ARENA Y METAL
→ Seth x Diosa!OC [Habibah]
✦ Sinopsis: Hathor genera su primer descendiente y Seth es el último en enterarse.
✦ Palabras: 5226
✦ Advertencias: Incesto / Smut + Asfixia erótica.
—¿Qué le sucede a Hathor?
Los presentes voltearon ante la nueva voz, y algunos rostros mostraron desagrado al ver quién era el nuevo integrante de la habitación. Seth alzó una ceja por las reacciones, mientras Sekhmet sonreía ampliamente, dispuesta a dar respuestas.
—Al parecer, su hija está causando problemas —rió con malicia.
—¿Desde cuándo ella tiene descendientes? ¿Quién de ustedes fue? —preguntó, ligeramente agresivo por la confusión.
—Ninguno —suspiró Maat, cruzando los brazos—. Hace tiempo tuvo una aventura y...
Seth hizo un sonido que manifestaba su opinión sobre lo idiota que era por caer en embarazo, y luego los observó con desconfianza, preguntándose si esto había sido un secreto que habían guardado solo para él.
—¿Qué hizo para que Hathor corriera por los pasillos entre sollozos?
—Nació con la belleza propia de su madre. Le gusta bailar y viaja con un grupo a distintas ciudades para dar espectáculos, pero su rostro está llamando bastante la atención —explicó Bastet.
—¿En serio, el problema es que tiene muchos pretendientes? —burló con un bufido.
—Va más allá de eso; algunos son divinidades que están comenzando a pelear y a generar caos —dijo Maat, marcando la importancia del asunto—. Pedimos que Hathor pusiera orden y exigiera que su hija actuara acorde a su título de diosa, pero...
—¿Diosa? ¿Su hija ascendió? —preguntó con menos simpatía.
—Es la Diosa de las Piedras Preciosas y Metales. Todo lo que usamos fue confeccionado por ella —dijo Thoth, señalando el impresionante collar que lo adornaba.
Isis sonrió con burla, pero Seth desechó la situación como una pérdida de tiempo y abandonó el lugar, dirigiéndose a su templo. Al llegar, contrariamente a lo que había dicho, ordenó a sus sirvientes más leales que buscaran a la joven que cautivaba a todos. Sin embargo, la información llegó varios meses después y, para entonces, cualquier interés había desaparecido.
Aún así, Hathor no dudó en enfrentarlo cuando se enteró de que él sabía que su preciada hija vendría a la ciudad. Nerviosa y alterada, no ayudó en absoluto que el hombre evitara minimizarla.
—¡No te metas con mi bebé! ¡Me encargaré de los pretendientes, eliminaré cada rastro de afecto y nada sucederá! —gruñó, frunciendo el ceño.
—¿Ahora decides actuar? Batallas y conflictos se han originado por su culpa, y ese es mi territorio.
—¡Ella es la víctima, no la responsabilices! Si le haces algo…
—¿Qué? —Seth enarcó una ceja, sonriendo desafiante—. ¿Crees que puedes enfrentarte a mí?
Hathor se puso bordó y la pupila de sus violáceos ojos se volvieron verticales, el aura que la rodeaba siendo sumamente amenazante.
—Haré lo que sea necesario para acabar contigo si te metes con ella, no me importa si debo cambiar los sentimientos de cada ser viviente para que la protejan y vayan contra ti —aseguró, mientras chispas surgían de la punta de sus dedos. Luego dio la vuelta y salió del salón.
—¿Desde cuándo se atreve a hablarme así? —murmuró molesto, golpeando con las uñas el trono que ocupaba.
Eligiendo ir sin importar las circunstancias, indicó que prepararan ropa menos llamativa y que cubriera bien su cabello rojo para pasar desapercibido. Se envolvió en lino y partió al anochecer hacia la zona indicada, donde frunció el ceño al ver la gran cantidad de gente que ya ocupaba los lugares delanteros.
—Señor, venga por aquí —avisó una joven con fina joyería y amplia sonrisa.
—No me toques —gruñó al sentir que lo sostenía del brazo.
—Por favor, tengo instrucciones de la intérprete principal para llevarlo a la primera fila —explicó sin perder la gracia.
Seth entrecerró los ojos y avanzó, notando que varios mortales vestidos como ella organizaban a los espectadores. Mujeres y hombres lo observaron pasar, preguntándose quién era para evitar quedarse atrás. Al detenerse, lo colocaron en un área con almohadones a pocos metros del escenario desmontable.
Con la puesta del sol, las antorchas fueron encendidas y los músicos se acomodaron en sus bancos, comentando en voz baja entre sí. Pasó un tiempo antes de que el espectáculo comenzara y, al cabo de un rato, un hombre finalmente dio la bienvenida y anunció el inicio de la interpretación. Los primeros en salir fueron un grupo mixto que danzaba en parejas o pequeños conjuntos, antes de romper formación para interactuar con los presentes. Seth admiró la presentación, preguntándose dónde habían encontrado a tanta gente hermosa y talentosa, mientras el público reía y aplaudía al contagioso buen ánimo de los artistas.
Los minutos fluyeron en una actividad diferente para él, el acto final arribando y levantándose una tela que reveló varias siluetas femeninas que acapararon toda la atención. Un ritmo diferente empezó a sonar, y el paño fue soltado por los hombres que se sostenían en escaleras. Nueve mujeres mostraron sus espaldas, con una destacándose en la punta de la formación en V. Poco a poco giraron, y finalmente apareció el rostro de la chica que Seth había venido a conocer, su boca quedando entreabierta en asombro.
Con una sonrisa confiada y seductora, y labios rojos como rubíes, la diosa levantó los párpados y reveló irises de un púrpura oscuro, con largas pestañas heredadas de su madre. Caminó lentamente mientras las demás mujeres se dispersaban por el escenario. En sincronía, comenzaron su coreografía con una actitud increíble. Cristales y cuentas doradas se entrelazaban y volaban al girar, las decoraciones brillando tanto como ella, mientras quitaba el aliento de todos los presentes.
Los rojos ojos de Seth siguieron cada movimiento, admirando las curvas que se ondulaban con picardía y lo ignoraron hasta que decidió aproximarse a la zona privilegiada. Se agachó con aire depredador y avanzó al borde del tablón apoyándose en manos y rodillas. La gente gritaba emocionada mientras ella mantenía el contacto visual, en un punto levantándose y meneando despacio las caderas. Recorrió sus piernas, muslos, cintura y cuello en un espectáculo sumamente sensual, antes de dar media vuelta y llamar a uno de los hombres que danzaban cerca.
La euforia se desató ante lo que podría suceder, con Seth apretando los dientes y observando casi sin pestañear mientras ella colocaba ambas manos en los hombros del masculino y comenzaba a rozarlo. Él la sostuvo y la hizo girar, reconociendo sus intenciones, y acarició el expuesto vientre, manteniendo una mirada desafiante hacia el dios. En ese punto, gracias al calor de las grandes antorchas y el baile, ella brillaba en leve sudor y poseía las mejillas sonrosadas como bellos granates.
—Te esperaré —indicó, la voz perdiéndose entre la música y el bullicio.
Seth entendió lo dicho por el movimiento de labios y observó cómo tiraba una pulsera a sus pies. Algunos intentaron estirarse para recogerla, pero él la cubrió con una mano y los miró con tal severidad que retrocedieron.
Una vez que el evento terminó decidió esperar alguna señal, de golpe el accesorio comenzando a calentarse y enseñar cierta fuerza que lo impulsaba a seguir una dirección. Se dejó guiar a través de un par de calles concurridas hasta doblar en un callejón, donde la mujer lo esperaba apoyada contra una pared, mirándose las uñas.
—Supe de tu existencia hace poco, a diferencia del resto —explicó con cierta recriminación.
—Es entendible. Según me dijeron, tu ánimo es bastante volátil y agresivo —dijo, encogiendo los hombros como si no le importara demasiado—. ¿A qué se debe tu visita? —inclinó la cabeza, acortando la distancia, pero pronto se vio incapacitada al arena envolver sus piernas.
—Como Dios de la Guerra y el Desierto, he venido a encargarme de los problemas que generas con tus conquistas.
Ella desvió la mirada y rodó los ojos en silencio, lo que llevó a Seth a emitir un sonido de advertencia que la instó a hablar.
—¿Tienes algún lugar más privado?
Seth consideró la pregunta entrecerrando los ojos, antes de tomarla del brazo y desaparecer en un torbellino.
—Esto es… —dudó al ver lo que la rodeaba.
—Mi templo —terminó la frase mientras se despojaba del lino innecesario, el colorado cabello quedando libre y adornándole los hombros.
—Wow —exclamó tocando suavemente un mechón—. Podría crear tantas cosas para realzar este color, es tan bello…
Seth la tomó alto por la muñeca en señal de advertencia, permitiendo que ella sonriera y le lamiera la mano sin desviar la mirada.
—Cuidado o te cortaré la lengua.
Bufando, se liberó del agarre y le dio la espalda, avanzando con elegancia hacia las enormes escaleras que llevaban a la edificación principal. Las joyas y hilos de gemas que colgaban de ella resonaban armónicamente en cada paso, brillando intensamente al acercarse a las antorchas.
—Es enorme, no me importaría pasar algunas semanas aquí —rió traviesa rozando una de las paredes.
Seth la seguía a una distancia prudente, sus pupilas distinguiendo cada movimiento y admirando todo lo que era. Desde que la vio por primera vez, una necesidad de origen desconocido crecía sin frenos en él, y ciertamente resultaba frustrante.
—¿Acaso ofrecí que te quedaras?
—¿No quieres? Soy buena compañía —volteó, retrocediendo de espaldas—. ¿Por qué crees que quienes me conocen pelean por tenerme? —guiñó un ojo.
—Sexo.
—Si fuera solo eso, ¿por qué no se olvidan de mí cuando me voy? ¿Qué los hace apegarse tanto? —aminoró la velocidad para quedar cerca—. Hoy mismo lo has visto, el público se excita al verme… Incluso tú.
Seth apretó los dientes en descontento, y ella sacó la lengua en burla.
—¿Tienes el permiso de tu madre para relacionarte con dioses?
—Hace siglos que no necesito su aprobación —rió—. Hoy le dije que intentaría evitar causar caos. Quién sabe, tal vez acercarme al Dios de la Guerra sea la solución.
—Serás más un dolor que placer.
La frase hizo que ella carcajeara antes de fingir una profunda reflexión.
—¿Tienes músicos? Tal vez un baile privado te cambie de opinión.
—Primero debemos resolver ciertas cuestiones —dijo indiferente, pero ella sabía bien que con un empujón caería—. ¿Cuál es tu nombre?
—Te lo diré dependiendo de lo que decidas luego de mi danza.
Él apretó la mandíbula, detestando la ligereza con la que hablaba y el brillo malicioso en sus ojos. La sonrisa permanente le ponía los nervios de punta, haciéndola lucir como si estuviera en control de la situación.
—¿Por qué vives como nómada haciendo espectáculos?
—Mortales o inmortales, cada ser nace con una familia a la que puede apreciar, o no. Mi madre es una de las mejores cosas que me han sucedido y siempre estará en mi corazón, pero el resto realmente no importa mucho. Conocí a personas con intereses compartidos, con quienes disfruto pasar los días. Confían en mí y yo confío en ellos, así que los escogí —explicó, un nuevo aire rodeándola—. No abandonaré esa caravana, no cuando todos los que aprecio tienen fecha de caducidad.
—Tienes sentimientos poco propios de una divinidad.
—¿Qué es un dios sin humanidad? Si no entiendes a la gente que debes proteger, representar y servir, ¿cómo puedes ser un soberano empático y respetable? —preguntó con pura seriedad en los ojos—. Sé que nunca reinaré Egipto, pero eso no me hace indiferente a quienes me rezan.
—Por cómo hablas, no me quedan dudas de que eres cercana a Osiris e Isis.
��Bien pensado, ambos participaron mucho en mi crianza —respondió, cruzando los brazos y poniendo peso en una cadera.
—Como sea —imitó su postura, observándola de arriba a abajo—. ¿Eres incapaz de ordenar a tus amantes que dejen de pelear por ti?
—La mayoría ni siquiera ha podido tocarme un pelo; solo luchan por el mero deseo de hacerlo. He intervenido, pero quien realmente debería ponerse a trabajar aquí es Nephthys y fomentar la paz.
—No cuestiono eso. Deberían haber recurrido a ella desde el principio.
—Es tu hermana. Si no actúa, podrías pedírselo.
—¿Quién crees que soy, un mensajero? —enarcó una ceja.
—Vaya —suspiró, inclinando la cabeza—. ¿Entonces qué, nos acostamos y dejamos que el rumor corra para asustar a los dioses?
—Realmente eres insistente. ¿Tanto me deseas? —chasqueó la lengua, sonriendo socarrón.
La pregunta arrancó un ruido seco de la chica, quien se acercó.
—No voy a negar que eres sumamente atractivo, pero desde antes de que asistieras al espectáculo sabía que esta noche tenías ganas de pasarla bien. Si no me acompañas, iré a buscar a alguien más que me complazca.
Seth inspiró y le sostuvo la mirada, su corazón acelerándose y debiendo contenerse de desviar la vista por como parecía acercarlo al abismo.
—Creo que ofreciste bailar para cambiar mi opinión, ¿o no?
—Al fin pasamos a lo importante —dijo complacida, retrocediendo un poco—. Guíame hacia tus músicos.
Inmediatamente tomó la delantera y le hizo esperar mientras ingresaba a una habitación. Desde el exterior, ella escuchó cómo hombres y mujeres lo saludaban apresurados, acatando sus órdenes y generando algunas notas accidentales mientras se movían. Una considerable fila de personas salió y la miró, ella sonriendo y disfrutando al ver cómo varios dejaban caer la mandíbula en sorpresa.
—¿Con qué se distraen? —preguntó Seth desde el fondo, su voz haciendo que todos abandonaran la estupefacción y aceleraran el paso.
—Si decides no tener sexo conmigo, me alegra saber que no tendré que buscar lejos.
Él le lanzó una mirada de reojo, apretó los dientes y luego sacudió el cabello hacia atrás.
—Vamos.
Caminaron con calma, y Seth entró primero en una enorme habitación donde un inmenso colchón reposaba casi a nivel del suelo. Postes con enormes cortinas estaban dispuestos para cubrir la cama del exterior, mientras cuatro sirvientas encendían incienso y preparaban alcohol.
—Suelten las telas laterales.
Otro pequeño grupo se apresuró a cumplir, liberando los nudos y dejando solo un sector descubierto.
—Interesante —comentó la diosa, dando algunos pasos por el ambiente.
Los músicos llevaron sus instrumentos y se acomodaron en lugares donde los gruesos paños los cubrieran, dejando claro la intención de solo observar a la invitada.
—Prepárate como desees —dijo Seth, haciendo un gesto indiferente antes de dirigirse a la cama y recostarse contra una gran montaña de almohadas.
Dos mujeres se acercaron con copas doradas llenas de vino, que ambos aceptaron antes de que el dueño del templo ordenara que se retiraran.
Mientras bebía con calma, la femenina se acercó a los músicos para discutir que deseaba. Ellos siguieron cada indicación e intercambiaron opiniones hasta llegar a un acuerdo. Satisfecha con el resultado, se colocó a varios metros del lecho, justo frente a la sección abierta.
—¿Listo? —preguntó.
—¿Tú lo estás? —respondió ella, enarcando una ceja mientras el incienso comenzaba a llenar el ambiente.
Guiñando un ojo, vació su copa de un solo trago y la levantó en el aire. Al recibir la señal, los artistas comenzaron a tocar mientras ella le daba la espalda, manteniendo el brazo extendido sobre su cabeza.
Meciendo despacio las caderas, el oro que sostenía empezó a derretirse y cambiar de forma. Chorreó por su brazo, formando primero una pequeña cabeza y luego un alargado cuerpo, la serpiente recién nacida enrollándose y descendiendo hasta posarse en su cuello. Con ambas manos sobre esta sensible zona, giró lentamente y sonrió con los ojos cerrados, dejándose llevar por el sonido. Acarició las clavículas y los hombros antes de extender los brazos, mientras el ficticio animal se movía por su pecho y la rodeaba. De repente, un trozo de lino cayó, revelando un seno.
Como si nada hubiera sucedido, continuó con su danza, el metal acariciando y abrazando cada parte de su cuerpo en el descenso. Sus decoradas muñecas y dedos rozaban la piel y creaban movimientos perfectos en el aire, fascinando a los presentes, quienes contuvieron el aliento cuando la serpiente llegó a la prenda que cubría su mayor intimidad.
Sin importarle nada, ella giró y colocó ambas manos en la zona posterior de sus piernas, levantando cuidadosamente un poco del paño. El reptil ató una de sus palmas al muslo para evitar que la retirara, aprovechando la oportunidad para deslizarse bajo la falda.
Un murmullo se escuchó desde el lado izquierdo y la femenina volvió la vista sobre el hombro para observar cómo Seth no despegaba la mirada, aunque una de sus cejas se contrajo involuntariamente al comentario que ella no llegó a descifrar. Con una sonrisa, lanzó la cabeza hacia atrás y s dobló el cuerpo hasta el punto de casi poder verlo, sus dedos libres acariciando desde el vientre hasta el seno expuesto, apretándolo con deleite.
La cola del animal la liberó de a poco y ella giró para mostrar como ésta emergía por el frente y empezaba a subir, así arrastrando la tela hasta el borde de revelar su entrepierna. De todos modos, no daría tal panorama e hizo que ligeramente cambiara de dirección y fuera de una forma donde no enseñara de más. Rotó sobre un pie, preparándose para el inminente golpe de tambor, y en ese instante cayó de rodillas con las manos extendidas y todo el cabello desparramado hacia adelante.
Lentamente fue irguiéndose y los músicos apreciaron los movimientos para acomodar el ritmo, al sentarse separando las piernas y acomodándose entre ellas. Conectó miradas y sintió cómo el rojo de los iris contrarios ardía, lo que le provocó una sonrisa antes de volver el rostro para observar a una de las mujeres que previamente había llamado su atención. Era bonita y toda una tentación si Seth decidía dejarla ir, y en menos de un segundo pensó en qué decirle para seducirla, hasta que la voz del dios resonó.
Todos salieron del trance y detuvieron sus acciones, los músicos apresurándose a recoger los instrumentos y abandonar la habitación. En unos minutos, quedaron a solas, y la mujer se acercó al pie de la cama, inclinando la cabeza con curiosidad.
—¿No te gustó la presentación?
Seth respiró hondo y bebió hasta la última gota de vino, descartando la copa fuera de la cama con un fuerte sonido. Se acomodó mejor y movió el dedo índice en un gesto que indicaba que se acercara. Ella sonrió y dio unos pasos en la cama antes de ponerse en cuatro, gateando hacia él hasta quedar encima. La serpiente, erguida con curiosidad, avanzó sobre el cuerpo del pelirrojo mientras ellos se observaban.
—Fue irrespetuoso que observaras a otra persona cuando debías convencerme a mí.
—¿Por eso cortaste el baile? Solo analizaba la mejor opción si decidías pasar de tal increíble oportunidad —justificó antes de acercarse más, dejando sus rostros a pocos centímetros—. ¿Cuál es tu respuesta?
Manteniendo silencio unos momentos, colocó la mano derecha en su cabeza para cerrar la distancia. Sus labios se encontraron y se enredaron rápidamente, los del masculino sintiéndose increíblemente suaves mezclados con el aroma del vino que habían bebido.
—Cuando decidiste conocerme, ¿habías planeado esto? —preguntó al separarse, él acariciándole la parte baja de la espalda.
—Eres la primera descendiente de Hathor y ella te había ocultado celosamente de mí. Solo fue curiosidad —respondió—. ¿Y tú? ¿Por qué me diste la pulsera?
—¿No es obvio? Me atrajiste desde el momento en que te vi. Definitivamente quería que compartiéramos la cama.
Seth esbozó una pequeña sonrisa de costado y le pasó el cabello hacia atrás, las líneas de gemas entrelazadas brillando en su mano mientras lo recogía.
—¿Cuál es tu nombre? —preguntó, deslumbrado aún más por su increíble aspecto desde cerca.
Ella sonrió e inclinó la cabeza hacia una de las cortinas, como si estuviera decidiendo si debía revelar la información. Finalmente, se volvió y besó la palma que reposaba en su mejilla.
—Habibah, que significa “aquella que es amada” —confesó, con una mirada que denotaba complicidad.
—Tu madre realmente sabía lo que hacía, porque es lo que todos parecen sentir al conocerte.
—¿Incluso el Dios de la Guerra y el Desierto?
—No soy como los demás. ¿Crees que podrás hacer lo mismo conmigo? —dijo con un toque de desafío, pero sonando más como una invitación a continuar lo que habían comenzado.
Aceptando el reto y todo lo que implicada, lo besó introduciendo la lengua y Seth tensó el agarre para enseguida tomarla de la cintura. Acarició la caliente piel y luego empujó hacia abajo, de esa forma ambas entrepiernas encontrándose y ella logrando sentir la erección. Con ninguna duda empezó a mover las caderas y el masculino soltó un pequeño suspiro complacido, sus dedos aventurándose a sostenerla del trasero.
Habibah pasó una mano entre los mechones rojos y descendió lentamente, recorriendo el pecho hasta centrarse en uno de los pezones. Seth apretó los dientes, deshizo el prendedor de la tela superior, y comenzó a acariciar lo que estaba a su alcance, ordenando que ella se acostara.
Sin cuestionar, movió algunas almohadas y se recostó contra el mullido colchón, observando cómo la serpiente se enrollaba en el brazo del hombre como un perfecto y hermoso accesorio. Él apenas tomó conciencia del oro y se enfocó en devolver las atenciones, Habibah cerrando e inspirando profundo cuando arribó a sus senos con los labios. Le acarició hombros y espalda, apenas arañando mientras lo sentía arder como el desierto bajo el sol y se concentraba en consumir cada cosa que tocaba.
El incienso comenzaba a hacer efecto, aligerando sus mentes y abriendo paso a un deseo intenso que los impulsaba a sostenerse con urgencia. Ambas caderas se buscaban frenéticamente hasta que jadeaban contra el otro en besos entrecortados, con piernas y brazos entrelazados en una conexión sin principio ni fin. Ambas caderas se buscaban frenéticamente hasta el punto de que jadeaban contra el otro en besos rotos, piernas y brazos entrelazándose en una conexión sin inicio o fin.
Habibah filtró una mano entre ambos y buscó con gran necesidad la erección, a la cual atendió con hábiles movimientos hasta que levantó la tela que tapaba su intimidad. Seth puso distancia y se apoyó en las rodillas deshaciendo la escasa vestidura y dejándola a un lado antes de encargarse de ella. Completamente desnudos y adornados solo con joyas, la femenina se acomodó mientras él la tomaba de las piernas y la arrastraba sobre sus muslos. El movimiento arrancó una pequeño sonido sorprendido de Habibah y él le miró expectante en el proceso de acariciarle la cara exterior de las piernas.
—Hazlo —animó ella, rozándole el estómago con una mano.
Seth apretó el agarre, dejando marcas momentáneas antes de soltarla y tomar su erección. Con un solo movimiento, introdujo la cabeza y luego empujó a buen ritmo hasta el fondo. Ambos gimieron, y la femenina inclinó la cabeza hacia atrás con una gran sonrisa, su espalda despegándose del colchón mientras tiraba de las sábanas.
—Sí que estás húmeda —gruñó, con los pómulos enrojecidos por la satisfacción.
—L-Lo dices como si fuera algo extraño. ¿Acaso las mujeres no se excitan contigo?
Ella tembló de emoción y placer cuando una mirada roja y afilada emergió entre los cabellos ardientes. La sensación de intenso cosquilleo la hizo reír divertida, hasta que casi gritó cuando él comenzó a embestir con fuerza. Quedó sin aliento y trató de recomponerse entre sonidos de puro impacto, el calor y el placer expandiéndose como olas desde el centro a cada rincón de su cuerpo.
—No deberías competir con el Dios de la Guerra —dijo, mostrando una expresión orgullosa.
—No me importa perder —respondió sinceramente, aunque sabía que eso solo avivaría más la llama.
Seth entrecerró los ojos y pronto recuperó la compostura, con falsa calma colocando ambas manos en el colchón mientras ella rodeaba sus caderas con las piernas. Ondeó las caderas sintiendo el falo pesar y el masculino reanudó el movimiento con gran potencia después de un siseo. Habibah lo atrajo hacia ella desde la nuca para besarlo, temblando al sentir cómo la lengua ingresaba y tomaba el control. Las embestidas eran constantes, con una resistencia propia de una persona que batalló incontables veces para defender Egipto.
Con ojos llorosos, admiró al hombre que se movía sobre ella y le apartó los mechones con ganas de verlo mejor, en ese instante notando los aros que se movían violentos al compás de su dueño.
—Te haré unos más lindos —dijo, rozando la fina y rectangular placa de oro.
—¿Cómo puedes pensar en eso en medio del sexo?
—Tal vez deberías esforzarte —presionó, notando cómo el ambiente cambiaba en un parpadeo.
La habitación cayó en silencio, y la piel de Habibah se erizó al darse cuenta de que había cometido un error.
—Date la vuelta —ordenó mientras salía de ella, aunque no esperó a que se moviera y la agarró del brazo empezando a acomodarla.
Cualquier duda desapareció cuando perdió nuevamente la capacidad de respirar, al sentir a Seth penetrándola de golpe y sosteniéndola del cuello con una fuerza considerable. Quedó como pez fuera del agua e intentó agarrarle la muñeca, pero la arena hizo que dejara las manos pegadas a la cama.
—Tal actitud con alguien que ha nacido mucho antes que tú es muy inadecuado —gruñó, con sus abdominales tensos y cambiando gradualmente el ángulo para rozar el punto que la volvería loca—. Hablar menos y aprender te haría mucho bien.
Involuntariamente, los ojos de Habibah se pusieron en blanco cuando él encontró el área más sensible, las piernas queriendo ceder pero sin poder hacerlo gracias a la fuerza con la que la sostenía.
—Se… th… —llamó, al tiempo que sus músculos se sacudían de una forma que nunca antes había experimentado.
—¿Hm? —preguntó, dejando de cortar la circulación de sangre.
Un poco de conciencia regresó a la femenina e intentó pedir un respiro por como estaba reaccionando a las perfectas administraciones. Sin embargo, Seth intensificó su empeño, impidiendo que pudiera hablar.
Maldiciendo internamente, dejó caer la cabeza mientras humedad escurría por los muslos, manchando ligeramente las sábanas. Seth la sostuvo de las caderas para mayor estabilidad, y le enrolló arena en el cuello, la picazón intensificando el efecto del placer y la estrangulación. Cualquier grito y gemido quedó ahogado o salió cortado, algunos jadeos logrando abandonarla mientras él respiraba pesado y ocasionalmente gruñía en profunda satisfacción.
Luchando por tragar y adorando el desafío, Habibah se concentró brevemente y puso en movimiento a la serpiente. Las caderas del dios perdieron ritmo, y ella miró sobre su hombro cómo la dorada criatura se mantenía firme alrededor de la garganta del pelirrojo.
—D-Dos… —trató de decir, y a propósito él aflojó las grava—. Dos pueden jugar… este juego —sonrió orgullosa, aunque pronto rodó los ojos y se apoyó en ambos codos.
Él respiró con dificultad, el metal sin ceder ni un poco y aumentando sus propias sensaciones.
—Sabía que serías un dolor si t-te traía al templo —gruñó con el ceño fruncido.
Habibah intentó reír, pero un sonido extraño escapó mientras veía cómo el orgasmo comenzaba a formarse.
—Pero tam… también te doy... placer —defendió, sintiendo los pulmones arder y forzando el oro para que sufriera lo mismo que ella.
Una queja desesperada y frustrada emergió del hombre, quien notó cómo la constricción enviaba ondas eléctricas a su erección. Apretó la mandíbula y echó la cabeza hacia atrás, con nueva urgencia arremetiendo contra ella para provocar el éxtasis que empezaba a asomar como una explosión.
Ambos parecían haber perdido el control de sus conciencias y cuerpos mientras se movían, abrumados por la necesidad de liberarse del placer que los consumía. Estaban al borde del desmayo, permitiendo breves momentos de calma en los cuellos antes de regresar rápidamente a la privación.
Los espasmos de Habibah se intensificaron, alcanzando un clímax que abrió un nuevo mundo de goce. Las piernas temblaban incontrolables, emitiendo sonidos lascivos mientras la humedad aumentaba considerablemente con la liberación. El exceso era tal que Seth no pudo soportar la presión de esas paredes, y el estímulo lo llevó al límite, culminando dentro de ella. Tembló y gimió en voz alta, dando las últimas estocadas con cierta dificultad hasta que la estimulación se volvió abrumadora y se detuvo.
Tanto el metal como la arena se aflojaron y los dos respiraron acelerado y pesado, con parpados bajos dejándose caer en el colchón y apreciando la comodidad. Habibah, boca abajo, giró lentamente para mirar al hombre, que tenía un brazo cruzado sobre la frente mientras se estabilizaba. Él lucía igual o incluso más hermoso que antes, con un perfil envidiable y un color de ojos y cabello que amaría destacar con varias creaciones.
—Eso estuvo bien —suspiró la joven mientras levantaba los brazos y se estiraba.
Seth le observó y sin saberlo hizo lo mismo que ella, en silencio admirando la belleza que con un solo vistazo logró capturarlo. Conversaron un poco y decidieron que esa sería la única ronda, aunque sus bocas no se salvaron de enredarse con algunos roces extras hasta que se rindieron al sueño.
Cuando el sol estaba en lo alto, el dios entreabrió los ojos y somnoliento tardó unos minutos en tomar conciencia de su entorno. Las esencias florales llenaban el aire, y ninguna era familiar, así que miró a su alrededor notando la ausencia de Habibah. Frunció el ceño y se sentó, dispuesto a levantarse para averiguar si ella se había ido, pero entonces escuchó un ruido en la habitación y, con cautela, corrió las cortinas.
De espaldas a la ventana, la diosa se miraba en el espejo mientras aplicaba un tipo de aceite a su rostro. El cabello lo tenía mojado y tirado hacia atrás, el sol que entraba y la iluminaba dándole de lleno para exitosamente eliminar la humedad con rapidez. Se hallaba visiblemente concentrada y no tomó conciencia de que Seth despertó hasta que sus descalzos pies hicieron leve ruido en el suelo.
—Buenos días —sonrió Habibah mientras se aplicaba perfume.
—Veo que encontraste los baños.
—Sí, después del espectáculo y nuestro enredo, necesitaba asearme.
—Aún tengo la pulsera que me lanzaste.
—Es tuya —dijo, mirando el objeto—. Con ella, si algún día estás aburrido y me extrañas, podrás encontrarme donde sea que esté y repetir lo de anoche —guiñó un ojo con aire pícaro.
Seth chasqueó la lengua y observó el accesorio, sintiendo cómo se le retorcía el estómago. Las piedras brillaban tanto como ella al sol.
—Lo tendré en cuenta.
—Aún así, deberás estar preparado para cuando mi madre te vea usando algo mío —advirtió, estirando el cuello para observar las marcas que él había dejado.
—No podrá hacer mucho —restó importancia, colocando una mano en su cadera—. ¿Te irás a la caravana?
—Sí, debo avisar que estoy bien y lista para la presentación de esta noche.
—¿Cuánto tiempo permanecerán en la ciudad?
—Hasta la próxima luna llena.
Guardaron silencio por un momento, y Seth cruzó los brazos, mirando hacia la ventana y el claro cielo.
—Quédate.
—¿Cómo? —Habibah alzó ambas cejas, admirando su cincelado rostro.
—Durante la noche, no duermas en la caravana. Ven aquí.
—¿Todos los días? —preguntó, sorprendida.
Seth asintió, y ella pestañeó consternada antes de asentir rápidamente.
—Me encantaría, gracias.
—Iré a bañarme. Haz lo que desees en el templo.
—¿Los problemas están incluidos? —inquirió con malicia, y él inclinó la cabeza.
—No.
—Pero…
—En caso contrario, te castigaré.
—De alguna forma, eso suena muy prometedor. Tal vez deberías darme una lección —rió, divertida y seductora.
—Recién me levanto —dijo entre un bostezo, con el rezago de la noche anterior aún presente—. Nos vemos después.
—Por supuesto, te despediré antes de irme.
Mientras veía su espalda, Habibah abandonó cualquier fachada y sonrió con astucia, sabiendo que el hombre estaba cayendo por ella. No era diferente a cualquier otro humano o divinidad, pero sin duda Seth era el que realmente deseaba y al que le daría todo si se rendía a sus pies.
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