#mientras ellas duermen
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Holi! Como estas? Soy la que pidió el request de dark!Enzo y la lectora con vibes Audrey Hepburn. Si bien no está publicado quería pedirte un smut dentro de ese mismo universo en donde ellos duermen juntos por primera vez y medio que se cambian los roles por ejemplo la lectora saca su lado más sucio y obsceno (me la imagino diciendo "dale si chupame las tetas" "cogeme mas fuerte" "como me encanta ser tu putita") y el pobre enzo todo suave en plan 😯😲😳 porque ella ni siquiera dice malas palabras
Kinktober, Día 16: Degradation
El plan original consistía en una meticulosamente planeada tarde/noche de películas en tu hogar. Esperaste durante todo el día que las agujas del reloj marcaran las cinco para recibir a Enzo, que llegó puntual como siempre y cargando un ramo de tus flores favoritas.
Ignoraban que unas horas más tarde -mientras comentaban el final de Orgullo y Prejuicio antes del comienzo de Constantine- se desataría una tormenta que cambiaría el desenlace de la velada. El rugido de un trueno los sorprendió y cuando las luces parpadearon un escalofrío te recorrió.
Una vez finalizada la última película Enzo insistió en marcharse, argumentando que no quería molestarte más tiempo y que sólo era un poco de lluvia, pero sus intentos de ser un caballero llegaron a su fin cuando con voz firme le dijiste que no permitirías que se marchara en esas condiciones.
Regresó a tu habitación en silencio luego de tomar un baño y la imagen que lo recibió le cortó la respiración. Estabas sentada en tu cama, sin saber que por la posición tu ropa interior era visible, masajeando una crema en tus piernas; la delicada seda rosa de tu pijama caía sobre tu cuerpo y...
Tu voz sacude sus pensamientos. Vuelve a centrarse en el presente.
-¿Me abrazás?- preguntás tímidamente-. Tengo un poco de frío.
Enzo tiembla. No tiene que ver con la temperatura.
Gira sobre su costado, rodeando tu cintura con su brazo, procurando que sólo su pecho entre en contacto con tu espalda. Suspirás cuando su calor te invade y te dejás caer aún más hacia su cuerpo, moviéndote hasta que la distancia que los separa se ve reducida a átomos, pero cesás tus acciones abruptamente cuando lo sentís.
-Perdón.
-¿Por qué me pedís perdón?- preguntas luego de dejar salir una pequeña risa-. No es nada malo.
-No, pero se supone que sólo vamos a dormir, no quiero que pienses que...
-¿Que me querés coger?- completás. Estando de espaldas y en completa oscuridad no podés ver la expresión en su rostro, la manera en que separa los labios para dar paso a palabras mudas o sus pupilas dilatadas, por lo que su silencio te preocupa-. ¿No querés...?
-Quiero- besa tu hombro-, pero sólo si vos querés.
Es tu turno de voltear y justo cuando lo hacés un relámpago llena de luz la habitación. No es la primera vez que tenés el privilegio de ver el rostro de Enzo desprovisto de su usual maquillaje pero todavía te maravillás por el largo de sus pestañas, más notorias sin el delineado, así como por la manera en que el color de sus ojos destaca.
De nuevo en la penumbra tu mano encuentra su mejilla y tu pulgar se desliza con suavidad sobre su piel. Podés percibir la manera en que busca más contacto con tu palma, pero interrumpís tus caricias y arrastrás tus dedos por su cuerpo -sus labios, su mandíbula, su pecho- hasta finalmente tocar el elástico de su ropa interior.
-Obvio que quiero.
Deja que tu mano explore bajo su ropa: es pesado, grande, y ya está húmedo, pero no lográs concentrarte mucho en esos detalles porque cuando comenzás a tocarlo, con movimientos lentos y un poco de dificultad por su tamaño, el suspiro que escapa de sus labios es más un gemido.
Buscás su boca y corresponde el beso con desesperación, mordiendo y tirando de tus labios, pero explorando tu cuerpo tímidamente con su mano. El calor de su palma en tu cadera, tu cintura y cuando roza brevemente tu pecho comienza a hacer efecto entre tus piernas. La necesidad se vuelve imposible de ignorar.
Te separás de Enzo y cuando te reincorporás para encender la lámpara su mano termina entre tus muslos, sujetando tu pierna con firmeza, expresando sus deseos silenciosamente. Podés ver en sus ojos el momento en que reúne el valor necesario y luego sentís sus dedos colándose bajo el dobladillo del short.
Bajás la mirada y gemís.
Las venas que decoran su brazo y el dorso de su mano hacen que la imagen sea más erótica. Roza tu centro por sobre el algodón ya húmedo y cuando te mira en busca de consentimiento asentís, estúpida por el deseo, sin recordar que querías buscar el lubricante.
-Estás muy mojada- dice en voz baja, como si se sorprendiera, cuando sus dedos entran en contacto con tus pliegues-. Vos decime si querés que pare, ¿sí...?
-Sí.
Enzo intenta controlarse pero es difícil cuando la imagen frente a él resulta así de tentadora. La suavidad de tu piel bajo sus manos, la manera en que separaste las piernas sin que tuviera que pedirlo, el tirante de tu blusa cayendo sobre tu hombro, tus pezones duros marcándose en la tela, tu centro brillando con tu excitación cuando mueve aún más la delicada prenda.
Te ayuda a recostarte y en un movimiento que parece dominar retira sólo tu ropa interior. No te da tiempo de preguntar o bromear sobre su acción, rápidamente introduce su dedo medio y suspirás, tentada por la manera en que el dígito trabaja sobre tus músculos.
El brillo en tus ojos y tu mirada fija sobre sus movimientos sólo empeoran el estado de su erección y no sabe qué quiere primero: sentir tus manos otra vez, utilizar tu boca o enterrarse en vos. Opta por prepararte para lo último porque llegado el momento quiere que estés más que cómoda.
Enzo está entre tus piernas, observando tu centro y tu rostro, su erección sobresaliendo y goteando sobre el bóxer. La punta está de un intenso color rojo y de sólo pensar en tenerlo en tu interior tus paredes se contraen, succionando el dígito y haciéndolos gemir a ambos, su voz grave empeorando tu humedad y los sonidos que sus movimientos provocan.
-Más.
Obedece sin pensarlo y en cuanto desliza el segundo dedo gritás. Intenta consolarte jugando con tu clítoris, implorando tu perdón, pero no tiene idea de cuánto disfrutás sentir ese ardor que nace por la diferencia de tamaño entre sus dedos y los tuyos.
En cuanto sentís los primeros indicios de tu orgasmo lo detenés.
-¿Qué pasa? ¿Te lastimé?
Negás y cambiás de posiciones, obligándolo a recostarse para sentarte sobre él, liberando su miembro para guiarlo a tu entrada. Mientras recorrés tus pliegues con su glande -arde- él mira, como en un profundo trance, mordiéndose los labios y brindándote un poco de apoyo con sus manos en tu cadera.
Sentís la forma en que juega con tu pijama. Estás segura de que quiere arruinarlo.
-Necesitaba tu pija- respondés finalmente. Te dejás caer-. Dios...
Es sólo la mitad, notás en cuanto bajás la vista, pero la sensación de plenitud ya es increíble y amenaza con desbordarte. Tu entrada arde por lo súbito de la penetración y Enzo insiste con que tengas cuidado, te recuerda que no hay necesidad de ir rápido, pero vos negás mientras continuás esforzándote por tomarlo.
-Necesito que me cojas de una vez- explicás entre gemidos y sollozos de placer-. Cómo me encanta tu pija, Dios, no sabía que la tenías tan grande...
La obscena confesión hace que sus caderas se muevan casi que involuntariamente, con la fuerza suficiente como para terminar de enterrarse en tu cuerpo y haciéndote caer sobre su pecho por el impulso de su acción. Sus brazos rodean tu cuerpo en un gesto protector, aunque extremadamente posesivo, mientras espera unos minutos para que te acostumbres.
-Estás muy apretada- dice contra tu hombro-. ¿No necesitás que...?
-No- te reincorporás lo suficiente para poder ver su rostro-. Necesito que me cojas toda, Enzo, por favor. Quiero ser tuya.
Toma tu mentón con sus dedos.
-Sos mía.
-Pero...- te interrumpe el palpitar de su miembro y el lento movimiento con el que se desliza fuera de tu cuerpo, hasta que sólo su punta permanece en tu interior. Dejás caer tu frente en su hombro-. Quiero que me tengas como a una putita.
-¿Qué?
-Llename toda, dale.
El shock es menor -mucho menor, ínfimo en comparación- que la excitación por tus palabras. Intenta contenerse, no quiere hacer o decir nada que esté fuera de lugar, pero la desesperación en tu voz y la forma en que permitís que manipule tu cuerpo hacen que peligre su autocontrol.
No te quejás cuando te sujeta con más fuerza para volver a penetrarte, tampoco cuando sus dedos rozan tu otra entrada o cuando escuchás el característico sonido de tela rasgándose bajo sus manos. Enzo se pregunta qué tan lejos lo dejarías llegar.
Muerde tu hombro y aumenta el ritmo de sus embestidas. Escucha tus gritos, amortiguados por tu mano o por la almohada, por lo que tira de tu cabello para obligarte a abandonar tu escondite. Un hilo de saliva mancha tu mentón.
-Mirá cómo estás- dice con tono burlón-. Y recién empezamos...
El dolor en tu cuero cabelludo te hace llorar y las lágrimas que corren por tus mejillas parecen ser un incentivo. Sucede lo mismo con la colisión entre sus cuerpos, con el obsceno y repetitivo sonido húmedo que genera, con tus gemidos y gritos.
-Querés que te escuchen todos, ¿no?- pregunta. Cuando no respondés suelta bruscamente tu cabello y golpea tu mejilla-. Contestá.
-No...
Otro golpe. Esta vez más fuerte.
-Querés que todo el mundo sepa que sos una putita, ¿no?- acentúa sus palabras con estocadas que te roban el aliento-. Querés que sepan que tenés dueño.
-Sí, sí, sí.
-Decilo- ordena luego de tomarte por el cuello-. Decí que sos una putita. Mi putita.
Humedecés tus labios mientras intentás ignorar la sensación en tu abdomen bajo, causada por el constante roce de tu clítoris con su pelvis e indudablemente agravada por el maltrato, pero no lográs pronunciar palabra alguna. Sentís sus dedos presionando para privarte de oxígeno.
-Soy...- negás frenéticamente-. Voy a...
-No- cesa sus movimientos y cuando protestás utiliza su agarre en tu cuello para sacudirte-. ¿Qué pasa? ¿Ahora no podés hablar?
Es mucho, pensás, consciente de cuánto te gusta la situación. Enzo vuelve a golpear tu mejilla cuando permanecés en silencio y por la fuerza del impacto unos hilos de saliva brotan de tu boca. Sentís su miembro pulsando.
-¿Querés que te llene la conchita?- su pulgar juega con tu labio inferior antes de deslizarse dentro de tu boca y presionar sobre tu lengua. Asentís-. Entonces me vas a decir que sos mía, ¿no?
-Sí.
-Sí, ¿qué?
Tus palabras son incomprensibles:
-Soy tuya.
-¿Y qué sos?
Cerrás los ojos. Todo tu cuerpo arde.
-Una putita- contestás con tu boca ahora vacía-. Tu putita.
Buscás refugio en su cuello, intentando ocultar tu estado, pero estás convencida de que es inútil. Esto recién empieza.
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JUANA
Juana está comiendo una factura de membrillo bañada en almíbar que le pegotea todos los dedos. No duda en chuparlos, saborea el dulce disfrutando hasta la última miga. Suelta pensamientos sobre el clima, intentando hacer silencio mental; los nervios por el exámen final que rinde la semana que viene, la atormentan. Está sentada sobre su bolso cuadrille, apoyada sobre una de las grandes ventanas de la estación de buses de *Retiro. Mientras agarra con fuerza su mochila, donde no tiene nada de valor pero sí algunos libros y resúmenes, piensa si algún ratero atina osado a adueñarse de sus cosas, eso le robaría mucho tiempo y trabajo y en este momento, es todo lo que tiene. Sabe que la zona no es confiable, hay que tener 4 ojos, estar atenta, los ladrones son rápidos en Buenos Aires. Espera el Flecha bus que la llevará a Entre Ríos. Hace tres años que no vive allá, pero el litoral no deja de ser su única casa. Sabe que ahí, se puede desplomar a tomar mate con su mamá si le va mal en la facultad, se puede divertir con sus amigas, pasarla bien con su novio Entrerriano. Él la espera siempre, parado debajo del techo viejo y descascarado de la terminal del pueblo. Antes de partir, lee algunos apuntes. Mientras espera, prepara sus auriculares de cable negro pelado, sintoniza su radio favorita y espera pacientemente a que llegue la hora de embarcar. La radio es pequeñita y plateada, la encontró en un asiento de los tantos colectivos que tomó para ir a Entre Ríos. Juana tiene mucha suerte, siempre la vida es muy generosa con ella. Se sumerge en los sonidos borrosos que salen del aparato, sabe que en la ruta hay muchos tramos sin señal de radio, así que aprovecha la espera acompañada de la emisora de turno. Una sola vez Juana que perdió un bondi, ese día llegó sobre la hora culpa de un corte en la 9 de julio, ¿alguna vez, no hay un corte en la 9 de julio? recuerda como aquella vez corría y corría para llegar. Pero Juana no sabe correr, siempre tuvo las tetas grandes y le duelen mucho cuando corre. Pero esa vez, llegó a Retiro, corrió desesperada de la única manera que puede correr, agarrándose las tetas, y literalmente fue detrás del colectivo por dos cuadras, cargando su bolso cuadrille al hombro, que nunca le pesa mucho, porque sabe viajar liviana. El colectivo se fue sin siquiera amagar a frenar, ella se sentó a llorar en un cordón, afuera de Retiro, sin importar lo peligroso que podía ser eso, quizás estaba llorando porque hacía unos meses se había muerto su papá, pero la angustia muchas veces se disfraza y es más fácil llorar porque perdiste un colectivo que porque perdiste a tu papá. Después de moquear con ruido exagerado unos 30 minutos, se levantó y empezó a buscar opciones para resolver la situación. Unos días más tarde, empezó terapia por primera vez y fue ahí donde se dió cuenta, que ella, es buena buscando soluciones. Mientras aparecen esos recuerdos y merecimientos en su cabeza, Juana sigue sentada sobre su bolsito, se le duermen un poco las piernas, le pega pisotones fuertes al piso intentando despertarlas, está terminando la factura pegajosa y toma un largo sorbo de jugo de naranja, esos de cartoncito que son sus preferidos. Se acuerda de aquella vez que perdió el bondi, se ríe de su imagen destartalada intentando alcanzarlo sin éxito. Está segura que el colectivero la vió <<Que forro, no paró y yo lloré por 3 días>> recuerda y se ríe. Ahora sabe perfectamente que no lloró 3 días porque perdió un colectivo.
A Juana nunca le gustó quedarse quieta, Retiro le representa el movimiento que empezó tan temprano en su vida y eso la hace feliz. Juana no se imaginaba que tanto tiempo más tarde, el olor a sucio y los chicles pegados de los asientos de Retiro, tendrían tanto sentido. Acelerando muy rápido en su historia, Retiro se convirtió en ese lugar que durante 10 años la vió reír, llorar, duelar, emocionarse, despedirse, darle la bienvenida a una nueva etapa, comer alfajores de fruta o unos panchos con gusto a agua estancada que se convencía que estaban buenos. Fueron 10 años de ir y venir a Entre Ríos. Aquella vez que perdió el colectivo, o esa vez sentada con la factura pegajosa, fueron algunas de las tantas miles de veces, que Juana escucho la radio volviendo a casa. Después de tantas idas y vueltas, Juana cambió su vida, se fué más lejos, empezó a viajar por el mundo y las vueltas a casa eran cada vez más espaciadas, cumplió todos sus sueños, jugó con el tiempo. Rompió algún corazón, le destrozaron el alma alguna vez. Amo profundamente la vida y padeció, alguna que otra vez, el dolor insoportable de estar en esta Tierra. Ayudó a muchas personas a sentirse mejor. Fue una gran amiga. Juana fue feliz, y sus recuerdos y anécdotas deben ser impresionantes.
Ahora Juana es enorme, tiene muchos años. Tantos que ya no se acuerda su nombre, ni el olor de su perfume favorito, ni las horas que dedicó a estudiar mil cosas diferentes. Solo se acuerda del olor a sucio que había en Retiro hace más de 60 años. Ni los viajes, ni los amores, ni todas las comidas deliciosas que probó. Juana solo se acuerda de una escena, cuando era Joven, tetona y podía correr, solucionar problemas sola y escuchar la radio. Hace unos días su sobrina buscó por todos lados hasta dar con una radio de esas plateadas y pequeñas, una reliquia. Se la llevó al geriatrico y cuando Juana la vió, pareció volver a conectar con la vida, con su vida; una suave y tranquila sonrisa se le dibujó en la cara, abrazo a su sobrina y se emocionó. Fué la primera vez en algunos años que su expresión se parecía a ella misma. Ya no existen los programas de radio, entonces cuando Juana pide escucharla, la enfermera le da play a alguna lista de esas virtuales, simulando, como cuando un niño toma el té en tazas vacías, la enfermera pone la radio sobre la mesa y reproduce algo que sale por otros parlantes. Desde que se reencontró con la radio, algo mágico pasó. Cuando Juana se despierta, cada mañana le dan té con una factura de membrillo, porque se niega a comer cualquier otra cosa. Mientras desayuna como reina, escucha ¨su radio¨ y cuenta todos los días la misma historia:
¨Estoy sentada en mi bolso cuadrille, muy puntual como siempre, comiendo una factura de membrillo, tomando un jugo de naranja, mi preferido. Hay olor a sucio, pero no me importa, porque estoy escuchando la radio, muy atenta a que no me roben. Creo que Retiro es mi lugar preferido del mundo. Vamos a Retiro? me quiero ir a casa.¨
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No quiero más ser "sustituta" y es increíble pensar que yo misma me he puesto en esta situación. No hay engaño, no hay dobles discursos, siempre se me habló con la verdad.
Él, me gusta y no me gusta. A él, lo idealizo y lo bajo del pedestal todos los días y sin esfuerzo. Porque no es para mí y yo no soy para él. Nos metimos en un juego sentimental y sexual divertido en el que ya nos habíamos quemado una vez y elegimos valientemente volver a intentarlo, ambos, sí. Otrora, los dos ganamos y perdimos. Yo me enamoré (o eso creí) de él pero él jugaba conmigo sin desearlo pues, gustaba mucho de mí pero su pasado lo ataba. En realidad, lo nuestro siempre debió ser amistad porque nos hacemos bien, ahora que con el tiempo nos hemos perdonado y salvado la vida mutuamente, sabemos que nos hacemos bien.
En otros tiempos, cuando fue muy doloroso, yo dejé que me perdiera. Él, volvió a buscarme y lo he tomado como una tabla de surf entre mis olas de vacíos, desamores y la vida caótica y dolorosa. Sí, él, fue miel, sensualidad y risas en un momento pero me cuesta recordar que él nunca será mío y yo nunca seré de él, porque no funcionamos así. Ya no quiero que perdamos.
Genuinamente le quiero como un amigo y quiero verle feliz. Él, es de ella. Yo, de nadie, quizá de recuerdos y esperanzas de amores futuros. Él, es de ella: esa mujer que no le quiere pero no le suelta, que le quiere pero no sabe hacerlo y juega con sus emociones; de esa mujer que va y viene y quiere tener mil amantes mientras le miente a él en la cara. Él, la espera... Yo no le espero ni a él, ni a nadie: aprendí a hacerlo así. Es sano no esperar a nadie.
Yo soy de mis traumas y terapias, de amores fallidos que me gusta creer que nunca pasaron, que me queman y olvido. Me gustaría que él, fuera, pero sé con todo mi corazón que él, no es, no es para mí ni yo para él. Pero qué bonito cuando aunque sea consuelo de tontos, jugamos a descubrirnos, nos miramos, nos gustamos, acompañamos el dolor y la soledad: entonces, por un instante somos. Y nos comemos a besos escondidos en la oscuridad de la noche, o con los vidrios que empañamos en su coche. Lloramos, reímos, cantamos y bromeamos: somos fuego y placer. Sin embargo, eso no nos basta porque no es amor, es amistad llena de abrazos, besos y sexo, pero no es amor.
Yo quiero verle feliz. Verlo amando y ser amado. Pero ya no quiero ser su sustituta del amor, porque estar sola en este juego en el que jugamos a ser amantes eventuales y luego quedarme sola con la baraja se siente extraño y me quedo un poco vacía. Quiero que me quiera como lo quiero: como un amigo con quién algún día quisimos que fuera todo pero no se pudo, con quién algún día nos fundimos en un solo cuerpo y eso, sólo nos unió más, como amigos. Pero jugar al amor siendo tan ficticio cuando nada más hay amistad, se siente raro y creo que esto si no lo sé manejar, me lastimará. Ya no quiero ser tu sustituta, quiero ser tu amiga, sólo tu amiga.
Sé que me quieres, sé que sabes que te quiero, pero quiéreme bien: sé mi amigo, no me beses más y no dejes que yo te bese cuando ella te vuelve a partir el corazón porque a mí, me parte el alma que ella te rompa. No quiero romperme contigo.
Quizá para ti esto es común y tienes muchas amigas como yo, pero en mi historia, has sido y eres el unico con dejo de picardía y sentimentalismo, mezclados, en la licuadora se la vida. Entiende si mis emociones son más complejas que las tuyas, si me cuesta un poco más lidiar con nuestro vínculo. No me juzgues, sé que no lo haces.
Quiero que me veas enamorarme y me veas feliz. Que no me celes, que nunca sientas que me pierdes si una vez más, me llegas a ver en brazos del amor. No quiero que nos lastimemos porque, ¿sabes? Yo sí soy para ti y tú eres para mí pero como amigos. Y como dice la canción "los amigos no se besan en la boca, no se conocen todo el cuerpo, no se duermen en la misma cama, no se extrañan todo el día..."
Para V.
-Olivares-
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Querido nadie:
Mi enfermedad.
Hoy son estas penas pasadas que había olvidado golpeando a mi ventana fría de nuevo.
Estoy decepcionada de mí.
Me prometí no volver a cometer los mismos errores y de nuevo, esta mente mía que hace que sabotee mi propia vida
Entonces pienso en que mi madre tenía razón, quizás soy un enemigo natural: para ella, para mis amigos y amantes, para mi misma.
Querido, me encuentro llorando en el suelo de la cocina mientras todos duermen y en el horno algo dulce y delicioso se prepara: comida de la disculpa. La manzana del deseo del perdón, mi torpe esperanza del cambio.
Espero que en tu desayuno comas lo que prepare, entre la azúcar derretida entre las frutas coloradas lágrimas mías han caído, involuntarias, llenas de arrepentimiento, llenas de rezos al vacío pidiendo "por favor" una vez más "no permitas que vuelva esta sensación de pudrición en mi pecho" y los gemidos involuntarios fueron presentes, el enojo contra mi mente, el enojo contra mi cuerpo —¿por qué?– Es lo que pienso, ¿por qué no puedo simplemente complacer a todos y dejar de ser tan torpe? Por qué no puedo simplemente ser yo misma y que esto no sea una incomodidad para quienes más amo.
Si supieras que todo de mí cae en tus manos.
Hoy, estas tristezas se deslizan por mis mejillas y cierran mi boca
Hoy serán una lección dolorosa, mañana –si Dios quiere– serán una anécdota nostálgica. O el fin de un algo.
Deseo que mi fuerza vuelva a florecer y crecer fuerte como un árbol viejo que ha soportado tormentas para ser hermoso y guardar historia. No quiero que sea mi fin, no me permitas irme, no me permitas abandonarme de nuevo.
–cuando hablamos, esta charla incómoda puso en mí el desespero. Pude ver en tus ojos y palabras la misma lastimadura que cree en él, en ellos. Ah, mis hombres amados. Mi chico especial. Vi en tus ojos a ellos y quise llorar y arrodillarme como cobarde y pedir perdón y pedir que no te vayas y desee que ellos también volvieran.
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La Cueva en las montañas
En silencio, pongo a hacer un poco de té y observo por la ventana. Cada mañana agarro mi bitácora y escribo mis sueños, mis pesadillas y mis recuerdos. Ya terminé de pasar las aventuras donde las montañas desembocan en el mar y donde los artistas franceses me hablan de sus sueños y sus revoluciones.
A lo lejos las montañas se funden con las nubes y la nieve es también cielo y yo solo soy un chiquito en medio de la nada, me siento y medito mientras tomo el primer sorbo. Arriba del chalet, tres amigas suizas aún duermen porque anoche los juegos de mesa y las risas duraron hasta tarde. En estos días también aprendí a comunicarme con lo poco que puedo manejar del idioma, divertido y elemental. Me siento entre amigos, aunque solo esté de paso.
- Te sirvo? - pregunto todo el tiempo.
Hacia años que la Bruja Cazadora y yo habíamos decidido tomar caminos distintos en la vida. Yo habia montado un laboratorio de purificacion de plantas y de almas mientras que ella había partido hacia el horizonte en busca de historias y aventuras. Ella tomó la carta del Mundo y yo tomé la carta del Ermitaño y asi pasamos los años, mi viaje fue dentro de mí así como el de ella fue fuera de sí, yo trate de construir permanencia y ella de soltar al viento los males.
Cuando el momento fue justo, volvimos a encontrarnos de nuevo acá. En la que había sido nuestra casa.
Incómodo e intenso, como sabíamos que sería, al ver a Julia se destaparon un sin fin de emociones y recuerdos. Pero no es la misma, yo no soy el mismo. Y aquel pasado que también me ilusionaba ya había sido revisado por mi ejercito de analistas mentales, incluso llevaba conmigo una copia del reporte y la tesis consecuente: La bitácora de viajes y la bitácora del fantasma.
Tardamos días en acostumbrarnos el uno al otro. Había lugares imposibles donde nunca ninguno estuvo y otros que tenian la huella que habíamos dejado años o capaz siglos atrás. Estas viejas cicatrices que se sentían íntimas y a la vez molestaban por lo abrupto del fin y el tiempo que pasó.
Nos tomamos tiempo para reír y para llorar, para recordar y para crear nuevas experiencias. Recién al final volvimos a abrazarnos y ahi me abrí para confesarle lo dificil que era este viaje y esta presencia. Que su amuleto era algo que llevaba conmigo pero que no sabia como dejarlo, ahora que podía devolvérselo a su propietaria original. Que cuando imaginas el mundo es bello, pero verlo en persona también es abrumador.
Entonces Julia tomó mi mano y recordé que las cosas empiezan y terminan una sola vez. Después, son otra.
Y que nada del mundo cambiaría nuestro deseo de querernos, nuestra magia y conexión.
Terminé el té, y la Bruja bajó de su cuarto.
- Mira hay un pájaro en la ventana. ¿No es hermoso? -
- Sí.- respondí. -Sí que lo es.-
El mundo externo e interno pueden estar en paz o en caos pero depende de nosotros que hacemos con ello. Si hacemos arte de eso, si hacemos movimiento de eso, si decidimos contemplar eso, y al final, el sabor no es tan amargo. Al final las penas que pasamos y las personas que ya no están como antes quizás no sean en vano.
En fin sólo quería decirte:
"Gracias por la visita".
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EL RUIDO DEL RELOJ -Hobie Brown x Reader
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CAPÍTULO 8: Cosas de chicas
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CAPÍTULOS: PRÓLOGO, CAP1, CAP2, CAP3, CAP4, CAP5, CAP6, CAP7
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Verano 2023, 12 de agosto
Hora: 13:31
Ese día, Alexia fue a su casa. Sus padres ya se habían ido, hace días, pero no fue hasta aquella mañana que su mejor amiga la había llamado para decirle que iba a visitarla. Habían acordado comer algo en su casa y luego salir a dar una vuelta. Con el dinero que acababan de darle a Alexia, quería comprarse unas cosas para la los entrenamientos en la mejor tienda de deportes que conocía del distrito. No era barata, pero sí que vendían muchas cosas acorde a su estilo. Khristina siempre la acompañaba y miraba los precios sugestionaba de lo que haría si tuviera esa cantidad insana de dinero. Además, de que su jefe le debía mucho dinero de esas semanas.
Estaban en su cocina hablando. Khristina acababa de meter en el horno la lasaña que habían hecho juntas mientras se ponían al día mientras que su mejor amiga estaba saliendo del cuarto de baño con una sonrisa radiante en la cara. Las mejillas le brillaban y el pelo recogido en dos trenzas ajustadas estaba impecable. El olor a comida haciéndose plagaba todo el apartamento, no solo porque la cocina fuera abierta y diese directamente a un recibidor y salón sin paredes.
-¿Ya tienes novio? -preguntó Khristina a modo de burla, pero sin tener malas intenciones.
Alexia se rió y acercó a donde estaba.
-Es uno de los chicos de la banda esa que escuchamos en tu cumpleaños -le enseñó la conversación en el móvil muy por encima. Khristina distinguió mensajes no tan amorosos y clásicos, pero sí interesados en un "algo" antes de que Alexia apartase el dispositivo-. Hemos estado hablando.
No recordaba a ninguna persona que pudiera haber hablado con Alexia sin tener una opinión diferente a la suya en aquel pub al otro lado de la ciudad. Pero se trataba de ella. El día de su cumpleaños la había dejado sola para liarse con un chico en los cuartos de baño del local y no había sabido nada de ella hasta el día siguiente que le envió un mensaje en el que decía que estaba bien, satisfecha y aportado una imagen de lo que estaba haciendo; tumbada en la cama, se comía un gofre con el uniforme de su equipo.
-¿Vais...enserio? -preguntó con precaución.
-¿Qué? -preguntó, y le hizo gracia la forma en la que Khris la estaba mirando-. Ni de broma. Somos diferentes y lo último que va a querer es tener una relación formal con alguien como yo.
Khris asintió suavemente, sin saber bien qué decir al respecto. Recordaba ese tipo de conversación pero de otra persona. Hobie había dicho una vez mientras escuchaban la radio que estar con una persona en esa sociedad era lo mismo que estar atado a ella, al sistema y a una relación capital que lo obligaba a esforzarse a hacer cosas que no quería. Entre ellas, tener citas y creer en el Día de San Valentín. Ella había pensado que estaba bromeando, hasta que se dio cuenta de la seriedad con la que lo estaba contando y discutieron al respecto. No volvieron a hablar del tema.
-Pero te gusta su música.
-Son unos pringados. Si no estuvieran buenos o tocasen bien, estarían viviendo en la calle o en la cárcel si la gente supiera lo que realmente hacen.
Khristina se mordió el interior de la mejilla.
-Tú pareces llevarte bien con ellos. Con todos ellos.
Alexia volteó a mirarla, sabiendo a qué se refería. Los ojos azules brillantes tuvieron un momento de duda antes de enfriarse por completo. Era la clásica mirada de que, si las miradas matasen, ella estaría sepultada desde ese momento.
-Son unos macarras. Salen hasta las tantas, tocan conciertos ilegales y se drogan y se manifiestan contra lo que no les gusta, y luego duermen todo el día para volver a empezar. No son la clase de persona decente en esta sociedad -dijo, y finalizó diciendo-: Él no es la clase de persona con la que tú te juntarías.
Khristina bajó la cabeza avergonzada. En parte, porque sabía que estaba en lo cierto. Khristina y Hobie eran de mundos diferentes, y no se habrían conocido de no haber estado en ese concierto por casualidad hace uno mes y haberlo atendido en su cafetería. Pero era injusto que lo dijera de esa forma, como si ella no pudiera disfrutar de las mismas cosas que su mejor amiga tenía todo el rato. Todo porque ella no tenía las mismas facultades sociales que Alexia.
-Estás siendo injusta -le replicó, mostrando valor a la hora de decirlo. Dejó lo que estaba haciendo en la cocina para mirar a su mejor amiga sentada en la encimera.
Alexia sonrió con burla.
-Estoy siendo realista, Khris. Piénsalo, a él se la pela todo y tus padres nunca dejarían que salieses con él. Si es que llegáis a salir, digo, porque sus principios y los de tus padres chocan.
-Mis padres no son tan antiguos.
-Pero son hippies. ¿Has visto alguna vez un hippie enamorado de un
-¡No soy hippie! -exclamó.
-¡Pero ellos siguen siendo los mismos que antes, Khristina! ¿De verdad crees que gente como ellos pueden dejar de serlo? ¿Cuántas veces te han dejado sola para irse a manifestaciones y nunca se han preocupado por lo que te pasara? -se miró las uñas recién hechas con cierta soberbia, como si mirarla a ella fuera una pérdida de tiempo. Sintió las mejillas ardiendo, como dos hogueras-. Lo único que conseguirías sería defraudarlos después de todo lo que has estado haciendo.
Khristina sintió un cosquilleo en la garganta, un deseo que ansiaba salir en forma de expresión o exclamación por todo lo que estaba diciendo. La opresión en el pecho aumentó solo de ver lo que estaba haciendo, sin darle importancia al asunto frente a la estúpida manicura que le obligarían en unos días a quitarse para seguir jugando en el equipo. Eso, o sus estrictos padres cuando vieran que no se estaba tomando sus responsabilidades enserio. Khristina tuvo el deseo de llamarles y demostrar con algunas, no muchas, pruebas lo que su hija hacía cuando decía que se quedaba en casa de Khris a dormir y acababan saliendo.
Sin embargo, no hizo nada de eso. No porque no tuviera el valor de hacerlo, sino porque no iba a servir de nada. Como ella había dicho, la palabra de una hippie no tenía importancia frente a la de una futura jugadora profesional de baloncesto. Pero no iba a quedarse callada como las otra veces frente a esas declaraciones. No tenía derecho.
-Vete de aquí -murmuró.
Alexia le prestó atención, una hermosa curva en sus cejas sobre sus grandes ojos.
-¿Qué?
-Seguro que tienes mejores cosas que hacer que estar conmigo, ¿a qué sí? -los ojos de Alexia se oscurecieron, pero no de ira ni confusión. Era la misma reacción que tenía que cuando se emborrachaba y no pensaba con claridad. Khristina siguió caminando-. Vete de aquí.
Alexia se bajó obediente de la encimera, sus largas piernas tocando al instante la madera del suelo. Khristina dio un paso hacia atrás por inercia. Por un momento, pensó que iba a devolverle el golpe pero de una forma literal. Que iba a pegarse con ella por cómo le había respondido. Con el corazón en la boca de repente, Khris recordó las veces en las que su amiga se había enfrentado a las chicas del instituto cuando la llamaban "gorda" o "bollera" y acababan con la nariz y la cara en el suelo partidas.
Sin embargo, y para su sorpresa, no hizo nada de eso. Sin siquiera recoger sus cosas, el cuerpo de Alexia se dirigió hacia la salida. No caminaba erguida como siempre, plagada de arrogancia y orgullo, sino como...como si su cuerpo pesase y tuviera que hacer el esfuerzo de caminar. Alexia abrió la puerta de la calle y salió por ella, abandonando el apartamento y a ella por consecuencias. Como ella le había pedido. No, ordenado. Pero estaba demasiado enfadada como para pensar en aquella extraña reacción y forma de actuar.
Khristina no se lo pensó dos veces. Iracunda, arrancó el dibujo que había hecho en primaria de la nevera y lo aplastó contra la encimera. Ni siquiera se paró a mirarlo. No devolvió la llamada de sus padres en el resto del día.
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Hora: 19:10
El resto del día se lo pasó dando una vuelta por el barrio, escribiendo unas cosas en su diario y terminando de programar un programa en el ordenador sentada en un banco del parque más cercano.
Horas después, Khristina estaba saliendo de la cafetería en la que trabajaba. Alexia no la había vuelto a llamar, y casi que mejor para ella. Estaba cansada y lo último que necesitaba era hablar con ella o escucharla otra vez. Suficiente había tenido con aguantarla aquella mañana.
Había ido a la cafetería por dos motivos: para pedirle a Lexie, su compañera de trabajo, una opinión al respecto de lo que significaría pedirse una excedencia de trabajo justificada si es que al final sus resultados acababan siendo peores de lo que parecían y la universidad, que estaba a la vuelta de la esquina, empezaba y resultaba más compleja. Y el segundo motivo era por su paga. Necesitaba cobrar lo del mes anterior para añadirlo a la cuenta y demostrar a los administradores de la beca que sus ingresos eran acordes a lo que decía en la solicitud.
Bill tenía siempre una escusa para pagar atrasado sus deudas. De haber sido otra clase de persona, el tipo de personas que Alexia decía no ser, habría denunciado a ese tipo hace tiempo por no pagarle a finales de mes. Quizás fuera un buen planteamiento, pero era Bill de quien estaba hablando. La misma persona que habría puntual y era capaz de cerrar más tarde siempre que un cliente se atrasase en acabar su menú, la persona que llamaba a la policía cuando escuchaba a un a pareja discutir y el único capaz en plantarle cara a los que intentaban pasarse de listos e irse sin cobear. Khristina no podía aparecer simplemente y hacerlo, no después de demostrar el bien relativo que hacía a las minorías. Al final de la negociación, si es que podía darsele ese nombre, Bill había acabado prometiendo que le daría el dinero la próxima semana (después de añadir un "si la cosa va bien" por lo bajo, pensando que Khris ya no escuchaba).
Cuando salió de la cafetería tras despedirse de todos, se dio cuenta de empezaba a anochecer y ni se había dado cuenta de las horas que eran. Aunque no era totalmente de noche, que algunos negocios empezasen a echar el cierre le indicó que era mejor empezar a ir a casa, y no quedarse en la interperie justamente en ese barrio.
Estaba pensando en pedir comida a domicilio, o pasarse por una tienda de comida rápida y coger lo primero que le apeteciera. Casi podía escuchar a su madre decirle que tenía comida en la nevera para el resto de la semana y que podía hacerse algo decente en vez de gastar el dinero en esa clase de cosas, cuando una cabeza de metió en su campo de visión y le cerró el estómago.
No era una cabeza suelta, sino que estaba unida a un cuerpo. Uno rendido boca abajo y atraviado con la ropa más flexible posible y ajustada al mismo tiempo.
Khis contuvo el grito de sorpresa. Lo que tenía delante no era algo que se viese todos los días. Los ojos de enormes proporciones le devolvieron la mirada, pero encogidos como si estuviera sonriendo. Su cuerpo estaba en vertical, aferrado a una cuerda blanca y pegajosa sujeta por dos delgados pero seguramente musculosos brazos que recordaba demasiado bien.
-Hey, Khris -dijo la persona, causando solo un malestar en lo referente a ese apodo. Sólo la llamaban así sus padres y amigos cercanos.
-Hey, Hobs -se burló.
Khis pasó por su lado con cuidado y siguió su camino. Dejando donde había aparecido a la persona y su notable impresión.
-¿Hobs?
-Lo he pensado bien -empezó a explicar, sin detenerse-. Si tu me llamas como quieras, yo tengo derecho a no llamarte Hobie siempre que tenga que hablar de ti. Hobs te queda que ese nombre.
En vez de enfadarse, Hobie replicó con un tono algo sorprendido y risueño:
-¿Hablas de mí? Me siento honrado. Como un niño.
Casi podía verlo sonreír, con esa máscara ajustada a su cara y los enormes ojos blancos contorneados de tinte gris corrido.
Khris se detuvo, sin embargo, a medio camino. Bajó la cabeza y se aferró a la tira del bolso cruzado que llevaba. En cierta parte le sorprendía el hecho de que la gente ignorase lo que ocurría y siguiera con sus vidas tranquilamente.
-¿Quieres que hable de ti? -hizo la pregunta suavemente, como dudando de lo que realmente estaba preguntando.
-No por mi nombre real, a poder ser. Pero tampoco me llames héroe porque entonces me lo voy a creer y voy a empezar a extorsionarte -escuchó un golpe a sus espaldas, y entendió lo que era cuando vio su cuerpo alto a su lado moviéndose con soltura.
Khris sentía su corazón latiendo con fuerza, las mejillas ardiendo y las manos temblar. Su presencia seguía escandaizándola aún cuando conocía y sabía quién era la persona detrás de esa máscara. Hobie Brown, el guitarrista de una banda cualquiera y un anarquista contra el sistema capaz de abrirle la cabeza a un tipo si le molestaba. Pero seguía sin creérselo. Y más recordando la duda implantada por Alexia de que alguien como él nunca estaría con alguien como ella. Por las diferencias y eso.
Pero entonces recordaba los besos en su apartamento, espontáneos y a veces tan profundos que debía recordarse quién era para detenerse y saber que aún no sabía en qué terreno estaba caminando. La forma en la que la miraba y maldecía en voz baja. La misma persona que a veces la apoyaba contra la pared y la besaba hasta dejarla sin aliento, que la tocaba de una forma que nadie había hecho. O que se tumba a en la cama con ella y la ponía encima de su cadera hasta que la hacía desear algo de lo que podría arrepentirse. Nunca pasando los límites, pero sí jugando con el extremo de su pantalón lo suficiente como para desear que ocurriera. Pero también la misma que la ayudaba a subir a la azotea y le contaba qué podía verse desde donde estaban y se reía de las no-bromas que hacía al respecto cuando le contaba algunas cosas que su padre soltaba en la cena y le causaban gracia.
Se mordió el labio, y entonces sintió el brazo tirando de su cadera como si se trata de una muñeca de trapo a la que contornear. El calor de su cuerpo le dio la bienvenida, y el olor a tabaco y a cuero que recordaba de todas las veces que se veían.
-Tengo que hablar contigo de algo.
En vez de esperar a que le respondiera, o al menos alejarlo, el haber estado perdida en sus pensamientos sólo consiguió que la respuesta nunca llegase.
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#hobie brown#hobie brown x reader#hobie brown x y/n#hobie brown x you#across the spiderverse#atsv hobie
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Glee «Sexy Santa»
Enero de 2023
-Buenos días… —dijo Blaine sonriéndole a su esposo que bajaba en ese instante por la escalera de servicio hasta la cocina, venía despeinado y con la misma ropa con la que había recibido el 2023 y que había utilizado en la fiesta por todo lo alto para amigos, colegas y familiares.
-¿Qué hora es?... —preguntó a media voz mientras bajaba los últimos peldaños afirmándose de la pared.
-Casi mediodía… —respondió Blaine bebiendo un sorbo de café.
-¿Qué?... —pregunto tomándose la cabeza.
-Que es casi mediodía… durmió desde el año pasado Señor Hummel-Anderson…
-Eso no es verdad… recuerdo bien que al comenzar este 2023 lo estaba besando a usted Señor Anderson-Hummel… —contestó sentándose a la mesa, Blaine sonrió engreído y corrió otra de las sillas para sentarse también.
-¿Quieres café?...
-No… la verdad es que bebería 5 litros de agua…
-Ok… no creo que tengamos cinco litros…. —respondió levantándose— pero sí puedo ofrecerte una botella que es una décima parte de eso… —añadió mientras abría el refrigerador y sacaba una de las aguas embotelladas.
-Eso estará bien… gracias… —dijo Kurt estirando una mano mientras que con la otra se sujetaba la cabeza.
-¡Vaya si te pego al resaca!… —agregó Blaine entregando la botella de agua.
-Bueno considerando que bebí hasta el agua de los floreros, creo que era bastante predecible amanecer así… —contesto bebiendo casi todo de un solo trago.
-Exagerado…—dijo Blaine sentándose de nuevo.
-¿Nuestros hijos?...
-Despertaron temprano, así es que ya están aseados, desayunados y en Zabar's comprando cosas para llevar a Westerville…
-Un segundo… ¿salieron?
-Si… hace como 20 minutos… —contesto Blaine mirando la hora en su reloj pulsera y en el de la pared.
-Pero hace un frío enorme, se abrigaron supongo…
-La verdad es que creo que fueron en camiseta y pantalón corto… —dijo Blaine riendo de su propio chiste., Kurt lo quedó mirando como diciendo en silencio que estaba demasiado mal como para reir, aceptar e incluso entender ningún tipo de broma— fueron extra abrigados obviamente…
-Bien, ¿fueron con tu mamá?… —quiso saber Kurt mirando a su esposo con los ojos entrecerrados, como si de pronto tuviera un cuadro no diagnosticado de fotofobia.
-Con ella… querían irse de inmediato al aeropuerto después, pero Henry insistió que quería despedirse de ti…
-Mi bebé.. ¿se fueron hace mucho?...
-No tanto… ¿quieres un analgésico o algo?, siento decir esto... pero luces bastante mal…
-Gracias Blaine yo también te amo…
-Vamos… sabes a lo que me refiero…
-Lo se… y lo único que necesito es saber porque yo estoy así y tu en cambio, fresco como lechuga si bebimos lo mismo…
-Buenos genes supongo… ¿analgesico?-.-.. —insistió señalando hacia el cajón de los medicamentos.
-Ok… —respondió bebiéndose lo que le quedaba de agua— y otro más de estos por favor… —dijo señalando la botella vacía, Blaine levantó sus pulgares y repitió los mismos movimientos de hacía instantes para sacar otra botella de la heladera.
-Su analgesico y su agua Señor Hummel-Anderson… —dijo disponiendo todo enfrente de su esposo.
-Gracias… —contestó Kurt tragándose las píldoras con casi la mitad de la nueva botella de agua— ¿la gente?
-Algunos se fueron a sus casas y hoteles y otros duermen en la sala y en el cuarto de huéspedes…
-¿En la sala?
-Asi es… cuando me levanté, vi varios cuerpos esparcidos en los diferentes muebles…
-Ok, eso es algo que no quiero ver por diferentes razones… ¿fue una buena fiesta?, ¿verdad?
-¿Estás bromeando?, fue una excelente fiesta… creo y todos quedaron muy contentos… y empezaran el año con ánimo bien arriba… luego que a todos se les quite la resaca por supuesto…
-Por supuesto… ninguno subió cosas a las redes sociales… ¿o si?... —preguntó Kurt haciendo ademán de registrar sus bolsillos en busca del teléfono móvil…
-Ninguno, tranquilo, además estábamos rodeados de amigos, nadie nos traicionaria de esa manera… aunque Rachel desapareció un buen rato ahora que recuerdo… —dijo Blaine mirando un punto fijo en el horizonte como tratando de recordar el momento en que Rachel había desaparecido un buen rato
-No creo y haga algo así, bueno… tal vez publico algo, pero lo más seguro es que sea sobre ella misma, porque bueno… es Rachel y seguro y se hizo una fotos poniendo esta cara…
-¡Kurt!... —exclamo Blaine dejando caer un poco de café al ver la cara que ponía su esposo y que era idéntica a la típica que ponía su amiga cada vez que se tomaba una instantanea, los labios medio fruncidos para que parecieran ser mas grandes de lo que eran, los ojos abiertos y mirando un puto fijo como para darle misterio y el cabello hacia un lado para que se viera mas abundante— creo que un pco de café salió por nariz… —añadió levantándose a por una toalla de papel— pero valió la pena… —dijo limpiándose y riendo— ¿donde aprendiste a hacer esa cara?...
-La llevo viendo casi 15 años… qué más puedo decir…
-Pues creo que es lo más divertido que he visto en esta cocina…
-Gracias… el asunto es que Rachel puede ser cinco millones de cosas, pero no creo que exponga algo que pueda perjudicarnos… —terminó por decir Kurt también quedándose viendo un punto fijo al lado contrario de la cocina, como si se convenciera de que lo que pensaba era cierto— en fin… ¿habrá que pedir comida o algo?
-Pues ya me adelante y ordene brunch de “Gage & Tollner”... —contesto Blaine sirviendose más café.
-¿Ese lugar de Downtown Brooklyn?... —pregunto de vuelta alzando un poco su ceja inquisidora.
-El mismo… y no pongas esa cara, era lo único que está abierto hoy 1 de enero…
-No pongo ninguna cara… solo pienso en cuánto costará el delivery de algo que esta a 40 minutos de aquí…
-Lo suficiente como para que valga la pena abrir un día festivo, pero no tanto como para dejarnos en la ruina… lo juro…—dijo Blaine sonriendo.
-Esta bien… Lo importante es que nuestros invitados se vayan contentos… si es que se van algún día…
-Vaya “Labios de chica”... nunca te imagine como alguien poco acogedor… —dijo Santana entrando en la cocina, también con el mismo atuendo de la la noche anterior, pero conservaba el maquillaje, el peinado y los pequeños brillos que se había puesto en el cabello.
-Buenos días Santana… —respondió Kurt bebiendo mas agua.
-Buenos días… ¿dónde puedo tomar una de esas?… —preguntó señalando la botella de agua.
-En el refrigerador… —se adelantó en contestar Blaine señalando hacia donde dijera.
-Ok… —contesto caminando en aquella dirección—... y… —añadió abriendo la puerta— ¿donde esta el resto de la gente?... —preguntó mientras miraba dentro de la heladera sin sacar nada, Kurt dio un respingo y miró a su esposo de reojo.
-Algunos están en la sala de donde vienes tú y el resto, se fue a sus casas y hoteles…
-¿Me estás tirando una indirecta Anderson?... —pregunto Santana cerrando la puerta de un solo golpe, las botellas y demás cosas que había sobre la heladera sonaron al unísono.
-No, por supuesto que no… es más… hace un instante pedí comida,. si quieres quedarte al primer brunch del año…
-No… pero gracias por la invitación…
-¿Tienes… planes?... —pregunto Kurt como que no quiere cosa.
-No… bueno.. si… —dijo sentándose a la mesa— y si precisa saberlo “señora chismosa”..., me encontraré con Brittany… —agregó bebiendo agua, Kurt y Blaine intercambiaron miradas— ¡por dios!… "pequeños ponys"… ¿no pueden disimular un poco?... no es nada de lo que creen… es una tradición de inicio de año que tiene Britt y que jamás pensé que quería seguir haciéndola después de lo que pasó… pero bueno… quien soy yo para cuestionar algo inventado por ella hace cinco años… en fin… —agregó levantándose— ¿es posible tomar una ducha en alguno de los 50 baños de este departamento extra empingorotado?
-Es posible, y no son cincuenta…
-Ni es empingorotado… —interrumpió Kurt de malos modos— te mostraré… —dijo Kurt haciendo ademán de levantarse— con un demonio… —añadió sintiéndose mareado.
-¿Estás bien?... ¿no estás embarazado o si?... —preguntó Santana queriendo reír.
-Obvio que no… es la resaca del día siguiente… —respondió volviendo a sentarse.
-Te entiendo… no había despertado sintiéndome tan mal desde que conocimos a ese Santa sexy en el centro comercial y después de quitarte la virtud, nos robó todo… ¿te acuerdas?... fue… —Santana guardó silencio un instante al ver que su amigo abría los ojos como platos se le quedaba viendo diciéndole unas 300 palabrotas como mínimo, Blaine los miraba a ambos sin entender nada…
-¿El Santa que… que?... —pregunto Blaine mirando a su esposo en busca de una explicación.
-¡Ups!… —dijo Santana encogiéndose de hombros y tapándose la boca de manera divertida— no tenía idea que esa historia era secreta… mejor me voy a tomar esa ducha… buena suerte "pitufo saltarín"… y... Anderson... cualquier cosa que te cuente "el chico maravilla" sobre esa historia, es 10 veces mas... —añadió mirando a Blaine, le dio un par de palmadas en un hombro y desaparecio por donde había llegado.
-Ok, creo que yo también iré a ducharme antes que Santana gaste toda el agua de la caldera… —dijo Kurt levantándose lentamente para evitar posible nuevos mareos, Blaine se quedó mirándolo con cara de impacto extremo.
-Kurt…
-¿Qué?
-¿No me vas a explicar eso de un santa sexy o no se que?
-Blaine… creo que mi cabeza va explotar en cualquier momento, además siento que tengo más ganas que Linda Blair de vomitar de manera explosiva, así es que ahora no es el momento de hablar de nada… permiso…—dijo dándose media vuelta, Blaine se quedó en el sitio con tantas dudas como resaca tenia su esposo.
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El rayo del sol cruza por el cerezo, la fruta de desgaja y se derrite del gajo, se hunde por la corteza y dentro de ella borbotea- el ciervo suspira arrebolando el color en su mirada, llevando a el beso que de su boca se desabotona y sale tras las azucenas del mar que aun duermen sobre la orilla; toronja sus mejillas declaran entre sus bailidos; aguarda cada palabra que ya se desnuda en la ala del mirlo. Se remueve por sus manos, gira y salta esperando la llegada de la media tarde por las hojas del naranjo - cruza el galopar de la lluvia, las nubes tersas cubren la humedad de las olas al centro de la arena. El mirlo se despierta, levanta el vuelo del centro del mar y atrapa el viento deshojado. Llega por su cuello el olor del cerezo, se remueve y salta el fruto y el jugo mientras su boca canta. Se cubre entre las alas, nervioso espera a la tarde, alisa sus alas, el se acomoda el sonrojo de las mejillas, el olor de sus plumas y alza al límite de la rivera- como cada tardez sus miradas frente a sus párpados. al abrir y cerrar. Espacio y silencio. Palabras y ojos. Bombeos y voz-
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--------- 00000 --------- Podría decirte, que tengo el sonido de tus susurros…
Grabados en mí…
Que escucho, como un eco tu sonrisa…
En mi mente…
Que tus palabras, me acarician suavemente…
"Ellas" me acompañan en mi rutina…
Y te podría decir, tantas cosas…
Pero esta mañana, lo que supera mi sentir…
Es darme cuenta, de esa manera tuya de ser siempre…
Tú eres, el polen de mi jardín…
La humedad que lo regenera, mientras todos duermen…
Eres el contraste, de mi nostalgia…
Al ser tú, mi alegría…
Y yo de ti...
Yo soy tu mejor amigo…
Yo soy y seré, quien por siempre te ha de esperar…
Siempre es siempre
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Paz.
Está ahí. Ella está ahí. Sé que está ahí.
Puedo oírla cantando. Sus murmullos suaves me mecen a través del jardín. Está regando nuestro rosedal. Pero sé que esas no son sus favoritas. Primero se acercará a las gardenias violetas y cuando estén por dar las cinco, el agua rociara los girasoles al lado del porche, esas son las mías. Mientras canta. Siempre canta. Con ese acento brusco pero gentil, que resbala por su lengua cuando pronuncia la erre. No me mira, pero sabe que la miro. Los niños duermen en una sábana sobre el césped mojado. Una montañita de brazos y piernas desordenadas, en paz. Paz que siempre soñé y ahora la tengo. Respiro aire puro y ella me mira. No hay nada más que paz en esos ojos grises, que se hacen chinitos mientras se rie de la escena que yo observaba hace unos minutos. Sus rizos dorados desordenados en la pañoleta. Sé que van a ser las seis y es hora de entrar a casa. El sol, cansado se irá a dormir y la luna alegre dará paso a la oscuridad. Pero ya no le temo a la oscuridad. Ella es luz y es paz, y no necesito nada más. El lago grisáceo de sus ojos aleja las pesadillas y las risitas de sueños infantiles me arrullan, con tanta paz, no necesito nada más.
—letta.
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lunes 9º septiembre 2024, Athens, 10.06pm.
#84.106 — Un estudiante de origen humilde, muy ambicioso y obsesionado con la clonación, perdió a su padre cuando tenía cinco años. Me levanté del ataúd y quedé en medio de la iglesia mientras que la pequeña muchedumbre que había venido a despedirme huía velozmente. Casi todos se duchan en la calle, la usan como baño y los menos afortunados duermen en ella. Treinta años después, se ha convertido al catolicismo y ha fundado un grupo antiaborto.
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LA HISTORIA DE AMANDA
Praga, Checoslovaquia, 8 de diciembre de 1919
Amanda Novak tiene 22 años. Empezó a prostituirse a los 15. Dejó de hacerlo a los 21, cuando conoció a su último cliente: el señor Nadie.
Amanda me recibe en su casa, una vivienda humilde que se cae a pedazos: paredes hinchadas por la humedad, techos descascarados, un colchón en el suelo donde duermen varios gatos, tres sillas, una mesa pequeña y un espejo roto que refleja mi silueta cuarteada. Amanda se desplaza en una silla de ruedas oxidada, me pregunta si quiero té de jengibre, le digo que no. Sorprende la miseria que la rodea. Lo primero que le pregunto es qué hizo con el dinero que le pagaron.
—Doné una parte al hogar de huérfanos en donde crecí —dice—. Al principio se negaron a aceptarlo, hicieron preguntas: de dónde había sacado tanto, quién me lo había dado, etc. Al final los persuadí de que se quedaran con un poco, de que reformaran el hogar y les comprasen ropa nueva y juguetes a los niños... Aceptaron la donación a regañadientes. Claro, imagine a una muerta de hambre como yo, que se aparece con millones de Coronas en una bolsa…
—¿Y qué hizo con el resto?
—Contraté a un detective, le dije que le daría la mitad si encontraba al señor Nadie.
—¿Así se llama el que la secuestró? ¿Señor Nadie?
—Así se llamaba… —dice Amanda mientras se sirve té en una lata de tomates vacía.
Amanda tiene el cutis gris, seco y estriado. Me cuesta creer que sólo tenga 22 años. Sus brazos están fibrosos de tanto girar las ruedas. Sus manos son gruesas, ásperas y venosas; parecen manos masculinas. Sus piernas sin pies cuelgan de la silla como algo ajeno al resto de su cuerpo. Lleva el pelo revuelto, casi blanco, tan largo que debe hacerse una trenza para que no se le enrede con las ruedas de la silla. Cualquiera que leyese esta descripción pensaría que se trata de un adefesio... pero no lo es, la belleza late en su cara, en sus facciones suaves y en sus ojos color zafiro, que contrastan con la lividez de su piel.
Bratislava, 3 de abril de 1918
«Soy una chica sucia, chupo y trago más que las demás…lala, larala… todos mis agujeros están disponibles para el mejor postor, para el mejor postor…». Así se vende Amanda frente los hombres que pasan a su lado: cantando sus destrezas a viva voz. Algunos se paran y le ofrecen monedas, pero ella sonríe y les responde, también cantando: «No acepto limosnas… chupo y trago mejor que las demás…lala, larala… todos mis agujeros están disponibles para el mejor postor… »
El estilo que Amanda utiliza para venderse es infantil, las demás putas que comparten la calle se ríen de ella, le dicen estúpida, imbécil, ridícula… pero ella las ignora y sigue cantando; y al final, el mejor postor siempre la elige entre las otras.
Cerca de las 2 de la mañana, la calle Roja de Bratislava empieza a vaciarse de gente. En lo que va de la noche Amanda se ha dejado sodomizar tres veces y ha hecho seis felaciones. Sus bolsillos están llenos. Se prende un cigarrillo para quitarse el gusto a esperma de la boca. Mientras camina por las desérticas calles de la ciudad, nota que un auto se arrima a la vereda y reduce la velocidad para quedar a la par de ella. Es un Buick blanco, el chofer saca una mano enguantada por la ventanilla y deja caer un rollo de billetes en la calle, luego acelera. Amanda recoge los billetes y sigue caminando pendiente del auto, que se estaciona llegando a la esquina. La mano del chofer suelta otro rollo y vuelve a acelerar. Ella toma el dinero y sigue al auto como un animal hipnotizado. La acción se repite cuatro veces, hasta que el auto se detiene y apaga el motor. Amanda le acerca los cuatro fajos al chofer.
—¿Qué estás buscando con tanto dinero? —le pregunta.
En la penumbra Amanda no logra distinguir la cara del tipo, que se baja el ala del sombrero para no dejase ver.
—Busco sus servicios por 9 meses —le dice.
Amanda suelta una risotada ordinaria, le tira los billetes en el regazo y se va caminando.
El auto arranca y la sigue. El chofer saca la mano nuevamente y deja caer algo brillante en la vereda, algo que percute como una piedra. Amanda se agacha y recoge lo que parece ser un diamante.
—Lo que usted tiene en sus manos es una gema valuada en miles de Coronas. Si me ofrece su cuerpo por 9 meses, se la puede quedar y vivir como una duquesa el resto de su vida.
Amanda sostiene la joya, la baraja entre sus palmas, es pesada, de forma hexagonal. Mientras el chofer habla, Amanda se quita los zapatos con la punta de los pies y se escapa llevándose el diamante. El auto la persigue tocando el claxon. Amanda toma las calles al azar, gira en las esquinas, derecha, izquierda… se mete en un callejón, no hay salida, intenta treparse al muro para pasar al otro lado, el auto acelera y le aplasta las piernas con el parachoques.
Amanda despierta en una cama con dosel. Tiene los brazos atados a los pilares de la cabecera. Del dosel cuelga un velo rojizo, se distingue una sombra a través de la tela.
—¿Dónde estoy? —pregunta.
—Lejos —responde la sombra.
—¿Usted quién es?
—Soy el señor Nadie.
—¿Qué quiere, por qué me trajó aquí?
—Se lo dije hace una semana, en la calle: quiero 9 meses.
Amanda está drogada, siente la boca seca y la lengua hinchada. Habla con dificultad.
—¿Qué pasa con mis pies? No los siento.
—Sus piernas quedaron destrozadas. Tuvimos que amputarle los pies para detener la gangrena... —responde la sombra son suma tranquilidad.
Amanda cierra los ojos y solloza.
—Esto no puede estar pasando… —murmura.
La sombra corre el velo y se deja ver. Es un hombre vestido de traje negro, con la cara deformada en protuberancias que emanan un líquido viscoso y amarillento.
—¡Por Dios! —grita Amanda.
—Entiendo su espanto —le dice el hombre—. Sucede que sufro de una extraña clase de lepra purulenta. Mi familia lleva varias generaciones sufriendo esta enfermedad. Me han dicho que es un maleficio gitano que le hicieron a mi tatarabuelo, hace 150 años... Sé que soy repulsivo a sus ojos, ni yo mismo tolero mirarme, por eso no hay espejos en esta casa.
El hombre se sienta al borde de la cama.
—¿Y yo qué tengo que ver con eso? —pregunta Amanda desviando su mirada—. Déjeme ir, yo no hice nada malo... no quise robarle, perdóneme, por favor…
El tipo le acaricia la cara. Amanda siente los bultos viscosos de sus manos rozándole las mejillas.
—Usted nos va a salvar, Amanda —le dice—. Usted fue elegida para curar esta maldición.
—¿De qué habla? ¿Está chiflado?
—Esta noche, los hombres de esta familia: mis tres hermanos, mi padre, mis cuatro sobrinos y mis dos tíos, van a intentar preñarla. Y cuando lo logren, cuidaremos de usted hasta el momento de dar a luz. Con esa criatura vamos a cortar la maldición... En agradecimiento me encargaré de hacerla una mujer millonaria…
—¡Ni muerta me dejaría tocar por ustedes! —grita Amanda mientras tironea de las amarras.
—Amanda —le dice el hombre con ternura—. Usted no está en condiciones de decidir. Si se resiste será peor, porque la haremos sufrir: la quemaremos, le arrancaremos la piel, le sacaremos los ojos, la lengua... la obligaremos a comer cucarachas y las cosas más horribles que pueda imaginarse. En cambio, si cede, si abre sus piernas sin poner resistencia, esto pasará pronto y se llevará una gran recompensa.
—¡Prefiero que me mate, hijo de puta!
El hombre se levanta, vuelve a correr el velo del dosel y antes de salir de la habitación le dice:
—Comenzamos en dos horas. Antes vendrá una enfermera, para limpiarla y lubricarla…
—Y así fue —me dice Amanda—. El grupo de leprosos apareció dos horas después. Había de todas las edades, desde 16 hasta 60 años. Uno por uno fueron metiéndose entre mis piernas, con sus cuerpos amorfos, supurantes, inmundos... Con las caras desfiguradas por los bultos. Y mientras me violaban, la enfermera me acercaba una cubeta para que vomitase. Porque era imposible no vomitar... Eran los seres más asquerosos que alguien pueda imaginar.
Y cuando eyaculaban dentro de mí, los tumores de sus cuerpos supuraban pus con más abundancia. Y el olor… nunca olvidaré ese olor, como a leche mezclada con heces…
Intento retener el reflujo que sube por mi esófago. Durante unos minutos quedo con el torso curvado hacia adelante, tratando de contener el vómito. Amanda me observa y sonríe.
—No se preocupe, es normal lo que siente —me dice—. Por eso le ofrecí té. El jengibre es bueno para las náuseas, yo lo tomo todo el tiempo… ¿Seguro no quiere un poco?
—No gracias. Ya se me pasa —le digo mientras me reincorporo—. ¿Cuánto tardó en quedar embarazada?
—Al mes notaron que ya no menstruaba y dejaron de hacerme visitas… luego empezaron a tratarme como a una deidad. Me llevaban a pasear por el parque en silla de ruedas. Me hacían masajes, me cocinaban manjares y me dejaban leer todos los libros que quisiera. Tres meses después apareció la bruja que les había dicho cómo romper la maldición. Era una vieja gitana que hablaba en un idioma que yo desconocía.
Amanda se queda en silencio unos instantes.
—Fue una niña. Tenía mis ojos dijeron. Las parteras me la quitaron de las entrañas y se la llevaron a otra habitación. No querían que la tocase, temían que intentara matarla, seguramente. Y no estaban equivocados. Le hubiese roto el cuello al momento de tenerla en mis brazos.
—¿Qué pasó después?
—Al otro día me metieron en un auto y me colocaron una capucha. El auto anduvo dos horas, me bajaron y me subieron a otro que anduvo cerca de 4 horas. Me bajaron y me subieron a un tercer auto que tras 6 horas me dejó en Bratislava. Me colocaron en una silla de ruedas de oro y me empujaron hasta la entrada de una enorme y lujosa casa que yo solía admirar cuando trabajaba de puta. Me dijeron que era mía. Unos sirvientes me ayudaron a entrar. Al otro día despedí a la servidumbre y puse todo a la venta. Y con ese dinero, más todo lo que me habían depositado en el banco, fui al hogar de huérfanos para donarlo todo…
—¿Y qué pasó con el detective?
—Tardó dos meses en encontrar la casa del señor Nadie. Ni siquiera estaba en Checoslovaquia, estaba en Viena. Le pagué lo acordado y le di algo más a cambio de que contactará a 6 sicarios. Tras unas semanas me reuní con ellos y les ofrecí todo lo que me quedaba a cambio de que asesinaran al señor Nadie y a toda su familia de monstruos. No preguntaron nada, se repartieron mi fortuna y desaparecieron.
—¿Y lo hicieron?
Amanda se mete la mano dentro del sostén y extrae una hoja de periódico, la desdobla y me la entrega. El titular dice: Feroz masacre en mansión de Viena. 20 muertos. Posible ajuste de cuentas…
—¿Y la bebé?
—Ya estaba muerta cuando llegaron los sicarios. Los leprosos la habían desangrado y se habían bebido su sangre. De esa forma creyeron que acabarían con la maldición. Enfermos hijos de puta... Me alegro de haberlos matado a todos. Fue la mejor inversión para todo ese dinero.
Me despido de Amanda con una sensación de alivio. Ése alivio que a veces produce la venganza, sobre todo cuando es tan merecida.
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La señora, su gato, pajaritos y su cannabis. París 1910. -------------------------------------------------------------- Aprendiendo a morir Mientras duermen mi mujer y mis hijos y la casa descansa del ajetreo familiar, me levanto y reanimo los espacios tranquilos. Hago como si ellos –mis hijos, mi mujer– estuvieran despiertos, activos en la propia gestión que les ocupa el día. Voy insomne (o sonámbulo) llamándoles, hablándoles; pero nadie responde, nadie me ve. Llego hasta donde está la menor de mis niñas: ella habla a sus muñecas, no repara en mi voz. El varón entra, suelta su cartapacio de escolar, de los bolsillos saca su botín: las artimañas de un prestidigitador. Quisiera compartir su arte y su tesoro, quisiera ser con él. Sigue de largo: no repara en mi gesto ni en mi voz. ¿A quién acudo? Mis otras hijas ¿dónde están? Ando por casa jugando a que me encuentren: ¡Aquí estoy! Pero nadie responde, nadie me ve. Mis hijas en sus mundos siguen otro compás. ¿Dónde se habrá metido mi mujer? En la cocina la oigo; el agua corre, huele a hojas de cilantro y de laurel. Está de espaldas. Miro su melena, su cuello joven: ella vivirá… Quiero acercármele pero no me atrevo ―huele a guiso, a pastel recién horneado―: ¿y si al volver los ojos no me ve? Como un actor que olvida de repente su papel en la escena, desesperado grito: ¡Aquí estoy! Pero nadie responde, nadie me ve. Hasta que llegue el día y con su luz termine mi ejercicio de aprender a morir.
Pablo Armando Fernández
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Se que no tengo la vida ganada, mucho menos sé si es que Dios me va a permitir llegar con vida a finales del 2025 porque en esas fechas tengo planes de viajar hasta Japón, pero si es así, prometo ir a Japón para saludarte y volver cuando tenga a mi hija quiero que la veas, la observes y la admires porque será descendencia de tu legado y quisiera que le des tu bendición porque ella lleva mi sangre y tu sangre.
Aún no se que nombre tendrá, o incluso no se si tener una hija biológica o adoptar a una niña, pero quisiera que pase lo que pase, me des tu bendición para criar a esa criatura de una forma en la que tú me educaste, de esa manera tan linda y dedicada como la recuerdo.
Así mismo, quiero que sepa hablar 3 idiomas como lo estoy llevando yo a cabo, el español, el inglés y el japonés, para que veas que saldrá (o salió) igual de inteligente y chingona (como tú decías) que la familia Delgadillo abue, porque ella es parte de mi, pero también llevará parte de ti.
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Y que no se me olvide mi abuelito, yo quisiera traer un varón a la tierra con mi sangre, pero eso no dependerá de mí sino de la propia vida y de Dios, porque ambas criaturas son un regalo de la vida y de Dios, así que si ambos los tengo en mi vida y tengo la fortuna de tenerlos, les hablaré de ustedes como cuentos para dormir, así podrán imaginar a su tatarabuela y tatarabuelo mientras duermen, de verdad quiero y añoro mucho tener a mi familia
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-¿Tú que quieres ser?
-Princesa.
-¿Y tú?
-Princesa.
-¿Y tú...princesa también?
-No... yo quiero ser pirata.
-¿por qué?
-Porque las princesas no salen del castillo mientras que los piratas ven mundo siempre; las princesas llevan zapatos de tacón, los piratas mojan sus pies descalzos; las princesas no ven las estrellas porque se resfrian con el relente, los piratas duermen con ellas cada noche; la piel de las princesas es blanca y suave, los piratas doran su piel al sol; los labios de una princesa saben a caramelo y los de un pirata saben a mar, las princesas huelen a tranquilidad mientras que un pirata huele a locura.
A las princesas se les prohibe llorar (estropearían su carita de muñeca), una pirata no tiene vergüenza a llorar; las princesas tienen miedo al qué dirán, un pirata se come el ridículo.
El corazón de una princesa es de cristal y se rompe con facilidad, el de un pirata es de madera, y aunque también se rompe, es más facil de reparar.
Las princesas tienen muchas posesiones, eso las hace menos libres, en cambio un pirata vive al máximo cada día como si fuera el último.
-Tomado de Algun sitio
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MARINITA PRECARIA “Fantasmas" Single Avance álbum
La llegada del álbum “Un Vaso De Agua”, de MARINITA PRECARIA, ya es inminente. Mientras se acerca el momento, disfrutamos de un nuevo single de adelanto. “Fantasmas” es una canción sorprendentemente exuberante. Hace que una especie de hyperpop con acentos de calipso y pop electrónico de autor sea el vehículo para viajar entre unos ritmos bailables y otros más introspectivos. Con la sensibilidad sonora de FAMILY, la imaginación lírica de Cecilia y la personalidad de VAINICA DOBLE, Marina Gómez vuelve a demostrar que es una de las grandes promesas del pop español. Es capaz de construir canciones sorprendentes que se acercan de manera íntima al oyente y que hablan de sentimientos universales con palabras que nunca habíamos escuchado. Y para muestra, un botón. Este es el estribillo de “Fantasmas”: “Si salgo de fiesta / Me acuerdo de ti / Me has llenao la casa entera de fantasmas / Y ahora te da miedo venir / Duermen conmigo en el salón / Ya no tiene solución / Viven aburridos / Verme es un castigo / Ven y pídeles perdón”. Sobran las palabras. Ella sabe cuáles son las apropiadas y es la dueña de esa emoción.
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