LA VIDA FAMILIAR DE JAVI (Javier Peña x Lectora/Reader)
English description below!
Pareja: Javier Peña x Lectora femenina (f!reader) No uso de y/n
Resumen: La vida junto a Javi tiene sus altas y sus bajas. Amas cada momento que compartes con él, aunque al salir a trabajar cada mañana, te preguntas si será la última vez que lo verás con vida.
Advertencias: Angustia. Menciones de violencia típica de la serie. Descripciones de heridas, sangre y suturas. Descripciones de maternidad, amamantar y cuidado de bebés.
# de palabras: 2967
N/A: Hola! Este es la primera historia que publico en Tumblr. Es sencilla, pero pronto traeré más contenido. Sé que la comunidad hispanohablante es pequeña en esta plataforma, pero espero encontrar apoyo! Jajaja Una disculpa si tiene errores, no está revisado aún🥺 lo actualizaré una vez que haga proofreading!
English isn’t my first language, although I’m a linguistic and translator student hahaha so I’m going to post my stories in English too, when I get more confident!
————————————————————————-
En tan solo cuatro semanas, mi vida había experimentado el cambio más maravilloso. Mi mundo se había transformado en pañales, amamantar, conjuntos diminutos de ropa y ese dulce olor a bebé que me brindaba calma en las interminables noches sin dormir. Dar a luz a mi primer hijo me había enseñado un tipo de amor tan intenso y único, diferente a cualquier otro que hubiera experimentado. Mi pequeño bebé, mi niño y el amor de mi vida: Javier Samuel Peña. O simplemente Sam, para evitar confusiones con su padre.
El embarazo no había sido algo planeado... Bueno, al menos no exactamente de la manera en que sucedió. Javi y yo nos casamos en el consulado americano un lunes por la mañana. No hubo una gran fiesta con nuestros seres queridos, ni un hermoso vestido blanco ni docenas de flores decorando los pasillos de una iglesia. Simplemente, Javi avisó en su trabajo que no iría ese día, los Murphy fueron nuestros testigos e invitados únicos, y nuestra luna de miel duró una noche en nuestro departamento.
La boda se aceleró debido a la preocupación de Javier de que, si algo le pasaba en el trabajo, yo no quedara desamparada y tuviera los mismos derechos que su padre para acceder a beneficios legales y su seguro de vida. Aunque me rompía el corazón que Javi pensara de esa manera tan fría acerca de su propia vida, yo era la novia más feliz. Javier y yo nos amábamos y teníamos una relación estable, llena de amor y respeto. No había otra persona en el mundo con la que quisiera estar en una oficina gubernamental, mirándonos a los ojos y jurándonos amor eterno.
Nuestro plan original era regresar a Texas, al rancho de su padre, después de derrotar al cartel de Medellín. Allí planearíamos rápidamente la boda en la iglesia y la fiesta. Luego vendrían los hijos. Todo debería haber sucedido cuando estuviéramos seguros, en paz y establecidos. Sin embargo, apenas tres meses después de nuestra boda improvisada, las náuseas matutinas comenzaron a aparecer y fue cuando Javi insistió en llevarme al hospital después de que casi me desmayara mientras hacíamos las compras en el supermercado, que nos enteramos de que seríamos padres. Atribuimos el incidente a un preservativo roto del que no nos dimos cuenta en el momento. La primera semana fue complicada, ambos estábamos estresados y en shock por la noticia. Una mañana, discutimos por algo tan insignificante que ni siquiera recuerdo qué era, y Javi se marchó al trabajo sin despedirse. Yo me quedé llorando en casa, preocupada por todo lo que implicaba tener un bebé y muy sensible debido a las hormonas en mi sistema. Sin embargo, esa noche Javi regresó a casa con un hermoso ramo de flores y un bote de mi helado favorito.
—Todo estará bien, preciosa —me prometió entre besos, después de que hubiéramos asumido nuestra nueva vida y aceptado que las cosas no siempre salen como las planeamos.
—Tengo miedo, Javi —mi confesión abarcaba muchos aspectos: la maternidad, los riesgos del trabajo de Javi, el dinero, vivir bajo un techo que ni siquiera era nuestro, lejos de nuestras tierras natales, los cambios que sufriría mi cuerpo...
Pero en el momento en que Javi me miró a los ojos, pude olvidarme por un instante de todo lo negativo y centrarme en la bendición que era este bebé. Y, Dios, deseaba con todas mis fuerzas que nuestro pequeño o pequeña tuviera sus cálidos ojos.
Y así fue. Sam llegó al mundo con un fuerte llanto, con los mismos grandes ojos café oscuro de su padre, que curioseaban el mundo y buscaban consuelo en nosotros. No podía dejar de mirarlo, maravillada por la capacidad de mi cuerpo para crear un ser humano que fuera una copia exacta del hombre que amaba. Javi era un padre siempre presente, que asumía su rol al cien por ciento. Cambiaba pañales, lo bañábamos juntos, se encargaba de cuidarlo para que yo pudiera dormir y mientras yo lo amamantaba, él se ocupaba de algunas tareas domésticas.
Por supuesto, no todos los días eran perfectos, sobre todo porque pasaba la mayor parte del día sola en casa mientras Javier, mi esposo, arriesgaba su vida en las calles de Colombia, luchando por hacer de este mundo un lugar mejor para nosotros. Últimamente no podía evitar llorar cada vez que lo veía salir por la puerta por la mañana, preguntándome si sería la última vez que lo vería, que sentiría sus labios sobre los míos y le daría un beso en la frente a nuestro hijo. Nunca dejaba que me viera llorar, así que esperaba a que su camioneta saliera de la cochera antes de permitirme soltar una lágrima. Javi ya tenía suficiente preocupándose por nosotros al vivir con nuestro recién nacido en un país sumido en la inseguridad y con el estrés diario de las interminables horas esperando lograr un avance en el caso de Escobar.
Cuándo Sam nació, me permití encerrarme en una burbuja en la que sólo éramos nosotros tres. A Javier se le concedieron dos semanas de licencia de paternidad, por lo que pasamos quince días encerrados en casa, acurrucados en la cama, descubriendo el mundo de los bebés y comenzando nuestra pequeña familia de tres.
Sin embargo, Javier, un hombre acostumbrado a la adrenalina y tan comprometido con su profesión, regresó pronto a trabajar y fue ahí cuando la realidad me golpeó. Él podría despertar un día, cambiarle el pañal a Sam, desayunar conmigo e irse a trabajar, y esa sería la última vez que lo vería con vida.
Era difícil para mi estar en el silencio de la casa, ver a nuestro bebé dormir o tratar de comer algo, cuándo vivía con la paranoica idea de que un día Steve tocaría a la puerta para darme la peor noticia. No podía imaginar una vida sin Javier Peña, una vida sin que mi hijo tuviera a su padre para aconsejarlo y jugar con él.
Hoy era uno de esos días en los que sentía un gran peso en el pecho. Me sentía muy sensible, lloraba con lágrimas silenciosas mientras miraba a Sam comer de mi pecho. Apenas había comido un par de bocados, mirando el reloj esperando la hora en la que Javi cruzara la puerta.
Cuando empezaba a oscurecer y la lluvia caía intensamente, el sonido de los relámpagos a lo lejos logró calmar mi mente. Decidí ir a la habitación y acostarme junto a Sam, con la esperanza de lograr conciliar un breve momento de sueño al mismo tiempo que el lo hacía.
•••
—Shit...
Escuché a Javi sisear después de que el estruendoso sonido de un vaso de vidrio estrellandose en el suelo me despertó abruptamente. Con el corazón acelerado por el susto, miré a Sam para comprobar que no se hubiera despertado. Mi pequeño se quejó un poco, pero lo calmé con una suave canción y se quedó dormido nuevamente. Lo acomodé en su cuna junto a la cama y salí a recibir a Javi.
El reloj de la cocina marcaba la una de la madrugada. Lo que significaba que yo había dormido cinco horas, y Javi había llegado tres horas más tarde de lo habitual. Bueno, no es como si él llegando tarde fuera algo raro. Se suponía que su hora de salida de la oficina era a las 10 de la noche, pero si se presentaba la oportunidad de una redada de emergencia o el papeleo de un reporte se volvía tedioso, Javier podía llegar a casa incluso hasta la mañana siguiente, sólo para bañarse, apenas dormir una hora o dos y regresar nuevamente a la DEA.
—¿Javi? — le llamé cuándo lo vi de espaldas y fue entonces cuándo me percaté que algo no andaba bien...
Javi intentaba doblarse sobre si mismo para recoger los pedazos de vidrio esparcidos por el suelo, pero con cada movimiento su rostro se contorcionaba en muecas de dolor mientras se sujetaba un costado de su torso. Un golpe de angustia me pegó en el estómago, impulsándome por instinto hacía él para socorrerlo.
Javi intentó alejarme de los vidrios para evitar que me cortara, pero nada podía evitar que lo alcanzara.
—¿Que te pasó? — inquirí al tiempo que trataba de hacerlo quitarse la mano del costado, pero me lo estaba poniendo difícil — ¿Que pasó? — repetí.
—Nada, amor, don't you worry — me aseguró, pero su tono de voz cansado y con un toque adolorido me decía todo lo contrario.
—Javier, por favor quita la mano — pedí en un tono más serio y después de escucharlo gruñir con inconformidad, me dejó mirar bajo su camisa.
Llevaba una venda amarrada en la cintura y en un punto de su costado las gasas habían adquirido el tono escarlata de la sangre. El peso de mi propia alma cayó en mi estómago, impactada por la imagen. Mis ojos ardían con lágrimas que se negaban a caer, pero un jadeo de sorpresa escapó de mis labios. Mis manos temblaban mientras intentaba procesar lo que estaba viendo y buscaba encontrar la voz para preguntarle de la manera más calmada posible qué había sucedido. Sin embargo, no lograba articular palabras y las lágrimas finalmente comenzaron a rodar por mis mejillas.
En ese momento, Javier tomó mis manos con la delicadeza y firmeza que solo él sabe transmitir.
—Hey, no pasa nada. Estoy bien — me aseguró, pero las voces angustiadas en mi cabeza no dejaban de murmurar: "Tenías razón al preocuparte por él, este trabajo acabará con su vida", mientras que otra voz me decía: "Deja de llorar, tiene suficiente estrés en el trabajo como para llegar a casa con su esposa hormonal". Pero, simplemente, no podía contenerme.
—Amor, vamos a la habitación — susurró en tono suave, tratando de transmitir calma y minimizar la situación. Pero sus movimientos lentos y cuidados revelaban el dolor que le causaba su herida. No pudo ocultar la mueca de dolor al sentarse en la cama, dejando en claro cuánto le dolía cada movimiento.
Mi corazón se encogió al verlo así. Le pedí que se quitara la camisa para poder cambiarle las vendas. Mis emociones se mezclaban: preocupación, miedo y una sensación abrumadora de querer protegerlo de todo y de todos. Quería meterlo a él y a Sam en una cajita a prueba de todo lo malo en este mundo y conservarlos ahí para siempre. Pero sabía que eso era imposible.
Me dirigí al baño y tomé la caja de primeros auxilios, buscando todo lo necesario para tratar su herida.
Al regresar a la habitación, lo encontré sin camisa, sentado en la cama, con su mirada fija en nuestro bebé, que dormía plácidamente. La escena contrastaba la ternura del sueño de Sammy con la realidad del dolor físico y el estrés que Javi estaba soportando. Podía verlo en sus ojos: esa inocencia perdida tras años de trabajar en un rubro lleno de violencia, sangre y armas. El peso de querer cambiar el mundo para que sea mejor y tener que enfrentarte a los demonios que lo acechan cara a cara.
—Es tan pequeñito — murmuró Javi con una sonrisa tierna en su rostro, mientras extendía su brazo con cuidado hacia la cuna. Sus dedos acariciaron suavemente la mejilla de su hijo, como si quisiera grabar ese momento en su memoria para siempre. La imagen me hizo sentir una oleada de ternura y amor indescriptibles — Es el sueño hecho realidad: nuestro bebé, que lleva parte de ti y parte de mí. Es idéntico a ti...
Si estuviéramos en cualquier otro momento, donde Javier no estuviera herido y sangrando, habría compartido con él lo maravilloso que era ver a Sam, un ser tan pequeño y perfecto, que parecía ser una réplica exacta de su padre. Le habría asegurado que amaba cada rasgo que heredaba de él y que estaría dispuesta a tener mil hijos más, solo para ver esos mismos ojos, ese mismo cabello y esa misma sonrisa que tanta paz me transmite. Pero en ese instante, cuando noté un destello de dolor en su rostro, mi corazón se contrajo con preocupación.
Me acerqué a él, posicionándome entre sus piernas, y comencé a deshacer las vendas que abrazaban su torso. Cuando llegué a la herida, Javi siseo de dolor al sentir como la sangre seca se despegaba de la gasa y estiraba la zona afectada. Aunque no era una herida grave, su apariencia era inquietante. Eran apenas cuatro puntos de sutura, pero la carne estaba inflamada y enrojecida, evidenciando la irritación y sensibilidad en la zona. Olía a sangre y antisépticos. Cada movimiento de Javi parecía provocarle una punzada de dolor, lo cual quedaba reflejado en su rostro a través de una expresión tensa y un ligero fruncimiento en las cejas.
Con un algodón humedecido con antiséptico, comencé a limpiar la zona de alrededor. Cada movimiento era suave y ligero, pero pude notar la mandíbula tensa de Javi cada vez que presionaba la zona.
—¿Vas a decirme qué pasó? — era pregunta, pero debido a mi voz tensa y baja, sonaba más como una orden.
Javier estuvo callado un par de minutos, cuándo por fin habló:
—Murphy y yo fui a checar una casa de seguridad — comenzó, mientras yo buscaba en el botiquín algo que pudiera reducirle la inflamación de su piel lastimada —. Nos separamos y fue ahí cuándo detecte a uno de los perros de Escobar. Fui tras él y el hijo de pe… — se tentó a decir, sin embargo le hice una indicación con la cabeza hacía Sam — Y el tipo me sorprendió de la nada con una navaja. Apenas la esquivé, pudo haber sido peor.
—¿Eso se supone que debería tranquilizarme? — respondí con una risa carente de gracia, los ojos aún ardiéndome con lágrimas que no quería soltar — ¿Te llevaron a una clínica? — inquirí y él asintió — ¿Y porqué no me llamaste, Javier? — le reclamé con la voz cargada de emociones que apenas podía contener.
—No quería asustarte — se excusó.
—Soy tu esposa, Javier Peña. Cualquier cosa que te pase debería saberla. Que tal que… — me detengo en seco, incapaz de concluir la oración. El mero hecho de pensarlo hace que se me revuelva el estómago — Si algo te pasara, Javi, yo… no sé que haría. Seguro me volvería loca.
Finalmente me quiebro. Las lágrimas salen sin que pueda detenerlas. Días de aguantarme decirle como me siento salen a través de mis ojos y me siento la peor por poner más carga sobre sus hombros. Claramente Javier no quiere morir en su trabajo, no quiere dejarnos solos a ninguno de los dos. Es obvio que cada día sale de casa sabiendo que podría ser la última vez que nos ve. Soy consciente que él mejor que nadie sabe que vive en una ruleta rusa diaria y yo no aporto nada poniéndome a llorar por un miedo evidente.
—Cariño, ven aquí — sus manos tomaron las mías y me levantaron para sentarme en su pierna con delicadeza.
—Te vas a lastimar… — protesté, pero me calló con un tierno shhh.
—No pasa nada — aseguró —. No voy a irme a ningún lado, mi vida. Mira, pásame mi billetera — pidió, ya que él no podía estirarse demasiado. La alcancé y mientras se la entregaba, me volvió a colocar en su pierna. Yo hacía el esfuerzo por no recargar todo mi peso en él. De su billetera sacó una pequeña foto, tomada hacía apenas tres semanas. Éramos nosotros tres: yo estaba en la cama del hospital, con mi cabeza en el hombro de Javi, quién sentado a mi lado llevaba a un pequeñísimo Sam dormido en sus brazos — Cada vez que salgo a la calle, tu y Sam son mi trébol de la buena suerte.
—Vaya suerte que te damos — respondí, un poco a juego. Y ambos soltamos una risita, aunque yo seguía en lágrimas.
—Una cosa es suerte y otra cosa es que yo sea imbécil — bromeó y otra risa me abordó.
Mi mano acarició su mejilla, acción que pareció relajar a Javi completamente, como si el dolor hubiera desaparecido con mi toque. Cerró sus ojos, recargando su cabeza en mi mano, para después besar el dorso. Me incliné para depositar un beso casto en sus labios mullidos y suaves.
—Yo sé que haces todo lo posible por volver a casa a diario, amor. Perdóname por ponerme a llorar, las hormonas últimamente me tienen demasiado sensible.
—No tienes nada por que disculparte — aseguró, depositando otro beso en mis labios, después en mi nariz, mi mejilla y finalmente nuevamente en los labios.
Nuestra pequeña sesión de besos tiernos terminó en el momento en que Sam comenzó a quejarse. Ambos conocíamos a la perfección aquel tipo de llanto y sabíamos que significaba.
—Te llaman, mami — dijo Javi, dándome un beso más en la mejilla antes de dejarme ir.
—Ya, bebé, está bien — murmuré a mi hijo mientras lo sacaba de su cuna y me acomodaba con él en la cama para darle pecho. Sam se acomodó rápidamente y comenzó a comer.
Los ojos de Javi se iluminaron con ternura y orgullo ante la imagen de su esposa alimentando a su hijo. Para él éramos su inspiración y su motivación. Después de años, por fin tiene un lugar al que puede llamar hogar y llegar cada vez que vuelve del trabajo.
Javi se pone de pie para besar la cabeza de Sam, después mi frente y se dirige al baño para tomar una ducha. Al regresar, Sam ya se ha quedado dormido nuevamente, por lo que le ayudo a mi esposo a secarse y ponerse una venda nueva sobre la herida y acomodarse en la cama.
Él se queda dormido antes que yo. Aprovecho los minutos para admirar su rostro sereno y hermoso, todo mío. El dolor de la preocupación constante por él aun me pesa en el pecho, pero trato de calmarme y volver a dormir. Mañana será otro día.
62 notes
·
View notes