#llegó tarde a hacer una cena para ambos
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rubywolffxxx · 5 months ago
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Nada serio (Bjorn x lectora)
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Masterlist de mi autoría
Sinopsis: lo que empezó como algo casual, poco a poco se fue tornando en algo un poco mas serio. O al menos eso te parecía, hasta que viste a Bjorn besándose con otro.
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Ver a Bjorn casi devorar a aquella muchacha -que ____ reconocía como la recepcionista de la oficina de trabajos- no le sentó nada bien.
Nunca determinaron una exclusividad, ni mucho menos estar saliendo. Pero llevaban tanto tiempo teniendo un "algo" que ilusamente ____ creyó que podían ser "algo más". Se equivocó. Y solo cuando comprendió eso, entendió otra cosa más. Bjorn era un idiota. Porque esa noche en el bar, él la vio. Y parecía hacer a propósito todo el descarado accionar.
____ pasó de la tristeza al enojo en solo unos momentos. Y no tardó en planear algo para devolverle la amargura.
Como cada mañana, Bjorn llegó tarde a las minas. No se preocupaba, pues la supervisora solía cubrirle esas tardanzas. Esa mañana ____ no estaba en la oficina. Y Bjorn rompió su racha de presentismo impecable. No iba a negar que le molestó aquello, pues solían darle un extra de dinero por siempre llegar a tiempo. Pero más lo extrañó no ver a la mujer en el lugar. Ella siempre estaba ahí. Sin falta.
Se habrá enojado por lo de anoche. El beso con Mary...
Bjorn sonrió apenas, pues la idea de causarle celos le parecía divertida. Pronto entendería que no, no era nada divertido.
El resto de la mañana no la vio, otro rasgo extraño. Ella era supervisora, debía supervisar obviamente. Comenzaba a picarle el bichito de la curiosidad de nuevo.
—Buenos días, Bjorn.—un Tyler algo apresurado se acercó al minero, dejando sus cosas a un lado y comenzando a alistarse para empezar a trabajar.
—¿Dónde diablos estabas? Debías cubrirme hace rato, Tyler.—ambos comenzaron a cargar los carros de los desperdicios de la mina.
—Kai tiene una gripe horrible, me desvelé cuidándola. No escuché la alarma.—Tyler sonrió apenas—. Pero la chica de la entrada me cubrió, dijo que no me preocupara por ello.—Bjorn lo miró enseguida—. Ya sabes, la chica bonita, la que a veces nos trae cosas para almorzar a todos.—
—¿____?—Tyler asintió enseguida, emocionado por finalmente tener el nombre—. ¿Estaba en la entrada?—
—Si, hombre. Estaba ahí junto a los otros supervisores... Parecía que recién llegaba.—
Bjorn no lo entendía en ese momento, pero la mujer empezaría un trabajo de hormiga, poquito a poquito... Porque si a él le parecía divertido molestarla, ____ se la devolvería. Peor.
Los siguientes días, Bjorn creyó inteligente no buscar a la mujer. Ella iría a buscarlo, como cada noche últimamente. Pero eso no pasó. ____ desapareció de su área cotidiana.
Todo lo contrario a Tyler, que parecía toparse con ella todo el tiempo. Y eso solo hacía que Bjorn se molestara más y más.
—Hoy puede ser un buen día, Bjorn.—Tyler secaba la transpiración de su frente, mirando a su primo emocionado.
—Es viernes, para mi es lo suficiente bueno.—
—Pero puede ser mejor... La señorita supervisora me invitó a una cita... Bueno, no una cita en sí, pero quiero creer que podría serlo.—Bjorn volteó a mirarlo, sin creerse ni un poco lo que estaba escuchando—. Dijo "estaré en el restaurante hoy, pásate y te invitaré la cena ¿Si?" No sabía si ir pero creo que...-
Bjorn dejó de escucharlo.
¿Una cita? ¿Con ____? Imposible.
—¿Por qué una supervisora de rango alto querría salir contigo?—soltó de golpe, interrumpiéndolo.
—Creo que tal vez... Le gusto un poco.—Tyler sonrió con cierto orgullo.
—¿Y a ti... te gusta ella?—
—¿A quién no? Es bonita, amable... Y es muy graciosa sin siquiera intentarlo mucho.—sonrió tontamente—. Kai dijo que la amaría de cuñada.—
Mientras tyler seguía trabajando con un ánimo mucho más alto que antes, Bjorn hervía de celos.
Ya no le estaba haciendo nada de gracia este accionar de la chica. Lo ignoró por un tiempo, pero ahora necesitaba enfrentarla, decirle que deje de meterse con Tyler. Ella era su chica, y no podía permitir que eso cambiara.
Era viernes por la tarde y aún faltaban unas horas para que los mineros dejaran de trabajar. Pero como supervisora, ____ ya no tenía compromisos con el trabajo. Estaba en casa, ordenando un poco el desastre que la semana había dejado por todos lados. Apenas terminaba de juntar la ropa del suelo del cuarto cuando alguien tocó la puerta principal.
—¡Un segundo!—gritó desde el pasillo, lanzando la bola de ropa a la lavadora y apurándose a abrir la puerta. Se llevó una no muy agradable sorpresa al ver a Bjorn ahí parado—. ¿Qué diablos haces aquí? Deberías estar trabajando.—
—Dije que me sentía mal y por miedo a que sea gripe me mandaron a casa temprano ¿Puedo pasar?—quiso entrar sin siquiera esperar una confirmación. ____ lo detuvo.
—Hoy no, Bjorn... Ni hoy ni nunca más.—por la cara del joven, supo que no estaba muy contento—. Esto ya no pasará más, lo cortaremos aquí y ahora.—
—¿"Esto"? ¿qué diablos es "esto"?—Bjorn gesticulaba nervioso con las manos, removiéndose en el lugar—. Nosotros no tenemos nada.—
—Justo eso. Esto que tenemos no es nada serio, es una mierda. Y ya me cansé de eso...—a pesar de que la intención de ____ era molestar a Bjorn en un inicio, con el paso de los días comenzaba a creer que no era algo tan falso. Realmente ansiaba tener algo serio.
Tener a alguien que la esperara en casa, alguien con quien compartir un momento agradable sin necesidad de que sea algo sexual... algo que no la hiciera ver a su pareja besarse con cualquiera en un bar. Ella queria un compañero, un novio. Uno que solo la quisiera a ella. Que la amara. Y Bjorn difícilmente sería ese tipo de persona—. Así que ya no quiero verte, Bjorn... Se terminó.—
____ quiso cerrarle la puerta, pero Bjorn la detuvo. No tenía intenciones de terminar la charla justo ahora.
—¿Terminar? ¿Es en serio?—la miró molesto—. Estábamos bien, funcionamos bien... ¿Toda esta estupidez es por lo del bar? Solo fue una tontería, no importa. Quería molestarte y ya.—
—Ah, y lo conseguiste, Bjorn. No quiero volver a verte. Te vi esa vez, no quiero imaginar con cuántas has estado sin que yo lo viera...—
—... ¿Y entonces qué? ¿Irás tras mi primo?—la miró ya algo ansioso—. Eso parece el tipo de mierda molesta que yo te hice a ti, pero peor. Y no me parece justo que metas a mi familia en nuestras mierdas.—Tyler le importaba una mierda a esas alturas, Bjorn intentaba aferrarse a cualquier excusa como sea.
—Ni siquiera sabía que Tyler era tu primo. No lo parece, porque él no es un completo imbécil.—Bjorn rodó los ojos—. No estoy jugando con él, de verdad me agrada. Asi que hazme el favor de dejar de ser un idiota y lárgate de mi casa... Aquí ya no volverás a entrar.—Esta vez la puerta se cerró en su cara, y Bjorn sintió un dolor punzante en el pecho.
¿Todo había terminado?
No. Él no quería eso. Él amaba quedarse en su casa. Se sentía cálido. Querido.
Se arrepentía de haber molestado a la chica, finalmente entendía que fue una estupidez.
Él mismo había establecido lo de "nada serio", porque no quería limitarse a estar solo con ella. Pero ahora que ella se lo planteó, no le gustó nada. ____ le gustaba, disfrutaba estar a su lado.
Ahora se quedaba sin nada, y no podía sentirse más solo.
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nebulamorada · 8 months ago
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Tu madre, Rhaenyra Targaryen, quien desde el momento en el que la partera te puso en sus brazos declarándote como una niña, supo que daría todo lo que tenía con tal de protegerte del mundo y toda su crueldad.
Tu madre, Rhaenyra Targaryen, quien tan pronto como puede llevarte a Kings Landing, te presenta en el banquete de celebración que organizó su padre para ti.
Tu madre, Rhaenyra Targaryen, quien ríe ante la opulencia que reluce de los presentes que trajo Lord Corlys en dicha cena, ambos hombres decididos a ser el abuelo que tenga el lugar más privilegiado de tu corazón.
Tu madre, Rhaenyra Targaryen, quien tiene el corazón lleno de amor cada que los ve a ti y a Jace compartir la cuna en la guardería, escuchando sobre como es la única forma de hacer que ambos duerman de corrido sin llantos.
Tu madre, Rhaenyra Targaryen, quien jamás dejó que la crueldad de su madrastra te alcanzara a ti, con Jacaerys haciendo todo para ayudarla a eso cuando vio detrás de el manto de mentiras que cubre el horrible ser de las personas en la Red Keep.
Tu madre, Rhaenyra Targaryen, quien siempre tiene algún beso cálido que dejar en tu coronilla o alguna caricia suave para tus manos y mejillas.
Tu madre, Rhaenyra Targaryen, quien no te dejó conocer más que lujos y comodidades; siempre con vestidos nuevos de telas finas, joyas de piedras brillantes y extranjeras, las comidas más exquisitas de los siete reinos que en cada cena se amoldaban a tus preferencias, etc.
Tu madre, Rhaenyra Targaryen, quien desde que la sangre de tu luna llegó por primera vez, juró frente al fuego que jamás deberías conocer el desamor y la soledad se un matrimonio por conveniencia. Tu eres su niña, su única niña.
Tu madre, Rhaenyra Targaryen, quien a pesar de su espíritu ardientemente indomable, no es más que dulce y calmada al rededor de ti y de tus hermanos, siempre educandolos con gentileza y amor sincero.
Tu madre, Rhaenyra Targaryen, la que sin importar cuán laboriosos sean sus deberes en Dragonstone, siempre encuentra el tiempo para pasar algunos momentos durante la tarde contigo, trenzando tu cabello, compartiendo té y pasteles, contándote historias de sus días de juventud con Lady Laena o llevándote a ver a Syrax.
Tu madre, Rhaenyra Targaryen, quien luego de la pérdida de tus hermanos uno a uno, ya no te permitía permanecer lejos; tu cama fueron movidas a sus aposentos, solo se le permitió a damas de su confianza servirte y se aferró a ti durante cada noche mientras tarareaba las nanas valyrias que habías oído durante toda su infancia.
Tu madre, Rhaenyra Targaryen, a quien viste sacrificar todo lo que le quedaba, incluso la corona de su padre, para sacarte a ti y a tu último hermano vivo con vida de Westeros, uno a cada lado de su costado en el carruaje mientras ella los sostenía con fuerza.
Tu madre, Rhaenyra Targaryen, quien no escuchó los pedidos de que huya que tú y tu hermano le gritaron cuando los traidores habían dado paso a los verdes en Dragonstone.
Tu madre, Rhaenyra Targaryen...la que viste frente al dragón de tu tío mientras un guardia sostenía tu cabeza para que miraras su muerte, mientras tu hermano hermano Aegon suplicaba piedad para ella.
Tu madre, Rhaenyra Targaryen, a cuyos brazos no pudiste volver cuando, durante el tiempo que Cregan Stark permaneció, irrumpió en tu habitación durante la noche cuando le dijeron que no habías salido en toda la tarde, quitándote de las manos la daga con la que habías intentado quitarte la vida...
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coolpizzazonkplaid · 3 months ago
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La heredera del Infierno
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Avisos: Durante estos meses estuve terminando el cuatrimestre y gracias a dios ya pude aprobar las materias que me quedaban. Ahora voy a escribir mayoritariamente el fanfic.
El capítulo transita la misión que Liu Kang les da a Kenshi, Johnny y Kung Lao, pero desde la perspectiva de Mariano. También, durante estos acontecimientos ocurren varios días desde su llegada y regreso a la Tierra.
La canción que canta Mariano es Spaceman de Electric Callboy. El CBC (Ciclo Básico Común) es un curso de ingreso obligatorio que se hace en la Universidad de Buenos Aires para poder comenzar a estudiar allí. Por último, la tortilla santiagueña es un tipo de pan que se hace a la plancha y está hecho con grasa y harina.
La misión
Daniela continuó reuniéndose con Shang Tsung las semanas siguientes a su primer encuentro. Ella siempre llevó algún postre para pasar la noche con él y hablaban de muchas cosas. Se besaban cerca de un árbol que estaba en los límites del bosque hasta que llegaba el momento de volver a la Academia Wu Shi. Se prometían verse en cuanto pudieran.
En cada reunión, ambos se abrieron más y más en sus vidas pasadas.  Shang Tsung le contó su vida en las calles, cómo con el pasar del tiempo logró ser un médico ambulante atendiendo a los necesitados y luego, ayudar a la familia imperial. Por el lado de Daniela, se abrió sobre su estancia en el orfanato, su huida y algunas anécdotas en la crianza con el Viejo Mario.
Daniela le escribió cartas a Adelina y esperaba con ansias sus respuestas. La extrañaba mucho y quería planear una salida con ella en cuanto volviera de Arctika. Quizás, podría contarle las reuniones en secreto que tenía con Shang Tsung, probablemente hasta presentarlo a sus amigos. Esa idea invadía su mente en algunas noches.
Por otro lado, veía a Mariano seguir con su idea de hacer una torre de radio. Todas las noches lo escuchaba con la música apenas perceptible al pasar por la puerta unido a los chisporroteos y sus maldiciones. A veces, le dejaba algunas tortas fritas u otras facturas en la puerta y al día siguiente, no quedaban ni una sola migaja.
Cuando terminaban los arduos entrenamientos, todos se sentaban a las afueras de las habitaciones y pasaban la tarde charlando hasta que las campanadas de la cena sonaran. Muchas veces, Mariano o Daniela hacían mates y los compartían con el resto de luchadores.
La muchacha se le dificultaba el equilibrio en los entrenamientos, pero lentamente los mejoraba. También, el grupo practicaba con los postes de madera golpeándolos hasta que los puños de todos sonaban como uno y le ayudaban a Daniela acallar las expectativas de una nueva carta o reunión con Shang Tsung.
Una noche, cuando iba a reunirse con el hechicero, Daniela casi fue descubierta por uno de los monjes. Se ocultó detrás de los árboles del bosque conteniendo el aliento y rezando para que no la atraparan a altas horas. Para su alivio, los pasos del monje se alejaban y Daniela escuchó cerrarse las puertas de la academia cerrarse. Se hundió entre las profundidades del bosque chocando con ramas y pisando hojas secas.
Llegó a la colina donde siempre lo esperaba llevando una tortilla santiagueña para compartir. Se sentó en una roca con una sonrisa soñadora y admiró el cielo estrellado. El viento sopló levemente besando su rostro y sus nervios lograron calmarse.
De repente, un destello blanco familiar reveló poco a poco la figura de Shang Tsung. Daniela no supo si estaba sonriendo más de lo que podía, se abalanzó hacia él y lo abrazó con todas sus fuerzas transfiriendo todas sus emociones.
–Buenas noches, Daniela.
–Hola, Shang Tsung.
Se miraron momentáneamente, el hechicero enredó una de sus manos en su cabello acercándola y la otra, se ubicó en su cintura. La besó con pasión sorprendiéndola y aceptó con alegría el gesto. Sus brazos se cruzaron detrás del cuello de Shang Tsung e intensificó más el momemnto. Daniela no quiso separarse ni un solo milímetro de él, lo extrañó demasiado en esas semanas separados.
Los labios de Shang Tsung seguían sabiendo algo exquisito, pero desconocido para Daniela. Sin darse cuenta, la mano que estaba enredada en su cabello bajó hacia su cintura y la acercó más. El aire comenzó a faltarle y se separó, pero Shang Tsung no quiso apartarse. Se miraron por unos minutos sonriendo y olvidándose de todo lo que los rodeaba.
Se sentaron en el pasto, Daniela le ofreció un poco de la tortilla santiagueña que había hecho y empezaron a comerla de a pedacitos disfrutando la compañía del otro. El sonido de los grillos y las titilantes luces de las luciérnagas aquí y allá los acompañaron en la noche. A veces, se miraban y se tomaron las manos apreciando el tacto del otro. Daniela recostó su cabeza en el hombro cálido de Shang Tsung y observó el cielo estrellado.
–Te extrañé, Daniela.
–Yo también –la mano del hechicero acunó el rostro de la muchacha–. Me gusta hablar con vos.
–El sentimiento es mutuo.
–Contame de tu día.
–Fue ajetreado –soltó Shang Tsung en un suspiro–. Fueron más que nada huesos rotos de niños juguetones y algunas heridas del ejército imperial. Después, me refugié en mi laboratorio para mejorar mis pociones.
–¿Descubriste algo nuevo?
–No, por ahora –contestó el hechicero con una sonrisa tranquila–. Es un proceso lento, pero traerá sus frutos ¿cómo fue en el tuyo?
–Entrenamiento de equilibrio. Siento que algún día me voy a romper algo –soltó la joven mirando a la nada y el brujo rio–. De enserio, no sé cómo lograr el equilibrio. Me caigo y el pelotudo de Mariano no para de reírse como una foca con asma.
–Es una comparación bastante peculiar –dijo el hechicero–. Burda, diría yo.
–Encima, para empeorar más las cosas, cada vez que lo intento hago posiciones raras antes de caer al piso.
Shang Tsung vpolvió a reir y la rodeó con el brazo estrechándola aún más de su cuerpo. Daniela disfrutó el momento y sintió que las mariposas revoloteaban en su estómago. El hechicero acarició suavemente la piel expuesta de su brazo y una electricidad la recorrió por todo el cuerpo.
La luna fue subiendo más y más con el pasar de las horas, mientras que la pareja continuaba hablando hasta que el sueño inundó a Daniela. Se levantaron del frio pasto y se aproximaron a los límites del bosque. Daniela despidió al hechicero con un beso apasionado y le tomó las caderas sin intenciones de apartarla, pero el momento tristemente tuvo que parar.
Shang Tsung se esfumó en un resplandor blanco y Daniela se sumergió en el bosque hasta llegar a las puertas de la academia. Pasó entre los caminos de piedra repletos de hojas anaranjadas y diferentes flores coloridas hasta llegar al recinto de estudiantes iluminados por faroles chinos antiguos. Entró con cuidado a sus aposentos y se preparó para dormir.
El niño rubio caminaba por las calles mugrosas del barrio Lugano. Había llegado a lo que parecía una pequeña casa con un portón de chapa que daba a un galpón. No encontraba un lugar donde pasar la noche y sin darse cuenta sus pies lo llevaron a esa humilde casa.
El frío lo estaba haciendo temblar como una hoja. Fue uno de los inviernos más crudos que su corta vida había presenciado y no tenía intenciones de volver a su antiguo hogar para pasar la noche. Miraba hacia la ventana, que desprendía una luz anaranjada y el niño rubio se acercaba más al portón de chapa. Al costado, había una puerta desprendiendo un calor reconfortante y sin dudarlo, se sentó.
Se daba calor en los brazos sobre la gastada campera y el vaho salía de su boca divirtiéndolo e imaginando formas extrañas por momentos. Sin darse cuenta que soltaba una risotada, se tapó la boca y deseaba que el dueño de la casa no lo haya escuchado.
Unos pasos fuertes se acercaban y la puerta se abría revelando a un anciano con bigote en una bata antigua y una linterna en mano. Movía la linterna buscándolo y cuando la luz iluminaba el rostro del pequeño, su mente quedó paralizada. El anciano lo miraba con curiosidad y parecía que detrás suyo tenía algo metálico y pesado.
–Por poco creí que era una laucha, pendejo –exclamaba el anciano bajando la linterna del rostro del niño–. Casi hacés que te meta un tiro, salamin.
El apodo había hecho que el niño soltara una sonrisa, pero luego se maldecía por haber hecho eso. El anciano lo seguía observando y preguntó:
–¿Por qué no estás en tu casa, nene?
–Soy Mariano.
–Bueno, Mariano, ¿qué hacés afuera con este frío de mierda?
No se atrevía a responder ni una sola pregunta y guardaba silencio.
–Entra a mi casa, antes de que te agarre gripe –decía el anciano dándole la espalda y el pequeño se dio cuenta de que cargaba con un rifle de francotirador–. No quiero mañana hacerme cargo de un nene muerto por frío.
Mariano dudaba de si aceptar la oferta, pero la casa acogedora y maravillosamente cálida, sus pies lo llevaban con el anciano.
–Soy Mario ¿querés algo de comer?
Mariano Baldor se enfocó en el pequeño prototipo de radio que tenía frente. A veces, soltaban chispazos haciendo que maldijera de todas las formas posibles acompañado con la fuerte música que reproducía su celular. Otro chispazo surgió de entre los cables haciendo que Mariano soltara más improperios.
–¿No deberías salir un rato, Mariano? –la voz de Daniela se escuchó detrás de la espalda del muchacho–. Pobre Kung Lao, lo estás dejando electrocutado.
–En realidad, siento que quedaré sordo –espetó el granjero sosteniendo los claves–. La música de Mariano está haciendo que me piten los oídos.
–Hice tortilla santiagueña.
–Oh, que bien –dijo Mariano dejando todo lo que hacía y fue con Daniela sin antes apagar la música.
El sol estaba posicionándose para el atardecer, mientras los campeones de la Tierra se sentaron alrededor del recinto para pasar un momento de calidad. Daniela preparó los mates y los compartió con la tortilla. Mariano comió con emoción y se permitió pensar en cómo organizar la torre de radio. Los cables quizás no eran los indicados o cambiar su ubicación, también buscar más materiales para construirla.
Entre risa y risa, las campanadas de la cena llegaron y fue entre los primeros en llegar al comedor. Cuando se trataba de comida, era el más hambriento de los tres, seguido de Daniela y Adelina. Se sentó con gusto en la basta mesa y esperó ansioso la comida. Al recibir el cuenco de comida, lo devoró tan rápido como la luz y, como siempre, excepto Daniela, lo miraron sorprendidos por su velocidad en comer.
Pidió otro plato y un monje shaolin se lo concedió. Mariano devoró el contenido del cuenco tan rápido en cuanto estuvo en sus manos y soltó un eructo generando que Daniela le diera un golpe detrás de la cabeza.
–¡Puerco!
Kung Lao y Johnny imitaron la acción, el rostro de Daniela mostró más asco y los hombres soltaron risas, mientras que Kenshi y Raiden negaban con la cabeza. Poco a poco, el resto de monjes y maestros terminaron sus platos y anunciaron la hora de dormir.
Mariano y el resto se pusieron de pie y dejaron el basto salón para ir al recinto de estudiantes. Los faroles comenzaron a iluminar los caminos de piedra con verdín y hojas anaranjadas desperdigadas y los monjes marcharon a sus aposentos.
Mariano entró con alivio a su cuarto, tras la ducha que se había dado, y caminó entre las migajas de comida, metales y cables tirados de un lado al otro. Encendió varias velas y continuó construyendo la torre de radio con una música baja hasta que la cera de las velas estaba derretida y los párpados le pesaban. Dejó todo y se sumergió en el cómodo futón aceptando con gusto los brazos del sueño.
Al día siguiente, el gong sonó y Mariano maldijo mentalmente con todas sus almas el puto sonido. Detestaba levantarse temprano, más los fines de semana, pero debía admitir que pudo despertarse a un horario decente y hacía tiempo que tenía una rutina de sueño desordenada. Se levantó con quejas del futón y caminó bostezando hacia la puerta.
Escuchó el sonido de otra puerta abrirse y Daniela apareció al lado suyo con un pijama de "Attack on Titan". Tras lavarse la cara, se vistió con el uniforme anaranjado de la Academia Wu Shi y cargó con su equipo de mate hacia el gran salón. Lo preparó entre el barullo de los maestros y monjes y sorbió el agua caliente de la bombilla. Luego, compartió con el resto de sus compañeros hasta que el gong anunció el inicio de los entrenamientos.
Durante el resto de la mañana, Mariano y los demás entrenaron sus técnicas de combate y aprendían el uso de armas antiguas enloqueciendo al muchacho por las tantas posturas que había. Cuando llegó la hora del almuerzo, Mariano cayó al suelo, como tantas veces previas, y dijo:
–Dejame en el frío suelo, Daniela. Es reconfortante y cómodo.
–Vamos. Levantate.
La mano de su amiga estuvo frente a sus ojos y la aceptó. Tras terminar el almuerzo, los entrenamientos siguieron con meditación y lo más odiado por Daniela, equilibrio. Clases que para Mariano le resultaban lo más cercano a ver estupideces del celular, por las caídas de su amiga. El equilibrio era mayormente su fuerte junto a Kenshi estuvieron bastante bien posicionados en los postes más altos. Le entretuvo mirar un punto fijo y pensar en cualquier cosa que su mente le proporcionara.
El hilo de sus divagaciones se esfumó con el grito de Daniela y el sonido sorde de su cuerpo chocando con el suelo. Estaba en posición fetal sosteniendo su pierna izquierda y Raiden se acercó a verla. Mariano bajó lo más rápido que pudo del poste y le preguntó:
–¿Qué te pasó, Dani?
–¡Mi pierna, pajero! ¡La puta que lo parió! –gritó la muchacha sin soltar la extremidad–. ¡Duele mucho!
–Lo sé, Dani…
–¡NO LO SABÉS!
–Daniela, necesitamos ver tu pierna para que se lo podamos explicar a los médicos –dijo Raiden calmadamente.
La muchacha con lágrimas en los ojos, retiró con cuidado las manos de su pierna y quedaron perplejos por lo que veían. En la parte de la fractura estaba rojo y morado y el hueso sobresalía queriendo ser visto por todos. El rostro de Daniela quedó horrorizado y con la boca abierta en una gran o soltando quejidos bajos.
–En el espectáculo siempre pasa –soltó Johnny con una leve sonrisa–. Te dolerá, pero después te acostumbras.
–Vamos con los médicos –dijo Kenshi y entre todos quisieron cargarla.
–¡No me toquen! –soltó la chica temblando.
En lo que llevaban juntos habían tenido heridas desde la infancia, pero nunca el nivel de huesos rotos. Esperaron a que Daniela procesara lo ocurrido y su respiración lograra estabilizarse.
–Dale cárgame, Mariano –dijo, pero alzó el dedo índice–. Pero no me toquen la pierna… Ni se les ocurra tocarla, porque si no los mato. Lo juro.
El rubio pasó un brazo de la joven sobre su hombro y Raiden lo imitó, mientras que Kenshi, Kung Lao y Johnny quedaron detrás siguiéndoles el paso. Daniela siguió soltando pequeños quejidos y Mariano intentaba hacerla reír sin éxito. Cuando estuvieron cerca de la enfermería, gritaron para que la ayudaran. Un par de monjes acudieron velozmente cargando a Daniela y la colocaron en una camilla.
Cuando quisieron avanzar, les negaron la entrada y les informarían cuando visitarla, pero por ahora debían atenderla. Desilusionado, Mariano se fue con el resto de sus compañeros a sus entrenamientos hasta que el atardecer dio sus últimos rayos de sol para dejar pasar a la noche estrellada. Al terminar la última clase, Mariano cayó nuevamente al suelo sintiendo su frialdad como una anestesia a sus músculos cansados.
Con la ayuda de Kenshi para ponerse de pie, fue hacia la enfermería para ver el estado de Daniela, pero los doctores le negaron la entrada y le confirmarían cuando podría verla. Volvió al recinto de estudiantes a continuar con la torre de radio.
La pequeña caja cuadrada ya estaba casi lista, tenía espacios donde se podía ver los cables sueltos. Solo le faltaba una forma de poder unir los últimos enchufes para el micrófono e instalar correctamente la pequeña antena en los techos del recinto. Se perdió en la música que había puesto y entonó algunas letras de las canciones que escuchaba.
–My name is Tekkno, I am travelling space/I got a rocket on my back fueled with big bang bass –gritó Mariano fuertemente sin remordimientos–. I am Tekkno, my religion is rave/And I bring it to the outerworld, so let me hear you say…
–¡Mariano! Es hora de cenar –llamó Kenshi–. Es la tercera vez que te llamo. Baja el volumen a la música
–Nunca.
Se puso de pie y fue con el resto del grupo. Antes de que pudiera sentarse en la mesa, Raiden le dio un golpe en la cabeza haciendo que su cabellera rubio bloqueara su visión e iba maldecirlo cuando se percató del por qué de su regañada. En la gran mesa, había entrado Liu Kang y los presentes se inclinaron ante él recibiéndolo con halagos y agradecimientos.
La cena para Mariano fue basta, pero se preocupó por el estado de Daniela e incluso de Adelina. Nunca habían estado separados tanto tiempo, le resultó extraño. Mientras divagó entre plato y plato, una parte de su mente pensaba en los siguientes pasos para la torre de radio y la otra, en cómo todo había cambiado en tan poco tiempo.
Sin darse cuenta, terminó con el quinto plato que le habían dado y los presentes se inclinaron ante la deidad para luego retirarse del comedor. Mariano y los demás caminaron lentamente hacia su recinto entre los caminos apedreados e iluminados con faroles.
Al entrar a su habitación, buscó su pijama y fue a bañarse. El agua caliente le relejó los músculos y la mente del ajetreado día. Se preguntó por qué la venida de Liu Kang, seguramente para ver cómo se encontraban las cosas en la Academia Wu Shi o si Adelina había finalizado su entrenamiento en Arctika.
Volvió a su habitación y soltó un suspiro al acostarse en el futón. Una alegría lo invadió al envolverse entre sábanas y colchas y deseó no salir de la cama nunca más. Sus párpados se cerraron esperando con dicha que el sueño le trajera más comodidades.
–Cuentenos más, Viejo Mario –exclamaba Daniela en su cama–. ¿Qué pasó luego con usted y sus amigos?
–Volamos hasta llegar a tierra. Cuando me bajé, unas nauseas me dieron… Tuve que alejarme de mis compañeros para vaciar el estómago –reía el anciano–. Ese primer vuelo fue tan malo, pero me hizo sentir tan vivo que inmediatamente fui a inscribirme en las Fuerzas Aéreas.
–¿Tiene otra historia, Viejo Mario? –preguntaba Adelina.
–Para otro momento. Ahora vayan a dormir.
Apagaba las luces y Mariano podía escuchar los ronquidos de Adelina antes de que el sueño lo consumiera y lo recibía con dicha.
Un ruido despertaba Mariano, vio que la puerta estaba entreabierta y revelaba una luz en la cocina. Mariano se levantaba silenciosamente tratando de que Adelina y Daniela no despertaran, caminaba hacia la cocina frotándose los ojos y bostezando y veía a el Viejo Mario colocando la pava en la hornalla. La mesa estaba repleta de galletitas y pan a medio cortar y el anciano preparaba el mate en el silencio de la noche.
Mariano notaba las pequeñas aspiraciones calladas del anciano, también sus moqueos. Se acercaba a él y lo sigueía observando en silencio. El Viejo Mario se enfocaba en el la pava en el fuego, luego tomaba una galletita y se la comía.
–¿Qué pasa, Viejo Mario?
–Nada, Mariano. Anda a dormir, es tarde.
–¿Seguro?
El anciano asentía sentándose en la mesa y Mariano lo imitaba. El Viejo Mario se limpiaba las lágrimas y empezaba a comer galletitas con tranquilidad. El niño lo observaba un rato más y se acercaba a él.
–Pesadillas, Mariano. Son solo eso.
–¿Son horribles?
–No valen la pena contarlas.
–Pero sería bueno que las cuente a alguien –dijo Mariano–. Para que no se las guarde y le hagan mal.
–No quiero que las escuches –contrarrestó el anciano–. Son cosas que debo afrontar solo.
–Pero necesita hablarlo con alguien…
–Anda a dormir, Mariano.
El niño sabía que era por la Guerra de Malvinas. Había muchas noches previas que lo escuchaba levantarse y el anciano se quedaba despierto para evitar conciliar el sueño por los horrores que vivió. Cuando Mariano era más niño, aceptaba sin discusión lo que le ordenaba el Viejo Mario, pero con el pasar del tiempo empezó a preguntar teniendo siempre las mismas respuestas.
Se quedaba con el veterano dándole compañía hasta que el sueño le era imposible de disimular. Mariano se levantaba, abrazaba al anciano y lo estrechaba con fuerza.
–Los extraño mucho. Los perdí a todos.
–Lo sé, Viejo Mario.
Se quedaba abrazando por mucho tiempo al anciano que no podía recordar cómo lo habían llevado a la cama. Pero le alegraba poder estar ayudando, aunque sea un poco al Viejo Mario.
A la mañana siguiente, Mariano, Kenshi, Kung Lao y Johnny fueron llamados por Liu Kang. Le fue extraño para el muchacho que el dios los necesitara para algo. Un maestro los guio hasta un recinto apartado de la academia y se marchó para notificar a la deidad.
–¿Para qué nos habrá llamado Lord Liu Kang? ¿Por qué no solicitó la presencia de Raiden? –preguntó Kenshi.
–Para felicitarnos por como avanzamos los entrenamientos –respondió Johnny orgullosamente.
–Sería la visita más boluda del universo –argumentó Mariano–. Un gasto de tiempo al pedo.
–Lord Liu Kang no nos llamaría solo por eso –espetó Kung Lao–. Debe ser por algo importante.
–Quizás sí, quizás no.
El maestro que los había llevado les permitió pasar y llegaron a un área despejada repleta de árboles y columnas chinas con faroles. Le transmitió tranquilidad a Mariano y se ajustó mejor la cola de caballo.
El dios apareció observando con sus ojos blancuzcos al cuarteto. Su silencio le ocasionó una incomodidad a Mariano que le recordaba sus tiempos en el colegio.
Cuando el maestro miraba a los alumnos para ver quién respondía la pregunta del cuestionario. Momentos de tensión para el joven Mariano de ese entonces, porque había hecho la mitad de las tareas y buscaba la siguiente forma de molestar a Adelina y Daniela.
–Gracias por aceptarme un poco de su tiempo.
–No hay de que –soltó Mariano y los tres guerreros lo miraron–. ¿Qué? Es educación.
–Les encomiendo una misión en el Mundo Exterior –dijo el dios seriamente–. Les daré más detalles en cuanto se preparen. Partirán cuanto antes.
Los cuatros campeones se inclinaron en silencio y fueron a vestirse. Los pantalones holgados negros le quedaban bastante cómodos a Mariano junto con la remera manga corta blanca con la camisa negra china, pero el calzado le fue molesto. Salió a buscar sus botas militares, recogió su mochila, metralletas y el rifle antiguo que el Viejo Mario le había regalado.
Al reunirse con Kenshi, Johnny y Kung Lao, un maestro le notificó que Daniela estaba despierta y que podía visitarla antes de partir al Mundo Exterior. Mariano llegó a la enfermería con la cara roja, por su loca carrera, y vio la pierna de la muchacha elevada con la cicatriz roja y cocida. Sonrió al verlo y se acomodó mejor en la cama.
–¿Cómo anda esa pierna rota? –cuestionó Mariano con una vaga sonrisa.
–Duele como la mierda.
–Me lo imagino.
–¿Por qué tan bien vestido? –preguntó Daniela–. ¿Adónde vas?
–Al Mundo Exterior.
El rostro de Daniela mostró sorpresa y Mariano detectó algo más en sus ojos cafés… Una expectativa perdida. Desde la partida de Adelina, algunos días, mostraba nervios y miradas a la nada pensando en algo o alguien y preguntó:
–¿Qué van hacer?
–Liu Kang nos dio una misión.
–Raro.
–Nos va a dar más detalles en cuanto nos vayamos.
–¿Viniste a darme un saludo, entonces? –preguntó Daniela con una sonrisa melancólica.
–No, vine a buscar mis armas y mis botas, porque el calzado chino me mató los pies.
–Oh… –dijo la muchacha observando lo que llevada detrás de su espalda–. Estás llevando el rifle del Viejo Mario.
–Es el arma de repuesto.
–Te acordaste de él ¿verdad?
–Sí –La afirmación le salió inmediatamente y sin titubear. Mariano quiso demasiado al anciano en vida–. Me va a servir y de paso, le doy mayor uso.
–Está bien.
–Quería avisarte que agarré tus silenciadores.
Daniela le revoleó una almohada furiosa.
–¡¿Cuántas veces te dijimos con Adelina que no entres sin preguntar?! –el muchacho rio por el arrebato–. Comprate tus propios silenciadores, puta que te parió.
–Porque me olvido, por eso.
–Después, no vengas pidiendo que alguno de los muchachos y te salve de la patada en el ojete que te vamos a dar –espetó la pelirroja indignada.
–No quiero repetir el incidente.
–Entonces pregunta antes, boludo.
El silencio se hizo presente, Mariano la abrazó fuertemente riendo y la chica aceptó el gesto.
–Volvemos en un rato. Mejorate de la pierna.
–No hagan nada estúpido.
Se hicieron una última mirada de aliento y, antes de partir al portal, Mariano fue a la cocina a tomar todo lo que encontraba.
El sol estaba saliendo, algunos faroles seguían encendidos y moviéndose con el leve viento que se había levantado. Las hojas de los árboles se balancearon levemente y crujían por las pisadas de Mariano.
Kung Lao llevaba su sombrero con cuchillas y tanto Kenshi como Johnny portaban katanas. Liu Kang le entregó al ex mafioso un retrato, que pudo visibilizar Mariano. Era de un hombre de cabello largo hasta los hombros y rasgos bien definidos. Poseía una mirada misteriosa e inteligente como si analizara su entorno por más que fuera un retrato bien hecho.
–¿Qué hay que hacer con él? –preguntó Mariano.
–Debemos buscarlo en el Mundo Exterior y traerlo para interrogarlo –explicó Kenshi.
–Sí –afirmó el dios firmemente–. Si sucedió lo que temo, él es una grave amenaza para los reinos.
–¿Algo más? –cuestionó Kenshi enrollando el retrato.
–Shang Tsung es un maestro del engaño –argumentó Liu Kang con calma–. No crean ni una palabra de lo que dice.
–Ah, está bien –soltó Mariano.
–Me recuera a mi primer representante –agregó Johnny.
–Es una misión compleja. Preferiría ir con Raiden que con este –la voz de seria de Kenshi se hizo presente enfatizando en el actor.
–¡Oye! –los ojos de Johnny mostraron ira–. “Este” hará el trabajo.
–Seguro y yo soy Luffy –exclamó Mariano en una risotada.
–Esta misión requiere discreción –el tono del dios hizo que la pequeña riña se apagara–. Falto a mi palabra de enviarlos al Mundo Exterior sin que la emperatriz Sindel lo sepa. Tras el torneo, Raiden ya es una cara conocida allí. Enviarlo solo aumentará la probabilidad de que los descubran.
Liu Kang buscó de entre sus bolsillos y sacó lo que parecía una brújula bastante peculiar. Les explicó que era un talismán para llevarlos hacia el hechicero. Mariano detectó que los ojos blancos de Liu Kang reflejaban severidad y determinación.
Tras desearles una buena suerte para su búsqueda, el portal de fuego surgió y el cuarteto pasó sin titubear. El vuelco del estómago se hizo presente en Mariano y sin darse cuenta, cayó en una zona desértica. Se levantó maldiciendo por el peso de su mochila y las armas y vio que Kenshi ya estaba ubicándose en la dirección que guiaba el talismán. Johnny y Kung Lao fueron los últimos en ponerse de pie.
–Es por aquí –dijo el ex mafioso.
Mariano caminó detrás de él acomodándose la cola de caballo recibiendo el calor abrasador del sol. La caminata hizo que el rubio se cansara del silencio y cantó una melodía medieval de aventura. Cuando se hizo repetitiva, comenzó a cantar canciones de Rata Blanca y Megadeth. Algunas veces, Johnny lo acompañó en los estribillos que recordaban, para que luego Mariano siguiera por su cuenta.
Poco a poco, el sol se fue ocultando dando paso a la noche y el estómago de Mariano empezó a rugirle por el hambre junto con el de sus compañeros. Sacó unos aperitivos para calmar el apetito y el de los otros. Comió tranquilamente la manzana verde sintiendo su sabor ácido en su boca y al terminarla, la tiró lejos.
La caminata continuó en el calor de la noche y Mariano compartió linternas para iluminar el desierto. Kenshi siguió liderando al grupo y soportando la pregunta repetitiva de Johnny sobre cuánto faltaba para encontrar a Shang Tsung y Mariano tuvo que acumular muchísima fuerza de voluntad para no amordazarlo. Al poco tiempo, el actor volvió a preguntar:
–Agh ¿Ya llegamos?
–¿De nuevo? ¿Cuántos años tienes? ¿Cinco? –repreguntó Kenshi enojado.
–¿Qué puedo decir? Estas botas no se hicieron para caminar.
–Qué pedazo de pelotudo –exclamó Mariano–. ¿Por qué no te pusiste otras?
–Si ese es el máximo dolor que sientes hoy, tienes suerte –soltó Kung Lao sonriente.
–Ya tengo suerte –dijo Johnny con sorna–. Llevo a Sento a la espalda.
–Será mía, Cage –afirmó Kenshi.
–¿Tienes tres millones? Es tuya.
–Y dale con eso –soltó Mariano cansado por sus disputas por la espada.
Presenció diversos insultos y hasta peleas entre ambos por el arma. A veces, en las cenas guardaban el silencio o hacían comentarios pasivo-agresivos constantemente y Mariano estrellaba su frente sobre la mesa cada vez que las disputas surgían. Daniela los frenaba siempre y el rubio se unía en ocasiones.
–Sabes que no los tengo –continuó Kenshi con desdén.
–Seguro tus amigos yakuza los conseguirían –soltó Johnny burlonamente–. Ah, es cierto, que los abandonaste.
Cuando no estaba el actor, Kenshi se abría un poco de su pasado oscuro y Mariano escuchaba junto a los demás. A veces, todos le daban algún pequeño consejo en esas charlas y los ojos marrón claro de Kenshi reflejaban agradecimiento. Mariano supo que Johnny estaba tocando una fibra sensible y se guardó la contestación que iba hacerle. Detectó cómo Kenshi sostenía con fuerza la linterna y su postura se volvió más rígida.
–Si algo aprendí de Hollywood, es a no quemar las naves –continuó–. Nunca sabes quién te puede ayudar.
En ese instante, Kenshi se detuvo y se volteó con brusquedad. Mariano vio furia en sus ojos marrones y tenía una mueca de disgusto en el rostro.
–Los yakuza son sanguijuelas que absorben la sangre de quienes son débiles –Kenshi se aproximó abruptamente iluminando la cara del actor con ira en los ojos–. Crecí viviendo así y nunca entendí por qué, para ganar, otros debían sufrir –confesó enojado–. Me salí y necesito que mi clan lo haga. No podemos seguir participando en sus crímenes.
De repente, el talismán comenzó a hacer ruidos extraños y Kenshi retomó la atención al camino de arenas y rocas dándole la espalda a los tres. Johnny se quedó de pie en silencio viendo pasar a Kung Lao con una mirada de disgusto y detrás, Mariano.
–Te lo buscaste, aguántate –dijo el rubio enojado.
El actor soltó un suspiro exagerado y los cuatro siguieron con la tortuosa caminata nocturna. Las piernas de Mariano le pesaron como plomo y se sintió tentado de hacer la misma pregunta de Johnny, pero se abstuvo. No soportó más el paisaje vacío, las linternas iluminaban arena, rocas y huesos desperdigados.
Los cuatro llegaron a un cañón que dejaba cerca un acantilado. Mariano se sintió un poco feliz por el cambio de paisaje e incluso pensó que allí, seguramente, estaría Shang Tsung. Las rocas del cañón mostraban sus relieves y poca vegetación seca. El muchacho avanzó detrás de Kenshi con la esperanza de ser el primero en ver que el talismán cambiara de dirección. Al mismo tiempo, escucharon lo que parecía gritos y espadas, se miraron entre ellos y avanzaron con cuidado hacia el acantilado.
Al llegar, vieron casas de barro entre las rocas mostrando iluminación en las ventanas. Mariano pudo visualizar algunas escaleras improvisadas entre los techos de las casas para poder conectarlas, pero lo que más lo sorprendió fue lo que ocurría cerca de la entrada de la colonia.
Soldados estaban conteniendo a los habitantes con lanzas. Estos, soltaban gruñidos y rugidos como animales salvajes. La mayoría eran calvos, con heridas y dientes puntiagudos como alfileres. Mariano miró a sus compañeros, Johnny sacó su celular para grabar lo que ocurría abajo y preguntó:
–¿Qué dice tu precioso?
–Que Shang Tsung está entre esas… cosas –respondió Kenshi.
–Son las provincias del Norte, solo que más desérticas –soltó Mariano abruptamente.
–Ah, mis fans enloquecerán disfrazándose de ellos en la Cage-Con.
Por el celular de Johnny, Mariano, Kenshi y Kung Lao vieron que unos soldados tomaban a uno de los habitantes y lo llevaban cerca de la persona que buscaban… Shang Tsung. Tenía en sus manos una gran jeringa.
–Ese es Shang Tsung –exclamó Kung Lao.
–Entremos cuando haya terminado –dijo Johnny emocionado–. En “Puños de Acero” hicimos eso de…
–No haremos estrategias con tus películas, Cage –negó Kenshi severamente.
–Yo no quiero que Johnny me humille –dijo Mariano–. Me basta y sobra que me humillo borracho y sin estarlo.
Los soldados obligaron a que el habitante se pusiera de rodillas a espaldas del hechicero y pudo hacerle inyección. Inmediatamente, mató a los soldados y se enfrentó a Shang Tsung. Seguido de eso, el resto de la colonia comenzaba a luchar con los otros soldados.
–Pensándolo mejor, la escena está bien sin nosotros –dijo Johnny bostezando–. Dejemos que la terminen.
–Debemos salvar a Shang Tsung. Liu Kang lo necesita con vida –dijo Kenshi.
–Menos mal que tengo ambas balas –soltó Mariano alegre–. Las de goma les va a doler como la concha de la lora.
Las cuatro bajaron del acantilado deslizándose entre las piedras y corrieron hacia la colonia. El habitante desplegó sus cuchillas y, al aproximarse lo suficiente, Kenshi retuvo al habitante para alejarlo de Shang Tsung. El extraño comenzó a forcejear dándoles patadas a Kung Lao y Johnny, mientras Mariano trataba de atrapar al hechicero. Se alejó de la riña e instantáneamente, su apariencia cambió al de un miembro de la colonia para perderse entre el polvo.
–¡¿Cómo hizo eso?! –preguntó Kung Lao abriendo los ojos como platos.
–Ni la más puta idea –susurró Mariano.
Volteó la cabeza para ver cómo estaba Kenshi. El habitante se había soltado del agarre preparándose para pelear, mientras que Mariano, Kung Lao y Johnny vieron al resto de la colonia acercarse lentamente. El rubio sostuvo sus armas, pero se percató que los superaban en número y los masacrarían en un abrir y cerrar de ojos. Los rodearon un pequeño círculo que se achicaba con cada miembro de la colonia que aparecía.
Escuchó el choque de los puños y metales entre Kenshi y el habitante del Mundo Exterior. Mariano volteó la cabeza y vio al habitante caer al suelo. El ex mafioso enfundó su katana, se puso en postura firme y dijo:
–Por favor, déjame explicarte.
–Tu nos metiste en esto –dijo Johnny–. ¿Qué te parece si nos sacas?
–Que la explicación sea rápida. Lo único que te pido, Kenshi –dijo Mariano. Los gruñidos y rugidos de los habitantes se hicieron más fuertes.
–Sé cómo se ve esto, pero no trabajamos para Shang Tsung –aclaró. Mariano, Kung Lao y Johnny se voltearon hacia él y al habitante.
Mariano le sorprendió más su aspecto de cerca que visto de lejos. El habitante era calvo con algunas heridas abiertas y con formación de costras. Sus dientes mostraban filo como agujas y sus brazos exhibían algunas escamas. Las manos del habitante relucían uñas filosas y las cuchillas retraídas en los antebrazos. Sus ropas estaban sucias por el polvo y la tierra.
–Si no –dijo el habitante con agresividad–. ¿Por qué salvarlo?
–Porque Liu Kang, el protector de la Tierra, quiere interrogarlo –respondió el ex mafioso–. Cree que Shang Tsung puede ser una amenaza para nuestros reinos.
–Soy Kenshi Takahashi. Soy… –el japonés extendió su mano, pero el habitante se alejó.
–Nuestra raza no estrecha las manos.
–Perdón. No quise ofenderte.
–¿Acaso no sabes lo que somos? –preguntó el habitante.
Los cuatro negaron con la cabeza como respuesta.
–Somos víctimas de tarkat –explicó–. No te contagiamos con facilidad, pero no puedes arriesgarte a exponerte más.
Inmediatamente, Johnny se pasó las manos por el traje, Mariano sacó una botella de alcohol y se bañó las manos completamente. El penetrante olor invadió la nariz del rubio y se sintió un poco más seguro de no contagiarse.
–Te desfigura y luego te debilita –continuó–. Con el tiempo, nos convertirá en monstruos sedientos de sangre. Solo la muerte nos liberará.
–Lo lamentamos mucho –dijo Mariano y los ojos del habitante reflejaron apenas amabilidad.
–Entonces ¿no siempre fuiste así? –preguntó Kung Lao.
–Solía ser un comerciante rico, pero cuando me enfermé, me desterraron –respondió el habitante–. Ahora dirijo esta colonia. Soy Baraka.
–¿Qué pretende hacer Shang Tsung con tu médula ósea, Baraka? –preguntó Kenshi.
–No lo sé. Pero viene aquí todos los meses a extraerla –contestó Baraka.
–Libéranos y lo capturaremos –ofreció Kenshi–. Y descubriremos por qué ha estado viniendo aquí. Lo prometo.
Baraka miró a sus compañeros decisivamente y luego puso sus ojos en el cuarteto.
–Dejen que se vayan –ordenó.
–Gracias. No te decepcionaremos.
Kenshi y el resto miraron lo que quedaba del talismán. Su cristal estaba roto y su luz roja se marchó.
–Mierda –maldijo–. Nos guiaba hacia Shang Tsung. Ahora no podemos hallarlo.
–Qué cagada –dijo Mariano.
–Su laboratorio está cerca –soltó Baraka–. Te llevaré.
En ese instante, Mariano quiso morir. Amaba las caminatas, pero su amor tenía un límite. Baraka habló en su idioma natal con los miembros de la colonia y no paraban de observar con ojos curiosos al cuarteto. Mariano mantuvo su distancia de cualquier infectado teniendo el alcohol cerca.
Los ojos de Baraka observaron a los hombres y con un gesto de cabeza, lo siguieron. Las botas de combate comenzaron a generarle calor y las plantas de los pies le dolieron como nunca antes. De su mochila tomó un poco de agua y compartió con el resto de sus compañeros.
Durante su caminata, estudió a Baraka y lo que había dicho antes. Le resultó extraño que no se haya visto ningún infectado en la capital, Sun Do. Podrían haber sido contagiados y transmitirla a la Tierra sin enterarse absolutamente nada. Notó una mirada de aflicción e ira en Baraka, por más que esté demacrada por las heridas del tarkat. Mariano se compadeció del habitante del Mundo Exterior.
Las arenas siguieron alrededor con rocas desperdigadas y huesos de animales desconocidos. Para la alegría del rubio, lentamente, se desvanecieron reemplazadas por los colores verdes. Los árboles camuflaron la vista de la luna y estrellas y las plantas chocaron contra Mariano. Cuanto más se sumergían, más hojas se metieron en su boca sintiendo su sabor asqueroso. El calor del desierto cambió por la humedad del bosque haciendo que el cuerpo del muchacho sudara como si no hubiera un mañana.
–Descansemos aquí –dijo Kenshi–. Durmamos por unas horas y luego continuemos.
–Me parece lo más adecuado –dijo Baraka manteniendo distancia del grupo.
Mariano junto a Kung Lao y Johnny buscaron ramas secas y armaron una pequeña fogata. Las llamas comenzaron a dar calor y desesperó más al muchacho. Detestaba con todas sus fuerzas ese clima y nunca logró entender como a sus amigas les gustaba. Sacó de su mochila bocados matando el hambre y también el de sus amigos. Tomó otra manzana verde y su sabor ácido y reconfortante inundó su boca apagando los rugidos de su estómago. Tuvo que tener un gran autocontrol de no devorarse lo que había en la mochila.
–¿Querés algo de comer, Baraka? –preguntó Mariano–. Para que no te quedes con hambre.
–Agradezco tu amabilidad, habitante de la Tierra.
Mariano buscó entre las profundidades de su mochila y le dio carne seca. Baraka la aceptó con gusto y volvió a su sitio alejado de los demás. Mariano continuó comiendo la manzana y notó el silencio entre sus amigos, sobre todo de Johnny y Kenshi.
Decidieron turnarse la vigilancia y Kung Lao fue el primero en ofrecerse. Mariano se acomodó en un árbol y cargó una ametralladora en sus manos pegada a su pecho. Los ojos del muchacho se cerraron y su cabeza se apoyó en el duro tronco.
Despertó con los leves golpes en el hombro de Kenshi y se levantó bostezando. Continuaron la caminata con el sueño agobiándolo y la visión borrosa. Se frotó los ojos sintiendo los párpados pesados como plomo e intentó despejarse el sueño con pellizcos en los brazos.
Baraka estuvo detrás del cuarteto y a veces, Mariano le preguntaba si quería algo para comer, pero se negó en todas las ocasiones. Poco a poco, escuchó el ruido del agua y sus pisadas se hundían en el barro. Soltó un bostezo exagerado y observó el cielo que mostraba sus primeros indicios del amanecer. El color amarillo, rosa y anaranjado se hicieron presentes acompañados del sol, pero este era tapado por la densidad de los árboles.
Se detuvieron a unos metros de la salida del bosque esperando a Baraka. Un río se hallaba frente a ellos y del otro extremo una rueda hidráulica unida a una pequeña torre. La única conexión que había era un puente de madera y detrás, varias casas y algunas no terminadas.
–¿Y sabes qué esperamos? –preguntó Johnny.
–No –respondió Baraka–. Nunca estuve adentro.
–Quédate aquí –dijo Kenshi–. Entraremos.
–Gracias por la ayuda –dijo Mariano con una sonrisa.
Los cuatro fueron hacia el puente y la madera crujió con cada paso que daban. Las aguas chocaban contra los postes, pero mostraron ser lo suficientemente resistentes. A Mariano le sorprendió la poca vigilancia que había en el sitio, pero tampoco le disgustó.
Llegaron a una gran puerta de madera bloqueada y la abrieron sigilosamente con el sombrero de cuchillas de Kung Lao. Soltó una risa orgullosa y entraron. Lo primero que vieron fue escaleras espiraladas y tapices antiguos. Kenshi siguió liderando la marcha y Mariano contuvo sus ganas de soltar respiraciones fuertes con cada escalón que pisaba. Detestó las escaleras, cada vez que creía que habían llegado, otro tramo aparecía y Mariano quería llorar. Cada uno de estos tramos estaba decorado con diferentes trajes de combates, armas antiguas, muebles sofisticados, jarrones delicados, retratos de extraños y más tapices antiguos.
Milagrosamente a sus plegarias, Kenshi abrió la última puerta y escucharon la voz de un hombre. Se agacharon con cuidado y pisaron el suelo como si fuera vidrio. Alzaron la cabeza del barandal de piedra viendo lo que ocurría.
En una silla, estaba recostada la princesa Mileena, a su lado había una Umbgadi. Del otro lado, la observaban un brujo de trajes violetas y a la persona que buscaban, Shang Tsung sosteniendo una inyección. Tenía una sonrisa orgullosa en la cara y Mariano tuvo la inexplicable necesidad de sacársela a tiros.
Shang Tsung hablaba con la soldado y el brujo. Por lo poco que escucharon, parecía que querían inyectarle un suero que contenía la médula de Baraka.
–Va infectar a Mileena con el tarkat –soltó Kung Lao.
–Tiene mucha soberbia –dijo Mariano–. Y ego. Es un golpista.
–Y dos de los jefes de Sindel están con él –siguió Johnny seriamente–. No me extraña que Liu Kang se preocupe por este sujeto.
–Debemos detenerlo –afirmó Kenshi.
–¿Salvar a una doncella angustiada? Dalo por hecho –afirmó Johnny con júbilo.
–Odio a los fascistas –dijo Mariano–. Que se cague.
Los cuatro salieron de su escondite y Mariano alzó sus ametralladoras. La Umbgadi y los hechiceros se sorprendieron
–¡Aléjate de ella! –gruñó Kenshi.
–¡Maldita! –dijo Johnny.
–¡¿Perdón?! –exclamó Kung Lao indignado.
–Ya sabes, la película –explicó Johnny– con la niña y la alienígena gigante ¡Ripley!
Tanto Kenshi como Kung Lao se quedaron confundidos por los dichos del actor.
–¿No? –preguntó sorprendido–. ¿En serio?
–¡Dale, Kenshi! –soltó Mariano bajando las armas–. Me lo puedo tragar de Kung Lao, porque vive en el campo, pero de vos no. Mira que yo vivo en un país con quinientos problemas, pero sé de Alien.
–¿Habitantes de la Tierra? –preguntó el brujo de trajes violetas–. ¿Cómo nos encontraron?
–Ya vieron demasiado –afirmó la Umbgadi furiosamente.
Arremetió rápidamente hacia los cuatro y Kung Lao y Johnny la bloquearon, mientras que Mariano y Kenshi fueron hacia Shang Tsung. El ex mafioso le dio una patada giratoria ocasionando que la inyección y su contenido se perdieran.
–Necesito tiempo –dijo Shang Tsung al brujo de ropas violetas–. Consíguemelo.
–Tiempo las pelotas –contestó Mariano–. Vos no vas a hacer ni un golpe de Estado.
Mariano alzó sus ametralladoras y Shang Tsung se posicionó para la pelea. Se abalanzó contra el muchacho y disparó sin dudar, pero el hechicero esquivó las balas y en un forcejeo arduo le quitó las ametralladoras. Mariano tomó el rifle antiguo de sus espaldas e intentó atacarlo con la culata, pero Shang Tsung volvió a evitar el golpe.
Creó una llamarada de sus manos dirigiéndola a Mariano y se aproximó para darle un puñetazo. Pero en la parte superior de su puño se desplegaron tres cuchillas afiladas como garras y Mariano se alejó del rango de golpe con la camisa negra rota. Antes de que pudiera bloquearlo, le asestó un golpe directo a la cara seguido de una patada. El rubio notó el dolor en su estómago y mejilla y se reincorporó tambaleante.
Mariano arremetió con un golpe directo usando sus puños y Shang Tsung no pudo desviarlo. Ante esa desprevención, el rubio volvió a usar el rifle antiguo para golpearlo con la culata y la dura madera chocó con el rostro del hechicero. Mariano sonrió victorioso, pero Shang Tsung se incorporó y lo miró con odio. Antes de que pudiera reaccionar, lo empujó con una oleada de llamaradas y Mariano sintió el vidrio de las ventanas en su espalda.
Soltó un quejido y cayó al suelo viendo el techo borroso y escuchando un pitido en sus oídos. Su mente no había reaccionado cuando vio a Kung Lao y a Johnny llamándolo y este le tendió la mano. La cabeza le dio vueltas al ponerse de pie y agradeció en un susurro la ayuda. Quitó de su mente las incomodidades y fue con sus amigos.
–Aléjate de la mesa –gruñó Kenshi alzando su katana hacia el hechicero.
–Es la segunda vez me molestas –espetó entre dientes–. Los habitantes de la Tierra tienen costumbres malsanas.
–Ya lo oíste –dijo Johnny con un dedo acusador–. No la vas a infectar con el tarkat.
–Intento protegerla, no infectarla –argumentó Shang Tsung.
–Nos enteramos de que mientes. Disculpa nuestro escepticismo –contestó Kenshi y les dio la espalda–. Cúbranlo.
Mariano alzó sus ametralladoras, mientras que Johnny y Kung Lao se posicionaron en postura defensiva. Los ojos del hechicero irradiaron ira y lo que además creyó el rubio, secretos. La voz tranquilizadora de Kenshi se hizo presente junto a los susurros de la princesa e inmediatamente, escucharon gritos. El muchacho apretó con fuerza sus ametralladoras y Kung Lao habló:
–¡¿Qué le hiciste, brujo?!
–¡Fue tu culpa, tonto! –espetó Shang Tsung–. Déjame ayudarla antes de que sea tarde.
Los gritos angustiosos de la princesa Mileena se volvieron más fuertes transformándose en rugidos de un animal. Mariano miró sorprendido la escena, la boca de la princesa ya no era normal, sino que estaba cubierta con dientes filosos desplegando una fina lengua como de una víbora. Se soltó de sus ataduras como si fueran plástico y miró a Kenshi salvajemente.
–¿Ahora me creen, habitantes de la Tierra? –cuestionó el hechicero.
–¿Qué hacemos? –repreguntó Kenshi, la princesa acercarse más y más a él como si fuera un depredador.
–Manténganla ocupada –respondió Shang Tsung y se dio la vuelta mirando su mesa de trabajo–. Necesito tiempo para hacer más suero.
–¡Johnny! ¡Mariano! –llamó Kenshi–. ¿Me ayudan?
–Ahí vamos –respondió el rubio.
–¿Tenemos un guion? –preguntó el actor–. ¿O solo estamos improvisando?
–Hagan lo que hagan, no podemos herirla.
–¿A ella? –cuestionó el actor–. Más bien ella a nosotros.
–Nos va a matar –dijo Mariano.
La princesa saltó como un puma y rasguñó a Johnny, pero su traje impidió que sufriera heridas profundas o peor… el contagio. Luego, arremetió contra Mariano y la esquivó de puro milagro cayendo de espaldas. Escuchó unas palabras sin sentido y la espada resonando en los oídos de Mariano y se levantó rápidamente para ayudar a Johnny. En cuanto lo encontró y ayudó a levantarse, el ex mafioso logró contener a la princesa Mileena.
–¡Johnny! ¡Kung Lao! ¡Mariano! –llamó–. ¡Ayuden a sujetarla!
Johnny y Kung Lao sostuvieron ambos brazos de la princesa, mientras Mariano la retenía por la espalda. A pesar de la fuerza de los tres, el rubio creyó que la superaba de manera olímpica por todo el forcejeo y gruñidos que hacía.
–¡Es ahora o nunca, Shang Tsung! –dijo Kenshi.
–¡Agiliza el trámite, hijo de puta! –gritó Mariano.
Inmediatamente, la princesa Mileena le dio un fuerte cabezazo enviándolo hacia atrás, recuperó el equilibrio y fue a ayudar a Johnny porque la joven iba a matarlo. Antes de poder hacer algo, Kenshi la tomó por detrás alejándola. La mente de Mariano no pudo procesar lo que había ocurrido después. Solo sintió las salpicaduras de sangre y los gritos aterrorizantes de...
–¡KENSHI! –gritaron Johnny y Mariano al mismo tiempo.
La princesa le había clavado un par de cuchillas en los ojos. Rápidamente, Mariano se sacó la mochila de los hombros y buscó los primeros auxilios. Los ojos de Kenshi estaban cubiertos de sangre y mancharon la remera blanca de Mariano. Los quejidos del ex mafioso invadieron el lugar e intentó calmarlo, mientras pasaba gaza con desinfectante alrededor de los ojos. Fue un milagro que siguiera con vida.
Se enfocó tanto en su tarea, que no escuchó los gritos de la hermana de la princesa, Kitana y al verla, tenía detrás a la guardia imperial y al General Shao. Kung Lao y Johnny los miraron con firmeza y Mariano siguió tratando las heridas de Kenshi, mientras escuchaba las mentiras de Shang Tsung. Una historia trazada en base por culpar al cuarteto de querer revelar la enfermedad de la princesa Mileena y generar un escándalo para la familia imperial.
–¡Mentiroso de mierda! –gritó Mariano enojado–. ¡Es un golpista!
–¡¿Qué?! –soltó Johnny indignado y Mariano alzó la vista–. ¡Eso es totalmente falso! Princesa, nosotros…
Inmediatamente, Johnny fue golpeado por un shokkan y Kung Lao se preparó para combatirlo, pero fue noqueado. Mariano se puso de pie lo más rápido posible y se posicionó para pelear, pero un fuerte dolor invadió su nuca, soltó un grito y cayó al suelo en un sonido sordo.
Un Mariano de diecisiete años llevaba su mejor traje de egreso. Un chaleco y pantalones elegantes de color azul marino, una remera de Goku y un par de zapatillas recién compradas. El cabello rubio le llegaba a los hombros haciéndole recordar a Ozzy Osbourne. Estaba sentado cerca del escenario junto a sus compañeros.
La directora estaba dirigiendo sus últimas palabras a los alumnos y luego de que todos aplaudieran, llamaba a cada estudiante para darle el diploma. Cuando había llegado el turno de Mariano, miraba hacia los diferentes padres hasta ver al Viejo Mario con su uniforme militar y a Adelina y Daniela en vestidos de verano. Sonrió al verlos y seguía manteniendo esa sonrisa cuando se sacaba la foto.
Tras terminar el acto, fue hacia el anciano y lo abrazó con todas sus fuerzas. El fotógrafo los llamaba para la foto, los cuatro sonrieron y Mariano dijo:
–Gracias por todo, Viejo Mario.
El anciano no podía contener sus lágrimas y los abrazó como si fueran sus hijos. Salieron del colegio y fueron a comer en un restaurante cercano pidiendo toda la comida que pudieran ver en el menú. En la noche, el Viejo Mario y Mariano había hecho un asado lo suficientemente abundante para que sobrase toda la semana.
Pasado un año, el anciano se encontraba débil por la edad y en su cama, miró a Mariano, Adelina y Daniela. Su mirada reflejaba tristeza, por lo poco que el rubio aprendió del CBC en la facultad. Las muchachas habían ido a prepararle algo caliente para beber, mientras que Mariano acompañaba al Viejo Mario.
–Dejame contarte una historia, Mariano –había dicho el anciano.
–Descansa, sino te va a hacer mal –espetaba Mariano.
–No me importa –argumentaba el Viejo Mario con orgullo en su débil voz–. Es sobre mi rifle.
Mariano lo miraba expectante sintiéndose nuevamente como un niño.
–Cuando estaba en Malvinas –decía seriamente–. Me hice amigo de un chico, Victor y nos juntábamos a descansar después de la colimba. Hicimos muchas cosas alguna broma pequeña, escondernos de los altos mandos cuando bebíamos. También, me contaba de querer ver a su novia, a sus hermanas y nos hicimos la idea de viajar siendo mochileros por todo el país. Pero le tocó ir a la parte terrestre y yo me quedé en las fuerzas aéreas.
Mariano se quedó en silencio mirándolo seriamente. Pocas veces, fue serio en su vida.
–Pero entre mis luchas –continuó el anciano con tristeza–. Victor falleció en combate a pocos días de que la guerra terminara. Nadie lo ayudó –las lágrimas del anciano se hicieron presentes–. Cuando fui a ver a su familia, no quisieron el rifle y me lo dejaron a mí –Mariano sintió las lágrimas derramarse por sus mejillas–. No querían ver nada de guerra y yo lo conservé como parte de su memoria… De la buena amistad que tuvimos –el Viejo Mario tomó el rifle de guerra entre sus débiles manos–. Por eso, te lo doy. Cuidalo como una extensión de Victor y de mí. Como también cuidas como tus hermanas a Adelina y Daniela.
Mariano quiso contestarle que no podía aceptar tal objeto patrio, pero sacó el pensamiento intrusivo y sostuvo el arma con firmeza. Vio la sonrisa triste del anciano y escucharon a Adelina y Daniela cargando un matecocido con galletitas.
Mariano recuperó la conciencia sintiendo un dolor espantoso en la nuca y escuchando golpeteos de algo metálico y quejidos. Abrió con todas sus fuerzas los ojos y su nariz fue invadida por el olor a carne descompuesta, químicos y eses.
–Llevas horas con eso –dijo Kenshi con voz queda.
Recordó todo lo que había pasado antes de llegar aquí. La misión de Liu Kang, el enfrentamiento con Shang Tsung, la sangre y las heridas de Kenshi. Inmediatamente, intentó levantarse e ir hacia él.
–Si pudieras ver, sabrías por qué –espetó Baraka.
–Kenshi –dijo Mariano acercándose a él–. ¿Estás bien?
–Mis ojos me duelen.
Mariano los examinó, estaban rojos y si no se apresuraban podrían acabar infectados. Observó por los alrededores algún rastro de su mochila, pero solo vio horrores. Lo que parecía un habitante del Mundo Exterior desgarrado de pies a cabeza y, aun así, continuaba vivo gimiendo y moviendo sus extremidades deformes. Otras celdas habían infectados por el tarkat y en el pasillo abundaba en carne estirada como masa de juguetes. Tanques de laboratorio repletos de líquido de un verdoso amarillo se ubicaban aquí y allá y dentro había cuerpos flotando entre las burbujas.
–Eso no va a pasar o sí. Sigue hablando. Así me distraigo. Cuéntame sobre tu vida antes de enfermarte –dijo Kenshi dirigiéndose a Baraka.
–Me estaba yendo bien comerciando artículos por la costa de Fartakh. Mi familia estaba cómoda y feliz –Baraka soltó un suspiro desalentador–. Luego llegó el tarkat. Terminó con la vida de mi esposa y después con la de mis hijos. Pero tuvo la crueldad de perdonarme la mía, por ahora. Creo que disfruta de consumirme el cuerpo de a poco.
–¿Y tú, Mariano? –preguntó Kenshi–. ¿Qué hacías además de ser piloto?
–No voy hablar de eso. Tus ojos están mal y necesito mi puta mochila. Ahí tenía todo y no quiero comprar otra.
–Por favor, Mariano –pidió el ex mafioso–. ¿Y por qué no quieres comprar otra?
–Porque es la cuarta mochila que me compro este año.
–¡¿La cuarta?! –exclamó Kenshi sorprendido–. ¿Qué hiciste para perder las otras tres?
–Me las robaron.
–¿Cómo? –cuestionó Baraka
–La primera me quedé dormido en el colectivo y aprovecharon para manoteármela –respondió Mariano alzando el dedo índice–. Por eso, tuve que batallar para hacerme el DNI. La segunda caí en una marcha y cuando quise salir me la robaron. La tercera fue cuando me noqueé en la avioneta por hacer volteretas y dejé las puertas abiertas –soltó una risa–. Lo bueno es que guardé mi billetera y el DNI en el bolsillo.
–¿Y antes de ser piloto? –preguntó Kenshi.
–Quería ser psicólogo –respondió el rubio–. Pasé el puto CBC y apenas un año de la facultad. Me fui porque no lo aguanté. Mucha presión y desastres.
–¿Por qué?
–Primero, el CBC es una mierda –contestó Mariano–. Segundo, no me alegraba el primer año y detestaban a mis compañeros.
–¿Qué hicieron?
–Todo el puto rato entrando a mis salones de clase creyéndose el centro del mundo –siguió el rubio–. Las ganas de mandarlos a cagar eran monumentales. Además de las marchas y las votaciones, fue una pesadilla. No sé cómo Daniela pudo soportar eso y conseguir el título.
–¿Fue la única en graduarse?
–Mas o menos. Adelina pagó muchos cursos de dibujo de terciarios y le dio títulos –respondió Mariano mirando al ex mafioso–. También, hizo la carrera para ser arqueóloga e incluso haciendo investigaciones pagadas. Yo solo hice cursos rápidos de primeros auxilios.
–Son bastante unidos.
–El Viejo Mario nos crio juntos.
–Son raros ustedes tres –dijo Kenshi.
–Vivo en el mejor país del mundo –afirmó Mariano–. Es divertido vivir en Argentina.
–¿Cómo que divertido? –cuestionó Baraka.
–No nos tomamos en serio ni nuestras propias desgracias –respondió–. Ni las de los otros. Podemos ver que el país se va al carajo, pero nos vamos a reír de la estupidez que dijo un político y burlarnos hasta el cansancio. Nuestra mejor anestesia a todo son los memes.
–¿De enserio? –preguntó Kenshi.
–Sí, cuando era niño recuerdo que nos burlamos de un jugador francés –respondió Mariano–. Y después de todos los franceses. Valió la pena –la risa lo invadió–. El país puede arder y seguramente nos vamos a burlar de cómo ardemos. Nos reímos de nuestras propias provincias, pero incluso nuestras risas tienen un límite y podemos enojarnos. Aunque eso desencadena que nos burlemos de los que se enojan.
–Debe ser una locura.
–Somos un manicomio, pero eso lo hace divertido –dijo Mariano riendo.
De pronto, escuchó los quejidos de Johnny y Kung Lao y los observó.
–Agh. Qué resaca –exclamó el actor y se acercó al ex mafioso–. ¡Kenshi! ¡Maldición! ¿El dolor es muy fuerte?
–Terrible.
–Me salvaste. No lo olvidaré.
–Pero puede que te arrepientas –dijo Baraka.
–¿Qué…?
De repente, otro grito famélico se oyó por los calabozos y no le inspiró confianza a Mariano.
–¿Qué rayos? –preguntó Johnny–. ¿En qué momento pasamos a un terror de supervivencia?
–Este es el verdadero laboratorio de Shang Tsung –respondió Baraka.
–Estamos debajo del lugar de antes –agregó Kenshi–. Era una fachada falsa.
–Me recuerda una película de bajo presupuesto que vi hace mucho: “Los Fosos de Carne” –dijo Johnny–. Vaya porquería.
–Es un psiquiátrico abandonado –afirmó Mariano.
Unas puertas se abrieron y el rubio escuchó pisadas entre los gritos agónicos y quejidos de los infectados.
–¿Quién es? –preguntó Johnny.
–Nuestro carcelero –respondió Baraka.
Vio a un hombre encapuchado y con la mitad de la cara cubierta por una máscara verde. Sus ropajes eran entre ese color y negros y llevaba sandalias. Mariano pudo ver que un brazo tenía tatuajes y llegaban hacia un lado de su rostro cubierto. De una mesa repleta de sangre, tomó un pedazo de carne y se la tiró a unos infectados que la comieron en un santiamén. El extraño se dio la vuelta y caminó lentamente hacia la celda del grupo y preguntó:
–¿Cómo está?
–Le arrancaron los ojos –dijo Johnny con desdén–. Adivina.
El carcelero se mantuvo callado y extendió la mano hacia una mesa que tenía al lado. Sostuvo un recipiente, se lo dio a Johnny y dijo:
–Eso aliviará el dolor.
–Es una vileza ser parte de esto –argumentó Baraka.
–Eres prisionero de Shang Tsung… –explicó el carcelero– y yo soy su esclavo. Tiene a mi familia. Los matará si no le obedezco.
Johnny sacó una venda roja de su cinturón y velozmente le pasó el ungüento, se lo ató a Kenshi y soltó un suspiro de alivio. Mariano luego revisaría las heridas al pasar unos minutos, por ahora solo quedaría esperar e ingeniar una estrategia para escapar de los laboratorios.
–¿Por qué te eligió? –preguntó Baraka al carcelero.
–Para descubrir cómo cambio de forma.
–¿Qué carajo? –soltó Mariano.
–¿Lo aprendió de ti? –preguntó Kung Lao–. Lo vimos hacerlo. Fue irreal.
–¿Cómo funciona? –cuestionó Johnny–. ¿Adoptas la forma que quieres sin más?
–Solo puedo cambiar entre esta forma y mi estado natural.
Inmediatamente, el carcelero dejó su aspecto humano y pasó al de un reptil. Parecía una lagartija humana repleta de escamas y uñas como garras. Mostró de su boca dientes como agujas filosas y Johnny soltó una exclamación.
–Eres de Zaterra –afirmó Baraka–. ¿Tu raza puede cambiar de forma?
–Nadie puede, excepto yo.
En ese instante, un resplandor blancuzco con arenas tomó la forma de Shang Tsung e inmediatamente el carcelero recobró su forma humana. Sus ojos fueron invadidos por el pánico y el miedo. El hechicero mostró una sonrisa maliciosa y orgullosa y Mariano le invadió nuevamente la necesidad de sacársela a golpes.
–¿Están listos? –preguntó maliciosamente–. Llegó la hora.
–¿Para qué, brujo? –cuestionó Baraka.
–Experimentos de replicación –respondió Shang Tsung orgullosamente ocultando una mano detrás de su espalda–. Comenzaremos por la vivisección. Usaré las partes que extraiga de tu cuerpo para nuevas creaciones. El proceso es letal, claro.
–Seguí participando –dijo Mariano entre risas falsas.
–Liu Kang no te dejará salirte con la tuya –soltó Johnny con furia y Shang Tsung rio maliciosamente.
–Solo si llega a enterarse de lo que ocurrió –dijo el brujo orgullosamente–. Una vez que termine, no quedarán rastros de ustedes. Volveré pronto a ver los avances. Ahora debo ocuparme de otros asuntos.
En ese instante, Shang Tsung desapareció con una sonrisa maliciosa y misteriosa. El carcelero se dio la vuelta y Baraka intentó razonar en vano con el carcelero. El carcelero caminó hacia una celda repleta de infectados, pero no parecían enfermos sino copias deformes y macabras.
Tiró cadenas oxidadas y las rejas de metal subieron chirriando lentamente. Los rugidos y gruñidos de los clones se hicieron más fuertes y las celdas se abrieron. Se acercaban velozmente hacia ellos y el grupo se posicionó para pelear. Baraka desplegó sus cuchillas y Johhny fue el primero en atacar usando los barrotes como columpios. Se balanceó y cayó frente a un infectado dándole un puñetazo a la cara.
Mariano se quedó cerca de Kenshi repeliendo con patadas a los clones. Entre el alboroto, encontró un fierro y golpeó a cada atacante que se aproximaba, pero alguien lo tomó por la espalda y forcejeó.
–¡Soltame, forro! –gritó Mariano furiosamente.
Vio que Kenshi cayó en la misma situación y peleaba por soltarse de los clones. Fueron tirados como perros a jaulas oxidadas y sangre seca y Mariano golpeó con todas sus fuerzas. Vio a Kung Lao y Baraka luchando contra los clones y rápidamente el granjero tomó de una mesa su sombrero decapitando a los enemigos que aparecían.
Entre los golpes hacia la jaula, Mariano se percató que Johnny acabó en la misma situación y que a la vez las jaulas comenzaron a soltar chispas y electricidad. Desesperado, Mariano siguió golpeando los barrotes y se detuvo inmediatamente al notar pasos más pesados.
Una celda se abrió revelando un clon obeso superando el tamaño de todos, cuchillas más gigantes a las de Baraka, cara deforme y repleta de heridas. Mariano siguió forcejeando con la jaula, mientras escuchaba el choque de los filos una y otra vez, al mismo tiempo, de los puños de Kung Lao y su sombrero. Baraka terminó de pelear con el clon y corrió hacia las jaulas donde estaban encerrados. Con una fuerza titánica, quebró los barrotes de los tres y cuando liberó a Kenshi, Johnny y Kung Lao lo sostuvieron antes de que cayera al suelo. Mariano estuvo adelante para buscar una salida, pero el carcelero dijo:
–¡Estoy acabado! ¡Shang Tsung torturará a mi familia para castigarme! ¡Pagarás por su sufrimiento!
Todos se voltearon, Baraka y Kung Lao se encargaron de él, mientras Johnny y Mariano cuidaban de Kenshi. El rubio con cuidado elevó la venda y se dio cuenta que el ungüento se había acabado. Necesitaba con urgencia los primeros auxilios.
Baraka y Kung Lao siguieron combatiendo con el carcelero transformado en su aspecto reptil. El sombrero del granjero y las cuchillas del enfermo lograron hacer un gran ataque hacia el enemigo y este solo retrocedía más y más. Escupió ácido en varias ocasiones, pero el dúo logró esquivarlo y contraatacaron más fuerte hasta que el carcelero cayó al suelo.
–Nos marchamos –afirmó Baraka.
Mariano pudo ver el terror en los ojos verdes del carcelero y se quitó la máscara revelando completamente su rostro exhibiendo el resto de su tatuaje.
–Entonces, mátame –dijo desesperado–. Si muero, tal vez deje en paz a mi familia.
–No –negó Baraka firmemente sorprendiendo a Mariano–. No te mataré.
–Es misericordia, no homicidio. Aunque, por lo que hice, no la merezco.
–Protegías a tu familia –contrarrestó Baraka–. Yo habría hecho lo mismo.
Los ojos del carcelero se suavizaron y se puso de pie. De pronto, el resplandor blancuzco reveló a Shang Tsung y el rostro del carcelero fueron invadidos nuevamente por el terror. El hechicero observó consumido por la ira sus creaciones derrotadas y mutiladas.
–¿Qué pasó aquí? –cuestionó.
Mariano alarmado buscó sus armas y mochila y los encontró en una mesa junto a la katana, Sento. Tanto él como Johnny tomaron sus pertenencias, les sacó el seguro y las sostuvo sosteniéndolas firmemente.
–Syzoth, ¡idiota! –exclamó Shang Tsung señalando con el índice–. ¡Permitiste que arruinaran todo!
–Nos vamos, brujo –dijo Baraka.
–Y te llevaremos con nosotros –continuó Johnny–. Liu Kang quisiera hablar contigo.
–No me pueden atrapar tan fácilmente –gruñó Shang Tsung.
Soltó un conjuro soltando un vapor verde y Mariano instintivamente disparó, pero las balas solo atravesaron los ladrillos sucios.
–Sí, esto me da mala espina –soltó Johnny.
–No veo un carajo –espetó Mariano–. Fallé.
–Me despido de todos ustedes –dijo Shang Tsung sonriendo con orgullo–. Alégrate, Syzoth. Voy a reunirte con tu familia.
–¿Están muertos? –recriminó colérico–. ¿Los mataste?
–Hace varias lunas. Odio los cabos sueltos.
Mariano volvió a disparar a lo que parecía la silueta de Shang Tsung entre el humo verde y Syzoth se abalanzó contra él. Pero desapareció entre las arenas y el resplandor blanco. El rubio tosió sintiendo su garganta apretada y la desesperación por el aire lo invadió. El maldito lanzó veneno.
–Tenemos que salir de aquí –dijo Johnny.
Syzoth corrió hacia la puerta y la golpeó varias veces. Las respiraciones pesadas y las toses se volvieron más frecuentes. El cerebro de Mariano dio vueltas, los mareos se volvieron náuseas y su garganta se apretaba cada vez más y más. Los puños de Syzoth no pudieron contra la fuerte puerta de madera. Mariano intentó apuntar, pero las ametralladoras, el rifle del Viejo Mario y la mochila le parecieron plomo y concreto.
–¿Qué sucede? –preguntó Kenshi.
–La puerta se debe de haber cerrado cuando se liberó el gas –respondió Syzoth.
–Hazte un lado –dijo Baraka guardando sus cuchillas.
Mariano, con la vista borrosa, vio como el infectado golpeaba la puerta un golpe, dos y tres hasta romperse como si fuera cristal. El veneno fue disipándose y el rubio sintió cómo sus pulmones recibían oxígeno limpio. Avanzó junto a los demás, con Baraka a la delantera y detrás de él Syzoth.
–Síganme –dijo el zaterrano–. Por aquí.
Mariano estuvo cerca Johnny y Kung Lao, que sostenían a Kenshi. El rubio cargó con mejor fuerza las armas y caminó unos pasos delante de ellos.
–Déjenme –dijo Kenshi entre jadeos–. Solos los retrasaré.
–Ni en pedo te dejamos –argumentó Mariano seriamente, pero notó su voz atrofiada–. Todos vinimos, todos nos vamos.
–¿Qué? –exclamó Johnny incrédulo–. Si Shang Tsung te encuentra, te mata.
–¡Mírame, Cage! Sólo estorbo. No arriesguen sus vidas por la mía.
–Oye. No te vas a rendir –dijo el actor–. Los Taira te necesitan ¿recuerdas? Volveremos a casa y veremos cómo ayudarte ¿Entendido?
Syzoth los guio entre pasillos de ladrillo repletos de suciedad, cadenas colgantes y celdas sin prisioneros con los barrotes hechos añicos y torcidos. El olor a carne podrida y eses continuó agobiando su nariz y deseó que el laberintico camino llegara a su fin. Los faroles destrozados iluminaron apenas y Mariano se preparó para cualquier ataque sorpresa de entre los calabozos o pasillos con menos luminosidad.
Poco a poco, el aire se convirtió en puro dejando la podredumbre y Mariano vio la luz del sol al final de los bastos pasillos. La salida del laboratorio de Shang Tsung quedó apartada del pueblo. El pasto le llegó hasta las rodillas y una dicha indescriptible lo invadió al sentir el calor en el cuerpo. Pasaron por una bajada chocando contra las ramas de algunos arbustos verdes. Los árboles pequeños se volvieron gigantes con troncos del grosor del cuerpo de Mariano y las ramas empezaron a medir metros teniendo miles de hojas.
–Si nos demoramos, nos capturarán –dijo Syzoth.
–Necesitamos ayuda para llevar a Kenshi al portal en Sun Do –afirmó Kung Lao.
–Tengo los primeros auxilios, pero no sé si pueden durar mucho –informó Mariano–. Necesita un mejor tratamiento.
–Solo puedo llevarlos hasta la puerta de la ciudad –afirmó Baraka–. Los tarkatanos tenemos prohibido entrar.
–Los acompañaré el resto del camino –ofreció Syzoth–. Es lo menos que puedo hacer para compensarlos.
Los árboles cubrieron toda la vista del grupo, rocas se desperdigaron aquí y allá invadidas por el musgo y un arroyo recorría una parte del paisaje. Las flores de colores irreales decoraron la tierra desplegando aromas desconocidos para Mariano, recordándole los aromatizantes y perfumes para las casas. El sol se posicionó en su más alto punto generando un calor desquiciante, pero gracias a las vastas hojas y ramas, la sombra hizo que no fuera un infierno.
En un momento, Mariano pidió detener la caminata y atendió las heridas de Kenshi. Con cuidado, le subió la venda roja y sacó las pocas gasas que tenía. Los ojos de Kenshi seguían rojos y Mariano les pasó delicadamente las gasas repletas de desinfectante. El ex mafioso hizo una mueca de disgusto por el ardor, pero no emitió ni un sonido. Johnny se quedó cerca de ellos y ayudó en todo lo que podía a Mariano. Una vez terminado su corto tratamiento, continuaron caminando por el gran bosque.
Lentamente los troncos de los árboles cambiaron drásticamente a rostros emitiendo llamas verdes claras. A veces movían sus bocas en palabras silenciosas y en otras ocasiones se escucharon el sonido de aves y animales del alrededor correteando por los árboles.
–Vaya, esto me recuerda a Planeta malvado –soltó Johnny–. Había un bosque en el segundo acto…
–¿La batalla de la mantícora? –preguntó Kenshi.
–¡Sí! –respondió Johnny emocionado–. Fue muy difícil de filmar, pero el resultado fue épico.
–Me imagino con detalles.
–Ni vi esa película –dijo Mariano mirando el alrededor–. Lo que sí vi con las chicas fue puro terror y anime.
–¿De enserio? –preguntó Johnny–. ¿Cuáles?
–La saga de Alien es una –respondió Mariano sonriente–. Algunas de Jason, Freddy e Evil Dead, pero lo que más asustaba a Daniela eran las de metraje encontrado.
–¿Cuál es ese género? –preguntó Kenshi.
–Son las que se hacen con cámara en mano y con bajo costo –respondió Johnny.
–Sip, La bruja de Blair es una y Gonjiam –dijo Mariano entre risas–. Daniela estuvo gritando como una niña chillona. Juro que ese día pensé que me quedé sordo.
–¿Qué otras películas vieron? –preguntó el actor–. ¿Las mías debieron cautivarles?
–Las miraba para hacer la siesta –respondió Mariano–. Prefiero mirar One Piece o Jojo. Incluso Daniela me apoyó en mirar un anime que tus películas y Adelina quería ver una película clásica.
–Eso duele, Mariano –dijo el actor en tono dramático.
–Mejor las verdades crueles que las mentiras –dijo el rubio sonriente.
–Esto es el Bosque Viviente –afirmó el enfermo.
–¿Hay algún bosque que no esté vivo, Baraka? –preguntó Kung Lao.
–Ningún otro tiene árboles que albergan las almas de los muertos.
–Espera un segundito –pidió Johnny confundido–. ¿Hablas de fantasmas?
–Buenos, no malignos –calmó Baraka–. Una deidad lo creó, tiempo atrás haciendo un trato con el emperador Jerrod y la emperatriz Sindel.
Mariano recordó lo que le había dicho Adelina después de entrevistar a la emperatriz. La diosa era Hela y lo que memorizaba era que tenía una guardia personal.
–¿Ustedes conocen a alguien aquí? –preguntó el actor.
–Algunos parientes lejanos –respondió Baraka.
–No encontrarás zaterranos –espetó Syzoth.
–¿Por qué no? –preguntó Kenshi.
–A los de sangre caliente no les agradamos –contestó Syzoth con severidad–. Así que mantenemos la distancia y vivimos bajo tierra en la provincia de Zikandur.
–Entonces ¿cómo conociste a Shang Tsung? –preguntó Kung Lao.
–Mi capacidad de adoptar una forma humana hizo que mi gente me viera como un bicho raro –contestó Syzoth–. Me intimidaban y escapé. Hambriento y sin dinero, me uní a una feria ambulante. Resultó que había muchas personas dispuestas a pagar bien por ver mi “don”. En aquel entonces, Shang Tsung era un vendedor ambulante. Nuestros caminos se cruzaron y vio mis habilidades. Cuando empezó a aprender brujería de verdad, quiso estudiarme. Y como me negué, capturó a mi familia.
–Vaya –soltó Johnny–. Una oferta que no se puede rechazar.
–Es peligroso… –advirtió Syzoth– y tiene planes. El General Shao, Rain y él están conspirando.
–¿Para hacer qué? –preguntó Kenshi.
–No lo sé con certeza, pues apenas oí fragmentos –respondió Syzoth.
–Es posible que quiera hacer un golpe de Estado –pensó Mariano en voz alta–. Si no ¿por qué aferrarse a la familia real con mentiras?
De repente, se escucharon rugidos salvajes y todos se detuvieron. Baraka desplegó sus cuchillas y Syzoth se transformó en su estado natural. Los rugidos siguieron oyéndose por el bosque y los habitantes del Mundo Exterior salieron a la carrera a una velocidad imposible para el cuarteto. Los rugidos continuaron e inmediatamente se detuvieron.
Mariano y Kung Lao estuvieron delante y preparados para cualquier ataque sorpresa, mientras que Johnny se quedó con Kenshi caminando velozmente. Cada poco tiempo, Mariano volteaba la cabeza para ver cómo estaban y Johnny alzaba el pulgar positivamente.
Caminaron lo más rápido que podían y con cada paso escucharon los rugidos de Syzoth, las filosas cuchillas de Baraka y una voz femenina. Las ramas chocaron contra ellos y Mariano preparó los cartuchos de las armas. Al llegar, la batalla de los habitantes del Mundo Exterior y encontraron a una mujer muy peculiar.
Sus ojos eran negros como la tinta igual a su cabello atado en una cola de caballo. Sus prendas eran blancas, la parte superior tenían mangas cortas estilo capa y parte del contorno parecían alas de ángel. En sus manos portaba una espada filosa y alrededor de sus ojos tenía tatuajes de líneas diagonales.
Mariano miró impactado los cuerpos de los alrededores. Eran monstruos con orejas puntiagudas y colmillos gigantescos. Sus rostros no parecían del todo humanos, pero tampoco eran infectados por el tarkat. Mariano y el resto pasaron al costado de una cabeza decapitada hasta estar cerca de Baraka y Syzoth.
–¿Qué es eso? –preguntó Kenshi mirando alrededor y olfateando.
–Mejor viví en la ignorancia –dijo Mariano.
–Solo sigue nadando –respondió Johnny–. Y… ¿quién es nuestra femme fatale?
–Soy Ashrah, demonio del Infierno.
–¿Demonio? –preguntó Johnny–. Te ves humana, o casi ¿Y qué es el Infierno?
–Los monjes lo explicaron –respondió Kenshi–. ¿Te dormiste en todas las clases?
Johnny hizo una mueca de enojo y contestó:
–Parece que sí en esa.
–El Infierno es la encarnación del tormento –informó Kung Lao.
–No me digas –dijo Johnny sarcásticamente.
–Parezco casi humana porque purgué la mayor parte de la maldad de mi alma –explicó Ashrah–. Cuando termine, habrán desaparecido los últimos vestigios de mi forma demoniaca.
–¿Por qué te perseguían esos demonios? –preguntó Kung Lao.
–Los envió Quan Chi, mi ex maestro –respondió ���. Yo era parte de la Hermandad de la Sombra. Su intención era y es dominar los reinos. Me aparté de él cuando me di cuenta de que no podía ayudarlo a corromperlos.
–Y ahora quiere matarme –finalizó Syzoth.
–Exacto –afirmó–. Seguí a Quan Chi desde el Infierno hasta aquí. Está construyendo dispositivos que roban almas a gran escala. Primero los esta está probando con los muertos que residen en el bosque.
–¿Por qué robar almas, Ashrah? –preguntó Baraka.
–Quiere usar su poder ¿Para qué? No lo sé –respondió–. Pero sí sé que su intención es contribuir a los planes de otro brujo, Shang Tsung.
–¿Se conocen? –cuestionó Mariano boquiabierto–. ¿Cómo?
–Maldita sea –maldijo Johnny–. Está en todos lados.
–¿Seguro que Quan Chi está aquí? –preguntó Kenshi.
–Mi kris lo percibe. Está cerca.
–No, no –dijo Johnny firmemente a el ex mafioso–. Irás a casa.
–Tenemos trabajo que hacer –espetó Kenshi–. Quan Chi nos puede llevar hasta Shang Tsung.
–Liu Kang tiene razón –dijo Baraka–. Shang Tsung es un peligro al que debemos enfrentar. Les ayudaré.
–Yo igual –se unió Syzoth.
–Los votos a favor mandan –dijo Johnny en un suspiro–. Moción aprobada. Ashrah, guíanos.
La demonio alzó su kris y guio el camino entre la abundante vegetación. Siguieron caminando por unos minutos y todos estaban al pendiente. En un momento, la espada comenzó a reaccionar en la hoja en un destello blancuzco.
–Quan Chi se aproxima –dijo Ashrah–. Las emanaciones de su maldad se intensifican.
–Esa es un arma poderosa –comentó Baraka.
–Y eso me sirve mucho –agregó–. A medida que destruyo el mal que encuentra, me purifico cada vez más.
–He ido a terapia y estoy a favor de la autoayuda –dijo Johnny–. Pero ¿desde cuándo un demonio quiere tener menos maldad?
–Pasé una eternidad condenada en el Infierno –respondió Ashrah–. Había asumido que no existía ninguna otra cosa. Pero luego conocí la Tierra y el Mundo Exterior. Vi que había una mejor manera de vivir. Pero, para tener algo así, debía limpiar mi alma. Mis hermanas demonios se enfurecieron cuando cambié de parecer. Kia y Jataaka fueron las primeras en perseguirme.
–¿Quan Chi también es un demonio? –preguntó Syzoth.
–En realidad, es el del Mundo Exterior –contestó Ashrah–. Pero dominó la magia negra necesaria para viajar sin restricciones hasta mi reino.
–¿Alguna idea sobre cómo se alió con Shang Tsung? –cuestionó Johnny mirando con asco al zaterrano tras comerse un insecto.
–Comparten una benefactora –respondió Ashrah–. Ella sacó a ambos seres de la oscuridad y les enseño lo que saben. No la conozco, pero no hay duda de que es una hechicera incomparable. Quizás más poderosa que la gobernante que hubo en el Infierno.
La curiosidad de Mariano despertó recordando la investigación de Adelina con la interacción que acaban de tener. Quizás podría ayudarle sacando un poco de información para ella. Si salían del Mundo Exterior podría escribírselo en las cartas.
–¿Cómo que una gobernante? –preguntó Mariano.
–Fue una diosa que estableció un orden.
–¿Qué le pasó?
–Una revuelta fue lo que la hizo caer –contestó Ashrah–. A pesar de eso, muy pocos demonios le siguen siendo leales y esperan su regreso. También, muchas almas de guerreros caídos aguardan su retorno.
–¿No murió? –preguntó Kenshi.
–Algunos demonios dicen que sí –contestó Ashrah mirando la vegetación–. Otros rumorean que quedó en un sueño sin fin. Su poder fue bastante imponente y logró ser una líder bastante temida y respetada.
–Debió ser una diosa con mucho carácter –agregó Kung Lao.
En ese instante, la kris de Ashrah volvió a emitir sonidos y su luz más brillante y dijo:
–Quan Chi está cerca.
Llegaron a un conjunto de arbustos y árboles lo suficientemente bastos para ocultarlos a todos. Mariano visualizó a cinco personas frente a una gran maquinaria extraña y terrorífica. Tenía rostros esqueléticos y un par de columnas espiraladas del color cobre hacia el cielo emitiendo un resplandor verde.
Cada uno del grupo era más peculiar que el anterior. Una chica pelirroja con alas como gárgolas llevaba en sus manos una especie de rubí al igual que un hombre con vendajes en los brazos y heridas por todo el pecho. El brujo las colocó en un orificio como si fuera una boda con colmillos y empezó a conjurar en un idioma extraño.
–Vaya, la trama se complicó –soltó Johnny.
–¿Qué mierda es eso? –preguntó Mariano sorprendido.
–La tierra corre grave peligro –dijo Ashrah–. Un solo ladrón de almas basta para matar a cientos de miles. Si despliega muchos…
–Morirán millones –terminó Baraka con firmeza.
Ashrah alzó su espada. Sus ojos negros como la brea destilaron furia y dijo:
–Yo me encargaré de Quan Chi. Ustedes cuatro, contengan a los demás.
Todos avanzaron, pero Mariano se percató que Johnny y Kenshi se quedaron atrás por unos minutos. Mariano volteó la cabeza y vio que ambos intercambiaban las katanas. Junto a los demás, salieron a la carga de los secuaces de Quan Chi alertando a la pelirroja con alas. El brujo detuvo su encantamiento y dijo:
–Una vez más, evitaste que te capturaran, Ashrah. Y parece que tienes aliados.
–Te enfrentaremos en grupo, brujo –espetó–. ¡No robarás ni un alma!
Se prepararon para arremeter y la chica con alas de gárgolas se abalanzó hacia Ashrah. Mientras, Mariano junto a Johnny se enfrentaron a un hombre de color calvo de vestimenta negra y naranja. El hombre le dio una patada en la cara al actor y el rubio quiso golpearlo con las ametralladoras, pero lo esquivó y le respondió con un puñetazo.
Johnny volvió a contraatacar con un combo de golpes que fueron casi todos bloqueados, Mariano se reincorporó con una patada en las costillas al hombre calvo. Se desestabilizó, el rubio aprovechó para intentar darle un golpe con la culata del rifle viejo y luego, Johnny le dio un puñetazo a la cara. El hombre calvo se reincorporó, atacó a Mariano con una patada voladora y un golpe directo al pecho. Su espalda chocó contra los árboles y se levantó rápidamente con mareos y la vista borrosa.
Golpeó al hombre calvo con la culata del rifle y luego, Johnny le asestó un combo de golpes que no pudo esquivar. El contrincante quedó tambaleante, ambos aprovecharon y le dieron una patada haciendo que cayera entre uno de los arbustos.
En ese instante, Quan Chi terminó su encantamiento y el resplandor verde se desplegó con ferocidad a los cielos…pero, desencadenó algo mucho peor. El grito de una mujer se escuchó por todo el bosque seguido de aullidos y chillidos de lobos. Mariano se tapó los oídos tratando de bloquearlos, aunque sus manos fueron inútiles. Como si la mujer quisiera que todos sufrieran como ella lo está haciendo. Creyó que perdería la conciencia y luego comenzó a escuchar en su mente palabras de la voz femenina.
” ¡Ladrones! ¡Ladrón! ¡Los maldigo! ¡Mi creación! ¡Ladrón!”
El bosque perdió su vida. Los troncos con rostros humanos mostraron su dolor y el destello de sus ojos se esfumaban. Las almas de un color verde oscuro se dirigían hacia el ladrón de almas girando a su alrededor y perderse dentro de su resplandor macabro. Los árboles perdieron sus hojas y el pasto se volvió seco y quebradizo. Poco a poco, sus oídos comenzaron a soportar los gritos femeninos y los aullidos.
–Dios mío. Es un…  –dijo Johnny mirando al cielo–. Tornado de almas.
–Megadeth… –agregó Mariano imitando su acción.
Los rostros de los troncos se transformaron lentamente en cráneos y Quan Chi volvió a conjurar un hechizo sobre el ladrón de almas. Del resplandor verde de la maquinaria surgió una figura casi humana. Estaba encapuchado, su piel grisácea mostraba sus venas y sus ojos eran completamente verdes haciendo que su mirada fuera amenazante. Pareció que la presencia de este ente fue mucho peor, porque los gritos se volvieron más fuertes e imposibles de contener y una vez más comenzó a hablar en la mente de Mariano:
” ¡Mi balance! ¡Ladrón!”
–¿Qué tipo de magia oscura es esa? –preguntó Ashrah en vos alta.
–Somos Ermac. Un conjunto de almas unidas por la magia de Quan Chi. Vivimos para obedecer sus órdenes.
–Mátalos –ordenó el brujo señalando con el dedo.
Ermac salió del tornado de almas y disparó un halo verde hacia los compañeros de Mariano. Pero no pareció mostrar un ápice de dolor y lo alejó con su magia oscura. Mariano sintió el dolor al chocar contra un árbol y su vista se volvió borrosa.
Recobró la conciencia escuchando gritos de batalla. El rubio se levantó a trompicones y pudo ver a Kenshi atacando a Ermac, pero lo lanzó atrás con su magia. Mariano intentó ayudarlo, mientras recargaba sus ametralladoras escondido en un tronco tirado y Ermac le disparó con su halo verde. Una vez recargado, vació todos sus cargadores en la creación de Quan Chi, pero lo lanzó por los aires.
Mariano se levantó y Kenshi atacó usando su katana contra Ermac. Intentó darle estocadas y esquivó con agilidad cada ataque como si pudiera ver al enemigo. En un momento, Kenshi logró encestarle su katana y Ermac gritó. Sus ojos y boca emitieron un aura celeste y Ermac expulsó al ex mafioso, pero se sostuvo con su espada evitando un impacto. Los gritos de la mujer se debilitaron, pero su agonía todavía no.
Mariano quedó boquiabierto cuando vio a la katana de Kenshi moverse sola. Evadió cada ataque de Ermac de la forma más natural posible y al terminar, retornó a la mano de su portador. Se unió a Ashrah a pelear contra Ermac, Mariano tomó el rifle y corrió a ayudarlos. Si no pudo usar las balas, usaría la culata y los puños.
–La pelea no terminó –dijo Ashrah–. Derrotaré a todos los secuaces de Quan Chi.
–Nosotros somos muchos –dijo Ermac con fiereza–. Tú eres una. Te destruiremos.
Ashrah y Kenshi atacaron con estocadas, pero esquivó los esquivó y Mariano aprovechó para darle un golpe con la culata del rifle. Al mismo tiempo, el demonio usó su espada para emitir un halo blanco haciendo que Ermac retrocediera y Kenshi le propició una patada directo al rostro. Mariano quiso darle un puñetazo, pero Ermac usó su poder generando una presión indescriptible y lo alejó. Luego, lo hizo levitar por los aires y lo tiró más lejos haciendo que Mariano soltara un quejido.
Al levantarse, vio a Ashrah moverse tan rápido como la luz haciendo un corte limpio al pecho de Ermac y como contraataque generó la hizo levitar. Al mismo tiempo, Mariano corrió lo más rápido que pudo e hizo una patada voladora. El enemigo volvió arremeter, pero la katana de Kenshi se movió en el aire cortando cada intento de ataque. Ashrah aprovechó para darle un golpe final con una estocada con un resplandor blanco y Ermac cayó al suelo.
–La resistencia nunca es inútil –proclamó victoriosa.
–Nosotros somos muchos. Tú eres una. Te destruiremos –repitió Ermac como una radio vieja y se arrastró por el suelo.
–¿Qué le sucede? –preguntó Kenshi.
–El combate debe haber debilitado la magia que mantiene sus almas unidas.
–¡Sindel! –exclamó Ermac–. ¡Te encontraré!
El aura celeste volvió a salir de su boca y ojos y cayó al suelo. Se miraron confundidos y Kenshi preguntó:
–¿Qué fue eso?
–Vigílenlo –ordenó Ashrah–. Yo apagaré el ladrón de almas.
Mientras ambos se encargaban de Quan Chi, Ashrah con la espada en mano, intentó sacar la gema carmesí de la maquinaria, pero al hacerlo fue expulsada por una explosión. Las almas salieron del resplandor verde perdiéndose en el cielo… excepto una. Voló hasta Quan Chi tirado en el suelo y lo tomó por la cara. El brujo intentó evitar el fuerte agarre, fue en vano y Mariano pudo escuchar al alma decir:
–Nuestra diosa y señora sufre por tu culpa. Te haré sentir su dolor.
La piel aceitunada de Quan Chi pasó a ser blanca como la nieve en cuestión de segundos. Sus gritos se escucharon por todo el bosque, volvió a desmayarse con un ruido sordo y el alma se evaporó. En ese instante, Mariano se percató de que los gritos de la mujer y aullidos de lobos pararon. Sus oídos pitaron fuertemente y no pudo percatarse de que Ashrah caminaba desenvainando su espada.
–Ya que eso no te mató, yo lo haré –dijo alzando su kris.
–¡Para! –gritó Mariano–. No hay que matarlo.
–¡No, Ashrah! –exclamó Kenshi.
–Es muy peligroso para dejarlo vivir.
–Liu Kang debe interrogarlo. Él conoce los planes de Shang Tsung –explicó el ex mafioso.
Ashrah bajó su espada soltando un suspiro de derrota y con resentimiento en su voz aceptó. Los demás se pudieron reincorporar con lentitud y se acercaron hacia ellos.
–Bueno, está claro que pagué muy poco por ella –soltó Johnny refiriéndose a la katana, Sento–. ¿Sabías lo que podía hacer?
–En la leyenda no se menciona poderes místicos –respondió Kenshi–. Las almas de mis ancestros viven en su interior. Intentan guiarme.
–Bueno, solo no olvides quién te la dio, Takahashi –dijo Johnny orgulloso.
–Nunca, Cage. Ahora, llevémoslo a la Tierra –habló el ex mafioso enfatizando en el brujo.
–Sé que para ti este es tu lugar, Baraka… –empezó el actor–. Pero Syzoth, Ashrah; ustedes pueden venir si quieren. Seguro Liu Kang los recibirá.
–Nunca tuve un hogar –dijo la mujer con una sonrisa esperanzadora–. Eso sería maravilloso.
–Lamento cagar el momento emotivo –dijo Mariano–. Tratenme de esquizofrénico, aunque creo que todos lo escuchamos había una mujer sufriendo cuando Quan Chi activó el ladrón de almas. Literalmente, un alma dejó así al forro este porque supuestamente la lastimó. Segundo, tenemos que agilizar el trámite porque va venir el ejército y nos van a matar.
–Fue muy terrorífico lo que pasó –dijo Kung Lao–. Todavía puedo escuchar sus gritos y lo que decía.
–Lo veremos en cuanto lleguemos a la Tierra –dijo Ashrah con seriedad–. Tenemos que cargar a Quan Chi.
Johnny y Kung Lao cargaron al brujo por los hombros y continuaron caminando hacia la capital, Sun do. Pasaron por lo que quedaba del Bosque Viviente repleto de los árboles con rostro transformados en calaveras y otras plantas invadidas por llamas verdes. El pasto crujió con cada paso que daban y Mariano sintió el vacío del ambiente.
Alejado de los horrores del bosque, el grupo llegó a un pequeño río y se sentaron a descansar. Mariano se refrescó un poco y lo despejó de la loca carrera. El reflejo del agua mostró su rostro cuadrado con moretones por los combates, se enjuagó la cara y pasó el agua fresca por la nuca. Hizo una mueca al tocar la herida cicatrizada del golpe que le hicieron en el laboratorio de Shang Tsung. Luego, se remojó parte de la cabeza y el cabello y un alivio lo recorrió al disfrutar el agua fresca recorriendo su piel sudorosa.
Invitó a comer a Ashrah, Syzoth y Baraka, pero el único que se negó fue el zaterrano. Repartió lo último que tenía de comida y empezó a comer la carne seca soñando despierto en las comidas que ansiaba probar nuevamente y saciar su infinito apetito. Después, revisó las heridas de Kenshi con los últimos suministros que le quedaban. La inflamación en los ojos había disminuido considerablemente, pero seguía estando y cualquier indicio de infección desapareció gracias al ungüento de Syzoth y los primeros auxilios.
Durante el descanso, todos escucharon a Quan Chi removerse y quejarse en sueños. Mariano mantuvo cerca el rifle del Viejo Mario para golpearlo en caso de que despertara. Ashrah destiló su mirada de odio hacia el brujo inconsciente y volvía a comer en silencio sumida en sus misteriosos pensamientos.
El día dio paso a la noche y llegaron a la entrada de la capital del Mundo Exterior. Todos se despidieron de Baraka y le agradecieron con mucho su ayuda en batalla. Lo vieron marcharse entre los arbustos y árboles hasta no escuchar sus pisadas y choques con las ramas.
El grupo logró infiltrarse entre los guardias hasta llegar al mercado. Syzoth se había ido a los techos a ver cuánto faltaba para el portal y si había vigilancia. Mientras, Mariano y Johnny lograron robar un poco de ropa y máscaras para camuflarse entre la basta multitud. El rubio encontró un poncho lo suficientemente grande para esconder su mochila y armas sin problemas.
Johnny y Kung Lao intentaban ponerle los atuendos a Quan Chi, mientras Mariano vigiló el callejón oscuro y mugroso en el que estaban. Los ciudadanos pasaron y se apelotonaron en las grandes calles. Los puestos de comida desprendieron sus exquisitos de carne desconocida y de las masas fritas. Los músicos tocaron sus instrumentos y algunos habitantes del Mundo Exterior se agruparon a bailar y otros, lanzaron fuegos artificiales soltando risas al ver el cielo iluminado. Mariano se escondió cuando pasaron guardias del General Shao y notó que las calles estaban repletas de ellos.
–Buenas noches, Príncipe de la Oscuridad –dijo Johnny a Quan Chi inconsciente y miró a sus compañeros–. Perfecto. Encajarán a la perfección.
–¿No podías robar un sombrero más práctico? –preguntó Ashrah y Mariano contuvo una risa.
–Pareces un mariachi –dijo el rubio.
–¿Qué? Te oculta la cara –espetó Johnny–. Y, a decir, verdad te queda bien.
Ashrah sonrió por el comentario y Kenshi dijo:
–Todavía me quedan mis dudas. Llevarlo llama la atención, y no queremos eso.
–Además, para cagarla aún más hay bocha de guardias –agregó Mariano señalando con el pulgar a la salida del callejón–. Cada cuadra hay como dos y creo que son del General Shao.
–Miren allá afuera. Me recuerda a los carnavales –espetó Johnny–. La gente pensará que la fiesta estuvo buena.
En ese instante, Syzoth bajó de los tejados y el actor preguntó:
–¿Qué pasa?
–Vayan hacia el escenario, luego a la derecha y hasta el portal. Pero hay soldados y oficiales por todas partes.
–¿Seguro que es suficiente? Si alguien nos ve estamos muertos –dijo Kung Lao.
–Por eso mismo crearé una distracción –espetó el zaterrano.
–También te buscan a ti, Syzoth –agregó Kenshi.
–Si no ve me ven no podrán atraparme.
Inmediatamente, desapareció de la vista de todos y dejó a Mariano boquiabierto.
–Maldición –soltó Johnny–. No me contaste que eres como el depredador.
Mariano oyó levemente las pisadas de Syzoth perderse en la multitud y los demás salieron con lentitud del callejón mugriento. Los ciudadanos de Sun Do fueron de un lado al otro con risas alegres y bailaban al compás de la música. Mariano se quedó atrás de Johnny y Kung Lao que cargaban a Quan Chi, mientras que Kenshi y Ashrah iban a la delantera.
En un momento, caminaron más lento y Mariano vislumbró a un par de guardias imperiales. El pánico lo inundó, pero el sonido de una explosión y los gritos de la multitud hizo que su corazón no explotara. Volteó para ver un fuego en los techos de las casas hecho por los faroles. El grupo apresuró el paso entre la gente que se apelotonaba y corría despavorida.
Mariano no tenía balas para pelear con los soldados y solamente preparó el rifle del Viejo Mario. Entre la carrera, se percató de que Kenshi no estaba y le invadió la preocupación, pero quedó opacado con las pisadas fuertes y al girar la cabeza, el General Shao y sus soldados estaban encima de ellos.
–Están detrás nuestro –dijo Mariano y Johnny y Kung Lao se detuvieron.
El brujo pareció recomponerse de su sueño y se soltó de ellos. Se tambaleó y Johnny y Kung Lao le dieron una pequeña paliza por turno. Antes de que Quan Chi cayera al suelo, Mariano le pegó con la culata del rifle y se arrastró por el suelo hasta perderse en la multitud. El General Shao no le dio importancia y se prepararon para pelear.
–Si fuera una de mis películas, nos salvaría un personaje cómico e intrépido –dijo Johnny.
–Prefiero a Adelina o a Daniela, muchas gracias –espetó Mariano.
A lo lejos, Mariano le pareció escuchar una risa y cuando giró la cabeza, vio a Kenshi y Syzoth bajar por una soga.
–Si hoy morimos será juntos –dijo el zaterrano.
–No sé si cómico, pero intrépido, seguro –soltó Johnny.
Inmediatamente pateó al shokkan que tenía enfrente y Mariano golpeó con la culata del rifle a un soldado dejándolo noqueado. Se abalanzó a otro y bloqueó el ataque con su espada. Mariano retrocedió a la embestida y aprovechó para darle al soldado un puñetazo en la cara seguido de una patada en la espalda. Sonriente, lo golpeó en la nuca con la culata y rápidamente, esquivó la estocada de un enemigo cercano. Mariano lo empujó con todas sus fuerzas haciendo que chocara contra un puesto de comida. Cuando todos los soldados cayeron, la multitud dejó pasar a los refuerzos liderados por un centauro y Syzoth gritó:
–Debemos irnos ¡Ahora!
El grupo corrió entre los habitantes del Mundo Exterior con el soldado centauro pisándole los talones. Algunos transeúntes les dejaron el paso libre y Mariano se alivió al ver el portal. Junto al resto, corrieron hasta pasar por este y el vuelvo en el estómago alivió a Mariano. Los oleajes violetas se volvieron naranjas y llegaron a la reconfortante Academia Wu Shi.
El aire fresco del lugar reconfortó al rubio, junto al sonido de los pájaros. Las respiraciones agitadas quedaron opacadas y Mariano se posicionó con los demás viendo si del portal salía un enemigo. Milagrosamente, el portal se cerró y el corazón de Mariano se tranquilizó más. Cayó al suelo de madera y soltó una risotada alegre. Sus ojos miraron por arriba el calzado del dios Liu Kang y algunos monjes.
–Hola, Liu Kang ¿todo bien?
–Johnny, Kenshi, Kung Lao, Mariano. Volvieron a salvo –el dios miró a cada uno del grupo y sus ojos blancuzcos se posaron en el ex mafioso–. ¡Por los Dioses Antiguos!
–Tuvimos un encontronazo con los demonios internos de la princesa Mileena –aclaró Johnny.
–Me quitó la vista. Pero Sento, a su manera, me la devolvió.
–Me alegra que Sento y tú se unieran –dijo Liu Kang con una sonrisa triste–. Aunque tenía la esperanza de que esta vez los medios fueran distintos.
¿Esta vez? ¿De qué hablaba el dios? La curiosidad de Mariano despertó rápidamente y lo miró como pudo desde donde estaba.
–¿Esta vez? –cuestionó el ex mafioso.
–Perdón, Kenshi. Me confundí. Ve, los monjes atenderán tus heridas.
Mariano vio como el ex mafioso se marchaba del lugar y dejó de oír sus pasos. Kung Lao decidi�� acompañarlo dejando a Syzoth, Ashrah, Mariano y Johnny con el dios.
–Encontramos a Shang Tsung, pero se nos escapó –explicó el actor–. Entiendo por qué te preocupa. Está hasta el cuello en cosas muy serias.
–Sospechamos que quizás quiera hacer un golpe de Estado… –agregó Mariano.
–Descansen y coman. Luego hablaremos.
–¿Me pueden traer un martini también? –preguntó Johnny–. Batido, no mezclado.
–Yo quiero un choripán y empanadas de jamón y queso fritas, por favor.
El rostro del dios mostró una pequeña sonrisa. Luego, miró a Syzoth y Ashrah y el actor soltó un suspiro.
–Perdón –dijo–. Estos son los nuevos jugadores de la Tierra. No habríamos logrado volver sin ellos.
–Son buena gente y pelean bien –dijo Mariano alzando el brazo con el pulgar arriba.
El dios se acercó al par y los llamó por sus nombres. Eso hizo que Mariano levantara la cabeza y abriera más los ojos de la curiosidad y sorpresa.
–¿Nos conoces? –cuestionó Syzoth.
–Como protector de la Tierra, sé muchas cosas.
–¿También conoces a mi exmaestro Quan Chi? –preguntó Ashrah–. Conspira junto con Shang Tsung,
–¿Una nueva alianza letal? –repreguntó el dios–. Vengan, todos. Díganme todo lo que saben.
Mariano vio desde el suelo a Ashrah y Syzoth marcharse con el dios y se quedó con Johnny.
–Vaya. Adiós al martini –dijo.
–Y a mi choripán y empanadas –agregó Mariano–. Che, ¿me ayudas a levantarme?
Johnny le extendió la mano y el rubio la aceptó con gusto. Siguieron a los tres y le contaron al dios todo lo que había pasado en el Mundo Exterior. Sobre todo, los gritos y aullidos en el Bosque Viviente. La mirada del dios era seria y sin exponer ni una emoción. Tras contarle cada pedacito de la información, el dios les dio permiso para irse a sus aposentos.
Antes de marcharse, Mariano le preguntó por el estado de Daniela. La amenaza de Shang Tsung opacó sus preocupaciones por su amiga. Deseó que su pierna haya mejorado e incluso, pudiera caminar con normalidad. El dios solo le otorgó con una sonrisa tranquila y le dijo:
–Creo que ella está cerca de los jardines. Se alegrará de tu regreso.
Mariano se retiró dejando a Ashrah y Syzoth a manos del dios. Corrió desesperadamente hacia los jardines y no la vio por ningún lado, fue hacia la enfermería, el recinto de estudiantes y luego, a las cercanías de los entrenamientos. Sonrió al ver a Daniela con muletas tratando de caminar y alzar la cabeza su rostro mostró sorpresa. Mariano corrió y la abrazó con fuerza. Le besó la mejilla y Daniela lo imitó entre risas.
–¿Cuándo volvieron? –preguntó sonriente.
–¿Cuándo pudiste caminar? –repreguntó Mariano alegre.
–Primero contéstame a mí.
–Más o menos –dijo Mariano mirando la herida de su pierna cicatrizada–. No pudimos atrapar al hechicero, pero conseguimos algo de información de él. Ahora vos.
–Los monjes hicieron algo mágico y puedo caminar un poco. Me enteré de lo que le pasó a Kenshi –dijo Daniela con tristeza.
–Sí, fue un duro golpe, pero lo importante es que estamos acá. También, tenemos nuevos compañeros.
–Uh, que bien –soltó Daniela con un brillo en sus ojos cafés–. Los quiero conocer ¿cómo son?
–Una es un demonio del Infierno y el otro es medio un furro, pero simpático. Y quiero comer tengo mucha hambre.
Daniela sonrió y fue con Mariano para ver a Ashrah y Syzoth y luego saquear lo que pudiera de las cocinas hasta llenar su estómago.
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zopermy · 2 years ago
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It’s fine
Ghost x Lectora
Ghost comienza a evitarte para protegerte, pero no tomo en cuenta otros factores de riego.
Advertencia: abuso sexual, triste, muerte.
. . . . . . ╰──༄ ‧₊˚───── ─── ❨🫧❩
La actitud fría por parte de Ghost era común y frecuente, nada extraño pero, hace unas semanas que su actitud contigo era más que fría. Te estaba ignorando.
Ustedes eran una pareja desde hace ya algunos años, nunca llegaron al matrimonio. En estos años claramente que han desarrollado su confianza con el otro. Confianza que se estaba quebrando.
Se conocieron gracias a una misión asignada por el Capitan Jhon Price. Actualmente ya estabas retirada de ese mundo, por el contrario de Ghost que estaba más que sumergido en ello.
Te encontrabas haciendo los quehaceres de la casa con tu música un poco alta, cuando la puerta se abrió. Ghost había regresado de su misión.
— ¡Simon! — Te sorprendiste al verlo y fuiste hacia él con el ritmo de la música y una amplia sonrisa.
Lo abrazaste pero él te alejó y apago la música.
— No estoy de humor —
Esa era su excusa reciente, antes era “estoy cansado”. Se recostó en el sofá, tirando su cabeza hacia atrás, tú continuaste con los quehaceres.
— ¿Quieres que te prepare algo de comer? —
— No —
Con ese rotundo negativo como respuesta se levantó, se duchó y se recostó a dormir en la recámara de invitados. Eso era lo otro, él comenzó a dormir separado de ti desde hace unos días. Te estaba destruyendo poco a poco.
Al siguiente día tendría libre, sabias que se iría temprano por la mañana por lo que colocaste una alarma.
04:30 a. m. Te levantaste y él estaba arreglando un bolso, apuntó de salir.
— ¿Dónde vas? —
— Regresaré al almuerzo —
— ¿No prefieres quedarte? —
Tus manos recorrieron sus hombros, sus pectorales, su abdomen, apuntó de llegar al lugar deseado cuando te detiene.
— Basta — Endureció su mirada, abrió la puerta y se fue a quien sabe dónde.
No llegó al almuerzo, ni a la cena y te evitaba de esas maneras constantemente, como si tú mera presencia le desagradase.
Al día siguiente fue lo mismo, pero en la tarde tocaron la puerta. Pensaste que era Ghost, pero el solo entraría a casa. Finalmente era tu vecino.
— Hola, ¿puedo pasar? —
— Claro —
Te hiciste a un lado para dejarlo pasar y cerrar la puerta.
— ¿Gusta algo de beber? — Él se negó — Entonces dígame ¿Qué lo trae por aquí? —
— He notado que tu pareja te ha ignorado ¿no es así? — Se acerco con dominancia.
Era más bajo que ghost pero se le notaba un buen estado físico.
— No es de su incumbencia —
— Oh vamos, puedo ser mucho mejor que ese idiota — Lo abofeteaste.
— No se atreva a hablar de ese modo —
— Maldita perra y yo que sería amable contigo — atrapo ambas de tus manos.
Nunca llegaste a un cargo tan alto como el de Ghost y más aún retirada, tus habilidades estaban realmente descuidadas.
— Suélteme — Por más que forcejeabas este no cedía.
— Al fin estarás con un buen hombre ¿no te alegra eso? —
Pateaste su zona baja provocando que soltara su agarre. No desaprovechaste oportunidad para correr a encerrarte en tu cuarto. Tomaste tu celular para llamar a alguien.
[Simon 💗]
Estabas apunto de llamarle, cuando un pensamiento pasó por tu mente “no responderá, le desagradas”. Buscaste otro contacto.
[Soap]
Esperaste que contestara rápido. Y así fue.
— ¡[T/N]! Tanto tiempo —
— Soap ahora yo… — Tú desesperación era perceptible en tu voz.
— ¡Abre la puerta, maldita zorra! —
— ¿[T/N]? ¿Qué está sucediendo? —
En ese momento cayó la puerta, tiraste rápidamente el celular bajo la cama sin cortar la llamada.
— ¿Por qué te escondes? De esta no te escaparás, he esperado bastante por esto —
— Aléjate — Las lágrimas comenzaron a hacer su aparición.
Si Soap no llegaba pronto o llamaba a emergencias estarías en un gran peligro.
Él se acercaba a paso lento pero seguro, mientras te regalaba una sonrisa desquiciada.
— Lo disfrutaremos ambos, te lo prometo —
En el momento que miraste el celular bajo la cama captaste como Soap colgaba la llamada. Tu bienestar ahora mismo quedaba en las manos de él.
. . . . . . ╰──༄ ‧₊˚───── ─── ❨🫧❩
Soap salió del cuartel lo más rápido que pudo, en el camino se encontró con el capitán.
— ¿A dónde tan rápido? —
— A casa de Ghost —
Soap ni siquiera volteo para contestarle a su capitán, él solo seguía corriendo.
Al llegar a tú casa apoyo su cabeza en la puerta para escuchar y solo escucho tus gritos. La abrió y corrió donde provenían.
Logró ver cómo estabas solo en ropa interior, forcejeando al que en esos momentos lamia tu cuello.
Tus ojos al verlo sintieron alivio, estarías a salvo.
Soap lo tomó de la camisa tirándolo lejos de tu persona apuntándolo con su arma.
— Maldito enfermo ¿Qué se supone que haces! — Le gritó — De esta no escaparas vivo, bastardo —
En el suelo trato de arrastrarse hasta la salida, pero se detuvo ante las palabras de Soap.
— Si llegas a salir por la puerta, no dudes en que te dispararé en la cabeza — Se saco su abrigo y te lo entrego — Tranquila, ya estoy contigo. —
— Gracias — Susurraste con tus lágrimas que persistían en salir.
. . . . . . ╰──༄ ‧₊˚───── ─── ❨🫧❩
Ghost en su habitación del cuartel sintió que tocaron su puerta.
— Adelante —
El capitán Price se adentró
— ¿Estás aquí? — Habló sorprendido.
— ¿A qué se debe esa pregunta? — Lo miro de reojo.
— Soap salió del cuartel a toda prisa, dijo que se dirigía a tu casa. Ghost, no tenía buena pinta —
— Gracias por el aviso, capitán —
Se dirigió hacia la salida, mientras los pensamientos lo carcomían “¿y si le ocurrió algo? Por algo la estuve alejando, porque mis enemigos ahora me tenían en la mira, no quería que ella se viera envuelta en esto. ¡Mierda! He visto su semblante triste por semanas por culpa de esos bastardos. Si la llego a perder a ella también no sé qué haré”
Al llegar a su casa vio una camioneta de policías afuera. Su preocupación cada vez crecía más y más. Te buscó con su mirada, con desesperación.
Estabas dando tu declaración, Soap te daba su apoyo apoyando su mano en tu hombro.
— ¿Qué sucedió aquí? — Ghost se había acercado a gran velocidad.
— Señor, ella está dando su testimonio. Más trade podrán hablar —
Soap te miro, comprendiste por completo su mirada. Te preguntaba si podía ir con Ghost a contarle, si estabas bien. Tú asentiste y él te dejo.
Dirigió a Ghost un poco más allá.
— Habla — Su mirada era penetrante.
— Ella me llamó y se escuchó como alguien derribó la puerta, le decía que la iba a complacer y se iban a divertir. Ella le decía que se alejara. Cuando llegue acá, el tipo la tenía casi desnuda, besándola en el cuello —
— ¿Dónde está el bastardo? —
— Ya se lo llevaron las autoridades. Ghost, no era uno de tus enemigos, era su vecino —
— Vecino o enemigo, estará muerto para mañana —
Ghost estaba sintiendo tantas emociones, sentía alivio porque estuvieras a salvo, sentía rabia porque no te pudo proteger y se sentía mal porque tú no acudiste a él, sino a su amigo, Soap.
Cuando terminaste tus declaraciones Simon fue el primero en acercarse, te abrazo.
— Me alegro que estas bien — Esta vez tú lo separaste.
— Sí, estoy bien — Tus ojos aún enrojecidos no lo miraban.
— ¿Por qué no me llamaste a mí? — Él sabía que no era el momento, pero te encaro. Solo le respondiste con otra pregunta, dejándolo perplejo.
— ¿Me hubieras contestado? —
Era cierto, Ghost no le hubiera respondido la llamada.
— No sé si tu actitud de ahora es algo personal o es por el trabajo, pero de cualquier modo yo en verdad que más tiempo no lo podré tolerar —
— ¿Qué tratas de decir? — Simon temía lo peor.
— Está noche tomaré un vuelo hacia mi país, estaré con mi familia. Nuestra relación llega hasta aquí —
Simon se irguió y su mirada volvió a endurecer.
— Si es lo que deseas no te detendré —
— Ya veo, rudo hasta el final ¿no? Te deseo lo mejor, Simon — Te adentraste a la casa e hiciste tu maleta.
Ghost se alejó de ahí, lo suficiente para no estar en tu perímetro de visión pero sí en el suyo. Observó cómo hacías tus maletas, como tomaste un taxi directo hacia el aeropuerto y como tomaste el avión a las casi 23:00 hrs.
Solo le quedaba una deuda por saldar y se encontraba en la estación de policía.
Al ser un teniente lo dejaron a solas con el hombre que atento contra tu seguridad, mala decisión. Esa noche el no necesito ningún arma, él lo mató con sus propios puños.
. . . . . . ╰──༄ ‧₊˚───── ─── ❨🫧❩
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shikitstubasibrary · 5 months ago
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Track 37: Café molcajeteado
Se había quedado a esperar fuera de su departamento, fijándose si podía ver a Kaito llegar.
Tuvo un nuevo mensaje.
«¡LO SIENTO!»
«Ha surgido un inconveniente, no podré ir».
Suspiró.
«Te lo compenso luego, lo prometo».
Lanzó su móvil contra el suelo.
No lo suficientemente fuerte para que la pantalla se trizara, por desgracia. Cómo odiaba cuando le hacían promesas que no iban a ser cumplidas.
Alguien lo recogió por él.
—¿Qué haces fuera Haru? —era Natsume.
—Uhm… esperaba… a Kaito… —fue cuidadoso en cómo expresarse, tomando en cuenta su poco conocimiento en las señas— ha dicho… que no… vendría.
—Vaya… —se quedó pensativo— ¿Iban a… alguna parte?
—Reservó una mesa en un... restaurante costoso —suspiró— por suerte me ha dejado el dinero para pagarlo, hasta me tomé la molestia de buscar la ropa más adecuada… —frunció el ceño.
«Woah, sí que es diferente hablar con las señas». Pensó, ya acostumbrado a sus respuestas monótonas y habla entrecortada.
—¿Dónde es?
Le mostró la dirección.
—Es un sitio demasiado costoso para una simple cena.
—Ha sido su... idea.
Se fijó en las ropas mucho más casuales que se traía.
—¿Te parece bien si vamos a comer ramen? —propuso— Pensaba ir a hacer compras, pero… supongo que si cambias de planes por hoy no será tan decepcionante.
—¿Ah?
—Te estoy invitando a comer, Haru—Haru.
Desvió la mirada colocando una mano sobre su cabeza, en un intento muy pobre de ocultar ambos: vergüenza y felicidad.
Llegaron a un restaurante medianamente lleno de gente.
—Por cierto, felicidades por salir.
—Gracias…
—Me siento un poco tonto por haber empezado a aprender señas bastante tarde, perdón si he sido una molestia los últimos meses.
Negó.
—E—está bien… estoy acostumbrado a… cosas como esa… —dijo— a no todo el mundo le interesa aprender…
—¿Has hablado con Luka?
Llegó un mesero, que les dio la bienvenida y la carta del menú.
—Ah… —tosió— ¿Ha… mencionado algo?
—Preguntó por ti.
—Ya veo…
—¿Pasó algo?
—¿Crees que soy… frío…? —quiso desviar el tema.
—Ciertamente te reservas muchas cosas, como cualquiera —dijo— por una parte, lo entiendo, por eso a lo que me dedico… ya sabes.
—Huh…
—Si se trata de que tienes mal humor pues… ¿no es normal? Todos se ponen de malas si pasan por momentos estresantes, incluso yo, muchas veces por cosas personales y otras por cosas más obvias —sonrió un poco forzado— los padres de Madoka no son grandes apoyos precisamente, he estado intentando convencerle que deje su casa por un largo tiempo.
Quedó ligeramente encantado, al ver su cara cambiar a una expresión ligeramente sombría.
—Sé que tuve suerte de tener familiares comprensivos, aun así no comprendo cómo es que el número de personas en contra sigue siendo mayor, así es muy difícil enfrentarse a prejuicios. —hubo un silencio corto— ¿Ves? A eso me refiero, Haru—Haru. —Sonrió— Simples pero grandes problemas.
Tumblr media
—Fui... grosero con Chiaki… tal vez por reflejo… —suspiró— no pretendía… lo que me dijo me hizo muy feliz pero… me dio miedo…
Cuando fantaseaba sobre momentos como aquel, nunca se vio a sí mismo reaccionar de esa manera.
—Es una forma autodestructiva de defensa.
Asintió.
—No sé solo… cada vez que… alguien es amable conmigo… pienso que lo es porque buscan algo… de mí y yo… no tengo… nada que ofrecer… —traga saliva— entro en pánico… y empiezo a actuar… de forma irracional…
—Vivir con pánico todo el tiempo no es bueno.
—No…
—Tienes miedo pero de todas formas intentas ser comprensivo con los demás, eso me agrada.
Se sonroja.
—Me gusta pensar que soy optimista, pero es muy difícil que ciertas personas me tomen en serio porque creen que siempre estoy siendo un payaso —explica— Madoka es alguien cauteloso también, de vez en cuando me recuerda restablecer los límites.
—¿Así que… no te molesta?
—Nope. —sonrió— Cada quien lidia con sus emociones como ha aprendido, no creo estar en posición de hablar demás si no se pasan de la raya. —se fijó en el menú— ¿Te importa si pido dos tsukemen?
—No… hazlo.
—Vale. —cerró el menú— Si es cierto que Luka te conoce de antes, el riesgo que tomó es uno consciente.
—Eso…
«Kacchan, mira esto».
Le llegó una foto de Tama, acompañada de Kai, quien hacía su mejor esfuerzo por mostrar una sonrisa decente.
«¡Es la presi!»
—Oh.
«Resulta que es roommate con mi compañera de proyecto, ¡Deséame suerte para poder hacer un avance hoy!»
«No».
«Muy gracioso».
«¿Sigues en tu cena?»
—¿Quién es?
—Tama.
—Tengo una idea.
—¿Ha respondido?
—Me envió esta foto. —se la enseñó.
Kai tomó el móvil, en un principio igual de confundida que ella al tratarse de una que mostraba la mesa y parte de una mano.
—Habrá intentado sacarle una foto a la comida o algo así.
—Esa es la mano de Natsume.
—¿Eh?
—Tiene la costumbre de enviarme fotos sin buen enfoque, se inventó un juego tonto donde tengo que adivinar a dónde ha ido. —suspiró— Están en el lugar de siempre, que perezoso es para cocinar por su cuenta... en serio…
—¿Yoshiyuki?
—Es el único Natsume que conoces, ¿no?
—Vaya, vaya… —imitó la forma de hablar de una mujer educada, incluso cubriendo su boca como tal— vaya, vaya…
—¿Qué tiene?
—Admiro tus capacidades observadoras Kai.
—Deberías enfocarte en trabajar, señorita líder. —ignoró el cumplido.
—Kai, ¿nos puedes traer más agua? —pidió alguien.
—¡No soy vuestra sirvienta, tráela tú misma vaga!
—Vale… —evitó discutir.
«Suerte».
No escribió más.
—¿Por qué?
—Es más divertido así. —llegaron sus pedidos— Voy a por algo de tomar.
Era mejor cuando salía con él sin duda. Verdaderamente no tenía remedio. Pensar en ello como una cita le hacía más feliz, a pesar de estar consciente de ser un pensamiento unilateral.
Pronto dejaron el restaurante. La noche ya estaba encima de ellos.
—¡Encontré a la luna! —señaló al cielo.
Le siguió con la mirada.
—Ha estado escondida las últimas noches —rio—, parece que te gustó la bufanda.
Sus mejillas se ruborizan, otra vez.
—Me alegra.
Le sonrió nerviosamente.
—Siempre trato de... cuidar los regalos que recibo…
—Es un lindo gesto. —volvió a reír— Me alegra haber roto la barrera entre nosotros, pensar en todo lo que me he perdido por ser tonto. —bromeó fijándose en sus manos.
—¿Barrera?
—Esta. —Con su mano simuló una pared invisible entre ambos, la que luego rompió tomando sus manos por uno segundos— En serio, en serio estoy muy feliz.
Se paralizó.
—Yo… también…
Aunque esa no era la única.
—Qué bueno. —se soltó.
Le vino a su cabeza las palabras de Gen. Quizá empezaba a ser capaz de sentir el optimismo tan contagioso del chico en sí mismo.
Cuando volvió a la realidad, sintiendo un par de lágrimas llenar sus ojos, Natsume ya estaba varios pasos delante de él.
—Te quedarás atrás, Haru—Haru.
- ͙۪۪̥˚┊❛ ❜┊˚ ͙۪۪̥◌
—Te daré un consejo —recordó una conversación con Tama, en medio de otoño, mientras le acompañada a hacer compras al konbini.
—No creo que estés en posición de darme un consejo amoroso.
Se ofendió un poco.
—¡Tal vez no ahora, pero no cambia las cosas!
Esperó a por el sin más.
—Solo dilo, hazlo.
—No es tan fácil.
—¡Sé que no es fácil, tarado! —se cruzó de brazos— De todas formas, hazlo.
Desvió la mirada, negándose a responder.
Suspiró, resignándose solo a unas palmadas en la espalda.
—Ánimo. —fue más amable— Aunque no esté ahí te voy a apoyar siempre, ¿vale?
—Ya lo sé.
- ͙۪۪̥˚┊❛ ❜┊˚ ͙۪۪̥◌
Podría no tener otra oportunidad como ésta, se iba a lamentar más si la echaba a perder como la de Luka.
Respiró profundo, manteniendo esa distancia de pasos que involuntariamente había creado.
—¡Nat—sume! —gritó con su temblorosa voz.
—¿Hmmm?
—¡M—me gus—as!
Estaba al borde del llanto sabiendo de su mala suerte, al enamorarse de alguien ya tomado. Aún así quería una respuesta.
—A mí también me podrías gustar. —sonrió— Pero quiero a Madoka todavía más.
Asintió, tomándose un momento para parar las lágrimas antes de que fuera a más. Sin tener mucho éxito de detenerse a sí mismo. Aunque fuese capaz de detenerlas ahora, le esperaba una larga noche.
Mientras no llegase, iba a disfrutar de esa única oportunidad a solas.
Había despertado con un cansancio enormemente inhumano. Sus ojos estaban irritados y aún quedaba algo de rubor en su nariz, sacando todas las fuerzas que tenía para servirse un té, aunque sea y hacerse algunas bolas de onigiri con sobras de ayer.
Se había levantado muy tarde para tener tiempo de currarse un desayuno.
Fue a sentarse, si ser un zombi era equivalente a esto, no se molestaría por morir y volverse en uno verdaderamente. Al apenas sostener la comida, volvía a sentirse débil teniendo que dejarla a un lado para recostarse con los brazos estirados sobre la mesa.
—Para ya, Haru… —se dijo a sí mismo.
Sabía que su respuesta iba a ser negativa, sabía que se iba a arrepentir al día siguiente haga lo que haga. Pero sobre todo, sabía que se quedaría con la culpa de los resultados por un largo, largo, largo tiempo.
Más del que podría considerarse habitual.
«¿Cómo te fue?». Un mensaje de Tama.
«Se lo dije».
«Oh». Luego escribió //hugs antes de mandar algo más. «Hiciste bien».
Sus ojos se volvieron una cascada que creyó seca.
  - ͙۪۪̥˚┊❛ ❜┊˚ ͙۪۪̥◌
Logré ver al anciano que trajo a Haru desde el auto, pareció un personaje sacado de una obra de teatro, algo que podría ser interpretado en una de esas obras que se hacen en la okiya de Luka.
Alguien completamente alienado.
Mis padres fueron a enfrentarse con la madre de Haru, yo le seguí cuando fue a esconderse de todo el ruido.
—Haru... —reaccionó de inmediato, a pesar de no llevar auxiliares— ¿Por qué?
Estaba aliviado.
—Si desaparezco, Yami y Luka no podrán encontrarme.
Honestamente esperaba que mis padres dijeran «Iremos mañana en la mañana» sin embargo estábamos aquí, seguían siendo altas horas de la madrugada a pesar de que tomamos la ruta más rápida.
—Porque Yami fue amable... para mí, Yami es la prueba que las personas amables son reales.
Algo faltaba.
—Pero... la última vez que nos vimos, estabas tan feliz... hablando sobre esa persona.
Me sonríe.
—Está bien, puedo reunirme con ellos el siguiente verano. Ellos pueden encontrarme.
Tenía miedo.
Era como verlo desvanecerse, esa preciosa instancia de felicidad iba a desaparecer.
—Haru —tomê sus manos— no olvides, no puedes olvidar... llámame, te ayudaré a buscarlos si... no pueden.
Algo había cambiado y algo faltaba.
Pero se podía recuperar, aunque ya no fuera de la misma manera.
—Estábamos muy preocupados — le abracé— gracias por volver, gracias....
Empezó a llorar, por un momento brillo regresó a sus ojos, aunque fueran lágrimas.
Y yo también.
- ͙۪۪̥˚┊❛ ❜┊˚ ͙۪۪̥◌
—¿Otra vez rezando por la relación de tus amigos, Enmusubi?
—Ayasato... —traía ropa de sacerdotisa, supuso que estaba de voluntaria, tenía que ser a propósito— no, eso ya lo hice la semana pasada, esta vez conseguí un omamori diferente.
Estaba sorprendida.
—Tiene que ser especial, jamás te he visto anticipar tanto una donación, considerando que eres habitual.
—Claro que lo es, he esperado este momento por mucho mucho tiempo.
—Ah, el tío que casi se vuelve tu hermano. —se cruzó de brazos al momento de notar qué traía en su itabag esta vez— ¿Otro Cogimyun?
Asiente.
—Es el más grande que vi en el arcade.
𓆝 𓆟 𓆞 𓆝
Canciones incluidas:
▶ Café Molcajeteado, Aku ft. Danny
▶ Identity (アイデンティティ) Kanaria ft. Gumi & Hatsune Miku
▶ Love trial (恋愛裁判) 40mP ft. Hatsune Miku
▶ All I need are things I like (すきなことだけでいいです) Pinocchio ft. Hatsune Miku
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wooloobreeder · 2 years ago
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Los bunearys de la llanura son demasiado rápidos.
Aquella tarde, cuando ya había caído el sol, Norkian llegó a casa con la ropa plagada de manchas de tierra y césped, pues al encontrarse en la zona salvaje y ver tantísimos pokémon juntos no pudo evitar emocionarse y empezar a perseguirlos. Al final, a pesar de su estatura y sus largas zancadas, no fue capaz de alcanzar ninguno, pero se había divertido.
Con cuidado de no hacer ruido fue hasta el establo, donde ya dormitaban los mudsdale que su padre usaba para arar el campo, y empezó a quitarse la ropa sucia. Cogió una cubeta con agua y jabón y se dispuso a quitar las manchas de su ropa, sentado frente a la cubeta.
En casa tenían lavadora, claro, ser granjero no estaba reñido con usar electricidad, pero el pelirrojo temía que su padre se enfadara con él al verle volver así, o peor aún, que le sonsacara lo que había hecho aquella tarde y se acaba enterando que en apenas unos días se marcharía de la granja.
El señor Craig nunca había estado a favor de que su hijo se dedicara a estudiar pokémon en vez de usarlos para combatir. Tal vez quería ver cumplido su sueño de la niñez en su propio hijo, forzándole a desafiar al alto mando. Quizás envidiaba la genética que le había tocado a su retoño, viéndola desaprovecharse.
Es por ello que Norkian había mantenido con su madre en secreto lo de su viaje.
Una vez logró quitar las manchas, escurrió su ropa y volvió a ponérsela, dándose cuenta de que no había logrado secarla del todo, y de que el aire nocturno de la región le helaba hasta los huesos. Así que se apresuró en volver a la parte de la granja donde se situaba su casa.
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La modesta casa de los McCraig no era demasiado grande, o al menos no lo suficiente como para que Norkian pudiera caminar erguido sin darse en la cabeza al pasar de una estancia a otra. Prácticamente todos los marcos de las puertas de esa casa tenían abolladuras en la parte superior de éstos.
La que tenía menos abolladuras, irónicamente, era la puerta de la cocina, donde Norkian pasaba gran parte de su tiempo, puesto que también era el lugar de la casa donde se solía encontrar a la señorita Bee.
Aquella noche ambos estaban cenando solos, habiendo dejado apartada la cena del cabeza de familia, que había vuelto a retrasarse.
- …y cuando me di cuenta Molly estaba haciéndole carantoñas a un señor de Crampón, ¡pero no era un desgracia’o! Sabía un montón sobre pokémon, y-y-y tenía un pollo negro que hablaba y hacía cosas. –
Norkian iba contándole a su madre lo que había hecho aquella tarde, emocionadísimo, mientras ésta asentía de vez en cuando, escuchando atentamente mientras cenaba.
- ¿Un pollo? Venga Norkie, si sabes mucho de pokémon… ¿cómo se llamaba? –
- Señor Norton. –
- ¡Norkie! ¡El pokémon, no el desgracia’o! – Se echó a reír, cubriéndose los labios con las manos, más por miedo a escupir la comida que otra cosa.
- ¡Ah! Se llamaba… Locke. Y era un… un… ¿Corviknight? –
- ¿A mí me lo preguntas? Eres tú el que lo ha visto. –
- Jo Má, es que me se bailan las palabras… -
- No Norkie, cariño, se dice “me bailan”. – Corrigió a su no tan pequeño retoño, dándole un par de cariñosas palmaditas en el antebrazo. - ¿Y qué hiciste después? Volviste muy tarde… -
- Euhhhhh… - Miró a ambos lados, como asegurándose de que nadie más les escuchaba, y empezó a contarle cómo fueron a la Zona Salvaje y todo lo que vio allí, primero entre susurros y luego subiendo la voz poco a poco, empujado por su propia emoción.
- ¡Y entonces vi bunearys! Y-y me recordaron mucho a ti Má, porque eran pequeñitos y bonitos, como tú. Intenté coger uno para enseñártelo, pero son muy rápidos… -
La madre, que estaba escuchando enternecida, no pudo evitar dar un bote en su asiento cuando el cabeza de familia entró en la cocina, abriendo la puerta con un golpe seco.
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- ¿¿Dónde está mi puta cena, Susan?? –
El señor Craig, un hombre alto y corpulento, vociferó a su esposa antes de dejarse caer sobre su silla. Norkian miró a su padre, reprimiendo el impulso de hacer gesto alguno que indicara que había percibido el evidente olor a alcohol que desprendía, e intentó actual como si nada.
- Buenas noches, Pá. ¿Cómo fue… la tarde? –
El cabeza de familia tardó algunos instantes en responder, tamborileando los dedos sobre la mesa con el ceño fruncido.
- Joder, ¿no podías esperarme, gordo de los cojones? –
- ¿Qué? – El chico miró su plato, aún a medio comer. – … lo siento Pá, pensamos que tardarías mucho más en volver… -
Craig ya iba a gritarle alguna grosería al grandullón, cuando Susan puso su plato frente a él, musitando un “qué aproveche”. Huevos fritos con arroz, el plato favorito del cabeza de familia. Ante silencio que acababa de formarse, Susan suspiró con alivio, pero ni siquiera le dio tiempo a sentarse antes de que volviera a romperse.
- ¡JODER! ¡Esto está helado! –
- P-pero cielo, es arroz… en verano se sirve frío… -
- ¿Verano? ¿¿PERO TÚ HAS VISTO LA QUE ESTÁ CAYENDO?? –
Craig señaló hacia la ventana, a través de la que se podía ver el cielo nocturno, despejado, sobre el suelo húmedo de la reciente lluvia.
- Pá, hace rato que dejó de llover… -
- ¡No me contradigas, gordo de mierda! –
- ¡N-no pasa nada! ¡Volveré a calentarlo! –
Susan se apresuró en coger el plato de su marido, pero éste la apartó de un empujón, haciendo que ambos, esposa y plato, cayeran al suelo, esparciendo la cena del marido por el suelo.
- Mira lo que has hecho… ¡estúpida! ¡No sirves para nada! –
Craig se dispuso a propinarle una patada a su esposa, pero repentinamente su mundo se oscureció tras recibir un golpe seco en la cabeza.
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criminxlis · 6 years ago
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why don’t you ask him/her instead? (mi oportunidad para sacar a hyunho celoso[?])
&. JEALOUSY SENTENCE STARTERS.
Decir que estaba sorprendido era decir poco, se mantuvo viendo a Hyunho un buen tramo de minutos y es que al principio le costó entender lo que pasaba… hasta que finalmente comprendió. ❝¿Estas molesto porque estuve pasando mucho tiempo con mi compañera de la universidad?❞ — es la única respuesta que podía hallar, más aun porque llegó tarde al encuentro con Hyunho y fue porque su compañera de clases lo llamó a último minuto para que la ayudara en algo de un trabajo que debía entregar. ❝ Si quieres puedo ir a preguntarle si prefiere el spaghetti con salsa de pollo o de carne, aunque no creo que entienda, quizás lo toma como una invitación a una cena conmigo.❞ — agregó con una pequeña sonrisa. Sí, le gustaba ver al mas bajito tan irritado por celos. { @xwishingscar } 
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eldiariodelarry · 4 years ago
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Clases de Seducción II, parte 1: Sebastian
Temporada 1
La música monofónica de las luces de navidad se escuchaba desde el living de la casa.
Sebastian estaba en su habitación, leyendo historias paranormales en un blog de internet, creyendo cada palabra que leía, mientras esperaba que la cena estuviese servida.
Si bien siempre le había gustado la navidad, precisamente ese año la idea de estar demasiado tiempo con su familia le provocaba un profundo rechazo. Su padre se había puesto muy firme respecto a que tendría que hacer el servicio militar en vez de ir a la universidad el año entrante, aunque Sebastian aún tenía confianza en que le había ido bien en la PSU.
Si pudiera elegir, en ese momento estaría hablando por Messenger con Rubén, su mejor amigo, pero después de la fiesta de gala de cuarto medio su amistad se había tensionado: Sebastian le había enrostrado a su amigo su propio descuido por haberse ido de la fiesta completamente borracho con Felipe, un compañero del liceo a quien apenas conocía.
A Felipe lo ubicaba porque habían jugado fútbol juntos un par de veces anteriormente, y si bien, no le parecía que fuera un potencial homicida, sí le llamaba la atención que fuera tan reservado siempre.
—Ya deja de decir eso, Seba —le dijo una vez Daniela en el recreo, mientras ambos veían cómo Felipe saludaba a Catalina en el quiosco—. No es raro el Pipe, solo tienes que conocerlo.
—Es re difícil si el hueón no habla nada —respondió Sebastian, riéndose—. Hemos jugado juntos a la pelota y es imposible sacarle algo de conversa. Todo responde con monosílabos, si es que. Por lo general solo gruñe.
—No seas pesado —la muchacha le dio un golpe en el abdomen—. Le ha tocado difícil en la vida, pero es muy buena onda.
Esa vez Sebastian se quedó con la frase de Daniela dándole vueltas en la mente. “¿Qué cosas tan difíciles podría haber pasado alguien a su edad?”, se preguntaba. Poco sabía Sebastian en ese entonces de las distintas realidades que pueden estarle ocurriendo a la gente a su alrededor.
Sebastian no lograba concentrarse en el texto que tenía en la pantalla del computador, donde se exponía el testimonio de un funcionario del ejército y su familia que decían haber visto dinosaurios en la carretera entre Arica e Iquique, según reportaban los periódicos de hace poco más de seis años.
La mente le daba vueltas a su reciente pelea con Rubén, y pensaba en cómo se pudo haber evitado todo ese problema si simplemente hubiese sido un poco más valiente, y creaba escenarios imaginarios donde pudo haberse atrevido a cambiar el curso de su amistad con Rubén: en la fiesta de Daniela, después de haber retirado las invitaciones para la licenciatura, el mismo día de la fiesta de gala.
Oportunidades había tenido muchas, pero el miedo siempre fue más fuerte. Incluso cuando iban caminando hacia sus casas, después de ir al liceo a buscar las invitaciones a la licenciatura, se atrevió a dar el primer paso para hacerle ver a Rubén su real interés en él, pero una muy errónea interpretación de la reacción inicial de Rubén lo hizo dar pie atrás no muy sutilmente. Esa tarde cuando llegó a su casa, se tiró en la cama, hundió su cara en la almohada y (aprovechando que no había nadie en la casa) gritó con todas sus fuerzas, de impotencia por haberse arrepentido, y sobre todo, por haber lastimado a Rubén por su cobardía.
—Hijo, a comer —le dijo su madre, asomándose brevemente por la puerta del dormitorio.
Sebastian se puso de pie y salió al comedor, donde ya estaban su padre y su hermana sentados, esperándolo a él y a su madre, que aún no terminaba de servir todos los platos. Fue al baño a lavarse las manos y al volver al comedor ya estaban todos sentados.
Su madre hizo una oración religiosa para agradecer a dios por la cena de navidad y la alegría de estar juntos como familia, y luego procedieron a comer, con una película cristiana en el canal evangélico de fondo.
Después de cenar, los cuatro se dirigieron al living donde estaba el árbol de navidad, con una escueta cantidad de regalos.
—Este es para ti, hijo —el padre de Sebastian le entregó un regalo de tamaño considerable.
Sebastian lo abrió entusiasmado. Siempre le había gustado la navidad por los regalos, pero no por el hecho de recibir un regalo caro ni nada por el estilo, sino por el símbolo de que alguien te considere importante en su vida y dedique tiempo en prepararte un obsequio. Eso le parecía lindo, además que el olor del papel de regalo le traía muchos recuerdos gratos de cuando era menor.
Al abrir el regalo, se encontró con una gran mochila (“para mochilear”, pensó), y una pelota de fútbol nueva. Le pareció curioso el regalo, pero lo agradeció de igual forma.
—Gracias, papá —le dijo a su padre dándole un abrazo.
—Es para que la lleves al regimiento —le contestó su padre, con orgullo en la voz—. Un consejito, el que lleva la pelota siempre tiene un mejor recibimiento.
El comentario de su padre no le cayó nada de bien a Sebastian, y de hecho, le bajó completamente el ánimo.
—La mochila es para que lleves tus cosas —intervino su madre, con delicadeza.
—Gracias —murmuró Sebastian, impotente.
—Deberían habérsela regalado para que se fuera a mochilear —comentó Priscilla, la hermana menor de Sebastian, percatándose de la incomodidad de él.
—No digas esas tonteras Priscilla, mochilear es de drogadictos y vagonetas —la retó su padre—. Sebastian no va a andar haciendo esas tonteras, ¿cierto hijo?, primero las responsabilidades.
Sebastian simplemente asintió, y luego su madre le entregó un regalo a Priscilla.
—Gracias mami —dijo su hermana dándole un abrazo a su mamá.
Priscilla abrió el regalo y sacó un diario de vida, un set de lápices y plumones y varias esquelas.
—Gracias —dijo algo decepcionada Priscilla.
Sebastian de inmediato notó la decepción de su hermana, y sabía a qué se debía: Priscilla a sus 13 ya estaba bastante grande como para recibir regalos así.
—¿Por qué le regalan otra pelota de fútbol al Seba si ya tiene cuatro? —preguntó Priscilla, agudizando su tono de voz—. Mamá, te dije la otra vez que yo también quería jugar a la pelota.
—Pero hija, puedes usar una de las pelotas viejas de tu hermano —le respondió la madre con voz suave.
—¿Cómo se te ocurre decirle eso Marta? —intervino el padre, molesto—, la Prisci es una niñita, no puede jugar a la pelota.
Sebastian soportó por unos minutos la incomodidad de la situación, hasta que su madre le ofreció cola de mono para seguir compartiendo con ellos, pero prefirió irse a dormir.
—Oye, princesa —le dijo a su hermana, abriendo la puerta de su habitación después de dar un par de golpes. Priscilla se había ido a su dormitorio apenas habían terminado de abrir los regalos—, no te bajonees.
Su hermana estaba sentada en la cama ojeando de mala gana las esquelas que le habían regalado sus padres, seguramente pensando en que ni siquiera las coleccionaba como para recibirlas de regalo.
—No me gusta que mi papá insista en mandarte al servicio —le dijo ella con pena en la voz.
Sebastian sintió que las palabras de su hermana le abrigaron el corazón.
—No te preocupes por eso —soltó una risita—, no me voy a ir al servicio.
—¿Cómo que no Seba?, ¿no has estado poniendo atención al papá los últimos dos meses?, es lo único de lo que habla.
—Si sé, pero…
—¿Tu crees que sea solo una técnica para asustarte, pero en realidad te va a dejar quedarte? —le preguntó con un brillo de esperanza en la mirada.
—No sé —Sebastian volvió a soltar una risita, nerviosa esta vez—, pero pretendo hacerle cambiar de opinión. Estudié mucho para la PSU y estoy seguro que me fue bien.
—¿En serio? —la esperanza se desvaneció de la mirada de Priscilla, y ahora solo había escepticismo.
—Si… —las preguntas de su pequeña hermana lo hicieron dudar de su seguridad—. No me iré a ningún lado.
Priscilla le dio un fuerte abrazo, que Sebastian no supo si era de alegría o de consuelo.
—No me habías dicho que te gustaría jugar fútbol —le comentó, cambiando de tema.
—Si —Priscilla se despejó el pelo que le había quedado en la cara—, en la escuela empecé hace poco, pero no le he dicho a mis papás.
Sebastian no tenía idea del interés deportivo de su hermana.
—Puedes quedarte con mi regalo, la pelota nueva —le dijo con una sonrisa.
—¿En serio? —Priscilla se llevó las manos a la boca sorprendida—, ¿y qué vas a llevar al regimiento?
—Ya te dije que no iré a ningún lado —le recordó él—. Pero si voy, no voy a llevar pelota. Ni ahí con agradarle a hueones.
—¡Seba! —Priscilla volvió a llevarse las manos a la boca, esta vez sorprendida por la palabra coloquial usada por su hermano.
—No le digas a mi papá que dije eso —le pidió Sebastian, con complicidad.
Sebastian se quedó mirando el diario de vida que acababa de recibir como regalo su hermana. Para mantener en privado su contenido, tenía una cerradura muy elaborada, que contrastaba notablemente con el diseño de la tapa, un pingüino bastante alegre sobre un fondo verde.
—¿Te importa si me lo quedo? —le preguntó a su hermana, intentando sonar casual.
—Llévatelo —le dijo ella, y luego le dio un abrazo de agradecimiento.
Sebastian se puso de pie y se acercó a la puerta para irse a su dormitorio.
—¿Tienes muchos secretos? —le preguntó Priscilla, sacando por lógica el propósito de Sebastian para el diario.
Un escalofrío le recorrió la espalda y sintió que el corazón se le aceleró por la pregunta de su hermana. Se volteó para mirarla a los ojos, aún sin saber qué responder.
Podía mentirle y decir que usaría el diario para otra cosa, pero prefirió no hacerlo.
—Sí —respondió finalmente, suspirando temblorosamente.
—Buena suerte con eso —le dijo ella, asumiendo que los secretos de su hermano no eran nada grave, y por el contrario, era algo normal—. A la Isabel —una compañera de la escuela— no le sirvió de mucho escribir en el diario porque un día se lo sacaron de la mochila y todos se pusieron a leerlo.
Sebastian se rió, aunque sintió pena por Isabel. Luego sin decir nada salió de la habitación.
 Cuando despertó esa mañana, Sebastian sintió un profundo dolor de cabeza que le impedía concentrarse con claridad en el día que tendría por delante: se tenía que presentar en el regimiento para viajar hacia Arica a comenzar su servicio militar.
La noche anterior se había quedado dormido muy tarde, con la mente dándole vueltas a su discusión con Rubén y el futuro de su amistad. Producto del mal dormir, sentía que la cabeza le iba a explotar.
Se levantó sin ganas y se fue a duchar. Sintió un ardor en los nudillos al sentir el agua golpetear en ellos. Bajó la mirada y vio sus heridas de un color rojo vivo, aún sin lograr una efectiva cicatrización. Sintió rabia, pena y vergüenza al recordar la razón de dichas lesiones, pero ahogó esas sensaciones levantando el rostro e imaginando que el agua se las llevaría por el desagüe.
Se puso un pantalón de jeans sencillo y una polera de color rojo. “De seguro les va a encantar que use esta polera para presentarme”, pensó, y sonrió para sí mismo, intentando subirse el ánimo.
Desayunó junto a sus padres, quienes no se esforzaron en establecer una conversación para alivianar el estado de ánimo de Sebastian.
Antes de irse, fue a la habitación de Priscilla para despedirse.
—Prisci, me voy —le susurró Sebastian para despertarla.
Su hermana se despertó de un sobresalto y lo abrazó de inmediato.
—Te voy a extrañar —le dijo ella.
—Yo también —confesó él, aunque utilizó gran parte de sus energías en sonreir, para convencerla de que estaba bien a pesar de todo.
—No dejes que te roben tu luz —le pidió Priscilla, al despedirse, sorprendiendo a Sebastian por la frase.
—No lo harán —prometió él, después de unos segundos. Manteniendo su sonrisa de confianza y seguridad, aunque era completamente falsa. Estaba destruido por dentro.
Cuando salió del dormitorio de su hermana, su madre le dijo que su papá ya había dejado su mochila en el auto, y lo estaba sacando de la cochera para estacionarlo fuera de la casa.
Sebastian salió por la puerta de entrada, seguido de su madre, y de forma instintiva, miró en dirección a la esquina que daba hacia la casa de Rubén, y ahí estaba su mejor amigo de pie, mirándolo a la distancia.
Sintió que el corazón se le encogió y un nudo se le formó en la garganta. Bajó la mirada y bajó el par de escalones que daban hacia la calle, y al abrir la puerta del auto, volvió a mirar en dirección a Rubén, pero no lo pudo ver bien porque tenía la vista nublada por las lágrimas.
Se subió al Ford Fiesta de su padre, y sintió que la garganta le iba a explotar por la fuerza que estaba reuniendo para no llorar.
La mañana estaba realmente hermosa, el sol brillaba radiante mientras se elevaba lentamente por sobre los cerros áridos de la ciudad, tiñendo de un agradable tono dorado las calles y casas del barrio, mientras los pájaros cantaban alegres la melodía de la naturaleza que era tan esquiva en el norte grande. Sin embargo, Sebastian era incapaz de apreciar la belleza de todo eso. Lo veía, a través de las ventanillas del vehículo de su padre, pero lo sentía lejano, como si todo lo bueno que pudiera existir en el mundo no fuera para él. Solo podía ser un espectador distante, pasivo.
El aroma del pino aromatizante recién abierto y de la silicona para autos le provocó náuseas. Su padre, pensando que ése era un gran día, había hecho una limpieza profunda al vehículo, como si con eso demostrara su profundo amor a la patria.
Sebastian mantuvo la mirada gacha, temiendo que Rubén apareciera a su lado, golpeando la ventana rogándole que no se fuera, y temiendo no ser lo suficientemente fuerte para no bajarse y abrazarlo, e incluso besarlo enfrente de sus padres. Sin embargo, nada de eso no pasó. Su real orientación seguía a salvo por el momento.
Sintió comezón en los nudillos, y de forma instintiva se los quiso rascar, disparando inmediatamente un molesto ardor. Las mismas emociones volvieron a manifestarse, pero esta vez no estaba en la ducha para dejar que se las llevara el agua.
Cuando su padre puso en marcha el vehículo y comenzó a andar, Sebastian levantó la vista y miró disimuladamente por el espejo retrovisor, buscando a Rubén. No pudo identificar las expresiones de su rostro, pero solo con ver su silueta, sintió un dolor profundo en el pecho, y cuando su padre viró en la esquina hacia la derecha y ya no lo pudo ver más, soltó el llanto que tenía ahogado, que estuvo aguantando por varios minutos.
La idea de no volver a ver a Rubén por tantos meses le destrozaba el corazón, aún después de cómo había sido su última conversación.
Si bien, la ausencia de Rubén en su fiesta de despedida lo había molestado, no sentía que fuera algo terrible que no pudiera perdonar. De hecho, el día anterior cuando su amigo fue a conversar con él, tuvo que reprimir sus ganas de correr a abrazarlo con fuerza, de sentir su cuerpo, su aroma, y quizás sus labios por última vez. Estaba dispuesto a perdonar su ausencia sin reparos.
Pero en ese mismo momento, cuando Rubén comenzó a explicarse, Sebastian pensó que quizás era mejor para Rubén si él se iba en malos términos con él. En el momento le pareció lógico y tenía sentido, porque Sebastian tenía el presentimiento de que con él lejos, Rubén podría no entregarse por completo a su relación de pareja con Felipe, intentando mantener un espacio para él cuando volviera, porque sentía que a pesar de ya estar pololeando, aún lo quería como algo más que amigo. Estaba convencido de eso.
En cambio, al tomar la decisión de irse en malos términos, Rubén lo podría olvidar, no estaría esperando su regreso. No se limitaría a crear nuevas amistades pensando en el fracasado de su amigo que solo le quedó ser obligado a realizar el servicio militar por ser incapaz de responder bien una prueba de selección universitaria.
“¿Cómo se te ocurre haberlo hecho así?”, pensó toda la tarde anterior, después de que Rubén se fue de su casa. “¿Por qué iba a afectar su pololeo si seguían siendo amigos a pesar de la distancia?, ¿de verdad te crees tan importante?”. El arrepentimiento por su decisión no tardó en aparecer, pero intentó convencerse de que era lo mejor.
“Él estará mejor así. Podrá seguir adelante”. En el fondo, sentía que su amistad podría estancar a Rubén, y lo estaría amarrando a su mediocridad de pendejo sin futuro.
—No llore hijo —le dijo su padre intentando sonar paternal—, ahora se va a convertir en todo un hombre. Eso debería llenarlo de orgullo —el papá de Sebastian buscaba su mirada a través del espejo retrovisor—. Allá va a aprender también que los hombres no lloramos. Eso es para las mujeres.
—No digas eso —le dijo la madre de Sebastian, aunque no con mucha convicción.
—Es verdad —el padre de Sebastian soltó una risotada—. Aparte, más le vale hijo que no haya estado llorando por el maricón ese del Rubén, mire que ahí lo bajo y le saco la chucha antes de llegar al regimiento.
Sebastian sintió un golpe de furia tan intenso que estuvo a punto de darle una patada al asiento de su padre para hacer notar su molestia por cómo hablaba de Rubén. Pero no lo hizo, dejó que siguiera hablando con su madre sobre quizás qué cosas mientras él concentraba su furia en su puño, que lo tenía tan apretado que sintió que se estaba haciendo daño en las palmas con sus propias uñas.
Para liberar un poco la furia, le dio un golpe con el puño a la puerta del vehículo, sobresaltando a su madre.
—¿Qué fue eso? —preguntó la mujer asustada.
—Este cabro hueón le pegó a la puerta —respondió el padre, perdiendo el tono paternal, y volviendo a su forma de hablar habitual.
Sebastian no respondió. La verdad no le importaba hacer enojar a sus padres; ya no lo podían castigar más.
Se miró el puño y vio que por el golpe, las heridas se volvieron a abrir y el ardor fue más intenso que nunca, e incluso dejó manchada con sangre la puerta del auto.
—Cuando llegues al regimiento pide que te curen el puño —le dijo su madre preocupada al verle la mano a Sebastian—. ¿Tan fuerte le pegaste a la puerta?
El tono de extrañeza de su madre le provocó una leve sonrisa burlona a Sebastian. Obviamente no tenía el puño así por el golpe a la puerta del auto.
Se secó las lágrimas del rostro, y cuando llegaron al regimiento, sintió que aún tenía los ojos hinchados por el llanto.
“Tremendo inicio”, pensó. “Van a pensar que soy ahueonao por estar llorando el primer día”.
Dio un largo suspiro con los ojos cerrados para dejar salir lo último de su llanto.
“Pico. Que piensen lo que quieran”.
—No olvides que te amamos —le dijo su madre dándole un fuerte abrazo y muchos besos en la frente.
—Recuerda mantener en alto nuestro apellido. Por algo somos Guerreros —le dijo su padre dándole unas palmadas en la espalda.
Sebastian no sintió mayor emoción al despedirse de sus padres. Lo único que podía sentir en ese momento era desilusión hacia ellos, por obligarlo a hacer algo que no quería, sin importarles su sentir.
Tomó la mochila llena de ropa, se la puso al hombro e ingresó caminando al regimiento.
Preguntó en la entrada al joven soldado que estaba de guardia hacia dónde dirigirse, y el muchacho de forma muy cortante le dio las indicaciones.
Entró a un amplio galpón que a Sebastian le daba la impresión de ser un gimnasio techado o algo por el estilo, aunque no veía ningún tipo de implemento deportivo, o graderías, o demarcaciones en el suelo que indicaran que era una cancha de algún tipo.
El lugar estaba casi completamente vacío., salvo por tres militares instalados cada uno en un mesón, separados por al menos tres metros de distancia, y un joven con ropa de calle, al igual que él, de cabello castaño y piel blanca como la leche, que se notaba ansioso, aunque sonreía como si estuviera disfrutando la espera.
Sebastian se acercó al primer mesón, siguiendo las instrucciones del guardia.
—Buenos días, ¿dónde tengo que dejar mis cosas? —le preguntó con la mayor seguridad posible en su voz al primer militar, de piel oscura por años de exposición al sol, y un gran bigote que a Sebastian le recordó al Profesor Rossa.
El hombre apartó la vista del periódico que estaba leyendo y lo miró.
—Buenos días joven, ¿Cuál es su nombre? —el militar, de apellido Rodríguez según se leía en el parche de su pecho, le preguntó con el mismo tono marcado del guardia.
—Sebastian Guerrero —respondió ya molesto con el tono prepotente de los militares.
—Necesito su cédula de identidad —le dijo mirándolo a los ojos fijamente a través de unos anteojos ópticos rectangulares. Sebastian se la entregó—. ¿Para qué regimiento se dirige, Señor Guerrero? —Rodriguez se dispuso a buscar el nombre en un libro con letras muy pequeñas donde se enlistaban muchos nombres que Sebastian no alcanzó a divisar.
—Al de Arica —el tono de Sebastian se iba mimetizando en pesadez con el del señor Rodríguez.
—Muy bien, el joven que está allá atrás también va hacia Arica —le informó el hombre, apuntando al joven de aspecto ansioso—. ¿Lo conoce? —Sebastian negó con la cabeza—. Serán compañeros de regimiento. Ya tendrán doce horas de viaje para conocerse. Pase al mesón de aquí al lado a dejar sus cosas.
Sebastian obedeció sin ganas. Se acercó al siguiente mesón, donde dejó su mochila y esperó que apareciera alguien. Tras unos segundos, un joven militar que Sebastian supuso no era mucho mayor que él, de piel morena y sonrisa jovial se acercó desde detrás del biombo del mesón contiguo.
—Hola —lo saludó el muchacho, marcando unos atractivos hoyuelos al costado de la comisura de sus labios.
—¡Olivares! —le llamó la atención el señor Rodríguez, desde el mesón de al lado.
—¡Si mi Capitán! —Olivares se cuadró manteniendo su sonrisa.
—¡Formalidad!, ¡no está en una reunión con amigos!
Sebastian miró al Capitán Rodríguez y seguía sentado en el mesón, leyendo el periódico nuevamente.
—¡Entendido mi capitán! —obedeció Olivares y volvió a su quehacer.
—Qué pesado —murmuró Sebastian.
—¿Traes…? —comenzó a preguntarle Olivares cuando Rodríguez se aclaró la garganta de forma ruidosa—, ¿trae algo que debamos confiscar? —se corrigió, mientras abría la mochila de Sebastian para revisarla.
—No, solo mi ropa y útiles de aseo —respondió Sebastian.
—¿Y esto? —Olivares sacó un diario forrado de color púrpura—, ¿lo usas para vestirte o para asearte? —le preguntó con ironía.
—Lo uso para escribir, tomar apuntes —Sebastian se puso nervioso, y esperó que Olivares no lo notara.
Olivares sonrió satisfecho, mostrando sus dientes perfectos, y continuó revisando la mochila de Sebastian, quien no prestaba atención a sus pertenencias: estaba mirando atentamente el rostro de Olivares.
—Estamos —dijo finalmente Olivares, tras terminar la revisión. Le colgó a la mochila una etiqueta plástica con el nombre de Sebastian, y se la entregó—. Guarda todo y luego pasa acá al lado.
Sebastian asintió, intentando mantener su postura de indiferencia.
—Oye —le dijo Olivares—. Diviértete.
El muchacho le regaló una última sonrisa coqueta, se dio media vuelta y se dirigió a la entrada del recinto.
—Te dije que te comportaras, Olivares —Sebastian escuchó que Rodríguez le llamaba la atención mientras él guardaba sus cosas.
—Capi, da lo mismo, ni siquiera va a estar con nosotros. Aún ni empieza, de hecho —Olivares sacó una cajetilla de cigarros y un encendedor del bolsillo del pantalón.
Rodríguez suspiró sin ganas de seguir discutiendo, y dejó que Olivares saliera a fumar.
Sebastian, por su parte, pasó al último mesón, de revisión médica.
—Pasa detrás del biombo y quítate la ropa —le dijo el último militar, de unos cuarenta años.
Sebastian se percató que la insignia de su uniforme decía “Dr. Hoffmann”.
Obedeció sin decir nada y se desnudó por completo.
El doctor Hoffmann le hizo varias preguntas respecto a sintomatología y antecedentes de enfermedades, mientras le tomaba signos vitales y evaluaba sus reflejos y sentidos.
—¿Qué te pasó ahí? —le preguntó, dándole suaves golpes con la lapicera en los dedos de las manos.
—¿Si digo que me agarré a pelea me echan del servicio? —contra preguntó Sebastian, haciéndose el problemático.
—Eso está por verse —respondió el doctor luego de soltar una risa sonora.
A Sebastian le molestó que se riera y no lo mirara feo o lo retara.
—Doctor, acá está el carnet del congrio —Olivares ingresó por detrás del biombo como si nada, extendiéndole la cédula de identidad de Sebastian al doctor Hoffmann.
—¿Cuántas veces te he dicho que no entres cuando estoy con pacientes? —lo regañó el doctor.
—Disculpe doc —Olivares bajó la vista, algo avergonzado.
—A mí me da lo mismo —comentó Sebastian—. Me tendré que acostumbrar a la falta de privacidad en el regimiento, ¿o no?
Olivares lo miró sonriendo con sorpresa. Lo miró a los ojos por un par de segundos y luego bajó la mirada para dar un vistazo rápido a su cuerpo completamente desnudo, para luego volver a mirarlo a los ojos.
—No me importa como sea el regimiento, acá se mantiene la confidencialidad del paciente —argumentó el doctor, y esperó a que Olivares saliera del lugar.
Continuó evaluando a Sebastian y le hizo curaciones en las heridas de los nudillos.
—Ya para mañana deberían estar mejor —le indicó—. Ahora solo debes esperar afuera a que te llamen para tomar el bus. Mucho éxito.
Sebastian salió del “box” de atención, y notó que ya no estaba el joven ansioso. Se paró en la entrada del recinto y vio que el joven estaba conversando con Olivares mientras fumaban un cigarro. Sebastian se sentó en el primer escalón del acceso, y miró a los muchachos a la distancia mientras conversaban como si se conocieran de toda la vida.
No escuchó nada de lo que decían, pero al cabo de un par de minutos, los muchachos se despidieron y el joven ansioso se fue caminando hacia un lugar que Sebastian no podía ver desde donde estaba sentado.
—Oye, llegó el bus —le dijo Olivares, acercándose a él en las escalinatas, y sentándose a su lado.
—¿Dónde? —preguntó Sebastian, manteniendo su tono de voz indiferente.
—Se está estacionando allá —Olivares le indicó en dirección hacia donde se había dirigido el joven ansioso.
Olivares se quedó mirando por unos segundos a Sebastian, que le devolvía la mirada serio, demostrando que no quería estar ahí.
—Y cambia esa actitud de mierda —le dijo soltando una risa—, que no te va a durar mucho en el regimiento.
—La actitud de mierda se queda conmigo. Si no la quieren, que me saquen de ahí —respondió desafiante Sebastian, poniendose de pie.
Olivares negó con la cabeza, aún sonriendo.
—No te va a servir de nada —le dijo después de unos segundos, poniéndose serio—. Vas a aprender, conocer personas, hermanos para toda la vida. Solo tienes que abrirte a ello. Puedes divertirte mucho en el regimiento si te lo propones.
Olivares se puso de pie y dio un largo suspiro.
—Disfruta, ya te dije —continuó Olivares, y se dio la vuelta para subir los últimos escalones, mientras Sebastian se quedaba mirándolo. Antes de entrar al recinto, se volteó y con una sonrisa le dijo—. Me llamo Matías, por si acaso.
Sebastian asintió, esforzándose para esbozar una sonrisa y no parecer tan indiferente.
—Yo Sebastian —respondió torpemente.
—Si sé, lo vi en tu cédula —dijo finalmente Olivares, y luego entró al recinto y se perdió de vista.
Sebastian se fue caminando hacia el estacionamiento que le había indicado Matías, pensando en lo que le había dicho.
“¿De verdad puede ser tan bueno como él dice?”, pensaba. “Imposible. De seguro se hizo el simpático solamente para que no diera tantos problemas al capitán allá en Arica”. Para Sebastian todas las buenas impresiones que se pudo haber llevado de esa mañana eran una estrategia del ejército para comenzar a “domesticarlo” y así hacer más fácil su obediencia.
En su mente, no había forma que algo bueno pudiera salir de ahí.
Guardó su mochila en el compartimiento de equipaje afuera del bus, y al subirse vio que el joven ansioso estaba sentado en el primer asiento, así que por razones obvias, él se ubicó al fondo del mismo.
El Capitán Rodriguez al cabo de un minuto subió al bus, les dio un breve discurso de motivación al que Sebastian no prestó atención, y luego de despedirse, se bajó del bus y le dio la orden al chofer para que partiera.
Sebastian miró por la ventana las calles de Antofagasta por última vez hasta quizás cuándo. No sabía con certeza cuando le permitirían volver a su casa, pero tenía claro que por un par de meses tenía que permanecer en el regimiento sin derecho a salir.
Con la idea de ese deprimente futuro en la cabeza, se quedó dormido apenas el bus salió de la ciudad.
 Cuando volvió del paseo de curso a Iquique, Sebastian se sentía extraño. Ansioso y decepcionado. Había tenido la mejor experiencia de su vida, pero también experimentó el terror más grande que podría sentir un joven confundido como él.
Al enfrentar las preguntas curiosas de sus padres y su hermana por saber cómo lo había pasado, mintió lo mejor que pudo diciendo que todo había estado perfecto.
Su primera noche de regreso a su casa, se dedicó a completar un proyecto que se le había ocurrido antes del viaje. Le puso un nuevo forro al diario de vida de su hermana, que le habían regalado sus padres para navidad, pero que Priscilla no quiso conservar.
Lo cubrió con una cartulina de color púrpura, con la mayor delicadeza posible, lo máximo que le permitían sus torpes manos. Nunca había sido bueno para las artes plásticas, y sólo había logrado aprobar el ramo año tras año en el liceo gracias a que Liliana le hacía los trabajos.
El resultado le pareció bastante decente, sumado a la cerradura que a su juicio se veía de buena calidad, ya que la llave no era simple como otros diarios de vida que había tenido Priscilla cuando tenía siete años (los podía abrir fácilmente con un alfiler).
No sabía qué poner en la tapa, así que por el momento lo dejó así, sin título. “Quizás más adelante se me ocurra algo”, pensó.
Ya era cerca de la medianoche cuando por fin terminó, y casi de inmediato, se recostó de lado en la cama, y se dispuso a escribir.
“Querido Diario. Me siento tan estúpido escribiendo aquí, pero creo que es una buena forma de desahogarme sin tener a nadie con quien hablar. Bueno, tengo a alguien, pero sería bastante incómodo hablar con esa persona sobre todo lo que pretendo escribir aquí después de haber sido rechazado por él”.
Sebastian levantó la lapicera de color azul y soltó una risita avergonzada.
“Es una tontería”, pensó. “No sé en qué estaba pensando”. Cerró el diario, lo guardó en el fondo de su armario, y salió de la pieza a buscar comida.
 Sebastian despertó algo desorientado, sin saber dónde estaban. Por la ventana podía ver casas, así que obviamente estaban en una ciudad, pero no sabía dónde era.
Dio un vistazo hacia el resto de los asientos, y se dio cuenta que habían dos jóvenes más aparte de él y el chico ansioso.
Buscó su celular y vio que eran pasado las once de la mañana. Por el tiempo que había pasado la única opción posible era que estaban en Calama, o al menos saliendo de ella, y supuso que habían pasado a recoger a los dos nuevos muchachos.
Le pareció curioso que los cuatro, incluyéndolo, estaban sentados muy separados el uno del otro, sin mostrar ninguna intención de comenzar a conocerse.
Ya tendrían tiempo para eso, supuso. Tiempo de sobra.
Intentó volver a conciliar el sueño, pero le fue imposible. Reclinó el asiento y se puso a mirar por la ventana mientras pensaba en su futuro próximo.
Pasaron por afuera de una plaza y pudo ver a un grupo de jóvenes de su edad conversando y riendo animadamente esa mañana de domingo.
“Qué suerte tienen”, pensó, y lo invadió una envidia insoportable.
¿Por qué él?, ¿por qué su padre tenía que obligarlo a hacer el servicio militar?, ¿por qué su padre lo odiaba tanto como para arruinarle sus oportunidades de ser feliz?
En ese momento sentía una real aversión hacia su padre. Lo culpaba por todo lo malo que le había pasado en el último tiempo. Había dejado pasar sus posibilidades de establecer una relación romántica con Rubén solamente por los temores que le provocaban el rechazo a su orientación por parte de su padre y su reforzamiento a la masculinidad tóxica. Y ahora, estaba rumbo a hacer el servicio militar como castigo desmedido por no haber tenido notas ideales en el liceo.
Mientras más vueltas le daba al asunto en la mente más odiaba a su padre.
Su madre no se salvaba de su odio tampoco. La culpaba de no haberse opuesto con la suficiente fuerza a la determinación de su padre, a pesar de que no estaba de acuerdo. Sebastian se sintió completamente abandonado por ella. Además que su actitud cuando supo que Rubén era gay tampoco fue la mejor, apoyando a su padre diciéndole que no volviera a juntarse con él, como si tuviera algún tipo de enfermedad contagiosa.
La única que lo apoyó incondicionalmente siempre fue Priscilla, su pequeña hermana. Desde ya la estaba extrañando, y deseaba que no dejara que sus padres le inculcaran malos pensamientos.
Dentro de todos sus pensamientos negativos hacia sus padres, finalmente siempre llegaba hacia Rubén. Su padre lo estaba enviando a hacer el servicio militar, impidiéndole seguir viendo a su mejor amigo, y eso era lo que más le dolía.
Lo peor de todo, era que la forma en que cerró su relación de amistad con Rubén fue completamente su culpa y de nadie más. si no hubiera sido por sí mismo, quizás ahora estaría en ese mismo bus rumbo a Arica, pero con la promesa de al regresar, continuar un pololeo con él. Pero no. Por su estupidez, Rubén prefirió encontrar el amor junto a Felipe, y a Sebastian no le quedó otra que aceptarlo, apoyarlo, y finalmente, rechazarlo para que viviese junto a su pololo sin pensar en él.
Cuando llegaron a Quillagua, el conductor del bus se bajó afuera de una posada, y al cabo de un par de minutos volvió.
—¡Soldados! —les gritó, sorprendiendo a Sebastian por el tono ronco de su voz. No había pensado que el conductor del bus fuera militar también, pero ahora que lo razonaba mejor, no tenía sentido que enviaran a los nuevos soldados con un conductor sin entrenamiento militar—. Vamos a almorzar acá. Bájense y tomen asiento todos juntos en una mesa.
Sebastian fue el último en bajarse, con la mirada baja para evitar el contacto visual con el conductor.
Ingresó a la posada que estaba prácticamente vacía, con un par de camioneros sentados comiendo en mesas aisladas. sus nuevos compañeros estaban tomando asiento en una mesa para seis personas en un rincón, así que Sebastian se acercó a ellos, seguido por el conductor.
No pasaron ni cinco minutos cuando una bella joven de piel morena vestida con una polera negra ceñida al cuerpo les trajo un plato de ensalada a cada uno. Sebastian notó que los tres muchachos quedaron encantados con la belleza de la joven.
El plato era bastante grande y contundente, así que Sebastian comenzó a comer de inmediato para acallar los rugidos de su estómado, mientras escuchaba a sus compañeros comenzando a conocerse.
El chico ansioso se presentó como Andrés, mientras que los dos muchachos que habían subido en Calama eran Javier (de piel morena y melena rizada que apenas le tapaba una notoria cicatriz en la frente y otra en el mentón) y Julio (de piel blanca y negro cabello corto y en puntas, que a Sebastian le recordó a Sid de Toy Story).
—¿Y tú? —dijo uno de los muchachos.
Sebastian levantó la vista solo cuando no escuchó ninguna respuesta. Sabía que le estaban preguntando a él. Efectivamente los tres lo estaban mirando, esperando que se uniera a la conversación.
—¿Yo qué? —preguntó serio Sebastian, manteniendo el tenedor con unos trozos de papas cocidas y lechuga a unos cinco centímetros de su boca.
—¿Cómo te llamai? —le preguntó Javier, poniéndose serio, al nivel de pesadez de Sebastian.
—Sebastian —respondió, llevándose finalmente el tenedor a la boca.
—¿Y de dónde eres?, ¿eres voluntario igual? —lo interrogó Andrés, con notable entusiasmo en su voz.
“Este hueón va a ser insoportable”, pensó Sebastian.
—De Antofa, igual que tú. Nos subimos juntos, por si no te acuerdas —respondió cortante Sebastian.
—Oye no le respondai así —lo increpó Javier, defendiendo a Andrés.
—Ya, pero ellos igual se subieron juntos pero no son de la misma ciudad. Julio es de San Pedro —le explicó Andrés, sin ver mellada su buena actitud por la mala onda de Sebastian.
Sebastian no dijo nada. Se quedó en silencio mirando fijamente a Javier, quien le devolvía la mirada furiosa.
Genial. Aún ni empezaba su servicio militar y ya una persona lo odiaba.
—Todos los años es lo mismo —murmuró el chofer, riéndose para sí.
Julio y Andrés siguieron conversando, con ocasionales intervenciones de Javier, a quien Sebastian notó que quedó molesto por su actitud, pero no le importaba.
Sebastian solo se dedicó a escuchar. Tanto Andrés como Julio eran voluntarios, mientras que Javier había salido seleccionado y perdió todas sus oportunidades para eximirse. Notó que los muchachos no mostraron intensión en incluirlo en la conversación, pero tampoco le importó mucho. Mientras menos lo molestaran, mejor para él.
Tras una hora de pausa para almorzar, volvieron a subirse al bus para continuar su camino.
Pasaron a Iquique, donde se subieron tres muchachos más, uno muy alto, uno llamativamente gordo y el otro tan rubio que Sebastian dudó que fuera chileno.
El chico rubio le sonrió amablemente, a lo que Sebastian respondió levantando el mentón a modo de saludo, y se sentó en la fila de delante de él.
Sebastian se acomodó reclinando el asiento, y se puso a mirar por la ventanilla esperando que lo invadiera el sueño para poder dormir.
Finalmente llegaron al regimiento de Arica cerca de las diez de la noche, justo cuando Sebastian había logrado conciliar algo de sueño hace apenas dos horas.
Los muchachos se bajaron del bus con sus bolsos, y de forma obligatoria tuvieron que ingresar a un galpón donde habían tres uniformados, con la misma función de revisar sus equipajes, al igual que en Antofagasta.
—¿Otra vez lo mismo? —murmuró Sebastian molesto cuando le tocó su turno.
El militar que estaba frente a él abriendo su bolso, tenía un vistoso bigote negro que lo hacía verse mayor de lo que realmente era.
—Mientras más revisiones, mejor, soldado —respondió el hombre, que por la etiqueta de su uniforme, se apellidaba Guerrero, igual que Sebastian.
No supo qué responder, y supuso que no hacerlo era lo más sensato. Miró a su alrededor y en el mesón de la derecha estaba Javier, con las manos cruzadas por la espalda, esperando que el uniformado terminara de revisar sus cosas. Tenía una sonrisa socarrona en el rostro, y Sebastian sabía que era porque había escuchado la respuesta de Guerrero, y cómo él había quedado en silencio.
Sebastian se sintió estúpido y avergonzado. Javier estaba ahí de pie, seguramente burlándose de él en su mente, mientras él había sido incapaz de responder.
—¿Su celular? —le pidió Guerrero, extendiéndole la mano.
Sebastian se lo entregó a regañadientes y vio que el hombre le pegaba una cinta de papel con su nombre y su rut anotados.
—Se lo entregaremos en un par de meses más, si se lo merece, claro —le informó.
—¡Nuevos soldados! —habló con fuerza un hombre que había entrado al galpón sin que Sebastian se diera cuenta.
El hombre estaba vestido de militar, como todos en el lugar, y se acercó caminando hacia donde estaban los muchachos, ya concluída la revisión de los bolsos.
—Soy el Capitán Gomez —se presentó el hombre, dejando de lado los ademanes militares, pero manteniendo la fuerza y autoridad de su voz—. Quería aprovechar de darles la bienvenida esta noche. Mañana ya tendremos mayor tiempo de conocernos y comenzar oficialmente su servicio militar. Ahora vayan a las barracas a descansar —señaló en dirección a una de las puertas del fondo—. Mañana los espero a las setecientas en el patio, ¿está claro? —preguntó sin levantar la voz.
Todos respondieron afirmativamente, menos Sebastian, que se mantuvo en silencio.
—Muy bien —el Capitán se despidió con una cordial sonrisa y se fue caminando en dirección contraria a las barracas.
—Ya escucharon al capitán —intervino Guerrero cuando Gómez ya no estaba—. Mañana a las siete de la mañana en el patio, formados. No a las siete con cinco ni a las siete con diez. A las siete en punto. Si no están en el horario indicado serán castigados —hizo una pausa para mirar a cada uno a los ojos—. Deberán escoger una cama, donde dormirán por el resto de su estadía. Sobre cada cama hay un kit de artículos personales y una llave para su casillero designado. Pueden elegir la cama que ustedes quieran.
Guerrero dio media vuelta y les indicó el camino, mientras los muchachos lo seguían en silencio.
Las barracas eran los dormitorios. Ingresando por la puerta llegaban a un pasillo principal, que a mano derecha tenía tres grandes dormitorios con al menos diez camarotes cada una. los muchachos se percataron que el primer dormitorio estaba ocupado parcialmente por otros muchachos que ya estaban durmiendo, y Sebastian asumió que por eso Guerrero les dio las indicaciones antes de ingresar. Ninguno de los dormitorios tenía puerta, solo un gran umbral abierto. Al fondo del pasillo estaban los baños y, supuso Sebastian que las duchas también.
Los siete muchachos entraron en el dormitorio del otro extremo, el más cercano al baño, y se instalaron.
—Buenas noches soldados —Guerrero se despidió sin levantar la voz y salió de las barracas.
—Buenas noches —respondieron los muchachos casi al unísono.
Sebastian se fue directo a la última litera del fondo para no tener que hablar mucho con nadie, mientras Andrés junto a Julio ya comenzaban a meter conversa a los jóvenes que se habían subido al bus en Iquique, a quienes Sebastian no tenía interés en conocer.
Tomó la llave que estaba sobre la toalla en su cama y abrió el casillero. Guardó su bolso sin abrir, y todo el set de artículos personales, que incluía toalla de baño, pijama, ropa interior, desodorante, champú, jabón, pasta y cepillo de dientes, entre otras cosas.
Se quitó la ropa rápidamente y se acostó dándole la espalda a sus compañeros.
Se sentía completamente solo y vulnerable. No tenía con quién hablar, con quién desahogarse, y pensar en eso solo le traía más ansiedad a la mente, pero no podía evitar darle vueltas al asunto. No quería estar ahí y estaba determinado a no disfrutar su estancia en el regimiento.
Cerró los ojos con fuerza, como obligándose a dormir, como si con eso fuera necesario, pero lo único que logró fue escuchar los murmullos de sus compañeros.
—Es callado él —dijo una voz que Sebastian no reconoció. Supuso que era uno de los muchachos de Iquique.
—Supongo que no quiere estar aquí, por eso está así —comentó Andrés, comprensivo.
—Es un saco de hueas —dijo la voz petulante de Javier.
Un silencio incómodo se generó entre el grupo, y Sebastian estuvo a punto de levantarse a encarar a Javier.
—Tenemos que entenderlo —concilió Andrés—, ya se le va a pasar.
Sebastian dio un largo suspiro para calmarse, agradecido por las palabras del muchacho entusiasta.
Sus compañeros se acostaron a dormir y no demoraron mucho en conciliar el sueño, mientras que Sebastian seguía en su cama, mirando la pared, incapaz de entregarse a los brazos de Morfeo.
 Cuando llegó a su casa, Sebastian entró con la mirada gacha, intentando mantener el equilibrio lo más posible para disimular su borrachera.
No había nadie en el living, así que se dirigió a su habitación lo más rápido posible para evitar encontrarse con sus padres.
Cerró la puerta detras de sí y se sentó en la cama, respirando hondo, y dejando que las lágrimas cayeran por sus mejillas, en silencio. Sentía que el pecho le dolía como si estuviera reteniendo con fuerza algo en su interior: su amor por Rubén.
Acababa de despedirse de su amigo después de acompañarlo a hacer sus postulaciones a la Universidad, y de encontrarse con Liliana y Rafael en un pub ubicado en el barrio universitario.
Sebastian se había estado sintiendo muy vulnerable emocionalmente en el último tiempo, producto de la frustración de no haber podido consolidar una relación con Rubén. Esto, sumado al alcohol consumido durante la tarde, produjo que hablara demás frente a sus ex compañeros, dejando expuestos sus sentimientos.
Le había dicho a Liliana y Rafael que Felipe le había quitado a Rubén, y que probablemente en el Servicio encontraría un nuevo amor, mientras que a Rubén le había dicho que prefería no dormir en su casa porque no soportaba la idea de no poder estar con él sentimentalmente.
Además, estuvo a punto de mandar todos sus miedos a la mierda y besar a Rubén ahí afuera de su casa, sin importarle lo que los demás pensaran, solo para poder sentir sus labios por última vez. Pero finalmente, una vocecita de cordura se abrió paso en su mente: simplemente le dio un fuerte abrazo, sintiendo su aroma y su cuerpo.
Sebastian tomó el diario que había tirado en el armario semanas atrás, después de haberse desmotivado a escribir lo que sentía por considerarlo estúpido.
Ahora, con el alcohol en su organismo para motivarlo a sacar a flote todos sus sentimientos, buscó la llave en el cajón del velador, abrió el diario, y comenzó a escribir:
“Rube, esto es lo que realmente siento.
Te amo.
Y aunque estés con Felipe, te voy a seguir amando.”
Sebastian miró lo que escribió y le pareció demasiado cursi. Iba a arrancar la hoja, pero decidió manterla.
Más abajo agregó, casi como una nota:
“Y me refiero a amor real. No amor de amigos. No amor de hermanos. Amor de pareja. Que te quede claro”.
Sebastian suspiró y dio vuelta la página.
“Ojalá pudiera retroceder el tiempo y haber podido usar la misma valentía que por fin pude reunir ese día en Humberstone, para completar esa propuesta que quería hacerte esa tarde cuando volvíamos de ir a buscar las entradas de la licenciatura, ¿te acuerdas?
Ese día te quería proponer realmente si esa noche de la fiesta querías dar el siguiente paso conmigo. Pero entré en pánico, y como medida de defensa, mentí, y con esa mentira te destruí.
No sabes cuánto me arrepiento.
Esa tarde en mi casa me tiré en la cama dándole muchas vueltas. ‘Anda y dile lo que sientes de verdad’, me repetía en la mente; pero luego el miedo volvía a hacerse presente: ‘Hiciste lo correcto. Esos sentimientos van a pasar. No están bien’.
Me levanté de la cama y salí de mi pieza con la intención de ir a hablar contigo y decirte la verdad, pero mi viejo me prohibió salir tan tarde porque al otro día tenía que levantarme temprano.
Yo sé que esto no justifica todo lo que te hice sufrir, pero quiero que conozcas realmente qué es lo que siento.
Bueno, ni siquiera sé si realmente vas a leer esto alguna vez, pero prefiero escribirte a ti antes que a un ser abstracto como ‘mi querido diario’.”
Luego escribió en la siguiente plana, pero en el centro:
“Me gusta verte como estás ahora. Entusiasmado por estar conociendo a alguien como pareja. Te ves feliz. Aunque desearía que esa felicidad la compartieras conmigo y no con Felipe”.
Sebastian se enderezó un poco y sonrió emocionado, mientras una lágrima comenzaba a caer por su rostro.
Cerró el diario para evitar que le cayeran lágrimas, y se recostó de lado en la cama, abrazando el diario, como si fuera una extensión de Rubén.
Se quedó dormido finalmente, con una sonrisa dibujada en el rostro.
Había encontrado la forma correcta para desahogarse.
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sarapb · 4 years ago
Text
El amor es lo que nos mueve
Kanao sabe lo que es el amor.
Kanao sabe lo que es el amor, no es ajena a ello. Puede que la primera parte de su vida la pasara rodeada de miseria e inmundicia, pero ha tenido la suerte, una suerte que es consciente no todo el mundo tiene, de que esa etapa fuera breve, y la que siguiera fuera una época de alegría y color. De amor.
A pesar de que Kanao sabe lo que es el amor, es un sentimiento que ha tenido que ir descubriendo con los años. Desentrañándolo poco a poco. No ha crecido con él presente desde el primer día de su vida como otros bebés y niños más afortunados, pero cree que por eso puede apreciarlo más. Puede identificarlo mejor porque ha ido descubriendo poco a poco que es.
El amor es dos extrañas que la miran con pena a los ojos y la toman de la mano, arrastrándola con ellas en una carrera desesperada, alejándola de la cruel vida que le esperaba y poniéndola a salvo, aunque en ese entonces no sabe muy bien de qué se trata esa calidez en su pecho.
Pero Kanao, a pesar de su mudez y de sus ojos perdidos es inteligente y a partir de ese momento deja de estar perdida.
Así que aprende.
Aprende del amor de Kanae. Una sonrisa preciosa y llena de luz en su rostro mientras le acaricia la cabeza y le dice que todo estará bien. Un fuerte abrazo, una palabra que también tiene que aprender, y con la que ahora está fascinada. “Abrazo”, susurra en la oscuridad de su habitación mientras rememora los que ha recibido en su corta vida. Los va enumerando, sumando cada uno nuevo a su colección de abrazos como si fuera un tesoro, hasta que son tantos que deja de contar, y se siente privilegiada por poder dejar de hacerlo.
Aprende que amor también es Shinobu, con una belleza igual a su hermana pero un ceño fruncido y labios crispados gritándole. Aprende que el amor no siempre es caricias y abrazos, que a veces también es preocupación y desesperación. Aprende a identificar el tono de Shinobu, las grietas en su voz cuando le explica a su hermana mayor que teme porque sea incapaz de decidir, que quede para siempre sujeta a las decisiones de los demás. Aprende que tras su irritación esconde una profunda preocupación.
Para demostrarle que puede tomar decisiones pro sí misma, que no está completamente perdida, decide por primera vez. Decide su propio apellido. Tsuruyi. Se siente bien, y se siente aún mejor recibir las miradas de afecto y de orgullo de Kanae y Shinobu. De sus hermanas. También se siente bien tener algo que es propio, que su suyo, porque a veces su nombre se siente como una modificación de Kanae.
(Se siente horrible la primera vez que piensa eso, pero aprende, más tarde, que también es humano sentir cosas agrias a veces. Aun así, intenta alejar todos esos sentimientos de ella).
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Amor, descubre con el corazón bombeando el pecho y la emoción en sus ojos, es ver llegar a otra pequeña niña a la Finca Mariposa. Es más pequeña que ella cuando llegó, pero está en clarísimas mejores condiciones. Físicas, quizás, porque no deja de llorar.
Kanae y Shinobu se la presentan casi con miedo, pisando cáscaras de huevo pues no saben como puede ser su reacción. Nunca ha compartido mucho tiempo con otras personas salvo ellas dos, y mucho menos otros niños. Mucha gente pasa por la finca, gente en recuperación sobre todo, pero si no está con sus hermanas pasa la mayor parte de su tiempo sola, acompañada de su moneda, practicando como lanzarla al aire. Es normal que teman como se va a comportar ahora que va a tener que convivir todo el tiempo con otra persona. Que tendrá que compartir sus atenciones con ella.
Su reacción es la siguiente: abraza a la pequeña, cuyo nombre todavía no sabe, y le dice que todo va a estar bien con suaves palabras que se lleva el viento y que sus hermanas mayores no alcanzan a escuchar. Pero la pequeña sí.
Las miradas sorprendidas y orgullosas que intercambian las hermanas quedan a sus espaldas, pero los puñitos de la pequeña agarrándose a ella quedan con ella para siempre.
Kanzaki Aoi es el nuevo miembro de la familia de las Mariposas, y Kanao acaba de convertirse en hermana mayor.
Acaba de sumar un nuevo amor a su vida.
Descubre que el amor de hermana mayor es diferente. No es que te protejan todo el tiempo, sino proteger todo el tiempo y, para su sorpresa, descubre que le gusta. Le gusta el cosquilleo de atrapar a Aoi justo antes de caerse. Le gusta explicarle cosas sintiendo que posee una sabiduría infinita ante la curiosidad de sus grandes ojos azules. Le gusta que sea tan instintivo comportarse así con ella que muchas veces olvide para qué tiene la moneda, no le hace falta tomar una decisión cuando se trata de su hermanita.
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La vida es feliz y brillante, o lo es hasta que Kanae muere.
La vida sigue siendo brillante porque los colores de las flores y de las hojas, del cielo y las nubes, siguen siendo los mismos.
Shinobu no.
Su hermana se encierra. En su habitación y en sí misma.
Mucha gente viene a casa, y Kanao los recibe, siempre silenciosa pero eficiente, dándose cuenta con rapidez del papel que tiene que representar.
Shinobu no sale, no mucho, y a veces ella y Aoi, más veces de las que le gusta admitir, fingen no escuchar su llanto, o sus gritos de rabia.
Kanao es inteligente, siempre se lo han dicho, pero no sabe cómo actuar o qué decir.
Y tampoco sabe que hacer con ese agujero negro que tiene ahora en el pecho, el sitio donde antes tenía el amor de Kanae.
Así, Kanao aprende también que con el amor viene la pérdida.
Por primera vez en su vida, no está tan segura de que compense amar.
No sí el resultado va a ser ese infinito dolor el resto de lo que dure su vida.
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Decide, que sí, que sí que merece la pena. Lo decide un día, el primer día después de la muerte de Kanae en el que Aoi sonríe, y ella sonríe al verla. Merece la pena porque mientras viva quiere sentir eso, y quiere sentir que todos a su alrededor pueden vivirlo.
Quiere amar y sentirse amada, y que todos los niños del mundo lo puedan sentir.
No quiere que nadie tenga que sufrir pérdidas.
Cuando esa noche va a llevarle la cena a Shinobu, se sienta frente a ella y le dice que quiere convertirse en cazadora de demonios. Que quiere luchar contra los demonios.
Shinobu parece sorprendida por un instante. Luego vuelve a su expresión ausente.
Kanao piensa, con el corazón en un puño, que así debía lucir ella cuando era una niña desamparada y olvidada por todos.
Su hermana asiente pero sigue pareciendo tan lejana que Kanao duda que la haya escuchado.
A la mañana siguiente cuando se despierta ya hay olor a comida caliente y dulce en el aire. Shinobu está en la cocina poniendo los platos sobre la mesa. Lleva el haori de Kanae, y ahora también lleva su expresión dulce y amigable, aunque hay grietas.
Ni a Aoi ni a ella se les pasan ambos detalles, pero fingen que no ha pasado nada relevante, tan felices de tener a su hermana (o al menos aparte de ella) de vuelta que Aoi casi no puede contener las lágrimas mientras desayuna.
Shinobu le dice a Kanao todavía con la sonrisa de su hermana mayor en los labios que más tarde empezaran con su entrenamiento.
Kanao está feliz y triste a la vez, porque ha recuperado a Shinobu ha perdido una parte de ella.
Se pregunta si alguna vez volverá la explosiva y cabreada chica que le grito al hombre que la tenía en la calle.
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Los siguientes años transcurren con rapidez, una sucesión de entrenamientos y preparación.
También de risas, en especial cuando llegan las tres pequeñas a la familia.
También hay llanto. Vivir en la finca Mariposa significa que muchos luchadores vienen a recuperarse o curarse ahí, pero no siempre se recuperan o se curan.
También viven con el recuerdo de Kanae. Hay días en que es más fácil y días en que es más difícil.
Shinobu no vuelve nunca a mostrar su personalidad, la máscara de la amabilidad de su hermana cada vez mejor asimilada. Incluso Kanao ya es incapaz de ver las grietas.
Kanao se entrena con verdadero ahínco, y a pesar de que entrena con chicas mayores que ella, es sin duda la mejor. Hay un destello en los ojos de Shinobu cuando la mira que le dice que está orgullosa a la par que preocupada, esa preocupación que siempre ha asimilado va unido a su amor.
Kanao está decidida a luchar, a defender y a proteger.
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Crece, y con ella crece también Aoi. Descubre en ella lo que es tener no solo una hermana, sino también una amiga. Ninguna de las dos es especialmente sociable, Kanao por su mudez voluntaria y Aoi por su mal genio, y ambas ahuyentan a gran parte de los jóvenes que visitan la finca, así que encuentran a la mejor amiga en el corazón de la otra. No hay problema con eso, pues se habrían seguido escogiendo incluso si tuvieran todos los amigos del mundo.
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Kanao tiene dieciséis años cuando conoce a Kamado Tanjiro.
Según él, se conocen en un oscuro y frío bosque una noche de muerte, sangre y lucha contra demonios, cuando ella se abalanza sobre él como un destello blanco y detiene su espada.
Según ella, se conocen una soleada tarde de primavera, las abejas zumban en el jardín y el viento fresco huele a flores. Él la toma de las manos y la mira directamente a los ojos y provoca que su corazón se acelera con locura, con una emoción, con una vivacidad que no ha experimentado antes.
Kanao lo mira, indefensa y sin barreras frente a la franqueza de sus ojos y la luz de su sonrisa, y recuerda ser pequeña y descubrir lo que era el amor. Se siente igual y diferente al mismo tiempo.
Cuando Tanjiro suelta sus manos, hay un hormigueo en ellas, algo que le dice que el contacto ha durado demasiado poco. Y cuando le sonríe, es lo más hermoso que Kanao ha visto en toda su vida, y se siente como si el mayor secreto del mundo se le hubiera revelado con esa sonrisa.
No sabe exactamente qué es este sentimiento, pero sabe que es diferente a cualquier cosa que ha sentido antes. No mejor, no peor, pero si definitivamente diferente. Tiene que serlo, porque su corazón se va a salir de su pecho, y se pregunta si quizás le esté dando un infarto, a pesar de que sabe que es demasiado joven para eso.
Tanjiro se va con esa misma sonrisa camino a una nueva misión, y el corazón de Kanao se encoge ante la idea de peligro, aunque sabe que no puede hacer nada. Es su trabajo tanto como es el suyo.
Pero esa sensación persiste, incluso cuando él está fuera de su vista.
Piensa que quizás con los días se le pasara. Se le pasa. En parte. Porque está tan tranquila viviendo su día a día con normalidad y de repente recuerda su sonrisa, el tacto de sus manos entre las suyas, el destello de su mirada, y siente que le tiembla todo el cuerpo, que el corazón se le va a derretir dentro del pecho y que el sol apunta directamente a sus mejillas.
Empieza a preocuparse tanto que acaba hablando con Shinobu. Si es algo grave, no quiere preocupar a Aoi. Tampoco quiere preocupar a Shinobu, pero es la mayor, ella seguro que sabe qué hacer.
Cuando Kanao termina su explicación y levanta la vista, pues ha sido incapaz de hacer contacto visual mientras le contaba, su corazón se encoja.
Shinobu la mira con picardía en los ojos y mordiéndose el labio. Parece desbordante de felicidad. Y parece ser la Shinobu gritona y mandona que la salvó de las calles. La Shinobu que era antes de la muerte de Kanae.
Eso le dice que sin dudas lo que le ocurre no es nada malo.
Pero no la prepara para las palabras de después.
—Eso es amor, Kanao.
Su pensamiento inmediato es que no, no puede serlo porque ella ya sabe lo que es el amor y no se siente así. Se siente parecido si, pero no así.
—Un tipo diferente de amor —aclara Shinobu y toma una de sus manos.
Kanao las contempla. Lo que siente ahora no se parece a lo que sintió con Tanjiro. Esto es familiar, es el calor de años de confianza, el cariño de su hermana mayor, de la persona que más admira en el mundo, de aquella que desea tener la fuerza suficiente para proteger, a quien quiere hacer orgullosa.
Con Tanjiro ni siquiera tiene claro exactamente que sintió: un torbellino de emociones tan intensas, tan breves y espontáneas que se siente incapaz de nombrarlas a todas.
Solo es capaz de decir que quiere sentirlo de nuevo.
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La próxima vez que Kanao ve a Tanjiro, él aparece tan de sorpresa que cree que se le va a salir el corazón del pecho, aunque sospecha que incluso con un sobre aviso su inquieto corazón se habría comportado igual.
Tanjiro la saluda con una sonrisa y Kanao le corresponde con otra, más suave, pero más auténtica que la que mantiene siempre. Sospecha que es la sonrisa que aparece en sus labios cada vez que piensa en él.
Deja que su corazón lata incontrolable, que todas las emociones que la presencia del chico trae consigo la inunden, sin molestarse en identificarlas. Quiere sentirlas, quiere sentirse así. Siempre, sí es posible.
Kanao conoce el amor pero se da cuenta qué todavía le queda mucho, muchísimo, por descubrir sobre él.
Y no puede esperar a hacerlo.
Escribí este fic como regalo de cumpleaños para https://mermazing-art.tumblr.com/. ¡Espero que os guste tanto como a ella! ¡Gracias por leer ^^!
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dioses-y-religiones · 4 years ago
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27.Ceniza
Sumario.
Tom saltó a la fama internacional con su personaje de Loki en la película de Marvel, Thor. Ahora, pasada un poco la euforia por la película, es atacado por una enfermedad terrible con la que, en ocasiones, pierde el control sobre sí mismo, nadie sabe qué es, ningún médico puede ayudarlo, y se recluye para no dañar a la gente a su alrededor con esos episodios violentos ocasionados por esta extraña enfermedad. En su desesperación, y después de haber agotado todas las posibilidades médicas, se ve obligado a viajar a otro país, muy diferente al suyo para buscar a la ayuda de una bruja.
Nota de Autor: Los diálogos que están en negrita, son diálogos en inglés.
El playlist en YouTube con las canciones del Fic es http://www.youtube.com/playlist?list=PLe1RQg1PRt4FaYvpCpq6raUbZwtpyLwbz
27. Ceniza
Había sido probablemente los dos días más deprimentesde su vida, estaba feliz de saber que ambos, Tom y Loki, iban a estar bien, pero ver partir a Tom le rompió el corazón, Loki había estado con ella todo el tiempo. Nunca la presionó a nada, aunque los cuervos en la ventana probablemente podrían ser el primer indicio de que la familia real se estaba impacientando, se preguntó por un segundo cuantas mujeres habían tenido la oportunidad de darse su tiempo antes de entregarse a un Dios, “supongo que no muchas” pensó la bruja, y por la forma en que Odín la veía desaprobatoriamente también suponía que no era la única en pensarlo.
No era que estuviera evadiendo la situación pero estaba muy triste por Tom. Ella dejó caer su cabeza en la mesa que tenía enfrente, tenía demasiado tiempo pensado y se estaba cansando, honestamente no se estaba escondiendo de Loki, se estaba escondiendo de todos los demás, de la mirada de desaprobación de Odín, de la de preocupada de Frigga, de la cariñosa de Thor, de la crítica de todos los demás, nunca se había escondido de nadie, y no le gustaba la sensación, suspiró tomando la decisión de hacer lo que tenía que hacer. Dos ligeros golpes sonaron en la puerta, ella supuso que eran los guardias reales que venían por ella para terminar el ritual.
—Pase— dijo ella con un suspiro. Pero para su sorpresa era Loki.— Creo que es la primera vez que te veo tocar una puerta.— dijo la bruja sonriéndole al Dios.
—¿Estas bien? Madre preguntó por ti en la cena.
— Sí, lo siento es que no estaba de humor para ver a nadie.
—Es la partida de Thomas ¿Verdad?
—En parte
—Bueno esa parte la puedo resolver.—dijo con una sonrisa –padre ha decretado que por tu servicio a la casa real, a ti y a Thomas se les ha concedido pasajes reales cuando quieran, ambos pueden usar el Bifröst siempre y cuando no se esté usando y ya sabes que Odín podría…— pero fue interrumpido por ella cuando lo abrazó.
—No puedo creerlo, él puede venir ¿Cuando quiera?
—Y tú puedes regresar, todos quieren que te quede claro que no eres nuestra prisionera, eres nuestra invitada, quiero decir, mi invitada, eres mía y no quiero verte infeliz nunca, también quiero que sepas que no voy a obligarte a nada. Terminaremos cuando estés lista. – Diciendo esto, la soltó— dicho esto me retiro por la noche, si necesitas algo estoy a una puerta de distancia o pídeselo a los guardias. – dijo contento.
—¿Loki?— dijo ella despacio y él sonrió porque la escuchó menos estresada.
—¿Si?
—¿Desde cuándo sabías del privilegio del Bifröst?
Loki se congeló un momento, pero se recuperó en seguida —¿Disculpa?
—¿Desde cuándo sabías del privilegio del Bifröst?— repitió ella más enojada
—¿No entiendo? ¿Qué quieres decir?— Dijo aguantando la sonrisa.
La Reina estaba honestamente preocupada por la conclusión del ritual, no era que no confiara en la humana, aunque no la conocía tan bien, sabía dos cosas, uno que nadie se atrevería a hacer ese viaje sin estar segura de llevarlo a cabo y dos, queella amaba a ambos hombres, pero eso no quería decir que la humana no quisiera tomarse su tiempo y tiempo era algo que no tenía Loki, iba ahora a la habitación destinada a ella, no tenía pensado presionarla, pero un empujoncito no hacía daño. Pero cuando llegó a la habitación se dio cuenta que no era la única que había pensado en ello porque estaban Thor y Odín pegados a la puerta, tuvo que suprimir una sonrisa, porque no parecían muy regios ahí parados uno a lado del otro inclinados tratando de oír.
—Espero que ustedes dos tengan una buena razón para este comportamiento.—ambos Dioses se despegaron rápido y se pararon muy derechos, Odín fue el primero en reaccionar,
— Amada esposa, ¿Qué ocupa la mente de la Reina de Asgard, que la lleva a esta parte del castillo tan tarde? yo quería mantener unas palabras con el Príncipe heredero.— Thor solo asintió muchas veces.
— Y que labor tienen escuchando a través de la puerta de nuestra invitada, la mortal.
—Esto... Estábamos… si ella necesitaba… yo…¿Tu qué haces aquí?— dijo Odín defendiéndose a lo que la Reina trató de ocultar la sonrisa divertida en su comisura izquierda muy parecido a como Loki lo hacía, iba a decir algo pero un ruido fuerte salió de la habitación de la humana.
— ¿Qué fue eso?— Dijo el Rey y Thor se pegó de nuevo a la puerta.
—Parece que están discutiendo.
—¿Qué?­ –preguntó Frigga,— No deberían estar haciendo eso, ¡No discutiendo!
—¡Oh! Loki— dijo el primer hijo
—¿Qué hizo ahora?— preguntó Odín cansado.
—No le había dicho a Lady Ofelia que ustedes leshabían concedido permiso de viajar a Midgard y de regreso.
—¿Es la razón de la trágica despedida entre los mortales?— preguntó el Rey y su hijo asintió una vez.
—¡Oh! Loki— dijeron los tres mientras escuchaban los gritos y golpes en la habitación,
—Bueno no parece que pase algo hoy así que mejor dejémos que arreglen sus cosas.
—¿No deberíamos ayudar?—Dijo Thor preocupado.
—Loki no le va a hacer nada a la mortal, tú hermano no es tonto.— dijo el Rey, con esto ambos soberanos se retiraron por la noche, pero Thor se quedó, le preocupaba su hermano y la mortal, pero su preocupación no era que se hicieran daño, es cierto Loki, es muchas cosas pero tonto, estaba lejos de serlo y es muy difícil que la mortal pudiera hacerle algo a un Dios. Lo que le preocupaba era la unión de ambos, no entendía cómo iba a funcionar, eran muy parecidos en carácter y por el tiempo que convivió con ambos mortales se dio cuenta que era Göthi el que los unía, el que calmaba los ánimos de la pareja que ahora discutía tras la puerta.
Thor tampoco era un tonto, o un niño, sabía que solo debían encamarse y que para eso no era necesario la convivencia con la doncella, con una experiencia personal ya larga, sabía que solo era sexo, pero las doncellas en Asgard sabían lo que hacían, las vírgenes mortales no lo sabían, para ellas si era importante la relación entre ellas y los Æsir, debían sentirse protegidas para entregarse. Incluso si se consumaba y ella no estaba completamente segura, el ritual no funcionaría, debía ser una entrega total y aunque Loki tampoco era un niño y también tenía experiencia bastante respetable, no tenía mucha experiencia con Midgardianas. Tal vez debería hablar con su hermano pequeño al respecto.
—¡Por la Diosa! ¡Eres un cretino!— gritó la mortal en español.
—Fue una broma. Vamos ¡Thomas lo entendería!
—¡No! Thomas no lo entendería, Thomas te perdonaría, es diferente — dijo ella aventándole los adornos de la habitación. Loki por supuesto los esquivaba aunque no le hubieran hecho daño, no quería hacerla enojar más.— De verdad no puedes controlarte ¿Verdad?
—Bueno, soy el Dios de esto así que…— dijo con una sonrisa adorable.
—No te pongas simpático conmigo, pasé los peores días de mi vida pensando que nunca lo iba a ver.— dijo ella más calmada. Y él dio unos pasos tentativos hacía ella, cuando ella no se movió se acercó más.
—Por favor, sabes que lo único que quiero es que estén bien. Lo lamento.— dijo con media sonrisa y ella volteó los ojos pero le devolvió la sonrisa.
—Bueno supongo que aun así es una buena noticia— dijo ella alejándose de él para caminar hacía su vestidor, sacó de su mochila una caja. Luego levantó el brazo ofreciéndole a Loki la mano, para que se acercara, Loki lo hizo tomándola y ella lo haló mientras caminaba guiándolo, pero se detuvo en seco.
—¿Qué pasa?— pregunto él, pero ella en vez de contestar sonrió,— ¿Qué?
—Tu hermano está en la puerta— dijo ella ampliando la sonrisa.
El Dios frunció el ceño celoso,— ¿Y por qué eso es una buena notica?— dijo mientras se disponía a abrir la puerta.
—No, Loki ¡Tu hermano está en la puerta!— él se detuvo para verla confundido pero de repente comprendió.
—¿Puedes sentirlo?— dijo sonriendo
—Puedo sentirlo, un poco ¡Pero sí! Ahora deshazte de él.
—Con gusto
Abrió la puerta para encontrarse con Thor quien estaba parado muy derecho con una amplia, sincera y un poco pícara sonrisa. En cambio Loki estaba irritado, con una ceja levantada y esperando. En otro momento ambos hermanos se hubieran quedado viendo durante horas, ya que eran igual de testarudos, pero en esta ocasión el menor tenía un poco de prisa.
—¿Qué es lo que quieres, tú gran zoquete?— preguntó el Dios de ojos verdes, pero Thor solo amplió más su sonrisa, obligándolo a casi cerrar sus ojos azules. Pero antes de que Loki pudiera preguntar, este lo acercó hacia él, con su brazo sobre los hombros del menor y le puso la otra mano en el pecho,
—Hermano, es mi responsabilidad como el mayor aconsejarte sobre las maneras para intimar con una doncella.
—¿De qué hablas? Tuve descendencia mucho antes que tú, imbécil, creo que sé hacer esto— dijo el menor un poco avergonzado.
—Pero Loki, es Midgardiana.
—Tu conocimiento sobre los nueve reinos y sus razas nunca cesa de asombrarme hermano.
—Me refiero que tú casi nunca bajaste a Midgard a… — pero Loki lo interrumpió.
—¡No quiero discutirlo contigo Thor!— y el rubio subió las manos, sonriendo.
—Está bien hermanito, solo quiero aconsejarte porque no son como las demás doncellas de los otros reinos, debes ser muy cuidadoso, son criaturas muy frágiles y recuerda Loki que tu Wala es casta, debes tener más cuidado de hacerla sentir protegida, debes seducirla, esto es importante, que ella se sienta atendida, amada. Es la forma entre nosotros los Dioses y las Doncellas de sacrificio Midgardianos, recuerdo una vez que Padre y yo fuimos a este reino, yací con dos doncellas y créeme se puede poner complicado si no les das la atención suficiente a cada… —el Dios menor veía al mayor horrorizado, y apenado.
—Thor—lo interrumpió diciendo entre dientes, bajando la mirada y cerrando los puños.
—¿Si?—Thor vio a su hermano temblar ligeramente de ira, pero lo confundió con algún síntoma— ¿Te sientes mal? ¿Quieres que llame a Madre, o tal vez a Eir?
—¿Recuerdas que pasa si alguien amenaza la seguridad de la corona?
Thor lo vio confundido— Claro que sí hermano, ¿Acaso hay una amenaza cerca?— Dijo cambiando al "modo guerrero" enseguida.
—Estoy a punto de cometer alta traición a Asgard amenazado la vida del heredero a la corona— dijo levantado la cara hacia su hermano, usando esa mirada que aterrorizaba al mismísimo Concejo de la corte de su padre, pero Thor, tardó un segundo en entender, luego con una gran "O" formándose en sus labios, entendió lo vergonzoso para su hermano.
—Estaré en la otra habitación por si me necesitas. – se disculpó y se fue. Loki lo vio irse y respiró aliviado.
Para cuando Loki regresó, avergonzado y molesto, la habitación se había llenado de un aroma extraño
—¿Wala? ¿Qué es esto?— ella estaba vestida de blanco hincada en el piso descalza y rodeada por un circulo de polvo negro. Y estaba dibujando algo en el piso con tiza, y prendiendo algunas velas, llevaba el cabello suelto, le caía por los hombros, había algunas velas en el piso, unas piedras, algunos talismanes y un par de cuencos con un líquido blanco en ellos. Contenían leche y miel, la luz hacía que el cabello de Ofelia destellara en tonos rojos. Ella se enderezó soplando el palito de madera con el que estaba prendiendo las velas, por alguna razón Loki pensó, que esta sencilla acción era de las cosas más eróticas, y al mismo tiempo más inocente, que había visto en los nueve reinos.
—El incienso es sándalo, una madera preciosa de la tierra, la ceniza es de los árboles del bosque de la Diosa, los símbolos para protección y la leche y miel para sellar la unión— dijo levantando de nuevo la mano y él la tomó sentándose con ella en el círculo.
— Sabes que nada de esto, es necesario ¿Verdad?— dijo él viéndola, “¡Por las barbas de Odín, es hermosa!” pensó el Dios orgulloso de la belleza de su mortal.
— Lo sé, pero si voy a hacer esto, lo voy a hacer bien, puedes ayudarme o solo “disfrutar el paseo”—él se rió un poco de eso.
—Me encantaría ayudar mi lady, no todos los días aprendo rituales nuevos.— dijo él, en tono educado y ella sonrió.
Después de terminar con los símbolos, se puso a la tarea de desvestir al Dios, una vez que estaba él en una camisa y un pantalón simple, se hincaron uno frente al otro, ella le pasó uno de los cuencos con leche y tomó el otro para ella, dijo en voz muy baja – en la sabiduría de la anciana, la experiencia de la madre y el permiso de la doncella…— luego le hizo una señal para que lo bebiera, Loki trató de no reírse por el esfuerzo de ella de no tener arcadas de asco.
Luego ella cerró los ojos y comenzó a recitar el ritual que había hecho su madre y su abuela y tantas generaciones atrás, generalmente el hombre no hace nada en ese momento, Loki comenzó a sentir la energía, cerró los ojos también. Los símbolos comenzaron a brillar,el circulo se prendió en pequeñas llamas y del cuerpo de Loki comenzaron a salir chispas verdes y doradas, mientras que el de ella, salían destellos rojos. Cuando ella acabó ambos abrieron los ojos al mismo tiempo, ella tenía los ojos completamente negros y él tenía las pupilas dilatadas, Loki se acercó mientras ella se recostaba.
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tatianalucia89 · 4 years ago
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Un pequeño relato de Sero x Kirishima 💜
Sero llegó a su casa y Kirishima lo recibió con besos y abrazos como siempre, pero algo se sentía raro.
—¿Cómo estuvo tu día? —preguntó el pelirrojo.
—Estuvo bien, solo tuvimos dos robos menores. ¿Cómo estuvo el tuyo?
—Bien.
Kirishima tenía una mirada brillante y esa sonrisa misteriosa que tenía siempre que quería decirle algo. Sospechaba que quizás su lindo novio estaba preparando una sorpresa para él, por lo que decidió no preguntarle nada.
Más tarde, mientras cenaban, Kirishima no pudo aguantar más y mirando a Sero con una expresión tímida comenzó a hablar.
—Kaminari y Ashido adoptaron un gato. Le pusieron Pepe, para nada masculino si me preguntás. —Hanta se rio, es cierto que no era un gran nombre, pero era muy propio de sus amigos—. Pero es muy lindo, es todo negro y muy peludo.
—¿Sí? ¿Te mandaron fotos?
—Sí. Después te las muestro. —Eijiro miró a su novio con los ojos muy brillantes y Hanta supo lo que se venía— ¿Y si adoptamos un perro?
Sero bebió agua con lentitud bajo la atenta mirada de Kirishima que esperaba paciente por una respuesta.
—No sé Eiji, tener una mascota requiere mucha responsabilidad. Hay que comprarle comida adecuada, sacarla a pasear, pagar las vacunas…
—Pero las vacunas son una vez al año y la comida no es tan cara. Siempre quise tener un perrito, pero mis papás no querían —dijo con una expresión triste.
A Sero no le gustaba ver esa cara triste, pero a veces la voz de la razón tiene que hacer presencia. No siempre se obtenía lo que uno quería.
La cena continuó, no volvieron a hablar del tema de las mascotas y Eijiro cambió su expresión. No se lo veía feliz, pero tampoco triste o enojado. Hanta creyó que Kirishima había entendido la situación, pero debería saber que su novio nunca se daba por vencido tan fácilmente.
El sábado por la tarde, aprovechando que ambos tenían el día libre fueron a pasear al parque a petición del pelirrojo. Recorrieron los puestos de la feria que se organizaba allí los fines de semana, Hanta aprovechó para comprar algunas plantitas. Hacía poco en su agencia le habían regalado un cactus y descubrió su amor por la jardinería. Luego de eso caminaron por el lugar y se sacaron varias fotos juntos.
Eijiro hizo un jadeo de sorpresa que asustó a Hanta.
—¡Hanta mirá eso, vamos a ver!
Al mirar el lugar donde estaba señalando, Sero pudo ver un cartel muy llamativo que decía “Jornada de adopciones”, un poco más atrás había varias personas con perros de todos los tamaños y colores. Enseguida entendió las intenciones de su novio, no era ningún tonto.
—Por eso querías al parque hoy, ¿no? —dijo mirando a los perros a la distancia. Cuando se giró para ver a Kirishima, él ya no estaba a su lado. Pudo ver cómo, sin esperar respuesta de él, iba caminando hacia el lugar donde estaba el refugio de animales.
Negando con la cabeza lo siguió, ya estaba previendo cómo iba a terminar ese día.
Antes de llegar pudo ver a Eijiro acariciar a un perro mediano que se veía muy amistoso. La muchacha que sostenía la correa le estaba comentando algo. Probablemente el nombre del animal o algo así.
Se paró a su lado sin decir nada, la mirada ilusionada de Kirishima hablaba por sí sola. Le encantaba verlo así, emocionado por algo. Su novio era muy hermoso.
—Hanta, estos perritos no tienen hogar. ¿No te parece que podemos adoptar uno?
La pregunta lo sacó de su ensoñación. Lo miró un momento tratando de unir sus pensamientos.
—Eiji no sé… —no pudo terminar de hablar porque algo lo envistió por detrás, empujando sus piernas, haciendo que casi se caiga.
Se dio vuelta y vio un perrito pequeño que parecía un rompecabezas canino, pues era una mezcla entre salchicha, pastor alemán y cocker.
—¡Alba! —una chica con cuatro brazos se acercó a ellos—. Perdón, me distraje y salió corriendo. ¿Estás bien?
Sero miraba a la chica con gesto sorprendido. Miró hacia abajo y vio a Eijiro acariciar a la perrita que parecía que tenía una sonrisa en la cara.
—¿Se llama Alba? —preguntó Sero mirando a la chica.
—Sí, ella también está en adopción. Tiene cinco años, está castrada y vacunada.
Hanta sonrió, la muchacha parecía un vendedor desesperado. Se agachó para acariciar al animal, dejando la bolsa con las plantas a su lado, en el pasto.
La perrita se paró en dos patas, apoyándose en Hanta.
—Creo que ella te eligió a vos —dijo Kirishima divertido.
—Sí. Mi abuela también se llamaba Alba.
Kirishima abrió la boca en forma de O.
—Es una señal. Tenemos que adoptarla.
Hanta lo miró sonriendo sin dejar de acariciar a la perra.
—Podría ser.
La sonrisa que se formó en el rostro de Eijiro podría iluminar el parque entero.
Ese día su familia de dos se convirtió en una familia de tres. Volvieron a su hogar abrazados y compraron pollo frito para celebrar, porque las cosas buenas se celebran con comida rica.
Algunas semanas después, los tres miraban la televisión en el sillón.��Hanta, quien estaba reacio a tener una mascota, se encariñó muy rápido con Alba y se divertía al ver los desplantes de celos absurdos que Kirishima le hacía a la perrita por preferirlo a Sero antes que a él.
—Alba no me quiere. Tenemos que adoptar otro perro que me quiera.
—No.
—¡Pero Hanta…!
https://archiveofourown.org/works/33362371
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lady-chibineko · 4 years ago
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Fic SamBucky: Patitas en la oscuridad
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@sambuckylibrary
SamBucky Halloween 2021 Bingo prompt 5: Something lurking in the woods
AO3 link: https://archiveofourown.org/works/33462121
Título: Patitas en la oscuridad
Autor: Lady chibineko (Miembro de la Orden Sirusiana) (Miembro de la Mazmorra del Snarry) (Alumna de la casa de Hufflepuff en Media Noche en la Torre de Astronomía)
Disclaimer: Los diversos personajes del MCU (Marvel Cinematic Universe) pertenecen a Marvel, Disney y sus respectivos creadores, productores, directores y demás involucrados en este amplio universo.
Advertencia: Este es un fic slash, lo que quiere decir relación chico-chico; si no es de su agrado este tipo de lectura por favor no sigan.
Nota: Este fic participa en el evento 'SamBucky Halloween 2021 Bingo' auspiciado por THE SAMBUCKY LIBRARY en tumblr, con el prompt: Something lurking in the Woods (Algo acechando en el bosque) (Tarjeta 2, espacio medio izquierdo).
~.~.~.~.~.~
Una de las cosas que Bucky amaba más de Delacroix era la tranquilidad que se respiraba allí.
La gente del pueblo era amable con él, e incluso lo habían incorporado de una u otra manera en la medida de lo posible a la comunidad, lo cual no solo era un milagro por el hecho de ser reconocido aun en gran parte del planeta como quien fuese el Soldado de Invierno, sino porque el motivo por el cual se había mudado a Louisiana y a éste pueblo en particular era porque James 'Bucky' Barnes era la pareja sentimental de Sam Wilson, el actual Capitán América. Y el pueblo entero le había abierto la puerta sin siquiera pestañear.
Teniendo en cuenta como habían sido las cosas para parejas del mismo sexo de la época de la que él era originario, y ni que decir el aumentar a eso ser una pareja interracial; la verdad era que la actitud de la comunidad de Delacroix era suficiente para hacer que su cerebro prácticamente estallase dentro de su cabeza.
Pero volviendo a la idea original, incluso con lo cordiales y efusivos que eran todos a la hora de hacer que Bucky se sintiese bienvenido, por sobre todas las cosas lo que más resaltaba era que le daban el espacio suficiente para funcionar, lo que debido a sus múltiples traumas era casi la definición de paraíso, y lo que le había permitido ir desarrollando poco a poco las rutinas diarias que le ayudaban a vivir la vida en lugar de solo sobrevivirla.
Una de esas rutinas, por lo menos cuando estaba en el pueblo, era volver a casa por la tardes caminando. Bucky amaba la libertad que tenía de ir a su propio ritmo, respirando el aire de la ciudad y los muelles en un inicio para luego cambiar de escenario, aromas y sonidos al cruzar los pequeños parches de bosque que rodeaban las distintas propiedades, lo que incluía la casa que Sam y él mismo habían comprado tras decidir que Delacroix era tan buen lugar como cualquier otro para vivir y que si Fury o alguien más necesitaba la presencia del Capitán América y/o el Lobo Blanco para solucionar algún problema, pues lo mínimo que podían hacer era ir a buscarlos allí y luego retornarlos.
Delacroix era donde estaba la familia y tras años como prófugos, y luego de eso sin mucho más que departamentos solitarios y vecinos llenos de prejuicios tanto en Washington como en New York; estar en otro lugar no tenía ningún sentido.
Así que allí estaba Bucky, a menos de 10 minutos a pie de la casa, pensando en que al llegar lo estaría esperando una comida caliente recién hecha (le tocaba cocinar a Sam y éste se había retirado del muelle con la camioneta casi una hora antes de que Bucky diese por terminado su día); cuando un ruido alertó al caminante.
Ahora, recapitulando, nadie en el pueblo era tan idiota como para tratar de emboscar a Bucky Barnes... pero en contadas ocasiones algún matón de turno había tratado (y fallado), y el bosque era uno de los lugares favoritos para tratar de hacerlo aparentemente.
Y a quien fuese que habían enviado esta vez, debía de ser realmente bueno porque el ruido de la pisada que había alertado a Bucky había sido casi inexistente.
Pero Bucky seguía siendo mejor.
El soldado agudizó los sentidos, listo para defenderse, cuando sintió a su atacante venir por la espalda.
Volteó listo a todo, menos para lo que vino por él.
~.~.~.~.~.~
- ¡Sam!- llegó prácticamente gritando Bucky a su hogar.
- ¡Ey, Buck! Justo acabo de terminar de preparar la cena. Dame un minuto para poner la mesa y podremos comer.
- ¡No, no! ¡Sam, tienes que escuchar lo que me pasó!- exigió el súper soldado, lo cual hizo que el Capitán posara por fin sus ojos en su pareja, y frunciese el entrecejo ante la condición de la polera de manga larga que Bucky estaba usando ese día.
- ¡Hombre! ¿Qué le pasó a tu ropa? Estás hecho un desastre.
- ¡Es lo que estoy tratando de contarte! ¡Fui atacado!
- ¡Atacado!- preguntó Sam de pronto preocupado.
- ¡Sí! ¡Por él!- señaló Bucky sacando de pronto algo del bolsillo delantero de la polera.
- Buck... ¿Fuiste atacado por un gato que apenas cabe en la palma de tu mano? ¿Qué hizo, amenazarte con dientes que aún huelen a la leche de su madre?
Y es que 'el atacante' efectivamente era un gatito tan pequeño que Sam no le daba más de 3 semanas, tal vez un mes de edad.
Sam suspiró. Bucky de pronto tenía el ceño fruncido mientras miraba fijamente al gato.
- ¿Crees que su madre lo esté buscando?
- ¡Oh, Bucky! No revisaste a ver si ella estaba alrededor ¿Cierto?
Bucky negó viéndose de pronto bastante culpable.
Sam observó mejor al gatito. Estaba bastante sucio y además tan flaco que se le veían las pequeñas costillas. Tal vez no hubiese una madre cerca después de todo si el pequeño estaba en esa condición.
- ¡Voy a revisar a ver si encuentro a su madre!- anunció Bucky ya dando media vuelta, listo para volver a salir.
- ¿Ahora?- preguntó Sam mientras señalaba las ollas con la comida caliente.
- Son solo 10 minutos caminando hasta allí, menos si voy corriendo ¡No puedo separar a una madre de su hijo, Sam!- 'No otro más, no otra vez' fue lo que escuchó Sam aunque Bucky no lo dijese- Regresaré antes de que la comida de enfríe.
Sam volvió a suspirar antes de gruñir.
- Será más rápido si voy contigo.- declaró antes de tomar su abrigo y seguir a Bucky, esperando estar en máximo 30 minutos de vuelta, calentar un poco la cena y poder finalmente comer juntos.
Por supuesto, no volvieron hasta casi la media noche, poco más de 5 largas horas después, pues lo que encontraron en el bosquecillo cercano a la casa no fue a la madre del gatito, sino una bolsa con otro gatito adentro, el cual estaba en una condición deplorable.
La única opción fue recoger al animalito lo más delicadamente posible, volver a la casa, subir a la camioneta e ir al consultorio veterinario que estaba cerca a los muelles.
¡Sam no podía creer que alguien tuviese el corazón tan muerto como para hacer algo como eso! Pero lo que más le había dolido había sido la expresión de su chico, entre molesto y aterrado, todo envuelto en 10 capas de ansiedad y preocupación.
Afortunadamente el primer gatito estaba en mucho mejor condición excepto por lo desnutrido y que al parecer era más pequeño de lo que debía ser para su edad. Según el veterinario, ambos gatos tenían por lo menos 6 semanas de vida.
El primer gato resultó ser un macho, el segundo una hembra. Al primero le dieron un baño de emergencia con un shampoo antipulgas muy suave, le aplicaron una inyección de vitaminas, lo desparasitaron y le dieron una cartilla para que tanto Sam como Bucky estuviesen atentos a las fechas en las que debían de comenzar con sus vacunas a partir de los 3 meses de edad. Sam alargó el que le pusieran microchips al macho y guardó la cartilla para cuando le encontraran dueños responsables al gatito, y así poder dar la información completa a dichas personas. Él mismo pagaría por todo de ser necesario para estar seguro de que el futuro dueño empezase de manera correcta con la tenencia del animalito.
Por la pequeña gata hicieron todo lo que pudieron (le corrieron un diagnóstico completo, la desparasitaron, le pusieron fluidos y antibióticos, limpiaron delicadamente de su pelaje una gruesa capa de suciedad) y la mandaron a casa cuando Bucky se negó a dejar a ninguno de los gatitos en la consulta, asegurando que él cuidaría de ambos, especialmente de la gatita, día y noche. Bucky no tenía mucho apego a la idea de los hospitales, y al parecer estaba proyectando aquello en los pobres gatos.
Por desgracia, Sam estaba seguro de que Bucky dijo aquello de cuidar de la gata día y noche de manera literal, así que luego de comprar un arenero y arena, algo de alimento para cachorros, una cama y un juguete en forma de ratón, ambos regresaron a casa junto a sus nuevos inquilinos temporales.
Sam miró la olla con la cena ahora fría. Era pasta a lo Alfredo, así que no era como si se hubiese echado a perder en unas pocas horas; aunque si así fuese Bucky igual no le perdonaría que tirase toda una olla de comida al traste de la basura. Mentalidad de la época de la Gran Depresión y todo eso.
Volteando, miró a Bucky, quien tras haber puesto en la mesa la caja que contenía a la gata que luchaba por su vida (aún unida a la pequeña bolsa de suero a través de una aguja en la pata delantera) se había quedado mirándola con el corazón prácticamente en esos dos ojos azules que Sam tanto amaba.
¡Urgh! Le iba a caer pesado el comer tan tarde, pero de nuevo, no era como si Bucky fuese a descansar o a preocuparse por alimentarse o alguna otra cosa que no fuese el ver a la gata. Y no quería que su hombre se saltase ni una comida, no con lo que le había costado acostumbrarlo a comer de manera regular.
Prendiendo la hornilla, decidió calentar un poco la pasta al igual que la salsa a lo Alfredo y luego sirvió la comida en dos platos, como se suponía debía de haber hecho horas atrás.
- Buck.
- ¿Eh?- Bucky por fin le prestó atención a Sam, y se sorprendió al ver el plato de pasta humeante justo frente a sus ojos.
Sam puso el plato en la mesa, señalando a Bucky que moviese su silla y comiese. Ya cada plato tenía un tenedor, así que Bucky empezó de inmediato.
Fue por un par de vasos de jugo y pronto él también estaba comiendo, aunque menos de lo normal. No importaba la condición física, 40 años seguían siendo 40 años de edad.
Una vez que terminaron, Sam mandó a Bucky a darse una ducha y cambiarse de ropa, prometiendo ver a la gata mientras tanto. En menos de 10 minutos Bucky estaba de vuelta, mirando a la pequeña.
Con un último suspiro y un beso, Sam se fue a dormir sabiendo que encontraría a Bucky exactamente en la misma posición cuando despertase en unas 5 horas, listo para comenzar un nuevo día.
~.~.~.~.~.~
Para lo único que Bucky salió de la casa al día siguiente (y los dos que le siguieron a ese) fue para ir a la veterinaria (para preocupación de la gente del muelle, quienes se habían acostumbrado a tener al veterano de la Segunda Guerra Mundial cuando ese no se encontraba salvando al mundo).
Por supuesto Sam puso al corriente a todos ese primer día, y de paso aprovechó para indagar quien había podido ser el autor de tan despreciable hecho como lo es dejar a dos gatitos a merced de una muerte segura, y se enteró de que más de una persona había notado la presencia de una camioneta desconocida rondando casi a media mañana por la plaza y los alrededores. Consiguió armar una descripción decente sobre el vehículo y sus 2 ocupantes, y lo comunicó tanto a la policía local como a Bucky. El último prácticamente gritaba venganza por cada poro, por lo menos cuando su atención no estaba en revisar si la gatita seguía respirando.
El machito por su lado se recuperaba con rapidez ahora que al parecer por fin recibía los cuidados necesarios, dejando a su paso un camino de pelitos color blanco humo y el desorden propio de un cachorro de su edad. Sam admitía que era un animalito simpático, con un pelaje esponjado como si fuese una nube, y una actitud juguetona y simplona.
La gata en cambio era de un color blanco níveo, ahora que estaba limpia; pero Sam la miraba con reserva. Realmente estaba en mal estado y le preocupaba el estado emocional de Bucky en caso la pobre no lo lograse.
El segundo y tercer día el panorama no cambió demasiado, pero para el cuarto de pronto saludos emocionados lo hicieron levantar la mirada de donde reparaba redes de pesca, solo para encontrarse a Bucky llegando con un transportador de tela en una mano, desde donde se podía ver al macho dando saltos; y otro transportador, pero para bebés, adherido al pecho de su pareja. Sam estaba seguro de que era el que usaban para Cass de bebé y miró a Sarah, quien estaba a su lado, con una ceja alzada.
- ¿Buck?- saludó con una pregunta a su sonriente novio.
- ¡Abrió los ojos por fin! El veterinario dice que está mucho mejor y dijo que no habría problema en traerla siempre que la mantenga en un lugar fresco donde no le caiga el sol, y que vea que se alimente a sus horas.
Y para dar énfasis a sus palabras dejó ver a Sam que la gata estaba dentro del carrier para bebés, con la patita ya libre de la aguja por la que recibía el suero.
Sam tan solo parpadeó y asintió ¿Qué más podía hacer?
Tal vez de esa manera los gatos consiguiesen dueños sin tanto esfuerzo. El machito sin duda estaba haciendo un buen trabajo mientras atraía miradas al jugar con el hilo suelto de una de las redes de pesca, ahora que estaba fuera del carrier para mascotas en el que había llegado.
Sam estaba esperanzado.
~.~.~.~.~.~
10 días después, Sam aún se negaba a aceptar lo que era obvio para todo el resto del pueblo.
Así que por supuesto Sarah decidió decirlo en voz alta.
- ¿Sabes que esos dos ahora son de James y también tuyos, verdad?
Sam gruñó.
- ¿En serio? ¿En verdad tenías que decirlo en voz alta? ¡Acabas de arruinar cualquier posibilidad de que el destino me traiga a otras personas que quieran ser sus dueños!
Sarah rodó los ojos.
- Tu novio lleva llamando Alpine a la gata desde hace por lo menos dos días. La única manera en que la arrancarás de los brazos de 'hombre loco de los gatos', será si lo matas primero, o por lo menos lo dejas inconsciente. Pero en ese caso, luego de despertar y dejarte a ti inconsciente, igual irá por su gata.
Sam bufó.
Él ya sabía eso... solo que había elegido estratégicamente ignorar ese hecho con la esperanza de que Bucky dejase de hacerlo.
Sarah seguía mirándolo.
- ¿Qué se supone que vamos a hacer cuando nos llamen a una misión? ¿Negarnos? ¿Llevarlos con nosotros? Nunca sabemos si durarán un día o un mes.
Sarah volvió a rodar los ojos.
- Motivo por el cual con gusto cuidaré de ellos cuando ambos estén fuera.
Sam echó la cabeza para atrás mientras se cruzaba de brazos.
- ¿Qué pasó con eso de 'no animales en casa' que le repites una y otra vez a los niños cada que te piden un perro o un gato?
- Bueno, no es como si fuesen a quedarse para siempre; y de paso los chicos verán cumplido su deseo y dejarán de molestar. Además, no seré la excusa para que le digas a James que no se puede quedar a los gatos; si de verdad planeas mantener esa posición, tendrás que encontrar otro motivo para sustentarla.
Sam volvió a bufar.
Esa noche decidió que el nombre del macho sería Figaro, por el simple hecho de que si Bucky ya había elegido un nombre, lo justo es que él eligiese el otro.
Bucky le demostró con gran predisposición y energía, que tan de acuerdo estaba con la manera en la que Sam pensaba.
~.~.~.~.~.~
Cuando los gatitos cumplieron 3 meses, llegó la siguiente misión, siendo que estaban programados para irse justo tras la aplicación de la primera vacuna de los dos mininos.
Bucky estaba completamente reticente a la idea de dejar a sus niños... er, mascotas; especialmente a Alpine, cuando había posibilidad de que la vacuna les chocase y les causase fiebre o algún otro tipo de malestar.
Sarah juró y rejuró que lo primero que haría sería llamarlo en caso sucediese algo parecido.
Aun así, esa noche el teléfono móvil de Sarah comenzó a sonar, mientras en la pantalla aparecía el pedido para una video llamada con un nombre bastante familiar.
- James...- comenzó Sarah tras aceptar la videollamada, solo para ser recibida por la imagen del rostro amoratado del hombre de 107 años- ¡Oh, por Dios!
- ¡Ey, Sarah!
- ¡¿Estás bien?!
- ¿Esto? No te preocupes, para mañana estaré bien ¿Cómo están Alpine y Fig?
Sarah parpadeó incrédula, por lo que tardó un poco en contestar.
- Están... están bien.
Bucky frunció el entrecejo.
- ¿Estás segura? ¿Puedes ponerlos en pantalla?
- James...- comenzó a amonestar Sarah.
Sam apareció junto a Bucky, luciendo un par de puntos sobre la ceja izquierda.
- Solo pon a los gatos en pantalla, hermana ¡Por favor! O no me dejará dormir esta noche mientras enumera todo lo que puede estar mal con ellos, y mañana aún tenemos trabajo por hacer aquí.
Sarah suspiró y finalmente fue hasta la sala donde estaba la cama de los gatos, con ellos acurrucados dentro y los enfocó.
- ¡Allí están! ¡Hola Alpine, hola Figaro!- saludó Bucky emocionado, haciendo que su voz medio despertase a los dos gatitos durmientes.
- ¿Alguien dijo gatos?- preguntó una voz y de pronto Sarah vio a Ant-Man, si no se equivocaba, acercar su rostro a la pantalla (para molestia de Sam)- ¡Aaaawww! ¡Son unos gatitos adorables!
- ¿Verdad?- preguntó Bucky con el pecho hinchado como un pavo real.
- ¡A ver!- reclamó otra voz, y esta vez el rostro enmascarado de Spiderman entró en la pantalla- ¡Gatitos!- exclamó entonces una voz demasiado joven para el gusto de Sarah.
- ¡Si, sí, gatitos!- dijo Sam exasperado- Y estaban durmiendo hasta hace un momento, y es justo lo mismo que yo deseo hacer, así que digan adiós- gruñó el hombre- Buenas noches, Sarah.
- Buenas noches.- se despidió la mujer a tiempo, justo antes de que se cortase la video llamada, tras lo cual negó con la cabeza.
Y bueno, era parte de la vida con esto de ser la hermana del Capitán América y la cuñada del Lobo Blanco, o por lo menos eso suponía.
~.~.~.~.~.~
A los seis meses del encuentro entre Bucky y Figaro, la camioneta que era presuntamente culpable de haber dejado abandonados en aquella bolsa a los gatitos volvió, y con ella sus dos ocupantes.
Fue una suerte que tanto Sam como la policía llegasen menos de 10 minutos después que Bucky, porque de haber llegado minutos después no hubiese habido nada por lo cual llegar.
En la parte de atrás iba una bolsa de rafia parecida a la usada para abandonar a los gatitos, y dentro de ésta estaba un cachorrito de lo que parecía ser un Husky, pero su estado era tan deplorable que la verdad, no estuvieron seguros hasta que el veterinario lo corroboró.
Sucedía que esos dos eran parte de un grupo de cría ilegal de perros y gatos que operaba en New Orleans y alrededores, donde robaban mascotas de raza, pero en lugar de buscar compradores para estas, las usaban para obtener crías y luego vender los cachorros. Aquellos que no llegaban a los estándares necesarios para ser bien vendidos, eran abandonados para evitar gastos extras o bien dados a criadores ilegales de perros de pelea. El grupo tenía poco menos de 10 meses operando, pero eso no era realmente motivo de alivio teniendo en cuenta la cantidad de fotos de cachorros y mascotas robadas que estaban obteniendo de los teléfonos móviles de los sujetos.
Tan solo por la promesa de la policía de no dejar que el Soldado de Invierno los matase, dos dos detenidos cantaron como canarios; y es que Bucky se veía positivamente más homicida a cada palabra que esos dos soltaban.
El mismo Bucky se ofreció para ir a desmantelar la operación a New Orleans, aunque decir que se ofreció era bastante generoso. Fue más bien que se impuso y no dejó que nadie le dijese que no podía, so amenaza de ir por su cuenta y no dejar piedra sobre piedra.
Los periódicos locales hicieron de la noticia algo más espectacular de lo que en realidad fue, y comenzaron a llamar a Bucky el 'Héroe de las patitas en la oscuridad' en el titular, en alusión al hecho de haber encontrado a los animales robados en condiciones penosas dentro de jaulas pequeñas en habitaciones oscuras.
El pequeño grupo de fans del Lobo Blanco/Sargento Barnes/... ¿Soldado del Invierno? (los de relaciones públicas estaban trabajando y dando su mejor esfuerzo para deslindar a Bucky del último nombre) se encargó de esparcir la noticia al resto de los Estados Unidos, y de paso al mundo en general gracias a la magia de internet.
Con todo, esa fue una muy buena semana.
~.~.~.~.~.~
Bucky se movió en medio de la oscuridad con dirección a la cocina, cuando una pequeña sombra se movió al lado del sofá. Bucky rodó los ojos.
Figaro era terrible acechando, podía verlo llegar desde el otro lado de la habitación, a diferencia de Alpine que era una cazadora nata.
Pronto, tal y como sabía que sucedería, tenía un enorme y esponjoso gato atacando el borde de su pantalón de pijama.
Bucky se agachó para recoger a Figaro y plantó un beso en la peluda cabeza.
- No importa Fig, igual te queremos aunque lo único que seas capaz de cazar sean las hojas caídas de los árboles.
El gato maulló de contento ante la voz suave y las caricias detrás de la oreja. Pronto otra figura caía sobre el soldado, ésta vez saltando desde el borde superior del sofá y aterrizando grácilmente sobre el hombro izquierdo del humano.
Por supuesto Alpine no iba a querer ser dejada fuera de la repartición de mimos por parte de Bucky, así que éste se las arregló para darle un poco de cariño también.
El súper soldado terminó de dirigirse a la cocina y sacó una lata de comida gourmet, repartiéndola en dos platitos y colocándolos en el suelo frente a los ansiosos gatos.
- Feliz primer aniversario desde su llegada, y espero que sean muchos más. No le digan a Sam que les di esa lata extra tan tarde ¿De acuerdo?
- No necesitan decirme nada. Ya sabía que ibas a dársela ni bien te levantaste de la cama ¿En serio no podías esperar hasta mañana, bebé?- preguntó Sam mientras rodeaba la cintura de Bucky con los brazos y besaba su cuello, pegándose a la espalda de su pareja.
Bucky se encogió de hombros.
- El aniversario de su llegada es hoy, no mañana.
Sam rió bajito.
- Supongo. Y solo por eso lo dejaré pasar... pero tú eres el encargado de limpiar los platos antes de que los restos que vayan a dejar se echen a perder.
Bucky rodó los ojos.
- Con Figaro, nunca hay restos. Pero está bien.- respondió el súper soldado, observando feliz a sus pequeños acechadores nocturnos.
The End
Notas de la autora:
El quinto... no me puedo quejar del muso, se está esforzando.
Y bueno, introduciendo a la familia Wilson-Barnes a los hermanos Alpine y Figaro, y haciendo que el público quiera un poquito más a Bucky alrededor del mundo, creo que no estuvo nada mal para un día de escritura.
Nos leemos pronto, ya tengo en borrador el siguiente fic... solo tengo que pasarlo a limpio. Solo advierto que el que viene está lleno de angst... So much angst!
Un kiss gatuno para todos.
chibineko chan (Miembro de la Orden Sirusiana) (Alumna de la casa de Hufflepuff en Media Noche en la Torre de Astronomía) (Miembro de la Mazmorra del Snarry)
~.~.~.~.~.~ Campaña de NO AL PLAGIO Digamos NO al plagio, este mensaje va dirigido al público, para que el trabajo de cada uno como autor sea tratado con el respeto que se merece.  Recuerden que cada obra es como el bebé de cada uno de los que creamos dichas obras; y como tales amaremos y protegeremos esas obras dándole lo mejor de nosotros para que el resto del mundo pueda disfrutar con el resultado final.  Por eso, si sabes de algún caso de plagio, denúncialo al autor del respectivo trabajo, ten por seguro que dicho autor te lo agradecerá.  Gracias.
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7mactividades · 4 years ago
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INTERVENCIÓN #3
❛ Esta es la última vez que me dirijo a ustedes por esta noche. Espero que para estas alturas ya tengan, al menos, una teoría. Ahora quiero mostrarles algo, quiero que vean por sus propios ojos los minutos posteriores a la muerte de Mathilde y en qué se encontraba cada una de las personas que tenemos como sospechosas. Quienes tengan interés, no duden en seguirme. ❜  
Figura de Emmeline se mueve con gracia por el gran salón, consciente de que acapara gran parte de las miradas a su alrededor. Una fila de personas le siguen, aquellxs quienes parecen más interesades en reconstruir el misterio. Terminan fuera de una habitación, antes de abrir la puerta Emmeline se voltea y vuelve a hablar. 
❛ En esta habitación podrán ver cómo los eventos se desplegaron, les invito a un viaje al pasado. ❜  
00:10 Del primero de noviembre de 1860
¿Qué hacía Genevive, la mejor amiga? 
A esa hora se encontraba en el salón principal, de ello pueden atestiguar distintas personas de su Aquelarre, después de todo le preguntó por Mathilde a cada una de ellas. La notaban nerviosa, desesperada, incluso, casi como un augurio de lo que encontraría veinte minutos más tarde al subir.  Recorrió el salón principal durante varios minutos, incluso llegó a la cocina, encontrándose con Alton; tras cubrir cada uno de los espacios de la primera planta, finalmente subió veinte minutos después y encontró el cuerpo de Mathilde. 
¿Qué hacía Ellis, el prometido?
A esa hora recién se encontraba yéndose por una de las salidas traseras del convento, pasando por  la cocina, caminando a paso firme en medio de la oscuridad con una velocidad que solo parecía estar impulsada por la rabia misma; según él, optó por ese camino para evitar preguntas sobre la discusión que tuvo con su prometida. Luego de eso no volvió más en toda la noche, sobre el destino de Mathilde se enteró a la mañana siguiente cuando le encontraron apestando a alcohol en una de las habitaciones del burdel más conocido de la ciudad. 
¿Qué hacía Victor, el músico? 
Parecía haber perdido ya el uso de la razon cuando salió de la oficina de la institutriz, el mundo le daba vueltas mientras caminaba por los pasillos del segundo piso entre la penumbra que mucho no ayudaba. Si recuerda haber visto a alguien más caminar por ahí, creyendo que se trataba de la institutriz le siguió para ir a buscar sus cosas, fue ahí cuando llegó a la biblioteca, que estaba en total oscuridad. Al prender una vela solo pudo percatarse de que estaba en el lugar erróneo, mas no encontró a nadie y tampoco se percató de la daga que permanecía en el suelo a pocos metros de la entrada de la biblioteca. 
¿Qué hacía Alton, el copero?
Venía volviendo de la parte trasera de la cocina donde hay una escalera solamente utilizada por trabajadores del convento que es mucho más directa que la escalera principal, ahí también estaba la reserva de vinos, de la cual el venía entrando a la cocina con varias botellas sobre sus brazos. Se topó con Genevive al entrar a la cocina, quien estaba hecha un desastre y que tuvieron que sacar a la fuerza de la cocina. Tras eso Alton fue visto conversando y riendo con Jacques, luego volvió a servir algunas de las copas y se perdió entre el gran salón lleno de gente.
¿Qué hacía Cynthia, compañera de Mathilde?
Algunas personas la vieron corriendo por el pasillo del primer piso que da al jardín y donde también, se encuentra la escalera principal que da al segundo piso, su rostro estaba rojo aparentemente por el llanto, a esa hora las lágrimas ya corrían por toda su cara. Quienes vieron su recorrido aseguran que murmuraba cosas sin sentido, quizá la que más resonó a oídos ajenos tenía que ver con una confesión bastante inusual ‘Él no la merece’, una de las brujas del Aquelarre juró oír, no hacía falta muchas vueltas para comprender que se trataba sobre Ellis. Parecía querer perderse cuando se metió dentro del laberinto, colapsando al llegar a los lirios donde la encontró Jacques. 
¿Qué hacía Jacques, el jardinero? 
A esa hora se encontraba en la cocina, aparentemente había ido por un vaso de agua y un poco de comida tras la larga jornada de trabajo. Algunos trabajadores dicen que intercambió algunas palabras con Alton, murmullos sobre el hastío que era trabajar en este tipo de eventos. Luego de eso volvió al jardín, diez minutos más tarde ya estaba dentro del laberinto, fue junto a los lirios que encontró a Cynthia, ella seguía llorando. Ambos se quedaron ahí hasta que los gritos de terror y asombro de les asistentes les alertó de lo que ocurría. 
¿Qué hacía Katheryn, la institutriz ?
Se encontraba en su oficina en el segundo piso junto a Victor, pagándole por el trabajo de la velada, interacción que intentó hacer lo más veloz posible, teniendo en cuenta el evidente estado de ebriedad del hombre (uno que dejó más que claro que no aprobaba). Luego de eso hizo un chequeo regular de su oficina, sin embargo, no se percató hasta la mañana siguiente de que las llaves de la sala de armería habían sido robadas de uno de los cajones. Tras aquello volvió a la sala de plegarias de donde no salió hasta que le fueron a buscar para darle aviso de la muerte de Mathilde. 
ACLARACIONES OOC
Con esta intervención pueden enviarnos sus teorías de quién mató a Mathilde (y por qué, si gustan) al ask del blog de actividades. Para hacer esto tienen hasta el jueves 19 de noviembre durante todo el día y noche. Cabe recalcar que esto es totalmente opcional y recordar que es parte de la intervención que se realizó en la fiesta de Ursuline; aún si no alcanzaron a rolear dentro de esa fiesta, pueden ver el resto de las intervenciones en el blog y enviar sus teorías (asumiendo como hc de que sus personajes participaron de esa fiesta). 
Las teorías se envían como si sus personajes las dijesen, por ende, si tienen más de un personaje pueden enviar distintas teorías específicando a qué personaje corresponde. 
Hay un premio dentro de personaje para quien acierte, el cual consiste en una cena para dos (tu personaje puede invitar a quien quisiese del grupal) en el reconocido restaurante Commander's Palace, premio que podrá hacer efectivo a través de una convo posteriormente. 
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you-moveme-kurt · 4 years ago
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Glee «A very important dinner» Part III
Diciembre de 2041
-¿Serás la Andy Sachs para mi Miranda Priestly?... —pregunto Kurt divertido, acto seguido tomó dos copas bebiendo inmediatamente de una de ellas. -¿Quien? -«Devil wears prada»... -¿Cómo?... -Ok… no se si despedirte o tirarte este vaso de espumante por ser tan joven y no entender esa cita cinematografía.. -Lo siento Señor Hummel… -Esta bien… bebe conmigo… —añadió entregando una de las copas— allí vienen dos personas...—dijo Kurt señalando con disimulo la pareja que venía hacia ellos como si lo conociera de toda la vida, Helen buscó toda la información pertinente y se le susurro al oído en tiempo récord y así lo fue haciendo con todas las personas desconocidas para su jefe.
-Tengo la impresión que esa de allí es la mesa Señor Hummel… —dijo Helen indicando hacia adelante, la mayoría de los invitados a la cena ya estaban ubicados en sus asientos y parecían ansiosos por la comida. -¿Segura?... ¿no esta un poco adelante?... —replico Kurt arrugando el entrecejo mientras miraba el resto de las mesas. -¿A que se refiere? -A que las personas que organizan, siempre ponen a la gente más importante en las primeras mesas… -¿Y usted que es?... -¿Disculpa? -Señor Hummel, usted es tanto o más importante que cualquiera de los aquí presentes… no se si lo sabe, pero ha ganado a cuánto premio lo han nominado… —dijo Helen soltando una risa, Kurt la miró un instante y se irguió un poco como si recién cayera en la cuenta de cuán importante era en el mundo de Broadway— y mire… esta si era su mesa… —añadió la mujer al ver que el código de la invitación coincidía con el que estaba junto al centro de mesa. -Vaya… esto al menos nos garantiza un plato caliente… —dijo tomando ubicación, miró de reojo la hora antes de terminar de sentarse y dejo su teléfono al lado de  los cubiertos.
-¿Conocía este hotel Señor Hummel?... —pregunto Helen también sentándose. -Por supuesto… no se si te lo he dicho, pero desde que llegamos a New York, con Blaine hemos hecho un tour bastante sexy pero todos los hoteles de la ciudad… —respondió alzando una de sus cejas de manera traviesa, Helen también sonrió pero como con vergüenza— ¿se ha demorado?, ¿no crees?... —dijo Kurt mirando hacia la entrada del salón y a su teléfono de manera alternada. -La verdad es que no… solo ha pasado media hora desde que llegó Señor Hummel… —hizo notar Helen mientras tocaba con mimo los cubiertos y todos los detalles que habían en la mesa.. -¿¡Es verdad eso!?... —exclamó mirando la hora nuevamente— vaya… si que lo es… —agregó al comprobar por el mismo que de verdad solo había pasado media hora. -No se preocupe, estoy segura y ya viene en camino, el mensaje de mi hermano da para interpretar que al gatito lo atendieron de inmediato… -Pues eso espero… si hubiésemos esperado hasta mañana como sugerí, nada de esto habría pasado, pero Blaine insistió e insistió… -Debe ser porque cuando le sucede algo a usted o al pequeño Noah, el Señor Anderson es de los que reaccionan así… —contestó Helen chasqueando sus dedos cuando decía lo de «así», Kurt volvió a lo del respingo de sorpresa pensando que esta vez no se quedaría callado. -¡¿Que?! -¿Que?... —repitió la asistente sintiéndose un poco intimidada. -¿Qué demonios se supone qué significa eso? -Nada… es decir… -¿Has estado hablando con Julianna? -No, ¿por qué? -Porque si las dos creen que yo soy un consentido o no se que mas, déjame decirte que... -¡Señor Hummel!...  —exclamó una mujer saludando a la distancia, acto seguido hizo un par de señas indicando que iría hasta donde ellos estaban. -Ella es importante, fue la presidenta del AEA en 2020 —susurro Helen mientras buscaba más información— es la señora Kathe... -Se quien Helen, gracias… —interrumpió Kurt hablando entre dientes. -Señor Hummel… —repitió ya llegando a la mesa— que honor mas grande… —añadio estirando su mano— mi nombre es Katherine Shindle -Lo se… y el honor es mio… —respondió este  levantándose de la silla para saludar a la recién llegada, era una mujer de edad avanzada pero que derrochaba elegancia y  vitalidad. -¿Que tal todo? -Hasta ahora todo genial, espero y la comida sea igual… -Solo espera y verás, este hotel no es el Plaza, pero es bien fantástico en realidad… ¿ella es? —pregunto la señora Shindle apuntando a Helen. -Mi asistente…  Helen Fitzsimmons… —respondió Kurt apuntándola, la aludida se levantó y le  estrechó la mano de inmediato. -Excelente, lo que mas necesitamos en este medio son asistentes.. -Ni que lo diga… -¿Su esposo?, creí que vendría con él. -Si… bueno llegara mas tarde, tuvimos una emergencia con la mascota de mi hijo más pequeño... -Nada grave espero… —dijo Katherine llevándose una mano al pecho como para demostrar angustia e interés. -No, no tengo tanta suerte… -¡Auch!... ¿asumo y no le agrada esa mascota? -No… disculpe, lo que dije estuvo fuera de lugar… ya que a quien tiene que agradarle es a mi hijo… yo me conformo con agarrarme los pelos cada ve que se sube a uno de mis muebles.. -Claro… -¿No quiere sentarse?... —pregunto Kurt abriendo uno de los lugares. -No por favor… tengo que volver a mi mesa a escuchar a Hugh Jackman hablar de «The  music man».. —respondió Katherine blanqueando los ojos. -¿Hugh Jackman?, ¿en serio?... -Obvio… ¿no lo conoces? -No personalmente…¿están por aquí? —preguntó señalando las mesas de alrededor. -No cariño, a los viejos nos ponen más atrás... cerca del baño por supuesto… —añadió soltando una risa, Kurt no supo si debía reír también o aquello se consideraría de mala educación de su parte— gusto en conocerte Helen… —agregó sonriéndole a la asistente quien  batió la mano bien rápido y rio de manera nerviosa— y usted Señor Hummel… déjeme decirle que debió pedir una mesa en la primera línea… -Por favor… -Es la verdad… eres una leyenda desde tu primera obra… -No tanto como usted.. -Por favor… yo solo presidí el AEA hace como mil años… -Pero en el año más difícil para todos… -Tal vez...  pero cualquiera lo podría haber hecho… cosa que deberías hacer tú en algún momento de tu vida… -No estoy seguro de eso… -Pues yo sí… tengo mis ojos puestos en ti desde que escribiste el prólogo del libro de Benjamin D. Brantley... -Fue la tercera edición… -¡Y la más vendida!... ¿que pasa contigo?... tu jefe necesita unos cursos de apreciación y valoración  personal… —añadió mirando a  Helen,  esta solo se limitó a sonreír como diciendo «lo se, pero que quiere que haga», Kurt la miró de vuelta con mala cara y Helen pensó que al parecer y además de todo, su jefe podía  leer la mente— bueno… me voy, me hubiese encantado conocer a tu esposo… -En cuanto llegue, me aseguraré de que nos acerquemos a su mesa… -Por favor… así me liberan de la historia de «The showman» que no se cuantas veces la he escuchado...—agregó Katherine haciendo un gesto con su mano en alto mientras se retiraba. -Que amable… —dijo Helen bebiendo de su copa. -Lo mismo digo, ahora... creo que nosotros  estábamos a punto de dilucidar algo cuando Katherine nos interrumpió, así es que... creo que me debes una explicación Helen Fitzsimmons… —añadió Kurt cruzando sus manos sobre la mesa, Helen se bebió todo de un solo trago y suspiro  aliviada cuando vio aparecer a Blaine. -Allí viene el señor Anaderson..  —dijo tragando. -¿Cómo?... -Allí… —repitió Helen señalando hacia la entrada donde Blaine hablaba con un par de personas, una de ellas le indico dónde dirigirse y la otra le pidió una foto. -Y causando revuelo como siempre… —agrego Kurt soltando un suspiro enamorado, Blaine hizo un par de señas y apuró sus pasos hasta llegar a la mesa que les correspondía.. -No es tan tarde —dijo como primera cosa, casi anteponiéndose a lo que su esposo se supone y le diría.. -Lo se… —dijo de vuelta Kurt echándose hacia atrás en la silla, su esposo se acercó y le dio un pequeño beso de saludo— ¿nuestro hijo? -En casa con Julianna, muy feliz de que todo saliera bien para su querida mascota… —explicó Blaine sentándose a su lado, Kurt blanqueo los ojos e hizo una seña al mesero para que trajera más licor,  Helen hizo un gesto saludo que fue respondido con una sonrisa por el esposo de su jefe— ¿y aquí?... ¿como esta todo?... —preguntó acercando su silla un poco mas a la de su esposo, tanto que Kurt pudo usar el pecho de él como respaldo en vez de su asiento. -Como lo ves… ah… se me acercó Katherine Shindle.. -¿Katherine Shindle?... -Si, la que fue presidenta del sindicato de Broadway en el 2020.. -Por supuesto… ¿y que quería?… —quiso saber Blaine apoyando su mentón en el hombro de su esposo. -Pues conocerme… ¿puedes creerlo? -Por supuesto…  —respondió sin vacilar, Kurt sonrió engreído— ¿y de qué hablaron?. -De todo, pero lo más importante es que me dijo que debería estudiar la posibilidad de presidir la AEA… que lo haría bien y todo… -¡Por supuesto que lo harías bien!… —exclamó de vuelta Blaine besándole el cuello— tú lo haces todo bien… —agrego repitiendo lo de los besos. -Adulador… -Apuesta tus mejores partes a que si lo soy… -¿Me roba mis frases Señor Anderson-Hummel… -Un poco si.. —respondió Blaine riendo, Kurt también rio y se acomodó más sobre él— ¿has hablado con al gente importante?... -Casi con todos… solo me falta llegar  a la mesa principal donde están los productores de más peso… -Si quiere yo puedo ir a hacer algunos contactos Señor Hummel… —dijo Helen levantándose, ambos giraron la cabeza al unísono como si recién cayeran en la cuenta que no estaban solos en la mesa. -¿Harías eso linda? -Obvio… vuelvo enseguida… -Gracias Helen… —dijo Blaine sonriendo, la mujer hizo una especie de reverencia divertida mientras se dirigía hacia donde dijera. -No le agradezcas tanto, al fin y al cabo hace su trabajo, además que necesito reprenderla por algo y no quiero que me conteste porque gracias  a ti se le subieron los humos.. -¿De que tienes que hablar? -Pues ella y Julianna dijeron un par de cosas que me dejaron bien estupefacto… -¿«Estupefacto»?... —repitió Blaine riendo. -¿Que?… ¡es una palabra!… y muy adecuada por lo demás... -Por cierto que lo es… ¿y qué cosas fueron esas?, si me permites preguntar... -Pues  ambas dijeron que cuando se trataba de mi o de Noah tu reaccionabas así… —dijo Kurt chasqueando los dedos— y Julianna añadió el término aprehensivo… —Blaine sonrió para sí sin decir nada— ¿me escuchaste?... —agregó mirándolo hacia atrás por sobre su hombro. -Por supuesto que te escuche… -¿Entonces?... ¿qué es ese silencio Señor Anderson-Hummel?... —pregunto Kurt moviéndose para quedar mirándolo a la cara. -No es nada… —respondió Blaine haciéndole un cariño en la cara— es solo que... que puedo decir además que es todo verdad… —dijo encogiéndose de hombros. -¿Cómo?... —respondió Kurt casi derretido. -Lo que oyes… Kurt… —Blaine le tomó las manos, se las besó y lo miró fijo a los ojos, Kurt sintió que le daba algo— tú… eres lo mas importante para mi… lo mas importante… y con respecto a Noah... bien sabes que amo a todos nuestros hijos pero él… no lo sé… tal vez porque es el menor, o porque es nuestro... o porque no costó tanto concebirlo… —dijo Blaine soltando un suspiro— es por eso que reacciono así… —agrego chasqueando sus dedos— o soy ese aprehensivo que dice Julianna… lo siento... -No lo sientas… me elevas el ego hasta más arriba de las nubes, pero puedo vivir con ello, no te preocupes… -Muy bien… —dijo Blaine sonriendo. -Ahora… ¿quieres conocer a alguien? -¿A quien? -A Hugh Jackman… -¿Que?, ¿Wolverine, esta aquí?... —pregunto mirando a su alrededor. -Difícil porque ese es un personaje de ficción pero la Katherine esa de la que te hable… esta en la misma mesa que Hugh Jackman y me dijo que si quería me acercara… ¿quieres conocerlo? -¡Por supuesto que sí!… —exclamó Blaine levantándose de inmediato. -Ok, tanto entusiasmo no me parece pertinente… -Vamos...es Wolverine de quien estamos hablando… —añadió acomodándose la corbata— aunque no se que haría si decide sacar sus garras… —dijo sonriendo con travesura. -Pues que no las saque o yo sacaré las mías… —termino por decir Kurt alzando su ceja inquisidora.
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lilupintheskywithdiamonds · 5 years ago
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You & Me | TeddyxLilyLu.
—Por fin: hogar dulce hogar. 
Tras haber tenido un caótico año escolar, Lily Luna se encontraba más que lista para pasar un tranquilo verano en su hogar, Godric’s Hollow. La pelirroja había sido la última en entrar por el umbral, siguiendo los pasos de sus hermanos mayores: James ya se encontraba en la cocina, buscando algo de comer... y Albus había subido a su habitación con la excusa de “encontrarse exhausto”, aunque Lily sabía bien que el chico subió a enviarle una lechuza a Scorpius. Negando lentamente, la joven dejó su baúl en una esquina de la habitación, lista para finalmente correr a los brazos de su madre, misma que se encontraba mirando a James con una ceja alzada. Sin más, Ginny rodeó el cuerpo de la pequeña Lily con firmeza, lista para comenzar a hacer preguntas sobre clases, amigos, vida amorosa... Sí: esa mujer no perdía el tiempo. 
Lily sabía bien que su madre querría todos los detalles de su quinto año en el castillo, así que no tardó en sentarse a la mesa, con una taza de té frente a ella, para relatar todo aquello que consideraba “adecuado.” Como era de esperarse, el tiempo se fue volando: antes de que ambas pelirrojas se dieran cuenta, una hora había pasado desde que iniciaron su conversación. Al percatarse de la hora, Ginny Potter dio un pequeño brinco, susurrando con rapidez que “era hora de hacer la cena” ya que “los chicos llegarían pronto.” 
A pesar de la sorpresa que sintió al escuchar a su madre hablar en plural (siendo que ella sólo esperaba a su papá), la joven Ravenclaw se ofreció a ayudar. A pesar de no ser tan buena en la cocina como su madre (y mucho menos como su abuela), Lilu amaba aprender cosas nuevas, ¿y qué mejor manera de hacerlo, que de la mano de su madre? Sin tiempo que perder, pusieron manos a la obra: la pequeña Potter haría una pasta, y su madre el plato principal. Al trabajar en equipo, las mujeres de la familia Potter tuvieron todo listo en menos de una hora, por lo que, orgullosas de su trabajo, tomaron asiento a la mesa de nueva cuenta, escuchando a lo lejos como James y Albus corrían al comedor, llamados por el olor de la cena. 
—¿Ya vamos a comer? Huele delicioso... y ahora muero de hambre —aseguró James, tomando asiento justo frente a Lily, quien negaba lentamente con diversión. —Obviamente no, James —respondió Albus ligeramente exasperado, permitiéndose girar los ojos antes de tomar asiento junto a su hermana menor.— Aún falta papá... aunque ya es hora de que regrese, ¿no? —preguntó con una pequeña mueca en el rostro, mirando la hora en el reloj de muñeca que siempre usaba.
—Así es... su padre tenía algo que hacer después del trabajo, chicos, pero debería estar aquí en... cinco minutos, tal vez —respondió Ginny, mirando también la hora antes de comenzar a poner los platos a la mesa.— Así que levántense y ayúdenme un poco. 
Con un flamante trabajo en equipo, James y Albus pusieron un set de cinco platos, uno para cada integrante de la familia Potter, y tomaron asiento de nueva cuenta; Lily se había puesto de pie y llevó las cacerolas a la mesa, y justo cuando pensaron que todo estaba listo... Ginny añadió un set más a la mesa. 
—¿Alguien más vendrá a cenar, mamá? —preguntó Albus con curiosidad. —Sí, pero no les diré quien será nuestro invitado... quiero que sea una sorpresa —admitió entre risas, mirando la cara de enfurruñamiento de sus hijos. 
Antes de que los Potter Weasley pudieran hacer preguntas, un familiar sonido llegó a sus oídos, proveniente de la sala: la red Flu se había activado, cosa que indicaba la llegada de su papá. Los tres jóvenes dieron un salto al verlo, y sin más, corrieron a abrazarlo. Después de todo, los jóvenes habían pasado más de seis meses sin verlo, y lo habían extrañado bastante. Los pequeños Potter estaban tan ensimismados en su padre, que no notaron al joven de cabello azul eléctrico que venía tras él, mismo que, sin perder tiempo, saltó mientras un pequeño “¡boo!” salía de sus labios. Como era de esperarse, Lily fue la primera en pegar un grito... para después abalanzarse sobre el joven, gritando su nombre una y otra vez. 
Entre grandes carcajadas, Teddy rodeó la cintura de la pelirroja con firmeza, alzándola un par de segundos en el aire antes de besar su frente con delicadeza. Asimismo, y con una gran emoción, James y Albus se acercaron a ellos, rodeándolos con un fuerte abrazo. Divertidos ante la imagen, Harry y Ginny negaron lentamente y los apuraron a sentarse a la mesa, donde los seis integrantes de la familia comenzaron a comer, entre risas y amenas charlas sobre todo un poco. 
Al acabar la cena, Teddy y Lily se ofrecieron a lavar los platos, viendo esa como una oportunidad para hablar sin que los otros integrantes de la familia estuvieran cerca. Sin tiempo que perder, la joven lavaba y Teddy secaba para hacer el trabajo menos pesado para ambos, y mientras lo hacían, una pequeña conversación daba inicio:
—Dime, Lilu: ¿cómo estuvo tu año en Hogwarts? ¿Te fue bien en los TIMOS, tuviste muchos problemas de chicos? —finalizó, tratando de reprimir una pequeña risita... sin mucho éxito. —Qué gracioso, eh —respondió la joven con una mueca en su rostro, arrugando ligeramente la nariz antes de negar lentamente, lista para responder.— Estuvo bastante bien: siento que mejoré bastante en el quidditch, y volar sigue siendo algo que me hace increíblemente feliz. Me fue bien en los exámenes... o eso quiero pensar. Me da miedo reprobar pociones, si te soy sincera, pero al menos sé que saldré muy bien en adivinación y DCAO. Y en cuanto a tu última pregunta... prefiero no hablar de ello —admitió con suavidad, pensando de manera inmediata en Lorcan Scamander... y en uno de sus mejores amigos, Samuel Finnigan.— A este paso, cumpliré el deseo del tío George y seré una monja, Teddy.  —Claro que no harás eso, pequeña —aseguró el joven de cabello azul para, acto seguido, revolver el cabello de la pelirroja de manera fraternal.— Verás que, sea lo que sea que esté pasando, mejorará. Te lo aseguro. Además, el joven al que elijas será el más afortunado del mundo por tenerte —finalizó, con la mirada fija en los platos que aún tenía que secar.— Así que no te estreses mucho, ¿sí?
Sin decir nada aún, Lily esperó a que Teddy terminara su parte de los quehaceres... y se lanzó a sus brazos, cerrando los ojos mientras el joven, al que consideraba un hermano más, la acunaba entre sus brazos. Sin mucho más que decir, la joven susurró un suave “gracias” al oído de Teddy, quien le aseguró que no había nada que agradecer. 
Sin más que hacer, los jóvenes entrelazaron sus manos, como cuando eran pequeños, y subieron a la habitación de Teddy, misma que seguía luciendo como una pequeña parte del alma del ex-Gryffindor: esta aún tenía varios banderines de su casa, fotos de la familia, de él con Vic... y un par de fotos de los Merodeadores, esos jóvenes que, aunque no habían conocido, eran parte de su legado y de todo lo que ellos eran hoy en día. 
Ahí, Lily decidió ocupar la cama del joven (como siempre hacía) para leer en voz alta uno de sus libros favoritos. A pesar de que era un poco tarde, y ninguno de los dos eran niños ya, decidieron simplemente disfrutar un poco de la compañía que mutuamente se regalaban, pensando en lo bien que lo pasarían el resto del verano. 
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lilietherly · 5 years ago
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[MiniFic! Mystrade]
Basado en los personajes de Granada TV.
Angst.
Hurt/Confort.
Décimo primera parte ❤️
Décimo segunda parte.
Décimo tercer capítulo ❤️
(¡Muy bien! Ya es oficial, el nombre de está historia será "Insulto" 😚. Más tarde cambiare los links de los corazones por el título definitivo, o tal vez mañana 🤔... Uno de estos dias seguramente jajaa 😜)
(Seguiré intentando con mis portadas, probando qué tal queda el título, pero así se mantendrá de todas formas, aun me falta el resumen, pero eso ya es lo de menos 😋)
(Este capítulo es... Bueno, rayos si no es uno de mis favoritos, me rompió todavía más el corazón escribirlo, pero también fue hermoso😄. Para mí se sintió más bien como una montaña rusa emocional, no sé cómo será desde tu perspectiva, pero aun así espero que te guste leerlo al menos una pequeña parte de lo mucho que amé escribirlo ❤️✨)
* * *
Lestrade mantuvo un tranquilo silencio escuchando al querido y amable doctor Evans, quien lo regañó por el negligente e irresponsable cuidado de sus heridas. El hombre lo conocía muy bien, no se relacionaban exclusivamente por el trabajo, si las cenas tardías en compañía de su esposa y las casi siete navidades pasadas en su casa decían algo a favor de su amistad. Esto, tan desafortunado como podía ser, traía consigo el aparente derecho de reprender al inspector tal cual lo haría a un especialmente molesto e irresponsable hermano menor.
—Voy a hacer que despidan a ese bastardo —gruñó, colocando una nueva venda alrededor del hombro de Lestrade, quien de espaldas, se guardó cualquier aguda réplica que pudiera habérsele ocurrido.
Diederik Evans, habiéndose ganado a pulso el derecho de ser un hermano mayor en niveles muy por encima de sus propios hermanos mayores, sostenía en sus manos la confidencialidad obtenida de un hombre que comparte gustos similares. Gustos tan exquisitos que, en las propias palabras del doctor, no se limitaban a la hermosa y delicada belleza de las mujeres, sino que también, evolucionado, se veía capaz de fundirse en igual medida en el espeso y almizclado fervor masculino.
—Al demonio con eso, yo me encargaré de…
—Nada —lo cortó Lestrade, masajeándose el muslo, lo que sea que le hubiera dado el doctor ya surtía efecto, el dolor se convertía de a poco en una simple punzada—. Me encargué de eso y no hay otra cosa en la que puedas o debas involucrarte —añadió, su voz calmada, ocultando a la perfección lo afectado y débil que se sentía.
Algo en su interior amenazaba colapsar su ya delicado equilibrio. ¿Así lo soportaba un hombre? Se preguntó, su voz temerosa golpeando las delicadas paredes de su mente. La confusión llegaba a un límite que hacía imposible siquiera una respuesta al millón de dudas, incluso una cosa tan simple le hacía titubear. Recibió de su amigo un golpe amistoso en el hombro y un resoplido de mediana aceptación, sacándolo de sus pensamientos.
—¿Querrás convencerme del mismo modo en el caso de Charles? —cuestionó el doctor, poniéndolo de pie y ayudándolo a recostarse en la pequeña cama en donde pasó una incómoda noche. La piel blanca de Diederik manchada de un rojo furioso, casi a la par de su cabello y su barba espesa—. Sé que no puedo hacer nada sobre el asunto, sin embargo me gustaría saber que al menos evitarás exponerte descaradamente al peligro. Te conozco, Greg, y no quiero imaginarme identificando tu cuerpo si decides que ponerte como cebo para atrapar a ese hombre es la única solución.
Lestrade se sintió atrapado. Esquivó la mirada del doctor y le ayudó a quitarse los tirantes, desabotonar y levantarse la camisa. La herida en su vientre, aunque menos profunda se trataba de la más larga, si bien cicatrizada, todavía le causaba molestia. La carne sensible fue palpada duramente, en definitiva como una especie de castigo, por los gruesos fríos dedos. Se tragó un insulto.
—Aún estoy buscándolo, si lo encuentro antes que él a mí puedo prometerte que seré yo quien jale del gatillo, lo óptimo sería, ambos lo sabemos, llevarlo ante el juez —mirando la expresión en el rostro del doctor descubrió que sus palabras fueron apenas una respuesta viable—. Puedo sentirlo, Dirk, estamos cerca —dijo, conciliador, sin mentir y tampoco diciendo toda la verdad. El doctor asintió, creyéndole o no, lo aceptaba.
Prometiendo llevarle un bastón tan pronto lo consiguiera, ya que su pierna en definitiva acabó sufriendo por encima de lo esperado, bajo el techo de la pequeña casa desolada permanecieron nuevamente la confortable cantidad de dos cabezas. Mycroft acompañó al doctor hasta la puerta mientras Lestrade intentaba acomodar su ropa. Con toda la concentración que precisaba para enfocarse en el caso, su mente intranquila se veía superada ante pensamientos de inexistente relación. En toda su altura y atractivo, el hombre que lo desembocaba hizo acto de presencia.
Verlo causó que un estremecimiento recorriera su espalda. Repentinamente debilitado, apartó su rostro de la espesa bruma grisácea. Su corazón estallaría contra las costillas en un segundo ante el peso de esa repentina emoción, notaba las piernas temblar aun si seguía sentado, un sonrojo impetuoso se abrió paso de manera vergonzosa. El control de su ya endeble cuerpo se perdía veloz. La presencia de Mycroft imponía, modificando a su alrededor la luz y el oxígeno, muy aparte de lo que mostraba su físico o sus ojos, su aura misma hacía colapsar a Greg, fácil y voraz, pareciera estar en medio de una tormenta.
Un vendaval devastador que derrumbaba sus paredes, dejándolo indefenso, como una herida abierta, exponiendo hechos que nunca llegó a sentir en un nivel de intensidad siquiera parecido en ningún otro momento de su vida.
El pensar en lo sucedido al preparar el desayuno aumentó su timidez, su debilidad. Recordar la dulce sensación de su abrazo, de los besos demandantes, las caricias y aquella risa sublime —profunda, atronadora, la cúspide de lo masculino—, el sentirse a salvo al recostarse contra su pecho; no existía la culpa entre sus brazos, ni gritos ni insultos, ni voces que se precipitaran a hacerle saber cómo un hombre debería ser. De una forma incomprensible, se volvía correcto. Estaba bien sentirse frágil, dejarse llevar, dejarse proteger.
Y deseaba regresar. Entregarse una vez más, entregarse para siempre. Cuando aquella pesada niebla se mantuvo fijamente en él, arrancándole de un tajo el último gramo de fuerza, le dejó apenas cubrirse el vientre usando los brazos, bajo su intensidad desvío la mirada. Evitando mostrar sus cicatrices. ¿A Mycroft le molestarían?
El corazón se le atoró en la garganta al escuchar sus pasos, un temblor le recorrió el cuerpo, sus sentidos sobrecargados, casi preparándose para caer desde un acantilado. Un peso descomunal de súbito volcado en su ser. Se encontró ávido. Sumamente necesitado. Lo quería de nuevo. Lo ansiaba tanto. Quería ser sostenido. Le faltaba la respiración, su corazón dolía, quería saber que al menos durante un segundo estaría bien, que caería confortable sobre su pecho. Poderosos brazos volvieron a tomarlo, llevándolo hasta sentarlo en los suaves muslos, sabiéndose rodeado de Mycroft, sintió la primera lágrima caer. Llevó las manos a su rostro, tocando la humedad entre los dedos y mirándola confuso, sin entender a quién pertenecía o de dónde provenía. Apenas consciente de nada, un suave puño contrajo sus latidos, respirar se complicó aún más.
—Está bien —susurró Mycroft usando una calmada voz—, todo estará bien. —Acariciaba su espalda y lo aferraba como si la vida dependiera de ello. Un diluvio de lágrimas se desencadenó desde los castaños ojos de Greg, después de la primera ya nada pudo detener las siguientes, ni siquiera su falta de comprensión.
Ocultó su rostro contra el cuello de Mycroft, sujetó con fuerza la tela oscura del saco, una idéntica angustia repentina deslizó hacia su cuerpo un miedo frío e imprudente antes reprimido en su interior, gritó. Todo dolía, pero era tan bueno. Todo era oscuro, pero tan increíblemente hermoso. Todo era dulce, pero tan incorrecto. Sabía tan bien sobre su piel, pero no debería serlo. Y sin embargo, en su dulzura ilógica, lo quería. Lo amaba.
He aquí su revolución, la rendición de lo que sabía contra lo que sentía. Su grito de triunfo y derrota. Su naturaleza y su insulto. La última estaca de la rebelión. He aquí al ganador, que victorioso cantaba su gloria despidiendo a los perdedores a través de sus ojos. Su final, su principio; cerrando su garganta en emociones infinitas, oníricas e inefables. ¿El resultado? Ni positivo ni negativo, solo Greg Lestrade. En su yo más puro. Entregándose sin reparos, dentro de su inseguridad y descubrimiento, al hombre que lo abrazaba. A quien lo acariciaba cariñosamente, tanto como su alma frágil, agotada, lo exigía. A quien le susurraba amor y colmaba su espíritu de paz, otorgándole un refugio en donde podía descansar. Ser como realmente era.
—¿Por qué? —cuestionó, su voz rasposa apenas audible, todavía escondido y seguro en su brazos. Algo le hizo preguntar—. No tenías ninguna razón y aun así…
—Aun así besé tu mano —imitando a sus palabras lo tomó de la mano, simplemente sosteniéndolo contra su pecho luego de un beso tranquilo, al igual que el resto de su cuerpo, sin el menor atisbo de flaquear en su agarre—. Te equivocas al pensar que no había ninguna razón, siendo que fuiste tú quien me obligó a actuar. Te veías hermoso bajo la suave luz, luego el sonido de tu voz, el brillo en tus ojos… Y en el hospital, rodeado de ese impoluto blanco… —decía, separándose un poco, lo justo para coincidir sus miradas. Avergonzado, Lestrade intentó volver a su refugio, Mycroft lo detuvo encajando en la bisagra de su mentón los meñiques, un par de pulgares limpiaron los rastros húmedos, dejó de moverse, aceptando la atención—. Me gustaría que pudieras mirarte. Tus mejillas, tus labios, ¿cómo podría existir otra forma de adorar tal exquisitez? —Un par de nuevas lágrimas abandonaron sus ojos. Su corazón dolía, recibiendo lleno de temor cada palabra. No poseía ya la fuerza para rechazar cualquier cosa. Su debilidad le provocaba un hambre incontrolable, quería ser el centro de su atención, derrumbarse ante el caballero de tacto como la seda y sucumbir a sus caprichos.
Al mismo tiempo que se rendía ante el beso que Mycroft regalaba a sus labios, la paz volvía a su cuerpo, relajando a sus sentidos y el corazón, permitiéndose una entrega total, sin dudas o culpabilidad. Se dejó arrastrar por la tormenta, se dejó cuidar por la niebla. Y rendido logró comprender, aunque solo fuera el inicio, la verdadera emoción de seguridad ante su delicadeza. Liberó un suspiro, la boca ajena colocó un beso en su sien.
Recostándose entonces en el hombro de su Holmes, notó al fin la mano en su cadera desnuda. El ancho terso pulgar dibujaba gráciles líneas en su piel enrojecida y marcada por la cicatriz, evitó decir algo. Nada había de qué hablar, las palabras sobraban contra el afable toque. En silencio aceptó las caricias, estremeciéndose al sentirlas viajar a sus costillas y su pecho. Gruesos dedos enrojecían su piel ante la presión de su contacto, al tenerlos bajo su nuca cedió al beso demandante, rindiéndose a su fuerza, recibiendo anhelante cuanto su caballero quisiera entregar.
El aliento le faltaba e incomprensiblemente el deseo de alejarse permanecía sin aparecer, viendo su esfuerzo recompensado al sentir la palma sobre su espalda descender hacia sus caderas. Con el brazo libre se sujetó del grueso cuello de Mycroft antes de que la otra mano repartiera caricias a su muslo, el tacto suave aún a través de la tela. Al separarse elogios llovieron sobre sus oídos, su exhalación errática fluyendo silenciosa bajo cada halago. No escuchó burlas sobre su inexperiencia o rechazo a su torpe empeño de querer corresponder, estaba bien.
Al oír un par de golpes azotar la puerta, se sintió tranquilo al punto de no sentir pesadez o abandono al ser alejado de Mycroft, que prometiendo tener cuidado, volvió a tomar su mano para besarla antes de salir de la habitación. Esta vez, por primera vez, ninguna sensación confusa o pensamientos erráticos amenazaron con hacerlo flaquear. Al tenerlo de vuelta sin embargo, aun si lo sentó nuevamente en su regazo, el gesto de extrañeza instalado en el atractivo rostro no lo abandonó un segundo. El único culpable; el papel entre sus manos.
—¿Crees en él? —cuestionó Mycroft luego de que ambos hubieran repasado un par de veces las cortas líneas en la hoja. El humor anterior apenas sujetándose a su piel por los ocasionales roces de las manos de su amante sobre sus brazos o piernas.
«Inspector;
A nombre y honor mío, tenga por seguro que su búsqueda dirigida al señor Charles Delacroix se volverá completamente infructífera cuando, el sábado al amanecer, huyamos juntos a Francia.
Como su compañero de vida, estoy dispuesto a asegurarle que, al encontrarnos fuera de esta nauseabunda nación, ningún otro crimen se cometerá en nombre de nuestra apasionada aventura.
Reduzca su persecución, pues, hasta el día en que finalmente consiga liberarse del amante devoto cuya única meta es tenerme entre sus brazos.
Reniegue de mi petición y sufrirá las consecuencias.
R.»
—No importa si lo creo o no, Charles ha asesinado a diez hombres, ninguno de ellos tenía relación entre sí. Incluso si estas palabras son reales... —agregó en un susurró— ningún amor justifica la muerte de un hombre. —No convencido al detalle de sus propias palabras. Debería de estarlo, y en definitiva existía por algún sitio la culpa de no sentirse como se supone lo haría un protector de la ley. Sin embargo, habiendo probado ya el paraíso, probablemente desataría el infierno si se viera obligado a separarse de su caballero.
—Provocaría guerras por ti, Greg Lestrade —declaró, sosteniendo su rostro. Ante la firmeza de su voz el inspector tragó con fuerza, de alguna forma las palabras sonaban capaces de hacerse realidad. Un leve temor lo hizo estremecer un santiamén antes de desvanecerse, contrario a lo que debería sentir, saber lo que Mycroft estaría listo para hacer teniendo la única intención de conservarlo junto a él, nunca se mentiría, le hacía feliz.
Su pecho dolía, mientras su mente se empeñaba en concentrarse el resto de su cuerpo rogaba una vez más por los labios ajenos. Por el contacto. Consideró inadmisible planear deshacerse de la sensación, mucho menos si la tentación en persona mantenía aquel gesto sobrio, firmes los ojos en su rostro, atentos, observando con tanta intensidad. Se contagió del calor bajo esa mirada, del hambre reflejada en ella. No intentó resistir.
Abandonándose de nueva cuenta entre sus brazos, permitió que aquellos labios adictivos regresaran a su boca.
Suspiró, rendido.
Por ese depredador quería ser devorado.
(No puedo decir mucho sobre el próximo capítulo, pero estoy tan terriblemente tentada a escribir smut 😚... Sé que no sería bueno, pienso en que Lestrade aún está demasiado "fresco" en su nueva manera de sentirse que escribir un smut igual es demasiado 🤔. Tal vez sea excesivo y le dé más peso emocional del que ahora pueda soportar, no sé que tan claro logré plasmar el sentir de mi inspector, así que dime cuales son tus propias conclusiones ¿ok? 😊)
(Oh, casi lo olvido. No tengo la menor idea como es que he logrado escribir un nuevo capítulo por semana, pero de lo que si estoy segura es que no voy a prometer seguir con esta racha. Disfrútalo mientras pueda asdfghjkl 🤣🤣🤣, obviamente me seguiré esforzando por continuar, está historia solo me gusta más y más ❤️✨❤️✨)
(Me despido, mil gracias por leer 🤗❤️💕✨. Perdón por los errores ortográficos, serán corregidos cuanto antes 😚❤️. Te amo ❤️💕💞✨)
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