#yo no olvido el año viejo
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Existir es un momento que luego se vuelve fugaz.
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El último sueño
4 de Enero 2024
Buenas nuevas es que no haya noticias, recuerdo me decías cuando te llamaba por teléfono después de bastante tiempo sin hablar.
Recordaba esa frase esta tarde, cuando tu hija adoptada ha llamado para decirnos que te ibas, otra vez, la definitiva.
No quisiste que te acompañáramos en tu olvido de la vida, quizás protegiéndonos, de nuevo sin preguntar si lo quería, o merecía.
De niños, nos alabaste al guardarnos una pieza cada uno sabiendo que ganaba el último en ponerla, sintiendo la vida dura y competitiva.
Podía haber aprendido otras cosas de ti, dibujo y pintura, diseño y estilo, fotografía y experiencias, más no recuerdo que así fuera.
Recuerdo sin embargo dos veces que me pareció estabas orgulloso de mi.
Cuando me llevaste a visitar a un importante cliente industrial, yo aspirante a ingeniero, tú afamado diseñador local, para que viera la fábrica y sus máquinas.
Te agradó que no te avergonzara, creo, pues dijiste que actué con entereza.
La segunda vez me visitaste en mi trabajo de verano en la librería. Me dijiste que podían hacer mucho peor que emplearme a mi.
No te recuerdo ayudándome con los deberes, ni besándonos buenas noches, pero recuerdo que algunas veces, los domingos, nos cocinabas espagueti al horno con tomate.
Sí que me enseñaste a pescar, y a volar cometas, y conduje por vez primera en tu regazo.
También di la mano a mi primer bello ensoñamiento en el asiento trasero de tu coche, mientras conducías sin manos; y me gustaba acompañarte al Pirata a tomar café de sobremesa y ver el coche fantástico en aquellos veranos cántabros de inundaciones y tienda de campaña.
Fuiste padre hasta que nos dejaste, supongo, y te encontré al pasear por el puerto viejo de la mano con tu amante, mientras mi madre cubría tu plato de comida caliente y esperaba en casa.
No hay que cerrarse a las posibilidades, nos convencías en las pocas horas de custodia compartida.
Luego tuve que escapar, pues no podía ya soportar más mentiras, y en los diez años en que pasé de asustado fantasma a persona, no visitaste mi piso nuevo en el extranjero, ni llamaste más de una vez.
Me sentí segundo plato, insignificante carga; no me enseñaste a ser padre y tuve que malaprender sobre la marcha.
La última vez que hablamos me diste el pésame por mi madre, y añadiste que ya no la recordabas.
Hoy podía haber dejado todo, haber hecho todas las horas de carretera, para estar ahí y darte la mano, como hice con tu padre, no hace tanto.
Pero me sentí hipócrita, cínico y desalmado; pues no me quisiste a tu lado y no voy a aprovechar tu hora más baja para forzarte a ser amado.
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SANXIA HAOREN (STILL LIFE) (Jia Zhangke, 2006) FENG LIU YI DAI (CAUGHT BY THE TIDES) (Jia Zhangke, 2024)
Hace unos días pude asistir a la proyección de Caught by the Tides en el Festival Internacional de Cine de Gijón, poco antes de cerrar con Miséricorde, de Alain Guiraudie. El pase tuvo una acogida bastante fría pero, ¿quién sabe?, yo mismo me encontraba perplejo, con un sentimiento a medio camino entre la estupefacción y el entusiasmo. La irreflexión y ciertos automatismos mentales me llevaron a pensar de inmediato en las películas de Dziga Vertov y Chris Marker mientras se reformulaba en pantalla la visitación a un material filmado por Jia Zhangke a lo largo de los últimos veinte años. Una miscelánea de colores soportada en formato digital y, también, litografiada en celuloide de 16 mm y 32 mm que de nuevo reproduce un viejo mundo que se desvanece, algo ya preludiado y mostrado en largometrajes como Unknown Pleasures y Still Life. Se descubren entonces esas mismas imágenes abismadas en lapsos temporales. Algunas de ellas libertadas del descarte y otras como resultado de un proceso de tratamiento, reedición y redefinición. Pareciera que la propuesta de Jia Zhangke girase en torno a la representación de la representación cinematográfica de una realidad en constante proceso metamórfico. Laberíntico e inabarcable ejercicio de volición acerca del audiovisual y de la forma en que vemos, percibimos y entendemos el cine.
Me quedaré, por tanto, con esa magistral construcción de personajes vehiculares que asisten por décadas a los diferentes cambios geográficos, arquitectónicos, sociales, económicos y políticos de la China contemporánea, sincrónica para con ellos mismos y para con el espectador, puesto que se propicia una relación dialéctica entre las imágenes, la narrativa ficcional y las experiencias personales, aduciendo así a la teórica de Roland Barthes acerca del tercer sentido. La imbricación culmina con la evocación de una memoria auditiva modulada desde el eclecticismo que nos permite transitar tiempos y lugares (la utilización de música diegética se desplaza desde las populares canciones de Jody Chiang al Under Sun Remix del tema "Liquefaction").
Me quedo también con esa plasmación del olvido como profunda forma de memoria —que diría Borges— y con el paso del tiempo sobre los rostros de unos actores reconocibles para aquellos que estén familiarizados con la filmografía de este trascendental director.
En el último tercio de la película se origina y manifiesta la expresión visual de la experiencia emocional, cerrando así una indagación memorialista que reverbera en un sincretismo cinematográfico del que existen muy pocos precedentes.
Las imágenes que figuran en esta publicación asonantan en plática de quinces un laborioso trabajo y se corresponden con la parte central de Caught by the Tides y esa monumental película del año 2006 que en España llevó por título Naturaleza muerta.
#sanxia haoren#still life#naturaleza muerta#feng liu yi dai#caught by the tides#jia zhangke#film#cine
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Me hubiera encantado decirte que ya te esperaba, que en este espacio deshabitado, sucio y sin orden te esperaba… pero no era así.
Llegaste, tocaste la puerta y siquiera abrirte; entraste. No te importo el caos, me ayudaste a limpiarlo, a dejarlo bonito, te pusiste cómodo y acomodaste todo a tu antojo… me dijiste que era el lugar perfecto para envejecer… pero solo pasaron algunas primaveras, y unos otoños, cuando sin mirar atrás, sin ver que yo estaba ahí, sentada a tu lado, preparándote cafe, saliste por la puerta, no me dijste adiós.
Y aunque, el lugar era acogedor, en realidad nisiquiera me gustaba la decoración, pero sabía que a ti si, por lo que la dejaba ser…
Así como llegaste, te fuiste. Solo que no tuviste la gentileza de decirme que a pesar de remodelar a tu antojo; no planeabas quedarte.
Me quede con “””��un hogar””” entre muchas comillas que nunca fue mío, si no tuyo. Una casa que se sentía como estar en casa de alguien más. Un extraño que llega de visita. Pero como era “tu casa” yo era feliz.
Te fuiste, y yo me quede ahí, sin saber cuales eran las llaves, cual era el grifo de agua caliente, porque esa pintura tan rara estaba en la sala, y si la puerta tenía algún truco para abrir. Me quede ahí.
Por años… no cambie nada, con la ilusa esperanza que volvieras a explicarme cada detalle, que volvieras a tu sillón, a tu cama, y a tus hábitos, que volvieras a preparar el café así como solo a ti te gustaba… hasta que me di cuenta que en esa casa, solo quedaban cosas extrañas que no entendía, y que probablemente nunca lo haría.
Entonces… tuve que remodelar… sacar muebles viejos, pintar las paredes, y deshacerme de todo lo que no era mío (casi todo), para intentar aunque fuera de a poco, que ese lugar fuera mío, que me gustara a mi, y que el cuadro que estaba en la sala me diera un aliento de ánimo a mi y no solo desdicha.
Pero no contaba que después de otras muchas primaveras y otros muchos inviernos, regresarás… a pedirme todos tus antiguos objetos, argumentando que solo estabas esperando el momento para regresar por ellos…
Me sentí indignada, avergonzada y destrozada… ¿como te atrevías, después de tanto, volver como si nada? A reclamar aquello que dejaste en el olvido incluida a mi.
Llore. Llore muchísimo. Pero aquello que dejaste como se deja la basura en el contenedor; ya no existía.
Por primera vez, después de mucho, te saque de lo que yo había convertido en mi hogar a regañadientes. Te empuje, te saque y te azote la puerta, con lágrimas en los ojos, y con el peor dolor en el pecho, pero lo hice, no iba a permitir que volvieses como si nada, no después de hacerme trizas, no después de escupirme y de joderme a tal manera…
Y fue la primera vez, que me sentí segura en “nuestra” ahora “mi” hogar.
Aquel lugar que alguna vez fue tuyo… nuestro.. tuyo… ahora MÍO.
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Asombro
Enséñame – dices, desde tus veintiún años ávidos, creyendo, todavía, que se puede enseñar alguna cosa y yo, que pasé de los sesenta te miro con amor es decir, con lejanía (todo amor es amor a las diferencias al espacio vacío entre dos cuerpos al espacio vacío entre dos mentes al horrible presentimiento de no morir de a dos) te enseño, mansamente, alguna cita de Goethe («detente, instante, eres tan bello») o de Kafka (una vez hubo, hubo una vez una sirena que no cantó) mientras la noche lentamente se desliza hacia el alba a través de este gran ventanal que amas tanto porque sus luces nocturnas ocultan la ciudad verdadera y en realidad podríamos estar en cualquier parte estas luces podrían ser las de New York, avenida Broadway, las de Berlín, Konstanzerstrasse, las de Buenos Aires, calle Corrientes y te oculto la única cosa que verdaderamente sé: sólo es poeta aquel que siente que la vida no es natural que es asombro descubrimiento revelación que no es normal estar vivo no es natural tener veintiún años ni tampoco más de sesenta no es normal haber caminado a las tres de la mañana por el puente viejo de Córdoba, España, bajo la luz amarilla de las farolas, no es natural el perfume de los naranjos en las plazas -tres de la mañana- ni en Oliva ni en Sevilla lo natural es el asombro lo natural es la sorpresa lo natural es vivir como recién llegada al mundo a los callejones de Córdoba y sus arcos a las plazas de París a la humedad de Barcelona al museo de muñecas en el viejo vagón estacionado en las vías muertas de Berlín. Lo natural es morirse sin haber paseado de la mano por los portales de una ciudad desconocida ni haber sentido el perfume de los blancos jazmines en flor a las tres de la mañana, meridiano de Greenwich lo natural es que quien haya paseado de la mano por los portales de una ciudad desconocida no lo escriba lo hunda en el ataúd del olvido La vida brota por todas partes consaguínea ebria bacante exagerada en noches de pasiones turbias pero había una fuente que cloqueaba lánguidamente y era difícil no sentir que la vida puede ser bella a veces como una pausa como una tregua que la muerte le concede al goce.
CRISTINA PERI ROSSI
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Está ciudad no se detiene por nadie.
Es primavera y nadie se detiene a ver las jacarandas caer:
Como una lluvia lila inundando de color
Lo gris de nuestra vida aquí
Lo gris de nuestras rutinas
Lo gris de nuestros conflictos.
Yo, acostumbrado a llegar tarde
A todos lados y con todas las personas,
Me detengo a ver un día de primavera más.
Pienso en esas flores que caen y son pisadas sin ser vistas
Pienso que está tristeza que me acompaña desde hace tiempo es igual así
No es explosiva
Solo lentamente se va acumulando en algún lugar
De mí corazón.
Una flor es flor justo porque cae
Es bella porque cae
Un sentimiento es bello porque cae y se acumula
La cabeza olvida nombres, fechas, rostros
El corazón no olvida nada y se niega a envejecer.
Nada tan real como un sentimiento que nace sin entender porqué
¿Y por qué florece todo?
¿Por qué cada año nos sometemos al silencio de las flores?
Una flor no tiene porqué.
Lo leí en algún poema viejo hace años, olvide el nombre del poeta, pero no olvido el sentimiento de asombro.
¿Y por qué sentimos lo que sentimos?
Suena el celular. Voy tarde.
Pienso que si mis palabras fueran flores que caen
Haría un incendio con todos mis poemas
Para quemar esta ciudad
que no se detiene a mirar una primavera más.
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🌹🏞️ 03/23
Es raro todo lo que tiene que ver contigo. No estaba en claro si eres una persona que queria de verdad o era otra vez yo ensañado con alguien que se presenta como inalcanzable. Pero ahora te conozco. Eres un inalcanzable diferente, una persona hermosa, por supuesto, aunque esa no es la barrera. Desde el principio te presentaste delante de mí como alguien distante, con poco o nulo interés en los demás. Palabras que supe que eran verdad, aunque al mismo tiempo tambien ví que tu soledad quemaba.
Desde el inicio mostraste que no podrías hacer cosas por mí aunque me quisieras.
Esa fue tu carta de presentación en la mesa, la dejaste caer antes de que pudiera llegar a conocerte un poco.
Sin embargo, yo he estado más tiempo en este mundo. Imaginaba que todo el conjunto de conceptos e idealismos con los que te expusiste no eran más que humo blanco que se disiparia al instante por la pesona correcta.
Desde el principio tuve una sensación de no ser esa persona que te rompería los esquemas, que te haría sentirte abrumada y te haría bajar las defensas. No fui para ti esa droga que se toma a conciencia de que terminarás con la moral por los suelos una vez se esfume el efecto.
Mañana te veré por fin después de casi dos meses y te entregaré lo que parece ser un regalo para alguien más ¿Es esa persona tal como me la imagino? Me mata un poco pensar en ello.
Pensar que ahora tienes a alguien que te mueve tanto que hasta te tomas la molestia de comprarle un regalo.
Es una cosa de débiles sentirse triste porque alguien no te quiere.
Tendría que ser capaz de dejarte en paz y seguir con mi camino. Pero dentro en el fondo no quiero hacerlo, duele mucho, duele mucho soltar.
Este no es otro de mis escapes al olvido, pero de alguna manera, el escrito fue un regalo de despedida. No es un adiós como los que aprendí en el pasado, porque no desapareceré. Solo digo adiós a un deseo que vio su inicio y final en un mismo periodo de tres meses. Sé que no podré estar contigo del modo en que me hubiese gustado. No aparecieron las luces, ni nunca vi reflejado el deseo en tus ojos.
Un viejo sabe de estas cosas, y sé que jamás podrás desearme de la misma forma en la que hago yo. Con el escrito me desprendo del deseo de una etapa, que a su vez da comienzo a otra.
Me he tomado el atrevimiento de escribir esto porque también soy una persona orgullosa, que hace lo que quiere y que acepta la parte de realidad que no depende de si. También lo hago para hacerme consciente de lo que pasa y no dejar nublar mi juicio. Cierro el ciclo antes de que las circunstancias nos confundan a ambos y termines estando conmigo por agradecimiento. No imagino un final más trágico que aquel en el que alguien se queda a tu lado por agradecimiento.
Ya han pasado más de 24 horas desde te vi entrar por la puerta de tu casa y siento que algo no está bien. Algo no está donde debiese estar y creo que ese algo son palabras. Un "te extraño mucho" debiese estar llegando a tu bandeja de mensajes, pero nunca salió. Se quedó como un pensamiento y plasmado aquí.
Te extraño mucho. Tengo muchas ganas de saber de ti y ver qué es lo que hay en tu vida. Quiero saber si piensas en mi aunque sea un par de veces al año. Quiero saber si pudiste conquistar a aquél niño del carrito o de si tuviste experiencias lésbicas con aquella mujer. Quiero saber cosas de ti aunque me duelan.
Estoy romantizando un recuerdo de nuevo. Si lo pienso bien, no eras una persona atenta conmigo. Me mensajeabas cada vez que te aburrias de la vida o cada vez que querías oír cosas bonitas sobre ti.
Te quise mucho. Cómo se quiere todo lo prohibido. Es tiempo entonces dejarte seguir, no te he de atar a ningún recuerdo. En mi memoria vivirás como permanece cada historia que viví, como una cicatriz en el alma.
Buena suerte, te amo.
Toño.
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Del cuaderno... (V)
A PROPÓSITO DE UN PASTEL
Regreso a casa con un pastel de cumpleaños para mi mujer, pensando vagamente en un relato de Raymond Carver que leí hace años, que habla de una tarta, no sé si también de cumpleaños. Todo lo que hago en la vida está entreverado con este tipo de referencias literarias. Los retazos son a veces como jirones de sueños semisepultados en el olvido. Soy lo que he leído. Mi vida es una especie de enciclopédico crucigrama gobernado por «momentos eureka» que tienen que ver con gozosas experiencias asociadas con el arte. Soy un patchwork literario ambulante. Intelectual perro mestizo guiado por la costumbre instintiva del olfateo. En definitiva: un husmeador. Can contento en todo caso.
[26/01/24]
RESILIENCIA
Estoy leyendo un libro sobre la llamada —en psicología— resiliencia. Ofrece posibles sinónimos (o más bien vocablos de parejo significado) para hacer más comprensibles el sentido y el alcance terapéutico del término: resistencia, fuerza, fortaleza, adaptabilidad, flexibilidad, aguante, robustez, riqueza de recursos.
El volumen incluye citas de los estoicos, como esta de Marco Aurelio: «Tienes poder sobre tu mente, no sobre los acontecimientos externos. Entiende eso y hallarás fuerza». También hay otras citas insospechadas, como la siguiente, del viejo zorro Bill Burroughs (a quien el psiquiatra y escritor inglés Theodore Dalrymple definió curiosamente, y no sin un gramo de razón, como «psicópata»): «¿Está el control controlado por su necesidad de control?».
Más adelante aparece mencionado Epicteto, uno de mis maestros (aquel que a su torturador le dijo, mientras le retorcía este último una pierna: «Si sigue así, la romperá»). De Epicteto se nos dice que es el filósofo estoico que más ha influido en el campo de la psicoterapia, habiendo sido descrito como «el santo patrón de los resilientes».
Siempre me han gustado los libros de autoayuda; es un género que me estimula, entretiene y brinda utilísimos vislumbres y percepciones que se van añadiendo al espeso légamo de mi —¡ya larga!— experiencia existencial y nunca dejan de procurarme apoyo. En realidad, no hay ayuda que no sea auto ayuda. Algo así vengo yo mismo a decir en una pieza de hace lustros, incluida en mi (descarnado y abrasivo, como mis demás obras de los 90) poemario Cinco años de cama:
Un mandamiento nuevo os doy: amaos a vosotros mismos, porque ni dios más lo hará.
[26/01/24]
ROGER WOLFE
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Mientras hacía tu regalo y decidía qué tanto poner acá, revisé las notas de mi teléfono en busca de cosas que de repente escribo y olvido mandar, y encontré un texto viejo sobre cómo me percibía en ese entonces, otro lugar más hablando de cómo soy impulsivo, de cómo me inhibía a mí mismo, de cómo vivía a medias, cómo no me sentía libre, ni me arriesgaba, ni me mostraba vulnerable, ni me comunicaba, ni nada, y cómo todo eso era principalmente mi culpa.
Me puse triste por la persona que lo escribió y no me deslindo de ella porque en algún momento fui yo, pero sí que me sentí ajeno a cada cosa que decía (o a la mayoría, cuando menos), y aunque soy consciente de que el mérito es mío y que sería incorrecto e injusto cederle toda la responsabilidad de mi crecimiento personal a los demás, o peor aún, a una sola persona, lo cierto es que sé a la perfección que yo solo no lo hubiera logrado y que mucho tengo que agradecértelo a ti, porque si bien me esforzado un montón en vivir lo más plenamente que me es posible, la motivación y los empujoncitos que de repente necesito para hacerlo no son precisamente palmaditas que me doy yo mismo en la espalda, sino más bien golpes directos que vienen de fuera a derrumbar las barreras que algún día, por una u otra razón, levanté. Y la mayoría de esos ataques son, conscientemente o no, tuyos.
Yo sé que de conocernos llevamos ya años, y por lo que vimos al buscar mensajes viejos no éramos precisamente lejanos. Tampoco éramos las personas más apegadas del mundo, pero para alguien que hablaba con, no sé, dos personas aparte de, bueno, ciertos personajes, ya representabas al rededor del 33% de mi mundo, un porcentaje alto para alguien que, además, tampoco hacía la gran cosa. Con todo esto, y aún cuando yo ya te veía como alguien libre, viva, intensa e inmensa, y todas esas cualidades que no veía en mí mismo, jamás pude decírtelo como me hubiera gustado, nunca tuve la oportunidad de admitirte lo mucho que te admiraba y hablar sobre lo inspiradora que me parecía (parece) tu existencia. No hasta ahora (aunque un poco sí que lo he mencionado).
Es solo que viví mucho tiempo guardado en una tumba que yo mismo cavé, oculto del mundo, de la luz, de la gente, de la vida, y ahora que salí me he encontrado con un montón de cosas que no sabía que necesitaba, y verte a ti disfrutándolas me hace sentir tan sediento de ellas que no veo siquiera posible ya que yo alguna vez vuelva a ocultarme. Me das ganas de gritar y gritar, y yo nunca había gritado. De tocar, de sentir, de morder, de probar, de cantar, de bailar, de jugar, de ser desordenado. De vivir.
Estoy tan loco por ti, mi tini, estoy muy feliz contigo. Gracias por existir y vivir conmigo. Te amo.
Btw, mira, ya empezaron a salir las nochebuenas.
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La gente necesita mitos fundacionales, algún tipo de huella del año cero, un perno que asegure el andamiaje que a su vez sujeta la arquitectura de la realidad, del tiempo: cámaras de memoria y sótanos de olvido, muros entre eras, pasillos que nos arrastren hacia los días del fin y lo que sea que venga después. Vemos las cosas como envueltas en un sudario, a través de un velo, sobre una pantalla sobrecargada de píxeles.
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Cada día, el mundo funcionaba porque yo le había devuelto significado el día anterior. Vosotros no advertíais que yo lo había puesto ahí porque ya estaba ahí; pero si yo hubiera dejado de hacerlo, enseguida lo habríais sabido.
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4.4. Confeccionaba un montón de dosieres. Éstos no siempre eran para clientes. La Compañía me daba carte blanche para guiarme por mi olfato cuando no estaba trabajando en un informe concreto. Iba a conferencias, leía (y, en ocasiones, escribía) artículos, tomaba continuamente el tenue pulso de los medios; y confeccionaba dosieres. Tenía un dosier sobre avatares de juegos japoneses y otro sobre obituarios en periódicos; un dosier sobre entrevistas tras encuentros deportivos con jugadores y sus entrenadores; un dosier sobre supuestos avistamientos extraterrestres y otro sobre ataques de tiburones; dosieres sobre tatuajes, "tendencias" de personalización de aparatos portátiles, la retórica y dicción de los fraudes por correo electrónico. Estos dosieres brotaban de manera espontánea, fortuita, caprichosa. Una situación, un meme recurrente me llamaba la atención, me picaba la curiosidad, y me ponía a investigarlo: seguía su espora, veía dónde llevaba, recopilaba ejemplos de su existencia, montaba un inventario de sus aspectos y mutaciones; como un detective que mantuviese un expediente sobre una presa pintoresca a la par que escurridiza, evasiva: un ratero escalador de edificios, digamos, o un timador transformista.
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Desde luego, cada informe en que trabajaba la Compañía, cada discurso que elaborábamos, incorporaba una invocación al Futuro, una genuflexión ante el mismo: explicando cómo las redes sociales se convertirán en la nueva nobleza de la prensa, o los suburbios en el nuevo centro de las ciudades, o que las economías emergentes bordearían lo equivalente a zambullirse directamente en la fase post-digital; valiéndonos del Futuro para conferir el sello de verdad a estos escenarios y estas afirmaciones, haciéndolos absolutos y objetivos mediante el mero hecho de colocarlos en dicho Futuro: así era como ganábamos los contratos. Todo, como decía Peyman, es susceptible de ser una ficción; pero el Futuro es el cuento más largo y pesado de todos.
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Pero en cambio me llevó hasta su coche, e hicimos un trayecto de unos diez o quince minutos hasta una zona industrial de la ciudad. Ahí está, dijo, mientras el vehículo superaba sendos baches de una antigua vía de trenes de mercancías. Siguiendo su mirada, vi un búnker de hormigón que se alzaba junto a la carretera. Nos detuvimos en un muelle de carga situado bajo este edificio, aparcamos bajo unos arcos enormes y salimos. El espacio estaba sembrado de componentes de circuitos eléctricos viejos, grandes como tótems: cajas de fusibles, reguladores y capacitadores, aisladores cerámicos corrugados y demás. El edificio había albergado un transpondedor dedicado a las comunicaciones del sistema de transportes municipal, explicó Claudia; eso, dijo, señalando una reja que vimos mientras subíamos a la cuarta planta en un amplio elevador sin puertas, era una jaula de Faraday.
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Hay muchas cosas que no te he contado, contestó ella. Si tuviéramos que contar a los demás todo sobre nosotros, viviríamos en un mundo aburrido. Si saberlo todo de una persona fuera la condición sine qua non de la interacción humana, dijo, nos limitaríamos a llevar tarjetas de memoria para enchufarlas en los demás cuando nos conocemos. Podríamos tener pequeños puertos, rendijas en los costados, como bocas u orejas u órganos sexuales extras, por donde introducir y usar las tarjetas, en vez de hablar o echar polvos o lo que sea.
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Anotadlo Todo, dijo Malinowski. Pero el caso es que, ahora, todo está escrito ya. Apenas si hay un instante de nuestras vidas que no esté documentado. Recorres un tramo de calle y estás siendo filmado por tres cámaras a la vez; e incluso si no es así, el teléfono que llevas en el bolsillo localiza y registra tu posición en cada momento. Cada sitio web que visitas, todo clic que haces, cada pulsación de teclas son archivados: aun si pulsas suprimir, borrar, vaciar papelera, las cosas siguen alojadas en alguna parte, en alguna carpeta o algún enclave, alguna oculta avenida del circuito. Nada desaparece jamás. Y como las estructuras de parentesco, las redes de intercambio cuya telaraña nos retiene, nos envuelve, nos crea –redes cuyo cartografiado es la tarea, la raison d'être, de alguien como yo–, esas redes están siendo cartografiadas, esa tarea realizada, por el software que tabula y cruza lo que compramos con quienes conocemos, y lo que compramos, o nos gusta, con los demás objetos que son deseados o comprados por otros a lo que no conocemos pero con quienes coexistimos en un patrón de compra o gustos compartido.
Tom McCarthy | Satin Island
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Hace ya algunos años decidí que empezaría un negocio, quizás una florería o una taquilla de boletos en un parque de diversiones. Me encanta comer melón, fresas, y pitaya en los días soleados, cuando mi madre se enfada conmigo y me hecha al patio trasero como castigo. Es que casi siempre olvido limpiar los espejos que he manchado con labial rojizo. Me gusta escribir en ellos cuando se me acaba la tinta de mis plumones negros. No tengo mucho dinero para ir al centro comercial y comprarme vestidos. En muchas ocasiones me visto con los pantalones grandes y anchos que decidimos destruir en los campos de maíz en el verano 2020. Tienen una mancha de pintura amarilla en el lado izquierdo, arriba de la rodilla. Aveces me molestan mucho porque los arrastro por las calles y los caminos que me llevan devuelta a casa. Tengo más pantalones, todos de diferentes colores y composiciones. Sin embargo, cuando veo estos pienso en ti y la manera en la que tu piel ardía bajo el sol ese día. Teníamos una cámara y bailábamos alrededor del río, haciendo películas y grabaciones de antemano para recordar de viejos. Nos subíamos al árbol más ancho, más alto. Con cada trepada me alejaba más de mis sueños individuales. Los que solamente cabían en la funda de mi almohada. Me olvide de la florería y de la taquilla de boletos en el parque de diversiones. Deseaba destruir más pares de pantalones contigo y aún planeaba demostrarte el arte de escribir en los espejos. Hoy duermes profundamente, eternamente. Desparpajado en una caja de madera. No es una siesta a la cual me pueda unir, pero hubo un tiempo en el que ambos nos recostábamos bajo un puente de concreto. Ahí si creía que seríamos eternos y que te marcharías al mismo tiempo que yo. Usualmente era yo la que era impuntual. En esta ocasión continuó caminando hacia casa y en algunos de esos momentos llegaré contigo por fin, después de muchos amaneceres sin ti.
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Estoy sentada, como siempre, frente a la ventana de tu cocina. Es la hora de la comida y es fácil equivocar el camino, los ojos y el tiempo, para llegar hasta aquí. Es fácil tomar café en silencio, lo difícil es imaginar en dónde estás ahora. Pienso en tus gestos, en cómo frunces el ceño cuando masticas, en las migajas de pan que caen en tus rodillas por encima del delantal azul marino, a cuadros, que tal vez llevas puesto. Estoy frente a tu mesa, en la que abundan los trastes viejos y los objetos inservibles para los que nunca hemos encontrado lugar; aquí, en la superficie de madera que cubre un vidrio grueso, abrimos el espacio suficiente para acomodar tu plato, el mío y la jarra de plástico que aún conserva la pala de madera con la que hace unos minutos disolví el azúcar. La sopa, un puré de zanahorias, todavía está caliente. Es fácil recordar la consistencia, el color anaranjado, recordar que aquí, en tu casa, no existen los saleros. Lo difícil es transcribir cada uno de tus gestos hoy, después de años, a esta misma hora, tan lejos de aquí.
Si pierdes memoria, nos conviertes en las raíces de una ficción profunda que sostienen al único árbol podrido. Si olvidas tú que me enseñaste a escribir, a quién voy a dirigir después mis trazos de letra manuscrita, a quién voy a explicarle en cartas cómo el fuego lastima la piel, cómo hiede un velatorio a la medianoche de Navidad, cómo se entierran, o cómo se incineran, los hijos que nunca nacieron. Cada vez que olvidas, yo también olvido: me pierdo igual que tú; pero si contestaras mis cartas, si todavía fueras mi abuela, me escribirías protestando que no me pierda porque no tengo la edad y tampoco el derecho. Tú, en cambio, ahora es cuando puedes hacerlo, puedes quedarte en la cama todo el día, perder el tiempo, las agujas, llorar hasta quedarte dormida; dejar de hablar o de coser o de comer, incluso, y mandarnos a todos al diablo para quedarte sola.
A nosotros nos queda tiempo de angustia y, a mí, más noches intentando escribir en fragmentos cómo la vida es un relato que no entiendo; esperando a que me contestes de nuevo ¿Ya nunca más vas a escribir con el cuerpo? Nunca voy más lejos de la media cuartilla antes del insomnio. En la esquina superior de cada hoja siempre anoto tu nombre, que también es mío, y después confundo la cama de mi infancia con la cama de tu abstinencia porque a las dos prendimos fuego el mismo día. Ya no siento vergüenza por mis cartas porque tú ya no vas a leerlas, vuelvo a ellas como se vuelve al no remedio y a los paseos en círculo. Vuelvo a escribirle a mi abuela, la que tú eras, y un día lo voy a hacer sin agotarme, sin náuseas, sin diarrea; voy a bajar las escaleras de tu casa abandonada y a despertar, a enfrentar el día como me enseñaste, con el café caliente y el regaderazo de agua fría. No voy a olvidar y no voy a perderme porque si respondieras tendrías razón, no tengo derecho.
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Diamantes y olivas negras en la greda, haciendo con mis manos rojas un collar que llorará por mi en las cenas.
¡Hey bartender!
Ponme otra jarra de cerveza.
Ya no hay más lágrimas que derramar en el bar de la abuela.
Los ojos secos como un pez yaciendo muerto en la arena.
Me resulta tan irrisorio invertir diez horas diarias de mi vida en cinco malditos días de la semana para pagar un lugar en el que ni siquiera puedo escribir en el patio o la puerta.
A veces preferiría no ir a ninguna parte.
A veces preferiría marcharme de la tierra.
Me desprecio y me repugno.
Callado y de hielo, hecho de dolor y silencio.
Solo necesito un espacio libre para existir.
Solo necesito una habitación vacía para estar con mi soledad y las sombras que me ayudan a disernir.
No entiendo porqué todos quieren hacerme el mal y que al mismo tiempo no deje de sonreír.
La gente suele pensar que mis poemas están llenos de problemas, pero ahora todos derraman su corazón y el mundo les ayuda a mentir como si valiera la pena.
Tal vez, solo tal vez… si yo hubiera comenzado a escribir ahora en lugar de hace 20 años, sería considerado como un verdadero poeta del dolor y me habría ahorrado sufrir por solo pensar y sentir en este puto planeta… desangrándome en estas hojas de papel que a todos hacen reír como un chiste que el mundo cuenta.
No confío en nadie que siempre viva feliz.
No confío en nadie que quiera hacerme sentir todo lo que he sentido desde que nací.
Creo en la magia porque la esperanza vive en mí y con su poder borro el dolor que no me deja dormir.
Adiós, adiós…
Bajo el azulado cielo de Montiel, la cuna de Quijote.
Y las manchas rojas que recorren mis piernas.
Me hago más viejo.
Me acerco más a la candela.
Y olvido tu nombre cuando me devoran las tinieblas.
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Entonces, Debo confesarte que aún me encuentro extraviada en una realidad que escogiste por ambos y me duele aceptarlo porque intento convencerme, cada día, de que las cosas marchan bien. La verdad es que aunque esté intentando ser fuerte -y ahora reconozco que lo soy-, tus acciones posteriores a tus declaraciones desafortunadas sobre nuestro amor, me han destruido. Es para mí y para mi ego muy difícil asimilar que, a pesar de nuestro significativo tiempo en construcción de un amor, optaste por una vía fácil de olvido. Yo nunca pensé que las razones más sinceras sobre la ruptura fuesen esas, o quizás siempre lo supe, desde que me dijiste que nosotros no éramos más que algo del momento. Un momento que nos costó seis años.
Llevo tiempo guardando y amparando mi dolor, y creo que esta vez no lo hago de forma receptiva hacia ti porque sé que no serviría de algo más que de una extensión a la tortura. Me obligo a mantener el silencio porque me niego a tener el mismo raciocinio de antes, ese de: “todo lo puede el amor”, porque de eso ya no nos queda más. Y me cuesta admitirlo, porque te he dado todo de mí e incluso más. Mi corazón estuvo al alcance de tus manos durante tanto tiempo… Creo que por eso ahora que regresó a donde debe estar sigue un poco confundido, intentando acostumbrarse a su viejo hogar.
Algo que no he podido dejar de hacer es oírte. Saber lo que piensas y lo que sientes, desde ya te digo que es el peor de mis males. No sé todavía por qué añado una y otra vez ese castigo a mis días. Pareciera que todo ese dolor provocado guarda un sutil confort al saber que el hecho de que ahora pienses en alguien más, de forma tan rápida, vislumbra que todo lo que alguna vez mi mente pensó como real, fue solo un invento. Yo le pedía a dios por ti. Noches de llantos pidiéndole a la vida que por favor hicieran lo mejor para ti, que por favor no te desampararan. Parece ser -y así me han contado- que luego de una ruptura existe una fase de empoderamiento. Creo que estás en ella. O quizá es todo lo contrario.
De cualquier forma, me sentí engañada, traicionada, utilizada, abandonada, enojada, aburrida, sin valor. Así me dejaste, pero no hace falta saberlo.
A pesar de ello, y aunque ahora me cueste, debo decir que lo fuiste todo para mí. Que si me pedías soportar más, nos iba a seguir sosteniendo. Erróneamente, fuiste mi vida entera; te amé hasta no poder más, literalmente. Adoraba pasar tiempo contigo aunque para ti significase tan poco. Darte, acariciarte, abrazarte, besarte, lamerte, gemirte, gritarte, morderte, apretujarte, sentir tu respiración en el oído. Esto me demuestra solo una cosa: soy capaz de otorgar mucho, solo debo saber direccionarlo.
Les agradezco ahora a ti y a la vida por arrancarme de tu camino de esta manera, porque me parece que no habría existido otra vía por la cual haya podido vomitar de forma descontrolada todo lo que sentía por ti. Hoy ruego por seguir avanzando y no mirar más atrás. Sé que nuevas cosas nos esperan a ambos, espero que buenas. Estoy enfocada en darme lo mejor, en sentirme viva, tranquila y llena de amor. Todo debió pasar y no en vano, o eso espero. Cada día me acento más en la idea de nunca, jamás, volver a ti.
Con lo que alguna vez fue el mejor de mis cariños,
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Diario 15
Hoy no hay fantasmas que cazar, ni catacumbas oscuras que explorar. Decidí que necesitaba algo diferente, un día solo para mí. Así que subí a lo alto de la montaña, justo donde nace la cascada que cae majestuosamente hacia Sunset Valley. Este lugar siempre ha sido especial para mí. Desde aquí, puedo ver toda la ciudad, el lugar donde crecí, donde jugué de niño y donde ahora llevo una vida que nunca habría imaginado.
El viento fresco de la montaña me acaricia el rostro mientras me siento sobre una roca. El sonido del agua que corre a mis pies es relajante, casi hipnótico. Las nubes se mueven lentamente en el cielo, proyectando sombras que recorren los techos y las calles de Sunset Valley. Me doy cuenta de lo afortunado que soy de llamar a este lugar mi hogar.
Sunset Valley siempre ha sido una ciudad diversa, pero nunca dejó de sorprenderme cómo ha cambiado a lo largo de los años. Aquí convivimos magos, vampiros, hombres lobo, robots y humanos como si fuera lo más natural del mundo. A veces me pregunto cómo hemos logrado mantener la paz con tanta magia y seres tan distintos coexistiendo, pero lo cierto es que, de alguna manera, funciona. Quizás porque todos, en el fondo, buscamos lo mismo: un lugar donde sentirnos a salvo, aceptados tal como somos.
Mis pensamientos vuelven a mis amigos. Cada uno de ellos es una parte importante de mi vida. Pienso en Elijah, el vampiro más viejo que conozco, pero también el más sabio. Sus historias del pasado me han enseñado más de lo que cualquier libro podría. Luego está Liana, la mujer lobo que siempre ha sido más como una hermana para mí. Su ferocidad es solo comparable con su lealtad, y aunque su naturaleza a veces la consume, siempre ha sabido encontrar un equilibrio que admiro profundamente.
Por supuesto, también están otros magos como yo. Nuestro pequeño grupo ha crecido con los años, y aunque compartimos secretos y hechizos, sé que cada uno sigue su propio camino en esta vida mágica. La magia siempre ha sido algo natural para mí, pero verlo en otros me recuerda lo poderosa que puede ser, y también lo peligrosa si no se controla.
Y luego están los humanos. A veces me pregunto cómo ven ellos todo esto. Aunque muchos lo aceptan, algunos todavía desconfían de nuestra naturaleza. No los culpo. Vivir entre seres que pueden desafiar la muerte o cambiar su forma debe ser intimidante. Pero, a pesar de las diferencias, Sunset Valley sigue siendo un lugar donde lo ordinario y lo extraordinario se mezclan sin demasiados problemas.
Una sonrisa se asoma en mi rostro al recordar a T1M, uno de los robots que vive en la ciudad. T1M es un alma curiosa, si es que los robots pueden tener alma. Pero siempre ha tenido más humanidad que muchos de los humanos que conozco. Me pregunto cómo verá él la vida desde su perspectiva de inteligencia artificial.
El sol empieza a descender lentamente hacia el horizonte, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y rosados. La luz baña la ciudad en un resplandor cálido y suave, y en este momento, todo parece en calma. Desde aquí, todo parece tan pequeño, pero a la vez, tan lleno de vida. Las luces de las casas comienzan a encenderse, y puedo imaginar las conversaciones, las risas, los silencios cómodos que llenan cada rincón de Sunset Valley.
Hoy no voy a hacer mucho más que esto: observar, respirar, y sentirme agradecido. A veces, me pierdo tanto en las batallas contra las fuerzas oscuras, en la magia y los misterios que pueblan mi vida, que olvido lo importante que es detenerme un momento y simplemente… estar.
Desde lo alto de esta montaña, me doy cuenta de que, a pesar de lo caótico que puede ser mi día a día, todo parece encajar. No tengo todas las respuestas, pero quizás eso sea parte del viaje. Mañana, las aventuras continuarán. Pero hoy, solo quiero estar aquí, en paz, con mi ciudad bajo mis pies, el viento en mi rostro y la certeza de que, de alguna manera, todo está bien.
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Los días más cortos del año (30/06/2024)
No sabría dar una buena explicación. Pasaron casi tres meses y estuve evitando mirar adentro. No sé si es porque sabía que había que ponerse a limpiar o si era porque no quería hacerme responsable de la suciedad. Pero aquí vuelvo a escribirme, intentar ponerle color a estas emociones empolvadas. Habría que empezar por donde mi mente recuerda primero. Lo que pensaba que sería una alergia estacional se transformó en sinusitis bacteriana con delirio febril. Haber soñado con toda mi vida, cada escuela, cada casa en la que alguna vez viví, cada abuelo, cada amigo que hoy se refugia en la distancia o el olvido, cada niño que fui, fue una experiencia muy profunda. La fiebre me hizo despertarme riendo a carcajadas, llorando en pesadillas, resoplando en aliteraciones de despedidas. Fueron días difíciles llenos de tos, de tener la garganta llena de sapos. Percibí lo lento que pasa mi ráfaga, cuánto aún me queda para escribir, cuánta risa abrazará una lágrima en el futuro.
Hace unas semanas me hice los segundos análisis de sangre. En unas semanas sabré el resultado. Estoy esperando la indetectabilidad como quien espera el amanecer sin haber poder dormido en una noche fría y cansadora.
Pude recuperar mis más de 300 poesías en Evernote. Sentí en ese momento, releyendo cosas de diversos períodos de mi pasado, que las letras siempre estuvieron atravesando mi vida, moldeándola, dándole perspectivas para procesar las emociones, los fracasos y, principalmente, los soliloquios.
Estoy atravesando por un período de pereza que me mantiene lejos de la exigencia de existir. Estoy atrasando el retorno al ejercicio para que mi salud no se comprometa. Estoy permitiéndome discrepar con mis amigos. También estoy saliendo más de casa. Los miércoles voy a Massas a pasar la noche jugando naipes y pool, eligiendo la música que suena en el bar lleno de jóvenes, cerveza, camperas de cuero y de jean y cigarrillos armados. Me hice conocido de los otros dueños del bar, así como me aproximé más de Gabriel y Thalissa. Son gente piola, me gusta cómo son una amistad que me conecta a una vida más pública.
Finalmente se confirmó la semana de vacaciones, pero no coincide con mi viaje así que, lamentablemente para mis 'jefes', voy a viajar un poco antes de lo permitido para cumplir con lo permitido: estar en el cumpleaños de mi hermana, de sorpresa. Todo lo que estuvimos hablando estos meses me dejó con muchas ganas de abrazarla y escuchar música juntos mientras charlamos de todo lo que podés hablar con la persona que más confiás en el mundo. También estoy loco para jugar al chinchón con mis viejos mientras tomamos mate alrededor de una mesa. Hacerme amigo de mi familia fue mi mayor conquista en esta adultez. Es de lo que más siento orgullo, de cómo, a pesar de todos los defectos que encarnamos en los demás y en nuestros cuerpos, elegimos apoyarnos y comprometernos con el otro todos los días. Finalmente se convirtieron en lo que siempre supimos que iban a ser: dos viejos locos viviendo en la montaña, con sus artesanías y su Rondoleta.
Yo conmigo mismo estoy intentando no ser tan estricto, permitirme recorrer los caminos más horizontales sin tanta ansiedad. No siempre lo consigo, claro. La semana pasada, combiné pocas horas de sueño, exceso de marihuana, cafeína y azúcar para tener un estado deplorable de ansiedad en el trabajo. Una alumna me dio 3 Alprazolam para que tenga. Por primera vez sentí la paz farmacológica. Es fácil entender por qué tanta gente es adicta a los ansiolíticos. La vida baja muchísimo el volumen. La luz del sol no hace brillar todo lo que amenaza. Hay una nube invisible alrededor del cerebro. Parece una marihuana de muy buena calidad, sin el estado psicoactivo.
Los pensamientos se hacen más fríos en este período del año, este invierno me encontró sin una brasa en el corazón. Las últimas veces que me puse de novio eran por las emociones que germinaban en invierno. Este año, entre el conflicto de procesar mi estado sorológico, la inercia de la rutina y la falta de un norte conciso, el amor pasó a un tercer plano.
Los días más cortos del año me tienen finalmente mirando para adentro, sólo para ver que, igual que acá afuera, a veces lo que parece un caos, es apenas cosas fuera de su lugar, una revisada rápida y todo recupera su sintonía.
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