#Cómo Hacer Bizcochos
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No tengo hambre, realmente no tengo hambre, simplemente extraño el sabor de la comida y siento curiosidad por la que no he probado. Al mediodía voy a comer pizza y tengo muchas ganas de comerla, no tengo hambre, solo extraño lo que la comida me hace sentir. En mi casa hay para hacer capuchino de muchos sabores y tengo muchas ganas de probarlos, no tengo hambre, solo tengo curiosidad y expectativa sobre cómo van a saber. Recuerdo como sabía el último capuchino que probé y sabía delicioso, extraño ese sabor, no tengo hambre. En mi casa también hay Oreos con relleno de chocolate y quiero probarlas porque recuerdo como sabian las últimas Oreos que probé y quiero volver a sentir lo que me hicieron sentir. Extraño el sabor, no tengo hambre.
Hoy no me pude controlar y cedí a la tentación, comí un trozo de bizcocho de chocolate, no tenía hambre, solo extrañaba el sabor de un rico y húmedo bizcocho de chocolate. Estaba rico, no voy a mentir, pero no debí comerla. Estuvo mal lo que hice pero prometo rectificar mi camino y ser una verdadera princesa.
Últimamente he olvidado la existencia de mi Diosa Ana, su poder, y como le jure lealtad y la traicioné...
#no quiero ser gorda#quiero ser flaca#estoy gorda#no quiero comer#ana y mia#princesa ana#tc4#tw ana bløg#princesas ana y mia#4nor3xia#flaca
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¡Disfruta de un bizcocho casero y delicioso con nuestra receta de bizcocho de manzana en la panificadora Lidl! Fácil de hacer y lleno de sabor. 🍏🍰
#Recetas Panificadora Lidl#Panificadora Lidl#Bizcocho de Manzana#Tarta de Manzana#Bizcocho en panificadora#Repostería fácil#Repostería Casera#Bizcocho Casero#Lidl#Silvercrest#Recetas con Panificadora
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Receta Brazo Gitano
Ingredientes
Para 10 personas
4 Huevos
Harina de trigo 100 g
Azúcar 100 g
Sal pizca
Mermelada de frutos rojos (fresa, mora, etc)
200 g
Cómo hacer brazo de gitano
Dificultad: Fácil
Tiempo total 32 m
Elaboración 20 m
Cocción 12 m
Forramos una bandeja de horno de 25x35 cm con papel sulfurizado, doblando bien las esquinas y procurando que estas queden bien pegadas al borde. Batimos los huevos, el azúcar y una pizca de sal en un recipiente hondo y amplio hasta que la mezcla blanquee y doble su volumen. Añadimos la harina tamizada y, con movimientos envolventes para no perder el aire, mezclamos hasta obtener una masa homogénea.
Extendemos la masa sobre la bandeja de horno, alisamos la superficie con una lengua pastelera y cocemos en horno pre calentado a 180ºC (arriba y abajo) durante 10-12 minutos, hasta que veamos la superficie ligeramente dorada. Es importante no pasarse de horno para que la plancha de bizcocho no se reseque y se pueda romper al enrollarla.
Extendemos una lámina de papel sulfurizado sobre la mesa de trabajo y la espolvoreamos con azúcar. Volcamos el bizcocho caliente y retiramos el el papel en el que lo horneamos, que habrá quedado en la parte superior. Extendemos la mermelada por toda la superficie y enrollamos sobre sí mismo con cuidado. Envolvemos con el papel y dejamos enfriar antes de servir.
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Capítulo 01: Treintena
No me podía creer que estuviera haciendo la maleta de madrugada, con lo mucho que lo odiaba. Había dejado un par de lavadoras que esperaba que se secaran a tiempo —no lo hicieron—, así que tuve que improvisar sobre la marcha y meter, a regañadientes, unas cuantas camisetas que no sabía si me quedarían bien, porque hacía mucho tiempo que no me las ponía. «Pero mira que son feas», decía, mientras las tiraba a mala manera. Sabía perfectamente que mi enfado no iba precisamente por la ropa mojada. Ni de coña. Sabía perfectamente que mi enfado tenía nombres y apellidos: Martín Beltrán Lara. Los míos, vaya. Y es que me estaba empezando a caer muy, pero que muy mal.
Hacía seis años que estaba soltero. Decía que no era por gusto, que era por necesidad, pero solo convencía a los demás con mi discurso. Yo sabía muy bien que había algo más. Es verdad que había pasado muchísimos baches y había sorteado muchos obstáculos en mis relaciones personales, pero ese «descanso» no era algo... ¿normal? De hecho, mientras llevaba a bandazos la maleta con esas camisetas horribles y con las ganas de llorar a punto de hacer su aparición estelar, me dio por pensar en él. Ay, Alonso, qué lástima. Qué bien habría estado lo nuestro si yo no fuera tan gilipollas. Qué lástima me dio dejar nuestro apartamento en La Latina. Mira que lo teníamos bonito. Mira que el tío se lo curraba, pero yo siempre le buscaba las cosquillas al destino para no ceder, para no dejarme llevar, como si en el amor, en la vida o en la muerte de pudieran evitar el sentido de las cosas. Y estaba claro que antes de Alonso había habido otros, y que yo también había estado en su lugar: haciendo lo posible por que alguien se diera cuenta de que yo era ese alguien especial que me estaba buscando. Y eso es lo que más rabia me daba: el problema de todo lo que me había estado pasando era yo mismo, mis ganas de amar y ser amado de una forma perfecta y superior... como si eso existiera. Me fui directo a Atocha en el primer taxi que vi. Le hice la señal y se paró justo delante. Me abrió el maletero y metí la única maleta con la que volvía a casa a celebrar mi cumpleaños. «Joder, ya han llegado los treinta», pensé. Volver a casa era un mal trago por el que había que pasar. Mi relación no era la mejor con mi madre, a pesar de que ahora que mi padre ya no estaba en la ecuación, y mi hermana, Maca, estaba demasiado centro sea en sus recién nacidos mellizos y su casa de ensueño como para que nuestra relación pasara de la más estricta cordialidad. Pero ¿cómo iba a pasar mi cumpleaños en una ciudad que detestaba, con la única persona que realmente me ha demostrado que quería estar conmigo de una forma sana y cómplice? Me da la sensación de que a veces nos ponemos esas zancadillas para seguir nuestras narrativas: las que hemos creado y las que nos hemos creído. Y a mí siempre me ha dado mucho miedo dejarme llevar en el amor. ¡Normal! Si es que solo me han hecho daño... Llegué a Atocha. No eran ni las 5 de la mañana. Alonso me llamó dos veces. No se lo cogí. Le escribí un WhatsApp: «Hablamos cuando vuelva». Luego, procedí a bloquearle. No quería que me dijera nada. Estaba a un simple ruego de volver... Pero ¿era lo que quería de verdad? ¿Quería a Alonso o simplemente me gustaba ser querido, y eso me daba miedo? ¿Las conexiones son tan difíciles de gestionar? Fui a la primera cafetería que vi abierta. Me compré un trozo de bizcocho que costó casi tan caro cómo el billete de tren comprado a última hora que me llevaría a casa, y solo pude decir: «Cumpleaños feliz, Martín», a lo que contesté, yo mismo y entre dientes, «aunque este año te estás luciendo».
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Para los parques y sus secretos
Salgo a caminar casi todos los días. Si no puedo hacerlo, mis pensamientos se empiezan a apelmazar, se llenan de nudos, se vuelven demasiado duros o demasiado flexibles. Camino por cualquier parte, sin un rumbo determinado; elijo la calle que más me llama la atención o la que más me gusta y avanzo. Antes, cuando vivía cerca del río, era muy fácil. Un río es un imán, casi siempre terminaba yendo a mirar el agua, los barcos, las islas que depende de la hora son manchas verdes o lilas o grises. Lo hacía sin tener que decidir nada, salía y caminaba y de repente estaba ahí.
Pero ahora que me mudé y ya no estoy cerca, me llevó bastante más tiempo del que esperaba volver a encontrar una ruta con la que estuviera contenta, o en la que no tuviera que pensar de antemano qué camino seguir. Supongo que es porque nunca antes había vivido frente a un parque. Una calle recta despeja dudas, una va hacia adelante y no se pregunta mucho más. En cambio, el parque Independencia tiene un rosedal, un lago, una montaña, un bosquecito de eucaliptos, una isla con patos dentro del lago, varios puentes, dos canchas de fútbol, tres museos, un hipódromo. Me resultó demasiado. Una lucha de decisiones constantes que no me dejaba bajar la guardia. Lo intenté un par de veces y desistí, me dije a mí misma que lo mejor era caminar por las calles aledañas y tomarlo como una oportunidad para conocer el barrio.
No estuvo mal, no me quejo, pero descubrí que a su manera, un parque también es un imán. Se siente raro estar tan cerca, orbitando, y a la vez nunca estar adentro. Como si todo el tiempo estuvieras caminando en un embudo, o contra la corriente. Además, con cada persona con la que hablaba y le contaba dónde me había mudado, era igual: abrían los ojos, sonreían, me decían que era un lujo estar tan cerca de ese parque. Y veía a la gente habitándolo, usándolo para encontrarse o evadirse o para cualquier cosa, el parque parecía tener algo especial para darle a todo aquel que quisiera ir, menos a mí. A mí solo me tocaba mirarlos de lejos, con asombro y un poco de envidia.
Yo solo una vez había tenido una relación así con un parque. Fue con el parque General San Martín, en Mendoza. Lo conocí porque había ido de vacaciones mi novio, pero duramos solo dos días haciendo turismo. Es decir, subiéndonos a combis para hacer excursiones, etc. Hay que tener cierto tipo de convicción y de personalidad para sostener charlas con desconocidos y maravillarse con paisajes durante cinco minutos que rápidamente descubrimos que no
teníamos. La segunda tarde fuimos a andar en bici por unos viñedos y estuvimos a pocos segundos de ver cómo a una adolecente porteña la atropellaba un camión. Se salvó por un grito del guía. Nunca me hubiera imaginado que esas excursiones eran por la ruta. Me dio risa y miedo a la vez, a la adolecente también, después del casi accidente paró a tomar agua y se cayó a una acequia.
Esa tarde, cuando volvimos al hotel, cancelamos todas las excursiones que ya teníamos compradas. Apenas bajó el sol fuimos a conocer al parque para caminar y despejarnos, y desde ese momento no logramos volver a juntar la voluntad para ser buenos turistas, para conocer, para aprovechar el tiempo al máximo. Todavía teníamos tres días por delante y ningún plan a la vista más que manta, libro, mate, parque. Y fue hermoso.
Nos pasamos gran parte del viaje ahí, tirados en el pasto, a la sombra de un árbol. Vimos perros nadando en el agua, felices. Vimos fuentes preciosas y nos asombramos cuando supimos que, alguna vez, en vez de agua tuvieron vino. Vimos muchas quinceañeras sacándose fotos, vimos personas remando, aguas danzantes. Cientos de nenes y nenas aprendiendo a andar en bici. Un museo de ciencias naturales, pájaros, árboles enormes, abejas empecinadas en tomar café, señoras comiendo bizcochos. Gente leyendo libros inverosímiles. A un hombre que no se vestía de acuerdo al clima y le pedía cigarrillos a todo el mundo, a un vendedor de algodones de azúcar con pésimo equilibrio. También muchísimas familias en reposeras, caminantes solitarios, deportistas. Compramos sandwiches, helados, galletitas, jugos de frutas recién exprimidas, imanes que decían MENDOZA (así, en mayúsculas). Cuando volvimos, mi mamá se quejó de que no le habíamos sacado ni una foto a una montaña y nos habíamos olvidado de comprar vino. Fue culpa del parque, que nos recibió tan bien, tan acorde a nosotros.
Así que hace un par de semanas, quizás por el recuerdo de ese hermoso parque, cedí. Empecé a ir a caminar al Independencia. Aunque no me gustaba atravesarlo o salirme de los senderos, daba vueltas por las calles que lo limitan, armando rutas imaginarias. Fui entrando de a poco, como al agua cuando está fría y hay que acostumbrarse. Hasta que unos días atrás, ya bastante tarde, iba caminando por ahí y escuché música. No era de una radio o parlante, era música en vivo. Venía de la cancha de fútbol para no videntes que está cerca del centro del parque, yo estaba a más de una cuadra de distancia pero veía gente y movimiento.
Para cortar camino me metí entre los eucaliptos, sus troncos blancos y sus cortezas enormes desparramadas por el pasto. Mientras me acercaba, fui barajando opciones: una murga, una juntada de adolescentes de quinto año, una banda. Pero cuando estuve ahí, descubrí que era una especie de ensayo. Había chicas vestidas con faldas largas, que parecían ser parte de un
traje o vestimenta típica boliviana, pero llenas de brillos. Ellas bailaban en ronda, y un grupo de chicos tocaban alrededor. Tenían instrumentos de percusión y también algo que sonaba como una flauta. La coreografía se basaba, me pareció, en armar y desarmar círculos de distintos tamaños, unos dentro de otros, como un engranaje que no servía para ningún otro fin. Solo estaba ahí, hecho de faldas brillantes y saltitos. Era hipnótico. Me quedé más de media hora mirándolos, en mi cabeza eran un elenco de danza contemporánea recién nacido ensayando para su primera presentación un poco experimental.
Cuando volví a casa, tuve la sensación de haber encontrado una especie de sueño o secreto del parque. De que por fin el Independencia se estaba acostumbrando a mí, al igual que su primo lejano y mendocino. Ya no era simplemente una turista de paso, una recién llegada al barrio. Ahora me conocía lo suficiente como para mostrarme de a poco su cara verdadera. Quizás esta sea otra forma de caminar y no pensar. Me pregunto qué otras cosas tendrá para rebelarme.
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Aprendiendo a hacer deliciosos bizcochos en taza en pocos minutos: ¡descubre los mejores trucos!.
Disfruta de deliciosos bizcochos en taza en minutos con los mejores trucos. ¡Aprende cómo prepararlos de forma rápida y sencilla! Descripción: Aprendiendo a hacer deliciosos bizcochos en taza en pocos minutos: ¡descubre los mejores trucos! Prepara en casa estos suculentos bizcochos en taza, una opción perfecta para satisfacer tus antojos de manera rápida y deliciosa. Con tan solo unos minutos de…
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឵឵ ឵឵ ឵឵឵឵ ឵឵ ឵឵ ឵឵ ឵឵ ឵឵ ឵឵ ឵឵឵឵ ឵឵ ឵឵ ឵឵ ឵឵ ឵឵ ឵឵ ឵឵ ឵឵឵ ឵ ឵឵ ឵឵ ឵឵ ឵឵ ឵឵ ឵឵ ឵឵ ឵឵
❝ 𝐓𝐇𝐄 𝐅𝐀𝐌𝐈𝐋𝐘 𝐁𝐀𝐊𝐄𝐑𝐘 ❞
ɢʜᴏsᴛ ʜᴇᴀʀᴛ | 𝐘𝐞𝐚𝐫 𝟐𝟎𝟐𝟖
ᵂᶤˡᵐᶤᶰᵍᵗᵒᶰ˒ ᶜˑᶰ ˑ ឵឵ ឵ ឵឵ ឵឵ ឵ ⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀ ㅤ ⠀ ㅤ ⠀⠀
ㅤ ⠀ ឵឵ ឵឵ ឵឵ ឵឵ ឵឵ ឵឵ ឵឵ ឵឵឵឵ ឵឵ ឵឵ ឵឵ ឵឵ ឵឵ ឵឵ ឵឵ ឵឵឵ ឵ ឵឵ ឵឵ ឵឵ ឵឵ ឵឵ ឵឵ ឵឵ ឵឵ ㅤ
⠀⠀ Perder todo había sido un golpe devastador: su futuro, su universidad, las olimpiadas; todo se había desmoronado en un caos total.
Los meses que siguieron después de su salida de prisión fueron una espiral descendente hacia una depresión profunda. No tenía ganas de comer ni de salir de casa, estaba atrapado en un pozo oscuro de desesperanza y desilusión.
Sus padres, preocupados por su bienestar, tomaron la difícil decisión de obligarlo a salir de esa rutina destructiva. Su padre, Dustin, había sugerido que trabajara con él en su empresa de software. Pero para Naveen, aquello solo era un recordatorio constante de la vida y los sueños que había perdido.
Después de mucha insistencia, aceptó ir a terapia, donde su psicólogo le sugirió que intentara algo completamente nuevo para recuperar su ánimo.
Fue así como terminó en la pastelería de su madre, rodeado de aromas dulces y colores vibrantes.
Al principio, todo le parecía extraño y ajeno. Las recetas, los utensilios, las técnicas de repostería eran completamente desconocidos para él. Pero poco a poco, empezó a encontrar en ese nuevo mundo un refugio, un lugar donde podía perderse y olvidar, aunque fuera por un rato, el dolor y la decepción que lo atormentaban.
Cada mañana, se levantaba temprano y se dirigía a la pastelería. Ayudaba a su madre a preparar la masa, a medir los ingredientes, y a hornear los pasteles. Al principio, sus movimientos eran torpes, y muchas veces los resultados no eran los esperados. Pero su madre, con una paciencia infinita, le enseñaba y le guiaba en cada paso.
Con el tiempo, comenzó a sentir una especie de satisfacción en aquellas pequeñas victorias diarias. El primer día que logró hacer un bizcocho perfectamente esponjoso, sintió una chispa de alegría que hacía mucho tiempo no experimentaba. Ver a los clientes disfrutar de los pasteles que él mismo había ayudado a crear le daba un nuevo sentido de propósito.
Todo aquello le enseñó a disfrutar de las cosas pequeñas de la vida. Aprendió a apreciar la paciencia y la precisión que requería cada receta, y cómo esas cualidades podían aplicarse también a su propia vida.
Inesperadamente, se convirtió en un espacio de meditación, donde cada movimiento, cada aroma, le ayudaban a encontrar un poco de paz interior.
El primer día que logró hacer unos cannolis perfectos, sintió que algo dentro de él empezaba a sanar. Había algo profundamente satisfactorio en ver la masa dorarse en el horno, en sentir el aroma dulce llenar el aire, y ver las sonrisas de los clientes al probar su creación.
Ayudar en la pastelería familiar, no solo le daba una nueva habilidad, sino que le devolvía la confianza en sí mismo.
Poco a poco, comenzó a darse cuenta de que la vida podía tener otros caminos, otros significados.
Sus sueños de ser ingeniero y de competir en las olimpiadas seguían presentes, pero ahora también veía la posibilidad de construir una vida rica y significativa si así lo deseaba.
La pastelería le enseñó que, aunque había perdido mucho, no había perdido todo. Había encontrado una nueva pasión, un nuevo propósito, y, sobre todo, una nueva manera de enfrentar la vida antes de tratar de recuperarse y volver a encaminarse a sus metas que había perdido. Por qué si, volvería a sus sueños de ser ingeniero y natación, a pesar de ahora tener otro hobbie favorito.
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Hace tropecientos años que no vengo a este sitio. La verdad es que ni recordaba que tenía este blog. Buen saber que lo tengo, y que ya tenía algún contenido, ahora toca aprovechar para seguir escribiendo ya que tiempo me sobra y la falta que hacer me deja loca.
La vida fue muy buena conmigo, aunque de unos años para acá yo permití no verla con tanta luz y sabiduría. La suerte es que en mi vida y los ángeles siempre están listos para enseñarme el camino correcto, aunque que insista en seguir el erróneo, pronto me pongo en la senda debida.
La palabra senda me hice recordar que casi entré en una secta. De estas raritas. Todo parecía muy perfecto a principio, las personas amables. La mujer que me recibió un encanto con cara de Mamá Noel que hace bizcochos y galletas, que te acoge con mucho cariño y te ayuda cómo si fuera tu abuela. Mis ángeles estaban allí, observando todo y me incitaron a buscar algunas informaciones, santa internet, en pocos pasos, pocos minutos, descubrí todo lo que vendría después. Me escapé.
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Agrega un poco de dulzura a tu día con un bizcocho de yogur. Fácil de hacer y delicioso, es el complemento perfecto para tu café de la tarde. Consigue la receta y descubre cómo hacerlo.
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‘ supongo que es más fácil decirlo que hacerlo ’ presiona los labios en una pequeña mueca. si bien él nunca ha tenido inconvenientes regulando propias emociones, entiende que puede llegar a ser más fuerte que makenzie; o quizá simplemente no le interesa ser capaz de controlarlas. a decir verdad, no la conoce lo suficiente como para sacar conclusiones sobre ella. ‘ explícame, venecia, qué tiene de malo ser detallista... ¿tienes algo que ocultar? ’ a pesar de mirarla como si desconfiara de ella, o como si estuviera inspeccionándola en ese mismo instante, lo hace sólo por jugar. incluso si capacidad de observación sirviera para notar aspectos de ella que pretende mantener ocultos o disimular, probablemente también sería capaz de darse cuenta de que esas son sus intenciones, e intentaría evitar incomodarla al respecto. hasta ahora, sin embargo, no ha notado nada parecido. ‘ eh... prefiero el pollo, pero el pavo no está mal ’ murmura mientras avanza, y guarda las manos en los bolsillos de su chaqueta, sólo por comodidad. ‘ ¿cuál que? ¿pieza de pastelería? ’ inquiere, volviendo la mirada hacia ella. ‘ hay unos bocadillos que se llaman opera, se parece al tiramisú italiano... pequeñas capas de bizcocho de almendra remojado en café, con chocolate y creo que crema de maní. una delicia ’ explica. y no sabría tanto del postre de no ser por que lo ha probado, precisamente, con el desayuno de esa mañana. ‘ pero déjame adivinar, ¿no te gustan los macarons? ’ arriesga, y es que él mismo no es fan: a pesar de ser lindos a la vista, le saben a merengue y nada más. ‘ eh... depende de la hora del día, hay horarios en los que un poco de dulce es necesario, pero me empalago si como demasiado ’ a ese pastel del que le ha hablado, por ejemplo, no consiguió terminárselo. ‘ ¿ahora preferirías algo salado? ’ inquiere, pensando en las opciones que ha visto en la cafetería. está seguro de que encontrarán algo similar. ‘ yo llevo días antojado de algo picante, pero de este lado del mundo no es tan popular ’ quizás es que se ha malacostumbrado a comer de tanto en tanto comida coreana, una costumbre que no ha perdido desde estadía en su país. a pesar de que mirada se pierde momentáneamente en cielo sobre ellos, como si fuese una criatura que ha pasado demasiado tiempo encerrado y finalmente consigue conectar un poco con la naturaleza, no deja de poner atención a las palabras de su acompañante. ‘ hm... ¿cómo estudias entonces? ’ aquella es la única forma en la que él mismo puede aprender; leer, analizar, hacer resúmenes y simplificaciones de lo aprendido... ‘ eres de las que babean los libros de la biblioteca, anotado ’ en más de una oportunidad se ha encontrado con personas dormidas sobre sus libros mientras estudian; y tal vez alguna vez, en épocas de exámenes escolares, supo ser uno de ellos. ‘ huh... ¿por qué no lo conseguiste? ’ la mira ahí, curioso. ‘ ni idea. ¿encontraste algo interesante ahí, o es otro sujeto aburrido sin chismes interesantes para divulgar? ’ con propia mano sostiene abierta la puerta de la cafetería para sí mismo, hasta que es capaz de pasar. al parecer, llegan un poco tarde, porque casi no hay personas esperando para hacer su pedido. y si no tenían hambre, aroma de los diferentes platillos seguramente harían lo suyo para despertar apetito. ‘ ¿quieres elegir tú para ambos? confío ciegamente en tus gustos ’
‘ no ’ se sinceró. no se dio cuenta que en sus fauces se construyó una sonrisa torcida que podría dejarla en evidencia, con el pasar de los días y las semanas, de una u otra forma, más de una persona en reverie han logrado calar en su alma. quizás era la ausencia de gala, necesitaba algo a lo que aferrarse. frunció el ceño con la narrativa de la situación, un sabor amargo comenzó a fecundarse al fondo de sus papilas y, por alguna razón que desconoce, no quiso burlarse del hundimiento de la inglesa. ‘ bueno, tiene que aprender a manejar la frustración, está grande ya ’ movió su mentón, su cabello bailó en su espalda y diestra ascendió hasta un mechón cabello rebelde que posó tras su oreja. era posible, muy remotamente, que terminase buscando alguna instancia para hablar con la morena y darle alguna palabra de aliento; pero leon no tenía razones para saberlo. ¿quién diría que la primogénita de los sutivanisak sería humilde en este aspecto? quizás por eso mismo. no quería que se diese cuenta que era tan humana, aunque quizás ya lo sabía. ‘ no la conozco tanto, sólo la toleraba porque estábamos en el mismo equipo. ’ el apodo salió a la luz, lo miró de reojo un instante y hundió uno de sus dedos sobre su brazo. ‘ eres muy observador, leonardo dicaprio, tendré que destruirte si sigues hablando ’ su amenaza fue totalmente vacía y carente de seriedad, la verdad es que sí era capaz de encontrar un patrón tras el interés que puede despertarle una u otra persona: se preocupa lo suficiente para ponerle un apodo. ‘ quizás tengan un poco de pavo, ¿te gusta? ’ con curiosidad, lo observó tras sus largas pestañas y con una inocencia de la que carecía —y sabía que él lo tenía claro—. sus pasos marcaron un ritmo tranquilo, muy diferente a sus constantes corridas de un lado a otro, quiso tomarse con un poco de más calma el día y el coreano lucía como la compañía que necesitaba. ‘ ¿cuál? hay respuesta incorrecta ’ jugó su carta cotidiana: la de juzgar a los demás. en realidad, no tiene preferencia alguna por la pastelería de ningún tipo, posiblemente como culpa de su madre. ‘ ¿eres de dulces? yo prefiero más lo salado. ’ detuvo su andar cuando llegó al borde de la escalinata de la biblioteca, el olor a tierra mojada y el sonido del viento contra las hojas impregnó sus sentidos, pero no contuvo sus siguientes pisadas en dirección a la cafetería comunitaria. ‘ no soy mucho de libros, me aburren y me quedo dormida antes de darme cuenta ’ venus nunca ha sido buena para resaltar o perdigar por ahí sus defectos, pero no creía que él fuese a usarlos en su contra. ¿en qué momento empezó a confiar nuevamente en extraños? ya era tarde para ponerse a darle vueltas al asunto. ‘ nos hicieron robar unas banderillas a las tres de la mañana, pero nos atraparon a la mayoría ’ suspiró resignada y aún con frustración corriendo por su intravenosa. ‘ también robar un par de diarios ’ comenzó a inventar para darle un poco de dinamismo a la clase, pero se nota por cómo sonríe de vuelta. ‘ encontré uno de un leon song, ¿lo conoces? ’ elevó una de sus cejas cuando llegó a la puerta de la cafetería y tiró de la puerta para entrar, por fin, su estómago estaba comenzando a pedir un poco de comida.
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Catarsis Bibliotecaria
Me encuentro en la biblioteca de Ciencias. Sentado en las afueras de las nostálgicas salas de estudio grupales.
Un bizcocho de chocolate, risas, Payton, Ragnar, Mr Peanutbutter. Los echo de menos. Y a veces siento que los necesito para aprobar.
Índigo ha venido a acompañarme. Estudiar en casa se presenta como un reto inalcanzable.
Nos hemos ido relajando tanto en los últimos meses. Acabo de ver que quedan dos días para la entrega de la 2da Práctica de Metaheurísticas.
Que cuenta otros tres puntos. No tengo referencias de Payton aka chuletón para hacer un resumen-aprobado-raspao como la otra vez.
Ha desatado ese sentimiento (ligero) de culpabilidad que tanto costaba sentir.
¿Qué culpa tengo de estar viviendo al margen del sistema productivo?
Los sentimientos anticapitalistas solo me salen a flote cuando quiero justificar mi vagueza.
Ayer me acosté a las 6 viendo la serie de Cómo defender un asesino.
Por un lado, me siento orgulloso de haberme enganchado a una serie. De estar inmerso con los personajes y sentir esa adicción.
Siento que lo prefiero a la indiferencia pastillera (?) del que se acuesta a las 23 todos los días. Y cena a las 8. Y come a las 13:00.
Podría hacer un cambio. Irme a Alexandría e intentar salvar lo que queda de curso. Entre junio y julio claro. Levantarme a las 8 todos los días. Pomodoro timer entre:
Modelos Matemáticas.
Curvas y Superficies.
Ingenieria del Conocimiento
Metaheurísticas y
Modelos Avanzados de Computación.
Las 5 simples asignaturas que tendría un estudiante normal de la UGR.
En lugar de 6 como un Doble Grader superocupado.
Me lamenta profundamente que las quejas de mi diario sean académicas.
Pero en cierto modo hemos conseguido todo lo que queríamos.
He sustituido la validación académica por la sexual-afectiva-amistosa.
Mi vida social se convirtió en una fantasía de quedadas, actividades, bares con viejas y nuevas personas.
He follado con 18 personas a lo largo de mi vida. He experimentado sexualmente hasta hacer un trío de verdad, tener sexo-afectivo de nuevo con la Lavender. Que me rechace Nique.
Tratar con respeto a una chica virgen, Lia. Índigo me llama fuckboy cuando me confundo de nombres.
En los últimos meses, he cumplido con creces el
youtube
"Una cosa o dos", de la Casa Azul planteado año y medio atrás.
Suficientemente tarde, como para que a Alice le diera tiempo a enamorarse de otro (que cosa esa eh) en 1 mes intensísimos.
Y que viniera para finiquitar cabos sueltos casi por completo.
Realmente se puede mantener esa amistad con una que genera profundas sensaciones en nuestro ser.
Un poco de pasado, un poco de presente pero nada de futuro. Vivimos a la deriva.
Somos Antialtozanos. Serpientes PosSlytherin que creen en un juego justo meritocrático.
Libre-mercado de las parejas, ¿qué cosa esa?
Criticamos mientras, nos pasamos atados (faltos de libertad) al deseo sexual reificado en las ansias vivas de likes tinderianos.
Ya sabemos que gustamos a gente. Más a chicos que a chicas.
¿Qué te falta en ese aspecto?
El impulso de huir de lo que se forma entre la Lavender y yo.
No es la chica.
Tampoco lo era Alice.
Nos repulsaban ciertas cosas de ella.
Éramos tan diferentes, que yo me aliené para quererla. Dura verdad.
¿Es eso Enamorarse?
Con Erika no fue así.
Bueno, sacrifiqué parte de ese niño-bueno-santo.
Me alegra que todavía sienta cosas que necesiten ser escritas.
Es una curación muy característica,
una sensación de liberación en el pecho particular.
¿Es la belleza de la Lavender lo que nos impide putopillarnos?
La vergüenza de presentar a alguien no lo suficientemente guapo.
Con Alice, también ocurrió. Aquella foto de las bandas. Sentimientos ocultos.
Cuando la ruptura, sentimos que no se merecía aquello.
Se merecía ser presumida. Alimentar su autoestima sin esfuerzo.
No debe costar esfuerzo querer.
Aunque hay que aprender a querer a la otra persona. Siento desear lo que se me ha rechazado.
Incluso la belleza de Nique. Era de otro tipo al físico.
Porque es belleza intensificada por el deseo fruto del rechazo.
De entre todas las chicas, aún hay una a la que podríamos querer de forma pura-platónica. Miércoles. Ni Lia, Ni Lavender, Ni Nique. Ni por supuesto Lea. Ni el recuerdo de Alice. Ni el recuerdo del recuerdo de Erika.
El recuerdo de Alice inconsciente es todavía alto como para que aparezca en los sueños como Lo Deseado. Mientras estoy con otra chica.
Es parte de esa transferencia que ocurrió con Erika. Aunque Erika tuvo que morir y ser odiada.
Todo el mundo me parece más atractivo antes de ser "conseguido".
Ocurría con Lavender.
¿Estaba cachondo? Sí.
¿Me atraía? También.
No paraba de mirarla, no ¿es así?.
Tienes una cara observable.
De Patito en lugar de gatito.
Parecida a la de hija Zapatero sin ser tu nada de eso (la chica que me habló en el Nocta).
¿Qué decir de la noche de desfase-Mauro-Queer-Mafia-Paco-Nocta-Piso?
De Conocer a mi amiguísima la DamaG, con crush Ragnar?
O Luz, la típica chica Sus-Vibes, que fue invitada de mi mano, insinuándose.
Ni siquiera era guapa, pero sí atractiva.
Encontrar a dos matches M&D. La del abanico tan simpática.
A pesar de saber que soy guapo, me siento atractivo-less.
Sin nada particular que llame a la otra persona.
En cierta forma, he convertido mi objetivos vitales en una acumulación de experiencias variadas, sorprendentes, inusuales. Algo que merezca la pena relatar en otras experiencias. Que me dé ese atractivo. Incluso de adolescente.
Pero el relato depende de la intensidad de sentimiento. Si no hay sentimiento no hay relato. O puede haber sentimientos agradables, no intensos. Simples y sencillos y no haber relato.
Es lo que ha ocurrido el mes de abril. Por eso no hay entradas en el diario. Por la indiferencia, la inercia de la felicidad sencilla. No la felicidad intensa, aquella que incluye sentimientos variados. Tristezas recurridas. Iras apagadas.
Y otros más que han desembocado en algo Feliz.
Fundamentalmente esfuerzo-recompensa. Esto fue grabado a fuego en mi cerebro durante la recuperación psicológica de invierno. Me fui en una condiciones pésimas a Alexandría. No tenía palabras.
Dejé la medicación, pero yo sé que no fue eso. El estrés continuido, el desastre de horario de 9 asignaturas desembocó en una profunda depresión asistida por alucinaciones bastante chungas. Que no hemos encargado de enumerar ni siquiera.
¿La fundamental?
La adicción al móvil como entrenamiento de una inteligencia artificial mundial. Interpretaciones de los resultados del algoritmo, fundamentalmente de Youtube como cierto tipo de comunicación. Visto desde la realidad, una adicción extraña causada por la falta de contacto social.
La visualización de películas únicamente para capturar su significado simbólico.
Rayando el símbolo. Matrix como alegoría del 4rto camino. El poder del cerebro.
Reconocemos que la prosa escrita aquellos días era excelente. Numerosas imágenes, ideas imaginativas, sustantivos adjetivados a nuestro estilo. Sabíamos del delirio.
La calle era un ciberespacio de estímulos donde los carteles, fundamentalmente de rostros humanos eran emocionalmente significativos. Una historia visual narrada en el instante.
Todas las fantasías irreales se fusionaban en aquel estado medio-onírico en el cual llegamos a perder el clivaje. Aquella fiesta en la cual parecía estar drogado. ¿Cómo estás Kirlian, a tope verdad?
Mientras tanto, los chicos-Sahara en el cine de cuya Película, yo era El Director. Arquetipo de profesor de Whiplash. El psiquiatra. Sólo podía decir
"A". Yo deseo.
La máquina deseante era el puto teléfono.
Todos estábamos en ella.
Y fue dejándolo cuando llegué a casa de Alexandría como fui recuperándome.
Todavía seguía con mi alter-ego. La Canción de la Fama.
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Son tan reales todos estos pensamiento. El Código Civil. Lo descargué porque
Prison Break hablaba de él. Solo había 1 Código. Yo me encargué de romperlo.
¿Qué has hecho? Codere.
Apuestas en función de quién ha roto el código.
La Propiedad era Alice.
Revivió de nuevo durante esos meses.
Como Expareja casi divorciada.
Escondida en la Figura de Ter mediante el algoritmo.
No eres tú.
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Un canto a todo lo que no eres.
¿Dónde te has metido? No debería estar recordando esto.
Por no hablar de la paranoia total. Aquel día que salí de mi casa por la comprensión alien. La comprensión judía. Los judíos somos nosotros.
La vida es un campo de exterminio.
El Capital es el trabajo forzado. Yo pasé al otro lado.
Debajo de la Tierra. Donde viven Ellos. Pero decidí quedarme en medio. Como Nietzchse y los pies grandes que huelen mal.
El ciclo de reencarnaciones que viví como en la figura de mi padre.
Entendiendo la misoginia como lo que era, una forma de lucha feminista en un sentido más espiritual del término. Como el humanismo nazi.
¿Por qué los porros no han revivido estas ideas?
Una parte de mí quiere que piense de nuevo en estas idas de Olla. Para tener una excusa para volver a Alexandría y cuidarme de nuevo psicológicamente. En el sentido de dejar de ser un vago, trabajar y conseguir aprobar los exámenes.
Trabajar con mi padre.
No tener que responsabilizarme de todas las fiestas y cosas positivas que han pasado en mi vida que no han sido acompañadas de trabajo duro.
Al principio sí, con las excursiones para estudiar junto con Erika y Índigo.
Avancé en el 4 en raya, en el coso familiar. Hice los trabajitos de IC. Iba a clase a tomar notas.
Y Sobre todo, tras semana santa saqué un 10 en el Examen de MAC. Pero en el siguiente examen saqué un 0. Yo hoy he suspendido el tipo test con un 4.5.
Por no haber estudiado ayer por estar con mi pseudonovia-fea Lavender gastando mi dinero en un helado (si bien ella me invitó a telepizza, tras haberla invitado al bar).
¿Eso pienso realmente?
Recuperar el relato me da vida.
Al fin y al cabo es lo único que sobrevive en mí durante todos estos años. Aunque pare temporalmente, como un mes.
Una situación estresante (normalmente académica) acaba por hacerlo explotar.
Pero en Alexandría fue distinto.
Fui recuperando una versión moderada de mí. Pese a las desagradables quedadas con el Maricón del poeta, y su culo lleno de mierda (no tanto como el francés).
Un coño, pese al olor a veces, es más disfrutable que una polla. Aunque qué fantasía fue tener los dos en el trío de maricones
Pero ¿1 culo? Siento que el ano debe estar reservado para cagar.
El supuesto punto G prostático es lo único que se salva como autoestímulo cuando se está suficientemente cachondo.
Me siento excelso. Vigoroso. Masculino.
No ambiguo pero bisexual.
Quizás es la testosterona.
Ayer pasé todo el día con Lavender.
Nos decimos tú y yo cuando vemos animalitos.
Se Está Convirtiendo En El Objeto Amado. En Mi Almohadita. En La Monique
Afectiva Que No Llegó A Existir.
He tenido pensamientos desagradables. He deseado tanto estar en pareja que luego
siento una hostia tremenda cuando se materializa. Al menos no es mi pareja y no
debe suceder. Somos 1 Rollo. 0 Responsabilidad afectiva. Podemos follar pero no
te putopilles. Soy una bomba de Napalm.
"Me gusta mucho abrazarte". "Duchemonos juntos" "Te invito a 1 helado"
¿Por qué hago estas cosas?
Quiero una pareja como Bip.
Fuerte, independiente. Como Ter y Jaime.
Admiro a Bip.
No se deja llevar por los planes.
Antepone su futuro académico-profesional, con su TFG al Ocio.
Es dura, exigente, lógica. INTJ.
¿O realmente, quiero ser así?
El clásico dilema fruto del relato acentúado por el vigor generado como respuesta valiente al estrés.
La típica entrada de diario que desemboca en un plan de acción conceptual.
Que fracasa continuamente.
Que debe ser rescatado continuamente mediante automotivación fundamentada en la culpa y en el miedo al fracaso. La Voluntad falsamente enfrentada a la Salud.
Es ahí donde entra el primer hilo argumental, el que se grabó a fuego. El del PODER DEL HÁBITO como respuesta al descontrol de los impulsos.
La moderación y la templanza como virtudes clásicas.
Y el primer hábito es un horario razonable de sueño.
Luego el estudio junto con la comida.
La tareas del hogar. Las compras.
Y el hábito de descanso.
Quiero irme a Alexandría porque no quiero decir que No en Granada.
Decir que No a Lavender. Quiero follar infinitamente hasta cansarme. Quiero que esté disponible para ser follada. Quiero que nos corramos el mismo número de veces. Y que ella sea la primera para no tener la presión negativa tóxica de la guerra del orgasmo con Alice.
Como dejar el último sorbo de mosto o buche de cocacola para el final.
Pero sobre todo quiero no cocinar yendo de tapas con el que esté disponible.
Si es Lavender, Lavender. Si es Índigo Índigo.
¿Era esta mi vida en 2do? Solo que con Payton y Alice.
En 2do yo tenía ganas de aprobar. Y me bastaba el hábito adquirido.
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Jésica García García
LAS RAÍCES DE VIRGINIA
Este relato es un homenaje íntimo y combativo a la vida de una mujer valiente, la vida que tiene sentido con otras vidas y se conforma con todas ellas. Cada capítulo va dedicado a una de esas vidas, comenzando por la suya propia -por la vida de Virginia, una mujer valiente- y siguiendo por la vida de sus padres, sus hermanos/as, sus hijos/as, su marido y, ahora, sus nietos/as.
Capítulo 1: A la vida de una mujer valiente
Corren los años treinta en una pequeña localidad rural de la parroquia de Presno, en Asturias. La familia de Picacho, una familia humilde con labores agrícolas espera a su quinta niña, yo, Virginia. Yo soy Virginia, hija, hermana, amiga, madre, tía, viuda, abuela y bisabuela, entre otras muchas cosas. Ahí nací yo, en el grande occidente de Asturias donde coexisten las comunidades de Galicia y Asturias, después de sus años de disputa territorial. El occidente es un gigante, un gigante muy grande. Ahí te puedes perder entre la belleza de sus paisajes o también en la intensidad de su historia, aunque también te puedes perder entre la sencillez y bondad de sus vecinos y vecinas.
Yo nací aquí, en Añides, donde nació mi madre y donde nació también mi abuela, nací donde se criaron mis ocho hijos. Cuatro generaciones que han pasado por estas cuatro paredes y que parece que ya se quedan aquí. La casa no era gran cosa, ni siquiera teníamos baño. Yo compartía habitación con mi hermana Soledad. Mi familia por aquel entonces la componían mi abuelo Celestino, él se encargaba de muchas de las tareas del campo. Mi abuela Ilda. Mi madre Valvina, pronto dejó de trabajar porque enfermó. Mi padre Benito, con el que también se repartían las tareas junto a mis seis hermanos; Justo, Alejandro, Armando, Rosalía, Soledad y Covadonga. Las tareas estaban muy bien divididas. Todos hacíamos de todo.
Virginia, la segunda abajo a la derecha, rodeada de sus seis hermanos.
En mis memorias guardo el recuerdo de aquel momento en el que pensé que daba mi último aliento. Recuerdo aquella monja que me salvó la vida, no había nada, no había centros de salud. Los catarros no se podían curar a golpe de paracetamol, la enfermedad era más lenta y también las peligrosa. De aquella curábamos en casa. Solo había penicilina. Yo era muy pequeña, tenía el cuerpo frío, muy frío, los temblores me recorrían por todo el cuerpo, desde las uñas de los pies hasta mis pestañas negras. Yo solo quería llevar al ganado, pero tenía que sentarme, no podía andar, me ahogaba y no daba aliento. Papá y mamá no sabían que hacer, pero sabían que tenían que hacer algo. Aquella monja parecía que sabía mucho, parecía ser muy inteligente. Ella sabía siempre cómo curar a los enfermos, pensé. Así que deposité toda mi confianza en ella. Mamá nerviosa me llevó hacia ella, tenía que curarme. Bajamos hasta Sestelo. Recuerdo cómo me clavaron aquella aguja igual de fría que mi tembloroso cuerpo. “Mamá, mírame, ahora ya estoy bien”, retumbaba en mi cabeza cuando aún no podía hablar.
Mi primer amor, fue cuando era muy joven. Cuando hace unos años me enteré de que estaba muy enfermo solo pensaba en volver a verle. Siempre le quise mucho. Como decía mi madre, los primeros amores no se pueden olvidar. Tendría yo unos quince años, más no. Nos conocíamos de cuando íbamos a las fiestas. Normalmente éramos un grupo de cinco; Laura, Luisa, Julia, mi hermana Soledad y yo. Ahora mi nieta me repite que era la guapita del grupo. Lo dice porque soy su abuela y las dos compartimos esos piropos. O quizá lo haga para que le sirva un trozo más de bizcocho. Cuando salíamos de fiesta bajábamos todas en un montón, pero para volver ya era diferente. Cada una volvía con su mozo, cuando podía o con quien podía, mamá y papá siempre se hacían de rogar. Sobre todo, papá. El siguiente amor fue Pedro. Él nunca quiso saber de mi cuando me quedé embarazada de María Jesús, mi primera hija.
Me da risa cuando mi nieta me pregunta si comencé a trabajar antes de los 14 años. A esa edad ya había terminado el colegio. A los 14 años ya hacía unas buenas hogazas de pan. Donde está ahora la cocina, ahí trabajaba yo. Estaba el horno fuera y la cocina de leña dentro, pero ahí no cocinaba nada. Me arreglaba bastante bien para ser tan joven. Íbamos mi padre y yo, normalmente, a moler el trigo y el maíz al río. Que rico lo hacía. Al igual que la empanada. Siempre hacía empanadas. Mi plato favorito y la mejor herencia que me dejó mi madre. Ella me ayudó hasta que llegó Perfecto, mi difunto marido. Hacía mucho pan, de maíz y de trigo. Medio por medio. Bien rico lo hacía. Las empanadas de maíz con cebolla, las mejores, pero también las de manzana o de bonito o de lo que fuera. Siempre fuimos muchos en casa, había que dar de comer a muchas bocas. Siempre hubo comida. Venían Carmina de Xanín y Justa del Freisno muchas veces para conmigo ¿y sabes por qué? Decían que venían a ver a mamá. Venían para que les diera un pedacín de pan de trigo. Porque pienso que habería poco, muy poco en sus casas. Y con un pedazo de pan y un trocín de tocino ellas que iban comiendo.
Otra cosa que cocinaba mucho, eran los cereixolos. Harina, huevos, leche, limón y un poquito de coñac o anís. Mimar cada producto que cocinaba era mi tarea favorita. Uno a uno se iba colocando encima del anterior, manteniendo el calor, porque lo mejor es comerlos recién hechos. Menudo manjar. Cuando cocinaba la masa de los cereixolos en una tixela bien engrasada por un trozo de tocino, también hacía tortas. Me gustaban mucho también. Era mi pequeño capricho después de haber cocinado tanto. El arroz también me gustaba mucho. Siempre había algo de carne y lo hacía con costilla o con algo de eso. La cocía y después hacía el arroz. No había mucho a lo que volverse así que había que comer de lo que teníamos.
De nuestro huerto salían judías, fabas y patatas. Era lo que más había. Para hacer el caldo cogíamos una gran cantidad de fabas, yo las arreaba para el desván. Teníamos un cuenco enorme, enormemente gigante. Ahí nos mandaba la abuela cuando nos portábamos mal. El castigo era contar cada una de las fabas que había en el enorme gigante cuenco del desván. De aquella no teníamos fabas de granja, no se labraban como ahora. Aún este año compré tres kilos de ellas. Traje tres bolsas de ellas para comerlas. Cuando fui al médico y bajé al pueblo no dudé en pasarme por la carnicería y pillar unas cuantas. Uy hay aquí fabas de granja — dije cuando entré en la tienda. Virginia, son de este año ¡son de confianza!— avisándome la carnicera. Pues hoy me las llevo yo — dije sin pensármelo.
Capítulo 2: A mis padres
Mi madre, Valvina, fue mamá de siete hijos. A lo largo de su vida se debatió entre mantener a flote la vida de su madre y proporcionarles un futuro mejor a sus seis hijos; su marido, mi padre, era una persona particular que parecía que se esforzaba en no contentar al resto.
Mi padre tuvo cáncer. Enseguida esa enfermedad lo comió. Él se murió a los 76 años. Yo no podía ir a Oviedo, yo tenía a todos estos pequeños conmigo y no los podía dejar solos. En Vegadeo me decían que no tenían suficiente con qué mirarlo, que no sabían lo que tenía, pero que tenía algo malo. Muy malo y muy grave. Así nos dijeron de ir a Oviedo. Yo ya me había ido a Gijón con mi madre para que lograran operarla después de que se cayera en la cocina. Pero ahora no podemos dejarla sola. No llegaron a operarla y nos volvimos a casa tal y como estábamos. Ella no volvió a salir de la cama. Con esto se juntó su enfermedad, párkinson. Convivir con esta enfermedad fue complicado. Para mí, mi familia no es algo importante, lo es todo. La salud de mamá no era la única que se vía alterada, también la mía, y la de papá
Mamá berraba por min y yo berraba por Perfecto. A mi padre no lo llamaba. “¿No puedes dormir un poco, nía? — le soltaba mi padre sin ningún reparo. Ella no podía. Ni podía estirar los brazos, ni podía estirar las piernas, ni dar vuelta. Estaba casi inmóvil. Cuando conseguía tranquilizarse poco era así sentada en la veira de la cama, con la cabeza sobre la almohada. Así nos dejaba dormir un poco. Me sabía esa postura de memoria. Podría hacerlo incluso con los ojos cerrados. Normalmente era yo quien se encargaba de cuidar de mamá. Cuando ya tuve a los niños cargaba todo encima de Perfecto. Mamá se había encargado siempre de todo que cuando no pudo hacerlo se dio cuenta, por primera vez, de que sus hijos podían hacer todo por sí mismos.
Papá se vino a vivir a casa de mamá, junto a mis abuelos. Papá y mamá vivían juntos desde que se casaron. Vivían juntos, pero la comunicación no era la mejor. Apenas se comunicaban. Mamá, al igual que hice yo, aprendió a refugiarse en la vida de sus hijos para que eso no tuviera importancia.
Capítulo 3: A mis hermanos
Fui la que mejor se llevó con ellos. A día de hoy sigo hablando con Armando y con Alejandro, bueno los que están, con los que hay, no tengo a más hoy. Era la que conectaba con todos ellos. Aún fuimos es sábado a comer, los tres. Estaba Covadonga y también Armando. Covadonga vino con su carne asada sabrosísima y toda su experiencia culinaria de una mujer que vivió en el rural, en la parte lenta del mundo. Donde también se cocina lento, en cocina de leña.
Con Soledad y Justo me llevaba mucho bien. Soledad era más mayor que yo, tres años. Justo era más joven que yo, tres años. Mucho los quería y ellos a mí también. Porque a Alejandro ya le llevo cinco años y a Armando le llevo ocho, ya son bastantes años. Además cuando Perfecto, mi marido, y mi hermano Alejandro se fueron a la mili, Armando también se fue. Nos dejó a mí y a mi padre con todo, con mi madre, con el trabajo, con las mayegas. Las mayegas era aquello que ocurría durante las labores del campo. Estas labores se hacían por necesidad, con razón de conseguir trigo. Desde pequeña yo viví estas y otras labores de la labranza. También de la ganadería. El trigo se sembraba en otoño y crecía hasta junio o julio. Era un trabajo duro y esclavo, a plena luz del sol. Se necesitaba a toda la familia. Incluso a los más pequeños para que se encargaran de tirar los maollos al suelo. Mi padre tuvo que trabajar en todas las mayegas y yo tenía labor suficiente para cuidar de mamá. La tenía que deitar, desnudar, lavar... Y por la noche levantarme. Y por el día también, le daba vueltas en la cama, le daba de comer. Dieciséis años de párkinson.
Mis hermanos se fueron casando y marchando. Incluso fuera de Asturias. Armando estaba en Sabugo casado. Covadonga en A Velude. Justo en Vinxoi. Rosalía la de más cerca. Soledad se acabó yendo para Buenos Aires. Desde que se fue no la volví a ver nada más que tres veces. Alguien a quien nunca volveré a ver. Estaban todos por ahí. Yo soy la más joven de las niñas. De los niños, el mayor era Justo, y el más joven Armando. Los recuerdos más bonitos que mantengo son en sus bodas. Todos se morían por que fuera a las suyas.
Mis hermanos fueron mucho menos que yo a la escuela. Yo tenía que llevar leche. Desde casa hasta Sestelo. Hasta la casona de Sestelo. De aquellas, antes de que estuviera abandonada, era un orfanato. Allí había un puñado de niños. Hacía unos 10 km. Mitad de ida y mitad de vuelta. Había curas, monjas, cocineras. Aquella zona tenía de todo lo que se necesitaban los niños. Recuerdo la zapatería. Me acuerdo también de la muleta medio rota de Miguel. Tenía el pie girado hacía atrás, hacia fuera. Caminaba con muletas. No éramos amigos, pero siempre me saludaba cuando iba. Yo nunca hice amigos allí. Allí teníamos que llevar la leche y para cuando volvíamos, la escuela de mañana ya había pasado y no podíamos ir más que a las clases de tarde. Se entraba a las 9:00h, se salía a las 13:00 y volvíamos a entrar a las 15:00 para salir a las 17:00.
Normalmente ibamos Soledad y yo. Normalmente mi hermana Soledad iba todo el día si no tenía que llevar la leche, pero como era más mayor y le quedaba menos tiempo de escuela iba casi todos los días. Le gustaba. A mí también. Una de aquellas tardes que nos dejaron castigadas por no terminar de hacer las cuentas, le pedí a Soledad y a aquellas que estaban allí que me enseñaran a dividir. Yo en realidad solo quería salir para ir a buscar las ovejas. Desde aquel día tan bien me enseñaron que aprendía a dividir. Después ya me daba igual dividir por una, dos o tres cifras. Por más o por menos, yo había aprendido a dividir. Y a partir de ahí fui siempre para delante, siempre. Hasta donde sabía. Estuve hasta los catorce años, aquí en la escuela del pueblo. Fuimos hasta cuarenta y dos. Aun éramos bastantes y ni siquiera venían los vecinos de las Trabas. Antes había muchas escuelas. Ahora, bueno, ahora ya todas están cerradas. Nuestra escuela está abandonada.
Capítulo 4: A mis hijos
Explicar mi vida es explicar la vida de mis hijos. Ya no recuerdo cómo era antes de ellos. Con tan solo 18 años yo tuve a mi primer bebé, María Jesús. Su padre la rechazó, nunca quiso reconocerla como hija.
Como ya decía, cuando estabamos enfermos de aquella solo teníamos penicilina para tratarnos. La medicación la traía José María para El Obra, ahí las vendía. Quién las necesitaba las compraba. Yo las necesité. Cómo aquel día de la fiesta. Pepe estaba muy malo, tenía poco más de un año y yo no entendía cómo podía caber tanto calor en un cuerpo tan pequeño. Su frente, sus manos, incluso sus pies. Todo estaba igual de caliente. Es entonces cuando le digo a papá que hay que llevar a Pepe al médico, pero papá marchó a lindar las vacas antes que darme dinero. No fue sorpresa para ninguno de los dos ver cómo echaba a correr antes que echarme una mano. Al revivir estos momentos siempre aprecio su falta de afecto. Me da igual, puedo yo sola, puedo cuidar de mi hijo sin tu ayuda — pensé en voz alta. Cierto es que, aceptar su dinero con olor a deshonra curaría a mi pequeño Pepé, pero enfermaría más mi culpabilidad.
Menudos ataques le dieron y casi no podíamos sujetarlo. Y así se repitió la historia. Pepe ya estaba trabajando en la madera. Se acercó a ver las bestias al monte. Una de ellas se escapó y lo hizo caer al suelo. Ahí en el suelo comenzaron a sangrarle las narices. Aquello no podía parar. Dejando la casa sola marchamos rápido para Oviedo. Mi hermano Justo me acompañaba. Él estuviera en Vinxoi. Da igual que los avisara, porque yo los avisé “este hijo mío, José María García Álvarez es alérgico a la penicilina. Mirad ahora como esta”. Pero no me hicieron caso, hasta que llegó Manolo. Manolo era un vecino del pueblo. Todos lo queríamos mucho en cualquier apuro se metía para dar su ayuda. A Pepe le operaron las narices y lo llevaron a la cama. Ahí le dio un ataque de esos que ni yo ni Justo éramos capaces de sujetar. Yo ya sabía que era alérgico. Enseguida vino una enfermera a tomarle la temperatura. Estaba también mi hija Mari Carmen. Mari Carmen ya llevaba días por Oviedo.
Ahora Mari Carmen me acompaña muchas veces en la compra. Como cuando compramos un día fabas de granja en la carnicería. Le regalé una a ella. Está con mucho trabajo. Me acuerdo muchas veces de ella. Ella también es abuela. Ha vuelto a las ferias. Sé que disfruta mucho vendiendo sus cosas, pero no es algo que le dé mucho dinero. Es algo que se le ha dado muy bien. Mari Carmen siempre va con la nieta pequeña a recoger a la nieta mayor. A veces yo también voy. La pequeña recita el nombre de su hermana desde que salen de casa hasta que la tiene justo enfrente. Un día les dije, para recibir algo de cariño: como no me des un chucho no vuelvo a buscarte a la escuela — y me lo dio. Más casi hace cuando se lo dice su padre. La relación entre ellos es muy bonita. Yo nunca conseguí un beso de papá. Sin embargo, siempre tuve los de mamá.
Cuando me quedé sola con este puñado de niños tuve miedo. Aún con esas, todos me salieron muy trabajadores, muy independientes. El único Tino. A Tino le gustaba beber un poco, un poco de más. Le dejaba las llaves a Benito para que llevara el coche. Le cerraba la puerta del garaje y lo dejaba allí durmiendo. Todo esto cuando Benito aún no tenía el carnet. Nada más que Tino tomaba un vaso de vino ya se le borraba la memoria. De eso sufría. Mi pobre. Ahora están bien todos. Ahora puedo decir que le gustaba. Así, en pasado. Bastante tuvo que sufrir para dejarlo. Ahora estoy yo, con un montón de hijos y con un montón de nietos.
Capítulo 5: A mi marido, a mi difunto marido
Era junio de 1978, yo, Virginia Álvarez, conocida en el pueblo como “a de Picacho”, asistía al funeral de mi marido, pero no lo hacía sola, lo hacía junto a mis hijos, junto a los suyos. Esos mismos, Maricarmen y Tino, los que me informaron de su muerte en aquel lugar que tardó años en volver a conocer la paz. La intensidad del dolor que en esos días asaltó a aquella casa, hoy ha conseguido irse, o eso creo. Miré hacia mi alrededor desconcertada, inconsciente de que mi marido Perfecto, el padre de seis de mis ocho hijos, se había quitado la vida. Me fui, me quise ir con él. Luego volví, miré entre mis brazos, ahora consciente. Era él, Perfecto, el hijo de tres años que llevaba el nombre de su padre, de su maravilloso padre. Perfecto bebé, el auténtico observador de aquella escena. Me quedé atrapada en su mirada de miedo que me hizo dar un sobresalto, una mirada en la que también me agarré con fuerza para no caerme hacia delante. La separación de los muertos y los vivos siempre requiere fuerza. Necesitaba tanto esa miraba como ellos me necesitaban a mí. El cielo se precipitó sobre mí y la luz del sol de verano se me vino encima, cómo una luz pesada. Ya no brillaba. Estaba completamente apagada y fría en un día cálido de verano. ¿Había pájaros? No escuché el sonido de los pájaros. No recuerdo algo tan real en ese día tan irreal. Adiós Perfecto, era un adiós definitivo.
Ay Perfecto, nunca un nombre hizo tanta justicia a una persona. Pasaron varios hombres por mi vida, yo comencé muy jovencita con eso de los mozos. Aún recuerdo cuando nos conocimos, como para olvidar cuando nos vimos por primera vez… los años que nos llevábamos más que alejarnos, nos acercaron todavía más. Cinco años era yo más mayor, cinco años que no significaban nada frente al cobijo que me diste siempre. Con cuarenta años me abandonaste y con treinta y cinco tú te fuiste, no te culpo, pero no te imaginas lo que yo daría porque ahora estuvieras aquí, lo que hoy daría por que conocieras a tus nietos… alguno se parece tanto a ti.
Virginia y Perfecto el día de su boda.
Estaba de criado en la casa del Xineiro. Era de la quinta de Alejandro, mi hermano, fueron juntos a la mili cuando ya estábamos casados. Tenía 21 o 22 años cuando me casé. Perfecto era de Paramios, vino para aquí de criado y nos conocimos desde entonces. Perfecto tenía otros 4 o 5 hermanos, todos ellos hijos de su madre. La madre tuvo a sus hijos de un hombre casado, pero separado. La mujer lo había abandonado así que era como si estuviera soltero. No se casaron nunca.
Me es inevitable, pero veo tu cuerpo y tu alma a través del de Tino, Perfecto. Tino es quien más tiempo pudo compartir con él, además de Pepe. Pepe también pudo conocerlo y lograron conocerse muy de cerca. Tan de cerca que Perfecto con las yemas de los dedos de sus manos pudo notar las palpitaciones del cuello de Pepe. Aquella tarde en la que Pepe decidió irse y volver bien tarde, siempre hacía de las suyas. Este joven, ahora hombre, engañaba, mentía y también desafiaba. Sé que una madre nunca tiene que tener favoritos y debe querer a todos por igual, pero es que Pepe… nunca supe cómo llegó a ser así, yo no lo hice así. Tales eran sus mentiras que era extraño cuando no había algo engañoso en sus palabras. Astuto y ágil como un zorro, pero tan escurridizo que no generaba confianza. Perfecto ya estaba cansado de que nunca se lo tomara en serio.
La vida fue muy dura, muy dura. Mucha pena me quedó por él. Mucho lloré por él. Era muy bueno, muy bueno, muy bueno. Nunca en la vida me agotó de que tuviera hijos. Siempre los quiso. El que más mal le quería era Pepe.
Pepe andaba con una que luego dejó embarazada. Perfecto se enteró por el vecino. A mí no se me anda con mentiras — le dijo Perfecto. Pepe no pensó. Ante esa llamada de atención se remangó para irse contra él. Perfecto le echó las manos encima. Déjalo Perfecto, déjalo. No merece la pena — le dije. Pepé cogió la moto y echó a casa de su hermana María Jesús que ya vivía fuera. Perfecto también marchó. Cuando se fue pensé que Armando vendría a reñir con él. Va a venir a reñirnos — pensé, pues no era la primera vez. Yo estaba en cama con nuestro niño Perfecto, tenía poco más de tres años. Perfecto vino y me dio dos besos. Luego se fue al pajar. Yo que no auguré nada. Llegó Mari Carmen llorando diciendo que estaba papá en el pajar colgado. Fue la primera en verlo. Yo baje con el pequeño en el colo, ya no me acuerdo si fui calza o descalza. Fui por el pasillo adelante y bajé las escaleras hasta el pajar y lo vi allí colgado. Di en bramar. Ernestina enseguida vino, nos había escuchado. Los niños eran todos pequeños no siendo María Jesús y Pepe. No me acuerdo donde estaba Covadonga. Aún hace poco me preguntó por su muerte. No sabía que le había pasado con Pepe, y se lo conté, le dije la verdad.
Me quería, me quería hasta de más. Quedé sin él que tenía y no quise más. La gente me decía que yo era joven, que buscara a otro hombre, pero otro hombre como él no me lo vuelvo a encontrar. Tino, si no bebiera tanto, sería igual que él. Siempre le creí todo a Tino. Era igual que una escritura. Pero Pepé… Pepé no, de Pepe no me creía nada. Pepé era muy embustero. A Tino lo quería mucho y a Covadonga también. Sé yo que llevó buena pena por sus hijos, por Mari Carmen también. Rosa dice que se acuerda mucho de él y solo tenía 6 años cuando murió. Benito se acuerda más de su abuelo.
Capítulo 6: A mis nietos
Me senté a recordar para escribir el nombre de cada uno y cada una de todos ellos en una hoja. Parecía que no me llevaba el folio. Hijos e hijas, luego nietos y nietas y después bisnietos. Nada más que diecisiete nietos/as. Sé que todos me quieren bien.
Ahora pensamos en cambiar la casa. Ha habido mucho cambio. Aunque aún no es para estos días cambiarla entera. Las habitaciones ya son pequeñas y la sala demasiado grande. Este espacio ya se queda demasiado grande. Ahora solo somos tres. Mi hijo Perfecto, su mujer Nori y yo. Ellos no tienen hijos. Y los nietos vienen menos de lo que me gustaría.
Aunque recuerde con nostalgia lo que fue cada momento en estas cuatro pareces, de estas cuatro generaciones, decido regalársela a mi hijo. Perfecto, hijo, cuida de esta casa como yo te cuidé a ti. Como yo os cuidé a todos. Cuídala para que vengan tus sobrinos siempre que quieran, cuídala para cuidarme a mí.
Virginia y su familia en la boda de su hija Rosa en el 98
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lunes, uno de mayo — lirios del valle.
Mi cumpleaños.
Hace cinco horas que mi cumpleaños pasó, debería estar durmiendo, aunque ya no tiene mucho sentido hacerlo si en menos de cuarenta minutos voy a tener que despertar para viajar una vez más a Oz. Mi cabeza se siente un tanto... ¿vacía? Dudo que ese sea el mejor adjetivo para describir la absurda sensación de no poder pensar con claridad, como si mi cerebro fuese una inútil masa de algodón en vez de un órgano completamente funcional, sin embargo, es lo único que se me ocurre.
Vacío que aplaca lo estúpido que me siento por haberme despertado esta mañana creyendo que, por alguna tonta razón, mi madre me visitaría por el día de mi cumpleaños. Estuve ansioso todo el día, esperando a que en algún momento Dorothy y ella aparecieran en la escuela para cantarme, hacer coronas de papel y cocinar mi pastel de cumpleaños: bizcocho, fresas y nata, nunca quise otro sabor, tampoco quise ninguno que no fuese hecho por la mismísima reina, ni ella quería que alguien más lo hiciese en su lugar. Para cuando llegó el atardecer entendí al fin que no vendrían para mi cumpleaños, tampoco para las hogueras de medio verano, no volveríamos a pasar agosto en las islas Azur, ni la primera semana de septiembre en el reino de las rosas, ¿qué haré cuando llegue diciembre...?
Se ha ido, Tippetarius, se ha ido.
Creo que mi realidad está distorsionada, es decir, crecí siendo testigo de cómo todo un reino se paraba al completo solo por mí, por mi cumpleaños. Era fiesta nacional. Sin embargo, aquí apenas un par de personas se me acercaron para desearme feliz cumpleaños. No es tan importante, no soy tan importante.
Me tomé el día con relativa calma, no por genuina decisión, más bien porque descubrí que actuando como si fuese un día más (porque lo es) lograba evitar ridiculizarme a mí mismo llorando por no tener la suficiente atención. En vez de celebrar fui a cuidar mis flores, los lirios del valle al fin florecieron y, aunque algunos pétalos lucen demasiado frágiles para sobrevivir a los siguientes días de sol, estoy más que orgulloso de ellos.
Ahora, a apenas unos minutos para que termine de amanecer, debo confesar... algo. Después de que Bastián y yo comenzáramos a tener algo más serio me propuse planear la cita perfecta para hoy, imaginé cada nimio detalle; en realidad, es un tanto difícil de expresar con palabras, porque ni siquiera esperaba que él supiese o recordara que era mi cumpleaños, más bien... más bien quería pasarlo con él por el simple hecho de que era importante para mí, por algo tan sencillo como que me gustaba pasar tiempo con él. Lo que es realmente ridículo es que vaya a llorar por esto.
Bueno, quizás sí quiera llorar un poco.
Estoy siendo absurdo, no sé, por la Bruja Buena del Norte, estoy siendo muy estúpido, no puedo estar llorar por esto, ¿por qué hace esto ahora, Tippetarius?
Es irrisorio que esté llorando a las seis menos cuarto de la mañana porque me habría gustado pasar mi cumpleaños con una persona que no está en mi vida y que no va volver a estar nunca, nunca jamás. Todas mis rupturas fueron tan sencillas, ¿por qué ésta no puede ser así? ¿Por qué con Bastián todo debe ser diferente?
Sólo quería llevarlo al estanque de las ranas para que tuviésemos un picnic los dos solos. Ni siquiera era tan buena idea.
Voy a parar aquí, estoy no tiene sentido.
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Receta de bizcochuelo esponjoso: cómo hacer el mejor bizcocho de todos los tiempos
¿Buscas la receta perfecta para un bizcocho esponjoso que impresione a todos? ¡No busques más! Hemos recopilado una lista de las mejores recetas de bizcocho que seguro satisfarán tus papilas gustativas. Desde recetas caseras básicas hasta otras más complejas, te tenemos cubierto. En este artículo, compartiremos contigo los secretos para hacer el mejor bizcocho esponjoso de todos los tiempos.…
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