#LLEGÓ MI REINA SILENCIO
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' no, fue más o menos hacia los ochenta. tenía unos cuarenta años desde el abrazo, mi sire consideró que manejaba de manera apropiada las leyes, tradiciones, y reglas no escritas de nuestra sociedad, así que implementó ciertos... entrenamientos que me mantuvieron alejado de la sociedad. ' si habla con cierto orgullo, no es más que una respuesta ensayada. el nivel de fortaleza del que ahora gozaba había derivado de aquella época en específico. ' ¿era esto lo que se escuchaba entonces? qué suplicio tan aterrador. afortunadamente, tenemos libre albedrío, ' la mirada le desciende sin mucho disimulo, buscando quizá un resquicio de piel pálida al nivel de los antebrazos que pudiera darle alguna respuesta respecto al desenlace del último encuentro. por supuesto, es una acción que no medita pero que lleva sobre sí misma la duda de si la sanación improvisada funcionó o no. ' ¿la barra, puede ser? no he escuchado las mejores opiniones sobre el vitae que ofrecen, pero no soy quien para opinar. '@leuksnas
' ¿ te escondiste de las noticias de occidente a mediados de los setenta o prejuzgué tan mal tu edad ? ' encarna una ceja, más por concierto de fondo y actitud de intérpretes sobre el escenario que por hilo de pensamiento que no está lejos del propio. aún así, no podría fingir desinterés en cara opuesta a la propia por más lejana que sea. ' al menos en ese momento resultaban originales para el ojo acostumbrado a la norma ' ¿ ahora ? sólo le parecía una triste reverberación de ancestros. @romaahn
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Ya está listo el Capítulo 6, Es algo corto porque estoy re leyendo la serie y organizando la para que tome el enfoque oscuro por el cual votaron.
También avisaré que el formato en el que escribo lo cambiaré para que sea mas compacto y no haya tanto espacio este los textos
Sin mas que decir, la imagen no es mía, créditos a quien corresponda y disfruten del capitulo
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Bubble:
Ya volví!
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*Bubble entro por la ventana del cuarto de los chicos*
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Caíne:
Oh? Bubble, justo a tiempo, ya estamos terminando el tiempo de descanso
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Bubble:
Tengo buenas noticias, encontré a tus amigos! Y encontre a muchas mas personas aquí
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Caíne:
Enserio?
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*Kinger y Jax se acercaron, ya que el dormitorio de chicos no era muy grande ambos escucharon la noticias*
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Jax:
Mas gente? Interesante
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Kinger:
Deberíamos ir a ver
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Caíne:
Andando, no tenemos que hacer esperar a nuestros nuevos invitados
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*Los 3 salieron rápidamente de su dormitorio y fueron al encuentro de los demás*
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Caíne:
Vaya, no pensé que fuera tanta gente...
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*Caíne llegó a la puerta y la abrió, allí afuera, observo como los bubbles, escupían a la gente y luego explotaban como burbujas*
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Shira:
Oh, Hola Caíne!
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*Shira salido a Caíne y a Kinger*
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Jax:
Y ella quien es?
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Kinger:
Es una historia muy larga...
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Gloink:
Pero que groseros, deberían sentirse avergonzados de tratar así a una reina como yo
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Kaufmo:
...
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*Kaufmo observo en silencio a Caíne y Kinger*
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Princesa Lu:
Así que usted es el rey de estás tierras, es un honor...
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Shira:
Oh, cierto déjenme presentarles
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*La reunión paso rápidamente, cabo de unos minutos, Caíne, Kinger y Jax conocieron a Fudge, Gummigoo, Chad y Max, Y a la princesa Lu*
*Mientras esa reunión pasaba, Shira le aclaraba a la princesa Lu la situación de Kaufmo, Gloink y de ella.*
*Al cabo de poco tiempo, Esos 3 volvieron al cuarto de castigo*
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Jax:
Hee... Oye Caíne, Podemos hablar un minuto?
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Caíne:
Claro? De que se trata
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*Jax se llevó a un lugar apartado a Caíne*
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Jax:
No te has dado cuenta?...
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Caíne:
De que hablas?
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Jax:
hola? Princesa, Reino, Y un ejercito de súbditos que no son mas que mariconetas con algo de IA
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Caíne:
sigo sin entender, además recuerda que bubble también es una IA
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Jax:
A lo que quiero llegar, es que esa gente está loca, o almenos no entienden bien la realidad...
Solo mirarlos...
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*Jax se asomo por la puerta*
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Jax:
3 de ellos se creen vaqueros, la chica se cree una princesa y ese tipo...
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*Jax observo seriamente a Fudge*
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Jax:
Ese tipo me da un mal presentimiento...
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Caíne:
No deberías ser tan paranoico
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Jax:
No es paranoia, conosco el peligro cuando lo veo
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Caíne:
Y que propones?
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Jax:
envía a todos al cuarto de castigo y organizemos esto
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Caíne:
Bueno, no deberíamos ser tan agresivos con los nuevos, pero supongo que tienes un punto...
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*Jax salió del cuarto rápidamente, Caine estaba por salir también Pero Jax trajo a Kinger*
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Gummigoo:
Hm?...
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Chad:
Pasa algo jefe?
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Gummigoo:
No es nada, es solo que tengo que confirmar algo, esperen aquí y no llamen la atención...
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*Gummigoo de movió rápidamente y fue a dónde había visto a Jax entrar junto con Caíne y Kinger*
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Zooble:
Por el amor de Dios que causa tanto ruido?
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*Zooble se levantó enojada y salió del dormitorio de la chicas encontrándose a la enorme cantidad de marionetas y personas afuera*
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Zooble:
Que mierda?
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*Debido al ruido Pomni, Ragatha y Gangle se levantaron y salieron también a observar*
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Gangle:
He? Y todo esto de dónde salio?
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Zooble:
Debe ser algún invento de Caíne
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Ragatha:
Wao, no sabía que tenía un projecto tan grande
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Pomni:
En serio todo esto lo hizo Caíne?
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Princesa Lu:
Ojalá, todos ellos son mis súbditos
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*Las chicas observaron a la princesa Lu y se asustaron*
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Princesa Lu:
Hola, disculpen que les asustara, soy la princesa Lu
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Ragatha:
No inventes, hasta una princesa, es un placer
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*Gangle, Pomni y zooble saludaron, sin embargo no interactuaron mucho con la princesa mientras que ragatha si*
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Ragatha:
Cuéntame, tu creaste todo esto?
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Princesa Lu:
Si, fue un trabajo complicado Pero una vez empiezas a replicar la conciencia no es tan difícil y-
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Gummigoo: hm?...
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*Gummigoo escucho la conversación de Caíne y los demás*
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Jax:
Me puedes explicar de nuevo, porque demonios no podemos poner a esa gente en el cuarto de castigo?
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Caine:
Kinger tiene razón, debemos verificar si están cuerdos o no
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Jax:
Y como demonios logras eso?
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Kinger:
Tal vez si le hacemos varias preguntas
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Jax:
Daaa...
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*Jax se quejo cansado*
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Jax:
Mira, hagamos esto, Hagan sus tontas preguntas mientras tanto Pero si uno De ellos hace una estupidez lo envían al cuarto de castigo de acuerdo?
Además, no creo que allá suficiente espacio para tantas marionetas
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Caíne:
En eso tiene razón
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*Jax salió molesto, por suerte gummigoo se escondio y no lo observo, pero luego escucho la conversación de Kinger y Caíne*
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Kinger:
No crees que esto se está saliendo de control?
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Caíne:
... Si, no quería tener que recurrir a los métodos de Gloink, Pero si son una amenaza no dudare en usarlos
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Kinger:
Y que haremos con Shira, Gloink y Kaufmo?
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Caíne:
Ya tengo un plan para eso, Pero lo probaré primero en Gloink y Kaufmo
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*Caíne saco otra esferas y la activo*
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Bubble:
Si Caíne?
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Caíne:
bubble, activa el mecanismo de vigilancia de Bubbles
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Bubbles:
Entendido!
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*Gummigoo observo varias pantallas aparecieron por todos lados y vio como Caíne mantenía bajo vigilancia el lugar*
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Caíne:
Hm?...
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Kinger:
Pasa algo?...
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*Caíne agarro Rápidamente a Kinger y le susurro algo, gummigoo al ver las cámaras intuyo que era mejor irse, pero cuando se dió la vuelta, Kinger lo había golpeado, Caine lo ato para que no pudiera hablar y lo llevaron rápidamente al cuarto de edición*
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Continuará
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The shadow of someone -Ishakan x fem!reader
synopsis. two years have pass since she was promised to the King of Kurkan and married him. However, even if she is the consort queen of the most wealthy kingdom around the continent, she is only a shadow of the death Princess Leah.
contents. period piece, nothing of love, fem!reader, angst (eventual comfort), unfaithful man, arrange marriage, he loves the former princess of Estia, hurt and damage
El silencio del trono era más pesado que el oro que lo adornaba. En lo alto del salón real de Kurkan, donde el mármol rojo reflejaba la luz del amanecer como si el mismo palacio sangrara recuerdos, Morgana se sentaba recta, serena. Su corona pesaba más con cada día, no por el metal, sino por lo que representaba. Aunque el pueblo la llamara por su título real, aunque los consejeros del reino la llamasen "Majestad", había una enorme diferencia, una enorme brecha, que perduraba con el tiempo. Ella podía ser la esposa del rey, ostentar el título, pero nunca sería más diferente que una piedra a una montaña.
Pero nunca la había llamado "mi amor". Ninguna promesa de amor o lealtad más allá de los votos que recibieron en la capilla de su reino el día de su boda, una promesa vacía en un tono que no dejaba indiferente a ninguno.
Morgana cerró los ojos unos segundos, saboreando la brisa cálida que entraba por los ventanales. El desierto más allá del palacio rugía como un mar de fuego, infinito y salvaje, igual que los kurkanos. Igual que Ishakan. Pero dentro del salón, todo era mármol, eco, y ausencia.
Habían pasado dos años desde que se convirtió en reina. Dos años desde que la corona cayó sobre su cabeza como una jaula dorada. Ishakan la había elegido por estrategia, por necesidad política, y lo había dejado claro desde el principio. "Kurkan necesita una reina fuerte -le dijo-. No una muñeca de porcelana". Ella había aceptado sin romanticismo, creyendo que podría tallar su lugar entre aquellas murallas, incluso si el amor no era parte del trato. Su padre, que ansiaba una cercanía al reino de Kurkan más por ambición y apertura al comercio, firmó el decreto de esa alianza matrimonial a sabiendas de lo que significaría de cara al exterior. Un reino aliado con los Kurkan sería temido, respetado incluso.
Ella pensaba que no iba a ser diferente a su primer matrimonio. Su antiguo marido, que solo duró tres años, un duque del reino de la costa, querido por sus vasallos y respetado por ella. A su manera, le había amado. La respetaba, e incluso en alguna ocasión habían salido a cazar juntos. Hasta el día en el que las fiebres se lo llevaron y ella quedó viuda solamente con veintiún años, y sin hijos. Entonces, poco después le llegó la noticia de que su padre la había propuesto en matrimonio con el rey de Kurkan. Ella aceptó. Morgana sabía que su papel ahí era importante, así que se quitó el luto y dejó ver la mejor faceta de ella de cara a los embajadores. Pero entonces llegaron los rumores.
Susurros de la princesa de Estia. Estia, un imperio decadencia que ya poco tenía de imperio. Sus sucesores se habían ido dejando hasta caer el título en el actual emperador. La alianza con Kurkan les habría beneficiado y vuelto a llevar a la gloria de no ser por su pensamiento interno frente al resto de culturas del continente. El príncipe heredero era el peor; decían que era un niño mimado que poco entendía de política, solo de placeres carnales y hechicería. La Flor de Estia, como la llamaban, era hermosa; con rasgos de la familia real, pelo plateado y piel blanquecina y perfecta. Pero fue rechaza como candidata a reina de Kurkan por presiones internas de Estia, y obligada a casarse con uno de los marqueses más adinerados. Todos conocían el resultado de ese enlace; la historia de cómo en la noche de bodas la princesa se clavó el cuchillo en el pecho y los galenos apenas pudieron hacer nada para detener la hemorragia, la vergüenza que asolaba Estia desde entonces, los continuos choques que existían entre el pueblo, el consejo y la legitimidad del príncipe.
El mismo día que la pricesa se quitó la vida, Morgana estaba caminando hacia el altar para casarse. Cuando la noticia llegó, después de la ceremonia, ella misma vivió una humillación. En vez de elegir el suicidio, fue su esposo el que la catapultó a ello.
Morgana la había visto solo una vez, en un retrato robado que uno de sus sirvientes le mostró con torpe compasión. Una belleza etérea, con ojos como cielos sin tormenta y una sonrisa que parecía conocer secretos que nadie más sabía. Morgana no era así. Ella era sombra y acero. Más útil que deseada.
Ishakan entró al salón sin anunciarse, como siempre. Su presencia era imponente, incluso cuando no hablaba. El silencio entre ellos se estiró como un puente quebrado.
-Majestad -dijo él, con su voz baja y áspera.
Morgana lo miró, sabiendo que esa palabra la empujaba más lejos de él, no más cerca.
-¿Ha llegado el emisario de Estia? -preguntó ella.
Ishakan asintió. No agregó nada. El corazón de Morgana latió lento, helado. Si Estia volvía al tablero...
-¿Y qué quiere? -preguntó, con más firmeza de la que sentía.
-Negociar una tregua. Una alianza.
Una pausa. Una mirada.
-¿Se atreven ahora a buscar una alianza con Kurkan? ¿Tan desesperados están que no tienen otro aliado más cercano? -aclaró él, dejando sonar el tono de burla frente a la rabia que había por debajo de sus palabras. Morgana lo conocía demasiado bien a aquellas alturas-. Deberían haberlo buscado hace cuatro años, ese mocos engreído.
Morgana lo miró sin pestañear. Y por dentro, sintió que algo se desmoronaba. Ella era la reina. Por título. Por papel. Por estrategia. Pero no por amor. No por él.
Y en ese instante, sentada en su trono silencioso, supo ver las palabras por encima de la verdad. Solo un título. Solo una alianza comercial. Y ella tenía que ser perfecta; nunca quejarse, nunca decir nada de más, incluso si él la sometía a continuas humillaciones. Con disimulo, ignoró las miradas de algunos de los líderes de las tribus del desierto y se centró en el contenido de la carta.
-El príncipe heredero pide una audiencia en persona con el rey de Kurkan. Deja claro que sus intenciones son buscar un vacío legal para introducir su comercio en el resto del continente a través de Kurkan.
Morgana deslizó el trozo de papel hacia el centro de la mesa, donde los demás pudieran verlo. El líder de la tribu de los osos murmuró algo entre dientes, algo ininteligible, que ella prefirió ignorar. Kurkan no era tierra para corazones débiles. Su sol caía sin misericordia, su viento traía consigo el polvo de siglos y su gente solo respetaba el poder. Y Morgana, la reina por nombre pero no por amor, era una figura decorativa en un reino que nunca la quiso.
-Si buscan eso, deberían saber que Kurkan no se inclina ante nadie -dijo, en voz alta, una sonrisa burlona en los labios gruesos del hombre-. Y menos ante un imperio que caerá en dos días cuando el emperador muera.
-Incluso si eso ocurre, continua siendo un aliado poderoso. Su comercio interno de joyas y materiales podría ser una ventaja.
-O un problema -expuso ella-. Lo único que buscan es fomentar su economía sin dar nada a cambio. El príncipe heredero es demasiado orgulloso para haber escrito esto. Lo habrá hecho alguno de sus consejeros.
Ishakan, ahora de pie, ni siquiera la miró cuando habló con ese veneno en sus palabras.
-Tendría que haberte avisado de que este consejo requiere inteligencia.
Alguna risa apagada de los hombres de su alrededor sonó, pero no de todos. Ninguno la miraba a los ojos. Morgana, con una calma cruelmente ensayada por los años de humillaciones y desprecios, mantuvo su postura.
-A veces la necedad puede ser más útil que la fijación.
Uno de los hombres tosió incómodo. Ishakan se volvió, por fin, para clavar en ella una mirada afilada.
-No confundas tolerancia con estima -respondió-. No eres parte de esto. Solo estás aquí porque yo lo permito.
Un látigo habría dolido menos. Ella no respondió. No lloró. No retrocedió. Porque ya lo había hecho demasiadas veces. Ella era la reina que él nunca había querido. La que había tomado cuando la princesa de Estia lo dejó con las manos vacías. Un repuesto. Una sombra.
Pero incluso las sombras saben esconder fuego.
Y en los pasillos del palacio, donde los sirvientes bajaban la mirada y los rumores flotaban como moscas, había un mensaje oculto que durante años ignoró por el bien de su estabilidad en el palacio. Donde los asesinos se escondían, las sombras podían hacerse fuertes. Incluso a costa de la princesa muerta.
-El emisario de Estia llegará mañana. Querrá hablar contigo a solas, como es lo previsto, supongo.
-Yo estaré atento por si el hombre está manipulado por algún conjuro -habló Morga, el líder de la tribu de las serpientes. Sus ojos afilados la miraron brevemente, como si todavía hubiera una pizca de respeto en ese lugar hacia ella. Morgana sabía que no era así.
Durante segundos que parecieron eternos, ningún hombre se atrevió a romper el silencio con su partida. El rey aún no los había despedido, y la presencia de la reina era una mancha incómoda en la sala.
Ishakan alzó apenas una ceja. No contestó. Su desprecio era tan pulido, tan constante, que ni siquiera necesitaba esfuerzo. Morgana inclinó ligeramente la cabeza, como si ofreciera una reverencia. Pero sus ojos estaban fijos en él, sin parpadear.
-Te dejo entonces...con los hombres de inteligencia.
Se dio la vuelta con la gracia de una reina que aún se aferra a su corona, y salió del salón. Su espalda erguida no mostraba el temblor de sus manos ni el sabor metálico en su boca. Humillación, sí. Dolor, sí. Pero también algo más… De la humillación se podía escapar en ese lugar siendo más inteligente, pero del dolor y la rabia unidos, solo quedaba hueco para la venganza. Una lenta y dolorosa. Una que ella no estaba dispuesta a hacer por el bien de su reino.
En el pasillo, las columnas proyectaban sombras largas que se cruzaban sobre el mármol como grietas. Morgana caminó sin rumbo, hasta llegar al jardín interior, el único lugar del palacio donde nadie la seguía. Un espacio que era para ella, para su único exclusivo. Un regalo de cortesía por el viejo rey antes de que abdicara por su boda. La poca amabilidad que tuvo en todos esos años. Las rosas negras de Kurkan, cultivadas con sangre y desierto, florecían en silencio.
Ella se arrodilló frente a una de ellas.
-¿Sabes qué se siente? -susurró al pétalo oscuro-. Ser elegida solo por conveniencia. Ser usada. Ser ignorada.
El viento no contestó. Las flores no escuchaban. Pero había algo en el aire que parecía aguantar la respiración con ella.
Se agachó frente a un rosal en particular, uno que llevaba años cultivando con sus propias manos. Sus dedos, suaves pero firmes, rozaban los pétalos con cuidado. El aire estaba lleno del aroma dulce de las flores, que parecían ofrecerle consuelo.
Sus ojos, fijos en la planta, mostraban una intensidad que Ishakan nunca había visto en ella. Era en esos momentos cuando su alma parecía encontrar algo de paz, aunque fuera solo por un instante.
Las rosas eran la única cosa que aún la hacía sentir que podía controlar algo en su vida. Ellas, como ella, eran hermosas y delicadas, pero también poderosas en su capacidad de sobrevivir. Las espinas que las rodeaban no solo protegían sus pétalos, sino que también eran una advertencia: la belleza y la fragilidad siempre coexistían con el dolor.
-Hoy debes ser más fuerte -murmuró Hope a una rosa especialmente grande, mientras con cuidado le cortaba una rama seca.
El sonido del metal del cuchillo al cortar la rama resonó en el aire, casi como una declaración de guerra contra la monotonía de su vida. Un pequeño acto de control, un momento de desafío silencioso, tan pequeño y frágil como sus rosas, pero con un poder oculto.
A lo lejos, el viento comenzó a soplar, moviendo las hojas de los árboles cercanos, pero Hope permaneció allí, como una estatua en el centro de su jardín. El palacio, con todo su esplendor y vacío, seguía lejos, y por un momento, ella era simplemente una mujer, una reina que no existía para nadie más, pero que al menos se pertenecía a sí misma en este pequeño rincón de Kurkan.
Cada rosa que cuidaba, cada espina que retiraba, representaba un pequeño acto de resistencia. Era su manera de sostenerse, de no ser arrasada por la indiferencia de Ishakan ni por la sombra de Estia que se proyectaba sobre ella.
A la mañana siguiente, mientras el sol apenas despuntaba sobre los muros de Kurkan, Morgana ya estaba despierta. Como siempre.
Desayunaba sola. Servida en vajilla de oro, pero sola. El banquete de frutas exóticas, pan caliente y leche especiada sabía a nada. Un enorme manjar para una mujer que apenas comía para mantenerse a dieta. Por cada trozo que daba, la soledad se mantenía a su alrededor, pesada, un recordatorio a lo que ella nunca tendría acceso; no al amor, sino a la compañía de alguna persona en ese lugar. A lo lejos, escuchaba el entrenamiento de los soldados en el patio norte. Ishakan estaría allí. Donde los gritos eran órdenes y los cuerpos, herramientas. Un mundo donde ella nunca fue bienvenida.
Después del desayuno, recorría las salas de los tejedores del palacio, verificando que las túnicas ceremoniales para los sacerdotes estuvieran listas. Revisaba los jardines con el maestro boticario para preparar infusiones medicinales para los niños del orfanato. Leía los reportes de abastecimiento del mercado interior y aprobaba las nuevas raciones para el hospital.
Un trabajo sin aplausos. Sin gloria.
Un trabajo que nadie veía.
Cuando una joven criada se desmayó por el calor mientras lavaba los tapices del templo, fue Morgana quien la llevó hasta los curanderos. Cuando un grupo de ancianas pidió audiencia para hablar de los pozos envenenados por una tormenta de arena, fue Morgana quien las escuchó. Nunca Ishakan. Él gobernaba para los guerreros. Ella para los invisibles.
Al final del día, regresaba a sus habitaciones sin que nadie se lo agradeciera. Ni lo notara. Ni siquiera él.
Esa tarde, mientras observaba desde su balcón cómo el séquito del emisario de Estia cruzaba las puertas del palacio, sintió cómo la calma que había construido comenzaba a resquebrajarse. Lo vio desde la distancia: Ishakan descendió los escalones con su capa negra ondeando, saludando con una expresión que Morgana no había visto en años. Quizá nunca.
Esa sonrisa que guardaba solo para ella. Para su recuerdo. El brillo del emblema que cortaba el aire por donde pasaba, el emblema de aquel maldito reino que solo le daba problemas. Y aún así, ella la esposa, la reina, la mujer maldita- tenía que recibir al emisario en la cena oficial. Estaría a su lado en la mesa imperial. Sería ignorada, sin duda. Ridiculizada, tal vez. Pero sonreiría igual. Como lo ha hecho siempre.
Porque eso era lo que hacía una reina que no era amada. Vivía entre ruinas sin permitir que nadie notara que estaba hecha de cenizas.
El Gran Comedor brillaba bajo la luz de cientos de lámparas suspendidas. El mármol pulido del suelo reflejaba las llamas, haciendo que el aire pareciera ondular como un espejismo. La mesa imperial, larga y adornada con oro y gemas, estaba preparada con esmero. Todo debía ser perfecto.
Morgana entró última.
Con un vestido de seda azul bordado con hilos dorados, el cuello alto y las mangas largas. Un atuendo regio, sobrio. Invisible, como ella misma. Demasiado alejado de la tradición del desierto, como si quisiera dejar claro que ella también sabía que su lugar no era ese. Sino otro, al lado de otra persona que debería haber vivido y aún así, de los dos, ella es la única que guarda silencio respecto al pasado. La tiara de plata simple, pero con un diseño que cortaba respiraciones, estaba sobre su cabeza, sobre la trenza que cruzaba su cabeza y sujetaba el peinado.
Los presentes se levantaron por respeto. No por devoción. Ishakan no lo hizo. Ella se sentó a su lado, como la costumbre dictaba. Lo miró de reojo, en silencio. Él no le devolvió la mirada. Al otro extremo de la mesa, el emisario de Estia, un joven elegante, de sonrisa fácil y modales estudiados, alzó su copa en cuanto la vio.
-Majestad. Un honor al fin conocerla.
Las palabras flotaron en el aire como algo fuera de lugar. Todos miraron hacia Morgana, como si se preguntaran por qué alguien se dirigía a ella. Ella inclinó la cabeza con suavidad.
-Bienvenido a Kurkan, emisario Aurel.
-He oído que los jardines reales florecen gracias a su mano -añadió el hombre, con sincera cortesía-. Los he visto al pasar con el resto de la delegación y, permítame decirlo, tiene una mano excelente para las flores.
-Los jardines crecen donde no hay guerra -respondió ella-. Es lo poco que puedo ofrecer en esta tierra, mis flores.
Una sombra cruzó el rostro de Ishakan. No por celos, claro. Morgana no despertaba en él emociones tan vivas. Pero quizás le disgustaba que alguien más la notara, que hablara de ella como si tuviera valor.
Aurel sonrió, sin comprender la tensión que lo rodeaba.
-La paz también requiere valor, Majestad.
Ishakan soltó una risa breve, como un cuchillo lanzado al aire.
-¿Paz? Estia siempre ha hablado de paz, pero sólo cuando ha perdido fuerza.
Aurel se encogió de hombros, diplomático.
-Quizá. Pero algunos aún creemos que hay más poder en una palabra bien dicha que en una espada desenvainada.
-Eso lo dice alguien que nunca ha sangrado por su patria -espetó Ishakan.
El silencio cayó, incómodo, como un velo. Era una referencia al suicidio de la princesa, una vergüenza que todavía atormentaba a Estia y sobre todo a la familia real por no haberlo visto venir. Porque de haberlo hecho, habrían cancelado el matrimonio y vendido la mano de la princesa a otra persona. Su muerte no solo le trajo vergüenza, sino también una enorme deuda con los bancos reales porque el marqués pidió de vuelta el dinero entregado por la mano de la princesa. Y eso, en simples palabras, era el motivo por el que los embajadores estaban ahí. Morgana no miró a nadie. Solo observó su copa. El vino rojo como la sangre, espeso como el resentimiento. Morgana no movió un solo músculo. Solo tragó el vino como si fuera veneno. Y quizá lo era.
El embajador, entonces la miró de nuevo con una sonrisa.
-Es usted igual a su madre, Majestad -comentó con amabilidad, pero también veneno en sus palabras. Una indirecta a que nunca sería una kurkana de verdad. Sin embargo, más que ofenderse, Morgana levantó la copa de vino en su honor.
-Guardo buenas memorias de mi madre, embajador Auriel.
Ella permaneció en la cena hasta el final. Saludó a los invitados. Mantuvo la compostura. Nunca rompió. Nunca gritó. Nunca lloró. El Gran Comedor resplandecía como un templo al poder. El oro, el cristal, los perfumes, todo hablaba de un reino indomable. Y en medio de esa opulencia, se sentó en su trono designado, al lado de un rey que no la amaba.
No hubo bienvenida. Ni una palabra. Solo el roce seco de su falda contra la silla y el sonido del vino sirviéndose en copas de cristal fino.
El emisario de Estia, Aurel, se mostró amable desde el primer instante. Habló con tono fluido, contando historias del clima en las montañas, de los nuevos templos de Estia, de viejas alianzas rotas por guerras que nadie recordaba del todo. A veces miraba hacia ella, quizá esperando incluirla en la conversación.
Pero ella no hablaba.
No sonreía.
No levantaba la mirada de su plato.
Estaba presente como un adorno caro, una estatua que servía para mantener el equilibrio visual en la mesa. Cada tanto, algún sirviente pasaba detrás de ella y dejaba un nuevo platillo. Ella probaba todo, sin prisa. Sin gusto. Masticaba como quien repite una tarea aprendida.
Cuando los postres llegaron, aún no había probado el vino que se le había servido. Su copa permaneció intacta, como su voluntad.
Ishakan se reclinó en su silla, relajado, disfrutando de la conversación. Un comentario de Aurel sobre la belleza de los paisajes de Estia hizo que el rey se animara a hablar, su voz llena de ese tono especial que solo adoptaba cuando se refería a lo que había perdido.
-Estia tiene sus maravillas. Pero no hay nada como el corazón de Kurkan. Las dunas, el desierto, sus guerras... Son las únicas verdaderas pasiones que conozco.
Ella escuchó en silencio, sintiendo cómo su corazón se cerraba más, como un libro olvidado en una biblioteca oscura. La guerra era su amante. La tierra árida, su única compañera. Y ella... solo era la esposa a su lado, un adorno, una sombra.
"Nunca me amaste. Solo me tomaste por necesidad."
La idea le quemaba la mente. Y, sin embargo, nada en su rostro dejaba escapar esa furia interna. Nada. Solo un vacío profundo y calculado.
-Es cierto que el desierto tiene algo que conquista el alma... Aunque, debo decir, la vida en la Corte tiene también su propio encanto -comentó el embajador, mirándola a ella con una sonrisa ligera, como si intentara incluirla en la conversación.
Pero ella no respondió. Ni una mirada. Ni un cambio en la postura. Ishakan, como si la presencia de ella fuera solo un accesorio que poco importaba, levantó la copa y brindó con el emisario.
-Kurkan ofrece lo que muchos buscan. Y mucho más, claro -dio un sorbo y luego, con tono aún más relajado, añadió: Pero Estia tiene algo que nunca pude olvidar. Su princesa.
La sonrisa de Ishakan, que antes había sido ligera, ahora era una sonrisa llena de nostalgia, de algo que se había ido y jamás regresaría. Un brillo inalcanzable en su mirada.
No levantó la vista.
No necesitaba hacerlo para saber a qué se refería. Había escuchado esas historias demasiado. Él nunca había hablado de ella como de una mujer, sino como de una imagen perfecta, una promesa rota. El tiempo pasó, pero las palabras de Ishakan seguían flotando en el aire. La princesa de Estia. La que lo rechazó. El amor no correspondido que siempre había sido la raíz de su desdén hacia Hope.
Hace no mucho, de vivir esa escena tan humillante, no habría dudado en coger con disimulo el cuchillo de cortar la carne y esconderlo debajo de la mesa, comenzar a hacerse daño hasta que el líquido rojo empapase su vestido y alguien se diera cuenta. Se preguntaba si alguien en ese lugar le importaría que de repente ella muriera, y más de esa forma, delante de todos. Sería una humillación para la nación, por supuesto, pero no un daño para su reputación. Los kurkan no tenían nada que perder por una princesa extranjera que se quita la vida.
Una de sus doncellas, una kurkana de pelo rubio y mechas oscuras, pero ojos juguetones que le servía fielmente, se acercó a ella por detrás.
-Majestad, tal vez un poco de aire os iría bien.
Morgana no dijo nada. Se levantó, en silencio, sabiendo que nadie iba a prestarle atención más de la necesaria, pero la sensación de vacío era más fuerte que nunca. Caminó hacia la salida, sabiendo que, una vez más, su presencia había sido irrelevante. Su vida continuaba, pero no había un propósito real. Solo una sombra que caminaba por los pasillos del palacio.
La luna aún no asomaba, y el cielo ardía con el último oro del atardecer cuando Morgana se dirigió hacia el pabellón más antiguo del complejo real. Con suelos de mármol y paredes del mismo material, viejos tapices cubriendo a lo largo del espacioso pasillo decorado con armas, trofeos y trofeos de guerras más antiguas que el palacio propio.
Allí solo vivía una persona. El viejo rey, el padre de Ishakan. Un hombro solitario pero que todavía influía en la corte como si fuera el verdadero rey. Todo lo que ocurría en palacio, él ya lo sabía por su larga red de espías. No tenía nombre entre los cortesanos. Le decían solo eso: el viejo rey, como si los años lo hubieran despojado de su identidad pero no de su leyenda. Había gobernado con mano férrea y, según los murmullos, había matado más hombres con su espada que con decretos.
La doncella que iba con ella se quedó a las puertas del pabellón en señal de respeto. Solo la familia real por invitación podía entrar ahí, y alguna que otra persona con el permiso del viejo rey. Pero ella, en ese mundo de crueldad y traiciones, siempre había sido buena persona. Un buen hombre que le dio la bienvenida no con un abrazo, pero sí con el respeto que se merecía.
La encontró en el jardín, donde las enredaderas crecían libres y la piedra estaba cubierta de musgo. Él estaba allí, sentado sobre un banco bajo, afilando una espada que debía ser más antigua que cualquiera de los dos. La hoja susurraba contra la piedra de afilar. Y el humo de su pipa dibujaba espirales en el aire de color magenta, el tabaco especial de Kurkan.
Morgana no dijo nada al llegar. Se quedó de pie, esperando.
-Pensaba que vendrías más pronto -dijo él, sin alzar la vista de lo que estaba haciendo con su arma-. La gente empieza a romperse mucho antes de lo que cree.
Ella respiró hondo.
-No estoy rota.
-No, aún no.
El sonido de la piedra contra el metal volvió, rítmico. Calmante.
-Los embajadores de Estia han venido a negociar. Me estaba sofocando entre tanta habladuría.
-Bueno, esa gente del norte tampoco tiene mucha idea de lo que quiere. Un día quieren expandirse, otro replegarse y conceder ciertas independencias... Así son.
Morgana se sentó frente a él, en el otro extremo del banco. Por un momento, solo escucharon el canto de los insectos y el susurro del acero siendo afilado. Por extraño que sonase, le traía buenos recuerdos. Paz, incluso. A cuando su hermano entrenaba en el campo de entrenamiento con su instructor y ella lo observaba desde el ventanal.
-Hoy he puesto flores en la tumba de la antigua reina. Sé que no es lo tradicional, pero sabía que hoy era un día importante para ustedes. Y es la única manera que tengo de alejarme de la Corte: rezar.
-Eres sincera de corazón, y eso es algo que tu dios te agradecerá cuando tu cuerpo se entierre con las demás reinas de este sitio. Tendrás un buen lugar en el sitio que vosotros consideráis que vais al morir.
-El Cielo.
-Eso.
Morgana miró al suelo unos instantes, vacilando sobre lo que se le pasaba por la cabeza. El viejo rey la observó durante un largo rato.
-Cuando llevé la corona, todos me odiaron por no ser mi hermano. Él era el preferido, el más muerte y el más amado, pero murió en batalla y no dejó descendencia que pudiera honrar su memoria. Y la corona entonces cayó sobre mi cabeza como un castigo. La odié y rechacé, pero nunca la dejé caer.
Morgana le miró.
-¿Cómo lo soportaste?
-El odio no se soporta. Se convierte en filo a través de la memoria. Es más útil que el llanto y quedarse inmóvil.
Guardaron silencio. El viejo rey era claro en lo que decía. Y sabía por qué ella estaba ahí, no enteramente por huir de la cena con los embajadores y el resto de la Corte. La espada brillaba con la luz moribunda que le daban.
-Tu no eres Leah -comentó entonces él, con suavidad, pero sin perder el tono firme-. Y eso es lo mejor que tienes a tu mano. Si fueras la princesa de Estia, él te amaría, sin duda, pero no iba a respetarte. A ti puede llegar a temerte, y sería tu primer triunfo.
Ella bajó la vista, sus dedos rozando una rosa caída en el suelo.
-Entonces no puedo ganar -se rió, amarga.
-No, niña. Tu ya ganaste el día que decidiste no quebrarte. Los kurkanos no respetan la debilidad, pero confunden el silencio con debilidad. Ese ha sido tu mejor escudo, y el que muchas reinas usaron antes de ti. Eso que tiene s dentro, que guardas, es más fiel que cualquier consejero tonto del que se rodeé mi hijo.
Ella asintió muy despacio, sintiendo por primera vez en semanas que su espalda se enderezaba no por orgullo… sino por propósito. Pero no pudo evitar apretar los labios.
-Él me odia. Solo por existir.
-No -respondió con solemnidad-. Te odia porque no puedes desaparecer. Porque, a pesar de todo, sigues sentada en su trono. Porque no eres ella, pero estás viva. Los recuerdos de los muertos nos persiguen a todos, incluso a los viejos como a mí, pero con el tiempo algunas veces ese miedo se transforma.
Le extendió algo envuelto en tela oscura.
Morgana lo tomó con cuidado. Al abrirlo, vio un pequeño cuchillo curvo, bellamente trabajado, de acero kurkano con inscripciones antiguas a lo largo del filo.
-Yo no me arrodillo ante reinas, pero tampoco olvido a quien no se rinden. Es lo mejor de ser viejo.
-¿Qué es esto?
-El primer cuchillo que me entregaron cuando fui nombrado comandante. Antes de reinar, te lo dan cuando diriges tu primer ejército. Úsalo como símbolo, no para matar -hizo una corta pausa- a menos que sea necesario.
El pabellón de la reina estaba en la penumbra absoluta, iluminado solo por la tenue luz de las lámparas de aceite. Era un enorme recinto privado solamente para ella, y para los invitados que quisiera acoger en ese espacio. Al otro lado del palacio estaba el pabellón del rey, al que nunca iba. Estaba construido en mármol, decorado con tapices de brillantes colores y cómodos muebles. Al final, el dormitorio privado de la reina.
El aire olía a resina y a metal. Estaba sola, como siempre, con una copa intacta en la mesa y un libro abierto que no leía. Sus ojos revisaban cada cuenta en silencio, con el chasqueo de la vela a su lado como compañía. Su doncella, una mujer robusta como gran parte de las kurkan, sujetaba la puerta del dormitorio cuando las dos salieron.
La contabilidad del palacio era un asunto del que la reina debía ocuparse. Como una buena reina, debía revisar las cuentas y los gastos de cada semana y distribuirlo en cada necesidad que el palacio tuviera que invertir. Ese día fue uno de los más largos, en los que no podía dormir por la noche y se quedaba despierta haciendo las cuentas y revisando los cálculos que los contables hacían antes de darle el libro.
Frente a ella, colgado sobre la repisa de mármol, el cuadro. Un majestuoso cuadro hecho de madera oscura, sólida, y perfecta. Con extraños símbolos grabados, símbolos de protección kurkanos, los más antiguos que recordaba haber visto en la clasificación que los externos al reino estudiaban. Ella había aprendido de ellos en libros para comprender la cultura, las supersticiones y la mentalidad en la que los kurkan se apoyaban. En el centro, el cuadro retraba a una persona. A una mujer, con un hermoso vestido blanco y la banda diplomática de su reino, color azul.
Leah. La mujer que lo había sido todo para Kurkan sin llevar la corona. Todo para Ishakan, sin haber estado casados. Todo para el pueblo, para los soldados, para los consejeros que aún pronunciaban su nombre con reverencia, incluso si en sus mentes solo estaba la figura de una mujer que no tenía derecho a ser recordada más que como una invasora.
Una mujer muerta que seguía viva en los corredores, en los suspiros que no se decían en voz alta, en la forma en que todos miraban a Morgana como si no fuera suficiente. Ella lo había tolerado. Meses. Años. En silencio, para demostrar que ella era más que un mar de celos y rabia por una muerta. Se acercó al cuadro. Leah la miraba desde la pintura con esa expresión serena, ojos brillantes, cabello suelto recogido en la pequeña tiara que llevaba sobre la cabeza, como si incluso desde el óleo le recordara a Hope que no pertenecía a ese lugar.
Alzó la mano y tocó el marco. El relieve de los grabados bajo sus dedos eran una extraña situación. Lo hubiese soportado un poco, en silencio, si no fuera porque esa mujer era una intrusa en algo que ni siquiera le pertenecía.
-Mura.
-Mi reina.
-Que saquen este cuadro del pabellón -ordenó, sin subir la voz.
Los ojos de la mujer se posaron brevemente sobre el enorme cuadro que decoraba el medio de esa estancia. Un frío recordatorio, un dolor que no iba a dejar de perseguirla hasta que su presencia fuera bien vista en una Corte llena de caras extrañas.
-¿A dónde, majestad?
-Solo deshaceos de él -no dio más instrucciones al respecto. Tal vez debería haberlo hecho.
Un par de horas después, el cuadro ardía. Las llamas devoraban el lienzo mientras las brasas estallaban bajo el marco tallado con símbolos kurkanos. Nadie se atrevía a intervenir. Los pocos testigos solo miraban desde lejos.
Hope observó el fuego desde la galería del segundo piso.
No dijo nada. Solo se quedó allí, mirando cómo la mujer que la había eclipsado incluso desde la muerte, se convertía en cenizas.
Que la lloren los demás.
Morgana caminaba lentamente por el corredor hacia el comedor, sus pasos casi inaudibles sobre los suelos de mármol. El palacio estaba en silencio, como si el aire mismo supiera que no era su lugar. Desde que ordenó que el cuadro ardiera, su pecho dolía menos, como si el recuerdo de esa princesa muerta no fuera más que eso, un recuerdo fugaz. Al llegar a la puerta del comedor, entró con la cabeza erguida, a pesar de lo pesado que se sentía cada paso. La mesa estaba decorada, pero los platos y copas que rodeaban a los demás parecían vacíos de todo lo que realmente importaba.
Ishakan ya estaba sentado en el centro de la mesa, acompañado por algunos consejeros, y la cena estaba en pleno desarrollo. Como siempre, se encontraba rodeado de hombres, discutiendo sobre asuntos de guerra, política y estrategias de expansión. Ella, la reina de Kurkan, permanecía a un costado, su figura casi invisible en la dinámica.
Se sentó sin ser invitada, en el extremo de la mesa, donde la comida estaba servida ante ella, pero no era más que un accesorio en la escena. A su alrededor, los murmullos de la Corte fluían como agua corriente, pero ninguno de esos sonidos la alcanzaba realmente. El reino que había jurado gobernar junto a Ishakan le era ajeno. Por primera vez en mucho tiempo, se sintió libre en un mundo ajeno al suyo.
Uno de los consejeros, un hombre de voz profunda y gesto severo, fue el primero en notar su llegada, aunque su atención no era para ella.
-Majestad -dijo inclinando la cabeza, dirigiéndose a Ishakan-, debemos asegurar que las fronteras estén bien custodiadas. La reciente actividad en las regiones del este podría estar presagiando algo más que simples incursiones.
Morgana escuchó las palabras, pero su mente no estaba allí. Su mirada flotaba entre las copas de vino, las flores decorativas en la mesa y las manos de los hombres que hablaban, siempre tan poderosos, siempre tan decididos. Las voces pasaban por encima de ella, como si no existiera. Los embajadores todavía estaban ahí, escuchando asuntos que no les incumbían, pero la debilidad interna del gobernante de Kurkan les permitía esa osadía.
Ishakan asintió, tomando un sorbo de vino. Su rostro permanecía impasible, tan lejano de lo que alguna vez había sido su esposo, el hombre con el que compartió promesas y sueños que nunca se cumplieron
-Lo veo -respondió él con su habitual tono distante-, pero las fuerzas en el este no son una amenaza inmediata. No podemos arriesgar nuestro poder para defender fronteras que aún no están en peligro directo.
El consejero frunció el ceño, visiblemente desconcertado por la calma con la que Ishakan trataba el asunto.
-Pero, Majestad, el equilibrio en esa zona podría cambiar rápidamente. Si Estia y esas tribus rebeldes se unen, las consecuencias pueden ser devastadoras. Hay que actuar antes de que sea demasiado tarde.
En ese momento, uno de los sirvientes se acercó a ella, ofreciéndole un plato de carne, pero ella apenas lo miró, tomando un pequeño bocado de pan en su lugar. Sin embargo, el gesto no pasó desapercibido para los demás presentes.
Ishakan, con una mirada fugaz, la observó como si solo entonces recordara que ella estaba en la mesa.
-¿No tienes nada que añadir? -preguntó, aunque su tono no tenía ni una pizca de verdadera curiosidad.
El silencio que siguió fue denso, pesado, como un recordatorio de lo que realmente era su lugar en esa mesa. Los consejeros callaron, esperando su respuesta, pero en su interior todos sabían que no había nada que ella pudiera aportar que no fuera ignorado al instante.
-La diplomacia -dijo finalmente, su voz apenas más que un susurro-. Podemos enviar emisarios a las tribus, intentar negociar una tregua antes de que cualquier cosa empeore. La guerra solo debería ser la última opción.
Ishakan la miró de nuevo, pero solo por un instante, como si estuviera probando algo que ya había decidido. Un leve resoplido escapó de sus labios.
-La diplomacia no salva imperios -replicó con desdén-. Solo la fuerza garantiza la supervivencia. Y ya sabes que, como reina, tu consejo no tiene mucho peso en este tipo de decisiones.
Un escalofrío recorrió su espina, pero se obligó a mantener la compostura. Estaba acostumbrada. Las palabras de Ishakan no eran nuevas para ella, pero seguían desgarrándola por dentro. La humillación, como siempre, era sutil, pero efectiva.
-Cierto, los hombres inteligentes que hablan y tienen razón, pero que sin embargo hablan de sus planes delante de quienes están amenazando el comercio.
Dos de los consejeros se miraron con incomodidad. La tensión en la sala solo se disparaba a cada segundo, y ellos no hacían nada más por evitarlo.
-Aquí no hay enemigos. Somos aliados.
-¿Y qué tiene Estia que pueda ofrecer, embajador Auriel, aparte de las deudas que los bancos internacionales se niegan a liquidar?
Morgana posó sus ojos brevemente en el embajador Auriel, cuyo rostro blanco se había puesto rojo hasta las orejas, del mismo color de la banda diplomática que le cruzaba el pecho ese día. El símbolo imperial de Estia resplandecía, un símbolo del poderío de ese enorme imperio. O lo que fueron en su momento. Asumía que el príncipe heredero estaba en contra de mantener la alianza con Kurkan y se lanzaría a una alianza con un rico reino vecino y civilizado, no al desierto que ellos pensaban que era pobre.
-¡Suficiente! El único enemigo que hay aquí eres tú misma culpando a los demás reinos de sabotearnos -dijo, casi escupiendo las palabras por su osadía llamar traidores a los hombres que se sentaban con él en esa mesa.
-Nunca he dicho que nos saboteen. Pero su presencia, majestad, aquí es innecesaria. Comentar nuestra administración interna y externa delante del embajador de otro reino es una insensatez.
Los ojos de Ishakan se posaron por primera vez sobre ella, dos afiladas agujas que amenazaban con destruirla. Morgana intentó aguantarla, pero el escalofrío que le recorrió la espalda fue justo lo que menos necesitaba.
-Estás más paranoica que nunca. En vez de seguir asistiendo a las reuniones del consejo deberías centrarte en otras cosas, como ese vestido -la mirada que le dio fue tan dura, tan alejada del desinterés que solía darle, que una parte de ella casi se sintió real, existente, pero a la vez despreciada-. No sé si sería prudente cargar más peso del necesario sobre los caballos cuando salen del palacio o entrenarlos.
El silencio que siguió fue absoluto.
Un golpe seco, invisible. Una bofetada pública disfrazada de broma. Los consejeros intercambiaron miradas incómodas. Algunos fingieron no haber entendido. Otros bajaron la cabeza. Nadie osó reír.
El dolor en las palabras de Ishakan era más fuerte que cualquier enemigo externo. Y el odio, una sensación que se hacía cada vez más prominente tanto en su cabeza como en la boca del estómago, donde llegaban las palabras y los menosprecios continuos. Por primera vez, le dieron ganas de clavarle el cuchillo en la mano, en el pecho, verle perder esa sangre de la que se enorgullecía tanto lentamente y en dolor. Él nunca la vería como algo más que una pieza inútil en su vida, una sombra de un amor que nunca fue suyo.
"Y tú más débil. La sangre de la que presumes está más seca que el agua del desierto", le hubiese gustado aportar, pero sabía que eso era una sentencia de muerte. Morgana tragó el bocado de pan, tratando de mantener su expresión impasible. No valía la pena luchar. No valía la pena esperar.
Morgana sintió cómo el estómago se le encogía. No por vergüenza. Ya no. Sino por esa rabia callada que nace cuando te clavan una lanza… y no puedes sacarla. Ella no se inmutó, sin embargo. Permaneció enderezada y con los hombros erguidos, sin achacarse. Le devolvió la mirada sin emoción, sin titubear.
La conversación alrededor de la mesa seguía fluctuando entre temas de guerra y política, pero las sombras de la princesa de Estia seguían siendo la presencia más pesada en la sala. Los hombres, sin embargo, eran lo suficientemente astutos como para desviar la atención de ella de vez en cuando, como si quisieran, por un breve instante, evitar que todo girara en torno a lo que ya sabían.
-Bueno... Hemos recibido informes sobre el estado de los cultivos en las regiones del norte -dijo uno de los consejeros, Lord Malvik, interrumpiendo el flujo constante de comentarios sobre Estia y las fronteras-. Hay escasez de grano, y la temporada de cosecha ha sido peor de lo esperado.
Levantó lentamente la vista al escuchar la mención de los cultivos. Aunque su voz nunca sería la primera en ser escuchada, este tema la interesaba. Era un problema tangible, un asunto que podía afectar al pueblo de Kurkan. Pero, como era de esperar, la atención de los demás rápidamente volvió a centrarse en la guerra.
-Es un problema menor comparado con lo que enfrentamos al este -respondió el General Radek, sin mirarla, como si las palabras de Lord Malvik fueran insignificantes-. Lo que debemos centrarnos ahora es en los movimientos de Estia.
Ella sintió cómo las palabras le quemaban en la lengua. Sabía que los recursos del reino debían ser gestionados con cuidado, pero al parecer, los temas más relevantes para los demás eran siempre aquellos que implicaban poder y guerra. Todo relacionado con ese imperio muerto de Estia. Así que se quedó en silencio, mientras el murmullo de la mesa seguía sin darle espacio.
En la esquina opuesta, Ishakan parecía escuchar todo sin intervenir. Su mirada se deslizaba entre los consejeros con la indiferencia de quien tiene la certeza de que su decisión final siempre prevalecerá. Pensó en lo que podría ser si tan solo pudiera decir algo que importara, si tan solo su voz fuera escuchada.
-El suministro se puede asegurar si reforzamos las rutas comerciales con los reinos vecinos. Si la situación empeora, podría haber más escasez.
-Los acuerdos comerciales podrían ser una opción, pero debemos asegurarnos de que nuestras rutas sean seguras, no solo comerciales. Las amenazas internas también deben ser gestionadas. Kurkan no puede permitirse estar dividida en facciones o pueblos, tenemos que estar unidos -su voz era tranquila, pero cada palabra estaba cargada de lo que ella sabía que era una verdad incómoda.
Un leve cambio en la atmósfera. Los consejeros miraron hacia ella, sorprendidos por la interrupción. Ishakan, al parecer, no tenía interés en lo que acababa de decir. Miraba a un punto en la mesa sin expresión, los ojos afilados y dorados clavados en otro punto de su mente. Sin embargo, uno de los consejeros, el joven y algo arrogante de Eamon, se inclinó hacia adelante y la miró.
-¿Y qué propone, mi reina? -preguntó con una ligera sonrisa que no alcanzaba sus ojos-. ¿Una paz duradera?
Hope sintió el desprecio en su tono, pero aún así, no retrocedió, dándole una vaga mirada que no pasó desapercibida en la mesa de discusión. Sabía que su papel en la corte no le permitía más que una pequeña contribución, pero aún así, valía la pena luchar por ello. Al menos para ella.
-No se trata de paz, mi señor. Se trata de mantener el orden interno del pueblo. La división solo lleva al desastre, y si el desorden crecen, será difícil de controlar. Hay que asegurarse de que todo el reino funcione como uno. Propongo vigilancia interna en las ciudades. Aunque nadie robe el comercio interno, siempre hay infiltrados en las zonas de las fronteras que aprovechan su mestizaje para beneficiar al reino vecino del que provienen. Si logramos mantener el orden dentro de nuestras fronteras, las amenazas externas perderán fuerza.
Hubo un silencio incómodo, y la mirada de Ishakan, aunque fugaz, se posó sobre ella por un momento. Morgana no podía leer lo que pensaba, pero lo que sí sabía era que su consejo nunca tendría el mismo peso que el de los hombres poderosos que la rodeaban. Aun así, insistió, no porque creyera que podía cambiar su destino, sino porque, de alguna manera, era lo único que le quedaba: su voz, por pequeña que fuera.
-Lo discutiremos más tarde -dijo, con un tono tan definitivo que no dejaba espacio para más debate. Luego, se volvió hacia el embajador y retomó su conversación sobre las estrategias militares.
Morgana, sintiendo que nuevamente su presencia se desvanecía en la sala, guardó silencio. No había logrado mucho, pero al menos había hablado. El momento pasó, y los consejeros continuaron discutiendo los planes para la guerra, mientras la figura de ella permanecía silenciosa, siempre en las sombras, siempre olvidada.
En su interior, sin embargo, algo en ella se resistía a sucumbir completamente a esa invisibilidad. A pesar de la indiferencia de Ishakan, de la humillación constante, algo seguía ardiendo en su pecho: la necesidad de ser escuchada. Aunque la Corte nunca lo notara, ella sabía que, de alguna manera, aún tenía algo que ofrecer a Kurkan. Si tan solo pudiera encontrar la manera de que lo vieran.
-Así que sigues aquí -comentó ella con calma, inclinando ligeramente la cabeza-. No quería interrumpir...
Antes de que pudiera acabar la oración, Ishakan se levantó de golpe, las patas de la sillas rasgando el eco del salón, y cruzó la sala hacia donde estaba ella.
-¿Qué es lo que pretendes? -espetó, avanzando hacia ella. La mirada de Morgana se ensombreció, pero no hubo un retroceso. Ella se mantuvo ahí-. ¿Crees que no lo veo? Te sienta en su lugar, hablas con su tono, tratas de gobernar donde nunca tuviste derecho. ¿Es que no te basta con haberla reemplazado, ahora quieres profanar su recuerdo también?
Morgana no comprendía el repentino cambio de humor. Las palabras la golpeaban con una dureza más cruel, más intensa,
-No he dicho nada que no fuera por el bien del reino -respondió ella, con voz baja, como si tuviera miedo de romper algo delicado. De romper la fina líneas que los separaba de los animales-. No he hablado de ella.
-¡No tienes que hacerlo! -gritó Ishakan, y de pronto la distancia entre ellos se deshizo. La tomó por el brazo con violencia, sus dedos apretando hasta hacerla tambalear. Morgana jadeó al sentir la fuerza, el dolor, con las garras que atravesaban su piel como lava ardiendo-. ¡Todo en ti es una burla a Leah! ¡Tus vestidos, tu silencio, tus flores ridículas, tus sonrisas huecas...!
-¡Suéltame inmediatamente! -le gritó, intentando apartarse, salir de su agarre, de él, pero su fuerza era superior a la de ella. Más fuerte, más grande, más bestia-. Si crees que intento parecer a ella, estás más que equivocado. ¡No necesito parecerme a ella para ser más que una sombra de esa mujer!
La ira que cruzó su rostro fue suficiente para hacerla, esta vez, retroceder. Pero no sirvió de nada.
Intentó apartarse, pero él ya había perdido el control. En un instante, su mano se enredó en el cabello de ella, arrancando en el proceso el recogido en la trenza que sujetaba alguna joya, y la arrastró fuera del salón con fuerza brutal, como un loco ciego de rabia. Morgana gritaba de dolor, arañando con las uñas en su piel para liberarse, pero era imposible. La fuerza con la que la agarraba era muy diferente a la que solía ver. Era como ver a un depredador cazar a su presa, torturarla, someterla... Y ella era la presa.
Escuchó gritos, aparte de los suyos. De las sirvientas. De los guardias que veían esa escena como una ruptura a lo que acostumbraban a ver. Una pequeña parte de ella, a pesar de lo difícil que le era en ese momento pensar, deseaba que alguien acudiera en su ayuda. Que la salvara. Pero ahí nadie iba a interrumpir al rey, ni siquiera si la acababa matando como prometía.
Ella apenas alcanzó a soltar un suspiro ahogado cuando su cuerpo fue arrastrado por la fuerza descomunal del rey. El suelo parecía desvanecerse bajo sus pies. Trató de seguirle el paso, pero fue imposible; el tacón se le trabó en una alfombra y cayó con fuerza. El golpe fue seco, sonando por todo el espacio por encima del crepitar de las llamas. El crujido sordo de su brazo estrellándose contra el suelo de mármol heló la sangre de los sirvientes que observaban desde los rincones.
Gritó, no de miedo, sino de un dolor blanco y punzante que la dejó sin aliento. Su rostro golpeó también el mármol, y de su nariz comenzó a brotar sangre, cálida y espesa que le cubrió la parte delantera del vestido.
-¡Voy a matarte con mis propias manos! -rugía-. ¡Voy a borrar esta farsa, esta mentira! ¡No permitiré que te burles de ella ni un segundo más!
Se quedó allí, en el suelo, temblando, con el cabello desordenado pegado a su rostro, los ojos muy abiertos y la respiración agitada. Las lágrimas comenzaron a caerle sin permiso. Era un llanto que no podía controlar, mezclado con sollozos entrecortados por el dolor, la humillación, y la impotencia.
Ishakan aún la miraba como si fuera una amenaza. Una enemiga. Como si su mera existencia fuera una afrenta. Ya no era una reina respetada o en la sombra, ahora estaba en el foco, en el centro. Ahora era el problema que debía solucionarse, eliminarlo. Iba a matarla, lo comprendió por primera vez, y no le estaba temblando el pulso.
Los cortesanos del consejo, reunidos en la sala contigua, salieron corriendo al escuchar el alboroto. Se congelaron al ver la escena: el rey, con la túnica abierta, jadeando de ira, y la reina en el suelo, con el rostro bañado de sangre, el brazo colgando como trapo roto.
-¡Majestad! -gritó Lord Gavril, interponiéndose junto a varios guardias-. ¡Deténgase ya!
Los hombres lo rodearon. Ishakan forcejeó, empujó, trató de liberarse de las manos que lo sujetaban, pero al final fue contenido. Respiraba con dificultad, como si la rabia lo estuviera devorando desde dentro. Ishakan giró como una bestia herida, los ojos rojos de furia. Uno de los consejeros más jóvenes se adelantó, temblando.
-Por favor, su majestad… ¡Ella no ha hecho nada! ¡Es la reina!
-¡No es nada! -bramó-. ¡Nada más que una sombra miserable que intenta devorar lo que queda de Leah!
Los cortesanos formaron una barrera entre él y Hope. Uno de los guardias, con más valor que juicio, se atrevió a tocar su hombro.
Mientras tanto, yacía sobre el mármol. No se levantó. No podía. El brazo roto le colgaba de lado, inútil. Su vestido estaba manchado de sangre cerca del rostro, y sus lágrimas se mezclaban con ella, formando ríos de rojo y sal que resbalaban por su mentón. Nunca se había sentido tan humillada. Ni en su primer matrimonio habían vivido una situación como esa, ni antes de eso cuando vivía en su reino natal. Aquello era diferente. Era real.
Él iba a matarla de verdad. Iba a destruirla, aferrándose a la memoria de aquella mujer, solo por ella. Y, aún así, esa pequeña parte de ella deseaba que fuera una muerte rápida. Sin dolor. Sin más sufrimiento.
-¡Déjela ir!
Tal vez en otra vida podría reunirse con su madre, la que murió al dar a luz. Con su primer esposo, el que murió por defender su honor y no someterse a un tratamiento desconocido para las fiebres de otro continente. Con su pequeño, el niño que murió en su vientre poco después de decretarse el luto en el ducado. Su niño, su pequeño milagro... Por un momento, pareció que Ishakan iba a romper a golpes esa barrera. Su pecho subía y bajaba con violencia, como si estuviera al borde de estallar.
Luego, lentamente, aflojó su puño. El cabello de ella cayó como seda sobre sus hombros, y ella permaneció de pie, temblando levemente, pero sin derrumbarse. El aire olía a incienso, sudor y miedo, pero ella solo sentía la sangre, saboreándola junto con la sal de sus lágrimas. Todos sabían que lo ocurrido no podía ocultarse. No con los gritos que pasaban por cada corredor del palacio. La reina, con el rostro ensangrentado, el brazo roto, gritando.
Pero nadie esperaba lo que ocurrió después. El sonido de pasos resonando con firmeza en el mármol heló la sala. Lentos. Constantes. Y cargados de una autoridad más antigua que la de cualquiera de los presentes. Las puertas se abrieron golpeando la pared, dejando paso a la enorme presencia del viejo rey en el salón, como si aún lo gobernara todo. Morgana lo vio a través de las lágrimas en sus pestañas.
No llevaba corona.
No llevaba escolta. Solo su espada al cinto, la capa de paño oscura y esa mirada helada que, por sí sola, calló las voces a su paso. Todos los consejeros hicieron una reverencia, dejando de mantener a raya la fuerza del rey. Fue la primera vez que vio a Ishakan sorprendido. En dos años, fue la primera vez que le vio desconcertado, como si aquello lo pillara tan por sorpresa que nunca se le hubiera pasado por la cabeza que ocurriría.
-Padre...
-Calla.
Los ojos del viejo rey se posaron sobre ella, tan brevemente que ella no supo si estaba mirándola a ella o a otra cosa. No dijo nada. Cuando volvió la mirada al frente, hacia su hijo, no hubo más gritos que la pesadez de sus palabras.
-¿Crees que ser rey te da derecho a romper lo que no comprendes? -La voz del viejo rey no era un grito. Era una declaración. Cada sílaba como piedra sobre piedra-. ¿Crees que la fuerza es prueba de autoridad, que la rabia valida tu corona?
-La corona que llevas -comenzó, bajando la mano lentamente, pero sin bajar la guardia- es porque yo te la puse. Porque confié en que, algún día, aprendería que gobernar no es imponer tu palabra. Es proteger. Incluso cuando duele. Especialmente cuando duele.
Los consejeros bajaron la vista cuando el hombre se giró a mirarlos. Ninguno se atrevía a decir nada. Morgana, desde el suelo, había pasado del dolor a una situación de vacío. No sentía nada. Su cuerpo tampoco era capaz de moverse.
-Ella es tu reina. Y la has arrastrado como a un perro. Su sangre mancha el suelo que tus ancestros pisaron para que estuvieras aquí -Morgana no supo que dijo al cambiar a su lengua natal-. Has manchado tus manos. Y las mías, por ponerte aquí.
-¡Ella ha hecho esto! Ha mancillado la memoria de Leah. Se ha atrevido a..
Crack.
El sonido repentino rebotó en la sala. Algunas criadas se taparon los ojos con vergüenza, como si les estuviera devorando por dentro. Como si alguna vez se hubieran preocupado por ella... Ishakan se tambaleó un paso atrás. No por el golpe, sino por la conmoción. La incredulidad.
-La alianza con Estia es perder el tiempo. Deshazla.
Los consejeros alzaron la cabeza. Ishakan giró apenas, como si no estuviera seguro de haber escuchado bien. Morgana pensaba haber escuchado mal. Que durante su caída al suelo se hubiera golpeado la cabeza y estuviese soñando aquello. ¿Estaba el viejo rey interviniendo en asuntos de Estado? ¿Estaba el viejo rey dando órdenes de nuevo?
-¿Qué?
-He dicho que Estia no es una alianza, es una trampa envuelta en flores y nostalgia. Ese príncipe no tiene a que agarrarse y el emperador intenta mantener su linaje por más tiempo aferrándose a donde sabe que los vínculos son más sólidos. Kurkan no va a seguir sometido.
-No podemos. Siguen siendo el imperio vecino, sería una traición a nuestra historia.
Los ojos del viejo rey no perdieron el tiempo.
-Ese imperio caerá cuando el emperador muera. No tiene ni tiempo ni fuerza para mantenerse por más tiempo. Y cuando llegue, Kurkan debe aprovechar para extenderse al suelo fértil, no perder todo por una alianza inútil.
-¡Kurkan necesita mantenerse fiel a sus alianzas! Leah querría lo mismo que yo.
El viejo se volvió hacia él. Los ojos oscuros como carbón hundido. Sin furia. Solo hechos.
-¡Leah está muerta! -bramó el viejo rey, por primera vez, alzando la voz. Morgana se cubrió la cabeza con el único brazo que podía mover bien-. Muerta. Fría. Polvo. No era una reina, ni una alianza con nosotros. Y tu sigues llamándolo alianza cuando la vendieron para no meter a Kurkan en el papel internacional.
El eco lo devolvió todo. Ishakan se quedó paralizado.
-¿Y tú quieres entregar a Kurkan por una sombra? -prosiguió el viejo, sin piedad-. ¿Olvidar que gracias al matrimonio con ella—? —y señaló al suelo, donde ella aún estaba incapaz de moverse. Solo escuchar. Solo pestañear—, tienes paz con uno de los reinos más antiguos y ricos del continente? Su tierra nos envió trigo cuando nuestras cosechas fallaron. Nos dio diplomacia cuando teníamos espadas. Nos dio su hija.
El viejo rey se detuvo de nuevo. Esta vez en el centro exacto del salón. A sus espaldas, la puerta aún entreabierta. Frente a él, Ishakan, el hombre que una vez fue su orgullo. Morgana intentó moverse, pero el dolor la sucumbió en miles de alfileres clavándose en su piel destrozada. Movió el brazo bueno para poder alzarse, pero solo consiguió que la sangre que todavía goteaba manchase más el vestido y el suelo.
-¿Qué crees que va a hacer su reino si ella muere aquí, por sus propias manos, imbécil? Si regresa mutilada. Si desaparece. ¿Crees que guardarán silencio, que nos seguirán apoyando aunque tu ya has destruido toda esperanza poniéndote del lado de ese reino invasor? Yo puse esa corona en tu cabeza -prosiguió-. Aquí hay hombres y mujeres que te temen. Algunos que aún te respetan. Pero después de lo que hiciste, ¿cuántos te seguirían si la reina decidiera marcharse con la mitad del tesoro y el doble de la dignidad que le queda?
El viejo rey bajó la vista, como si ya no hubiera nada más que decir. La voz que sonó esta vez fue firme, pero con una pizca de vacilación.
-Te di una corona, pero no supe darte el carácter porque pensaba que ibas a ser mejor que todos. Ya no espero nada de ti, hijo, nada bueno.
Dio media vuelta y caminó hacia la salida. Sin mirar atrás. Dejando firme su pensamiento de que Ishakan no estaba hecho para el trono. De haber sido otra persona, su destino sería la horca. Pero las tradiciones kurkan no permitirían eso, y menos después de la desgracia caída sobre el palacio.
Morgana intentó incorporarse, pero el dolor la derrumbó de nuevo. A la salida del viejo rey, una nueva persona entró en el salón que continuaba sumido en el silencio y las tensiones. Un curandero. Uno kurkan. Alguien lo habría llamado corriendo, alguna doncella seguro, dado que todos estaban ahí reunidos e impasibles tras todo lo ocurrido. Un curandero se arrodilló a su lado, intentando revisar su nariz, su brazo.
Ella se apartó con un movimiento brusco.
-¡No me toques! -gimió, entre dientes-. ¡No quiero a ningún kurkano cerca!
La sangre le manchaba el rostro, el vestido, el suelo. Nadie se atrevió a insistir. Todos miraban al suelo con vergüenza, como si la fuerte presencia del viejo rey perviviera en ese espacio y rico de lujos. Morgana no lo soportaba. No iba a soportar esas miradas de pena cuando ninguno hizo nada por detener todo aquello antes, hace dos años, cuando empezaron los continuos desplantes.
Los que aún la creían débil empezaban a ver lo que realmente era: una mujer herida, sola… pero de pie en medio de una corte que nunca la quiso, con la cabeza erguida y el alma intacta.
En el pabellón de la reina, la atmósfera era gélida. La luz era tenue, casi espectral. El aire olía a hierro, polvo seco y perfume marchito. El incienso ardía en silencio en los extremos de la habitación, pero no podía disfrazar el olor metálico de la sangre seca ni el rastro agrio de la fiebre. Las rosas, antes cuidadas con mimo por las manos de Morgana, empezaban a inclinarse bajo el peso de la desatención.
Ella yacía en su lecho, el brazo roto envuelto en una venda improvisada que había hecho con los dientes y una manta rasgada. Su nariz ya no sangraba, pero el rostro seguía hinchado, el labio agrietado. No dejaba que nadie la tocara. Ni criadas. Ni soldados. Y menos aún kurkanos.
Sus ojos estaban abiertos. Inquietos. Fríos. Cuando la puerta del pabellón se abrió, no se giró. El ruido hizo que uno de los guardias se tensara, pero no se movió hasta que la figura se presentó: un hombre de piel oscura, ojos calmos, barba cuidadosamente trenzada. Ropas azules y doradas. Y un medallón colgando de su cuello, con el emblema de los sanadores de Marhaden, un reino extranjero del sur.
El sonido de pasos suaves. Lentos. Cautelosos.
-No quiero que nadie me toque.
Pero la voz que respondió no era kurkana. Era suave. Con un acento extranjero. Del sur, quizá. Del mar. Reconocería toda lengua extranjera como amiga a aquellas alturas, con una nostalgia instalada en su pecho. Porque su único deseo era volver ahí, a su casa, y no volver. Aunque tuviera que suplicarle hasta el último líder de las tribus nómadas.
-Majestad, no soy de aquí. Vengo de los valles del oeste. El viejo rey me envía para curar sus heridas.
Morgana le miró. El hombre era mayor, de barba gris y ojos que no brillaban con codicia, sino con respeto. En sus manos llevaba un pequeño cofre de madera, de donde sacó un ungüento y vendas limpias.
-No vengo por ellos, sino por usted, majestad. Si esta afrenta no se separa, puede convertirse en guerra.
Morgana no respondió, pero no se apartó cuando él se arrodilló con cuidado a su lado. Una lágrima silenciosa resbaló por su sien, pero no habló más. El curandero esperó. No la forzó. Solo cuando ella giró un poco el cuerpo, permitiéndole ver mejor el brazo, se acercó. Lo hizo sin tocarla al principio. Solo preparando la pasta, los vendajes. Todo con movimientos delicados, casi reverenciales.
Mientras trabajaba, le dijo en voz baja:
-El rey padre juró que si su hijo vuelve a levantar la mano contra usted, o si esta alianza se rompe por su causa pondrá a cualquiera en el trono. Y al rey… lo exiliará del reino.
Morgana no respondió.
Pero un leve estremecimiento recorrió su cuerpo. No de dolor, sino de otra cosa. Algo enterrado muy hondo. Algo que comenzaba a moverse… a pesar del daño, a pesar del miedo.
-Descanse, majestad. Y no haga movimientos bruscos con el brazo, necesita sanar.
La puerta se cerró tras el curandero, y el sonido fue tan suave que Morgana se preguntó si lo había imaginado. El silencio volvió. Pero no era el mismo que antes. No era hueco. Era expectante. Morgana permaneció en la cama, la respiración temblorosa. El brazo, ahora vendado con precisión, latía con un dolor más limpio. Soportable. Las hierbas que le había dejado comenzaban a hacer efecto: una calidez en los huesos, una leve somnolencia en las venas.
Pero no durmió. Su mente soñó, aunque al día siguiente no lo iba a recordar. Pero no en esa princesa muerta, de eso estaba segura, ni con Ishakan ni Kurkan. Sino en el futuro. En cómo aquello era lo que iba a cambiar su destino, cómo la intervención del viejo rey no solo conmocionaba a todo el palacio, sino a su propia versión ahí.
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La pequeña princesa del pan - Parte 3

Silencio. Solo el sonido del viento que corría por las calles quedó como testigo de la atrocidad. El rey se incorporó, limpiándose la sangre de las manos, y con un gesto, ordenó a su guardia que lo siguieran con la niña en brazos.
El sol aún brillaba con fuerza en el cielo, pero aquel día, las sombras se adueñaron del castillo. Lo que debía ser una celebración luminosa por los doce años de la princesa se tornó en un presagio sombrío. La alegría que solía inundar las vastas estancias había desaparecido, dejando en su lugar un aire opresivo, como si el propio castillo se hubiese convertido en un colosal calabozo donde las esperanzas iban a morir.
Como un ladrón en la penumbra, el rey regresó al castillo, acompañado de su guardia. Habían elegido una entrada olvidada, por donde ni siquiera la servidumbre osaba pasar: un pasaje húmedo y oscuro, hogar de ratas y arañas. Sus pasos, apresurados y torpes, parecían los de un extraño en su propia morada.
Al atravesar uno de los pasillos principales, una dama de la corte lo interceptó. Su voz, cargada de preocupación, lo detuvo.
—Majestad, la reina sigue inconsciente. No sabemos qué hacer. Hemos enviado por el doctor de la corte, pero no aparece.
El rey, desbordado por la furia y el miedo, respondió con un rugido que resonó por todo el castillo:
—¡Lárgate!
La dama, sorprendida por el tono feroz de su señor, quedó inmóvil por un instante. Sin embargo, sus ojos repararon en la figura de un guardia que llevaba en brazos a una niña, y su curiosidad la condenó.
—¿Por qué lleva una niña, mi señor? —preguntó, incapaz de contenerse—. ¡Explíqueme lo que mis ojos están viendo!
La paciencia del rey se quebró. Con una mirada asesina, ordenó:
—¡Mátenla!
Sin dudarlo, uno de los guardias desenvainó su espada y atravesó el vientre de la mujer. Su cuerpo cayó al suelo, inerte.
—Deshazte de ella —ordenó el rey al guardia más cercano antes de continuar su camino.
Cada paso por los pasillos del castillo parecía alargarse infinitamente, como si las paredes mismas intentaran retenerlo, atormentándolo por su vil propósito. Finalmente, llegó al dormitorio de su hija. Allí estaba ella, recostada en su lecho, inmóvil, tan delicada como una muñeca de porcelana.
—Dámela —ordenó al guardia que llevaba a la niña.
Con manos temblorosas, el rey tomó a la pequeña inconsciente y la colocó sobre el suelo, junto al lecho de su hija. Observó el rostro angelical de la niña, que parecía tan indefensa como su propia alma en ese momento. Desenvainó su espada.
El acero en sus manos pesaba más que nunca. A pesar de sus años en el campo de batalla, nunca había cometido un acto tan atroz. Una oleada de náusea y terror lo recorrió, pero apretó los dientes y, con un grito desgarrador, hundió la espada en el pecho de la niña.
El cuerpo infantil se arqueó mientras la pequeña soltaba un grito ahogado. Sus ojos se abrieron por un instante, llenos de sorpresa y miedo, antes de volverse hacia arriba, vacíos. Su piel comenzó a palidecer hasta adquirir un tono mortecino.
El rey dejó caer la espada y retrocedió tambaleándose.
—¿Qué he hecho? —susurró, con los ojos llenos de lágrimas—. ¡Soy un monstruo! ¡Un demonio!
Desesperado, sacó un puñal de su cinturón.
—Díganle a mi esposa que siempre la amé. Díganle que me perdoné, por lo que hice y por lo que estoy por hacer.
Los guardias se lanzaron hacia él, intentando detenerlo, pero antes de que el rey pudiera clavarse el puñal, una débil voz rompió el silencio:
—¿Papá?
El tiempo pareció detenerse. Todos los presentes giraron la cabeza hacia el lecho de la princesa. Allí estaba ella, incorporándose lentamente. Sus movimientos eran torpes, mecánicos, como los de un títere. Sus ojos, aunque abiertos, no reflejaban la chispa de vida de antes, sino un vacío helado y aterrador.
El rey dejó caer el puñal al suelo y se arrojó hacia su hija, abrazándola con fuerza.
—¡Gracias! ¡Gracias a los cielos! —exclamó entre sollozos, sin saber que sus palabras eran un tributo a las fuerzas más oscuras y profanas.
Mientras la estrechaba contra su pecho, la princesa permanecía inmóvil, fría como el mármol, su mirada perdida en algún lugar más allá de este mundo.
Sin embargo, para el rey, nada de eso importaba. Su hija vivía, y en ese instante, su alma perdida halló consuelo en la más macabra de las victorias.
La hora señalada para la celebración del duodécimo cumpleaños de la princesa estaba a segundos de cumplirse. A pesar de los preparativos y la expectación en el reino, el exterior del castillo se cubría con una niebla espesa, mientras el sol, antes resplandeciente, ahora brillaba con una opacidad extraña, como si el cielo mismo pesara sobre los hombros de quienes se acercaban al palacio.
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Día 3 de simulacro
El día de hoy ha sido más fácil odiarte. Odiarte por haber decidido soltarnos. Todo el día sentí tanta rabia hacia ti que llegó un punto en el que sentí náuseas. Pero al mismo tiempo no dejé de verte en todas partes, es como si tu presencia me siguiera… ya no quiero verte. Aléjate por favor y bórrate de mi memoria.
Todo el día mantuve la cabeza en alto: “una reina nunca agacha la mirada” te escuchaba decirme al oído.
Una reina nunca mira hacia atrás y aún así aquí estoy… día 3 llorándole en silencio a esa persona que tanta rabia me da. Tengo la sospecha de que mi almohada terminará por fundirse con el mar de tantas lágrimas.
“Una reina no llora” te imagino diciéndome. ¿Una reina? ¿Una reina de qué?
Callate! Yo convierto esta cama en mar si quiero… pero tú… ¿flotarías en mi inmensidad?
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Entre Guerreras y Dioses: La Batalla en la Isla de las Caracolas
Por Vangi GarVi
La noche del 8 de marzo del 3058, luego de la batalla más sangrienta conocida por el hombre, Nikté-ha y su ejército de mujeres jaguares luchaban por la custodia del territorio de la Isla de las Caracolas. Ríos de sangre se habían generado luego de que Camazotz, el demonio del inframundo y su acérrimo rival, hubiera proclamado un golpe de estado en su contra, ya que consideraba que Nikté-ha, aunque tenía sangre real, no era la indicada para gobernar, ya que era demasiado joven y por ser mujer, consideraba que podría dejar a la Isla desprevenida ante ataques de otros rivales.
Una por una, sus guardias reales fueron siendo sacrificadas en la gran pirámide de Chichén Itzá, ante los ojos del pueblo, como una señal de escarmiento para los que aún eran simpatizantes de la princesa y miraban con horror tal escena. Llegó el turno del sacrificio de Nikté-ha, la cual en ningún momento se dejó intimidar por las groserías y malos tratos de la gente de Camazotz. Siempre caminó con la cabeza en alto. El pueblo quedó en silencio.
El sacerdote la miró con vergüenza. Sabía que traicionaba a una dinastía ancestral que lo había elegido, ya que confiaban en sus conocimientos, pero no tenía los pantalones suficientes para poder oponerse ante la tiranía de Camazotz. Él prefería ejecutar a una persona inocente antes que luchar ante tal rival, y eso Nikté-ha lo sabía, y lo sabía muy bien. Ella puso su cabeza en la roca gigante de sacrificio, sin miedo a la muerte, mirando al pueblo estoica. Camazotz, en su voz de victoria, le preguntó si quería decir unas últimas palabras antes de que le cortaran la cabeza. Ella asintió.
-Esta noche, no ganó la gente, no ganó la libertad. Esta noche ganó lo arcaico, la desigualdad de roles ganó el horror. Me voy, porque sé que es mi destino y lo acepto como la mujer guerrera jaguar que soy, porque sé que mi legado no muere aquí Camazotz. Me voy, pero mi gente aquí te derrocará. Ellos y ellas jamás van a aceptar tus formas de vida, tu ideología. Mi recuerdo te perseguirá a cada paso que des y cuando menos lo esperes serás derrocado. -
Camazotz, nervioso por haber escuchado su discurso, apresuró su ejecución. Solo un corte se necesitó para desprender la cabeza de su cuerpo. Él bajó las escaleras de la gran pirámide para recoger su cabeza en señal de triunfo, tras su golpe de estado. Lo que no sabía era que las mujeres de ese pueblo estaban tan, pero tan molestas con él por haber matado a su líder, que se lanzaron inmediatamente en guerra contra él.
Luego de cuarenta días y cuarenta noches de una guerra sádica y cruel, el pueblo de la Isla de las Caracolas derrocó a Camazotz, sentenciándolo a pasar una eternidad con los señores de Xibalbá. Al final, aunque fue corto su periodo como reina, el legado de Nikté-ha prevaleció en las memorias de la gente de la Isla de las Caracolas y cada 8 de marzo, se toman un momento de su tiempo para honrarla, su memoria y el sacrificio que hizo para que su gente viviera mejor.
#a veces escribo#cosas que escribo#escribir#escribiendo en soledad#escrituras#solo escribo#cuentos#literatura#lo que escribo#una chica escribiendo
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cuando al fin se mueve, cuando no la deja ir — aunque siga lejos, aunque no pueda sostenerle la mirada más de dos segundos y parezca estar tragándose las ganas de huir, una sonrisa diminuta, apenas un fantasma, se cuela en los labios de aria. prefería mil veces eso: el momento incómodo, el estar… antes que la nada, que las cosas inconclusas. por más que acabara estampada contra una pared, lo prefería. el hablar. incluso si lo que él tenía para decirle le parecía casi insultantemente insuficiente.
“ ¿no sabías… cómo acercarte a mí sin arruinarlo todo? ¿en serio? ” parpadea. parte de ella no puede creer que esa sea la justificación. o peor: la no-excusa. “ decidiste tu solito por mí que no podía lidiar contigo, que estaría mejor sin ti ” no comprende casi tanto como no le sorprende. su vocecita interna le grita no es de confiar, quizá él ya se ha percatado de ello, por ello ni pensó en apoyarse en ella o no le interesaba de ese modo ¡como sea, mínimo debía decírselo! “ ¿y no no pensaste que así, desapareciendo… lo estabas arruinando igual? ” frunce los labios, conteniéndose antes de soltar lo siguiente. “ porque esa noche te esperé. horas. de verdad pensé que te había pasado algo, estaba preocupadísima ” su voz suena más rasposa de lo habitual. no hay burla. sino que se sincera en reclamo. no va a fingir que no le dolió o le molestó, que no se preocupó.
mientras él parece no animarse a decir nada, aria sí que no va a guardarse nada, por si acaso es única chance que obtiene de decir su parte: “ sé que no debería importarme, ¿vale? créeme, me lo he repetido un millón de veces. no somos nada. solo… tú y yo, solo… nada ” comisuras tiemblan en una sonrisa carente de humor a la par que una risa seca escapa de sus labios. “ pero, ¿cómo se supone que no me importe? si pasó algo… podrías haberme dicho ¿o solo te intereso cuando se trata de besarnos por ahí y ya? supongo no somos más que un ligue y ya... ” ahí está. la herida. que hasta esa primera noche en la gala, cuando los policías se lo llevaron… incluso entonces se enfadó y le importó, cuando apenas le conocía. porque así es aria, le importan cosas. por más que se haga la dura, ella siente. tras repetidos encuentros, llegó a pensar podían tener algo más. quizá fue tonta.
“ mira… es cierto. no sé mucho de ti ” admite, todavía sin intención de retroceder. era casi gracioso verla tan segura por fuera cuando por dentro está gritando. y mira al suelo. a las aguas del lago más allá. a cualquier lugar que no sea él, como quien necesita un segundo para buscar las palabras justas.“ resulta que tú tampoco me conoces ¿que tú arruinas cosas? ¡esa es mi frase! ” no puede evitar sonar incrédula, hasta un tanto frustrada ¿la había idealizado acaso? ¿pensaba que era dulce, graciosa y luminosa, sin más? porque si es así, está a punto de llevarse una buena decepción.
como sea, se rinde. podría cagarla, estar tomándose atribuciones que no le corresponden, sin embargo, se atreve a ser quien rompa distancias. da un paso, dos, hasta estar perfectamente frente a él. “ silas, mírame. y escúchame bien: soy un desastre. patética. suspendí mis exámenes de la uni tan mal que me echaron. confié en alguien y me estafaron hasta el último centavo. no consigo mantener un trabajo más de seis meses. no puedo hacer nada por mi mamá. nada ” se detiene en medio de verborragia, voz agitada por exabrupto. por un segundo, la vergüenza le aprieta el pecho al proclamarse la reina de las inútiles, revelándole lo peor de sí tras intentar tanto sólo mostrarle lo genial que era. ya lo dijo. ya empezó, toca terminarlo. “ así que sí: ¿arruinas cosas? bienvenido al club ” el sarcasmo le vuelve como un reflejo. “ ¡así y todo me gustas! aunque pueda ser una molestia para ti ” confiesa con el envión lo que siente, sin darse cuenta casi. si no se sintiera así, esas semanas de silencio no le habrían dolido. y no estaría ahí, parada frente a él, pidiendo una oportunidad.
tenía razón. diablos, está siendo un total idiota. pero no había mucho que hacer o pensar. el daño estaba hecho y él no había tenido el valor de encararle todos esos días. ¿ahora? mucho menos. un suspiro se escapa de sus labios y apenas gira el rostro para mirarle por encima del hombro a escondidas. siente la tensión en cada palabra. quisiera poder girarse del todo. decirle algo. se siente inútil, como si cualquier explicación que pudiese dar solo rompiese más lo poco que le queda con ella. su cuerpo entero se queda inmóvil, tenso. cuando aria se despide, algo dentro de él se remueve. el aire en sus pulmones se vuelve denso, espeso, imposible de tragar. la desesperación se instala sin pedir permiso, esa clase de pánico que no grita, pero aprieta, como una mano firme alrededor del cuello. se levanta de golpe, tan rápido que casi pierde el equilibrio, el movimiento es torpe como si su cuerpo apenas pudiera seguirle el ritmo a lo que siente. el agua salpica bajo sus pies cuando retrocede un paso. ' espera. ' su voz es apenas un hilo, rasposa, casi sin aire, pero suficiente para romper el silencio. ' no te vayas. ' sabe que no tiene ningún derecho a pedirle nada, especialmente cuando desapareció de esa manera. después de tantos mensajes sin atreverse a responder y con la cobardía que nunca lo había caracterizado, a él, de todas las personas, a él que siempre se lanzaba y preguntaba después.
no puede sostenerle la mirada más de un segundo sin bajarla, como si fuera culpable de algo que no sabe cómo enmendar. tampoco se acerca demasiado, no después de escucharle e interpretar aquellos vocablos como una segunda oportunidad de la que no se siente merecedor. apenas da un paso hacia adelante. baja la mirada al suelo por un instante, los labios apretados en una línea fina, los hombros hundidos. entonces, asiente. apenas. como si tuviera miedo de romper lo poco que queda entre los dos. ' lo lamento, estas semanas… ' no se justifica, no siente que darle excusas pueda enmendar la situación. después, más bajito aún, casi como una súplica, agrega: ' no supe cómo acercarme sin arruinarlo todo. ' niega con la cabeza, hay clara decepción consigo mismo. ' no me conoces, roth. quizás sea algo bueno, quizás… ' aprieta los labios, alzando apenas la cabeza para mirarle, hay un ruego silencioso en su mirada azul. ' siempre arruino todo. ' ٬⠀ ⠀ @trendlcielo.
#aria roth ⁄ interacción.#aria & silas ⁄ dinámica.#jajan't#aria la del meme#bueno ya está -pausa- peRO SABES QUÉ y seguía y seguía
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Es el campeón que habla en pista. El '1' ganó la carrera larga tras aprender del Sprint, al ser agresivo al inicio y gestionar después JAIME MARTÍN Lusail "Yo trabajo en silencio". Con una sonrisa burlona y estas simples palabras resumía Pecco Bagnaia cómo había pasado del cuarto lugar del Sprint, sufriendo, a imponerse en la carrera larga de MotoGP en Qatar. No es impostura, es su forma de ser: todo corrección, todo mesura, todo tranquilidad... todo inteligencia. Así ha ganado sus dos títulos en la clase reina -y el de Moto2, que algunos olvidan- y así comenzó el ataque a su cuarto entorchado en un 'revival' de lo que hacía en 2023: dar la vuelta a ciertas pruebas cortas que se le atragantaron para vencer cuando más puntos se otorgan. Porque el '1' ganó la carrera en la primera vuelta, en concreto en las tres primeras curvas: Era quinto en parrilla, pero al partir, casi se toca con Aleix Espargaró. Tuvo que irse por fuera y le fue bien, pues ya se colocó tercero en el ángulo inicial. Al instante rebasó a Brad Binder y, al momento, a Jorge Martín. Casi de una tacada abortaba el plan de fuga de Martinator y encontraba aire fresco y libre de las turbulencias que hacen subir la presión de los neumáticos. Luego había que saber gestionar todo y lo hizo con la maestría habitual. Ni permitió que el sudafricano se le arrimara. El italiano admitió que aprendió la lección del sábado. "Era muy importante cambiar la estrategia en las primeras vueltas respecto al Sprint. Intenté ser un poco más agresivo porque sabía que mis prestaciones y mi potencial eran lo suficientemente buenos para permitirme gestionar una distancia si podía ponerme al mando", expuso. El de Chivasso dio la vuelta a la tortilla. "El Sprint fue una buena lección también para saber cómo obtener las prestaciones con la nueva moto. Estoy contento porque supimos entender cómo mejorar la situación y eso me da una gran motivación", proclamó. Porque él, como Jorge Martín o Bastianini, los de la GP24, se lamentaron mucho de las malas vibraciones que tenían en su rueda trasera. Eso siguió para los tres, pero en menor medida. Y el que supo controlarlo todo mejor fue Bagnaia, es decir, el de casi siempre. Lo malo para los rivales es que este resquicio de duda de la nueva arma 'ducatista' parece esfumarse, al menos para el transalpino. "Lo bueno es que si tenemos otra vez ese problema ya sabemos hacia qué dirección ir", advirtió. Martinator, a medias Eso podría ayudar a Martinator, tercero con su misma máquina. "No puedo pilotar como me gustaría, no puedo tocar el freno de atrás, no puedo utilizar mis habilidades para ir rápido, pero he podido ser competitivo en otros puntos, pero empezar así, como vengo de otros años, a mí me da confianza, me genera estar contento", decía con un sabor agridulce. El madrileño se lamentaba, entre otras cosas, de ser algo 'blando' en los compases iniciales. KTM, la cara y Aprilia, la cruz La 'sorpresa' en lo positivo fueron las KTM, especialmente con Brad Binder, segundo. "Sí, pero nosotros vamos ya al cien por cien, mientras que ellos, las Ducati con Bagnaia y Martín, todavía no", aseveraba. La 'decepción' llegó para las Aprilia, sobre todo, para Aleix Espargaró. Fue el que mejor acabó en el Sprint, finalizando en el 'podio', pero en la cita larga todo se torció desde la arrancada. "Algo no iba bien con el agarre trasero desde la primera vuelta. Ni pude pelear. Con todo, me voy de Qatar sabiendo que tengo una moto competitiva, aunque pienso que perdí una buena oportunidad. De todos modos, el Mundial es largo", explicó. El esperado drama llegó para las Honda y las Yamaha. Su travesía por el desierto parece que será muy larga. Como ya lo fue en 2023, porque el Mundial 2024 empezó como acabó el anterior, con Bagnaia hablando en la pista y siendo ya líder. Para recibir en tu celular esta y otras informaciones, únete a nuestras redes sociales, síguenos en Instagram, Twitter y Facebook como @DiarioElPepazo El Pepazo/Marca
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Ecos de la Xime || Ed. 002
Mentiría si dijera que la pandemia no cambió en lo absoluto mi relación con el contenido mediático que consumo. Quizás porque fue la primera vez que sentí lo abrumante que resulta tener tantas opciones, o la manera en qué mi vida laboral se entrelazó con mi vida personal por su falta de espacios definidos, pero llegó un punto en que realmente dejó de interesarme cuáles eran las novedades en cine y televisión porque simplemente carecía de la energía para estar al corriente.
En lugar de eso, como algunos saben, vi toda la filmografía de Studio Ghibli, en su momento disponible en Netflix, para después comencé a ver anime y leer mangas, un gusto que había perdido en la preparatoria y redescubrí durante ese tiempo que pasamos encerramos en nuestros hogares.
No obstante, deseaba regresar al cine. Esta es una de mis creencias más tradicionalistas, pero considero que el mejor lugar para ver una película es precisamente una sala adaptada para otorgar la mejor proyección posible. Además, ir al cine es una experiencia comunitaria que es indescriptible. Te fuerza, por al menos dos horas, a desconectarte por completo del mundo real para concentrarte en las imágenes y sonidos en la pantalla, por lo que posee sus propias reglas de etiqueta, y también, te permite ver reacciones en tiempo real. Puedes saber qué es lo que hace reír a la gente, que les hace llorar, que les emociona, en qué momento guardan absoluto silencio porque la tensión es espantosa... Y pese a lo mucho que a otros les moleste, escuchas sus comentarios. Sin importar lo que nuestra sociedad capitalista e individualista quiera pautar, el cine fue diseñado como un momento para compartir con desconocidos.
Y antes de 2020, orgullosamente tenía el nivel de súper fanático en la cadena azul de México. Intentaba ir al cine por lo menos una vez a la semana, y durante mis últimos dos años de universidad, parte de mi duelo por la pérdida de mi padre fue encontrar confort en las salas cinematográficas, dándome trato de reina mientras imaginaba qué pensaría él de esas películas a las que entraba. Incluso, muchas veces apliqué el "deme uno para la función más próxima" solamente porque mi complejo favorito se convirtió en un refugio.
Esa es la razón por la que no pude evitar reír cuando compré ayer un par de boletos para "Godzilla Minus One" en el cine local de mi preferencia, ya que, por primera vez en casi una década, había sido degradada al nivel de fan, es decir, al de una persona que solamente va al cine en contadas ocasiones. ¿Acaso ya no era una cinéfila?
Pero, ¿qué es un cinéfilo? De manera sencilla, se resume como una persona que ama al cine. Sin embargo, esta definición también lleva a otro cuestionamiento aún más importante: ¿qué es amar al cine? ¿La persona que ama al cine es quien solamente ha visto las películas clásicas y deprecia el cine contemporáneo porque "no es original"? ¿O es aquel que dedica horas de sus tardes a ver películas para dejar una reseña quirky en Letterboxd? ¿Podría ser que un cinéfilo es una persona que activamente forma parte de comunidades en redes sociales y comparte la opinión de los líderes del momento en el rubro? ¿Amas al cine si no conoces su historia y su transformación? ¿O no lo haces si desconoces cuáles son los estándares básicos para categorizar una cinta como buena o mala?
Para mí, amar al cine se reduce simplemente a conectar con las historias en pantalla. No puedes amar nada si no te genera emociones, tanto positivas como negativas. En ese sentido, todos los que disfrutamos de ver películas, y nos emocionamos con ellas, somos cinéfilos. Y como todo aspecto intangible y cualitativo, no hay manera de decir que alguien es más o menos cinéfilo que otro, pese a que los mamadores buscan desesperadamente demostrar que solamente ellos conocen y aman el cine de verdad con base en los criterios descritos en las preguntas anteriores.
Entonces, ¿por qué deje de ir a las salas?
Y esa es una pregunta cuya respuesta no depende totalmente de mí, sino también de la manera tan arcaica en que las distribuidoras y franquicias de complejos cinematográficas mexicanas continúan promocionando las películas, porque sinceramente dudo que alguna de ellas realice investigaciones de mercado sustanciosas para determinar cuáles son los hábitos de consumo de la generación actual y que se necesita para acercarlos al cine.
Su primer error, como el de todos, es asumir que el cine es un entretenimiento burgués, pese a que en esencia no es más que una proyección pública. En tan solo un par de años, el precio del boleto para una sala incrementó lo suficiente como para realmente definirlo como un entretenimiento diseñado para aquellos que pueden permitírselo. Lo que me parece sorprendente es que exista todo este discurso acerca de cómo la piratería está mermando las ganancias de las pobres productores millonarias cuando la misma industria convierte las películas en inaccesibles para las masas, a la par que justifican la falta de interés general para ciertos estrenos, pero me explayaré en eso más adelante.
Tristemente, el costo del boleto no se refleja en una experiencia para el usuario, quien sinceramente cuestiona si los costos operativos son tan complicados de cubrir cuando no ofrecen ningún incentivo para abandonar la comodidad de sus hogares y las opciones de streaming: instalaciones descuidadas y sucias, trabajadores poco placenteros (y esa es responsabilidad de la empresa si no ofrece salarios competitivos, prestaciones y condiciones para su desarrollo), comida fría y con precios exagerados, colas eternas porque nunca parecen tener el personal suficiente, e incluso en ciudades como la mía, dudas de la capacidad del cine para mantener cómodos a sus visitantes porque a veces los aires acondicionados están apagados.
¿Y así quieren llevar a la gente a las salas?
Pero esa es solo una parte del problema. La otra radica en la distribución y en el clásico alegato de "que las personas solamente quieren ir a ver cosas comerciales". Considero que hay una parte de razón por ella, pero, ¿qué esfuerzo se realiza para que las películas se acerquen a las audiencias, especialmente para aquellas que vivimos fueras de las metrópolis? ¿En realidad importamos? Tan solo quiero tomar el ejemplo de la elegida para representar a México en los Óscars, Totem. La película pasó completamente desapercibida porque nadie sabía que existía en primer lugar. Además, si realmente no existiera una audiencia para películas dramáticas y poco convencionales, ¿entonces por qué los puestos piratas están llenos de cintas de culto que son complicadas de encontrar en el país? ¿Y a precios estúpidamente accesibles, cómo debería ser el cine en primer lugar?
Es asquerosa la manera en cómo se siguen culpando a las audiencias cuando un grupo privilegiado son quiénes deciden a cuentagotas que arte será promovido, como si una campaña en redes sociales no fuera mucho más económica con una tradicional, pero simplemente no conocen el lenguaje adecuado para acercarse a una audiencia joven que podría llenar esas salas. Además, subestiman el poder de mi generación y las que siguen para esperar pacientemente por estrenos, especialmente cuando fuimos malacostumbrados por la pandemia a la disponibilidad inmediata.
Así mismo, tenemos las pocas opciones para disfrutar del idioma original. No sé cómo sea esto en otras ciudades, pero en mi ciudad relegar funciones subtituladas a horarios después de las 8 p.m. es complicado, especialmente si al día siguiente tienes que despertarte temprano. Es cierto que existe un talento enorme entre actores de doblaje en el país, pero deberían tener la misma cantidad de funciones y horarios aquellas cintas en idioma original. Vaya, cada película merece 2 salas. La realidad es que cada nuevo estreno de Marvel acapara al menos la mitad del complejo, cuando si realmente fuesen observadores de las tendencias, los dueños de estos negocios se darían cuenta de que el interés de la audiencia por películas de superhéroes ha disminuido… Esto sin contar que por la gran afluencia durante el primer fin de semana, raramente mantienen la publicidad boca a boca que otras cintas más pequeñas necesitan, pero que con trabajo son programadas por seis días.
Curiosamente, hay una película que desafía las nociones tradicionales del negocio del cine en México y esa es precisamente aquella para la que buscaba boletos: Godzilla Minus One. Si bien es cierto que parte de su atractivo es un personaje que celebra 70 años de haber sido creado, la cinta es un drama japonés que es completamente diferente a lo que se cree el mexicano promedio disfruta en el cine. Sin embargo, con un trabajo de publicidad en redes, la audiencia joven ha asistido y mantenido una afluencia sana en las salas. Entonces, ¿es tan difícil acercar el cine a la gente?
No lo sé, después de todo solo soy una fan.
-Xime @/lowbudgetamelie
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Sonic Calendar Story - Isekai Ôgiri #4: Silver y Elise (Abril 2023)

Acto 4: En la oscuridad…
La ciudadela de Soleanna, la Ciudad del Agua, se destaca por sus hermosos canales que se extienden por todas partes.
En una esquina de la pista nacional de patinaje sobre hielo, construida en la bahía y adornada con magníficos cuencos plateados,se encontraba una joven solitaria observando la fría superficie de hielo sin nadie a su alrededor, suspirando con tristeza.
“Es que yo no…”
Su nombre era Elise.
Ella era una joven patinadora conocida como “la Reina” de la categoría individual, pero en ese momento enfrentaba grandes preocupaciones.
La canción asignada para el evento de patinaje en pareja, que hasta ese momento era su objetivo en la vida, era una melodía que le recordaba a sus padres fallecidos, quienes la habían criado y enseñado con amor. Al escuchar esa canción, Elise se sumergía en recuerdos felices del pasado y no podía llevar a cabo su actuación.
Sus entrenamientos no iban bien, y no lograba encontrar una pareja con quien patinar. Elise se sentía bloqueada y, en algún momento, comenzó a desahogarse sobre sus problemas mientras contemplaba el cielo estrellado.
En ese instante…
“He escuchado tu historia. Puedo ayudarte”.
Cuando Elise se giró hacia la voz que provenía detrás de ella, se encontró con un entrenador famoso que aparecía y desaparecía misteriosamente en el mundo del patinaje: Silver the Hedgehog, un ex patinador. Todos los que habían recibido sus enseñanzas dejaron brillantes registros en el deporte.
“No te preocupes. Estoy aquí para brindarte todo mi apoyo"
No podía tener más suerte si él iba a ser su compañero. Pero el mayor problema estaba en su propio corazón.
Mientras Elise seguía mirando abatida hacia abajo, Silver tomó su mano y le dio su colgante diciendo:
“No estás sola. Lo conseguirás. Toma este amuleto”
La gema azul pareció brillar con fuerza, como para animarla.
—
A medida que practicaba más y más, su miedo por la pieza se disipaba poco a poco, y en poco tiempo consiguió patinar la pieza hasta el final.
En principio, Elise ya no tenía nada más que aprender. Pero la actuación en pareja con Silver, que la dirigía con fuerza y precisión, le dio confianza y valor.
Y por fin, llegó el día antes del gran evento. El día del ensayo en el lugar de la actuación.
Por desgracia, la pista exterior del escenario estaba siendo azotada por una fuerte lluvia.. No se podía practicar en estas condiciones. Elise estaba desanimada y cuando estaba a punto de irse…
De repente, Elise se dio cuenta de que la lluvia a su alrededor había cesado abruptamente.
Cuando levantó la cabeza, vio a Silver flotando en el cielo, envuelto en una luz verde esmeralda. Una suave película de luz se expandía desde su palma, cubriendo la pista y repeliendo la lluvia.
Silver le dice a una atónita Elise:
“En realidad, tengo poderes psíquicos …”
—
Preocupado por la pérdida de tiempo del entrenamiento, Silver metió prisa a Elise, y continuó deteniendo la lluvia.
Pasó de ser competidor a entrenador porque temía que este poder saliera de manera inconsciente durante la competición. Quiere utilizar este poder, no para él mismo, sino para ayudar a otros.
Bajo la intensa lluvia, la pista de patinaje estaba protegida por un silencio absoluto y una niebla blanca se elevaba sobre el hielo.
En este espacio de fantasía onírica, Elise sintió la bondad de Silver y sintió en su corazón la llama del valor que la inspiraba.
Finalmente, la lluvia se detuvo y Silver se unió al entrenamiento. Era el momento de ensayar al completo para la presentación final.
Mientras Elise y su compañero continuaban con la actuación en perfecta sincronía, se dio cuenta de que estaba disfrutando de la canción que antes simbolizaba la tristeza. Este sentimiento resonaba con sus recuerdos de cuando ella ensayaba feliz con sus padres.
Amaba a sus padres, pero también amaba la canción. Las lágrimas brotaron cálidamente de los ojos de Elise al recordarlo, pero eso no detuvo su actuación, sino que la hizo brillar aún más.
Luego llegó el momento más difícil, el clímax: el doble triple axel. Parecía que Elise iba a realizar un salto alto, y después una rotación brillante, pero…
¡…!
Un lapsus momentáneo de concentración hizo que Elise fallara su salto y perdiera el equilibrio en el aire. Parecía que se caería, pero una luz verde esmeralda la envolvió y la sostuvo. Era el poder sobrenatural de Silver.
“¡Por poco! Pero no me hagas hacer esto en la presentación real, ¿de acuerdo?“
Silver bromeó para relajar la situación y trató de reanudar el entrenamiento.
Pero el buen humor de Elise se detuvo y comenzó a sentir de nuevo los vientos del miedo.¿Podía estar segura de que todo saldría bien en la presentación real? Al darse cuenta de la situación de Elise, Silver dijo queriendo animarla:
"Estarás bien. ¡No te preocupes! Todo lo que estás haciendo ahora, te llevará al futuro”.
Bajo un cielo estrellado después de la lluvia, un viento cálido soplaba lentamente entre los dos en la pista de hielo.
—
El día de la competición… La pareja apareció en la pista de hielo, como una estrella fugaz, causó sensación en la ceremonia. Con una hermosa actuación, cautivaron al público.
Y llegó el momento del triple Axel… A pesar de las oscuras premoniciones que pasaron por la mente de Elise antes de saltar, lo que vio en ese momento fue la sonrisa de su compañero Silver. Los recuerdos de los momentos de entrenamiento que la colmaron de confianza y felicidad, y de los tiempos divertidos con sus padres, fueron el sustento firme de la Elise de ahora.
¡Los dos saltaron juntos en un salto impresionante y con un aterrizaje perfecto! Los espectadores estallaron en vítores y aplausos.
Ese día, la brillante pareja recibió el mayor honor… ¡se convirtieron en la pareja más destacada del evento!
—
Al terminar la actuación…
“Gracias”
En la pista desierta, Elise le devolvió el colgante a Silver. Es algo que ya no necesitaba, tras haber crecido y superado su pasado.
Elise sonrió y Silver le devolvió las gracias.
Ella no es la única que ha podido seguir adelante. Silver también se vio inspirado gracias a ella, y le reveló que decidió volver a la competición.
“Pero, para ser sincero, estoy preocupado. Por mucho que me esfuerce, tengo miedo de que un día agote todas mis fuerzas”
“¡Todo irá bien! ¡Lo conseguirás! Porque…”
Elise sonríe y continúa…
“Todo ese trabajo duro te llevará al futuro ¿Verdad?”.
Entre la pista de hielo tranquila y la noche estrellada, se pudo oír resonar las risas de los dos.
Al día siguiente…
Quién hubiera dicho que los patinadores artísticos, Silver y la Princesa Elise cambiarían tanto después de la competición. Pero Silver seguía siendo Silver, y Elise parecía haber conservado su elegancia como princesa.
Sin embargo, ¿no les parecía familiar el brillo del colgante?
Aunque sorprende ver la enorme pista de patinaje sobre hielo, el reino de Soleanna y la ciudadela en sí parecían no haber sufrido grandes cambios. Parecía que los cambios solo ocurrieron en algunas partes del mundo.
Tal parece que todavía se necesita mucha investigación para comprender lo que había sucedido en el mundo…
********************
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Challenge de Escritura
05. Se reencuentran (AU)
por si quieres leerlo en ao3
En el castillo, una preocupación general rodeaba a sus habitantes. La guerra contra el país del Sur ya había empezado hace más de dos meses, y la ausencia del Rey era un tema que Naeve intentaba manejar con una sonrisa en la cara.
Era de un buen conocimiento que el Rey era el mejor guerrero, y que por ello, sus soldados también eran de los mejores. Sin embargo, no importa que tan buenos sean; la guerra es la guerra y siempre hay caídos.
Naeve confiaba en las habilidades de Kylo, confiaba en que volvería, con algunas heridas pero volvería. Fue un día lluvioso cuando las noticias llegaron, de que habían ganado la guerra y de que preparen las unidades de sanación.
Solo fueron tres días a esto, de que un bullicio llegó con el atardecer y los soldados aparecieron. Naeve organizó la entrada, y los heridos mientras llegaban fueron llevados a sanación, la pelea había sido ruda, las heridas eran profundas pero sólo hubo tres guerreros perdidos en batalla.
Naeve no tuvo tiempo a preocuparse, no hasta que todos los heridos estuvieron acostados y medianamente estables. Eran tardes de la madrugada cuando Naeve finalmente pudo preguntar por su esposo. Aunque nadie supo darle una respuesta.
Con un pánico en el pecho, buscó por los jardines, por las unidades de heridos, el establo y las habitaciones de los soldados, que los pocos que no habían sido heridos la recibieron con sorpresa, aunque tampoco pudieron darle una exactitud de donde se encontraba Kylo.
Decidió calmarse, respirar e ir a cambiar su ropa manchada por la sangre. Casi nadie se encontraba en el castillo, sino estaban ayudando a los soldados, estaban preparando la comida para darles. Su cuerpo se sentía pesado, tenía ganas de llorar pero era la Reina, no podía permitirse deprimirse cuando su pueblo estaba luchando por mantenerse. Entró a la habitación deseando verse a sí misma dormida y darse cuenta que todo esto era un sueño, sabía que no lo era.
Y esto fue claro cuando dentro, sentado en la cama y gimiendo de dolor se encontraba Kylo, quién intentó pararse y ocultar su cuerpo tapado por la sangre. Heridas profundas en toda su espalda.
—Amor—Naeve corrió hacia su lugar, y sin siquiera prestar atención a otra cosa que no fuera Kylo. Intentó tocar su hombro sin embargo antes de que siquiera pudiera ver bien la herida, Kylo se paró tapándose con su camisa negra—¡¿Qué haces?! Estás lastimado, hay que limpiarlo…
—No hay problema, no duele—mintió alejándose del tacto de su esposa y en cambio ponerse a su frente besando su sien—No te acuestes aún, cambiaré las sábanas.
—Kylo—la joven se sorprendió de lo seca y dura que salió su voz, pero su esposo no se detuvo de buscar las frazadas.
—¿Si, mi amor?
—Acuéstate ahora mismo, o consideraré nuestro divorcio.
El hombro se congeló, y se sentó en la cama sin rechistar. Naeve se acercó a él sacándole la camisa con descontento. Reviso la herida, llegaba desde el hombro hasta la parte baja de la espalda, la piel estaba abierta y la sangre no dejaba de chorrear. ¿Cómo siquiera podía fingir que no le dolía cuando de solo verlo a ella le daba escalofríos?
—Iré a buscar vendas y alcohol, espera aquí.
—Amor, no es necesario…—intento decir Kylo con una sonrisa. Pero a Naeve le dolía el corazón.
—No digas una palabra más.
Tan pronto como la joven se fue, el pelinegro suspiró queriendo dormir por tres días, abrazado a su esposa. Esta situación… Era molesta. Cuando volvió, Naeve sacó el algodón y limpió la herida sin decirle una palabra. Kylo aguantó quejidos de dolor y cuando su herida empezó a ser cubierta por las vendas, notó los ojos dolidos de Naeve. Era tan estupido.
—Gracias.
—¿Tienes hambre?—Naeve se paró tirando los algodones sucios. Negó y llamó a la chica por su nombre.
—Lo siento.
Silencio. Y de repente los sollozos se hicieron presentes.
—Maldita sea, Kylo. Ni te imaginas lo preocupada que estaba—Naeve tapó su cara con sus manos—¿Porque no fuiste a una unidad de sanación? Nadie sabía dónde estabas, ni cómo.
—Lo siento, en serio, simplemente quería estar aquí… contigo—sonrió—y descansar.
Kylo agarró sus manos, y apoyo su cabeza ahí. Naeve se soltó haciendo que su esposo levantara la mirada, acarició su pelo y besó su nariz.
—Te extrañé muchísimo, Kylo.
—Yo también mi amor.
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. ⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀ ❪ ⠀ ⿻⠀ ❫ 𝗧𝗛𝗘 𝗥𝗘𝗔𝗟 𝗪𝗔𝗥𝗥𝗜𝗢𝗥 ⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⭒ ╱ 𝗐𝗈𝗇𝖽𝖾𝗋 𝗐𝗈𝗆𝖺𝗇 ⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀ ⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀relatos ┊canon ⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀ new 52 ⇆ 00 ⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀ ⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀——————————————— ╰─ 𝗀𝗈𝖽𝖽𝖾𝗌𝗌𝗈𝖿𝗍𝗁𝖾𝗆𝗒𝗌𝖼𝗂𝗋𝖺.𝗍𝗑𝗍 ⠀⠀⠀⠀ ⠀⠀ ⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀﹀ El bosque a esas horas era dominado por la oscuridad, parecía ser la única zona en la bella isla de Themyscira que no poseía luz de luna, aunque nada de eso importaba mucho, la angustia de Diana era mayor, siempre era atacada por las otras amazonas de su misma edad, la palabra "niña de arcilla" venía en cada frase, era el peor insulto que alguien podría decirle. ──¿Por qué los dioses no pudieron darme una madre y un padre? ¿Por qué tengo que ser tan diferente?── Las lagrimas rodaron por sus mejillas acompañadas de un silencioso suspiro que aliviaba un poco la opresión que le carcomía por dentro, las lentas aguas de la isla también ayudaban, su sonido al chocar con la costa le ayudaba a reflexionar. Todas tenían una madre, pero por supuesto, según lo que la reina le había contado a Diana, ella la había esculpido de arcilla y los dioses le habían dado vida para que ella fuera feliz, ¿Por qué no podía ser normal igual que el resto de sus hermanas? ¿Por qué era la única que tenía que ser de arcilla? Amaba a su madre, pero no era totalmente su madre, no según la historia que contaba, en ese preciso instante se sentía sola, y completamente desolada, no tenía nadie en sus tierras que pudiera entenderla. ──Quizás es un don ser diferente, princesa.── La grave voz que provenía desde la oscuridad del bosque le puso alerta, extendió rápidamente una de sus manos y atrapó una piedra insignificante, pero que lanzó con fuerza en dirección a donde la voz provenía. Una mano masculina evitó el ataque avanzando lo suficiente para que ella pudiera observar al ser que estaba frente a sus ojos, no le había visto antes, y no tenía el derecho de hablarle así, no cuándo ella sentía que más que ser un don era un problema en su vida. ──¡Quién eres tú para decir tal cosa!── El enojo se percibía en la joven amazona, pero el silencio gobernó su cuerpo cuando el gran ser frente a ella se presentaba como Guerra, había escuchado de él en las historias mitológicas que solían comentar como parte de sus clases, pero era completamente distinto a lo que alguna vez imaginó, no era nada de lo que había pensado, y de alguna forma sentía un gran apoyo por parte de él, era la persona que estaba en ese momento para ella, era el único que llegaba a entender su forma de sentirse, después de todo según las historias, él había sido incomprendido durante siglos. ──Estoy aquí con una oferta princesa... Fuiste entrenada por las amazonas, son valientes guerreras, pero hay más por enseñar, modos del guerrero que sólo un dios puede enseñar...── ──¡Quiero aprender!── Diana ni siquiera esperó a que la deidad terminara de hablar, interrumpió al igual que la emoción en su cuerpo, la sensación anímica en ella cambiaba, era la forma de demostrar a todos que ella sería la mejor guerrera de las amazonas, siempre había querido serlo, y si un dios como guerra la entrenaba, sería más fuerte que todas juntas. Sería la gran defensora. ──Excelente. Aquí en el bosque, más allá de las paredes lejanas cada luna llena, forjaré la más grande guerrera que el mundo haya visto.── Sentenció Guerra. La decisión en su voz era clara, concisa, no cabían dudas que daría lo mejor de sí para enseñar a Diana todo lo que él sabía, y por supuesto la más joven de las amazonas estaba dispuesta a aprender todo lo que él pudiera enseñar. Así cada mes, se reunían bajo la luna ella, el olímpico le enseñó a dominar su cuerpo, su espíritu, a ser una con cada forma de pelear. Guerra cada mes estaba más orgulloso de las habilidad de Diana, rivalizando tanto con las del valiente Ulises y el musculoso Aquiles combinados. ella le otorgó al inmortal algo a fin al goce, y por un breve instante él se permitió soñar con descansar y un día heredar el manto de dios de la Guerra a alguien totalmente capaz como lo era él. Diana se probó a sí misma ser más fuerte y veloz que las otras chicas de su edad, como se había prometido era la mejor guerrera de las amazonas, aquella que superaba inclusive a las maestras, así pasó un largo año en el cuál la joven de Themyscira y el olímpico entrenaban. Sin embargo Diana estaba cansada de usar espadas de madera, quería usar una real, Guerra soltó una carcajada al escuchar la molestia por parte de la mujer, y por supuesto impuso sus propias reglas de combate. ──Tendrás una espada... Esta luna llena pelearemos a muerte, no levantarás una espada en contra de un hombre a menos que quieras acabarlo, esa es la manera del guerrero.── Y así fue, Guerra otorgó la espada a la amazona y la lucha entre ambos comenzó, los destellos en los cielos parecían grandes relámpagos, que surcaban el firmamento únicamente iluminado con una blanca e inmensa luna. Diana iba ganando, se estaba desempeñando de la mejor forma posible, pero la deidad tenía sus propios trucos, y una de sus manos tomó la muñeca de Diana moviendo esta de tal forma que su propia mano con la espada era dominada por Guerra, no tardó en estar el filo del arma contra la piel de su cuello. ──Un guerrero inteligente sabe como usar el arma de sus oponentes en contra de ellos.── Había entendido lo que había dicho en cuanto la pelea había iniciado, él había establecido sus reglas y Diana estaba dispuesta a acatarlas, eso se vio reflejado en su frase, ──Estoy lista para morir en tus manos.── los ojos de Guerra reflejaron amargura, la espada no tardó en caer al suelo sonando estrepitosamente, de seguro hasta su madre oiría. ──Princesa, un guerrero sabe que la muerte es el precio de la guerra, pero un guerrero nunca acepta la muerte... Un guerrero pelea a muerte, pero no esta noche pequeña.── ── Tras aquella noche que marcó parte del aprendizaje y crecimiento como guerrera de la princesa, llegó un nuevo mes, con ello una nueva misión impuesta por Guerra ya que pronto sería el cumpleaños de Diana, y como era tradición debía llevar un tributo a su madre para que ella aceptaba un nuevo año de vida, tenía que detener al Minotauro. ──Estarás orgulloso de mi, Guerra.── ──No lo dudo pequeña.── Esas fueran las últimas palabras que ambos intercambiaron antes que Diana se sumergiera en lo que era la guarida del Minotauro. Estuvo buscándolo durante eternos minutos, camino con cuidado cada pasillo posible, se encontraba con huesos, cadáveres, de seguro las muertes habían sido terribles. Los ojos de Diana se acostumbraban a ese oscuro lugar, su cuerpo respondía instintivamente, sabía que era un gran peligro, aquellos que entraban no salían. Iba concentrada en su tarea, decidida, pero todos sus pensamientos se esfumaron cuando escuchó una pezuña golpear el duro cemento del suelo. Cuando Diana se volteó la sangra en sus venas se congeló más que el mar de la isla, la única misión de la criatura era matar, pero Diana no estaba dispuesta a morir, había prometido ganar. Su lazo se enreda en una de las patas del Minotauro y tira de este con fuerza haciendo que cayera, pero no logró mucho más que sólo enfurecerlo. Fue en ese momento que las palabras de Guerra llegaban a su mente, usar las armas en contra de él, es por eso que cuando la criatura ataca con su cabeza a Diana, esta salta, provocando que la bestia choque con la pared de piedra en la que anteriormente ella parecía resguardarse. En cuanto vio que estaba lo suficientemente aturdido, la amazona tomó una gran roca poniendo esta sobre sus patas, había terminado el trabajo, lo había detenido. ──Estoy muy orgulloso de ti, pequeña.── La voz de Guerra se escuchaba cada vez más cerca por uno de los pasillos, pronto pudo verlo ahí frente a ella extendiendo la espada en su dirección. ──Es hora de que tomes tu trofeo, mátalo, corta la cabeza de tu enemigo y gana.── Diana estaba segura que era lo que había que hacer, había entrenado para ello. Empuñó la espada y la sostuvo sobre el cuello de su contrincante, fue ahí cuando el Minotauro abre sus ojos, ya no se veía furia en ellos, se veía desesperanza, miedo, angustia. Ella conocía perfectamente esa sensación, sabía de quién era el reflejo que ahí veía. ──No puedo.── Susurró bajando el arma y cerrando sus ojos para observar toda la ira que la deidad expresaba a su lado. Estaba decepcionado y lo lamentaba con creces, Guerra había creído en ella, pero estaba fallando como haría cualquier amazona. ──¿Deseas ser una guerrera? ¡Un verdadero guerrero no muestra piedad!── Pero Diana no estaba dispuesta a matarlo, él había demostrado piedad antes en la cima de la montaña cuando había accedido a no matarla, ella ahora no mataría al Minotauro. Un golpe lleno de furia fue el que le otorgó Guerra a la amazona, y con ello un grito que era ensordecedor, estremeció toda la guarida de la criatura mitológica. ──¡Eres mi más grande fracaso, Diana de Themyscira! ¡El camino que escogiste deberás recorrerlo sola!──
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Imagina Loki
"Mira este pequeño milagro", susurraste alegremente, con pura admiración brotando de tus ojos. La pequeña maravilla en tus brazos dormía plácidamente, sus diminutos dedos envolviendo a tu pequeño como si dijera "¡No te atrevas a irte mientras duermo!"
Hacía unas semanas, una de las criadas de mayor confianza de Frigga había dado a luz a una bonita princesita, como la llamabas. Loki te lo había contado, y le habías rogado que te llevara a Asgard.
Así que ahora estabas sentada junto a Frigga, Ingrid y el pequeño tesoro -Eira- en las cámaras reales. Tu amado y Thor estaban fuera, en el balcón, apoyados en su pétrea barandilla. Los ojos gemelos de Loki no se apartaban de ti, apenas escuchaba lo que su hermano decía en todo momento.
Desde que Loki podía recordar, nunca tuvo el deseo de convertirse en padre, por lo tanto, ¡nunca pensó en ello ni por un segundo! Su relación contigo era plena, completa, o eso había pensado siempre. Pero verte así ahora, con este pequeño y vulnerable bulto de alegría en tus brazos, despertó un sueño profundamente oculto en su interior. Una gran abertura comenzó a aparecer en su corazón. El príncipe de Asgard lo tenía todo contigo, pero de repente algo faltaba en su vida. Algo... importante.... Algo muy importante...
Fue Thor quien expresó el pensamiento exacto de Loki. "Se ve bien con un bebé en brazos". El Dios del Trueno miró a su hermano, pero éste sólo tenía ojos para ti. Las palabras de Thor resonaron en los oídos de Loki, pero no se atrevió a responder para no destruir este hermoso momento. Sólo quería observarte. Durante toda la eternidad podría verte siendo tan cariñoso con un niño. No... A su hijo y al tuyo. "Nuestro hijo...", murmuró el príncipe Aesir. "Será una gran madre algún día, hermano", dijo Thor. El pecho de Loki se apretó.
Algún día...
"No lo estropees". El rubio se rió en voz alta y le dio a Loki una palmadita fraternal en el hombro. Lo que pretendía ser un comentario jocoso caló hondo.
No lo estropees...
Con los ojos brillantes se acercó a Loki junto con Eira, que ya estaba despierta.
"Dale los buenos días al viejo y gruñón tío Loki, princesita", soltaste una risita feliz, recuperando la pura risa brillante de una niña inocente. "¿A quién llamas gruñón?" Loki se obligó a esbozar una media sonrisa. "A ti, mi querido Príncipe. Desde que estamos aquí pareces muy severo. ¿Estás bien?" Volvió a centrarse en el bebé que tenía en brazos. "El tío Loki siempre parece tan gruñón desde que estamos aquí, ¿no es así, princesita? Sí, es un pequeño gruñón".
Besaste la frente de Eira y Loki quedó encantado con la escena que se desarrollaba frente a él. Estabas tan llena de vida, la niña en tus brazos sentía tu calor, al igual que ella. Eira confiaba en ti incondicionalmente, su risa dulce y sonora y la forma en que te sonreía se lo decían a Loki. Sintió que su corazón latía con más fuerza mientras se entregaba a la fantasía de que Eira fuera el símbolo de tu amor y el suyo. Sí, sería una gran madre sin duda.
"¿Loki? ¿Me has escuchado?"
Parpadeó un par de veces y se disculpó. "Perdóname, amor. ¿Qué has dicho?"
"Está preocupada, porque pareces muy triste", respondió Thor por ti.
¿Lo estaba? Se preguntaba si parecía triste.
Se puso de puntillas y le besó suavemente en los labios. "¿Qué pasa, cariño?"
Antes de que pudiera responder escuchó la cálida voz de su madre acercándose a ustedes. "No quiero molestar a esta feliz familia", rió, y el pecho de Loki se tensó más ante sus palabras, "pero creo que a Ingrid también le gustaría pasar un rato con su hija".
"¡Oh, por supuesto! Perdóneme, mi Reina", se sonrojó avergonzada. "Me dejé llevar", intentaste justificarte. "¡Es que es demasiado bonita!" Sin embargo, Frigga intensificó su sonrisa. Puso su mano en tu mejilla, casi de forma reconfortante, y dijo: "Serás una madre maravillosa algún día".
De nuevo esta única palabra, pensó Loki. Algún día...
Algún día...
¿Y por qué nadie le decía que sería un gran padre? ¿Nadie creía en él? ¿No era lo suficientemente bueno? ¿O nadie esperaba de él que se convirtiera en uno? ¿Lo hizo? ¿Podía? ¿Podría imaginarse que fuera el padre de sus hijos?
Tal vez... algún día...
La noche llegó rápidamente a Asgard. Saliste del baño, con un largo y bonito camisón verde claro. Bailaste por la habitación, maravillada con el hermoso camisón. "¡Es taaaan bonito!", titulaste llena de alegría. "¿Qué te parece, Loki?" No hubo respuesta. "¿Loki?" Seguía sin dar respuesta. El dios nórdico estaba de pie en la ventana, sin más ropa que sus pantalones de letón. Miraba fijamente al exterior, sujetando su muñeca a la espalda, sumido en sus pensamientos.
Su sonrisa desapareció. Te acercaste a él y lo abrazaste por detrás. Besaste su espalda desnuda, con la preocupación en tu lengua mientras hablabas. "Por favor, dime qué te preocupa, cariño. Has estado muy callado todo el día". Depositaste varios besos ligeros en su piel, disfrutando de la forma en que se estremecía ligeramente con cada uno dado.
"Quiero que seas la madre de mis hijos, Teresa".
Dejaste de dar tus cariñosos picotazos. ¿Has oído bien? Te quedaste sin palabras y por eso no contestaste. Las manos de Loki se cerraron en puños. Le costó mantener la calma, pero conservó la compostura. "Por favor, olvida lo que acabo de decir", murmuró, liberándose de su abrazo.
El príncipe de Asgard se dirigió a la cama y se quitó los pantalones por el camino. Lo seguiste con pasos rápidos, te colaste bajo las mantas junto a él. Sus ojos ya estaban cerrados, pero sabías que aún no dormía. Su confesión todavía tenía que calar, no sabías qué decir. Muchas veces habías imaginado ya cómo sería ser madre, dar a luz a los hijos de quien amabas tan profundamente. Y ahora que él confesaba que quería tener hijos contigo... No te lo esperabas.
Durante algún tiempo observas las suaves facciones de Loki, sus palabras dando vueltas en tu cabeza. Tú... La madre de los hijos de Loki....
Después de un rato te sentaste. Loki abrió los ojos, te observó a horcajadas sobre él. Permaneció en silencio, sólo te miraba fijamente. Maldita sea, ¿por qué era tan difícil leer sus sentimientos? ¿Qué pasaba por su cabeza? ¿Estaba triste? ¿Enfadado? ¿Decepcionado? ¿Todo junto?
Las yemas de tus dedos recorrían su pecho, soñadoramente jugabas con el pelo de su pecho, su mano descansaba en tus muslos. Pensaste en lo que había dicho. ¿Cuántas veces habías soñado con esto? Tantas veces te lo imaginaste sosteniendo a tu hijo. Tantas veces... Pero nunca tuviste el valor de sacar el tema.
"¿Lo dices en serio?", querías saber. "Quiero decir... ¿Estás realmente seguro, Loki? Sería un gran paso. Y yo..."
"Lo digo muy en serio". No había ningún indicio de duda en los ojos de Loki. Puede que le llamaran herrero de la mentira y Dios de la travesura, y era todo eso, sin duda, pero esta vez no dijo más que la simple verdad, desnudó sus verdaderos sentimientos. "Tú o nadie", explicó, simple y llanamente. Sus hermosos ojos azules se clavaron en los suyos, llenos de expectación, llenos de esperanza.
"Te quiero, Loki, pero..."
"Pero no quieres que sea el padre de tus hijos", terminó el Aesir por ti. "¿Supongo que no soy lo suficientemente bueno? ¿Es esto lo que quieres decir?"
"¡Eso no es cierto!" quise decir, "pero ¿estás realmente segura de que quieres tener un bebé conmigo?", pensaste.
"Entonces, ¿por qué vacilas?", le miró con desprecio.
Se notaba que estaba herido. "Es que... me has sorprendido... es todo", intentaste calmar la repentina tensión.
"Por favor, Teresa. Sé sincera conmigo".
La forma en que te miraba te rompió el corazón. Cogiste su mano, cerraste los ojos y te la llevaste a los labios. "Soy sincera contigo, Loki". Volviste a abrir los ojos y te aseguraste de no perder el contacto con los suyos mientras hablabas: "Quiero tener tus hijos, Loki. Sé que serás un buen padre. No creas que lo dudo". Sonrió. "Te quiero más que a nada ni a nadie, Loki". Su sonrisa cayó.
"¿Pero? Es por mi... herencia..."
Sonriendo, negó con la cabeza. "Sabes lo mucho que te quiero y adoro en tu...". Te detuviste, sabiendo que probablemente le molestaría si te escuchaba decir "forma real". "Me encanta todo de ti. Sólo que... nunca pensé que quisieras tener un bebé con... yo...." Apartaste la mirada de él. "Con un normal..." Tragaste saliva. "Con un mortal normal, sin importancia..."
Loki tardó sólo unos segundos en tenerte debajo de él.
"¿Normal y sin importancia te llamas? ¿De verdad crees que me interesaría alguien que considero normal y sin importancia? Mujer tonta".
Te besó, largo y tendido. Luego plantó besos cariñosos en tu mejilla, en tu cuello. Sus labios volvieron a encontrar el camino hacia los tuyos. "Entonces, dime, mi pajarito bonito... ¿Cuándo empezaremos nuestra pequeña planificación familiar?" Dejaste que tus dedos recorrieran su espeso y suave cabello. Vuestras narices se tocaron. "Cuando quieras, mi príncipe. Cuando quieras".
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6x04: “RENACIMIENTO”. {LOS ANGELES – NOVIEMBRE, 2020} Era una cálida mañana en la ciudad de Idris, Alacante. Juliette había decidido salir aquel sábado y llegar al Centro de Los Angeles en búsqueda de un poco de entretención puesto que sin las clases y el descanso de su ayudantía en los temas de seguridad, se sentía completamente aburrida. Había pasado un par de horas en que se paseó de aquí para allá por los pasillos. Ayudó a recibir a los seres y/o cazadores que buscaban ayuda de paso e incluso se entretuvo leyendo un par de páginas de un libro que encontró en la amplia biblioteca de aquel mismo lugar. Las runas nunca habían sido su fuerte y, aunque aún faltaban un par de años para la Ascensión, se sentía más débil en ese ámbito en comparación a sus amigos. Incluso aunque aún no tenía del todo decidido en pasar finalmente por aquel proceso. Después de todo, siempre se consideró más una "cazadora" que una "shadowhunter". Miró por la ventana cuando el aburrimiento la golpeó y se enfocó más allá del roquerío del lugar en donde se encontraba ubicado el Centro. En el exterior solo podía ver el amplio mar imponente y la arena que cubría todo su alrededor. Nunca había pensado que aquel Centro parecía un lugar turístico más que un lugar de refugio e imaginó los afortunados que habían sido los Blackthorn por crecer allí. Bueno, medio afortunados. A lo lejos se veía un grupo de árboles verdes que destacaban entre tanto paisaje desértico y su lado aventurero fue mucho más fuerte. Debía de ir allí y descubrir sus secretos, por lo que luego de un par de minutos, emprendió rumbo fijo. La brisa salada y el ruido de las olas la relajaron casi automáticamente. Amaba las vistas que tenía aquella playa tan solitaria y que de vez en cuando se llenaba de gente que aprovechaba el privilegio para pasar un par de horas allí. Sus pies se hundieron en la arena y, hubiese quitado sus zapatos para disfrutar de la humedad y suavidad pero su capricho por ir hasta esos árboles era mucho más grande y su intéres por el mar y la arena estaban en segundo plano. Lo que se encontró una vez que llegó la desilusionó un poco. No era más que simples árboles y un poco de verde, pero nada que fuese demasiado llamativo. Se perdió en su interior y, aunque intentó seguir el rastro de regreso, le era cada vez más difícil. No lograba encontrar el sentido y de un momento a otro, anocheció, lo que no ayudaba en la situación en la que se encontraba. De pronto el sonido del quiebre de unas ramas llamó su atención y se puso en estado de alerta de inmediato. Estaba cerca del Centro pero aún así podía aparecer cualquier cosa. No era como Idris en donde aquella posibilidad era remota y aunque en el pasado había tenido que lidiar con luchar contra alguna especie que la atacara, se sintió nerviosa. De entre los árboles los sonidos se fueron materializando. Una, dos sombras, hasta que perdió el conteo cuando pasaron los 5. Quiso girar sobre sus talones velozmente, pero el golpe de algo duro y frío en su nuca la hicieron tropezar a medio camino y la oscuridad llegó antes de que se diera cuenta.
[...]
No supo cuánto tiempo había pasado desde que todo se fue a negro hasta que fue trasladada a la Corte de Oscuridad. Supuso que era así tan sólo con observar su interior y el tipo de seres que la rodeaban. Con sus largas orejas y facciones perfectas. Pasaron horas en dónde había sido golpeada hasta el cansancio cuando las respuestas a sus dudas no eran contestadas, pero la reina de la Corte de la Oscuridad podía torturarla todo lo que quisiera, pero nunca destruiría lo que era ni mucho menos la haría una soplona.
El mundo se oscurecía en los límites de su visión, calmando el dolor. Pero bendijo en esos momentos a todos aquellos que eran lo suficientemente valientes como para atreverse.
Por mucho tiempo había huido y aquello era una prueba de valentía tan desgarradora como cualquiera de sus pruebas de vida.
—Dame información sobre la investigación que están haciendo para las hadas.— silbó la reina con aburrimiento. Juliette podría haber mentido en forma de salirse de aquella situación y con ello tenía acceso a la libertad instantánea y lo sabía.
La cálida sangre llenó su boca mientras goteaba por sus labios. Respiró desmoronándose en una oscurdad sin fin. No iba a traicionar a la Comunidad que ya sentía que era como su familia, que la había recibido con los brazos abiertos y la consideraba parte de Idris. Abrió la boca justo antes de que algo se quebrara para siempre en su columna vertebral.
[...]
Estaba lejos pero aún podía ver a través de un par de ojos que no eran suyos; ojos unidos a una persona que lentamente se levantó de su posición sobre un agrietado y sangriento suelo.El rostro de la Reina se aflojó. Podía observar su cuerpo, postrado en el suelo, su cabeza hacia un lado en un horrible ángulo equivocado y y varios cabellos en una multitud que observaban aquella escena.Lo que no se esperó fue que de pronto, la reina fuese empujada, arrojada contra la pared más lejana. Uno de sus súbditos dejó salir un rugido que sacudió la aparente montaña en la que nos encontraba. Aquel hada se transformó en su forma de bestia más rápido de lo que alcanzaba a ver— piel y garras y libra sobre libra de letal músculo.
No mucho después de que golpeara la pared, la agarró por el cuello y las piedras se rompieron cuando la empujó contra una pata llena de garras. Ella se retorció pero no pudo hacer nada contra ese ataque brutal. En ese momento los guardias se apresuraron hacia la reina, pero varias hadas y Altos Faes, sus máscaras traqueteando contra el suelo, saltaron en su camino, cortándoles el paso. La reina chilló, pateando contra la bestia, arremetiendo contra él con su magia oscura, pero una pared de oro lo arropó como una segunda piel. Ella no podía tocarlo.
Una espada se precipitó a través del aire, una estrella fugaz de acero. La bestia lo atrapó con sus farras y el grito de la Reina se cortó cuando condujo la espalda a través de su cabeza y a través de la piedra de detrás. Luego cerró sus poderosas fauces alrededor de su garganta —y la desgarró.
El silencio cayó.
No fue hasta que estuvo mirando de nuevo hacia su cuerpo roto que se dio cuenta a través de la realidad. La bestia recogió sus extremidades, acunando a la rubia hacia su pecho. — No fue justo que muriera así,—logré escuchar.
—No—murmuró alguien, su espada colgando de su mano. De hecho, habían muchos Altos Faes y hadas que miraban con ojos empapados mientras la bestia me sostenía.
Alguien apareció por el lado — un alto y hermoso hombre con cabello castaño. El gran señor abrió sus dedos y se inclinó sobre su mano. Una chispa brillante cayó sobre ella. Se encendió y se desvaneció cuando tocó su pecho. Dos figuras más se acercaron — ambos guapos y jóvenes. A través de los ojos de mi anfitrión reconoció instántaneamente gracias a las clases de hadas y su jerarquía: el de piel morena en la izquierda usaba una túnica azul y verde y encima de su blanca y rubia cabeza, una guirnalda de rosas — El Gran Señor de la Corte de Verano. Su compañero de piel pálida, vestido en colores blanco y gris, poseía una corona de hielo brillante. El gran Señor de la Corte de Invierno.
Barbillas alzadas y hombros hacia atrás, ellos también dejaron caer esos núcleos brillates sobre ella y la bestia inclinó su cabeza en señal de gratitud. Otro gran señor se acercó, también otorgándole una gota de luz. Era el más brillante de todos ellos, y por su vestido de oro y rubí supo que él era el Gran Señor de la Corte del Amanecer. Entonces el Gran Señr de la Corte del Dia, vestido en blanco y dorado, su piel oscura brillando con una luz interna, presentó su similar regalo, y sonrió tristemente antes de retroceder. Por último el Gran Señor de la Corte de Oscuridad dio un paso adelante y finalmente dijo: —Por lo que ella dio— dijo, extendiendo una mano. —Le otorgamos lo que nuestros predecesores han concedido a solo algunos antes— hizo una pausa. —Esto nos hace iguales,— agregó cuando abrió la mano y la semilla de luz cayó sobre ella.
La bestia gentilmente cepilló su cabello enmarañado y su mano brilló como el sol saliente, y en el centro de su palma, ese extraño brote brillante se formó y descansó su mano sobre su corazón. — Rhysand, — fue lo único que mi mente pensó justo antes de renacer.
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Dos Lineas
Pareja: Steve Rogers x Reader
Partes: 2/?
Advertencias: Viajes en el tiempo, angustias, amor, dolor, posible y leve mención a los Eternos y mención de diversos romances de otras realidades, desamor.
Resumen: En una realidad alterna se esta librando una guerra y en otra la paz reina por una vez, un grupo de héroes deciden enviar a los hijos pequeños de dos de sus amigos junto a una carta, un álbum y chip, ellos no pueden solos, piden ayuda de sus “Yo” alternos.
Nota: Mis Actualizaciones se irán atrasando conforme la demanda de tareas sean en el día, al igual que mis clases de U, por lo que mis tiempos libres se reducen pero me tomo el tiempo de avanzar lo más pronto posible.
Grabaciones.
Tanto como Tony como Bruce trabajaban en el ADN de Steve, los niños y el mio, simplemente me parecía imposible el haber tenido hijos con Steve, nunca por mi mi mente había cruzado esa idea tan loca como esa, los demás disfrutaban a los niños más que yo y se supone que son “mis” hijos.
Había pasado el tiempo simple de un día, me dispuse a evitarlos a todos hasta que los resultados estén listos, al estar en la sala, vi la mochila del niño, olvidada en un rincón del sofá, la que trajo ayer, tal vez solo sea ropa de el y su hermana, sabia que tendría que llevarla para guardarla en las habitaciones de cada uno, nadie más lo iba a hacer.
Tome la mochila pero al levantar la escuche unos pequeños sonidos metálicos, la curiosidad llego a mi, al abrir la mochila encontré una pequeña coja de metal entre la ropa, también algunos archivos como sobres, saque el contenedor, solo tenia un pequeño botón así que decidí presionarlo, sorprendente mente este se abrió de manera fácil, había un Chip .
“Viernes” Hable a la IA de Tony.
“¿Qué se le ofrece señorita ?”
“Quisiera que revisaras un chip por mi” En ese momento se abrió un compartimiento junto al televisor, deje el chip dentro de el para que luego desapareciera.
“El análisis del chip esta completado, contiene una serie de grabaciones ¿desea que los reproduzca?” Hablo Viernes.
“Por favor Viernes...”
El televisor se encendió dejando ver algo que no creía, era mi propio rostro.
“Hola a todos o casi todos, tal vez estén viendo esto después de la llegada de mis hijos a su linea alterna, estoy segura que ya me reconocieron pero me presentare de todos modos, mi nombre es (Tn) Josefine Rogers, esposa de Steve Rogers, el capitán américa, soy como ustedes, soy como la (tn) que esta junto a ustedes, somo iguales en algunas cosas, es difícil de explicar el porque decidimos contactarnos con ustedes, de todos los que pueden haber, como saben o sabemos, acaban de librar la guerra contra Thanos pero para nosotros nunca sucedió, Thanos nunca existió para nosotros pero eso no significa que no haya habido alguna amenaza porque si la hay, y esta por venir, esto es algo breve, tengo que salir a pelear contra eso, Χρ��νος” la imagen de mi otra “yo”, desapareció en ese momento, esa palabra sabia lo que significaba.
Nunca había pensado escuchar esa palabra, para mi era más que un mito más como para todo el mundo, Cronos, el dios del tiempo, el padre de muchos dioses griegos, era solo un maldito mito, ¿verdad?.
“Hey! Chispita!” Volteó hacia atrás y veo a Tony con los demás “¿todo bien?”
“Si”
“Perfecto, aquí están los análisis” miro a Steve quien tenía al niño en brazos mientras Natasha tenía a la pequeña, esta observaba el entorno y al fijar su mirada en mi, estiró sus brazos entonces volteó y miró a Tony de nuevo, causando un gran disgusto en la bebé por ser ignorada.
“¿Y?” Preguntó para terminar con el silencio y el sonrió divertido, lo que causó que mi corazón latiera con fuerza y un dolor de estómago apareciera.
“Felicidades señor y señora Rogers, son padres de dos lindos soldaditos” Anunció Tony.
Las palabras que no quería escuchar aparecieron, no quiero ser madre o el fingir ser su madre, no quiero y ni lo deseo, todos los demás sonrieron, Steve no paraba de irradiar alegría junto a Sam y Bucky.
Creo que es momento de ir por unos cigarros a la tienda.
Ame a Steve por un tiempo pero ahora no, había encontrado a alguien que no era Steve, su nombre era Charlie o Charles, un hermoso pelirrojo de ojos verdes, ese tipo me gustaba pero pasó lo de Ultron, luego llegó un ser oscuro que ni recuerdo su nombre, luego thanos para finalizar con mi supuesto tío, quien fue él quien terminó con la vida de Charlie y con la esperanza de tener eso que mi otra “yo” tiene con el Steve de la otra realidad.
Yo aún amo a Charlie, lo que queda de su familia depende de mi, su protección ahora depende de mi, no dejaré de amarlo, solo fui de Charlie y así será para siempre.
Él es mi todo, se suponía que él sería mi pareja como todos los superhéroes de los cómics tienen, mi compañero, no puedo hacerle eso, no a él.
Al volver a la realidad veo a Steve aún riendo con los chicos, por un momento no veo a Steve si no veo a Charlie, eso fue suficiente para mi, para que me levantara del sofá y saliera de aquella habitación ignorando a todos.
Charlie Charlie Charlie
Mi mente lo llamaba, no había más de lo que pudiera pedir, él era todo lo que necesitaba, no Steve, yo quería una familia con Charlie no con Steve! No quiero nada con Steve! Solo quiero a Charlie.
No me había dado cuenta de que me había transportado a un lugar diferente, un cementerio, uno bastante conocido, camino por un pequeño momento y lo veo, una lápida frente mío.
Charles Ewan Patt.
Amado hijo, hermano, tío y esposó.
“Te amo Charlie y nunca dejare de hacerlo”
#steve rogers x reader#Steve Rogers#avenegers#the eternals#Chris Evans#natahsa romanoff#bruce banner#Bucky Barnes#sam wilson#tony stark#clint barton
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La felicidad clandestina
Ella era gorda, baja, pecosa y de pelo excesivamente crespo, medio pelirrojo. Tenía un busto enorme, mientras que todas nosotras todavía éramos planas. Como si no fuera suficiente, por encima del pecho se llenaba de caramelos los dos bolsillos de la blusa. Pero poseía lo que a cualquier niña devoradora de historias le habría gustado tener: un papá dueño de una librería.
No lo aprovechaba mucho. Y nosotras todavía menos; incluso para los cumpleaños, en vez de un librito barato por lo menos, nos entregaba una postal de la tienda del papá. Para colmo, siempre era algún paisaje de Recife, la ciudad en donde vivíamos, con sus puentes más que vistos. Detrás escribía con letra elaboradísimas palabras como “fecha natalicia” y “recuerdos”.
Pero qué talento tenía para la crueldad. Mientras haciendo barullo chupaba caramelos, toda ella era pura venganza. Cómo nos debía de odiar esa niña a nosotras, que éramos imperdonablemente monas, delgadas, altas, de cabello libre. Conmigo ejercitó su sadismo con una serena ferocidad. En mi ansiedad por leer, yo no me daba cuenta de las humillaciones que me imponía: seguía pidiéndole prestados los libros que a ella no le interesaban.
Hasta que le llegó el día magno de empezar a infligirme una tortura china. Como por casualidad, me informó de que tenía El reinado de Naricita, de Monteiro Lobato.
Era un libro grueso, válgame Dios, era un libro para quedarse a vivir con él, para comer, para dormir con él. Y totalmente por encima de mis posibilidades. Me dijo que si al día siguiente pasaba por la casa de ella me lo prestaría.
Hasta el día siguiente, de la alegría, yo estuve transformada en la misma esperanza: no vivía, nadaba lentamente en un mar suave, las olas me transportaban de un lado a otro.
Literalmente corriendo, al día siguiente fui a su casa. No vivía en un apartamento, como yo, sino en una casa. No me hizo pasar. Con la mirada fija en la mía, me dijo que le había prestado el libro a otra niña y que volviera a buscarlo al día siguiente. Boquiabierta, yo me fui despacio, pero al poco rato la esperanza había vuelto a apoderarse de mí por completo y ya caminaba por la calle a saltos, que era mi manera extraña de caminar por las calles de Recife. Esa vez no me caí: me guiaba la promesa del libro, llegaría el día siguiente, los siguientes serían después mi vida entera, me esperaba el amor por el mundo, anduve brincando por las calles y no me caí una sola vez.
Pero las cosas no fueron tan sencillas. El plan secreto de la hija del dueño de la librería era sereno y diabólico. Al día siguiente allí estaba yo en la puerta de su casa, con una sonrisa y el corazón palpitante. Todo para oír la tranquila respuesta: que el libro no se hallaba aún en su poder, que volviera al día siguiente. Poco me imaginaba yo que más tarde, en el transcurso de la vida, el drama del “día siguiente” iba a repetirse para mi corazón palpitante otras veces como aquélla.
Y así seguimos. ¿Cuánto tiempo? No lo sé. Ella sabía que, mientras la hiel no se escurriese por completo de su cuerpo gordo, sería un tiempo indefinido. Yo había empezado a adivinar, es algo que adivino a veces, que me había elegido para que sufriera. Pero incluso sospechándolo, a veces lo acepto, como si el que me quiere hacer sufrir necesitara desesperadamente que yo sufra.
¿Cuánto tiempo? Yo iba a su casa todos los días, sin faltar ni uno. A veces ella decía: “Pues el libro estuvo conmigo ayer por la tarde, pero como tú no has venido hasta esta mañana se lo presté a otra niña”. Y yo, que no era propensa a las ojeras, sentía cómo las ojeras se ahondaban bajo mis ojos sorprendidos.
Hasta que un día, cuando yo estaba en la puerta de la casa de ella oyendo silenciosa, humildemente, su negativa, apareció la mamá. Debía de extrañarle la presencia muda y cotidiana de esa niña en la puerta de su casa. Nos pidió explicaciones a las dos. Hubo una confusión silenciosa, entrecortada de palabras poco aclaratorias. A la señora le resultaba cada vez más extraño el hecho de no entender. Hasta que, esa mamá buena, entendió al fin. Se volvió hacia la hija y con enorme sorpresa exclamó: “¡Pero si ese libro no ha salido nunca de casa y tú ni siquiera quisiste leerlo!”.
Y lo peor para esa mujer no era el descubrimiento de lo que pasaba. Debía de ser el horrorizado descubrimiento de la hija que tenía. Nos observaba en silencio: la potencia de perversidad de su hija desconocida, la niña rubia de pie ante la puerta, exhausta, al viento de las calles de Recife. Fue entonces cuando, recobrándose al fin, firme y serena le ordenó a su hija: “Vas a prestar ahora mismo ese libro”. Y a mí: “Y tú te quedas con el libro todo el tiempo que quieras”. ¿Entendido? Eso era más valioso que si me hubieran regalado el libro: “el tiempo que quieras” es todo lo que una persona, grande o pequeña, puede tener la osadía de querer.
¿Cómo contar lo que siguió? Yo estaba atontada y fue así como recibí el libro en la mano. Creo que no dije nada. Tomé el libro. No, no partí brincando como siempre. Me fui caminando muy despacio. Sé que sostenía el grueso libro con las dos manos, apretándolo contra el pecho. Poco importa también cuánto tardé en llegar a casa. Tenía el pecho caliente, el corazón pensativo.
Al llegar a casa no empecé a leer. Simulaba que no lo tenía, únicamente para sentir después el sobresalto de tenerlo. Horas más tarde lo abrí, leí unas líneas maravillosas, volví a cerrarlo, me fui a pasear por la casa, lo postergué más aún yendo a comer pan con mantequilla, fingí no saber en dónde había guardado el libro, lo encontraba, lo abría por unos instantes. Creaba los obstáculos más falsos para esa cosa clandestina que era la felicidad. Para mí la felicidad habría de ser clandestina. Era como si ya lo presintiera. ¡Cuánto me demoré! Vivía en el aire… Había en mí orgullo y pudor. Yo era una reina delicada.
A veces me sentaba en la hamaca para balancearme con el libro abierto en el regazo, sin tocarlo, en un éxtasis purísimo.
Ya no era una niña más con un libro: era una mujer con su amante.
[ Clarice Lispector, 1971. Cuentos reunidos, trad. Marcelo Cohen, Madrid, Alfaguara, 2002, págs. 253-256.]
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