#cerro abajo
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unpredictablestuff · 2 years ago
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punchholesinthesky · 26 days ago
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Today I opened youtube and it rewarded me showing me red bull cerro abajo in genova.
Gracias clarosports <3
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saraw4ters · 8 months ago
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bikeaospedacos · 8 months ago
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Após título na Escadas de Santos, Lucas Borba foca na disputa do título do Cerro Abajo 2024
O piloto catarinense, Lucas Borba, vence a competição nacional e se prepara para a segunda etapa do circuito Cerro Abajo de downhill no México.
Piloto catarinense, patrocinado pela Shimano, venceu pela primeira vez a tradicional competição nacional e segue com moral alta para o México, onde, dia 23, corre a segunda etapa do principal circuito de downhill do mundo O ciclista Lucas Borba está prestes a competir na segunda etapa do Cerro Abajo, que ocorrerá em Guanajuato, no México, no dia 23 de março. Ele está em alta após vencer a etapa…
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lemondeabicyclette · 9 months ago
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La 2e course de la série Red Bull Cerro Abajo eut lieu dans le district autrefois notoire de Comuna 13, une partie de Medellín qui était jadis connue pour sa criminalité, mais qui est maintenant une zone de transformation florissante, ce parcours de Medellín était court et plus agréable par rapport à la course chilienne à seulement 1,6 km.
Tomáš Slavík, vainqueur du premier arrêt de la série à Valparaíso au Chili en février 2023, a terminé sixième. Slavík n'était pas à 100% dans cette course, ayant subi des dommages au ligament de la cheville à sa jambe droite de la course de Valparaíso.
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desertbikez · 1 year ago
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Top 3 Runs from Valparaiso Cerro Abajo 2023. The steep streets of Valparaíso in Chile once again played host to Red Bull Valparaiso Cerro Abajo. Tomas Slavik took the win, his third, Valparaíso victory, from Colombian Juanfer Vélez. Slavik's winning time was 2m 16.815s, which was just under 1,5s faster than Vélez, who'd gone last down the course during finals as the fastest qualifier.
Rounding off the podium was Brazilian national champion Lucas Borba.
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senig-fandom · 3 months ago
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hola y buenos días,tardes o noches tengo una pregunta como sería la reacción de sedena (o las demás organizaciones de seguridad) ante una situación como la de la historia de la plaga de la ira? Si no es mucha molestia señorita senig
(Si no sabes que es en Youtube estan los vídeos originales)
es que es uno de mis EAS Scenerio favoritos y se me hizo interesante saber la reacción de ellos y amo tus dibujos <3
Alv...
Me puse a ver el video completo de la plaga de la ira y realmente sentí mucho dolor por el triste final y agradecida que sea una historia.
Y pues por el final, no me da mucha esperanza con nuestros 3 representantes Norte, Centro y Sur... Es como cuando Sur dejo morir a la tierra mexicana cuando su hermana murió y ya no había ni rastro de Centro, dejando un basto océano entre USA y Guatemala y Belice.
Así que aquí una pequeña narración...
___________________________
(Situación toque de queda)
-Señor...¿Qué hacemos?- Algunos soldados estaban rodeando el Zócalo intentando proteger a los integrantes del interior, SEDENA estaba en una encrucijada, pues la plaga del virus había avanzado rápidamente. Ante su único ojo, el representante del Sur, estaba frente a ellos con la enfermedad en estado avanzado.
SEDENA observaba como Sur intentaba aun luchar con la enfermedad, pero era evidente que era doloroso para el, por lo cual su pregunta fue lanzada a su único jefe, México Centro.
Desde el Zócalo Centro observaba a su hermano, Norte en sus pies le suplicaba que capturaran a Sur y que buscaran ayuda para el, pero que no mataran a su hermano, Centro dudoso ante la situación no podía elegir algo para hacer felices a todos, apretando sus mano entre puños y sintiendo grandes dolores de cabeza.
Abajo los soldados seguían matando a los civiles contagiados, pero todos evitaban a Sur, no podían matar a alguien tan importante, no podían matarlo frente a los ojos de sus hermanos.
-Señor...-SEDENA miro hacia donde estaba Centro, pero Sur empezó a moverse, sus movimientos eran erráticos y pareciera que su alma ya dejo este mundo, gritos de dolor era lo que se escucho al moverse.
El mundo para Centro fue lento, entre su hermano enfermo y su hermana llorando, no podía pensar mas opciones.
-abran fuego...-su susurro lo hizo soltar lagrimas- ¡ABRAN FUEGO!-Y así policía militar quien lo tenia en blanco al representante del Sur, lo miro por ultima vez y para el dijo ''Adiós, descansa en paz'', y así un ultimo disparo hizo desaparecer a Sur, escuchando de lejos los gritos de norte.
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(Ataque al presidente)
-Hermano...no llores, hiciste lo mejor que pudiste, hicimos lo mejor que pudimos...así que no llores.-Centro estaba parado afuera de un domo, donde Norte yacía acostada, Centro lagrimeaba aun si su mirada era fría, norte estaba muriendo, despues del ataque que sufrió el presidente, Norte tambien fue afectada.
La secretaria de salud, lloraba por no poder encontrar una cura para la amable representante, que parecía ser la única que podía controlar todo, pero la infección terminaba dañándola mas que ella curándola.
Centro agacho la cabeza, y cerro los ojos, solo para escuchar a Norte decirle ''Gracias por tu esfuerzo y trabajo'' Y así dejan morir a Norte, y a un centro, solitario y una mirada decaida.
Centro camino fuera del lugar, intentando una vez mas crear un plan para este triste e infernal momento, pero poco a poco, los que lo rodearon, y los soldados perdieron la esperanza.
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(Señor...Ten piedad de nosotros.)
-Eduardo...-SEDENA junto a otros integrantes militares, estaban alejados de su gran líder, que aunque parecía estar tranquilo, su mirada estaba lleno de un vacío, todo rastro de fuerza y esperanza, se habían ido junto a su ya fallecidos hermanos.
-Hicieron un gran trabajo, me corresponde a mi como su líder liberarlos para que puedan irse de aquí, nuestra antigua nacían a caído, los demás países nos han abandonado, pero ustedes junto a otros representantes aun pueden vivir en paz en otro lugar.
-¡NO LO ABANDONARESMO!- Grito la secretaria de relaciones exteriores, que era sujetada por MARINA.
-Es una orden, todos aquí presentes han sido fieles a mi en cada momento y lucha, seria doloroso para mi llevarlos conmigo a la desgracia, aun mas con las perdidas que tuvimos.
-Pero Señor...-Centro detiene a SEDENA, con una mano levantada.
-Pero solo les pediré a todos ustedes, un ultimo trabajo, antes de que me vaya, no me queda mucho tiempo y quería cortar cabezas antes de morir, pero no podre, así que les pidiere un ultimo trabajo.
Todos miraron con a Centro, si su líder quien si lucho por toda su gente para intentar ganar esta guerra contra un virus les pedía un ultimo favor antes de su muerte, todos ellos, escucharon atentamente su petición.
-Quiero que traigan a todos esos traidores aquí, quiero a todos esos partidos políticos que se cambiaron de bando para irse a otro pais, y quiero que vayan a Asia del Sur y maten de la manera mas dolorosa posible a quien trajo esta enfermedad, no quiero contagios, no quiero que esto se expanda, pero si quiero al quien la creo o quien sea que tenga esto. Todos ustedes ya conocen los síntomas, serán de ayuda en otros paises por si alguien mas expande esto, este es mi ultimo deseo.
Centro empezó a desvanecerse, por fin despues de años sufriendo, y viendo y viviendo en tragedia, es libre, junto a todas las organizaciones que el creo a su lado, saludando a la bandera y cantando el himno nacional.
Así centro sonríe y una lagrima cae de su rostro, diciendo adiós a este mundo.
___________________
Y así es como termina, iba a hacer un dibujo, pero lo hare en otro momento TvT mas porque estoy llorando.
No se si esto es lo que querías, pero espero y te guste VwV
Y muchas gracias por seguirme y espero seguir dándoles hermosos dibujos a futuro
💚🤍❤️
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danielac1world · 1 year ago
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El atardecer de afuera resplandece,
gato duerme en la cama,
se tapa los ojos con la cola,
ronronea al tiempo mientras se desvanece,
como las cosas que perecen por si solas,
y la nada.
Gato es naranja,
aunque podría haber sido azul,
rojo,
amarillo,
marrón,
o un verte triste...
se despereza por las mañanas,
aúlla despacito en son de su cuerpo dormido,
y se acurruca pegado a la piel en las noches de frío,
que son todas las noches,
en las que el viento sopla desanimado,
su nombre.
Gato se siente solo,
pero no dice nada,
sabe que el silencio es un volcán dormido,
que cuando despierta
ensordece hasta el propio ruido,
y a gato eso no le gusta,
prefiere dormir con el corazón tranquilo,
a tientas de mimos y gotitas de agua,
correr por el jardín
como si tuviera cuatro alas atadas a las patas,
e imaginar que puede dar la vuelta al mundo,
en un ir y venir de su cola animada.
Gato llora por las mañanas,
cuando hay poquita gente,
los humanos son solo humanos cuando duermen,
y los sueños son solo sueños,
cuando uno llora.
A gato le gusta desafiar la física,
jugar a caer alto,
trepar bajo,
y mirar a los ojos,
sabe que la calma está en las pupilas,
y que no toda calma,
es sinónimo de cariño.
Y a gato no le gusta la calle,
ni el pasto mojado,
ni el hambre,
ni los ruidos fuertes,
o los árboles altos,
esos que de golpe crecen rápido,
cuando uno mira para abajo,
¡y eso que gato sabe de miedos!,
un día quiso escribirlos...
pero cerro los ojos y le dio demasiado sueño,
así que sus miedos andan por ahí sueltos,
sin dueño aparente,
haciéndole frente al ruido de las tripas en medio de la calle,
y a la muerte.
Gato tiene los ojos verdes,
ronca bajito cuando duerme mucho,
y se le desvía un ojo para el costado,
cuando no se da cuenta,
aunque él prefiere no darse cuenta de las cosas,
a propósito,
no importa,
gato aprendió,
que las cosas son peligrosas.
Y a humano le gusta alimentar a gato,
a gato le gustan algunos humanos,
los que toman café de una taza bonita
y le sonríen tierno al terminar la velada,
las personas que no le tironean la cola,
y que van de frente a acariciarle la panza,
a gato le gustan también las cosquillas en las patas,
aunque las saca rápido,
porque la costumbre espanta...
por eso gato duerme mucho,
y piensa despacito,
se acuesta en la cama,
y a veces tiene hipo,
disfruta de los pequeños mimos,
el helado que descubre sobre la mesa,
por las cucharas,
y el silencio del mundo mientras otros sueñan.
Gato es solo un gato
en un mundo que es solo un mundo,
con humanos,
que son solo humanos,
con manos que son solo manos,
con mimos que pueden ser más que mimos,
y con un sol que no es más que el tiempo
diciendo adiós a un gato por la ventana,
a la tierra,
y al humano que es más que humano,
cuando nota que los gatos,
también sueñan.
-danielac1world ~Una vela naranja apagándose en el alba~
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circuitovallesycumbressvv · 2 months ago
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SANTIAGO DE MARIA
El municipio tiene un área de 37,71 km², y la cabecera una altitud de 900 msnm. Contiene además los siguientes cantones y caseríos:
El Marquezado: Los Nietos, La Periquera, El Centro y La Carretera
Batres: Batres Arriba y Batres Abajo
El Tigre: El Guarumal, La Castellana, La Joya, Playitas
Loma de los González: El Chirrión, La Bolsa o Cusuco
Las Flores
Las Playas: Las Riveras, Las Lunas, Centro Las Playitas
Cerro Verde: Cerro Verde
Para el año 1841 existió como la aldea del Valle del Gramal en la jurisdicción del pueblo de Tecapa (Hoy conocido con el nombre de Alegría).
En ese tiempo, el cultivo del café cobraba auge en el país. El Gramal también fue una de las localidades que progresó gracias a esa industria, por lo que el 7 de marzo de 1874 fue erigido en pueblo con el nombre de Santiago de María. El nombre se debió a la unión de los nombres del presidente Santiago González Portillo, y el de su esposa María.
Las Fiestas Patronales de esta ciudad son en honor a Santiago Apóstol y se celebran del 20 al 25 de julio; se celebra también la fiesta en honor a San Francisco de Asís el 4 de octubre y casi todo el mes de diciembre sus pobladores realizan una feria en el parque de la ciudad que no se relaciona con actividades religiosas, esta es acompañada de juegos, música, gastronomía, venta de artesan��as y diversos eventos.
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bezna-noptii · 3 months ago
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Detrás de la puerta
"Para mis sentidos, mi propia vida se apoya de espaldas en una puerta gruesa de color marrón obscuro. No estoy del todo seguro si está constituida por madera o cualquier otro material distinto, pero esta puerta se abre mediante un pomo plateado, una manilla estilizada en ondas frías como el hielo, la cual suelo abrir de vez en cuando para asomar mi cabeza hacia atrás, buscando fragmentos del pasado, encontrando trozos de la memoria que a veces trato (sin éxito) de eliminar para siempre. Solo me asomo, recolecto lo necesario, y cierro la puerta, dándole la espalda siempre, avanzando y llevándola conmigo a cuestas. Mi portal no es una ventana. Es una gran puerta que me permite libremente el paso hacia atrás, y por tanto, libremente retorne al presente."
I. Impacto
Aquella mañana de la primera mitad de los 90's, las risas de mi prima Nikita tronaron en toda la casa. Yo seguía acostado, pero salté de inmediato cama abajo porque había llegado alguien a acompañar mi soledad de ese entonces, hijo único. No se realmente el motivo por el cual ella había llegado, pero pasaría el resto del día en mi casa, donde vivíamos mi mamá, mis abuelos y yo. Hacía calor, era principios de Marzo, ya habíamos comenzado a ir a la escuela, pero el verano se negaba a abandonar el campo, el río, los cerros de nuestro pueblo. Para mi, recibir la visita de ella o de su hermano Alfonso, siempre era una fiesta. Ellos tuvieron la buena suerte de crecer relativamente juntos, y yo siempre fui un niño muy solitario, además de ser hijo único. No tenía muchos amigos, ni siquiera me juntaba con los niños del barrio, sencillamente nunca me atrajo las pichangas en la cancha del frente, ni tampoco sentí placer cazar lagartijas o ir a cazar. Mi niño de aquel entonces disfrutaba de hacer "arquitectura" con barro, jugar a las luchas, imaginar monstruos y dibujarlos, fantasear con el mito y la leyenda, los dinosaurios y los libros. Por ese motivo, cuando mis primos me visitaban o viceversa, salía de mi cápsula y sanamente compartía con ellos a nuestro modo.
Esa mañana, mi mamá decidió llevarnos a la ciudad para comprarme zapatillas y otras cosas, así que nos alistamos y fuimos. Primer paso, tomar un taxi que nos llevase a la plaza del pueblo y una vez ahí, tomar colectivo que nos llevase a la ciudad. Así es el trajín que la gente del campo tiene que vivir, entre otras cosas, como la asistencia al consultorio, o depender de últimas micros para llegar a sus casas. Recuerdo que mis zapatillas eran unas Nike negras, y estaba muy contento porque en aquellos tiempos, la compra de calzado era como máximo una vez al año. De vuelta, viajamos nuevamente en colectivo y yo iba en las piernas de mi mamá, riéndonos con Nikita no se de qué. De almuerzo en la casa, pollito asado con ensaladas, mientras mi mamá se apuraba para lavar ropa. No teníamos lavadora automática, sino de esas cilíndricas con fondo negro manchado de puntos blancos que simulaban un espacio, una visión del universo a micro escala. Habían dos, una que servía para lavar y la otra servía para enjuagar la ropa, actividad que mi mamá hacía en el patio.
Con mi prima decidimos que era muy buen momento para salir a andar en bicicleta, pero como solo tenía una bicicleta, había que turnarnos: una vuelta hasta la cancha ella, luego una vuelta hasta la cancha yo, todo en línea recta. Todo estaba extremadamente tranquilo, no recuerdo grandes bullas, ni tampoco algo que perturbara el ambiente. No obstante, lo que sucedió si perturbó la línea de tiempo de aquel niño de seis años por mucho, mucho tiempo.
En aquellos tiempos solía salirme mucha sangre de nariz por cualquier motivo; golpes en la cabeza, golpes en la nariz, agitarme mucho, etc. Esa tarde, el motivo por el cual mi nariz comenzó a gotear sangre, fue el calor, el sol la bici. Había llegado hasta la cancha, y a lo lejos vi que se acercaba una camioneta por la otra pista. No entendí muy bien el por qué, pero me estaba ahogando en mi propia sangre, así que di la vuelta con la finalidad de legar a la vereda y subirme antes que la camioneta llegase a alcanzarme... o al menos eso fue lo que creí.
Todo fue muy rápido.
Todo fue muy borroso.
La camioneta en vez de disminuir la velocidad, aceleró. Solo la vi acercarse rápidamente hacia mi, y luego el impacto. Recuerdo un sonido metálico muy fuerte, un estruendo enorme en esa calle vacía. Recuerdo haber visto en cámara lenta el parabrisas desde el aire, y luego caer al capot (otro estruendo) y luego azotarme en la vereda. Estaba cubierto de sangre de nariz, lo que em daba un aspecto aún más trágico. Quise levantarme, y mis piernas no reaccionaron. Luego, la gente salió de sus casas, y lo único que hicieron fue rodearme, nadie hacía nada, nadie me auxilió. Lejos, mi mamá corría desesperadamente, con una polera toda mojada y llena de perros de ropa. Cuando llegó a mi, lloraba y me daba cachetadas en la cara para que reaccionara, porque estaba perdiendo el conocimiento. Su terror se acrecentó cuando me pedía que me pusiera de pie y no podía mover mis piernas. Recuerdo que la ambulancia nunca llegó, y me llevaron en una juanita de los pacos. Por la ventana, vi a mi vecino llevar la bicicleta a mi casa, y mi prima llorando desde la puerta. ¿La bicicleta? un acordeón. ¿Mi pierna? fracturada en tres partes.
Desperté en el hospital de Los Andes. Gritaba de dolor, y el trato fue muy hostil. Me desnudaron y me acostaron bruscamente en un somier de madera. Apareció una persona y me manguereó sin medir la fuerza del agua ni tampoco mi padecimiento. Lloraba a mares.
Había otro problema, no habían camas, así que me dejaron en una sala con personas adultas muy, pero muy enfermas, casi moribundas. Casi todos eran ancianos, salvo un adulto joven que estaba a mi lado. Recuerdo que uno de esos ancianos tenía bulbos en el cuello y en la cara, y me gritoneaba porque lloraba mucho y llamaba a mi mamá.
Han pasado muchos años desde aquel entonces. Hoy soy un hombre, y abro la puerta para recordar a ese niño que vio su pierna hecha astillas. Y abrazo a ese niño temeroso, tímido, que estuvo en esas salas antiguas y gélidas de aquel hospital, llamando a su mamá desesperadamente, esa mamá que no dejaban ingresar por protocolos estúpidos de hospital. Abrazo a ese niño que luego del alta del hospital, sufrió pesadillas por muchos años, pesadillas donde era echado a un horno gigante, un niño que iba a ser devorado quizás por el recuerdo inconsciente de las patologías vistas en ese lugar. Abrazo a ese pequeño que tuvo que vivir en silla de ruedas un año casi completo, yendo a la escuela, sufriendo por el dolor de su pequeña extremidad, y la vergüenza infantil de ser un inválido en un lugar de caminantes. Abrazo y acojo con el alma a ese pequeño Cesarín, Chechito, Chechitonacho, que jamás volvió a dejar de tener sumo cuidado al andar en bicicleta, y que jamás se dio por vencido a pesar de todo lo acontecido en ese instante y más adelante. Y por supuesto, abrazo también a ese niño... niño que jamás pudo usar su zapatilla Nike negra izquierda.
Cierro el portal.
#e
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loshijosdebal · 5 months ago
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Capítulo XXVI: Poción de elocuencia
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Despertó al mediodía. Habría seguido durmiendo si no fuera porque algo, una caricia persistente que recorría su brazo de arriba a abajo, la sacó del sueño. Alicent entreabrió los ojos, aturdida. Los rayos de Magnus caían sobre su rostro, cegándola. Cerró los ojos y giró sobre sí, convencida de que estaba en su casa a pesar de que su cama nunca antes se había sentido tan cómoda. Se estaba a punto de volver a dormir cuando una nueva caricia la ató a la vigilia. Aunque intentó pedir cinco minutos más, solo salió un gruñido de su boca. Tenía demasiada sed. 
—Nunca imaginé que durmieras tanto —dijo Seth—. Estás muy bonita durmiendo, hasta cuando babeas —comentó con una risa suave. 
Alicent parpadeo un par de veces, desconcertada. ¿Qué hace Seth en mi habitación? Se removió en la cama y estiró el brazo, buscando su manta de piel para cubrirse, avergonzada de que él la estuviera viendo así. Tanteó la tela mientras volvía en sí hasta que se dio cuenta de que estaba tocando la manta, pero no su manta. Se parecía más a las que Idgrod y Joric tenían en sus habitaciones. Extrañada y medio despierta volvió a girar sobre sí, hacia la luz, hacia la voz de Seth, dispuesta a descubrir lo que estaba pasando. Fue durante el giro que terminó de despertar, y los recuerdos de la última noche la atravesaron como el rayo la atravesó en el pasado: sintió su cuerpo entumecido paralizarse, y sus brazos empezaron a temblar tanto que parecía estar convulsionando. Incluso podía sentir el escozor justo en la zona por la que había entrado. 
Alicent se aferró a las sábanas. Eran más finas y ligeras que ninguna otra sábana que hubiera usado nunca, tanto que ondeaban un poco por el tembleque de sus manos, haciendo cosquillas sobre su piel. Seguía desnuda, tal y como Seth la dejó en la cama después de… después de… 
Abrió los ojos de par en par. Seth estaba de pie frente a ella, sonriendo como si nada. Como si acabara de regresar del Cerro tras un día normal y todo estuviera bien. Alicent se incorporó despacio sin apartar la vista de él, sin apenas parpadear, aferrada a las sábanas con ambas manos bajo la barbilla, ocultando su desnudez. Sintió la tentación de taparse hasta la cabeza como hacía por las noches, cuando se quería ocultar de los monstruos. Pero ahora vivía en una torre llena de monstruos, de vampiros. Y luego estaba Seth. En aquel momento Seth también le parecía un monstruo, aunque fuera humano. 
—Te he traído esto, supuse que tendrías hambre.
Seth dejó una bandeja de madera redonda junto a ella. Tenía un vaso con zumo, un par de bollos dulces, un trozo de empanada de carne y una jarra con agua. Alicent se lanzó a por el agua y bebió varios vasos con desesperación; la última vez que había comido y bebido había sido en Morthal, en su casa. Miró hacia la comida, pero tenía el estómago revuelto. En realidad, sentía un malestar general por todo el cuerpo que crecía junto a su tensión, como alimentado por los nervios.
—No tengo hambre —murmuró, mientras alzaba la mirada despacio, desde la bandeja hasta sus ojos. 
—Entiendo —dijo él—. Prefieres que hablemos antes. Imagino que tendrás muchas preguntas. 
Seth no parecía sorprendido. Ni siquiera parecía sentirse ni un poco culpable. Le mantuvo la mirada sin problema e incluso suspiró con pesadez, como si le molestara su actitud. Aquello la enfadó. La enfadó tanto que el malestar y las ganas de llorar se convirtieron en coraje. 
—Tampoco quiero hablar contigo —espetó. 
Seth apretó los labios y la miró con advertencia. Su madre siempre la miraba así cuando seguía pidiendo algo que ya le había denegado, como cuando insistió en ir a Soledad junto a sus amigos hacía un par de años, la primera y única vez que la jarl la había invitado a un viaje. Sabía lo que significaba aquella mirada: “Sigue así y te ganarás un castigo”. Seth se sentó a su lado y apoyó una mano en su hombro. Alicent no se atrevió a apartarla de un empujón, amedrentada por su mirada, pero el tacto de su piel era algo insoportable y vertiginoso, tanto que se tuvo que mover. 
—Aléjate de mí —dijo casi en un grito, con la voz llena de desesperación.
Prácticamente, saltó al otro extremo de la cama. Lo hizo de una manera tan brusca que, sin querer, tiró la bandeja. El pastel y los bollitos salieron volando, el zumo se desparramó por la cama y por el suelo, donde tanto el vaso, la jarra, como el resto de la vajilla cayeron, armando un estruendo. Seth se levantó a tiempo de esquivar el zumo y se quedó de pie desde el extremo de la cama. Alicent lo miró, aunque no lo quería ver; se sentía más segura si podía vigilarlo.
—¿Pero se puede saber qué te pasa? —preguntó Seth con sorpresa, mirando el desastre que había hecho en el suelo— ¿Te has vuelto loca? 
—¿Cómo que qué me pasa? Me pegaste —acusó con la voz crispada, incrédula, sin poder creer que tuviera que justificar su actitud—. Seth, me trajiste a un nido de vampiros. Y luego… luego… —Alicent apretó los ojos con fuerza y se le escaparon las lágrimas ante el doloroso recuerdo del abuso—. ¿Cómo pudiste hacerme eso…?
—Pensaba explicártelo ahora, pero… —Seth se pausó un momento y frunció el ceño, como si acabara de caer en la cuenta de algo—. Espera, ¿qué se supone que te he hecho? 
Alicent parpadeó un par de veces, mirándolo. Seth la miró de vuelta con una expresión tan desconcertada que Alicent se la creyó. Tanto que, por un momento, se preguntó si en vez de cruel no sería estúpido. Alicent apretó los puños bajo la barbilla, todavía aferrada a la sábana.
—Te aprovechaste de mí. Me… Me… —violaste. Esa era la palabra, pero Alicent fue incapaz de decirla en voz alta. Intentó buscar otra forma de llamar a lo que había pasado la noche anterior, pero no la encontró—. Yo no quería, y tú me…
—¿Yo, qué? —la cortó Seth, con ambas cejas levantadas y una mirada desafiante. 
Alicent se encogió en el sitio, pero no se dejó amedrentar.
—Me usaste como a una muñeca y me metiste… me metiste eso. Me obligaste a…
—Yo no te obligó a nada. 
Seth la cortó de nuevo. Alicent abrió la boca con indignación e intentó defenderse, pero Seth levantó la mano, haciéndola callar. 
—No, déjame hablar a mí, Alicent. 
Apretó los labios, mirándolo. No le interesaba nada de lo que él tuviera que decir, no había excusa en el mundo que justificara sus actos, pero no tenía otra opción. En aquel momento dependía de Seth para poder volver a Morthal. Dependía de él incluso para abrir la maldita puerta del cuarto. Así que asintió, se cruzó de brazos con cuidado de no soltar la sábana y lo miró en silencio, haciéndo saber que lo escuchaba. 
—Tú elegiste venir, yo no te obligué. ¿No es verdad? —Alicent apretó los labios y asintió—. Y anoche te di muchas oportunidades para parar, pero no hiciste nada, ¿o me equivoco? —Aunque en esa ocasión Alicent no hizo ni dijo nada, Seth se tomó su silencio como una confirmación—. ¿Ves? Tú querías hacerlo tanto como yo, Alicent, no sé cómo puedes acusarme de algo así.
Alicent quedó atónita, sin palabras. ¿Era posible que Seth creyera de verdad que ella había querido? Su boca se torció en un mohín disgustado y bajó la cabeza. Aunque no podía recordar todo con exactitud, era cierto que él le había dado la opción de bañarse sola y que ella no se había negado a su ayuda. ¿Había sido su culpa? Quizá si se hubiera esforzado un poco más podría haber hecho o dicho algo y nada de aquello hubiera pasado. 
Seth pareció darse cuenta de que estaba bastante confundida, porque su mirada adquirió un matiz comprensivo. Rodeó la cama y se volvió a sentar junta a ella, con el cuerpo girado en su dirección. En esa ocasión no la intentó tocar, cosa que ella agradeció internamente. 
—Alicent, lo que pasó fue porque tú quisiste. Porque sientes algo por mí, al igual que yo lo siento por ti. Entiendo que… —miró hacia abajo, hacia su vientre cubierto por la sábana. Alicent se aferró más a la sábana y él subió los ojos a los suyos—. Es normal que te duela, ¿vale? Y se te pasará. Siempre ocurre la primera vez. Pero no es justo que me acuses de algo así solo porque no ha sido como sea que te hayas imaginado. Es que no, Alicent. ¿No te das cuenta de lo horrible que es lo que insinúas? Haces que parezca… que me sienta un monstruo. 
Alicent agachó la mirada, sintiendo una punzada de culpa. Intentó ponerse en su lugar y pensar en cómo se sentiría ella en su situación. Por más vueltas que le dio, no se veía capaz de hacerle daño de manera voluntaria. No se veía capaz de dañar a un extraño, mucho menos a alguien a quien quería. Era imposible. Y como Seth la quería, debía ser lo mismo para él. 
—No sabía lo que estaba pasando —reconoció en un hilo de voz, bajando la mirada—. Estaba tan asustada que ni siquiera me podía mover. ¿Cómo…?¿Cómo pudiste pensar que quería hacer… eso, después de todo lo que acababa de pasar? —lo miró, con lágrimas en los ojos. No solo quería que él la entendiera, sino que también lo quería entender ella misma—. Creía que… Después de lo que pasó en el Cerro… Me prometiste que esperarías —acusó al fin antes de romper en llanto, sintiéndose traicionada al recordar la promesa rota.
Seth parpadeó un par de veces y luego la miró de esa manera que hacía que se sintiera tonta, como si hubiera dicho una estupidez. 
—Y he esperado. He esperado a que estemos juntos, a que vivamos juntos. Estamos comprometidos, por Mol… —Seth se cortó y respiró hondo, su nariz aleteó un par de veces  y la miró con frustración—. Por Los Ocho, Alicent. ¿Cuánto más querías que esperara? ¿A después de la boda? Ya no estamos en la Segunda Era. 
Molag. Casi jura por Molag. 
Seth apoyó una mano en su pierna y Alicent se levantó de la cama sin soltar la sábana, de nuevo atemorizada. Lo poco que sabía de Molag Bal bastaba para saber que jurar por él era algo malo. Muy malo. Quería apartarse más de él, de la cama, pero el cuerpo de Seth tenía atrapada la sábana contra el colchón y Alicent no tenía más ropa con la que cubrirse.
—¡No me toques! —pidió con la voz rota. Se sorbió la nariz, sintiendo como las lágrimas resbalaban por sus mejillas—. No me toques —repitió más bajo, susurrando. 
Seth se tensó y el enfado brilló en su mirada. Al hablar, su voz sonó mucho más fría que antes, sin ningún rastro ya de comprensión ni paciencia. 
—Lo diré una sola vez. Si quieres vivir aquí, tendrás que empezar a portarte como una adulta. Ya eres una mujer, Alicent —le recordó—. Y yo soy un hombre, y no tengo por qué aguantar esto. 
Seth se levantó de la cama y Alicent pudo retroceder hasta pegarse contra uno de los cuatro pilares que, junto al medio muro de piedra, delimitaban el área de la cama. Reprimió un respingo al sentir la piedra fría contra su piel desnuda. Seth hizo un gesto de desdén con la mano y le dio la espalda. Antes de salir de la habitación, un aura morada rodeó su mano y un lobo salvaje, también rodeado de un halo morado, apareció a los pies de la cama. Siempre que Seth invoca un animal, su magia es morada. Pero cuando no, es blanca. Aquel lobo la miró de una forma extraña, como si quisiera abalanzarse a ella, pero en lugar de eso rodeó la cama y empezó a comer y a lamer la comida y el líquido que habían caído al suelo.
Alicent se quedó mirando hacia el animal y no volvió a alzar la vista hasta que escuchó pasos acercándose. Seth había vuelto a la habitación y caminaba hacia ella, mientras terminaba de beber una poción. Alicent miró el frasco, opaco, amarillo y circular, sin ser capaz de reconocer qué poción era. Se pegó más contra la pared cuando Seth se detuvo, apenas a medio paso de ella. La miró con hartazgo.
—Bueno, ¿y qué vamos a hacer ahora? ¿Te vas o te quedas?—preguntó. Alicent lo miró con incertidumbre y sintió una punzada de esperanza—. Pero si te vas…, olvídate de volver nunca, porque… 
—¿Me puedo ir? —interrumpió, mirando hacia la puerta de la habitación y luego a él—. ¿De verdad?
Seth la miró con una extrañeza que su expresión corporal reforzó. 
—Pues claro que te puedes ir. ¿Pero tú has visto cómo me tratas? —reprochó—. Primero te meas encima y haces que te limpie yo. Luego me acusas de que he abusado de ti cuando eras tú la que estaba encima, y no contenta con eso tiras la comida que te he preparado. Que esa es otra —sonó extrañamente herido, como si aquel detalle lo molestara sobremanera—. La preparé yo, porque quería hacer algo especial por ti durante tu primer día aquí, y mira cómo me lo has pagado. Si así va a ser nuestra vida juntos, ¿crees que te quiero aquí? Vete cuando quieras, porque, ¿qué será lo próximo que digas si te intento hacer cambiar de opinión? ¿Que te tengo secuestrada?
Alicent abrió la boca, sorprendida, pero la cerró de inmediato con vergüenza, sintiéndose culpable por haberlo hecho sentir así. Aquella situación era agobiante y le costaba estar segura de nada. A veces parecía obvio que él no había hecho bien las cosas, pero después se mostraba frágil y, desde su perspectiva, ella tampoco se estaba comportando bien. Seth se giró, frustrado. Parecía al límite. A Alicent se le encogió el estómago al verlo resoplar mientras se pasaba una mano por el pelo hasta dejarlo revuelto, como si no supiera qué más hacer para que le entendiera. Ella se sentía exactamente igual. Odiaba aquello, el estar haciéndose daño así, mutuamente. 
De golpe, Seth tuvo un arrebato. Gritó con frustración y lanzó el frasco que tenía en la mano contra una de las paredes exteriores. El frasco explotó y los fragmentos de cristal cayeron por la zona del escritorio bajo la mirada tensa de Alicent. Entonces un nuevo ruido estridente la sacó de sí; Seth acababa de patear la jarra de agua metálica. Se encogió de nuevo por el ruido, asustada, y lo miró con precaución. Seth respiraba de manera superficial, intentando tranquilizarse. Odiaba verlo así, tan afectado. Además, descubrir que él estaba dispuesto a dejarla ir la hizo sentir peor, más culpable. 
—Seth, yo… Yo no quería que pasara nada de esto. Yo… —se intentó explicar.
Seth la cortó con un resoplido derrotado.
—No querías que pasara nada de esto, no querías que pasara lo de ayer… —replicó sin mirarla—. ¿Hay algo que quieras? 
Alicent reprimió un sollozo, por el reproche. Aunque sabía lo que quería, no fue fácil decirlo, porque entendía las consecuencias. Seth lo había dejado claro, nunca volverían a estar juntos. Nunca la dejaría volver con él. Aún así, lo único que Alicent deseaba en aquel momento era volver a Morthal. Daba igual que Lami la fuera a castigar de por vida, porque tras regañarla la abrazaría y cuidaría de ella hasta ayudarla a olvidar todo lo que había pasado. 
Tomó aire, cuando logró hacerse cargo de su decisión. 
—Quiero irme a casa.
Seth la miró con una expresión indescifrable que le heló la sangre. 
—Me temo que no puedes volver a tu casa —dijo Seth—, pero viendo lo visto quizá lo mejor sea que te vayas de aquí. 
—Pero… Pero has dicho… ¿Por qué dices eso? —preguntó, confundida. ¿Cómo no iba a poder volver a su casa? Por muy enfadada que estuviera su madre, Alicent estaba segura de que la recibiría. Entonces su cara perdió el color—. Mi… ¿Mamá ha…? —dejó la pregunta en el aire. 
Seth la miró en silencio, apretando los labios. Cuanto más tardaba en responder, más le dolía cada latido de su conrazón. Hasta las piernas le fallaron, y se empezó a escurrir lentamente hasta el suelo. No podía ser verdad. Su madre no podía estar muerta. Cuando ya estaba sentada sobre la fría piedra, Seth se agachó frente a ella. 
—Lami está viva. Llegué justo a tiempo. —Seth apretó los labios unos segundos antes de seguir hablando—. Mira, Alicent, a pesar de que tú fuiste la primera en agredirme, te quiero pedir perdón por devolverte el golpe. No debí hacerlo, pero perdí los nervios. Venía justo de salvar a tu madre y a todo el pueblo, y lo primero que me encuentro es a ti encerrada en una celda por haber tratado mal a mis amigos. Y en cuanto te saco y te traigo aquí para que estés más tranquila y podamos hablar, vas y me dices que me odias. —Seth agachó la mirada hacia el suelo, hacia el espacio existente entre sus pies y sus rodillas—. No debí traerte aquí. Soy un idiota —musitó—. Está claro que lo haces. Desde que te traje, no dejas de demostrar que lo haces. 
—Yo te quería, Seth —susurró, con la voz ahogada por las lágrimas. 
—Me querías… —repitió él, todavía sin mirarla. Suspiró de nuevo y se levantó. Alicent tuvo que alzar la barbilla para poder mirarlo a la cara. Parecía tan triste que su corazón, maltratado desde la noche anterior, se retorció un poco más en su pecho—. Pues ya está. Aquí se acaba todo. Voy a hablar con Movarth para ver qué hacemos contigo. 
Alicent tardó unos segundos en adivinar quién era Movarth. Laelette había llamado así al vampiro que estaba dibujando los planos cuando ella entró a la sala. 
—¿Cómo que qué vais a hacer conmigo? —preguntó con un hilo de voz, temiendo la respuesta.  
—El clan de Movarth es como mi familia, Alicent. Pensaba que podía confiar en ti y compartirte nuestro secreto, pero… está claro que no puedo confiar en ti. —Alicent abrió los ojos sorprendida, aterrada, empezando a negar al entender lo que sugería— Seguro que vuelves a Morthal y le cuentas a todo el mundo sobre el clan o, peor, que te he violado. No puedo permitir eso, Alicent. No podemos. 
Aquello solo podía significar una cosa. Voy a volver a la celda. Y no por solo unas horas. Empezó a temblar, tanto que la sábana se resbaló de sus manos, cayendo sobre sus piernas. En aquel momento tenía tanto miedo que ni siquiera pudo sentir vergüenza por quedar desnuda; se separó de la pared y quedó de rodillas ante él, se agarró a la tela de sus pantalones y alzó la barbilla para mirarlo, desesperada.
—N-No, Seth… Por favor… Yo… yo te quiero, no me… 
Seth bufó con cinismo. 
—¿Ahora sí me quieres? 
—Te quiero, lo juro. Haré lo que sea para demostrarlo —ofreció en un acto de desesperación—. No quiero… Quiero estar contigo —aseguró, mientras se agarraba a sus piernas con fuerza, impidiendo que él pudiera alejarse—. Por favor, Seth —su llanto se hizo más fuerte—. Lo que sea —repitió—, para que me creas. 
Seth la miró unos segundos antes de ladear un poco la cabeza y estrechar los ojos.
—Bien. Si dices la verdad, demuéstralo. 
Alicent le devolvió la mirada, parpadeando un par de veces con rapidez para deshacerse de las lágrimas. 
—¿C- cómo? —tartamudeó.
—Ya sabes cómo. 
Alicent abrió mucho los ojos al comprender, y tuvo que morderse el labio inferior para contener el ruidoso llanto que quiso acompañar sus lágrimas. Quería que hicieran eso de nuevo.
—Si tan solo supieras lo difícil que es —dijo Seth, suspirando con pesadez—. ¿Crees que me gusta ver cómo lloras y te resistes?  Ayer cuando estuvimos juntos, tú me diste permiso. Lo hiciste en el momento en el que no dijiste no. Te di la opción de parar, y tú te quedaste callada. Lo único que quiero es que me quieras tanto como yo te quiero a ti, Alicent, ¿por qué lo tienes que hacer tan difícil?
—Tienes razón —respondió con un tono apagado, pensando en la celda fría y oscura, rodeada de esclavos semidesnudos que servían de alimento y a saber de qué más a los vampiros. No quería volver allí por nada en el mundo—. Perdón por no haber sabido decir que no quería —añadió, soltando una de sus piernas para limpiarse las lágrimas con un nudillo—. La próxima vez… La próxima vez te lo diré. Lo prometo. 
—No es lo que quería decir —dijo Seth, cansado—. Te quiero y, según tú, también me quieres. Vamos a estar juntos y a pasarlo bien, ¿vale? Nadie dice que tengas que hacer algo que no quieres, pero debes entender que yo no tengo por qué seguir esperando por ti. Si no queremos lo mismo, no tiene sentido que sigas conmigo.
Alicent tragó saliva, sintiendo que se le erizaba la piel. Había captado la amenaza. 
Seth se inclinó y la ayudó a ponerse en pie. Aunque estaba completamente desnuda, él la miró a los ojos.
—Mira, Alicent, no quiero que te sientas obligada a nada. Solo entiende que tengo mis necesidades.
—Vale —aceptó, agotada. Si aquello tenía que pasar, quería que pasara cuanto antes. 
Los ojos de Seth brillaron de una manera extraña, oscura. Dio un paso hacia ella y volvió a ladear la cabeza; ahora su expresión le recordó a la del lobo que había invocado.
—¿Vale? —preguntó. Alicent asintió, con el cuerpo cargado de tensión—. ¿Vale, qué?
Alicent agachó la mirada, muerta de vergüenza y de miedo, odiando que estuviera prolongando aquello, haciéndolo más humillante para ella.
—Que lo haré —masculló—. Lo haré por ti. 
—¿Que lo harás por mí? —cuestionó Seth. El tono que usó la hizo saber que había dicho algo mal, aunque no entendió el qué hasta que él siguió hablando—. Y luego, la próxima vez que no sepas controlar tus emociones, ¿qué harás? ¿Volver a decir que te violé? No, Alicent. Pídemelo. Pídeme hacerlo y entonces, te creeré. 
Seth acortó la distancia con ella y le levantó la barbilla, obligándola a mirarlo a los ojos.
—Pídelo, Alicent. O se acabó. 
—Pero… —balbuceó—. Pero no sé cómo… 
Seth suspiró. Su aliento caliente chocó contra su cara. Tenía un olor floral que Alicent reconoció. Olía a lengua de dragón y a cardo lanudo, los ingredientes base de las pociones de elocuencia. Alicent apretó los puños con rabia al comprender que él había hecho trampa, que la había manipulado. Pero optó por no decir nada, consciente de que la rebelión solo la llevaría a una celda.
—Dime que me quieres —ordenó Seth. 
—Te quiero —dijo al instante, sin vacilar. No era mentira, le quería. Al menos a una parte de él, aunque esa no estaba presente en ese momento. Si es que existe. 
Seth sonrió satisfecho, con amplitud. La seguía mirando como si fuera un lobo y, ella, su presa. 
—Ahora di que quieres ser mía. 
—Quiero… Quiero… 
Las palabras no salieron de su boca. No podían. Seth tensó la mandíbula y sus dedos se tensaron, agarrando su mandíbula con más fuerza que antes. 
—Dilo. 
—Quiero… Quiero ser tuya —consiguió decir, con nuevas lágrimas resbalando por su cara. 
Sin pronunciar palabra, Seth rompió la distancia y se pegó a su cuerpo y la empezó a besar a la vez que dirigía su cuerpo hacia la cama. Alicent correspondió al beso con más empeño que nunca, desesperada por cumplir sus expectativas y evitar que la encerrara en el sótano. Se besaron sin pausa hasta que Seth se separó para coger aire. Él retrocedió un paso y la miró de pies a cabeza. 
—Desvísteme —ordenó. 
Alicent contuvo las ganas de negarse y empezó a hacerlo con torpeza. Le quitó primero la camisa, mientras él acariciaba su cuerpo desnudo. Tenía los pezones duros por culpa del frío y esto pareció satisfacer a Seth. 
—En el fondo tú también quieres —comentó tras acariciarlos. 
Alicent no replicó. Luego Seth metió la mano entre sus piernas, pero la sacó a los pocos segundos con un resoplido, mirando sus dedos. Alicent siguió su mirada y vio que estaban completamente secos. La miró con reproche, como si aquello fuera culpa suya, y después cogió una almohada y la tiró al suelo, frente a él. 
—Ponte de rodillas, sobre la almohada.
Su voz sonó tan malhumorada que Alicent obedeció sin rechistar, pese a las dudas. Se arrodilló encima de la almohada, con el cuerpo orientado hacia él. Seth desanudó sus pantalones con parsimonia y los bajó, dejando libre su miembro. Era… pequeño. Alicent lo miró con atención. Por un momento se preguntó cómo era posible que esa cosa pequeña, flácida y rosa le hubiera hecho tanto daño la noche anterior.
Seth malinterpretó sus ojos sobre él, porque sonrió con orgullo. Se empezó a masajear el miembro y Alicent parpadeó confusa, viendo cómo se inflaba hasta que estuvo completamente duro. Ayer, en la bañera, habría jurado que era del tamaño de su antebrazo, pero, ahora que lo tenía enfrente, pudo apreciar que no era más grande que su mano.
—Bien. Ahora, abre la boca.
Alicent levantó la barbilla, sin entender para qué quería que hiciera eso. 
—¿La boca?
—Hazme caso. Esto lo hago por ti, para que no tengas que hacer nada que te duela.
Aún confundida, le hizo caso y, para su horror, lo acercó a su boca. Alicent la cerró por un impulso, pero Seth empezó a restregar la punta contra sus labios y también los golpeó un par de veces, hasta que Alicent cedió y los separó de nuevo. 
Lo sintió deslizarse por su lengua, caliente, palpitante, e infinitamente desagradable. Cerró los ojos, y aguantó como pudo las ganas de llorar y también de vomitar, mientras Seth se empezaba a mover su boca, agarrando su cabeza para llevar el ritmo, que fue creciendo de intensidad mientras Seth jadeaba. Llegado a un punto Seth gimió y apretó su cabeza contra su pubis. Alicent sintió varios chorros de líquido chocando contra la garganta y el paladar. En cuanto Seth la soltó escupió aterrorizada, temiendo que se hubiera meado, y empezó a toser entre arcadas. Para su confusión, aquello no era pis, sino un líquido blanco y espeso que poco a poco se iba impregnando contra la piedra del suelo. 
Seth soltó una risa aguda, bastante desagradable, y se agachó frente a ella, besando su frente. 
—Ahora eres mía de verdad. 
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dr-fetish37 · 1 year ago
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Lilly parte 2
las enfermeras comenzaron a limpiar los restos de orina que había en mi vagina para después colocarme un pañal, quitaron cuidadosamente la cinta de mis ojos para no arrancar mis pestañas y empujaron la camilla directo al elevador.
una vez que llegamos a la planta baja, acercaron la ambulancia para poder subir mi camilla, esta vez, subieron 2 enfermeras conmigo y la doctora en la parte de adelante con el conductor, y en vez de conducir al hospital, me llevaron a casa.
durante el caminó hacia mi hogar, las cosas estaban poniéndose un poco difíciles para mí, pues mi vagina no dejaba de desechar orina y yo estaba comenzando a deshidratarme, por lo que las enfermeras, tuvieron que quitarme el pañal y hacerme un cateterismo vaginal para controlar mi flujo, al terminar de insertar el tubo por mi vagina, hicieron un cambio de pañales y conectaron otra intravenosa a mi cuello para hidratarme.
al llegar a mi casa, ya los esperaba mi esposa con la puerta abierta, los paramédicos bajaron cuidadosamente mi camilla junto con las máquinas y los sueros, al no tener una habitación en la planta baja, acondicionaron la sala y dejaron mi camilla junto con las demás cosas.
la ambulancia se fue y las enfermeras se quedaron para explicarle a mi mujer que estaba muriendo y ellas se quedarían con nosotras para monitorearme y darme los cuidados paleativos ya que ella trabajaba.
al despertar, lo primero que vi fueron mis piernas alzadas aún en la camilla ginecológica, y después me percaté que estaba en casa, por lo que supuse que en efecto, la operación había salido mal.
lo confirme cuando empecé a marearme, las alarmas de las máquinas habían comenzado a acelerar y me era cada vez más difícil respirar a pesar de estar intubada, mi vista comenzó a nublarse y luego perdí totalmente el control de mi cuerpo, escuchaba de fondo el sonido de las máquinas anunciando que mi corazón estaba fallando, salía espuma por mi boca, mis ojos se habían volteado hacia atrás y había comenzado a convulsionar, mi pelvis se alzaba contrayendo mi vagina y mi ano, el catéter temblaba por el movimiento vaginal, mi garganta lanzaba sonidos de traqueteo y cada vez se me hacía más difícil respirar, mis enormes senos brincaban de arriba a abajo y se movían de un lado a otro, mi cabeza se hundía en la almohada y los tubos que salían de mi boca también temblaban, las enfermeras inexpertas comenzaron a practicarme RCP mientras convulsionaba y me perforaron un pulmón, haciendo que finalmente las máquinas pararan, mi corazón había entrado en paro.
¡rápido la estamos perdiendo, comiencen sesión de RCP!
una enfermera colocó sus manos al centro de mis senos y comenzó a darme rcp después de 30 compresiónes otra enfermera se acercó a mi
¡carguen paletas! ¡despejen! ¡vamos cariño tienes que despertar!
mi cuerpo brinco el la camilla haciendo que mi vagina se alzara, mis senos brincaron al igual que mi cabeza.
¡nada aún! ¡cargando paletas! ¡despejen!
de nuevo las paletas fueron descargadas sobre mis senos, pero está vez las enfermeras ya se habían cansado, era la tercera vez que me habían tenido que revivir en el día, probablemente no sobreviviría la noche.
¡basta! hora de muerte 4:45 PM, desconectenla y preparenla para llevarla a la morgue, llamaré a la ambulancia, no debe estar tan lejos.
una enfermera comenzó a desintubarme, cerro mis ojos y los pego con cinta, colocó algodón en mi nariz, orejas y boca y también colocó cinta en mi boca, quitó todos los cables de mi cuerpo, quitó el catéter de mi vagina y la bolsa urinaria la puso sobre mi estómago, colocó algodón a lo largo de mi vagina y metió una bola en mi ano, al final les coloco una gasa y la pego con cinta, colocó una sábana sobre mi y cuando llegó la ambulancia me subieron y me llevaron a la morgue.
una vez ahí, bajaron mi cuerpo de la camilla vaginal y me metieron en una bolsa para cadáveres y finalmente a un cajón en espera de que la funeraria viniera para arreglar mi cuerpo para un funeral.
la funeraria no llego, pero si mi esposa, quién pidio que llevarán mi cuerpo a mi casa, por lo que lo subieron de nuevo a la ambulancia y lo dejaron en mi casa.
mi esposa sacó mi cuerpo de la bolsa, maquillo mi rostro, peino mi cabello, y acomodo mi cuerpo desnudo en un sillón para el velorio, y al terminar el velorio, ella y otras compañeras de su trabajo, metieron mi cuerpo desnudo y voluptuoso en un féretro y lo enterraron
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indalesio-cuentos · 8 months ago
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UN REZO EN LA LOMA
Las ráfagas de oriente que dan forma al solitario cerro de Cocotitlán tornaban su grito de guerra en susurros al pasar por la calle Águila que, sólo por esos nueve días, se convirtió en la más larga y empinada. Los ocotes, todo lo contrario, sacudieron sus ramas más jóvenes durante todo aquel tiempo, gozosos de tanto rociar al cielo con la humedad que atesoran en sus troncos. Nosotros fuimos al cuarto día. Mi amiga de la adolescencia y yo.
Un cartel pegado en la puerta indicaba que la cita era al anochecer, pero llegamos cuando los últimos rayos del sol todavía doraban la pedacería de adobe sobreviviente en la fachada. Tanta era la luz del atardecer, que el grueso nudo de tela clavado en el marco de la entrada simplemente no podía devorarla toda: por breves instantes, su brillo imitaba al del plumaje de una parvada entera de zanates. 
Mientras el sol terminaba su recorrido en el cielo, mi amiga y yo regresamos cuesta abajo para caminar las faldas de la misma loma que tantas veces sufrió nuestras torpes y bruscas pisadas; cuando nos la pasábamos borrachos de tanta adolescencia y el elixir de sus magueyes atizaba nuestra inflamable juventud. Conforme recorrimos algunas calles, el tañido de las campanas de la iglesia que hacía eco desde otras eras iba y venía entre el ruido de ferias pasadas y canciones que nuestros pies reconocieron pronto. Voces de faunos y ninfas volvieron a habitar nuestras gargantas durante todo el trayecto y los buenos recuerdos nos provocaron un par de risas que más bien sonaron a suspiros, aunque el amargo y denso viento que se instaló en Cocotitlán durante aquellos nueve atardeceres se nos coló por entre los dientes, dejándonos una profunda tristeza mezclada con la pena que acompañaba a nuestra visita. 
No fue hasta que una procesión de rebozos y suéteres negros hizo vibrar la tierra en su escalada por la ladera, que nos acordamos de revisar el horizonte, donde la primera estrella del anochecer derramaba los delgados chorros de luz producto de su escandaloso llanto.
El hogar de Doña Luisa nos abrió las puertas. Las docenas de sillas dispersas por todo el amplio patio, que estaba cercado por una selva ornamental, poco a poco fueron siendo ocupadas; todas miraban hacia un pequeño cuarto, el de la puerta más estrecha en toda la casa. 
Al fondo, frente al gran muro rojo granada: la cruz de cal en medio de una pradera de flores blancas. 
Por la puerta que enmarcaba al complejo altar se asomaban los tobillos y pies de Doña Luisa, enfundados en su calzado de cuero negro, por uno de los costados del marco de madera. En sus empeines y calcetas de lana color marrón, algo del blanco mineral removido por 4 días se hacía notar. Era la única allí dentro. Era lo único que se alcanzaba a ver de ella; no importaba el ángulo desde donde se le quisiera observar.
Silencio. Y en una esquina, terminando de desplegar la última silla de la última hilera, nuestro querido amigo. 
No nos apresuramos a saludarlo y esperamos pacientemente a que levantara la mirada. En el novenario, la prisa no tenía lugar. Cuando por fin puso sus ojos en nosotros, esbozó una ligera y finísima sonrisa. La tibieza de nuestro abrazo lo dijo todo. Nos dio las gracias por haber acudido al tiempo que se lamía inútilmente la resequedad de los labios; su lengua estaba igual de sedienta y agrietada. Por suerte, su hermana mayor estaba atenta a su inquietud y aprovechó para acercarle una taza del té que se repartiría más tarde entre los asistentes. Al entregársela, lo miró con cariño. Nosotros insistimos en que esperaríamos hasta el final. Nuestro amigo bebió, miró los zapatos de su abuela y luego nos volteó a ver: la sincronía de nuestros suspiros nos envolvió en una silenciosa humareda, interrumpida solamente por una pequeña que llegó a abrazarse de la pierna derecha de nuestro viejo camarada. Fue entonces que lo reconocí en el rostro de su hija de 3 años, los mismos que llevábamos sin vernos, y cuando busqué la mirada de mi amiga para adivinar si compartíamos la sorpresa, ésta me respondió con el brillo de las lágrimas que se acumularon en la superficie de sus ojos, porque, simplemente y de tanto gusto, no encontraban la forma de arrojarse al vacío. Agobiada de la dulzura que provocó en nosotros, y de carácter sulfurante como el de su padre, la niña corrió a refugiarse de nuestras risas apenas audibles, no sin antes exigir un fuerte abrazo que la ocultara de nuestras miradas curiosas. Mi amigo siempre fue una persona ejemplar.
La llegada del cura nos invitó a sentarnos para dar inicio oficial al rezo.
Todos nos unimos en una sola voz. 
Creencias aparte y la tradición de por medio, nos entregamos en cada frase pronunciada durante el ritual, convencidos del poder de la palabra.
En lo personal, me aproveché de la flexibilidad que adquirió el denso tiempo de aquella velada para detenerme a pensar con calma en cada verso.
Todos se levantaron cuando el cura aclaró que sólo los impedidos tenían permiso de seguir sentados; incluso aquellos que dependían de sus macizos bastones de madera de pirul y ése que, por alguna brecha mal librada en la vida, llevaba una pierna enyesada y muletas, rezaron de pie.
Pedimos por el eterno descanso de la madre de mi amigo y agradecimos porque el sufrimiento de este mundo había cesado para ella, la hija de Doña Luisa. 
Bertha se había despedido del cerro famoso por sus generosas milpas dejándole algo de su carácter a Esther, su nieta; además de un padre amoroso y gentil.
Al terminar el rezo, bebimos café y fumamos, mientras los niños aprovechaban la huida de las personas, el laberinto de sillas y las volutas de humo de nuestros tabacos encendidos para jugar a esconderse. Mi amigo exhalaba el producto de su combustión con los ojos cerrados, hacia el cielo, y yo le sacaba la última bocanada de sabor amargo-caliente a mi cigarro mientras veía a Esther entrando al cuarto donde estaba la cruz de cal para ver a Doña Luisa, cuyo pie seguía asomándose por el mismo lado del marco de la puerta, en la misma posición; sólamente con un poco de más cal espolvoreada encima. 
A mi amigo se le dibujó una sonrisa en el rostro cuando la mano de su abuela apareció por un costado del marco de la puerta y le revolvió el cabello a Esther.
Mi amiga y yo partimos tranquilos después de haber recordado los inviernos de nuestra adolescencia, cuando nuestro eterno compañero labraba la tierra con su padre previo a cada nueva siembra: él conoce bien el ciclo natural de nuestra tierra gracias al maíz que cosechó para que su madre pusiera a hervir. También recordamos, entre risas, aquella buena noche de día de muertos en la que nos invitó a celebrar al pueblo y nos propusimos no dormir hasta cazar 400 conejos vivos que dejaríamos libres al otro día, mientras embriagábamos con pulque y mezcal y rodábamos por las laderas del generoso monte.
Nos fuimos convencidos de que la verdadera vida eterna se hizo presente en la risa de los niños que se quedaron a jugar al final del rezo. 
Me fui consciente de que la verdadera vida eterna se alcanza cuando se consigue habitar el presente a cabalidad.
En memoria de Doña Bertha.
Para mi amigo Fabián, su hija, Esther, y su abuela, Doña Luisa.
Y como forma de agradecimiento al noble y guerrero pueblo de Cocotitlán y todos sus habitantes,  a quienes considero mis amigos, por el  solo hecho de conocer a unos cuantos. Me consta, son de ley
 Ahó.
INDALESIO.
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saraw4ters · 8 months ago
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bikeaospedacos · 9 months ago
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Lucas Borba vence o DH do Red Bull Valparaíso Cerro Abajo
O DH urbano do Red Bull Valparaíso Cerro Abajo comemorou 20 anos de pilotos percorrendo as ruas de Valparaíso.
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tuisted-presents · 2 years ago
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Yo un cerro marchito, tu el ciclo del agua
Qué te cuesta despedirte como lo hace de un volcán la lava
haciendo erupción, huyendo cuesta abajo, de forma lenta pero definitiva
Con gritos y arañasos, moviendote hacia donde yo no estoy, dejame con firmesa pero que se note que a ti tambien te esta doliendo
¿Qué te cuesta?
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