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«Por el contrario, resulta sorprendente la forma cómo aparece enunciada la savia destructiva de la doctrina de Gorgias. El nihilismo es declarado drásticamente, no está encubierto, como en Zenón, por un enredo vertiginoso de argumentaciones. Lo que impresiona es la ausencia de fondo religioso alguno: Gorgias no se preocupa de salvaguardar nada. Al contrario, su formulación —nada existe; si existiera, no sería cognoscible; si fuese cognoscible, no sería comunicable— parece poner en duda incluso la naturaleza divina, y en cualquier caso la aísla completamente de la esfera humana. Gorgias es el sabio que declara acabada la era de los sabios, de aquellos que habían puesto en comunicación a los dioses con los hombres.»
Giorgio Colli: El nacimiento de la filosofía. Tusquets Editor, pág. 85. Barcelona, 1977.
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“La palabra es un poderosísimo soberano”
A mí me resulta muy curioso el poder que tiene la palabra sobre el ánimo y la voluntad de las personas. No soy ni mucho menos el primero en notarlo. En realidad, lo traigo a colación por un asunto personal. He notado que las personas a las que aprecio mucho tienen un poder abrumador sobre mí con el solo uso que puedan hacer de la lengua. Me parece muy cierto que una palabra de amor o de aliento puede hacerte crecer un dios en el pecho y lanzarte a una lucha imposible con un rostro desfigurado por una sonrisa sincera; al mismo tiempo, una sentencia afilada es capaz de destripar cualquier buen ánimo o emoción de un golpe. No debería sorprendernos la capacidad de manipulación emocional que esconden las palabras, aunque es verdad que hay una explicación científico-psicólogica para dichos efectos en cada uno de nosotros. A mí no me interesa eso. Me quedo con la idea de que alguien, hace dos milenios y medio atrás, ya había notado la violencia con la que una palabra, buena o mala, puede repercutir en la actitud de la mayoría de las personas: Gorgias de Leontinos, político y sofista griego del siglo V a.C. En su elogio de Helena escribió las siguientes palabras:
“La palabra es un poderosísimo soberano, que con un pequeñísimo y muy invisible cuerpo realiza empresas absolutamente divinas. En efecto, puede eliminar el temor, suprimir la tristeza, infundir alegría, aumentar la compasión[...]
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En defensa de los sofistas
Presentación de los sofistas
Los tres hombres, pues, de Abdera [Protágoras], Ceos [Pródico] y Élida [Hipias]; y a su lado el gran leontino [Gorgias], atraviesan Grecia, causan en todas partes, y particularmente en Atenas, la mayor sensación; se atraen a las personas principales, desempeñan a menudo la función de delegados del Estado, y ganan, haciendo valer de este modo su personalidad, grandes honorarios, estatuas de honor, derechos de ciudadanos, etc. Tal prestigio y efecto prueban ya que la cosa sobrepasa en mucho lo que Platón tiene a bien comunicarnos, ya que no puede esto explicarse sólo con su intención, porque así le conviniera, de ridiculizar a los sofistas en su propaganda. Ésta era, sin duda, enorme; basta pensar en la presentación de trajes esplénddos y en la estatua de oro que se colocó Gorgias en Delfos, sin que se pueda por esto hacerse grandes críticas, pues, por tratarse de una época sin prensa, cada uno tenía que ser su propio publicista, y no ya los sofistas, sino hombres especilmente relevantes (sobretodo Alcibíades), necesariamente habían de parecernos hoy día, con su conducta, fanfarrones empedernidos; tampoco, por otra parte, deberán considerarse como mejores que los demás; ellos eran griegos también, pero reunían en sus personas, o por lo menos representaban, uno más, otro menos, entre todos tres cosas: el pensar (ocupándose también en filosofía y ética), el saber positivo, rico y multiforme, y el hablar, siendo los fundadores de la técnica del discurso.
La doctrina del doble aspecto de cada cosa
Sobre todo, dícese que por su doctrina del doble aspecto (δύο λόγοι) de las cosas, predicron la indiferencia moral, favoreciendo así la decadencia; sin embargo, la doctrina de que sobre cada asunto pueden pretenderse opiniones adversas con la misma destreza, haciéndolas plausibles por la oratoria, no es en sí reprobable; no hace más que establecer un hecho, recomendando al discípulo que en conciencia no pretenda más que lo que realmente le parezca justo. Sobre su aplicación en derecho y moral debían poseer, además, mejores bases que las que nos da su competidor Platón. Evidentemente, en la conocida pretensión del arte tratan de hacer de la causa más debil la más fuerte, pero sólo para el fin de una gimnástica intelectual, declarando de antemano se prescinda de razón o sinrazón. Ello les fue, sin embargo, interpretado a los sofistas como un verdadera indiferenci moral, sin más razón ue ls que pudiera caber al inculpar al defensor de cualquier criminal, que actúa por mandato del tribunal. Es increíble que los griegos hayan sido pervertidos por ellos; al contrario, la misma nación se hace cómplice, como uno que se ha aficionado a charlatanear por habérsele obligado a presentarse continuamente hablando, y ya los atenienses eran de toda la vida, y mucho antes de llegar Gorgias, excelentes abogados; es de suponer que aquí siempre se atacaba con habilidad, y, por otra parte, se escuchaba al prójimo.[...]
El derecho del más fuerte
También la doctrina del derecho del más fuerte no hacía, en la Grecia de entones, ni más ni menos que poner de manifiesto una situación realmente existente; algo muy parecido volvemos a encontrarlo tambén en Spinoza. En estos Estados, el que era poderoso, por la fuerza de las armas o por su elocuencia, daba (como dicen Trasímaco y Calicles en el Gorgias, de Platón, y en la República) las leyes según su voluntad y ventajas; lo que ordenaba tal persona se consideraba realmente «justicia» en el Estado correspondiente, y lo que le era contrario se tenía por opuesto a la ley. En este sentido, por cierto, no existía el derecho de la opinión y acuerdo (δόζη καὶ νὀμῳ) y no significa alabanza el hacer constar los hechos.Si se llega a reprochar a los sofistas «hacer valer la subjetividad contra lo común, en costumbres y Estado», hay que preguntarse si contra lo común no se habían ya sublevado hacía mucho, y sin ellos, los atenienses más famosos. ¿No existió un Temístocles, que quería ser algo excepcional en todas las ramas de la vida? ¿No fueron sus personalidades más importantes subjetivistas? ¿Por quién se les toma a estos atenienses para suponer que necesitaban viniesen gentes de fuera para inculcarles el espíritu revolucionario? Lo mismo puede decirse del trato escéptico res;ecto a la religión del pueblo. Si Protágoras pronuncia la frase: «De los dioses no sé investigar si son o no son, porque me impide esta investigación la incertidumbre de la cosa y la brevedad de la vida humana», lo hace en un tiempo en que también sus clientes atenienses se portande igual manera respecto a los dioses, y eso por su propia iniciativa. Además, los sofistas hicieron lo que, si ellos no hubiesen existido, hubieran hecho otros, por que el tiempo y el lugar eran propicios; ellos ayudaron a fomentar, como hemos visto, el arte oratorio (άντιλογιαὴ τέχνη), ue sabía hablar en favor y en contra de todo, y trajeron a los atenienses, con ello, lo que más ardientemente deseban. Ponían de relieve una habilidad en hablar ex tempore, así que Hipias podía vanagloriarse de saber decir, sobre cualquier cuestión, algo nuevo cada vez, ofreciéndose, como también lo hizo Gorgias, —siempre que el testimonio que tenemos de ello sea fidedigno—, a contestar improvisadamente toda pregunta que quisiera hacérsele. A esto se unía aquella elegante elocuencia que Gorgias logró por la simetría en la construcción de sus períodos, y el esfuerzo por lograr la expresión escueta (ἀκριβολογἰα), que, sobre todo, era especialidad de Pródico, y, por fin, el conocimiento exacto de todos los medios por los cuales se conseguía impresionar a pueblos y jueces. [...]
[...]
Su relación con los filósofos
[...] es de reconocer que tenía [la sofística] mucho contacto con la filosofía. Cierto s que fue aborrecida por los propios filósofos, y su mal humor siempre será comprensible, puesto que se vieron en una especie de minoria. Con mucha gracia hace decir Luciano a la filosofía: «No sé cómo llegaría a criarse tal género, una mezcla cual los hipocentauros, vagando indeciso entre la fanfarronería y la filosofía». Pero los filósofos no pueden por menos que dedicar a los sofistas una ojeada, y por otra parte, éstos, sin duda, están enterados de los filosofemas más importantes de las disintas escuelas, e incluso están capacitados, en ciertas especialidades, de una instrucción propia y sistemática; si al lado de todas las artes sofísticas no es contradictorio que Protágorasense!nara la sabiduría y virtud prácticas, ¿por qué hemos de dudar que haya dado un curso ético, concebido con toda seriedad, como igualmente que otros sofistas se dedicasen a la educación (al παιδαγωγεῖν, πειδεύειν ἀνθρώπους) en lo que realmente poseían muchos conocimientos especiales? Su dialéctica era quizá bastante parecida a la de los filósofos y era realmente además una gimnasia intelectual; también sus mal afamados sofismas, que todo griego inteligente habría desenmascarado al momento y con placer, no eran otra cosa que un medio para adiestrar la lógica del pensamiento, y se vuelven a encontrar, además, en los eleatas y megarienses. Su pretendido punto de partida filosófico era que no había ningún conocimiento verdadero y válido universalmente, ningún saber, sino sólo un figurarse, un suponer, y esto en sí bien es sostenible; además, pueden apuntarse con ello, como primeros escépticos, unos méritos bastante considerables en la investigación de la capacidad de cognición; también en esta teoría de la subjetividad de la cognición tenían como precedente la filosofía de Heráclito.
Sus méritos por una ilustración universal
Los sofistas no tenían la pretensión de orientar al hombre, por medio de su filosofía, hacia su interior ni de «hacerle mejor». Aunque Protágoras rozaba también este terreno, su fuerte son más los conocimientos y capacidades especiales para el uso práctico que se quería enseñar a la gente, que el pretender despertar convicciones. Por ello son los mediadores imprescindibles de un formación intelectual muy solicitada repentinamente, pero poco apoyada por estudios sistemáticos o bibliotecas suficientes, aunque los contemporáneos hayan hablado menos de esta misión como cosa indudablemente natural y conocida por todos y sí más bien de su sistema de apoyar la causa de la parte más humilde. Hay que mencionar también, entre sus especialidades, el conocimiento de muchos negocios y oficios. Si Hipias en los oficios era el más sabio de los hombres, y se presenta en Olimpia con un atavio hecho totalmente por sus propias manos (lo que supone, entre otras cosas, que tuviera bastante fortaleza de ánimo para no temer el reproche de banauso), demuestra con ello, en primer lugar, aquella aspiración hacia la universalidad, que solo es posible en un edad en que la vida es relativamente sencilla, y en la época precursora de un auge intelectual enorme aparece, no sólo como un investigador universal (πολυἴστωρ), sino como un ingenio también universal. Él mismo introdujo en sus «conversaciones» la geometría, astronomía, música y rítmica; hablaba también sobre pintura y escultura, y en Lacedemonia, como los ciudadanos en su afán de dominar gustaban de esta clase de temas, trataba sobre las distintas especies de la constitución de los estados, sobre colonias y empresas estatales. Su saber abarcaba, según se dice, todo lo que s llamaba arqueologís, y también debe de haber escrito sobre los nombres de los pueblos. Protágoras, además, se comprometía, según Platón, a enseñar, entre otras cosas, el arte del buen gobierno de casa y del estado, de lo que pudo haber sabido muchas más cosas interesantes, dado su enorme conocimiento del mundo, que las que le hace decir Platón. ¡Ojalá tuviéramos mucho de este conocimiento del mundo que poseían y enseñaban los sofistas de entonces, sobre todo de la historia comprada de las fundaciones de ciudades, constituciones, instituciones y constelaciones económicas! El hecho de que Tucídides fuése discípulo de ellos nos da de esto una alta idea. Añadamos todavía sus investigacions gramaticales y de ciencias naturales, la interpretación de los poetas, que ellos practicaban, su jurisprudencia y arte de guerra, el hecho de que se les deban los fundamentos de la lógica formalística; consideremos que toda esta ciencia concreta, que introdujeron en los distintos sectores del saber humano, no sólo era más útil, sino hasta incluso más interesante que la mayor parte de lo que enseñaban los filósofos, y comprenderemos que ellos eran precisamente lo que correspondía al afán de instruirse de aquellos tiempos. De conformidad con su didáctica práctica eran los esfuerzos de Hipias de establecer un mnemónica, es decir, una instrucción para fijar en la memoria lo aprendido. Esta mnemotecnia, en vista de la relativa escasez de libros, era una fuerza indispensable, en primer lugar, para el mismo sabio ambulante, que tenía que ser omnia sua secum portans. Si se suma, además, al contenido concreto una bella forma retórica de propagarlo, la cual el propio oyente podía también estudiar (y tal la tenemos que suponer, por ejemplo, en las conferencias de Gorgias [ἐπιδείζεις], que llevaba a cabo unas veces públicamente y otras en círculos particulares), no nos pueden extrañar ni la magnitud del éxito, sobre todo entre la juventud distinguida y rica, ni los altos honorarios que tan justificadamente cobraban y que se les pagaban, seguramente por algo más que sus sofismas y astucias retóricas. No era coss para todo el mundo el recluirse, irónica y ascéticamente, contra todo el saber, como lo hizo Sócrates.
Los dictámenes de Aristófanes y demás atenienses sobre ellos
La sofística tenía el sino curioso de que el gran burlón Aristófanes, con sus peores artes de falseador, se complaciese en forjar en sus Nubes todo un embrollo de la exposición anaxagórica de los fenómenos celestes, de la negación de todo el Olimpo antiguo y de la dialéctica de Sócrates, presentando al mayor adversario de la sofística como su representante principal. Así se producen toda clase de prejuicios en la mente de este pequeñoburgués, ateniense; todo lo que le aburre lo funde en un solo tipo (y, además, demuestra poca inspiración poética esta vez), en una caricatura universal, que es aplicable a todo, pero a nada se ajusta completamente. Así se refiere, sin embargo, a la útil sabiduría que enseñaban los sofistas, y por la cual merecen se les perdonen algunas cosas, las que a nosotros pudieran parecernos patrañas. De todos modos, no han sido los maestros por excelencia de la mentira, como podían parecernos por esta descripción; al contrario, ella demuestra el cuidado que hay que tener al emplear como fuente histórica a este Aristófanes, que dibuja con trazo rápido y sin miramientos para la realidad. En cambio, probablemente, no sólo sentirían enfado los atenienses por estos jóvenes que se creían tan sabios (νεαωίαι δοκησίσοφοι) y que salían de sus escuelas, sino que se sentirían amenazados por sujetos efectivamente peligrosos, quienes, como, por ejemplo, Critias, frecuentaban los círculos sofísticos. Es verdad que no fue culpa de los sofistas el que en los Estados griegos, que se basaban completamente en la igualdad de la educación intelectual, una mejora en esta educación provocara necesariamente la desigualdad civil; el efecto, empero, fue que esta desigualdad fue explotada inmediatamente para adquirir mayor influencia política.
Lo que opina Aristóteles de ellos
Que cayese la sofística, en tiempos de Aristóteles, «completamente en el desprecio», es cosa que se explica fácilmente. Éste nunca trata a los sofistas sino en tono despreciativo, pero parece que en su tiempo ya no había ningún ser humano que se llamase o que se hiciese llamar así. Evidentemente se basa sólo en un depósito escrito, y éste de contenido unilateralmente lógico-didáctico, no sabiendo ya nada de su saber ni de su enseñanza concreta, o, por lo menos, no teniéndolo en cuenta, ya que no necesitaba de esta fase anterior, que se había hecho dispensable por el saber y colecciones acontecidos en el entretanto. Es que, mientras, se había creado de otro modo un remedio, mediante la especialización de las ciencias (y quizá también la fundación de bibliotecas), les había sucedido, pues, a los sofistas lo que a los humanistas italianos del siglo XV, que también cayeron cuando a lo esencial en concreto (de lo que eran partidarios) se le había dado otro remedio. En lo que se refiere a la retórica, con razón se censuraría la expresión exagerada en sus discursos. En cambio, en tiempos de Aristóteles, el apoyar y aumentar la causa débil estaba seguramente tan de moda y era de tanta necesidad como cien años antes, y si esto hubiera sido la ocupación específica de los sofistas, no cabe duda que hubiesen seguido floreciendo hasta la eternidad; de todos modos, aquel Aristóteles que en su Retórica dibuja aquella patología del auditorio, descrita ya antes por nosotros, demostrando en ello una indiferencia moral completa, no tiene ningún derecho a hablar de los sofistas con especial desdén.
—Jacob Burckhardt De “Historia de la cultura griega III” pp. 90-98
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Los llamados sofistas, o maestros de la sabiduría, eran expertos en la expresión oral y en el uso la palabra escrita. Su principal actividad pedagógica consistía en impartir enseñanzas y dar soluciones a una infinidad de cuestiones éticas, religiosas, literarias, científicas y políticas. Sus posicionamientos podían entrar en una considerable oposición, a pesar de que los solemos incluir bajo la misma etiqueta. El que mayor renombre logrará adquirir es Protágoras de Abdera, miembro del círculo de intelectuales que se forma alrededor de Pericles. Anaxágoras de Clazómenas, Gorgias de Leontinos y Hipias de Elide también merecen ser citados en este contexto. David Hernández de la Fuente.
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§14. τὸν αὐτὸν δὲ λόγον ἔχει ἥ τε τοῦ λόγου δύναμις πρὸς τὴν τῆς ψυχῆς τάξιν ἥ τε τῶν φαρμάκων τάξις πρὸς τὴν τῶν σωμάτων φύσιν. ὥσπερ γὰρ τῶν φαρμάκων ἄλλους ἄλλα χυμοὺς ἐκ τοῦ σώματος ἐξάγει, καὶ τὰ μὲν νόσου τὰ δὲ βίου παύει, οὕτω καὶ τῶν λόγων οἱ μὲν ἐλύπησαν, οἱ δὲ ἔτερψαν, οἱ δὲ ἐφόβησαν, οἱ δὲ εἰς θάρσος κατέστησαν τοὺς ἀκούοντας, οἱ δὲ πειθοῖ τινι κακῆι τὴν ψυχὴν ἐφαρμάκευσαν καὶ ἐξεγοήτευσαν.
§14. La misma razón tiene tanto la fuerza de la palabra ante la disposición del espíritu, como la disposición de los remedios ante la naturaleza de los cuerpos; pues así como unos de los remedios expulsan del cuerpo a unos humores y otros a otros; y unos calman la enfermedad y otros la vida, así también, de las palabras, unas afligieron, otras alegraron, otras trasportaron a los oyentes hacia el valor y otras, con cierta mala persuasión, remediaron y encantaron al espíritu.
Gorgias: «Encomio de Helena», en Fragmentos. Universidad Nacional Autónoma de México, pág. 14. México, 1980.
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