#poeticismo
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gojo a sukuna
#have this fucking song stuck in my head#sukugo#jjk#imagining it just going like:#gojo stopping them in the middle of the fight and he's all 'sukuna te wa dedicar un poema 😌'#y sukuna (un hombre culto y amante de las artes genuinely interested) just goes 'dale pa ver'#gojo clears his throat and proceeds with this.#f.txt#poeticismo#romeo le dicen al satoru#y su pelea es en diciembre y todo it just fits.
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Così è l'anima mia: una fusione di notte e giorno, scandita dai ritmi del vento.
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Nubivago voce dotta recuperata dal latino nubivagus, composto da nubes ‘nube’ e dal tema di vagari ‘vagare’. che vaga tra sogni e idee.
C’è sempre una certa fame di parole poetiche, evidentemente poetiche. Alcuni tagli, alcuni concetti sostanziati in singole parole ci danno dimensioni fantastiche, capaci, da sole, di darci una forma d’ispirazione, di vaghezza, di piacere — anche se non sono parole che si usano poi molto, restano soprattutto parole-bandiera, parole-opera d’arte. Il nubivago ricopre questa posizione in maniera particolarmente evidente, perché da un lato è un termine che in rete si trova non meno che acclamato, dall’altro nella sua vita millenaria abbiamo solo una manciata di attestazioni letterarie lontanissime fra loro. Come non è difficile intendere — e anche la sua immediatezza icastica è un punto di forza — ‘nubivago’ è la qualità di chi trasvola le nuvole, vagandovi in mezzo, di chi le segue (o sembra seguirle) in maniera errabonda. Da un lato è un termine di viaggio alato e nomade, che si spinge lontano sopra le solite possibilità umane, dall’altro è un tratto scarsamente impegnato, costruttivo. Difatti è anche la qualità di chi ha la testa fra le nuvole, di chi idealmente vi vaga fra fantasie e sogni. Possiamo parlare del nubivago viaggio di Dedalo da Creta attraverso il mare — e in effetti è proprio questo l’oggetto del più celebre nubivagus usato in latino, da un autore per la verità minore, Tiberio Cazio Asconio Silio Italico, nel più vasto poema della latinità che ci sia arrivato, coi libri dei suoi Punica. Possiamo parlare delle frotte nubivaghe degli uccelli, che migrano o mormorano insieme. Ma possiamo anche parlare degli estri nubìvaghi dell’artista, sempre diretti su nuovi interessi e nuove ricerche, degli impegni nubivaghi d’adolescente che tasta vie diverse, dei progetti nubivaghi che ci perplimono ma a cui ci uniamo di tutto cuore. Dopotutto — anche se fra Silio Italico e chi l’ha ripresa nel Novecento son passati diciotto secoli in cui del nubivago alla gente d’Italia non è importato, pare, gran che — l’immagine è di quelle cotte nei forni delle metafore ancestrali, frutto di osservazioni e impressioni che possiamo immaginare almeno vecchie non solo come queste lingue, come la lingua e la nostra specie stessa. Chissà quand’è che qualche nonno o nonna con più peli di noi ha considerato per la prima volta che ‘ste cose nel cielo son gran viaggiatrici. Certo, quello del nubivago è un poeticismo perfino facilotto; e però, nonostante l’aria da parvenu, salito a grandi onori senza grandi pedigree, è scritto in un alfabeto antico. (articolo tratto da unaparolaalgiorno.it)
#etimologie#etimologia#nubivago#avere la testa tra le nuvole#fantasia#ribelle#pensieri#spirito libero#citazioni#citazione#parole#nuove parole#vocaboli#vocabolario
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Warrior Forum: el foro de discusión y mercado de marketing digital número uno
Suena como algo obvio, trivial e inclusive superfluo que decir, ¿no? ¿no? Bueno, eso es algo que solía meditar. Entonces, me percaté de que lo más tonto que puedes hacer es pensar que jamás harás una estupidez. Acá están mis tres joyas de la corona favoritas a fin de que trate este inconveniente de la forma adecuada.
Ejemplo # 1
Soy un orgulloso dueño de un Hyundai Santa Fe de doce años. No hay nada singular en ese auto, salvo por el hecho de que mis palabras lo adquirieron. Asimismo me agrada la expresión poética de que mi turismo funciona con palabras que escribo en vez de gasolina. Desafortunadamente, mi poeticismo es el culpable de mi falta de algún conocimiento técnico útil sobre los autos en el nivel básico, por lo menos. Entonces, un buen día, mi esposa trató de abrir la puerta antes de que yo abriese el auto. La alarma sonó, lo que fue un gran shock, porque pensé que mi auto no tenía una. Además de esto, el turismo estaba bloqueado y no arrancaba. Ya hablaba por teléfono con un mecánico, quien me dijo que no se incordiaría en saludar a mi auto por menos de $ 100 la hora. Además, un cargo auxiliar por el hecho de que tenía que venir a verme y no del revés. En una desesperación total, estaba caminando alrededor del auto tratando de averiguar qué hacer con todo ese estruendos y luces intermitentes. Luego vi una pegatina en el cristal de la puerta de mi turismo. En el caso de que tenga alguna inquietud con respecto a dónde y de qué forma puede emplear xbox one , puede llámanos en el sitio. Afirmaba algo como "Sistema de seguridad Hyundai". Adquirí un auto y olvidé consultar si tiene o bien no alarma de lona. Le pregunté a Google qué hacer. Resulta que tienes que presionar el botón de desbloqueo dos veces y tu alarma te dará un reposo. Regresamos a la normalidad y no podía dejar de mirar la etiqueta que salvó vidas. Debo haber abierto esa puerta mil veces y, no obstante, ni una sola vez no me pregunté qué hacía esa pegatina allá. Tuve la suerte de salirme con un día arruinado en vez de una cartera demolida.
Ejemplo # 2
Encargué online un portátil Asus Vivo de aspecto agradable y algo 2 en 1. Pensé que era una gran idea pagar una vez por dos dispositivos, una computadora portátil y una tableta. Este dispositivo era algo que llaman "transformadores". Presionas un botón, mueves el teclado y obtienes una tableta completamente funcional. El coste era bueno, si efectúa su pedido on line. No me molesté en buscar información sobre el sistema operativo. Resultó que usa Windows especial, lo que precisa si quiere usar dos dispositivos al mismo tiempo. No pude instalar Grammarly. No pude emplear Dropbox. No podría esto y aquello. Entonces, me defraudaría enormemente mi elección. Asimismo me percaté de que este dispositivo no tenía un puerto HDMI ni una ranura para tarjeta SIM. Decidí venderlo, mas no pude lograr un coste justo. Ya se trataba como algo utilizado, aunque oficialmente tenía solo dos meses. Entonces, mi única opción era mudarlo. Encontré a un tipo que estaba dispuesto a cambiarlo por una consola de juegos Xbox trescientos sesenta utilizada. Mi objetivo era intentar hallar algo que, al menos, mis hijos disfrutarían usando. Entonces, llegó el día de intercambiar nuestros dispositivos. Mis hijos ya jugaban cuando el tipo que estaba revisando mi computadora portátil me compartió ciertos de sus descubrimientos. Resultó que este dispositivo tenía puerto y ranura, no pude hallar. Todo cuanto tenía que hacer era leer el manual. Esta clase estaba encantado con el dispositivo que obtuvo a resultas de nuestro intercambio. Por otra parte, tuve ciertas dudas sobre mi resolución, pero no quería deteriorar la diversión de mis hijos y, sobre todo, la promesa que le hice a este muchacho. Tras todo, esta no fue una mala operación.
Ejemplo # tres
Escribo mi historia en mi computadora portátil preferida. Tuvimos un gran comienzo, pero entonces la actualización de Windows 10 lo arruinó. Algo salió mal y empiezo a percibir una advertencia sobre un problema relacionado con el supervisor. El problema era que en medio de mi trabajo, la computadora portátil se reiniciaba de súbito sin aviso previo. A veces puede ocurrir 5 veces al día o solo una vez a la semana. Esa no es la única computadora en mi casa, mas teniendo en cuenta que su batería dura por siempre más de 4 horas, o bien aun más, incluido su pequeño tamaño, esto fue un enorme problema para mí. Sencillamente no deseaba abandonar a eso. Entonces, probé todo y cualquier cosa. Volví a la versión precedente del sistema operativo. Nada. Lo actualicé nuevamente. Nada. Pagué más de una vez para arreglarlo. Nada. Aun pagué por ciertas herramientas de reparación de controladores on line. Nada. Estaba pensando en obsequiarlo a ciertos de mis amigos o bien primos. ¿Cómo? No funciona adecuadamente. Uno de mis amigos me sugirió que probase Linux. No me agradó la idea. ¿Quién usa Linux en estos días? Si no es popular, entonces no es bueno. ¿Correcto? Después de un par de meses de tortura sin fin y dos crisis inquietas incluidas, no tuve otra opción que probar Linux. Adivina qué, ahora todas mis computadoras funcionan con Linux.
¿Qué tienen en común todas estas historias? Eso es obvio, un tipo tonto como personaje primordial. Leí en alguna parte que lo primero que debes hacer para curarte a ti mismo es darte cuenta y admitir que tienes un problema. Creo que lo más inteligente que hice recientemente fue prestar más atención a mi estupidez. Hasta ahora todo bien. # cuidado con la # estupidez - many10s hace cuatro años Jajaja Todos hacemos algo imbécil aquí y allí. Solo rezo para continuar haciéndome más sabio y no hacer ningún daño reparable. - Gracias
DiscussionBoard.errors [10935303] .message
eComCoder hace 4 años Siempre y en toda circunstancia está bien cometer fallos, quiere decir que usted es haciendo algo. La clave acá es aprender de cada error, examinar el proceso para ver qué llevó a este error y no regresar a repetirlo jamás. - Gracias
DiscussionBoard.errors [10937121] .message
johnny west Prohibido hace cuatro años lapso> ¡Decir ah! ¡Convenido! La autoconciencia lo es todo.
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Poeticismo discutibile
"Mi copro l'anima raccogliendo brandelli di felicità abbandonati agli angoli della vita".
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“Tutto il mondo è in un metro quadro”. 50 anni senza Giovanni Comisso: tour nel suo “Veneto felice” (prendete appunti!)
Esiste un volume intitolato Veneto felice, di Giovanni Comisso. Esiste una prefazione intitolata Vita felice di Giovanni Comisso. Esiste di certo un Veneto felice. E l’Italia invece, esiste, e felice? Chissà… Troppo sfuggente forse l’idea di felicità, così come quella d’Italia, che di certo, almeno in Veneto, come se Metternich ci avesse preso eccome, esiste solo come entità geografica. O meglio, come entità burocratica ed espressione vampiresca. Ebbene, se sicure non sono, se non in negativo, la felicità e l’esistenza della nazione italiana, fede che non ha sostituto quella vera, tale è invece il piacere di sfogliare Comisso… Specie le parole che, scrittore sanguigno e seminale, come l’ha definito Andrea Zanzotto, “di un sangue-semen splendido e insieme polluente”, ha dedicato alla loro regione.
Comisso l’anarcoide, il disimpegnato, almeno dopo l’impresa di Fiume, come pochi altri scrittori italofoni lo sono stati (tra gli altri, e non è forse un caso, proprio Zanzotto e un altro conterraneo, il vicentino Goffredo Parise), poco incline alle teorizzazioni, alle formule ideologiche, alle mitologie politiche e alle frequentazioni borghesi, da sempre profondamente e schiettamente radicato nella sua terra, in parte reale, in parte frutto del sogno, “pagana, mediterranea, vulcanica” (vulcanica di sicuro; mediterranea forse; pagana per lo meno nel senso di pagus, di radicata in villaggi), e per questo, secondo Pasolini, autore “né veneto né cattolico”, questione riguardo la quale Parise resta incerto mentre l’altro vicentino Piovene risponde più nettamente affermando che le parole del poeta di Saluto e augurio sono vere solo “se per scrittore veneto s’intende uno scrittore d’affanni psichici, un misto di narcisismo e di masochismo, che si arrovella a sciogliere razionalmente i suoi grovigli”, come scrive l’autore della detta prefazione, Nico Naldini, curatore che ha tra gli altri il merito di aver conservato le originali coniugazioni comissiane del verbo “avere” (à per ha, ànno per hanno, ecc.).
Comisso il radicato nel pagus (e in questo senso sì “pagano”), ma anche eternamente inquieto, pronto al viaggio, che non di rado, specie in gioventù, assumeva le tinte della fuga alla Rimbaud e che dalla guerra alle corrispondenze lo portò ovunque, da Fiume (dove fu con D’Annunzio nel “sublime” anno, ma dal poeta non fu mai sedotto, e accolse la guerra come occasione per liberare non tanto Trento e Trieste quanto se stesso, sentendosi soffocare della famiglia borghese, nella città d’origine, Treviso, e contemplando allora le cime del Grappa come l’approdo inatteso di una “giovinezza tumultuante di attesa, ansiosa d’avventure, generosa”), ai tanti porti del mare Adriatico e della Grecia e poi l’Africa, la Russia (per arrivare perfino in Siberia), l’India, la Cina, il Vietnam, mentre nel Circeo, dove pensò di trasferirsi, si fece costruire una casa, salvo abitarvi solo pochi giorni (troppi romani, evidentemente), e l’Italia, in cui a più riprese girovagò (L’Italiano errante per l’Italia), e che gli ispirò più di un libro (le sue Satire, i suoi Capricci), ma che più che conquistarlo “fu conquistata dal [suo] sguardo attraverso il paesaggio da regione a regione, componendo in [lui] un solo paesaggio”.
“Io vivo di paesaggio, riconosco in esso la fonte del mio sangue. Penetra per i miei occhi e mi incrementa di forza. Forse la ragione dei miei viaggi per il mondo non è stata altro che una ricerca di paesaggi”, afferma in quelle stesse pagine per descrivere la sete che mosse la razza di emigranti verso nuove terre, verso altri paesaggi, diversi ma in molti casi altrettanto meravigliosi quanto quello natale, certo più che verso delle conquiste (vale qui il No vao a combatar), perché lo spirito veneto che egli stesso incarna è innanzitutto contemplativo, aduso alla bellezza, della natura e delle opere, cosciente del fatto che nel paesaggio si trova il “segno delle mani di Dio”, e a un tempo la traccia di quelle umane che si formano sempre “in rapporto al paesaggio”, sicché l’uomo stesso ne è “uno specchio”…
Il suo mondo d’infanzia, che si prolungherà negli intrecci tra vita rurale e viaggio, scrittura e amori che costituiranno quello chiamerà il suo “gioco d’infanzia”, è sul Piave, in un lembo di terra che sempre sarà il luogo delle sue radici, anche nelle sue numerose assenze dal Veneto, in giro per l’Italia e per il globo.
“Tutto il mondo è in un metro quadrato”, è infatti il ritornello comissiano che esplicita in poche, semplici parole il richiamo della sua terra, e il luogo sarà una piccola proprietà agricola in quel di Zeno Branco, nei pressi di Treviso, acquistata con i soldi guadagnati con gli articoli scritti nel suo viaggio in Oriente.
Sarà il luogo (perché ognuno ha il proprio) dove tenterà una definitiva metamorfosi vitale, una volta finita la giovinezza, scoprendosi agronomo, esperto di semine, innesti, raccolti e concimazioni, con le mani nella materia originaria (e la Genesi non può mentire) in cui trova sostanza il suo spirito d’indipendenza.
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“Io sono profondo nella terra, mi sembra di essere un verme che s’addentra. Presto risalirò farfalla”. Si tratta di parole che, al di là del poeticismo che l’immagine può suggerire, Comisso recava nella sua carne e nella sua anima. Dalla metafora letteraria alla metamorfosi reale, il movimento è nella morfologia del suo essere ben più che non nel suo scrivere. È la realtà in cui vede e trova la garanzia della sua libertà vitale e, in seconda battuta, pure in veste di scrittore davvero anarchico. Una liberà da sempre anelata, come scrive Naldini, “personale, sociale, letteraria e soprattutto politica, vivendo sotto il fascismo”.
Il secondo conflitto mondiale non vede Comisso in azione come a Fiume e quindi nel primo. Chiuso nella casa di campagna assieme alla madre cerca semplicemente di salvarsi la pelle. E allo stesso modo per tutta la vita cercherà di salvare l’essenziale, e vale a dire la sua terra. Che sempre per Comisso verrà prima dell’arte, dei libri, della letteratura e della sua scrittura. “L’arte mi importa e non mi importa. Mi premono i miei campi, per quel poco che rendono, ma che giova, tutto il mondo è in un metro quadrato, basta saperlo godere. E io godo profondamente tutto quanto è attorno a me. Mi basta e ringrazio il Signore”. Ecco il suo ritornello… Ma allo stesso tempo… “Se la vita […] fosse abbandonata a se stessa senza essere sorretta dall’arte, risulterebbe soltanto un movimento senza nome. I fatti […] non diventerebbero storia, e per storia si deve intendere: tutte le forme d’arte in quanto rendono memorabili quei fatti”. Da qui l’amore di Comisso nei confronti dei memorialisti e ambasciatori veneti, testimoniato anche dal suo fiorfiore di brani del Galateo del Castiglione, dalla sua versione de La mia vita del Casanova, da cui Tre amori di Casanova, edito da Longanesi nel 1966.
Nella sua scrittura, impressionisticamente memoriale, paradossalmente radicata e itinerante (una vita che nonostante le due guerre fu certo più felice di quella del grande veneziano), l’autore trevigiano si farà a sua volta ambasciatore del venetismo, con la terra d’origine che, come sempre volle la tradizione, territoriale sì ma anche cosmopolita, della sua regione, non sarà mai chiusura bensì, come ha scritto Piovene ed è vero pure per Parise, una realtà di partenza e di esistenza, ovunque ci si venga trovare, “un fatto di natura”, che è dentro di sé, “visceralmente”, osmoticamente assorbita e mai intellettualizzata.
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Chioggia fu per Comisso il luogo della prima “liberazione artistica narrativa” e in certo qual modo anche, almeno per un attimo, dalle game con la terra, trovandosi proiettato d’incanto in uno stato di sospensione a lui ancora del tutto sconosciuto e che significò, allora, la felicità (“Il cielo sembra vastissimo. Qui ci si sente come sospesi”, si legge tra le pagine di Veneto felice, e fu uno dei motivi per cui lo scrittore vi percepì “una felice libertà umana fuori del tempo. Sembra di avere vissuto e di non essere morti, di essere fermi in un’eternità certa che imprime al passo la cadenza degli dei”), sperimentando in modo immediato, come nella pittura di Tiepolo, il nesso col più puro desiderio della sua regione e della sua gente, quello di vivere libera.
Venezia, arrivando da Padova, navigando sul Brenta, gli apparirà “simile a una perla nel guscio rilucente di un’ostrica”… Venezia città-palazzo, Venezia palazzo-corpo, Venezia città-corpo, femminile, d’estate, “stupenda donna dal corpo opulento, distesa in ozio olimpico”, mentre “il volto […] rimane immoto mezzo in ombra e mezzo in luce”, un vero sogno d’Oriente.
Greche non solo le origini delle città lagunari ma anche quelle di Padova i cui coloni, approdati pochi chilometri dalla città, risalirono il Brenta “vincendo la corrente impigrita” e scoprendo “una pianura feconda tutelata da un ceppo di monticelli acuminati come picche” sulla quale sorgerà una città cui i romani aggiunsero ben poco ma molto sant’Antonio, che la fece infine cristiana, poi insanguinata da Ezzelino, prosperante sotto i Carraresi, universitaria, goliardica, intellettuale e sensuale, clericale e commedica, contadina e industriale, radicata e cosmopolita, arcaica e moderna, sempre vitale e fiorita con la Serenissima, con Giotto e Mantegna, con Tiepolo e Tiziano, con l’Oriente della chiesa del suo santo.
Guido Ceronetti vi vedrà “un fantastico, quasi gangetico Oriente”, ma l’Oriente è in realtà un Oriente elleno-cristiano, elleno-cattolico, orientamento della città che, come ha scritto un altro Guido, Piovene, è il luogo della più grande concentrazione dei vertici pittorici del Trecento: “Più di Roma. Più di Assisi. Più di Firenze. Contrariamente a ciò che si può pensare, per la quantità e la varietà delle esperienze del Trecento, la vera Firenze è Padova”. Passi che non lo sappiano gli inglesi, gli americani, i giapponesi, ma che non lo sappiano i cosiddetti italiani, grandi provinciali (naturalmente e nel senso più deteriore e non più nobile del termine) la dice tutta, mentre lo sanno molto bene i veneti (tacciati a torto di provincialismo da chi non sa nulla del venetismo) e dunque Piovene, il quale lapidariamente chiosa: “Giotto a Firenze è tradizione regionale. A Padova è arte nazionale e internazionale”. Come nella stessa Venezia, a Treviso, a Vicenza, a Udine, a Trieste… Padova, scrive Piovene, “grazie al santo, è un luogo […] di tregua tra i credenti ed i miscredenti”: clericale e commerciale, colta e conservatrice, campestre e creativa, Padova è pietra e alberi – come il corniolo miracoloso, come il giardino bembiano, come il platano papafaviano, e come nel Prato della Valle – alberi e pietra…
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L’altra Venezia è Vicenza… Vicenza mai Dominante ma ugualmente ricca, circondata di terre fertilissime, e dedita, nei confronti della sua capitale, alla sola competizione estetica e mai bellica, e infatti eccola ancora trasognata, elegante, capricciosa, sfuggente, e “incoronata” dalle ville del Palladio e dai marmi delle cave di Chiampo che come sulle Apuane imbiancano in ogni stagione i rilievi verdeggianti con una pietra nella quale le conchiglie fossili si sono impastate con altri detriti marini, facile da scolpire ma che invece d’indebolirsi diventa sempre più dura nell’aria e nelle intemperie, e pare una metafora della città che, priva del mare, volle eguagliare la bellezza della laguna. Scrive Comisso che “trovarsi in una Venezia a cui siano stati interrati i canali per farne strade” di notte “scatena la fantasia, coprendola di veli come la bella addormentata nel bosco” in tutta “una giocondità creativa che la città stessa suscita dal suo grembo inesauribile”. Scrive Comisso che “i palazzi diventano vascelli naviganti nella notte” e nella nebbia, come il ponte di Bassano che pare “un tempio, un grande salone, un galeone navigante” mentre nel plenilunio Vicenza è puro sogno, tra pieni e vuoti, tra ombre decise e bianche statue. A Vicenza, “il Palladio à costruito per gli occhi dei suoi abitanti. La sua architettura è tutta di una razionalità oculare”: un parossismo di fantasia e piacere, ma a misura umana.
Così è per la meravigliosa torre comunale (“rosea e altissima, come fosse un obelisco eretto fantasticamente in una terrazza sopra qualche casa”). Così per gli edifici gotici e rinascimentali (“eterni come per raffigurare la visuale di quella che per l’uomo saggio dovrebbe essere la città ideale”). Così anche per i colonnati, le gradinate, le logge, gli archi, le nicchie, le altane, le sculture, i giardini, i ponti, i mulini, le cascate, gli isolotti…
E poi Treviso – la sua Treviso. Meno chimerica ma a sua volta semiorientale. Meno trasognata ma ugualmente compiaciuta. Città che sorge anch’essa in una “terra variata di acqua e colli” e a sua volta dotata di grazia greca in forma tutta veneta, e capace di rinascere dalle sue ceneri (“è stata massacrata da due guerre eppure à sempre mantenuto salvo il suo ceppo vitale di ingenua freschezza” – la sua vita – “intrecciata alla mobile e cangiante filigrana d’acqua, con smeraldi interposti ovunque d’alberi e di giardini” – la sua vita – “che emergeva come bianche ninfee da un’acqua paludosa durante gli spettacoli teatrali di autunno e di carnevale”) per tornare a esser ciò che è sempre stata, vale a dire un “parco d’incantesimi” fatto di labirinti, vicoli, sorprese d’acqua, mulini, archi costituiti da case, salici piangenti, ninfee, scorci fiabeschi, case quasi galleggianti, facendo propria la lezione della Dominante. Treviso liberale. Treviso cattolica. Treviso sensuale. Treviso crollata. Ma mai crollata.
E non crolla l’Endimione, il colle dal nome che più bello non si potrebbe, e bucolico, “veramente l’immagine del pastore mansueto, disteso nel sonno eterno concessogli dalla Luna innamorata, per conservargli per sempre la bellezza”…
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Veneto felice, I miei paesaggi, Il grande ozio, Attraverso il tempo, La mia casa di campagna… I titoli delle opere sono come sempre significativi e forte emerge la nostalgia, il rimpianto per il mondo contadino che sta scomparendo o forse è anzi già scomparso (“Immutabile era la loro vita nel giro dei lavori, delle stagioni e delle feste, nello scorrere del tempo sempre rinnovato uguale”) e che l’autore si esprime per esempio nel disturbo che prova di fronte agli apporti di una certa modernità tecnica, dalla motorizzazione di massa ai neon nelle trattorie in cui era solito vivere la sua vita conviviale, e simbolico è il suo morire proprio nel fatale Sessantotto che altrettanto fatalmente era l’antitesi dello spirito che sta dietro e dentro i santuari e i castelli, i vigneti e i frutteti, i cipressi e i castagni, i fiumi e le grave, le pianure e le colline, i monti e le città, i teatri e le ville, ogni pietra e ogni pianta di questa terra, in cui trova materia lo spirito del pagus cattolico, del Cristianesimo che mitiga e non annulla il dionisiaco terragno concentrato nelle trattorie ancora quasi greche tanto amate da un pur moderno Ulisse, Comisso, viaggiatore nostalgico in eterno quotidiano ritorno a quella terra, nel suo profondo, in quel mondo nel quale le donne sapevano “unire all’amore l’arte di fare bene da mangiare”…
“Infine in una trattoria senza nome, quasi clandestina, la padrona sembrava attendere con la stessa gioia usata per l’amante e tutto era a disposizione, incominciando dal fuoco subito acceso vampante sul focolare, in modo da avere presto una bella brace per arrostire le bistecche. E quando queste vennero deposte sulla graticola la cucina fu come attraversata dall’incenso, ma in vero quella legna era pregna di resina così che la carne ebbe lo stesso sapore di quella mangiata da Ulisse e dai suoi compagni lungo il sonante mare, scottata alla brace di ginepro e di cipresso”.
Comisso muore il 21 gennaio del 1969 e dunque forse alla fine di quel mondo che pure il Veneto tenta sempre e non invano di conservare, nella sua Treviso di cui ha raccontato lo splendore e anche una certa decadenza dopo la cacciata degli amati gli Asburgo e dopo il “vento tempestoso” della Prima Guerra mondiale, della Seconda Guerra mondiale, insomma dopo che scomparvero sui volti degli uomini i baffi arricciati e: “Strade piazze, prospettive crollarono e disparvero. Locali e negozi abituali cambiarono nome e aspetto. I vecchi amici non si ritrovarono più. La città parve snaturata, ma rimasero le sue acque a ridarle quella linfa di ingenua e viva freschezza che è come la cadenza temperata del suo dialetto”.
Nel marzo del 2000 una scultura in metallo opera di Mario Martinelli in ricordo del naufragio della Bronsa viene apposta in omaggio allo scrittore lungo l’incantevole canale dei Buranelli. Il pomeriggio del 1° aprile 2005 un uomo originario del Burkina Faso, vent’ottanni, maomettano, si spoglia e attraversa il canale, stacca l’opera dal muro e fa a pezzi la figura del marinaio. Due mesi dopo l’opera torna su quel muro.
Marco Settimini
L'articolo “Tutto il mondo è in un metro quadro”. 50 anni senza Giovanni Comisso: tour nel suo “Veneto felice” (prendete appunti!) proviene da Pangea.
from pangea.news http://bit.ly/2U8xjS5
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Poeticismo da latte e caffè
Non devi guardare l'alba, devi ESSERE un'alba.
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“La poesia può salvare le persone, ma il poeticismo sul web sta distruggendo un genere letterario. Io preferisco parlare con i poeti morti”: Gabriele Galloni dialoga con Alessandro Moscè
Alessandro Moscè come critico letterario ha pubblicato l’antologia “Lirici e visionari” (2003) e i saggi “Luoghi del Novecento” (2004) e “Galleria del millennio” (2016). Come poeta, tra l’altro, ha pubblicato “L’odore dei vicoli” (2004) e “Hotel della notte” (2013); ha pubblicato i romanzi “Il talento della malattia” (2012) e “L’età bianca” (2016). Tradotto in Romania, Spagna, Messico, Argentina, scrive di letteratura su “Il Foglio”. Un profilo più completo del suo lavoro è qui.
Il tuo percorso letterario non ha bisogno di alcuna presentazione. Le tue poesie sono tradotte in diverse lingue e le maggiori voci critiche del nostro paese si sono occupate della tua opera, che spazia dalla poesia al romanzo, alla saggistica, fino alla curatela di importanti antologie. Raccontaci, a introduzione, la tua strada. Dall’esordio in poesia, con L’odore dei vicoli (I Quaderni del Battello Ebbro 2005), fino ai tuoi ultimi progetti.
Nasco come poeta, ma in realtà furono i miei primi racconti ad essere pubblicati in riviste di terza mano. Erano ciclostili che si distribuivano quasi clandestinamente nelle università e nei circoli improvvisati dove passavano politici, anarchici, paninari e new wave in un’epoca molto disimpegnata. Ero un ventenne che cercava la sua lingua e la sua cifra interiore. Leggevo i poeti e i narratori, i classici (Dante, Leopardi, Baudelaire, D’Annunzio, Sartre). Mi piacevano i filosofi, ma intuivo che la cerebralità del pensiero non faceva per me. Dovevo confrontarmi con la natura umana e con la vita, con l’esperienza, la mia innanzitutto. Per questo l’impatto più proficuo l’ho avuto con i viventi che restituivano storie assimilabili a quelle di tutti i giorni: La donna leopardo di Alberto Moravia e Il terzo aspetto di Giorgio Saviane furono libri capitali che mi indicarono la strada del sentimento (ma non del sentimentalismo) e dell’eros come elementi perfino formativi di un individuo. Ho amato molto Il canzoniere di Umberto Saba e Ossi di seppia di Eugenio Montale. Scoprivo i critici per incamerare una visione complessiva del mio tempo, ed eravamo alla fine degli anni Ottanta: Gianfranco Contini, Carlo Bo, Natalino Sapegno, Carlo Salinari, Geno Pampaloni. La letteratura mi prendeva la mano mentre conducevo studi universitari di Giurisprudenza. Più tardi ho scoperto la dimensione geograficamente più vicina, quella in cui risiedo, le Marche, con il massimo poeta dopo Leopardi, Franco Scataglini, e il suo concetto di residenzialità. “Che senso ha vivere qui e non altrove?”. Maturavo inoltre l’idea dell’inesattezza di un cascame di tipo accademico per cui poesia e narrativa sono generi distinti e inconciliabili. Credo nella contaminazione dei due generi e nella poesia-racconto, così come nella narrativa con un tono lirico ed epico. In Italia, stranamente, ad un narratore di successo non viene attribuita mai la patente di poeta: eppure abbiamo annoverato, nel secondo Novecento, Pier Paolo Pasolini, Paolo Volponi, Giorgio Bassani e Alberto Bevilacqua, solo per citare alcuni casi di ambivalenza creativa di notevole qualità. Capivo, da ragazzo, che la letteratura non manipola nulla, non strumentalizza la verità. Solo così i conti possono tornare. Il tempo della letteratura è l’esatto opposto di ciò che si forma nell’immaginario della gente. Cito María Zambrano che ha scritto La confessione come genere letterario. Vita e pensiero, ci ricorda la Zambrano, non sono due mondi eterogenei o due totalità autosufficienti, ma una sola realtà, quella esistenziale. Il pensiero non può porsi come antagonista della vita, bensì come principio capace di renderne conto.
L’odore dei vicoli è una plaquette dove la dimensione esistenziale, notturna, misterica, abbraccia la mia città, Fabriano, e il luogo principe della mia poesia: il giardino comunale: una specola, una specie di piccola Langa dove non emerge il posto in sé, esiliato e anonimo come qualunque altro, ma l’occasione per interrogare il senso di perdita, i vivi e i morti, il ricordo struggente, le figure amatissime dei nonni paterni e materni. In quel giardino, da piccolo, ho incominciato a camminare, sono cresciuto, diventato adolescente. E’ un luogo aperto, da dove si arriva al centro della città passando attraverso vicoli sdrucciolevoli, con i muri delle case di mattone grezzo con l’intonaco sbriciolato e le finestre posizionate ad altezza d’uomo. Sembra di immergersi in un tempo lontano, sospeso, come spesso accade nell’estesa provincia del Centro Italia.
C’è una dimensione assoluta nella tua scrittura, che è quella del luogo. Luogo inteso come rievocazione, soprattutto: più illuminazione che epifania. Una residenzialità dell’anima (non a caso sui luoghi dell’anima e della scrittura hai scritto una bellissima raccolta di saggi, Luoghi del Novecento, edita nel 2004 da Marsilio). Le coordinate geografiche, precise e definite, sono il lasciapassare per un’identità poetica universale. Penso a certe rivelazioni di Stanze all’aperto (Fabriano d’inverno, i luoghi dell’estate, le tue luminosissime Marche) oppure a Hotel della notte, dove la stessa materia si dilata fino a rarefarsi ancor di più (la sedia impagliata su cui siede l’amico, i giovani nelle notti invernali, il nonno addormentato). Quel che voglio chiederti è: qual è il preciso rapporto tra poesia, la tua poesia, e il luogo? Pensi che l’opera di un autore sia inscindibile dai suoi luoghi?
I miei luoghi sono spesso concreti, visivi, fotografici. Luoghi fisici, ma anche metafisici, sempre sull’orlo di una scomparsa, di una ripresa, di una salvazione. La poesia non trova la sua necessaria radicalità nel luogo, piuttosto nella corrispondenza con il luogo come occasione per dilatare il mondo nella realtà globalizzata. Nasce quindi un vero e proprio sentimento del luogo in cui si mescolano confidenza e mistero nell’escursione dalla propria “roccaforte”. È Ancona il luogo che ho addomesticato di più nell’infanzia, perché ci hanno vissuto i nonni. Il Natale da nonno Ernesto assumeva la veste di un rito che per nessuna ragione poteva essere rifiutato. Una famiglia allargata si univa intorno ad una tavola per il pranzo delle feste. Quindi parlo di un luogo prettamente casalingo. Ma nella mia poesia c’è anche il luogo universale, mitico. La storia di Fabriano si compone di realtà e fantasia, come dappertutto. L’uno e l’altro aspetto non si distinguono più. Il passato è un oggi che la storia non lascia addormentato, arricchito di particolari secondo versioni sempre diverse. Per questo la leggenda locale ha una funzione: è una vera e propria partitura che si rinnova di decennio in decennio. La memoria della gente sente il beneficio di una scoperta, l’impazienza di aggiungere dettagli. Ma il passato non è solo testimonianza di ciò che è successo, che non succederà più. Rivive la presenza dei secoli nell’attimo in cui conosciamo la rappresentazione eterna del luogo. In questo le narrazioni orali assumono un significato fecondo. Scriveva Scataglini di aver messo a punto la premonizione che portava in sé dell’idea di residenza e che viene da un passo di Adorno in cui si parla esplicitamente di intellettuale residenziale in relazione al rapporto di Kant con la sua piccola Königsberg.
Nonno Ernesto, quando veniva da Ancona a Fabriano, sorseggiava il caffè poco zuccherato, io il cacao bollente. Mi accarezzava il viso e pronunciava parole ben scandite in dialetto anconetano. Si lasciava andare a battute ironiche, a pronostici sul campionato di calcio. Tifava per il Bologna, io per la Lazio. Nel capoluogo emiliano ci aveva fatto il militare e non sapeva dimenticare le lucine di San Luca. Amava i paesaggi collinari delle Marche. È stato lui ad insegnarmi il piacere dello sguardo rivolto ad immaginare le favole dietro i monti appenninici. Il luogo è anche la gente, lo sciame di persone che conosci e che ti conosce, il rito, l’abitudine. “Ci pare sempre di essere vissuti a lungo nei luoghi in cui abbiamo vissuto intensamente”, ha scritto Marguerite Yourcenar. Tutto ciò non può non confluire nella letteratura, se sei uno scrittore. Macondo di Gabriel Garcia Márquez, in fondo, è un luogo magico, corale, epico.
Alla rievocazione lirica, nella tua poesia, si accosta spesso un’impronta, una vena narrativa. Non a caso sei anche romanziere (Il talento della malattia e L’età bianca, editi entrambi dall’editore Avagliano). I due binari, prosa e poesia, procedono parallelamente? Si influenzano l’uno con l’altro?
In parte ho risposto nella prima domanda. Certamente sono contesti immaginativi che si intersecano nella visione dei luoghi, dell’assoluto metafisico, degli affetti familiari, nella biografia restituita alla scrittura, nei personaggi e nelle ambientazioni. C’è una rappresentazione della realtà che si può scrivere mediante la narrativa e la poesia, non tracciando uno spartiacque. Esiste anche la possibilità di incrociare le due scritture dentro uno stesso libro, dentro una stessa struttura. Un romanzo ha l’alibi della trasformazione, della dilatazione della realtà. La poesia è più istintuale, primitiva. Non tutto può essere espressione della lingua all’interno del canto, perché il lettore non lo capirebbe, sentirebbe il peso dell’inesprimibile. I romanzi e le poesie si giudicano quando si leggono, con la speranza di trovare ancora lo stupore della vita feriale. Le letteratura tutta è un avvenimento, non solo un percorso di parole: incanto e disincanto, visibile e toccabile. La poesia si annida spesso nel senso del non detto, del volontariamente celato. E quando il poeta sfida le convenzioni sociali e mette a nudo l’uomo, fa cadere un tabù. La poesia educa allo svestimento come l’arte figurativa, e non è un caso che le grandi tele e le grandi sculture del passato raffigurino dei nudi. Il mio orecchio è allenato alla lirica, alla melodia, non ad una versione sperimentale, gergale. La poesia è testimonianza. La narrativa mi permette una diluzione del tempo e dello spazio, e naturalmente molta più descrizione.
Hotel della notte è stato da poco tradotto in Sudamerica da Antonio Nazzaro (per l’editore Buenos Aires Poetry). Un riconoscimento importante e necessario per un libro che, a distanza di cinque anni dall’uscita, è ormai un caposaldo della nuova poesia italiana. Quanto e quale è stato il lavoro dietro questa traduzione? Il background, ecco.
È nato semplicemente dalla stima di chi ha letto Hotel della notte edito da Aragno nel 2013 e mi ha proposto la traduzione, ritenendo questa raccolta degna di essere conosciuta in un paese che presta moltissima attenzione ai poeti. Amore e combattimento sono due crocevia del libro, un’indicazione che accorpa il senso di una fede: se da un lato non credo alla funzione sociale e civile dello scrivere in versi, dall’altro sono però convinto che la poesia possa salvare le persone. I sudamericani prediligono la dimensione reale e visionaria, che del resto è anche la mia. Hotel della notte vivifica gli archetipi come la nascita e la morte, che entrano prepotentemente nel tempo che ci sottrae età, giovinezza, amori. La battaglia del poeta è contro tutto ciò che deperisce e si dissipa, contro tutto ciò che finisce. Non è un caso che gli stessi oggetti, nei miei versi, abbiano anima e voce. Antonio Nazzaro ha apprezzato il linguaggio anacronistico dove gli archetipi dominano l’istinto, ciò che non sarebbe mai espresso con un articolo di giornale. La comunione tra i vivi e i morti, alla quale alludevo, è incentrata specie su Pierino, al quale spesso ricorro. Era un omino della casa di riposo di Fabriano, un personaggio felliniano. Si diceva che portasse fortuna e per questo veniva invitato a battesimi e a matrimoni. Parlava con la Madonna e con la madre attraverso i pozzi e le pareti dell’ospizio. L’hotel della notte è il luogo fantastico del convivio dove in una hall affollata si ritrovano i miei protagonisti.
Questa è una domanda che mi piace rivolgere a ogni intervistato. Uccidere i maestri. Sei d’accordo con l’affermazione? E quali sono, o sono stati, i tuoi maestri?
Non ho avuto maestri, ma compagni di via e non li ho mai uccisi, ma anzi esaltati, valorizzati con i miei scritti critici. Alcuni sono vivi e altri non ci sono più. Chi mi ha apprezzato di più, recensito su grandi giornali, consigliato e incoraggiato è stato senz’altro Alberto Bevilacqua, che considero un grande classico del Novecento trascurato dalla critica e dopo la morte del tutto dimenticato. Mi consenta di dire che in Italia mancano i critici coraggiosi che si espongano sul monitoraggio delle vecchie e delle nuove leve senza lasciarsi condizionare dalle frequentazioni e da posizioni meramente di rendita. Molti, diciamo la verità, scrivono sul già scritto. È necessario, per dirla con Baudelaire, il padre del modernismo, andare in fondo all’ignoto per scoprire il nuovo. Gli spazi dei social media vengono utilizzati poco e male non consentendo una cernita seria e una selezione continua. Dentro internet finisce di tutto e le spezie hanno lo stesso sapore. Credo che ci sia molta supponenza tra i giovani, che farebbero meglio a seguire appunto dei compagni di via ideali, a leggere di più, invece che a mettersi in competizione tra loro. L’editoria è in crisi al punto tale che la poesia non è considerata un prodotto di mercato e molte collane purtroppo hanno chiuso i battenti. Continuo a preferire il dialogo con i poeti morti. In questi giorni, sul mio comodino, ho lasciato aperto l’Oscar Mondadori di Alfonso Gatto. Faccio mia, nei versi iniziali, la poesia, straordinaria, dedicata al padre: “Se mi tornassi questa sera accanto / lungo la via dove scende l’ombra azzurra già che sembra primavera, / per dirti quanto è buio il mondo e come / ai nostri sogni libertà / s’accenda di speranze di poveri di cielo, / io troverei un pianto da bambino / e gli occhi aperti di sorriso, neri / neri come le rondini del mare”.
La tua generazione è stata quella che ha rivitalizzato e rinnovato non solo la critica letteraria ma anche l’idea stessa di letteratura in Italia. Da critico, qual è il tuo rapporto con i contemporanei? Te lo domando anche alla luce delle antologie che hai curato (Lirici e visionari, Il lavoro editoriale 2003; The new italian poetry, Gradiva 2006).
Sul piano qualitativo la poesia sta andando meglio della narrativa, ma vive nelle catacombe. Che la mia generazione abbia dato un impulso di rinnovamento, sinceramente non lo penso. Trovo che invece sia abbastanza asfittica e poco generosa, quanto egocentrica e autoreferenziale. Nel web si diffonde del poeticismo che non fa bene alla salute di un genere letterario la cui salvaguardia passa per la distinzione tra ciò che è poesia e ciò che non lo è. Nel 2018 sembra di essere ai primordi, eppure la realtà è questa, con molto affastellamento e sempre meno scelta. Il rapporto con i contemporanei è di continua scoperta e lettura, se intendiamo contemporanea la letteratura che va dal secondo Novecento ai primi venti anni del terzo millennio. Ma penso che il concetto di contemporaneità sia alquanto elastico. Si può negare, del resto, che Leopardi sia ancora contemporaneo?
In ultimo: quali sono i tuoi progetti futuri? A cosa stai lavorando?
Sto scrivendo una nuova raccolta poetica che mi impegna da tre anni e che probabilmente intitolerò Le ombre parlano (ma cambio il titolo in continuazione). La poesia nascente che amo di più e che non scade mai, è nei versi del già citato Montale, ma dello stesso Sereni, di Caproni, Gatto, Penna, Raboni. Sono su quella linea lirica con una vena più narrativa. Ho letto recentemente l’americano Charles Wright e mi ha folgorato la sua capacità fotografica di cogliere la forma delle cose. Il mio prossimo romanzo, Gli ultimi giorni di Anita Ekberg, che è in uscita presso l’editore Melville, sarà una biografia romanzata sulla celebre attrice che finì dimenticata da tutti in una residenza protetta per lungodegenti a Rocca di Papa. Il romanzo è innescato, per così dire, nell’epoca della dolce vita e nei decenni successivi, fino al Duemila. Inserisco spesso fatti di cronaca perché credo nel lavoro di patchwork, in un’ibridazione di saperi trasversali, in una mediazione che inquadra la grande storia e la piccola comunità. Sto lavorando anche attraverso il mio sito personale ad un progetto composito che vuole invertire la tendenza tutta italiana per cui ciò che conta appare in televisione o su “Repubblica”. Il resto è oscurità. Esiste invece una zona franca, la quotidianità di chi non finisce sullo schermo o sui giornali, quella della gente comune che gioisce o soffre dentro una casa, nel posto di lavoro, in mezzo alla strada. Gli scrittori devono fare soprattutto questo: operazioni di repechage di storie straordinarie eppure usuali.
Gabriele Galloni
L'articolo “La poesia può salvare le persone, ma il poeticismo sul web sta distruggendo un genere letterario. Io preferisco parlare con i poeti morti”: Gabriele Galloni dialoga con Alessandro Moscè proviene da Pangea.
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