#Reduzco
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La oda moderna que es motto también de ml vida Reduce Reusa Recicla
#BriseidaAlcalá
#ComoYEscribo
#Bastille#Ola#Poema#Poem#InstaPoem#Creadora#Escritora#Autora#Harte#Tejo#ReUso#Reduzco#Reciclo#Poeta#Poesía#Araña#Tejedora#Metáfora#Negro#Rojo#Café#Otoño#Telar#Fall#Bufanda#Scarf#DIY#BIY
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Reduzco todo a la nada. Al vacío. Al silencio. Necesito olvidar que hay ojos, miradas, espera. Recobrar mis ganas de escribir
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Sexta marcha.
Voy en mi viejo volkswagen por las calles que un día recorrimos a pie. Busco tu mano en la palanca de cambio, pero no está. Cambio de dirección, directa a la autovía. Pongo quinta y acelero, escuchando tu canción. Aún no la borré de la playlist, pero ya lo haré. Pongo el coche al máximo y busco meter sexta marcha, no hay. Un día me dijiste que meter sexta era como alcanzar el cielo, no te entendí. Veo el acantilado de mi izquierda y sonrío, me recuerda a ti. Veo los árboles de mi derecha y sonrío, me recuerdan a mi. Veo la carretera que tengo delante y no sonrío, si acelero a fondo estamos nosotros. Busco meter sexta de nuevo, sigo sin poder. Creo que ya te entiendo, meter sexta era tener(te). Grito hasta quedarme sin voz, me duele tanto joder. Apago la música en un intento desesperado de olvidar, ¿como te he podido perder? Alcanzo los 220, me voy a caer. Hay una curva a 100 metros, me voy a ir de lado. Intento frenar, no funciona. Reduzco como puedo y cambio de marcha, tu mano no está. Estoy dando vueltas de campana, va a doler. Me caigo por el acantilado pero no suelto la palanca de cambios. Siento que se me va la vida y veo una sucesión de diapositivas. Tu sonrisa está por todos lados. La de ella, también. Tú eras mi sexta marcha, joder.
Katastrophal
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La verdad es que si fuera más egoísta diría que te amo con todo mi ser y que quiero una vida tranquila a tu lado, pero se lo que implicaria pedirte algo así.
Por eso mismo prefiero reservar mis deseos y reprimir mis sentimientos, con tal de que cumplas todo lo que quieres y sueñas, incluso si eso significa que podríamos dejarnos en algún punto del camino, no importa yo quiero que sigas hasta el final y logres todo.
Así que mis palabras solo las reduzco a un te quiero, a un te amo sincero, pero sigue avanzando .
-Pattinson_v
#verso abstracto#agosto2023#pattinson v#pub7#frases#escritos#pensamientos de un escritor#citas#notas#pensamientos#amor#letras#citas en español
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Deseo tanto ser perfecta para ti que todos los días reduzco más mis calorías, pensando que cada gramo menos es una posibilidad más de que me tengas en tus brazos.
#no quiero ser gorda#estoy gorda#hasta los huesos#princesa mia#tc4#diario de una gorda#quiero ser flaca#anaymia
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Me convertí en un estorbo. Quizás siempre lo fui, pero quería creer que las veces que aquel pensamiento cruzó por mi cabeza, en realidad no era mío. Era un eco.
Pero ahora, es tan tangible como la nueva almohada en tu cama, las sandalias a juego con las tuyas y ese cepillo de dientes que antes no estaba ahí. Tu lo sientes como una pieza más, yo lo siento como una sombra que devora mi espacio.
Cuando esa sombra viene, me reduzco a mi habitación. Puerta cerrada, cortinas abajo y las cobijas hasta la barbilla. ¿Así salgo de su camino? ¿Así es más fácil olvidar el número que cuelga en tu corazón y la foto en la pared?
Si quieres, puedo irme. Y los dos fingimos que solo fueron dos pulseras azules y que la rosa jamás llegó. Podemos fingir que mi cuarto siempre ha estado vacío y puedes hacer de él lo que quieras. Me puedo llevar mis fotos y así no tendrás que remarcar las líneas de mi rostro que también es suyo, nunca más.
Soy un obstáculo para que puedas sentirte pleno otra vez. Lo siento, te juro que yo no pedí llegar aquí. Te juro que he intentado irme, pero lloras cada vez que lo hago. ¿Entonces? ¿Qué se supone que haga?
Podemos fingir que no compartimos sangre. Podemos fingir que no tenemos la misma nariz. Podemos fingir que jamás hubo un padre e hija. Si con eso eres más feliz.
Solo vete un fin de semana, déjame en estas cuatro paredes que fueron mi palacio alguna vez, para despedirme de ellas antes de dejar que el rojo manche el piso del baño como las acuarelas que alguna vez te regale, y solo tienes que llegar al día siguiente y recordarme una última vez antes de bajar la caja por la tierra y dejarme soñar con las estrellas.
Entonces, te puedes dar la vuelta y fingir que jamás tuviste este estorbo en tu vida.
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Pasando a otro tema
Ya más calmada con el asunto de M, que todo ya está más estable en mi vida, por fin conseguí entender ciertas cosas sobre las relaciones de amistad que han logrado que me tranquilice bastante, ahora me estoy concentrando más en mí misma.
Creo que nunca lo mencioné, pero yo entreno; voy al gimnasio hace como dos años, han habido épocas en las que lo he dejado por asuntos de fuerza mayor, normalmente por cuestiones de salud, así que siempre reduzco esos dos años a uno. Pero últimamente he sentido que me estoy quedando estancada, que mi cuerpo no está rindiendo lo suficiente o que se cansa y lastima demasiado fácil y eso me perturba mucho.
Una de las razones por las que siento que no estoy dando lo suficiente es porque observo a otras personas y me comparo con ellas, grave error de mi parte, pero no puedo evitarlo, hago eso constantemente y más ahora que estoy enfocada. He intentado avanzar a paso rápido y lo único que logro es lastimarme de manera continua . He estado mejorando técnicas y haciendo las cosas con cuidado, pero siento que avanzo muy despacio y, en realidad, no es así.
Mi mayor problema es el compararme con personas que llevan años entrenando, aprendiendo y mejorando sus técnicas, y yo quiero meter los cinco años, que esa gente lleva entrenando, en menos de 3 meses y es imposible. Estoy intentando enfocarme en mí y evitar compararme con los demás, pero es complicado... Acaba un problema en mi vida y rápido aparece otro, tampoco debería pensar de esa forma, pero eso es lo que parece.
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Hay un montón de cosas que quisiera decirte.
Por ejemplo, que tu mirada me gusta cuando está cansada, cuando está distraída, cuando sonríes, cuando expresas tus opiniones, cuando fumas maría...
También, que tu cabello me crea un montón de dudas, ¿será que es tan suave como imagino? ¿a qué olerá?
A veces siento que te busco por todas partes, y lo peor es que ni siquiera logro alcanzarte. Son varios los momentos en los que te tengo a mi lado, y aún así, no llegan a ser del todo míos.
Hace ya unos cuantos meses que expresé mi interés por comunicarte algo,
pero ese -algo- aún no es claro en mí.
¿qué voy a decirte? ¿esto?
Hay muchas cosas en mí que aún no comprendo, por ejemplo, mi fijación extrema en casos perdidos, mis manías, mis vicios. Por qué aún después de analizar la decadencia, sigo eligiendo permanecer ahí... En fin, soy humana.
Pienso, siento, sufro, fallo, vibro, sin embargo, ninguna de mis aristas me han permitido el giro.
Re-configurarme y re-descubrirme se ha convertido en una exigencia para mí desde la primera vez que tuve oportunidad de hablarte.
Y aún con todo, me es difícil reconocer por qué tu influjo sobre mí es tan fuerte,
que,
aún sin saberlo,
me desconfiguras. me desordenas.
Soy, por lo general, parecida al mar del norte. Tempestuosa. Pero con vos a mi lado parezco una gelatina.
¡Vaya! me siento una adolescente. No sé ni qué escribo. Quería encontrar un -por qué-, pero la respuesta siempre sos vos... Viene siendo mejor un -para qué-.
Espero poder reconocerme tanto que pueda incluso comprender los motivos de esta situación.
Una en la que busco entrar a la boca del lobo, y cuando llego allí, no soy comida. ni siquiera notan mi presencia.
y me reduzco a roca diminuta.
pateada por el mismo idiota de siempre, inconforme con la vida que le toca, y el bucle se repite, y yo, aún sabiendo, siempre elijo regresar ahí.
Mayo 15, 2024.
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Si tú supieses cuánto cuesta tener paz, no estarías tan afanado en quitársela a otros sin consideraciones.
A éste punto te reduzco a un alborotador sin causa.
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Para I. Fernández.
Hola. Yo soy A. Campos. Me has conocido como Alfonso. La gente me suele llamar así. Algunos conocidos de las redes se suelen referir a mí como Antonio. También me llama de esa forma algún íntimo para hacer la mofa. Había un profesor de gimnasia en el instituto que me llamaba por mi segundo nombre: Yago. Nunca me ha gustado. El "Yago" de mi nombre se lo debo a un buen amigo de mi padre que murió de cirrosis. Creo que esa connotación de fallo hepático es la que ha hecho que no sea de mi agrado que me llamen "Yago". Aun así, he optado, con el paso de los años, por pensar que este segundo nombre apela más al valor de la amistad que al del trágico final del pobre Yago. Me gusta que me llamen por mi nombre, Alfonso. Tú puedes llamarme como quieras. El hecho de que me llamaras ya sería una gran alegría.
He de decir que si me llamaras ahora mismo no daría señal. Tengo el teléfono apagado. Pantalla rota. Fallo fatal tópico. Al menos fatal para él, que yace inmóvil (valga la paradoja) en la silla que uso como mesita de noche. Murió, o mejor dicho, fue asesinado, la madrugada del veinticinco de agosto, hace ahora dos noches, a modo de término de una conversación con mi madre. En algún lado leí que estampar el móvil contra el suelo o contra una pared estaba considerado como violencia de género. Yo, que lo hice en soledad, en medio de un ataque de ira, no tengo dudas de que violento, fue. Además de que ocurrió delante de la comisaría del centro, con lo que ello pudiera haber acarreado. Me vi de nuevo recogiendo de una pila aquella colchoneta azul y no pude evitar caminar las siguientes dos manzanas en estricto silencio.
Si en algo se han caracterizado los últimos años de mi vida y, en particular, estas últimas semanas, ha sido por un nivel de violencia jamás antes acaecido en mi historia particular. No vengo ni de las más altas esferas ni de las más bajas. Me he criado en una familia de clase media venida a menos que me lo ha dado todo, al menos todo lo bueno que pienso se le puede dar a un hijo. Menos un hermano. Eterno reproche de gran parte de los hijos únicos, que cargan con las adulaciones y broncas de unos padres sobre los que no cabe repartimiento de complacencias ni decepciones: todo para uno y uno para cabrearlos a los dos.
Escribo esta carta, que no sé si es una carta, un testamento, una confesión o una nota de suicidio, para ti. La escribo para ti, pero por mí. Aceptando tu escasa disponibilidad y tu nula voluntad de que algún lazo emocional nazca entre tú y yo, me veo obligado a dejar por escrito todo lo que podría contar a lo largo de una breve y tumultuosa relación. Inteligente decisión la que tomaste. Justo después del último día que nos vimos, una gran borrachera, seguida de unas cuantas horas de profundo sueño en el banco de un parque, propiciaron una tardía y cansada llegada a casa: eran las siete casi y en una hora tenía que estar saliendo para trabajar. No podía. Rezumaba alcohol. Por la boca, por las manos, por el pelo y por los poros. "Lávate esa boca, dúchate y hago café". Decía mi madre mientras yo, tumbado en la cama casi sin poder moverme, me negaba. "No puedo, no puedo". Minutos después estaba fumando y tomando café con ella, diciendo que iba a ser la última, que iba a dejar de beber, que empezaría a ir a reuniones de A.A.
Inteligente decisión la tuya porque, desde un tiempo a acá, todo lo que toco lo quemo. Reduzco a cenizas cada relación, cada cosa que merece la pena que pasa por mis manos, por mi pelo, por mi boca, por mis poros. Es como la historia de Midas, pero al revés. Es muy doloroso ver a una madre llorar por uno, sentir que le destroza la vida a cada mala decisión que toma. Pero, al fin y al cabo, he aceptado que una madre lleva el sufrimiento implícito en su condición. Es duro. Lo más preciado del ser humano, su multiplicación, cría, su fruto y su árbol, quien da vida y quien la recibe, están unidos por una relación de la que el sufrimiento es tan o más protagonista como la belleza. Ahora bien, harina de otro costal es cuando uno hace sufrir a la que ama por elección. Cuando una sufre por aquél al que ha escogido amar. Me acuerdo casi cada día de la que fue mi confidente hace ya un tiempo. Yo, iluso y retorcido, la amaba y le imploraba y le pedía cosas, para mí tan fáciles de decir, como su vientre, sin reparar que a cambio estaba pasando por su vida como una apisonadora. "Sólo te pido tu vientre", le dije una vez, cobarde, justo antes de emprender un viaje a Valencia, donde ella me visitaría y creeríamos todavía en reavivar el amor, si es que había algo que reavivar. Si es que alguna vez hubo amor.
Y es que cuando estás nublado por el egoísmo consecuencia de creer que haces lo que te da la gana, el amor tiene poco lugar en tu vida. Pueden haber atisbos. Actos amatorios. Explosiones de pasión. Expresiones de cariño, de júbilo... de necesidad. Necesita uno que lo amen porque a sí mismo no es capaz de darse un abrazo, ni un respiro. Jadeas en el sexo para sentirte vivo, para olvidarte de que sólo jadeas en el sexo, y cuando estás harto de alcohol. Duermes abrazado a una chica o, en el peor de los casos, a una mujer, porque los abrazos que les das a tus familiares ya no te resultan de ningún modo honestos. Mientes. Y no es que haya mentido a mis últimas relaciones, precisamente. Éstas eran un refugio, un lugar seguro donde abocaba un exceso de sinceridad que las espantaba. Al principio engancha. Porque no todos los días encuentras a alguien que se desnude ante una. He de reconocer que si alguien viniera a mí y actuara de esa misma forma, yo también sentiría curiosidad. Pero, ¡ah!, qué hacer cuando se te desnudan, durante seis semanas, exhibiendo una cabalgata de emociones caóticas, que al uno lo confunden y a la otra la abruman. Era entonces cuando estar conmigo ya no era tan divertido. Porque detrás del dicharachero y honesto Alfonso había un ser de profundas inseguridades, dudas, de personalidad antisocial.
Creí que hacía lo que me daba la gana, cuando en verdad lo que me daba la gana hacer estaba oculto tras mil capas de falsos síes y de conversaciones complacientes. Tiendo a desviarme; lo siento, Inés. Como decía: inteligente decisión la tuya. No acercarse al inverso Midas ha sido para los dos el "hit" de dos mil veintitrés. Pero si escribo esto no es porque me quiera suicidar, que a ratos sí; ni porque quiera hacer inventario de desdichas ni poner en orden mis pensamientos, que, como verás, orden hay más bien poco. Escribo esto desde el profundo deseo de que, cuando lo leas, vislumbres algo de lucidez y esperanza entre mis misericordiosas líneas, y que guardes un pedazo de mí en tu memoria: que ese pedacito sea neutro, yermo, que no alimente ni pida pan, pero que te haga recordarme aunque sea un poco. Así, algún día, nos encontraremos en Madrid, me casaré contigo y tendremos un perro de aguas.
Mientras tanto, sigo con mi carta. Y es que está siendo bastante reconfortante escribir todo esto. Esta noche hará dos días que llevo sin decir ni mu. Literalmente. Voto de silencio. Rompí el teléfono, llegué a casa y no volví a hablar. Se puede ver como una rabieta adolescente. Lo es. Como un voto de silencio monástico. No lo veo tanto así. Aunque tiene visos de penitencia. Entregarse a la voluntaria mudez tiene consecuencias, para sí, de relativa paz. Para los demás, da un aire de misterio con el que me pienso estar riendo por lo menos un día más. Tendrías que haberme visto ayer en urgencias, cuando fui a hacer la primera cura de un corte que me hice trabajando. Comunicación con las enfermeras a través de notitas. Bastante comprensivas, ellas: hicieron lo suyo sin hacer más preguntas.
Así soy yo. Alguien a quien su madre recriminó que no se podía confiar en él y dejó de hablar para dejar de mentir. Pero te sorprenderá (seguramente no te sorprenda) una cosa: se puede mentir sin hablar. Te podría estar mintiendo mientras escribo. Mentir asintiendo. Mentir negando. Con la cabeza o con la mano. Con el pelo y con los poros es más difícil, pero se puede. Hay programaciones ancestrales que tenemos los familiares entre nosotros. Algunas son más jodidas que otras. Por ejemplo, mi madre tiene una con su madre. Chunga. Es complicado de explicar sin los conocimientos adecuados. Es complicado explicar algo que se ve muy claro de forma etérea, pero para lo cual te faltan palabras. Yo tengo otra programación ancestral con mi madre, una especie de síndrome de continuación. Con mi padre la veo más débil, pero también existe. Ellos me han educado para encontrarme por el camino menos baches que ellos en los suyos. Se sienten decepcionados por haberme buscado yo mis propios baches. Mi madre, culpable, por la gente haber descargado contra ella infamias inmerecidas. Yo nunca llegaré a intuir por lo que ella ha podido pasar. Es algo que no le deseo a ninguna mujer del mundo. Tener un hijo inteligente y educado, afable y de bien ver (bien hace en alabarse a sí mismo el que no tiene quien le alabe) pero que, a poco a poco, se echa a perder. El que posee, o cree que posee, porque al fin toda posesión material es una ilusión, una piedra caliza cualquiera y la echa al agua no pierde más que una piedra caliza cualquiera. Y no creo que ninguna madre vea a su hijo como una piedra caliza. Al menos casi ninguna. Pero tengo bien sabido que yo para mi madre era (y soy) un diamante en bruto. Ver que, en vez de ser pulido por mis propios medios, he pasado de mano en mano al mejor postor, ha de ser duro.
Ganas de hablarle me han dado esta noche cuando se ha acercado a mi cuarto diciéndome, "sí que le vas a tener que contar cosas a la psicóloga cuando la veas". Estaba graciosa. Me he reído con ella. He aceptado su invitación a comerme la ensalada que había preparado, le he cogido la mano y la he besado con todo el amor que me quedaba. Yo no sé si puedo probar una gota de alcohol o no. He podido beber y pasarlo bien. He sabido beber para destrozar mi vida. He destrozado mi vida bebiendo, pero también mediante la depresión, el desamor, las pastillas de éxtasis y la cocaína. He destrozado mi vida con la misma suavidad que he besado la mano de mi madre; también la he destrozado con la brusquedad con la que di por finalizada la vida de mi teléfono. He vivido violencia estas últimas semanas. Peleas, expulsiones de casa, viajes inciertos, deudas, discusiones con amigos, cristales rotos, sangre en las manos, en la cara, dormir en la calle, la lluvia, la falta de dinero y el pensar en matarse, en prostituirse, en matar al padre, a la madre, a la abuela y al policía. En especial a aquel policía que bien tuvo de cruzarme la cara, desnudarme y humillarme en aquel cuartucho falto de cámaras y de cualquier vestigio de humanidad. No son inundaciones ni experiencias cercanas a la muerte, pero un pequeño trauma detrás de otro pequeño trauma detrás de otro pequeño trauma, en un corto espacio de tiempo, han hecho que hoy, noche del veintisiete al veintiocho de agosto, me encuentre bastante atormentado. He tenido siempre pájaros en la cabeza. Cuando enamorado, mirlos y gorriones piando piandillo; cuando más comido por los estupefacientes, cuervos y grajos, grazna que te grazna. Ahora son pájaros, son ratas, son chinches y cucarachas. Como en "Días sin huella"*. No veo las ratas y los murciélagos pero me acuesto cada día sabiendo que están allí. No hay delirium tremens, ni ansia irresistible de beber. Sólo hay dudas. Recuerdos dolorosos. Titubeos constantes y cambios de ánimo diarios, a razón de cuatro o cinco entre que sale el sol y se pone. En estos últimos dos días, menos. Depresión constante. Pero justo ahora, otra vez, vuelve el peligroso "estar bien".
El cuerpo se regenera. La mente te engaña. Puedes con todo. No necesitas ayuda. ¿Psicólogos? ¡Qué sabrán ellos! Iré para hacer el paripé. Conseguiré un trabajo, una habitación barata y ahorraré en comida; comeré pasta, beberé la cola y la cerveza más barata, estudiaré algo interesante y en dos años estaré ganando bien; podré comprarme buena ropa, estar más fuerte, más leído, conseguiré unos pendientes de plata y unas entradas para el teatro y, así, la conquistaré... cuando me vea bien, podremos estar juntos, y si no ella, ¡pues otra! Total, puedo con todo. Claro, Alfonso. Puedes con todo. Durante sesenta, noventa días. Lo que tarda una vieja dinámica en reaparecer y carcomer de arriba a abajo todo lo bueno que has construido. Tu empleo, tu habitación barata, tu nueva relación, aquellas relaciones antiguas que retomaste por ser un "hombre nuevo" o, quizá mejor, un "casi hombre". Todo aquello se viene abajo porque hay algo que falla: puede ser que bebas, que pruebes una nueva droga o que algo te haga desfallecer. De golpe y del tirón o poco a poco. Pero siempre hay una pieza del dominó que empuja todas las otras y, para cuando te has querido dar cuenta, estás en la calle. Solo. Llamando a alguien para que te socorra. De momento tu familia responde. ¿Quieres jugar a comprobar cuánto tarda en dejar de responder?
La mente me engaña. Anhelo una disciplina que me acompañe, que me guíe y que me ayude. Quiero hacer algo por mí y para mí, por una vez. Gasolina para mis piernas es pensar en ti, querida, aunque también fuente de desilusión, y no estoy para maniqueas pugnitas emocionales. Me gusta pensar en el apartamento, en el perro de aguas y en los pendientes de plata. También en alguna noche de teatro y su posterior escapada hacia algún lugar con encanto. Pero yo ya he consumido de esos combustibles y sé por experiencia que no funcionan. Al menos, a medio y largo plazo. Para comenzar, ¡oh!, qué tan bueno es un enamoramiento para empezar algo. Empezar. Este es el verbo rey de los que carecemos de atención continuada en las cosas y de los que bandazos vamos dando por la vida, de trabajo en trabajo, proyecto en proyecto y problema en problema. Empezamos y no acabamos. Pero sí, la fuerza del amor pasional sirve para empezar un viaje, una carrera, una rutina de ejercicios y hasta una novela. Cuántas veces habré empezado algo por Lucía siendo el resultado eso: un mero comienzo.
El cuerpo se regenera. Pero tiene un límite. He reparado en que mis heridas ya no cicatrizan igual. No te engañes, sigo sano (a falta de que este día treinta recoja los resultados del análisis de sangre). Pero tienden a infectarse. Quién diría que a este chico de pretensiones etílicas iban a infectársele con facilidad las heridas, de las manos sobre todo. Esto me ha llevado a ampliar mis conocimientos de enfermería. Sé cuándo se van a infectar y cómo tratarlas. Toda una proeza, ¿eh? El caso es que a partir de los veinticinco años, palabras de Asun, todo va para abajo. No es que me lo crea del todo. Pero sí noto como las bondades de la tardía adolescencia ya no salen a relucir tan fácilmente. La espalda se resiente, el sueño se va haciendo más requerido, los olores me molestan más. Ahora huelo mi semen, olor que ha pasado desapercibido por más de diez años de animosa expulsión del mismo. Me molesta. Quiero decir, no huele mal. De sabor no suelo catar, aunque tampoco apostaría por su intragabilidad. Pero me molesta oler después de masturbarme. Es como delatarme, ya que pienso que si yo lo huelo, el de al lado lo ha de oler también, y no me gusta. Además, en verano, que se mezcla con estas sudoraciones típicamente alicantinas... uf, me agobio de pensarlo y quiero dejar de escribir.
Pero como me apetece concluir de algún modo este capítulo nocturno de la epístola a la chica mandona (aquí es cuando dirías, "no soy mandona", y habría yo de creerte), concluiré este párrafo antes de seguir con mis lecturas. He comenzado este texto para presentarme y hablar de mí, justificándolo en que sirviera para guardar un recuerdo en ajena sien, con el fin último de arreglar un casamiento tenido por imposible a día de hoy. Sea como fuere y preséntese el futuro como buenamente el Áltisimo haya de convenir, más prefiero yo que, en tiempo presente, alguna de mis frases te arranque una sonrisilla, que cualquier otra empresa matrimonial. Si te he entretenido por unos minutos y se te ha olvidado, aunque fuera por un momento, cualquier preocupación mundana que por tu cabecita rondara antes de la lectura, me doy por satisfecho. Buenas noches, a veintisiete de agosto de dos mil veintitrés.
* Días sin huella, Billy Wilder, 1945. Don Birnam, caracterizado por Ray Milland, es un alcohólico que, llegado cierto punto de la película, comienza a alucinar. En mitad de un trágico delirium tremens, Birnam ve como ratas y murciélagos invaden su apartamento. Ahí es cuando se empieza a dar cuenta de que quizá tenga un problema con el trago. Bien visto, Ray Milland. Digo... Don Birnam.
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En mi crisis de identidad
La felicidad superficial de los privilegiados me molesta porque viví en las carencias, las abrace y las asumí como LA realidad: fuera de ella todo es una simple simulación. Esta bien, en alguna medida es real y los que tienen un grado de reflexividad también lo reconocen. Sin embargo, eso no me es útil para mí. Lo que hice al abrazar la carencia es estancarme en un solo modo de creer en las formas de satisfacción o felicidad; a su vez no puedo quedarme haciendo berrinche, dándole pie a mi niño interior que aún sigue resentido por esa brecha. Al suponer que toda forma de felicidad esta en las carencias y la intranquilidad, he romantizado esta situación (Kaurismaki por ejemplo) pero me he alejado de toda forma de ser "feliz", pensando que la vida en sí misma es una tragedia constante, y si hay felicidad solo son pequeñas chispas de esperanza.
Por otro lado, al apropiarme de mi entorno lleno de carencias como si fuese LA realidad, mis temores también van por ahí: el miedo al tener incertidumbre económica la reduzco siendo tacaño, pues con ese modo de vida se reducen las probabilidades de "perderlo todo" en un abrir y cerrar de ojos. Mi preocupación latente, pero no central, es que la ausencia del dinero me lleve a la incertidumbre. (idea por elaborar aún)
Ahora toca retrabajar estas cuestiones identitarias, pero ¿cómo?
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Para I. Fernández
Para I. Fernández.
Hola. Yo soy A. Campos. Me has conocido como Alfonso. La gente me suele llamar así. Algunos conocidos de las redes se suelen referir a mí como Antonio. También me llama de esa forma algún íntimo para hacer la mofa. Había un profesor de gimnasia en el instituto que me llamaba por mi segundo nombre: Yago. Nunca me ha gustado. El "Yago" de mi nombre se lo debo a un buen amigo de mi padre que murió de cirrosis. Creo que esa connotación de fallo hepático es la que ha hecho que no sea de mi agrado que me llamen "Yago". Aun así, he optado, con el paso de los años, por pensar que este segundo nombre apela más al valor de la amistad que al del trágico final del pobre Yago. Me gusta que me llamen por mi nombre, Alfonso. Tú puedes llamarme como quieras. El hecho de que me llamaras ya sería una gran alegría.
He de decir que si me llamaras ahora mismo no daría señal. Tengo el teléfono apagado. Pantalla rota. Fallo fatal tópico. Al menos fatal para él, que yace inmóvil (valga la paradoja) en la silla que uso como mesita de noche. Murió, o mejor dicho, fue asesinado, la madrugada del veinticinco de agosto, hace ahora dos noches, a modo de término de una conversación con mi madre. En algún lado leí que estampar el móvil contra el suelo o contra una pared estaba considerado como violencia de género. Yo, que lo hice en soledad, en medio de un ataque de ira, no tengo dudas de que violento, fue. Además de que ocurrió delante de la comisaría del centro, con lo que ello pudiera haber acarreado. Me vi de nuevo recogiendo de una pila aquella colchoneta azul y no pude evitar caminar las siguientes dos manzanas en estricto silencio.
Si en algo se han caracterizado los últimos años de mi vida y, en particular, estas últimas semanas, ha sido por un nivel de violencia jamás antes acaecido en mi historia particular. No vengo ni de las más altas esferas ni de las más bajas. Me he criado en una familia de clase media venida a menos que me lo ha dado todo, al menos todo lo bueno que pienso se le puede dar a un hijo. Menos un hermano. Eterno reproche de gran parte de los hijos únicos, que cargan con las adulaciones y broncas de unos padres sobre los que no cabe repartimiento de complacencias ni decepciones: todo para uno y uno para cabrearlos a los dos.
Escribo esta carta, que no sé si es una carta, un testamento, una confesión o una nota de suicidio, para ti. La escribo para ti, pero por mí. Aceptando tu escasa disponibilidad y tu nula voluntad de que algún lazo emocional nazca entre tú y yo, me veo obligado a dejar por escrito todo lo que podría contar a lo largo de una breve y tumultuosa relación. Inteligente decisión la que tomaste. Justo después del último día que nos vimos, una gran borrachera, seguida de unas cuantas horas de profundo sueño en el banco de un parque, propiciaron una tardía y cansada llegada a casa: eran las siete casi y en una hora tenía que estar saliendo para trabajar. No podía. Rezumaba alcohol. Por la boca, por las manos, por el pelo y por los poros. "Lávate esa boca, dúchate y hago café". Decía mi madre mientras yo, tumbado en la cama casi sin poder moverme, me negaba. "No puedo, no puedo". Minutos después estaba fumando y tomando café con ella, diciendo que iba a ser la última, que iba a dejar de beber, que empezaría a ir a reuniones de A.A.
Inteligente decisión la tuya porque, desde un tiempo a acá, todo lo que toco lo quemo. Reduzco a cenizas cada relación, cada cosa que merece la pena que pasa por mis manos, por mi pelo, por mi boca, por mis poros. Es como la historia de Midas, pero al revés. Es muy doloroso ver a una madre llorar por uno, sentir que le destroza la vida a cada mala decisión que toma. Pero, al fin y al cabo, he aceptado que una madre lleva el sufrimiento implícito en su condición. Es duro. Lo más preciado del ser humano, su multiplicación, cría, su fruto y su árbol, quien da vida y quien la recibe, están unidos por una relación de la que el sufrimiento es tan o más protagonista como la belleza. Ahora bien, harina de otro costal es cuando uno hace sufrir a la que ama por elección. Cuando una sufre por aquél al que ha escogido amar. Me acuerdo casi cada día de la que fue mi confidente hace ya un tiempo. Yo, iluso y retorcido, la amaba y le imploraba y le pedía cosas, para mí tan fáciles de decir, como su vientre, sin reparar que a cambio estaba pasando por su vida como una apisonadora. "Sólo te pido tu vientre", le dije una vez, cobarde, justo antes de emprender un viaje a Valencia, donde ella me visitaría y creeríamos todavía en reavivar el amor, si es que había algo que reavivar. Si es que alguna vez hubo amor.
Y es que cuando estás nublado por el egoísmo consecuencia de creer que haces lo que te da la gana, el amor tiene poco lugar en tu vida. Pueden haber atisbos. Actos amatorios. Explosiones de pasión. Expresiones de cariño, de júbilo... de necesidad. Necesita uno que lo amen porque a sí mismo no es capaz de darse un abrazo, ni un respiro. Jadeas en el sexo para sentirte vivo, para olvidarte de que sólo jadeas en el sexo, y cuando estás harto de alcohol. Duermes abrazado a una chica o, en el peor de los casos, a una mujer, porque los abrazos que les das a tus familiares ya no te resultan de ningún modo honestos. Mientes. Y no es que haya mentido a mis últimas relaciones, precisamente. Éstas eran un refugio, un lugar seguro donde abocaba un exceso de sinceridad que las espantaba. Al principio engancha. Porque no todos los días encuentras a alguien que se desnude ante una. He de reconocer que si alguien viniera a mí y actuara de esa misma forma, yo también sentiría curiosidad. Pero, ¡ah!, qué hacer cuando se te desnudan, durante seis semanas, exhibiendo una cabalgata de emociones caóticas, que al uno lo confunden y a la otra la abruman. Era entonces cuando estar conmigo ya no era tan divertido. Porque detrás del dicharachero y honesto Alfonso había un ser de profundas inseguridades, dudas, de personalidad antisocial.
Creí que hacía lo que me daba la gana, cuando en verdad lo que me daba la gana hacer estaba oculto tras mil capas de falsos síes y de conversaciones complacientes. Tiendo a desviarme; lo siento, Inés. Como decía: inteligente decisión la tuya. No acercarse al inverso Midas ha sido para los dos el "hit" de dos mil veintitrés. Pero si escribo esto no es porque me quiera suicidar, que a ratos sí; ni porque quiera hacer inventario de desdichas ni poner en orden mis pensamientos, que, como verás, orden hay más bien poco. Escribo esto desde el profundo deseo de que, cuando lo leas, vislumbres algo de lucidez y esperanza entre mis misericordiosas líneas, y que guardes un pedazo de mí en tu memoria: que ese pedacito sea neutro, yermo, que no alimente ni pida pan, pero que te haga recordarme aunque sea un poco. Así, algún día, nos encontraremos en Madrid, me casaré contigo y tendremos un perro de aguas.
Mientras tanto, sigo con mi carta. Y es que está siendo bastante reconfortante escribir todo esto. Esta noche hará dos días que llevo sin decir ni mu. Literalmente. Voto de silencio. Rompí el teléfono, llegué a casa y no volví a hablar. Se puede ver como una rabieta adolescente. Lo es. Como un voto de silencio monástico. No lo veo tanto así. Aunque tiene visos de penitencia. Entregarse a la voluntaria mudez tiene consecuencias, para sí, de relativa paz. Para los demás, da un aire de misterio con el que me pienso estar riendo por lo menos un día más. Tendrías que haberme visto ayer en urgencias, cuando fui a hacer la primera cura de un corte que me hice trabajando. Comunicación con las enfermeras a través de notitas. Bastante comprensivas, ellas: hicieron lo suyo sin hacer más preguntas.
Así soy yo. Alguien a quien su madre recriminó que no se podía confiar en él y dejó de hablar para dejar de mentir. Pero te sorprenderá (seguramente no te sorprenda) una cosa: se puede mentir sin hablar. Te podría estar mintiendo mientras escribo. Mentir asintiendo. Mentir negando. Con la cabeza o con la mano. Con el pelo y con los poros es más difícil, pero se puede. Hay programaciones ancestrales que tenemos los familiares entre nosotros. Algunas son más jodidas que otras. Por ejemplo, mi madre tiene una con su madre. Chunga. Es complicado de explicar sin los conocimientos adecuados. Es complicado explicar algo que se ve muy claro de forma etérea, pero para lo cual te faltan palabras. Yo tengo otra programación ancestral con mi madre, una especie de síndrome de continuación. Con mi padre la veo más débil, pero también existe. Ellos me han educado para encontrarme por el camino menos baches que ellos en los suyos. Se sienten decepcionados por haberme buscado yo mis propios baches. Mi madre, culpable, por la gente haber descargado contra ella infamias inmerecidas. Yo nunca llegaré a intuir por lo que ella ha podido pasar. Es algo que no le deseo a ninguna mujer del mundo. Tener un hijo inteligente y educado, afable y de bien ver (bien hace en alabarse a sí mismo el que no tiene quien le alabe) pero que, a poco a poco, se echa a perder. El que posee, o cree que posee, porque al fin toda posesión material es una ilusión, una piedra caliza cualquiera y la echa al agua no pierde más que una piedra caliza cualquiera. Y no creo que ninguna madre vea a su hijo como una piedra caliza. Al menos casi ninguna. Pero tengo bien sabido que yo para mi madre era (y soy) un diamante en bruto. Ver que, en vez de ser pulido por mis propios medios, he pasado de mano en mano al mejor postor, ha de ser duro.
Ganas de hablarle me han dado esta noche cuando se ha acercado a mi cuarto diciéndome, "sí que le vas a tener que contar cosas a la psicóloga cuando la veas". Estaba graciosa. Me he reído con ella. He aceptado su invitación a comerme la ensalada que había preparado, le he cogido la mano y la he besado con todo el amor que me quedaba. Yo no sé si puedo probar una gota de alcohol o no. He podido beber y pasarlo bien. He sabido beber para destrozar mi vida. He destrozado mi vida bebiendo, pero también mediante la depresión, el desamor, las pastillas de éxtasis y la cocaína. He destrozado mi vida con la misma suavidad que he besado la mano de mi madre; también la he destrozado con la brusquedad con la que di por finalizada la vida de mi teléfono. He vivido violencia estas últimas semanas. Peleas, expulsiones de casa, viajes inciertos, deudas, discusiones con amigos, cristales rotos, sangre en las manos, en la cara, dormir en la calle, la lluvia, la falta de dinero y el pensar en matarse, en prostituirse, en matar al padre, a la madre, a la abuela y al policía. En especial a aquel policía que bien tuvo de cruzarme la cara, desnudarme y humillarme en aquel cuartucho falto de cámaras y de cualquier vestigio de humanidad. No son inundaciones ni experiencias cercanas a la muerte, pero un pequeño trauma detrás de otro pequeño trauma detrás de otro pequeño trauma, en un corto espacio de tiempo, han hecho que hoy, noche del veintisiete al veintiocho de agosto, me encuentre bastante atormentado. He tenido siempre pájaros en la cabeza. Cuando enamorado, mirlos y gorriones piando piandillo; cuando más comido por los estupefacientes, cuervos y grajos, grazna que te grazna. Ahora son pájaros, son ratas, son chinches y cucarachas. Como en "Días sin huella"*. No veo las ratas y los murciélagos pero me acuesto cada día sabiendo que están allí. No hay delirium tremens, ni ansia irresistible de beber. Sólo hay dudas. Recuerdos dolorosos. Titubeos constantes y cambios de ánimo diarios, a razón de cuatro o cinco entre que sale el sol y se pone. En estos últimos dos días, menos. Depresión constante. Pero justo ahora, otra vez, vuelve el peligroso "estar bien".
El cuerpo se regenera. La mente te engaña. Puedes con todo. No necesitas ayuda. ¿Psicólogos? ¡Qué sabrán ellos! Iré para hacer el paripé. Conseguiré un trabajo, una habitación barata y ahorraré en comida; comeré pasta, beberé la cola y la cerveza más barata, estudiaré algo interesante y en dos años estaré ganando bien; podré comprarme buena ropa, estar más fuerte, más leído, conseguiré unos pendientes de plata y unas entradas para el teatro y, así, la conquistaré... cuando me vea bien, podremos estar juntos, y si no ella, ¡pues otra! Total, puedo con todo. Claro, Alfonso. Puedes con todo. Durante sesenta, noventa días. Lo que tarda una vieja dinámica en reaparecer y carcomer de arriba a abajo todo lo bueno que has construido. Tu empleo, tu habitación barata, tu nueva relación, aquellas relaciones antiguas que retomaste por ser un "hombre nuevo" o, quizá mejor, un "casi hombre". Todo aquello se viene abajo porque hay algo que falla: puede ser que bebas, que pruebes una nueva droga o que algo te haga desfallecer. De golpe y del tirón o poco a poco. Pero siempre hay una pieza del dominó que empuja todas las otras y, para cuando te has querido dar cuenta, estás en la calle. Solo. Llamando a alguien para que te socorra. De momento tu familia responde. ¿Quieres jugar a comprobar cuánto tarda en dejar de responder?
La mente me engaña. Anhelo una disciplina que me acompañe, que me guíe y que me ayude. Quiero hacer algo por mí y para mí, por una vez. Gasolina para mis piernas es pensar en ti, querida, aunque también fuente de desilusión, y no estoy para maniqueas pugnitas emocionales. Me gusta pensar en el apartamento, en el perro de aguas y en los pendientes de plata. También en alguna noche de teatro y su posterior escapada hacia algún lugar con encanto. Pero yo ya he consumido de esos combustibles y sé por experiencia que no funcionan. Al menos, a medio y largo plazo. Para comenzar, ¡oh!, qué tan bueno es un enamoramiento para empezar algo. Empezar. Este es el verbo rey de los que carecemos de atención continuada en las cosas y de los que bandazos vamos dando por la vida, de trabajo en trabajo, proyecto en proyecto y problema en problema. Empezamos y no acabamos. Pero sí, la fuerza del amor pasional sirve para empezar un viaje, una carrera, una rutina de ejercicios y hasta una novela. Cuántas veces habré empezado algo por Lucía siendo el resultado eso: un mero comienzo.
El cuerpo se regenera. Pero tiene un límite. He reparado en que mis heridas ya no cicatrizan igual. No te engañes, sigo sano (a falta de que este día treinta recoja los resultados del análisis de sangre). Pero tienden a infectarse. Quién diría que a este chico de pretensiones etílicas iban a infectársele con facilidad las heridas, de las manos sobre todo. Esto me ha llevado a ampliar mis conocimientos de enfermería. Sé cuándo se van a infectar y cómo tratarlas. Toda una proeza, ¿eh? El caso es que a partir de los veinticinco años, palabras de Asun, todo va para abajo. No es que me lo crea del todo. Pero sí noto como las bondades de la tardía adolescencia ya no salen a relucir tan fácilmente. La espalda se resiente, el sueño se va haciendo más requerido, los olores me molestan más. Ahora huelo mi semen, olor que ha pasado desapercibido por más de diez años de animosa expulsión del mismo. Me molesta. Quiero decir, no huele mal. De sabor no suelo catar, aunque tampoco apostaría por su intragabilidad. Pero me molesta oler después de masturbarme. Es como delatarme, ya que pienso que si yo lo huelo, el de al lado lo ha de oler también, y no me gusta. Además, en verano, que se mezcla con estas sudoraciones típicamente alicantinas... uf, me agobio de pensarlo y quiero dejar de escribir.
Pero como me apetece concluir de algún modo este capítulo nocturno de la epístola a la chica mandona (aquí es cuando dirías, "no soy mandona", y habría yo de creerte), concluiré este párrafo antes de seguir con mis lecturas. He comenzado este texto para presentarme y hablar de mí, justificándolo en que sirviera para guardar un recuerdo en ajena sien, con el fin último de arreglar un casamiento tenido por imposible a día de hoy. Sea como fuere y preséntese el futuro como buenamente el Áltisimo haya de convenir, más prefiero yo que, en tiempo presente, alguna de mis frases te arranque una sonrisilla, que cualquier otra empresa matrimonial. Si te he entretenido por unos minutos y se te ha olvidado, aunque fuera por un momento, cualquier preocupación mundana que por tu cabecita rondara antes de la lectura, me doy por satisfecho. Buenas noches, a veintisiete de agosto de dos mil veintitrés.
* Días sin huella, Billy Wilder, 1945. Don Birnam, caracterizado por Ray Milland, es un alcohólico que, llegado cierto punto de la película, comienza a alucinar. En mitad de un trágico delirium tremens, Birnam ve como ratas y murciélagos invaden su apartamento. Ahí es cuando se empieza a dar cuenta de que quizá tenga un problema con el trago. Bien visto, Ray Milland. Digo... Don Birnam.
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Madrugada de la misma noche. Unto algo de alioli en un pan de ayer. He abierto el bote y sacado el pan de la bolsa con rapidez. Ansiedad. No puedo decir que me he desvelado porque no me he llegado a dormir. Esa coca-cola de las diez de la noche solo era buena idea para evitar estar despierto por la mañana. Consecuente con mi plan de que se me pasen los días rápidos, a la espera de yo-que-sé. He pensado en cómo sería estar hoy mismo acompañado. En si pudiera llevar un cuerpo de cincuenta y cinco quilos en brazos de aquí a la cama. He fingido que lo hago, asiendo el aire en mis manos, para encontrarme la almohada sudorosa en el colchón y yo tumbado con una sonrisa tonta, tan tonta que ha durado lo que dura dura. La verdad es que si estuviera acompañado no estaría comiendo alioli. Quizá lo hiciera en compañía, como con mi última compañera ucro-tulipán, pero para qué engañarnos: prefiero quitar el ajo de la ecuación labial. El aceite para un masaje, si acaso. Recuerdo cuando te dije que necesitaba un masaje y me mandaste a tu fisioterapeuta. En el contexto de la conversación internauta lo comprendí, asumiéndolo como un gesto de empatía y cordialidad. La parte de mí que quería ser tocado soltó una lagrimilla casi humorística. Ahora no dejo de darle vueltas a migas sabor ajo en la boca mientras pienso que son las cinco y veinte de la mañana y que ya he vuelto a mis cuatro o cinco estados de ánimo diarios. O que estoy muy a punto de volver. Qué se pueden sacar de estos desveles que no son desveles. Si ni siquiera he soñado nada. Anoche por lo menos presencié cómo apuñalaban a un gato de dimensiones dobles a las de un gato normal, mientras yo reparaba en otros quehaceres del sueño y, acabados éstos, me vuelvo al gato que está patas arriba y le toco. No se mueve. Yo mismo me doy cuenta que he tardado mucho en socorrerle. Le vuelvo a tocar. Zarandeo. El gato se encoge. ¡Está vivo! Acto seguido, lo meto debajo de un mueble bar para que se cure. Busco inmediatamente ayuda. Cuando vuelvo, el gato se ha convertido en una rata hámster que con toda la soltura del universo se envuelve en una manta verde, en lo que parece la última cura para su honda herida del abdomen, que desde un principio no sangra y que ahora parece ir desapareciendo. La rata hámster se va a dormir. Con cuidado, coloco a ese pequeño ser, envuelto en su sábana curativa, dentro de una cama para gato y lo cojo en brazos. Como hijo mío, lo mezo, le canto una nana y lo devuelvo a quien parece ser su dueña. Así fue como salve a un gato rata hámster y desperté orgulloso, sabiendo que mi instinto paternal competía sin temor con mis dotes médicas. Ahora, fumaré un (espero) último cigarro e intentaré seguir rescatando animalillos, quizá hoy toque una serpiente tiburón, o un koala grillo. Veremos que depara Morfeo.
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En el barrio, por la tarde. Tras ayunar casi todo el día, qué bien sienta una cerveza bien fría. Podría incorporar esta oración al refranero español. No sé si será el mareillo de la VolDam que me ha hecho empezar con tal musicalidad la carta de hoy. Ayer revisé y corregí de estilo lo que te escribí y me pareció bastante bueno. Inconexo y suelto, bueno de todos modos. No soñé, al menos no lo recuerdo, y me jode. Estos días estaba teniendo sueños bastante lúcidos y vívidos. Era un alivio para un encierro que, a pesar de ser voluntario, me estaba tomando como autocastigo. Un castigo plácido, ya que me ha dado tiempo a leer "Mientras dormían", de Donna León, a dejar por la mitad otro de la misma autora y a comenzar "El laberinto español", un ensayo histórico sobre los años anteriores a la Guerra Civil española y el desarrollo de ésta. Gerald Brenan, el autor. Me pregunto por qué tanto hispanista del país de la cruz de San Jorge. ¿Será que nos definen mejor desde fuera? Ni idea. Del primer capítulo, La Restauración, ha llamado mi atención una observación de Cánovas del Castillo sobre el conde-duque de Olivares, cito: "Su gran error era el error habitual de los españoles: intentar llevar a cabo grandes proyectos sin considerar en lo debido los medios económicos y materiales sobre los cuales habían de asentarse tales proyectos. El mayor vicio nacional español siempre ha sido un exceso de confianza y optimismo".
En vez de estar escribiéndote me gustaría estar hablándote de todo esto. O mejor, que me contaras tú qué tal tú día. Qué tema has estudiado hoy, o vuelto a estudiar. Si te has encontrado algún bicho en tu terraza o si las chicharras te siguen molestando. Cualquier cosa. He sido interrumpido hace unos minutos de mi escritura y eso me desconcentra y me enfada. No hay pestillos en esta casa. No hay intimidad. Ruidos de la calle entran por cada habitación que mores. Un patio interior chiva cualquier acto de las habitaciones individuales. Sólo el estudio de mi padre, con una ventana al balcón pequeño cuya persiana se puede bajar del todo, tiene algo de intimidad. La verdad es que odio este piso. Odio cómo está configurado. De sus dos mudanzas los últimos cinco años, mis padres han ido a peor. El piso de Castalla estaba relativamente bien. No era perfecto, claro, pero habían conseguido de él un hogar difícil de olvidar. Luego fueron a Ibi, hará cuatro o cinco años, quizá menos, no recuerdo. Lo dejaron por los ruidos y los vecinos, como si aquí no hubiera ruidos ni vecinos, ni inundaciones ni fiestas patronales. Era la única casa en la que he vivido, aunque fuera por pocos meses. Cuando se mudaron a ella yo ya vivía con mi abuela y poco más hice que ayudarles con las cajas y cajas de libros, películas y trastos. Luego viví allí por escasos períodos de tiempo. Lo que mejor y más alegremente recuerdo fue los momentos que pasé con mi antigua novia. También cuando me vi la serie de "El caso, crónica de sucesos" de una sentada. Leí y vi mucho cine allí, para lo poco que habité. Pero imposible de olvidar son los cuatro polvos bien pegados que me llevé de mi habitación y del baño de abajo. Había más silencio que aquí, eso seguro. Mi habitación era curiosa: la casa tenía dos plantas mas mi cuarto se encontraba justo entre la primera y la segunda, como un anexo añadido de obra que no terminaba de encajar en ninguno de los dos pisos. Con una puerta que daba bastantes problemas y una exagerada acentuación del tiempo meteorológico en sus extremos: horno en verano y nevero en los meses de frío. Pero a mí me daba igual. Era un refugio en el pueblo, a cinco minutos de la naturaleza. Ahora me encuentro en una exposición al barrio, a la suerte de críos y borrachos, y de críos borrachos, y de borrachas que se sientan en el portal a hablar con su marido de lo mucho que lo echan de menos, romperé la orden de alejamiento que yo misma cociné para verte, cariño, pero antes voy a abrir otra lata. Odio los borrachos inconscientes. Yo también he roto una familia, o al menos eso me dice mi señora madre, pero por lo menos sumo uno más uno. hay gente que parece que ni para eso. El otro barrio (Ciudad de Asís, no el más allá) donde vivía con mi abuela por lo menos era más honesto en su miseria. No se camuflaba de clase media con aspiraciones. Era un barrio de mierda, lleno de mierda y sin pretender ocultarlo. Con orgullo, como ha de ser. En fin. Odio que me interrumpan y creo que he tirado al traste toda la cohesión que podía ofrecerte hoy en mi cartita de la cojones. Espero soñar algo. O tener un arrebato nocturno y poder escribir algo que valga la pena. Quién sabe.
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¡MAÑANA VOLVERÉ A HABLAR! Joder, con tanto ayuno y tanta mierda se me ha olvidado cómo quería comenzar la carta de hoy. Y es que esta mañana ha sido lo primero que escrito. Una notita: "mañana volveré a hablar". Se la he enseñado a mi querida progenitora. Así es. Tres días de silencio me han sido suficientes. Creo. En los momentos de peor ánimo pienso quedarme callado por meses, huyendo de mis problemas económicos, familiares y emocionales. Pero creo que toca mover ficha. Llamar a mi usurero acreedor y decirle que no puedo pagar. Al menos el día treinta, como está estipulado. Llamar al paro. A un amigo para que me deje un móvil. Necesito un móvil porque necesito el número operativo para acceder a mis cuentas. Y para vender mi cámara. Vender mi cámara para pagar la deuda. Parte de ella. Quería sacar trescientos y pico. Si saco dos y medio me puedo dar por satisfecho. Se ha desvalorizado. Como yo cuando me corté el pelo en primero de la ESO. Ya no era el terror de las nenas. Ellas maduraron rápido y yo ya sólo era un común de pelo corto que le gustaban los cómics y las películas de Tarantino. No era bueno en fútbol, en ajedrez no llegué a ser el mejor. Para eso estaba Santi, niño prodigio, estrella de todos los campeonatos. Yo dejé de jugar y los superhéroes los cambié por líderes políticos. Empecé a leer a Lenin y luego a fumar porros. Ah... el instituto. Qué tiempos. Grises.
Mañana será un gran día. Se acaba el peor mes del año. Esta misma noche, cuando he salido a tomarme mi cervecita, ya notaba una brisa cuasi otoñal. Se estaba bien en la calle. Mejor que bien, ¡se estaba en la gloria! Hubiera dado lo que me queda de dedo anular por estar un rato en la playa, con un lambrusco bien fresco y al lado de una que yo me sé. Pero se sigue estando bien en el salón. Entra algo de fresco y los ruidos de motores espero vayan desapareciendo de aquí a un par de horas. No ha sido fácil guardar silencio por tres días. Te sientes ridículo, comunicándote con señas con tus padres, con el personal médico, con la de la tienda. Desde fuera es cómico. Y desde dentro también, qué coño, para qué engañarme. Estas últimas horas ya ha sido cabezonería pura. Podría haber dicho un par de palabras, por tontas que fueran. Pero quería llevar hasta última instancia mi voto. No sé si me ha sentado bien. Mentalmente me he mentido menos. He estado por comenzar esto y lo otro y me he parado a pensar: ¿de verdad me voy a dedicar completamente a ello? ¿De verdad voy a hacer una matrícula en esto? ¿Voy a ser programador? ¿Procurador? ¿Administrativo? ¿Intérprete de teatro? La verdad es que teatro tengo, y podría hacer todo lo que me he planteado y más. No nos equivoquemos, no todo en una vida. Pero un par de ellos, con dedicación, por supuesto que sí. Aprendo con facilidad y suelo hacer bien cualquier cosa que me propongo, sobre todo si tiene que ver con las letras, con la historia, con la lógica. Pero poco ánimo tengo yo para dejar otra empresa inconclusa, así que opto de ahora en adelante por no comenzar si no hay visos de acabar. Este consejo, aplicado al sexo, me hubiera ahorrado algún que otro disgusto con ciertas señoritas que no quedaron del todo satisfechas. Siempre me ha gustado ser un calientapollas. Calientacoños, en mi caso. Encender la mecha. Ver arder: salir corriendo. Como la canción de Amaral. Tremendo disco. Me niego a seguir dando bandazos, como dije ayer. Prefiero quedarme días absorto con mi comisario Brunetti y su lucha contra el crimen veneciano y de alrededores que precipitarme otra vez. Formalizaré la matrícula de mis huevos en salsa si hace falta. De todas formas, tampoco tengo dinero. Quiero estudiar, pero no puedo. Antaño tenía un camino de rosas para estudiar. Relativamente buena economía familiar, mayor plasticidad cerebral y menos años de castigo idiota me avalaban. Hoy, que ya he vivido mis desfases y quiero poner los codos sobre algunos libros de provecho, me veo ahogado de pesetas y falto de guía. Pero, ¡qué le vamos a hacer! Habrá que buscarse las habichuelas. Tampoco voy a dedicarme al arte y la contemplación y mi familia muriéndose de hambre. Me preocupa más que no se rompa lo poco que queda por romper y que buenamente un año nos procuremos alimento, que no hacer un porvenir que bien puede esperar unos meses. Maldigo cada botella que mientras había de estar en clase bebí sin reparo en aquel piso de la playa. Demasiada libertad con poca responsabilidad: la tumba de cualquier alma inmadura.
Alicante, a veintiocho de agosto de dos mil veintitrés.
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Madrugada. Desvelo de las dos y veinte. Todavía no he cogido el sueño. Creo que pierdo la cabeza por momentos. Estoy a gusto con ello. Escucho When the man comes arround the Johnny Cash mientras fumo un pitillo y bebo la cola del mercadona. ¿Estaré condenado? Jesús dijo en un momento de su vida, "no vengo a traer paz sino espada". "A enfrentar al padre con el hijo". Tremendo imbécil tuvo que parecer a quien lo malinterpretara. A día de hoy creo que su mensaje ha caído en saco roto. Tantas lecturas de tantos credos con tanta sangre detrás... Me imagino a un Jesús incomprendido, ciego de fe, hablando de cosas que nadie debía entender. Aunque alguno le siguiera en vida, no creo que fueran más de un puñado de p...
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Que le follen a Jesús. Acabo de tener el sueño erótico más agobiante del mundo. Me pasa que, en ocasiones, la cabeza está sueña que te sueña y la mano por su lado juega que te juega. Bien. No sé cómo ha empezado el erotismo, el caso es que en el propia ensoñación yo también me encontraba masturbándome. No me preguntes cómo acababa en la puerta de un supermercado, más bien en un rellanito entre dos puertas, como tienen algunos supers grandes. Para entrar y salir de él había que caminar una S y yo hallábame en el corte intersectorio de la S, escondidillo en una esquina, a veces mirando hacia aquí, cuando entraban, y a veces mirando hacia allá, cuando salían. El hecho es que todo el mundo se estaba dando cuenta de mi andadura exhibicionista. Pero yo seguía con mi escondite polutorio: si no me veían moverme yo no estaba. Así habré cntinuado en vida real unos cinco o diez minutos, a juzgar por la dureza y humedad del miembro en cuestión cuando he despertado. Hacía tiempo que, en mitad de la noche, no me desvelaba yo con tanta algría y rigidez. No me ha quedado otra. Abandonando la fantasía del super, que tenía más de thriller de horror interminable que de erótico, me he visto obligado a darle a mi cuerpo lo que humilde pedía. De las escaleras de la Colmena a los baños de la Stereo, algún adrezzo de novedad y un toque de clásico material ignífugo y... culminado con el último trozo de tarta de chocolate que queda en la nevera. No puede empezar mejor el día.
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29/8/23
Reparo ahora justo en que has sido la primera chica con la que me acuesto cuyo nombre acaba en sílaba tónica. Curioso. Vuelvo a lo mío.
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La Matrix es el destino
me hubiera gustado decidir si nacer o existir
alguien lo hizo por mi
no hay conciencia
es como estar en coma
crecemos con reflejos involuntarios
una aproximación biológico-afectiva a la experiencia
el estado más natural de conciencia es el sueño cuando eres un bebé
el sonido
los bostezos y movimientos de sus manos y pies
inactivo
activo
y sus emociones
lo demás se va forzando con el crecimiento
te vuelves adicto al azúcar y a la carne
el sistema está por encima de un libre pensamiento
te dicen que debes hacer esto y esto otro
una cantidad de cosas que nos llevan a la frustración
¿cuál es tu propósito?
No creo en ello
a veces me doy cuenta de que estoy atrapado y sumergido en la Matrix
conecto con un estado de rechazo hacia lo bueno y malo
reduzco el ruido externo para sintonizar conmigo mismo
me siento en la cuneta para mirar como la gente va hacia un lugar predeterminado
alguien los guía como si fuesen parte de una gran maquinaria
Y los lleva a un destino ya forjado por un dios.
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Momentos en los que me reduzco a casi nada en medio de una inmensidad que devora
Percibo cómo la vida se desliza entre mis dedos. Como si en estos días mi existencia se redujera a respirar, mientras mi mente deambula en mundos distantes.
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me preocupa la gente que reduce su valor a cuan productivo es pero me di cuenta que yo reduzco mi valor a cuanta atención recibo. y no es tan diferente en realidad.
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