Tumgik
#lh Ecuador
mr-uru · 1 year
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Dibujo de los latinos que fueron al mundial Qatar 2022
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cucullas · 4 months
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El de la foto no soy yo (the kid in the picture is not me) a LH!Ecuador and Inca Empire edit
"Yo era ajeno, no entendía su lengua y ningun cerro era mío y aún así, cada vez que imagino mi primera infancia veo esa casa que no era mía."
Arbol dialectal del Quechua / Kichwa | El llano en llamas Juan Rulfo | El pan nuestro Cesar Vallejo | Hombre y nño Martín Chambi | Tamyawan Shamukupani / Con la lluvia estoy viviendo Yana Lucila Lema | Ingarpirca - Ecuador | Maternidad Eduardo Kingman | Los Incas Valderama Espinoza Soriano | Vasija de Barro
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socializzz · 2 months
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Ecuador: How would you rate me?
Peru: You're a one.
Ecuador: What?-
Peru: In a million, bro.
Ecuador: Bro...
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a-pair-of-iris · 1 month
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Me estaba olvidando subirlo por aquí (otra vez)
Una serie de dibujos con el prompt AU histórico para el Ecuchi finde 2024. Porque hay una conexión indeleble que los une a través del tiempo y el espacio... el chisme (y Miguel)
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ecuchi-finde · 1 month
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🥁Llegó el momento!🥁
Damos inicio oficial al 🇪🇨Ecuchi Finde🇨🇱 Estaremos compartiendo sus aportes por esta cuenta y en twitter(X). No olviden usar los tags #ecuchifinde2024 #ecuchifinde o #ecuchi
¡Ya queremos ver qué han preparado para este año!
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jay-koffee · 1 year
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The contributions I made for the Ecuchi weekend, I truly love these two
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La Bruja de la Colina
Francisco vive en un pueblo donde todo el mundo teme a la horrible bruja que vive en la colina a los deslindes del bosque. Se dice que es una mujer cruel e inhumana, capaz de mandar volando a un ejército de hombres con su sola mirada, y de romper el cielo con su furia.
Por ello, cuando se adentra en los territorios de la bruja para recuperar a su perro y se termina topando con una niña de su edad, lo puede la sorpresa. Les comparto un pedacito de lo que escribí sobre el encuentro, para que comprendan la escena:
Francisco abrió la boca, ahogado en su propia sorpresa. Delante de él una niña de su edad lo observaba con una mezcla de sorpresa e irritación. Su cabello castaño caía largo y sedoso tras su espalda, enmarcando su rostro redondo. En su mano descansaba una canasta llena de yerbas, y sobre sus hombros, mecido por el viento, un chal más verde que el bosque mismo la envolvía entera, ocultando parcialmente su falda rojiza. Cuánto más la observaba, más irreal se volvía a sus ojos.
No cabía duda alguna. Por más inesperada que resultase su apariencia, debía tratarse de la bruja que vivía sobre la colina. El mal hecho persona.
Asustado, cerró los ojos con fuerza. Expectante ante lo que seguramente sería su final, o al menos el final de su vida como había sido hasta ese entonces. Sin embargo, para su sorpresa, ninguna maldición cayó sobre sus narices, ni aconteció tampoco transformación alguna en su cuerpo. Y los segundos empezaron a diluirse en minutos en la tensión de un silencio mutuamente ininterrumpido.
Nervioso, Francisco volvió a abrir los ojos, encontrando que nada había cambiado: ni la yerba a su alrededor, ni el susurro del viento en sus oídos, ni la niña aguardando a su lado.
La bruja, por su parte, le dedicó la mirada más penetrante que hubiese visto jamás, estremeciéndolo hasta la médula. “¿Qué haces aquí?” Lo increpó finalmente, sin miramiento o cordialidad alguna.
Francisco abrió la boca tratando de sonsacarse alguna clase de explicación, pero los nervios lo traicionaron, y no logró soltar más que un gritillo ahogado.
Y bueno no quiero dar spoilers pero de su encuentro nace un romance prohibido, rumores, envidia, celos, gente muere. Ya saben, lo usual.
Espero poder terminarlo en el futuro cercano. Y también que les haya gustado el dibujo Con esto termino mi participación en el Ecuchifinde c:
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animegafan · 1 year
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Datos curiosos: Hoy es el día de la Bandera en Ecuador. Este es un dibujo que tenía guardado hace full tiempo pero que fue inspirado por los colores de la bandera y los simbolismos que nos enseñaban en la escuela. Amarillo como el oro, sol y las riquezas de la tierra. Azul por el océano. Rojo por la sangre de nuestros héroes y los vínculos que nos unen. Pensando y pensando me vino a la mente cómo vinculo a mis hermanos tricolores con cada tono y pues yeh... It's been a while.
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monvria · 2 years
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Hermana mía, hermano mío.
Resumen: La fraternidad, bella como es, acopia odas para sí; pero ella es complicada, más aún entre inmortalidad condicionada.
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Llegan a Cartagena y desembarcan rápido. El viaje, dentro de lo que cabe, ha sido ameno o por lo menos no tumultuoso, y han llegado en la hora cronometrada tal como se había planeado. Rodrigo está aquí porque ahora, tal como le han dicho, ha quedado subordinado a Nueva Granada. Le consta al chico que esto ha provocado pleitos en sus ciudades importantes, las autoridades están vaticinando un y mil hechos aún no sucedidos, temen que Nueva Granada no sea tan indulgentes como lo fue Perú y que corten esos grados de autonomía que han tenido a lo largo de los años.
Pero Rodrigo no está acá para resolver esos embrollos, ni siquiera discutirlos ni nada. Esta acá porque, por insistencia, debe ir a conocer a Nueva Granada tal como lo hizo antaño con Perú. Quien está a cargo de él en la pequeña comitiva le comparte un poco de lo que sabe; primero, no irán hasta Santa Fe, sino que el encuentro será en Cartagena; segundo, a quien le deberá pleitesía es a una mujer; tercero, no es más mayor que él.
No es mucho pero es lo suficiente, suficiente para hacerse ciertas ideas en la cabeza y ningunas de ellas logran cuajar en su imaginario. Solo espera que en trato sea igual que Miguel, sino mejor, y si es lo contrario no le queda más que apechugar.
Cuando entran a la vivienda no hay celebración ni ceremonia, no hay nada. Solamente quienes lo han estado acompañando y quienes, supone, viven y sirven en esta vivienda. Ellos rápidamente se presentan, se saludan solemnemente y hablan a mil de diferentes tema, pero rápido unos de los hombres le llama y lo direcciona al fondo del vestíbulo y ahí está, Nueva Granada, con dos personas al lado franqueándola. Lo han estado esperando, sabe.
Rápido se presenta, de forma bastante penosa, pero la chica no le recrimina ni comenta algo al respecto. Entonces se presenta ella, de una forma bastante mejor que él, mucho más, y medio se acompleja de eso.
Pero los encargados quieren que se conozcan como es, más a profundidad, y por eso le dejan a “solas” en una sala de la morada.
Ahí Rodrigo se da cuenta de la formas de la joven frente a él. Tiene modales impecables y por eso le da pavor; está todo tan mínimamente calculado que lo siente antinatural. Por ello es imposible que no venga a colación el recuerdo del trato de Miguel. Miguel también tenía modales impecables, pero cuando no había nadie lograba soltarse un poco de esa exigencia.
Quedan ahí metidos una hora y cuando sale solo sabe que ella se llama Catalina Gómez, pero que sin ningún problema puede referirse por su nombre y no por el apellido, que lo prefiere de hecho, y que le tratará bien, como debe de esperar. No hubo mucho más aparte de eso y presagia él que la relación que tenga con ella, cual sea que tengan, va a ser como mucho frívola, de subordinado a maestro, quizás más distanciada que la que tuvo con Miguel que solo existía por temas económicos, marítimos y portuarios y ya.
Pero esa visita no es la última y la siguiente queda es viviendo una temporada con ella, lejos de las tierras donde él tiene jurisdicción, cosa que se vuelve más cotidiano en él viviendo más en estas tierras que en las suyas, la cual visita apenas tres meses como mucho. El resto del año está bajo el techo de Catalina y así la conoce más.
Los domingos no se trabaja, es lo que dice el padre de la parroquia en el pueblo montañoso donde se han quedado esta temporada. Aprovechando ese día han ido a los potreros que colindan ya casi con la selva porque Catalina quería dar algún paseo por la zona, pero este paseo es de los que se interrumpen a cada tanto el paso, porque la muchacha cada que algo le llama la atención va y lo agarra y lo tantea en la mano; lo mira con una agudeza de gato porque algo que ha aprendido Rodrigo viviendo este tiempo con ella es que su curiosidad es mil veces más fuerte que la de él, por eso, piensa el muchacho, destaca tanto Catalina. Su empirismo la lleva a estar varios pasos por encima de él y no le sorprendería si esa fue una de las razones por la cual Antonio la nombró virreinato.
—¡Apaña!— Dice Catalina y toma casi desprevenido al chico que, por suerte, logra atrapar lo que le tiró. Cuando lo ve, del susto cae de culo porque en sus manos tiene una muda de serpiente. Catalina solo se ríe —¿No lo has roto, sí? No hay culebras en la zona, no se asuste— Pero Rodrigo le quiere replicar que si hay piel hay culebras, pero Catalina, sin voltearlo a ver, porque anda virando rocas a ver qué encuentra debajo de ellas, le dice que es raro que esté la serpiente justo donde ha mudado de piel.
Rodrigo no le puede replicar eso, porque desconoce si es cierto o no y, entonces, prefiere meter la piel en el zurrón que está cargado de todas las cosas que a ambos le han llamado la atención a lo largo del paseo. Si les pillan llevando basura a la casa más de una regañada les darán, pero Catalina es bastante perspicaz y sabe cómo esconderlo, si no, sabe qué decirle a sus cuidadores para salir endeble.
Catalina se para y se limpia las manos con la nagua y prosigue su camino. Está en su ambiente, en total plenitud, gusta más de estar en el campo y selva que del pueblo o ciudades, un contraste con él.
Se adentran en la selva y escuchan sus sonidos, pero lo que más se oye es una corriente de agua al fondo, posiblemente el río o la quebrada cercana al pueblo, donde su gente va y recoge el agua, y el cual llama poderosamente la atención a Catalina que ha salido corriendo hasta allá. Rodrigo grita y pide que le espere, que lleva el zurrón consigo y está bastante pesado, le hace ir más lento que ella a pesar de ella ir en nagua y le toma un par de minutos llegar hasta donde está.
Catalina está sentada en una roca a orillas del río, con las alpargatas fuera y los pies metidos al agua. La ve temblando, el agua está fría y aún no se acostumbra y ha quedado hipnotizada viendo el agua. Siempre hace eso ella, quedar en blanco cuando está en un río o una quebrada, incluso delante de un riachuelo; hay algo que la hace ponerse en ese trance y el cual él nunca ha podido desvelar el porqué, y ella tampoco le dice, porque eso es una maña que ha captado de ella, que resguarda fuertemente ciertas cosas de su forma de ser.
Y sigue aún muy inmiscuida para sus adentro que cuando el otro le alcanza y le posa las manos encima de los hombros hace sobresaltar a la chica, quien entonces contesta con agarrarle por los hombros y tirarlo hacia abajo, quedando bruscamente sentado al lado suyo. Pero quitando ese pequeño percance, al igual que ella, él ha quedado viendo al infinito, no hacia el agua sino allá, hacia la selva.
—Cuéntame algo, Rodri— Dice Catalina. Rodrigo se le queda viendo a lo boboleto.
—¿Qué?
—Me lo debes porque cada noche, cuando no puedes dormir, vas y me buscas solo para que te cuente cuentos.
Sí, tiene razón Catalina, pero Rodrigo no es un buen cuentista, no es su don y por más que piense es incapaz de inventarse todas esas historias que a Catalina le resulta tan sencillas de crear. Sea cual sea el cuento de ese día, es totalmente nuevo y refrescante.
—Si cuentas algo, lo que sea, le contaré algo personal mío— Fue la propuesta expedida de Catalina para con él. Le sorprendió y no quiso descartarlo; en todo lo que llevan viviendo juntos es raro que la muchacha diga algo de sí misma, cuestiones personales, es reacia a contarlo y lo poco que sabe han sido cosas tan banales que a veces le sorprende que se lo haya ocultado.
—¿Es así?. . . — Le dice, viéndola a la cara antes de volver a mirar hacia la selva recordando hechos de dos siglos atrás —Mi nombre. . . fue en honor a ese hombre que exploró mis costas— Pero piensa y después añade— Nuestras costas—
Pero para aquella época Catalina sabe que sus costas no eran suyas y, muy posiblemente, las costas de él tampoco fueran de él.
—Este señor— Prosigue el chico —No recuerdo el nombre pero sí el apellido; Núñez de Balboa es. Bueno, ese señor me dio el nombre, en honor a ese explorador llamado Rodrigo de Bastidas— Antonio poco lo vio en aquel entonces, sino que nada. Rodrigo estuvo más al cuidado de estos señores españoles que del propio España. Aun así recuerda una vez estando en Acla Antonio lo vio y se le acercó, y recuerda vívidamente el «¿Cuál nombre le dieron?» y él contestó «Rodrigo» y le sonrió —Ese fue el nombre, el apellido vino después, un siglo después cuando en Natá de los Caballeros, que es un poblado yendo hacia el oeste de mis tierras, había un cura que me cuidó un tiempo y le agarré tanto cariño que le dije que me diese su apellido—
Es cierto y al mismo tiempo no. En efecto, su apellido «Ayala» es por ese cura, pero él ya poseía un apellido para ese entonces. Su segundo apellido «Dávila» le es sencillo de rastrear, sabe muy bien quien se lo dio fue Pedro Arias Dávila que, que en su rivalidad con su propio yerno y viendo cómo el nombre de Rodrigo se lo dio él, quiso hacer lo mismo, pero como todos ya lo conocían por ese nombre no le quedó de otra que apellidarlo dándole su propio apellido y utilizarlo, en parte, como una burla para con el propio Balboa. Para ese tiempo, por edad, no captaba todo ese hecho rancio. Ahora, estando más grande y pensando en ello no le da más que un gran pesar.
Pero más pesar le dio compartir apellido con él, quien fue parte fundamental del porqué ya no recuerda si tuvo padre o madre, abuelo o abuela. Antes de España, Balboa y compañía no recuerda casi nada, como si el mero hecho de vivir bajo el yugo de Pedrarias fue lo suficiente como para intentar olvidar cualquier cosa antes de ellos. Quizás por eso queda tan anonadado viendo la selva y porque prefiere los pueblos y ciudades a éstas.
—¿Eso es todo? —¿A poco quiere algo más?
Catalina se ríe. Le está vacilando, pilluela que es —No, no. Está bien, ganas por hoy— Vuelve ella a ver al agua, ve su reflejo y las pequeñas ondas que nacen por mover su pie aquí y allá. Hay alguno que otro pececillo nadando por ahí, acercándose cada vez más al pie de la joven que, cada que mueve, asusta al animal y se esparce por ahí —Le podría ser recíproco y contarle sobre mi nombre, pero le diré sobre otra cosa. Me gustan los ríos—
—Como si no se notara.
Pero Catalina rápido le pega a la espalda con la palma abierta, acción que suena, para hacerlo callar o mejor dicho interponer su autoridad a la de él. Le dio la palabra y nunca le interrumpió, exige lo mismo para con ella —Y los lagos, y los riachuelos, las quebradas también. El mar un poco, no mucho— «Me da miedo» quiere agregar, pero prefiere guardarlo —Porque me recuerda a alguien importante—
Su acompañante le mira con interrogación. Catalina en cambio se debate si decirle o no, no se lo ha dicho a nadie más, ni a sus superiores y no tiene por qué decirle al chico al lado suyo. Por mera jerarquía incluso lo puede castigar si se sobrepasa en preguntarle, pero cree ella que quizás sea eso necesario, decirle a alguien sobre ella y su relación.
—Madre, a mi madre me recuerda— Añade Catalina y vuelve a ver al agua, más cerca de lo que ha estado en todo este transcurso —Si miro al agua siento que la puedo ver, ella, su rostro, todo. Ella está ahí, viéndome también— Eso quiere creer, incluso quiere creer que esa mujer que recuerda con tanta efervescencia es su madre. Ve a los niños de diferentes poblados y algunos tienen padre, pero todos tienen una madre y desde siempre se ha preguntado cuál es la suya. Esa doña, quien cuando ve al agua a veces se le aparece, si hace eso significa algo y quiere creer ella que es una conexión entre ambas, y si es eso, una conexión, quiere pensar que es una de madre e hija como ve en los pueblos y sus habitantes.
Rodrigo se acerca más al agua, copiando lo que ha hecho Catalina, a ver si puede visualizar lo que sea que ve dentro de allí pero Catalina, quien por fin ha salido de su trance y ahora le invade el miedo porque ha sobrepasado el dar información más de lo necesario, quiere evitar que el otro indague más y como acción solo se le ocurre meter rápido una mano, agarrar agua y tirárselo a su acompañante para que se le quite cualquier atisbo de pregunta que pueda tener. Y le funciona, porque él se embravece y hace exactamente lo mismo y acaba en una guerra de tirarse agua a las orillas del río. Es un método muy infantil para evitar hacer frente, piensa Catalina, pero a las finales aún sigue siendo muy joven y el otro igual y aquí nadie les ha visto, solo han sido ellos dos y como mucho, espera ella, su madre también.
Cuando terminan su guerra de echarse agua, se piden no volver a contar sobre ello, porque ambos ahora quieren que esa información que se han compartido no sea oída por otros aparte de ellos. Ahora sí, ya jurado lo dicho, han salido huyendo de ahí porque ya es tarde y no quieren meterse en problemas, sobre todo Catalina quien en su posición le pesa más. Pero como si la vida les odiase, justo cuando intentan cruzar la cerca, puesto que en la vivienda donde han quedado es la única en todo el pueblo con el perímetro cercado, se ha molido los dedos de su mano derecha al escalar el portón de cañazas. Ambos quedaron trasquilados. Rodrigo en un acto de caballerosidad se ha querido tirar la culpa pero Catalina no cede y se echa la culpa ella, diciendo que todo ha sido su plan, desde salir de aquí hasta escalar las cañazas y tal para entrar, y que por consiguiente el castigo solo a ella debe ser.
Quedaron igual de castigados, más a la susodicha que al otro, pero terminó con ambos volviéndose más cercanos. Para Rodrigo ya le ha disipado en parte el temor que le socaba ser subordinado a Nueva Granada. Para Catalina es más el hecho que ya no se siente tan sola como antaño.
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Ha quedado un buen tiempo viendo y reviendo la hoja en mano, como si del cielo le fueran a caer las respuestas. Sabe que su emancipación de España será bien recibida por su hermana, pero es consciente cómo le ha llamado durante esos diez años cuando prefirió ir por las sendas realista y no unírsele, denegando las solicitudes de Bogotá y Cartagena, incluso reventándole los barcos cuando mandó a una serie de incursiones para desterrar a cualquier realista del istmo e independizar el área como tal; quizás sea ella quien debería pedirle disculpas después de todos esos problemas.
Pero aquí está, buscando las palabras correctas para redactar la carta. Se ha decidido, claro está, de las tres opciones por la más plausible. Su élite le ha dejado claro que dinero no hay, en las arcas solo hay polvo y que debe de decantarse por una unión ante estos tres: México, Perú o Colombia. Rodrigo no sabe cuántas esperanzas haya tenido los dos delegados mandados por el Imperio Mexicano, pero sabe bien que no les debe de sorprender el no ponderar su solicitud; México le es tan ajeno como le fue su lealtad a España hace nada, poco conoce a los gemelos y lo mismo para aquellos que conformaron la Capitanía General de Guatemala quienes se les ha unido.
Sus autoridades eclesiásticas en cambio pugnan fuerte por Perú. Hablan y hablan maravillas del susodicho. «Recuerde don Rodrigo, que Panamá y Lima están más cerca entre sí que de Santa Fe». Hacen alusión a la historia y los hechos, que lo del siglo diecisiete fue un error y tiene la oportunidad de enmendarlo, si es que debe enmendarse.
Pero el resto, quienes en verdad tienen el poder, la economía y lo militar, insisten por la tercera opción y al muchacho también empieza a aceptarlo; tiene una corazonada y, en parte, están ahí sus hermanos, con quienes ha convivido a lo largo de estos siglos y quienes, quiera o no, lo conocen mejor y viceversa. El proyecto también le resulta convincente. Entonces, a pesar de la división entre opciones, casi no recibe ninguna negativa por decantarse en ésta, mas le han dicho que redacte la carta a ya sabe quién.
La cuestión es que no halla las palabras, porque siente que esto ya es una carta más personal que diplomática.
Tamborilea los dedos en la mesa y cree que se le ha ocurrido el mensaje perfecto. Con pluma en mano escribe y escribe. A veces borra una línea que no le gusta, o no ve menester, y prosigue con su prosa hilando palabras, ideas, hechos. Está tan absorto que se le pasa el tiempo y cuando termina, ya la tarde hace presencia, pero tiene entre sus manos la carta perfecta y vuelve a transcribirla, esto sí, para quedar en una hoja pulcra en totalidad.
El mensaje está redactado de tal forma que no importa a cual hermano le llegue la carta, quien en verdad podrá captar el verdadero mensaje es Catalina.
Entonces no le debe de sorprender que sea ésta quien le responde, ya sea porque fue a la única que le llegó la carta o la única que se tomó la molestia, pero lo que en verdad sí no le debe de sorprender es la brevedad de la respuesta. Es un simple «Me complace» proseguido de un manchón todo extraño en la hoja, como un tachón, tan impropio de ella, de algo que es ahora ilegible. Pero a pesar de lo breve, sabe, todo lo que ha vivido así lo demuestra, que el júbilo que debe tener Catalina por la noticia es inmensurable.
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Los resoplidos que anteceden a las muecas es lo único que han hecho ambos hombres durante unos largos minutos. Llevan así, intentando detenerlo pero les es imposible. Francisco porque lleva desde hace cuatro días sin creer lo que ha hecho, y ver al responsable en la condición en la que está como castigo, no ha hecho más que intentar salir desde los labios una buena carcajada que hasta el momento ha hecho bien en evitar emitir. A Rodrigo no le importa que Francisco esté obteniendo gracia a costa suya, al contrario, están en las mismas que él de intentar no carcajear, más por verle la cara con mueca toda rara que hace su hermano en su dura batalla contra la risa.
Se lleva las manos y ladea la cabeza de un lado a otro para calmarse. Cuando cree que lo ha hecho, alza la mirada y ve a Rodrigo y vuelven a empezar de nuevo las muecas y resoplidos. Rodrigo solo puede sonreír de lado mientras cruza los brazos a la altura del pecho y ve hacia arriba, hacia el techo y sus vigas de madera.
Escucha un respingo, por el moquillo seguro —No lo puedo creer— Dice Francisco, Rodrigo sigue viendo al techo —Usted ha cometido tal salvajada. ¿Creyó que iba a funcionar?— Añade y no le importa esperar una respuesta, tiene todo pero es que todo el tiempo del mundo.
Rodrigo exhala y se toca el mentón, lo rasca, pensando en una respuesta correcta —Si le digo que sí miento— Responde —Pero no me arrepiento— Prosigue y se encoge de hombros.
Lo que no sabe Francisco es que él no ha hecho nada aún. Su pecado fue comentarle a Catalina que esto de Colombia era un fangal, que la ha hecho más mal que bien y que prefería constituirse como un país hanseático en una forma deliberada para corregir su metida de pata porque ahora, se pregunta, si no era mejor irse con Perú cuando sus clérigos se lo comentaron en aquella reunión hace cinco años atrás.
Entonces no le sorprendió que hace tres noches atrás, cuando andaba tirando pata por el monte de por ahí, le hayan retenido porque pensaron que intentaba irse del lugar. Aún con el aliento atorado en la garganta trata de aclarárselo a Catalina y aunque al final ella titubea en una intento de reconocimiento ante el error, termina igualmente por “castigarlo” por sublevación y como muestra de ejemplo, que no perdona a nadie aunque sea hermano suyo. Su castigo es privarlo de libertad durante un tiempo, en un cuchitril de celda, hasta que haya pagado por su insolencia.
Pero Rodrigo no se puede quejar, en parte, porque aún en su intentona de castigo ejemplar es nada comparado a otros. Reconoce que Cundinamarca le ha sido laxa y tiene más comodidades que alguien en su igualdad de condición. Solo se ha cebado en una cosa y cuando salga se lo hará saber, pero mientras tanto es como si estuviera encerrado en su cuarto, solo que mucho pero mucho más pequeño.
Por fin deja de ver al techo y mira a la cara de Francisco quien no le ha quitado mirada desde entonces. Ve también cómo en esa cara serena ahora cambia a preocupación, porque el Istmo se ha levantado de su lugar y se le acerca, se le acerca y sabe que no será para nada bueno. Cuando está en los barrotes le hace señas para que venga.
—Pancho.
—No.
—¿No? No de qué, sino te he dicho nada.
—No, no quiero. Cuando se refiera a mí como “Pancho” es porque algo trama.
Ahora es Rodrigo quien resopla y hace muecas. Tiene razón Pancho en parte. Desde esto de Colombia han dejado de lado referirse por sus motes que tuvieron durante la colonia. Coco, Cata, Pancho, Roro, Rodri no existen en sus vocabularios porque se han inmiscuido en este proyecto y ahora tratan de actuar siempre como adultos pensando que, eliminado ciertos atisbos de su niñez, dígase en este caso los apodos o recortes de nombres, les han conferido más madurez. Cuando son utilizados ahora es porque alguna vivarachez quieren hacer.
—Cómo somos los más desvalijados, los más pequeños y nuestro poder político es basura, digo yo que nos sale mejor separarnos de esta cosa, unirnos usted y yo y conformar un nuevo país. Al menos estaríamos en igualdad de condiciones, creo yo— Le comenta Rodrigo y éste sólo ve como Quito se vuelve a tapar la cara con ambas manos, encorvarse y, por fin, reírse sin impedimento. Rodrigo le acompaña con la sonrisa más ancha que ha lanzado en meses; se estira y vuelve a reclinarse de costado contra los barrotes. Saca un brazo para abanicar a su hermano, no vaya a ser que quede sin aire.
—¿Sabe qué significa cuando dos entidades conforman un país en “igualdad” de condiciones?
Rápidamente el Istmo vuelve a estirar el brazo entre los barrotes, a ver si puede alcanzar a Quito para propinarle un buen cascote por intentar entrever que él no sabe, pero como está lo suficientemente lejos se ha quedado el primero con las ganas —Por supuesto, y no se preocupe, no es necesario que compartamos lecho matrimonial; camas separadas hasta alcobas, que somos muy machos para que dos varones compartan cuarto aunque estén “casados”— Ahora carcajea Francisco y Rodrigo ríe.
—Tentador, tentador— Responde Francisco mientras restriega sus dedos en los ojos enjuagando las lágrimas de la risa e intentado que el moqueo no empeore.
Pero no añade más porque han recobrado rápido la compostura. Han escuchado pasos afuera y en cada segundo este se amplifica. Saben que alguien viene para acá y por ello han tomado sus posiciones originarias, se han quitado el habla y hasta las miradas.
Cuando entra Catalina no les sorprende, ni tampoco cuando no le dirige mirada alguna al Istmo mientras le pregunta a Quito cómo se ha comportado el retenido. Quiere Rodrigo burlarse de ello pero no está aquí para sumar una noche más en la chirola. Al menos Francisco es un buen cómplice y alaba el “buen” comportamiento que ha tenido su hermano todo este tiempo, sin añadir más ni menos información, lo suficientemente aceptable para que Cundinamarca por fin le de libertad bajo amenaza de volver hacer algo similar si vuelve a repetir lo cometido. «Habrá más castigos, peores incluso».
—¿Peores dice? Más me he sentido castigado por usted negarme el derecho a bañarme que por estar encerrado aquí. Huelo a rata muerta.
—Huele peor que rata muerta— Le contesta Catalina, pensando que su hermano le replicará, pero no pensó que su réplica vendría en forma de abrazo para pegarle el olor inmundo que cargaba encima. Para más inri Catalina no puede con la fuerza del otro y le es imposible despegarlo de sí. Está a dos de volverlo a encerrar si no fuera que justo ahí entra María, que entre risas intercede por él e impide que Catalina se vuelva a cebar con él.
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Hay un hecho que Rodrigo siempre dio fe de ello: Catalina no llora. No lo hizo de niña, ni de adolescentes y de adulta nunca lo vio. Máximo fue cuando en ciertas circunstancias poseía los ojos aguados, pero no escapó ninguna lágrima. Los únicos atisbos de vulnerabilidad eran esos, los ojos brillosos y el cambio de tono de voz por intentar que ésta no quiebre.
Para él, Catalina era infranqueable en ese aspecto. Felicidad, esperanza, irá, enojo, euforia, impaciencia, preocupación, culpa, todos eran sentimientos más que aceptables para su hermana ¿Pero tristeza? No, porque es la puerta a la vulnerabilidad, aquella que desde niña, cuando le dieron el Virreinato, ha hecho lo imposible por ocultar. Ha hecho de su propia persona una mitificación, de aquello que buscan y esperan de ella y lo ha cumplido a rajatabla.
Entonces le sorprende que cuando entra a su alcoba la ve hecha una bolita en la cama. Pareciera que no ha captado que hay un intruso en su cuarto porque no lo larga ni emite comentario alguno ni da muestras de reconocimiento a su presencia.
Aún tiene un poco de respeto a la privacidad de su hermana así que cierra la puerta detrás de él y se le acerca a la cama. Se sienta en los bordes de la misma y le toca el hombro pero ella sigue sin reconocerlo. Casi que parece un cadáver, porque no hay movimiento alguno más allá del sube y baja del pecho. Sabe que Catalina está en shock o en fase de duelo, porque no hace mucho se han largado Quito y Venezuela. Ha sucedido lo que los cuatro sabrían que sucedería tarde o temprano, ya desde el atentado contra el Libertador.
Admite que le sorprendió que los primeros días haya estado ella impasible, al menos por fuera, porque la conoce bien y sabe que ira es lo que burbujea desde sus adentros, pero lo ha ocultado lo suficientemente adecuado para que nadie más que él sepa de ello. Pero al parecer todos tienen un punto de quiebre y por fin el de Catalina ha llegado.
La agarra por los hombre y la moviliza de tal forma que la hace parecer casi que un muñeco de trapo. Están casi que de frente en un abrazo, y la mujer sigue sin verle la cara pues lo ha escondido en el pecho de su hermano, pero sus manos se aferran fuerte en donde están posadas. Escucha por primera vez quejidos. Son bajitos, casi que debe pegar su cabeza a la de ella para captarlos, pero ahí están. Ahora sabe que Catalina sí llora. Igual no la detiene por más que esté destrozando la camisilla que lleva puesta entre lágrimas y mocos de la susodicha; no tiene palabras para decirle tampoco porque él no sabe consolar, nadie le ha enseñado eso y si lo hace sabe que lo hará torpemente.
Solo le queda acompañarla que, para su gran sorpresa, ahora él también está en las mismas pero por razones diferentes. Mientras que Catalina llora por el fracaso de este proyecto llamado Colombia y lo que ha implicado, él llora por la destrucción de la imagen mitificada que tenía sobre ella, porque la imagen que ella vendió a sus mayores y jefes él también la compró.
Cundinamarca se aferra con más fuerza a él, tanto que seguro habrá dejado marcas en las áreas de la espalda del otro donde se ha agarrado. Rodrigo intuye que es una petición, que no la deje, que sigan juntos en un nuevo proyecto. Si Cundinamarca hubiera alzado la cabeza en ese instante y le hubiera visto a los ojos, sabría que el Istmo le dio una negativa a su solicitud. Por eso le sorprende que una semana después de aquella noche le hayan compartido la información que él se ha ido y que seguro intentará constituirse república tal como lo han hecho sus hermanos.
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A Rodrigo no le sorprende que cuando se acerca al balcón, allá en el segundo piso, vea abajo a su hermana practicando esgrima con su sable. La casa donde están es relativamente grande, pero no lo suficiente para seguir alargando este juego que es evitarse lo máximo posible el uno del otro.
Catalina, quien es ahora la República de la Nueva Granada, no le hizo gracia el último intento de separación de su hermano. No puede creer en parte que haya aprovechado la guerra civil para irse. Pero ahora, nuevamente, está bajo su techo. A su hermano no le sorprendió nuevamente un castigo por ello, pero vaya que sí el método.
Como antaño se la cortado libertades, pero en vez de recluirlo en un cuartito, lo ha hecho en la vivienda que llevan compartiendo desde hace más de tres décadas. Se podría pensar que es una situación mucho mejor, pero para el hombre no es así, porque al menos en un cuchitril sabe que no tiene libertad pero en la casa, todo libre para él y algo de sus alrededores, no, es un espejismo solamente. Lo sabe bien porque no puede irse más allá de las inmediaciones del mismo, porque cuando lo ha intentado lo ha parado en seco el caporal.
Su hermana quiere que esté siempre al lado suyo, tanto así que ya parece sombra suya. Solo ha salido de aquí cuando ella se va muy lejos del área. Confirmó esto una vez, cuando ella se largó de la casa por un mes entero. Le resultó raro y cuando pidió respuestas le han contado que no está muy lejos, a solo un día a caballo como mucho.  
Recuerda bien que esa vez el aburrimiento fue tan atroz que pensó que cayó en la locura, manifestándose en como él se dejó crecer el vello facial. Algo que comenzó como un arranque de locura (y curiosidad, en parte) lo dejó totalmente perplejo cuando vio que creció uno lo suficientemente satisfactorio, entonces se lo dejó. Por tanto casi se ríe cuando llegó su hermana de aquel viaje y lo vio. A la pobre le cogió un patatús y el hombre hizo bien en aguantarse la risa porque sabe que, al no reírse, hará rabiar más a su hermana; sacará conjeturas que se ha dejado esa pelambrera en la cara para joderla y ya, pero como no lo ha hecho, esto de reírse, ahora no sabe qué pensar la mujer.
La locura le salió bien y fue un buen vacilón y vio como en las comidas Catalina no podía  dejar de verlo, aunque lo intentara disimular. Para salvaguardar la salud de su hermana decidió cortarse la barba, pero se dejó el bigote y ahora es una constante en la mesa.
Una constante en la mesa porque es el único lugar donde se ven seguido. Se han evitado lo máximo posible, tanto que a veces es cómico. Si uno está en la planta principal el otro estará en el segundo piso. Si uno está al norte de la vivienda el otro seguro andará por el sur. En el este, en la biblioteca, al oeste en uno de los tantos cuartos que tiene la casa. Y así con cada recoveco de la morada.
Pero a Rodrigo ya le está pasando factura esto del aburrimiento, entre la libertad de mentiritas y evitar su hermana lo máximo posible, no tiene mucho con qué entretenerse. Ya la biblioteca se la ha pateado de arriba abajo, y debe admitir que tampoco es un hombre de letras, no al grado de su hermana. Solo le queda su queridísimo rabel, que por suerte se lo han podido traer. De sus posesiones es la que más atesora, más aún que lo adquirió por mano propia, antes de independizarse de España, cuando fue a Veraguas y un campesino de las montañas le vendió dicho instrumento. Desde entonces se ha dedicado día y alma a tocarlo, y le ha sorprendido que haya sobrevivido tanto tiempo en sus manos. Entonces se lo ha pasado en todo este cautiverio tocando su rabel, día sí y noche también, diferentes toques que recuerda cuando estaba en sus pueblos, cuando la muchedumbre se ponía a palmear y cantar.
Apoyado en el barandal del balcón ve como Catalina por quinta vez desde que presta atención estoca un tronco de madera. Está cansada la mujer, puede ver, la piel está brillosa del sudor y es bastante notable la respiración de la susodicha aunque él esté a esta altura y un tanto lejos. Cuando ella se voltea cruzan miradas. Ninguno de los dos osa quitarla y han quedado así, viéndose en todo lo que no se han visto durante este tiempo.
Cuando dejan de estar en ese duelo de miradas, su hermana desaparece de su vista; ha entrado a la morada y por algún motivo, por algún gusanillo del interior seguro, él permanece donde está.
Ha demorada bastante pero a las finales llega. Rodrigo supuso que la demora tiene una excusa simple: se fue a bañar. Porque Catalina quizás no sea tan caprichosa de su imagen comparada con María, pero aun así gusta de estar pulcra en todo momento y jamás permitiría estar con él estando toda sudada si el momento no lo amerita. Por tanto llega, bien aseada e incluso puede captar el olor a jabón de ceniza y se siente al lado de él, en este banco de dos plazas de madera.
En su mano lleva el rabel y sorprende a su hermano, quien tiene los ojos abierto de par en par. Catalina se lo cede pero aún no dice del porqué ha traído consigo el instrumento. Está mirando al horizonte, como pensando qué decir, hasta que por fin halla las palabras.
—¿Puedes tocar?— Le solicita y el hombre solo puede alzar la ceja, porque esa no es la respuesta que esperaba. Ve a Catalina mordiéndose el labio, buscando nuevamente en su mente qué decir —Siempre lo he estado escuchando, aunque no nos veamos, aunque esté en otro cuarto, siempre llega a mí lo que tocas. Me gusta. No sé qué música es, pero me gusta—
—¿Le gusta la música en rabo de micho?— Le contesta y la mujer voltea rápido la cabeza, para verle con la cara de incógnita más grande. Ante un «¿Cómo?» y riéndose seguido, el hombre también se ríe con ella —Rabo de micho, como el animal, así se llama el instrumento—
—Micho, micho. . . Así les llamas a los gatos, creo. ¿A dónde ve que esto tenga forma de cola de gato?
—Por la voluta, esto de aquí— Le enseña Rodrigo —Que en conjunto con el mango le da esa imagen de cola de gato. Incluso aquí, ve — Se acerca más, para enseñarle —Si ve, pareciera cuando los gatos caminan y enrollan sus colas, cuando están felices pues. Por eso le dicen rabo de micho—
Pero deja de alargar el tiempo y le concede su petición. Toca una canción, no tiene nombre pero su autor se llamaba Eusebio Gallardo, un indio civilizado de La Mesa, quien le acompañó aquella vez en Veraguas. Si el Señor es misericordioso seguirá vivo el indio. Recuerda bien los acordes, porque todo el día el indio tocaba, y Rodrigo anonadado le pedía que repitiera una y otra y otra vez, hasta que quedó grabado a fuego en su memoria. Es una canción más alegre que triste, y en un sonido agudo. Cuando Rodrigo termina de ejecutar la pieza ve que Catalina tiene la cabeza apoyaba en las palmas de las manos, y que tiene los ojos cerrados, pero sabe que le ha escuchado en todo lo que lleva tocando, su mera sonrisa la delata.
—Bien escondido lo tenías. No me mire con esa cara, sabe a lo que me refiero. Veinte años atrás Rodrigo, veinte años.
Capta lo que quiere decir y casi modula el «¡ah!» de impresión. Por la vergüenza se rasca el bigote —Ahora ya sabe porque apestaba tanto al tocar la guitarra— Ve posado el rabel de forma solemne en su regazo, antes de empezar a girarlo de un lado al otro en su eje, viendo cada una de sus partes —No puedo tocar ningún instrumento de cuerda que posea más de cuatro—
—No guitarras, entonces. Solo eso.
—Usted tiene el requinto, María la bandola, de Francisco no recuerdo qué instrumento; yo tengo el sovacón, pero nunca me lo vieron porque no traje instrumento conmigo, solo éste, y no lo sacaba por miedo a perderlo y por eso tampoco me lo vieron. Así que sí, esto y lo otro, es lo único que puedo tocar. Ya ve porqué lo manco.
Catalina se ríe, es bueno saber la razón piensa —Incluso en eso discernimos, pero ya verá, un día usted y yo tocaremos a dúo una pieza, con el mismo instrumento. Lo sé— Lo dice tan convencida que hasta el hombre le cree. Pero ve entonces que Catalina vuelve a ponerse seria, hasta que cierra los ojos para añadir —¿Puede tocar otra?
Por suerte puede decir que posee un buen repertorio. Le complace y vuelve a tocar, otra canción sin nombre y tono nuevamente alegre. Han quedado hasta la noche, uno tocando y la otra escuchando; se cometan y añaden historias. Pese a todo, la música sigue siendo el puente que los une a ambos.
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Era la primera vez que el Istmo estaba en frente con Alfred F. Jones, personificación de los Estados Unidos de América, quien andaba por sus tierras. Cuenta él que estuvo por la capital colombiana y antes de regresar a su casa ha venido acá a pasar unas semanas. Al Istmo no le convencía del todo el cuento echado por el rubio, pero independiente del qué hará de buen anfitrión, lo mejor posible al menos, porque aunque antes no se han visto las caras Rodrigo conoce bien a su gente y ya años atrás le han sido un problemón y si tuviera las suficientes agallas los catalogaría casi que de ladillas.
Alfred tiene un porte altivo, una postura un tanto peculiar que algunos podrán tachar de falta de educación y una sonrisa constante, tanto así que parece antinatural. Es bastante risueño pilla Rodrigo, y parece no molestarle ensuciar sus lustrosos zapatos mientras camina por las calles de tierra de Ciudad de Panamá. Incluso cuando no es tanto él quien lo hace, sino un chiquillo sin padre que corre por las calles y pisa un changual salpicando al rubio. Dándose la vuelta el chirre ve su error y sabe que el susodicho es gringo y cuando se disculpa no hay más que horror en su cara, pero Alfred no parece molestarse y asiente al niño en reconocimiento aceptando las disculpas, dejando que éste salga corriendo lejos de ahí.
Por eso el Istmo se torna cauto con él. El gringo no se ajusta a la previsión que tenía de él, adquirida de tanto tratar con su gente y de las jugarretas que le ha hecho desde que se firmó ese tratado y las cuestiones del ferrocarril. Hasta parece diferente a las cartas que el rubio le ha mandado, bastante concisas pero amenazantes. Acá en cambio Alfred es bastante amistoso, concede el castaño, tiene un interés en todo lo que ve y no le hace asco incluso indagar en los recovecos de la ciudad viendo a su gente hacer cosas. Parece el tipo que es capaz de hacer oficio de mierdero por un día solo para vivir la experiencia de recoger mierda de las casas y depositarla en el lugar designado para ello.
Al menos no todo es disidía en su ciudad y puede alojar al visitante en el Central Hotel, que parecer ser del gusto de Alfred. Quizás por eso nunca lo veía por acá, porque tiempo atrás le han remitido que él andaba por Colón («Aspinwall le dicen, señor») más nunca le dio por pasar acá, seguro, a sabiendas que esto era más un pueblón que ciudad; no presentaba las comodidades con las cuales se había encaprichado ya hace tiempo. No está a su altura. Pero al menos este hotel es lo suficientemente bueno para él.
Una vez llegado al hotel piensa que por fin podrá despegarse del gringo e irse para su casa, allá en Santa Ana, sino a descansar o bien ver qué nuevo trabajo le han dejado en la mesa. Pero el rubio, cortés él, lo invita y Rodrigo para seguir manteniendo la hidalguía (no vaya a desencadenar otro incidente de machete y plomo) accede siendo la única muestra de que no quiere su rostro cansado.
Jones es el que toma las riendas de la conversación y habla de todo. Toca sus temas favoritos, habla de las ciencias naturales y la paleontología con tal entusiasmo que caracterizaría a la de un niño. Es bastante elocuente y da gusto escucharlo, algo así como da gusto escuchar a su hermana en su faceta de cuentista. Aunque el Istmo no mete mucha cuchara en la charla, sí añade uno que otro comentario e incluso preguntas, las cuales Estados Unidos contesta con toda la alegría del mundo, extendiéndose más allá de lo necesario a la hora de responder, pero al castaño no le molesta.
Tiene carisma, admite, tanto o más que el francés y lo acompaña esa viveza que parece caracterizar a cualquier país de este lado del hemisferio.
Mientras pasa el tiempo también lo hacen los temas de conversación, entonces no le debe de sorprender cuando de un momento a otro tocan temas de política. Con una cara de interrogante deja que el rubio se explaya, y vaya que lo hace, tanto así que ya empieza a tocar temas que le salpican directamente al Istmo pero éste, queriendo saber qué piensa el otro, no lo para y deja que siga.
Habla un poco de esto y un poco de aquello, con bastante soltura puesto que ahora son los únicos en el salón, no hay oídos franceses ni colombianos en la sala. De a poco va a más y llega en un punto que arremeter contra Colombia, su hermana, diciendo que no entiendo cómo carajos no le ha cedido a él la construcción del canal si ya ha hecho el ferrocarril y era implícito que también haría lo otro. Que se ha dejado engatusar por el francés otra vez, solo porque su población babea por él y porque tiene la suficiente cortesía para dejarse invitar a beber chocolate caliente santafereño.
Está a dos de decir cierto adjetivo hacía su hermana, que es justo la línea del cual no debe pasar, que lo ha dejado más que claro cuando el rubio lo ha visto levantarse rápidamente, tanto que ha caído la silla donde estaba por lo brusco del movimiento, y ha dejado el decoro a un lado poniendo dos puños contra la mesa, el cual hace sonar, como soporte al peso del hombre.
—¡Basta!— Dice el Istmo, en tono fuerte pero con calma, en contraposición a la acción que ha hecho hace segundos, pero aún su postura muestra lo contrario.
—¿Es su hermana, cierto?— Contesta en su inglés tan característico, aún con su sonrisa, que poco a poco va borrándose en el rostro —Mis disculpas por la insolencia—
Han vuelto como estaban minutos atrás, ahora con el ambiente tenso. También ha vuelto la sonrisa a la cara de Alfred, menos grande pero ahí está, y le sonríe con complicidad. Parece satisfecho consigo mismo, al menos, es lo que capta Rodrigo. Vuelven los temas inocentes y ahí siguen, solo que ya el castaño no participa y deja el otro decir cualquier cosa, más porque anda pensando en lo que acaba que suceder que en otra cosa.
Ya cuando por fin puede ir a su casa es que se inmiscuye en sopa de techo. Aquello que le ha dicho el gringo es suficientemente serio para contárselo a Catalina, no solo el adjetivo, que es lo de menos, sino la arremetida contra ella. El Istmo no piensa que Estados Unidos haya sido tan imbécil como para contárselo a bocajarro. Entonces capta, él le ha contado todo eso porque sabe que no le dirá a Colombia; le ha testeado y se ha salido con la suya. Así como él dejó que el rubio hablase para saber más de él, lo mismo hizo con él en contarlo todo aquello hasta llegar a la línea. Ha visto la laxitud con la que dejó quejarse y seguro captó las grietas entre la relación de ambos hermanos porque ante una relación consolidada no dejaría que llegase a quejarse hasta donde se quejó.
Lo peor del caso es que ha atinado el gringo porque Rodrigo no piensa contárselo a Catalina. Se lo guarda porque es información valiosa que sabe y seguro le servirá a posteriori.
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El secretario no está convencido pero Rodrigo le insiste que no ha pasado nada, que no debe preocuparse y puede irse de ahí. Si algo necesita, le llamará, mientras tanto no. El secretario de simpático bigote duda, le da una última mirada y termina acatando lo solicitado por él. Cuando ve la puerta cerrar el hombre puede dar un suspiro grande.
«Ay Dios. Señor, señor» piensa para sus adentros. Qué vergonzoso que el pobre señor tuviese que entrar para verificar que todo estuviera bien. No pensó que su risa fuera tan estruendosa como para que alguien se preocupara. Pero no es de menos, sí que le causo gracia la carta que tiene en la mano.
Veintiún años, veintiún largos años que por su propia naturaleza le debió parecer un parpadeo, pero no ha sido así. Entonces a veces pilla que este año ha sido más largo en pasar pero el anterior no y vuelve a emboliarse en esto del tiempo. Pero retoma. Veintiún años ya. Desde que se separó de su hermana y ésta, con rabia y todo, se la ha jurado. Han tenido sus piques incluso, como el del 08, pero a las finales cada quien tienen sus propios dolores de cabeza y se han ignorado la mayor parte del tiempo. Más se ha enfocado en todo el calvario que supone tener a Alfred a dos que tres pasos de su casa y resolver lo de la frontera oeste, que ya lo ha llevado a pelearse con la vecina y tirarle plomo por consiguiente, ya sin inmiscuirse en todo el aquelarre de sus políticos y ver como se destrampan por el rampante personalismo que andan gestando y sus cismas. Así que no ha tenido tiempo de resolver las cosas con Colombia e imagina él que ella tampoco para con él.
Pero entonces le ha llegado una carta, una carta personal y otra diplomática. La primera solamente para él y, en una pequeña nota afuera del sobre que venía con ella, dejaba en claro que solamente él podía leer el contenido de esta carta, sin nadie más a sus espaldas, a solas pidió. Y cumplió.
Se imaginaba él una carta cuyo mensaje era quizás maldiciéndole, quizás siendo más diplomática pero con una que otra jurada en ella. Quería él, en parte, que fuera todo lo contario, no uno con un mensaje de condescendencia, pero al menos sí a partes iguales, que reflejara ya sus condiciones y dejar de lado esas tornas de señor y subordinado que han cargado tantos años atrás, desde el siglo diecisiete. Pero Colombia le sorprende porque su carta ni párrafo lleva, ni línea si quiera, son dos simples palabras: «Le reconozco». Es tan absurdo que ha tenido que reírse porque no lo cree. Le ha hecho la misma jugarreta que hizo el siglo pasado, cuando mandó lo que quedaban de realistas en el istmo a Sevilla y le notificó la independencia.
E igual no le debe de sorprender, debe sentirse tonto también, porque si hay una característica un tanto peculiar que lleva encima su hermana es el hecho que a veces puede ser bastante lacónica. «A veces decir poco es más» fue lo que le dijo una vez dentro de una carpa, siglo atrás, en estas expediciones de guerra de independencia. La recuerda con un manto en los hombros, por el frío, y él también poseía uno que no le ayudaba en nada, cosa que le hizo no escuchar lo que antecedía a esa oración. Pero entonces ella añadió que se estaba comparando con María (¡cuándo no!) y la forma en que daba órdenes a las milicias. María, como siempre, se explaya y explaya y, cuenta Catalina, podía ver los rostros de dudas entre la soldadesca porque no captaban bien lo que quería decir la pelinegra. No sabe si creerle eso a Catalina porque, aunque lo niega, sabe que a veces envidiaba ciertos aspectos de María y, en esos raros momentos que se sentía inferior a ella, solía decir cosas referente a ella degradándola. ¿Qué María era mejor soldado que ella? Pero al menos ella no llegaba toda desvalijada bañada en cortes y sangre ¿Qué María tiene más osadías en desarrollar los planes? Pero de qué le sirve si a las finales lo discute con ella y solo es aceptado si tiene su visto bueno ¿Qué María es, y siempre ha sido, más libre que ella? Pero, bueno, alguien debe ser el que los ponga en la tierra y echarse a los hombros esa responsabilidad, y eso le corresponde a ella.
Vuelve a suspirar y es que le ha entrado la añoranza de épocas pasadas. Le pesa el pecho también. Aprovechando que no hay nadie más que él en el salón se desparrama en la silla, como si estuviera en su casa y vuelve a mirar nuevamente la carta y su mensaje. Lee una, dos, tres, cuatro, varias veces que no puede contabilizar. Y se irgue, porque quiere contestarle aunque no haya mucho qué responder pero, cuando va redactando ya el segundo párrafo se rinde y evacua el plan. Es muy pronto. Han pasado veintiún años pero aún es muy pronto. Siente que, si se han de hablar nuevamente, el primer encuentro después de veintiún años, tiene que ser cara a cara más que en cartas que lo ve un tanto impersonal para el contexto en que los atañe.
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Don Máximo viene de la estirpe de los cimarrones, eso cuenta él, usa todo su ser como muestra de ello; su piel negra, el cabello corto y crespo, la naturalidad con la cruza el monte sin miedo alguno; hasta les ha contado que sabe de toques con los que se solían comunicar su gente en la selva, toques de tambores de cuñas, pequeños, porque la movilidad en la selva era crucial para sobrevivir. Por eso le funge como baquiano, porque se sabe a pie juntillas el camino para llegar a la vieja Yaviza. Lo que no sabe don Máximo es que sus dos protegidos pueden llegar al poblado sin la necesidad de un guía, porque aunque puedan demorar más, tarde o temprano se orientarían a la dirección en la que es porque este terreno se les hace tan familiar que les anula el temor a perderse. Pero matan el ego en el momento y tampoco les negará su buena voluntad, ni las burras que les ha prestado como transporte, porque acá carretera no hay y aún la calle de tierra y piedra es lo normal.
El don está ansioso, dice que falta poco, no menos de media hora y que han llegado en buen día —Tú y tú — los señala a ambos, con dos dedos de la misma mano, en forma de tijeras y con ojos abierto como gato —¿Celebran Reyes? Acá lo celebramos, al Niño Dios también, todas las noches hasta el seis— Ahora ha sembrado la incógnita el cimarrón y parece ser que no quiere compartir más.
Colombia, que ahora y en todo el viaje solo se ha referido como Catalina, le manda una cara de interrogante a su hermano haciendo que éste simplemente se encoja de hombros. —Déjalo ser, no le mates el sentimiento. No seas mala— es lo único que comenta el hombre y como respuesta solo obtiene un pepo de corozo, que lo ha lanzado Coco, porque cómo se atreve a ponerla de mala. Pero no lo ha hecho de forma maliciosa, claro que no, si debe describirlo es más en la naturaleza de cómo hacían de niños cuando nadie veía y querían desquitarse de forma sana.
Tampoco es que se puede quejar, ella fue quien vino hasta acá, sin que el otro le invitara. Vino porque necesitaba un descanso del tumulto negro que se había formado en su casa, que por gracia divina su superior lo ha controlado, incluso le recomendó unas vacaciones y, de todo lo que podía escoger, lo hizo acá. Se lo comentó en una carta cuyo remitente iba a su hermano, no el del sur, el otro, pese que han sido casi ya cincuenta años sin verse. Aún hay cierta animosidad entre los dos, lo siente, pero se revela más en forma de torpeza en cómo tratarse. Sigue dándole vergüenza recordar cuando le recibió en el aeródromo, se saludaron, ahí normal, hasta que quedaron viéndose las caras porque ¿qué es lo que prosigue? Entonces lo “enmendaron”, intentando abrazarse de forma lerda pero no es lo mismo y abortaron la acción. Y volvieron a verse las caras.
Qué mal que aún les quede unos cuantos minutos más de trayecto, porque no quiere recordar más nada de esos momentos hasta que le pidió una solicitud. Pensó que se lo negaría, porque quién es ella para andar solicitando cosas en casa ajena, pero el otro solo asintió una, dos, tres veces y le dijo que está bien. Este plan de venir acá es idea suya, parte de su escapatoria momentánea, y quizás de algo más.
Por fin entran al pueblo y el don ha salido corriendo calle abajo diciendo «¡Mama, mama!». Ambas naciones quedaron estupefactas y se ven los rostros buscando una explicación. Sienten los ojos posados en ellos, los ojos de los habitantes de este pueblo y por ello prosiguen su paso por donde ha ido su guía.
Catalina inspecciona el pequeño pueblo, le parece familiar, similar a unos que tiene a lo largo y ancho del país. Las casas son de madera, de tambo, una que otra de pencas tipo rancho; las primeras a veces como cuartos anexos también tiene estructuras de penca. Son de uno y dos pisos, algunas con balcón y otras no, y las que tienen son diferentes, con balcones largos que dan frente a la calle y otras con un pequeño balcón, de tipo cubículo, hecho quizás solo para dos sillas y poco más. Quienes tienen el privilegio de tener balcón en la vivienda lo aprovechan al máximo, ve, porque donde haya balcón ve vida y la gente, en su mayoría ya ancianos, los niños y mujeres, hacen vida social principalmente ahí.
Algunas de esas personas son amistosas, cuando cruzan miradas saludan y algunos incluso sonríen. Los niños son los más ansiosos y alzan ambas manos hacia arriba saludando enérgicamente. Los más mayores, quienes pueden corretear por ahí sin tener un adulto detrás de la nuca, los persiguen saludando y preguntando por su nombre y ella les contesta porque no hay necesidad de quedarse muda. Uno bastante vivaracho le señala el acento, diciéndole que es raro y de dónde es por eso y ella solo ríe, porque le hizo gracia en parte, y porque era la excusa perfecta para guardarse de información. Por el rabillo del ojo capta que su hermano vio este intercambio y sonrió antes de volver la vista al frente, haciendo un “aquí no ha pasado nada”, pero Catalina no ha querido quedarse con la duda y le va a preguntar, sino fuera que Máximo regresa, disculpándose, pero presentándole a su madre que con sus buenos años encima aún camina a paso rápido y tiene una lucidez envidiable.
Su presentación revela mucho de la señora. Es la partera del pueblo, también la más versada en la cultura de su hogar y quien preside las celebraciones de la vieja Yaviza, sabe sobre plantas y medicinas y es tan ágil con las manos porque de pequeña arreglaba las mallas de pesca de su padre. Tiene seis hijos, Máximo uno de ellos y es el segundo mayor, pero dos están fuera de aquí y del Darién. Hace par de años que ya no le llegan para el Día de Reyes visitantes que no sean de los caserones y pueblos circundantes a éste, y por eso está contenta, porque por fin le ha llegado gente extranjera y si algo le encanta es compartir sobre su cultura que tanto ha amado y protegido.
Son los que le ceden techo también. Un cuarto un tanto pequeño en el segundo piso, tiene una cama de tambo y penca y hay una hamaca auxiliar. Un taburete hace de mesa para poner cualquier cosa encima suyo y arriba de la cama hay un chuzo colgado en horizontal, donde intuyen y ahí suelen colgar una que otra ropa. A ninguno de los dos le molesta esta modestia, al contrario, les hace revivir recuerdos ya no tanto de la niñez, sino de todo lo que han vivido a lo largo de los años donde a veces se dormía en la tierra, otras en bohíos, algunas en ranchos, casi siempre en casas de adobe y, ahora, en una casita de madera franqueada por el río y el Darién al fondo. Mamita Blasina les ha dicho que «mi casa es su casa» y que se sientan cómodos, que no teman caminar por ahí solo que respetando las alcobas personales, por supuesto, y que aprovechen el pequeño balcón de la morada. Dice también que aprovechen lo más costoso de esta casa, habla de las dos sillas de cuero curtido recién adquiridas, tan pulcras que las tachuelas ni óxido tienen, pero les hace el inciso que hoy no, porque ya está anocheciendo y deben ir al centro del pueblo a festejar el penúltimo día de Reyes.
Ninguno de los dos quieren hacer rabiara a los anfitriones, tampoco hay necesidad, y desde que Máximo habló sobre los Reyes y el Niño Dios a ambos les ha picado la curiosidad de saber de qué va esa celebración.
Van caminando solamente ellos dos, no se pueden perder porque el pueblo es chico y hay gente yendo para allá, por tanto llegan en minutos ya cuando el sol está casi por ocultarse y son las lámparas de queroseno las que alumbran el lugar. Pero antes de llegar ahí desde hace dos cuadras atrás ya escuchan toques al fondo, son sonido de tambores de diferentes afinaciones lo que han escuchado. A Catalina se le hacen tonos familiares, que no similar, como si ya lo hubiera escuchado en otra parte.
Se han sentado en uno de los bancos porque no son protagonistas de la festividad, como foráneos prefieren quedarse al margen y ver. Pero no les dura mucho el plan cuando un hombre de la multitud se le acerca, específicamente a Catalina, y le extiende la mano invitándola a participar. Duda pero siente un empujón en la espalda. No le hace falta mirar que es su hermano quien le incita a aceptar. Entonces cede pero en eso que se levanta y va le escucha decir «y no me la devuelva» y ella, sin mirar atrás, le dice al parejo «y no me regrese con él».
Antaño por la insolencia le habría dicho algo, un regaño o similar, una confrontación cara a cara y algo más. Pero mucha agua ha cruzado por debajo del puente y ya no es lo mismo, son otros tiempos; ella tampoco es la misma y para bien, se repite siempre, ha vivido tanto en tan poco tiempo que ha relegado la iracundia; más miedo ha tenido ella contra sí misma que contra España, más cerca ha estado (apuesta ella) de fenecer por su propia mano que por un tercero y eso ha volcado en ir en otra dirección.
La tambora indica el ritmo, las palmadas acompañan al primero. Son dos filas, mujer contra hombre y bailan al son de la música, frente al altar del Niño Dios. Las cantalantes, porque no hay una específicamente designada para ello, sino que toda mujer presente fungen como tal, evocan una canción de muchos temas: viajes, diario vivir, árboles y flores, Cristo y más. Catalina les acompaña en las palmadas en vista que no sabe la letra, y baila también, con su parejo del frente, pero a eso que termina el canto quienes tienen al lado salen de la pista y les dejan solo los dos ahí.
El ritmo, que anteriormente era de cadencia lenta, adquiere rapidez y ahora a la tambora, además de las palmadas, se le añade otros tambores que acompañan en la emisión de sonidos. Es como el sonido de horas atrás, aquél que le evocaba familiaridad. Ve al parejo bailándole en cortejo y ahí ya todo le hace sentido. Baila con la misma soltura que él, cada paso que hace va en sintonía con el hombre y pareciera pues que han practicado para este momento, porque todo movimiento es coherente y ninguno titubea en dar tal o cuál paso. Desde la multitud quienes no participan ni en canto comentan sobre ello. Tiene buen oído Catalina y escucha «qué bonitos pasos», «esa muchacha es de aquí» y alguien, que ella no ve, contesta «de Garachiné,  seguro»; pero un niño dice no, que ya habló con ella y su acento es raro y no es de estas tierras; otro de ahí confronta al chirre y entonces Catalina deja de prestarle atención a lo que dicen.
Más interesante es escuchar lo que dice la gente sentada a su costado, casi de espaldas. Son más comentarios de alabanzas pero hay uno en particular que le llama la atención. «Varios reales hubieran dado por ella, solo para bailar una pista» y uno, sabe muy bien quién, contesta «cotizada está, y mucho, y me halaga haber compartido pista con ella» y a Catalina le invade el orgullo.
Da una vuelta, y otra más, y ahí acabó todo. La ovación (dentro de lo que cabe) es grande y sus protectores, Máximo y su señora madre, se le acercan a felicitarle. Vuelve donde anteriormente estaba, en la banca larga, y por el cansancio e intentar calmar su respiración no ve que Rodrigo no está ahí, sino es hasta que le pone una mano en el hombro, como antaño y, como aquel entonces, se sobresalta pero no se desquita, ya no, más le presta atención lo que le extiende: un vaso con guarapo.
—Para la señora de Garachiné y máxima de reales.
—Y la más cotizada, no lo olvide— Le contesta Catalina y el hombre solo le toca reír.
Cuando Catalina despierta es más del mediodía. Se asusta y sale del cuarto, pero no ve a nadie hasta que se asoma al balcón y ahí está Rodrigo sentado, viendo el paisaje, no más. Cuando capta su presencia solo atina a decir «Eu» como saludo y ésta casi tiene un encuentro con su palma en la cara.
Bien desayunada y almorzada por igual regresa al balcón. Se le une a su hermano que sigue ahí y quedan un rato sin decirse nada, hasta que ésta lo ve de reojo y algo capta su atención. El hombre se asusta porque le viran la cara sin previo anuncio y ahora queda viendo es a su hermana y no, por décima vez, a dos loras cotorreando.
—Antes de irnos allá se afeita, ¿sí?
—Tú. . . ¿con qué autoridad?
—¿Desde cuándo me tuteas?
—Oh, disculpe usted, madame. Mandamás de los Andes, los llanos y los dos mares.
—Y el Darién.
—No. El Darién ya tiene uno, yo, su monsieur.
—Tanto suyo como mío es, no sea ridículo. Pero aféitese, hasta le haré el favor— Porque a Catalina aún no se le ha olvidado aquella vez cuando llegó a la morada y lo vió, con barba y bigote del más feo gusto adornando su cara, que gracias a la divina providencia se lo quitó y dejó el segundo, más aceptable. . . hasta cierto punto.  Y aunque ahora solo tiene los cañones de pelo quiere evitar por todos los medios que crezca más, por su bien, porque da igual cómo sea su relación siempre le hará la salvedad que debe ir bien presentado cuando esté en público.
—Favor, favor— Dice Rodrigo antes de levantarse y tomar rumbo adentro —Quédate aquí, vuelvo—
Cuando vuelve trae consigo un saco, objeto que conoce bien porque en todo este viaje lo ha visto solo que, queriendo dejar el chisme a un lado, no le preguntó el porqué de su presencia o qué traía adentro. Admite también que se olvidó del mismo.
Su hermano mete el brazo dentro del saco y de ahí extrae un acordeón, de botones, y se lo cede.
—¿Un presente? ¿Para mí?
—Sí, bien. Nunca pude serle recíproco. ¿Recuerdas lo último que me regalaste? Allá por el ochenta y ocho, o nueve, por ahí.
Hace memoria e intenta recordar. No recuerda exactamente la ocasión, porqué o qué, pero en ese entonces le regaló un zamarro de piel de jaguar, para cuando cabalgase o fuese a cazar o como mejor lo emplease, pero también recuerda otra cuestión. Que después del regalo y un poco de charla ésta llegó a discusión. Tan arribistas ambos, se sacaron los trapos sucios, hasta que en un punto como contrarréplica Catalina le dijo que para qué quería volver a ser estado federado, si sus gobiernos, bien debe saberlo porque fue prueba de ello, eran tan efímeros y degenerados, como él; que diese gracia a Dios que aún seguía con vida. Encolerizado Rodrigo le alza la mano, para pegarle, pero nunca baja; ha quedado suspendida al aire porque ambos han vuelto en sí, en shock, sin creer hasta dónde han llegado. Catalina con los ojos abiertos de par en par, y él también, pero es ella quien tiene la postura más tensa y quien le recorre un hilillo de sudor por la sien, en una posición más de ataque que de huida, pero sintiéndose más vulnerable a la par.
No hubo golpes, pero tampoco disculpas. El hombre recogió sus cosas, asintió a modo de despedida y se fue. Fue, en parte, la última vez que lo vio, porque desde entonces no se vieron más las caras y la única comunicación que tenían eran por cartas, más por obligación que por placer, y era todo tan lacónico entre ambos, tan impersonal, que todo dentro de la escrito parecía falso, si no es que lo era.
—Sí, ya recordé— Pausa y se irgue buscando mejor posición en la silla de cuero —¿Pero qué le hace pensar que sé tocar acordeón?
—De tus tierras me llega acá música de acordeón. Es increíble la radio, ¿no crees?
—Ajá. Haciendo memoria, mucha memoria, ¿Qué fue lo que me dijo aquella vez? ¿Qué era manco para ciertos instrumentos? Mire, yo también— Dice, mira el acordeón y le asusta; son muchos botones y cuál hace qué cosa —Mi gente del norte le gusta, sí, no significa que sepa.
—Entonces te enseño.
—No me hagas reír.
—Ríase, pero te enseño. Yo sé tocar; mandé al diablo al violín y ahora el acordeón es mi único amor, querida o amante, y te la quiero compartir.
—Eso no es muy cristiano de su parte— Pero ese comentario ha salido con tanta debilidad de su boca que Rodrigo sabe que ya ganó.
Ahí pegan más las sillas, casi a la par, y Rodrigo comienza haciéndole una demostración. Le indica, pues, que lo vea más como una armónica y así le irá mejor. Le enseña los tonos, cuándo o no abrir el acordeón, la posición más amable para tocar y así se van. Catalina lucha, porque tocar un instrumento de buenas a primeras no es fácil, mucho menos si es la primera vez, pero ahí ve que le es natural. No toca como experta y tampoco como para decir que se defiende, pero sale notas más claras de las que puede creer.
En eso que siguen Rodrigo le hace la salvedad que siempre se va por los tonos más graves y ella solo se encoge de hombros. Entonces él le sonríe a mitad y dice que es natural para ella, «es lo que toca tu gente al fin y al cabo». El hombre también ve las manos de su hermana, que ahora que presta atención nota los cortos furtivos aquí y allá. Se muerde la lengua, para no preguntarle sobre ello, tampoco es un enigma, sabe bien de dónde vienen dichos cortes tanto de ahí como el gran qué le adorna la frente. Para cuando se enteró lo que le pasó no hace mucho, ha querido escribirle para saber cómo está, pero por pura cobardía no lo hizo y ahora, teniéndola en frente, lo cobarde de nuevo sale a la palestra.
Aunque buen escenario lo tenso entre ambos aún sigue en el ambiente. Han tenido una cordialidad en todo este transcurso pero aún no es suficiente, no tanto como para hacer preguntas y contestaciones equivalentes de dónde salieron sus nombres o si creen haber tenido familiares antes de Antonio. Quizás, solo quizás, en otro momento será.
No saben cuántas horas llevan en esto, si es que llega a horas, pero a Catalina ya los dedos le piden clemencia y para por hoy. Cuando los toca con los pulgares puyan y, en la punta, está roja. Rodrigo se apresura a agarrarle las manos y sobar la punta de los dedos, aplicando una técnica de acordeonistas que ha conocido y que le han enseñado para aplacar el dolor de tanto tocar.
—Con más práctica verá como tocarás como Dios manda, y si hay suerte, se cumplirá lo que dijiste; usted y yo tocando al unísono una pieza con el mismo instrumento.
Sorprendida abre los ojos Catalina. Se le olvidó aquello y le impresiona que lo haya recordado, pero es cierto que lo prometió. Ve el detalle que le hace Rodrigo a sus manos y cuando éste se retira toca la punta de sus dedos, ya sin dolor. Se repite en su cabeza que así será.
—Pero antes de eso debo ver con mis propios ojos si usted en verdad es merecedor.
—Es al contrario— Rechista sin malicia, y señala el acordeón en su regazo para que se lo ceda y así hace. Pero antes de tocar voltea a verla, añadiendo —Igualmente si quieres escucharme tocar, solo pídelo ¿sí? Bien sabes que jamás te negaré eso, tal como espero que jamás me niegues un baile.
Entonces toca una pieza de ritmo moderado, ni lento ni rápido, con una estructura que a Catalina se le hace familiar, no, más bien sabe qué género es. El hombre toca con soltura, ni los botones debe ver, su mirada está puesta es hacia el frente, al sinfín. No mantiene el cuerpo rígido, sino que lo mueve aquí y allá al son de la música y en cierto punto parece bailar sentado. Se vale, a veces y en el momento concreto, del zapateo o el silbido para agregar un “sonido” más a la ecuación y que así la pieza se oiga completa. La mujer escucha atentamente y cuando termina la canción se ve en la obligación de decirse para sí misma que no pida repetición, por más que le duela, porque sabe que si no para seguirán acá hasta el anochecer.
—No es tan común escuchar un pasillo que lleve acordeón, porque eso que usted ha tocado es un pasillo, sé que atiné. Y los tonos, son agudos— Ahí ríe Catalina, no por gracia— Siempre se dice que los tonos agudos son “felices”, pero acá, mire usted, no me ha dado más que sensación de melancolía sino tragicomedia, pero algo bonito al fin y al cabo. ¿Cómo se llamaba la pieza?
—Panamá y Colombia.
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Nota
Para mejor lectura »aquí«.
Una tesis —unilateral— de la relación entre estos dos.
Esta cosa tiene tantos datos históricos, pero la pereza me gana por tanto no cito y me disculpan. Pero hago la salvedad sobre una cuestión: los cortes/cicatrices que posee Colombia, haciendo alusión a las guerras civiles o confrontaciones armadas, está basado en el headcanon de @animeluci-98thpg o Nikis (desconozco su user acá), o ambas, porque no recuerdo quién era la autora original o si era algo compartido.
Panamá y Colombia - Alberto Galimany (ver. acordeón por Aceves Núñez) 
Aunque la verdadera canción «tragicómica» es el himno La Libertadora. 
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espejoobsidiana · 1 year
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Titulo: Machi Weye
Resumen: El Imperio Inca ha sido reconstituido, Sacha (Francisco) está casado con Nahuel, machi poderoso. Martín, un visitante argentino no termina de entender.
Advertencias: Universo alternativo totalmente indulgente, nombres casi cambiados y un poco de patriarcado de la parte de Martín.
Kusi Yupanqui - Perú / Miguel Karati - Bolivia / Julio Sacha - Ecuador / Francsico
Nahuel es Manuel y Catalina, ella misma
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orange1896 · 1 year
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LIUGONG SPARE PARTS TO ECUADOR
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jothinksalot · 2 years
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Las selecciones clasificadas de CONMEBOL para Qatar 2022 ⚽️💪
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brazilian-hot-mess · 3 years
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Now you've made me curious, how's Luciano's relationship with his neighbours?
(uhm this is going to be long i guess lol) 
ok so, first i need to say that although Luciano has a sunny and welcoming personality, i don’t think he cultivates that much of relationships inside LatAm. i don’t think i ever spoke about this in this blog, but i headcanon him as sometimes... a little (it’s not the proper word but i can’t think of any other in english, at least not right now ugh struggles) arrogant towards his neighbours given his past as an Empire and fromer-possible-regional-power. it’s not even a conscious thought, it’s just... there. that being said:
i think that he is super close with the Mate Trio (Argentina - Uruguay - Paraguay), for sure, Martín and Sebastián being the two he deliberately annoys engages the most. 
Martín is, you know, Martín: sworn enemy turned lover turned possible soulmate if nations even have that, Sebastián is his oldest friend and the first nation (apart from Afonso) that Luciano ever really met. And Dani, even tho their history it’s a little bit more complicated and they are both a little salty, because they are salty and bitter individuals, they are in a good place today, as good as it can get i think.
not very close to Chile, but also when they meet they are confortable with each other, it’s just that they are not that great of friends. too geographically distant, i suppose  
with Peru and Bolivia although they are not close they are not indifferent to each other as well, kind of like a “oh yeah I know that guy, he’s nice” realtionship (in Luciano’s eyes at least). same with Colombia and Venzuela and Ecuador. 
no idea what relationship he would have with the Caribbeans, to be honest. and he just isn’t more distant to Mexico because they do exchange a lot of culture, with the telenovelas, music and things like that. but being so distant phisically that’s the most he can do for their relationship lol 
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a-pair-of-iris · 1 month
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No tuve tiempo para hacer muchas de las cosas que quería para este finde ¡pero aquí va un dibujito hecho en la corquera de los niños!
Cada uno entendió a su manera lo de hacer un <3
Para alinearse con el prompt del día, digamos que es la foto que le mostraron a la señora de la pastelería en la que había descuento de pareja para convencerla que si lo eran ;D
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ecuchi-finde · 1 year
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Jay Koffee: Nuestro compromiso y dedicación se reflejan en cada detalle para que este evento sea tan maravilloso como estos dos. ¡Ya falta solo un mes para que comience! Esperamos sinceramente que lo disfruten al máximo.
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socializzz · 4 years
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Ecuador: Oh, you think you’re being cute.
Peru: Bitch, I’m adorable.
Ecuador: Yes, you are.
Peru: What?
Ecuador: WHAT?
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