Dos décadas pretendiendo y cuando por fin me atrevo a ser yo misma, todo sigue siendo igual de patético.
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Cuatro años y mil cigarrillos después ya puedo reirme de esto, pero en ese entonces el dolor era demasiado real para dejarla morir en el limbo digital, así que bueno...
Sobre el amor que juramos sería para siempre y otros cuentos de los dieciocho:
Siempre me pregunto por dónde empezar cuando escribo estas cartas. Aunque esta vez es diferente, ¿verdad? Esta será la última vez que mis palabras intenten alcanzarte, y hay tanto por decir que siento que ninguna cantidad de palabras será suficiente.
Hay tantas cosas de las que me arrepiento...
Como no haber aprendido la receta de albóndigas de tu mamá. Ahora que lo pienso, nunca se la pedí realmente, solo me quedaba en la cocina viéndola cocinar, sentada en la barra mientras tú hacías tarea en la sala. O no haber intentado más con tu papá, creo que las únicas veces que crucé más de dos palabras con él fueron cuando me veía llegar y me preguntaba si quería cenar. Siempre le decía que no por pena, aunque me moría de hambre.
Me arrepiento de las peleas estúpidas, de los celos sin sentido, de cada portazo que di pensando que teníamos todo el tiempo del mundo para reconciliarnos.
Tu sudadera amarilla de North Face todavía está en algún lugar de mi closet. A veces, en noches particularmente solitarias, me pregunto si debería regresártela. Pero tiene tanto de nosotros impregnado en ella... el olor a sal de aquella escapada a la playa, cuando creímos ingenuamente que el bronceado no nos delataría ante mis padres. Las manchas de café de esas madrugadas estudiando, tú con tus libros de ingeniería, yo pretendiendo leer mientras te observaba concentrado, con tus rizos cayendo sobre la frente y ese ceño fruncido que tanto me gustaba besar hasta que sonreías.
Me escapé tantas veces por la ventana de mi habitación para verte... Como esa noche después de nuestra primera pelea, cuando apareciste afuera de mi casa y te quedaste ahí, parado en la calle a las tres de la mañana, con esas rosas rosadas (porque sabías que el rosa era mi color) y ese poema terrible que escribiste. Era malísimo, pero lo guardé hasta que se deshizo el papel de tanto doblarlo y desdoblarlo.
Tu carro fue nuestro primer universo privado. Me negaba a ir a hoteles (qué tonta era, tan preocupada por el qué dirán) así que convertimos ese Volkswagen viejo en nuestro refugio. Conocía cada crujido de los asientos, cada rayón en el tablero, cada canción de esa playlist que armamos juntos y que seguramente ya borraste. Luego llegó tu departamento, ese espacio diminuto que hicimos nuestro entre clases saltadas y mentiras a medias a mis padres. Aún recuerdo el sabor de los besos robados en la cocina, el sonido de tu risa haciendo eco en las paredes vacías, nuestros sueños esparcidos por cada rincón como si fuéramos a vivir para siempre.
Éramos un desastre, ¿sabes? Yo fumando a escondidas porque odiabas el olor a cigarro, y tú con tus cervezas oscuras y demasiado amargas que nunca aprendí a disfrutar. Dejé de fumar por ti, ¿te diste cuenta? Ahora fumo todo el tiempo. Como ahora, mientras escribo esto y el humo se mezcla con las palabras que no sé si alguna vez leerás.
Te burlabas de mi obsesión con el horóscopo, de cómo consultaba las estrellas buscando señales sobre nosotros. Tú, tan pragmático, tan anclado a la tierra; yo, siempre flotando entre nubes de fantasía. Y sin embargo, funcionábamos. O al menos eso creíamos. Tú con tu ética de trabajo inquebrantable, yo siendo la eterna niña de papá. Éramos tan diferentes y a la vez tan complementarios.
¿Sabes? Me aprendí los nombres de todos los personajes de ese anime que tanto amabas, aunque fingía no prestar atención. A veces me descubro tarareando el opening cuando estoy distraída, y por un segundo, vuelvo a estar en tu cama, viendo un episodio más mientras jugabas con mi cabello.
Las peleas eran intensas, por tus exnovias, por esos tipos que fingían no saber que llevábamos tres años juntos, por tonterías que ahora no recuerdo pero que entonces parecían el fin del mundo. Pero las reconciliaciones... las reconciliaciones hacían que todo valiera la pena. Éramos fuego, éramos tormenta, éramos todo o nada.
Este tatuaje en mi brazo izquierdo con tu fecha de nacimiento... a veces lo miro y sonrío, otras veces lo cubro. Es como nuestra historia: imborrable, pero ya no duele como antes. Es solo un recordatorio de que fuiste real, de que lo nuestro fue real.
No me arrepiento de los "te amo" que susurré contra tu piel, ni de los que grité en medio de nuestras peleas. No me arrepiento de los besos, de las caricias, de las promesas que en su momento fueron sinceras. Cada momento contigo me hizo quien soy ahora, incluso los que dolieron, especialmente los que dolieron.
Espero que sigas siendo ese trabajador incansable que admiraba. Que dejes de poner la ropa sucia sobre el tocador (aunque sé que nunca lo harás). Que encuentres a alguien que ame tus cervezas amargas y tu forma particular de ver el mundo. Que seas feliz, pero de verdad feliz, no como lo fuimos nosotros, que confundíamos la intensidad con la felicidad.
Y ahora que las palabras se me agotan y el cigarro se consume entre mis dedos, solo me queda decirte gracias. Por los sueños compartidos, por las lecciones aprendidas, por haberme amado como solo se ama a los dieciocho: sin medida, sin miedo, sin mañana.
Gracias por haber sido mi primer amor real, mi primera guerra, mi primera paz.
Y quizás en otra vida... quizás seamos más sabios. O quizás no. Quizás en otra vida también nos destruyamos, y eso también estaría bien.
Con todo lo que fuimos y lo que no pudimos ser;
V.
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Qué hipócrita extrañar ser amada, cuando ni siquiera recuerdo cómo era amarlo a él.
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Portrait of a Woman with Red Fan by Eugene De Blaas, 1897
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Hay tanto polvo sobre mi último poema de amor que ya olvidé si era para mí o si lo escribí yo.
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Qué patético que mi yo de dieciséis, esa mocosa insufrible que se creía todo, supiera mejor que yo cómo vivir sin disculparse.
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El arte de abandonar proyectos a medias debería ser una disciplina olímpica, habría menos deportistas frustrados y más medallistas por defecto.
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Quien diría que la vida tiene tan poco respeto por nuestros planes.
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Solo soy una adolescente —que quiere leer wattpad y ecuchar Keep on Loving You de Cigarettes After Sex todo el día— atrapada en el cuerpo de una adulta con responsabilidades y cuentas que pagar.
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Es curioso cómo pasa el tiempo. Cuando me uní a “Tumblr” era una adolescente sufriendo en la secundaria y hoy soy una adulta sufriendo en la vida.
- Seguen Oríah ᥫ᭡_/\/\/\___
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Got it el hype por Enzo Vogrincic, y que vivan los treintones uruguayos que acurrucan a un gatito en su chaqueta
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