#natacha polony
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Avec Macron, «Allons-nous marcher comme des somnambules vers la guerre?» - Natacha Polony.
«Il faut, si l'on est encore en démocratie, dire clairement aux citoyens ce que cela signifie», a prévenu la journaliste de Marianne.
Pour l'instant, il faut se battre jusqu'au dernier Ukrainien. Et après? Concrètement, où est-ce qu'ils veulent nous mener?
Depuis sa «guerre» du Covid, ça fait un moment que Macron prépare ses moutons à la vraie guerre.
«Notre devoir est de se préparer à tous les scénarios», avait-il, par exemple, déclaré (https://www.leparisien.fr/politique/emmanuel-macron-sur-lukraine-peut-etre-qua-un-moment-donne-il-faudra-avoir-des-operations-sur-le-terrain-16-03-2024-ZJUB5CCX2FCMFCJE7552HIUPWY.php) au Parisien en mars.
Peut-être qu’à un moment donné, je ne le souhaite pas, je n’en prendrai pas l’initiative, il faudra avoir des opérations sur le terrain, quelles qu’elles soient, pour contrer les forces russes.
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On fait quoi des 33% du Rassemblement national ?
Ces élections législatives sont révélatrices à plus d’un titre. Et la question que pose Natacha Polony est que fait-on d’un parti qui représente 33% des Français et que la classe politique s’ingénue à ignorer depuis des décennies ? Continue reading On fait quoi des 33% du Rassemblement national ?
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"Les Deux Beune" : Pierre Michon ou la littérature à l’estomac
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N’EST-CE PAS LA COLÈRE QUI PARLE LE MIEUX DE LA CENSURE DU GOUVERNEMENT DE MICHEL BARNIER ?
SI LA DIGNITÉ ET LA RESPONSABILITÉ CHASSAIENT LA DÉFENSE DE CARRIÈRE ET DE BOUTIQUE ? Le gouvernement de Michel Barnier a été censuré le 4 décembre. Dans l’éditorial qu’a rédigé Natacha Polony, avant la censure effective, elle indique que le personnel politique devrait faire preuve de dignité et tenir des discours responsables, afin de défendre, non pas leur carrière ou leur boutique, mais…
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David guiraud Éduque et détruit natacha polony a propos de la police
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🔴➡️Jean-Luc Mélenchon atomise Natacha Polony sur la France Insoumise
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El transhumanismo, el último estadio del liberalismo
Por Pierre Le Vigan
Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera
Pierre Le Vigan acaba de publicar su libro Les Démons de la déconstruction. Derrida, Lévinas, Sartre, seguido de Se sauver de la déconstruction avec Heidegger, donde nos ofrece un rico análisis del fenómeno “transhumanista", el cual no puede ser concebido como una simple – y por enésima vez – “innovación tecnológica” en la historia de la humanidad, sino una auténtica ruptura antropológica. Se trata del esbozo de un nuevo totalitarismo, fase terminal del liberalismo.
El transhumanismo se ha convertido en un tema central de nuestro tiempo. Pero, ¿qué representa? ¿Qué pretende hacer con nuestras vidas si llega a triunfar? Para comprender la novedad del transhumanismo, obviamente no debemos contraponerlo a la supuesta inmovilidad del hombre de la antigüedad. El hombre siempre ha buscado mejorar sus condiciones de vida. Siempre ha buscado adquirir más poder, multiplicar su energía, inventar herramientas para habitar el mundo a su manera. Nunca nos conformamos con el mundo tal y como lo hemos heredado. El simple acto de construir un puente ya es una transformación del mundo. Si el transhumanismo fuera sólo eso – intervenir en el mundo según nuestros objetivos, crear herramientas para que el hombre sea más eficaz en sus esfuerzos, desde la silla de montar del caballo hasta el coche y el avión pasando por el timón de popa –, entonces no sería nada nuevo.
El problema empieza cuando queremos cambiar la naturaleza misma del ser humano, no sólo mejorar sus condiciones de vida y ampliar nuestros proyectos. Natacha Polony señala que la búsqueda de la creación de un hombre nuevo es característica de los totalitarismos. “Por encima de sus innumerables diferencias, los totalitarismos se caracterizaron por una dimensión escatológica y por el deseo de forjar un hombre nuevo. Esto es exactamente lo que ocurre con el transhumanismo. Esta ideología se basa en la idea de que el hombre es imperfecto y que su intervención por las tecnologías digitales, genéticas, informáticas y cognitivas permitirá crear una humanidad libre de sus escorias” (entrevista, Usbek et Rica, 5 de octubre de 2018).
Mientras que los regímenes totalitarios del siglo XX tenían pocos medios (si es que tenían alguno) para cambiar realmente la naturaleza humana, por fin nos encontramos ante un fenómeno distinto: se trata de la inteligencia artificial y, en particular, de la cultura de los algoritmos. Todo ello nació con los ordenadores y su poder se ha multiplicado con Internet. Se trata de la interconectividad de todas las redes técnicas. El desarrollo de la digitalización de las personas y del mundo ha coincidido con el triunfo mundial del liberalismo a ultranza, surgido del derrocamiento del compromiso fordista (un reparto de la renta entre salarios y beneficios relativamente favorable al mundo del trabajo y un Estado protector conocido como Estado del bienestar). El liberalismo es la liberación de las energías individuales y del poder privado en detrimento del bien común. El holandés Bernard Mandeville resumió perfectamente esta visión: “El trabajo de los pobres es la mina de los ricos” (La fable des abeilles ou les fripons devenus honnêtes gens, 1714). De forma más general, los vicios privados dan lugar a virtudes públicas. “¿Quién podría detallar todos los fraudes cometidos en esta colmena? Cualquiera que comprase basura para engordar su prado, la encontraría adulterada con una cuarta parte de piedras y argamasa inútiles, y aunque le hubiesen engañado, no habría tenido la delicadeza de murmurar, ya que a su vez mezcló media sal en su mantequilla (...). (...) Cada orden estaba así lleno de vicios, pero la Nación misma gozaba de una feliz prosperidad”. ¿Y el Estado? “El engaño del Estado preservaba el conjunto”. Por tanto, el Estado debe ser el garante de las fechorías privadas. Mandeville concluye: “El vicio es tan necesario en un Estado floreciente como el hambre para obligarnos a comer”. Eso no difiere mucho de la teoría del “primero de la fila” que Macron convierte en su credo, cuando esta gente, lejos de arriesgarse, tiene sus beneficios garantizados por el Estado o por las instituciones públicas. Se trata de “las muletas del capital”, como dijo una vez Anicet Le Pors. Lo que tenemos aquí es la lógica del Cándido de Voltaire. “Cuantas más desgracias individuales hay, más bien general hay; de modo que cuantas más desgracias individuales hay, más bien general hay”. Se trata, por supuesto, de una ácida (¡y contundente!) crítica a Leibniz y su teoría del mundo en el que vivimos como “el mejor de todos los mundos posibles”.
El entierro del fordismo
El “fordismo” quedó enterrado a principios de los años 70, con la desindustrialización y la apertura de las fronteras a productos y personas de todo el mundo. Francia ha sido convertida en un hotel y, no en un hotel cualquiera, sino uno de paso. “Cada país debe concebirse a sí mismo como un hotel” (J. Attali, Les crises, 30 de octubre de 2017). Después del fordismo, el Capital ganó en la relación de fuerzas frente al trabajo y en el reparto de la renta nacional. El dinero llama al dinero y está cada vez más desconectado de la riqueza realmente producida. Aun así, el país se empobrece, porque la riqueza real sólo se produce mediante el trabajo productivo, no mediante la búsqueda de oportunidades financieras. Pero la brutalidad de la explotación es cada vez menos evidente. Está protegida por un velo de buenas intenciones y por la “moralización” de la que ya hablaba Nietzsche. Generalmente adopta la forma de un contrato, incluso totalmente desigual.
Por eso no podemos estar de acuerdo con Michel Foucault cuando escribe: “El mercado y el contrato funcionan exactamente al revés el uno del otro” (Naissance de la biopolitique: Cours au Collège de France 1978-1979). Contrariamente a lo que dice Michel Foucault, el mercado y el contrato se complementan. El mercado adopta la forma jurídica del contrato. La “neutralidad” pseudojurídica del contrato le “exime” de su dimensión en las relaciones de poder.
El fin del mundo de lo común
Lejos de ser contraria a la lógica de la economía liberal, la extensión del dominio del contrato (es decir, del contrato escrito, porque este último no se basa en la palabra dada, que remite al honor) lo ha completado. Todo lo que existe se convierte en objeto de un contrato. Y esto abre la vía a la contractualización de las relaciones con uno mismo. La transición de género significa decidir, durante un periodo de tiempo determinado, de forma reversible y pagada por la comunidad, el hecho de que pueda convertirme en lo que no soy y obligar a los demás a verme como lo que quiero ser. Que esto sea o no una estafa antropológica no es el problema; el Estado – el Estado neototalitario actualmente existente – es el garante de la realidad jurídica que me obliga a reconocer tal realidad transitoria, auto-decidida por el sujeto en cuestión, pero impuesta a mí y al conjunto de la sociedad. En el horizonte de esta autodefinición ya no existe el mundo de lo común.
El transhumanismo es el resultado de la lógica detrás del contractualismo liberal. Tanto el transhumanismo como el liberalismo se basan en una religión de la ciencia y la tecnología. Ya no son las instituciones las que deben dar sentido a la sociedad (como para Hegel, para quien las instituciones son mediaciones que el hombre se da a sí mismo para realizarse, para ser más él mismo y principalmente él mismo), sino para la creación de un movimiento permanente de amplificación de los derechos humanos. Todo lo que tiene que ver con los límites, que subraya la importancia de la moderación y el rechaza de la arrogancia (el exceso) es marginado, denunciado y superado. Se ignoran las advertencias de Bertrand de Jouvenel, Jacques Ellul y Nicholas Georgescu-Roegen.
El economista y liberal Friedrich Hayek, una vez que fue publicado el informe Meadows de 1972 (Dennis Meadows tenía entonces 30 años), Los límites del crecimiento, se negó a aceptar cualquier crítica al optimismo tecnológico. “La inmensa publicidad dada recientemente por los medios de comunicación a un informe que se pronunciaba, en nombre de la ciencia, sobre los límites del crecimiento, y el silencio de esos mismos medios sobre las críticas devastadoras que ese informe recibió de expertos competentes, deben inspirar inevitablemente cierta aprensión en cuanto a la explotación de que puede ser objeto el prestigio de la ciencia” (“La falsificación de la ciencia”, El fingimiento del saber, 1974). Por supuesto, el derecho a hacer un balance de un informe de estudio es mil veces legítimo. Pero lo que está en el fondo de la reacción liberal es el culto demoníaco al progreso científico. Es la religión de la globalización feliz, necesariamente feliz. Porque se supone que cuanto más unificado esté el mundo, mejor estará. Tal es la religión de los enemigos de la diferencia. “Comienza un siglo de barbarie y la ciencia estará a su servicio”, dijo Nietzsche (La voluntad de poder, 154).
Del mismo modo que más tarde se diría que “no hay opción democrática contra los tratados europeos” (Jean-Claude Juncker), para Hayek no hay ciencia que pueda recomendar límites a la extensión infinita del campo del liberalismo, el crecimiento y el mercado. La tecnología, hija de la ciencia, se pone al servicio de la “carrera por el progreso”, concebida como el dominio cada vez mayor de la economía sobre nuestras vidas. Huelga decir que no se trata de un progreso en términos de meditación, conocimiento de nuestras raíces o gusto por la belleza. Con la construcción de un gran mercado nacional y luego mundial con la ayuda del Estado y no de forma espontánea, se está instaurando una sociedad de control – una sociedad de la vigilancia generalizada (Guillaume Travers) – por parte del Estado, apoyado por grandes grupos monopolísticos. El objetivo es que nadie escape a la red de la normalización y a su imperativo de transparencia.
El totalitarismo desenfrenado
Herbert Marcuse señalaba: “Nuestra sociedad se caracteriza antes por la conquista de las fuerzas sociales centrífugas por la tecnología que por el terror, sobre la doble base de una abrumadora eficacia y un nivel de vida cada vez más alto… Ante las características totalitarias de esta sociedad, no puede sostenerse la noción tradicional de la «neutralidad» de la tecnología. La tecnología como tal no puede ser separada del empleo que se hace de ella; la sociedad tecnológica es un sistema de dominación que opera ya en el concepto y la construcción de las técnicas” (ed. americana 1964, L'homme unidimensionnel, Minuit, 1968). Salvo que ya no hay “mejora constante del nivel de vida”. Con la excepción de los directivos de las multinacionales y de las “consultoras”, que constituyen un desprendimiento del Estado y que permiten la externalización aparentemente de las decisiones. Son estos “consultores”, muy bien pagados, procedentes de empresas ajenas a la función pública, que se ha instaurado un sistema de gestión por agencias, un sistema esencialmente promovido por el profesor y tecnócrata nacionalsocialista Reinhard Höhn, un sistema que es, más o menos, todo lo contrario de la concepción del Estado propuesta por Carl Schmitt.
Lo que se produce es una red de inserción obligatoria en el sistema: “A través de la tecnología, la cultura, la política y la economía se amalgaman en un único sistema omnipresente una forma que devora o impide todas las alternativas posibles”, dice Marcuse. Es precisamente el carácter global de esta red, de esta red de barreras (llamémosla El Gran Impedimento, como la describí en mi libro del mismo nombre – publicado por Perspectives Libres/Cercle Aristote, o la “gran camisa de fuerza del globalismo”) lo que caracteriza a este nuevo totalitarismo.
“Porque no es sólo «totalitaria» una coordinación política terrorista de la sociedad”, escribe Marcuse, “sino también una coordinación técnico-económica no-terrorista que opera a través de la manipulación de las necesidades por intereses creados, impidiendo por lo tanto el surgimiento de una oposición efectiva contra el todo. No sólo una forma específica de gobierno o gobierno de partido hace posible el totalitarismo, sino también un sistema específico de producción y distribución que puede muy bien ser compatible con un «pluralismo» de partidos, periódicos, «poderes compensatorios», etc.” (op. cit.). Esta es la lógica de la extensión del dominio de la economía de mercado (que está ocupando el lugar de la economía informal basada en la reciprocidad) y en la cual los Estados desempeñan un papel primordial: del mismo modo que los Estados impusieron el mercado nacional, ahora están imponiendo el gran mercado mundial, empujando a la mezcla de los pueblos y a su indiferenciación, a la desterritorialización y a la transparencia de unas vidas cada vez más desprovistas de un alma. Además, se impulsa igualmente el creciente individualismo, la informalización de las relaciones, el transhumanismo y las identidades opcionales, que no son más que una forma de mercantilización. Pierre Bergé dijo al respecto: “No podemos hacer distinciones de derechos, ya se trate de la PMA, de la GPA (gestión para otros, nota del editor) o de la adopción. Estoy a favor de todas las libertades. ¿Qué diferencia hay entre alquilar tu vientre para tener un bebé o alquilar tus brazos para trabajar en una fábrica? Hacer una diferencia entre ambas resulta chocante” (17 de diciembre de 2012).
El transhumanismo es el proyecto de la oligarquía globalista occidental para crear una sociedad cada vez más líquida y controlable. Al mismo tiempo que los Estados se vuelven cada vez más intrusivos dentro de sus propias sociedades, observamos como en Occidente son cada vez más reemplazados por otras estructuras internacionales. Dejan de ser los únicos actores del derecho internacional, poniéndole fin con ello al orden westfaliano nacido en 1648, con el final de la Guerra de los Treinta Años. Asistimos a una doble tragedia: el fin de los Estados dignos de ese nombre (todavía en Occidente) y el fin de las posibilidades de dialogar y negociar. En efecto, si los Tratados de Westfalia pusieron fin a las guerras de religión, debemos darnos cuenta de que su fin implica el regreso de las guerras de religión, ahora llamadas guerras ideológicas, como atestigua la actual histeria antirrusa, compartida por la mayoría de la “clase política”, es decir, los mercenarios del sistema.
La imagen de Europa es la de Estados vaciados de lo que deberían ser – soberanía e identidad –, Estados en bancarrota despedazados por oligarquías parasitarias antinacionales y antieuropeas, como la superestructura conocida como Unión Europea, que es cada vez más se identifica con la OTAN, es decir, una organización para la destrucción de la Europa real, que nos hace actuar sistemáticamente en contra de nuestros propios intereses. Un indicio llamativo del desmembramiento de nuestros Estados es que ahora existen instituciones que tienen más peso que ellos: las ONG, las instituciones internacionales, ya sean financieras (FMI, Banco Mundial, BERD, etc.) o no (IPCC, OMC, OMS, etc.), los organismos globalistas e inmigracionistas, las multinacionales, los fondos de pensiones internacionales, los recaudadores de fondos como Blackrock, etc. Todas estas estructuras, a diferencia de nuestros Estados, desempeñan un mismo papel y, a diferencia de nuestros Estados, todas estas estructuras no están en quiebra.
El error de Michel Foucault
Lejos de ser suprimido por el mercado, como suponía Michel Foucault, el derecho se está convirtiendo de hecho en una cuestión de mercado. Es una palanca en la relación de fuerzas, y Estados Unidos lo usa con perfección, como han podido comprobar numerosas empresas francesas. Pero la ley expresa un equilibrio de poder aceptable porque es oficialmente “neutral”: tal es el engaño.
Intrusos en casa, persecución a los patriotas y corrompidos por una cultura de la excusa frente a los sinvergüenzas, los Estados son cada vez menos fuertes en materia de soberanía (seguridad, moneda, defensa, etc.). Incluso se han despojado voluntariamente de sus herramientas. La razón es simple: nuestros dirigentes no son más que apoderados de las secciones locales de un movimiento capitalista internacional. El caso de la moneda es particularmente significativo. El fin de la convertibilidad del dólar en oro (1971), es decir, el colapso de los acuerdos de Bretton Woods de 1944, debilitó a todos los países, mientras que EEUU entró en una era de completa irresponsabilidad monetaria y económica, es decir, el dólar como libertad incondicional para ellos, y como restricción exógena para el resto del mundo. En cuanto al euro fuerte, como lo fue durante mucho tiempo, ha favorecido en Francia las exportaciones de capitales, las importaciones de bienes y la desindustrialización de nuestro país. En cuanto a la inmigración, ha frenado la robotización. Un buen récord.
En la economía mundial, ahora hay manipuladores y manipulados a una escala mucho mayor que antes. Los bancos van a arrebatar el poder monetario real a los gobiernos (que los rescatarán con el dinero de los contribuyentes como lo hicieron en el 2008). En Francia, la ley del 3 de enero de 1973 (detallada en el libro de P-Y Rougeyron) supuso un punto de inflexión, o más exactamente un momento de triunfo que nos precipito al liberalismo globalista. El Estado francés ya no podía obtener financiación a corto plazo de la Banca Francesa. En un momento en que sus necesidades de financiación se disparaban. ¿Cómo va a financiarse? Accediendo a los mercados financieros internacionales. Es un cambio de lógica. Un cambio que los liberales del Partido Socialista, entonces en el poder, iban a acelerar a partir de 1983-84.
El liberalismo ha creado un estado débil y dependiente de los mercados financieros
El resultado fue un aumento del tamaño de la deuda, mientras que antes los Bons du Trésor, es decir, los bonos del Estado, estaban a disposición de los particulares a tipos fijos, era posible ofrecer inversiones seguras a los particulares y financiar las necesidades a largo plazo de la economía. Si bien esta ley de 3 de enero de 1973 no fue el origen de la deuda –esta última derivada principalmente del declive de nuestro dinamismo industrial, del desarrollo del bienestar debido a la inmigración familiar masiva y de los demás costes de esta inmigración – con ello comienza un claro giro hacia la financiarización y el triunfo de las teorías monetaristas de Milton Friedman (Vincent Duchoussay, “L'État livré aux financiers?”, La vie des idées, 1 de julio de 2014). Al final, el Estado y su banco central dejan de tener el monopolio de la creación de dinero. (Por cierto, esto abre una cuestión que sólo podemos apuntar aquí: ¿debería “devolverse el monopolio de la creación de dinero a los bancos centrales?” Cf. el artículo homónimo, Revue Banque, 12 de septiembre de 2012).
En 1973, ese mismo año crucial (se produjo la primera crisis del petróleo, y no como resultado de un simple mecanismo económico, sino como parte de importantes maniobras geopolíticas), el liberal Hayek abogó por el fin de las monedas nacionales en favor de las monedas privadas. El liberalismo induce un sistema económico de selección natural que favorece el desprecio de las consecuencias medioambientales de las acciones económicas y, por lo tanto, implica el cortoplacismo en lugar de la consideraciones a largo plazo.
Se trata de una forma de selección, pero una selección de lo peor. Theodore John Kaczynski vio claramente este proceso: “Esto puede explicarse mediante la teoría de los sistemas autopropagados: las organizaciones (u otros sistemas autopropagados) no permiten que el respeto por el medio ambiente interfiera en su búsqueda de poder inmediato y tienden a adquirir más poder que aquellas que limitan su búsqueda de poder preocupándose por las consecuencias medioambientales a largo plazo, en un plazo de 10 o 50 años, por ejemplo. Así, mediante un proceso de selección natural, el mundo está siendo dominado por organizaciones que aprovechan al máximo los recursos disponibles para aumentar su propio poder, sin preocuparse por las consecuencias a largo plazo”. (Revolución antitecnológica: ¿por qué y cómo? 2016, Éditions Libre, 2021).
El liberalismo frente a la solidaridad nacional y la justicia social
Además, como el liberalismo es una forma de capitalismo, toma como criterio los intereses de los accionistas y no los intereses de la nación. Tiene aún menos en cuenta lo que podría ser una preferencia por la civilización, cuya necesidad debe afirmarse en la medida en que la globalización cuestiona la diversidad. En la lógica del liberalismo, los intereses individuales priman siempre sobre los colectivos y sobre los objetivos de justicia social y solidaridad nacional. Los Ultras del liberalismo, en especial los “libertarios, defienden el libre mercado y exigen una intervención limitada del Estado en la política social. Por eso se oponen al uso de la fiscalidad redistributiva como medio de poner en práctica las teorías liberales de la igualdad. [La fiscalidad redistributiva es intrínsecamente injusta y [...] constituye una violación del derecho de gentes”, escribe Will Kymlicka sobre las tesis libertarias (en Les théories de la justice. Une introduction, La Découverte, 2003). Esta es también la tesis defendida por Ayn Rand, la célebre libertaria estadounidense. Desde su perspectiva, más allá de cualquier noción de equidad y solidaridad nacional, los liberales no ocultan que, en su opinión, hay que dejar de lado las aspiraciones democráticas. Peter Thiel dijo en 2009: "Ya no creo que la libertad y la democracia sean compatibles. [Desde mi adolescencia, he permanecido apegado a la idea de que la auténtica libertad humana es una condición sine qua non del bien absoluto. Me opongo a los impuestos confiscatorios, a los colectivos totalitarios y a la ideología de la inevitabilidad de la muerte" ("L'éducation d'un libertarien", 2009, citado en Le Monde, 1 de junio de 2015). Esto tiene el mérito de ser claro, como es evidente que, desde el triunfo del liberalismo libertario, los ataques a las libertades nunca han sido tan violentos: identidad digital, prohibición de homenajes, coloquios, manifestaciones pacíficas, etc.
Con la llegada del liberalismo libertario, riguroso para con sus adversarios y permisivo frente a todos los delirios sociales, nos encontramos en el momento en que el liberalismo ha llegado a su conclusión lógica, que es la negativa a aceptar los límites de la condición humana. Como la extensión del dominio de la mercantilización no es un proceso natural, es el Estado del mundo liberal quien la pone en marcha junto a los GAFAM y las multinacionales, herramientas de control destinadas a rastrear todos los movimientos humanos, todas las prácticas humanas, hasta dejar huella, mediante el escaneo de nuestro ser, de todas las calorías ingeridas por las personas cada día. Todo en nombre de una “ecología alimentaria” supuestamente benévola. El gran hermano es también la gran madre. Los “demonios del bien” nos vigilan con tal de gobernar mejor nuestras vidas.
El liberalismo traiciona las libertades
Walter Lippmann escribió un libro: La ciudad libre (1937), obra que precedió al Coloquio Lippmann de 1938 (el gran coloquio liberal), donde argumentaba a favor de las grandes organizaciones y del fin de la “vida del pueblo”. Era ya una apología de la megamáquina burocrático en la estamos metidos hoy. Mediante la moneda digital y la abolición prevista del dinero “físico”, la sociedad de control pretende hacer transparentes todos los intercambios interhumanos. El liberalismo es, pues, a la vez la antesala del transhumanismo y lo contrario de todas las libertades individuales, colectivas y comunitarias.
Jean Vioulac señala: “El neoliberalismo es así culpable de haber alienado y esclavizado el concepto mismo de libertad, al promover en su nombre una doctrina de sumisión voluntaria”. El neoliberalismo – o liberalismo desinhibido y pleno – es la forma actual del reino del Capital. Concibe la libertad sólo en términos de orden de mercado y a nivel individual. “El liberalismo no es la ideología de la libertad, sino la ideología que pone la libertad únicamente al servicio del individuo”, como muy bien señala Alain de Benoist (Philitt, 28 de marzo de 2019). Si bien el liberalismo se centra en el individuo, al mismo tiempo le niega el derecho a asociarse en colectivos con el fin de asegurar la continuidad de la cultura. El liberalismo es la ideología y la práctica del desarraigo. Es hora de otra proponer algo más, como el arraigo dinámico tal como lo concibió en su momento Élisée Reclus. Arraigo y proyección creativa hacia el futuro. Simplemente, es hora de cultivar el arte de vivir en la tierra.
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[Format court] Natacha Polony - Le portrait piquant par Claude Chollet - TVL
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Si l’on n’est pas abonné, le texte est dit dans la vidéo.
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Au Museum d'Histoire Naturelle
Laïcité à la Française
Que défend Natacha Polony
Elle le peut maintenant
Fin d'un laïcisme
Où l'on ne pouvait plus
Critiquer le concept Dieu
Fort impact du religieux
Certes un islamisme obscurantiste hideux
Qui enfermait pas que le monde musulman
Il peut encore tuer méchamment
Mais au-dessus un blanc occident
Où tout n'était pas Claire
C'est pour cette raison
Mises sous informatique
Toutes les religions
ONU unanimement nous maîtrisons
Dieu et Maeie
Retournant à la croyance
Hors de la révolution numérique ses raisonnements
Vendredi 13 octobre 2023
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Gueule de bois !
Une fois de plus Natacha Polony, dans son édito de Marianne, met le doigt sur ce qui fait mal : l’indifférence de nos dirigeants et plus encore de ces énarques qui ont pris le contrôle de l’Etat, pour la France rurale et les petites métropoles qui se vides peu à peu de leur sang. Pour nos énarques, il n’existe qu’une seule France, celle du CAC 40. Continue reading Gueule de bois !
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Une fois de plus, Natacha Polony frappe juste. La sonnette d’alarme des boulangers au sujet de leur facture d’électricité n’est que le début des...
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UNE ALTÉRATION DE LA DÉMOCRATIE EN MARCHE - POINT DE VUE
ARTICLE Comment Emmanuel Macron abîme la démocratie Le bruit et la fureur Par Franck Dedieu et Natacha Polony. Publié le 15/03/2023 MARIANNE Un président élu après une non-campagne qui veut imposer une réforme des retraites dont le pays ne veut pas, des députés qui font le choix du chahut puéril, des ministres qui mentent : ces casseurs sapent les fondements de la République. D’où vient…
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« (...) En fait, ce n’est pas très compliqué, la force. Quelques mots grossiers ou familiers, quelques images dégueulasses pour montrer qu’on choque le bourgeois, et le simplisme satisfait que donne la bonne conscience. Une arme de destruction massive, la bonne conscience. Elle efface les doutes, les nuances, la complexité. Tout est permis quand on est du bon côté. Celui des « dominés » contre les « dominants ». Même quand on est célébrée par toute l’intelligentsia culturelle à laquelle on appartient. (...) C’est beau, la convergence des luttes, quand on peut se mettre au centre.
Je ne suis pas une écrivaine punk génialement transgressive. Je suis blanche et bourgeoise, ce qui semble disqualifier mes propos depuis qu’il est de bon ton de compter les noirs et les blancs dans les cérémonies mondaines comme dans les débats intellectuels. Comme la plupart des femmes, j’ai eu droit aux assauts de certains sales types, les frotteurs du métro, la main aux fesses au petit matin, sur le chemin du lycée, l’exhibitionniste dans le train de nuit, le supérieur hiérarchique entreprenant… Les remarques sexistes, aussi, le mépris latent, le fameux plafond de verre… Mais jamais je n’aurais l’indécence de mettre cela sur le même plan qu’un viol, de me faire croire que nous sommes toutes « victimes », dans une sorte de continuum, victimes du patriarcat bourgeois, des « dominants ». (...) Parce que, les « dominants », c’est ça. Ce que nous dit le texte de Virginie Despentes, c’est qu’il existe des coupables par essence.
(...) Chez les riches, on viole. On écrabouille les habitants des banlieues. Avec le soutien des flics. Et en face ? En face, la féminité superbe d’Adèle Haenel incarnant l’opprimée réduite au silence, Adèle Haenel en robe du soir et talons aiguilles pour personnifier les pauvres, les oubliés, les laissés pour compte... Enfin, ceux, parmi les pauvres, qui appartiennent au camp des dominés, et qui donc ne sauraient être des salauds ou des tordus. Parce qu’il y a aussi les mauvais pauvres. Ceux qui sont pauvres mais mâles et « hétéronormés ». Ceux qui sont pauvres mais qui ne vivent pas dans les banlieues, ou qui ne considèrent pas que les policiers sont indistinctement des assassins suppôts du pouvoir. Ceux qui trouveront effarant le texte de Virginie Despentes et celui publié en regard, qui en est la version plus grimaçante encore. Il est signé Paul B. Preciado, philosophe. Et il est la traduction en jargon « deuxième année de sciences sociales » du premier. Il en est la vérité, une fois dépouillés les artefacts littéraires du lyrisme gueulard. (...)
Le texte de Virginie Despentes et celui de Paul Preciado n’ont pas pour objet le scandale que constituerait l’attribution d’un prix à Roman Polanski, ou même l’usage du 49.3 par un gouvernement dérégulateur et enfermé dans son système. Pour ma part, je n’ai pas attendu qui que ce soit pour décrypter et dénoncer les mécanismes du capitalisme financiarisé ou les distorsions du principe démocratique par les tenants du centrisme autoritaire. Et je n’ai jamais eu la moindre tendresse pour Roman Polanski. Mais je trouve ses films extraordinaires, comme Adèle Haenel peut, lors d’une petite interview vidéo, affirmer que Louis Ferdinand Céline est son écrivain préféré sans qu’on la soupçonne de souscrire à Bagatelle pour un massacre : distinction entre l’homme et son œuvre, etc… Non, ces deux textes ont pour objet la détestation des hommes hétérosexuels – du moins de ceux d’entre eux qui ne se fouetteraient pas d’être des hommes. Ils ont pour objet d’imposer dans l’univers social ce fantasme d’une « norme hétérosexuelle » totalitaire, parfaitement illégitime puisque culturellement construite, par laquelle les mâles asserviraient le reste de l’humanité. Et ça marche. On trouve ça génial. Si l’on ne veut pas être dans le camp des violeurs, on doit trouver ça génial. Ces deux textes, qui prétendent dénoncer un abus de pouvoir, sont une quintessence d’abus de pouvoir intellectuel. A la fois couteau sous la gorge du lecteur et enfumage idéologique. (...)
Ah, et puis, on oubliait, dans le texte de Virginie Despentes, il y a aussi les collabos. Ceux qui se taisent. « On est humilié par procuration, écrit-elle, quand on les regarde se taire alors qu’ils savent que si Portrait de la jeune fille en feu ne reçoit aucun des grands prix de la fin, c’est uniquement parce qu’Adèle Haenel a parlé et qu’il s’agit de bien faire comprendre aux victimes qui pourraient avoir envie de raconter leur histoire qu’elles feraient bien de réfléchir avant de rompre la loi du silence. » C’est pratique, le silence. On peut lui faire dire ce qu’on veut. On peut prétendre qu’Adèle Haenel a été clouée au pilori comme une « sorcière », elle qui a été célébrée, encensée pour sa prise de parole, par la quasi totalité des médias, pendant que celui qu’elle accusait était viré d’à peu près partout.
En fait, le silence, ces derniers temps, est plutôt celui qu’on impose aux universitaires qui n’ont pas le bon goût de prêcher l’intersectionnalité des luttes. Aux journalistes, aux politiques, qui voudraient éviter d’être immédiatement renvoyés à l’extrême droite ou à Valeurs Actuelles s’ils disaient ce qu’ils pensent des concepts de ce féminisme agressif et de sa détestation de l’universel. Aux hommes en général, qui sont invités à la fermer parce qu’ils sont des dominants. Le silence, aussi, des femmes qui n’ont pas les moyens de se faire entendre. Celles qui veulent dénoncer le sexisme et les agressions qu’elles peuvent subir dans un RER, le bureau d’une PME, ou chez elles, dans leur famille, mais qui ne se reconnaissent pas pour autant dans la bouillie conceptuelle des ayatollahs du féminisme queer. Celles qui ont besoin de soutien pour se libérer et pas d’embrigadement.
La colère en lisant le texte de Despentes, c’est en pensant à elles. Et puis à tous ces jeunes à qui l’on fait croire que pour dénoncer l’injustice et les agressions, il faut en passer par le ressentiment, la caricature et la haine des hommes. J’ai pensé à mes fils, dont j’espère qu’ils sauront se comporter en hommes, c’est-à-dire en Hommes, en être humains respectueux et dignes, s’interdisant toute forme d’abus de pouvoir et d’écrasement de l’autre, et qu’ils comprendront que le désir n’est jamais plus intéressant que quand on le transcende par les mots. J’ai pensé à ma fille à qui je ferai tout pour donner cet appétit de vie, cette envie de savoir, qui la rendra libre et puissante. Tous trois, je veux le croire, sauront s’élever contre les injustices sans jamais se donner le beau rôle, sans jamais confisquer la souffrance des autres pour servir leur idéologie. Sans jamais voir le monde en noir et blanc. Sauf dans quelques vieux films qui justement révèlent toutes les nuances de l’âme humaine. »
#billet d'humeur#billet d'opinion#natacha polony#marianne#féminisme#gallomancy#et moi qui allait désespérer#bon en vrai j'ai apprécié le commentaire de brighelli mais ce n'est pas un polémiste sortable sur tomblère voyons#déjà que les commères avaient des vapeurs tout à l'heure au sujet de ce gros malin de beigbeder
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