Tumgik
#Gabriel Freilich
birdisland · 3 months
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The vampire Felix played by Gabriel Freilich. (Why does he remind me of Klimpen from Berts Dagbok? 😂)
More pics at his instagram.
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rookie-critic · 2 years
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Jeepers Creepers: Reborn (2022, dir. Timo Vuorensola) - review by Rookie-Critic
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Jeepers Creepers: Reborn was bad. It was just really bad. It was so bad that it did start to tip into that Birdemic territory of "so bad it's funny," which at least made it an entertaining watch, but if we're judging this seriously, it's almost definitely the worst thing I've seen all year. Even with the so bad it's good angle, it wasn't enough of that to even give this the cult status that movies like Troll 2 have garnered over the years. The acting was atrocious, the effects were laughably horrible, the Creeper's new design was wholly disappointing, literally nothing about this thing worked. Now, this was almost certainly made to move the franchise away from the director of the original trilogy, Victor Salva, who is actually, legitimately, a convicted pedophile. It really pains me to say this, because he is a truly repulsive and abhorrent human being, by he made two incredible horror films and one pretty damn good one. The original Jeepers Creepers is a fully original horror idea with admirable acting from its two leads and tension that holds incredibly well. Jeepers Creepers 2 expanded on that idea and housed it in a setting that was effectively claustrophobic and has some of the most genuinely butt-clenching moments of any horror movie of that time period. Even the third film, while not anywhere close to those first two, had some incredible sequences of its own that allows it to stand up there with them. Again, I'm all for taking the franchise away from that monster, but there had to be a better way and a better script and a better... everything... than this.
Score: 1/10
Currently available for rent or purchase on digital (iTunes, Amazon, Vudu, etc.) and on DVD & Blu-Ray through Screen Media. Although why the actual fuck would anyone ever spend $25 on this?! Please, dear god, save your money for something more useful like a few runs to Taco Bell or something.
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badmovieihave · 4 months
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Bad movie I have Jeepers Creepers: Reborn
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fabledenigma · 2 years
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In the Source Link, you will find a complete gif pack of Gabriel Freilich, as Sam in Jeepers Creepers Reborn.
Gabriel has appeared in Dark Shadows (Johnny Depp's version), Misfits (2019 film), as having minor parts in tv shows such as I ship it and Key and Peele.
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Source - FabledEnigma
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jgmail · 27 days
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Reseña del libro Cambio de régimen desde la derecha. Un esbozo estratégico de Martin Sellner
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Por Simon Dettmann
Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera
El activista Martin Sellner publicó su libro Cambio de régimen desde la derecha el verano pasado y en él presenta y explica diversas estrategias. Es un estudio que merece la pena leerlo como explica Simon Dettmann en su detallada reseña para FREILICH.
Cambio de régimen desde la derecha es la publicación más completa hasta la fecha del activista político austriaco Martin Sellner, la cara y el cerebro de los identitarios de los países de habla alemana, y es realmente un gran logro. Sobre todo, porque el libro está realmente a la altura de su propia pretensión de organizar y sistematizar los debates sobre estrategias y tácticas en el entorno de las nuevas derechas con tal de elevarlos a un nivel teórico superior. El libro de Sellner es un intento de unir a todas las facciones de la nueva derecha, que él equipara con el campo de la derecha, en torno a la estrategia de lograr su principal objetivo común, a saber, asegurar la existencia continua del pueblo alemán. El autor tiene muchos buenos argumentos a favor de su pensamiento que retoma las ideas de Gramsci, Althusser y Gene Sharp, además de la visión casi sociológica y psicológica de los procesos políticos que analiza. Sin embargo, el hecho de que constantemente de vueltas alrededor del problema de la demografía, que tiende a ser monomaníaco, podría tener a largo plazo un impacto negativo en la derecha intelectual y política.
Tiflis, 7 de marzo de 2023: Por segunda noche consecutiva, miles de personas resisten en la gran plaza cercana al Parlamento georgiano. Pero, a diferencia de ayer, las autoridades ya no se limitan a mirar con apatía. Esta vez, la policía utiliza cañones de agua y gases lacrimógenos contra los manifestantes. La multitud se dispersa rápidamente, dando lugar a escenas que los periodistas describen generalmente como «tumultuosas». Mientras casi todos los manifestantes esquivan o huyen hacia las calles laterales, una mujer de mediana edad corre en dirección contraria: directamente hacia el cañón de agua. Lleva en sus manos una enorme bandera de la UE, que agita alocadamente de un lado a otro. Los cañones de agua empiezan a apuntarle, pero eso no parece detenerla.
Los manifestantes corren hacia ella e intentan protegerla de los chorros de agua. Empapada y rodeada de gente, se sitúa en el centro de una de las plazas más grandes de la capital y sostiene la bandera azul oscuro con las estrellas amarillas hacia el cielo nocturno. Durante unos segundos, emerge una escena de gran poder político y fuerza simbólica. El resultado es una imagen cuyos elementos básicos forman parte integrante de la iconografía de la revolución y de la memoria colectiva de los europeos, como confirmará cualquiera que haya visto «La libertad guiando al pueblo» de Delacroix o una representación de las batallas de barricadas durante la Revolución de Marzo de 1848. La bandera de la UE, en cambio, se refiere a la forma concreta de agitación social que los manifestantes tienen en mente: una revolución de colores.
Revoluciones de colores usando dinero extranjero
El motivo de las manifestaciones masivas es el plan del gobierno georgiano de aprobar una ley que obligaría a las ONG y a las empresas de medios de comunicación que reciban más del 20% de su financiación del extranjero a ser etiquetadas como «agentes extranjeros».
Dicha ley frustraría la estrategia de, bueno, los agentes extranjeros, las corporaciones mediáticas y los grupos de presión de Occidente para influir en la opinión pública de Georgia y, de este modo, orientar el país hacia una dirección prooccidental y liberal, lo que obstaculizaría la integración de Georgia en el bloque de potencias occidentales, al menos a mediano plazo. Sin embargo, no se consiguió nada. Sólo dos días después, el 9 de marzo, la presión fue demasiado fuerte y el gobierno se vio obligado a derogar la impopular ley.
Aunque el movimiento de protesta, que había surgido aparentemente de la nada, no logró su objetivo principal de obligar al partido gobernante «Sueño Georgiano», que aplicaba una política exterior multivectorial, a dimitir y sustituirlo por una alianza de partidos extremadamente prooccidentales en unas nuevas elecciones, sí alcanzó su objetivo provisional, anunciado públicamente mediante fuertes movilizaciones al cabo de unos pocos días.
Hasta aquí la práctica concreta del cambio de régimen y la revolución de colores.
Un libro publicado en el momento oportuno
Pero, ¿no sería posible adoptar las estrategias, tácticas, formas organizativas y de protesta de una revolución de colores e implementarlas en Alemania, Austria o Suiza? En otras palabras, ¿podría tener éxito en los países de habla alemana una revolución cultural y de colores de derechas, es decir, el fin de la hegemonía discursiva de las ideas liberales de izquierda y su sustitución por otras conservadoras y nacionalistas, mediante un cambio de gobierno? Aunque prefiera escribir sobre el cambio social y el cambio de régimen, después de leer el libro de Martin Sellner uno se da cuenta de que su autor está profundamente convencido de ello. Por eso, Cambio de régimen desde la derecha trata también de la posibilidad de una revolución de colores, de los sinuosos caminos que conducen a ella, de sus condiciones sociales previas, de su teoría y de la teoría a la práctica. Se ha convertido en un libro sorprendentemente optimista que no pretende desmoralizar, sino más bien motivar a la acción, al tiempo que desafía constantemente al lector a reflexionar estratégica y moralmente sobre sus propias acciones.
Pero, sobre todo, es un libro necesario porque corrige conceptos teóricos erróneos que siguen estando muy extendidos en el campo de la derecha, señala callejones sin salida estratégicos y desmonta mitos. Por ejemplo, Sellner explica de forma convincente por qué mucho activismo de derechas no siempre es útil, por qué la creencia de que se puede convencer a los adversarios de la propia visión del mundo mediante la mera argumentación racional e iniciar así lo que él denomina un giro espiritual es políticamente ingenuo y se basa en falsos supuestos antropológicos o, a la inversa, por qué centrarse únicamente en valores estéticos y cuestiones de estilo de vida personal conduce a un callejón político sin salida. En una época en la que los entornos de la nueva derecha se caracterizan con demasiada frecuencia por la oscilación de los jóvenes idealistas entre el impulso activista de hacer algo ahora mismo, por un lado, y el derrotismo melancólico, por el otro – en otras palabras, el famoso dualismo de memes: «¡Se acabó!» y «¡Estamos tan de vuelta!» –, es desgraciadamente (pedagógicamente hablando) algo que es necesario recordar a la gente para que comprenda.
Sí, Cambio de Régimen desde la derecha es demasiado pedagógico y moralista, a menudo redundante y didáctico en su estilo de redacción y estructura, algo que ya sus críticos han denunciado. Sin embargo, esto se debe precisamente a que la obra se dirige principalmente hacia dentro, es decir, hacia los movimientos y partidos de derecha. Así pues, las características mencionadas no se refieren a los déficits de Sellner, sino indirectamente a los déficits (intelectuales) de muchos actores del campo de la derecha.
La atención se centra en el pueblo
El núcleo teórico del libro consiste en la definición del objetivo principal de la derecha, un análisis del sistema político y social en el que la derecha debe necesariamente operar y la evaluación de diversas estrategias enfrentadas para alcanzar el objetivo principal, con un claro enfoque del análisis de esas estrategias. La definición de este objetivo es abordada en unas pocas páginas. Y con razón. Afortunadamente, apenas hay desacuerdos internos sobre esta cuestión. Para Sellner, el objetivo principal de la derecha es preservar la identidad etnocultural, una formulación que probablemente pueda identificarse sin vacilación con asegurar la existencia continua del pueblo alemán. En este caso, no es necesario dar explicaciones ni justificaciones detalladas; al fin y al cabo, el interés por la continuidad de la comunidad (colectiva) al que se pertenece es algo natural, evidente y obvio para todo el mundo.
Y, por cierto, este hecho es también la razón principal de la negación de la existencia del pueblo alemán por parte de la clase dominante. Porque sus principales representantes son ciertamente conscientes de admitir la existencia del pueblo alemán los precipitaría por una «pendiente resbaladiza» en cuyo fondo no encontrarían otra cosa que la pérdida de su poder. Por lo tanto, a la clase dominante le resulta absolutamente imposible reconocer en lo más mínimo la existencia universalmente válida del concepto de pueblo alemán. Eso significaría retroceder a una posición que ya ha reconocido de antemano sus ideas como insostenibles a largo plazo. Al permitir que el concepto de pueblo pase a un segundo plano frente al concepto de yo e identidad Sellner desperdicia imprudentemente su potencial subversivo inherente.
Tras aclarar el objetivo real de la autoconservación o la acumulación de poder político para garantizar la existencia del pueblo, el autor pasa a explicar la relación entre determinados términos. ¿Qué relación existe entre el objetivo principal y los objetivos intermedios? ¿Cuál es la diferencia entre estrategia y táctica? Algunos lectores pueden encontrar aburridos y técnicos los pasajes que analizan conceptos de este tipo, que aparecen varias veces en el libro, pero son eminentemente importantes y Sellner los presenta la una sobria precisión de un general que expone su plan de batalla.
Con Gramsci y Althusser contra la élite
La sección de análisis de sistemas, en cambio, es mucho más extensa. Aquí Sellner se enfrenta al reto de dibujar una imagen realista, pero al mismo tiempo comprensible y no hipercompleja, del orden social y político en el que debe operar la derecha. No es tarea fácil en el contexto alemán o austriaco y el engaño deliberado y sistemático de los ciudadanos sobre el funcionamiento real y la dinámica interna real del Estado en las naciones mencionadas no es en absoluto un mero subproducto del orden imperante, sino más bien la base de su existencia. Es precisamente aquí donde se asientan la mayoría de las ideas ilusorias de los ciudadanos del Estado en el que viven.
Sin embargo, Sellner está claramente en su elemento aquí y utiliza esta sección para introducir dos teorías que han influido fuertemente en él y en la Nueva Derecha en su conjunto: La Teoría de la Hegemonía del Poder de Antonio Gramsci y los Aparatos Ideológicos del Estado de Louis Althusser. Con estas teorías Sellner intenta llamar la atención del lector sobre la base real del poder de las clases dominantes en los Estados occidentales, a saber, la opinión pública y el poder de generarla, controlarla y dirigirla. Él intenta explicarlas de la forma más fácil posible para quienes no estén familiarizados con la gramática jurídica que se encuentra incrustada en estas teorías que usan muchas metáforas y palabras de moda, algunas de las cuales ha creado él mismo. En primer lugar, está la metáfora del clima de opinión, que utiliza para visualizar la compleja producción de la opinión pública y que resulta totalmente convincente. Ilustra el cambio real y potencial de la opinión pública y la metáfora del corredor de opinión con el popular modelo de la ventana de Overton.
Todo esto es muy loable y cumple su propósito educativo, pero se ve contrarrestado por dos palabras de moda que, por desgracia, son menos convincentes: la simulación de la democracia y el totalitarismo blando.
La cuestión crucial de la democracia
El problema del concepto de democracia simulada es que implica dos afirmaciones básicas, ambas indudablemente ciertas, pero no por ello menos engañosas. La primera es el hecho de que los que están en el poder afirman, al menos públicamente, que su gobierno es democrático, y la segunda es el hecho de que en realidad no lo es. La democracia es meramente simulada, escribe Sellner, porque la opinión pública no es el producto de un libre juego de fuerzas, sino de un filtro sistémico que él denomina clima de opinión. Pero si una democracia sólo existe cuando se permite un libre juego de fuerzas, entonces nunca la ha habido. Sellner alimenta aquí las ilusiones liberales y parece estar a punto de sacar del cajón de las polillas frases habermasianas como «discurso libre de dominación» y la «compulsión ilimitada del mejor argumento». También es engañoso el concepto procedimental de democracia que siempre está implícito en el discurso de Sellner sobre la simulación de la democracia. Parece creer sinceramente en la posibilidad de una democracia «real» en el sentido de gobierno popular. En esto, por ejemplo, se diferencia de sus oponentes liberales de izquierda, ergo de la clase dominante, en la que hace tiempo que se defiende un concepto sustancial de democracia, a veces incluso de forma semioficial.
En concreto, esto significa que para los liberales de izquierda la democracia se ha convertido en una palabra clave para denominar al mismo liberalismo de izquierda. Mientras los intelectuales de derechas reaccionen a esto introduciendo en el discurso el espejismo rousseaunista de un gobierno popular verdadero y perfecto en lugar de desarrollar un concepto sustantivo de democracia estarán contribuyendo a dejar a la derecha fuera de juego. De hecho, el pueblo en su conjunto no es capaz de ejercer el gobierno en ningún sentido de la palabra debido a su bajo grado de organización, a la politización y educación a menudo superficiales de los individuos y, sobre todo, a su gran tamaño. Como confirma una ojeada a la historia de la humanidad, el gobierno sólo puede ser ejercido colectivamente por pequeños subgrupos del pueblo bien organizados en los que existe un grado relativamente alto de homogeneidad ideológica y conformidad social y en los que se acumula sistemáticamente el conocimiento del poder. Estos subgrupos son las élites o clases dominantes que dominan al resto del pueblo y que se contraponen a él denominándolo como «las masas». Y probablemente seguirá siendo así para siempre. Por eso la lucha por la verdadera democracia en el sentido de gobierno popular es como la búsqueda del molde negro.
Valor para la coherencia política
Las explicaciones de Sellner se habrían beneficiado de mayores referencias a los clásicos de la sociología de las élites como Vilfredo Pareto y Gaetano Mosca. Sellner corre el riesgo de sucumbir a una ilusión populista (descrita en detalle por el filósofo británico Neema Parvini en su libro The Populist Delusion).
La situación es similar con la expresión «totalitarismo blando». Sellner la utiliza para referirse a la represión del aparato estatal contra todo lo que sea de derechas y para condenarla. Esto es digno de honra, pero ¿tiene que utilizar un término completamente liberal que fue ideado para inmunizar moralmente a los liberales contra sus críticos de izquierda y derecha y que todavía hoy sirve bien a este propósito? ¿Es realmente una buena idea confirmar a sus contemporáneos liberales que su tendencia boomer a rechazar la autoridad y el orden como generalmente totalitarios, fascistas e ilegítimos, al trasladar su vocabulario a la Nueva Derecha, es legítima? El totalitarismo suele entenderse como el empeño por llevar una ideología de Estado a todos los ámbitos de la vida social y, de este modo, remodelar a los individuos en consonancia con esta ideología de Estado. Por supuesto, la observación de que los sistemas liberales también pueden ser totalitarios es un avance en el conocimiento en comparación con la postura liberal de que el totalitarismo sólo es posible en los sistemas no liberales, es decir, en los sistemas supuestamente radicales de derechas e izquierdas (Ryszard Legutko ha escrito un libro sobre esta observación, El demonio de la democracia, que merece la pena leer).
Pero, ¿por qué detenerse a mitad del proceso cognitivo? Después de todo, ¿qué valor sigue teniendo el concepto de totalitarismo si todo sistema, independientemente de su orientación ideológica, tiende a actuar de forma totalitaria en determinadas situaciones? A largo plazo, la derecha no podrá evitar reconocer que, en los fenómenos calificados de totalitarios, la esencia de lo político se nos revela simplemente de una forma particularmente pura y que cuando un orden estatal deriva supuestamente hacia el totalitarismo, se trata simplemente de una mayor intensidad de la hostilidad entre dos grupos sociales. Por eso, las medidas represivas del Estado contra los derechos políticos no son un paso del totalitarismo blando al abierto, sino una politización. Y la voluntad de penetrar políticamente en todos los espacios sociales, que Olaf Scholz resumió una vez en uno de sus raros momentos de honestidad con la frase «Queremos conquistar la soberanía aérea sobre las camas de los niños», forma parte simplemente de la lógica inherente a la política y a todo movimiento político que quiera ganar y mantener el poder. La soberanía aérea ideológica total del liberalismo de izquierdas sobre todas las instituciones relevantes, desde las guarderías hasta las residencias de ancianos, es una realidad en Alemania y fue precisamente para describir esta realidad que Althusser desarrolló la teoría de los aparatos ideológicos de Estado. Sellner también la menciona brevemente, pero no la aplica de forma coherente.
¿Quién pertenece a la derecha política?
Pero antes de analizar las distintas estrategias, Sellner intenta en un capítulo muy breve aclarar la cuestión de quién y qué forma parte realmente del campo de la derecha. Su respuesta: sólo la Nueva Derecha y ningún otro grupo es verdaderamente de derecha. Ni la Vieja Derecha ni tampoco los conservadores liberales. Ni siquiera quiere incluir a los conservadores nacionales en el campo de la derecha. Esto es sorprendente, ya que el conservadurismo nacional es probablemente la descripción breve más precisamente posible de lo que el propio Sellner y una gran parte de la Nueva Derecha representan políticamente. Por supuesto, es legítimo definir a todos los que no son de la Nueva Derecha como fuera de su propio campo, pero esto simplemente rebautiza el entorno de la Nueva Derecha como el «campo de la derecha». Sin embargo, esto no hace desaparecer a los pocos viejos derechistas y, sobre todo, a los muchos conservadores liberales, sino todo lo contrario. Discutir el contenido de estos medios no se hace más fácil por ignorarlos, sino mucho más difícil. No es la autodescripción de una persona como de derechas, conservadora, nacionalista, etc. lo que suele caracterizar su realidad social, sino una atribución externa por parte de liberales e izquierdistas. Y para ellos, el campo de la derecha lo abarca todo, desde Jan Fleischhauer hasta la división de armas nucleares. La Nueva Derecha podría reírse a carcajadas de esto si las atribuciones externas de liberales e izquierdistas no tuvieran un inmenso poder. En cierto modo, crean una realidad de la que a la Nueva Derecha le resultará difícil escapar. La enorme heterogeneidad del campo de la derecha, incluso en comparación con la izquierda política, es un hecho, pero Sellner prefiere suponer un estado ideal político en el que sólo existe una Nueva Derecha.
Sin embargo, el problema central del libro es claramente la sección de análisis estratégico. Aquí presenta cuatro estrategias clave para lograr el principal objetivo de la derecha y toda una serie de lo que él denomina no estrategias. Las cuatro estrategias clave son la reconquista, la militancia, el patriotismo parlamentario y la estrategia del mitin. Rechaza de plano dos de ellas: el patriotismo parlamentario y la militancia. Y con razón, por lo que no entraremos aquí en más detalles sobre estas vías sin salida. Para él, la estrategia de agrupación, es decir, la concentración de todas las fuerzas y recursos restantes en una región, es una solución provisional en caso de fracaso de su estrategia favorita: la reconquista. El análisis de las no estrategias ocupa mucho espacio y es precisamente aquí donde Sellner escribe a menudo con un tono didáctico o pedagógico. Algunos lectores se sentirán aburridos por ello, pero en vista de que Sellner a veces se dirige explícitamente a adolescentes y jóvenes con tendencia a la militancia y trata de disuadirles de su comportamiento destructivo, es desgraciadamente necesario.
Varias estrategias como guía...
En este contexto, dos de las no-estrategias parecen ser de especial interés, a saber, el aceleracionismo y el llamado pensamiento Babo. Mientras que el aceleracionismo, aunque originalmente era una figura del pensamiento del filósofo neorreaccionario Nick Land, degeneró en una palabra de moda que legitimaba la violencia brutal en oscuros biotopos en línea y pronto se hundió en la insignificancia, las variantes del «pensamiento babuino» están experimentando un nuevo apogeo en la actualidad. El mandril es el jefe; un carismático macho alfa que cada vez más construye una alianza puramente virtual de hombres a su alrededor. Predica un culto machista entre sus seguidores, casi siempre combinado con la autooptimización y un rechazo total de la política práctica. Estas escenas de mandrilismo se caracterizan casi siempre por los intereses financieros del respectivo macho alfa. Durante mucho tiempo fueron fenómenos marginales, pero en los últimos diez años aproximadamente han pasado de ser una forma de subcultura a hacer parte de la sociedad.
Hay para todos los gustos: jóvenes emigrantes con tendencia a las teorías de la conspiración (Kollegah), otros que están obsesionados exclusivamente por el dinero y el estatus (Andrew Tate), nostálgicos del tribalismo (Jack Donovan) y jóvenes que anhelan una base pseudointelectual para sus juegos de rol (Costin Alamariu o «Bronze Age Pervert»). Huelga decir que esta «derecha de estilo de vida» materialista, que tiende a un amoralismo ajeno al mundo, no merece ser llamada derecha en ningún sentido sustantivo y que conduce a un callejón sin salida estratégico. Sin embargo, la elección de Trump en noviembre de 2020 y la decepción asociada de sus partidarios crearon un caldo de cultivo en el que no solo pudo florecer un culto esquizofrénico de crisis (QAnon), sino también la mencionada «derecha de estilo de vida». La ola se ha extendido desde hace tiempo a los países de habla alemana. Sellner critica estas tendencias, pero debería haber dado nombres y haberlas golpeado más fuerte; después de todo, el pensamiento de Babo es actualmente la más relevante de las no-estrategias.
... ¿pero sólo una estrategia líder?
El autor dedica especial atención a su estrategia líder favorita, la reconquista. Por reconquista entiende una estrategia para la consecución del poder cultural o discursivo que está teóricamente vinculada a Gramsci, Althusser y, aunque no se mencione el nombre, Foucault, y que en la parte práctica concede un gran valor a las formas de protesta de la acción no violenta en el sentido de Gene Sharp. Sin embargo, en lugar de hegemonía cultural o discurso hegemónico, Sellner prefiere escribir sobre «cambio social». El «cambio de régimen» titular sólo se hace necesario cuando el Estado se vuelve abiertamente totalitario. Si el «cambio de régimen» también fracasa, la derecha debe pasar a una estrategia recaudatoria. Estas son las principales características de la reconquista de Sellner. Para decirlo brevemente: en el fondo, esta estrategia es inatacable en cuanto a su contenido y se considera, con razón, el «estado del arte» en los círculos intelectuales de la derecha. Lo que requiere crítica, sin embargo, son las tareas sustantivas asignadas a las partes individuales del campo de la derecha en el marco de la reconquista. Sellner divide el (nuevo) campo de la derecha en cinco subáreas diferentes: el partido, el contrapúblico (medios de comunicación/influenciadores de la derecha), la formación teórica (intelectuales), la contracultura y el movimiento (activista). Existe una clara división de tareas y funciones dentro del campo.
El movimiento también tiene primacía entre los subgrupos. Dado que la preservación del pueblo es el principal objetivo de la derecha, el principal problema es, a la inversa, la demografía, es decir, el Gran Reemplazo/Sustitución de la Población. Hasta aquí, todo incontrovertible. Pero Sellner también exige que TODAS las actividades de TODOS los subgrupos de la derecha aborden directa o indirectamente el problema del Gran Reemplazo o, como él escribe, el giro demográfico y la política de identidad. No está claro qué entiende exactamente por política demográfica e identitaria. Sin embargo, cabe suponer que se refiere a todas aquellas ideologías y narrativas que se han interiorizado colectivamente como condiciones propicias para la catástrofe demográfica y que han allanado mentalmente el camino para ella. En consecuencia, es de suponer que estos términos también están muy estrechamente definidos y directamente relacionados con el Gran Reemplazo.
El campo de la derecha, tal y como lo entiende Sellner, se centra, por lo tanto, en el intercambio de población y tiene una fijación casi monomaníaca al respecto. Esto sería especialmente evidente en el ámbito de la cultura y en los medios intelectuales. Los músicos de rock de derechas cantarían todos los días sobre los casos de violencia migratoria y los inminentes puntos de inflexión demográficos; la tarea más apasionante de un intelectual o científico de derechas sería calcular estos puntos de inflexión y elaborar y popularizar estudios sobre los efectos negativos de la diversidad étnica en grupos étnicamente homogéneos. Sí, una derecha así, con el tiempo, se acercaría cada vez más a las difamatorias imágenes distorsionadas que la izquierda y los liberales dibujan de ella. Pero ese ni siquiera sería el principal problema. El principal problema sería que esa derecha sería sobre todo una cosa: abismalmente aburrida.
La derecha monotemática
Una derecha monotemática así no tendría ningún atractivo cultural e intelectual para los (todavía) no-derechistas. Casi ningún artista o estudioso de las humanidades querría formar parte de un medio en el que estuvieran confinados a un papel y una tarea tan restrictivos. Esta fijación de la escena cultural y de los intelectuales en la tarea que les corresponde recuerda remotamente a la exigencia que los gobernantes comunistas hacían la mundo cultural e intelectual de articular claramente el punto de vista de clase. El problema de esta actitud no es tanto que sea autoritaria o antiliberal, sino que está condenada al fracaso. Por supuesto, es de agradecer que un artista, pensador o científico políticamente de derechas exprese claramente el objetivo más importante del campo de la derecha. Pero ningún movimiento activista puede imponérselo. La única manera de concientizar sobre el Gran Reemplazo en todas las partes del campo de la derecha que Sellner tiene en mente es hacer crecer a los actores de la contracultura y las humanidades desde dentro de su propio entorno, «fundirlos», por así decirlo. Una estrategia con la que la Nueva Derecha ha tenido algunas experiencias dolorosas en los últimos años. Porque los grandes pensadores y artistas no se pueden fundir. Casi sin excepción, son el producto de un clima favorable a su aparición. Surgen orgánicamente o no surgen.
Además, el llamamiento de Sellner a centrarse únicamente en el problema de la demografía es ingenuo en términos de sociología de las élites. En los países de habla alemana, cientos de miles de personas trabajan en universidades, ONG y empresas de medios de comunicación en empleos que a menudo parecen inútiles e innecesarios para los de afuera (bullshit jobs). Sin embargo, las actividades de estos grupos, que forma una parte relevante de la clase dominante y de la clase directiva profesional (CMP), cumplen un propósito importante desde la perspectiva sistema. Esto puede equipararse al propósito de los aparatos ideológicos del Estado en la teoría de Althusser: la autorreproducción del orden dominante. Un orden que Althusser describe como capitalista, mientras que la derecha intelectual tiende a describirlo como moderno o liberal (de izquierdas). Las élites intelectuales tienen, por lo tanto, la función de producir, controlar y legitimar el discurso hegemónico, así como de formar a una élite joven en las universidades y alinearla ideológicamente. La producción intelectual de estos medios es poco impresionante. En su mayor parte, son racionalizaciones post-hoc del statu quo.
¿No hay oferta para la élite?
Sin embargo, lo que es crucial es que esto se percibe de forma completamente diferente en los medios descritos: los que participan en ellos están firmemente convencidos de que están logrando hazañas intelectuales de brillantez y trabajando en teorías revolucionarias. De esta autoimagen como vanguardia derivan su legitimación y confianza en sí mismos. El problema surge ahora cuando Sellner supone que puede satisfacer la curiosidad intelectual y la sed de estatus de la (nueva) clase media académica con el Gran Reemplazo (que no es en absoluto una teoría, sino simplemente un hecho) y con la propagación del pronatalismo y de una nueva política de identidad (probablemente entendida como nacionalismo). Esto no tendrá éxito. Porque el aumento del capital cultural y la distinción que para los muy inteligentes se asocia con el dominio y la reflexión sobre sistemas teóricos extremadamente complejos como la filosofía trascendental, la teoría de sistemas, la ética del discurso o el postestructuralismo no se ve igualado en la derecha por la oferta de una teoría de derechas comparativamente compleja que hace Sellner. Sin embargo, al margen de la cuestión de si es posible que tales teorías existan en la derecha, Sellner deja claro en repetidas ocasiones que no le resultan útiles. Esto es sorprendente, dada su predilección por Heidegger y su hermética y oscura crítica de la tecnología.
Una posible explicación de su pronunciado escepticismo hacia los intelectuales y la parte de la clase dirigente profesional caracterizada por el discurso académico es que tal vez haya analizado el desarrollo histórico de la izquierda radical en Alemania Occidental: tras su formación y establecimiento en la década de 1960, se escindió en la década de 1970 en cientos de microgrupos sectarios en forma de grupos K, círculos de lectura, comités, etc., que tenían en común que trabajaban en cuestiones intelectuales detalladas, que pretendían ser radicales o extremistas a pesar de su total pasividad, y que estaban (como era de esperar) enfrentados entre sí. Martin Sellner habrá estudiado en detalle esta fragmentación inducida por el intelectualismo y, consciente de su inmensa heterogeneidad ideológica y de la alta proporción de alborotadores y “estafadores” que existía dentro de ella, habrá querido evitar a la derecha el destino de la izquierda radical después de 1968. Esto es loable, pero se pasa de la raya. En su honorable intento de vaciar la bañera sin arrojar al niño como lo hicieron los académicos de izquierdas, termina por eliminar a los intelectuales de derechas.
¡La derecha necesita más debate!
En consecuencia, esta crítica debería concluir con un alegato a favor de una derecha pluralista y creativa. Una derecha que integre y apoye de forma natural un fuerte movimiento activista como parte del mosaico general de la derecha, pero que se oponga cuando el movimiento afirme una “autoridad directiva” sobre las otras partes del campo. Parece absurdo que un mayor pluralismo interno en el campo de la derecha pueda distraer del objetivo principal generalmente aceptado, es decir, asegurar la existencia continua del pueblo. En la actualidad, los partidos de derechas se están convirtiendo cada vez más en representantes de los intereses de las respectivas poblaciones nacionales. Este proceso debe entenderse como un efecto secundario natural de la creciente fragmentación y alienación étnicas. La realidad cada vez más evidente del Gran Reemplazo está provocando la autoconciencia étnica, la transformación de los partidos populistas de derechas en partidos de grupos étnicos y la oposición frontal de los grupos nacionales frente a los grupos extranjeros. Este frente puede aplazarse, pero no detenerse, mediante crisis (externas) y frentes cruzados temporales. No tiene su origen en una voluntad o decisión política (colectiva), sino en la naturaleza humana. Por ello, con el debido escepticismo sobre el valor explicativo de las teorías sociobiológicas y etológicas humanas, un recurso ocasional a conceptos como comportamiento territorial y xenofobia le habría venido bien al autor. Impulsada por choques étnicos cada vez mayores a intervalos cada vez más cortos, la derecha se centrará cada vez más en el Gran Reemplazo y en sus condiciones favorables directas. El verdadero truco consiste en ampliarlo temáticamente.
El interés de Sellner por la demografía parece derivar del “pensamiento de autoayuda” al que en realidad se opone tanto. Pero si 2.000 en lugar de 1.000 activistas hacen panfletos y pegan carteles contra el Gran Reemplazo, el efecto no es el doble de grande. En lugar de más folletos y páginas web sobre el problema de la demografía, la derecha necesita más y mejores debates sobre geopolítica, sistemas económicos, conservación de la naturaleza, política educativa, transhumanismo, estudios de género, arquitectura y ética. Necesita al ecologista de barba desgreñada de la vieja escuela que ya no sólo quiere impedir las circunvalaciones, sino también los aerogeneradores, al joven brillante que trabaja en el sótano en una investigación pionera sobre la batalla blindada de Prokhorovka y la historia económica de Kursachsen, a la exfeminista desilusionada que ahora lucha apasionadamente contra el “wokismo” y el lobby trans y al renegado de izquierdas que se ha visto empujado a la derecha por la estrechez intelectual de los círculos intelectuales de izquierdas. Y, sobre todo, la derecha debe abandonar la ilusión de que puede posponer todas las cuestiones que no sean el principal objetivo común para más adelante, es decir, hasta después de la esperada toma del gobierno. Si esto ocurriera, la amplia alianza de conveniencia caería inmediatamente por todo tipo de cuestiones y el poder que acaba de ganar se le desharía entre los dedos.
Una respuesta convincente
El 14 de marzo de 2023, justo una semana después de la manifestación a gran escala en Tiflis, la “mujer con la bandera de la UE”, como se presenta a la georgiana, se sienta en un estudio de televisión de Radio Free Europe (RFE) y habla elocuentemente en un vídeo sobre el acontecimiento que la hizo famosa en Occidente. Es una producción brillante que encontrará su público en YouTube. Radio Free Europe es un medio de comunicación estadounidense con sede en Praga, que los críticos tanto de izquierdas como de derechas consideran un instrumento de propaganda del gobierno de Estados Unidos afiliado a la CIA para preparar revoluciones de colores. La oposición georgiana y la National Endowment for Democracy (NED), una organización que, según su expresidente Allen Weinstein, hace públicamente lo que la CIA solía hacer de forma encubierta, mantienen vínculos igualmente conspicuos. Tanto la RFE como la NED reciben financiación directa del presupuesto federal estadounidense, una fuente de dinero casi inagotable.
La cuestión sigue siendo si, en vista del hecho de que, a diferencia de los movimientos de oposición prooccidentales de Europa del Este y Asia, el campo de la derecha no tiene oligarcas multimillonarios, ni ONG afiliadas al Estado ni ninguna superpotencia detrás, sino que, por el contrario, tiene a las élites nacionales, a las ONG afiliadas al Estado y a una superpotencia en su contra, ¿debería confiar en la estrategia del cambio social o del cambio de régimen a través de la metapolítica y de formas de protesta en el sentido de Gene Sharp? Esta pregunta nunca puede responderse de forma concluyente. Pero puede responderse de forma convincente. En Cambio de régimen desde la derecha Martin Sellner hace precisamente eso y aconseja con pasión y muchas buenas razones a favor de esta estrategia, que él llama “reconquista”. La derecha debería seguir su consejo.
Simon Dettmann, nacido en 1993, estudió Filosofía e Historia en una universidad de Alemania Occidental. Sus áreas de interés incluyen la filosofía política, la ética y la arquitectura.
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zeitungslektuere · 11 months
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Marcel Antoine Verdiers Darstellung kolonialer Grausamkeit entstand im Jahr 1843.
BUCH ÜBER SADISMUS: Vergiss die Peitsche nicht!
VON MAXIMILIAN GILLESSEN
-AKTUALISIERT AM 24.10.2023-15:08
Von der transatlantischen Sklaverei bis zu den NS-Vernichtungslagern: Iris Därmann untersucht den Sadismus als organisierte Gewaltpraxis – und erklärt, warum der Marquis de Sade ein bizarrer Abolitionist gewesen ist.
Schon früh ist der Name Donatien Alphonse François de ­Sade zu einem Synonym für die Lust am Leiden anderer geworden. Französische Wörterbücher verzeichnen den Gebrauch des Wortes „Sadismus“ seit den 1840er Jahren, aber es war vor allem der deutsche Psychiater und Gerichtsmediziner Richard von Krafft-Ebing, der ihm in der 1891 erschienenen sechsten Auflage seiner „Psychopathia sexualis“ zu fortdauernder Prominenz verhalf. Doch freilich nur um den Preis, den Sadismus auf ein individuelles Triebschicksal und das Werk Sades auf die Illustration eines klinischen Falls zu verkürzen. Die Sexualwissenschaft hatte den sadistischen Einzeltäter erfunden. Gegen diese Reduktion des Sadismus auf eine vermeintlich individuelle Pathologie wendet sich die neue Monographie von Iris Därmann.
In achtzehn lose verbundenen Kapiteln verfolgt die Berliner Kulturwissenschaftlerin zwei Argumentationslinien: Sadismus müsse zuerst als eine „organisierte Gewaltpraxis“ begriffen werden, die in unterschiedlichen historischen Konstellationen wiederkehre und von der transatlantischen Sklaverei bis zu den nationalsozialistischen Vernichtungslagern reiche. Zugleich möchte Därmann das gängige, von der Sexualwissenschaft des neunzehnten Jahrhunderts geprägte Sade-Bild als eine symptomatische Entstellung entziffern: Weit davon entfernt, der Ausdruck einer individuellen Perversion zu sein, verweisen Sades literarische Phantasien auf die reale Institution der Sklaverei, die eine „neue, koloniale Gewaltlust“ hervorgebracht habe.
Wie eng Sklaverei, Kolonialismus, „Plantagenpornographie“ und sadesche Imagination miteinander verflochten sind, zeigt Därmann am Beispiel von John Gabriel Stedmans 1796 erschienenem „Narrative of a Five Years Expedition“, dem Reisebericht eines an der Niederschlagung des Sklavenaufstandes in Suriname beteiligten schottisch-niederländischen Söldners, der ein sentimental gefärbtes, aber drastisches Bild der in der Kolonie herrschenden Zustände zeichnet. Verstümmelungen und Hinrichtungen drohten nicht nur den revoltierenden Sklaven, vielmehr wurden selbst geringste Vergehen mit maßlosen Strafen geahndet.
Verfechter eines absoluten Egoismus
Stedmans Bericht schärfte in Europa das Bewusstsein für die unmenschliche Behandlung der Sklaven. Doch indem er die hemmungslose Gewalt gegen die entblößten schwarzen Körper mit „folgenloser Empathie“ schilderte, erlaubte er es seinen Lesern zugleich, sich lustvoll in die voyeuristische Rolle der Zuschauer der öffentlich exekutierten Strafen zu versetzen. So lieferten die „Gewalträume“ des Kolonialismus alle Zutaten für das Genre sadistischer Pornographie.
Diese Analysen hat Därmann bereits in früheren Arbeiten entwickelt. Auch die überraschende Einsicht, dass sich der Illustrator der Werke Sades – möglicherweise sein ältester Sohn Louis-Marie – an den von William Blake und anderen Künstlern angefertigten Kupferstichen für Stedmans „Narrative“ orientiert hat. Was aber macht Sades endlose Kombinatorik der Unterwerfung zu einer „der wohl eindringlichsten literarischen Formen politischer Kritik“? Die verfremdende Inversion der Rollen. An die Stelle der schwarzen Sklaven – zumeist Frauen –, die bei Stedman dem despotischen Begehren weißer Gewalttäter ausgesetzt sind, rücken bei Sade ausnahmslos weiße Opfer. Das von ihm kreierte „Körpergenre“, so Därmanns nicht ganz überzeugende These, soll seine Leser in „koloniale Mittäter und Mitgenießende“ verwandeln. Hatten aber nicht schon die Traktate der Anti-Sklaverei-Bewegung unter der Maske der Empörung die Straf- und Schaulust ihrer Leser befriedigt?
Jedenfalls trat Sade, woran Därmann erinnert, als entschiedener Gegner der Sklaverei auf, so wie er sich auch weigerte, als Revolutionsrichter die während der Terreur üblichen Todesstrafen zu verhängen. Afrikanische Protagonisten erscheinen in seinen Büchern stets in der Rolle des Libertins. Als Verfechter eines absoluten Egoismus plädiert Sade für eine radikale Gleichheit zwischen den Menschen. Sein oft zitiertes Pamphlet „Franzosen, noch eine Anstrengung, wenn ihr Republikaner sein wollt“ fordert gar den – zeitlich begrenzten – Besitz eines jeden durch jeden, eine „punktuelle Versklavung“ also, die das Gewaltregime der kolonialen Sklaverei aufhebt, gerade indem sie es universalisiert. So erweist sich Sade als ein „bizarrer Abolitionist“.
Eine wesentliche libidinöse Ressource der Vernichtungspolitik
Der Peitsche, Insigne der Sklaverei und des Sadismus, hat Iris Därmann minutiös recherchierte Kapitel gewidmet, die durchweg mit Gewinn zu lesen sind. Gegen Foucaults These einer modernen, gleichsam körperlosen Disziplinarmacht zeigt sie, welche zentrale Rolle physische Gewalt – sei es in Fabrik, Kaserne oder Zuchthaus – bei der Abrichtung widerspenstiger Individuen spielte. Vor allem in der Schule waren Prügelstrafen mit Stock oder Peitsche bis weit in das zwanzigste Jahrhundert hinein ein festes, vom Züchtigungsrecht legitimiertes Erziehungsmittel. Und in Frankreich bestand das elterliche „Recht auf Korrektur“ mittels Ohrfeige oder Schlag auf das nackte Gesäß noch bis 2019.
Drakonische, allein nach dem Ermessen der Kolonialbeamten verhängte Auspeitschungen gehörten zur selben Zeit in den „Schutzgebieten“ des Deutschen Reiches zu den alltäglichen Strafmaßnahmen. Das sogenannte Fehlverhalten einzelner Beamter provozierte in den 1890er Jahren immer wieder öffentliche Skandale. Als einen Auslöser der „antisadistischen Kriege“ der Herero und Nama gegen die deutsche Siedlergesellschaft und Militärmacht nennt Därmann neben der Peitschengewalt die zahlreich dokumentierten Vergewaltigungen einheimischer Frauen.
MEHR ZUM THEMA
Das Siegel des Nationalsozialismus, so zitiert Därmann Jean Améry, der von SS-Leuten in der belgischen Festung Breendonk gefoltert wurde, ist kein „schwer zu fassender Totalitarismus“ gewesen, sondern der Sadismus. Tatsächlich gehörten Schlagstock und Peitsche „zur regulären Ausstattung“ der SS-Mitglieder. Öffentliche Peitschenstrafen wurden ebenso in den Ghettos wie in den Arbeits- und Vernichtungslagern exekutiert. Eine durch „permissive Gesetze“ beförderte sadistische Gewaltlust, das belegen alle Zeugnisse von Überlebenden der Schoa, die Därmann anführt, war keine Ausnahme, sondern eine wesentliche libidinöse Ressource der Vernichtungspolitik.
Wie ist dieser Parcours durch unterschiedliche Gewaltregime angesichts postkolonialer Debatten über die Zusammenhänge von Kolonialismus und Judenmord zu lesen? Zustimmend beruft sich Därmann auf Aimé Césaires berühmtes Diktum, das Unverzeihliche der nationalsozialistischen Verbrechen sei die Anwendung kolonialistischer Methoden auf europäischem Boden gewesen. Jedoch möchte sie damit weder einen kausalen Nexus noch eine bruchlose Kontinuität geltend machen. Lieber spricht sie in einem psychoanalytischen Vokabular von einer „durch die Arbeit der Verdrängung entstellten ‚Wiederkehr‘ des kolonialen Sadismus“ oder einer „Reaktivierung“ kolonialer Gewalt in den Konzentrationslagern.
Über welche konkreten – materiellen, diskursiven, institutionellen – Wege sich eine solche Reaktivierung vollzogen hat, lässt sie allerdings offen. So auch die Frage, worin genau das spezifisch Neue der mit der transatlantischen Sklaverei verbundenen Gewaltlust besteht. Prägte sie bereits die von Därmann auf nur wenigen Seiten behandelte Antike? Setzt sie sich in der Gegenwart fort? So unscharf der ausgehend von Sade entwickelte Begriff bleibt, so eindrucksvoll sind die historischen Parallelen, die Iris Därmann an seinem Leitfaden in ihrem überaus material-, aber auch voraussetzungsreichen Buch entwickelt.
Iris Därmann: „Sadismus mit und ohne Sade“. Matthes & Seitz, Berlin 2023. 350 S., geb., 32,– €.
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moviesandmania · 3 years
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JEEPERS CREEPERS: REBORN (2021) Preview with first teaser
JEEPERS CREEPERS: REBORN (2021) Preview with first teaser
‘Death gives it life’ Jeepers Creepers: Reborn is a 2021 horror film involving a young woman who experiences premonitions associated with the urban myth of The Creeper. Directed by Timo Vuorensola from a screenplay written by Sean-Michael Argo. Produced by Terry Bird, Michael Ohoven and Jake Seal. The American, British and Finnish Orwo Studios production stars Sydney Craven, Imran Adams, Ocean…
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geekcavepodcast · 2 years
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Jeepers Creepers: Reborn Trailer
Screen Media’s Jeepers Creepers: Reborn is getting a special 3-day fan premiere event beginning on September 19, 2022, until the 21st hosted exclusively through Fathom Events.
Louisiana is holding the first ever Horror Hound Festival. Among the attendees is “fanboy Chase and his girlfriend Laine, who is forced to come along for the ride. But as the event approaches, Laine begins to experience unexplained premonitions and disturbing visions associated with the town’s past, and in particular, local legend/urban myth The Creeper. As the festival arrives and the blood-soaked entertainment builds to a frenzy, Laine believes that something unearthly has been summoned…and that she is at the center of it.”
Jeepers Creepers: Reborn is directed by Timo Vuorensola from a screenplay by Jake Seal and Sean-Michael Argo. The film stars Imran Adams, Sydney Craven, Gabriel Freilich, Pete Brooke, Gary Graham, and Dee Wallace.
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gebo4482 · 3 years
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Jeepers Creepers: Reborn - Official Teaser Trailer
Dir: Timo Vuorensola Star: Sydney Craven / Gabriel Freilich / Imran Adams
Website / Twitter / Facebook / Instagram
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lawrencefineart · 4 years
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There is so much to say about the artist Gabriel Laderman that it is hard to know where to start. Laderman, like peers Phillip Pearlstein, Fairfield Porter, Jane Freilicher, Paul Resika, and others was a major presence in the new AMERICAN figuration that appeared in the 1960’s and 70’s. He sought to forge vital contemporary work that could take the stage as the equal of Abstract Expressionism. He studied with Hans Hofmann and was critiqued weekly by de Kooning, but after a short stint, he turned his back on pure abstraction. “He viewed tradition as Janus-faced and looked to the past as a source for how to move forward,” wrote a one critic. Another said that he “expanded painting outwards, making the world of artistic possibilities feel larger.” His work showed elements of Le Nain, Canaletto, de Chirico and Gris. Known for their strong narrative sensibility, one writer said that his works should be compared to the works of playwright Edward Albee. Lawrence Fine Art has recently placed his work in a noted museum collection. We are honored to represent the work of Gabriel Laderman. Pictured here: “Looking Out,” 1995-1996. #gabrielladerman #artoftheday #artadvisory #interiordesign #realism #figurativeart #hyperrealism #paintingoftheday #contemporaryart #figuration #janefreilicher #fairfieldporter @jgoldfineart https://www.instagram.com/p/CI051fSgOxI/?igshid=1f7dy3r8i5wvj
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Bericht über unsere neue CD in der Aachener Zeitung
Die „Oper 2.0“ erklingt nun auch auf CD
Exzellente Aufnahme: Der Eupener Komponist Christian Klinkenberg feiert mit „Der Gletscher“ die Mikrotonalität
von Pedro Obiera
EUPEN „Oper 2.0“ nennt der belgische Komponist Christian Klinkenberg sein Format, mit dem er neue Wege des Musiktheaters beschreiten will. Zurzeit arbeitet er mit der Librettistin Ela Baumann an seinem dritten Projekt, das George Orwells Roman „1984“ thematisieren wird.
Mit seinen ersten beiden Kammeropern, „Das Kreuz der Verlobten“ (2017) und „Der Gletscher“, hat der 1976 in Eupen geborene Komponist über die Landesgrenzen hinausgehende Beachtung erzielt. „Der Gletscher“ wurde im Oktober 2019 in Eupen uraufgeführt und danach in Brüssel und New
York gezeigt. Jetzt liegt ein exzellent klingender CD-Mitschnitt der Produktion vor, der freilich nur einen begrenzten Einblick in die Besonderheiten des Werks erlaubt.
Angesichts der komplexen Kombination von Musik, Bild, Text, Darstellung und Videoeinblendungen geht zwangsläufig die gesamte visuelle Dimension verloren. Und die betrifft nicht nur die multimediale Verzahnung, sondern greift auch tief in die musikalische Struktur ein. Denn zum grafisch notierten
Notentext hat der Maler Marc Kirschvink eine Reihe von abstrakten Bildern angefertigt, die während der Aufführung auf die Bühnenrückwand projiziert werden und den Musikern Freiräume und Orientierungshilfen für die improvisatorisch offenen Passagen bieten sollen.
Auf diese Bilder muss man in der CD-Version ebenso verzichten wie auf den Präsenz der zweiten Hauptfigur, einer stummen, aber bewegungsintensiven Partie, die in der Aufführung der Schauspieler Ilan Daneels verkörperte. Umso bedeutender fällt Juliane Pempelfort als Radiostimme ins Gewicht, die
durch die Handlung führt. Den umfangreichen gesanglichen Anteil muss der Bariton Jean Bermes allein bewältigen, was ihm auch brillant gelingt.
Die Handlung entpuppt sich als ein 80-minütiger erweiterter innerer Monolog des Bergfreundes Max, der seinen Bruder Gabriel während einer Gebirgstour verliert. Der Tod des Bruders lässt ihn nicht los, so dass er 30 Jahre später zu der tödlichen Gletscherspalte zurückkehrt, um seinen inneren
Frieden zu finden. Der Versuch, den Leichnam zu bergen, wird von einem Berggeist durchkreuzt. Max wird mit seinen zerrissenen Gefühlen alleingelassen, das Ende bleibt offen.
Ohne Szene bekommt man die Gelegenheit, sich umso konzentrierter den musikalischen Besonderheiten des Stücks zuzuwenden.
Seine Freiheiten nutzt das von Bart Bouckaert geleitete Ensemble unter dem inspirierenden Einfluss der Bilder denkbar kreativ. Dafür hat Klinkenberg elf genreerfahrene Musikeraus Europa und Amerika um sich versammelt, die sich mit seinem ästhetischen Ideal, der Mikrotonalität, bestens auskennen.
Die geradezu mikroskopische Zersplitterung einer Oktave in weit mehr als die üblichen zwölf Halbtöne erfordert entsprechende Spezialisten und führt zu einem besonders filigranen, oft irrlichternd flackernden Klangbild, mit dem sich durch elektronische Verfremdungen und einen bis zu Swing und Rock reichenden Stilmix Stimmungen aller Art herstellen lassen.
Die inneren Spannungen, mit denen Max zu kämpfen hat, inspirieren Klinkenberg zu den besten Teilen seiner farbigen und abwechslungsreichen Musik. Gesänge, die nicht einmal vor sentimentalen Einschüssen haltmachen und die der Luxemburger Bariton Jean Bermes mit vollem Stimm- und Körpereinsatz zum Ausdruck bringt.
Gegenüber seinem Erstling „Das Kreuz der Verlobten“ hat Klinkenberg seine Tonsprache erheblich verfeinert, so dass auch die reine Audio-Version des „Gletschers“ seine Wirkung nicht verfehlt.
www.christianklinkenberg.com
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dreimalfuermich · 7 years
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Sonntag, 11. Juni 2017
27 Grad, dampfartig transparente Wolken, der Himmel ein extrem helles Kobaltblau
Dante Gabriel Rossettis Frauen, diese massivschädeligen, mit kernig breitem Kinnwuchs ornamentierten, mit von Wehmut nach jäh vorbeigezogenen, halkyonischen Tagen geformten Lippen, mit den sich wie frisch aufgeschlagene Kissen in die Welt wölbenden Amorbögen ausgestatteten, sind - Entschuldigung: Männer.
Tolles Interview mit Maxim Biller über die 68er in ZEIT Campus, das ich freilich nicht in Print lese, sondern online, weil ZEIT Campus...ich mein’ come ohn
Zufällig auf FAZ Online die Videokolumne - ich glaube, so nennt man das - eines jungen Politikredakteurs gesehen, den ich mal kurz in Berlin kennenlernte und von dem ich zwar wusste, daß er Journalist war, hingegen nicht bei der big FAS. Er begegnete mir vor einigen Monden als nicht unsympathisch aufgekratzter Jungmann, mit weit aufgerissenen, vergnügungssüchtigen und substanzengeilen Äuglein. In ihnen flirrte diese gewisse Entschlossenheit, der nun schon angebrochenen Nacht Körper und Geist zu schenken, vollends. Fußballer würden sagen: 120% zu geben.
In Joachim Bessings Blog lese ich, daß Takis Würger, dessen Namen hin zu schreiben allein - verständlicherweise - für Herrn Bessing eine große, aus Buchstaben gebaute Verlockung darstellen muss, in sozialer Runde Ágota Kristófs Das Große Heft lobt, was unweigerlich dazu führt, daß mir jetzt kleine Szenen aus diesem Buch in den Sinn kommen, diesem unglaublichen, brutalen und wahnsinnigen Killer-Buch, das es eben ist und immer schon war. Herrndorf nennt es, erinnere ich, in Arbeit und Struktur “Weltliteratur”, und das ist wahrscheinlich richtig. Auch in Arbeit und Struktur steht, daß Joachim Bessing “bizarr” sei, so Herrndorf, und auf Balkons “doziere” (nicht strukturell, sondern in dem einen Fall), während ca. zehn Milliarden Deutsche vor dem Fernseher ein WM-Endspiel anschauen, an dessen Ende es keine Deutsche unter den Opfern geben KANN, weil sie nicht mitspielen.  Einige Tage später im Sommer des Jahres 2010, bekam ich von S. eine Email, in der sie die Schönheit der Nutten in Sewastopol pries und daß sie die Milchstraße sehen konnte. 
Käme doch am Abend ein Gewitter, als Dénouement
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nunc2020 · 8 years
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Hermann Göring, Inbegriff des Faschismus, und die (Un)Möglichkeit geschichtlicher Wiederkehr
25. Februar 2017 von Hans Ulrich Gumbrecht
Wie ich darauf käme, den inzwischen seit einem guten Monat amtierenden amerikanischen Präsidenten nicht als “Faschisten” zu bezeichnen, fragte letzte Woche eine geschätzte Kollegin. Die Antwort stellte sich reflexartig ein: seit ich mich an politische Beobachtungen und Debatten erinnern kann, das heißt: seit den Diskussionen der späten sechziger Jahre “im Geist der Studentenrevolution,” ist es zu einer schlechten (und keinesfalls ausschließlich deutschen) Gewohnheit der Linken und und der im angloamerikanischen Sinn des Worts “Liberalen” geworden, den Faschismus-Begriff als Anathem von scheinbar unüberbietbarer Schärfe gegen alle Institutionen und Personen zu schleudern, die man abzulehnen hat. Unter solcher Undifferenziertheit leidet dann nicht nur die Präzision jeglicher Analyse, sie verschleißt auch typologische Konzepte von potentiell beträchtlichem Gebrauchswert für die Beschreibung der Gegenwart.
Was “Faschismus” hieß (und heute weiterhin heißen sollte), lässt sich einigermaßen genau angeben, weil nicht nur das Wort und seine Bedeutung einen präzise bestimmbaren Beginn haben; zugleich entfaltete und bezog sich jener sprachliche Beginn auch auf eine unverwechselbare Konfiguration von Ereignissen und Institutionen. In Italien erfunden griff der Name “Faschismus” auf ein in der römischen Republik entstandenes Emblem zurück, nämlich auf die “Faszienbündel” der “Liktoren” genannten Beamten. Es ging um Ruten, an die ein Beil gebunden war und die als Zeichen der Autoriität vor Inhabern politischer Ämter hergetragen wurden. Benito Mussolini entschied sich erst kurz vor seiner Machtergreifung, vor dem “Marsch auf Rom” im Oktober 1922, für dieses Symbol, hatte aber in der Inszenierung seiner Partei und ihrer Politik schon vorher auf ein Repertoire von Gesten und Formen zurückgegriffen, das vor allem der Dichter Gabriele d’Annunzio in den unmittelbar auf das Ende des Ersten Weltkriegs folgenden Jahren entwickelt hatte.
Als d’Annunzios und Mussolinis Nation 1915 an der Seite von Frankreich und England in die schon an den meisten Fronten zur zähen Grabenschlacht gewordene militärische Auseinandersetzung eintrat, war ihr für den Siegesfall durch einen Geheimvertrag das Recht auf Annexion von Territorien des österreich-ungarischen Reichs zugesichert worden, welche Italien als illegitimerweise “besetzt” und also “unerlöst” (“terre irredente”) ansah. Vor allem aufgrund der Initiative des amerikanischen Präsidenten Woodrow Wilson zur Gründung von Jugoslawien als unabhängigem “südslawischen” Vielvölker-Staat kam es freilich nie zur Einlösung dieses Versprechens — was den an romantisch-ekstatischen Gesten hängenden d’Annunzio bewegte, im September 1919 die umstrittene Hafenstadt mit dem Namen “Rijeka” (heute einem Teil Kroatiens) durch den Marsch eines revolutionären Stoßtrupps von etwa zweihundert “Schwarzhemden” zu besetzen und unter dem Namen “Fiume” über ein Jahr lang als Kommandeur zu regieren, bis er sich endlich einer Machtdemonstration der ehemaligen Alliierten auf dem Mittelmeer beugte.
Vor allem inszenierte d’Annunzio in Fiume die Verfugung einer mythologischen Struktur mit einem Stil kollektiver politischer Gesten, die sich Mussolini als politischer “Führer” bald gegen den stummen Protest des wirtschaftlich von ihm abhängigen Dichters aneignete — und die schnell weltweit Bewunderer fand. Zum Mythos wurde hier die säkularisierte Form des christlichen Erlösungstheologems: ein Status des Glücks und des Rechts (die behauptete Zugehörigkeit Fiumes zu Italien) war durch ein angebliches Unrecht (die historisch zurückliegende Zuweisung Fiumes zum Habsburgerreich) aufgehoben worden; doch das Opfer von Unschuldigen (die im Weltkrieg gefallenen itaienischen Soldaten) hatte eine Gewissheit auf Wiederherstellung des angeblichen Rechts bereits erkauft; und die verbleibende Ungewissheit über den Zeitpunkt dieser Rückkehr zum Recht glaubte d’Annunzio durch seinen Marsch auf Fiume in politische Realität verwandelt zu haben. Zum Subjekt der lokalen Geschichte erhob er das durch vielerlei Symbole als Kollektiv geformte Volk von Fiume: durch Uniformen mit schwarzen Hemden, durch pompöse Volksversammlungen vor dem Rathaus, durch von Arturo Toscanini dirigierte öffentlche Konzerte unter freien Himmel, deren Besuch obligatorisch war, und sogar durch eine mysterienhafte Bürgerreligion mit eigener Kultstätte.
Die meisten dieser Elemente tauchen in den institutionellen Formen des deutschen Nationalsozialismus wieder auf: dem Mythos der “unerlösten” italienischen Länder entsprach die “Dolchstoßlegende” von einer die Niederlage des Vaterlands besiegelnden internationalen Verschwörung gegen die “im Feld unbesiegten” deutschen Armeen; dem Marsch auf Rom der Fackelzug von Hitlers Anhängern durch Berlin am 30. Januar 1933, dem Tag der “Machtergreifung;” die schwarzen Hemden der italienischen Faschisten wurden in das Braun der SA umgefärbt und wiederholten sich bald in den Uniformen der SS; und die Reichsparteitage von Nürnberg nahmen die Formen und Gesten von d’Annunzios Feiern in Fiume auf. Schließlich gaben bestaendig wiederholte Diskurse und rhetorische Motive der Nazi-Welt ihren ideologisch kohärenten Überbau.
Zurecht haben Historiker behauptet, dass der deutsche Nationalsozialismus spätestens mit dem Projekt zur “Endlösung der Judenfrage” als Industrialisierung von Gewalt weit über seine aus Italien importierte faschistische Matrix hinausgegangen war. Der 1893, vier Jahre nach Hitler geborene Hermann Göring aber blieb jene Gestalt in der NSDAP, die bis zum Ende des 8. Mai 1945 ihre faschistischen Ursprünge verkörperte und im Bewusstsein der Bevölkerung hielt. Für eine solche Rolle war Göring als Sohn eines deutschen Kolonialoffiziers im heutigen Namibia prädestiniert, weil in seine Erziehung romantische Motive von mittelalterlichem Heldentum und von eine Bestimmung zu singulärer nationaler Größe eingegangen waren. Im Weltkrieg wurde wurde er dann mit über zwanzig Luftsiegen zu einer der populären Heldengestalt und mithin zu einem Opfer-Emblem der Dolchstoßlegende.
1924 empfing ihn Benito Mussolini — noch vor Hitler — als Gesandten der deutschen Parallel-Bewegung, in derselben Mission nahm er Kontakt mit dem Vatikan auf, den der spätere Papst Pius XII. vertrat, und im folgenden Jahr erweiterte Göring durch die Heirat seiner schwedischen Frau Carin den römisch-faschistischen Horizont um eine eher nordisch-dunkle Dimension. So verdichtete und verbreitete die Erinnerung an seine Heldenrolle im Weltkrieg, zusammen mit den charismatischen Begegnungen seiner Gegenwart, die Präsenz des faschistischen Mythos und seiner Rollenfächer in Deutschland. Anders als Adolf Hitler oder Josef Goebbels entwickelte Hermann Göring eine spezifische Affinität zu Mussolini, indem er sich (wahrscheinlich enthemmt durch eine Morphium-Sucht) mit seinem persönlichen Stil die Freiheit zu Gesten der Exuberanz und vor allem die Freiheit zu ideologischen Inkonsistenzen nahm.
Über engere Parteikreise hinaus war bekannt, dass er eine schützende Hand über seinen jüngeren Bruder, den ideologischen Dissidenten Albert Göring und seine Kontakte zu jüdischen Freunden hielt. Größten Ruhm und wärmste Bewunderung erlangte Hermann Göring durch seine Begeisterung für pompöse Uniformen, durch Orden, Titel und Embleme, durch ein nach seiner verstorbenen ersten Frau “Carinhall” genanntes Anliegen im Norden von Berlin, durch die neue Eheschließung mit der Schauspielerin Emmy Sonnemann, welche die Luftwaffe mit einem Überflug feierte; durch Jagden in historischen Kostümen, Spielzeugeisenbahnen und, während des Zweiten Weltkiegs, angesichts fortschreitenden politischen Machtverlusts, durch die persönliche Verfügung über Kunstwerke, die im Rahmen oft rassistisch motivierter Enteignungen in deutsche Hände gefallen waren.
Es war Göring nachweislich bewusst, dass ihn solche Gesten der Selbstinzenierung zusammen mit seiner schnell wachsenden Leibesfülle auch zur Zielscheibe eines national und international wachsenden Spotts machten. Doch offenbar war ihm an der schieren Intensität der Resonanz, die er fand und immer wieder erzeugte, mehr gelegen als an deren Inhalten oder an der Effizienz seiner politischen Leistungen. Selbst angesichts des implodierenden Chaos während der letzten Tage nationalsozialistischer Herrschaft und während des Nürnberger Kriegsverbrecherprozesses ließen seine faschistischen Instinkte Hermann Göring nicht im Stich. Im Frühjahr 1945 war es sein Ehrgeiz gewesen, die zur Aura seiner Persönlichkeit gehörende Rolle als Hitlers offizieller Nachfolger tatsächlich anzutreten, um sich den Siegern zu stellen und Verhandlungen nach seiner Vorstellung von persönlicher wie nationaler Würde aufzunehmen. Von derselben Phantasie war wohl sein Verhalten auf der Anklagebank inspiriert, wo er den Part des tragisch gescheiterten Gleichberechtigten gab. Bis heute hat sich die Vermutung gehalten, dass er damit – und im Gegensatz zu den um Gnade winselnden Mit-Angeklagten — seine Ankläger und ihre Umwelt beeindruckte und deshalb durch einen amerikanischen Solodaten in Besitz jener Zyankali-Kapsel gelangte, welche ihm die als persöenliche Schmach abgelehnte Exekution durch den Strang ersparte.
Ließe sich eine Gestalt wie Hermann Göring in unserer Gegenwart des (nicht mehr so frühen) einundzwanzigsten Jahrhunderts vorstellen? Vor wenigen Monaten haben die Bürger der Vereinigten Staaten einen Präsidenten ins Weiße Haus gebracht, dessen wichtigste Erfolgsbedingung nicht allein während des Wahlkampfs, wie wir jetzt wissen, seine suchtartige Abhängigkeit von massiver Resonanz ist. Vor allem einen exuberanten Stil des Verhaltens, einschließlich der Inszenierung seines Besitzes, seines plüschartig-goldenen Geschmacks und der gutaussehenden Frauen seiner Familie, setzt er als Konkretisierung und Illustration einer Lebensleistung ein. Inmitten aller Träume von dramatischen Taten und und Ereignissen wirkt unser Präsident aber ideologisch und selbst politisch inkonsistent. Solche Widersprüche allerdings münzt er unverdrossen in Zeichen einer Freiheit um, die angeblich er allein sich leisten kann. Und anstelle einer prägnanten Position erfüllt seine Reden die permanante Anspielung auf eine Verschwörung der Berufspoliter gegen das einfache amerikanische Volk, das er nun zur Erlösung in einer Wiederkehr alter nationaler Größe zu führen verspricht.
Ein Szenario der historischen Wiederkehr? Sollten der Begriff des Faschismus und seine prallste Verkörperung am Ende doch unserem Verstehen der Gegenwart auf die Sprünge helfen? Gewiss in dem Sinn, dass sie daran erinnern, wie sich Bürger als Wähler eben nicht zuverlässig und ausschließlich an einem Urteil über politischer Programme oder Leistungen orientieren. Einer Mehrheit von ihnen gibt derzeit der Status, Resonanzboden für drastische Gesten zu sein, einen unvergleich intensiveren Eindruck von der eigenen Bedeutung und eine schillernde Hoffnung auf die Zukunft. Und genau diese Energie-Beziehung könnte möglicherweise resistent gegenüber historischem Wandel sein.
An Uniformen und Orden kann unserem Präsidenten eigentlich nicht gelegen sein (so sehr er – auch wie Hermann Göring — täglich für mehr als eine Überraschung gut ist). Außerdem fehlen ihm langfristige Visionen oder gar Utopien, wie sie Goebbels und Hitler ohne Unterbrechung wiederholten. Können die Gegner des amerikanischen Präsidenten auf die Folgen seines Konsistenz-Mangels setzen? Beim Nachdenken über solchen Fragen endet die typologische und prognostische Relevanz historischen Wissens.
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korrektheiten · 5 years
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Klare Signale für Merkels Abgang
Geolitico:   Im Ringen um den EU-Kommissionsvorsitz setzt sich CSU-Politiker Weber wegen Nordstream von Merkel ab. SPD-Altpolitiker Gabriel will die Koalition sprengen. Die politische Lage der nach Medienberichten „mächtigsten Frau der Welt“ wird immer fragiler. Der Abstand zwischen „himmelhochjauchzend“ und „zu Tode betrübt“ wird  kleiner. Die Dichtung der deutschen „Qualitätsmedien“ und die Wahrheit der laufenden Ereignisse fallen immer schneller auseinander. Der Griff nach den Sternen der Weltherrschaft endete in Berlin schon einmal in der Enge des Führerbunkers. Kürzlich brachte Merkel noch den globalen Migrationspakt unter Dach und Fach und den globalen Klimapakt auf die Beine. Und nun läuft selbst Manfred Weber aus dem Ruder, weil er erkannt hat, dass er als Merkel-Mann niemals Kommisionspräsident in Brüssel werden wird und als Darsteller von Eigenständigkeit nach den Sternen des EU-Banners greift. Rauchende Colts Die Lage für Weber ist vertrackt. Er ist Fraktionsvorsitzender und Spitzenkandidat des in sich zerstrittenen Parteibündnisses EVP. Nicht nur in der Frage der Nordstream II rauchen in der Volkspartei die Colts. Auch in der Asylpolitik und bei der Medienzensur gibt es ganz unterschiedliche Standpunkte bei den europäischen Christdemokraten. Das Bündnis EVP wird eigentlich nur durch Postenschacher, Fördermittelvergabe und Diäten zusammengehalten. Also letztlich durch Geld und sonst nichts. Das ist freilich [...] http://dlvr.it/R3c4jn
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melbynews-blog · 6 years
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Europa wird vom Handelskrieg mit den USA profitieren, auch politisch
Neuer Beitrag veröffentlicht bei https://melby.de/europa-wird-vom-handelskrieg-mit-den-usa-profitieren-auch-politisch/
Europa wird vom Handelskrieg mit den USA profitieren, auch politisch
Bild: Gage Skidmore [CC BY-SA 2.0 (https://creativecommons.org/licenses/by-sa/2.0)], via Wikimedia Commons
Dass ausgerechnet von den USA der globale Freihandel in Frage gestellt wird, ruft nun die ganz große Politik auf den Plan. Als Europäer jedoch würden wir langfristig von einem Handelskrieg profitieren: Politisch und ökonomisch. Wenngleich zeitweilige Einbußen freilich nicht auszuschließen sind.
Von Friedrich Langberg
Was passiert da eigentlich genau?
Trump stört sich an dem Umstand, dass Amerikaner mehr europäische Produkte kaufen als umgekehrt. Ob ihn genauso stört, dass die USA doppelt so viel nach Australien exportieren wie importieren? Wahrscheinlich nicht.
Gegenüber Europa hat er jedenfalls den ersten Schritt gesetzt: Stahl wird mit 25% und Aluminium mit 10% Zoll versehen. Die Maßnahme klingt abstrakt und ist auch praktisch mehr symbolisch als bedrohlich: Laut Gabriel Felbermayr vom Institut für Wirtschaftsforschung ist das österreichische BIP mit 0,07% kaum betroffen, Deutschland sogar noch weniger.
Das Gefahrenpotential liegt in der möglichen Eskalation. Europa reagiert natürlich und belastet aus den USA importierte Produkte wie Erdnussbutter und Whiskey. Trump hat angekündigt, auch Autos zu verzollen, sollte dies wirklich geschehen. Das würde ins Herz der deutschen Exportwirtschaft treffen und eine Kettenreaktion in Europa auslösen. Dann dürften tatsächlich Milliarden an Einnahmen und tausende Jobs wegbrechen.
Die Chancen für Europa
Die Frage ist, wie die EU und ihre Mitgliedsstaaten dann reagieren. Wir hätten ein gewaltiges Ass im Ärmel: Bekanntermaßen sind es gerade vier ökonomische Großmächte aus den USA, die in Europa zwar horrende Gewinne machen, aber faktisch kein volles Prozent Steuern zahlen: Google, Amazon, Facebook und Apple.
Natürlich ist ein Handelskrieg nicht angenehm. Natürlich hätte es Konsequenzen, weiter an der Eskalationsschraube zu drehen. Aber: Der Größte Wirtschaftsraum der Welt ist der Binnenmarkt der EU. Nicht die Vereinigten Staaten. Vielleicht gibt uns Trump gerade – natürlich ohne es zu wollen – die Chance, die USA in ihrem Dominanzanspruch endlich in die Schranken zu weisen.
Die EU ist eine Geschäfts-, keine Wertegemeinschaft
Dass die USA seit Jahrzehnten an vielen Orten der Welt das Völkerrecht brechen und sowohl UNO als auch den Internationalen Strafgerichtshof missachten, interessierte hier bislang nur „alternative Medien“. Die wurden dann vom Mainstream ins verschwörungstheoretische Eck gestellt. Wenn hingegen die Gesetze des freien Handels und die Welthandelsorganisation missachtet werden, sind die Sinne der Regierenden geschärft. Das zeigt: Europa ist eben doch ein Business, keine „Wertegemeinschaft“.
Dass Amerika sich isoliert, ist für uns dennoch eine große Chance. Schon vor einem Jahr hat Angela Merkel konstatiert, auf die USA sei kein Verlass mehr. Europa müsse sein Schicksal nun selbst in die Hand nehmen. Damit ginge endlich die Phase zu Ende, in der Europa sich die außenpolitischen Interessen der USA diktieren lässt. Gegenüber Russland und in der NATO könnten dann endlich eigene Register aufgezogen werden.
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moviesandmania · 2 years
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