglo XVI y que, frente a otros textos que abordan…
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#Belinda Palacios#Biblioteca Castro#Francisco López de Gómara#Fundación José Antonio de Castro#La Historia de las Indias y conquista de México
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Esclavitud de los indios en la Nueva España.
La "conquista" fue "liberadora", dicen.
El argumento de que la “conquista” fue “civilizador” repetido por las derechas española y mexicana parte necesariamente de la negación del carácter ”civilizado” de Mesoamérica en contraposición con la “civilización” europea.
Esta descalificación de Mesoamérica ´parte de criterios racistas y eurocéntricos según los cuales son “salvajes” el sacrificio y la antropofagia rituales, pero son "civilizadas" las torturas y formas de ejecutar de los tribunales europeos medievales, civiles y eclesiásticos. Es “bárbara” la guerra florida y la extracción de tributos y cautivos para el sacrificio, pero es “civilizada” una forma de guerra en la que era normal destruir, arrasar tierras, saquear, violar e incendiar. Etcétera.
Usan la alianza de los poderosos señores de Tlaxcala, Huejotzingo, Cholula, Cempoala y cientos de altepemeh, contra los poderosos señores de Tenochtitlan, Texcoco y Tlacopan y otros cientos de altepemeh, como argumento para apoyar el aún más descabellado criterio de que la “conquista” fue “liberadora”, cuando esa actitud se parece mucho a las formas en que se hacían y deshacían las alianzas de los poderosos de la península ibérica durante los ochocientos años de la dizque reconquista, o a la que durante las dos guerras de más de cien años entre Francia e Inglaterra, que duraron lo que duraron gracias a los barones borgoñones, aquitanos y otros, que peleaban del lado del inglés a veces, y otras, del francés.
La descalificación surge, sobre todo de un pensamiento no racional, sino de fe, según el cual el cristianismo y su modelos de civilización son la única religión verdadera (de ahí que los esapañoles del siglo XVI y no pocos de ahora creyeran que las religiones mesaomericanas eran, literalmente” cosa del diablo, lo que permea todas sus crónicas e historias (incluidas las de tradición indígena escritas por los sabios Sahagún, Durán, De Gante, Benavente, etcétera) y cuyas ideas siguen extrañamente vigentes a 500 años.
A ver si vamos entendiendo que unos no eran ni más ni menos civilizados que otros, y dejamos de juzgar a unos desde nuestras ideas del siglo XXI, mientras normalizamos las acciones de otros porque creemos que esas formas de guerra y justicia eran válidas. Ni más, ni menos civilizados.
Unas cuantas citas de esas fuentes sobre el carácter civilizador y liberador hecho por mero afán de lucro, poder y dominación (en su 2ª carta, Cortés menciona la palabra “oro” más de 50 veces, y “esclavos” o sus variantes, más de veinte):
"Hallamos la gente muy descuidada... y tomáronse muchas mujeres y muchachos... y yo estuve dos días en este pueblo, creyendo que el señor de él se viniera a dar por vasallo de vuestra majestad, y como nunca vino, cuando partí hice poner fuego al pueblo." Hernán Cortés.
Se esclavizaron a los habitantes de 4 pueblos “por putos, por idólatras, por comer carne humana, por rebeldía que tuvieron, para que temiesen los demás, y porque eran muchos, y si así no los trataba, volverían a rebelarse”.
López de Gómara.
"D. Fernando mandó que se diese sacomano en el pueblo e tomasen lo que en el fallasen lo qual asy se fizo e trayendo algunos españoles algunas mujeres e muchachos de la tierra el dicho D. Fernando Cortés los fizo esclavos e los vendió en publica almoneda".
Testigos del juicio de residencia de Hernán Cortés.
"Dos mil los que se hicieron en Tecamachalco, donde se apretó la mano en el castigo... Y ya no se llamaban prisioneros, sino cautivos, hasta que puestos en venta perdían el nombre, y pasaban a la servidumbre dando el rostro a la nota miserable de la esclavitud".
Antonio de Solís.
"Cortés respondió, “aunque os salgan de paz, los matad”, e que ansí se fue el dicho Sandoval, e de vuelta trujo más de tres mil personas, del dicho pueblo Morisco... e ansí traídos antel dicho don Hernando Cortés les tomó e les fizo todos esclavos".
Testigos en el Juicio de residencia.
Tengo cien citas similares, de los cronistas del siglo XVI.
#conquista de mexico#indio#conquistador#conquiasta de tenochtitlan#youtube#esclavitud de los indios en la nueva españa#cuauhtémoc#conquista de tenochtitlan#quema de pies
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“El escudo de armas que estaba a sus entradas de sus soberbias puertas y Palacios y en que traen en las Banderas del Rey Moteczuma y las de sus antecesores, es una águila abatida por un tigre feroz, las manos y uñas (sic) puestas como para hacer presa; aquí algunos dicen que es grifo, y no águila afirmando que en las sierras de Teoacan hay grifos y cuentan que se despoblaron los pueblos del Valle de Auacatlan comiéndose los Hombres y así traen por argumento que se llaman aquellas sierras Cuitlachtépec de Cuitlachtli, que es grifo como león. Ahora creo que en estos, nuestros tiempos no los hay porque dicen los naturales que están acabados o se metieron a la tierra dentro, y también dicen que esta ave o animal no tiene pluma sino vello y que se llama Quetzalcuitlachtli.
Y que era un animal que tenía muy fuertes dientes con que quebrantaba los huesos y las uñas con las que cogía hombres y venados y que tienen el parecido de león, ahora no los hay porque no los han visto los Españoles. Los Indios muestran estos grifos que llaman quetzalcuitlachtli por sus antiguas figuras, y tiene vello, y no pluma, y dicen que quebraban con las uñas y dientes los huesos de hombres y venados, tiran mucho a león y parecen águila porque los pintan con quatro pies con dientes y con vello y que mas aina es lana que vello, ni que pluma con pico y diente, con uñas y alas con que vuela, y en todas estas cosas responde la pintura a nuestra escritura y pinturas o pinceles de manera que ni bien es ave ni bien bestia.
Plinio por mentira y por falsedad tiene esto de los grifos aunque hay muchos cuentos de ellos y también hay en muchas partes de estas naciones de esta tierra otros señores que tienen por armas en sus escudos este Grifo que va volando con un ciervo en las uñas asidas con ellas a venados y otros animales que comen; y aun en España también los pintan en algunas armas, y así dicen estos naturales que los había en un tiempo y que con las gentes nuevas que vinieron a poblar a aquellas partes donde las había se han perdido o consumido”.
Fuente: Chimalpáhin y La conquista de México. La crónica de Francisco López de Gómara comentada por el historiador nahua.
México • Universidad Nacional Autónoma de México / Instituto de Investigaciones Históricas • 2012 • (Serie Historiadores y Cronistas de Indias 10) • 554 p. • ISBN: 978-607-02-3205-3
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CAPITULO 001 – HISTORIA DEL PERÚ – GOBERNANTE 01 – FRANCISCO PIZARRO – MARQUÉS DE LOS ATAVILLOS – GOBERNADOR Y CAPITÁN GENERAL – DEL 16 DE NOVIEMBRE DE 1533 AL 26 DE JUNIO DE 1541.
CAPITULO 001 - BIOGRAFÍA
Francisco Pizarro González, nació en Trujillo, España el 16 de marzo de 1478 y falleció en Lima, 26 de junio de 1541. Fue un noble explorador castellano, conquistador del Perú.
Gobernador de Nueva Castilla, con sede de gobierno en la Ciudad de los Reyes. Se le recuerda por haber logrado imponerse sobre el Imperio incaico con ayuda de diversos cacicazgos locales, conquistando el mencionado Estado imperial cuyo centro de gobierno se ubicaba en el actual Perú, además de establecer una dependencia española sobre él.
Si bien tuvo el título de marqués, fue realmente «marqués sin marquesado». Tras la emancipación de la Corona de Su Majestad el Rey, sus descendientes tuvieron el título de marqueses de la Conquista, pero con el nombre de Atavillos.
Sin embargo, es muy posible que en razón de su lealtad a la Corona le fuera como honra concedido el título de marqués de los Atavillos, siendo este el título utilizado por el cronista don Francisco López de Gomara en su Historia General de las Indias, capítulo CXXXII.
También fue referido como marqués por Pedro Cieza de León en su libro Crónica del Perú.
Para sus huestes indígenas era conocido como Apu (‘jefe’, ‘señor’, ‘general’) o Machu Capitán (‘viejo capitán’).
Francisco Pizarro nació en la ciudad de Trujillo (Extremadura). Existen dudas acerca de la fecha exacta de su nacimiento puesto que, si para unos historiadores fue el 16 de marzo de 1476, para otros fue la misma fecha, pero del año 1478. Algunos historiadores llegan a hablar de 1473.
Fue hijo del hidalgo Gonzalo Pizarro Rodríguez de Aguilar, llamado el largo o el romano, importante personaje de la época, de gran influencia, que participó en las campañas de Italia, bajo el mando de Gonzalo Fernández de Córdoba y de Francisca González Mateos, dama de recámara noble de la tía de Gonzalo, Beatriz Pizarro, devota del Convento de San Francisco el Real. Pizarro era pariente lejano de Hernán Cortés, quien conquistó el imperio azteca.
A la edad de 20 años se alistó en los tercios españoles que, a las órdenes de Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, luchaban en las conocidas como campañas de Nápoles contra los franceses. Según López de Gómara, habría servido bajo las órdenes de este, siempre como soldado, en el sur de la península, Calabria y Sicilia. Viajó a Sevilla, donde permanecerá hasta su marcha a América.
En 1502 llegó a América en la expedición de Nicolás de Ovando, el nuevo gobernador de La Española. De sus primeros años en América se sabe muy poco. Probablemente pasó un tiempo en la isla de La Española.
En 1508, el rey Fernando el Católico sometió a concurso la conquista de Tierra Firme. Se crearon dos nuevas gobernaciones en las tierras comprendidas entre los cabos de la Vela (Colombia) y de Gracias a Dios, (en la frontera entre Honduras y Nicaragua). Se tomó el golfo de Urabá como límite de ambas gobernaciones: Nueva Andalucía al este, gobernada por Alonso de Ojeda, y Veragua al oeste, gobernada por Diego de Nicuesa.
En 1509 hubo una expedición comandada por el bachiller y Alcalde Mayor de Nueva Andalucía Martín Fernández de Enciso, que salió a socorrer a su superior jerárquico, el gobernador Alonso de Ojeda.
Ojeda, junto con setenta hombres, había fundado el poblado de San Sebastián de Urabá en Nueva Andalucía, lugar donde después se levantaría la ciudad de Cartagena de Indias; sin embargo, cerca del establecimiento existían muchos indígenas belicosos que usaban armas venenosas, y Ojeda había sido herido en una pierna.
Poco después, Ojeda se retiró en un barco a La Española, dejando el establecimiento a cargo de Francisco Pizarro, que en ese momento no era más que un soldado en espera de que llegara la expedición de Enciso.
Ojeda pidió a Pizarro que se mantuviera con unos pocos hombres por cincuenta días en el poblado, o que de lo contrario usara todos los medios para regresar a La Española.
Hombre de fuerte carácter y poco dispuesto a la actividad sedentaria, participó en la expedición de Alonso de Ojeda que exploró América Central y Colombia (1510), y luego en la de Vasco Núñez de Balboa que culminó en el descubrimiento del Mar del Sur (más tarde océano Pacífico) en 1513.
En enero de 1519, Francisco Pizarro arrestó a Vasco Núñez de Balboa por orden de Pedro Arias de Ávila, gobernador de Castilla de Oro.
De 1519 a 1523 fue encomendero y alcalde de Panamá. Existen discrepancias sobre el estado de la fortuna de Pizarro durante su estancia en Panamá.
Horacio Urteaga es un cronista que asegura que la situación económica de Pizarro y su socio Almagro eran holgadas.
Los historiadores Quintana y Mendiburu, que mucho averiguaron sobre la vida de los conquistadores, aseguran que Pizarro era uno de los moradores de Panamá menos acaudalados, y cuando llegó el caso de la famosa contrata para descubrir el Perú, ambos socios no pudieron poner otra cosa que su presencia y experiencia.
En 1524, Francisco Pizarro se asocia con Diego de Almagro y Hernando de Luque, un hombre influyente, cura de Panamá, para conquistar “Birú” o “El Birú” (el Imperio inca del Perú), del que tenían vagas noticias, repartiéndose las responsabilidades de la expedición.
Francisco Pizarro la capitanearía, Almagro se encargaría de la intendencia y Luque estaría al cargo de las finanzas y de la provisión de ayuda. Existen noticias de un cuarto asociado, el licenciado Espinosa, que no quiso figurar oficialmente y que habría sido el financiador principal de las expediciones hacia el Perú.
A finales de septiembre de 1526, cuando habían transcurrido dos años de viajes hacia el sur afrontando toda clase de inclemencias y calamidades, llegaron a la isla del Gallo extenuados.
El descontento entre los soldados era muy grande; llevaban varios años pasando calamidades sin conseguir ningún resultado. Pizarro intenta convencer a sus hombres para que sigan adelante; sin embargo, la mayoría de sus huestes quiere desertar y regresar. Allí se produce la acción extrema de Pizarro, de trazar una raya en el suelo de la isla obligando a decidir a sus hombres entre seguir o no en la expedición descubridora.
Tan solo cruzaron la línea trece hombres. Los “Trece de la Fama”, o los “Trece caballeros de la isla del Gallo”, fueron: Bartolomé Ruiz, Pedro Alcón, Alonso Briceño, Pedro de Candia, Antonio Carrión, Francisco de Cuéllar, García Jerén, Alonso de Molina, Martín Paz, Cristóbal de Peralta, Nicolás de Rivera (el viejo), Domingo de Soraluce y Juan de la Torre.
Pizarro y los Trece de la Fama esperaron refuerzos cinco meses en la isla del Gallo, los cuales llegaron de Panamá enviados por Diego de Almagro y Hernando de Luque, al mando de Bartolomé Ruiz. El navío encontró a Pizarro y los suyos en la isla de la Gorgona, hambrientos y acosados por los indios. Ese mismo día, Pizarro ordenó zarpar hacia el sur.
Pizarro no fue ni el primero ni el único que intentó la conquista del Perú.
Dos años antes, en 1522, Pascual de Andagoya intentó la aventura: su expedición terminó en un estrepitoso fracaso. Sin embargo, las noticias de la existencia de “Birú” y de sus enormes riquezas en oro y plata influyeron sin duda en el ánimo de los asociados y pudieron haber sido decisivas en la toma de decisión para acometer la empresa. Revista Historia del Perú.
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EL CANIBALISMO IMPERIAL DE LOS AZTECAS
~ una verdad incómoda para los críticos de la Conquista
-Hallazgos arqueológicos de los últimos años demuestran que los relatos de los conquistadores sobre la antropofagia de la civilización que dominó el centro de México del siglo XIV al XVI no eran mera propaganda de guerra-
La otra cara de la leyenda negra sobre la colonización de América por los españoles es la idealización del mundo precolombino, pintado como un Edén en el que los indígenas vivían en armonía entre sí y con la naturaleza. La grandeza de la cultura azteca, plasmada en sus monumentales construcciones, o el “socialismo” inca eran elementos de un relato que encubría un dominio implacable de esos imperios sobre otras etnias a las que sojuzgaban, explotaban, saqueaban y, en ciertos casos, devoraban. Literalmente.
“Oí decir que le solían guisar (a Moctezuma) carnes de muchachos de poca edad... (...) mas sé que ciertamente desde que nuestro capitán [Hernán Cortés] le reprendió el sacrificio y comer de carne humana, que desde entonces mandó que no le guisasen tal manjar”. Quien esto escribe es Bernal Díaz del Castillo, conquistador español, que en 1519 a las órdenes de Hernán Cortés participó de la expedición que puso fin al Imperio azteca.
Otros testimonios daban cuenta de la existencia de muros construidos con cráneos en Tenochtitlán. “Fuera del templo, y enfrente de la puerta principal, aunque a más de un tiro de piedra, estaba un osario de cabezas de hombres presos en guerra y sacrificados a cuchillo, el cual era a manera de teatro más largo que ancho, de cal y canto con sus gradas, en que estaban ingeridas entre piedra y piedra calaveras con los dientes hacia fuera”. Ese relato del cronista Francisco López de Gómara, en Historia de las conquistas de Hernán Cortés, recogía el testimonio de Andrés de Tapia y Gonzalo de Umbría, dos hombres de Cortés, sobre la existencia de ese osario.
Relatos como éste fueron relativizados o descalificados por sospecha de subjetividad y falta de pruebas materiales, hasta que la evidencia arqueológica los confirmó: en 2017, y tras dos años de excavaciones, arqueólogos mexicanos dieron con parte de esos muros construidos con cráneos humanos, en el lugar donde estaba ubicado el Templo Mayor de Tenochtitlán, en pleno centro de la actual capital mexicana. La sorpresa adicional fue que, entre estos ladrillos humanos, había varios pertenecientes a mujeres y a niños.
Hasta entonces, se decía que los sacrificios humanos de los aztecas eran esporádicos, que el canibalismo lo era aún más y que aquella pared de restos humanos, si existió, estaba compuesta sólo por cabezas de guerreros capturados en batalla y que el objetivo de su exposición en un muro era el amedrentamiento.
En los últimos años se ha profundizado la idealización y el panegírico de las culturas “originarias” y en ese contexto se ha caído en condenas extemporáneas a la crueldad de los españoles, reduciendo toda la empresa de colonización a un genocidio y obviando la cultura y las instituciones exportadas a América y, más importante aun, el proceso de mestizaje impulsado desde el primer momento por Los Reyes Católicos, Isabel y Fernando, y continuado por su nieto, Carlos I de España. Un mestizaje que dio origen a las actuales nacionalidades hispanoamericanas. Un rasgo casi privativo de la dominación española: si miramos a las colonias poseídas por otros países europeos, veremos que allí el mestizaje fue casi inexistente, porque el personal de la metrópoli vivía aislado de la población local, cuando no se dedicaba a capturar a los nativos para traficarlos como esclavos.
Un impacto en el presente de estas tergiversaciones del pasado fue la renuncia de España a conmemorar, en 2019, los 500 años de la conquista de México por Hernán Cortes; y en realidad, del nacimiento de México. En cambio, el presidente de ese país, Andrés Manuel López Obrador, eligió evocar este año los 5 siglos de la caída de Tenochtitlán, la capital azteca. Amén de su constante y absurda exigencia de que España y la Iglesia pidan perdón por la conquista y la colonización, cuando en realidad la nación mexicana surgió de ese proceso.
En esa faena, López Obrador se involucró en un debate con el historiador argentino Marcelo Gullo que acaba de publicar Madre Patria, un libro que desmonta la leyenda negra y es best seller en España. Una de sus principales hipótesis es que Cortés no conquistó México sino que lo liberó de la opresión azteca; con sólo 700 hombres, pudo reunir sin embargo un ejército de 300 mil indios pertenecientes a las etnias oprimidas por el imperio de Moctezuma que se sumaron a su campaña.
El Presidente mexicano criticó esta hipótesis pero debió admitir que “varios pueblos originarios como los totonacas, los tlaxcaltecas, los otomíes, los de Texcoco” y otros “ayudaron a Cortés”, aunque agregó que “este hecho no debe servir para justificar las matanzas llevadas a cabo por los conquistadores ni le resta importancia a la grandeza cultural de los vencidos”. También admitió que la idea “de que Moctezuma era un tirano puede ser cierta”. “Tampoco debe verse a Cortés como un demonio, era simplemente un hombre con poder”, dijo.
Estas admisiones implican que su insistencia en una visión extemporánea e incompleta, por decir lo mínimo, de la conquista y su panegírico de la cultura azteca están más cerca de la impostura que de la convicción.
Su última ocurrencia ha sido la de rebautizar el período colonial como “resistencia indígena”. “Vamos a recordar con dolor y pesar” la conquista por la “tremenda violencia que significó”, dijo el pasado 12 de agosto en referencia a la caída de Tenochtitlán que en realidad fue celebrada por la mayor parte de las etnias que poblaban la zona.
Por otra parte, como advierte Marcelo Gullo, incurre en el error de asimilar la historia de los aztecas con la historia de México ya que éstos eran sólo a una de las muchas etnias que habitaban ese territorio. Y cita al filósofo mexicano José Vasconcelos que afirma que “la historia de México empieza como episodio de la gran Odisea del descubrimiento y ocupación del Nuevo Mundo”.
“Antes de la llegada de los españoles -dice Vasconcelos-, México no existía como nación; una multitud de tribus separadas por ríos y montañas y por el más profundo abismo de sus trescientos dialectos, habitaba las regiones que hoy forman el territorio patrio. Los aztecas dominaban apenas una zona de la meseta... (...) Ninguna idea nacional emparentaba las castas; todo lo contrario, la más feroz enemistad alimentaba la guerra perpetua, que sólo la conquista española hizo terminar.”
En cuanto a la antropofagia -sujeto tabú para la corrección política- Gullo cita al antropólogo estadounidense Marvin Harris, que en Caníbales y Reyes (1977) escribió: “Lo más notable es que los aztecas transformaron el sacrificio humano de un derivado ocasional de la suerte en el campo de batalla en una rutina según la cual no pasaba un día sin que alguien no fuera tendido en los altares de los grandes templos como los de Uitz Uopochtli y Tlaloc. Y los sacrificios también se celebraban en docenas de templos menores que se reducían a lo que podríamos denominar capillas vecinales”.
Harris menciona el hallazgo fortuito de una de estas capillas, “una estructura baja, circular” de unos 6 metros de diámetro”, descubierta cuando se estaba construyendo el subteráneo de la capital mexicana. “Ahora se encuentra, conservada detrás de un cristal, en una de las estaciones más concurridas. Para ilustración de los viajeros, aparece una placa en que sólo se dice que los antiguos mexicanos eran muy religiosos”, acota.
Sobre esto Gullo comenta: “Como lo demuestra el ejemplo de esa simple placa, si hay un pueblo al que se le ha falsificado su propia historia, ese es el pueblo de México. Se les hace creer [que] todos descienden [de los aztecas, y olvidar] que muchos de los que leen esa placa descienden de los pueblos que los aztecas capturaban para realizar sus sacrificios humanos”.
Si algo desmiente las virtudes de imperios como el Azteca es justamente la aventura de Hernán Cortés, quien no hubiera podido vencer a Moctezuma sin la cooperación de las etnias sometidas por los mexicas, que vieron en la llegada de los españoles una oportunidad de emancipación.
Uno de los rasgos más crueles de ese dominio azteca eran los sacrificios humanos. No es característica exclusiva de ese pueblo pero sí lo es la modalidad, extensión e intensidad de esta práctica y el hecho de que el fruto de las ofrendas humanas a los dioses iba a parar a la mesa del emperador mexica y de su nobleza.
Las descripciones de estos sacrificios son impactantes de leer. Tan chocantes como las escenas de sacrificios humanos de la película Apocalypto, de Mel Gibson, que le valieron duras críticas de los detractores de la conquista. El film trata de la cultura maya, pero la modalidad era muy similar a la azteca: la extracción del corazón a la víctima todavía viva para ser ofrendado al dios, luego el despeñamiento del infeliz por el borde escarpado de la pirámide, y finalmente el faenado de las “piezas” para su distribución...
“Después que las hubieron muerto y sacados los corazones, llevaban las pasito, rodando por las gradas abajo; llegadas abajo, cortaban las cabezas y espetaban las un palo, y los cuerpos llevaban los a las casas que llamaban calpul, donde los repartían para comer.” Esto escribió fray Bernardino de Sahagún, en Historia general de las cosas de la Nueva España. Sahagún fue el primero en estudiar la cultura azteca. Describió con detalle las ceremonias y el calendario religioso de los aztecas. Muchos prisioneros de guerra eran mantenidos cautivos para ser sacrificados en determinadas fechas.
Sigue Sahagún: “Después de desollados (...) llevaban los cuerpos al calpulco, adonde el dueño del cautivo había hecho su voto o prometimiento; allí le dividían y enviaban a Moctezuma un muslo para que comiese, y lo demás lo repartían por los otros principales o parientes (...). Cocían aquella carne con maíz, y daban a cada uno un pedazo [en] una escudilla o cajete, con su caldo y su maíz cocida”.
Los sacrificios no se limitaban a los adultos: “Estos tristes niños antes que los llevasen a matar aderezábanlos con piedras preciosas -dice Sahagún-, con plumas ricas y con mantas y maxtles muy curiosas y labradas (...); y cuando ya llevaban los niños a los lugares a donde los habían de matar, si iban llorando y echaban muchas lágrimas, alegrábanse los que los veían llorar porque decían que era señal que llovería muy presto”.
La historia de estos “banquetes” quedó por mucho tiempo oculta detrás de la exaltación de las civilizaciones indígenas precolombinas, en contraste con el relato sobre los horrores cometidos por los españoles y un supuesto exterminio deliberado de la población autóctona, leyenda ayer creada y difundida por los enemigos y competidores de la Corona española -que codiciaban sus amplios dominios de ultramar- y hoy reavivada por referentes del populismo latinoamericano que encuentran más fácil enfrentar a los imperios de un tiempo pretérito que cortar los nudos gordianos que frenan el desarrollo de sus países en el presente.
En el sitio Ciencia Unam, de la Universidad Nacional Autónoma de México, en un trabajo titulado “Sacrificios Humanos: Sangre para los Dioses”, se explica que el muro de cráneos hallado por los arqueólogos en Tenochtitlán, llamado huey tzompantli, era “un edificio cívico-religioso donde se colocaban los cráneos de los sacrificados”. Las cabezas eran encajadas en el tezontle, una piedra volcánica de la región. “Huey tzompantli” quiere decir justamente “gran hilera de cráneos”.
“En los muros se empotraban las cabezas de guerreros y de esclavos sacrificados, escogidos para las celebraciones -dice el artículo-. Se estima que en la parte excavada hay restos que corresponden a alrededor de 1000 personas, pero según los arqueólogos, eso sería solo la tercera parte del edificio completo”. Pero además se han hallado tzompantli en otras áreas del país, aunque el más grande sería el de Tenochtitlan. .
Se trata de la mayor prueba arqueológica existente hasta ahora sobre la práctica de los sacrificios humanos de los aztecas.
Pero ahora que deben rendirse a la evidencia, muchos especialistas adoptan una mirada benevolente hacia estas prácticas. Un ejemplo es un artículo -”El sacrificio humano entre los mexicas”- de los investigadores Alfredo López Austin y Leonardo López Luján que advierten: “...el sacrificio humano nos resultará ininteligible si no tomamos en cuenta su ubicación y su ensamble como pieza de ese gran rompecabezas que llamamos cosmovisión. Una percepción simplista del sacrificio como fenómeno aislado producirá condenas fáciles, incluso un repudio inmediato al pueblo practicante”.
Advertencias éstas que también podrían aplicarse a la cosmovisión de los españoles, pero bien sabemos que no es el caso. A los conquistadores se los juzga con categorías del presente, sin miramientos.
Otro ejemplo de esta benevolencia es el de Fernando Anaya Monroy que en un artículo titulado “La antropofagia entre los antiguos mexicanos” sostiene que “deben puntualizarse los motivos a que obedeció la práctica antropofágica” precolombina. Propone “asomarse” al pasado de su país,”no para juzgarlo sino para comprenderlo”, lo cual está muy bien, de no ser por el doble rasero. Se justifica a los aborígenes tanto como se condena a los españoles.
“Insistimos en que, de acuerdo con los datos de las fuentes, la antropofagia existió entre los antiguos indígenas, pero que su sentido tuvo carácter ritual y no constituyó costumbre diaria y ambiente”, matiza Anaya Monroy. Una verdad a medias, como se verá.
La antropofagia, sigue diciendo, “sólo simbolizaba la unión del hombre con la divinidad”, y “la carne debía comerse con el sentido de una comunión (con la divinidad)”, agrega.
“Lo religioso fue entonces móvil esencial para practicar la antropofagia entre los antiguos indígenas; en la inteligencia de que los muertos [N. de la R: los de los aztecas, se entiende, los otros eran alimento] no eran objeto de olvido ni desprecio”.
Notable tolerancia hacia la religión azteca por parte de los mismos acusadores de la evangelización española.
“La antropofagia se presenta entonces, entre los antiguos mexicanos, como un hecho que más que juzgarse, debe explicarse y comprenderse, adentrándose en el patrón cultural en que se realizó y sin el prejuicio propio de una visión estrictamente occidental”.
Traducción: los españoles con su mentalidad medieval no entendieron el mundo mágico de los indígenas…
Pero resulta que esta antropofagia, que según los indigenistas de hoy no existía o era sólo esporádica y ritual, tuvo que ser prohibida por una Ley de Indias (XII del Título 1 del Libro 1), dictada por Carlos V en junio de 1523: “Ordenamos, y mandamos a nuestros Virreyes, Audiencias, y Gobernadores de las Indias, que [...] prohíban expresamente con graves penas a los Indios idólatras y comer carne humana, aunque sea de los prisioneros y muertos en la guerra...”
Ahora bien, el propio Sahagun dice que estos sacrificios humanos se realizaban de modo cotidiano durante los meses de Tlacaxipehuliztili [marzo] y Tepeihuitl, [del 30 de septiembre al 19 de octubre] dedicados respectivamente a los dioses Xipe Tótec y Tláloc, y que las ceremonias incluían la práctica de la antropofagia. Es decir, no eran tan esporádicas.
El antropólogo e historiador francés Christian Duverger, que ha investigado los sacrificios aztecas, escribió: “El canibalismo azteca no fue inventado íntegramente por los españoles para justificar su sangrienta conquista. Tampoco se lo puede disimular tras una coartada mística, pues no es reducible a la antropofagia ritual [...]. ¡No! La antropofagia forma parte de la realidad azteca y su práctica es mucho más corriente y mucho más natural de lo que a veces se suele presentar.”
“Muchos historiadores por delicadeza omiten narrar cómo se producían los sacrificios humanos. Los cultores de la leyenda negra lo omiten adrede y otros no los mencionan simplemente por indoctos”, escribe Gullo. Pero hoy, entre la evidencia científica hallada, dice, hay esqueletos humanos ejecutados por cardiectomía, con marcas de corte en las costillas, y decapitaciones.
De acuerdo a las estimaciones de algunos historiadores, como el estadounidense William Prescott, el número de las víctimas inmoladas rondaba las veinte mil por año. Y Marvin Harrris precisa que “aunque todos los demás estados arcaicos y no tan arcaicos, practicaban carnicerías y atrocidades masivas ninguno de ellos lo hizo con el pretexto de que los príncipes celestiales tenían el deseo incontrolable de beber sangre humana”.
“La principal fuente de alimento de los dioses aztecas estaba constituida por los prisioneros de guerra -agrega Harris-, que ascendían por los escalones de las pirámides hasta los templos, eran cogidos por cuatro sacerdotes, extendidos boca arriba sobre el altar de piedra y abiertos de un lado a otro del pecho con un cuchillo de obsidiana esgrimido por un quinto sacerdote. Después, el corazón de la víctima -generalmente descripto como todavía palpitante- era arrancado y quemado como ofrenda, El cuerpo bajaba rodando los escalones de la pirámide: que se construían deliberadamente escarpados para cumplir esta función”.
Harris precisa luego cuál era el destino final de los cuerpos: “Como afirma (Michael) Harner (de la New School), en realidad no existe ningún misterio con respecto a lo que ocurría con los cadáveres, ya que todos los relatos de los testigos oculares coinciden en líneas generales: Ias víctimas eran comidas”.
Todavía resta seguramente mucho por investigar y muchos osarios por desenterrar para establecer con mayor precisión la dimensión de esta práctica. Pero llama la atención que aquellos a los que la palabra genocidio les brota con gran facilidad cada vez que se trata de la conquista española no la aplican a los aztecas respecto a los pueblos que sojuzgaban.
Las mismas precauciones metodológicas, conceptuales y, sobre todo, temporales que se sugieren para el estudio de las culturas indígenas deberían valer para el proceso de conquista y colonización española.
Fuente: “INFOBAE” de Claudia Peiro
31 de Agosto de 2021
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“According to Anthony Pagden, the conquest of America can be more easily related to the wars fought by the Spanish monarchy in Italy than to those waged against the Muslims in the Iberian Peninsula, at least regarding its economic, political and military angles (we believe this to be arguable). On the ideological side, however, “the struggle against Islam offered a descriptive language which allowed the generally shabby ventures in America to be vested with a seemingly schatological significance.” In Pagden’s opinion, the Spanish conquest literature played its role by “to enhance this sense of continuity, by celebrating the actions of the most celebrated of the conquistadores in the language of the Spanish border ballads.” This observation loses some strength when the author insists that the Spanish providentialism in the Americas, represented by the apparitions of Santiago “Matamoros” (the Moor-slayer) transfigured into “Mataindios” (the Indian-slayer) in the thick of battle, among others, was recorded by the quill of Bernal Díaz del Castillo, who is labelled as a “disingenuous old soldier.” A careful examination of the texts written by Díaz del Castillo will make clear that he was among the few sceptics regarding such a miracle. It would be Francisco López de Gómara who not only certified the presence of the Apostle in New Spain, but also of his horse, which “killed as many [Indians] with his mouth and hooves as the knight [Santiago] with his sword.” As pointed out by Javier Domínguez, the presence of the Apostle in the first serious encounters in America can be understood as
‘the reiteration of a persistent process towards the self-affirmation of the Spanish identity in the New World. This nostalgia for the medieval identity is projected onto America and supported by a religious construct which, through the proliferation of ‘Santiagist’ symbols, becomes so prominent in the first conquest chronicles, trying to force the new spaces of the American continent into the Christian medieval cosmogony.’
For the Spanish clergy, especially those involved with American issues, this was a “a way to legitimise the conquest of the New World, a continuation of the Crusade against Islam.” According to Francisco de Solano, the conquistadors in the Americas displayed the same religious ideology which had supported the medieval struggle against Islam, though now hurled against pagan peoples. For this reason Solano concludes that “the military operation becomes an evangelic mission, and the conqueror a religious agent. Conquest turns into crusade and crusader turns into conqueror.”
Antonio Espino-López - “On the Use of Terror, Cruelty and Violence in the Spanish Conquest of the Americas”
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El apóstol Santiago, santo y guerrero
Bruno De La Inmaculada
En esta España que reniega de su historia, sus héroes y sus santos, nuestro santo patrón el señor Santiago no goza de muy buena prensa. Aunque la Iglesia lo sigue celebrando con liturgia propia, hace años que su día dejó de ser festivo, y es que un santo que no gusta a los pobres. La clásica representación pictórica o escultórica del hijo de Zebedeo a caballo pisando la morisma es políticamente incorrectísima, eso de Santiago Matamoros no puede ser; por eso lo han transformado en muchos lugares en esa pusilánime y afeminada cursilada de un Santiago pisaflores.
Todos han oído hablar en España de la batalla de Clavijo, que de hecho no fue la única en que apareció para ayudar a ganar victorias contra los moros, aunque seguramente a los escolares de estas últimas décadas ni se lo nombran en los libros de texto, y sin duda les dirían en todo caso que todos son leyendas, y que ni se sabe que viniera realmente a España. En otra oportunidad ya nos ocupamos de la venida del apóstol a nuestra Patria. Lo que no es tan sabido por estas latitudes es que también ayudó en numerosas ocasiones a los españoles cuando se vieron en situaciones difíciles durante la conquista de América superados por indios hostiles, de lo que nos brindan bastante información los cronistas, así como de que muchas ciudades y pueblos del otro lado del charco llevan su nombre, bien con motivo del auxilio del santo en alguna de esas situaciones, bien porque se fundaran en su día.
Bernal Díaz del Castillo asegura que Santiago ayudó a los españoles en la conquista de la Nueva España. López de Gómara menciona su participación en la matanza del templo mayor de Tenochtitlán y en la batalla de Cetlán, cerca de Querétaro, que contribuyó a que los chichimecas se convirtieran, batalla que tuvo lugar precisamente el 25 de julio de 1531, festividad de Santiago, y en la que cuarenta mil indios se enfrentaron a quinientos españoles. La batalla fue reñida y difícil, pero los chichimecas vieron en la cumbre del cerro Sangremal al Hijo del Trueno a caballo y una cruz luminosa, y no sólo se convirtieron sino que se aliaron a los españoles, como harían también los tlaxcaltecas y los indios de Cempoala, para librarse de los aztecas que los esclavizaban y sacrificaban a sus dioses.
El Inca Garcilaso en su Historia general del Perú, y el cronista también mestizo Guamán Poma de Ayala, relatan que en 1535 doscientos españoles se ven sitiados en Cuzco por millares de indios. Al cabo de cinco horas de combate, cercados por todos lados, salieron de la ciudad invocando al Santo. Entonces apareció el santo patrón de España montado en un corcel blanco y blandiendo una espada reluciente. Los indios creyeron ver en el Hijo del Trueno a su dios Viracocha, señor del rayo y, al ver cómo se les acercaba, huyeron aterrorizados. Garcilaso afirma haber conocido a ancianos incas que habían tomado parte en la batalla, y todos coincidían en que se les había aparecido Viracocha. Cuenta Poma de Ayala «que vino encima de un caballo blanco, que traía el dicho caballo pluma suri y mucho cascabel enjaezado y el santo todo armado con su rodela y su bandera y su manto colorado y su espada desnuda». Al parecer también se apareció la Virgen, y sendas placas conmemoran el hecho, las cuales rezan respectivamente: «En este lugar, galpón antes después iglesia, fue donde puso sus plantas María Madre de Dios. Ostentando su poder bajó del cielo a este sitio, dando victoria en feliz batalla de la conquista, derrotando innumerables indios», y: «De este mismo sitio fue visto salir el patrón de las Españas, Santiago Apóstol, a derribar a los bárbaros en la defensa de la predicación evangélica y atónita la idolatría veneró rayo al Hijo del Trueno, rindiendo homenaje al cetro hispánico».
En 1536, donde hoy se encuentra la preciosa ciudad colombiana de Cartagena de Indias, el capitán Francisco César, que había sido enviado a explorar la provincia, tuvo un enfrentamiento con los naturales en el valle de Goaca. Los españoles se vieron superados en número por los indios, se encomendaron a Dios y vencieron. Posterioremente contaron los soldados que habían visto al Apóstol luchando junto a ellos, y por eso ganaron.
Cuenta Pedro Mariño de Lobera que cuando los indígenas araucanos tenían ya prácticamente derrotados a los españoles abandonaron de pronto la lucha. Se interrogó a algunoa, y dijeron que «vieron venir por el aire a un cristiano en un caballo blanco con la espada en la mano desenvainada, amenazando al bando índico y haciendo tan grande estrago en él, tanto que se quedaron todos pasmados y despavoridos; dejando caer las armas de las manos no fueron señores de sí, ni tuvieron sentido para otra cosa más de dar a huir desatinados sin ver por dónde». Los españoles dieron por hecho que se trataba de Santiago, y bautizaron como Santiago del Nuevo Extremo (hoy Santiago de Chile) la ciudad que fundaron allí en febrero de 1541. Cuéntase por otra parte que en 1640 se vio en aquella fértil provincia, como la llamó Ercilla, una aparición del Apóstol que duró por espacio de tres meses: un capitán sobre un caballo blanco que con una espada en la mano arengaba a los españoles
Podríamos poner muchos ejemplos más. Historiadores como el mexicano Rafael Heliodoro Valle y la italiana Anna Sulai Capponi han llegado a contabilizar hasta catorce apariciones del hijo de Zebedeo en América. De ahí que sean tan numerosas las ciudades y pueblos de Hispanoamérica que llevan su nombre: Santiago de Chile, Santiago de Cali (Colombia), Santiago del Estero (Argentina), Santiago de Cuba, Santiago de los Caballeros (República Dominicana, Guatemala, Nicaragua, Venezuela), Santiago de Querétaro (México), Santiago de Veraguas (Panamá). En Toponimia Española en el Nuevo Mundo de J. A. Calderón Quijano (Ediciones Guadalquivir, Sevilla 1990) se enumeran más de un centenar de localidades, y la lista no es exhaustiva.
Para terminar, en el caluroso mes de julio de 1937 tiene lugar la durísima encarnizada batalla de Brunete, con una sed insoportable y cincuenta mil bajas entre ambos bandos. El día 25 ya parece perdida la batalla para los nacionales. De repente, a eso de las doce del mediodía aparece no se sabe de dónde un soldado que avanza temerariamente a caballo y va destrozando uno a uno con granadas los nidos de ametralladora rojos sin que le alcance el fuego enemigo. De ese modo los nacionales pudieron avanzar y ganar la batalla. El misterioso jinete desapareció sin dejar rastro y no se lo volvió a ver, por lo que no pudieron felicitarlo ni condecorarlo por su osada hazaña. Entonces el general Saliquet cayó en la cuenta de que era precisamente el 25 de julio. Cuatro días antes se había promulgado el decreto por el que se declaraba oficialmente a Santiago (aunque en la práctica siempre lo había sido) patrón de las Españas.
Cerremos filas* por el Señor y por España, con nuestro santo patrón Santiago.
(*A eso se refiere precisamente lo de «cierra, España», que tanta gente interpreta erróneamente como si de cerrar España se tratara, cuando no se trata de replegarse sino de acometer al enemigo.)
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..Cortés a esto se paró, y aun se sentó, y no a descansar, sino a hacer duelo sobre los muertos y que vivos quedaban, y pensar y decir el baque la fortuna le daba con perder tantos amigos, tanto tesoro, tanto mando, tan grande ciudad y reino; y no solamente lloraba la desventura presente, más temía la venidera, por estar todos heridos, por no saber adónde ir, y por no tener cierta la guardia y amistad en Tlaxcala; y ¿quién no llorara viendo la muerte y estrago de aquellos que con tanto triunfo, pompa y regocijo entrado habían?... Historia general de las Indias con todo el descubrimiento y cosas notables que han acaecido desde que se ganaron hasta el año de 1551 Francisco López de Gómara (1552) La noche triste (Circa 1860) Luis Coto y Maldonado (1830 - 1891) Museo del Paisaje José María Velasco #lanochetriste #nochetriste #arte #art #tenochtitlan #moctezuma #hernancortes #conquista #Mexico #Toluca #luiscoto (en Museo "José María Velasco") https://www.instagram.com/p/CCFeZmmDoQ-/?igshid=aozo3is3lv8s
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Hombre, leyendo a Cortés, Ercilla, Bernal Díaz del Castillo, Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, Inca Garcilaso, Pedro Cieza de León, López de Gómara, Gonzalo Fernández de Oviedo, Diego Durán, Fco Ximénez, F. Toribio de Benavente, F. Bernardino de Sahagún, no parecen muy analfabetos https://twitter.com/perezreverte/status/1104801576097583104 …
Hombre, leyendo a Cortés, Ercilla, Bernal Díaz del Castillo, Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, Inca Garcilaso, Pedro Cieza de León, López de Gómara, Gonzalo Fernández de Oviedo, Diego Durán, Fco Ximénez, F. Toribio de Benavente, F. Bernardino de Sahagún, no parecen muy analfabetos https://twitter.com/perezreverte/status/1104801576097583104 …
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Autor: (@Nerealiza) Publicado: March 10, 2019 at 07:30PM
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TOC: Target Vol. 31, No. 2 (2019)
2019. vi, 141 pp. Table of Contents Introduction Language, translation and empire in the Americas Roberto A. Valdeón Pages 163–168 Images of Cortés in sixteenth-century translations of Francisco López de Gómara’s: Historia de la conquista de México (1552) Victoria Ríos Castaño Pages 169–188 Translation, a Tudor political instrument Roberto A. Valdeón Pages 189–206 Translating from/for the margins of empire: The Gaceta de Guatemala (1797–1807) and the enlightened elites http://dlvr.it/RBMTDs
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RT @FerranAntequera: Francisco López de Gómara, en su Historia General de las Indias, escribió en 1552: "La nave Argos de Jasón navegó muy poquito en comparación con la nao Victoria, que debiera guardarse en las atarazanas de Sevilla por memoria" @Ruta_Elcano https://t.co/oUXQdM4NVS
Francisco López de Gómara, en su Historia General de las Indias, escribió en 1552: "La nave Argos de Jasón navegó muy poquito en comparación con la nao Victoria, que debiera guardarse en las atarazanas de Sevilla por memoria"@Ruta_Elcano pic.twitter.com/oUXQdM4NVS
— Ferran D'Antequera (@FerranAntequera) July 20, 2019
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Lecturas para entender “la Conquista”
Tras la tormentita de la ya famosa carta de AMLO al rey de España, con todo y el españolismo de algunos bufones y los obesos brochazos “anticriollos” de amloístas como Hernán Gómez (incapaz de distinguir de la mejor manera, le gusta que no lo distingan de su hermano eternamente adolescente? Le gusta ser reducido a “el hermano de Facundo”?). Algunos libros que pueden informar y abrir camino -la recomendación no significa 100% de acuerdo:
-Historia Antigua y de la Conquista de México, de Manuel Orozco y Berra (1880).
-México Viejo, de Luis González Obregón (1900).
-La ruta de Hernán Cortés, de Fernando Benítez (1950).
-Hernán Cortés, de José Luis Martínez (1990).
Además de las crónicas vivenciales de Bernal Díaz del Castillo y Francisco López de Gómara. Puede verse también la crítica de Luis González de Alba en su libro Las mentiras de mis maestros.
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