#el mito del césped
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Superando el mito del césped
El uso generalizado del césped ornamental no es una buena elección en el clima mediterráneo, y existen varias alternativas para reemplazarlo. Entonces, ¿a qué esperamos?
Abstract: The widespread use of ornamental grasses is a poor choice in the Mediterranean climate, both due to their high water consumption and maintenance requirements, as well as their low contribution to biodiversity. Sequías y olas de calor Los períodos prolongados de sequía, junto con veranos de temperaturas extremadamente altas y precipitaciones concentradas en muy pocos días, se están…
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La Eternidad de los Pasos Perdidos
No podría decir cómo llegué allí. La estación de tren se desdibujaba entre sombras opacas, en un gris inmenso y turbio, como si el tiempo y la luz se hubieran rendido, prisioneros de un pasado que no se disolvía. Vagaba entre rostros y figuras que parecían estar allí sin voluntad propia, rostros que conocía sin recordar sus nombres, sombras arrastradas por una espera de la que nadie quería hablar. Era como si aquel lugar fuera un umbral eterno, suspendido entre el ser y el no-ser.
No recuerdo haber decidido saltar, pero de pronto mis pies estaban ya en las vías. Sentí, antes de caer, el rugido oscuro del metal aproximándose. Y entonces, el impacto: un dolor que cortó la realidad como un relámpago y, después, un silencio definitivo. Sin embargo, no fue el fin. No sentí la disolución ni la fuga hacia la nada que uno podría esperar de la muerte. En lugar de eso, mi consciencia flotaba sobre mi cuerpo destrozado, como un último eco que se niega a desvanecerse.
Miré el amasijo de carne y huesos en el suelo, y lo vi como algo ajeno a mí. Algunos curiosos se acercaron, sus rostros torcidos entre el horror y la indiferencia al ver mi cuerpo destrozado por la maquinaria que tenía restos de lo que hacía un momento, era yo. Ninguno era capaz de ver el leve humo que mi ser se había vuelto, ese espectro ligero y persistente que permanecía en el andén, atrapado por alguna fuerza sorda.
Entonces, una voz emergió de algún rincón sin forma, no como un sonido, sino como una presencia que sentí en el centro mismo de mi ser. Aquella voz me anunció, con una frialdad impersonal: "El cielo no es para ti". La palabra se quedó flotando en mi mente, y por más que intenté aprehenderla, su significado se escapaba como un hilo de humo. No había reproches ni promesas de redención. Sólo el vacío de una opción irrevocable: podía permanecer entre los vivos como un vestigio, o descender.
Bajé.
Al abrir los ojos, me encontré en un espacio que no tenía ni principio ni fin, ni forma que mi mente pudiera captar. La geometría era absurda, casi una broma siniestra: paredes blancas y lisas que encerraban un parque de árboles secos, donde las flores eran sombras y el césped una pintura sin volumen. Aquel paisaje, tan nítido como impersonal, respiraba una calma que me helaba hasta los huesos, una paz helada y despiadada. Supe entonces que ese lugar era el infierno, pero no el de los mitos y las leyendas, sino uno peor, porque carecía de toda posibilidad de cambio.
Mientras deambulaba, aún incrédulo, dos figuras se aproximaron desde algún rincón de ese espacio sin tiempo. La primera tenía la piel ajada, el rostro exhausto y los ojos fríos y oscuros de alguien que ha presenciado demasiado. Era a quien llamamos Jesús, pero no el redentor que uno espera; más bien, su figura era la de un hombre vencido, sin el menor interés en aliviar la carga de los demás. La segunda figura era el ángel caído, Lucifer, y en él había una belleza inquietante, algo que parecía casi humano si no fuera por sus alas cercenadas de una forma un tanto clandestina según se veía, con restos de plumas ensangrentadas que apenas colgaban de sus escápulas. Me miraba con una ironía suave y un leve brillo de tristeza en la mirada, como si él mismo no hubiera comprendido nunca la naturaleza de su condena.
—Bienvenido, aunque no hacen falta presentaciones —dijo Lucifer, su voz resonando en el vacío como un eco que se absorbe a sí mismo.
Jesús me observaba con una mirada vacía, no de indiferencia, sino de alguien que ya no espera. En sus ojos vi reflejada mi insignificancia, y de algún modo supe que no estaba aquí para comprender, que mi propia pregunta carecía de sentido.
—¿Esto es el infierno? —pregunté, sintiendo cómo la desesperación comenzaba a aferrarse a mí con sus garras invisibles.
Lucifer asintió, con una sonrisa lánguida.
—Es el infierno de los resignados, de los que esperan sin esperanza. Aquí no hay llamas, ni tormento; sólo la eternidad de saber que no hay nada más allá —respondió, mientras sus ojos fríos y luminosos penetraban en mi vacío.
Miré alrededor, y el lugar se deshacía y recomponía a cada parpadeo. Había otros como yo, figuras que deambulaban entre los árboles, como sombras atrapadas en un ciclo interminable de pasos que no llevaban a ningún sitio. Sentí el peso de aquella eternidad colgando sobre mi pecho, y me pregunté cuánto tardaría en convertirme en uno de esos espectros, cuántas veces recorrería ese mismo parque sin llegar jamás a ninguna parte.
Intenté preguntarles a esas figuras algo, cualquier cosa, pero sus labios se movían en un lenguaje sin sonido, sus voces apagadas antes de nacer. Supe entonces que estaba atrapado, que mi voz también se desvanecería hasta ser nada, hasta ser parte de ese silencio que todo lo engullía.
Jesús, entonces, me habló sin mirarme, como si estuviera pronunciando una sentencia ineludible.
—Este es el lugar de los que buscan respuestas en el vacío. Aquí, no hay redención ni condena, sólo la certeza de que tus pasos nunca alcanzarán otro destino que este mismo lugar —dijo, sus palabras flotando en el aire como cuchillas sin filo.
Lucifer me condujo por un sendero que se hundía en el suelo, y en cada paso sentía cómo mi cuerpo se volvía más ligero, menos tangible, como si estuviera perdiendo mi propia sustancia. Llegamos a una abertura, una especie de puerta hacia un espacio aún más oscuro y profundo, donde las sombras eran tan densas que parecían contener toda la desesperación del universo.
—Si deseas, puedes intentar ascender, quejarte ante el cielo y pedir una respuesta. Muchos lo han hecho, pues todos pecan de santos, pero pocos lo logran —murmuró Lucifer, con una sonrisa amarga que me despojó de toda esperanza.
—¿Y qué posibilidades tengo de ser escuchado? —inquirí, aunque la pregunta me sonaba ridícula incluso a mí.
Jesús sólo negó con la cabeza, y sus ojos eran pozos vacíos, dos abismos de donde no brotaba compasión alguna.
Sin más opciones, decidí no ascender. Observé el paisaje enmohecido de aquel infierno blanco, y sentí una resignación profunda, un vacío que se extendía en mí como una enfermedad lenta. Me crucé entonces con una figura conocida: una amiga de la infancia, alguien a quien apenas recordaba pero que, de algún modo, seguía viva en mi memoria. Nos miramos en silencio, y comprendimos sin palabras que nuestras muertes habían sido un accidente separado, un camino en la oscuridad que habíamos recorrido sin saber que nos conduciría aquí.
Pasaron los días, aunque el tiempo allí era una ilusión burlona. Pronto dejé de contar las horas y los pasos, y me convertí en un espectro más, en un eco sin voz en aquel espacio sin salida. De vez en cuando, lograba retornar a la tierra, vagar entre los vivos, pero nunca lograba hacerme notar. Cada intento de volver a conectar con lo que había dejado atrás se diluía en el mismo vacío que impregnaba ese limbo.
Los siglos pasaron sobre mí como un manto de sombras, y mi propio recuerdo fue disolviéndose en el aire, hasta que mis pensamientos no fueron más que ecos sin contenido. La eternidad en el infierno no era el dolor, ni el castigo, sino la perpetua confirmación de que no había nada por qué esperar, ni por qué luchar. Era el silencio eterno, una espera sin fin, una condena sin rostro, en la que los pasos se pierden y la memoria se consume como una llama sin oxígeno.
A veces, Lucifer aparecía de nuevo, observándome en la distancia, con sus alas laceradas y una mueca triste en el rostro, como si en algún rincón de su ser él también estuviera condenado a esa espera. Y en sus ojos había una pregunta muda, una esperanza muerta que nunca sería respondida, como si él también fuera prisionero de una eternidad que se burlaba de toda lógica.
Nunca dejé de preguntarme si algún día llegaría a comprender la razón de mi condena, o si esa pregunta sería, como todo allí, otra sombra entre las sombras, otro eco en la inmensidad de los pasos perdidos.
-jups.
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Ensayo: La estrecha amistad entre la literatura y el amor patriarcal
El concepto de amor es algo que mucho se ha hablado a lo largo de los años. Con el tiempo se ha intentado modificar gracias al surgimiento de la nueva ola de feminismo, pero, para la mayor parte de la sociedad, la construcción original del amor se sigue manteniendo y se resiste al cambio. Muchas de las ideas que tenemos sobre él, las hemos aprendido desde el poder tradicional y llevado a cabo por medio del poder moderno. El propósito de este ensayo no es ahondar en los orígenes del amor romántico, sino analizar, desde varios puntos de vista, de qué manera este tipo de amor perpetúa el sistema patriarcal y cómo la literatura ha retratado estos discursos dominantes, discursos como que el amar siempre implica sufrir o que el hombre es siempre el salvador de la mujer. Estas reflexiones, las llevaré a cabo mediante la comparación de las siguientes obras: La mujer rota de Simone de Beauvoir, Pandora de Liliana Blum y “El Peso” de Margaret Atwood.
¿Cuál es el origen del amor romántico?
La especialista en políticas de igualdad, género e identidades, Susana Ginesta, nos comparte en su plática de TedTalk (2018) que la idea de la “media naranja” surge desde los textos de Platón, específicamente en El banquete, donde se explica que la raza humana solía tener cuatro brazos, cuatro piernas y dos cabezas, que podían ser compuesta de hombre y mujer, hombre y hombre o mujer y mujer. Sin embargo, como castigo, fueron partidos a la mitad y condenados a buscar esa parte faltante de por vida. Lo anterior alimenta la creencia de que solos no bastamos; nuestro objetivo en la vida, o nuestra naturaleza, es siempre estar en pareja. Más tarde, la religión reforzó esta idea de la pareja con el matrimonio entre hombre y mujer, la monogamia y la familia tradicional que se rigen bajo los estándares determinados por el género. Todas estas ideas, a su vez, se reproducen por medio de la literatura en los cuentos tradicionales, como La sirenita, La cenicienta, La bella y la bestia, entre otros, pero también en el arte, en el cine y en la música, como defiende Carla Castillo, en su libro Manifiesto contra el amor romántico, presentando varios ejemplos de machismo en cada una de estas disciplinas artísticas. No podemos escapar de ello, a donde quiera que volteemos la imagen del amor romántico está siempre presente. ¿Y de qué manera nos afectan todas estas conductas e ideas con las que nos bombardean día y noche? Pues las aprendemos y las aplicamos a lo largo de nuestra vida sin ser realmente conscientes de ello. Normalizamos esta forma de amar patriarcal en la que es imposible la convivencia sana.
Coral Herrera, en su libro: Mujeres que ya no sufren por amor (2018), expone que no hay forma de tener una buena relación bajo ese sistema de amor que propone el patriarcado, pues se basa en la dominación y sumisión en donde el hombre es quien tiene el control y posee, y la mujer es quien se somete al control y depende. También agrega que: «Mitificar el amor sirve para que las mujeres, movidas por la pasión amorosa, interioricemos los valores del patriarcado, obedezcamos los mandatos de género y cumplamos con nuestros roles de mujer tradicional, moderna y posmoderna a la vez» (Herrera 8). Todo esto con la simple idea del amor; matar varios pájaros con un único tiro. Se mantiene el control y al mismo tiempo se respetan los roles de género.
Con la premisa anterior, sabemos que el amor romántico busca mantener el orden de lo que socialmente se considera como “normal”. Pero ese sistema sólo nos limita, nos hace inferiores, nos hace soportar la violencia y nos mantiene en constante sufrimiento. Los hombres también son víctimas de esta construcción, pero su lugar es estar por encima de nosotras y de ejercer la fuerza. Por eso, uno de los primeros temas que hay que analizar son los roles de género, que son todos aquellos comportamientos, apariencias, actividades y demás cosas que debemos cumplir dependiendo del sexo con el que nacimos, si somos hombres o somos mujeres.
El ideal de mujer
En estas tres obras se muestra de manera muy clara el papel de la mujer y las actividades que debe llevar a cabo según su rol. Aunque las vidas de las mujeres de estas historias pueden ser muy diferentes entre sí, ninguna está exenta de cumplir los estándares que espera la sociedad de ellas, ni de los castigos que implica el no seguir estas conductas. En La mujer rota, Monique es una ama de casa devota al cuidado del hogar, de su marido y de sus hijas. Ella sacrifica su individualidad por ellos, vive para cuidarlos y nada más. Sin esto, su vida carecería de sentido. Por su parte, el esposo es un doctor obsesionado con obtener prestigio y su única función en la familia es la de proteger a sus mujeres y proveer dinero al hogar. En Pandora es más o menos la misma historia: Gerardo es un importante doctor, guapo, que gana buen dinero con el que mantiene a sus hijos y a su esposa, quien se dedica a cuidar a los niños, la casa y a mantenerse bien físicamente para ser la esposa ideal. En “El peso”, tenemos que la amiga de la protagonista, Molly, deja su trabajo para encerrarse en casa con los niños, presionada por su marido abogado, que tiene unos terribles ataques de celos.
Con estos ejemplos, observamos que el perfil de la mujer perfecta e impoluta, es aquella que cuida de su imagen, de sus hijos y de su marido, es aquella que sacrifica sus deseos y sueños por los seres amados, mientras que, para los hombres, el deseo es algo de lo que no se pueden desprender porque es parte de su ser. Gerardo no puede renunciar a sus peculiares deseos sexuales por mujeres con sobrepeso y hace de Pandora su amante, una mujer que para nada se apega a los estándares de belleza y por lo mismo es rechazada por todos, menos por él. Maurice, el esposo de Monique, tampoco puede escapar de la monotonía del matrimonio ni de sus deseos por ser reconocido en el ámbito laboral, lo que lo lleva a tener amoríos con varias mujeres y finalmente con Noëllie, una mujer que es todo el estereotipo de una femme fatale, independiente, guapa y que, además, halaga su trabajo. En “El peso”, el esposo de Molly no puede reprimir sus deseos violentos a causa de los celos generados por la libertad de ella, así que termina rindiéndose ante ellos y matándola. En pocas palabras, las mujeres no gozan de esa libertad de sucumbir a sus deseos o necesidades, y si lo hacen, como por ejemplo Pandora con la comida, serán desplazadas por la sociedad, o cruelmente castigadas, como le pasó a Molly. «… Ellos nos protegerán a cambio de una fidelidad esclava. Si deseamos coger para pasar el rato, o ser provocativas, o atrevernos a pensar y declamar en un lugar claramente masculino, debemos someternos a la posibilidad de ser duramente reprendidas» (Castelo 52-53).
Las creencias peligrosas
Por supuesto, de estos roles también se desprenden las actitudes que deben tener los hombres y las mujeres y en qué creencias deben basarse tanto uno como el otro. En el caso de ellas, el amor y las emociones van de la mano. En el caso de ellos, la indiferencia y la violencia son parte del modelo a seguir. «Uno es el que ama. El que está pendiente. El que dedica su vida a la relación. Y el otro se deja amar sin demasiados miramientos. Sin asumir responsabilidades. Se crea así una desigualdad entre el enamorado y el ser amado. No hay intercambio de papeles, no es un amor recíproco» (Castelo 47-48).
Los hombres son dibujados como los héroes que indiscutiblemente necesitamos para salvarnos de nuestra realidad. ¿Y cuál es esa realidad que tememos? La de la soledad, el abandono, la falta de sustento económico o de buenas oportunidades laborales que nos permitan valernos por nosotras mismas. Todo esto nos hace dependientes de ellos y nos lleva a aguantar la violencia y los malos tratos, bajo la idea falaz de que el amor puede cambiar todo, hasta a un hombre que no nos respeta:
La mayor parte de nuestras relaciones son interesadas, también las relaciones sexuales y sentimentales, que están construidas desde el mito de la complementariedad. Este mito nos junta en dúos de dependencia mutua en la que cada cual asume un rol contrario al otro: yo cambio los pañales, tú cortas el césped. Yo hago la comida, tú arreglas el coche. Yo limpio el váter, tú juegas al fútbol con el niño. Yo plancho, tú limpias el tejado (Herrera 63).
La dependencia por infantilización es algo propio de nosotras. Todo en nuestro entorno social, económico y cultural, favorece a la perpetuación de esa creencia. Es como si todavía fuéramos unas niñas y no unas adultas, como si necesitamos de un hombre que nos cuide, que nos guíe y que nos proteja, por eso nos da tanto miedo la independencia, como Monique en La mujer rota que, cuando el marido tiene un amorío con Noëllie, ya no le ve sentido a su vida. En el instante en que éste decide dejarla, ella siente que el mundo se le viene encima porque está resistente al cambio. Tiene un pavor a esa soledad a la que ahora se tiene que enfrentar:
No quise que Colette se quedara a dormir: Tendré que acostumbrarme… Y miro esas dos puertas: el despacho de Maurice; nuestra habitación. Cerradas. Una puerta cerrada, algo acecha detrás. No se abrirá si no me muevo; jamás. Detener el tiempo y la vida.
Pero sé que me moveré. La puerta se abrirá lentamente y veré lo que hay detrás de la puerta. Es el porvenir… Tengo miedo. Y no puedo llamar a nadie en mi auxilio. Tengo miedo (De Beauvoir 142).
Y, al mismo tiempo, se niega a la autosuficiencia, cuando trabaja por obligación y termina dejándolo porque no le gusta. Ella está acostumbrada a ser ama de casa y a servir a su familia. No sabe hacer otra cosa y tampoco le interesa aprender a realizar otra actividad.
En el caso de “El peso”, la protagonista necesita de los hombres económicamente, y decide vender su cuerpo para conseguir dinero y bienes. A su vez, tiene un miedo a la soledad y al desamparo, que se ve reflejado repetidas veces en el texto: «…Una vez al mes me despierto por la noche empapada de terror. Tengo miedo, no porque haya alguien en la habitación, en la oscuridad, en la cama, sino porque no hay nadie…» (Atwood 10).
En Pandora, Abril piensa con horror sobre el qué dirán: «…No sería algo que compartiera con las dos mujeres que la miraban a la expectativa, golosas de su inclusión en el club de las esposas engañadas. No les daría el gusto» (Blum 182). Ella no quiere ser de las mujeres engañadas ni divorciadas, eso se ve mal, al igual que el caso de Monique en La mujer rota. El peso de lo que la sociedad espera de ellas cae sobre ambas hasta aplastarlas por completo.
Para los hombres, la historia es diferente, si no pueden conseguir a una mujer simplemente buscarán a otra que los aguante y nadie los verá con malos ojos. Para las mujeres es más complejo, pues la sociedad las juzga por todo: por ser divorciadas, por “descuidarse”, por tener muchas parejas sexuales, etcétera. Todas esas mujeres que no cumplen con el rol de género son discriminadas o incluso pueden representar una amenaza para el sistema patriarcal por ejercer su libertad, incluyendo a las mujeres que forman parte de éste.
Según los estándares construidos socialmente, nosotras debemos y tendríamos que desear arreglarnos, hacer ejercicio, comer saludable: mantenernos y vernos bien para poder “cazar” a los hombres. Eso, al mismo tiempo, nos pone en situación de competencia con otras mujeres para conseguir al “macho alfa”; como bien dice el dicho: En la guerra y en el amor todo se vale. Estos preceptos nos implantan la creencia de que las mujeres somos enemigas, rivales y no compañeras como hoy en día se busca con la sororidad. «…El patriarcado nos quiere entretenidas en la utopía romántica, rivalizando con las demás por enamorar a los machos alfa de la manada y soñando con el príncipe azul. Así es como nos olvidamos de la lucha por un mundo mejor para todas…» (Herrera 25).
Al ser una mujer obesa, Pandora es duramente castigada por todos, pero sobre todo por las mismas mujeres porque ante sus ojos, según las ideas sociales, no es una mujer bella. Su propia madre la desprecia e intenta que siga dietas estrictas para que baje de peso y encaje en ese molde. Abril, por otro lado, hace ejercicio y se mata de hambre porque cree que así será más atractiva y no perderá a Gerardo. La responsabilidad de mantener el interés de él, recae en ella únicamente y, al mismo tiempo, debe competir con sus amigas o con otras mujeres para ver quien se ve mejor: «…Durante poco más de un mes comió apenas lo suficiente para mantenerse en pie y se ejercitó todos los días… Las esposas de Manzur, de Ontiveros y de Trujillo… la saludaron con una frialdad más pronunciada que de costumbre, y Abril supo que había logrado su cometido» (Blum 45). En “El peso”, la protagonista describe al estereotipo de la esposa “perfecta” del hombre con el que está cenando: «Ya sospecho cómo debe ser su esposa: exageradamente bronceada y exagerada también en la práctica del ejercicio, con ojos coriáceos y alertas y demasiados tendones en el cuello» (Atwood 7). También, se sexualiza a sí misma por vestirse de forma “indecente” y ser sugerente para lograr el interés de Charles, incluso se autodenomina una amenaza para las esposas, como lo era Noëllie para Monique; mujeres divorciadas o solteras, aguerridas, seductoras y muy atractivas. Es lo que las personas denominan como “putas” o “cualquieras”. Las mujeres que no forman parte de ese rompecabezas social sino de uno propio y por ello es que no merecen respeto, aunque siguen funcionando para el beneficio y placer de los hombres.
Debíamos ser ideales en nuestra apariencia y efectivas en el deber. Debíamos comportarnos como damas, y evitar los abusos y los acosos con cierta gracia, con astucia. Si deseábamos salir del mundo doméstico, estábamos advertidas. Si nos rebelábamos de nuestro lugar tradicional, estábamos expuestas a todo tipo de humillaciones y maltratos. Y debíamos soportarlo… (Castelo 45).
Otra de las creencias peligrosas es la del sacrificio por “amor”, de la que ya se ha hablado a lo largo del texto con otros ejemplos. Sin embargo, esta creencia, es totalmente errónea y únicamente lleva a la desgracia a las mujeres:
Para nosotras las mujeres ha sido un flagelo. Una razón endulcorada para mantenernos silenciadas, sometidas, entretenidas, adoradas. Nos ha llevado al suicidio y al rimen. Nos ha hecho coquetear con la locura. Nos ha hecho vulnerables, mucho más manipulables. Nos ha hecho mentir, ocultar, tolerar la violencia. Nos ha hecho beatificar la agresividad del amor romántico (Castelo 5).
Este tipo de amor está basado en la violencia. No hay igualdad de condiciones. No existe el equipo ni el compañerismo, somos enemigos tratando de tener el dominio del otro. Todo el tiempo buscamos mantener a los hombres a nuestro lado, aunque nos agredan y nos lastimen. Nos atrae el macho hegemónico en cualquiera de sus presentaciones, ese hombre que, con sus palabras, con su poder o con su encanto, nos va a salvar de la terrible soledad.
La educación patriarcal mutila a los niños desde pequeñitos para que no expresen sus emociones (excepto el enojo o la rabia), y para que no muestren su vulnerabilidad… Para no ser comparados con ellas y para no sufrir el acoso de los demás chicos, tienen que reprimirse y disimular todo lo que sienten. A la mayor parte de los niños les enseñan desde pequeños a defenderse de las mujeres que quieren dominarlos utilizando sus encantos y sus armas de seducción. Les explican que las mujeres son todas unas putas, excepto su madre y algunas mujeres más de su familia (la abuela, la hermana, la tía). Las demás son todas malas: perversas, egoístas, caprichosas, codiciosas, ambiciosas, interesadas. El machismo educa a los niños para que jamás nos vean como sus compañeras (Herrera 55-56).
Para los hombres, el amor no es tan importante como su “virilidad” u “hombría”. Temen ser vistos como hombres “débiles” o que se les cuestione su sexualidad. Mientras más mujeres tengan o mientras más deseados se sientan por una mujer, más hombres son porque no son dominados por ninguna. Necesitan que satisfagan sus necesidades carnales, pero también las egocentristas: «…Así, al hombre se le educa como eje central de su vida, vive por él y no ama con ese desbordamiento de límites, mientras que las mujeres lo somos para cuidar, amar y proveer felicidad al otro, dejando a un lado nuestra propia identidad…» (Pascual 69).
La protagonista de “El peso” habla de cómo los hombres buscan que las mujeres alimenten sus egos, cuando dice que las esposas deberían estar agradecidas porque la que aguanta sus chistes machistas y les miente sobre sus proezas sexuales es ella (Atwood 7). En Pandora, varios de los compañeros del trabajo de Gerardo acostumbran a ir a un table dance y a ser infieles con sus mujeres. En La mujer rota pasa igual, no sólo con Monique, sino con una de sus amigas más cercanas: Isabelle. Al final, todas lo saben, lo normalizan y se culpan. Este modelo de amor hace que las mujeres se sientan insuficientes, aunque hayan hecho mil sacrificios, nos hace esforzarnos más por migajas de amor y, al mismo tiempo, nos hace miserables. Monique, a pesar de la devoción y del cuidado a su esposo y a su familia, se culpabiliza por la infidelidad de su marido:
—¿Quién es?
—Noëllie Guérard
—¡Noëllie!. ¿Por qué?
Alzó los hombros. Evidentemente. Yo sabía la respuesta: bonita, brillante y seductora. El tipo de aventura sin consecuencias y que halaga a un hombre. ¿Necesita ser halagado? (De Beauvoir 72).
Y decide “esforzarse” por recuperar a Maurice. Vuelve a invertir tiempo en su imagen personal y a intentar revivir los buenos momentos del pasado, también sigue los consejos de su amiga: «Se compresiva, se alegre. Antes que nada, se amistosa» (De Beauvoir 74). Acepta que lleve a cabo su infidelidad, espera pacientemente e intenta convertirse en lo que cree que a Maurice le gustaría y vuelve a dejar de lado lo que ella es. Finalmente, esto la lleva a la locura y a una depresión profunda y de todas formas no logra darle gusto a su esposo ni mucho menos que regrese.
En Pandora, Abril también se culpa de que Gerardo ya no quiera tener relaciones sexuales con ella y decide esforzarse en tener un mejor cuerpo para ser más atractiva: «Quizá con el paso del tiempo, si ella lograba hacer de su cuerpo algo menos repugnante, y si los gemelos crecían un poco más, podrían volver a ser el matrimonio que fueron antes» (Blum 16). Lo mismo hizo Pandora al sacrificar, al igual que Abril, su salud tanto física como mental, pero ésta entregándose por completo a merced de Gerardo. Abandonó su familia, su trabajo, su integridad al aceptar ser “la otra” y su bienestar al entregar su cuerpo para que Gerardo lo alimentara al grado de quedar en la invalidez. Una metáfora muy clara, precisamente de esa renuncia, consciente o inconsciente, hacia nosotras por anteponer la felicidad o el bien del ser amado al nuestro.
En “El peso”, Molly es agredida por su esposo al reclamarle de una supuesta infidelidad con alguien de su trabajo. Ella justificaba sus arrebatos violentos con que él no estaba en su mejor momento y no podía controlar lo que hacía. Ella se sentía culpable de dejarlo si no lo ayudaba: «—No quiero precipitar los acontecimientos —repuso Molly—. Quizá todo se arregle. Quizá le convenza para que pida ayuda. Ha estado sometido a una gran presión. Tengo que pensar en los niños. Es un buen padre» (Atwood 16).
El impacto de las artes
Después de varios ejemplos de esta construcción del amor patriarcal en la literatura, sólo queda mencionar la importancia que tienen todos los medios de comunicación al transmitir estas ideas y pensamientos. Susana Ginesta, en su TedTalk (2018) también nos habla de las neuronas espejo, su función es hacer que reproduzcamos el mismo sentimiento cuando llevamos a cabo una acción y cuando la vemos. Son las responsables de la empatía. Es por eso que al ver películas o leer libros, el aprendizaje por imitación está asegurado, porque aprendemos más fácil si nos sentimos identificados con un personaje. Alicia Pascual, en su artículo Sobre el mito del amor romántico. Amores cinematográficos y educación, hace hincapié en que en la niñez y adolescencia somos más vulnerables a todo este material y terminamos adoptando las ideas o creencias románticas que se plasman en ellos, porque estamos en una etapa de construcción de identidad y de nuestra propia visión del mundo. Aunque se enfoca en el área cinematográfica y no en la literaria, ella propone que, en las escuelas, después de ver una película con temática de amor romántico, se analicen, por medio de preguntas específicas que serán lanzadas a los chicos para saber qué tan afianzados tienen los roles de género y las conductas de amor romántico y para ayudarlos a reflexionar sobre sus propias acciones. Pienso que éste es un buen ejercicio que se debería de hacer con películas, libros, pinturas, etcétera. En el caso particular de la literatura, no sólo buscar que los niños comprendan lo que están leyendo, sino, como bien dijo uno de mis profesores de la maestría, hay que convertirlos en buenos lectores, que se den cuenta de que no todo lo que leen o ven es real o es correcto. Tenemos que ayudarles a cambiar esa visión cultural del amor romántico y los roles de género, porque los tiempos están cambiando. Ya nada es cuadrado, ya nada es blanco y negro. Hasta Disney, una de las empresas más importantes en la creación de historias para niños y jóvenes, está cambiando sus discursos sobre el amor con nuevas propuestas como Frozen o Valiente, donde las protagonistas son mujeres fuertes que no necesitan ser salvadas por ningún hombre. De la misma forma también se presentan hombres con otros tipos de masculinidades que les permiten ser más libres.
El amor patriarcal
A modo de conclusión, podemos decir que la idea del amor romántico es una construcción social que busca mantener los roles de género, que las mujeres sigan estando bajo el yugo masculino y que se sigan moldeando a las necesidades y deseos de un hombre. Todo este sistema se ha perpetuado a través de las diversas artes, pero teniendo mayor impacto aquellas como el cine o la literatura, donde se apelan a las acciones y las emociones de los individuos. El amor propio no existe en este tipo de amor que se basa únicamente en la lucha de poderes, en donde casi siempre el que tiene las riendas es el hombre. Así como la mujer está en posición de desventaja en los ámbitos salariales, profesionales y demás, también lo está en el juego del amor. Finalmente, el amor patriarcal nada tiene que ver con amor, sino con el poder y la violencia disfrazados de romance.
Bibliografía
Atwood, Margaret. “El peso”. Gmail. Correo electrónico. 19 Jul. 2020
Blum, Liliana V. Pandora. México: Tusquets Editores, 2015. Libro digital, epub.
Castelo, Carla. Manifiesto contra el amor romántico: Cómo no morir de enamoramiento. Buenos Aires: Planeta, 2019. Libro digital, epub.
De Beauvoir, Simone. La mujer rota. Ciudad de México: Edhasa, 2007. Libro digital, epub
Ginesta, Susana. Necesitamos reprogramar nuestra concepción de amor romántico| Susana Ginesta | TEDxCadizUniversity. Online Video Clip. Youtube. Youtube, 4 Dic. 2018. Web. 20 Jul. 2020
Herrera, Coral. Mujeres que ya no sufren por amor: Transformando el mito romántico. Madrid: Los libros de la Catarata, 2018. Libro digital, epub.
Pascual, Alicia. “Sobre el mito del amor romántico. Amores cinematográficos y educación”. DEDiCA. REVISTA DE EDUCAÇÃO E HUMANIDADES 10 Mar. 2016: 63-78. Web.
La-escritora-nocturna
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«La marrana que devora su carnada», Danilo Kiš.
La tierra de la eternidad El primer acto de la tragedia o de la comedia (en el sentido escolástico de la palabra), cuyo personaje central es un tal Gould Verschoyle, empieza, como toda tragedia terrenal con un nacimiento. La despreciada fórmula positivista del medio y de la raza es aplicable a los humanos, al menos en la misma medida en la que es aplicable a la pintura flamenca. El primer acto de este drama empieza, pues, en Irlanda, la Thule más lejana, tierra del otro lado del conocimiento, como la llama un doble de Dédalo; en Irlanda, tierra de la tristeza, el hambre, la desesperación y la violencia, como la llama otro investigador menos inclinado hacia el mito y más a la dura prosa terrenal. Aunque cierto amaneramiento en la lírica de éste tampoco esté en armonía con la crudeza del paisaje: El escalón más alto de la puesta del sol, Irlanda es el último país en observar cómo se apaga el día. Cuando la noche ya encapota Europa, un sol oblicuo todavía cubre de púrpura los fiordos y los desiertos del oeste. Pero en cuanto se agrupan los tenebrosos nubarrones, en cuanto cae estrepitosamente la estrella, la isla vuelve a ser, como en una leyenda, aquella tierra lejana, envuelta en tinieblas y lobreguez, que durante mucho tiempo fue para los marineros del mundo conocido. Del otro lado, está el precipicio: el cetrino mar, en el que antaño los muertos encontraban la eternidad. Sus negras barcazas, en los acantilados de extraños nombres, son el testimonio de una época en la que los viajes contenían un significado metafísico: invitaban a soñar sin litorales, sin vuelta.
Los excéntricos Dublín es la ciudad que cultiva el zoológico de excéntricos más destacados en todo el mundo occidental: nobles decepcionados, bohemios agresivos, profesores ataviados con levitas, prostitutas prescindibles, borrachos famosos, profetas harapientos, revolucionarios fanáticos, nacionalistas enfermos, anarquistas dementes, viudas emperifolladas con los pasadores de pelo y las joyas, sacerdotes disfrazados; todo el santo día desfila esta cohorte carnavalesca a lo largo de Liffey. La imagen de Dublín de Burnikel nos permite por lo menos intuir, a falta de fuentes fidedignas, la experiencia que Gould Verschoyle se llevaría irremediablemente de la isla, esa experiencia que penetra el alma del mismo modo en que penetra los pulmones, durante las sofocantes tardes de verano, el terrible hedor a harina de pescado procedente de la fábrica de conservas situada cerca del puerto. Anticipándonos precipitadamente, tendemos a ver esa cohorte carnavalesca como si fuera el último cuadro que, en una veloz sucesión de imágenes, vería nuestro héroe: el noble zoológico de excéntricos irlandeses (a los que de alguna manera incluso pertenecía), bajando a lo largo de Liffey, hasta el muelle, donde desaparece como en el infierno.
La ciénaga negra Gould Verschoyle nació en uno de esos arrabales que rodean el puerto, donde escuchaba la sirena de los barcos, ese aullido penetrante que al joven corazón ansioso de justicia le hablaba de la existencia de mundos y pueblos fuera de Dubhlynn, esa ciénaga negra en la que el hedor y la injusticia pesaban más que en cualquier otro lugar. Viendo el ejemplo de su padre, que desde el aduanero corrupto creció hasta el todavía más miserable (en la acepción más moral de la palabra) oficinista, y desde el incondicional apasionado de Parnell, hasta el adulador puritano, Gould Verschoyle adquirió un sentimiento de repulsa hacia su país natal, una repulsa que no era más que una forma de patriotismo pervertido y masoquista: «el espejo resquebrajado de chica para todo, la marrana que devora su camada», anotó Verschoyle, a los diecinueve años, esta frase cruel refiriéndose más a Irlanda que a sus padres. Cansado de los infructuosos rumores, en las oscuras cervecerías, donde se conspiraba en falso y donde los falsos sacerdotes, los poetas y los traidores planeaban falsos atentados, Gould Verschoyle apuntó en su cuaderno una frase pronunciada por un estudiante alto y miope, sin sospechar que sus palabras tendrían trágicas consecuencias: «Nadie que tenga un mínimo de amor propio soporta quedarse en Irlanda, se va al exilio, huyendo del país sobre el que ha caído la enfurecida mano de algún Júpiter». Esta nota lleva la fecha del 19 de mayo de 1935. En agosto del mismo año, embarcó el mercante Ringsend, rumbo a Marruecos. Después de tres días en Marsella, el Ringsend zarpó con un miembro de la tripulación de menos; para ser exactos, el puesto del telegrafista Verschoyle fue ocupado por un novato. En febrero de 1936, encontramos a Gould Verschoyle en los alrededores de Guadalajara, en la decimoquinta brigada angloamericana que llevaba el nombre del legendario Lincoln. Tenía veintiocho años.
Las fotografías descoloridas La autenticidad de los documentos, aunque parecieran palimpsestos, aquí desaparece por un momento. La vida de Gould Verschoyle se mezcla confusamente con la vida y la muerte de la joven República española. Disponemos de tan sólo dos instantáneas: con un guerrillero desconocido al lado de algún santuario. En el revés, hay una inscripción con la letra de Verschoyle: «Alcázar. ¡Viva la República!». Su amplia frente está cubierta hasta la mitad por una boina vasca, en sus labios ondea una sonrisa que se puede interpretar (desde la perspectiva actual) como el triunfo de los vencedores y la amargura de los vencidos: reflejos contradictorios que construyen, cual una arruga en la frente, la sombra de una muerte segura. La instantánea de grupo fechada el 5 de noviembre de 1936. Verschoyle está en la segunda fila, todavía tocado con la boina, cruzada sobre la frente. Delante de la tropa en fila, se distingue una excavación y no costaría creer que estamos en un cementerio. ¿Se trata de una tropa de honor que acaba de disparar salvas al aire, o bien a la carne viva? El rostro de Gould Verschoyle guarda, celosamente, ese secreto. Por encima de los soldados en fila, en las lejanas alturas cárdenas, se puede observar un aeroplano flotando, como un crucifijo.
La cautelosa meditación Veo a Verschoyle retirarse desde Málaga, andando, vistiendo un abrigo de cuero del que había despojado a un falangista muerto (debajo del abrigo no había más que un cuerpo desnudo y delgado y una cruz de plata colgada de una cinta de cuero); lo veo abalanzarse sobre la bayoneta, llevado por su propio grito como por las alas del Ángel Exterminador; lo veo vociferar a los ácratas que habían destacado su bandera negra en las desnudas colinas de Guadalajara, dispuestos a entregarse a una muerte sublime y absurda; lo veo, bajo el cielo incandescente, al lado de un cementerio en las inmediaciones de Bilbao, asistir a unas conferencias en las que, como al principio de la Creación, se discernía la muerte de la vida, el cielo de la tierra, la libertad de la tiranía; lo veo disparar una carga entera al cielo, hacia los aviones, impotente, para acto seguido caer bajo la lluvia de fuego, de tierra y de metralla; lo veo agitar el cuerpo del estudiante Armand Joffroy, que acababa de morir en sus brazos, en algún lugar próximo a Santander; lo veo tendido, una sucia venda cubriéndole la cabeza, en un hospital improvisado al lado de Gijón, oyendo los delirios de los heridos, entre los que alguien está clamando a Dios en irlandés; lo veo conversar con una joven enfermera que lo adormece como si fuera un niño, cantándole en alguna lengua para él desconocida; lo veo, medio dormido, embriagado por la morfina, darse cuenta de que ella sube a la cama de un polaco al que le habían amputado una pierna y oír, un instante después, como en una pesadilla, el quejumbroso estertor amoroso; lo veo, en algún lugar de Cataluña, sentado en el improvisado cuartel general del batallón, repitiendo en el telégrafo morse las desesperadas llamadas de socorro, mientras desde el vecino cementerio, una radio emite las alegres y suicidas canciones de los anarquistas; lo veo sufrir de conjuntivitis y de diarrea; y también lo veo, desnudo de cintura para arriba, afeitarse, junto a un pozo de agua envenenada.
El entreacto A finales de mayo de 1937, en algún suburbio de Barcelona, Verschoyle pidió ser recibido por el comandante del batallón. El comandante, que apenas había superado los cuarenta, parecía un anciano bien cuidado. Agazapado en su escritorio, firmaba las sentencias de muerte. Su segundo, abotonado hasta la garganta, luciendo unas lustradas botas de caza, permanecía de pie a su lado, aplicando el papel secante a cada una de las firmas. El aire en la habitación era sofocante. El comandante se secaba la cara con un pañuelo de batista. A lo lejos, resonaban las rítmicas explosiones de las granadas de gran calibre. El comandante le hizo señas con la mano a Verschoyle para que hablase. «Los mensajes cifrados llegan a las manos equivocadas», dijo Verschoyle. «¿A las manos de quién?», preguntó el comandante, un tanto distraído. El irlandés dudó en contestar, dirigiéndole miradas desconfiadas al segundo del comandante. El comandante pasó, entonces, al lenguaje de Verdún: «Habla, hijo, ¿a las manos de quién?». El irlandés permaneció callado por un instante, luego se inclinó por encima del escritorio y le susurró algo al oído. El comandante se levantó, se acercó a Verschoyle, lo acompañó a la puerta dándole en el hombro unos golpecitos, como aquellos que se les dan a los reclutas y a los soñadores. Eso fue todo.
La invitación al viaje Verschoyle pasó la noche de la pesadilla, del 31 de mayo al 1 de junio (1937), al lado del morse, enviando mensajes severos a las posiciones destacadas en los montes de Almería. Era una noche sofocante e iluminada por los cohetes, gracias a los cuales el paisaje adquiría un aspecto inverosímil. Al alba, Verschoyle cedió el telégrafo a un joven vasco. El irlandés se fue al bosque, a unos diez pasos de la estación de radio y, agotado, se tumbó, boca abajo, en el húmedo césped. Le despertó un mensajero del cuartel general. Verschoyle primero levantó la vista al cielo, luego miró su reloj: apenas había dormido unos cuarenta minutos. El mensajero le transmitió la orden, en un tono que no coincidía con su grado: en el puerto se encontraba atracado un barco en el que no funcionaba la radio; hay que repararla; después de cumplir con la orden, informar al ayudante del comandante; ¡Viva la República! Verschoyle se apresuró hacia la tienda de campaña, se hizo con el herramental de cuero y siguió al mensajero hacia el puerto. Durante la noche, alguien había escrito, en la puerta de la aduana, a brochazos de pintura blanca que todavía chorreaba, el lema vencedor: VIVA LA MUERTE. En el mar abierto, lejos del muelle, se vislumbraba, a través de la bruma matutina, la silueta de un barco. El mensajero intercambió las innecesarias contraseñas con los marineros de la barca amarrada en el muelle. Verschoyle embarcó en el bote sin volver la mirada hacia la orilla.
La puerta blindada Alrededor flotaban unas tablas de madera a medio quemar, según parecía, restos de alguna embarcación que durante la noche anterior había sido torpedeada, cerca de la orilla. Verschoyle observó el mar color ceniza, que sin duda le recordaba a la despreciada y despreciable Irlanda. (Es difícil creer que en ese desprecio no cupiera ni una sola gota de nostalgia). Sus compañeros de trayecto permanecieron callados, absortos en los movimientos de sus pesados remos. Pronto llegaron a las inmediaciones del barco y Verschoyle se percató de que, desde la cubierta superior, les estaban siguiendo con la mirada: el timonel le pasaba los prismáticos al capitán. He aquí algunos detalles técnicos, quizás irrelevantes para el curso de la historia: se trataba de un antiguo barco a vapor, de unas quinientas toneladas de peso, que oficialmente transportaba antracita al puerto francés de Rouen. Las piezas de latón —los pasamanos, los tornillos, las cerraduras, los bordes de los ojos de buey— se habían tornado casi verdes, cubiertos de pátina, mientras que la bandera, percudida de carbonilla, apenas era identificable. Cuando Verschoyle hubo ascendido por la resbaladiza escala de amarras, seguido por dos marineros (uno de ellos se había hecho con su herramental de cuero para facilitarle la subida al invitado), en la cubierta no quedaba nadie. Aquellos dos marineros le condujeron a una cabina bajo cubierta. La cabina estaba vacía y la puerta blindada lucía el mismo bronce sin brillo. Verschoyle oyó el girar de la llave en la cerradura. En el mismo instante, se dio cuenta de que el barco estaba zarpando; como también se dio cuenta, más furioso que horrorizado, de que se había metido de cabeza en una trampa, ingenuamente, como un novato. El viaje duró ocho días. Los ocho días y noches, Verschoyle permaneció bajo cubierta, en la angosta cabina, junto a la sala de máquinas, donde el ensordecedor estruendo, cual piedra molar, desmenuzaba el hilo de su pensamiento y de su sueño. En una extraña reconciliación con el destino (del todo falsa, como veremos más adelante), ni daba golpes con el puño en la puerta, ni pedía auxilio. Al parecer, ni siquiera se le ocurría planear la huida, en todo caso, inútil. Por las mañanas se aseaba inclinado encima de una pila de hojalata, sin espejo, echaba una mirada a la comida que, tres veces al día, le llegaba a través de un ventanuco redondo que había en la puerta blindada (arenques, salmón, pan negro), luego, sin probar bocado, excepto el agua, volvía a la dura litera sin sábanas. Por el ojo de buey de la cabina escrutaba el monótono ondear del mar abierto. Al tercer día, Verschoyle se despertó de una pesadilla: en el estrecho banco enfrente de su litera, dos hombres le observaban en silencio. Verschoyle se irguió, abruptamente.
Los compañeros de viaje Los compañeros de viaje, de ojos azules y blancas dentaduras, le sonrieron a Verschoyle amistosamente. Con una amabilidad que resultaba poco natural (dados el lugar y las circunstancias), también ellos se pusieron de pie, inclinando ligeramente la cabeza, al pronunciar sus nombres. A Verschoyle, las sílabas de su propio nombre al presentarse le sonaron del todo desconocidas y extrañas. Los tres hombres pasaron los cinco días siguientes en la angosta y ardorosa cabina, detrás de la puerta blindada, partícipes de un terrorífico juego de azar, parecido al póquer a tres, en el que el perdedor pagaba con su vida. Interrumpiendo la discusión sólo para comer, deprisa, un trozo de arenque desecado (al cuarto día, Verschoyle también había empezado a comer), o para refrescarse los labios y descansar de su propia vociferación (en esos momentos, la insoportable cadencia de las máquinas se convertía en el reverso del silencio), los tres hombres hablaron de la justicia, la libertad, el proletariado, de los fines de la Revolución, demostraban, fervorosamente, sus convicciones, como si hubiesen elegido adrede esa cabina a media luz, dentro de un barco que navegaba en aguas internacionales, como el único terreno posible y neutral para aquel terrible juego de argumentos, pasiones, convicciones y fanatismos. Sin afeitar, sudados, remangados y exhaustos, interrumpieron la disputa sólo una vez: al quinto día, cuando los dos visitantes (de los que, además de sus nombres, tan sólo sabemos que tenían unos veinte años y que no pertenecían a la tripulación del barco) dejaron a Verschoyle a solas durante un par de horas. Durante ese tiempo, el irlandés pudo oír, por encima del estruendo de las máquinas, el sonido de un fox-trot procedente de cubierta, que le resultaba familiar. A medianoche, la música cesó repentinamente y los visitantes volvieron embriagados. Le comunicaron a Verschoyle que en el barco se celebraba una fiesta: según el cablegrama que el telegrafista había recibido aquella tarde, el barco había cambiado el nombre de Vitebsk por el de Ordzhonikidze. Le ofrecieron vodka. La rechazó por miedo al envenenamiento. Los jóvenes lo entendieron y acabaron el vodka riéndose de la desconfianza del irlandés. El súbito e inesperado cese del estertor de las máquinas interrumpió abruptamente la conversación en la cabina, como si aquella cadencia hubiera sido un acompañamiento ritual, que hasta entonces inyectaba de fuerza y entusiasmo sus pensamientos y argumentos. Permanecieron callados, enmudecidos, escuchando el romper de las olas contra los costados del barco, el eco de unos pasos en la cubierta y un largo deslizar de pesadas cadenas. Pasada la medianoche la puerta de la cabina se abrió y los tres hombres abandonaron su morada llena de colillas y de espinas de pescado.
Las esposas El Vitebsk-Ordzhonikidze estaba anclado en el mar abierto, a nueve millas de Leningrado. Desde el enjambre de las luces lejanas de la costa, enseguida destacó una, que empezó a hacerse más grande, mientras el viento traía, como de vanguardia, el ruido del potente motor de un barco acercándose. Tres hombres de uniforme, uno con el grado de capitán y dos sin ninguna insignia, se acercaron a Verschoyle a punta de pistola. Verschoyle levantó las manos. Después de cachearlo, le ataron un cordel a la cintura. Verschoyle bajó la escala de amarras obedientemente para, acto seguido, acomodarse en la lancha, donde lo esposaron al respaldo del asiento de cobre. Observó la silueta fantasmagórica del barco iluminado por los rayos de los focos. Vio que sus dos compañeros de viaje también bajaban por la misma escala de amarras, con el cordel atado a la cintura. Pronto, los tres estaban sentados en fila, esposados a la estructura del asiento.
Una sentencia justa Según todos los indicios, el verdadero resultado de la batalla de palabras y argumentos que, durante seis días y seis noches, libraron el irlandés Gould Verschoyle y sus dos compañeros de viaje permanecerá en secreto para los investigadores de las ideas contemporáneas. Como también será un secreto, extremadamente interesante en el campo de la psicología y en el de la justicia, si es posible que una persona, arrinconada por el miedo y la desesperación, sea capaz de afilar la fuerza de sus argumentos y de su experiencia hasta el punto de lograr sin ninguna presión exterior, sin fuerza ni tortura, sembrar de dudas las conciencias de otras dos personas sobre aquello que se les había inculcado durante años a través de la educación, la lectura, la costumbre y el entrenamiento. Pues quizá no habría que considerar arbitraria del todo la decisión del tribunal, que, según los principios de una justicia superior, dictó la misma sentencia severa (ocho años de prisión) a cada uno de los tres participantes del largo juego de persuasión. Aunque nos creamos que aquellos dos (Vyacheslav Ismailovich Zamoida y Konstantin Mijailovich Sadrov, eran sus nombres) hubieran conseguido, en la dura y agotadora polémica ideológica, que el republicano Verschoyle sopesara determinadas dudas que aparecieron dentro de su cabeza (y que habrían podido provocar consecuencias de largo alcance), también existía un temor, perfectamente justificado, de que ellos mismos hubiesen sufrido en el intento la fatal influencia de ciertos contraargumentos: de la despiadada lucha de contrincantes al mismo nivel, al igual que de la sanguinaria pelea de gallos, nadie sale ileso, independientemente de quién se lleve la vana gloria del vencedor.(I)
El final Las huellas de los dos acompañantes de Verschoyle se pierden en Murmansk, a la orilla del mar Báltico, donde durante un tiempo a lo largo del terrible invierno de 1942, permanecieron ingresados en la misma unidad del ambulatorio en el campo de trabajo, medio ciegos y castigados por el escorbuto: habían perdido los dientes y parecían unos ancianos. Gould Verschoyle fue ajusticiado en noviembre de 1945, en Karaganda, tras un infructuoso intento de huida. Su congelado cadáver desnudo, atado con un alambre, cabeza abajo, estaba expuesto delante de la entrada al campo de prisioneros, como advertencia para aquellos que soñaban con lo imposible.
«Post scriptum» En el libro conmemorativo que lleva por título Ireland to Spain, editado por la Federación de Veteranos de Dublín, el nombre de Gould Verschoyle figura por error entre el centenar de los republicanos irlandeses caídos en la batalla de Brunete. De este modo, a Verschoyle le fue concedida la amarga gloria de haber sido proclamado muerto unos ocho años antes de su muerte real. La famosa batalla de Brunete, en la que valientemente luchó el batallón Lincoln, tuvo lugar en la noche del 8 al 9 de julio de 1937.
(I) Durante la investigación, Verschoyle negará, obstinadamente, que aquel desdichado día, durante el informe, hubiese susurrado al comandante del batallón que los mensajes cifrados llegaban a Moscú; entonces todavía desconocía que el investigador disponía del informe del ayudante del comandante, en el que las palabras de Verschoyle, conteniendo la peligrosa y blasfema sospecha de que «la policía secreta soviética intentaba llegar a los centros del mando del ejército republicano», estaban plasmadas al pie de la letra. Un breve encuentro con el propio ayudante del comandante ―Chelyustnikov― en la estación de tránsito en Karaganda, le desvelará ese secreto: el comandante le contó a su ayudante la confiada declaración de Verschoyle, como si se tratase de un buen chiste.
Autor: Danilo Kiš
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Hampstead, gloria de Londres
Igual que el perfumista guarda sus mejores fragancias para los clientes especiales, todas las ciudades esconden un barrio lejos de las masas y del mundanal ruido para ofrecer al turista exigente y bien informado la quintaesencia de su vitalidad. Su verdadera naturaleza. El alma. En el caso de Londres, locales y foráneos coinciden en su veredicto: Hampstead es lo más cerca de la plenitud que uno puede alcanzar.
Y no es para menos. Sus calles florecidas, con torres de ladrillo rojo y palacios rebozados de cal blanca son un escenario inmejorable para un largo paseo dominical. Sus restaurantes eclécticos y sus históricos pubs (conviene detenerse en The Holly Bush y The Flask, ambos a un palmo del metro), un gozo para los paladares más selectos. Y qué decir de Hampstead Heath, joya de la corona de los parques de Londres, con sus miradores, sus lagos, sus hayedos y sus umbríos senderos dignos de la Tierra Media.
Elegante como Kensington, bohemio como Bloomsbury, y exclusivo como Mayfair, Hampstead tiene esa mezcla irresistible de vieja aldea popular y de punto de encuentro de artistas, liberales y otros personajes incorregibles. Talento y dinero forman parte del ADN del barrio tanto como excursionistas y románticos. Ninguna otra zona del Reino Unido concentra tantos millonarios, pero tampoco hay constancia de otro punto en la capital donde arte, gastronomía y paisaje se fundan en un cuadro tan perfecto.
Para allanar el terreno en busca de una experiencia sensorial completa de Hampstead, bastan un puñado de breves visitas culturales en entornos íntimos y semidesconocidos para descubrir pinceladas singulares y evocadoras de un barrio con un patrimonio artístico y humano excepcional.
Keats House
Pocas veces un escenario ha sido tan crucial para la vida y la obra de un escritor – si es que éstas se pueden separar. El poeta romántico John Keats vivió en Wentworth Place (hoy Keats House) sólo 17 meses, pero fueron suficientes para consagrarse como uno de los grandes de las letras inglesas.
Keats House es un harmónico y pequeño complejo de dos casas semi-adosadas, una de las cuales perteneció a Charles Brown, amigo íntimo del poeta. Keats se la alquiló por la módica cifra de 5 libras mensuales (el precio actual de una pinta). Eran otros tiempos.
En su idílico refugio de Hampstead, y como buen romántico, Keats amó y escribió desesperadamente. No en vano, conoció al amor de su vida (Fanny Brawne, la vecina de al lado, hay cosas que no cambian) y fue su época más productiva.
La leyenda cuenta que compuso la mítica Oda a un ruiseñor bajo la sombra de uno de los ciruelos del jardín, aunque en el pub The Spaniards Inn, catedral etílica del barrio, aseguran que lo escribió en uno de sus bancos entre jarra y jarra.
La casa-museo guarda diversas pertenencias del poeta: cartas manuscritas, libros con anotaciones e incluso el anillo de compromiso con Brawne, noviazgo que se mantuvo en secreto hasta el descubrimiento de una carta en 1878. También se pueden admirar los vestidos de Bright Star, la excelente adaptación fílmica de la vida del poeta a cargo de Jane Campion.
La Keats House es de visita obligada para todo amante de la literatura y para los buscadores de inspiración. Las musas encontraron a Keats y le dieron la inmortalidad, igual que a la morera de 400 años de edad que alimentó al poeta en sus tardes de tinta y perfume y que aún hoy produce unas moras deliciosas.
Todo en la vida del poeta fue corto e intenso. También su estancia en Hampstead. Keats vivió aquí entre 1818 y 1820 antes de partir hacia Roma, donde moriría de tuberculosis pocos meses después, a los 25 años, dejando uno de los epitafios más deslumbrantes que se recuerdan: “Aquí yace alguien cuyo nombre fue escrito en agua”.
Al aterrizar de nuevo en la prosaica realidad, lectores, admiradores y traficantes de libros tienen cita obligada entre les estanterías y las lámparas verdes de Daunt Books, santo y seña de las librerías de Londres, justo a la vuelta de la esquina.
2 Willow Road
En el número 2 de Willow Road, en el extremo sur de Hampstead Heath, yace la única casa de estilo racionalista de Londres abierta al público, obra del arquitecto húngaro Ernő Goldfinger.
Diáfana, flexible y con una estructura simple y equilibrada de hormigón y ladrillo rojo, la que fue su última residencia familiar es un perfecto exponente de un movimiento funcional y estético que revolucionó el concepto del hogar.
El interior de la casa, habitado hasta 1987 y decorado con gusto exquisito, se ha mantenido intacto desde su construcción en 1939 y cuenta con obras de Max Ernst, Herny Moore, Jean Arp, Man Ray y Lee Miller, entre otros.
Goldfinger es también el padre de diversos edificios brutalistas en barrios tan alejados de Hampstead como Poplar (este) y Elephant and Castle (sur). Criticado en vida por promover una arquitectura “fría y desalmada”, Goldfinger es hoy uno de los grandes nombres del patrimonio moderno de Londres.
Los amantes de intrigas ya sabrán que el creador de James Bond, Ian Fleming, que fue vecino del barrio y enemigo íntimo del arquitecto, se opuso tan firmemente a los planes urbanísticos de Goldfinger que lo homenajeó bautizando con el mismo apellido a su malo malísimo.
El festín arquitectónico de Hampstead no se termina en el 2 de Willow Road, puesto que a un tiro de piedra se encuentran buena parte de los 18 edificios protegidos del barrio por su singular valor histórico y artístico.
Freud Museum
Los expertos aseguran que el siglo XX nació el diván de Freud. El sofá más famoso del mundo es la estrella de la casa-museo dedicada al padre del psicoanálisis, que pasó los últimos meses de su vida exiliado en Londres.
Esta magnífica mansión fue residencia de la familia Freud desde 1938, cuando Austria fue anexionada a la Alemania nazi, hasta 1982, cuando murió Anna, la hija pequeña, que heredó de su padre la casa, la vocación y el peso de los mitos griegos (su segundo nombre era Antígona).
Antes de instalarse en Hampstead, Freud puso dos condiciones innegociables: llevarse su biblioteca personal y su colección de 2.000 antigüedades egipcias, griegas y romanas. Ambos tesoros pueden contemplarse al completo, así como diversos objetos extravagantes relacionados con el psicoanálisis.
Ya en Londres, el austriaco recreó con precisión científica su estudio vienés, por el que desfilaron una lista infinita de neurosis, traumas y catarsis, y también algunos invitados de postín, como Stefan Zweig y Salvador Dalí, que le visitaron juntos en una conjunción de egos cuanto menos memorable.
Por fortuna, las estancias freudianas se conservan en un estado envidiable, como una instantánea en tres dimensiones de la Viena de los Habsburgo. Tal es el magnetismo del espacio y del mítico diván que si uno se descuida sale del museo con un complejo de Edipo como un templo o con la libido desbocada. En este caso, Hampstead ofrece diversas soluciones revitalizantes, como un helado en Oddono’s o un capricho de chocolate francés en La Crêperie de Hampstead.
Fenton House
El hechizo vienés no termina con Freud. Como abejas a la miel, los melómanos londinenses vuelven cada primavera a Fenton House atraídos por las melodías celestiales que emanan de los clavecines. Erigida en el siglo XVII por un comerciante báltico en estilo sobrio y compacto, con tejado normando y cierta influencia flamenca, es una de las casas más antiguas de Hampstead y una institución de la música británica. Entrar en sus dominios es como encontrarse de golpe en una escena de Amadeus llevando peluca y escuchando embelesado al genial Wolfgang.
Fenton House es un mundo en sí mismo, con un universo propio en cada habitación. En la primera planta se puede admirar un inmaculado salón de dibujo del siglo XVIII. La estancia principal se usa para conciertos y alberga el mayor clavicémbalo de Inglaterra. Tampoco hay que olvidar su ecléctica muestra de porcelana, bordados y ebanistería, ni una notable pinacoteca, con obras de artistas como Constable. Pero su principal reclamo es la inigualable colección de teclados e y clavicémbalos, la mayoría aún en funcionamiento. Lo que decíamos, arte para todos los gustos.
El otro gran atractivo del complejo es el jardín, un verdadero edén vegetal con zona de césped, un huerto, un rosal, una colmena (cuya miel se puede comprar al salir) y un vergel de 300 años de antigüedad con más de 30 variedades de manzanas. El mejor momento para visitar Fenton House es a finales de septiembre, cuando se celebra el Día de la Manzana y se ofrecen al diletante deliciosos jugos del fruto prohibido.
Todo en Fenton House está pensado para elevar el espíritu. Sea con los aromas de lavanda, romero y clavel o con los acordes de virginales y espinetas, las angustias terrenales se evaporan y uno tiene la impresión de sentirse lejos de todo y un poco más cerca de los dioses. Y todo ello a escasos 100 metros de The Holly Bush, uno de los pubs favoritos de los locales, con soberbios acabados de roble y unos asados dominicales para lamerse los dedos.
Kenwood House
Todo buen cinéfilo, sobre todo el adicto a comedias con mucho azúcar, habrá estado en Kenwood House unas cuantas veces, siempre en excelsa compañía, ya sea con Julia Roberts y Hugh Grant o con Emma Thompson y Kate Winslet. Ya se sabe que la ficción tarde o temprano se desvanece, pero ahí sigue el decorado. Y qué decorado.
Construido en el siglo XVII, transformado poco después en una villa neoclásica, y residencia histórica de grandes linajes británicos, hoy Kenwood House alberga una de las pinacotecas más prestigiosas del país, con 63 obras maestras de Turner, Rembrandt y Vermeer, entre otros.
Con unos interiores de ensueño dignos de un monarca – techos abovedados, muebles policromados, alfombras orientales, bustos de mármol y un sinfín de riquezas – Kenwood está considerado uno de los complejos arquitectónicos más completos de toda la ciudad.
Las maravillas del palacio (naranjería incluida) se integran en un espacio no menos privilegiado, en la parte alta de Hampstead Heath, cerca de Highgate. En la ciudad de los parques, ninguno alcanza la fuerza y el esplendor de Hampstead, tanto en las brumosas mañanas de invierno como en las toscanas tardes veraniegas.
Hay que volver al Heath una y otra vez para degustar con calma y profundidad todos sus placeres, ninguno como sus ponds (lagos aptos para el baño). Alimentados por el agua del río Fleet (sí, el mismo que discurre bajo la tierna barbería de Sweeney Todd), son uno de los últimos testigos de la Londres victoriana, ya que hombres y mujeres se siguen bañando separados. Pese a tal excentricidad, no hay excusa: la entrada es libre, están abiertos todo el año y cuentan con un regimiento de socorristas.
Después de visitar Kenwood House, nada como unas brazadas entre las aguas salvajes del pond, una comida campestre con mantel de cuadros, vino y quesos del país (cheddar, sin discusión) y una siesta sobre campos de trigo dorado. Y si aún os quedan fuerzas, contemplad en la hora bruja la ciudad a vuestros pies desde el mirador de Parliament Hill hasta que caiga el telón de la noche. Ya lo dijo Zadie Smith: “¡Hampstead Heath, gloria de Londres!”
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Cristiano Ronaldo es “un chico sencillo” en el vestuario según Dybala
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El argentino es uno de esos jugadores que “sufren” con CR7, según Tardelli.
Existe una gran diferencia entre la imagen pública de Cristiano Ronaldo y su realidad más íntima. Al menos, si nos dejamos guiar por lo que asegura uno de sus compañeros en la delatera de la Juventus, Paulo Dybala. El futbolista argentino ha concedido una entrevista al ‘Corriere della Sera’ en la que, entre otros temas, explica la convivencia de ambos.
"Ahora, conociéndolo, veo que Ronaldo es un chico sencillo”, cuenta. “Tiene su imagen, su personalidad y su forma de ser sobre el césped. Pero en el vestuario es como los demás, está con todos y le gusta bromear".
Dybala recuerda también cuando se enteró del fichaje del astro portugués, el pasado verano, procedente del Real Madrid. "Nadie se lo imaginaba y no me lo creí, pensé que era la portada de un periódico", cuenta.
La llegada de Cristiano Ronaldo, no obstante, ha desplazado los focos que antes le apuntaban a él como gran estrella del equipo. Marco Tardelli, un mito de la Juventus, citó de forma expresa a Dybala hace unos días al afirmar que “hay jugadores que sufren” compartiendo equipo con un futbolista de la magnitud de Ronaldo.
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PUEBLO NUEVO PRIMER ANIVERSARIO VV.AA. 10 agosto 2006 PN 010 A-B-C-D-E-F
Lado A: Acústiko
Guillermo Rizzotto Estrellas (03:48)
Dr.800XL Estabilización (05:48)
Anamlor Smith Elena (07:24)
Normaldis Los Cerros (04:47)
Theremyn_4 Panasonic Jazz Suite (04:22)
Carlos Alonso / UnoxUno Pasajero uno (09:15)
Lluvia Ácida Tierras Magallánicas (03:00)
Mika Martini Matorrales (10:44)
Matamoros Anémona (04:11)
Zavoloka Above water (04:46)
Estupendo Extancia (02:41)
Rodrigo Sigal Friction* (05:43)
*audiovisual
Lado B: Beat
Offending Command Puro Chile (05:58)
Lao Traditi_on (04:06)
Gurtz Rumbos (06:04)
Djef Ni perdón ni olvido (06:30)
Ndrs Longhi (08:00)
Gastón Arévalo Césped (04:29)
TEC Lobbytommy (09:43)
Sonorama Atrasado (04:41)
Aldo Cádiz Amor editable (05:38)
Freddy Musri Los nerds flirtean en la disco (06:28)
Génova Hit Santa Cruz (04:31)
Sokio El Pueblo (06:30)
Lado C: Calmo
Po-len Dunadirecto (07:14)
Milliseconde Topographie Gÿÿronimo (06:50)
Sumergido Doce Meses (07:33)
D.soul Misplace (04:24)
Ignacio Gil Radio pini (05:52)
Reflejo Evolución (06:16)
Usted No! (feat. Paula Barouh) Vínculo (08:30)
Voytek Konikiewicz Agni, B2E, Me, Cosmos… (07:49)
Dark Vibrations Daq-hil (06:28)
Lado D: Digital
Manziping RG 32 (04:53)
Bifidus Vixen (06:07)
Danieto Entonando (07:00)
Asolaar Setea cent (04:04)
Chiodata Sueño nix (03:48)
Emmerichk Monnotta (04:52)
Hans Carstens Metrópolis (09:10)
Cooptrol Mu (07:34)
Oxido Eskalas (05:28)
Android Orbiting (05:00)
Andrey Kiritchenko Bursting suns (05:11)
Lado E: Electroacústica
Rodrigo Sigal Fotiop (08:02)
Manuella Blackburn Causal Impacts (06:51)
José Miguel Candela Ciclo Alrededor de Chiron parte 1 Choque violento hacia el futuro (01:00)
parte 2 Luna de la luna chiron de chiron (01:00)
parte 3 Un mundo que vive más rápidamente (01:00)
parte 4 Son «ellos» que (siempre) regresan (01:00)
parte 5 Apoloverne cxi (mito) (01:00)
Oscar Chaves P-Ch (12:30)
Federico Schumacher Whisssh…! (02:10)
Lado F: Fuzz
Kim Cascone Quadstates redflag excerpt (00:23)
Cafeína Kid Proceso en circunstancias de baja fidelidad (07:12)
elpueblodechina Radiofort (01:59)
GFR Running away from Chiste (00:53)
Kotra Old sun (02:46)
Homúnculo Pastiche-ho (05:06)
(dell.tree) Profissional do sexo (03:19)
Cine Victória B-lo (04:56)
Chiste Los Alpes 1990 (04:56)
editH10Sdat Ao vivo no teatro de arena (07:06)
La Cuestión Latina Té de jazmín (05:00)
Mankacen Lgtsp0706 (03:50)
El lazo invisible Aquel click a 64 kbps (04:56)
(52:22)
CC BY-NC-SA 3.0 mp3
Todos los tracks producidos por sus respectivos autores
Recopilación y producción por Mika Martini y Daniel Jeffs.
Masterizado por Daniel Jeffs.
Foto de portada por Américo Tapia*.
Diseño por Mika Martini.
A todos y cada uno de los músicos participantes de este compilado, talentos de Chile, Alemania, Argentina, EE.UU., Canadá, Bolivia, Brasil, Colombia, Inglaterra, México, Perú, Polonia, Ukrania y Uruguay.
A todos quienes son parte de Pueblo Nuevo desde sus inicios.
A nuestros colegas netlabels: impar.cl / antena.art.br / filtro.com.mx (desaparecido) / nexsound.org / tropic-netlabel.de / naturalmedia.com.ar / audio808.com.ar (desaparecido) / sincroweb.com.ar / monteaudio.net (desaparecido) / discosinvisibles.org / cumshotrecords.cl.
A Américo Tapia* por su histórica foto de un lugar y unos personajes de Santiago que, como tantos otros, ya desaparecieron.
“Junto con agradecer infinitamente a los 61 músicos y artistas sonoros que colaboraron en este espectacular ‘release’ en celebración del ‘Primer Aniversario’ del netlabel chileno ‘Pueblo Nuevo’, les anuncio que ya está disponible este disco séxtuple (de 6 lados), con 66 tracks, para ser bajado en forma gratuita, degustado y sometido a la escucha y escrutinio de vuestros privilegiados oídos.
Tenemos el agrado de contar con una gran selección de trabajos musicales, de amplia diversidad estilística, pertenecientes a músicos que residen a lo largo de toda nuestra América: desde Canadá a Tierra del Fuego; y desde Chile a Ukrania, pasando por España, Inglaterra y Francia, todos quienes adhirieron a este proyecto de manera generosa. Con cada uno de ellos tenemos un tipo de relación, lazo afectivo o historia pasada, con los más profunda amistad y admiración.
Este disco es una verdadera fiesta online, donde en verdad partimos invitando a nuestros amigos colegas músicos mas cercanos a colaborar, y como buena fiesta a la chilena, nuestros amigos invitaron a sus amigos y así el proyecto se transformo en lo que es hoy: la constatación de que la música siempre se abrirá camino, y que mas allá de nuestra posición geográfica en el planeta, de nuestras diferencias idiomáticas, sociales, político-culturales, la colaboración entre los músicos electrónicos es un territorio fecundo.
Y no quiero profundizar más, porque eso será tarea de otros.”
Mika Martini
* -2022
Track F4: “Running away from Chiste” (2005)(*) Compuesto por Gerardo Figueroa aka GFR [Chile]. Metaintervención de ‘Si Vas Para Chiste’, pieza a incluir en el trabajo “Especial Dieciochero con los The Ramones” del dúo Chiste (Mika Martini – Daniel Jeffs) que, finalmente, quedó inédito. Esta última toma una versión de “Si Vas Para Chile”, interpretada por Pedro Messone e incluida en un vinilo promocional del sello ALBA, intervenido manualmente y en tiempo real por el Mika y el Djef, publicado en el disco “Transmissão/Transmission” (Antena Netlabel, Brasil, 2005)
(*) En esta versión fueron recortados 7 segundos de silencio correspondientes al final del track.
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La primavera es un mito
que destroza corazones
tu cariño me hizo un niño
que no va de vacaciones
no te quiero ni un poquito
y me sobran las razones
tú vete ya de mi casa
que dejaste entrar ratones
Te dejé la puerta abierta
o por lo menos sin cerrojo
pero siempre con enojo
tú volvías por la ventana
y no sé si por rabieta
o rindiéndome a tu antojo
yo te esperaba despierta
yo te esperaba sin gana
Tú al llegar justo esa noche
en la que puse pasador
quisiste romper los vidrios
pero sentías con dolor
entre el perdón y el reproche
que este parecía el adiós
Te quedaste un tiempo afuera
escondida entre mi huerta
sin fijarte ni siquiera
que atrás siempre hubo otra puerta
que yo no estaba encerrada
como en tu ideal estaba
y yo viviendo tranquila
hasta las ratas paseaba
Ahora que por fin te fuiste
cuando entraste y no me viste
que dejaste el vidrio roto
y te llevaste aquella foto
que te saqué en primavera
esa nuestra, la primera
solo me queda contarte
desde lejos, sin buscarte
que la casa la he quemado
las ratas se han escapado
y sin nada que deberte
doy esto por terminado
Gracias por ser mi huésped
por cuidar hasta del césped
y perdón por el retraso
es que me costó hacer caso
y aceptar que no existía,
que ni casa, ni vacía
que todo era imaginado
o simplemente un tejado
en el que escampamos juntas
cuando nos cayó el pasado.
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74 años del Coliseo Blanco
El Bernabeú en el año de su inauguración, 1947.
Hoy se cumplen 74 años de la inauguración del Nuevo Estadio de Chamartín, hoy llamado Estadio Santiago Bernabéu. En el partido inaugural el Real Madrid se enfrentó a Os Belenenses, campeón de Portugal, finalizando el encuentro con victoria madridista por 3-1. El primer gol lo anotó el jugador blanco Barinaga, apodado «el inglés de Durango» porque aunque nacido en esa localidad vizcaína había llegado al Madrid procedente de Inglaterra.
Ese histórico día el equipo merengue alineó a: Calleja, Clemente, Corona; Pont, Ipiña, Huete; Alsúa, Chus Alonso, Barinaga, Molowny y Vidal.
Según se comenta en ABC, así lo presentó el mito de la comunicación Matías Prats: «Las obras empezaron en octubre de 1944. Se movieron 120.000 metros cúbicos de tierra, 10.000 de hormigón en masa y hubo 550 obreros trabajando durante 820 días. Se tuvo especial cuidado en la siembra del césped. Cuando el césped hubo crecido, fue segado con máquina. Los 80.000 espectadores pueden presenciar el partido con la comodidades hasta entonces solo reservadas a las salas de lujo de la Gran Vía. Cada uno en su asiento y los vendedores de gaseosa en los de todos. Esto es un campo, señores».
Recordemos también que hoy cumplen años dos desaparecidos clubes uruguayos.
Madrid y Os Belenenses, el día de la inauguración del Nuevo Chamartín (Fuente I ABC).
#España#Efemérides#Real Madrid#Bernabeu#Estadios#Os Belenses#Portugal#Inglaterra#Durango#Barinaga#Nuevo Chamartín
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¿Quiénes somos los (buenos, malditos) hispanos?
Jorge Majfud
El Mes de la Herencia Hispana fue creado por el presidente Ronald Reagan, como forma de expandir la misma idea del presidente Lyndon Johnson de una semana a un mes y comercializada por los grandes medios estadounidenses.
La primera vez que visité Estados Unidos en 1995 debí llenar un formulario antes de aterrizar. En la sección “raza” escribí “sin raza”. Fue la primera vez en mi vida que leía semejante clasificación. Una década después, luego de viajar y vivir en medio centenar de países, volví para sentarme en un salón de clase. Con el tiempo, comprendí que había que jugar el juego: cuantos más “hispanos” marcan “hispano” en lugar de “blanco”, más fuerza política les reconoce el gobierno. La lógica es antigua: los grupos subalternos aceptan ser confinados a una cajita con una etiqueta conferida por el grupo dominante. Por compartir un idioma, una historia y una “otredad”, queriendo y sin querer, a mis cuarenta años me fui convirtiendo (entre otras cosas) en “hispano”.
Como todo grupo social, somos una invención, una construcción simbólica y política. De hecho, las calificaciones hispano y latino son inventos del gobierno de Estados Unidos. Nada raro, considerando la obsesión racial que ha sufrido este país desde antes de su fundación. Como invento, somos una realidad y, como realidad, muchos quieren salir de la cajita, no por rebeldía sino por sumisión. Un “Z” que necesita ser aceptado por el grupo A debe ser doscientos por ciento “A” para ser aceptado como un “casi-A”.
En una sociedad civilizada es lícito cambiar, pero nadie necesita olvidar quién fue y quién es para ser integrado o aceptado (dejo de lado el requisito neo esclavista de laasimilación). Es más: “ser aceptado” es otra necesidad inoculada. ¿Qué carajo me importa que los demás no me acepten como soy? Cuando alguien en un supermercado se molesta porque “un-otro” le habla en español a su hijo o a la cajera, dictando sus propias leyes sobre “el idioma que se debe hablar en este país” está violando las mismas leyes que dice defender, ya que todo aquello que no está prohibido por ley está permitido.
Como lo demuestra la historia, ningún progreso hacia los “iguales derechos” procedió de los grupos en el poder sino de la resistencia organizada de los de abajo. En este sentido, los “hispanos” de Estados Unidos tenemos una deuda histórica. Sí, tuvimos un César Chávez, pero hemos sido demasiado complacientes con una lista obscena de injusticias. No hemos tenido un Malcolm X que se atreviera a hablar de frente al poder de una forma radical, no edulcorada. Peor que eso: no pocas veces hemos traicionado la heroica lucha de otras minorías. Por dos razones: una, porque los inmigrantes privilegiados no han resistido la tentación de pasarse por blancos; otra, porque los latinoamericanos también hemos sido corrompidos por siglos de intervenciones y dictaduras promovidas por Washington y las corporaciones que ponían y sacaban títeres como presidentes o dictadores, que exigían leyes y privilegios para sus negocios, que destruyeron democracias dejando millones de masacrados y exiliados, primero bajo la vieja excusa racial de que éramos mestizos corruptos (porque no considerábamos a los negros como una raza inferior) o que no sabíamos gobernarnos porque éramos indios o negros. Luego de la Segunda Guerra Mundial apareció la maravillosa excusa de la lucha contra el comunismo para continuar haciendo lo mismo que se había hecho desde principios del siglo XIX. Los proesclavistas estadounidenses expandieron la esclavitud sobre los territorios indios y la reinstauraron sobre los territorios mexicanos, todo bajo el repetido discurso de “promover la libertad y la democracia”. Esa práctica nunca cambió, aunque se volvió más sofisticada, con las multimillonarias y secretas intervenciones de la CIA y de las ricas elites criollas en nuestro continente.
También hemos traicionado a nuestros hermanos del sur, al negar esta realidad racista y clasista de la arrogancia imperial de Washington. Por ser una potencia hegemónica, con la capacidad de imprimir trillones de la divisa global y con cientos de bases militares por todo el mundo, Estados Unidos tiene la capacidad de hacer muy buenos negocios torciendo el brazo de aquellos pueblos “desalineados”. A países extremadamente pobres como Haití y Honduras nadie llama capitalistas, aunque sean más capitalistas que Estados Unidos. Así, la mayor expulsión de migrantes (negros, mestizos, pobres) procede de estos países capitalistas que no son bloqueados por Washington sino apoyados con millones de dólares y con la clásica narrativa moral y mediática.
Ahora los inmigrantes, quienes dependen de su trabajo para sobrevivir, deben seguir la ley de la oferta y la demanda de una forma más dramática que los capitales. Pero los capitales son libres; los trabajadores no. Ni siquiera son libres de decir lo que piensan. Las mismas leyes de inmigración (cualquiera que haya ido a una embajada estadounidense por una visa lo sabe) detestan a los trabajadores.
Entonces, cuando un “Z-Hispano” llega a un país con esta fuerza hegemónica, muchas veces huyendo de la violencia, la corrupción y el caos organizado por ese mismo país, se trasviste en un “A-Hispano”. Muchos alegan venir huyendo de países donde no tienen libertad de expresión, pero apenas escuchan una opinión diferente vomitan el viejo mito del grupo A: “si no estás de acuerdo, vete a otro país”. Como si la adulación al poder, como si la confirmación de los mitos nacionales fuese una obligación moral y constitucional. Como si los países tuvieran dueños, como si fuesen sectas, ejércitos, equipos de fútbol, partidos políticos. Como si la crítica y la búsqueda de la verdad fuesen antiestadounidenses…
En 2019 un fanático masacró 23 hispanos en un Walmart de Texas alegando que éstos estaban invadiendo su país. Una copia de la vieja inversión lingüística de Andrew Jackson quien, luego de robar y masacrar a los pueblos nativos, los acusó de agresión sin provocación; o la de James Polk, quien inventó una agresión de México "en suelo estadounidense" para tomar la mitad del territorio del vecino. El viejo recurso de “fuimos atacados primeros y debimos defendernos” (como en El Maine y tantos otros casos de falsa bandera) vive en el ADN de los fanáticos nativistas, algunos de ellos “a-hispanos”, monumentos a la ignorancia.
El profundo racismo de políticos y ultra religiosos simpatizantes del KKK, inspiradores de Hitler (según sus propias palabras) renació como un triunfo ideológico luego de que la Confederación fuera derrotada militarmente. No sin ironía, el actual México y todos los países del Caribe y de América Central no son estados de Estados Unidos porque los mismos invasores descubrieron que esos países estaban llenos de negros. Cuando Lincoln terminó con la larga dictadura estadounidense, los ex esclavistas impusieron las leyes Jim Crow por las cuales los cubanos de Florida (que en sus clubes, industrias y hospitales no discriminaban blancos de negros) debieron separarse a la fuerza y adoptar las costumbres de los exitosos anglosajones. Nuevo México y Arizona no se convirtieron en estados plenos con derecho a voto hasta 1912, cuando Washington pudo verificar que la mayoría hispana había retrocedido desde 1848 hasta convertirse en una minoría. Desde 1836, los hispanos que quedaron de este lado de la frontera se convirtieron en los "bandidos invasores" (romanizados por Hollywood en El Zorro) y los que llegaron debieron luchar en las cortes hasta principios del siglo XX para demostrar que eran blancos. Durante la Depresión de los 30s, medio millón de estadounidenses fueron deportados a México porque tenían caras y acentos mexicanos, por lo cual muchos continuaron luchando por blanquearse.
Esa psicología del colonizado, del desesperado por ser aceptado a fuerza de travestismos, continúa viva, por lo cual el mayor servicio que cualquiera puede hacerle a este país no es ir a la playa con la bandera de las barras y las estrellas estampada en el short de baño, sino decirle la verdad. Sobre todo, aquellas verdades inconvenientes, aquellas que han sido sepultadas por la fuerza ciega de la barbarie en nombre de la civilización.
Hasta entonces, seguiremos siendo cómplices de mitos imperiales. De la misma forma que para no desentonar mantenemos esos inútiles plantíos de césped frente a nuestras casas (perfectamente geométricos y sin vida humana alrededor; expresión neurótica de control anglosajón), igual procedemos con los mitos. Este país nunca superará el trauma de su Guerra Civil ni hará grandes progresos sociales hasta que no deje de mentirse. Los hispanos podemos contribuir a un cambio valiente o sumarnos a la cobardía de la autocomplacencia y la adulación lacrimógena del poder.
Este artículo le fue solicitado directa e insistentemente al autor por un medio para celebrar el “Mes de la Herencia Hispana en Estados Unidos”, pero luego rechazado por “razones de adecuación”. El autor resumió las ideas de un encuentro virtual, el que tuvo lugar exactamente un año atrás y fue promocionado por el Instituto Cervantes de Estados Unidos el cual, pese al reclamo del autor, el video de la conversación con otros destacados escritores y académicos nunca se hizo público. Debido a discrepancias con el criterio de la publciación, los colegas de la academia organizaron una jornada de desagravio del autor.
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Una senda en plena ciudad que demuestra la valía de la #biodiversidadurbana que crece a su alrededor. Natural, con diversidad de plantas. No un césped raso y homogéneo. Lógico que veamos colirrojos, petirrojos, pinzones, gorriones, mitos, mosquiteros...
#AulasEnLosParques con los alumnos y alumnas de 1°L del IES El Espinillo de #Villaverde
#Biodiversidad #Naturaleza #Aves #Invierno #Madrid #EducaciónAmbiental
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Cultura Maradoniana
por Juan J. Mendoza [Clarín/Cultura, 27 de nov. 2020]
Toda sociedad necesita de la creación de seres superiores para autoafirmarse en ellos. ¿Pero qué sucede cuando el tributo a un ídolo que una nación cree exclusivo suyo, excede sobremanera los límites del deporte y de la nacionalidad de los cuales esa figura es originaria? Las imágenes de niños de nacionalidades desconocidas jugando descalzos al fútbol con una camiseta celeste y blanca en África, o la reciente imagen del artista Aziz Al-Asmar estampando el rostro del ídolo debajo de la bandera argentina en un edificio destruido por la guerra en Siria, todas son cifras que ponen en suspenso las consideraciones de Maradona como la encarnación de un esencialismo de corte nacional a caballo entre dos siglos. El documental Maradona (2008) de Emir Kusturika o la película Youth -La Juventud- (2015), en la que Roly Serrano actúa de Maradona, son sólo mínimas expresiones del internacionalismo de un ídolo trascendental. De allí que aparezca la pregunta por comprender los pormenores de la cultura maradoniana. Beatriz Sarlo y Horacio González, la infatigable teórica de nuestra cultura y el sociólogo ex-Director de la Biblioteca Nacional, nos brindan algunas pistas. Para Horacio González, la cultura maradoniana tiene elementos de la “cristiandad”. No se trata de una religiosidad encerrada en un conjunto de rituales establecidos que se sostienen a lo largo del tiempo. Sino de rituales que se van modificando conforme pasan las épocas: asociado a un vitalismo virtuoso que conjuga pobreza de origen con lujos suntuosos en los 80; excesos festivos y orgiásticos en los 90; mayor serenidad y la evocación de recuerdos desde los 2000; y la cualidad de sobreponerse contra todo pronóstico a las más diversas adversidades, siempre. Para Gonzáles ese rasgo cristiano de una cultura maradoniana “se sostiene en una devoción que no puede quedar en silencio, como la oración silenciosa que crea la conciencia púdica del hombre religioso. Se expresa por el contrario en la fiesta y en la caída, que por cierto tiene ingredientes orgiásticos y de arrepentimiento por el exceso. Si es posible afirmar que hay un sustrato profundo de cristianismo, es porque se trata de un credo ligado a un deporte popular, a una agilidad corporal que los dioses de todos los cultos no despreciaron, y de una fidelidad al origen de privación social al que en los momentos de gloria se mantiene fiel.” Fidelidad a los orígenes, dotes físicos propios de los dioses paganos greco-latinos clásicos, popularidad global, dignidad en la caída que sirve para expurgar los excesos y los errores cometidos. Ese sería de algún modo el arco, algunos de los elementos que constituyen una estructura de la cultura maradoniana. La comprensión de una cultura maradoniana asociada a la cristiandad no está exenta de una de sus figuras centrales: el sacrificio. La misma sociedad que lo sacrifica, es la que después acusa a individuos particulares del acto de aniquilación que colectivamente comete: “El signo dramático lo mantiene la tribuna, que impulsa al héroe al sacrificio y a la vez quiere salvarlo. El héroe, por su parte, ve necesario ese sacrificio, y no necesariamente quiere impedirlo, mantiene su lengua ritual, chispeante y barrial, y condena a los poderes atento a todas las simbologías sacrificiales, que tatuaba en su cuerpo, que era un cuerpo inspirado, libélula de agua y de tierra.” Como si en su tributo a otros mártires -como el Che-, Maradona estuviera entreviendo el horizonte de su propio sacrificio. Así es como Horacio González concibe a la cultura maradoniana como una cultura que se mueve “en forma directa entre el eros y el tánatos”. Esta oscilación entre Eros -deseo, veneración física, fertilidad- y Tánatos -muerte- marca la intensidad de las contradicciones maradonianas. Pero aquí notamos una diferencia entre Maradona y sus mártires. Maradona no muere como lo hacen sus mártires -como lo hace el Che por ejemplo-. Sino que su muerte está en efecto regida por Tánatos y su hermano gemelo Hipnos, que para los griegos eran la personificación de las muertes no violentas: que obraban a través de los toques suaves o el sueño. Pese a esta muerte suave -Maradona murió dormido-, la religiosidad de la cultura maradoniana exalta su cuerpo deportivo y esbelto. Maradona no murió en la acción, bajo el influjo de la sangrienta Keres, asidua de los campos de batalla. Muere, después de haber librado muchas batallas, sí, pero ahora ya en el retiro. Para Horacio González hay allí una de las grandes contradicciones de la cultura maradoniana: es una cultura curiosamente trágica, “pese a la estructura financiera que la sostiene”.
Solamente un Mito Beatriz Sarlo también se sintió interpelada por la cultura maradoniana: es una cultura sustentada solamente en un mito -definió con ironía en 2002-. Su ensayo apareció originalmente en alemán y permaneció en español, hasta ahora, inédito. Sustentado sólo en un mito, es el cuerpo de Maradona y su fetichización -la camiseta celeste y blanca, el número 10- el objeto central de esa cultura. En aquel ensayo del 2002 Sarlo trataba de analizar la estructura de ese mito a la luz de sus “éxitos” deportivos en contraste con los fracasos de la Argentina moderna. Su ensayo apareció en la revista alemana Weltwoche en 2002. Allí Sarlo señala el patetismo de una nación que sólo puede exhibir triunfos deportivos como muestra de una identidad colectiva. Eran los tiempos de la crisis del 2001, donde la imagen dramática de la decadencia de una nación se volvía palpable en imágenes y crónicas de las calles de un país arrasado, casi en guerra. Ajeno al dramatismo de la Argentina -o como síntoma de él- el ambiente del fútbol hacia el 2001 discutía sobre la conveniencia o no de quitar la camiseta número 10 del seleccionado nacional. En 2002, en el Buenos Aires Lawn Tennis Club, se desarrollaron los juegos por la Copa Davis entre las selecciones de tenis de Argentina y Croacia. Beatriz Sarlo hace la crónica de un acontecimiento que ella juzga más relacionado con un mito que con los nacionalismos deportivos: “se habían jugado dos o tres games del match definitorio, cuando ingresó al estadio Diego Maradona. De pronto, un público al que cada servicio le cortaba la respiración como si se tratara de su propio juicio final, que explotaba en una alarido frente a cada doble falta o error no forzado del croata, y que, como en un desmesurado y ruidoso rito New Age, le tiraba sus buenas ondas al tenista argentino. De pronto sucedió: ese público en trance olvidó el partido de tenis para realizar una performance de trances más antiguos y gloriosos. ‘¡Marado…! ¡Marado…!’ fue el grito que confundió a los tenistas.” Inmersos en la definición, los tenistas se creían el centro de toda la atención. Hasta ese momento. Ningún acontecimiento podía desviar la mirada que, como sabemos, en el tenis es siempre una mirada en movimiento. Los aficionados miraban la pequeña pelotita fosforescente amarilla de tenis hipnotizados, como quien mira un péndulo oscilante que un dios invisible columpia. Beatriz Sarlo continúa: “El tenista argentino fue capturado por una ensoñación instantánea y, como suele suceder con las ensoñaciones, equivocada. Creyó que el grito le estaba dedicado, que se trataba de una metáfora fulgurante en la que su propia destreza era comparada con la destreza del héroe futbolístico nacional. Vivió un segundo de gloria. A ninguno de los dos tenistas podía ocurrírsele que, de pronto, el público iba a demostrar la inestabilidad de los afectos que se creen más intensos y que la atención que rodeaba el tenis iba a desvanecerse ante la luz de un deporte y un deportista más plenamente nacionales. Mientras tanto, Maradona saludaba como un monarca que hubiera abdicado de su corona pero que conservaba el amor de su pueblo. Con los brazos en alto, el torso giraba hacia las cuatro tribunas, macizo, redondeado y, al mismo tiempo, musculoso, tenso y desbordante, como si la gordura fuera la de un ídolo de cerámica precolombina, la piel brillante y perfectamente ceñida a esos músculos que fueron el resorte de una potencia divinizada. Maradona ejercía, una vez más, su atracción magnética, gozando con ese repentino carnaval que rememoraba, en un estadio de tenis, la fiesta futbolística que nunca se había resignado a perder del todo.” La fascinación maradoniana tiene algo de filosofía hegeliana, que concibe que los cuerpos del héroe son la encarnación espiritual de la historia. En el siglo XX, Maradona con su camiseta azul llevando una pelota blanca sobre césped verde, para muchos puede ser lo más parecido al Napoleón del siglo XIX encima de su caballo árabe blanco retratado por Chabord. Pero por debajo de esa encarnación de la historia, aparece como una constante de la cultura maradoniana la capacidad del mito para penetrar no en las sociedades o en los colectivos populares, sino más bien en los individuos particulares. El magnetismo de su figura penetra en el corazón de los individuos que lo contemplan de a uno: uno por uno. No se trata de una figura sostenida por grandes campañas publicitarias, estados, ni siquiera por la estructura financiera que todos los deportes tienen detrás. Sino por su capacidad para encarnar, como nadie, la promesa de realización de los sueños individuales: “mi primer sueño es jugar el mundial, y el segundo es salir campeón”. Se puede. Algunos pudieron.
Una carta a la comunidad ¿No es también a esos individuos, de a uno, a quienes realmente quisiera dirigirse el Presidente de la República de Francia en la carta que hace unos pocos días envió al gobierno argentino? Allí, Emmanuel Macron saludaba “a todos los que ahorraron dinero para completar el álbum de Panini México 1986 hasta la última figurita, a todos los que intentaron negociar con sus parejas para bautizar a su hijo ‘Diego’, a sus compatriotas argentinos, a los napolitanos que dibujaron frescos dignos de Diego Rivera en su efigie”. En medio de esa enumeración de las fuerzas que componen la República Maradoniana, los argentinos aparecen como un elemento más. Desde los tiempos de Rimbaud, los franceses han sido los fundadores de esa unión entre “enfant terrible” y excelencia artística que rigió en todo el siglo XX. Por eso Macron eleva a la categoría de artista al jugador: “Jugador suntuoso e impredecible, el fútbol de Maradona no tenía nada de ensayado. Con una inspiración siempre renovada, constantemente inventaba gestos y golpes de la nada. Un bailarín de botines, no realmente un atleta, más un artista, encarnaba la magia del juego.” La carta, de excelencia en el contexto apocado de la palabra escrita en la edad de las redes sociales -signo de hasta qué punto los lugares comunes pueden refinarse-, está plagada de frases que tocan las fibras más íntimas de la cultura maradoniana como lo harían las cuerdas de un instrumento en su caja de resonancias. En la carta, el Presidente de la República también se rinde al indiscutible gobernante de la pelota redonda que tanto han amado los franceses. Y se refiere al “partido más geopolítico de la historia del fútbol” para hablar del partido del 22 de junio de 1986 en el Estadio Azteca, entre la Argentina de Maradona y la Inglaterra de Margaret Tatcher: Maradona jugó con Dios como compañero de equipo, e hizo los dos goles más famosos de la historia de los mundiales: el de la mano de Dios y “El Gol del Siglo”. Lo dice Macrón: discursos de canchas argentinas de exportación. Mientras este cronista intercambiaba mensajes con Horacio Gonzáles y Beatriz Sarlo, o el Presidente Macron destacaba el internacionalismo trascendental de Maradona, un afamado periodista deportivo le preguntaba a sus panelistas al aire mientras miraba sus jugadas históricas: “¿Qué tiene Maradona menos que Borges?”. Para Beatriz Sarlo sería al revés la pregunta: “¿qué tiene Borges más que Maradona? De chico ni siquiera lo podían mandar al arco, porque ya era medio corto de vista y encima se distraía con cualquier cosa.” En junio de 1986, mientras Borges moría en Ginebra, Maradona tocaba el cielo en México.
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Carry On Countdown
Day 1: At Watford
▶ Hey, guys! Este es mi primer oneshot para el fandom de Carry On, y estoy muy feliz de que haya sido para el @carryon-countdown. No creo participar en todos los días, pero haré mi mejor esfuerzo ☆
▶ Hey, guys! This is a spanish fanfic. I would like to write in english too, but although I don’t have problem reading it, writing in english is still an odyssey for me. I’m so, so sorry, seriously. But I’m happy to be able to participate even in my native language. Thanks to the admins for that.
Words: 1605
Día 1: [At Watford / En Watford]
El sol le daba de lleno en la cara, pero contrario a todo lo que podían pensar, Baz no se estaba derritiendo en vida: eso no era más que otro estúpido mito acerca de los vampiros. Lo que sí le sucedía era que le escocían un poco los ojos, pero eso no era un impedimento para poder disfrutar de una tarde libre, sin entrenamiento de fútbol, sentado sobre el prado de Watford; donde el césped era tan verde que parecía de plástico. Incluso a él le gustaba a veces simplemente perder el tiempo y respirar. Relajarse y poder olvidar toda la mierda aunque fuese por un segundo.
Pero ese día las cosas no estaban resultando, y el hecho de que sintiera como si tuviese un tornado descontrolado en su interior no era más que culpa suya. Sólo tenía diecisiete años y ya se estaba convirtiendo en un masoquista con todas sus letras, porque aunque bien podía levantarse e ir a echarse a cualquier otro lugar del vasto prado que la escuela presumía, allí se encontraba. Justo en frente de Simon Snow y su amiguita, la poderosa maga. Ambos, al igual que él, habían decidido pasar la calurosa tarde al aire libre sentados en el borde de la pileta, conversando y riéndose totalmente ajenos a su atenta mirada. Incluso repentinamente Penelope apoyó su cabeza en el hombro de Snow, y este aprovechó de juguetear con uno de sus rulos negros mientras no dejaba de gesticular como un bobo y su cabello y piel relucían armoniosamente bajo la luz del sol.
Baz tensó la mandíbula. A veces deseaba cambiar de lugares con Penny, por su cercanía a Snow (ella era capaz de abrazarlo de la nada, apartar su cabello de los ojos y regalarle sonrisas amistosas). O con Agatha, por ser la dueña de su atención (ella conseguía las miradas de ilusión de Snow, que pusiera cara de estúpido enamorado y que se sonrojara antes de besarla). Tenía más que claro que aquello era imposible porque sería una traición a su familia, y aunque provocar a Simon le salía naturalmente, de igual forma no podía evitar sentirse un desgraciado. Con él mismo, por mentirse; y con Snow, aunque él fuese el maldito culpable de su maraña de pensamientos incomprensibles.
Odiaba ser demasiado perspicaz como para haberse dado cuenta de lo que le pasaba tanto como odiaba haberlo aceptado. Ante eso soltó un gruñido y prefirió desviar de una vez la mirada por su bienestar, tratando de convencerse que observar el pasto era mucho más atractivo que fijarse en cada cosa que hacía Snow. Y estaba tan sumido en ello que no notó cuando alguien se acercó por su espalda para acuclillarse a su lado.
“Hey, Baz,” la voz de Niall lo sacó rápidamente de sus cavilaciones por lo que volteó hacia él de forma instantánea, encontrándose de frente con la mirada azul que conseguía gracias a la magia viéndolo con cierto recelo. Ni siquiera Baz podía comprender su manía de hechizar diariamente sus iris para encubrir su verdadero color marrón, aunque a decir verdad le traía sin cuidado. El gasto de magia inútil era problema de él, “creo que es momento que te diga algo importante.”
El aludido alzó una ceja en respuesta, aguardando lo que fuera que quisiera decirle y que de seguro no era más que otra de sus bromas ácidas. Niall aprovechó de beber un trago corto de la botella de agua que llevaba en sus manos y se dejó caer a un costado de su amigo, pero procurando quedar a la sombra. Era un hecho que no le gustaba demasiado quedarse mucho rato bajo el sol ya que, al tener la piel pálida, temía quemarse la nariz y los pómulos.
“¿Y?” insistió Baz. “¿Qué es eso importante que tienes que decirme?”
“Escucha: si sigues observando fijamente al idiota, temo decirte que se te caerán los ojos.”
Al no esperarse esa respuesta, Baz en un principio no comprendió a qué se refería. Por ende, arrugó la nariz y le miró como si hubiese manifestado la mayor de las estupideces.
“¿Ah?”
“Lo que escuchaste. Si sigues observando al imbécil de Snow vas a quedarte sin ojos. Prácticamente ya tienes que soportar verlo cada día en la habitación que comparten, así que no creo que sea necesario el tener que vigilarlo también durante las clases, el desayuno, el almuerzo, en los pasillos o en los recesos,” respondió mientras, contradictoriamente, sus ojos estaban puestos en la figura del Elegido y su amiga, quienes habían detenido su charla para comer unos bollos de cereza que Simon había sacado su mochila. No obstante, rápidamente su atención se desvió hacia un silencioso Baz. “Tómate un descanso, hombre, él es demasiado corto como para planear algo contra ti o contra nosotros. Si no fuera tu mejor amigo y supiera de sobra que lo odias y tratas de destruirlo, bien podría decir que pareciera que te gusta.”
Dicho eso, le sonrió con las cejas levantadas y se echó hacia atrás para acomodarse apoyándose en los antebrazos, restándole importancia a lo que había mencionado. La voz de Niall se había escuchado serena y sin una pizca de burla, porque para él la idea le parecía tan descabellada que no había sido más que un comentario al aire, algo que había dicho porque sí. Incluso por preocuparse nuevamente de juguetear con la botella rasgándole la etiqueta y beber de ella cada tanto, no notó que el rostro de Baz se había vuelto más pálido de lo usual y se había quedado estático a causa del pánico.
Baz ni siquiera parpadeó al escuchar a su amigo, porque aquello fue algo totalmente inesperado. Un golpe bajo, un balde de agua fría, una desesperación. Sintió como su corazón latía eufórico dentro de su pecho y pensó que en cualquier momento se le escaparía por la garganta. Agradeció no ser capaz de sonrojarse (iría a beber sangre una vez que anocheciera) pero aun así se sintió jodidamente agobiado.
¿Tan poco sutil había sido? Siempre había procurado demostrar cuánto detestaba a Snow, ser un verdadero hijo de puta con él, hacerle la vida imposible para acallar sus sentimientos. Pero nunca se le había pasado por la cabeza que las miradas que le lanzaba con la idea de molestarlo, que tenían deseo escrito en letra pequeña, podrían ser interpretadas de otra manera.
De la manera correcta.
No tenía que preocuparse de que Snow lo notara, él era un animal y con suerte sabía dónde se encontraba de pie. Penelope era sagaz, pero habría dicho algo en caso de haber conectado las piezas. Pero si Niall lo había percibido, ¿Dev también se habría dado cuenta?
A Baz se le cerró la garganta. Ambos eran sus mejores amigos, y aunque a veces veía en ellos a unos esbirros, los apreciaba a ambos y a su compañía. Era cierto que varias veces lamentaba no tenerles la suficiente confianza para sincerarse y decirle a ellos (y a los cuatro vientos) de que estaba desesperadamente enamorado de Simon, pero no tenía sentido. ¿Para qué? Lo tratarían de loco, miserable y traidor. Y de igual forma a Snow de seguro le valdría una mierda y algún día tendría que morir, literalmente, en sus brazos.
Es por eso que todos estos años había preferido ocultarlo, aunque en ningún momento había dejado de desear con todas sus fuerzas poder dejarse arrastrar y quemarse bajo esa piel dorada adornada en lunares. Porque era lo que tenía que hacer y lo que seguiría haciendo de aquí hasta que se graduara de Watford con grandes honores y pudiera, quizás por fin, desprenderse de esos rizos de bronce que le robaban el sueño.
Las facciones de Baz se deformaron en una mueca de desagrado, la cual se esmeró en exagerar para eliminar toda sospecha. Niall le devolvió la mirada con curiosidad, viendo como Baz negaba con la cabeza.
“Niall, mierda, no digas cosas que me hagan querer vomitar,” respondió con voz ronca.
El chico se encogió de hombros, para luego entrecerrar los párpados con aire pensativo. Al poco rato se unió a su compañero con las muecas, frunciendo los labios en un gesto de disgusto.
“Tienes razón. Estar enamorado de alguien como Snow debe ser una tortura. No sabes cómo compadezco a Agatha,” dicho eso se levantó con parsimonia, sacudiéndose el polvo del trasero. “Bueno, como sea. Iré a mear, nos vemos en un rato, Baz.”
Baz levantó la barbilla en ademán de haberlo escuchado, viendo de reojo como su amigo pasaba frente a él para marcharse hacia el edificio principal. Viéndose nuevamente solo, soltó un suspiro pensando que quizás lo mejor era ir a echarse un rato a su habitación, o buscar a Dev para que lo desconcentrara con algún tema de conversación banal. Pero al levantar la mirada para darse su último capricho antes de luchar para dejarlo, nuevamente se quedó pasmado.
Snow le observaba de vuelta. Fijamente, y con el rostro inexpresivo. Pero lejos de cualquier predicción, en vez de mostrarle los dientes como solía hacerlo cada vez que cruzaban miradas, tan sólo desvió el rostro y continuó con lo suyo pasando sus dedos por el agua de la pileta mientras Penny le daba la espalda por unos segundos buscando algo en un libro. Baz cerró los ojos, sintiendo el calorcillo concentrándose en su coronilla.
Sólo quería respirar. Quizás deberían caérsele los ojos, así podría dejar de ver. Pero tampoco deseaba renunciar. Porque no era como Niall decía: no pareciera que le gustaba, sino que le gustaba.
Estaba y seguiría enamorado de Simon Snow.
Aunque sí tenía razón en que era una tremenda tortura.
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Laberinto de dedos
El laberinto es un símbolo relacionado con la totalidad. Dentro está el círculo y la espiral en un camino serpenteante. Vamos a hacer un recorrido por él con el dedo, pero con igual recogimiento, relajación, concentración y meditación que lo haríamos caminando.
¿Cuándo empezaron a representarse? ¿Quiénes fueron los primeros en hacerlo?
Los primeros conocidos datan del II milenio A.C.
Plinio nos hable de 4 laberintos cuyas referencias se hunden en época mitológica.
La palabra procede del mundo celta aunque su origen es incierto. En griego significaba los pasos de una mina, ese temido lugar en Grecia, por su oscuridad y sus intrincados pasillos. De ese temor nació el mito de Dédalos y el rey Minos en Creta.
Desde el siglo IX aparece asociado al cristianismo (en túnicas y pavimentos), al martirio de San Lorenzo (en una parrilla) y al Templo de Jerusalén (deambulándose por ellos a modo de real peregrinación y como base de oración penitencial).
Terminaron siendo un adorno en el suelo de las catedrales. Una sola loseta…
Conocemos muchas formas de laberintos, algunos adornados con cavernas, arquitecturas, zonas sepulcrales, con setos, mármoles de colores o pavimentos de mosaicos.
En Reino Unido, no existieron en las catedrales, pero si se trazaban sobre el césped.
Tras la Reforma católica, los laberintos se convirtieron en recorridos sinuosos rodeados de setos bien recortados
Desde la Edad Media están ligados al culto y a la meditación. Todos son distintos. Lo único común es marcar el camino al centro.
Los laberintos de dedos guardan todas estas similitudes. Con nuestros sentidos seguimos el sinuoso camino que conduce al centro.
Pasos:
1.- Ponemos el dedo en la entrada del laberinto.
2.- seguimos el camino mientras respiramos de forma consciente.
3.- Usaremos la mano no dominante.
4.- Mientras podemos hacer un scam sobre nuestro cuerpo y mente.
Hemos cogido para nuestro ejercicio el laberinto de la Catedral de Chartres.
Estudios recientes pone en conexión este ejercicio con el equilibrio de ambos hemisferios, ayudando a sanar mente y cuerpo. Es un viaje del ser, uniendo cuerpo y mente en una total armonía.
En el seguimiento del laberinto de dedos tenemos tres fases.
- Hacia el centro. Soltar lo que llevamos dentro.
- Zona central. La serenidad.
- Hacia afuera. La vuelta al mundo.
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UNA ENTREVISTA A NEIL DAVIDSON
Cuestión nacional, clase obrera y Unión Europea
GEORGE SOUVLIS
George Souvlis: A modo de introducción, ¿podrías explicarnos qué experiencias personales te influyeron de manera más intensa tanto política como intelectualmente?
Neil Davidson: Nací en Aberdeen, la región central del noreste de Escocia, en 1957. De todas las grandes ciudades de Escocia, era la que retenía vínculos más estrechos con la zona rural que la rodea, incluso hasta bien entrado en siglo XX. La mejor novela de toda la zona noreste (un destacado trabajo de modernismo marxista), Sunset Song, de Lewis Grassic Gibbon, trata sobre el final del campesinado en las postrimerías de la Primera Guerra Mundial, y, de alguna manera, cuenta la historia de mi familia. Mi abuelo materno, Wullie Farquhar, era un campesino siervo en el estado de Monymusk que emigró a la ciudad a finales de la década de 1920 donde consiguió un trabajo como mecánico de tranvías y después de autobuses. Mi abuela Helen estaba siempre muy enferma y no podía trabajar. Mi madre Margaret nació en la década de los treinta y fue a la escuela durante los años de la guerra: fue una de las niñas con mejores resultados, pero la abuela y el abuelo Farquhar no podían permitirse pagar, por supuesto, para que siguiera estudiando, así que entró a trabajar en un banco como tipógrafa, después como secretaria. Mi abuelo paterno fue un trabajador industrial en la fábrica de papel de Donside, pero nunca lo conocí ya que tuvo una enfermedad en los pulmones como consecuencia de respirar las fibras de papel (eran los años anteriores a la supuesta dictadura de medidas de prevención de riesgos laborales) y murió en los años de la guerra. Su muerte, siendo aún joven, se adelantó por un experimento, previo a un sistema de salud público, consistente en un tratamiento de radiación que quemó una amplia superficie de su piel y que necesitó que mi abuela Davidson le cambiara los vendajes dos veces al día. Mi padre Doug era también talentoso desde el punto de vista académico y ganó una beca para ir a una de las escuelas privadas (la Robert Gordon’s) a las que no podría haber ido sin ese apoyo. Una consecuencia de esto es que siempre conoció personas de clase media con una mejor situación económica que la suya. Se formó como radiólogo cuando estaba haciendo el servicio militar a principios de los años cincuenta y ese fue su trabajo en la Enfermería Real de Aberdeen cuando se licenció.
En los primeros años de mi vida (1957 – 67) mamá, papá, mi hermana Shona y yo nos quedamos en un apartamento de alquiler de dos habitaciones en Claremont Street. Teníamos el baño fuera, compartido con nuestros vecinos de la misma planta. Fuera había una lavandería en la que las mujeres ponían la ropa en un rodillo para escurrir el agua antes de tenderlas. (Cada familia tenía su “día” en el que podían usar la cuerda para tender). Como en la mayor parte de los bloques de nuestra calle, había un refugio de la Segunda Guerra Mundial en el patio trasero. Los cuatro dormíamos en la misma habitación, mi madre y mi padre en la cama de matrimonio y Shona y yo en una litera junto a la suya. Nos lavábamos en el lavabo y no teníamos teléfono ni frigorífico, aunque sí teníamos televisor. Mis estudiantes se horrorizan cuando les cuento esto, pero tuve una infancia feliz y la mayor parte de los niños con los que fui al colegio vivían de manera parecida. En casa fomentaron que leyera y a menudo me retiraba en mi mundo imaginario construyendo historias con mis personajes preferidos de Marvel Comics (especialmente Dr Strange). La abuela y el abuelo Farquhar vivían en el piso encima de nosotros y así podíamos aprovecharnos de nuestra situación de familia extensa; Shona y yo siempre nos quedábamos en su casa cuando mi madre y mi padre necesitaban espacio. Yo tenía una vaga idea de que algunos de los amigos de mi padre vivían en lo que a mí me parecían palacios en el West End. No recuerdo bien, pero parece ser que cuando tenía 7 años pregunté a mis padres que por qué estas personas tenían más dinero que nosotros, una buena pregunta que llevo intentando responder desde entonces. La cuestión, supongo, es que esta anécdota ocurrió en el momento álgido del boom de postguerra, de consolidación de la socialdemocracia, y de emergencia de una clase obrera “pudiente”; es muy fácil romantizar ese período, especialmente después de 40 años de neoliberalismo, pero en realidad, salvando la importante excepción de nuestra salud (nunca deberíamos desestimar el impacto fundamental de la creación del sistema de salud pública), las condiciones de vida no habían mejorado significativamente desde la guerra. El autor de novela negra escocés Val MacDiarmid siempre hace la broma de que el 68 en Escocia sólo empezó en “1979”; exagerando un poco podríamos decir también que “1945” [la postguerra] ocurrió en Escocia en “1968”.
Pongamos el caso de la vivienda. Cuando cumplí 10 años, en octubre de 1967, el ayuntamiento estaba obligado por ley a realojarnos ya que no estaba permitido que dos personas de la misma familia durmieran en la misma habitación cuando uno era ya adolescente. (Al parecer no había problema en que los padres durmieran en la misma habitación que los hijos). Nos trasladamos a un programa de vivienda pública del ayuntamiento llamado Summerhill, situado (entonces) en el extremo oeste de la ciudad. Fue el paraíso. Teníamos en la casa inodoro, baño, una habitación para cada uno, césped en la entrada y en la parte trasera, y todos los vecinos se habían ido a vivir allí al mismo tiempo que nosotros. No pudimos permitirnos viajar por vacaciones hasta principios de los años setenta, así que nos quedábamos con mis tías en el campo. Una de ellas, Betty, tenía una casita de campo en el mismo Estado en el que mi abuelo había trabajado en los años veinte: era pastora de ovejas y cuidadora de vacas, algo que sospecho que no mucha gente puede decir de sus familiares femeninos en Reino Unido.
En 1969 aprobé el “11-plus” lo que significó que pude entrar en la Aberdeen Grammar School, en lugar de la escuela pública local, aunque la Grammar School acabó transformándose en una escuela pública “normal” con un currículum como los de Comprenhensive en 1971 (¡cuando Margaret Thatcher era Secretaria de Educación!).
Como la mayor parte de los niños de clase obrera que van a este tipo de sitios, acabé teniendo el mismo tipo de trabajo que hubiera tenido igualmente: administrativo en la Consejería de Salud de Grampian. Nunca me planteé la posibilidad de ir a la universidad; lo importante era conseguir un trabajo. Fue estando ya en secundaria (1969 -1975) cuando empecé a concienciarme políticamente y a considerarme socialista de una manera muy general y poco definida. Mi familia en realidad nunca hablaba de política y ahora, de manera retrospectiva, puedo ver que mi madre y mi padre estaban girando a la derecha a mediados de los setenta. Aún así, en 1977 mi padre y yo estábamos en el Comité Ejecutivo del sindicato NALGO (ahora parte de UNISON) de la Consejería de Salud, él en representación de los radiólogos y yo en la sección juvenil. Pensar en política fue, en parte, una respuesta a los acontecimientos del momento (mis años en secundaria coinciden con el período del 68), y en parte también una conexión con la música que escuchaba (Dylan, The Mothers of Invention, Bowie, Roxy Music, Steely Dan, Curtis Mayfield, the MC5, The Velvet Underground – solía estar al día y leía todo lo que salía en el New Musical Express), pero también la consecuencia de cuatro libros con los que me topé en la biblioteca de la Grammar School: la recopilación de ensayos de Orwell, Journalism and Letters, había sido publicado en pasta dura el año anterior y lo tenían en la biblioteca. Probablemente había leído ya Rebelión en la Granja, pero nada más. Estos libros abrieron todo un mundo desconocido para mí: sobre el estalinismo, la naturaleza de la Unión Soviética, el modernismo literario, el estudio de la cultura popular… incluso el propio lenguaje. Hasta hoy en día, “Inside the Whale” [En el vientre de la ballena], sigue siendo uno de mis ensayos preferidos; lo tengo en la lista de los primeros, junto con “The Peculiarities of the English” y “Breaking the Chains of Reason”. Por ello me molesta esa especie de crítica esnobista y prepotente que se hace de Orwell (una crítica de la que participan los editores de Salvage), que parece más bien ser una reacción a la manera en que su trabajo ha sido reapropiado, que a sus escritos en sí mismos.
Una de las consecuencias de este encuentro literario fue que cuando di con los socialistas de la Internacional en la segunda mitad de 1976, la posición que tenían sobre el estado capitalista de Rusia me pareció totalmente razonable, y que además estaba apoyada en un análisis científico riguroso. Este fue un año en que ocurrieron muchas cosas a la vez para mí: culturalmente, el punk estaba a punto de salir a escena, al igual que la música disco (la supuesta hostilidad que hay entre los seguidores de uno y otro estilo musical es un mito: a mí me gustaban los dos, al igual que a la mayor parte de mis amigos); políticamente me entusiasmé con Rock Against Racism y la Liga Anti-Nazi, para la que organicé el transporte en el Carnaval de Aberdeen. En ese momento mi formación política inicial se había prácticamente completado, aunque no me había sumergido realmente en la literatura de la tradición marxista clásica hasta que me mudé temporalmente a Londres a principios de los ochenta y pasé mucho tiempo leyendo en los desplazamientos al trabajo. En ese momento estaba muy influenciado por Alex Callinicos – y lo seguí estando en los siguientes treinta años – pues ya entonces me parecía que Callinicos hacía un gran esfuerzo para desarrollar la tradición de la Internacional Socialista, en lugar de simplemente reproducirla. Mi libro preferido de este período es, no obstante, Of Bread and Guns, de Nigel Harris.
Hice con el tiempo una licenciatura por la Open University e incluso fui tutor de algunas asignaturas, pero nunca me imaginé que llegaría a ser profesor de universidad. Lo hice sólo porque según entraba en mis cincuenta empezó a resultar cada vez más difícil pasar todo el fin de semana escribiendo, después entre semana (fui funcionario entre 1987 y 2008). Empecé a escribir porque quería entender qué estaba cambiando políticamente en Escocia a finales de los años ochenta, y poder mirarlo con una perspectiva de largo plazo, y en aquel momento nadie más parecía estar haciéndolo. ¿Por qué había sido tan débil históricamente el nacionalismo escocés cuando la conciencia nacional era tan fuerte? ¿Tenía que ver con la forma particular de la transición escocesa hacia el capitalismo? Este tipo de preguntas me impulsaban. Empecé a investigar estas cuestiones, pero me di cuenta de que tenía que llevar a cabo reflexiones más amplias sobre los conceptos que quería desarrollar: estado-nación, revolución burguesa, desarrollo desigual y combinado… De tal manera que mi estudio de cuestiones amplias de todos estos temas estaba motivado por mi intento inicial de desentrañar las especificidades de la experiencia escocesa.
Uno de los principales rompecabezas de la teoría marxista contemporánea es la cuestión de la nación, que muchos marxistas la consideran una realidad incompatible con la de la clase social, tanto analíticamente como en términos políticos. ¿Podrías delinear los argumentos básicas de un marco analítico marxista que pueda dar cuenta del aspecto nacional de una formación histórica? ¿Pueden las teorías marxistas combinarse de manera fructífera con la literatura contemporánea sobre el nacionalismo (Hobsbawm, Gellner, etc) o son mutuamente excluyentes?
Una de las principales figuras no marxistas en este sentido es la que acabas de mencionar: Gellner, cuyo trabajo admiro y pienso que puede ser incorporado a una explicación marxista. Es, además, igualmente un autor “modernista” en cuanto que rechaza nociones de nacionalismo que dan por hecho que éste existía en el período feudal, por ejemplo. Los weberianos como Gellner tratan el nacionalismo como un sustituto del papel de la religión en lo que llaman las sociedades tradicionales o agrarias. En efecto descartan la idea de que las naciones hayan sido aspectos permanentes de la condición humana antes de la industrialización para reintroducirlo como un hecho irrefutable después de que se ha iniciado el proceso. Las explicaciones marxistas ubican la emergencia del nacionalismo en una fase anterior en la historia, con el propio modo de producción capitalista, ya que puede demostrarse que Inglaterra desarrolló una conciencia nacional y construyó todo un nacionalismo institucional mucho antes de que comenzara la industrialización, lo cual es también cierto en el caso de Estados Unidos y en cierta medida de los Países Bajos Unidos. Sostener que las naciones aparecieron sólo en algún momento de finales del siglo XVIII es tan absurdo como defender que el capitalismo apareció también en ese período. De hecho, llevó tanto tiempo que la conciencia nacional fuera la forma dominante de conciencia como que el modo de producción capitalista fuera el modo de producción dominante, y el nacionalismo lo hizo como una consecuencia de esto último.
Sin embargo, lo cierto es que a excepción de un puñado de países, el capitalismo y la industrialización llegaron de manera simultánea, y por lo tanto, en cierta medida Gellner tiene razón cuando dice que el nacionalismo de masas fue un producto de la industrialización, pero su interpretación estaba demasiado centrada en la funcionalidad del nacionalismo para las sociedades industriales. Debería al menos prestarse la misma atención a la manera en que la industrialización, y el proceso concatenado de urbanización, produjeron cambios en la conciencia humana que hicieron posible el nacionalismo (para las clases subalternas), que a la manera en que las sociedades más complejas hicieron el nacionalismo necesario (para la clase dominante). Resulta muy fácil ignorar lo nuevas y sin precedentes que eran (y todavía son) estas experiencias para las personas que las vivieron.
¿Qué significa el nacionalismo para la clase trabajadora? La conciencia reformista fue descrita por Gramsci, como bien se sabe, como una conciencia “dual” o “contradictoria”: por un lado, acepta la permanencia del sistema, por otro, rechaza los efectos de su funcionamiento. La expresión más elemental de esta contradicción es la aceptación por parte de los trabajadores del sistema salarial, que va por otra parte acompañada de un rechazo del nivel concreto de salarios que se les ofrece. Pero esta contradicción se extiende a todos los aspectos de la vida. Los trabajadores siguen siendo nacionalistas en la medida en que siguen siendo reformistas. Y desde el punto de vista de la clase capitalista en cada nación es absolutamente necesario que lo sean; o el peligro es siempre que los trabajadores se identifiquen no con el interés “nacional” del Estado en el que viven, sino con el de la clase a la que están condenados a pertenecer, independientemente de su ubicación geográfica accidental. El nacionalismo no debería por lo tanto verse como algo que “ocurre” únicamente durante los procesos de movimientos separatistas, por una parte, o en manifestaciones fascistas e imperialistas por otra: el sistema capitalista hace que el nacionalismo sea una condición necesaria, cotidiana, para el sostenimiento de su propia existencia. Desarrolla nuevas capacidades estructurales, nuevos modos de experiencia y nuevas necesidades psicológicas en las personas que tienen que trabajar en las fábricas y vivir en las ciudades. Es esta necesidad de un sentimiento colectivo de pertenencia con el que superar los efectos de la alienación, la necesidad de una compensación psicológica por los daños provocados a lo largo del tiempo en manos de la sociedad capitalista, la que ofrece el nacionalismo en ausencia de una conciencia de clase revolucionaria, pero que va de la mano de una conciencia de clase reformista. Podría decirse que el origen de una conciencia nacional se observa en la emergencia de un conjunto identitario adecuado a las condiciones históricas de una alienación generalizada; pero las necesidades producidas por la industrialización capitalista duran tanto como el propio sistema.
Es imperativo asegurar la lealtad a un Estado, y la nación es el medio para ello. A los trabajadores se les ha pedido con frecuencia que acepten recortes en los salarios y servicios, en las tasas de interés de sus ahorros, o que participen en guerras imperialistas, pero nunca se dice que sea para el interés del capitalismo: siempre es por el bien de una nación concreta, por el “interés nacional”. No sólo el Estado apela al interés nacional. Las organizaciones de la clase trabajadora refuerzan también la conciencia de clase reformista en un contexto nacional. Al nivel más elemental esto ocurre así porque las organizaciones no están dispuestas a transcender el nacionalismo en el que se desarrolla el discurso político ante el riesgo de que se las etiquete como antipatriotas. Más importante aún, quieren influir o determinar las políticas dentro de los confines del estado-nación. Normalmente, por lo tanto, el nacionalismo lleva en sí mismo el contradictorio carácter propio del imaginario social reformista.
La reorganización neoliberal del capitalismo agudizó tres tendencias existentes: la transformación de las relaciones humanas en transacciones de mercado, la reducción de las capacidades humanas a meros factores de producción y la auto-identificación de los seres humanos principalmente como consumidores. El resultado es un aumento de los niveles de atomización y alienación a unos límites previamente inimaginables, con consecuencias potencialmente peligrosas para el capital, que aún tiene que conseguir la aceptación tácita, y a ser posible, el apoyo activo de las clases trabajadoras en el proceso de su propia explotación. En caso contrario el sistema se ve potencialmente amenazado, bien por una ruptura social, al trasladar los consumidores individuales la competitividad del mercado a otras áreas de la vida, o por un conflicto social, al comenzar las clases trabajadoras a descubrir, o redescubrir, su conciencia colectiva y movilizarse a favor de su interés colectivo. Pero la represión en sí misma no puede producir el grado de aceptación que el sistema requiere.
En estas circunstancias el nacionalismo juega tres papeles. Primero, ofrece un tipo de compensación psíquica a los productores directos, que no puede obtenerse por el mero consumo de mercancías. No es casualidad, como ya se ha señalado, que el giro nacionalista en la ideología de las clases dominantes chinas fuera más marcado con la apertura inicial de la economía china a los mercados mundiales en 1978, y con la represión del movimiento para la reforma política de 1989, a la que siguió una “campaña de educación patriótica”, cuyo estilo continúa hasta nuestros días. En segundo lugar, actúa como un medio de recrear a nivel político la cohesión que se ha perdido a nivel social. En tercer lugar, utiliza este sentido de cohesión para movilizar poblaciones que favorecen el rendimiento de los capitales nacionales frente a sus competidores y rivales.
Este último aspecto requiere mayor elaboración, porque implica riesgos o al menos ciertos inconvenientes para el capital. El nacionalismo imperialista desatado por los Conservadores antes de 1997 en relación a “Europa” no se debía a que la Unión Europea fuera en ningún sentido hostil al neoliberalismo, sino como una deriva ideológica frente al fracaso del neoliberalismo en transformar las fortunas del capital británico. El nacionalismo al que apelan para este objetivo ha supuesto ahora un importante obstáculo para aquellos políticos y gestores estatales británicos (la mayoría) que persiguen una estrategia de mayor integración europea, independientemente de lo sensato, o no, que ello pueda ser desde su perspectiva. Lo trataremos más adelante: el Brexit tiene que entenderse en primer lugar como una catástrofe para el capital británico.
Pero hay otro peligro que también acecha a las clases dominantes: principalmente, que el nacionalismo neoliberal conducirá a una fragmentación de los estados neoliberales. La dificultad aquí es profunda. Puesto que el nacionalismo es un aspecto ineludible del desarrollo capitalista, la primera respuesta a condiciones intolerables es ver cómo establecer un nuevo estado-nación, aunque esto normalmente sólo es posible donde ya hay un cierto nivel de conciencia nacional, como ocurre, por ejemplo, en Escocia. En otras palabras, el neoliberalismo puede necesitar naciones, pero no necesita determinadas naciones concretas. Y apelar al nacionalismo como un contrapeso a las políticas económicas y sociales puede traer consigo una serie de problemas diferentes para determinadas clases dirigentes; no problemas del orden de una guerra de clases, o la guerra de todos contra todos, pero sí aquellos relacionados con las incertidumbres e inconvenientes producidos por una fragmentación potencial del estado-nación. Este resultado es normalmente posible allí donde hay una conciencia nacional vinculada a un territorio definido dentro del Estado. Esto es, obviamente lo que ha ocurrido en el caso de Escocia.
Werner Bonefeld, desarrolló en uno de sus artículos la idea de que una forma “progresiva” de nacionalismo sería un “fenómeno enteramente nuevo”. ¿Estás de acuerdo con ello? ¿No crees que movimientos nacionalistas como los de Escocia y Cataluña pueden tener un contenido potencialmente emancipador?
Werner tiene por supuesto razón en que hay límites respecto a cuán “progresista” pueda ser cualquier nacionalismo: como he defendido, son productos del capitalismo. Pero incluso si nos restringimos a los movimientos nacionales en occidente e incluimos, por ejemplo, Quebec, junto con las naciones sin estado que mencionas, entonces creo que su argumento es erróneo. Es verdad que el Partido Nacional Escocés (SNP) tiene una agenda neoliberal. Pero votar a favor de la independencia en el referéndum no es lo mismo que votar al SNP: apoyar una demanda nacional como la de la independencia escocesa es algo muy diferente a apoyar el partido que la defiende: todo depende de las razones que tengas para apoyar esa demanda. Puede haber razones nacionalistas y no nacionalistas para la secesión (por ejemplo, razones medioambientales, socialistas).
Un teórico del Derecho (y nacionalista escocés), el último MacCormick, Neil MacCormick, ha explicado que el nacionalismo puede adoptar bien una forma “existencial” en la que lograr un estado es un fin en sí mismo, o una forma “pragmática” de conseguir unos objetivos sociales y políticos por medio del estado. El propio MacCormick observó que esta última es una forma muy débil de nacionalismo, pero además, que en determinados contextos puede no ser nacionalismo en absoluto. Como toda ideología política, el nacionalismo – cualquier nacionalismo, sea relativamente progresista o relativamente reaccionario – implica dos principios inevitables: que el grupo nacional pueda tener su propio Estado, independientemente de las consecuencias sociales que ello implique; y que lo que una al grupo nacional sea más significativo e importante que aquello que lo divide, sobre todo la división de clases. Sin embargo, es evidente, al menos en lo que respecta a la experiencia escocesa, que se emplearon de manera amplia argumentos no nacionalistas por parte de muchos activistas del Sí [a la independencia], especialmente en el entorno de la organización Campaña por la Independencia Radical[1]. Se defendió, por ejemplo, que la secesión era una forma de resistir la estrategia neoliberal de transferir la responsabilidad de implementar las políticas de austeridad de los partidos en el gobierno y las instituciones estatales a unos organismos elegidos cuyas opciones políticas están severamente restringidas por sus estatutos y por su dependencia parcial en el Estado central para su financiación. En el caso de las naciones descentralizadas se asume que las personas con mayor probabilidad de participar en la toma de decisiones local serán miembros de las clases medias, de los que puede esperarse comportarse en masa de forma que se impongan restricciones a los impuestos locales y el gasto público, manteniendo así el orden neoliberal con un supuesto mandato popular: el de ciudadanos atomizados que votan qué servicios públicos quieren desmantelar. En estas circunstancias, sin caer en el espejismo de que las naciones pequeñas puedan resistir las presiones del capitalismo mundial, decidir la secesión puede no obstante ser una opción progresista y democrática que no tiene por qué involucrar ningún tipo de nacionalismo.
Hay otro argumento. En una sociedad capitalista, toda la política es por definición “burguesa”, a no ser que se fuerce a incluir los intereses de las clases trabajadoras en una agenda que, de otro modo, los excluiría. Algunas áreas de la vida política son por supuesto más susceptibles a la intervención de la clase trabajadora que otras, y algunas tendrán mayor prioridad, pero ninguna puede descartarse como totalmente irrelevante. Era muy poco probable que el referéndum de la independencia escocesa se convirtiera en el desencadenante de un movimiento social progresista, pero esto es lo que en efecto ocurrió. Las secciones de la izquierda radical escocesa que apoyaron activamente el voto por el Sí – la inmensa mayoría, a excepción de algunos sectarios zorrocotrocos – hicieron por lo tanto lo correcto lanzándose a la campaña, y al hacerlo, no sólo fueron parte, sino que ayudaron a crear una de las mayores explosiones de acción autónoma de la clase trabajadora y de creatividad política en la historia de Escocia, mucho mayor en extensión y profundidad que las movilizaciones en torno a Make Poverty History/G8 del 2005, la Coalición contra la guerra en 2002-3, o incluso en la campaña contra el Poll Tax en 1987- 90. El nivel de participación y lo cerca que se estuvo de la victoria son dos medidas que evidencian esta capacidad de movilización. Habría sido una locura abstenerse, o aún peor, defender al Estado imperialista británico.
La tradición del marxismo político ha recibido fuertes críticas en tus escritos. ¿Podrías explicarnos cuáles son las principales limitaciones epistemológicas y políticas que detectas en los escritos de Robert Brenner y Ellen Meiksins Wood en lo relativo al “debate de la transición al capitalismo”?
Parte de la dificultad que encuentro en el marxismo político es la gran variedad de posiciones políticas que adoptan sus partidarios sobre la base de la misma teoría. El propio Brenner y Charles Post, son revolucionarios que en muchos sentidos se ven a sí mismos como defensores de la tradición marxista clásica; Wood es mucho más ambivalente; los hay, como Spencer Dimnock, que incluso han argumentado de forma muy clara contra la revolución y a favor de la reforma. Sin embargo, otros son fundamentalmente académicos que no tienen ninguna posición política discernible en absoluto. En otras palabras, se trata de una teoría muy específica sobre la naturaleza y los orígenes del capitalismo que puede no tener ningún tipo de implicación para una práctica política amplia. Aunque, como defenderé en un momento, una parte de la teoría conduce a conclusiones efectivamente muy extrañas.
Para los marxistas políticos el capitalismo se define por la existencia de lo que ellos llaman compulsión de mercado: el despojo de los medios de producción y de subsistencia a los productores directos para que se vean forzados a depender del mercado para subsistir. En realidad nunca ha habido sociedades capitalistas puras, ni siquiera la Gran Bretaña victoriana ni los Estados Unidos actuales en las que todas las relaciones económicas están determinadas por el mercado. En algunos casos esto ha sido así porque han persistido formas de relación precapitalistas, como las que condujeron a la reafirmación de una “economía moral” frente a la “economía política”, o el “precio justo” frente al “precio de mercado”, lo que tuvo lugar en Inglaterra y las tierras bajas escocesas hasta el siglo dieciocho. (De hecho, si las relaciones sociales capitalistas hubieran existido antes de la Guerra Civil inglesa, entonces ¿qué sentido hubieran tenido esas grandes luchas sociales?). Pero de manera más general ha sido la imposición de provisión y regulación estatal por parte de los estados capitalistas. Dicho de otro modo, las relaciones sociales de propiedad puras capitalistas nunca han sido completamente dominantes en ningún lugar, ni – a no ser que los socialistas fracasen completamente en sus objetivos – lo serán nunca. Para Marx el capitalismo se definía no como un sistema de compulsión de mercado, sino como un sistema de acumulación competitiva basado en el trabajo asalariado. La existencia del trabajo asalariado no significa necesariamente la emergencia del modo de producción capitalista; el trabajo asalariado tuvo lugar también bajo el feudalismo, pero principalmente como una forma de cubrir las necesidades de consumo de los señores feudales más que como una forma de contribución a la auto-expansión del capital. Se trata más bien de que la existencia del modo de producción capitalista determina que el trabajo asalariado se convierta en el mecanismo central a través del cual tiene lugar la extracción de plusvalía. De la misma manera, por otra parte, cabe la posibilidad de que varias formas de trabajo forzado, relacionadas con modos de producción pre-capitalistas, incluyendo la propia esclavitud, pueden darse también en el contexto del modo de producción capitalista.
Pero incluso si persisten relaciones sociales asociadas en principio a los modos de producción capitalistas en un sentido puramente técnico, el hecho decisivo es que estas relaciones están subordinadas a la ley del movimiento capitalista. Los marxistas políticos señalan continuamente la diferencia radical entre el capitalismo y otros modos de producción precedentes. Este énfasis es útil hasta cierto punto, pero más allá perdemos el sentido de qué tienen en común el capitalismo con otros sistemas de explotación de clase. De hecho, si el capitalismo no poseyera este rasgo común, es difícil entender cómo ha podido incorporar con tanto éxito aspectos de otros modos de producción previos, como lo ha hecho en prácticamente todo el mundo a excepción de un puñado de países que están en el centro del sistema, donde excepcionalmente, el capitalismo existe en una forma más o menos pura. Los señores feudales pudieron, en algunas circunstancias, transformarse en capitalistas, de la misma manera que los antiguos propietarios de esclavos pudieron, en otras circunstancias, transformarse en señores feudales. El hecho permanente de la explotación es lo que hace posible estas adaptaciones. En este sentido, como en otros muchos, será el socialismo más que el capitalismo lo que marque una diferencia de todos los modos de producción previos.
En la tesis de Brenner la emergencia del capitalismo, al menos en Inglaterra, es el resultado contingente, inintencionado, de las acciones de las dos clases sociales principales del feudalismo: señores y campesinos. Brenner concibe el feudalismo como un sistema cerrado en sí mismo que se auto-perpetúa, y que no puede debilitarse por sus propias contradicciones internas. Se ha dicho con frecuencia que Brenner tiene una explicación para el (en sus términos poco probable) surgimiento del capitalismo: la lucha de clases. En realidad, es el resultado de estos conflictos en lo que Brenner está interesado, no los conflictos en sí mismos. En el caso de Inglaterra, el resultado de la lucha de clases rural actuó como un mecanismo (un “shock exógeno”) para establecer las relaciones sociales capitalistas de producción, pero en los Países Bajos Unidos las presiones ecológicas jugaron el mismo papel. ¿Por qué necesita Brenner tales mecanismos, para empezar? Fundamentalmente porque los marxistas políticos no pueden concebir que la gente elija voluntariamente ser capitalista sino que lo hacen cuando ese papel se les impone. Pero el rechazo de una de las formas de ideología burguesa (la idea de que el capitalismo es “natural”) no debería cegarnos a los peligros de aceptar otra, aunque sea con la inversión de su sistema de valores. Ningún modo de producción es en sí mismo ajeno a la naturaleza humana. Los seres humanos quizás no tengan una propensión hacia el capitalismo, pero pueden desarrollar esa propensión bajo determinadas circunstancias y sin sentirse compelidos a ello. Lo que sugiero entonces es que el entero edificio de la tesis de Brenner se basa en una concepción de la naturaleza humana como algo innatamente opuesto al capitalismo (otra de las muchas posiciones que los marxistas políticos comparten involuntariamente con Von Hayek), de hecho se ve como algo de manera innata opuesto al desarrollo económico como tal, y será inducida a aceptar las relaciones capitalistas sólo mediante coerción. Aunque esto nos dé el reconfortante pensamiento de que el capitalismo podría no haber ocurrido, tiene otras consecuencias también. Puesto que si el capitalismo es esencialmente contingente o un resultado histórico accidental, lo mismo es entonces la posibilidad del socialismo. Uno no tiene por qué aceptar, en el estilo estalinista o de la Segunda Internacional, que el desarrollo social humano ha atravesado una sucesión de etapas inevitables para poder rechazar la atribución de una absoluta aleatoriedad a puntos de inflexión clave en la historia como alternativa viable.
¿Cómo se supone que emergió la nueva forma capitalista de organización de las relaciones de producción? Los elementos que se combinaron con el tiempo para crear el modo de producción capitalista – no solo la competición de mercado, sino también el trabajo asalariado y la producción de mercancías – preexistieron durante muchos siglos. Los marxistas políticos tienen por lo tanto razón en insistir que la existencia de estos elementos no indica en sí mismo que estemos ante el capitalismo como tal. Uno puede también estar de acuerdo con ellos en que las actividades socioeconómicas que finalmente acabaron produciendo el capitalismo no fueron emprendidas en inicio con por el capitalismo con ningún objetivo consciente. Pero ninguna de estas observaciones tendría por qué significar, sin embargo, que el capitalismo fue un resultado casual. Hay pocas formas posibles por las que la explotación o las propias relaciones de producción se pueden organizar de manera general. Dada esta escasa variedad de opciones, las probabilidades de que algo como el capitalismo surgiera eran bastantes altas, teniendo en cuenta ciertas condiciones.
Al fin y al cabo, las fuerzas productivas no se “desarrollan” a sí mismas: no están dotadas de sentido, ni son ni siquiera variables independientes que requieran ésta o aquella respuesta de las relaciones de producción. Decir que las fuerzas productivas se han desarrollado es simplemente decir que los seres humanos se han visto motivadas a cambiarlas y lo han hecho entonces con éxito de manera que la productividad del trabajo ha aumentado como resultado. La agencia humana es tan decisiva aquí como la lucha de clases. Cuando las personas desarrollan las fuerzas productivas, se crea una situación en la que ellas, u otras personas, pueden adoptar nuevas relaciones de producción más compatibles, de las que no hay un número infinito. Pero aunque el desarrollo de las fuerzas productivas hace posible determinados tipos de sociedad, no significa que las haga inevitables: es simplemente una condición que lo posibilita.
Sin embargo, los marxistas políticos no creen que nadie bajo condiciones pre-capitalistas tendría incentivos para desarrolla las fuerzas productivas. ¿Por qué? Wood en concreto parecía creer que decir que los seres humanos tienen el deseo y la capacidad de mejorar sus condiciones materiales es lo mismo que decir que siempre han estado subyugados por la necesidad de acumulación competitiva. Una consecuencia de este rechazo a que pudiera haber ningún incentivo positivo para abrazar la producción capitalista es la tendencia a representar la vida campesina antes del capitalismo como una basada fundamentalmente en una economía natural de comunidades auto-gobernadas, que no tenían ningún incentivo para desarrollar las fuerzas productivas y en la que los señores y la Iglesia solo se inmiscuían de manera superficial y ocasional para adquirir su excedente.
El desarrollo de las fuerzas productivas me parece una respuesta tan racional a la explotación feudal como las alternativas de “lucha o huye” que habitualmente se plantean. La gente ha querido hacer lo primero desde la transición a la agricultura; sólo han tenido que seguir la segunda opción a partir la transición al capitalismo. El deseo de mejorar las circunstancias en las que vivimos ha sido uno de los principales impulsos detrás de los intentos de desarrollar las fuerzas productivas, y está íntimamente ligado a la sociedad de clases, en particular porque en situaciones en las que los productores directos tienen que entregar una parte de lo que producen a otra persona, hay un motivo muy real – podría decirse, casi un imperativo – para incrementar su producción, un motivo que en principio no tiene nada que ver con la compulsión de mercado. Y en condiciones de crisis, como las que sacudió el feudalismo europeo en el siglo catorce, la presión de las clases gobernantes para incrementar el grado de explotación, y en consecuencia, del campesinado para buscar vías de escape, se agudizó sin duda aún más.
Aquí, de nuevo, es decisivo el papel de la agencia humana. Las clases dominantes no son nunca pasivas. Al impedir con éxito que la gente desarrollara las fuerzas productivas hasta el punto que pudiera favorecer cambios en las relaciones de producción, han garantizado siglos de estancamiento relativo o de repetición de fases de desarrollo que nunca progresan más allá de un cierto punto. En algunos otros casos menos frecuentes, este tipo de maniobra de bloqueo ha conducido a una regresión completa, como ocurrió en Europa occidental en el siglo V, en el XIV, y de nuevo – aunque a una escala más regional- en el XVII; pero incluso en estos casos, el “anti-desarrollo” de las fuerzas productivas ha conducido también a transformaciones en las relaciones de producción: el cambio no siempre va en una misma dirección.
El proceso por el que los seres humanos llevan a cabo cambios progresistas en las fuerzas productivas, en primer lugar, después en las relaciones de producción y por último en las superestructuras explica las dos transformaciones sociales mayores que han ocurrido en la historia de la humanidad: una fue la transición de una sociedad de pre-clases (el “comunismo primitivo”) a varias formas de sociedad de clases (esclavista, feudal, tributaria); la otra fue la transición del feudalismo al capitalismo.
Es al mirar el mundo contemporáneo, sin embargo, cuando los aspectos problemáticos de la definición que hacen los marxistas políticos del capitalismo se hacen patentes para la política socialista del momento actual. Su incapacidad para distinguir entre el desarrollo lógico de las categorías en teoría y su desarrollo en la historia da lugar al peligro de trabajar con concepciones platónicas o “ideales” de la economía capitalista y de los estados capitalistas que no corresponden a la operación de ninguna economía capitalista, ni ningún estado capitalista actual. En este caso, el peligro se compone de la convergencia con una de las posiciones ideológicas clave de la burguesía, alcanzando ahora su expresión más pura, que es precisamente la idea de que la economía y la política son, o deberían ser, dos ámbitos separados. En realidad, los capitales pueden desempeñar algunas funciones de los estados, y estos pueden actuar como el capital.
A lo largo de la historia del sistema los capitalistas han empleados medios extra-económicos para reclutar, retener, obligar y controlar el trabajo. La auto-expansión del total del capital social no puede basarse nunca completamente en trabajo forzado, claro está, porque asume y requiere la movilidad general del trabajo; pero ese “general” no significa “universal”, y los capitales individuales pueden emplear, han empleado y continúan empleando trabajo forzado. Igualmente, desde el uso de ejércitos privados por J.D. Rockefeller en América antes de la Guerra Civil a la expansión universal actual de empresas de seguridad privada, la violencia nunca ha sido monopolio del Estado capitalista. La guerra y los preparativos para ella en la que han participado estados imperialistas han puesto de manifiesto estos hechos de forma patente. Los marxistas políticos tienen dos explicaciones para las guerras mundiales y la guerra fría del siglo XX.
Una es que el mundo, en su conjunto, no estaba completamente dominado por el modo de producción capitalista: entre 1914 y 1945, los conflictos tenían lugar bien entre capitalistas o entre poderes pre-capitalistas; entre 1945 y 1989, los conflictos tuvieron lugar entre los poderes capitalistas y aquellos que se reivindicaban post-capitalistas. En ninguno de estos períodos, por lo tanto, se crearon conflictos por los puros “imperativos” (para emplear el término preferido de Wood) del sistema capitalista en sí mismo. Brenner tiende a defender que, mientras que los estados actúan normalmente a favor del capital, el sistema de múltiples estados que el capitalismo ha heredado del feudalismo significa que incluso los más grandes no pueden predecir o controlar el resultado de sus acciones, ya que cualquier otro estado puede actuar de manera similar; como resultado, puede haber consecuencias contraproducentes. En un caso extremo, estas consecuencias pueden implicar catástrofes como la Primera Guerra Mundial, que es probablemente la razón por la que Brenner cree que una solución estatal-global sería lo mejor para los intereses del capital. Ahora bien, si Brenner estaba simplemente señalando la inconmensurabilidad de resultados sería difícil no estar de acuerdo con él. Pero su posición va más allá de esto, sin embargo, para sugerir que no solo son impredecibles las consecuencias de ciertas acciones, sino que desde el punto de vista del capitalismo, son incomprensibles.
Sin embargo, la dificultad teórica detrás de estos argumentos es, de nuevo, una concepción del capitalismo como un sistema que implica fundamentalmente competición de mercado sobre la base del precio, tras la que subyace una compulsión para lograr ahorro en costes a través de la innovación técnica. Es conocida la distinción de Brenner entre competición “horizontal” intercapitalista y el conflicto “vertical” entre trabajo y capital, que es útil hasta cierto punto; pero la competición inter-capitalista no ocurre sólo a través del mercado. La competición capitalista puede ser externa a los mercados, pero los agentes de competición pueden también estar separados del capital: pueden ser estados, y la competición entre estados conduce al conflicto.
Hay dos tipos de competición intercapitalista. La primera da lugar a una forma de cooperación regulada en la que todos se benefician de la expansión del mercado. La segunda, sin embargo, supone competición en la que los beneficios de un capital se logran a expensas del otro; esta situación deja de ser de “suma positiva” y pasa a ser de “suma cero”. Este tipo de competición no se limita a las a las empresas, sino que implica a estados, como fue, para empezar, el comportamiento de las ciudades-estado italianas durante la Guerra de los Cien Años. En este contexto, las situaciones que afrontan los gestores estatales y los políticos son similares a las que afrontan los capitalistas individuales. Cuando una empresa invierte en nueva tecnología que ahorre trabajo, lo que reducirá sus costes, los capitalistas rivales se verán obligados a llevar a cabo inversiones similares, incluso a riesgo de que el coste inicial de compra, instalación y formación sea tan grande como una amenaza de forzarlos a quedar fuera del mercado antes de que los ahorros puedan haberse realizado. No invertir significa prácticamente la certeza de fracaso; invertir significa sólo que exista una posibilidad de fracasar. Pero los gestores estatales y los cargos políticos tienen que tomar también decisiones que, haciendo balance, pueden probablemente acabar en un desastre porque la alternativa los expone a riesgos mayores a largo plazo, y esto no se aplica sólo a las situaciones que son de naturaleza directamente económica. La trayectoria de la competición geoeconómica conduce al final a rivalidad geopolítica.
Al final, las concepciones tan estrechas que tienen los marxistas políticos del capitalismo excluyen cualquier aspecto que no sea directamente reductible a las “relaciones sociales de propiedad capitalista”. Esto es una forma de economicismo invertido en el que lejos de que “económico” (es decir, las relaciones sociales de propiedad) determine cada aspecto de la totalidad social, estos aspectos parecen operar en formas completamente contingentes, a lo sumo solapándose con las necesidades de acumulación del capital, de una forma extrañamente similar a las jurisdicciones separatas que se atribuyen a la economía, la sociedad, la política y la cultura en la sociología weberiana. Frente a esto, necesitamos integrar las actividades y las relaciones en la relación capital-trabajo como aquellas implicadas, por ejemplo, en el trabajo doméstico marcado por las relaciones de género, que la relación capitalista “presupone” y sin la que no podría existir. Por supuesto es posible imaginar una versión del capitalismo en la que las únicas desigualdades fueran aquellas creadas económicamente, pero es mejor dejar estas visiones irreales en el lugar al que pertenecen, entre todo el descartado arsenal ideológico del socioliberalismo. La persistencia de desigualdades de raíz no económica como algo tan consustancial al capitalismo contemporáneo como lo fueron a su origen.
En 2014, editaste junto con otros investigadores editaste el volumen The long durée of the Far-right, An International Historical Sociology, que intenta ofrecer un análisis de los movimientos y la política de extrema derecha, cuestionando la literatura existente sobre el tema a través del enfoque de larga duración o “longue durée”. ¿Qué aporta este enfoque al estudio de la extrema derecha? ¿Qué similitudes detectas entre la extrema derecha que está emergiendo ahora por toda Europa y la del periodo de entreguerras? ¿Podemos llamar fascista a Le Pen y Trump? ¿Es ésta una conceptualización legítima?
El libro fue una respuesta a la manera en que el revival del pensamiento en torno a la extrema derecha (en sí mismo una respuesta a la emergencia del populismo de extrema derecha) estaba dominado por la metodología comparativa, con su modo positivista y empirista de hacer preguntas apoyado en el nacionalismo metodológico. Nuestra preocupación era que los análisis comparativos, junto con la discusión más amplia que se estaba dando en la mayor parte de la literatura académica, habían tendido a explicar la extrema derecha a través de un prisma limitado sobre el desarrollo histórico. A través de su foco en el “regreso” de la extrema derecha, los estudios existentes señalan las especificidades de la era contemporánea – el contexto socio-económico generado por el neoliberalismo y el político enmarcado por la fractura y realineación de la izquierda al final de la Guerra Fría – pero en gran parte fallan en no reconocer y discutir el conjunto de estructuras históricas y procesos de larga duración a partir de los cuales la extrema derecha ha re-emergido. La consecuencia es que la mayor parte de la literatura sobre el tema tiene dificultad para explicar por qué la extrema derecha contemporánea ha llegado a replicar a sus predecesores históricos y al mismo tiempo ha seguido siendo radicalmente diferente de ellos.
Valorar la manifestación particular de una corriente política supone reconocer y explicar cómo y por qué las ideas y posiciones asociadas a tales corrientes evolucionan a lo largo del tiempo, y de qué manera estos cambios son producto de la historia: la reestructuración de los contextos socio-económicos, políticos y culturales en los que tales ideas pueden florecer o desaparecer. Los análisis comparativos no ignoran la historia, por supuesto, pero las referencias históricas tienden a tomar la forma de comparaciones entre la ideología, la base social y la metodología de los movimientos y partidos de extrema derecha con los de la época fascista. El problema es que el fascismo de entreguerras termina siendo visto como el principal modelo de una extrema derecha genérica, que a su vez sirve para oscurecer las especificidades de la extrema derecha como un movimiento político que no se reducen al “paramilitarismo” o a ninguna otra de las características específicas del fascismo histórico. El resultado no es sólo que se dibuje la extrema derecha contemporánea como un fenómeno que no reúne las características del fascismo, y por lo tanto parezca cuestionarse sus cualidades de “extrema derecha”, sino también que se ignora la composición política más amplia y en un período histórico más largo de la extrema derecha. Que las subsiguientes formas y modalidades de la ideología y la política de la extrema derecha puedan diferir de sus manifestaciones previas durante el período de entre-guerras puede en realidad explicarse por las condiciones socio-históricas en las que ha surgido cada una de ellas. Que las manifestaciones contemporáneas de la extrema derecha se puedan considerar ejemplos “desviados” de un modelo indiferenciado derivado de las especificidades del período de entreguerras simplemente sirve para demostrar las limitaciones inherentes de la propia perspectiva comparativa históricamente estática: una que confunde los diversos e interactivos patrones espacio-temporales del desarrollo socio-histórico.
Para entender adecuadamente y explicar la extrema derecha, entonces, decidimos adoptar un enfoque metodológico y un marco teórico que pudiera identificar y dar cuenta de la evolución de las ideas vinculadas a agrupaciones políticas según se desarrollaban en el espacio y tiempo histórico. Los análisis comparativos no hacen esto. El resultado es que la extrema derecha contemporánea acaba siendo aislada o desvinculada de la historia de manera que las conexiones estructurales duraderas entre la política, la economía y la extrema derecha quedan ocultas y los rasgos cambiantes de la extrema derecha no se explican adecuadamente. Tomemos el ejemplo más evidente: el tipo de estatismo característico de los regímenes fascistas durante los años de entre-guerras es poco probable que se reproduzca si cualquiera de los movimientos de extrema derecha actuales – incluyendo sus contingentes fascistas – pudieran llegar al poder en las condiciones neoliberales contemporáneas. Hay, en otras palabras, aspectos estructurales del sistema capitalista que es muy probable que sean adoptados por los partidos de extrema derecha: el nacionalismo es un rasgo característico de la extrema derecha, pero la nacionalización no.
Dada la histeria sobre el supuesto fascismo incipiente de Trump, es importante empezar a distinguir entre las variantes fascistas y las no fascistas de la extrema derecha. Todas las tendencias de la extrema tienen en común dos características. Una es la base social y apoyo en una o más fracciones de la clase media (la pequeña burguesía, los profesionales tradicionales de clase media, o la nueva clase media de cargos técnicos-directivos), aunque esto no significa que carezcan de apoyo de la clase trabajadora. La otra es una actitud de conservadurismo social extremo, siempre en relación a la raza y la nación, a veces en relación al género y la orientación sexual: los políticos de extrema derecha de Holanda, por ejemplo, han invocado retóricamente las libertades relativas de las mujeres o los gays en occidente como una manera de denunciar las supuestas creencias opresivas de los musulmanes. El objetivo político es siempre empujar las actitudes populares y los derechos legalmente reconocidos a un tiempo anterior al supuesto momento en que la homogeneidad del “pueblo” fuera contaminada por la inmigración, sea cuando sea que se considera que ha existido esa supuesta época dorada de pureza racial y cultural, normalmente en algún período indeterminado anterior a la Segunda Guerra Mundial.
No obstante, hay grandes diferencias entre estos dos tipos de organizaciones. Los partidos de extrema derecha no fascistas se diferencian del fascismo por tres características: 1) son electorales y buscan entrar en el gobierno mediante medios democráticos a nivel local, estatal y europeo; 2) no veneran el Estado y, aunque utilizan el estado para favorecer a sus diversos grupos clientelares, algunos (por ejemplo, el Partido austriaco de la Libertad o el Tea Party) han abrazado la retórica neoliberal del Estado pequeño; 3) no buscan “trascender” la clase.
La primera de estas diferenciaciones, la adherencia a la democracia burguesa, es crucial ya que indica una distinción fundamental entre la extrema derecha fascista y la no fascista, fundamentalmente que la última no amenaza con derribar la democracia burguesa como tal. Activistas y analistas suelen trazar una distinción absoluta entre el fascismo y otras formas de política de extrema derecha, basándose en que el primero se apoya en la organización paramilitar y la violencia como parte de su estrategia para lograr poder. En ese sentido, el partido griego Amanecer Dorado es una formación fascista clásica, y la Lega Nord italiana no. La distinción es importante, particularmente para determinar las tácticas que quieran seguir sus oponentes. Pero el fascismo no se define sólo por su recurso a la actividad extra parlamentaria o ilegal. El fascismo es entonces revolucionario y la extrema derecha no fascista no lo es; pero ¿qué significa “revolucionario” en este contexto? Muchos marxistas son reacios a emplear este término en relación a cualquier movimiento político moderno que no sea de izquierdas, a excepción posiblemente de los nacionalismos del Sur Global. Pero si consideramos las tomas de poder fascista como revoluciones políticas – en otras palabras, como aquellas que cambian la naturaleza y el personal del régimen sin cambiar el modo de producción, entonces no hay razón por la que no pudiera aplicarse el término.
La segunda gran diferencia, que deriva directamente de la primera, es sus actitudes respectivas hacia la sociedad que intentan construir. La Italia fascista y la Alemania Nazi clamaban estar construyendo “nuevos” hombres y mujeres con nuevos valores. Esto es un proyecto de transformación. La extrema derecha no fascista, en cambio, insiste en que el pueblo ya es el depositario de la homogeneidad y la virtud. El propósito de la extrema derecha es devolver al pueblo a su anterior condición de supuesta felicidad previa a que estas presiones combinadas empezaran a ejercerse. Es un proyecto de restauración
El revival de la extrema derecha como una fuerza electoral seria se basa en la aparente solución que ofrece a las que son ya dos oleadas sucesivas de crisis, que han dejado a las clases trabajadoras en occidente cada vez más fragmentadas y desorganizadas, y susceptibles a llamadas a la sangre y la nación como la única forma viable de colectivismo aún disponible, particularmente en un contexto en el que la alternativa sistémica al capitalismo – por falsa que fuera – aparentemente colapsó en 1989 – 1991. Las implicaciones políticas son fatídicas. La cada vez menor diferenciación entre los partidos políticos da a la extrema derecha la oportunidad de llamar a los votantes posicionándose como si estuvieran fuera del consenso institucional y en una manera que parecería poder justificar sus sentimientos de ira. El potencial problema para la estabilidad del sistema capitalista es, sin embargo, no tanto la posibilidad de que los partidos de extrema derecha lleguen al poder con un programa destructivo de las necesidades capitalistas, como su influencia sobre los partidos principales de la derecha, cuando las creencias de sus votantes puedan de manera inadvertida poner en aprietos el proceso de acumulación, como ha ocurrido con la imperiosa salida de la Unión Europea en el caso de Reino Unido, o puede ocurrir potencialmente, con el bloqueo a la migración de México y América Central en el mandato de Trump en el caso de los Estados Unidos. Aquí lo que vemos es una relación simbiótica entre una respuesta del régimen cada vez más inadecuada a los problemas de la acumulación capitalista, y otra respuesta cada vez más extrema a los deseos y prejuicios más irracionales producidos por la acumulación capitalista. Insisto, esto no es ningún problema nuevo para el capital.
Hay un problema con algunos análisis de izquierdas sobre la derecha dura, y sobre su componente de extrema derecha en particular, y es asumir que representan la cara “real” del capitalismo desenmascarado (la “dictadura desnuda del monopolio del capital”, etc, etc.) En realidad, en el mundo del norte al menos, ha sido solamente en situaciones de extrema urgencia – y normalmente después de haber tenido que hacer frente a un grado de amenaza por parte del movimiento obrero que, lamentablemente, ha estado ausente durante décadas) que el capital se ha apoyado en la extrema derecha para resolver sus problemas. Los movimientos sociales de extrema derecha pueden relacionarse con las estrategias de acumulación del capital de tres maneras: 1) apoyándolas de manera directa; 2) siendo compatibles y/o apoyando indirectamente posiciones ideológicas asociadas con el gobierno capitalista, pero que pueden no ser esenciales para el mismo; o 3) siendo indirecta o inintencionadamente desestabilizadores.
Hasta hace poco en cualquier caso los ejemplos del tipo 1 han sido muy poco frecuentes, ya que los capitalistas prefieren emplear la presión de las empresas, más que los movimientos sociales, para lograr sus objetivos políticos. Los ejemplos del tipo 2 son más frecuentes, pero estamos viendo y es probable que cada vez veamos más ejemplos del tipo 3, lo que plantea la pregunta: ¿Qué relación hay entre la política de extrema derecha y el capitalismo? ¿Qué ocurriría si un movimiento fascista o de extrema derecha llegara al poder e implementara políticas que fueran contra los intereses del capital, no porque fueran “anti-capitalistas” de la manera que el ala strasserita del Partido Nazi pretendían (de manera falsa) ser, sino simplemente porque sus intereses estén en otras cuestiones?
El Régimen Nazi hizo dos servicios al capital alemán: machacar una clase obrera que ya estaba debilitada, y lanzar una campaña expansionista para conquistar nuevo territorio; pero mientras que el racismo y el anti-semitismo era importantes para los Nazis, no lo eran para los capitales nacionales alemanes. El desarrollo a largo plazo del capitalismo alemán produjo, a través de una serie de mediaciones, la ideología del nazismo, la cual contenía en sí la posibilidad del holocausto, y cuando los capitalistas alemanes recurrieron a los nazis en tiempos de crisis, estaban dándoles la oportunidad de realizar esa posibilidad, independientemente de lo irrelevante y abiertamente dañino que fuera para el proyecto imperial más global del capital alemán. Dicho de otro modo, la ideología salvaje del nacismo y la crisis socio-económica de Alemania a la que ofreció solución estaban ya conectadas en diversos momentos en la totalidad mediada del capitalismo. Pero si el Holocausto fue una salvajada improcedente (salvo accidentalmente) para el capital alemán, el régimen nazi nos da también ejemplos de políticas que eran instrumentalmente irracionales desde la perspectiva del Estado capitalista.
La relevancia contemporánea de esta experiencia es sin embargo limitada: la clase trabajadora no es actualmente lo suficientemente combativa como para inspirar temor a la burguesía, y los Estados en los que la extrema derecha fascista está más cerca de lograr el poder (sobre todo, en Grecia) no son poderes imperialistas capaces de lograr un dominio continental a la manera en que Alemania o incluso Italia fueron capaces de imponerlo. La cuestión es que en la situación actual lo único que puede quedar son aspectos del programa de la extrema derecha que son irracionales para el capital, especialmente en su expresión neoliberal actual. El voto pro-Brexit es un ejemplo de esto.
Los escritos políticos recientes de Toni Negri respaldan a la Unión Europea, sugiriendo que se puede reformar en una «Europa social y democrática», como un antídoto político para los nacionalismos emergentes. ¿Crees que este «europeísmo de izquierda» es la solución a la crisis que estamos viviendo en este momento? ¿Es factible y podría este tipo de reformismo ser efectivo desde dentro? ¿Cómo podemos abordar las afirmaciones de Negri sobre la UE, teniendo en cuenta que incluso los líderes actuales de la UE no parecen respaldar este tipo de plan como una posibilidad real?
La UE y sus predecesores siempre han encarnado la forma en que se ha organizado el capitalismo en un momento determinado. No es, en otras palabras, algo que existe por encima de los cambios en el sistema capitalista y que refleja los «valores europeos» u otras fantasías liberales. A medida que la transición al neoliberalismo se impuso dentro de los Estados-nación que la constituyen, estaba destinado a integrarse en las propias políticas y normas de la UE y, en consecuencia, la UE comenzó su propia marcha hacia el neoliberalismo con el Acta Única Europea en 1986. Esto ha sido confirmado y profundizado por cada pacto y tratado posterior desde Maastricht en 1991 en adelante. Lo que hizo que el proceso fuera más fácil que en los Estados-nación individuales fue que la UE siempre careció de la mayoría de las restricciones democráticas que hicieron que la transición fuera, al menos, un proceso impugnado en Gran Bretaña o Italia, incluso durante el período en el que encarnó, más o menos, una concepción más socialdemócrata de la propiedad y el control.
Hayek argumentó en 1939 que el «federalismo interestatal» a nivel europeo sería deseable porque garantizaría que la actividad económica quedara fuera, lo antes posible, de la responsabilidad de aquellos políticos entrometidos que interferían con el orden del mercado con el objetivo de ganar el apoyo electoral de votantes ignorantes. La UE ha seguido el consejo de Hayek al centralizar el poder en manos de funcionarios designados, sobre todo en la Comisión, que solo tiene el poder de iniciar la legislación, tres tipos de las cuales –regulaciones, directivas y decisiones– son vinculantes. El Parlamento tiene derecho a ser consultado, en determinadas circunstancias, pero no lo tiene para iniciar una legislación por derecho propio: a este respecto, tiene mucho menos poder que cualquier gobierno nacional, o, en este sentido, que cualquier gobierno delegado, como el escocés o el catalán. Pero este no es el único déficit democrático. Si la Comisión es un órgano supranacional, el Consejo de Europa es intergubernamental. Consiste en los jefes de estado o jefes de gobierno de los estados miembros, que son elegidos en sus propios países, pero no, por supuesto, por los habitantes de otros países cuyo destino decide el Consejo. Estas estructuras son una de las razones por las que deberíamos rechazar las afirmaciones de que la UE es tan susceptible de reforma como cualquier Estado-nación. De hecho, lo es mucho menos. Los estados capitalistas son una estructura permanente hasta que son derrocados, aunque pueden adoptar diferentes políticas en función de los partidos políticos o coaliciones que supervisan el aparato en esos momentos, y estos pueden ser más o menos beneficiosos para la clase trabajadora y los grupos oprimidos. El problema con la UE es que, aunque no es un estado-nación, el equilibrio entre los gerentes estatales no elegidos y los representantes elegidos está aún más desequilibrado en favor de los primeros que en sus miembros constituyentes. Las reformas nunca se logran fácilmente, especialmente bajo el neoliberalismo, ya que se han eliminado diversos mecanismos del control de los estados. Sin embargo, no es imposible. Por lo menos podemos imaginar de manera realista que Jeremy Corbyn llegue a ser Primer Ministro del Reino Unido; pero no existe la más mínima posibilidad de que se produzca un hecho equivalente en la UE, y no solo porque el puesto no exista.
También hay un segundo aspecto hayekiano de la UE: el uso de políticas vinculadas a las normas (sobre los límites del gasto público, sobre la deuda como proporción del PIB, sobre la competencia) para limitar lo que los políticos nacionales pueden hacer a instancias de sus electores. Dado que las reglas no permiten la devaluación o los niveles de gasto o deuda del estado que serían necesarios para estimular la economía, la única respuesta disponible a la crisis de 2008 fue la austeridad. La adopción por parte de la UE del Tratado Transatlántico de Comercio e Inversión (TTIP), mucho más entusiasta que la de Washington, por cierto, y la del Acuerdo de Comercio de Servicios (Tisa), posiblemente aún más insidioso, son solo los ejemplos más recientes y más extremos de este aspecto. En este contexto, es increíble para m�� cuán a la ligera algunos partidarios de Remain están preparados para pasar por alto la experiencia de Grecia. En las revelaciones de Yanis Varoufakis sobre sus encuentros con la Troika, las instituciones de la UE -el Banco Central Europeo y la Comisión-, y no el Fondo Monetario Internacional, son las que fueron las más inflexibles.
La falta de democracia y la presencia de normas vinculantes serían razones suficientes para abandonar la UE, pero hay al menos otras tres, cada una de las cuales da fe, no solo de la naturaleza intrínsecamente reaccionaria del proyecto, sino de cómo incluso no funciona para llevar a cabo el papel por el cual es elogiado por sus impulsores liberales: la superación de los intereses de cada nación.
Primero, la UE está diseñada para mantener la estructura de las desigualdades existentes entre los estados-nación europeos. Debajo de todo lo que se habla de «solidaridad», hay algo no se puede eludir: una estructura financiera e industrial diseñada para satisfacer las necesidades de las economías más fuertes, Francia y Alemania y, desde el advenimiento del Euro, cada vez más solo a esta última. Una estructura que obliga a los más débiles a jugar con las mismas reglas siempre será perjudicial para ellos, especialmente cuando no existe un mecanismo para transferir fondos o recursos dentro de la UE de la manera en que eso puede hacerse dentro de los estados-nación.
En segundo lugar, aunque la UE no es una potencia imperialista en sí misma, sin embargo, como organismo colectivo actúa cada vez más como un complemento de la OTAN y, en consecuencia, como un apoyo a los intereses estadounidenses. Este papel se inscribió en el ADN de la UE desde el principio. Inicialmente, Estados Unidos alentó y apoyó la formación de los predecesores de la UE como parte de un baluarte de la Guerra Fría contra su rival imperial ruso, y esta es la razón principal por la que no hubo guerra en la Europa (occidental) entre 1945 y 1991: aunque estuvieron en competencia económica entre ellos, los estados miembros de la UE se unieron en la misma alianza geopolítica detrás de los Estados Unidos. Pero si la propia UE no actúa como una potencia imperial, los principales Estados-nación constituyentes lo hacen cada vez más, y no siempre se inclinan ante los deseos de Washington. Aquí nuevamente vemos a los más poderosos colocando sus propios intereses sobre los de la supuesta unidad europea. Para algunos, esto supone externalizar, como en la subestimada y continuada presencia francesa en África Central, pero para otros esto se manifiesta en el corazón de Europa misma, de la manera más obvia en el caso de Alemania, cuyo reconocimiento de la independencia croata en 1992 contribuyó al posterior baño de sangre en Yugoslavia.
Tercero, la UE es estructuralmente racista. La idea misma de «Europa» es necesariamente excluyente. La tan preciada «libertad de movimiento» dentro de la UE se basa en bloquear el movimiento de los que no lo tienen, como lo están descubriendo actualmente decenas de miles de desesperados refugiados. El espectáculo de estas personas atrapadas en los campamentos, detrás de cercas de alambre de púas y frente a los perros policía y gases lacrimógenos, en las fronteras de la civilización europea es bastante obsceno, pero se ve agravado por la actitud de los propios estados constituyentes. Porque aquí nuevamente sus intereses individuales tienen prioridad incluso sobre la barbarie colectiva, ya que el Acuerdo de Schengen se derrumba en un sálvese quien pueda en la defensa de las fronteras individuales contra las hordas exteriores. Debemos tener en cuenta que la UE ha sido responsable de muchas más muertes reales de migrantes en el Mediterráneo que cualquiera de los partidos fascistas o de extrema derecha contra los que se supone que es nuestra última defensa.
Hay un último argumento positivo para la UE, que tiende a expresarse en secciones de la izquierda radical y que probablemente alimenta el argumento de Negri. Es que el capitalismo gobierna en todas partes, desde la UE hasta nuestros lugares de trabajo individuales. Pero, según cuenta esta historia, al menos la UE cumple una de las pocas funciones positivas del capitalismo: reúne a los trabajadores en uno de los grupos más grandes del mundo, y su presión puede transformar la UE. Este es un ejemplo clásico de confundir nuestros deseos con la realidad. La UE organiza a la clase dominante, no organiza a los trabajadores. Como Trotsky escribió una vez en otro contexto, un freno no puede usarse como acelerador. No hay partidos políticos, sindicatos o movimientos de toda la UE. La solidaridad transfronteriza no depende de constituciones o instituciones, sino de la disposición de los trabajadores a apoyarse mutuamente, incluso en países separados. En lugar de invocar batallones imaginarios de trabajadores organizados a nivel europeo, sería más útil comenzar a construirlos donde estamos. Es poco probable que la lucha contra el capitalismo neoliberal comience simultáneamente en toda la UE o se quede limitada dentro de sus fronteras. Lo probable es que veamos una serie desigual de movimientos de diferentes intensidades, dentro de diferentes estados-nación que, de ser victoriosos, podrían formar nuevas alianzas y, en última instancia, unos Estados Unidos Socialistas de Europa. Sin embargo, esta visión no se puede llevar a cabo dentro de la UE, sino que se construirá a partir de cero sobre sus ruinas.
¿Cuál es entonces tu opinión sobre Brexit? ¿Podría considerarse como un desarrollo potencialmente progresivo, en interés de las clases trabajadoras? ¿Cómo crees que la izquierda escocesa debería encararlo?
Como probablemente sugiere mi respuesta anterior, voté a Leave (Salir) y abogué por que otros hicieran lo mismo. Sin embargo, permítanme decir que secciones de la izquierda que apoyaba a Leave hicieron algunas afirmaciones extraordinariamente erróneas sobre el resultado del referéndum en la línea de que constituía una gran victoria de la clase trabajadora. Dejando a un lado lo que esto dice sobre esas secciones de la clase trabajadora, incluidos dos tercios de los votantes laboristas, que votaron Remain (Permanecer), esta interpretación me parece completamente insostenible. Algunos votantes de Leave lo hicieron para rechazar a las élites políticas y a los miembros de la clase dominante que defendieron la UE; pero no se puede decir sin complicaciones que se trata de algún tipo de movimiento consciente desde abajo contra el neoliberalismo. Necesitamos hacer una sola pregunta: ¿SWP, SP o cualquiera de los otros grupos que defendieron esta interpretación pidieron manifestaciones para celebrar este triunfo de clase o pidieron la activación inmediata del Artículo 50? Por supuesto que no, porque todos son perfectamente conscientes de que al menos algunas de las personas que asistirían estarían pidiendo la expulsión de migrantes, y no solo de los que tuvieran pasaportes de la UE, sino también de ciudadanos británicos que han estado aquí durante décadas. Las afirmaciones de que el Brexit representa una insurgencia proletaria contra el neoliberalismo son intentos de justificar tomar un posicionamiento de Leave en primer lugar, en mi opinión, de forma innecesaria, ya que el argumento de izquierda contra la UE (que describí en respuesta a la pregunta anterior) no depende de las predicciones que este resultado permitiría inmediatamente conseguir un mejor equilibrio de fuerzas para la clase trabajadora.
El carácter de clase de los votos Leave y Remain es muy complejo, excepto en un aspecto; la abrumadora mayoría de la clase capitalista británica quería, y todavía quiere quedarse en la UE. Una vez que nos movemos más allá de la clase dominante como tal, comienzan las complejidades. Algunas cosas están claras a partir de los datos relativamente limitados que están disponibles actualmente: cuanto más mayor, menos educado (en el sentido de no asistir o haber asistido a la Universidad), más pobre eras y cuanto peor era la vivienda donde vivías, más probabilidades tenías de votar Leave. Y lo contrario también fue el caso. Sobre esta base, es fácil caricaturizar el resultado principalmente como un voto de los miembros más viejos y más estúpidos de la clase trabajadora, actuando en contra de los intereses de una generación más joven y mejor educada, más en sintonía con los valores cosmopolitas de la clase media: fácil, pero incorrecto. Porque, aunque se ha prestado mucha atención a los votos de Leave procedentes de la clase trabajadora en el norte de Inglaterra, se debería haber prestado igual atención a los votos de Leave procedentes de la clase media en el sur de ese país. Las clases medias, la pequeña burguesía tradicional, los profesionales y la nueva clase media (NCM), por supuesto, estaban divididas. El principal apoyo para Remain entre estas provino del primer componente, en particular de las personas que trabajan por cuenta propia y que encuentran que las directivas de la UE son difíciles de cumplir porque, a diferencia de las grandes corporaciones, no pueden permitirse el lujo de cumplir las normas o regulaciones sobre salud y seguridad del permiso de maternidad. Estas personas, no «la clase trabajadora blanca», son fundamentales para UKIP. Los sectores liberales en el sector público, las artes y los medios universitarios generalmente votaron Remain, y han valorado el resultado como un rechazo de sus valores fundamentales que amenaza con llevar al apocalipsis. En algunos casos, esta repulsión es genuina y está absolutamente justificada por el racismo de la campaña oficial de Leave, aunque tiende a olvidar el racismo más encubierto de la campaña oficial de Remain, que aceptó la premisa de que había «demasiada inmigración», pero que argumentó que el control podría lograrse mejor permaneciendo dentro de la UE. En otros casos, sin embargo, esto era más una sensación de pérdida de aquello a lo que uno tiene derecho: una afrenta a lo que Craig Calhoun llamó una vez «el cosmopolitismo de los viajeros frecuentes». La migración a menudo es tratada como lo fue «realmente» en el referéndum. En particular, el voto de Leave se ve como una respuesta directa a la supuesta presencia externa de migrantes que amenazan el reconocimiento de las áreas consolidadas de la clase trabajadora. Sin embargo, está claro que muchos de los votos más importantes de Leave fueron en áreas donde había muy poca migración, y viceversa.
La implicación de todo esto es que el impacto personal o la experiencia directa no es necesariamente lo que fue decisivo para hacer que la migración sea una razón para votar Leave, sino que la migración actuó como sinónimo de una serie de otros problemas y sentimientos sobre una transformación social no deseada e incluso de la desintegración, que estos votantes sintieron que no se estaban abordando o que se los menospreciaba con demasiada facilidad.
En lo que respecta específicamente a la clase trabajadora, hubo un abanico de razones para votar Leave, muchos de las cuales se solaparon. Yendo de izquierda a derecha, había personas, no solo en la izquierda revolucionaria, ya que muchas más son miembros o partidarios del Partido Laborista, que votaron conscientemente por irse debido a las desigualdades asociadas con la UE. Luego hubo personas que podrían no haber sido capaces de articular la relación exacta de la UE con el neoliberalismo, pero que entendieron que David Cameron, George Osborne y otros políticos, que habían impuesto la austeridad en sus comunidades desde 2008, les decían que votaran por ello, y así votaron en contra de lo que estas personas querían. Luego están las personas que podrían no tener preocupaciones ideológicas importantes, pero que se han visto gravemente afectadas en términos económicos por las regulaciones y las políticas de la UE, en particular los trabajadores de las comunidades pesqueras del noreste de Inglaterra y del noreste de Escocia. Junto a ellos había personas que pensaban que la migración ejercía presión sobre los salarios, el Servicio Nacional de Salud (NHS) y la disponibilidad de viviendas. Estas personas no son necesariamente racistas; de hecho, dado que algunas de las personas que ponen estos argumentos son hijos de comerciantes pakistaníes o hijas de conductores de autobuses afro-caribeños, es difícil ver cómo podría ser esto así, a menos que se extienda el concepto de racismo de forma que pierda su sentido. Están equivocados en su actitud hacia los migrantes, pero no por esa razón no pueden ser conquistados para oponerse a la UE por la izquierda. Después de estos están los auténticos racistas suaves que, aunque también tienden a enmarcar sus argumentos en términos de que los migrantes «roban nuestros trabajos y casas», la diferencia clave con el grupo anterior es el tema de la cultura británica (blanca) amenazada. Finalmente, están los racistas duros y los fascistas directos que fueron responsables de los ataques que tuvieron lugar principalmente en las semanas inmediatamente anteriores y posteriores a la votación. Ciertamente, el tenor de la campaña de Leave les dio confianza a estas personas, pero es un error hablar de la «movilización» del ala derecha: no hubo marchas ni manifestaciones, y los partidos fascistas no obtuvieron apoyo a través de ella. Este fue un aullido de ira, no un proyecto para el futuro, y el resultado reciente de las Elecciones Generales sugiere que tampoco se convertirá en uno.
Los votantes de la clase trabajadora para Remain también mostraron una variedad de posiciones. Hay quienes realmente creen que la UE es una institución fundamentalmente beneficiosa, que existe principalmente para consagrar los derechos sindicales y humanos, implementar protecciones ambientales y permitir a los estudiantes universitarios estudiar durante un año en el extranjero. Luego están los que saben que se benefician directamente de la financiación de la UE, especialmente los trabajadores de universidades y áreas que reciben fondos estructurales. Más idealistas, particularmente entre los jóvenes, están aquellos que están menos seguros de qué es la UE y qué hace, pero que sienten que el apoyo a la idea de ‘Europa’ es defender el internacionalismo, la cooperación transfronteriza y una izquierda -la perspectiva general: una posición que se hace más plausible, por supuesto, dada la forma en que se ha permitido a la derecha monopolizar virtualmente la oposición a la UE. Finalmente, hay quienes son perfectamente conscientes de la naturaleza de la UE, pero piensan que la necesidad de oponerse al discurso racista y antimigrante de la posición principal de Leave era primordial, incluso si eso significaba ignorar la pregunta real impresa en la papeleta electoral. Ideológicamente, podríamos decir que la izquierda pro-UE tiene dos alas: los ‘idealistas’, o en algunos casos completamente fantasiosos, que piensan que la UE existe para prevenir la guerra en Europa, otorgar derechos a los trabajadores, implementar protecciones ambientales y garantizar que los controles fronterizos no molestan a los viajeros, afirmaciones que son tan convincentes como la noción de que el Imperio británico existió para proporcionar una red ferroviaria al subcontinente indio; y los del «mal menor», que varían enormemente en su actitud hacia la UE, desde aquellos que se superponen con los idealistas hasta aquellos que son muy conscientes de las realidades de lo que es y hace la UE.
La última posición involucra una variante local de un proceso global, observado recientemente en las elecciones presidenciales de Estados Unidos y Francia, en el que grandes sectores de la izquierda liberal y radical se han convertido efectivamente en animadores del orden neoliberal existente. En el Reino Unido, esto ha significado dar el apoyo para permanecer en la UE. Se nos pide que confiemos en un «salvador desde arriba» para liberarnos del fascismo, y que no expresemos ninguna crítica por temor a «caer en las manos de» Farage y compañía. Si persiste, esta dependencia de un poder externo debilitará la capacidad de la clase trabajadora y la izquierda para resistir por sí misma. Pero más allá de esto, este argumento tiene dos problemas principales.
La primera es que, como señaló recientemente Nancy Fraser, se basa en ignorar la relación simbiótica entre el neoliberalismo social y la nueva extrema derecha, en particular en la forma en que el primero recrea y recrea las condiciones para que surja el segundo. Si la izquierda evita la tarea de oponerse a ambos, alegando que en esta ocasión, este último es realmente mucho peor, para el cual no tenemos alternativa, la necesidad de la evitación nunca se acabará, porque el populismo reaccionario no va a desaparecer: siempre habrá un Trump o un Le Pen, o un Farage cuya derrota requiere que apoyemos a Clinton, Marcon o Juncker. Yanis Varoufakis lo ha evidenciado de forma bastante explícita en un artículo en el que apoya a Macron: «El imperativo de oponerse al racismo triunfa sobre la oposición a las políticas neoliberales». ¿Se entiende? Nuestro deber es apoyar a la facción dominante de la clase dominante capitalista. Y una vez que se haya brindado el apoyo, los salvadores neoliberales continuarán con las políticas que, en primer lugar, produjeron el racismo. Obviamente, si se está en un peligro inmediato, entonces este debe tratarse antes de cualquier otra cosa, antes de tratar con otros que pueden ser igualmente mortales pero menos apremiantes: de ahí la necesidad durante la década de 1930 de aplastar a los nazis antes de recurrir al derrocamiento de la maquinaria estatal burguesa existente. (Aunque deberíamos tener en cuenta que esto implicaba unir a todos los movimientos sociales y de la clase trabajadora, no correr para pedir ayuda de los socialneoliberales). Nadie, posiblemente, podría estar en desacuerdo con esto, pero para que un paralelismo con la Alemania de 1930 sea convincente hay que aceptar que la amenaza del fascismo, o al menos de la extrema derecha populista en general, es un peligro inmediato.
Y aquí es donde desde el primero fluye un segundo problema. Habiendo argumentado que un voto mayoritario para Leave tendría una consecuencia catastrófica, ese resultado significaba que los Remainers estaban lógicamente obligados a demostrar cómo continuabamos viviendo precisamente después de esa catástrofe. Aquí, la inteligencia teórica guía es menos Nancy Fraser y más Private Frazer de la serie de televisión de la BBC, Dad’s Army: «¡Estamos condenados, condenados!» Decir que no puede haber una Salida de Izquierda es anunciar que estamos derrotados antes de la batalla, lo que en mi experiencia nunca es una fórmula ganadora para involucrar a las personas en actividades políticas. Me opongo a este tipo de fatalismo, no porque crea que los socialistas necesitan mantener el «optimismo de la voluntad» independientemente de las circunstancias reales, sino porque exagera de forma claramente excesiva la fuerza real de la derecha, al menos en el Reino Unido. Para algunos escritores (me viene a la mente Neil Faulkner), estamos en la antesala del fascismo, los verdaderos últimos días de Weimar, pero estas comparaciones son ridículas. El destino del UKIP lo demuestra. En el día después del Brexit, el aire estaba lleno con las predicciones previas de que UKIP barrería con todo, con que Nigel Farage quizás llegaría a ser Viceprimer Ministro de un gobierno Tory proBrexit. En los 12 meses siguientes, el UKIP perdió sus 145 escaños en las elecciones municipales de mayo de 2017, perdió su único escaño parlamentario en junio de 2017 y su participación en la votación cayó del 13% en 2015 al 2% en la actualidad. Ahora ha perdido a su tercer líder en menos de un año. Los votantes del UKIP tampoco se han pasado simplemente a apoyar a los conservadores: algunos ciertamente lo han hecho (y muchos de ellos están volviendo a ser los Conservadores de la clase trabajadora), pero muchos se han mudado al Laborismo. Y piense solo en los acontecimientos del último mes. En términos más generales, si el racismo antimigrante y antiislámico hubiera barrido genuinamente con todo, la narrativa dominante después de los ataques terroristas en Manchester y Londres no podría haber sido la solidaridad, la unidad y la excelencia de nuestros servicios públicos. Si la política se hubiera movido tan decisivamente hacia la derecha, entonces el apoyo al Partido Laborista durante la campaña de las Elecciones Generales no habría aumentado tan implacablemente como lo hizo, incluso en las áreas que votaron por Leave, y ello hasta el punto en que Corbyn hoy es considerado seriamente como un posible primer ministro, después de haber estado en la extrema izquierda del Partido Laborista durante más de 30 años. El Reino Unido está sujeto a múltiples crisis, pero la amenaza inminente del fascismo no es una de ellas.
El problema que enfrentan los Conservadores puede expresarse de manera bastante simple: son el principal partido de la clase dominante británica, sin embargo, debido a la decisión tomada por razones internas del partido -para evitar la amenaza del UKIP y resolver sus divisiones sobre la UE- ahora son los responsables de implementar una política a la que se opone la gran mayoría de esa clase. No es sorprendente, por lo tanto, que la situación haya provocado discrepancias. La lucha de clases no es un juego de suma cero en el que la debilidad de un lado se traduce automáticamente en la fuerza del otro. Si la izquierda está dividida y la clase trabajadora está debilmente organizada, como lo está, entonces esto obviamente es una ventaja para la clase dominante; pero ninguna de estas condiciones significa que todos sus otros problemas ideológicos, geopolíticos o económicos simplemente hayan desaparecido. Tenemos que comenzar desde aquí, y no conjurar un enemigo invencible que solo existe en nuestra imaginación, -esto significaría, simplemente, repetir los errores de la izquierda durante la década de 1980, cuando se suponía que Thatcher y sus gobiernos tenían un nivel subyacente de apoyo popular que, de hecho, no poseían.
El Brexit va a suceder, de una forma u otra. En lugar de perder el tiempo lamentándolo, o peor aún, tratando de revertirlo, la izquierda necesita llegar a un entendimiento común sobre lo que hay que hacer. Una de las razones para apoyar Leave estuvo en que cualquier estado-nación con estructuras democráticas burguesas establecidas es más democrático que la UE, incluso el Reino Unido: algo que es obvio, porque en realidad podemos elegir un gobierno. Como he sugerido, una de las razones del enamoramiento de la izquierda con la UE fue la creencia de que ningún gobierno de izquierda sería posible en el futuro previsible, por lo que tendríamos que confiar en Bruselas para salvarnos. Pero una vez que se abandona el supuesto de una derrota inevitable, la imagen que se ve es bastante diferente. Después del 8 de junio, la situación política sigue siendo muy inestable y se volverá cada vez más grave a medida que las realidades del Brexit se hagan evidentes, por lo que es improbable que no haya otras elecciones generales hasta dentro de cinco años. En estas circunstancias, la tarea de la izquierda radical (que ahora incluye a algunos miembros del SNP y los Verdes, así como en el Partido Laborista) no es elaborar propuestas para (por ejemplo) qué acuerdos comerciales debería firmar el gobierno del Reino Unido, dado que es poco probable que la izquierda esté en condiciones de influir en los términos precisos de cualquier acuerdo de Brexit. En cambio, debemos identificar qué resultados sociales queremos, independientemente de si están actualmente consagrados en la legislación de la UE. El punto de partida debe ser lo que nosotros, en otras palabras, los miembros actuales y futuros de la clase obrera británica, no queremos a pagar por el desastre que está a punto de desencadenarse para el capital británico. Si sectores de la izquierda piensan que los movimientos sindicales y sociales son demasiado débiles para hacerlo, entonces déjenlos que sigan disfrutando de su desesperación en los salones del Grand Hotel Abyss[2]: creo que al menos tenemos que comenzar desde la posibilidad de que la resistencia es posible y que encontrará apoyos.
Tomemos, por ejemplo, la libre circulación de personas. Probablemente, las personas de ambos lados del debate estarán de acuerdo en que un objetivo central de la izquierda es defender los derechos de los migrantes al Reino Unido presentes y futuros, sin hacer concesiones a «preocupaciones genuinas» que simplemente lo que hacen es ceder terreno al racismo. En la UE, la «libre circulación» no se trata principalmente de turistas de vacaciones que esquivan la molestia de presentar su pasaporte en los aeropuertos y cruces fronterizos, se trata de la libertad de circulación de trabajadores para moverse en beneficio del sistema, por lo que está consagrado como una de las «cuatro libertades» junto con la de capital, bienes y servicios. Pero este no es nuestro punto de partida. Queremos abrir nuestras fronteras a las personas como personas, incluidos los refugiados y los solicitantes de asilo, y no sobre la base de un análisis de costo-beneficio de lo que podrían contribuir a la economía británica.
También es importante dónde deben presentarse estos argumentos. Durante el referéndum de la UE, se hizo evidente que había grandes áreas en el Reino Unido donde los argumentos de la izquierda simplemente, durante años, nunca se habían propuesto y que en ese espacio vacío se habían precipitado los argumentos populistas de derecha. (Durante la campaña del referéndum de la UE participé en siete debates o paneles de discusión y, al final de todos, surgió gente y dijo que simplemente nunca habían escuchado antes un argumento de izquierda para abandonar la UE). Sin embargo, si la campaña de Corbyn demuestra cualquier cosa, es que hay una audiencia por lo que son argumentos inequívocamente de izquierda, ya que muchas de las personas que ahora dicen que votarán por los laboristas habrán votado Leave previamente por razones ‘equivocadas’. A este respecto, la izquierda tiene que salir de las áreas donde ya es fuerte e ir a donde actualmente es débil. La experiencia de las etapas finales del referéndum de independencia de Escocia, cuando los partidarios de Sí llevaron la campaña a urbanizaciones periféricas y pequeñas ciudades donde la vida política había estado moribunda durante décadas, puede dar algunas lecciones sobre cómo podría hacerse, pero sea cual sea el modelo: tiene que hacerse.
Esto me lleva a la situación escocesa. Después de la votación del Brexit, el SNP abogó por un segundo referéndum de independencia sobre la base de que la mayoría de los escoceses votaron por Remain. El hecho de que muchas personas en Escocia tengan ilusiones en la Unión Europea es un problema importante, pero el 38% de los votos para Leave de Escocia subestima el alcance del sentimiento anti-UE, ya que hubo una caída importante en la participación de los votantes entre las áreas de clase trabajadora con más pobres y peor calidad de las viviendas, como Glasgow East, el tipo de área que solía votar Leave en Inglaterra. Por lo tanto, el equilibrio real de opiniones es probablemente más igualado que lo que sugieren los resultados, pero, con independencia de esto, es deber de los socialistas argumentar por principios, en lugar de por lo que brinda apoyo momentáneo a una de nuestras causas. Por lo tanto, uno de los problemas clave que enfrenta la izquierda radical en Escocia es argumentar, en contra de los líderes del SNP (y los Verdes escoceses), que la cuestión de la independencia escocesa del Reino Unido y la pertenencia escocesa en la UE son preguntas completamente a parte y requieren referéndums separados, en los que deberíamos argumentar respectivamente Sí en el primero y No en el segundo. La cuestión de la pertenencia escocesa en la UE es absolutamente decisiva, porque no se tratará de temas como la raza y la migración; en otras palabras, la necesidad del argumento del «mal menor» ya no será relevante, en la medida en que alguna vez lo pudo ser, y que tendremos que ocuparnos de las realidades de la propia UE.
Publicado en Salvage el 22/06/2017
https://salvage.zone/online-exclusive/the-national-question-class-and-the-european-union-neil-davidson/
Notas:
[1] La Radical Independence Campaign, organización política formada por la alianza del Partido Verde Escocés, el partido Socialista Escocés, Common Weal y la Red Comunista Republicana. Sus objetivos han sido un programa de política de izquierdas para una Escocia independiente.
[2] Grand Hotel Abyss: es una imagen ficticia que usó Georg Lukács en 1962 («Prefacio a una Teoría de la Novela») para describir su decepción con los teóricos de la Escuela de Frankfurt. «Una parte considerable de la principal intelectualidad alemana, incluido Adorno, se ha establecido en el ‘Grand Hotel Abyss’, que describí en relación con mi crítica de Schopenhauer como ‘un hermoso hotel, equipado con todas las comodidades, al borde de un abismo, de la nada, del absurdo. Y la contemplación diaria del abismo entre excelentes comidas o entretenimientos artísticos, solo puede aumentar el disfrute de las sutiles comodidades que se ofrecen.»
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Señorita Lavinia Lestari Toer, el rey y la reina han revisado minuciosamente su solicitud, decidiendo entonces recurrir a sus servicios para que las cosas dentro del palacio sean más llevaderas. Su paga se realizará semanalmente y contará con un día de descanso de carácter obligatorio (éste queda a su elección). La puntualidad y todos los factores que influyen en su desempeño laboral serán monitoreados semanalmente, así que le recomendamos no cometa ninguna falta grave. Debe cumplir las reglas y realizar todas aquellas actividades asignadas especialmente para usted. Esperamos que su estancia en el palacio sea placentera.
↬ OOC.
― Pseudónimo: six. ― Nivel de actividad: depende de mi musa tbh, puedo ir de un 10 a 4 en menos de 24 horas. ― FC: Cindy Kimberly.
↬ IC.
↬ Nombre completo: Lavinia Lestari Toer. ↬ Fecha de nacimiento: Marzo 19. ↬ Edad: Diecinueve. ↬ Provincia: Zuni. ↬ Casta: Séis. ↬ Empleos previos y empleo actual: Posee un historial como agricultora, camarera y costurera, actualmente ejerce como doncella en el palacio.
↬ De tres a cinco datos relevantes sobre su vida:
― El descenso al Inferno es fácil, especialmente cuando el grueso velo del amor cubre la vista : besó los anillos de Hades y alabó la belleza de Perséfone, aprendió a danzar como las brasas que caracterizan el reino subterráneo. Ella descendió por él. Abandonó el Olimpo de atletas, artistas y vigilantes sólo para estar a su lado. Trágicas profecías no tardaron en ser susurradas, más ninguna importó para la reencarnación de Ariadne. No quería baños de oro ni gemas preciosas, el corazón sólo anhelaba estar junto al nuevo Teseo. Se dejó arrullar por el nuevo ambiente que la casta inferior acarreaba, dactilares de extrema gentileza aprendieron a labrar la tierra y piel morena se acentuó ante las largas jornadas bañada por luz solar. ― Aún recuerdan el día que la llevaron a casa : pequeña, escondida entre demasiadas capas de mantas color pastel, portadora de un nombre que busca honrar la memoria de una matriarca ya difunta. Pertenece a un jardín botánico. Crisantemos que florecen entre los dos pulmones, pétalos que se levantan y descansan con cada suave suspiro. Lavinia es una maravilla, sólo basta con detallar la dermis caramelizada para encontrar brillantes joyas debajo de la misma. Son marfil, poseedores de una suavidad que hace que pequeños vellos en la parte posterior de tu cuello se ericen en señal de saludo. Ella no es polvo de estrellas, es una comparación pagana, en cambio busca un adjetivo terrenal. Mira debajo de sus uñas para encontrar guijarros bebé / tierra que ha excavado tanto como llegan las memorias. No fue hecha para el universo, fue hecha para la naturaleza. Cuatro capullos más decoraron la nueva ramificación familiar durante los años siguientes, cada uno réplica materna, mientras que la primogénita compartía los exóticos rasgos paternos. ― Calzado desgastado y rodillas manchadas de tierra, trenzas azabache decoradas con los fragmentos de hojas que lograban adherirse a sus oscuras hebras ante los incesantes juegos realizados sobre el cómodo césped. Es preciosa en su gloria, los mitos sobre la reencarnación de Deméter resultan correctos. Se ve infinitamente más angelical de ésta manera :inalcanzable para los demonios leviatánicos que buscan el derrame de icor dorado sobre el suelo de exquisito verde / para las deidades que poco a poco devoran el psique inocente hasta dejar sólo un contenedor vacío. Y la rama se quiebra a la mitad ante la inesperada defunción paterna, resultado de una enfermedad cardíaca descuidada, olvidada entre cajas y cajas de memorias alegres. Terrible tristeza /contagiosa depresión envuelve los corazones como zarzas a estatuas olímpicas, amenazando con romper el conjunto de figuras. Pero hay misterios en éste mundo de los que no se tiene conocimiento alguno, como el origen del tenue brillo de la esperanza que nunca falla en desterrar los sentimientos de desesperación. Tenía catorce cuando su padre falleció, y quince cuando su madre se volvió a casar (por amor o por deber, no lo sabe, no desea preguntar ). ― Filoso extremo perfora la yema del índice una y otra vez, pinchazos que ocasionalmente derraman lágrimas escarlata, llanto en oda al sacrilegio : pero no sólo debe aprender el arte de la costura. Quemaduras y cortes de la cocina, pinchazos de la jardinería. Las palmas se engruesan con el tejido regenerado, más ásperas con cada herida. Le toma meses ( unos más que otros ), incontables frustraciones y una que otra lágrima agónica dominar lo básico de los oficios en la nueva casta, pero aprende. No es mucho lo que suministra en comparación a los ingresos parentales, más aquello le otorga lujos con los que sólo soñaba en el estado previo. El colapso de imperios siempre comenzó con una sola palabra, un mandamiento susurrado de los dioses escondidos bajo puertas doradas y fortalezas en lo más alto del firmamento, melancolía colérica que conduce la danza a la destrucción. El negro vuelve a salpicar el lienzo glorioso, nube de tinta en el mar pacífico ; aquél que de manera tan altruista los había recibido perece bajo la crueldad del destino. Harta de la soledad, sofocada con la ausencia, es Lavinia quien da el paso / salta al abismo. Deja una nota antes de partir a la capital, tinta que promete bienestar y eventual retorno glorioso con los suyos. ― Ya no hay hogar, ni seguridad, ni sueños : se enseñó a sí misma a crecer una piel más gruesa, un esqueleto de marfil puro y pétalos de rosa perfumados. Amarilis de marfil en plena floración, fragancias perfumadas a luz solar y cálida vainilla. Es un suave masculino, un masculino de mantequilla derretida. Existe una fuerza ya cansada en su columna vertebral, se mantiene debajo de todo ese peso : Atlas dorado, el firmamento ahora grilletes y cadenas, prisionera de la propia lealtad. Puertas ornamentadas la reciben, se abren para ella, la promesa de bienestar para la pequeña familia a tan sólo un brazo de distancia.
↬ Pasatiempos favoritos (opcional).
― Podría pasar horas hablando el lenguaje mudo, interpretando / replicando con movimientos oceánicos los románticos susurros de la guitarra y el llamado del tambor. Giraría y giraría y giraría, la insoportable fatiga de músculos lo único capaz de detenerla. Bailarina de closet, sólo la nada conoce el cisne que emerge cuando el cuerpo no puede contenerse más, cuando el cántico de sirena cautiva el tímpano e hipnotiza al ser. Por supuesto, los movimientos carecen que del gracejo que caracteriza la profesión, no obstante, aquello nunca le fue impedimento para perseguir el canto de sirena. Se rehúsa a danzar para alguien que no sean las sombras, más por sentido de pertenencia que por temor al peso de la mirada ( y es que durante años ha sido la bocanada de aire en medio de su propio ahogamiento, lo considera un momento íntimo, casi sacrosanto ). ― Encuentra cierta belleza en el crecimiento de la margarita / el florecimiento de la rosa. En un mundo que magulla las palmas ante cada nueva actividad aprendida, el gentil arte de la jardinería la arrulla, trata sus heridas y acalla los sollozos. Ésta pasión la atribuye a la casta natal, y la crianza tan estrechamente relacionada con la natura que gozó.
↬ Características positivas y negativas sobre su personalidad:
Compasiva / leal / intuitiva / apasionada. Testaruda / escéptica / explosiva / rencorosa.
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