#ya me iba a poner a chillar
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rainbowbeanstyles · 2 months ago
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sicl5nsfw · 8 months ago
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Capítulo 12 (2ª temporada) MOMENTO NSFW
Por favor, leer bajo precaución. Este es un contenido no apto para depende de que público. Abstenerse si no cumple las características.
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MOMENTO NORIA:
Cloud puso su mano debajo de mi falda y poco a poco fue retirando mi ropa interior. Mi corazón empezó a golpear más fuerte, me moría de sed de él y me estaba volviendo loca. Necesitaba tenerlo dentro de mi, pronto, allí mismo; en la noria. Él empezó a besarme el cuello y bajó con su boca la parte de arriba de mi vestido, dejando mis pechos al descubierto. Algún gemido salía de mi boca, gimiendo para más. Me pasó su lengua por mis pechos e incluso por mis brazos llegando incluso a morderme en algún punto. Se sentía tan bien todo lo que me hacía.
En ese momento me levanté y Cloud se levantó. Veiamos que la noria ya empezaba a bajar, nos quedaba poco tiempo. Él se bajó hasta abajo los pantalones y su ropa interior. Estaba duro, muy duro. Se sentó en el asiento normal de la cabina y me miró fijamente para que me pusiera encima de él. Rápidamente me senté y nuestras lenguas se juntaron. Cloud se aseguró de poner su miembro en mi entrada y la introdujo hasta el fondo de mi. Un gemido ahogado, salió en ese momento de mi boca, de satisfacción. 
Empecé a moverme de arriba abajo. Cloud puso sus manos en mi trasero ayudándome a moverme, para no dejar ni un milímetro sin recorrer y pasó su lengua por mis pezones, jugando sin parar. No podía parar de gemir, de chillar, de sentirlo. Me hacía sentir tan mujer, tan yo.
Lo empecé a notar mucho más desesperado, mucho más fuerte. Empecé a ver las estrellas del placer, de la lujuria. Sentía que iba a explotar, que aquello iba a soltarlo todo.
— ¡Cloud!- Exclamé.- Para… o… no voy a poder evitar empaparlo todo… 
— Empápalo.- Me respondió Cloud.
Unos segundos después el orgasmo llegó a mi y el cuerpo me lo hizo saber provocando un temblor en mi para justo después empapar a Cloud y parte del asiento. No pude evitar ponerme roja ante la situación pero eso no paró a Cloud, él siguió embistiendo hasta que él llegó a su límite, sacándolo de mi interior y manchando mi culo de su líquido. 
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MOMENTO HOTEL:
Cloud me tiró a la cama de un empujón y yo sonreí, no pude evitarlo. Me gustaba que tuviera el control sobre mí. Empezó a desnudarme, esta vez quitándome toda la ropa, sin dejarme ni una prenda encima. Se puso encima mio y no dudó en besar mi cuerpo, de arriba a abajo. No dejó ni un espacio sin besar en su lienzo en blanco. Poco a poco abrió mis piernas y se acercó con su boca a mi feminidad, estaba toda sonrojada, tenerlo allí me hacía desearlo más. Cloud empezó a pasar la lengua en mi, de arriba abajo, rápidamente. Me estremecí, me arqueé, disfrutando de cada movimiento que su lengua hacía. Puse una mano en su pelo y otra agarrando las sábanas de la cama. Mis caderas se movían a su son. Él me tenía bien agarrada de las piernas. Me estaba comiendo entera y de la mejor manera que me lo habían comido en toda mi vida.
— Estás toda mojada…- Dijo Cloud pasando su lengua por sus labios, mirandome a los ojos.
— Es tu culpa…- Respondí.
Cloud se levantó y se quitó él también toda la ropa, viéndole totalmente desnudo también. Se metió en la cama conmigo y me agarró una pierna subiendomela mientras su boca iba directa a la mía, comiéndonos. No podía dejar de necesitar su tacto, su todo. En ese momento Cloud me la metió entera, hasta el fondo. Un gemido salió de mi, no me iba a reprimir ni un poco. Empezó a moverse dentro de mi, bastante duro mientras me besaba sin parar, sin dejarme respirar. Mis gemidos se entrecortaban entre sus besos, sus increíbles besos. 
Poco tiempo después me soltó la pierna y sin salir de dentro de mí se puso encima mio siguiendo con el ritmo de sus caderas en mi, tocando mi punto de placer. Me iba a volver a morir, iba a explotar. 
— ¡Joder…!- Exclamé mordiéndome el labio y delirando mis ojos. 
Cloud sonrió de manera picara a mi reacción y iba cada vez más fuerte, haciendo que resonara por toda la habitación. Una vez más llegué al límite y el líquido salió de mi rápidamente, a toda velocidad. Sonreí, satisfecha, mi respiración era rápida y fuerte, disfrutable. Cloud salió de mi y se corrió encima mio, manchandome aún más.
— Otra…- Dije yo con cara de estar en mi mejor momento.
— Lo que me pidas, preciosa.- Me dijo Cloud antes de volver a besar mi boca.- A cuatro…
Me sonrojé algo por la manera en la que me lo pidió y me acomodé tal cual me lo pidió. Él se puso detrás mío y puso su miembro en mi entrada de nuevo, metiendole y llegando hasta el fondo. Un gemido salió de mi. Se sentía muchísimo más estrecho, le notaba mucho más. Bajé mi cuerpo y cerré mis ojos agarrándome al colchón. Cloud embestia sin parar. El sonido de nuestros cuerpos chocando resonaba con fuerza y se mezclaban con nuestros gemidos, tanto los mios como los suyos. Me volvía a bajar la luna y esta vez mucho más rápido.
Empecé a notar como mis piernas fallaban, mucho, pero cada vez me sentía más y más bien hasta que llegué al cielo, una vez más. Cloud la sacó de mi y yo me senté en la cama. Él se acercó a mi y me puso su miembro en mi cara, para que terminara de hacerle la faena con la boca. Me la metí entera encantada, jugaba lo mejor que podía y cuando levanté los ojos para verle la cara estaba algo sonrojado, disfrutándolo al máximo. Poco tiempo después me la sacó y se corrió en mi cara, dejándome un retrato con su líquido en mi rostro. 
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realidad-infame · 2 years ago
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El chisme más hpta
Yo tengo que contar por acá este carechimba chisme que me carcome el alma no poder gritarlo a los cuatro vientos.
Yo desde diciembre estuve medio saliendo con G (mi ex bff de toda la vida) el man pues recientemente había salido de una relación en donde se dio cuenta que en un primer lugar nunca quiso estar, su ex pareja andaba en una crisis de identidad y se comenzó a identificar como hombre, quería transicionar y toda la vuelta, y todo el mundo le decía a G que si era gay o k (pero pues no lo era) y eso lo incomodó más, afectó muchas cosas en la relación y ps terminaron. Lo peor que pudo pasarle a alguien le pasó, su mejor amigo se suicidó, y ha sido demasiado duro, y pues yo he estado siempre apoyándolo y muy pendiente de todo lo que necesite. Qué pasa, yo claramente, me tragué, aún cuando él me dijo que necesitaba estar solo y luego con la muerte de su amigo estuvo más en depresión y no tenía cabeza para pensar ni darlo todo en una relación, eso todo lo hablamos. Su otro mejor amigo JC(G) con quien tiene una banda, pues también era amigo del que se suicidó pero yo no le notaba como tan mal, pero pues todos salíamos y parchabamos. G seguía saliendo con su ex pareja, porque pues me dijo que muy panas, acordamos que ps no nos íbamos a meter con nadie sexualmente ni nada y yo siendo honesta, he confiado mucho en él y aún lo hago, pero claro que me daban celos que salieran, así él me re contra jure que no le gusta ni le atrae, yo sé que a B le sigue gustando, aún 6 meses después de terminar sigue con esperanza de volver y lit viéndose a cada puto rato ya sea solos o con amigos, obvio que iba a seguir tragadx, el caso, además de la rabia que me daba, Jc me va contando que se comió con B DOS VECES: me parece una gonorrea de mejor amigo, comerse a la ex de tu pana justo en la época donde se le mató su mejor amigo (que pues todos eran panas) y B es unx falsx hptaaa porque le dice a G que todavía lo ama, y que no sería capaz de meterse con nadie, que no quiere estar con nadie más, y se lo dijo mirándolo a los ojos y agarrándole el rostro, QUE MALPARIDXXXXXXX, y ps como JC me contó en confianza no puedo decir, y menos que le diré a G en un momento tan duro, ps mka, literal de las pocas personas en las que confías te traicionan de la form más hptaaaa, es que así ellos hayan terminado, es le fucking mejor amigooo, como te vas a comer a la/el ex de tu pana, nonono. En fin, continúo, JC eventualmente volvió con su ex (se dejaron un año y el pirobo tuvo la tusa más hpta del mundo) yo lo alenté a volver porque le dije que solo me importaba verlo feliz.
En estos días hubo un toque, en el que colapsé porque vi a B darle un pico a G como de felicitación y ps no mka, me dio mucha rabia, así no seamos nada, entonces luego fuimos a tomar y estábamos con la novia de JC, y en el carro de vuelta yo muy borracha me puse a chillar obviamente sintiéndome del culo por ver eso, es que así no seamos nada, de verdad que él sabía que yo no quería ver nunca eso, se lo pedí, y pues él no le dio el pico pero siento que si permitió que se lo diera es porque ella sigue con esa puta costumbre (ya me vale decirle él o ella pq igual se identifica con lo que sea ya) y me da rabia que G no sea capaz de poner límites, pero bueno ya yo paré todo con él pq sino me muero de dolor.
Llorando en el carro ps la novia de JC me comenzó a dar consejos que no recuerdo de lo borracha que estaba, sé que todo era como que G no vale la pena y que pues está jugando conmigo y su ex. Y en el parche más reciente, yo ya había tomado la decisión de frenar todo con G porque realmente estoy harta de sentirme mal por eso, pero él andaba re borracho e íbamos bajando por la 10 y yo lo medio cargué como para caminar hasta el PP, cuando llegamos la novia de JC me dijo que la acompañara al baño, que yo qué putas estaba haciendo, que no me lo fuera a besar, cosas tipo: valórate, no te metas con ese man que no te quiere. Entre eso yo le dije que los había visto cuando la ex le dio un pico y me dijo que ella también vio, pero que ellos se siguen comiendo y saliendo, lo cual me desconcertó full porque lo de salir lo sabía pero lo de comerse ni por el putas, yo se lo había preguntado y hablado con él múltiples veces, le pregunté si estaba segura y me dijo; obvio, eso se nota. Pero le dije que cómo sabía, y me dijo que lo había hablado con su novio. Yo pues obvio me sentí re mal, re enojada, pero ante todo asqueada y preocupada, me preocupa más meterme con un man que se anda comiendo con otra, entonces me enojé, pero al otro día quise confirmar con él, que ante todo, ha sido mi mejor amigo y nos hemos tenido mucha confianza, él me insistió que no y se enojó mucho que esa vieja hablara mierda de él, porque me dijo que él no me quería, que él solo se quería así mismo etc (pero ella no lo conoce de anda jaja) yo sigo sin creer nada y voy y le pregunto a B la ex de G, a lo cual me responde de una que no, que desde que terminaron no ha vuelto a pasar, ya con eso me tranquilizo realmente, y lo peor; me pregunta que si es que yo estaba saliendo o viéndome con él en ese sentido, YO PENSÉ QUE LLA YA SABÍA; lit todos nos habían visto salir, besarnos etc incluso los mejores amigos de ella, cómo no le iban a decir? (pero meros malos panas no decirle nada y dejarla seguir ilusionada) fue incómodo pero bueno.
A G aparentemene le dolió más que la novia de JC dijera cosas de él que todo lo demás que pasó, y se enojó muchísimo, así que le reclamó a JC y le dijo que le dijera a su novia que no se metiera ni hablara mierda de la vida de él. El problema: JC y su novia re putos conmigo que por contarle a G ????? Puesssss, entonces me dicen algo tan hpta y se supone debo asumir que es verdad, alejarme del man y quedarme callada, la hpta chimba, como voy a quedar mal yo por simplemente contar lo que pasó y lo que me dijeron, yo no soy hiócrita ni invento chimbadas, si la polla no quería que yo dijera lo que me dijo (que resultó siendo mentira) no me decía nada. Y JC me pegó una insultada horrible, de frente, hasta me puse a llorar, me dijo que no me quería volver a ver, que me andara a la gran puta mierda y que ojalá me desapareciera (lit solo por contarle a G lo que su noviecita me dio) entonces yo, me dejo de hablar con G, JC y la novia me odian, me toca alejarme de todo el grupo lit pierdo TODO y me gano una puteada por saber la verdad y contar lo que pasó??? es injusto, mientras G se sigue viendo con JC con B porque no sabe que los pirobos se comieron, no es justo que no sepa lo gonorreas de personas que son.
Yo simplemente estoy mamada de juntarme con gente tan peyeeeeee, de verdad.
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ochoislas · 4 years ago
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Cuando me desperté con una pierna colgando fuera de la cama toqué algo con el pie que no era el suelo. Era raro que no estuviesen allí mis chanclas como siempre. Pero lo que más grima me dio fue el extraño tacto de lo que tocaba con la planta del pie. Era como un huevo enorme. Ya iba a gritar. ¿Un huevo? Pues eso mismo parecía. Pisando con fuerza habría hincado la pierna en él hasta el corvejón. Si de verdad era un huevo, tenía que ser de un tamaño inusitado.
Mirando el techo ponderé si debía bajarme de la cama o no. Tenía pánico a que resultara ser el cascarón de un huevo... y al ponerme de pie se rompiera, tragándome a sus profundidades. Me repetía que no tenía que tener miedo: no sería más que la secuela de algún sueño infantil. De modo que cuando efectivamente vi un gran huevo meciéndose a mis pies, no me sorprendió tanto.
No cabía duda de que era un huevo y mayor que mi almohada, que se balanceaba junto a la cama como si lo acabaran de poner.
«¡L., alguien ha puesto un huevo aquí!», grité, al tiempo que me preguntaba: «¿pero quién?». No se me ocurría ninguna criatura capaz de poner un huevo así. Atravesé la habitación para despertar a mi hermana mayor L., que parecía seguir durmiendo de cara a la pared.
Para despertar a L. hay que chincharla como a un gato amodorrado. Y la verdad que no se podía parecer más a uno. Sacó las piernas del colchón como el gato que saca las garras de su mórbida carne, entreabriendo los ojos lánguidamente con un destello de patente mal humor.
Estaba yo cosquilleándole los fogueados pies cuando L. se puso en pie de un salto, como un mozo soldado que despierta al toque de diana.
—Te digo que hay un huevo —expuse a modo de disculpa. L., peinándose el largo cabello con los dedos de una mano, miró directamente al huevo y dijo seria: —Se trata del huevo de un extraterrestre.
—¿De un extraterrestre?
—Por supuesto. ¿Qué otra cosa va a ser?
Yo sonreía vagamente, intimidado por su seguridad. Sentí como si mi hermana, que sólo tenía un par de años más que yo, se hubiera vuelto de golpe tan madura como mi madre, dejándome atrás en el corralito con los juguetes, asomado solo al mundo de los mayores. Debía de tener algún conocimiento que la habilitaba como adulto, pues no había indicio de emoción o sorpresa en su rostro. Aquello me dejó chafado. No estaba de humor para quedarme en la cama con ella haciéndonos cosquillas como solíamos, como dos gatitos, hasta que mamá empezaba a chillar.
—¿Y qué hacemos? —marmoteé habiendo perdido toda mi confianza. Yo me esperaba que L. saliera con alguna idea genial, como solía ser el caso cuando nos confabulábamos para esconder o romper algo. Pero ella dijo gravemente: —Pues tenemos que incubarlo, claro.
—Sí, pero ¿cómo? —respondí inmediatamente, mirándole a los labios, sellados con la circunspección y autoridad de una maestra.
—Tenemos que mantenerlo caliente en la cama.
Pensé que era muy buena idea. Intenté levantar el huevo hasta mi cama. Con ayuda de L. lo puse de pie y lo rodamos. Yo estaba hecho un manojo de nervios, pensando que se iba a romper. Cuando acabamos, estaba bañado en sudor.
*
Cada mañana nos despertábamos deseando que el huevo se hubiera abierto y un animal desconocido yaciera en el suelo. Pero seguíamos sin encontrar nada sobre el limpio linóleo. Mirábamos bajo la cama uno por cada lado, viéndonos las caras al revés, y luego nos despojábamos del pijama junto con nuestras frustradas expectativas. Revisamos el huevo una y otra vez sin descubrir cambios. Supuse que la criatura que esperábamos sería de una especie muy compleja y avanzada, y L. estuvo de acuerdo. «Bueno, no hay que ser impaciente», decía L. desentendida, arrimando por la noche la barriga al huevo. Yo, por el contrario, estaba muy preocupado. Igual nuestro método de incubación era completamente errado. Quizás había que enfriar el extraño huevo en vez de calentarlo. Al fin y al cabo se trataba de un huevo extraterrestre, y cualquier cosa que nos pareciera un desatino podía ser lo correcto. Con todo L. seguía muy confianzuda. Quitaba el cobertor y tras empujar el huevo hasta el sol —se le había ocurrido ponerlo al sol durante el día— golpeaba la cáscara con la punta de los dedos, pegando la oreja, a ver si se oía algo.
—No se escucha nada. Todavía no se va a abrir.
—¿Cuánto queda?
—Una semana por lo menos.
Al parecer la ley de Hartree era aplicable al huevo. La invariable de Von Neumann era de una semana, de tal manera que independientemente de cuándo formularas la pregunta, la respuesta era siempre «en una semana». L. se ponía tan seria cuando decía aquello que de verdad parecía que el huevo estuviera gobernado por aquella ley de chiste.
—No hay que precipitarse. El huevo se va a abrir.
Pero yo estaba convencido de que habíamos hecho algo mal. Quizá algo se había torcido en el huevo hacía ya tiempo y ya no tenía arreglo, por muchos baños de sol que le diéramos. Teniendo en cuenta lo poco que sabíamos, igual lo estábamos matando lentamente. Podía ser que cuando finalmente lo rompiéramos desesperados lo que encontráramos fuera un horrible burujo de podredumbre que había ido hinchándose todo ese tiempo.
L. desechó mis temores entre risas y se fue a la facultad. Pero al minuto estaba de vuelta; había intuido mis intenciones de hacerle algo al huevo mientras ella no estaba. Y su instinto resultó pasmosamente certero esta vez porque lo que yo había resuelto era, para ser exactos, romper el huevo aquel mismo día sin permiso de L.. Tras hacerme de una piqueta de montañero y un martillo estaba allí embebido delante del huevo, escrutándolo, envuelto en un ampo de luz onírica como flojel. L. tuvo que verme desde la puerta entrecerrada: «¡Para, no seas loco!». Irrumpió desalada en la habitación como si fuera a detener un intento de suicidio y me abrazó la barriga por detrás. Aún así hundí la piqueta en el huevo sin mirar las consecuencias.
El cascarón se partió como si nada. Aunque no lo golpeé fuerte, para no dañar lo que fuera que hubiera dentro, se quebró como hielo fino. La inercia del golpe hundió la piqueta en el huevo como si éste se la tragara entera. L. bramó como si hubiera alcanzado el orgasmo. Luego la piqueta se me escapó de la mano y desapareció de verdad en el huevo. ¿Por qué razón la solté? Miré por la grieta pero no pude ver nada.
—¿Pero qué has hecho? ¡Habrás cortado al bebé! —me apartó violentamente y miró dentro—: No hay nada.
Dentro había una oscuridad total. Cualquier oscuridad revela algo cuando la luz penetra en ella, pero ésta repelía la luz como una masa. Pero no se trataba de un fluido viscoso o de una sustancia sólida... no había nada, ni siquiera un gas sutil. Con recelo fui tentando dentro. «¡Cagueta!», dijo L. remangándose como mujer que acomete sus faenas y metiendo el brazo en el huevo hasta el hombro. Me quedé atónita al descubrir lo intrépidamente osada que era. Luego palideció, boqueando en un grito inarticulado y haciéndome señas de auxilio. Pensé que el bicho dentro del huevo tenía que haberse molestado con la temeraria exploración de L. y le había mordido la mano, como haría una rata acorralada. Tiré de su brazo con todas mis fuerzas y L. cayó sentada sin poder evitarlo. Pero tenía el brazo todavía; no se había fundido en la oscuridad del huevo ni el desconocido animal se lo había arrancado. Me alivió verlo colgando de su hombro, tan flaco como siempre.
—¿Qué ha pasado? ¿Había alguien dentro?
—Nadie —L. sacudió la cabeza negando rotundamente—. No hay nada ni nadie... es como un vacío.
Pensé que no sería como un hueco normal y corriente. No podía ser un vacío de nada. Volví a mirar dentro, galvanizado, como si vislumbrara otro universo. Sin saber por qué sentí ganas de desaparecer por el negro agujero yendo a parar a otra parte. El impulso era tan fuerte que me puse a temblar. L. debió de sentir lo mismo. No debíamos volver a tentar así como así; eso determinó L., recobrando la dignidad que correspondía a una hermana mayor. Tratándome aspaventosamente como a un niño pequeño, parecía decidida a impedir que un muchachito inocente fuera tentado por aquello.
—Teniendo en cuenta la situación —aseveró L., como si fuera un jefe de obra—, lo único que podemos hacer es destruirlo.
—¿Qué...? —pero no me dio tiempo de más porque L. recogió el martillito y empezó decididamente a golpear el huevo. El cascarón se quebró con facilidad, haciéndose pedazos que iban cayendo en la sombra que encerraban, desapareciendo con cada golpe.
—¡Tú no te acerques! —diciendo esto, L. acabó con aproximadamente un tercio del huevo en un pispás. La tiniebla ovoide, privada ya de su cobertura, asomaba la cabeza. ¡Qué estupidez! La oscuridad debía desaparecer comida por la luz. Pero ésta sin embargo hincaba parte de sí en la luz, reteniendo la forma del huevo, con el resto aún cubierto por el cascarón blanco... la protuberancia semejaba un bálano liso y reluciente. L. rompió a reír ronca, sin parar, como si se hubiera vuelto loca. Aquel espectáculo le recordaba obviamente algo que yo ignoraba.
Pero enseguida nuestro jolgorio cesó. Contuve la respiración y a L. se le quedó la voz en la garganta, aún llorando de la risa. Del huevo, o mejor dicho de la sombra en forma de huevo, surgió el extraterrestre.
Kurahashi Yumiko
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kaeleme · 4 years ago
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Vg. Capítulo Final, Part4.
El ser que salió del cuerpo de MARINATORS iba a rematar a Draco, pero Kaz volvió a la carga con repetidas ráfagas de estocadas. Si había alguien veloz en la batalla, era Kaz, sólo ella podría hacer frente a la velocidad de aquel pequeño ente.  Kaz seguía lanzando  estocadas que el nuevo MARINATORS esquivaba sin mayor dificultad, en un instante desvió uno de los golpes de Kaz y con un fuerte zarpazo cortó el brazo izquierdo de la guerrera. Tanto Danna como Draco no pudieron hacer nada frente a la bestial fuerza del enano. 
Draco se armó de valor y con lo que quedaba de su lanza escudo, arremetió contra MARINATORS, no obstante, su velocidad no eran un peligro para el enano, quien lo esquivó saltando sobre el escudo de Draco y luego le propinó una patada que hundió la armadura del semihumano y lo mandó a volar por varios metros. Danna apuntaba con su arco, pero no podía precisar un ataque, estaba algo agotada con su último ataque, por lo que antes de gastar energía imprudentemente, estaba buscando la mejor opción de ataque a la distancia.
Kaz se recomponía del desgarrador ataque, sabía que la pérdida de sangre y de peso en su lado izquierdo, afectarían su equilibrio y aún así, se lanzó nuevamente contra la bestia. Esta vez se sentía más rápida, como que algo dentro de su ser estaba naciendo y aún con todo este nuevo poder emanando de su interior, MARINATORS esquivaba todo y lanzó otro zarpazo. Por instinto Kaz saltó exponiendo su lado izquierdo, comprimiendo lo que le quedaba de brazo y su pierna izquierda en el centro de su cuerpo (protegiendo sus puntos vitales), como era de esperarse, el ataque volvió a destrozar el cuerpo de la mujer, quien voló por varios metros y quedó tumbada en el suelo desangrándose con su pierna izquierda hecha girones y su brazo totalmente amputado casi a la altura del hombre.
Danna gritó de desesperación, comenzó a lanzar flechas sin importar lo que pasase, envió a algunos guerreros a que la recogieran y la llevaran a curar mientras ella ganaba tiempo. Draco se recobraba de la patada, con parte de su omoplato quebrado, la voluntad del guerrero era más fuerte que una herida. Se levanto para poner su orgullo en juego, volvió a cargar contra el enano mientras parte de las tropas auxiliaban a Kaz.
Cuando una de las guerreras se acercó a Kaz, esta le gritó diciendo
-NO PERMITIRÉ QUE ME HUMILLEN DE ESTA FORMA, SI HE DE MORIR, MORIRÉ LUCHANDO- Acto seguido, golpeó la mano de la muchacha, quien al ver todo ese poder de voluntad quedó maravillada. Kaz destrozada, con su quijada aún dañada, tuerta, sin su lado izquierdo, aún tenía la voluntad de luchar, emanaba un poder que sobrepasaba cualquier habilidad innata de varios guerreros, tenía un poder único. 
Arrastrándose en su charco de sangre, dirigió una última mirada a la guerrera que se había acercado a ayudarla.
-Mira muy bien esto Viictory, serás testigo de mi más grande hazaña- Kaz se levanta de su lamentable estado, apoya todo el peso de lo que queda de su cuerpo en la pierna derecha y comienza a emanar un aura que todo el mundo notó en ese momento. La batalla del otro costado paró su lucha al sentir el poder de Kaz, el mismo MARINATORS fijó su mirada en la guerrera y de una patada mandó a volar, nuevamente a Draco.
-Serás mi legado niña- Se despidió Kaz con Viictory antes de provocar una onda de choque desde su lugar. Nadie en ese lugar podía dar crédito a lo que veían sus ojos, Kaz era más veloz y punzante esta vez, la falta de partes de su cuerpo, la pérdida de sangre, volvían sus movimientos y percepción más aguda, sus ataques rápido comenzaron a ser rechazados por la bestia, ya no los podía esquivar, ahora los bloqueaba y cada vez, Kaz se acercaba más a la velocidad del enano. En un momento, los guerreros comenzaron a perder de vista el combate, la velocidad les impedía apreciar los ataques y defensas constantes de ambos luchadores, sólo los restos de sangre y carne que dejaba Kaz daban indicios de donde estaba la pelea.
Kaz seguía impulsándose sobre una sola pierna, usando su propio cuerpo como una lanza, logrando ser tan rápida que llegaba donde MARINATORS, éste la bloqueaba y ella podía impulsarse nuevamente. Usaba su espada como punta y timón. Ya no tenía miedo de ser dañada, sólo quería asestar un golpe fatal y matar a esa bestia, pero aún así, su poder era insuficiente. Antes de notar la baja de su último impulso de poder, Kaz dejó todo en un último ataque, fue tan rápida que la bestia no pudo bloquearla y recibió una fuerte estocada  cerca del hombro derecho que lo atravesó, pero él también aprovechó para contratacar al mismo tiempo, hundiendo su mano izquierda por el costado de Kaz.  Era el fin de la guerrera, sin fuerza, con heridas fatales, ya no podía hacer nada y aún así, seguía deslumbrando. Se impulsó a si misma para enterrar más su espada y a la vez, atrapar a la bestia con su cuerpo.
-AHORA DANNA, DALE AHORA- Gritó Kaz mientras Danna entre lágrimas lanzaba otra de sus flechas carmesí. El impacto atravesó a MARINATORS quien se retorció de dolor y comenzó chillar mientras las espinas de sangre comenzaron a brotar de su cuerpo. Al estar Kaz aún atravesada por el brazo de la bestia, pasó a recibir también la maldición.
Cuando la flecha había hecho su trabajo, sólo se podía apreciar una hermosa escultura color sangre, de puntiagudas agujas, encerrando dentro de ellas a dos grandes guerreros. Kaz y MARINATORS perecieron en el lugar.
Viictory quien vio toda la última escena, recogió la espada de su mentora y con la tristeza como compañía, se juró a si misma seguir un camino tan honorable como su líder.
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Tras volver del cumpleaños se dispuso a preparar el biberón de la pequeña, que estaba en el sofá tumbada viendo los dibujos. Una vez listo, cogió el teléfono para pedir dos pizzas familiares y una botella de Coca cola y se dirigió al salón para dar el biberón a Autumn. –Hoy viene tu padrino.–dijo haciéndole carantoñas a la pequeña, quitándose la peluca que llevaba del disfraz, mandando un mensaje después al joven de que ha había hecho el pedido.
Llamó al telefonillo, con insistencia, un par de veces. Hacia bastante frío y se estaba quedando helado, daba saltos con los bolsillos metidos en la cazadora y la capucha de su sudadera gris, puesta. Finalmente la rubia le abrió y él, con rapidez, pasó por el portal, subió en el ascensor y antes que se diera cuenta, ya estaba llamando a su puerta. — Ya he visto tu mensaje, ¿Han llegado ya? .— preguntó cuando su amiga le abrió, le dio un beso en la frente, y como si fuera su casa, pasó sin permiso directo al salón, no sin antes dejar la cazadora en el perchero de la entrada. Y, aún con la capucha puesta, se acercó a la pequeña con los brazos abiertos. — ¿Cómo está mi novia?
Abrió la puerta esquivando a los animales andaban correteando de una lado a otros por toda la casa y, tras dejar un beso en la mejilla de su amigo asintió a sus palabras al mismo tiempo que señalaba la mesa que había en el salón, en la que se podían ver las dos cajas de pizza. –Llegaron hace 5 minutos, estaba terminando de poner la mesa.–comentó mientras iba en dirección a la cocina para llevar las servilletas. Autumn al verlo comenzó a chillar y a reírse y moverse contenta de verle.–Se ha tomado el biberón y ya le he cambiado el pañal. ¿Me has echado de menos? .— susurró agarrando a la pequeña que se agitaba y zarandeaba de un lado a otro, riéndose a carcajadas. La agarró y la elevó, cogiéndola entre sus brazos, llenando sus caras de besos. Los animales correteaban y entre ellos vio a Rakko, abrió los ojos y la boca, esbozando una sonrisa tan amplía, que mostraba en su totalidad la dentadura. Se inclinó, con la niña en brazos, acariciando al animal. Este le había reconocido y restregaba su rostro contra la mano del hombre.
— Va, te espero aquí. — exclamó lo suficientemente alto para que la rubia le escuchara desde el sofá. Y, con Autumn, se tumbó en el sofá. Sentándola sobre sus piernas, agarrando una manta cercana para envolver tanto al bebé, como al él mismo. La pequeña estiraba las manos a la cara del hombre, colocando las manos sobre sus ojos e incluso sobre su boca.
Katra negaba desde la cocina con una leve sonrisa escuchando el escándalo que había en el salón. –Pedí Coca-cola, pero no sé si prefieres otra cosa.–comentó a la vuelta llevando el rollo de servilletas bajo el brazo y dos vasos en cada mano. Al ver el panorama se echó a e reír sin poder evitarlo. Ambos estaban tapados y Rakko estaba en el sofá al lado del hombre lamiendo su mano sin cesar. – Me parece que alguien te echaba de menos también.
— Mientras sea normal, todo bien. — susurró cuando la mujer entró al salón de nuevo. La pequeña escalaba por el cuerpo del hombre y este la sujetaba como podía. — A ver, enséñame tus dientes. — le decía volviéndola a sentar. — Ti...to. Tiiiiiiii.....to. — frunció el ceño pensativo, tal vez era demasiado complicado para ella. — Paaaa....driiiii...no. No, eso es más difícil. — tomó aire y la miró, con cara de concentración. — Haaaaaam.. H A M. Haaaaaaaam. Haaaaaam, con eso me vale. — elevó la mirada a la rubia, frustrado, ya que la niña como mucho decía "ta" y poco más. Sonrió cuando ella se sentó junto a ellos, y se inclinó para dejar un beso sobre la cabeza de Rakko. — Me lo quiero llevar a mi casa. — comenzó a rascar la parte trasera de las orejas del animal. Y una vez que todos estuvieron sentados en el salón, Hamlett se inclinó sobre la pizza que había en la mesa, abriendo la caja y cogiendo una porción entre sus manos.
–Sí, es normal.–contestó mientras abría la botella y llenaba los vasos dejando la botella cerca por si quería servirse más después y, tras coger el mando de la tele se acomodó a un lado del sofá, riendo al ver como el hombre trataba de hacer que la pequeña le llamase.– Dile que no, que primero mamá.– la pequeña reía sin parar ante las palabras de ambos. Rakko, como era habitual se hizo un ovillo, esta vez al lado del hombre. Cogió una porción de pizza mientras le miraba entrecerrando los ojos y levantaba la mano enseñando su dedo índice.–Sabes que siempre lo puedes visitar, o llevártelo una semana.
— ¿Qué mamá? Mamá no. Mamá caca. Tienes que decir HAAAAAAM.. — exclama hasta darse por vencido del todo al ver que la niña solo se reía y gritaba más que otra cosa. Mordió la porción que había cogido con anterioridad, y subió sus piernas sobre el sofá para que la pequeña apoyara la espalda en ellas y él pudiera tener ambas manos libres. Sus ojos amarillos ahora se posaron en el animal, que enroscado, se situaba entre la mujer y él. — ¿Cuántos animales tienes? — le preguntó curioso, desviando la mirada hacia el televisor. Tragó y volvió a morder, estirando la mano para agarrar el vaso de coca-cola.
–Caca dice... No le hagas caso, mamá primero.–dijo antes de lanzarse a llevar de besos la mejilla de su hija, que comenzaba a reír más aún y, cuando el hombre se acomodó, ella se recostó entre sus piernas, cogiendo uno de sus pies. Katra aprovechó para seguir comiendo, cogiendo algunos trozos grandes para comérselos a parte, escuchando su pregunta.–Pues, sin contar los de Caleb y el caballo de Autumn...7.
— Joder, susurró al escuchar el número. Bueno aquí el caballo no lo tienes. ¿Y duermen todos contigo? — ladeó la cabeza hacia ella, perplejo. Y con una ceja arqueada la observó. Se hizo con el mando y tras asegurarse de entrar en Netflix y poner un capítulo de "The Big Bang Theory", volvió a dejar el mando sobre la mesa. Acabó con la porción de pizza, limpió sus dedos con una servilleta y bebió del vaso de coca-cola. Autumn se llevaba el pie a la boca, o al menos lo intentaba, mientras decía cosas sin sentido.
Se acurrucó en su lado del sofá, doblando las piernas terminándose aquel trozo de pizza, para ir a por el siguiente.– Cuando estoy sola sí, pero Rakko ahora tiene la costumbre de dormir en el sofá que está al lado de la cuna de Autumn. Sonrió acariciando la cabeza del ocelote que estaba prácticamente dormido en medio de ambos.–Deberías presentárselo a Tobías.
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dulcealmita · 4 years ago
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3: EL PRODIGIO.
Crepúsculo. Adaptación Ziam.
Algo había cambiado cuando abrí los ojos por la mañana.
Era la luz, algo más clara, aunque siguiera teniendo el matiz gris verdoso propio de un día nublado en el bosque. Comprendí que faltaba la niebla que solía envolver mi ventana.
Me levanté de la cama de un salto para mirar fuera y gemí de pavor.
Una fina capa de nieve cubría el césped y el techo de mi coche, y blanqueaba el camino, pero eso no era lo peor. Toda la lluvia del día anterior se había congelado, recubriendo las agujas de los pinos con diseños fantásticos y hermosísimos, pero convirtiendo la calzada en una superficie resbaladiza y mortífera. Ya me costaba mucho no caerme cuando el suelo estaba seco; tal vez fuera más seguro que volviera a la cama.
Geoff se había marchado al trabajo antes de que yo bajara las escaleras. En muchos sentidos, vivir con él era como tener mi propia casa y me encontraba disfrutando de la soledad en lugar de sentirme solo.
Engullí un cuenco de cereales y bebí un poco de zumo de naranja a morro.
La perspectiva de ir al instituto me emocionaba, y me asustaba saber que la causa no era el estimulante entorno educativo que me aguardaba ni la perspectiva de ver a mis nuevos amigos. Si no quería engañarme, debía admitir que deseaba acudir al instituto para ver a Zayn Malik, lo cual era una soberana tontería.
Después de que el día anterior balbuceara como un idiota y me pusiera en ridículo, debería evitarlo a toda costa. Además, desconfiaba de él por haberme mentido sobre sus ojos. Aún me atemorizaba la hostilidad que emanaba de su persona, todavía se me trababa la lengua cada vez que imaginaba su rostro perfecto. Era plenamente consciente de que jugábamos en ligas diferentes, distantes. Por todo eso, no debería estar tan ansioso por verle.
Necesité de toda mi concentración para caminar sin matarme por la acera cubierta de hielo en dirección a la carretera; aun así, estuve a punto de perder el equilibro cuando al fin llegué al coche, pero conseguí agarrarme al espejo y me salvé. Estaba claro, el día iba a ser una pesadilla.
Mientras conducía hacia la escuela, para distraerme de mi temor a sucumbir, a entregarme a especulaciones no deseadas sobre Zayn Malik, pensé en Mike y en Eric, y en la evidente diferencia entre cómo me trataban los adolescentes del pueblo y los de Phoenix. Tenía el mismo aspecto que en Phoenix, estaba seguro. Tal vez sólo fuera que esos chicos me habían visto pasar lentamente por las etapas menos agraciadas de la adolescencia y aún pensaban en mí de esa forma. O tal vez se debía a que era nuevo en un lugar donde escaseaban las novedades. Posiblemente, el hecho de que fuera terriblemente patoso aquí se consideraba como algo encantador en lugar de patético, o que no había muchos chicos abiertamente gays por estos lugares. Fuera cual fuera la razón, me desconcertaba que Mike se comportara como un perrito faldero y que Eric se hubiera convertido en su rival. Hubiera preferido pasar desapercibido.
El monovolumen no parecía tener ningún problema en avanzar por la carretera cubierta de hielo ennegrecido, pero aun así conducía muy despacio para no causar una escena de caos en Main Street.
Cuando llegué al instituto y salí del coche, vi el motivo por el que no había tenido percances. Un objeto plateado me llamó la atención y me dirigí a la parte trasera del monovolumen, apoyándome en él todo el tiempo, para examinar las llantas, recubiertas por finas cadenas entrecruzadas. Geoff había madrugado para poner cadenas a los neumáticos del coche. Se me hizo un nudo en la garganta, ya que no estaba acostumbrado a que alguien cuidara de mí, y la silenciosa preocupación de Geoff me pilló desprevenido.
Estaba de pie junto a la parte trasera del vehículo, intentando controlar aquella repentina oleada de sentimientos que me embargó al ver las cadenas, cuando oí un sonido extraño.
Era un chirrido fuerte que se convertía rápidamente en un estruendo.
Sobresaltado, alcé la vista.
Vi varias cosas a la vez. Nada se movía a cámara lenta, como sucede en las películas, sino que el flujo de adrenalina hizo que mi mente obrara con mayor rapidez, y pudiera asimilar al mismo tiempo varias escenas con todo lujo de detalles.
Zayn Malik se encontraba a cuatro coches de distancia, y me miraba con rostro de espanto. Su semblante destacaba entre un mar de caras, todas con la misma expresión horrorizada. Pero en aquel momento tenía más importancia una furgoneta azul oscuro que patinaba con las llantas bloqueadas chirriando contra los frenos, y que dio un brutal trompo sobre el hielo del aparcamiento. Iba a chocar contra la parte posterior del monovolumen, y yo estaba en medio de los dos vehículos. Ni siquiera tendría tiempo para cerrar los ojos.
Algo me golpeó con fuerza, aunque no desde la dirección que esperaba, inmediatamente antes de que escuchara el terrible crujido que se produjo cuando la furgoneta golpeó contra la base de mi coche y se plegó como un acordeón. Me golpeé la cabeza contra el asfalto helado y sentí que algo frío y compacto me sujetaba contra el suelo. Estaba tendido en la calzada, detrás del coche color café que estaba junto al mío, pero no tuve ocasión de advertir nada más porque la camioneta seguía acercándose. Después de raspar la parte trasera del monovolumen, había dado la vuelta y estaba a punto de aplastarme de nuevo.
Me percaté de que había alguien a mi lado al oír una maldición en voz baja, y era imposible no reconocerla. Dos grandes manos pálidas se extendieron delante de mí para protegerme y la furgoneta se detuvo vacilante a treinta centímetros de mi cabeza. De forma providencial, ambas manos cabían en la profunda abolladura del lateral de la carrocería de la furgoneta.
Entonces, aquellas manos se movieron con tal rapidez que se volvieron borrosas. De repente, una sostuvo la carrocería de la furgoneta por debajo mientras algo me arrastraba. Empujó mis piernas hasta que toparon con los neumáticos del coche marrón. Con un seco crujido metálico que estuvo a punto de perforarme los tímpanos, la furgoneta cayó pesadamente en el asfalto entre el estrépito de las ventanas al hacerse añicos. Cayó exactamente donde hacía un segundo estaban mis piernas.
Reinó un silencio absoluto durante un prolongado segundo antes de que todo el mundo se pusiera a chillar. Oí a más de un persona que me llamaba en la repentina locura que se desató a continuación, pero en medio de todo aquel griterío escuché con mayor claridad la voz suave y desesperada de Zayn Malik que me hablaba al oído.
—¿Lee? ¿Cómo estás?
—Estoy bien.
Mi propia voz me resultaba extraña. Intenté incorporarme y entonces me percaté de que me apretaba contra su costado con mano de acero.
—Ve con cuidado —dijo mientras intentaba soltarme—. Creo que te has dado un buen porrazo en la cabeza.
Sentí un dolor palpitante encima del oído izquierdo.
—¡Ay! —exclamé, sorprendido.
—Tal y como pensaba…
Por increíble que pudiera parecer, daba la impresión de que intentaba contener la risa.
—¿Cómo demo…? —me paré para aclarar las ideas y orientarme—. ¿Cómo llegaste aquí tan rápido?
—Estaba a tu lado, Lee —dijo; el tono de su voz volvía a ser serio.
Quise incorporarme, y esta vez me lo permitió, quitó la mano de mi cintura y se alejó cuanto le fue posible en aquel estrecho lugar. Contemplé la expresión inocente de su rostro, lleno de preocupación. Sus ojos dorados me desorientaron de nuevo. ¿Qué era lo que acababa de preguntarle?
Nos localizaron enseguida. Había un gentío con lágrimas en las mejillas gritándose entre sí, y gritándonos a nosotros.
—No te muevas —ordenó alguien.
—¡Sacad a Tyler de la furgoneta! —chilló otra persona.
El bullicio nos rodeó. Intenté ponerme en pie, pero la mano fría de Zayn me detuvo.
—Quédate ahí por ahora.
—Pero hace frío —me quejé. Me sorprendió cuando se rió quedamente, pero con un tono irónico—. Estabas allí, lejos —me acordé de repente, y dejó de reírse—. Te encontrabas al lado de tu coche.
Su rostro se endureció.
—No, no es cierto.
—Te vi.
A nuestro alrededor reinaba el caos. Oí las voces más rudas de los adultos, que acababan de llegar, pero sólo prestaba atención a nuestra discusión. Yo tenía razón y él iba a reconocerlo.
—Lee, estaba contigo, a tu lado, y te quité de en medio.
Dio rienda suelta al devastador poder de su mirada, como si intentara decirme algo crucial.
—No —dije con firmeza.
El dorado de sus ojos centelleó.
—Por favor, Lee.
—¿Por qué? —inquirí.
—Confía en mí —me rogó. Su voz baja me abrumó. Entonces oí las sirenas.
—¿Prometes explicármelo todo después?
—Muy bien —dijo con brusquedad, repentinamente exasperado.
—Muy bien —repetí encolerizado.
Se necesitaron seis Técnicos Médicos de Emergencia (TME) y dos profesores, el señor Varner y el entrenador Clapp, para desplazar la furgoneta de forma que pudieran pasar las camillas.
Zayn la rechazó con vehemencia. Intenté imitarle, pero me traicionó al chivarles que había sufrido un golpe en la cabeza y que tenía una contusión. Casi me morí de vergüenza cuando me pusieron un collarín. Parecía que todo el instituto estaba allí, mirando con gesto adusto, mientras me introducían en la parte posterior de la ambulancia. Dejaron que Zayn fuera delante. Eso me enfureció.
Para empeorar las cosas, el jefe de policía Payne llegó antes de que me pusieran a salvo.
—¡Lee! —gritó con pánico al reconocerme en la camilla.
—Estoy perfectamente, Geo… papá —dije con un suspiro—. No me pasa nada.
Se giró hacia el TME más cercano en busca de una segunda opinión. Lo ignoré y me detuve a analizar el revoltijo de imágenes inexplicables que se agolpaban en mi mente. Cuando me alejaron del coche en camilla, había visto una abolladura profunda en el parachoques del coche marrón. Encajaba a la perfección con el contorno de los hombros de Zayn, como si se hubiera apoyado contra el vehículo con fuerza suficiente para dañar el bastidor metálico.
Y luego estaba la familia de Zayn, que nos miraba a lo lejos con una gama de expresiones que iban desde la reprobación hasta la ira, pero no había el menor atisbo de preocupación por la integridad de su hermano.
Intenté hallar una solución lógica que explicara lo que acababa de ver, una explicación que excluyera la posibilidad de que hubiera enloquecido.
La policía escoltó a la ambulancia hasta el hospital del condado, por descontado. Me sentí ridículo todo el tiempo que tardaron en bajarme, y ver a Zayn cruzar majestuosamente las puertas del hospital por su propio pie empeoraba las cosas. Me rechinaron los dientes.
Me condujeron hasta la sala de urgencias, una gran habitación con una hilera de camas separadas por cortinas de colores claros. Una enfermera me tomó la tensión y puso un termómetro debajo de mi lengua. Dado que nadie se molestó en correr las cortinas para concederme un poco de intimidad, decidí que no estaba obligado a llevar aquel feo collarín por más tiempo. En cuanto se fue la enfermera, desabroché el velcro rápidamente y lo tiré debajo de la cama.
Se produjo una nueva conmoción entre el personal del hospital. Trajeron otra camilla hacia la cama contigua a la mía. Reconocí a Tyler Crowley, de mi clase de Historia, debajo de los vendajes ensangrentados que le envolvían la cabeza.
Tenía un aspecto cien veces peor que el mío, pero me miró con ansiedad.
—¡Lee, lo siento mucho!
—Estoy bien, Tyler, pero tú tienes un aspecto horrible. ¿Cómo te encuentras?
Las enfermeras empezaron a desenrollarle los vendajes manchados mientras hablábamos, y quedó al descubierto una miríada de cortes por toda la frente y la mejilla izquierda.
Tyler no prestó atención a mis palabras.
—¡Pensé que te iba a matar! Iba a demasiada velocidad y entré mal en el hielo…
Hizo una mueca cuando una enfermera empezó a limpiarle la cara.
—No te preocupes; no me alcanzaste.
—¿Cómo te apartaste tan rápido? Estabas allí y luego desapareciste.
—Pues… Zayn me empujó para apartarme de la trayectoria de la camioneta.
Parecía confuso.
—¿Quién?
—Zayn Malik. Estaba a mi lado.
Siempre se me había dado muy mal mentir. No sonaba nada convincente.
—¿Malik? No lo vi… ¡Vaya, todo ocurrió muy deprisa! ¿Está bien?
—Supongo que sí. Anda por aquí cerca, pero a él no le obligaron a utilizar una camilla.
Sabía que no estaba loco. En ese caso, ¿qué había ocurrido? No había forma de encontrar una explicación convincente para lo que había visto.
Luego me llevaron en silla de ruedas para sacar una placa de mi cabeza. Les dije que no tenía heridas, y estaba en lo cierto. Ni una contusión. Pregunté si podía marcharme, pero la enfermera me dijo que primero debía hablar con el doctor, por lo que quedé atrapado en la sala de urgencias mientras Tyler me acosaba con sus continuas disculpas. Siguió torturándose por mucho que intenté convencerle de que me encontraba perfectamente. Al final, cerré los ojos y le ignoré, aunque continuó murmurando palabras de remordimiento.
—¿Estará durmiendo? —preguntó una voz musical. Abrí los ojos de inmediato.
Zayn se hallaba al pie de mi cama sonriendo con suficiencia. Le fulminé con la mirada. No resultaba fácil… Hubiera resultado más natural comérselo con los ojos.
—Oye, Zayn, lo siento mucho… —empezó Tyler.
El interpelado alzó la mano para hacerle callar.
—No hay culpa sin sangre —le dijo con una sonrisa que dejó entrever sus dientes deslumbrantes. Se sentó en el borde de la cama de Tyler, me miró y volvió a sonreír con suficiencia.
—Bueno, ¿cuál es el diagnóstico?
—No me pasa nada, pero no me dejan marcharme —me quejé—. ¿Por qué no te han atado a una camilla como a nosotros?
—Tengo enchufe —respondió—, pero no te preocupes, voy a liberarte.
Entonces entró un doctor y me quedé boquiabierto. Era joven, rubio y más guapo que cualquier estrella de cine, aunque estaba pálido y ojeroso; se le notaba cansado. A tenor de lo que me había dicho Geoff, ése debía de ser el padre de Zayn.
—Bueno, joven Payne —dijo el doctor Malik con una voz marcadamente seductora—, ¿cómo se encuentra?
—Estoy bien —repetí, ojalá fuera por última vez.
Se dirigió hacia la mesa de luz vertical de la pared y la encendió.
—Las radiografías son buenas —dijo—. ¿Le duele la cabeza? Zayn me ha dicho que se dio un golpe bastante fuerte.
—Estoy perfectamente —repetí con un suspiro mientras lanzaba una rápida mirada de enojo a Zayn.
El médico me examinó la cabeza con sus fríos dedos. Se percató cuando esbocé un gesto de dolor.
—¿Le duele? —preguntó.
—No mucho.
Había tenido jaquecas peores.
Oí una risita, busqué a Zayn con la mirada y vi su sonrisa condescendiente.
Entrecerré los ojos con rabia.
—De acuerdo, su padre se encuentra en la sala de espera. Se puede ir a casa con él, pero debe regresar rápidamente si siente mareos o algún trastorno de visión.
—¿No puedo ir a la escuela? —inquirí al imaginarme los intentos de Geoff por ser atento.
—Hoy debería tomarse las cosas con calma.
Fulminé a Zayn con la mirada.
—¿Puede él ir a la escuela?
—Alguien ha de darles la buena nueva de que hemos sobrevivido —dijo con suficiencia.
—En realidad —le corrigió el doctor Malik— parece que la mayoría de los estudiantes están en la sala de espera.
—¡Oh, no! —gemí, cubriéndome el rostro con las manos.
El doctor Malik enarcó las cejas.
—¿Quiere quedarse aquí?
—¡No, no! —insistí al tiempo que sacaba las piernas por el borde de la camilla y me levantaba con prisa, con demasiada prisa, porque me tambaleé y el doctor Malik me sostuvo. Parecía preocupado.
—Me encuentro bien —volví a asegurarle. No merecía la pena explicarle que mi falta de equilibrio no tenía nada que ver con el golpe en la cabeza.
—Tome unas pastillas de Tylenol contra el dolor —sugirió mientras me sujetaba.
—No me duele mucho —insistí.
—Parece que ha tenido muchísima suerte —dijo con una sonrisa mientras firmaba mi informe con una floritura.
—La suerte fue que Zayn estuviera a mi lado —le corregí mirando con dureza al objeto de mi declaración.
—Ah, sí, bueno —musitó el doctor Malik, súbitamente ocupado con los papeles que tenía delante. Después, miró a Tyler y se marchó a la cama contigua. Tuve la intuición de que el doctor estaba al tanto de todo.
—Lamento decirle que usted se va a tener que quedar con nosotros un poquito más —le dijo a Tyler, y empezó a examinar sus heridas.
Me acerqué a Zayn en cuanto el doctor me dio la espalda.
—¿Puedo hablar contigo un momento? —murmuré muy bajo. Se apartó un paso de mí, con la mandíbula tensa.
—Tu padre te espera —dijo entre dientes.
Miré al doctor Malik y a Tyler, e insistí:
—Quiero hablar contigo a solas, si no te importa.
Me miró con ira, me dio la espalda y anduvo a trancos por la gran sala. Casi tuve que correr para seguirlo, pero se volvió para hacerme frente tan pronto como nos metimos en un pequeño corredor.
—¿Qué quieres? —preguntó molesto.
Su mirada era glacial y su hostilidad me intimidó, hablé con más severidad de la que pretendía.
—Me debes una explicación —le recordé.
—Te salvé la vida. No te debo nada.
Retrocedí ante el resentimiento de su tono.
—Me lo prometiste.
—Lee, te diste un fuerte golpe en la cabeza, no sabes de qué hablas.
Lo dijo de forma cortante. Me enfadé y le miré con gesto desafiante.
—No me pasaba nada en la cabeza.
Me devolvió la mirada de desafío.
—¿Qué quieres de mí, Lee?
—Quiero saber la verdad —dije—. Quiero saber por qué miento por ti.
—¿Qué crees que pasó? —preguntó bruscamente.
—Todo lo que sé —le contesté de forma atropellada— es que no estabas cerca de mí, en absoluto, y Tyler tampoco te vio, de modo que no me vengas con eso de que me he dado un golpe muy fuerte en la cabeza. La furgoneta iba a matarnos, pero no lo hizo. Tus manos dejaron abolladuras tanto en la carrocería de la furgoneta como en el coche marrón, pero has salido ileso. Y luego la sujetaste cuando me iba a aplastar las piernas…
Me di cuenta de que parecía una locura y fui incapaz de continuar. Sentí que los ojos se me llenaban de lágrimas de pura rabia. Rechiné los dientes para intentar contenerlas.
Zayn me miró con incredulidad, pero su rostro estaba tenso y permanecía a la defensiva.
—¿Crees que aparté a pulso una furgoneta?
Su voz cuestionaba mi cordura, pero sólo sirvió para alimentar más mis sospechas, ya que parecía la típica frase perfecta que pronuncia un actor consumado. Apreté la mandíbula y me limité a asentir con la cabeza.
—Nadie te va a creer, ya lo sabes.
Su voz contenía una nota de burla y desdén.
—No se lo voy a decir a nadie.
Hablé despacio, pronunciando lentamente cada palabra, controlando mi enfado con cuidado. La sorpresa recorrió su rostro.
—Entonces, ¿qué importa?
—Me importa a mí —insistí—. No me gusta mentir, por eso quiero tener un buen motivo para hacerlo.
—¿Es que no me lo puedes agradecer y punto?
—Gracias.
Esperé, furioso, echando chispas.
—No vas a dejarlo correr, ¿verdad?
—No.
—En tal caso… espero que disfrutes de la decepción.
Enfadados, nos miramos el uno al otro, hasta que al final rompí el silencio intentando concentrarme. Corría el peligro de que su rostro, hermoso y lívido, me distrajera. Era como intentar apartar la vista de un ángel destructor.
—¿Por qué te molestaste en salvarme? —pregunté con toda la frialdad que pude.
Se hizo una pausa y durante un breve momento su rostro bellísimo fue inesperadamente vulnerable.
—No lo sé —susurró.
Entonces me dio la espalda y se marchó.
Estaba tan enfadado que necesité unos minutos antes de poder moverme.
Cuando pude andar, me dirigí lentamente hacia la salida que había al fondo del corredor.
La sala de espera superaba mis peores temores. Todos aquellos a quienes conocía en Forks parecían hallarse presentes, y todos me miraban fijamente.
Geoff se acercó a toda prisa. Levanté las manos.
—Estoy perfectamente —le aseguré, descortés. Seguía exasperado y no estaba de humor para charlar.
—¿Qué dijo el médico?
—El doctor Malik me ha reconocido, asegura que estoy bien y puedo irme a casa.
Suspiré. Mike, Jessica y Eric me esperaban, y ahora se estaban acercando.
—Vámonos —le urgí.
Sin llegar a tocarme, Geoff me rodeó la espalda con un brazo y me condujo a las puertas de cristal de la salida. Saludé tímidamente con la mano a mis amigos con la esperanza de que comprendieran que no había de qué preocuparse. Fue un gran alivio subirme al coche patrulla, era la primera vez que experimentaba esa sensación.
Viajábamos en silencio. Estaba tan ensimismado en mis cosas que apenas era consciente de la presencia de Geoff. Estaba seguro de que esa actitud a la defensiva de Zayn en el pasillo no era sino la confirmación de unos sucesos tan extraños que difícilmente me hubiera creído de no haberlos visto con mis propios ojos.
Cuando llegamos a casa, Geoff habló al fin:
—Eh… Esto… Tienes que llamar a Karen.
Embargado por la culpa, agachó la cabeza. Me espanté.
—¡Se lo has dicho a mamá!
—Lo siento.
Al bajarme, cerré la puerta del coche patrulla con un portazo más fuerte de lo necesario.
Mi madre se había puesto histérica, por supuesto. Tuve que asegurarle que estaba bien por lo menos treinta veces antes de que se calmara. Me rogó que volviera a casa, olvidando que en aquel momento estaba vacía, pero resistir a sus súplicas me resultó mucho más fácil de lo que pensaba. El misterio que Zayn representaba me consumía; aún más, él me obsesionaba. Tonto. Tonto. Tonto. No tenía tantas ganas de huir de Forks como debiera, como hubiera tenido cualquier persona normal y cuerda.
Decidí que sería mejor acostarme temprano esa noche. Geoff no dejaba de mirarme con preocupación y eso me sacaba de quicio. Me detuve en el cuarto de baño al subir y me tomé tres pastillas de Tylenol. Calmaron el dolor y me fui a dormir cuando éste remitió.
Ésa fue la primera noche que soñé con Zayn Malik.
En mi Wattpad podrán encontrar más historias Ziam, pero creadas por mí. <3
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peachymokka · 5 years ago
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Capítulo 34: Intentarlo todo de nuevo
Madre, tómame la mano
Ya no tengo dudas; este es el final
Si no pude amar al amor más real
Que llegó a mi corazón
Qué más da lo que pueda llegar?
Que alguien me abrace
Que me quiero despedir
Porque el mundo se acaba
Si no tengo un amor como el tuyo
Y no hay ninguno
Que se pueda comparar
Y prefiero morirme
Antes que intentarlo todo de nuevo
Yo podré vivir
Mientras seas tú feliz
Te lo pido, por favor
Por los dos, lo que fuimos tú y yo.
💭
Gay, tan malditamente gay.
Las palabras seguían dando vueltas en su cabeza y de repente sintió que el mundo se detenía, que los segundos no pasaban y que todo se congelaba, su respiración, su padre, su madre.
Pudo soltar un suspiro antes del primer golpe, no le sorprendió en lo más mínimo, pero sí se sentía desorientado. No podía escuchar lo que le gritaba, quizás porque en realidad no quería escucharlo, o porque estaba mucho más ocupado devolviendo los golpes. Recibía puñetazos y daba patadas, vio el rostro colérico de su padre y quiso sonreírle, porque nunca antes le había visto tan molesto. Con el puño le lanzó al suelo, limpió su rostro como pudo y se fijó en sus hermanas horrorizadas, intentó ponerse de pie y controlar la situación, mirando con súplica a su progenitor.
El silencio llenó el lugar durante unos segundos, su respiración agitada y los jadeos del señor Altin se oían con facilidad, las niñas aguantando las ganas de chillar de miedo, su madre tratando de fundirse con ellas en un abrazo que las alejara de aquello. La momentánea calma ponía nervioso a Otabek, quien lentamente se puso de pie, aún con ganas de arreglar las cosas de otro modo, porque con solo ver a su familia en ese estado, su corazón pudo estrujarse, aún más doloroso que una nariz rota.
Vladimir Altin se mantenía alerta, furioso y dolido, listo para darle una lección a su hijo, asqueado con su revelación. Notó como este se ponía de pie, quedando frente a él, aunque no por mucho, pues sus manos formaron un puño y rápidamente volvió a llevarlo hasta su rostro, con rabia, con el rostro contraído y la respiración agitada.
— Tienes un segundo para retractarte, Otabek, porque yo no tengo un hijo maricón.
¿Retractarse? Antes muerto. No iba a hacer tal cosa luego de cometer la cobardía de su vida, porque si no pudo amar al amor más real que llegó a su corazón, ¿Qué más da lo que pueda llegar? No iba a dar un paso atrás, no como lo hizo antes, no como el niño con miedo que fue años atrás, negándose a amar. Ahora no tenía miedo, no de él, no de sus golpes ni amenazas, no si eran hacia él.
Porque aguantar golpizas no es nada comparado a perder al amor de tu vida, y ser gay no es ser poco hombre; porque su hombría no la ganó a base de insultos y partidos de hockey, su hombría es aceptarse diferente, y ser cobarde es mucho más duro.
Si su padre no quiere tener un hijo maricón, no lo tendrá, porque Otabek tampoco quiere tener un padre homofóbico y machista.
— No me retracto, defiendo lo que soy.
Aún cuando sintió las manos de su padre tomarle del cuello, el puño cerrado creando un estruendo y los insultos caer sobre si, aún cuando la mezcla de lágrimas de dolor y sangre marchita llenaban su rostro, no hizo nada. Casi ni intentó pelear contra él, no sabiendo que solo él podría salir perjudicado, aunque no pudo evitar que sus manos le devolvieran un par de golpes, conteniendo su rabia.
Mas todo eso quedó atrás en cuanto su madre apareció en su campo de visión, con el rostro afligido y las manos temblorosas, Nina Altin parecía un fantasma. Su delicada figura se posó atrás de su marido, mientras este arremetía contra la nariz de su hijo, quien veía a su madre con los ojos desorbitados, sabiendo qué iba a ocurrir.
La rusa puso su mano sobre el hombro de su esposo, con ánimos de detenerle, la voz congestionada y los ojos llorosos, su rostro demostrando el dolor más puro.
— Detente, por favor, detente...
La respiración de Otabek se detuvo en cuanto vio como su padre le soltaba, mirando con furia a su esposa. Tuvo un pensamiento fugaz, que atravesó su mente de manera dolorosa, inútil. Ella no, ella no. Se sintió fuera de lugar, con los oídos tapados y la calidez de su sangre cayendo de su nariz, pudo ver con una tortuosa lentitud como su padre tomaba con fuerza a su madre, golpeándola sobre la pared más cercana.
Tirado en medio de la sala, con el pulso acelerado y el nudo en la garganta, pudo revivir su peor pesadilla. Su padre mantenía su mano en alto, mientras sus labios se movían duramente, con un regaño, una reprimenda, una lección.
— ¡Es tu culpa! ¡Criaste a un hijo maricón, un maricón asqueroso!
El ruido del golpe seco sobre la mejilla de Nina Altin duró apenas un par de segundos, mas se sintió eterno. Otabek mantenía la mirada desorbitada, viendo con horror como el puño de su padre se mantenía enrojecido, y el rostro de su madre parecía arder, al igual que sus ojos. Los segundos se hicieron eternos mientras la respiración de cada uno se acompasaba, aunque poco a poco Otabek comenzó a jadear, olvidando el dolor que sentía, con la adrenalina recorriendo todo su cuerpo.
Casi como si se tratara de alguna especie de película, Otabek derribó a su padre en cámara lenta para el resto de su familia, dejando caer sus puños en su rostro, con la expresión dolida. Por primera vez, luego de años, incluso luego de recibir sus golpes, de tenerle miedo, Otabek Altin quería matar a su padre.
Ni siquiera pudo pensar con coherencia, se dejó llevar por la cólera, algo que sin duda lamentaría después. No fue consciente de los minutos, tampoco del par de manos temblorosas que le alejaron de su progenitor, solo podía sentir ardor. En sus ojos, su rostro, sus puños. El nudo en la garganta y esa furia que se mezclaba con la culpa, la peor de las tristezas.
Horas después, dando su declaración en una estación de policías, podría dejar de sentir esa mezcla de emociones, ese miedo y ese rencor. El aire llegaba a sus pulmones con calma, y casi se podía permitir una sonrisa suave, porque finalmente había ayudado a su madre.
🌹
Entre las ideas más extrañas que tuvo en su vida, definitivamente conducir casi diez horas era la más estúpida.
Su madre le había mirado con sus cejas algo fruncidas, mas no pudo detenerle. Él, ignorando todo gesto, le sonrió con inocencia mientras rebuscaba sus cosas para luego dejarlas en su mochila, alistando todo. Su abuela también le veía con desconfianza, pero la verdad es que a él no podía importarle menos.
Ambas rusas, tenían una expresión lo suficientemente similar para llegar a lo cómico, sin embargo Otabek sabía que no estaban de verdad molestas. Inna e Irina no cabían de la emoción, mientras que Vera mantenía sus ojos tristes porque su hermano se iría de viaje sin ella. El mayor de los Altin se mantenía tranquilo al saber que sus mujeres se encontraban en un buen lugar, su abuelo estaba feliz de tenerles en casa, y sus hermanitas parecían amar Priyoutino, con suficiente calma como para olvidar lo ocurrido en la semana anterior.
Al día siguiente, se aseguró de llenar el tanque y acomodar su mochila, asintiendo a cada indicación de su madre y su abuela, recibiendo las palmadas cariñosas de su abuelo, y los ojitos suplicantes de sus hermanas. Un último abrazo con su madre le hizo poner los ojos en blanco, mas la sonrisa en su rostro fue inevitable.
— No lo arruines ahora, cariño. Lo que hagas... piensa en tu felicidad también.
No podía negarlo, no mientras ella le abrazaba con sus manos cálidas y suaves, su madre era simplemente perfecta. Decidió asentirle en respuesta, incapaz de decir algo más.
Cinco horas de viaje, un descanso de una hora y luego más tiempo recorriendo las frías carreteras rusas, fueron lo suficiente para que Otabek despejara su mente y se preguntara qué carajo estaba haciendo. ¿Qué quería conseguir con este viaje? ¿Qué haría una vez en Moscú? Había sido una decisión jodidamente rápida, pero es que sentía que el tiempo se le escapa de las manos, y quizás, una semana después ya era lo suficientemente tarde.
No podía seguir con su mente atormentándole, no sabía realmente qué quería conseguir con ese viaje, ni mucho menos qué iba a ocurrir. Solo era consciente de un deseo, ver a Yuri Plisetsky, y ser sincero con él, por una vez en su vida, como quizás nunca lo ha sido, decirle todo lo que hay en su corazón.
Que le ama, que le necesita.
Sin embargo, ¿Qué ocurre después?
Tales pensamientos podía deprimirle de un segundo a otro, por lo que sinceramente prefería no tocarlos. Su camino parecía eterno, y sus ojos se cansaban a la vez que su mente se nublaba en un montón de hechos. Habían ocurrido demasiadas cosas desde la partida de Yuri, su aceptación -finalmente- como homosexual, la orden de restricción hacia su padre, el cambio de casa.
Y todo parecía estar bien, para él y su familia, bien para Yura, quien cumplía su sueño. Y otra vez se preguntaba qué estaba haciendo, por qué estaba conduciendo hacia Moscú, para perturbar esta felicidad y calma, para arruinarlo todo otra vez.
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Había llegado a una especie de hostal cercano al teatro, bastante conveniente y económico, lo suficientemente espacioso como para que él se pueda dar vueltas por el lugar, golpeando su cabeza con un cojín. Aún no se decidía qué hacer, hasta que, en la oscuridad del cuarto, mirando el techo con frustración, pensó en ir hasta Yuri Plisetsky.
Y así lo hizo, ni bien eran las diez de la mañana, el ya estaba camino a la academia del teatro, con la ropa menos delincuente que encontró entre sus pertenencias. Sus manos temblaban con fuerza y quiso culpar al frío, y por un paso que daba, quería retroceder dos. Los nervios le estaban comiendo vivo, sin embargo fue capaz de llegar hasta la academia, donde una chica castaña le recibió en la recepción, con una mirada suspicaz.
Se acercó hasta el mesón con aparente calma, sonriéndole con dificultad, mientras ella le observaba con detención. Y es que Otabek Altin parecía cualquier cosa excepto bailarín de ballet, por lo que en realidad no entendía qué carajo estaba haciendo ese chico ahí.
— Hola, ¿puedo ayudarte?—Otabek asintió con calma, apoyándose sobre la mesa.
— Estoy buscando a alguien, un alumno, Yuri Plisetsky.
La castaña se vio tentada de soltar una carcajada, porque ese chico estaba realmente loco. ¿Es que acaso no conocía a Lilia? Esa mujer podría matar a cualquiera que tuviese la osadía de interrumpir su clase, y ella era la encargada de evitar que eso ocurriera.
— Está en clases, no puedes interrumpirle.
— Es de vida o muerte.
Otabek se maldijo por ser expresivo como una roca, mas al parecer fue lo bastante bueno como para convencer a la castaña, pues en un par de segundos ella ya le estaba sonriendo.
— Tercer piso, sala siete. Si alguien pregunta, tú entraste solo, ¿Oíste?
El kazajo asiente con una sonrisa en el rostro, yendo con rapidez hasta las escaleras. El camino se le hace eterno, con el corazón desbocado y la mente hecha un revoltijo, no quería hacer más que llegar junto a Yuri. Una vez en el piso tres, buscó con la mirada las salas y se dejó llevar por la delicada tonada que un piano estaba interpretando, haciéndole sonreír con algo de melancolía. Sin darse cuenta ya estaba junto a una enorme puerta entreabierta, disfrutando de la música, y la vista.
Yuri Plisetsky estaba frente a él, con su reflejo en un espejo que abarcaba toda la pared, moviéndose con la delicadeza que le caracterizaba, la belleza que eran sus pasos y la perfección que solo alguien como él podía alcanzar. Llevaba el pelo suelto, y Otabek pudo sentir como su corazón latía más rápido, y su mente no dejaba de reproducir el mismo pensamiento una y otra vez.
Siete años atrás, en la calurosa azotea de su colegio, cuando vio a un chico rubio bailando ballet, con su figura fina y hermosa, dando una y mil vueltas, envolviéndole en su baile. Ahora, tenía a ese niño otra vez frente a él, con su cuerpo aún hermoso, su cabello brillante y sus pasos envolventes. Pero no era el niño que conoció. No era un niño, en primer lugar, ya no tenía diez años. Y ya no era un simple desconocido, era mucho más.
Y ahí, viéndole oculto, observando su belleza, hipnotizándose con esta, Otabek tuvo otra duda en sus pensamientos.
¿Qué habría ocurrido si nunca hubiese interrumpido a Yuri ese día? ¿Qué pasaría si no lo interrumpe ahora? Nuevamente, su viaje carecía de sentido, hasta que pudo ver la expresión de su rostro.
Yuri estaba feliz.
Y él pudo sonreír en respuesta, con pasos lentos y calmados hasta las escaleras, con los latidos de su corazón haciéndole compañía, y los labios curvados con ganas, sin querer abandonar la sonrisa. No hizo más que llegar hasta la recepción, donde la castaña le vio con una ceja alzada, y él le pidió un papel y un lápiz.
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Sus clases eran duras, aún cuando era verano, Lilia insistía en comenzar con el ballet desde el primer día. La casa de la rusa, por otra parte, era un palacio, y él estaba más que feliz de vivir en él. En apenas unos días ya podía decir que estaba acostumbrado a la vida con Lilia y Yakov, una especie de nuevos padres, quienes eran sumamente estrictos, siempre preocupándose de él.
El teatro y la academia, por otro lado, eran simplemente perfectos. En su primer día, conoció tantos bailarines que se sintió como en un paraíso, compartiendo experiencias con las chicas del ballet, saludando chicos en el comedor. Una semana después de su llegada, ya estaba en sus clases particulares, para nivelarse con el resto de su edad.
Eran las cinco de la tarde cuando al fin pudo salir de su clase e ir directamente a su hogar, aunque como vivía con Lilia, debía esperarla. Estaba sentado en uno de los enormes sofás del lobby cuando la chica de la recepción le hizo una seña, llamándole.
— Anna, buenas tardes.
— Buenas tardes, Yuri, tengo algo para ti.
La castaña le sonrió, sacando un sobre blanco, sin firma o sello alguno. Yuri lo tomó con desconcierto, viéndole con una ceja alzada. Ella, por otro lado, le sonrió con suavidad, recordando al chico que estuvo esa mañana en la academia.
— ¿Qué es esto?
— Ha llegado para ti, lo olvidaste en San Petersburgo.
Antes de que pudiera preguntar algo más, Lilia estaba junto a él, apurándole para que fuesen al supermercado. Yuri le dio las gracias a Anna, despidiéndose luego, mientras que la castaña le sonreía sin más, respondiéndole.
Horas más tarde, mientras cierto kazajo conducía por la carretera camino a Priyoutino, Yuri estaba en su habitación, tirado sobre su enorme cama, cansado. Buscó sus audífonos en los bolsillos y se lamentó de tenerlos dentro de la mochila, levantándose con pereza hasta su escritorio. Y ahí, dentro de su bolsa, encontró otra vez ese misterioso sobre blanco.
Su corazón dio un brinco y sus manos temblaban nerviosas, por lo que prefirió ir hasta su cama para leer con calma, abriendo el sobre. Se encontró con un papel doblado en cuatro partes, que contenía una letra más que conocida. Se hizo un nudo en su garganta, y antes de siquiera leer la primera palabra, sentía sus ojos verdes llenarse de lágrimas.
Aún así, se apresuró a leer aquella carta, para luego cubrir su rostro y sollozar oculto entre sus manos, con una sonrisa surcando sus labios, y su respiración calmada.
"Es hora de que tomes el escenario principal, el mundo entero te espera. Haz realidad tus sueños, eres el único que puede hacerlo. Vive tu propia vida, baila por tu sueño. Canta, canta, canta tu propia canción. Haz, juega, y descubre al máximo... Sigue tu propio camino y ve mucho más allá. Éste es tu comienzo; vive tu propia vida... Éste es tu comienzo, este es tiempo para ti."
Se abrazó tontamente a ese trozo de papel, releyéndolo una y otra vez, sin poder borrar la expresión de su rostro. Quería creer las palabras de Otabek, grabarlas en su mente, guardarlas tal y como lo había hecho con un montón de otras cosas. Ese beso robado, esas noches con música y penumbras, esos viajes en motocicleta.
Y decidió que, incluso si le dolía, iba a hacerle caso.
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latikobe · 6 years ago
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“No vine buscando el sueño americano, salí huyendo de la pesadilla cubana”
Juan Carlos Cremata en Tampa (foto cortesía del autor)
LA HABANA, Cuba. – ¿Quién no sufrió en Cuba los rigores de la despedida? ¿Quién no subió a la balsa o al avión dejando mucho atrás? Los cubanos muy bien conocemos del exilio, y nuestras escapadas cumplieron ya muchas centurias. Desde que fuimos “descubiertos” por los españoles la huida se hizo habitual. Los cubanos intentamos escabullirnos desde que el descubridor se hincó de rodillas en nuestro suelo y a pesar de que, como él mismo asegurara, “Esta es la tierra más hermosa que ojos humanos hayan visto”. Y yo, que alguna vez tuve cierta vocación por el exilio y me quedé, tuve que despedir, y  extrañé a muchos entrañables. Hace tres años se fue otro amigo a quien no le quedó otro remedio que decidir su partida.
Juan Carlos Cremata Malberti debió chillar muchas veces, tras la puesta de “El rey se muere”, como aquel personaje de su película “Nada” que interpretara Thais Valdés. Como su personaje debió gritar: “Me quiero irrrrrrrrrrrrr”. Y se fue. Se marchó un 15 de abril, hace ya tres años. Por eso quise entrevistarlo, una vez más. Y esta fue, de todas, la más difícil. Ahora que estamos “lejos”, y no podemos conversar en el banco de un parque, en mi casa o en la suya, usamos el correo electrónico.
Desde La Habana envié cada pregunta y esperé en ella su respuesta. Él, algo más díscolo, y quizá más ocupado, respondió cuando pudo. Y de esa “conversación” electrónica, que alcanzó más de treinta páginas, quedaron estas. Y no me resultó extraño que, mientras armáramos esta “rara” conversación, estuve recordando con insistencia un verso de Luis Cernuda: “y ser de aquella tierra lo pagas con no serlo”. Eso escribió el poeta español sin pensar en los tantos cubanos que dejaron de serlo cuando decidieron para ellos el exilio o cuando fueron obligados a vivirlo. Por mi buen amigo Juan Carlos, y con él, preparé esta entrevista en la que se verán representados cientos de miles de cubanos que fueron a vivir lejos, tras la llegada al poder de unos rebeldes que pronto hicieron saber que aquí no había espacio para los que se atrevieran a disentir. Por ese amigo que no estuvo con su madre mientras moría, por el que no ha dado, en tres años, un abrazo a su hija, y por los tantos que tienen historias semejantes, tuvimos esta conversación.
— Ya pasaron tres años desde aquel 15 de abril de 2016 en el que subiste las escalerillas de un avión que te llevó a los Estados Unidos. ¿Qué motivó el viaje?  
— Viajé a Estados Unidos respondiendo a una invitación del Pen Club de Nueva York, ese que preside Paul Auster, para participar en el “Voice World Festival”. También me habían convidado a impartir conferencias en las universidades de Connecticut, Yale, la Florida, y el New York City College; todas interesadas en que hablara de mi carrera, y las terribles consecuencias que me hizo vivir la censura cubana.
— ¿Y mientras volabas ya estabas decidido a acogerte a la Ley de Ajuste Cubano?
— Sí, en ese momento, y también cuando hacia las maletas, ya había reconocido que no existía mejor opción. Estuve más que convencido cuando entregué mi pasaporte en la aduana y me acogí a la Ley de Ajuste Cubano. Ese instante fue solo un clímax, un pivote, un giro de tuerca. Cargué con el peso de todo lo que me había ocurrido en la isla, con ese peso subí al avión, con el bajé en el aeropuerto de Tampa.
— Y hacer un viaje sin fijar el retorno no te pareció “tremendamente serio”.
— Sí, muy serio, pero serias fueron también las circunstancias de mi vida cubana. Nunca le gusté al poder, ni siquiera en aquellos días en los que me gradué en la Escuela internacional de cine y televisión con “Oscuros rinocerontes enjaulados”, que hoy está en los archivos del Museo de Arte Moderno de Nueva York. Serio fue retornar a la isla después de pasar todo un año sabático, también en Nueva York, con el que me premió la fundación John Simon Guggenheim. Transcurridos los trescientos sesenta y cinco días de ese año volví, y todavía recuerdo las caras asombradas de quienes constataban mi regreso, quienes sin recato alguno preguntaron las razones del retorno. Volví porque me dio la gana, porque pretendía hacer una obra en Cuba, y la hice, a pesar de los tropiezos y la censura. ¿Te parece normal un país donde el regreso resulta tan raro?
— No es normal, es sintomático, visibiliza la intención de la mayoría, incluidos los que regentan. Es innegable que ese desconcierto asiste a muchos cubanos, que cada vez son más los que convierten al exilio en patria…
— Yo regresé para trabajar. Hice “Nada”, donde Carla Pérez, el personaje que interpretó Thais Valdés, grita bien alto: “Me quiero irrrrrrrrrrr”, y ese grito visibilizó el deseo de muchos, y quizá regresé para hacer evidente ese grito, para defenderlo. “Nada” fue considerada por el jurado como la mejor Opera Prima en el Festival internacional de cine de La Habana, y luego se estrenó en Cannes, durante la Quinzaine des Realisateurs, a donde Cuba no iba desde la “Lucía” de Humberto Solás. Allí se miró el grito.
— Y ese grito no lo perdonaron, pero en Cuba se sucedieron esos chillidos desesperados, y el deseo de marcharse de la isla tuvo más adeptos.
— Y también las escapadas…, pero mientras crecía esa vocación por el exilio, ellos me impedían hacer “Candela”, un musical en coproducción con Francia. Cuando decidí hacer “Viva Cuba”, el Partido Comunista en la provincia, comandado por Esteban Lazo, se opuso a su filmación, alegando que en Cuba no se perdía ningún niño, pero cuando ganó el Grand Prix Ecrans Junior, en Francia, creyeron que les serviría, incluso para el turismo y la propaganda oficial. Fue entonces cuando la distribuyeron por todas las embajadas y la proyectaron en un sinfín de eventos oficiales.
— Luego vino Chamaco.
— Sí, y fue otra ofensa que no perdonaron, sobre todo porque se estrenó, simultáneamente, en La Habana y en Miami, y porque hacía visible la prostitución masculina y la corrupción policial.
— Y peor si ya sabían que de las filas de la policía también se había nutrido ese gran ejército cubano de prostitutos.
— Resultó difícil que la estrenaran en La Habana. Fuera de la capital solo se vio en Cienfuegos, en un evento oficial.
— A pesar de todo lo que me dices, creo que “los tragos más amargos” fueron en el teatro.
— ¡Sin dudas! El teatro me trajo muchas satisfacciones pero también fue quien le dio la posibilidad al gobierno, de convertirme en un “cero a la izquierda”. A la puesta de “Las viejas putas” la consideraron “sucia”, y encargaron a la prensa que “incendiara” con su crítica la puesta de “El frigidaire”. “El malentendido”, de Camus, no corrió mejor suerte, aunque la sala se repletara en cada función. Nunca me perdonaron que mostrara tanta suciedad en “La hijastra”, y mucho menos que la historia fluyera en un enorme basurero. “Cloaca” también fue atacada. Y “El rey se muere” le puso la tapa al pomo. Allí vieron la muerte del “comandante”, y mandaron a parar, y cerraron mi grupo, y se sucedieron las diatribas…, uno de sus perpetradores se quedó acá unos meses después, en ese “monstruo” en el que hoy vivimos los dos. Así es de generoso este país que dejó entrar a ese taimado.
— ¿Y cómo fue la reacción de tus compañeros en el cine?
— Fue diversa. Muchos directores se pudieron en mi contra. Recuerdo aún a Manolo Pérez dando golpes en la mesa, “solapadamente” sugiriendo que yo era un agente de la CIA, ya sabemos que esa acusación es un lugar común de la “izquierda cubana”, pero muy peligrosa, y da rienda suelta a la represión, y puede llevar a la cárcel, en un país donde las pruebas no son necesarias. Kike Álvarez me hizo responsable, por mi supuesto histrionismo, de que no avanzara la ley de cine. También tuve la solidaridad de Ernesto Daranas, Fernando Pérez, Enrique Colina, Belkis Vega, Carlos Lechuga, y recuerdo también al preclaro Enrique Pineda. Estos últimos son de perenne evocación, como algunos actores, técnicos, e incluso el público.
— ¿Y qué haces ahora?
— Nada remunerado, si a eso te refieres. Yo no vine buscando el “sueño americano”, vine huyendo de la “pesadilla cubana”, en esa que crecí y en la que no creí nunca, a la que aborrezco con toda mi alma. No hago cine y tampoco teatro, pero tampoco podría hacerlo en esa Cuba de hoy. Aun así el exilio está siendo una experiencia muy fecunda para mí. Escribo y publico mis “Memorias del exilio” donde cuento mis experiencias, y tengo también un proyecto personal llamado “Micro cinema”, en el que realizo pequeños cortometrajes para las redes sociales. Así aprendo y me especializo editando en mi casa, en mi computadora.
— ¿Cómo resuelves tu economía?
— Gracias a una persona que me adora, que me ayuda, me soporta. Hasta hoy no he recibido apoyo de alguna institución, tampoco me acerqué para solicitarlo. Espero a tener mis papeles en regla, y mientras tanto; estudio, escribo, y sueño dormido y despierto. Consulto, en internet, todo lo que puedo, que es mucho. Leo lo que no pude conseguir en Cuba, y pienso en los que no me dejaron leer y ver todo lo que quise. He tomado el exilio como un aprendizaje. Esto puede parecer desarraigo, pero también crossover.
— ¿Cuál es tu rutina?
— Duermo muy bien, y mantengo un excelente nivel de alimentación, y nado, nado mucho. Vivo en una casa con piscina, y sabes lo que eso significa para cualquier cubano. Mucho más para mí que pasé mis primeros años en una escuela de natación. La piscina es “el breve espacio en que no estoy”. El luto por mi madre lo he estado acomodando así, ahogando mis lágrimas en el fondo de esa piscina, mientras braceo.
— ¿No extrañas nada?
— Extraño la rutina del trabajo que llevaba allá, pero aquí conseguí la tranquilidad. Como no creo en el “patria o muerte” salí a buscar la vida, y la encontré, y también a esa persona que me quiere. Y tengo agua fría y caliente todo el tiempo. No tengo que poner el motor ni comprobar si ya entró el agua, ni esperar pipas, ni cargar cubos, ni vigilar el calentador para que no se me olvide apagarlo. ¿No te parece genial? Aunque pensándolo bien si hay algo que extraño, y es CMBF, donde solía escuchar música clásica.
— Es simpático, nos pasa lo contrario. Tengo todos esos problemas que dejaste acá, aunque puedo escuchar CMBF.
— ¿Viste? ¡Nada es perfecto! Esa tranquilidad no la tuve en Cuba, pero aquí no me asusto si se va la luz porque es muy raro que suceda, pero si va a pasar me avisan, me piden disculpas, aseguran que solo será por unos minutos y, lo que resultaría increíble para nosotros, es que cumplen la promesa. Lo mejor de todo es que no hay CDR y los vecinos no me vigilan, y si lo hiciera el FBI, no tengo nada que ocultar. Escribo y publico mis “Memorias del exilio” y nadie las censura. Si voy a una “sentada pacífica tengo la seguridad de que no dormiré unas cuantas noches en “Villa Marista”, sé que no recibiré una golpiza, que volveré a casa sano y salvo.
— ¿Bajo qué condiciones volverías a Cuba?
— Lo mejor sería volver sin condiciones. Yo no me fui de Cuba, “a mí me fueron”, pero la verdad es que no me interesa ir a la Cuba que dicta y prohíbe. No quiero ir a la Cuba que golpea mujeres, que proclama decretos que limitan la creación. No voy a ir al encuentro de un poder dictatorial. No iré a un país que condena a los suyos al “Patria o muerte”, me gustaría más visitar un país que tenga como consigna un “Mundo y vida”, un “Patria y libertad”. Debo volver algún día a despedir las cenizas de mi madre, debo volver para insistir en la adopción de mi hija, esa adopción que el gobierno impidió porque yo no era revolucionario. Volveré, pero no como un héroe. ¿No te parece una pena que nadie reclame mi vuelta?
— Volverás, yo voy a reclamarte.
— Eso lo sé, y también que no serás escuchado…, pero yo te enviaré fotos, sonriendo. ¿Viste la sonrisa en cada foto? ¿Notaste que soy feliz?
“No vine buscando el sueño americano, salí huyendo de la pesadilla cubana”
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nofeelingsatthetime · 8 years ago
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          : 𝗯𝗮𝘀𝘁𝗮, 𝘃𝗲𝘁𝗲 muse: Boo SeungKwan. ᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝ Pidió un café simple, y como acompañamiento un pastel pequeño. Akihiro miró, por décima vez, el reloj de aquella cafetería y comprobar que ya había pasado una hora desde que su trasero estaba pegado en la silla de aquel lugar. Estaba avergonzado, pero enojado a la vez, había llegado allí con la leve esperanza de que quien lo citó ya estuviese ahí en la mesa y arrepentido de todas las cosas que hizo en el pasado. La sorpresa de que estaba solo, que aún no había alguna presencia conocida, lo desconcertó de cierta manera. Tal vez llegó demasiado temprano, y la cita era a las cinco. Akihiro optó por sentarse en una de las mesas, esperar unos minutos más y excusarse de que estaba esperando a alguien. Segundos y minutos pasaron. Cuando se dio cuenta, ya las manecillas apuntaban al número seis. Decidió dejar los vasos de agua y pedir una orden de inmediato, hasta pudo ver el alivio en el rostro del mesero que le atendió. Akihiro se sintió culpable, empezó a disculparse. — No se disculpé... — dijo el amable chico, rascando sus cabellos nervioso. — Debería disculparse más el que lo dejó plantado. Si quieres, la casa invita y... — No. — cortó con dureza, sintiendo como su labio temblaba. — Solo... tráeme la orden, por favor. ¿Plantado? ¿Aquella era la palabra que no quería pensar...? Yamamoto quiere carcajearse de muchas maneras, pero más por la amargura que estaba apoderándose de cada vena en su cuerpo. Él aceptó la cita a quien fue su ex hace meses atrás, hasta pensó darle una nueva oportunidad al ver su cara de arrepentimiento cuando le rogó. No lo negaba, su corazón dio un vuelco al verlo tan decidido a él como la primera vez, tanto que aquel día tuvo que mirarse un millón de veces en el espejo y buscar alguna imperfección. Desde la mañana estaba así: nervioso, ilusionado, sintiendo como su corazón latía y sus mejillas se ruborizaban al pensar lo qué pasaría aquel día. Vaya, jamás creyó haber sido planteado por quien lo invitó. Quería llorar, reír, chillar y golpear algo. Parpadeó tres veces, tratando que sus ojos no se vuelvan cristalinos por las lágrimas que querían caer. — Aquí está su orden. — Muchas gracias... Bebió su taza con café y comió de su pastel con total tranquilidad, a pesar de que estaba temblando ahora mismo. Y como un masoquista, miró por doceava vez el reloj: ya eran siete menos algo. Supo que, otra vez, fue engañado e ilusionado por la misma persona. Y que él, como siempre, se dejó manipular como un jodido títere. Akihiro finalizó de su café a los siete minutos. Dejó el poco dinero (pero suficiente) para pagar su orden, y con lentitud, salió de aquella cafetería. Era idiota, pero tenía un poco de esperanza para creer que él aparecería frente suyo, disculparse y meterle alguna excusa para caer redondito a sus pies. Llegó a su casa poco después, sintiendo como las lágrimas caían por las esquinas de sus ojos y como trataba de acallar los gimoteos de dolor con su mano. Sintió tanta amargura, tanta que su mano se impactó con el espejo del baño causando que tiras de sangre se deslicen por su propia mano. Al otro día despertó con la garganta seca, un dolor en su mano y sus ojos rojizos por el llanto de anoche. Prendió su móvil, encontrándose con mensajes de su instructor de piano enojado, siendo más de veinte (de la rabia, se olvidó de sus clases). Y entre tantos, vio el nombre de él. La amargura volvió a inundarse en su cuerpo. Pero decidió leerlo, ver como se disculpaba, ver como metía alguna excusa que ni se la creyó. Sabe que tiene que comprarse un nuevo teléfono pues, el suyo recién acaba de ser impactado contra la pared blanca de su habitación. Aquella tarde mete una excusa de que se siente mal desde ayer, por esa razón no fue a sus clases particulares de piano y canto. Sin embargo, Akihiro no se siente bien consigo mismo a pesar de creer superar el acontecimiento de hace unas tardes atrás, siente que debe poner un punto final a esa historia porque, tarde o temprano, los dos se encontrarán otra vez y aquel muchacho querrá explicaciones que Yamamoto no puede entregarle. Lo cita, por última vez, en la plaza más cercana de su casa. Está vez no llega tarde, pero el rubio no se siente complacido o feliz. — Lamento lo de esa tarde, yo... — muerde su labio inferior, mirándolo fijamente. — P-Por favor, dame una oportunidad más... — Te he dado dos oportunidades, y la tercera me has decepcionado. Te cité aquí no por tus excusas, si no para decirte que no quiero verte más cerca. — ¡P-Pero...! — Gracias por las cosas bonitas que me hiciste sentir, pero esto no funcionará más. Ya no te quiero más, no quiero verte detrás de mí y tampoco me busques para una relación otra vez... eso es todo. Akihiro desaparece de la plaza a los pocos minutos, tratando de hacer oídos sordos por quien chillaba su nombre en desespero. No miró hacia atrás como siempre, no, está vez trato de observar hacia adelante y abrir bien los ojos para no ser usado como un trapo de vuelta. Akihiro no negará de que amó a aquel chico, fue quien le concedió y aprendió muchas cosas sobre el amor. Pero el amor iba y venía, no todo era para siempre como los cuentos. Fue una etapa bonita, pero una que se destruyó por las mentiras, excusas e ilusiones de cada uno. No lo ama, pero tampoco lo odia. Es un punto neutro en la manera de que lo ve, lo que sí desea, es jamás verlo otra vez y cerca suyo. Su presencia, su aura y todo él; solamente causa que Akihiro quiera alejarse más y más de él. Haberlo deshecho de su vida fue una buena opción. ᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝ ( #pianist ;  ‹#GoAwayƪ #Ddium › ) 
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peachymokka · 5 years ago
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Capítulo 30: No hay nada nuevo bajo el sol
Yo nunca me sentí tan tonto
al menos nunca como tú
no quiero levantar sospechas sobre mi
espero que no tengas nada que decir
Lo intento todo para ser
mejor de lo que fui
de lo que fui hasta ayer
no hay nada nuevo bajo el sol
ni escombros de un amor que pueda recoger
💭
Por algún motivo, los días eran eternos. Aún cuando podía crear una rutina que le alejara de la negatividad y de sus pensamientos, el tiempo pasaba lentamente y las noches le mantenían despierto.
Y así, aún cuando los días pasaban lentamente, pasaban, y con ellos las semanas. Dos semanas donde se dedicó a sus exámenes y, de ese modo, evitar a Yuri. Aunque a veces, mientras mira el techo de su habitación y luego su pila de cómics en el estante, cree que el tiempo no pasa, sino que retrocede. Cuando eran niños y tenían que ocultarse por razones que no entendían muy bien, pero que ahí estaban, haciendo que Otabek no tuviese el valor de ir junto a Yuri al comedor con el resto.
Días de historietas y zapatillas de ballet, ahora poco queda de eso.
Porque a lo largo de los años había tomado decisiones sin pensar en Yuri, sino que solo en él mismo. Como cuando era un niño temeroso del amor, y se consiguió una novia para convencerse a si mismo de que el revoloteo en su estómago no significaba nada. Y ahora lo intentaba de nuevo, convenciéndose de que la vida de todos sería mejor sin sus errores. Quizás era un cobarde, quizás siempre lo ha sido. Le gusta pensar que no, que al contrario, es valiente y honrado. Lo que sea para mantener sus pensamientos a raya.
Pero al menos estaba dando resultado, porque sus calificaciones mejoraban y las cosas en su hogar también, así que no había más de qué preocuparse. Siempre y cuando no pusiera esa canción triste en repetición ni buscara esa playlist que había hecho para ambos; aunque, bueno, sería mejor que no escuchara música simplemente, porque todo le recordaba a Yuri Plisetsky. Y eso era un problema.
Y los días pasaban lento, pensando en su mejor amigo, recordando con tristeza que seguían siendo novios, y que le seguía enviando mensajes que a veces el moreno respondía. Como esa noche, donde Yuri le había enviado la foto de un gatito, sin motivo aparente. Otabek soltó una risita en cuanto vio el mensaje, con la luz del teléfono iluminando su rostro en medio de la oscuridad de su cuarto, y no tardó en escribirle una respuesta. Aunque luego la borró, porque tras dos semanas de soledad, quería oír su voz.
Sus dedos no tardaron en ir hasta el ícono de llamada, y antes de arrepentirse, lo pulsó, ansioso. Estaba casi seguro de que al escucharle lloraría, o finalizaría la llamada.
— ¿Beka?
Y estuvo a punto de lanzar su teléfono, o comenzar a sollozar como esa noche en que le pidió un tiempo. Extrañamente, pudo contenerse, fijándose en la voz dulce de su novio, porque... seguían siendo novios, claro, solo había sido un tiempo. Por el momento.
— Hola, Yura.
Y gracias a todo lo divino, su voz sonaba normal, aunque sentía su garganta molestándole. Por otro lado, desde su habitación, la sonrisa de Yuri inundaba el lugar, con Canela durmiendo a su lado, la lámpara iluminando con calidez y el disco de ambos sonando como un suave murmullo. La voz de Otabek hizo que su corazón latiera más rápido, estar alejado de él le había afectado bastante, y en esos momentos ya no podía pensar en nada excepto la felicidad que sentía.
— ¿Por qué llamas?
— ¿Por qué me envías la foto de un gatito a las... doce y media?
Yuri pudo escuchar la voz adormilada de su novio y se sintió un poco culpable, aunque la risa que brotó de sus labios fue inevitable. Otabek rió con él, tratando de no hacer mayor ruido.
— Mañana terminan los exámenes, es un regalo de celebración.
Otabek sonríe al escucharle, cayendo en cuenta de que era cierto. Mañana acababan los exámenes, y con eso su excusa para no ver a Yuri. Sin mencionar además que le quedaban apenas un par de semanas antes de graduarse, antes de que llegara el verano y con él las decisiones de ambos. Podía sentir la ansiedad de pensar en eso, en lo que le diría a Yuri... en lo que vendría después.
Y ahora sí tenía miedo de llorar.
Porque en tan solo dos semanas estaría frente a su familia con un diploma en la mano y alguna chica al azar junto a él, celebrando que su vida adulta daba inicio, y que a la vez, su adolescencia e infancia de fantasía quedaban atrás. Y con eso, Yuri Plisetsky.
— No quiero que el tiempo pase, Yura.
No pudo evitar que su voz fuese apenas un murmullo lastimero, y Yuri tuvo el impulso de ir a su lado, aún cuando estaba demasiado lejos.
— Entonces... sentémonos juntos y pongamos la misma canción una y otra vez, podríamos jugar a que seguimos siendo niños en la azotea.
En su habitación, Yuri sonreía divertido, ignorando el hecho de que a varios kilómetros, Otabek intentaba no suspirar triste, con el nudo en la garganta. En la habitación del moreno no había más que silencio, y Otabek cerró sus ojos para escuchar la respiración calmada de Yuri, jugando a que estaba junto a él.
Le gustaba esa palabra, jugar. Podrían jugar a que el tiempo no pasa, jugar a que no tienen que alejarse, jugar a que eran los mismos de antes, y que todo era mucho más fácil.
— ¿Estás dormido?
La voz de Yuri le sacó de sus pensamientos, y pudo sonreír levemente, limpiando su rostro aún cuando nadie puede verle.
— No, ¿lo estás tú?
Su tono burlesco hace reír a Yuri, en un murmuro suave que hace vibrar cada partícula de Otabek, quien también se permite reír.
— Otatonto.
— Quiero verte, el sábado. Sentémonos juntos y pongamos la misma canción una y otra vez.
— ¿Mañana no?
Pudo hacer una mueca al pensar en que ocurriría mañana, frotando su rostro con molestia.
— No, mañana solo quiero dormir en cuanto llegue a mi casa, babe.
Yuri soltó una risita y le dijo un suave no te preocupes. Su conversación terminó poco después, y lo único que podían escuchar era la respiración acompasada del otro. El silencio les inundaba, mas no era incómodo o molesto, sino al contrario, pacífico. Escuchando los murmullos de canciones y la respiración delicada de Yuri, acompañada de uno que otro suspiro, Otabek pudo dormir esa noche.
Y soñó con gatos, historietas, ballet y canciones que sonaban una y otra vez.
🌹
Cuando salió del salón de química, luego de rendir su último examen, vio a Víctor apoyado sobre los casilleros, y no tardó en correr a su lado y abrazarle. El ruso reía emocionado, mientras que Yuuri les veía contento, así como algo avergonzado por el espectáculo que ambos estaban dando.
— Otabebé, no puedo creer que ya dimos todos los exámenes, esto hay que celebrarlo.—Víctor secaba una lágrima falsa en su mejilla, y su novio alzaba una ceja, con una sonrisa en el rostro.
— Oh, ¿y cómo les fue?—Otabek pudo reír al escuchar eso, mientras que Víctor cambiaba su sonrisa de corazón por sus mejillas infladas, haciendo un berrinche.
— Yuuuuri, lo importante es que ya dimos los exámenes, no cómo nos fue en los exámenes. Así que, Otabear, fiesta en mi casa esta noche, ¿Qué te parece?
El kazajo le sonrió con desgano, mientras tomaba las cosas de su casillero y las guardaba con rapidez.
— Justo hoy tengo una cita urgente, Víctor, lo siento.—El ruso le miró indignado, imitando su reacción con Yuuri.
— Otabek, ¿cómo planeas conseguir pareja para la graduación si no vas esta noche?
Era gracioso, porque Víctor ni siquiera pensó en la opción de llevar a Yuri, conocía demasiado bien a su amigo. Y Otabek se permitió bromear un poco, tratando de no pensar en aquello.
— Oh, no te preocupes. Estaba pensando en invitar a Sara, ¿qué dices?
Pudo escuchar la risotada de Víctor y Yuuri, y se permitió reír junto a ellos. Aunque el resto del día lo pasó en el silencio común que le caracterizaba, escuchando como sus amigos seguían haciendo planes sobre esa noche. Durante el almuerzo se sorprendió de ver a Leo en la mesa con sus amigos, mas no hizo comentario alguno. Y como de costumbre, recibió la mirada reprobatoria de medio instituto, incluyendo el ceño fruncido por parte de JJ en cuanto se percató de su presencia.
Dos semanas más, podía repetirse una y otra vez.
Por desgracia, Víctor estaba lo suficientemente emocionado con su fiesta como para chillar durante todo el almuerzo, y Yuuri no hacía nada por detenerle. Otabek pudo reflexionar en sus planes para esa noche, y decidió mandar al carajo la salida con su padre, con otra idea en mente.
— ¿Víctor, cómo harás una fiesta si nadie está enterado?—Yuuri podía ver a su novio con una mueca astuta, mientras que el ruso solo ponía su característica boca de corazón.
— Yuuri, de eso se encarga tu adorable amigo Phichit.
Otabek intentó no bufar al oír el nombre de ese hámster, y por primera vez durante la conversación, le sonrió a su amigo.
— ¿Aún quieres que sea el dj?—Víctor pudo verle con sus enormes ojos azules brillando, y Leo sonrió en respuesta, junto con Yuuko.
— ¿Otabear, vas a dejar tu lado asocial y vas a acompañarnos?—Aunque, claro, poco le duró a Otabek su sonrisa al oír a su amigo.
— ¿Quieres que vaya o no?
🌹
Era increíble como es que la casa Nikiforov podía siempre llenarse tanto, incluso cuando las tertulias de Víctor se anunciabande un momento a otro. El ruso no se molestaba por poner una generosa cantidad de licor, mientras que sus invitados eran libres de traer el resto.
Y como siempre, todo estaba tan asquerosamente lleno. Personas en el salón bailando o devorando los labios de alguien en algún rincón, la piscina llena de flotadores y adolescentes valientes que no le tenían miedo a las bajas temperaturas, y la cocina repleta de botellas y vasos a medio beber. El segundo piso era un lugar que había que dejar aparte, porque allí nadie iba sin pareja.
Y Otabek no era capaz de entender cómo es que la señora Nikiforov no le decía nada a su hijo, aunque claro, era él quien debía limpiar al día siguiente. Y ese ya era castigo suficiente.
Pero poco le importaba a Otabek qué le pasara a Víctor o cómo conseguía permiso para un evento de ese nivel, lo que a él le importaba era ser el dj, lo que más le gustaba. Eran apenas las diez y ya se sentía un poco mareado, tenía el teléfono apagado y sus dedos se deslizaban una y otra vez por la mesa, subiendo el volumen de las canciones, viendo como todos bailaban en el salón bajo un par de luces de colores. Y entre ellos, el delicado cuerpo de Yuri Plisetsky, sonriéndole de vez en cuando.
Y Otabek se veía tentado de poner la misma canción una y otra vez y jugar a que el tiempo no pasaba, porque en cuanto estuviera junto a Yuri, inevitablemente las cosas sudecerían. Lo había pensado durante días, noches enteras y tardes solitarias, y su relación con Yuri Plisetsky no iba a seguir por mucho tiempo más. A veces es mejor ser amigos.
Y aunque quiso poner la música una y otra vez, aún no estaba tan borracho como para hacerlo. Así que siguió en su trabajo mientras recibía un par de tragos de personas simpáticas que se encargaban de hidratar al dj, hasta que se sintió lo suficientemente mareado como para pedir un descanso, y pudo reconocer como Leo le quitaba los audífonos con una sonrisa y tomaba su lugar.
Yuri le esperaba en un rincón de la sala, y casi creyó estar alucinando. Se veía tan hermoso como le recordaba, y se sintió mal de tan solo pensar en lo que ocurriría entre ambos.
Por su parte, Yuri buscaba la mano de Otabek en medio de esa oscuridad y ruido, algo mareado por el alcohol en su sistema, quería sentir la piel tibia de su novio. Le arrastró con pereza hasta el pasillo entre el baño y la cochera, donde la luz no llegaba.
Entre el licor y el miedo, Altin juntó sus labios con rapidez, desesperado, ansioso. Yuri le siguió el ritmo y se aferró a su cabello, acariciando sus mejillas de vez en cuando, juntando sus cuerpos con cada movimiento. Otabek se separó segundos después, con el rostro ardiendo y la boca seca, Yuri le veía desorbitado.
¿Por qué siente que ya había vivido algo así?
Quizás era el alcohol o la música, ese beso que no debería haber dado; pero Otabek estaba más que seguro de que el tiempo retrocedía. Y recordó el cumpleaños de Yuri, aunque se prometió que no volvería a cometer un error como el de ese día.
— Beka...—Yuri tenía la voz un poco más ronca que de costumbre, arrastrando las palabras, tocando el cabello de su novio. Y Otabek pudo saber enseguida qué es lo que quería, porque había visto esa mirada antes.
— No, vamos a tu casa...
— Mi abuelo nos va a matar. —La risa contenida se reflejaba en sus ojos verdes y brillantes, Otabek sonrió en respuesta.
El kazajo hizo caso omiso y le tomó de la mano, arrastrándolo hasta la salida, llegando hasta su motocicleta y asegurándose de ponerle bien el casco a su novio. Le pidió a todas las divinidades que por favor llegaran en una pieza e intentó ir más lento que de costumbre, sintiendo las manos cálidas agarrándose de su cintura. Las luces le cegaban de vez en cuando y la risa de Yuri solo le confirmaba que estaba bastante bebido.
Contra todo pronóstico, llegaron al hogar Plisetsky sin mayores problemas, subiendo las escaleras en silencio y risas ahogadas. Yuri se lanzó a sus labios en cuanto estuvieron juntos, con la puerta cerrada y las luces apagadas. Otabek sostuvo las mejillas del menor, pasando sus dedos con pereza por su suave piel, separándolos.
Tomó al menor en sus brazos, y lo llevó hasta la cama, sin mayor rapidez o ansiedad. Le dejó con calma y pudo ver sus ojos deseosos, parecidos a los de él. Y aún así, no hizo más que quitarse las botas y recostarse a su lado, abrazándolo. Yuri captó el mensaje y dejó un último beso sobre los labios de su novio, acurrucándose contra él. El moreno cerraba sus ojos, su respiración agitada se acompasaba de a poco, y sus manos apresaban a Yuri contra él, suspirando de felicidad.
Era su última noche con Yuri Plisetsky, y quería dormir a su lado.
Más que sentir los besos ardientes o siquiera escucharle gemir, él quería sentir sus manos suaves, escuchar sus suspiros y su respiración calmada. No quería recordarle como una última vez haciendo el amor, quería recordarle como una última vez juntos. Juntos en el máximo de los sentidos, escuchando el silencio que había entre ambos, oliendo su ropa, su cabello con esencias florales. Acariciándole, amándole de la manera más pura.
Una última vez.
Y esa noche, lo poco que quedaba de noche, la pasó a su lado, apreciando cada centímetro de su existencia, sintiendo su calor y su cercanía. Hasta que a las seis de la mañana, cuando el cielo tenía un color casi lila, y la luz podía iluminar el rostro sereno de Yuri y la mueca triste de Otabek, el moreno decidió despertarle.
Una última vez.
— Yura...  
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peachymokka · 5 years ago
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Numero 14: Dominante 
Yuri era una persona fuerte, su humor difícil hacía que para todos, él fuera el tigre ruso. Y había sido siempre así, desde el jardín de niños hasta el día de hoy, razón por la que dirigía una de las empresas más importantes en todo el continente. Para todos, no existía persona que pudiera domar al tigre.
Pero eso no era cierto.
Porque, claro, quizás en el ámbito profesional Otabek no fuera más que un subordinado más, ni siquiera una mano derecha, ni siquiera alguien destacable. Mas cuando estaban a solas, a veces en la oficina, casi siempre en el departamento del kazajo, Otabek Altin era el amo. Aunque a veces también era daddy, la mayoría de las veces, mientras que Yuri era siempre bebé o gatito. El caso es que luego de una primera vez, habían quedado prendados con una especie de relación sencilla, donde Otabek Altin era el jodido amo, y Yuri no podía hacer más que estar de rodillas ante él. 
Joder, sí.
Y eso ocurría en esos momentos, Otabek hacía uso de su trato y encanto, mientras que su jefe Yuri Plisetsky organizaba todo para una reunión que se daría en menos de una hora. No había reglas sobre el trabajo, un montón de veces Otabek le había castigado dentro de la oficina o la sala de juntas. Así que en realidad Yuri no debió de sorprenderse cuando pudo escuchar su voz ronca, en el silencio que había entre ambos, erizando cada vello de su cuerpo menudo. 
— De rodillas, Yura. 
Como si de una especie de hechizo se tratase, Yuri ni siquiera lo pensó antes de simplemente dejar las cosas en el escritorio y lanzarse al suelo, frente a Otabek. ¿Habían cerrado con llave? Otabek siempre lo hacía, era listo, y a la vez un imbécil que aprovecharía cualquier momento para poner a Yuri de rodillas. 
Altin le analizaba, Yuri había adoptado la pose de siempre, con la mirada sumisa que solo él conocía, el cabello largo y sedoso cayendo junto a su rostro, esperando. Otabek se paseó por el lugar, observando atentamente, porque la mejor parte de ser el jefe, es ver como su pobre gatito se desesperaba. Ya casi podía oír su respiración acelerada.  
El kazajo volvió pronto a su sitio, tomando el mentón de Yuri para que sus ojos verdes le vieran con atención, mientras tomaba el objeto que guardaba en su bolsillo. Pronto la caricia en el rostro de su sumiso se detuvo, llevó sus dedos hasta los labios del rubio, abriendo su boca lentamente, Yuri relajó la mandíbula y simplemente se dejaba hacer, succionando los dígitos que entraban en su boca. Otabek sintió el calor invadir su cuerpo cuando Yuri comenzó a lamer con ansias, succionando de manera lasciva, con sus ojos verdes fijos en el kazajo. 
Tuvo que sacar sus dedos de golpe, si es que no quería acabar con Yuri sobre el escritorio y él embistiéndole como si no tuvieran una reunión pronto. Plisetsky le vio con desconcierto, sus ojos expresivos eran su perdición, y sus labios rosados que en ese momento parecían brillar gracias a lo humectados que estaban. 
— Daddy...
Su tono era apenas un quejido, no muy caprichoso, pero si desconforme. Otabek respiró profundo antes de tomar la mejilla de Yuri, con delicadeza, para que se mantuviera en silencio.
— No te he dado permiso para que hables, gatito. 
Sus labios pronto hicieron un mohín, aunque su expresión se serenó pronto, atento a los planes de su amo. Otabek hizo su tacto más fuerte, levantando a Yuri del suelo, notando la mirada ansiosa. Acarició su rostro un poco más, antes mostrarle lo que traía en su otra mano, haciendo que el ceño de Yuri se frunciera por una fracción de segundos. Algo que Otabek alcanzó a percibir.
— Gatito, quiero ponerte esto. 
Yuri miró con miedo el pequeño vibrador que Otabek traía entre manos, no es como que no haya usado uno antes, pero justo en ese momento no quería ponerse eso en el culo y arruinar la reunión con los posibles accionistas. Le envió una mirada significativa, a lo que Otabek asintió, dejándole hablar. 
— ¿Ahora, daddy?—Su voz temblaba levemente, una mezcla de miedo y adrenalina. No podía evitarlo, estar en esa situación era terriblemente excitante. Otabek le sonrió en respuesta, un gesto rápido.
— Ahora, y no quiero que te lo quites hasta que estemos juntos, en mi departamento.
Yuri soltó un jadeo, joder, eso sería en unas cuatro horas más. Otabek le tomó por la cadera, juntando sus erecciones casi despiertas, mientras con la otra mano bajaba sus pantalones lentamente. Yuri gimió al sentir como los dedos del kazajo rozaban su piel, le vio por unos cortos segundos, mientras que Otabek le giraba como si nada, tomando su cuerpo con fuerza a la vez que le inclinaba sobre el escritorio, y dejaba su trasero en alto. Plisetsky volvió a jadear, excitado y sorprendido, tan caliente como el aliento de Otabek rozando su cuello. El moreno se inclinó contra él, golpeándole con su erección, mientras su boca se paseaba por su cuello, clavículas y mejilla. En un suspiro, volvió a dirigirse a su sumiso, mientras sobaba sus muslos.
— Siempre puedes usar tu palabra de seguridad, Yura. Si dices Potya, no hago nada, pero si guardas silencio podré asumir que estás de acuerdo.  
Como el tigre ruso que era, Yuri se tragó sus preocupaciones. Otabek soltó una risita satisfecha, un sonido ronco que erizó cada vello de Yuri, eso, y que además el kazajo ya estaba bajando sus pantalones mientras se agachaba frente a sus muslos. Sintió la lengua de Otabek haciéndose paso hasta su entrada, lamiendo lentamente, sus dedos se afirmaron de lo primero que tocaron, mientras ahogaba un gemido al reposar su rostro sobre el escritorio. Otabek deslizaba su lengua, el tacto húmedo y caliente le volvía loco, y solo empeoró cuando sintió como el vibrador pequeño se introducía en él, lento y desesperante. 
Como pudo, se aferró al escritorio e intentó no chillar de placer, porque ese no era el jodido lugar para hacer un espectáculo. Una vez lo tuvo por completo dentro, Otabek sonrió satisfecho, viendo el desastre que era Yuri, con las rodillas temblorosas y el sonrojo en el rostro. Apretó la carne de sus muslos, para luego tomar impulso y darle un azote suave, animándolo. 
— Vamos, gatito, la reunión comienza en quince.  
🌱  
 Estaba frente a unas cuantas personas, eran tres posibles accionistas y el equipo de siempre, Otabek incluido, como lo hacía hace un tiempo. Respiraba profundamente mientras las diapositivas seguían, hasta el momento la presentación iba excelente, su voz apenas y temblaba, mas estaba nervioso. Otabek aún no encendía el vibrador, pero Yuri sabía que lo haría en cualquier momento, y eso le tenía tenso. 
El kazajo le veía como si nada, hasta que rebuscó entre su bolsillo, fijándose en el rostro del ruso en el momento en que presionó el botón del control. Yuri ahogó un gemido en cuanto sintió el vibrador en su interior, fingió una tos y buscó algo de agua, encontrando los ojos oscuros de Otabek. Le miró sereno, mientras poco a poco el sonrojo se hacía lugar entre sus mejillas. Continuó con la presentación, parando de vez en cuando para respirar profundo y controlar sus gemidos y jadeos, hasta que una corriente aún más potente pudo recorrer su cuerpo entero. El vibrador era demasiado placentero, y estaba casi seguro de que Otabek había aumentado la potencia. 
Intentó seguir adelante, aún con el temblor en su voz y en sus rodillas, mas pronto tuvo que parar de golpe, tapando su boca para evitar soltar el grito que estaba reteniendo. Se inclinó un poco y finalmente salió de la sala, dejando a varios desconcertados, y a cierto kazajo sonriente. 
  🌱  
Camino al departamento del moreno, horas más tarde, nadie decía nada. Yuri guardaba silencio molesto, Víctor tuvo que cubrirle y acabar con la reunión, y no le molestaba el solo hecho de que fuera poco profesional acabar así un encuentro, sino que además el imbécil de Nikiforov fue quien lo hizo. Otabek por su parte estaba demasiado concentrado en qué iba a ocurrir, sospesando la idea de no castigar a su gatito, teniendo en cuenta lo ocurrido.
Por otro lado, al llegar al piso de Otabek, Yuri tenía otros planes. Estaba molesto, molesto y caliente. Plisetsky fue el primero en entrar, quitándose la chaqueta y dejándola tirada, haciendo lo mismo con su corbata, dejándose caer sobre sus rodillas, mirando fijo a Otabek. 
El kazajo sonrió complacido, mientras se deshacía de las mismas prendas que el rubio, para luego tomar con fuerza a Yuri, besando sus labios con fuerza mientras sus manos se encargaban de quitarle el resto de la ropa. Obviamente no la iba a usar. Vio complacido la ropa interior del ruso, el liguero negro contrastaba con su piel pálida y sus ojos parecían brillar deseosos, esperando instrucciones.  
— Apóyate en la pared, daddy quiere verte.
No tardó en obedecer, dejando sus caderas en alto, envueltas en la tela de encaje negro. Otabek se acercó a él como si de un depredador se tratase, tomando sus nalgas con fuerza, apretando sin piedad. Yuri gimió bajito, sintiendo el aliento de Otabek rozar su piel.
— ¿Por qué me desobedeces, gatito? Te dije que tuvieras el vibrador hasta que llegáramos aquí, pero no me hiciste caso. 
 Otabek se inclinó más sobre el cuerpo de Yuri, ahora tomando la carne de sus glúteos y separando sus nalgas, ansioso por penetrarle. El ruso gimió quedo, mientras que Altin llevó sus dientes hasta el lóbulo de Yuri, mordisqueando sin detener sus caricia. Soltó su voz como un susurro profundo, un sonido aterciopelado que puso ansioso al rubio.
— Pudiste haber dicho la palabra... ¿O es que acaso no confías en tu amo?—Otabek sostuvo las caderas de Yuri, estrechándolo contra la pared, esperando una respuesta.
— Ah, daddy, no es eso...
Otabek no le permitió hablar, sus dedos rozaron su piel mientras le bajaba la ropa interior, viendo maravillado su piel blanca. Lo guió hasta la sala, apoyándolo sobre el sofá para que no cayera, mientras su mano se alzaba con fuerza, dejándose caer sobre los glúteos firmes y tersos. Yuri soltó un chillido de placer y dolor, el calor se esparció por la zona y el resto de su cuerpo, como una ráfaga de placer. 
— Sea como sea, debes ser castigado, gatito.  
Otabek no dudó en volver a azotarle, golpeando cada vez más fuerte, mientras que Plisetsky enterraba sus uñas en el respaldo del sofá, para no caer. Veía con placer como la piel de Yuri se tornaba de un rojo furioso, se inclinaba sobre él para besar la zona afectada, mordiendo luego, escuchando más gritos y gemidos. Siguió golpeándole un par de veces, contando mentalmente cada una de las cachetadas, yendo cada vez más rápido y fuerte. 
Cuando llegó a treinta se detuvo, Yuri hundía sus dientes en la tela y sus ojos estaban llenos de lágrimas, tanto de placer como de dolor, con sus mejillas ardiendo y la erección pidiendo atención. Otabek le recompensó con un beso sucio y lento, saboreando cada parte de su boca, dejando que la saliva cayera sin problema, y sus lenguas se juntaran una y otra vez. Acarició su piel lentamente, suave, casi como si le consolara. 
Pronto se alejó de él, dejándole de pie, mientras él se iba hasta la sala y se sentaba en un sofá, palmeando su erección con fuerza. 
— Lo hiciste bien, gatito, ten tu recompensa.  
Yuri apenas y lo pensó, no tardó en ir hasta su amo y caer de rodillas, ansioso. Sus manos fueron hasta el cinturón de Otabek, desabrochando y bajando su ropa, viendo feliz como el pene del moreno se alzaba para él. Altin le miró con deseo, mientras él tomaba su erección y luego la llevaba a su boca, lamiendo lentamente, rozando con sus dientes. Otabek soltó un gemido ronco, tomando el cabello del menor, enterrando sus dedos en él, guiándole. Yuri succionaba con fuerza, acariciando aquello que no podía tomar con su boca, mientras el kazajo comenzaba a mover sus caderas. 
Yuri relajó su mandíbula, aceptando el miembro de su amo, mientras este movía sus caderas con fuerza, follando la pequeña y caliente boca de Yuri Plisetsky. Este gemía entre cada estocada, y la misma vibración excitaba más a Otabek, moviéndose más contra él, tomando su cabeza con fuerza. 
 Poco tardó el kazajo en llegar al orgasmo, disfrutando la manera en que Yuri recibía todo su semen, sin rechistar. Envuelto en el morbo, le obligó a dejar su miembro, manchando su rostro. Yuri gimió al sentir el líquido espeso, con sus ojos brillantes y los labios enrojecidos y enormes, mientras Otabek le acariciaba el cabello con delicadeza, aún en su letargo. 
— Ven, gatito, complace a tu amo.—Otabek acariciaba su pene, que poco tardó en ponerse duro otra vez, bajo los ojos hambrientos de Plisetsky. 
— Yes, daddy.
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nofeelingsatthetime · 8 years ago
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              : 𝗯𝗮𝘀𝘁𝗮, 𝘃𝗲𝘁𝗲
muse: Boo SeungKwan. ᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝ Pidió un café simple, y como acompañamiento un pastel pequeño. Akihiro miró, por décima vez, el reloj de aquella cafetería y comprobar que ya había pasado una hora desde que su trasero estaba pegado en la silla de aquel lugar. Estaba avergonzado, pero enojado a la vez, había llegado allí con la leve esperanza de que quien lo citó ya estuviese ahí en la mesa y arrepentido de todas las cosas que hizo en el pasado.
La sorpresa de que estaba solo, que aún no había alguna presencia conocida, lo desconcertó de cierta manera. Tal vez llegó demasiado temprano, y la cita era a las cinco. Akihiro optó por sentarse en una de las mesas, esperar unos minutos más y excusarse de que estaba esperando a alguien.
Segundos y minutos pasaron. Cuando se dio cuenta, ya las manecillas apuntaban al número seis. Decidió dejar los vasos de agua y pedir una orden de inmediato, hasta pudo ver el alivio en el rostro del mesero que le atendió. Akihiro se sintió culpable, empezó a disculparse.
— No se disculpé... — dijo el amable chico, rascando sus cabellos nervioso. — Debería disculparse más el que lo dejó plantado. Si quieres, la casa invita y... — No. — cortó con dureza, sintiendo como su labio temblaba. — Solo... tráeme la orden, por favor.
¿Plantado? ¿Aquella era la palabra que no quería pensar...? Yamamoto quiere carcajearse de muchas maneras, pero más por la amargura que estaba apoderándose de cada vena en su cuerpo. Él aceptó la cita a quien fue su ex hace meses atrás, hasta pensó darle una nueva oportunidad al ver su cara de arrepentimiento cuando le rogó. No lo negaba, su corazón dio un vuelco al verlo tan decidido a él como la primera vez, tanto que aquel día tuvo que mirarse un millón de veces en el espejo y buscar alguna imperfección. Desde la mañana estaba así: nervioso, ilusionado, sintiendo como su corazón latía y sus mejillas se ruborizaban al pensar lo qué pasaría aquel día.
Vaya, jamás creyó haber sido planteado por quien lo invitó. Quería llorar, reír, chillar y golpear algo. Parpadeó tres veces, tratando que sus ojos no se vuelvan cristalinos por las lágrimas que querían caer.
— Aquí está su orden. — Muchas gracias...
Bebió su taza con café y comió de su pastel con total tranquilidad, a pesar de que estaba temblando ahora mismo. Y como un masoquista, miró por doceava vez el reloj: ya eran siete menos algo. Supo que, otra vez, fue engañado e ilusionado por la misma persona. Y que él, como siempre, se dejó manipular como un jodido títere.
Akihiro finalizó de su café a los siete minutos. Dejó el poco dinero (pero suficiente) para pagar su orden, y con lentitud, salió de aquella cafetería. Era idiota, pero tenía un poco de esperanza para creer que él aparecería frente suyo, disculparse y meterle alguna excusa para caer redondito a sus pies.
Llegó a su casa poco después, sintiendo como las lágrimas caían por las esquinas de sus ojos y como trataba de acallar los gimoteos de dolor con su mano. Sintió tanta amargura, tanta que su mano se impactó con el espejo del baño causando que tiras de sangre se deslicen por su propia mano.
Al otro día despertó con la garganta seca, un dolor en su mano y sus ojos rojizos por el llanto de anoche. Prendió su móvil, encontrándose con mensajes de su instructor de piano enojado, siendo más de veinte (de la rabia, se olvidó de sus clases). Y entre tantos, vio el nombre de él.
La amargura volvió a inundarse en su cuerpo. Pero decidió leerlo, ver como se disculpaba, ver como metía alguna excusa que ni se la creyó. Sabe que tiene que comprarse un nuevo teléfono pues, el suyo recién acaba de ser impactado contra la pared blanca de su habitación.
Aquella tarde mete una excusa de que se siente mal desde ayer, por esa razón no fue a sus clases particulares de piano y canto.
Sin embargo, Akihiro no se siente bien consigo mismo a pesar de creer superar el acontecimiento de hace unas tardes atrás, siente que debe poner un punto final a esa historia porque, tarde o temprano, los dos se encontrarán otra vez y aquel muchacho querrá explicaciones que Yamamoto no puede entregarle.
Lo cita, por última vez, en la plaza más cercana de su casa. Está vez no llega tarde, pero el rubio no se siente complacido o feliz.
— Lamento lo de esa tarde, yo... — muerde su labio inferior, mirándolo fijamente. — P-Por favor, dame una oportunidad más... — Te he dado dos oportunidades, y la tercera me has decepcionado. Te cité aquí no por tus excusas, si no para decirte que no quiero verte más cerca. — ¡P-Pero...! — Gracias por las cosas bonitas que me hiciste sentir, pero esto no funcionará más. Ya no te quiero más, no quiero verte detrás de mí y tampoco me busques para una relación otra vez... eso es todo.
Akihiro desaparece de la plaza a los pocos minutos, tratando de hacer oídos sordos por quien chillaba su nombre en desespero. No miró hacia atrás como siempre, no, está vez trato de observar hacia adelante y abrir bien los ojos para no ser usado como un trapo de vuelta.
Akihiro no negará de que amó a aquel chico, fue quien le concedió y aprendió muchas cosas sobre el amor. Pero el amor iba y venía, no todo era para siempre como los cuentos. Fue una etapa bonita, pero una que se destruyó por las mentiras, excusas e ilusiones de cada uno.
No lo ama, pero tampoco lo odia. Es un punto neutro en la manera de que lo ve, lo que sí desea, es jamás verlo otra vez y cerca suyo. Su presencia, su aura y todo él; solamente causa que Akihiro quiera alejarse más y más de él.
Haberlo deshecho de su vida fue una buena opción. ᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝᅝ(#tocatta) 
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