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Capítulo 35: El sonido de los corazones que se quiebran
Ven, amiga Última vez Cómo explico Lo que se fue
A un mundo que no entiende Lo que tú y yo teníamos? Que, quizás, cambié y que ellos Todos sufren y están sordos
El sonido de los corazones que se quiebran Cada vez que tú y yo rompemos la promesa Yo iba a ser tu compañero Y tú mi más amiga No escuches el sonido Yo te cuido de este mundo injusto, amor.
💭
Ese día, por alguna razón, no podía quitarse la sonrisa del rostro.
El viaje hasta Moscú había sido tranquilo, y ahora faltaban apenas unas horas para que llegase la noche y pudiera ver a Yuri. Tenía los tickets hace meses, le bastó tan solo hablar con Nikolai para que este le dijera la fecha de presentación, y entonces no tardó en comprar las entradas para estar ahí. Ahora su chaqueta de cuero descansaba sobre la cama del hostal, mientras él arreglaba su cabello y rebuscaba sus gafas de sol, alistándose para salir en búsqueda de un ramo de tulipanes.
Esa noche, era el debut de Yuratchka Plisetsky, y él, años atrás, había prometido estar ahí. Y así lo haría, porque aún a pesar del tiempo, podía recordar con detalle cualquier aspecto de él, sus ojos verdes, labios suaves, sonrisa como una estrella. A veces creía ver su cabello dorado en medio de una multitud, y recuerda con diversión la primera vez que le vio y pudo confundir su hermosa figura con la de una niña; a veces creía ver sus ojos, aunque luego caía en la cuenta de que nunca nadie podría tener una mirada como la de él.
Tan brillante, tan hermosa.
Esos ojos que veía en sus sueños, desde el día en que le dejó.
🌹
Ese día, por alguna razón, no podía quitarse los nervios de encima.
El día había empezado bien temprano con su maestra despertándole con emoción, con un desayuno abundante y delicioso. Luego de comer con el estómago hecho un nudo, junto a Yakov fueron hasta el teatro, donde el resto de las bailarinas se estiraban, ya con sus ropas deportivas. Entre el ensayo final y los calentamientos, casi pudo olvidar lo nervioso que se sentía.
Casi, porque esa noche era más que importante, era su momento estelar en el escenario del teatro Bolshói, donde bailaría frente a miles de personas con el papel protagónico de El Cascanueces, una obra clásica que había hecho historia en el teatro hace más de sesenta años. Y de tan solo pensar en esa noche, su cuerpo se estremecía, su corazón se aceleraba y debía tomarse un momento para respirar.
Estaba nervioso, peor peor que eso, tenía un mal presentimiento.
Aún así, fue incapaz de mantener su mente en ello, pues luego de los ensayos, Lilia le llevó a almorzar junto a Yakov, para que luego durmiera una siesta y se diera un largo baño. Su maestra podía comportarse como una madre, así como también podía ser el mismísimo demonio en persona, mas en estos dos años ambos se han tomado demasiado cariño.
La tarde pasó más rápido de lo que a él le hubiese gustado, y sin darse cuenta ya estaba sentado frente al tocador del camarín, con un montón de flores por el lugar, y las luces del espejo iluminando su pálido rostro. Lilia estaba atrás de él, amarrando su cabello en una apretada trenza que luego acomodaría en un remolino bajo su nuca, acariciando a Yuri en el proceso. Él por su parte trataba de darle algo de color a su rostro, aún cuando al comienzo de la obra debía de usar una máscara.
De repente, Lilia le sacó de sus pensamientos, apretando con fuerza sus mejillas, provocando un quejido de dolor en él. Yuri se volteó hacia ella, con el ceño fruncido, mas la rusa le relajó el rostro con uno de sus dedos.
— ¿Qué mierda te pasa? No apretujes mi cara, duele.
— Cuida tu vocabulario, Yuratchka.—La rusa replicó con voz grave, mientras Yuri bufaba molesto.— Si continúas con ese rubor falso voy a explotar, lo mejor es un lindo color natural en tus mejillas.
— Vieja loca.
Yuri recibe otro golpe por parte de Lilia, aunque luego esta le envuelve en sus brazos, con cariño. El rubio se relaja durante el abrazo, sonriendo ante el contacto de quien se ha convertido en más que una simple maestra, algo así como una tía gruñona.
— Estoy orgullosa de ti, Yuri.
Pudo sentir un incómodo nudo instalarse en su garganta en medio del abrazo y las palabras dulces de la mujer, recordando con nostalgia a su abuelo. Lilia se separó con lentitud, para luego pasar uno de sus largos dedos por su rostro, secando un par de lágrimas que cayeron sin su consentimiento. Yuri le veía con una sonrisa, y es que para algo tan simple como eso, Lilia seguía siendo una mujer con clase.
Tiempo después, siguieron hablando en calma mientras Yuri se vestía y se preparaba, ya más calmado, sin poder apartar la mirada del espejo. Se veía feliz, la sonrisa apenas y cabía en su rostro, mientras esperaba los minutos para ir hasta el escenario.
Esa noche, definitivamente, sería sorprendente.
🌹
No quería verlo ahí, no quería que estuviera ahí. Porque Otabek Altin causaba demasiadas cosas en él, y de tan solo notar su presencia temía por sus rodillas, tenía miedo de romper a llorar de un momento a otro. Porque con su sola respiración se sentía débil ante el kazajo, se sentía atraído hacia sus brazos, sus manos cálidas, las mismas que ahora sostenían un enorme ramo de tulipanes.
Una muda disculpa tatuada en su rostro, con esos ojos marrones que veían asombrados, tal y como cuando eran unos niños.
Mentiría si dice que no pudo reconocerle desde el mismo momento en que posó sus ojos en la multitud, con la sonrisa aflorando en sus labios, para el público. Porque la verdad es que Otabek seguía resplandeciendo, junto a un montón de personas, él seguía siendo un imán para Yuri Plisetsky, y su sola presencia podría iluminar el escenario del ruso.
Pensó que había retrocedido en el tiempo, ahí, en medio del teatro Bolshói, Yuri tuvo la sensación de tener otra vez diez años, y que estaba bailando en la azotea, frente al niño idiota con quien compartía el almuerzo.
Aunque ahora el niño no lo era más, conservaba esos ojos atentos, esa calidez, la adoración que podía demostrar su rostro al verle bailar. Y quiso llorar, dando vueltas frente a más de mil personas, sintió el peso de su amor y el nudo en su garganta que casi le impide continuar.
Pero nada de ese importaba, ni cuanto aún le quería ni si era tonto que lo siguiera haciendo o no, porque no era el momento para pensar en eso. Era su debut, y no iba a llorar y mostrarse débil. Estuvo meses preparándose, meses de intenso esfuerzo y cansancio, donde sí pudo sollozar y extrañar a Otabek, a él y a su familia, meses de resentimiento y frustración.
Meses que no importaban ahora, y él iba a demostrarlo, sonriendo de la mejor manera, saltando más alto, siendo perfecto.
Y así fue como el tiempo pasó en un parpadeo, y su cuerpo no sentía nada, su mente en blanco y el corazón desbocado. Solo pudo salir de su ensoñación cuando escuchó los aplausos estruendosos del público, y sonrió hacia ellos, con los ojos rebosantes de lágrimas, mientras el telón caía ante él.
Sintió los brazos de su maestra y solo en ese momento pudo dejarse caer, dándole paso a sus lágrimas y su enorme sonrisa. Lilia acomodó su cabello con ternura, viéndole con orgullo, sonriéndole. El resto del grupo no tardó en unirse, incluso Yakov llegó hasta ellos y le tomó en brazos con emoción. Minutos después aún se oían los aplausos y todos se acomodaron en el escenario, a la vez que el telón volvía a levantarse y Yuri recibía la ovación de pie.
🌹
Minutos después de despedir al público, Yuri se cambiaba de ropa en el camarín, aún con la enorme sonrisa en el rostro. Las personas que pasaban por ahí no dudaban en felicitarle, y él recibía cada cumplido con emoción. Cuando iba a mitad del pasillo, listo para salir en tranquilidad y encontrarse con Lilia para celebrar, sintió como alguien le jalaba del brazo, a la vez que una potente voz se escuchaba por sobre el ruido de las personas.
— Yura.
Su corazón tardó apenas un segundo en acelerarse, mientras que sus pulmones decidieron dejar de funcionar. Se volteó con lentitud, para encontrarse así con quien más temía, el mismísimo Otabek Altin.
Por unos largos segundos nadie dijo nada, no hacían más que observarse en silencio, casi reconociéndose. Otabek mantenía a Yuri agarrado, con miedo de que este saliera huyendo, en su otra mano llevaba un ramo de flores, y el ruso intentaba ignorar ese hecho. El corazón de ambos latía a un ritmo increíble, y las piernas de Yuri se sentían débiles de un momento a otro.
Nadie dijo nada, hasta que los labios de Otabek se movieron suavemente, saboreando cada letra.
— Yura.
Inevitablemente, los ojos del menor comenzaron a arder, tanto de tristeza como de coraje. Era un manejo de nervios y sentimientos encontrados, y no tenía idea de qué hacer. Gracias a las divinidades, antes de que pudiera responderle, escuchó la voz de Yakov llamarle.
Otabek soltó por reflejo a Yuri, y ese fue su único error.
El rubio no tardó en salir corriendo, esquivando a las personas con destreza y rapidez, intentaba alejarse lo más pronto posible de Otabek. El moreno por su parte soltó de golpe las flores, y salió tras el rubio, perdiendo el rastro minutos después, en medio de la multitud del teatro, quería tirarse al suelo, frustrado de haber perdido su oportunidad.
Yuri corría sorprendentemente rápido, aún cuando sus ojos estaban llenos de lágrimas y sus pulmones comenzaban a arder, él seguía corriendo y evitando personas, evitando a Otabek. Sin darse cuenta había llegado hasta la salida del teatro, donde más personas se aglomeraban. Pudo esquivarlas a todas, avanzando un par de cuadras más, con el pulso acelerado y los ojos ardiendo.
Aún podía escuchar los pasos tras él, por lo que siguió hasta un oscuro callejón, a poca distancia del teatro. Su respiración era trabajosa y una horrible sensación le recorría de pies a cabeza, sintió miedo, un mal presentimiento que no pudo explicar.
Hasta que escuchó un jadeo.
Y se dio cuenta de que, en realidad, no era Otabek quien le seguía.
Se volteó con lentitud en cuanto escuchó un sonido metálico, sus labios temblaban y sus manos también, trato de buscar apoyo en algo para no caer, mas fue inútil. Pudo hacer contacto visual con el hombre frente a él, no le conocía, nunca en su vida le había visto, mas por alguna razón le daba desconfianza y miedo, le tenía nervioso.
Poco duró la confusión para él, porque en menos de un segundo, el desconocido había sacado un arma, y le apuntaba con ella.
Yuri pudo ver los ojos nerviosos de su asesino antes de que este diera el primer tiro, y el tiempo parecía detenerse. Sus ojos viajaban por el lugar antes de sentir como la bala atravesaba su piel y el dolor ascendía, un jadeó escapó de sus labios y sus ojos se pusieron en blanco, mas pudo ver como su asesino lanzaba otros disparos nerviosos y desesperados, para luego huir.
El cuerpo de Yuri cayó con pesadez, mientras la sangre brotaba sin remedio y la vida poco a poco le abandonaba, jadeaba en sufrimiento, en la agonía del dolor y sus ojos llorosos.
Y antes de dar su último suspiro, en medio de un barrio oscuro, en la soledad del suelo frío donde su sangre había hecho un charco, Yuri tuvo el ademán de soltar un sollozo.
🌹
Las personas le estorbaban, había demasiada gente y él había perdido el rastro de Yuri hace unos minutos, mas siguió buscándole, corriendo desesperado. De repente llegó hasta la salida del teatro y un estruendo le caló los huesos, haciéndole estremecer. Escuchó como un arma se disparaba, mas no pudo reconocer de donde provenía.
Las personas comenzaron a agitarse, él mismo sintió como su pulso aceleraba y se movió nervioso. Escuchó más balazos y luego comenzaron los gritos, agitando más su corazón. Entre la multitud y el desorden se alejó del teatro, minutos después el caos reinaba y la policía había llegado para poner orden, mientras enviaban patrullas en busca del origen del presunto accidente.
Se quedó observando al policía que estaba manteniendo el orden, la manera en que recibía un mensaje, y como su rostro adquirió una mueca entristecida.
"Un joven muerto unas cuadras más allá"
Incluso cuando recibió una reprimenda, sus movimientos resultaron involuntarios y le obligaron a seguir al policía que iba hasta la escena del crimen. Solo quería asegurarse, porque sus manos parecían temblar sin motivo y se encontraba nervioso, jadeando por correr cada vez más rápido, hasta que se topó con la cinta amarilla de alejaba a las personas.
Había un montón de gente alrededor, todos con muecas tristes, los murmullos le pusieron aún más nervioso y solo le bastó con pasar bajo la cinta para acercarse con miedo, deseando con todas sus fuerzas que no sea más que una coincidencia el hecho de que Yuri haya desaparecido de su vista.
Mas estaba equivocado.
Sus ojos se encontraron con el cuerpo sin vida de Yuri, y no pudo evitar caer sobre sus rodillas, mientras el aire parecía no llegar hasta sus pulmones. Y no importaban las personas a su alrededor, ni quienes intentaban sacarle de ahí, él no podía apartar sus ojos, incluso cuando estos se encontraban nublados.
En medio de su dolor, los sollozos abandonaban sus labios sin su consentimiento, y solo pudo pensar con tristeza que, aquel ruido estremecedor que pudo escuchar minutos atrás no era un arma, sino el sonido de dos corazones que se quiebran.
Porque nunca nadie podría entender su dolor y mucho menos su amor, porque nadie sufre como los que sufren en verdad, y por mucho que quisiera negarlo e intentar protegerse, la verdad es que a veces el odio puede más que todo lo demás.
Porque son Hijos Del Peligro, su destino es igual.
🌹Fin🌹
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Capítulo 33: Tatuaje
Mira hacia atrás
muchos años atrás
no eramos tan distintos
Ahora tal vez
solo queda esta noche
y apenas nos hablamos
Ven hacia mi
que me quiero despedir
luz de neón
pienso en ti.
💭
Ni siquiera se dio cuenta y ya estaba junto a Víctor, en una tienda carísima del centro comercial, buscando el perfecto traje para su graduación. Yuuri les hacía compañía, mas también se paseaba en busca del atuendo que usaría en un par de días. Yuri por su parte quiso golpear a ambos por dejar todo a último momento, y además arrastrarle a eso.
Veía su teléfono con aburrimiento, esperando a que Víctor apareciera con otro traje idéntico al anterior, para pedirle su opinión. El tema es que ese maldito anciano se veía bien en todo, y él parecía aún no entenderlo. Yuuri era igual, probándose al menos cuatro sin decidirse aún, siendo que todos le quedaban de maravilla.
Lo más asqueroso, según Yuri, es que ese par de tórtolos querían combinar para su graduación, pensando en todas las fotos bonitas que podrían sacarse. Ugh.
Y para su peor suerte, en su instagram todos sus contactos no hacían más que subir fotos sobre su graduación. Incluso pudo ver una historia de Otabek, algo fatigado con todo el tema de un baile y ropa cara. Decidió no pensar más en el kazajo, no mientras seguía en su mente el hecho de que se iba a graduar en menos de cinco días, y que él se iría a Moscú.
Desde su rompimiento no habían compartido una conversación con más de tres palabras, apenas y se saludaban con una sonrisa amable, almorzaban junto al resto, reían junto al resto. No tenía idea de qué pasaba por la mente del moreno, tampoco estaba seguro de qué ocurría en su propia mente, con los pensamientos dando vueltas y ese estúpido miedo de no verle nunca más. Ni siquiera sabía por qué quería seguir viéndole, si las cosas ya no eran como antes, y ya nunca lo volverían a ser.
Se sentía imbécil por seguir pensando en él, porque aún le gustaba y porque se sintió dolido cuando escuchó por Víctor que Otabek había conseguido pareja para la fiesta. No valía la pena seguir pensando en esas cosas, mas no podía evitarlo, si el moreno se había quedado prendado a él como si de un tatuaje se tratara.
Antes de que pudiera ponerse triste otra vez, Víctor apareció junto a Yuuri, ambos con trajes sobrios y similares, diferenciándose solo por la corbata que traía cada uno; Víctor con una color lila y Yuuri con otra de un color azul eléctrico. Yuri sonrió al verles, feliz por ellos... y porque al fin habían encontrado su ropa y ahora podrían ir a comer algo.
🌹
Una tarde, mientras cenaba en silencio junto a sus hermanas, su madre y su padre conversaban en calma sobre él. Faltaban apenas unos días para su graduación, por lo que Vladimir Altin ya estaba pensando en qué debería usar su esposa ese día. Ya habían decidido sobre su traje, al igual que su pareja, porque a su padre le había parecido excelente que él invitara a Lena, por supuesto.
Intentó no pensar mucho en todo eso, sino al contrario, mantenerse lo más alejado posible. No quería que llegara su graduación, con eso solo sería el adiós a demasiadas cosas, Yuri incluido. Si bien ahora no hablaban ni se acercaban como antes, al menos podía verle, y con eso estaba satisfecho. Saber de él, ver su sonrisa y escucharle feliz. Pero en cuatro días más, luego de que él tuviese su diploma en la mano, Yuri tomaría un avión directamente a Moscú, a más de setecientos kilómetros de él.
Pero no podía evitarlo, y el tiempo pasaba, hasta que sin darse cuenta estaba frente a un traje estirado minuciosamente, una camisa gris y una tonta flor que quizás combinaría con el vestido de su pareja. Su celular estaba vibrando hace unos minutos, y con todo el cansancio del mundo pudo estirarse hasta alcanzarlo, pasando de largo los mensajes de Víctor, viendo con sorpresa uno por parte de Yuri.
[16:05] ¿Vas a la casa de Víctor esta noche?
Sin saber muy bien que decir, dejó el teléfono ahí, mientras una idea pasaba por su mente, por muy extraña que le pareciera. Su celular volvió a timbrar minutos después, mientras acomodaba su camisa y ya comenzaba a escuchar los llamados insistentes de su madre. Lo tomó con algo de miedo, notando que era otro mensaje del rubio.
[16:14] Beka, me quiero despedir.
Lo leyó un par de veces más, mientras sentía como el peso caía sobre sus hombros. El peso de sus decisiones, de los hechos, las consecuencias. Yuri se iba a ir, se despedirían y no le vería nunca más. Hasta el último segundo el tuvo la esperanza de que no fuera más que un sueño en el que estaba atrapado, obviamente no era así.
Le envió una respuesta afirmativa a su amigo, para luego guardar el teléfono en su bolsillo y acomodarse la chaqueta de cuero. Bajó las escaleras sin prisa, sintiendo enseguida el flash en su rostro, así como sus hermanas comenzaban a molestarle. Fijó sus ojos al frente, viendo a su madre con una sonrisa en el rostro, su padre al lado, con una expresión similar.
Quizás no todas las consecuencias eran tan terribles.
🌹
Tenía permitido solo veinte kilos de equipaje, y le parecía un robo. ¿Cómo iba a poner todo lo necesario en solo veinte kilos? Entre ropa y zapatos estaba seguro de que tenía el doble, sin contar un montón de cosas que iba a necesitar, más que a nada. Gracias a Dios Lilia le propuso llevar otros veinte ella, además de que tenía permitido pagar un costo extra por si se pasaban. Ya estaba contando los billetes para pagar por ello, porque estaba seguro de que iba a ocupar como mínimo unas tres maletas.
Hace unos días que ya había empacado la mayoría, mas siempre ponía otra cosa extra. Su laptop indudablemente iría con él, al igual que su cámara instantánea, llevaba casi toda su ropa, dejando sus armarios extrañamente vacíos. Ahora solo quedaba revisar los últimos cachivaches que podía tener revueltos por su habitación, y mientras rebuscaba, encontró algo que definitivamente se llevaría.
El disco que Beka le había hecho reposaba sobre su escritorio, con un montón de ropa encima. Lo tomó con cuidado y sonrió al darle vuelta y ver ese papel con la letra descuidada de su amigo, la lista de canciones. La portada seguía siendo graciosa, la foto de su gata hacía todo aquello un poco menos romántico, por lo que no tardó en ir hasta su estante y rebuscar entre las instantáneas de él y Otabek.
Sonrió satisfecho con el resultado, y no dudó en guardar el disco en su mochila. Incluso si no estaban bien ahora, incluso si no sabía qué iba a ocurrir entre ambos luego de esta noche, Yuri no podría jamás negar que Otabek Altin fue importante.
Después de todo, él fue feliz a su lado, y le gusta pensar en que Beka también fue feliz con él.
Con ese pensamiento en mente, fue en busca de su ropa para esa noche, la última fiesta de Víctor Nikiforov. El anciano había hecho eso para despedirle, a él y a sus amigos, porque era más que obvio que todos tomarían caminos distintos. Yuuko volvería a Japón, Víctor estaba enfocado en su beca deportiva, mientras que Yuuri de seguro iría a una de las mejores universidades de San Petersburgo.
Así que esa noche probablemente Víctor se ponga sentimental, y él quizás le responda del mismo modo, porque la verdad es que sí los va a extrañar. Aún cuando no hay nada que ame más que al ballet, debe admitir que ese imbécil ha sido un amigo por años, hasta el punto de sentirle como un hermano mayor, molesto e idiota, pero un hermano mayor al fin y al cabo.
No quería pensar en como serían las cosas con Beka, porque de solo verle tendría que aguantar las ganas de colgarse de él y pedirle que mande todo a la mierda, besándole luego. No podía hacer eso, esa noche se iban a despedir, ¿Qué será de él luego? No tenía idea, y quizás era mejor de ese modo.
Lo que sea, prefiere quedarse con lo que fue Otabek Altin, con lo que ambos fueron. Amigos, amantes, novios, Hijos Del Peligro.
🌹
No entendía muy bien porqué estaba nervioso, estaba sentado en una de las primeras filas, con su ropa perfectamente arreglada y Víctor a su lado, casi soltando lágrimas. El director dio un par de palabras, las mismas que dijo el año pasado y el anterior, y luego comenzó esa música de todas las graduaciones, mientras que les llamaban uno a uno.
Por supuesto que ser Altin tenía sus ventajas, pues fue de los primeros en ponerse de pie y recibir ese trozo de papel que certificaba que él había sobrevivido a la escuela. Sonrió para las fotografías, abrazó al director y pudo escuchar como Víctor le hacía porras desde su asiento, sonriéndole en respuesta.
El resto fue aburrido, excepto cuando pasaron a la letra K y fue turno de Yuuri, por lo que obviamente Víctor se puso de pie y comenzó a aplaudirle más fuerte que nadie, para luego recibirle con un ramo de flores. Otabek les veía con diversión, obviamente no a todos les pareció tan lindo, no quiso ni pensar en el rostro que tenía su padre en ese momento.
Y, por supuesto, cuando fue turno de la letra N y el joven Nikiforov subió al escenario, usó sus cinco minutos de fama para recordar a cada uno de sus maestros que le reprobaron en más de una ocasión, mandándolos a la mierda, porque se había graduado de todos modos. La mayoría de los alumnos aplaudió en respuesta, y es que, después de todos, Víctor se había ganado un lugar en el corazón de todos gracias a sus fiestas-no-tan-necesarias-cada-semana.
Una vez terminó la ceremonia, pudo encontrarse con su madre, quien llenó de besos su rostro, abrazándole luego. El señor Altin le sonrió, palmeando su espalda con cariño, listos para ir a esa típica recepción de padres, alumnos y la pareja de estos. Otabek dio gracias a cualquier divinidad por hacer que tal martirio pasara rápido, entre más discursos por parte de maestros y alumnos destacados, apenas y bebió un par de copas para luego tomar su motocicleta hasta la casa de Víctor.
Esperó a que su madre tuviera suficientes fotos de él usando traje junto a Lena, quien seguía callada como de costumbre, con una sonrisa dulce en el rostro, y en cuanto fue medianoche se despidió de ellos con la excusa de que era tarde para tal adorable señorita. Obviamente, para alguien como lo era Lena, la experiencia de andar en motocicleta fue lo más emocionante de su vida, y se despidieron apenas con un beso rápido, para que luego Otabek fuese a ciento diez kilómetros por hora hasta el hogar Nikiforov, donde ya podía ver una cantidad ridícula de autos.
Podía sentir la música taladrar sus oídos, habían luces de neón en todos lados, desde el enorme patio donde los adolescentes se juntaban a hablar y bailar, hasta el segundo piso. No tardó en encontrar a Víctor, sacando fotos de un lado a otro, y a Yuuri casi desnudo bailando en medio del enorme salón.
Soltó una risa ligera, yendo hasta la cocina por algo de beber, y de paso encontrar a Yuri. La casa estaba más llena que de costumbre, no había lugar donde no hubiesen personas bebiendo, y eran apenas la una de la madrugada. Mientras servía vodka en un vaso, buscaba con la mirada a su amigo, encontrando chicas con medios vestidos y chicos haciéndose los galanes con ellas, Phichit no soltaba su teléfono y se aseguraba de sacar las mejores fotos, mientras que a lo lejos pudo ver a Mila besando a un tipo castaño.
Y a unos metros de distancia, junto a ese enorme ventanal que daba al patio, casi ocultos y fusionados con la pared, Yuri y Jean hablaban. Otabek paró en seco, con la botella aún en su mano y el líquido casi derramándose, sintió los típicos celos que le hacían sentir tan idiota. No sabía qué carajo hablaban ellos dos, pero definitivamente no le gustaba aquello. Dejó la botella en un movimiento brusco, no dudó en tomar el vaso y beber con furia, viendo como ambos parecían estar demasiado juntos.
Decidió irse de ahí, con el vaso en la mano fue directamente hasta el salón, debatiéndose entre bailar con el resto o ir hasta la mesa del dj y ocupar su lugar como de costumbre.
🌹
Cuando llegó a la casa de Víctor, no encontró a Otabek en ningún lugar. Saludó al ruso con un abrazo de oso que duró demasiado tiempo, luego vio a Yuuri, quien ya había bebido demasiado y poco a poco iba abriendo su camisa. Como de costumbre, hizo su camino hasta la pista improvisada, fijándose si esa noche Beka sería dj. No se encontró con Otabek, mas pudo sentir como alguien le tomaba del brazo, volteándole.
Un par de ojos azules le vieron con amabilidad, Jean llevaba puesta una camisa sobria y solo podía resaltar su piel canela y cabello oscuro. El canadiense le sonrió, con el tono rosado de las luces de neón golpeando su rostro, y sus dedos alrededor de la muñeca de Yuri, suavemente.
— ¿Podemos hablar, Kitten?
El cuerpo de Yuri sufrió un escalofrío al escuchar el apodo, con la voz dulce de Leroy. Asintió con una media sonrisa, sintiendo como le llevaba hasta algún lado, dándose cuenta luego de que acabaron junto a un ventanal, iluminados solo por esos tonos amarillos y verdes, que aparecían al ritmo de la canción.
Jean estaba frente a él, guardaba silencio, y Yuri no sabía qué decir. No habían hablado desde ese día en que el canadiense le ofreció ayuda, y luego todo se fue al carajo.
— Escuché que te vas a Moscú...
El tono ligero y despreocupado de Leroy le hizo sonreír un poco, asintiendo. Jugaba con el vaso entre sus dedos, mirando los ojos azules de quien una vez fue su novio.
— Voy a bailar ballet, Academia del teatro Bolshói.—Jean sonrió en respuesta, una sonrisa sincera y dulce.
— Wow, eso suena estupendo, kitten.
— Jean... —Quería pedirle disculpas, disculpas por haber sido un hijo de puta, mas no sabía como decirlo para que no sonara tan mal. Leroy le vio con diversión, una sonrisa en sus labios.
— No quiero hablar del pasado, Yuri, quiero desearte buen viaje.
El rubio le miró con las mejillas sonrojadas, sonriendo. Se sentía avergonzado de tan solo haber pensado en pedirle disculpas, siendo que Jean no quería eso de su parte. Sin pensarlo más, envolvió al pelinegro en sus brazos, aferrándose a él con cariño por unos segundos.
— Espero que todo te resulte, kitten, tengo la certeza de que así será, eres el mejor bailarín de toda Rusia.—Jean hundió su rostro en el cabello de Yuri, suspirando.
— Muchas gracias, Jean.
Siguieron el abrazo por unos segundos más, separándose luego con una sonrisa. El canadiense se despidió con un gesto, y Yuri no podía quitarse la sonrisa del rostro, comenzando a buscar a Otabek nuevamente.
🌹
Como un montón de otras veces, Otabek estaba haciendo de dj cuando pudo distinguir una hermosa cabellera rubia en medio de la multitud. Dejó de lado su trabajo y llamó a Leo para que le reemplazara, tardó apenas veinte segundos en llegar junto a Yuri, rodeados del montón de personas bailando a su alrededor. Plisetsky le observó durante unos segundos, para luego arrastrarle hasta el patio, donde había menos ruido y menos personas.
Acabaron en una de las esquinas del lugar, con las luces colgando desde el techo hasta algunos árboles, la música era apenas un murmullo y el frío podía calar sus huesos. Otabek pudo notar como Yuri temblaba, con la chaqueta lila siendo insuficiente para ese frío. No dudó en quitare su chaqueta de cuero y ponérsela encima, recibiendo una sonrisa.
Con tan solo verle, Otabek había olvidado un montón de cosas. Sus planes, sus miedos, sus celos.
— Felicidades por tu graduación.—Yuri le veía con una sonrisa débil, sin saber muy bien como empezar una conversación con Otabek. Él le devolvió el gesto, asintiendo.
— Felicidades por tu viaje, Yura.
El silencio podía expandirse entre ambos, sus ojos se encontraban como no lo hacían hace semanas, con Altin apreciando esas joyas verdes por última vez, siendo iluminados con los destellos de neón que caía sobre ellos, haciéndolos más hipnóticos. Yuri intentaba ordenar sus ideas, sin saber realmente qué quería lograr al tener a Otabek a su lado.
— Beka...
Hizo un mohín con sus labios, sin encontrar las palabras adecuadas, sin saber qué hacer. En un impulso más que necesitado, fue hasta los labios de Otabek, buscando un beso. No se sorprendió al sentir la mano del kazajo, negándole el contacto y apartándolo luego, con delicadeza.
Sus mejillas ardieron de golpe, y quería llorar de pura vergüenza al ser tan idiota. Otabek le dio un abrazo corto, besando su frente luego, viéndole una última vez bajo las luces y el murmullo de la música, el viento en su rostro y esos ojos verdes. Tristes.
— Buen viaje, Yura.
Plisetsky no esperó más antes de salir de ahí, tirando lejos su chaqueta de cuero, limpiando sus mejillas mientras hacía su camino entre las personas. Vio de reojo a Víctor y sintió lástima al no poder despedirse como debía, sin embargo no quería seguir un segundo más ahí, con el ruido en su cabeza y su corazón estrujándose en el pecho, sus ojos ardían y solo quería ir a dormir junto a su abuelo y su gata.
Camino a su hogar, se sintió estúpido por haber pensado que esa última vez con Otabek habría cambiado las cosas, por haber pensado que Beka se arrepentiría a última hora y le diría que lo amaba.
Pero aún con el dolor en el pecho, quiso convencerse de que podría recurrir a aquellas cosas en su mente, besos guardados y canciones de ambos, noches de películas y viajes en motocicleta. Como si de un tatuaje se tratara, Yuri no podría simplemente desprenderse de Otabek, al menos no aún. Y estaba bien, porque Yuri fue feliz con Beka, nadie cambiaría eso.
🌹
Al día siguiente, despertando en su habitación, Otabek cubrió su rostro con pesar. El vuelo de Yuri salía a las siete de la mañana, y siendo ya las una de la tarde, era más que claro que el ruso ya estaba en Moscú hace un par de horas.
Frotó su rostro frustrado, cayendo en la cuenta de que, desgraciadamente, Yuri Plisetsky ya no estaba –ni estaría- a su lado. Se sintió aún más molesto al recordar lo ocurrido la noche anterior, la manera en que no había besado por última vez a Yuri, la manera en que no le había pedido que se quedara. Quiso maldecir a todo el mundo, a él mismo, a su padre.
Aunque nadie tenía la culpa, excepto el mismo.
Limpió con prisa las lágrimas de su rostro, escuchando como su madre le llamaba para almorzar, vistiéndose sin ganas, tratando de controlar el manojo de emociones que era él en ese momento. Se sentía tan imbécil, tan cobarde, tan malditamente desgraciado. De solo saber que había cagado esa última vez con Yuri a su lado, y que probablemente no le volvería a ver, sentía el coraje recorrer su cuerpo entero.
Bajó las escaleras sin prisa, golpeando el suelo con sus botas, una expresión severa en su rostro y la cabeza martillándole. Su familia le esperaba en el comedor, su madre sonrió al verle, al igual que sus hermanitas. Metido en su mente, no le devolvió el gesto a ninguna de ellas, dejándose caer sobre su lugar, muerto de sed.
Vladimir Altin no tardó en notar la resaca de su hijo, mirándole severo.
— Supongo que será la última vez que sales de fiesta así, Otabek, ya no eres un niño.—El moreno asintió en silencio, tomando un plato y dando las gracias, ignorando las palabras de su padre.—Ahora debes buscar un empleo, la universidad no se pagará sola, y luego tu familia tampoco.
— No es como que esté pensando en familia, ¿sabes?—Su voz era apenas un murmullo, con la mente en cualquier lado.
— Por supuesto que no ahora, pero sí en un futuro, Otabek.
— Quizás simplemente no tenga familia, papá.
Altin pudo ver desconcertado a su hijo, mientras que este parecía cabreado. Otabek no podía pensar en otra cosa más que las palabras de su padre, lo que le había dicho desde siempre, la manera en que quería que fuese igual a él. Y sintió pavor de solo pensar en esa posibilidad, enojándose al darse cuenta de que estaba haciéndolo, postulando para la universidad, para estudiar leyes igual que él, saliendo con la chica que Altin quería para su hijo, dejando de lado al amor de su vida para complacerlo a él. Apretó con fuerza los puños, mirando a su padre fijamente, mientras este le veía con el ceño fruncido.
— ¿Por qué, Otabek?
¿Por qué? Lo único que llegó a su mente en ese momento fueron un par de ojos verdes, unos labios rosados y esas sonrisas dulces, sus manos unidas y la noche anterior. Esos ojos triste y la luz de neón sobre ellos.
Si no pudo amar al amor más real que llegó a su corazón... ¿Qué más da lo que pueda llegar?
— Porque soy gay, papá, soy tan malditamente gay que fui novio de Yuri Plisetsky durante meses. Y ni a golpes podrás hacer que me arrepienta de ello.
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Capítulo 13: Fin de semana en el cielo
Si alguna vez te mentí, fue puro miedo No soporto herirte.
Fin de semanas en el cielo y tú y yo nos vamos al infierno Siempre felices, yo drogado no quiero, amor, pensar si tú te vas Yo me muero.
💭
Hace siete años, para Otabek no había algo más cálido que la sonrisa de Yuri Plisetsky, sus labios rosados y pequeños se curvaban de una manera perfecta, y él tenía el honor de ver tal maravilla. Hoy en día y con diecinueve años, Otabek había encontrado algo más cálido, y es que esos mismo labios que le sonreían como una estrella, ahora estaban junto a los de él, moviéndose suavemente.
Tuvo el atrevimiento de meter su lengua a la vez que Yuri se abrazaba de su cuello, con miedo a separarse. Escuchar el primer gemido de Yuri fue como probar un pedazo de cielo, sentir como se apretaba junto a él y le seguía el ritmo, fue el paraíso.
Había algo en los besos de Yuri, había algo en su dulzura y su sabor. Probar los labios de tu mejor amigo se sentía como beber del fruto prohibido, recordar que estás ebrio y tu novia se encuentra en el primer piso, se sentía como el infierno.
Poco duraron los pensamientos de ambos, porque en ese momento irreal solo sus cuerpos podían comunicarse. En una habitación donde sus bocas se funden y sus manos se encuentran, los amigos no necesitan palabras.
Yuri no podía soltar a su mejor amigo, sus labios estaban ansiosos de probar más, temerosos de separarse. Naturalmente el aire fue necesario, por lo que poco a poco la intensidad fue disminuyendo y sus bocas quedaron libres, aunque sus rostros seguían igual de cercanos, por lo que Otabek aprovechó para pasar su lengua por el labio inferior del menor, haciéndole temblar. El menor guió a Otabek hasta la cama, sentándole en el borde de esta, para luego ubicarse sobre sus caderas, sosteniendo el rostro del kazajo entre sus pequeñas manos.
Tuvo el impulso de soltar un sollozo, así como también un par de carcajadas. ¿Estaba soñando? ¿En serio Otabek Altin estaba con él, en una habitación, besándole? Quizás había bebido demasiado, pero estaba casi seguro de que el moreno frente a él era su mejor amigo homofóbico, de quien ha estado enamorado desde los trece años.
Sintió los dedos de Otabek rozar sus mejillas y no pudo evitar lanzarse sobre él, besando todo su rostro, besando sus párpados, su frente, sus pómulos, besar cada parte de él y guardar esa sensación en lo más profundo de su memoria. Juntó sus labios con más seguridad, escuchó el suspiro del mayor y pudo unir sus lenguas hasta perderse en su sabor. Las manos de Beka se movieron hasta su cadera, acariciando con vehemencia, subiendo poco a poco su camiseta, ansioso de tocar más de Yuri.
Al separarse, los labios de Otabek llegaron hasta el cuello de Yuri, dejando una línea invisible de besos y lamidas, embriagándose con su aroma. Los gemidos del menor resonaban en la habitación, sus ojos estaban apretados y sus manos subían y bajaban por la espalda del moreno, tratando de controlar el placer que le recorría todo el cuerpo. El kazajo se dedicó a besar la piel de Yura, desde sus hombros, llegando hasta sus clavículas y subiendo a sus mejillas, besó y mordió el lóbulo de sus orejas, escuchando sus gemidos y suspiros.
Yuri abrió sus ojos en cuanto sintió las manos de Otabek posarse en sus mejillas, viéndole fijamente.
— ¿Qué estás haciendo conmigo?
Su voz se mezcla con un suspiro, Otabek mira los ojos verdes que tiene frente a él, perdiéndose en ellos, en el ángel que tiene sobre sus caderas. Aunque fuese pecado, él se sentía en el cielo, no había duda alguna.
Yuri por su parte no encontraba una respuesta coherente para Otabek, por lo que solo atinó a ser honesto, dejando que el momento le diera el valor suficiente.
—Te quiero, te quiero, Otabek, te quiero.
Los labios del kazajo se curvaron y fue la sonrisa más bella, lo suficiente como para que Yuri olvidara todo a su alrededor. La vida era Otabek Altin, pareciera que la vida eran sus besos.
— Yo te adoro.
Entre besos se recostaron en la cama, aún abrazados, ahora siendo más bruscos y sintiendo cada vez más calor. Otabek dejó a su amigo sobre el colchón y se dedicó a observarle, fijándose en cada detalle del ángel frente a él, viendo sus ojos hermosos, su cabello revuelto y sus mejillas ardientes, sus labios hinchados que le hacían pecar sin culpa. Todo era correcto en ese momento, porque eran ellos dos, Yuri Plisetsky y Otabek Altin, no importaban los porqué, no importaba el tiempo y mucho menos el futuro.
Perderse en los besos de su mejor amigo era mejor que cualquier cosa, perder el sentido entre su piel nívea y sus labios suaves, besar su cuello y no salir nunca de ahí.
Yuri por su parte estaba en el paraíso. Otabek estaba sentado frente a él a la vez que acariciaba sus pálidas piernas aún envueltas en el ajustado pantalón, ascendiendo hasta sus muslos, frotando las manos con calma. Sus ojos le miraban directamente, y él no decía nada. Tuvo miedo de ser juzgado, pero toda duda salió de su mente al ver las acciones del kazajo, quien en un arrebato se había quitado la camiseta, dejando a la vista su torso.
— Eres un ángel.
Sus brazos apretaron la cintura del menor, para luego acariciar su pecho abajo de la ropa, haciéndole gemir con vergüenza. Le sonríe, a la vez que le despoja de su delgada camiseta que poco dejaba a la imaginación, maravillándose con su piel lechosa, queriendo marcarla entera. Como si se tratase de un acto sagrado, pasa sus labios con lentitud, besando sus caderas y regresando hasta sus pezones para devorarlos, hambriento de probar más y escuchar los gemidos y jadeos que dejaba escapar.
Yuri se retuerce abajo de él, sintiendo su rostro arder y su estómago revuelto, envuelto en el éxtasis del placer desconocido. Trata de aferrarse a las sábanas y acallar sus gemidos entre sus labios, mas resulta imposible cuando Otabek lame cada parte de su torso, llegando hasta su cuello mientras le acaricia con pereza, dedicándose por completo a llenarle de besos.
Yuri era capaz de jurar que el Edén estaba junto a Otabek, podría alcanzar el nirvana con solo sentir sus labios, aquellos que podían llevarle al éxtasis y al pecado más exquisito.
Antes de darse cuenta, Yuri no tenía nada más que su ropa interior, al igual que el kazajo. Tuvo el instinto de llevar sus manos hasta él, pasando la punta de sus dedos por su piel morena, llevarlos hasta su cadera y juguetear inocentemente con la pretina de sus bóxers. De solo verle, Otabek podría llegar al orgasmo.
La inexperiencia del rubio le encantaba, nublaba sus sentidos y, siendo honestos, Otabek se sentía bien de ser el primero. Porque nadie más que él quería a Yuri lo suficiente como para respetar así su cuerpo, saber apreciar cada parte de él, ser devoto ante cada porción de piel, cada marca, saber besar, saber cómo hacerle gemir.
Le mostró sus dedos al rubio a la vez que bajaba su ropa con lentitud, sonriendo al darse cuenta de que Yuri no sabía qué hacer. Acercó sus labios hasta su oído e intentó sonar lo más suave posible, con un susurro débil.
— Lame.
El sonrojo de Yuri hizo todo mucho más placentero para él, así como su lengua pasando a través de sus dígitos, mirándole con duda, esperando algún indicio de que lo estaba haciendo bien.
Joder, que lo hacía de maravilla.
Sacó sus dedos de la boca del menor, llevándolos hasta su entrada, enviándole una mirada significativa al menor, para que se relajara. Al introducir el primer dedo, los ojos de Yuri se llenaron de lágrimas, que intentó alejar rápidamente. Otabek le besó profundamente, arrastrando su lengua entre ellos, jalando de su labio inferior mientras metía un segundo dedo en él, haciéndole jadear con fuerza.
Siguió dilatándole hasta que pudo observar su clara expresión de placer, con sus ojos llorosos y sus labios apretados tratando de contener los gemidos, curvando su espalda abajo de él, con su piel ardiente. Se quitó la ropa interior y pudo ver una clara expresión de sorpresa en el menor, quien rápidamente bajó la mirada avergonzado.
Comenzó a penetrarle, lamiendo toda la piel a su paso para relajarle de algún modo, a la vez que él se introducía poco a poco, temeroso de dañar al menor. Yuri apretó los ojos y respiró profundamente, embriagado en las sensaciones, los besos de Otabek, su calor, él llenándole por completo, la unión entre ambos que nunca esperó tener.
Poco a poco el dolor abandonó su cuerpo y el kazajo pudo darle la primera estocada, robándole el aliento, haciéndole gritar y gemir envuelto en el placer más perfecto. Otabek se mueve contra él, escucha sus gemidos y hace un esfuerzo para no perder el control, dándole su completa atención al ángel que tenía bajo su cuerpo. Yuri junta sus labios de forma desesperada, devora su boca y muerde todo a su paso, aún entre gemidos demasiado obscenos para alguien tan puro como él.
Yuri le llama entre gemidos, jadea sin aire, mueve sus caderas contra él, llevándole a lo más alto del deleite, donde nunca antes había llegado.
— Beka, Beka... Ah, Otabek...
Responde a esas peticiones silenciosas, va más rápido, llega más profundo y le besa con más pasión. Toca su miembro y sonríe al verle sollozar de placer, observa su rostro, la belleza del joven que solo ha logrado convertir su mente en un caos. Aquel desorden que se había tomado un descanso en ese momento, porque nada importaba que Yuri Plisetsky, eran solo ellos dos, no había una fiesta, no habían novios, prejuicios, miedo, todo era este amor violento que le hacía estremecer. Y todo parecía indicar que Yuri pensaba igual, porque miró a Otabek directamente a los ojos, aún gimiendo, aún con las sábanas entre sus dedos, hablándole en ese tono desesperado del que se había enamorado al primer instante.
— Te quiero, Beka, te quiero... te amo.
Quizás era el alcohol, o el momento, sus pieles juntas, sus labios rozándose, pero Otabek no tuvo miedo de decirle a Yuri que él también lo quería.
Bastaron solo un par de embestidas más y juntos llegaron al orgasmo tan esperado, dejándose caer con cansancio en la cama, respirando con dificultad. Otabek se abrazó a Yuri mientras este apoyaba su cabeza en el pecho del kazajo, escuchando su corazón desbocado y besando su piel con delicadeza, antes de caer rendido. Altin solo podía pasar sus dedos por las hebras doradas de su mejor amigo, con los ojos cerrados y su mente en blanco.
Aunque fuese pecado, se sentía como el mismísimo Edén.
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Si te dije una vez que siempre íbamos a estar juntos, lo repito, tal vez, más fuerte para que se escuche entre el sonido de los corazones que se quiebran, cada vez que tú y yo rompemos la promesa. Yo iba a ser tu compañero y tú mi más amiga.
No escuches el sonido, yo te cuido de este mundo injusto, amor.
🌹
Hijos del peligro (Me llamo) Sebastián.
1) Como una estrella Alex Anwandter.
2) Cómo puedes vivir contigo mismo? Alex Anwandter.
3) Rebeldes Alex Anwandter.
4) Amiga Alex Anwandter.
5) Siempre es viernes en mi corazón Alex Anwandter.
6) Bailar y llorar Teleradio Donoso.
7) Mujer Alex Anwandter.
8) Fruta y té Gepe.
9) Quien fuera Los Bunkers (cover).
10) Te enamoraste Alex Anwandter.
11) Muérdete la lengua Francisca Valenzuela.
12) Que me tome la noche Javiera Mena.
13) Fin de semana en el cielo Alex Anwandter.
14) Que se acabe el mundo por favor Alex Anwandter.
15) Tormento Mon Laferte.
16) Para ti De Saloon.
17) Amárrame Mon Laferte.
18) Felicidad Alex Anwandter.
19) Miéntele Los Bunkers.
20) Un amor violento Los Tres.
21) Tormenta Alex Anwandter.
22) Caminando a la fábrica Alex Anwandter.
23) Tanto creo en ti Manuel García.
24) Traición Alex Anwandter.
25) Tírate Los Tres.
26) Afortunada Francisca Valenzuela.
27) El Campo Planeta No.
28) No me hables de sufrir Los Bunkers.
29) Invierno Gepe.
30) Nada nuevo bajo el sol Los Bunkers
31) Ser amigos Gepe.
32) ¿Qué será de ti mañana? Alex Anwandter.
33) Tatuaje Alex Anwandter.
34) Intentarlo todo de nuevo Alex Anwandter.
35) El sonido de los corazones que se quiebran Alex Anwandter.
Epílogo: Manifiesto Pedro Lemebel.
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Capítulo 34: Intentarlo todo de nuevo
Madre, tómame la mano
Ya no tengo dudas; este es el final
Si no pude amar al amor más real
Que llegó a mi corazón
Qué más da lo que pueda llegar?
Que alguien me abrace
Que me quiero despedir
Porque el mundo se acaba
Si no tengo un amor como el tuyo
Y no hay ninguno
Que se pueda comparar
Y prefiero morirme
Antes que intentarlo todo de nuevo
Yo podré vivir
Mientras seas tú feliz
Te lo pido, por favor
Por los dos, lo que fuimos tú y yo.
💭
Gay, tan malditamente gay.
Las palabras seguían dando vueltas en su cabeza y de repente sintió que el mundo se detenía, que los segundos no pasaban y que todo se congelaba, su respiración, su padre, su madre.
Pudo soltar un suspiro antes del primer golpe, no le sorprendió en lo más mínimo, pero sí se sentía desorientado. No podía escuchar lo que le gritaba, quizás porque en realidad no quería escucharlo, o porque estaba mucho más ocupado devolviendo los golpes. Recibía pu��etazos y daba patadas, vio el rostro colérico de su padre y quiso sonreírle, porque nunca antes le había visto tan molesto. Con el puño le lanzó al suelo, limpió su rostro como pudo y se fijó en sus hermanas horrorizadas, intentó ponerse de pie y controlar la situación, mirando con súplica a su progenitor.
El silencio llenó el lugar durante unos segundos, su respiración agitada y los jadeos del señor Altin se oían con facilidad, las niñas aguantando las ganas de chillar de miedo, su madre tratando de fundirse con ellas en un abrazo que las alejara de aquello. La momentánea calma ponía nervioso a Otabek, quien lentamente se puso de pie, aún con ganas de arreglar las cosas de otro modo, porque con solo ver a su familia en ese estado, su corazón pudo estrujarse, aún más doloroso que una nariz rota.
Vladimir Altin se mantenía alerta, furioso y dolido, listo para darle una lección a su hijo, asqueado con su revelación. Notó como este se ponía de pie, quedando frente a él, aunque no por mucho, pues sus manos formaron un puño y rápidamente volvió a llevarlo hasta su rostro, con rabia, con el rostro contraído y la respiración agitada.
— Tienes un segundo para retractarte, Otabek, porque yo no tengo un hijo maricón.
¿Retractarse? Antes muerto. No iba a hacer tal cosa luego de cometer la cobardía de su vida, porque si no pudo amar al amor más real que llegó a su corazón, ¿Qué más da lo que pueda llegar? No iba a dar un paso atrás, no como lo hizo antes, no como el niño con miedo que fue años atrás, negándose a amar. Ahora no tenía miedo, no de él, no de sus golpes ni amenazas, no si eran hacia él.
Porque aguantar golpizas no es nada comparado a perder al amor de tu vida, y ser gay no es ser poco hombre; porque su hombría no la ganó a base de insultos y partidos de hockey, su hombría es aceptarse diferente, y ser cobarde es mucho más duro.
Si su padre no quiere tener un hijo maricón, no lo tendrá, porque Otabek tampoco quiere tener un padre homofóbico y machista.
— No me retracto, defiendo lo que soy.
Aún cuando sintió las manos de su padre tomarle del cuello, el puño cerrado creando un estruendo y los insultos caer sobre si, aún cuando la mezcla de lágrimas de dolor y sangre marchita llenaban su rostro, no hizo nada. Casi ni intentó pelear contra él, no sabiendo que solo él podría salir perjudicado, aunque no pudo evitar que sus manos le devolvieran un par de golpes, conteniendo su rabia.
Mas todo eso quedó atrás en cuanto su madre apareció en su campo de visión, con el rostro afligido y las manos temblorosas, Nina Altin parecía un fantasma. Su delicada figura se posó atrás de su marido, mientras este arremetía contra la nariz de su hijo, quien veía a su madre con los ojos desorbitados, sabiendo qué iba a ocurrir.
La rusa puso su mano sobre el hombro de su esposo, con ánimos de detenerle, la voz congestionada y los ojos llorosos, su rostro demostrando el dolor más puro.
— Detente, por favor, detente...
La respiración de Otabek se detuvo en cuanto vio como su padre le soltaba, mirando con furia a su esposa. Tuvo un pensamiento fugaz, que atravesó su mente de manera dolorosa, inútil. Ella no, ella no. Se sintió fuera de lugar, con los oídos tapados y la calidez de su sangre cayendo de su nariz, pudo ver con una tortuosa lentitud como su padre tomaba con fuerza a su madre, golpeándola sobre la pared más cercana.
Tirado en medio de la sala, con el pulso acelerado y el nudo en la garganta, pudo revivir su peor pesadilla. Su padre mantenía su mano en alto, mientras sus labios se movían duramente, con un regaño, una reprimenda, una lección.
— ¡Es tu culpa! ¡Criaste a un hijo maricón, un maricón asqueroso!
El ruido del golpe seco sobre la mejilla de Nina Altin duró apenas un par de segundos, mas se sintió eterno. Otabek mantenía la mirada desorbitada, viendo con horror como el puño de su padre se mantenía enrojecido, y el rostro de su madre parecía arder, al igual que sus ojos. Los segundos se hicieron eternos mientras la respiración de cada uno se acompasaba, aunque poco a poco Otabek comenzó a jadear, olvidando el dolor que sentía, con la adrenalina recorriendo todo su cuerpo.
Casi como si se tratara de alguna especie de película, Otabek derribó a su padre en cámara lenta para el resto de su familia, dejando caer sus puños en su rostro, con la expresión dolida. Por primera vez, luego de años, incluso luego de recibir sus golpes, de tenerle miedo, Otabek Altin quería matar a su padre.
Ni siquiera pudo pensar con coherencia, se dejó llevar por la cólera, algo que sin duda lamentaría después. No fue consciente de los minutos, tampoco del par de manos temblorosas que le alejaron de su progenitor, solo podía sentir ardor. En sus ojos, su rostro, sus puños. El nudo en la garganta y esa furia que se mezclaba con la culpa, la peor de las tristezas.
Horas después, dando su declaración en una estación de policías, podría dejar de sentir esa mezcla de emociones, ese miedo y ese rencor. El aire llegaba a sus pulmones con calma, y casi se podía permitir una sonrisa suave, porque finalmente había ayudado a su madre.
🌹
Entre las ideas más extrañas que tuvo en su vida, definitivamente conducir casi diez horas era la más estúpida.
Su madre le había mirado con sus cejas algo fruncidas, mas no pudo detenerle. Él, ignorando todo gesto, le sonrió con inocencia mientras rebuscaba sus cosas para luego dejarlas en su mochila, alistando todo. Su abuela también le veía con desconfianza, pero la verdad es que a él no podía importarle menos.
Ambas rusas, tenían una expresión lo suficientemente similar para llegar a lo cómico, sin embargo Otabek sabía que no estaban de verdad molestas. Inna e Irina no cabían de la emoción, mientras que Vera mantenía sus ojos tristes porque su hermano se iría de viaje sin ella. El mayor de los Altin se mantenía tranquilo al saber que sus mujeres se encontraban en un buen lugar, su abuelo estaba feliz de tenerles en casa, y sus hermanitas parecían amar Priyoutino, con suficiente calma como para olvidar lo ocurrido en la semana anterior.
Al día siguiente, se aseguró de llenar el tanque y acomodar su mochila, asintiendo a cada indicación de su madre y su abuela, recibiendo las palmadas cariñosas de su abuelo, y los ojitos suplicantes de sus hermanas. Un último abrazo con su madre le hizo poner los ojos en blanco, mas la sonrisa en su rostro fue inevitable.
— No lo arruines ahora, cariño. Lo que hagas... piensa en tu felicidad también.
No podía negarlo, no mientras ella le abrazaba con sus manos cálidas y suaves, su madre era simplemente perfecta. Decidió asentirle en respuesta, incapaz de decir algo más.
Cinco horas de viaje, un descanso de una hora y luego más tiempo recorriendo las frías carreteras rusas, fueron lo suficiente para que Otabek despejara su mente y se preguntara qué carajo estaba haciendo. ¿Qué quería conseguir con este viaje? ¿Qué haría una vez en Moscú? Había sido una decisión jodidamente rápida, pero es que sentía que el tiempo se le escapa de las manos, y quizás, una semana después ya era lo suficientemente tarde.
No podía seguir con su mente atormentándole, no sabía realmente qué quería conseguir con ese viaje, ni mucho menos qué iba a ocurrir. Solo era consciente de un deseo, ver a Yuri Plisetsky, y ser sincero con él, por una vez en su vida, como quizás nunca lo ha sido, decirle todo lo que hay en su corazón.
Que le ama, que le necesita.
Sin embargo, ¿Qué ocurre después?
Tales pensamientos podía deprimirle de un segundo a otro, por lo que sinceramente prefería no tocarlos. Su camino parecía eterno, y sus ojos se cansaban a la vez que su mente se nublaba en un montón de hechos. Habían ocurrido demasiadas cosas desde la partida de Yuri, su aceptación -finalmente- como homosexual, la orden de restricción hacia su padre, el cambio de casa.
Y todo parecía estar bien, para él y su familia, bien para Yura, quien cumplía su sueño. Y otra vez se preguntaba qué estaba haciendo, por qué estaba conduciendo hacia Moscú, para perturbar esta felicidad y calma, para arruinarlo todo otra vez.
🌹
Había llegado a una especie de hostal cercano al teatro, bastante conveniente y económico, lo suficientemente espacioso como para que él se pueda dar vueltas por el lugar, golpeando su cabeza con un cojín. Aún no se decidía qué hacer, hasta que, en la oscuridad del cuarto, mirando el techo con frustración, pensó en ir hasta Yuri Plisetsky.
Y así lo hizo, ni bien eran las diez de la mañana, el ya estaba camino a la academia del teatro, con la ropa menos delincuente que encontró entre sus pertenencias. Sus manos temblaban con fuerza y quiso culpar al frío, y por un paso que daba, quería retroceder dos. Los nervios le estaban comiendo vivo, sin embargo fue capaz de llegar hasta la academia, donde una chica castaña le recibió en la recepción, con una mirada suspicaz.
Se acercó hasta el mesón con aparente calma, sonriéndole con dificultad, mientras ella le observaba con detención. Y es que Otabek Altin parecía cualquier cosa excepto bailarín de ballet, por lo que en realidad no entendía qué carajo estaba haciendo ese chico ahí.
— Hola, ¿puedo ayudarte?—Otabek asintió con calma, apoyándose sobre la mesa.
— Estoy buscando a alguien, un alumno, Yuri Plisetsky.
La castaña se vio tentada de soltar una carcajada, porque ese chico estaba realmente loco. ¿Es que acaso no conocía a Lilia? Esa mujer podría matar a cualquiera que tuviese la osadía de interrumpir su clase, y ella era la encargada de evitar que eso ocurriera.
— Está en clases, no puedes interrumpirle.
— Es de vida o muerte.
Otabek se maldijo por ser expresivo como una roca, mas al parecer fue lo bastante bueno como para convencer a la castaña, pues en un par de segundos ella ya le estaba sonriendo.
— Tercer piso, sala siete. Si alguien pregunta, tú entraste solo, ¿Oíste?
El kazajo asiente con una sonrisa en el rostro, yendo con rapidez hasta las escaleras. El camino se le hace eterno, con el corazón desbocado y la mente hecha un revoltijo, no quería hacer más que llegar junto a Yuri. Una vez en el piso tres, buscó con la mirada las salas y se dejó llevar por la delicada tonada que un piano estaba interpretando, haciéndole sonreír con algo de melancolía. Sin darse cuenta ya estaba junto a una enorme puerta entreabierta, disfrutando de la música, y la vista.
Yuri Plisetsky estaba frente a él, con su reflejo en un espejo que abarcaba toda la pared, moviéndose con la delicadeza que le caracterizaba, la belleza que eran sus pasos y la perfección que solo alguien como él podía alcanzar. Llevaba el pelo suelto, y Otabek pudo sentir como su corazón latía más rápido, y su mente no dejaba de reproducir el mismo pensamiento una y otra vez.
Siete años atrás, en la calurosa azotea de su colegio, cuando vio a un chico rubio bailando ballet, con su figura fina y hermosa, dando una y mil vueltas, envolviéndole en su baile. Ahora, tenía a ese niño otra vez frente a él, con su cuerpo aún hermoso, su cabello brillante y sus pasos envolventes. Pero no era el niño que conoció. No era un niño, en primer lugar, ya no tenía diez años. Y ya no era un simple desconocido, era mucho más.
Y ahí, viéndole oculto, observando su belleza, hipnotizándose con esta, Otabek tuvo otra duda en sus pensamientos.
¿Qué habría ocurrido si nunca hubiese interrumpido a Yuri ese día? ¿Qué pasaría si no lo interrumpe ahora? Nuevamente, su viaje carecía de sentido, hasta que pudo ver la expresión de su rostro.
Yuri estaba feliz.
Y él pudo sonreír en respuesta, con pasos lentos y calmados hasta las escaleras, con los latidos de su corazón haciéndole compañía, y los labios curvados con ganas, sin querer abandonar la sonrisa. No hizo más que llegar hasta la recepción, donde la castaña le vio con una ceja alzada, y él le pidió un papel y un lápiz.
🌹
Sus clases eran duras, aún cuando era verano, Lilia insistía en comenzar con el ballet desde el primer día. La casa de la rusa, por otra parte, era un palacio, y él estaba más que feliz de vivir en él. En apenas unos días ya podía decir que estaba acostumbrado a la vida con Lilia y Yakov, una especie de nuevos padres, quienes eran sumamente estrictos, siempre preocupándose de él.
El teatro y la academia, por otro lado, eran simplemente perfectos. En su primer día, conoció tantos bailarines que se sintió como en un paraíso, compartiendo experiencias con las chicas del ballet, saludando chicos en el comedor. Una semana después de su llegada, ya estaba en sus clases particulares, para nivelarse con el resto de su edad.
Eran las cinco de la tarde cuando al fin pudo salir de su clase e ir directamente a su hogar, aunque como vivía con Lilia, debía esperarla. Estaba sentado en uno de los enormes sofás del lobby cuando la chica de la recepción le hizo una seña, llamándole.
— Anna, buenas tardes.
— Buenas tardes, Yuri, tengo algo para ti.
La castaña le sonrió, sacando un sobre blanco, sin firma o sello alguno. Yuri lo tomó con desconcierto, viéndole con una ceja alzada. Ella, por otro lado, le sonrió con suavidad, recordando al chico que estuvo esa mañana en la academia.
— ¿Qué es esto?
— Ha llegado para ti, lo olvidaste en San Petersburgo.
Antes de que pudiera preguntar algo más, Lilia estaba junto a él, apurándole para que fuesen al supermercado. Yuri le dio las gracias a Anna, despidiéndose luego, mientras que la castaña le sonreía sin más, respondiéndole.
Horas más tarde, mientras cierto kazajo conducía por la carretera camino a Priyoutino, Yuri estaba en su habitación, tirado sobre su enorme cama, cansado. Buscó sus audífonos en los bolsillos y se lamentó de tenerlos dentro de la mochila, levantándose con pereza hasta su escritorio. Y ahí, dentro de su bolsa, encontró otra vez ese misterioso sobre blanco.
Su corazón dio un brinco y sus manos temblaban nerviosas, por lo que prefirió ir hasta su cama para leer con calma, abriendo el sobre. Se encontró con un papel doblado en cuatro partes, que contenía una letra más que conocida. Se hizo un nudo en su garganta, y antes de siquiera leer la primera palabra, sentía sus ojos verdes llenarse de lágrimas.
Aún así, se apresuró a leer aquella carta, para luego cubrir su rostro y sollozar oculto entre sus manos, con una sonrisa surcando sus labios, y su respiración calmada.
"Es hora de que tomes el escenario principal, el mundo entero te espera. Haz realidad tus sueños, eres el único que puede hacerlo. Vive tu propia vida, baila por tu sueño. Canta, canta, canta tu propia canción. Haz, juega, y descubre al máximo... Sigue tu propio camino y ve mucho más allá. Éste es tu comienzo; vive tu propia vida... Éste es tu comienzo, este es tiempo para ti."
Se abrazó tontamente a ese trozo de papel, releyéndolo una y otra vez, sin poder borrar la expresión de su rostro. Quería creer las palabras de Otabek, grabarlas en su mente, guardarlas tal y como lo había hecho con un montón de otras cosas. Ese beso robado, esas noches con música y penumbras, esos viajes en motocicleta.
Y decidió que, incluso si le dolía, iba a hacerle caso.
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Capítulo 32: ¿Qué será de ti mañana?
Hice una canción pa' él
El amigo que voy a perder
Si alguien queda atrás
Entonces nadie, nadie avanza
Yo no quiero, amigo mío
Otro marzo, no vuelvas atrás
¿Qué sera de ti mañana?
Si ya casi no nos vemos más
Un día se nos va a olvidar
Somos lo mismo
Yo espero que algún día este mundo
No te deje triste, triste.
💭
Habían decidido juntarse en la casa del japonés, donde este le esperaba en su habitación, con un enorme platillo humeante reposando en su escritorio. Yuri le vio algo divertido, saludando por última vez a la señora Katsuki, una mujer adorable. Hizo su camino hasta la cama del pelinegro, saludándole algo incómodo.
— Hey, katsudon... ¿Hiciste katsudon?—El japonés rió al escucharle, encogiéndose de hombros con un ligero rubor en el rostro.
— Mi madre lo hizo en cuanto supo que un amigo vendría a casa, además pensé que podría animarte, por como te escuchaste durante la llamada...
Yuri desvió su mirada, notando los ojos preocupados de Yuuri. Se recostó en la cama del mayor, prácticamente lanzándose sobre esta, con confianza. Sus manos buscaron una de las almohadas del pelinegro y la aplastó sobre su rostro, sintiéndose triste de repente. No quería admitirlo, pero había acudido al cerdo para buscar refugio y consejos, era el único que podría ayudarle y a quien le tenía la confianza suficiente como para contarle toda su historia.
Sin darse cuenta, sintió las lágrima en el rostro, y como Yuuri retiraba el cojín de su rostro. El silencio se expandía en la habitación, y él se dedicaba a sollozar bajo la atenta mirada del mayor. Finalmente Katsuki se levantó y fue hasta su teléfono para poner una playlist al azar, para luego levantar a Yurio de golpe, arrastrándole hasta su escritorio.
— Vamos, se va a enfriar la comida, y no me contarás nada si es que no comes antes.—Yuri soltó una risita mientras veía el apetitoso plato, asintiendo.
— Buh, te pareces a mi abuelo.
El nipón le sonrió en respuesta, a la vez que le pasaba una cuchara a su amigo para que fuese capaz de comer. La sonrisa en su rostro fue aún más grande cuando vio la expresión de Yuri al probar el primer bocado, él hizo lo mismo, disfrutando del sabor exquisito del katsudon. La música llenaba el silencio que se creó entre ambos al comer, y el rubio soltó una carcajada en cuanto comenzó una canción de Beyoncé.
— ¿Por qué tienes una canción de Beyoncé?—Yuuri se puso colorado, mientras seguía comiendo.
— Es culpa de Phichit, a veces bailamos.—Yuri volvió a reír en respuesta, asintiendo.
— Eso sería gracioso de ver.
Una vez acabó su plato, Yuri casi había olvidado porqué había ido hasta el hogar de Katsuki, mas volvió a recordarlo minutos después, echado en la cama del mayor, escuchando la música que inundaba la habitación. Yuuri estaba a su lado, sin prestarle mucha atención para así no presionar a su rubio amigo, y Plisetsky se lo agradeció mentalmente.
Pasados unos minutos, pudo aclarar su garganta y así el nudo que se había formado en esta, con los ojos pegados en el techo y los brazos rodeando ese estúpido peluche con forma de onigiri.
— Beka y yo terminamos.
Yuuri intentó disimular su asombro, mas no pudo evitar que su cuello se doblara a una velocidad increíble, viendo a Yuri fijamente. Hasta cierto punto, le sorprendía más el hecho de haberse enterado, en primer lugar, que sus amigos salían... o salieron juntos. Plisetsky por su parte trataba de ordenar sus ideas, enojándose al sentirse triste otra vez.
— Yurio, tú y Otabek...
— Mierda, sí.—El rubio se sentó de golpe, con el ceño fruncido.—Estábamos saliendo, ya sabes, Otabek es tan jodidamente gay... o era, no sé.
— ¿Era?
Por un segundo, Yuuri quiso pedirle a su amigo que fuera claro y le explicara todo lo que ocurría, mas al ver su rostro enojado y la manera en que maltrataba sy onigiri... prefirió esperar pacientemente a que el menor estuviera listo para contarle todo.
— Ugh, katsudon... me siento tan idiota.
Durante unos minutos el silencio les envolvió otra vez, mientras que Yuuri intentaba no desesperarse y Yuri tan solo veía de reojo la habitación del nipón, dándose ánimos para hablar.
— Yurio, si necesitas algo...
— Quiero un consejo, porque... no quiero solo cagarla y que todo acabe.
Katsuki le observó durante unos segundos, para luego sonreírle con dulzura, justo lo que Yuri necesitaba antes de comenzar.
— Puedes contar con ello.
Yuri asintió con desgano, pasando sus dedos nerviosamente por el peluche que aún mantenía apretado contra él, fijando sus ojos en cualquier lugar excepto el pelinegro a su lado.
— Beka y yo somos amigos desde... años, desde que yo tenía diez y él doce, cuando me encontró bailando ballet en la azotea del colegio.—No pudo evitar la sonrisa que habían formado sus labios, mientras que Yuuri le oía atento.— Desde niños que hemos sido distintos, de hecho en cuanto nos conocimos me dí cuenta de eso... me dijo que los niños no bailaban ballet. En ese momento me pareció tan estúpido, yo en serio pensé que el niñito moreno frente a mi era una especie de idiota. Tres años después, pude entender que no era culpa de Beka pensar de ese modo.
"Nos hicimos amigos desde el día en que nos conocimos, ninguno de los dos había dicho nada, solo nos seguíamos viendo cada día en la azotea, y hablábamos, o leíamos esos cómics que él llevaba, a veces yo bailaba. Incluso le llevé a mi casa en cuanto tuve oportunidad, estaba feliz de tener un amigo... por muy patético que eso suene. Y por supuesto mi abuelo amó a Otabek en poco tiempo, y ya casi era rutina para nosotros cenar juntos algunas noches por semana, aunque yo nunca fui a casa de Beka, hasta que tuve trece.
En cuanto fui a la casa de Beka, estaba tan molesto. Tardó tres años en llevarme, mientras que yo en apenas un mes ya lo tenía cenando con mi abuelo. Obviamente fui tonto, jugué un poco con su madre, aunque ella era dulce... a su modo, y sus hermanitas también. Me centré en odiarlos a todos sin pensar, me pasé la mitad del tiempo odiando a Otabek, un poco a su madre perfectamente vestida y perfectamente cristiana, y sus hermanitas que apenas con ocho años ya me juzgaban en silencio. Obviamente todo eso acabó en cuanto vi al señor Altin, porque centré todo mi odio en él.
El padre de Beka es simplemente... despreciable, me pareció horrible en cuanto vi los nervios de su esposa al recibirle, el modo en que él parecía tan imponente frente a su familia. La cena pasó entre conversaciones tensas que la señora Altin respondía, berrinches por la menor de la familia y las manos temblorosas de su madre, hasta que el señor Altin puso su atención en mí, el niñito de pelo extrañamente largo. También fui estúpido en ese momento, le dije un montón de cosas, solo quería desahogarme contra alguien, así que hablé demás y me gané una bofetada..."
El relato de Yuri se ve interrumpido al escuchar un jadeo de sorpresa por parte de Yuuri, quien mantiene sus manos en su boca, espantado. Plisetsky estuvo tentado de reír al notar su reacción, mas lo dejó pasar con una sonrisa triste.
— ¿Te golpeó? ¿Él... solo, te dio una bofetada, así...?—Yuri asintió con desgano.
— Katsudon, ese no es el único golpe que voy a contar, así que acostúmbrate.—Yuuri no hizo más que verle con una extraña expresión, asintiendo para que siguiera con la historia.
"Me dijo algo luego de la bofetada, aunque no recuerdo con exactitud sus palabras... aunque sí recuerdo ver a Otabek pálido como un jodido fantasma, y a Nina -su madre- tomando a sus hijas. En resumen, el señor Altin me mandó al carajo, que él le enseñaba a sus hijos lo que estimaba conveniente y que un gay de mierda como yo no tenía derecho a decir lo contrario. Me echó de su casa, y salí corriendo. Peor que el golpe, se sentía mal ver a Otabek ahí sentado sin hacer nada... aunque luego le oí seguirme, y me aferré a él con fuerza.
El lunes luego de eso, volvió a la escuela con un ojo morado. Dijo que había sido un asalto, no le creí en lo más mínimo. Obviamente no le dije nada en ese momento... ni en ningún otro, supongo que no quería oír la verdad, y no lo supe hasta un tiempo después.
Luego de eso, las semanas pasaban y como el idiota que soy, acabé enamorándome de Beka. Pudo haber sido cualquiera, pero me empeñé en caer rendido por el tipo del padre abusivo y homofóbico, criado con mano dura y domingos de rodillas en la iglesia. No me importó en los más mínimo, tampoco pensé en qué podría ocurrir. Y volví a ser idiota y le dije que me gustaba... bueno, no realmente, me acobardé a última hora, pero Otabek lo entendió de cualquier modo. Y el muy imbécil apareció con novia días después, para además alejarse de mí de un momento a otro.
No duró mucho su indiferencia hacia mi, en unos días le mandé a la mierda y acabamos por hacer un trato en que almorzaríamos juntos sin importar su novia, seguiríamos siendo amigos como antes. Tiempo después Anya terminó con él, y Víctor le convenció de acompañarle a fiestas..."
Yuri pudo enviarle una mirada significativa al japonés, quien solo puso los ojos en blanco, negando lentamente. Por mucho que quisiera a su novio, sabía que tan mala influencia podía ser, sobre todo si de fiestas se trataba.
"Otabek comenzó a salir más, a beber más y a contarme menos cosas. Tampoco le dije nada, excepto las veces que le convencía para que pasara los fines de semana conmigo y no rodeado de desconocidos y un montón de alcohol. En el fondo sabía que las cosas estaban mal para él, aunque nunca dijo nada, era obvio que no quería ir a su casa.
Y comenzó a salir con Mila, y él aún me gustaba. Incluso cuando yo comencé a salir con Jean, seguía enamorado de él.
Pero no es como que Jean no me haya gustado, ¿Cómo no si él era siempre tan dulce? Demasiado para lo que le hice... En mi cumpleaños, en la tertulia que Víctor hizo, Beka y yo terminamos... durmiendo juntos"
No puede evitar sentir el calor en sus mejillas, aún más al ver la expresión de Yuuri, con la mandíbula desencajada y los ojos abiertos de par en par. Tiene el impulso de cubrir su rostro, mas lo reprime.
— ¿Qué?
— Mierda, no te hagas el idiota, como si tú y el anciano de Víctor no lo hicieran.—Yuuri enrojeció de un momento a otro, frunciendo el ceño.
— Es distinto, Yurio.—El menor se permitió bufar, molesto.
— Claro que es distinto, porque cuando eso pasó, Otabek era heterosexual y tenía novia.
"No voy a entrar en detalles sobre esa noche, solo podría sentirme más imbécil ahora. Al día siguiente, fue sorpresa para ambos darnos cuenta de lo que había ocurrido. Nunca me había sentido peor, primero por haber engañado a Jean y luego por escuchar a Otabek decir que había sido equivocación dormir juntos, un desliz. Que idiota.
Después... me pidió perdón y dijo que en realidad no pensaba todo eso, que estaba enamorado de mi. Así que fuimos lo suficientemente estúpidos como para tener una especie de relación a escondidas, y lo peor es que no podría arrepentirme de ello. O sea, estuve cuatro jodidos años enamorado de Otabek Altin y en cuanto supe que él sentía lo mismo, solo... supongo que me aferré a él, sin importar sus condiciones o el resto.
Luego, terminó con Mila y yo con Jean, aunque eso no haría que Otabek hiciera oficial lo nuestro ni fuese capaz de asumir que es gay, o bisexual o lo que sea.
Y entonces Jean dejó en evidencia a Beka y todo se fue a la mierda.
Primero me pidió un tiempo, los exámenes y la universidad, debía pensar en todo eso en vez de un novio como yo. Quizás siempre supe que eso era una excusa, mas lo acepté y no dije nada al respecto. Él hizo lo mismo cuando le dije que me iría a Moscú, no podía ser un egoísta ahora. Apenas hace unos días volvimos a hablar, y ayer fuimos a mi casa luego de la fiesta de Víctor.
Esta mañana me dijo que era mejor ser amigos, que fue todo una confusión y que en realidad no iba a funcionar algo entre nosotros. ¿Cómo puede decir algo así? Hemos estado juntos por años y ahora quiere simplemente dejarlo todo, maldito imbécil."
Katsuki pudo ver el rostro molesto de su amigo, y como reprimía el mohín que sus labios querían hacer. Aún con toda la información llenando su mente dejándole algo confundido, hizo su camino hasta el rubio y se acercó lo suficiente para que este descansara su cabeza sobre su hombro. Yuri nunca lo diría, pero apreciaba al cerdo. Mientras que Yuuri -al igual que Víctor- no se cansaban de decir que Yurio era prácticamente su hijo, esto por el cariño que el ruso le tenía al pequeño gatito.
— Quizás estás siendo muy duro con Otabek, Yurio.
— ¿Ah?—Plisetsky no pudo reprimir la típica exclamación de indignación, volteando hacia el japonés.— ¿Cómo se supone que reaccione si Otabek solo se dedicó a jugar conmigo... más de una vez? Esto es tan estúpido, ¿Cómo que no iba a funcionar? Estaba funcionando, pero si él es un cobarde...
Yuuri dejó salir el aire, preparándose mentalmente para hablarle con claridad a su amigo, incluso si recibían una patada en respuesta.
— Yurio, si viniste hasta acá es para escuchar un consejo, así que deja de lado tu enojo y escúchame.—El rubio puso los ojos en blanco, haciendo un gesto con su rostro para que siguiera hablando.— Yurio, ¿No has pensado que quizás si sea mejor que tú y Otabek queden como amigos? Con todo lo que me has contado, es difícil creer que Otabek pueda simplemente asumir que está enamorado de su mejor amigo.
— ¡Es difícil porque él no quiere hacerlo! ¿Y si nunca ha estado enamorado y era solo curiosidad? ¿Qué mejor que follar con tu mejor amigo que lleva años enamorado de ti? El muy imbécil jamás te dejaría en evidencia porque te quiere demasiado, y si no estás convencido simplemente le dices que es mejor quedar como amigos.
Por un segundo, Yuuri se queda sospesando esa posibilidad, viendo con tristeza el rostro furioso de su amigo, quien trata de retener las lágrimas en sus verdes ojos.
— Solo estás enojado, por eso piensas eso. ¿En serio crees que Otabek te haría algo como eso? Yurio, creo que Beka aún no te dice explícitamente sus razones para dejarte, pero tú las sabes muy bien.
— Es un cobarde, por no intentarlo, por no mandar a la mierda a su padre. ¡Es tan fácil!—En un segundo Yuri ya había lanzado lejos el montón de cojines a su lado, limpiando con furia las lágrimas que caían por sus mejillas.
— Yurio, deja de ser un niñito y piensa con claridad, dudo que sea fácil dejar a un padre abusivo. Imagina lo difícil que fue para Otabek en primer lugar ser tu amigo, si de seguro fue criado de un modo distinto a ti, y luego darse cuenta de que estaba enamorado de un niño, mientras que su padre le decía que eso estaba mal.
Yuuri hablaba con calma mientras que su rubio amigo no hacía más que apretujar las almohadas que tenía cerca, con el ceño fruncido.
— ¿Cómo puede dejar que eso nos separe? Solo... puede mandar todo a la mierda, podría ir a Moscú conmigo, no tiene porqué ser tan difícil.
— Creo que no es tan fácil para él, Yurio.
— Pura mierda.
Yuuri fue capaz de soltar un suspiro y reprimir las ganas de debatirle a Yurio, después de todo, lo entendía... un poco. Era obvio que el gatito estaría molesto, aún dolido por lo ocurrido.
— Si viniste aquí a oír lo que tú quieres oír, entonces mejor te quedabas hablando con tu gata, Yurio.—El japonés le sonrió dulce, y Plisetsky solo soltó un bufido.
— Diciendo ese tipo de cosas con una sonrisa, ya te pareces a Víctor.—El japonés aceptó el comentario con una risita, mirándole luego.
— ¿Entonces, qué harás?
— Quizás tengas razón y solo deba... ponerme en su lugar, quizás si debamos quedar como amigos.
El pelinegro no hizo más que guardar silencio, mientras que veía como volvía a apretujar uno de sus peluches, con los ojos aguados. Sin saber muy bien que hacer, se arrastró hasta llegar a su celular, buscando entre los videos uno de él y Phichit.
— Cambia esa cara, Yurio, si mi mamá te ve así te va a dar más comida.
Plisetsky tardó solo dos segundos en notar que katsudon le pasaba su celular, donde Phichit y él bailaban al son de una canción pop, de Rihanna. Yuuri por su parte sonrió al escuchar las carcajadas de su rubio amigo, prefiriendo mil veces sus burlas antes de su rostro triste.
🌹
Durante ese fin de semana, no habló con nadie. Su familia era la única excepción, ayudó a sus hermanas en cosas banales, llevó una conversación casi normal con su padre. Y su madre, era un caso completamente distinto. Con ella no hablaba mucho, pero sí se permitía divagar entre sus brazos cálidos, quizás con miedo de que las cosas cambien.
Con Yuri ni lo intentó, ni siquiera revisó si había cambiado su estado en Whatsapp o si había hecho alguna historia en Instagram, simplemente dejó su teléfono tirado por ahí, sin ganas de saber qué ocurría por la mente de su ex novio.
Aunque la llegada del lunes fue inevitable, y con eso, encontrarse a Plisetsky en los pasillos. No sabía como actuar, la última vez que le vio él lo había echado de su casa, por lo que ir y saludarle con normalidad le pareció poco ético. Sin saber que hacer, siguió su camino hasta el salón correspondiente, hasta que llegó la hora del almuerzo y como de costumbre, se encontró con el resto de sus amigos.
Yuri le vio de reojo y esbozó una casi sonrisa, lo suficientemente fugaz como para dejarle desconcertado, y no pudo pensar en nada más que eso durante el receso, escuchando a medias como todos hablaban sobre el verano que estaba ya a la vuelta de la esquina. Con la mente en las nubes acabó su comida e intentó seguir la conversación, el momento justo en que Yuuri comenzó a hablar sobre los resultados de los exámenes.
— Esta semana la mayoría sabrá sus resultados, solo espero que Celestino haya tenido piedad luego de hacernos puré en química.
Otabek pudo ver como el rostro feliz de Víctor cambiaba enseguida, así como el resto también lo notó. Yuuko no tardó en molestar, al igual que Yuri, quien ya estaba sonriendo con malicia hacia su ruso amigo.
— ¿Qué te ocurre, anciano? ¿Tienes miedo de repetir tu último año y quedarte solo?
— ¡No juegues con eso, Yurio!
— ¡No me llames Yurio, maldito calvo!
El resto les veía con diversión, sobre todo en cuanto Víctor se puso de pie y comenzó a abrazar a Yuri, sollozando sobre él por miedo a no pasar de curso. Otabek veía de reojo a su ex novio, fijándose en la sonrisa que ocultaban sus labios, feliz de ello.
🌹
De un momento a otro los días se hicieron semanas y así tan solo les quedaba una para que la graduación llegara. Cabe decir que Víctor sí aprobó sus exámenes y que no repetiría curso, lo cual quiso celebrar con una pequeña tertulia en su hogar, obviamente.
Otabek sonrió con cortesía cuando le invitaron, negándose. A esas alturas, tenía solo una cosa en mente, y no era una fiesta. No podía evitar que su mente le llevara lejos, con una sola duda, la incógnita que hace tiempo no le deja descansar tranquilo. "¿Qué será de ti, Yuri Plisetsky? ¿Hice bien en dejarte, eres más feliz así? ¿Vale la pena dejarte ir de este modo?" No importa cuantas veces lo piense, no importa cuanto intente, lo cierto es que no lo sabe. Y quizás no lo sepa nunca, quizás todo acabe con un adiós y nunca más le vea.
Porque si bien estaban juntos durante los recesos, le veía en los pasillos, le veía reír con sus amigos, la verdad es que ya no veía a Yuri. No le veía como antes, no hablaban como antes, ni siquiera sus ojos se encontraban como antes. Las semanas era apenas una rutina como conocidos, esos chicos que se conocen sin hacerlo realmente, uno al lado del otro, ignorándose con cortesía. Yuri parecía llevar muy bien aquello, hablando cada vez con más entusiasmo sobre su viaje a Moscú, contándoles a todos sobre Lilia y lo genial que era con él.
Y la verdad, después de todo, es que eso hacía feliz a Otabek. Sabía que era iluso de su parte desear una amistad como la que tuvieron, pero al menos una parte de sus deseos ya se había cumplido, y es que Yuri era feliz con su decisión, con su vida.
¿Qué será de ti mañana, si ya no nos vemos más? Podría preguntarle, podría intentar acercarse, pero solo haría todo más difícil. Por eso, se pudo conformar con la mentira que ambos llevaban hace semanas, un saludo cordial y una sonrisa amable, felicitaciones por tu último año, que tengas un lindo verano, que tengas una linda vida.
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Capítulo 31: Ser amigos
Y yo siempre pensé que estabas hecho para mí
Como pude creer que yo estaba para ti
Si el futuro se fue, no pudimos detener
Al viento que sopló y todo se llevó
Nos decimos adiós
Amor que te vaya bien
Vamos a olvidar este lío, quizás podamos ser amigos.
💭
Los ojos verdes de Yuri le veían aún adormilados, ignorando todo a su alrededor, como el corazón acelerado de Otabek, el nudo en la garganta del kazajo y el cielo lila que anunciaba la llegada de un nuevo día. Era demasiado temprano, y estuvo a punto de protestar, hasta que sintió una cálida mano reposar sobre su mejilla, haciéndole sonreír.
Escuchó su nombre un par de veces, y se obligó a sí mismo a quitarse el sueño para prestarle atención a su insistente novio.
— Beka, es jodidamente temprano.
No pudo acabar la frase sin que se le escapara un bostezo, y el moreno le observaba atentamente, estudiando cada parte de Yuri Plisetsky antes de alejarse de él para siempre. Yuri pudo sentir aquella mirada, y supo que había algo mal. La mano de Otabek seguía en su mejilla, y por un segundo, Yuri quiso aferrarse a ella, con miedo.
— ¿Pasa algo?—Era tonto que preguntara, pero no podía culparse, porque siempre se había comportado como un tonto junto a él.
— Yura...
"No lo digas"
La mente de Yuri iba demasiado rápido como para haber despertado hace unos minutos, y de repente su corazón se había estrujado con fuerza, mientras que su garganta se cerraba. Otabek le veía con una mueca triste en el rostro, arrastrando sus dedos por el rostro de Yuri, tratando de memorizar cada detalle de su imagen, con su cabello desordenado y los ojos verdes de soldado.
Quería memorizar todo de él, excepto esa expresión de tristeza que estaba haciendo poco a poco.
El ambiente era pesado, y apenas podían escuchar sus respiraciones. Pero aún peor era la mente de ambos, revuelta y confusa, lo suficiente como para que los segundos pasaran lentos y tortuosos, hasta que el moreno volvió a hablar, con voz baja.
— Yura, fuiste siempre lo más hermoso...—Sus dedos apenas y rozaban la piel del menor, con sus ojos castaños mirando fijamente, luchando contra el nudo en la garganta.— Tenerte en mi vida fue lo mejor que me pasó, aún cuando fui un idiota un montón de veces, volvería a cometer cada uno de esos errores con tal de estar ahora a tu lado...
"No lo digas, no hables en pasado, ni hables de nosotros en pasado"
Yuri veía a Otabek con insistencia, pidiéndole algo que Otabek no podía cumplir, que no iba a cumplir. El moreno dejó de ver los ojos verdes de Plisetsky, barriendo el lugar con su mirada, tratando de aguantar las lágrimas cuanto le fuese posible.
Dejó salir el aire, y Yuri apenas y podía verle, con las lágrimas resbalando por sus mejillas. Antes de siquiera oírle, ya sabía que era. Y era tan jodidamente doloroso.
— Sin embargo, Yura... creo que es momento de olvidar esto y ser amigos.
Y aún cuando lo sabía, no dejaba de doler un montón. Porque lo supo desde que Otabek le pidió un tiempo, que las cosas entre ambos no iban a funcionar, que tal y como fue desde un comienzo, él estaba amando demás. Porque jamás existe el amor sin dos personas, y Otabek parecía no estar dispuesto a amarle.
Y quizás, tan solo quizás, Yuri siempre lo supo.
Pero de igual modo le dolía, demasiado, y solo pudo limpiar con furia sus lágrimas.
— No.
— Yura...—Otabek se oía cansado, y Yuri pudo ver como su rostro adquiría una expresión de dolor que solo hizo aumentar la propia.— Yura, nosotros somos amigos, desde siempre; y te quiero, más que a nadie, lo eres todo... Pero nos confundimos, no estamos hechos el uno para el otro como pensábamos, esto no iba a funcionar, y yo... no sé si pueda seguir con una relación como la que tenemos ahora.
¿"Más que a todo"? ¿Más que a ti mismo, Otabek Altin?
Yuri era un revoltijo de emociones, desde el más profundo dolor hasta la furia y el reproche, reproche que quería hacerle a Otabek. Porque le creía un cobarde que tenía miedo de darlo todo por su amor, tal y como él podría hacerlo. Y le odiaba por eso, pero aún peor era el odio que se tenía a si mismo, por amarle tanto, lo suficiente como para que en ese momento su respiración se cortara y los sollozos hicieran estragos en su menudo cuerpo, con la ira recorriéndole.
— No, Beka. No tiene que ser así, solos estás confundido, no puedes simplemente dejar todo atrás, no tienes porqué hacerlo...
Se odió, porque no podía controlar sus lágrimas; porque no podía controlar el hilo de sus pensamientos, y solo quería detener el tiempo. Y odió a Otabek, porque le volvía débil.
— Yura.—Otabek acarició su rostro nuevamente, con ternura, con delicadeza, con pena. Y el rubio estuvo a punto de golpearle, dolido y furioso, sin ganas de sentir su lástima.— Yura, lo más sano es que dejemos este lío y sigamos siendo amigos.
— ¿¡Lo más sano para quién!? ¿Para tu jodida familia homofóbica?
Alejó con furia la mano de Otabek, exaltándose con rapidez al dejar salir sus pensamientos, sin siquiera medir el volumen de su voz. Pudo limpiar con brusquedad sus mejillas, a la vez que el kazajo suspiraba.
— Para nosotros, Yura. No íbamos a estar juntos por siempre, porque queremos cosas distintas... somos distintos. Te irás a Moscú en unas semanas, y yo me voy a quedar aquí a hacer mi vida.
— ¿Tu vida, donde yo no tengo lugar?—Inevitablemente usó un tono escéptico, que pudo herir más al moreno, aún cuando su rostro se mantenía sereno.
— No como pareja, Yuri, solo... déjalo, no funcionó, hicimos mal las cosas...
— No, mierda, no. No nos hagas esto, maldición...
Las lágrimas en sus ojos no parecían tener fin, y los sollozos le hacían temblar, más vulnerable que nunca. Porque tenía miedo, estaba perdiendo a Otabek y él en serio tenía miedo de aquello. Comenzó a desesperarse, y en un movimiento tembloroso llevó la mano del moreno hasta su piel, tratando de absorber su calor, aferrarse a él.
— Yura.
— Podemos intentarlo todo de nuevo, Beka. Solo... no nos hagas esto, no tienes que acabarlo así sin siquiera haberlo intentado.
— ¡Ya lo intentamos, Yura! Olvidemos esto, hay mejores cosas que hacer, olvidemos este lío y seamos amigos, como antes.
Como antes, Yuri no podía ni pensar en un antes, si Otabek no podía pensar en un ahora. Pudo ver con fuerza al moreno, con el ceño fruncido en su rostro y los ojos verdes nublados por las lágrimas contenidas, ya no sostenía la mano de Otabek.
— Jódete.
— Yura...
No quería seguir escuchándole, no quería oír ese tono que usaba para llamarle, esa suavidad en su voz cuando le decía su apodo, esa ternura que parecía demostrar, ese amor que él creía escuchar. Y que ahora no estaba, y que al parecer nunca estuvo.
El dolor pasó a ser ira, frustración, decepción. Odio, del más puro y dañino, que le revolvía la mente y le cerraba la garganta. Y él seguía sollozando frente al kazajo.
— No, jódete. No te quiero ver, maldición...—Pasó sus dedos por su rostro, un movimiento rápido y violento, tratando de limpiar las lágrimas, evitando los ojos del kazajo.—¿Los amigos de antes? Los amigos que se veían a escondidas, claro. Vete a la mierda, Otabek, tú y tu maldita fase homosexual donde solo quisiste experimentar conmigo para luego darte cuenta de que no puedes salir de tu maldita zona cómoda... Siendo el heterosexual que todos aprueban, al que no lo golpea su padre.
— Yuri.
Hizo caso omiso a la voz dolida de Otabek, y solo pudo gruñir furioso, sin ser capaz de controlar sus llanto.
— ¡Ándate a la mierda, Otabek Altin! ¿Me escuchaste? ¡No quiero verte, fuera de aquí!
Yuri tenía sus cejas fruncidas, mirando desafiante al moreno, quien no hizo más que tomar su chaqueta y acomodar sus botas, para luego bajar las escaleras ruidosamente, importándole muy poco si es que alguien le oía.
Cuando escuchó la puerta principal, sabiendo que Otabek ya se había ido de su casa, Yuri pudo descargar sus emociones sobre su habitación, con los ojos anegados en lágrimas. Se desquitó contra sus cojines, lanzando las cosas lejos, hundiendo el rostro entre sus propias cobijas, sollozando amargamente.
🌹
No iba ni siquiera a mitad de camino cuando decidió detenerse a causa de las lágrimas, con el nudo instalado firmemente en su garganta, Otabek creía que el aire iba a abandonar sus pulmones.
Y era tan jodidamente doloroso, apenas y era capaz de mantenerse en pie, sintiendo las lágrimas caer tibias en su rostro frío, con el viento de la carretera golpeándole. El cielo perdía casi todo rastro de color lila, y él no quería regresar a su casa. Ir a su hogar sería un adiós para siempre, porque iría allá a resignarse, podría encerrarse a llorar como hace unas semanas, pero las cosas no cambiarían.
Sin embargo, ¿tenían que cambiar?
Llevaba semanas convenciéndose de que esa era su mejor decisión, la mejor para todos, incluso si ahora Yuri se negaba a creerlo. Así, ahora venía la parte difícil de hacer felices a todos, de pensar en el sueño de Yuri en vez de sus sentimientos, y era lidiar con su propia tristeza. Pero, ¿qué es la felicidad de un hombre comparada con la de Yuri, la de su familia, la de sus hermanitas, la de su madre?
Así que estaba bien, y pudo convencerse de aquello.
Aún cuando las lágrimas no querían detenerse, y la tristeza seguía intacta, haciéndose incluso peor mientras se aleja del hogar Plisetsky para ir a su casa. Y con la tristeza llegaba el miedo, y necesitaba con desesperación que su madre le recibiera con los brazos abiertos como siempre lo hacía. Con esa voz suave y los ojos preocupados, quería que le diera la confianza de siempre, quería su apoyo, y daría lo que fuera por volver a escuchar "Puedes decirme lo que sea, cariño".
¿Podría hacerlo realmente? ¿Valdría la pena contarle sus penas a su madre y recibir así un consejo? La verdad es que no estaba tan seguro, pero lo necesitaba, como ese día en que le dijo que amaba a Yuri Plisetsky, y sintió como el peso dejaba sus hombros. Pero recordó también que aquello no hizo más que aumentar el dolor en su pecho, quizás estaba equivocado. Probablemente esté equivocado, en varias cosas, como lo estuvo siempre, pero en ese momento no quería saberlo.
Y entre sollozos llegó a su casa a las siete de la mañana, cuando las niñas duermen aún y sus padres no tardan en despertar. Pudo subir las escaleras apresurado, encerrándose en su habitación, sabiendo que su madre intentaría entrar. Apenas y puso su cabeza sobre la almohada, ya no había marcha atrás en su llanto, se ahogaba en él, y solo se preocupaba de morder sus labios con fuerza, para que no despertaran a nadie.
Por obvias razones, Nina Altin llegó hasta la habitación de su primogénito, y es que incluso cuando no podía escucharle, a veces una madre simplemente sabe que algo le sucede a su hijo. Y ella lo sabía, hace tanto tiempo, el día en que recibió a Yuri Plisetsky en su casa, lo supo porque Otabek no dudó en ir tras él, incluso cuando sabía qué iba a ocurrir después.
Y mentiría si dice que no sintió lástima por su hijo, una tristeza que no le dejaba tranquila. Una tristeza que solo podía explicar con el miedo de que su hijo fuese lastimado, porque ella conocía al odio más que nadie, dormía con él cada noche, y ya había sido testigo de como golpeaba a su bebé. Y como la mujer devota que era, no pudo hacer más que pedir piedad por su retoño, porque ella sabía que iba a ser difícil para su hijo, aunque no sabía como ayudarle al respecto.
Pero podía darle algo, su apoyo incondicional y confianza, porque contrario a su esposo, a ella no le importaba si Otabek fuese homosexual, que no quisiera estudiar, que hiciera lo que sea, seguiría siendo su hijo y ella seguiría a su lado, con el abrazo más cálido y la sonrisa más dulce.
Y ahora estaba junto a su puerta, podía escuchar los sollozos leves, pero aún así golpeó un par de veces, con la frase que se había acostumbrado a decir, o pensar.
— Otabek, ¿Puedo pasar? Cariño, puedes decirme lo que sea...
Su voz era apenas un susurro, con temor a que su esposo le escuchara, aún cuando estaba a varias habitaciones de distancia. Otabek pudo distinguir la voz de su madre en medio de los sollozos e hipidos, y no dudó en ir hasta la puerta y abrir, lanzándose a sus brazos en cuanto le vio frente a él.
Madre, tómame la mano, ya no tengo dudas, este es final. Si no pude amar al amor más real que llegó a mi corazón, qué más da lo que pueda llegar.
🌹
En su hogar, Yuri Plisetsky seguía en su habitación, pensando en los últimos sucesos. Canela estaba recostada a su lado, demasiado cerca, como si supiera que su amo estaba triste en ese momento. Luego de haber lanzado cosas por todos lados, no le quedaba más que abrazarse a algo y dejar que las lágrimas siguieran. Y esa era la peor parte del llanto, donde comienzas a razonar y así es como te pones más triste, porque ya no es la ira o el dolor el que nubla tus pensamientos, y la realidad te llega de golpe. Y odiaba esa jodida realidad, no quería dejar a Otabek, no quería estar solo luego de haber pasado más de la mitad de su vida con él, después de haberse enamorado de él con tanta fuerza.
¿Existe algún amor que sea incorrecto? Para algunos, aquel amor entre personas del mismo sexo es inconcebible; el amor entre blancos y negros está mal para quien es racista; entre personas de distintas edades para otros; pero si le preguntaran a Yuri Plisetsky, la respuesta sería distinta. Porque el amor incorrecto es aquel donde solo uno ama, y él podía dar cuenta de aquello, ya que llevaba más de cuatro años dándolo todo por Otabek Altin.
Un amor violento que le tenía atado de tal forma que con solo pensar en el kazajo se ponía más triste que antes, porque no podía imaginar la vida sin Otabek, y ese era un problema, porque todo parecía indicar que el amor tendría que esperar para alejarlo de él.
Y quizás, después de todo, el kazajo tenía razón y había que dejar de lado las cosas que hicieron y dijeron en el pasado, dejar atrás ese enredo de sentimientos y hormonas que fue su amor con Otabek. Dañaron personas, se dañaron a sí mismos, quizás sí era mejor quedar como amigos.
Pero le dolía resignarse, y quería hablar con alguien, quería que sus lágrimas las secara alguien y que le diera un consejo. Pocas veces lo necesitaba, porque siempre estaba Beka para cumplir esa tarea, sin embargo, cuando él no está, ¿qué queda? De solo pensarlo se ponía triste otra vez, hasta el punto de aferrarse con más ganas a sus sábanas, hundiendo el rostro y queriendo apagar su mente unos minutos.
Su mente, el mundo, esas estúpidas lágrimas que seguían cayendo y solo le causaban una frustración mayor; que se acabe el mundo, por favor.
Así que en medio de sus sollozos, recordando con pesar todo lo ocurrido, había solo una frase atorada en su mente, torturándole. Pensando en aquellos amores que no son, y en lo injusto que es ser quien ama demás.
Pero quizás debió de suponerlo, porque a fin de cuentas, Otabek y él no eran más que Hijos Del Peligro, incapaces de encontrar la felicidad juntos, y había comprendido que no había más que hacer... su destino era igual.
🌹
A las ocho, Nikolai se levantó con pesadez, yendo hasta la habitación de su nieto, encontrándole hecho un ovillo. Se extrañó de no ver al kazajo junto a él, pues estaba seguro de haberles escuchado la noche anterior, subiendo hasta el cuarto de Yuri.
Se acercó hacia el menor lentamente, viendo como temblaba, bien abrazado a su gata. Yuri apenas y sintió la presencia del mayor, limpió su rostro con rapidez, deshaciéndose de las mantas, y dejando a su gata libre de su agarre. Nikolai solo se acercó preocupado, conociendo demasiado bien a su nieto como para saber que no debía presionar a Yuri o sino las cosas podrían salir mal.
Por su parte, Yuri seguía hecho un ovillo, mirando hacia la pared. Quizás avergonzado de admitir que estaba llorando por alguien. Su abuelo se mantenía en silencio, y sus dedos no tardaron en hacerse camino hasta el largo cabello del menor, peinando con calma.
Yuri tomó aire lentamente, dejándolo salir con pesar, entrecortadamente. Limpió su nariz con la manga de su camiseta, y finalmente pudo hablar, con la voz más casual que pudo encontrar.
— Otabek terminó conmigo.
Inconscientemente, Nikolai frunció el ceño, mientras seguía acariciando el cabello de su nieto. Yuri tembló ligeramente, molesto por sentir su rostro húmedo.
— ¿Quieres hablar sobre eso, Yura?
Pudo estremecerse ante el apodo, negando rápidamente contra la almohada, sintiendo las cálidas manos de su abuelo acariciándole con calma, como cuando era pequeño.
Pero para ser honestos, Yuri sí quería hablar con alguien, quizás no su abuelo, pero sí algún amigo a quien le tuviese confianza. Y se molestó al darse cuenta de que solo Otabek cabía e aquella categoría. Con la mente revuelta, solo fue capaz de entreabrir los labios lentamente, dejando salir su voz como un quejido lastimero, dándose vuelta para abrazar a su abuelo.
— No quería que se fuera...
El mayor solo pudo fruncir los labios, recibiendo el cuerpo de su nieto y abrazándole como cuando era un niño, acariciando su cabello esperando a que se calmara. Antes, él podía solucionar las cosas con un abrazo y su cena preferida, mas ahora no sabía si sería tan sencillo. Así que se dejó abrazar por largos minutos, escuchando en silencio los balbuceos de su Yuri.
Y horas más tarde, luego de compartir un desayuno de panqueques, café y avena junto a Nikolai, Yuri estaba nuevamente en su habitación, con Canela en sus brazos, frotándose contra él con insistencia. Pudo sonreír al notar como la gata parecía darle ánimos, y entre todo el desorden que era su habitación, encontró su teléfono.
Ya era mediodía, por lo que de seguro estaba bien llamarle.
Esperó unos segundos con el celular entre sus dedos y su oído, apenado e incluso algo triste nuevamente, sintiendo los segundos eternos. Finalmente, al otro lado de la línea, escuchó una voz ronca y amable, justo lo que necesitaba.
— ¿Hola? ¿Yurio?
— Katsudon... ¿Tienes tiempo?
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Capítulo 30: No hay nada nuevo bajo el sol
Yo nunca me sentí tan tonto
al menos nunca como tú
no quiero levantar sospechas sobre mi
espero que no tengas nada que decir
Lo intento todo para ser
mejor de lo que fui
de lo que fui hasta ayer
no hay nada nuevo bajo el sol
ni escombros de un amor que pueda recoger
💭
Por algún motivo, los días eran eternos. Aún cuando podía crear una rutina que le alejara de la negatividad y de sus pensamientos, el tiempo pasaba lentamente y las noches le mantenían despierto.
Y así, aún cuando los días pasaban lentamente, pasaban, y con ellos las semanas. Dos semanas donde se dedicó a sus exámenes y, de ese modo, evitar a Yuri. Aunque a veces, mientras mira el techo de su habitación y luego su pila de cómics en el estante, cree que el tiempo no pasa, sino que retrocede. Cuando eran niños y tenían que ocultarse por razones que no entendían muy bien, pero que ahí estaban, haciendo que Otabek no tuviese el valor de ir junto a Yuri al comedor con el resto.
Días de historietas y zapatillas de ballet, ahora poco queda de eso.
Porque a lo largo de los años había tomado decisiones sin pensar en Yuri, sino que solo en él mismo. Como cuando era un niño temeroso del amor, y se consiguió una novia para convencerse a si mismo de que el revoloteo en su estómago no significaba nada. Y ahora lo intentaba de nuevo, convenciéndose de que la vida de todos sería mejor sin sus errores. Quizás era un cobarde, quizás siempre lo ha sido. Le gusta pensar que no, que al contrario, es valiente y honrado. Lo que sea para mantener sus pensamientos a raya.
Pero al menos estaba dando resultado, porque sus calificaciones mejoraban y las cosas en su hogar también, así que no había más de qué preocuparse. Siempre y cuando no pusiera esa canción triste en repetición ni buscara esa playlist que había hecho para ambos; aunque, bueno, sería mejor que no escuchara música simplemente, porque todo le recordaba a Yuri Plisetsky. Y eso era un problema.
Y los días pasaban lento, pensando en su mejor amigo, recordando con tristeza que seguían siendo novios, y que le seguía enviando mensajes que a veces el moreno respondía. Como esa noche, donde Yuri le había enviado la foto de un gatito, sin motivo aparente. Otabek soltó una risita en cuanto vio el mensaje, con la luz del teléfono iluminando su rostro en medio de la oscuridad de su cuarto, y no tardó en escribirle una respuesta. Aunque luego la borró, porque tras dos semanas de soledad, quería oír su voz.
Sus dedos no tardaron en ir hasta el ícono de llamada, y antes de arrepentirse, lo pulsó, ansioso. Estaba casi seguro de que al escucharle lloraría, o finalizaría la llamada.
— ¿Beka?
Y estuvo a punto de lanzar su teléfono, o comenzar a sollozar como esa noche en que le pidió un tiempo. Extrañamente, pudo contenerse, fijándose en la voz dulce de su novio, porque... seguían siendo novios, claro, solo había sido un tiempo. Por el momento.
— Hola, Yura.
Y gracias a todo lo divino, su voz sonaba normal, aunque sentía su garganta molestándole. Por otro lado, desde su habitación, la sonrisa de Yuri inundaba el lugar, con Canela durmiendo a su lado, la lámpara iluminando con calidez y el disco de ambos sonando como un suave murmullo. La voz de Otabek hizo que su corazón latiera más rápido, estar alejado de él le había afectado bastante, y en esos momentos ya no podía pensar en nada excepto la felicidad que sentía.
— ¿Por qué llamas?
— ¿Por qué me envías la foto de un gatito a las... doce y media?
Yuri pudo escuchar la voz adormilada de su novio y se sintió un poco culpable, aunque la risa que brotó de sus labios fue inevitable. Otabek rió con él, tratando de no hacer mayor ruido.
— Mañana terminan los exámenes, es un regalo de celebración.
Otabek sonríe al escucharle, cayendo en cuenta de que era cierto. Mañana acababan los exámenes, y con eso su excusa para no ver a Yuri. Sin mencionar además que le quedaban apenas un par de semanas antes de graduarse, antes de que llegara el verano y con él las decisiones de ambos. Podía sentir la ansiedad de pensar en eso, en lo que le diría a Yuri... en lo que vendría después.
Y ahora sí tenía miedo de llorar.
Porque en tan solo dos semanas estaría frente a su familia con un diploma en la mano y alguna chica al azar junto a él, celebrando que su vida adulta daba inicio, y que a la vez, su adolescencia e infancia de fantasía quedaban atrás. Y con eso, Yuri Plisetsky.
— No quiero que el tiempo pase, Yura.
No pudo evitar que su voz fuese apenas un murmullo lastimero, y Yuri tuvo el impulso de ir a su lado, aún cuando estaba demasiado lejos.
— Entonces... sentémonos juntos y pongamos la misma canción una y otra vez, podríamos jugar a que seguimos siendo niños en la azotea.
En su habitación, Yuri sonreía divertido, ignorando el hecho de que a varios kilómetros, Otabek intentaba no suspirar triste, con el nudo en la garganta. En la habitación del moreno no había más que silencio, y Otabek cerró sus ojos para escuchar la respiración calmada de Yuri, jugando a que estaba junto a él.
Le gustaba esa palabra, jugar. Podrían jugar a que el tiempo no pasa, jugar a que no tienen que alejarse, jugar a que eran los mismos de antes, y que todo era mucho más fácil.
— ¿Estás dormido?
La voz de Yuri le sacó de sus pensamientos, y pudo sonreír levemente, limpiando su rostro aún cuando nadie puede verle.
— No, ¿lo estás tú?
Su tono burlesco hace reír a Yuri, en un murmuro suave que hace vibrar cada partícula de Otabek, quien también se permite reír.
— Otatonto.
— Quiero verte, el sábado. Sentémonos juntos y pongamos la misma canción una y otra vez.
— ¿Mañana no?
Pudo hacer una mueca al pensar en que ocurriría mañana, frotando su rostro con molestia.
— No, mañana solo quiero dormir en cuanto llegue a mi casa, babe.
Yuri soltó una risita y le dijo un suave no te preocupes. Su conversación terminó poco después, y lo único que podían escuchar era la respiración acompasada del otro. El silencio les inundaba, mas no era incómodo o molesto, sino al contrario, pacífico. Escuchando los murmullos de canciones y la respiración delicada de Yuri, acompañada de uno que otro suspiro, Otabek pudo dormir esa noche.
Y soñó con gatos, historietas, ballet y canciones que sonaban una y otra vez.
🌹
Cuando salió del salón de química, luego de rendir su último examen, vio a Víctor apoyado sobre los casilleros, y no tardó en correr a su lado y abrazarle. El ruso reía emocionado, mientras que Yuuri les veía contento, así como algo avergonzado por el espectáculo que ambos estaban dando.
— Otabebé, no puedo creer que ya dimos todos los exámenes, esto hay que celebrarlo.—Víctor secaba una lágrima falsa en su mejilla, y su novio alzaba una ceja, con una sonrisa en el rostro.
— Oh, ¿y cómo les fue?—Otabek pudo reír al escuchar eso, mientras que Víctor cambiaba su sonrisa de corazón por sus mejillas infladas, haciendo un berrinche.
— Yuuuuri, lo importante es que ya dimos los exámenes, no cómo nos fue en los exámenes. Así que, Otabear, fiesta en mi casa esta noche, ¿Qué te parece?
El kazajo le sonrió con desgano, mientras tomaba las cosas de su casillero y las guardaba con rapidez.
— Justo hoy tengo una cita urgente, Víctor, lo siento.—El ruso le miró indignado, imitando su reacción con Yuuri.
— Otabek, ¿cómo planeas conseguir pareja para la graduación si no vas esta noche?
Era gracioso, porque Víctor ni siquiera pensó en la opción de llevar a Yuri, conocía demasiado bien a su amigo. Y Otabek se permitió bromear un poco, tratando de no pensar en aquello.
— Oh, no te preocupes. Estaba pensando en invitar a Sara, ¿qué dices?
Pudo escuchar la risotada de Víctor y Yuuri, y se permitió reír junto a ellos. Aunque el resto del día lo pasó en el silencio común que le caracterizaba, escuchando como sus amigos seguían haciendo planes sobre esa noche. Durante el almuerzo se sorprendió de ver a Leo en la mesa con sus amigos, mas no hizo comentario alguno. Y como de costumbre, recibió la mirada reprobatoria de medio instituto, incluyendo el ceño fruncido por parte de JJ en cuanto se percató de su presencia.
Dos semanas más, podía repetirse una y otra vez.
Por desgracia, Víctor estaba lo suficientemente emocionado con su fiesta como para chillar durante todo el almuerzo, y Yuuri no hacía nada por detenerle. Otabek pudo reflexionar en sus planes para esa noche, y decidió mandar al carajo la salida con su padre, con otra idea en mente.
— ¿Víctor, cómo harás una fiesta si nadie está enterado?—Yuuri podía ver a su novio con una mueca astuta, mientras que el ruso solo ponía su característica boca de corazón.
— Yuuri, de eso se encarga tu adorable amigo Phichit.
Otabek intentó no bufar al oír el nombre de ese hámster, y por primera vez durante la conversación, le sonrió a su amigo.
— ¿Aún quieres que sea el dj?—Víctor pudo verle con sus enormes ojos azules brillando, y Leo sonrió en respuesta, junto con Yuuko.
— ¿Otabear, vas a dejar tu lado asocial y vas a acompañarnos?—Aunque, claro, poco le duró a Otabek su sonrisa al oír a su amigo.
— ¿Quieres que vaya o no?
🌹
Era increíble como es que la casa Nikiforov podía siempre llenarse tanto, incluso cuando las tertulias de Víctor se anunciabande un momento a otro. El ruso no se molestaba por poner una generosa cantidad de licor, mientras que sus invitados eran libres de traer el resto.
Y como siempre, todo estaba tan asquerosamente lleno. Personas en el salón bailando o devorando los labios de alguien en algún rincón, la piscina llena de flotadores y adolescentes valientes que no le tenían miedo a las bajas temperaturas, y la cocina repleta de botellas y vasos a medio beber. El segundo piso era un lugar que había que dejar aparte, porque allí nadie iba sin pareja.
Y Otabek no era capaz de entender cómo es que la señora Nikiforov no le decía nada a su hijo, aunque claro, era él quien debía limpiar al día siguiente. Y ese ya era castigo suficiente.
Pero poco le importaba a Otabek qué le pasara a Víctor o cómo conseguía permiso para un evento de ese nivel, lo que a él le importaba era ser el dj, lo que más le gustaba. Eran apenas las diez y ya se sentía un poco mareado, tenía el teléfono apagado y sus dedos se deslizaban una y otra vez por la mesa, subiendo el volumen de las canciones, viendo como todos bailaban en el salón bajo un par de luces de colores. Y entre ellos, el delicado cuerpo de Yuri Plisetsky, sonriéndole de vez en cuando.
Y Otabek se veía tentado de poner la misma canción una y otra vez y jugar a que el tiempo no pasaba, porque en cuanto estuviera junto a Yuri, inevitablemente las cosas sudecerían. Lo había pensado durante días, noches enteras y tardes solitarias, y su relación con Yuri Plisetsky no iba a seguir por mucho tiempo más. A veces es mejor ser amigos.
Y aunque quiso poner la música una y otra vez, aún no estaba tan borracho como para hacerlo. Así que siguió en su trabajo mientras recibía un par de tragos de personas simpáticas que se encargaban de hidratar al dj, hasta que se sintió lo suficientemente mareado como para pedir un descanso, y pudo reconocer como Leo le quitaba los audífonos con una sonrisa y tomaba su lugar.
Yuri le esperaba en un rincón de la sala, y casi creyó estar alucinando. Se veía tan hermoso como le recordaba, y se sintió mal de tan solo pensar en lo que ocurriría entre ambos.
Por su parte, Yuri buscaba la mano de Otabek en medio de esa oscuridad y ruido, algo mareado por el alcohol en su sistema, quería sentir la piel tibia de su novio. Le arrastró con pereza hasta el pasillo entre el baño y la cochera, donde la luz no llegaba.
Entre el licor y el miedo, Altin juntó sus labios con rapidez, desesperado, ansioso. Yuri le siguió el ritmo y se aferró a su cabello, acariciando sus mejillas de vez en cuando, juntando sus cuerpos con cada movimiento. Otabek se separó segundos después, con el rostro ardiendo y la boca seca, Yuri le veía desorbitado.
¿Por qué siente que ya había vivido algo así?
Quizás era el alcohol o la música, ese beso que no debería haber dado; pero Otabek estaba más que seguro de que el tiempo retrocedía. Y recordó el cumpleaños de Yuri, aunque se prometió que no volvería a cometer un error como el de ese día.
— Beka...—Yuri tenía la voz un poco más ronca que de costumbre, arrastrando las palabras, tocando el cabello de su novio. Y Otabek pudo saber enseguida qué es lo que quería, porque había visto esa mirada antes.
— No, vamos a tu casa...
— Mi abuelo nos va a matar. —La risa contenida se reflejaba en sus ojos verdes y brillantes, Otabek sonrió en respuesta.
El kazajo hizo caso omiso y le tomó de la mano, arrastrándolo hasta la salida, llegando hasta su motocicleta y asegurándose de ponerle bien el casco a su novio. Le pidió a todas las divinidades que por favor llegaran en una pieza e intentó ir más lento que de costumbre, sintiendo las manos cálidas agarrándose de su cintura. Las luces le cegaban de vez en cuando y la risa de Yuri solo le confirmaba que estaba bastante bebido.
Contra todo pronóstico, llegaron al hogar Plisetsky sin mayores problemas, subiendo las escaleras en silencio y risas ahogadas. Yuri se lanzó a sus labios en cuanto estuvieron juntos, con la puerta cerrada y las luces apagadas. Otabek sostuvo las mejillas del menor, pasando sus dedos con pereza por su suave piel, separándolos.
Tomó al menor en sus brazos, y lo llevó hasta la cama, sin mayor rapidez o ansiedad. Le dejó con calma y pudo ver sus ojos deseosos, parecidos a los de él. Y aún así, no hizo más que quitarse las botas y recostarse a su lado, abrazándolo. Yuri captó el mensaje y dejó un último beso sobre los labios de su novio, acurrucándose contra él. El moreno cerraba sus ojos, su respiración agitada se acompasaba de a poco, y sus manos apresaban a Yuri contra él, suspirando de felicidad.
Era su última noche con Yuri Plisetsky, y quería dormir a su lado.
Más que sentir los besos ardientes o siquiera escucharle gemir, él quería sentir sus manos suaves, escuchar sus suspiros y su respiración calmada. No quería recordarle como una última vez haciendo el amor, quería recordarle como una última vez juntos. Juntos en el máximo de los sentidos, escuchando el silencio que había entre ambos, oliendo su ropa, su cabello con esencias florales. Acariciándole, amándole de la manera más pura.
Una última vez.
Y esa noche, lo poco que quedaba de noche, la pasó a su lado, apreciando cada centímetro de su existencia, sintiendo su calor y su cercanía. Hasta que a las seis de la mañana, cuando el cielo tenía un color casi lila, y la luz podía iluminar el rostro sereno de Yuri y la mueca triste de Otabek, el moreno decidió despertarle.
Una última vez.
— Yura...
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Capítulo 29: Invierno
La soledad vacía
Llena todo el día
Pensando en no existir
Y es así que llegaré al fin Y es así que llegaré al fin
De este invierno, amor Que parece eterno La sangre deja el cuerpo El verano, amor Que nos hace falta El sol que nos levanta.
💭
Esa noche, dormir fue casi un desafío. No podía siquiera mantener sus pensamientos, y es que mientras todo era silencio en su habitación, en su mente solo había ruido. Ruido molesto que se mezclaba con la música a través de sus audífonos y una persona en particular: Yuri Plisetsky.
Ojos verdes y sonrisas burlonas, una cabellera dorada que se movía libremente mientras bailaba para él en la azotea, manos cálidas que tocaban su rostro, labios rosados que le llevaban al mejor de los cielos. Contuvo una risita al pensar en Yuri de ese modo, porque aún cuando no le gustara admitirlo, él era devoto a Yuri Plisetsky. A todo de él, sus días buenos y malos, su talento, su fortaleza, su valentía. La misma que él no tiene, y que a veces desea como el infierno. Como ahora.
Aunque, en cierto modo, le gustaba pensar en que sí era valiente. Una vida sin Yuri a su lado, luego de haberle tenido tan cerca, podía considerarse como un acto de valentía. Sobrevivir sin el amor de tu vida, un desafío que no cualquiera estaba dispuesto a cruzar.
Pero podía calmar sus latidos cuando recordaba por qué estaba haciendo tal cosa, porque su felicidad no vale nada al lado de la sonrisa de su madre o la de sus hermanitas, o incluso el rostro feliz del mismo Yuri, ese que pone cuando habla de ballet, ese que vio esta noche mientras cenaban y el rubio narraba emocionado los sucesos ocurridos con Lilia.
Quiso olvidar las imágenes que llegaban dolorosamente a su mente, mas luego cayó en la cuenta de que él jamás podría olvidar a alguien como Yuri Plisetsky. El ruso llegó a él tan de repente, tan de golpe, que fue capaz de dar vuelta su vida, y su corazón. El héroe de Kazajistán se enamoró perdidamente del hada rusa, aún cuando era consciente de que los humanos no pueden poseer la eternidad, ni siquiera en el amor.
Y estaba feliz, feliz de que haya ocurrido.
Él jamás podía olvidar a alguien como Yuri Plisetsky, y si bien antes quería intentarlo, ahora estaba más que decidido a no hacerlo. Porque quería guardar todo de Yuri, desde la manera en que arruga la nariz o saca su lengua en desagrado, el modo en que puede caminar con la frente en alto, o como sus mejillas pueden pasar del blanco más puro hasta el sonrojo más dulce. Quería guardar todo de él, todo lo que sintió junto a él y lo que siente por él.
Y con ese pensamiento en su mente, fue capaz de conciliar el sueño, aún cuando ya eran las cuatro de la mañana.
🌹
Al día siguiente, Yuri no sabía como sentirse junto a Otabek. Quizás habían retrocedido un par de meses, quizás años, pero la cosa es que su relación ya no era la misma de hace unos días, y no sabía que hacer.
No le vio durante el almuerzo, pues según Víctor, el moreno estaba en la biblioteca, consiguiendo material para la siguiente semana de exámenes. Trató de no prestarle importancia a su ausencia, enfrascándose en una conversación con el resto del grupo, que poco a poco se hacía más pequeño. Ya no estaban ni Mila, Jean, ni Seung, y Yuri no sabía como sentirse al respecto. Sobre todo con el coreano, y es que Phichit fue lo suficientemente... Phichit, para comentar que fue Seung quien dio la noticia sobre Yuri Plisetsky y Otabek Altin.
Y aunque tuvo ganas de ir hasta él y plantear un puño en su inexpresivo rostro, se contuvo, porque después de todo nadie tenía culpa excepto él mismo.
Y pensando sobre lo ocurrido, no pudo evitar que su mente se desplazara hasta Otabek, con preocupación. ¿Acaso Otabek le había pedido un tiempo porque ya todos sabían que era gay? Luego de lo ocurrido, no han hablado del tema, y ya ha pasado exactamente una semana donde claramente se puede apreciar la diferencia que todo el mundo hace con Otabek ahora que le han sacado del clóset. ¿Estará triste por eso? Si bien Yuri estuvo algo resentido con su novio debido a su decisión... no se había preguntado antes acerca de su estado anímico. Asumía que no estaba del mejor humor, porque los problemas en su casa no cesaban, y no era necesario preguntar, porque los moretones nunca fueron ignorados por sus ojos verdes, así como la manera en que Otabek parecía no querer ir a casa.
Casa, su casa, ¿Cómo es vivir bajo el mismo techo que Vladimir Altin? Un infierno, probablemente.
Puede recordar con frustración la manera en que ese hombre desagradable golpeó su rostro, e instantáneamente recuerda que Otabek sufre eso... y más. Es cierto que nunca han hablado de eso, un tema delicado que su novio insiste en evitar, bajándole el perfil a las agresiones, siempre culpándose.
De solo pensar en el dolor que seguramente atravesaba Otabek, se sintió el peor novio del mundo, y quiso comprenderle. Quería confiar ciegamente en él y ayudar, incluso si eso era dándole su espacio.
Aunque, a pesar de su voluntad y coraje, no pudo evitar que sus ojos se llenaran con las lágrimas que no pudo soltar la noche anterior luego de que Otabek le pidiera un tiempo, y salió huyendo de la mesa con sus amigos, caminando apresurado hasta la azotea.
🌹
Por la tarde, Otabek llegó temprano a su casa, algo que ni su madre ni sus hermanas veían hace ya muchos meses. Saludó a su familia con rapidez y fue hasta el segundo piso, con Nina siguiéndole de cerca.
Otabek cerró su puerta con fuerza, y segundos después pudo sentir como su madre le llamaba del otro lado, con su voz dulce cargada de preocupación. No quería oírla de ese modo, pero tampoco podía dejarle entrar, porque de ser así, otra vez lloraría.
— ¿Bebé?
No pudo evitar la sonrisa en su rostro cansado, y terminó por lanzar su mochila en algún lado, para luego abrir la puerta. Nina se hizo camino hasta su hijo, que permanecía sentado al borde de su cama, mirándole con el rostro calmado de siempre, aún cuando de seguro tuvo un día difícil. No pudo evitar sentarse a su lado, y Otabek rehuía de su mirada.
— ¿Cómo estuvo tu día, Beka?—La castaña pasaba sus manos por las de Otabek, mientras él solo podía pensar en lo interesante que era observar cualquier cosa excepto a su madre.
— Uh... Bien, excelente, me conseguí unas guías para estudiar química, y Víctor me ayudará en el examen de inglés.
— ¿Cómo está Yuri?—Otabek suelta una risa algo sarcástica, y su madre le ve atenta.
— No tienes que ser así de cruel, ¿sabes? —Nina le sonrió un poco, para luego tomar su rostro y obligarle a observar su rostro.
— ¿Quieres hablar de ello?
— No, mamá, está todo bien.—Nina frunció sus cejas levemente, en la expresión más molesta que su dulce rostro podía hacer.
— Anoche no parecía así, Otabek. Sabes que podemos hablar de lo que sea, no puedes llevar el peso de todo sobre tus hombros.
Pudo escuchar su voz dulce, sus ojos no dejaban de verle preocupados, molestándolo. Decidió ponerse de pie y rebuscar entre sus libros para evitarla, dejando todo sobre el escritorio.
— Cuando haya algo de qué hablar, serás la primera en saberlo, mamá.
Otabek le mostró una sonrisa amable, mientras revisaba una carpeta de su mochila. Nina le vio preocupada una vez más, aunque no fue capaz de seguir insistiendo, tratando de convencerse de que su hijo decía la verdad. Quizás era cierto y él le hablaría, cuando estuviera listo, cuando fuese necesario.
Abandonó la habitación de su primogénito luego de dejar un beso sobre su mejilla, para volver al salón con sus hijas. A veces desearía que Otabek fuese un niño otra vez, un niño que necesitaba de su madre, a quien le confiaba cada uno de sus secretos, a quien le pedía consejos. Últimamente, Beka se había vuelto un chico solitario de quien no conocía casi nada, y se sintió mal de solo pensar en las consecuencias que eso podría traer. Como ahora, que sabe que algo le ocurre a Otabek con Yuri, mas no puede hacer nada al respecto, aún cuando ella lo único que quiere es la felicidad de su hijo, más allá del pensamiento de otras personas.
Quizás todo se hubiese arreglado si él hubiese huido a los brazos de su madre, en busca de un consejo, como cuando era un niño.
🌹
En cierto modo, Otabek ya no estaba tan seguro de seguir adelante su plan de sacar a Yuri Plisetsky de su vida. Porque una vida sin Yuri parecía demasiado monótona, demasiado triste.
El viernes y el sábado no valía la pena nombrarlos, porque no hizo más que estar pegado al libro de matemáticas y química, preparándose para los exámenes finales. En el instituto no veía a nadie excepto Víctor, con quien compartía varías clases, y el ruso aprovechaba tales instancias para recordarle que era un imbécil.
Víctor no podía entender cómo es que Otabek pudo pedirle un tiempo a Yuri, no entendía cómo es que todo podía ser tan complicado para ellos dos. El kazajo se mantenía en silencio, porque sabe perfectamente que puede ser difícil de explicar, y a veces ni él sabe por qué actúa de ese modo.
El domingo, por primera vez en muchos meses, despertó en su cama, y se sintió extraño y frío. Así como se sintió raro pasar su sábado junto a sus hermanas y su molesto conejo, en vez de Yuri y su gata gorda y suave. Se sentía demasiado frío el hecho de dormir solo, sin tener al pequeño cuerpo de Yuri donde acurrucarse, donde podía dejar sus manos descansar, o donde podía enredar sus dedos en su hermoso cabello.
Sin Yuri, la primavera parecía lejana y el invierno se sentía duro y cruel, obligándole a usar doble camiseta para ganar calor, en reemplazo de las manos suaves de su novio, sus besos cálidos que tanto le hacían falta para ese frío.
Podía soñar con que iba a llegar el fin de ese invierno que parecía eterno, así como también podía soñar con que volvería a estar junto a Yura, en ese verano que era su sonrisa, y esa calidez eran sus ojos enamorados. Podía soñar un montón de cosas, porque su mente no parecía darle tregua si de Yura se trataba, y hace unas noches comprobó con tristeza que conciliar el sueño sin Yuri Plisetsky era un verdadero desafío.
Uno al que debería empezar a acostumbrarse, lamentablemente.
Revisó su teléfono con pereza y pudo ver unos mensajes por parte del rubio, eliminándolos sin siquiera leerlos. Llegó hasta el comedor, y al parecer a todos les sorprendió un poco verle ahí, con el cabello revuelto y su rostro cansado. Vera le sonrió divertida, tratando de arreglar un poco el desastre que tenía como peinado, y sus hermanas sonreían. Su padre esbozó una mueca, diciéndole que debía arreglar ese desastre antes de que fuesen a la iglesia.
Otabek no hizo más que asentir desganado, después de todo, debía lucir bien para ver a Lena.
🌹
El lunes, Yuri estaba ansioso de ver a su novio, mas le fue imposible. Apenas le pudo ver de reojo durante el almuerzo antes de que el kazajo desapareciera hasta el tercer piso, siempre ocupado, siempre estudiando, siempre rápido. Pudo aguantar tranquilamente hasta el miércoles, una semana luego de que su novio le pidiera un tiempo. Los exámenes ya habían empezado, y la tensión se podía sentir en todos lados, con jóvenes estudiando en los pasillos y chicas escribiendo cosas en sus muslos, por poco olvida cuanto extraña a su novio.
No podía evitar sentirse melancólico, porque de un momento a otro, acabó almorzando solo nuevamente, como cuando era niño.
Víctor y Yuuri no hacían más que estudiar, y es que al igual que Beka, estaban en su último año, y debían obtener buenas calificaciones para así prepararse para la universidad. Yuko por otro lado se la pasaba con su novio, ayudándole con una que otra materia, para que no reprobara.
Así que de algún modo se había quedado solo, y todo aquello no hacía más que darle un mal presentimiento. Acabó en la azotea como cuando tenía apenas diez años, e imaginaba tontamente que Otabek llegaría a hacerle compañía y remover su mundo, tal y como lo hizo hace siete años. Y es que últimamente no podía evitar que sus pensamientos se movieran hasta los primeros días de su amistad, rememorando cada hecho, sonriendo con tristeza.
Porque, sin darse cuenta, todo le sabe a despedida. Despedirse de San Petersburgo, de su antigua vida en el instituto, de sus amigos, de su gata... de Otabek. Aún cuando es consciente de que todo lo que viven ahora no es más que una pequeña brecha, no puede evitar que su mente piense en los escenarios más negativos, recordándole cierta época en que Otabek Altin decidió ignorarle, porque había conseguido novia.
Ahora, Yuri sabe que las cosas no son de ese modo, mas sigue sin saber qué le ocurría a su novio. ¿Qué hay dentro de la mente de Otabek Altin? Le gustaría ser capaz de hablar con él, y resolver lo que sea que esté ocurriendo juntos.
Salir de este invierno que les envolvía, esperar juntos el verano que prometía una mejor vida, para ambos. Porque pasar el frío a su lado era menos doloroso, y no veía la hora en que llegara ese sol que les hacía falta.
Quizás, Otabek y Yuri no necesitaban más que la llegada del verano, cuando ambos salieran del instituto, y las decisiones ya estuviesen tomadas, podrían arreglarlo todo. O al contrario, podrían despedirse con un abrazo apretado y un nudo en la garganta, fingiendo que estarían bien el uno sin el otro. Yuri no se sentía listo para ninguna de las dos opciones.
Quiso creer en que la vida no podía ser tan injusta, siempre hay más de dos opciones, y estaba dispuesto a mostrarle eso a Otabek.
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Capítulo 28: No me hables de sufrir
Me dices que es muy tarde
Me dices que es mejor
Parece que no sabes
Lo que nos guarda el dolor
Mejor que no me hables
No me hables de sufrir
El tiempo es implacable
Si se trata de ti
💭
Ese martes, cuando Otabek llegó a su casa, solo pudo esperar pacientemente a que su padre llegara. Y contra todo pronóstico, no hubieron más golpes de por medio.
El señor Altin apareció media hora antes de lo normal y su esposa tembló de pies a cabeza al escucharle, mas no tuvo tiempo de reaccionar, pues antes de siquiera preocuparse demasiado, el kazajo ya estaba frente a ella con un ramo de rosas. Otabek podía escuchar su pequeña conversación desde el salón, con la frustración de siempre, porque cada vez que su progenitor alzaba la mano contra su esposa, todo parecía arreglarse con flores y unos días de palabras amorosas.
Nina Altin creía en el amor más que nadie, su único pecado en la vida es creer que todos poseen un corazón bondadoso y que los errores no son más que eso. A Otabek, su madre le repetía una y otra vez que a veces las personas cometen equivocaciones, o que no saben lo que hacen, pero el moreno no puede creer que su padre lleve quince años cometiendo la misma equivocación. Violentar a tu familia no es una simple equivocación.
La cena pudo transcurrir en calma, y Otabek estuvo agradecido de que su padre dejara a sus hermanas comer en paz y decidiera darle su sermón más tarde, cuando ellas ya dormían. Aunque todo resultó mejor de lo que esperaba, porque él ya había tomado una decisión, e iba a seguir adelante. Ante todo lo que su padre le dijo, él asintió sin más, pensando en la cálida sensación de paz que podía haber en su hogar. Le gustaría que así fuese siempre.
🌹
Al día siguiente, en la tarde, Yuri estaba en el estudio de Yakov, con Minako a su lado, practicando la última rutina que estaban perfeccionando. El ruso apareció junto a ellos unos minutos después, sin querer interrumpir, con Lilia acompañándole.
Desde que Yakov le había comentado a su ex esposa que tenía un pupilo asombroso, el contacto se mantuvo como si nada, hasta que finalmente pudo convencer a la ex prima ballerina de viajar hasta San Petersburgo para ver con sus propios ojos a Yuri Plisetsky. Yakov sabía que Lilia aceptaría su propuesta y podría ayudar al rubio, porque él y Baranovskaya eran iguales. La fuerza y la belleza en su baile, la dedicación, la elegancia que podían demostrar al moverse. Yuri Plisetsky podría fácilemente ser considerado como el hijo de Lilia, el perfecto sucesor de una perfecta prima ballerina.
Pero aún faltaba la decisión del rubio, y por eso la rusa seguía ahí, esperando su respuesta.
— Yuri.
La voz de Yakov resonó en el lugar y el menor se volteó enseguida, al igual que su maestra. Yuri pudo ver a Lilia, y se emocionó un poco. La ex prima ballerina no tardó en llegar junto a Plisetsky, con una sonrisa en el rostro.
— Vamos a hablar en el estudio de Yakov, tú y yo.
Yuri no puede hacer más que asentir, nervioso al escuchar lo dicho por Lilia. No puede evitar acordarse de lo que su abuelo le dijo unos días atrás, regañándole por hacer esperar a la maestra de la prestigiosa academia de Moscú. Ahora camina nervioso junto a ella, con miedo de malas noticias, como que se aburrió de él, por ejemplo.
Al llegar, Lilia toma asiento en el pequeño sofá junto a la ventana, indicándole a Yuri que se siente a su lado. El menor le hace caso, sentándose recto junto a ella.
— Yuri Plisetsky...— Sus ojos le analizan por un tiempo, para luego sonreír suavemente, llevando una de sus manos hasta la mejilla del rubio.— Supongo que has pensando en lo que te propuse.
— Claro que sí.—Yuri se asegura de responder enseguida, mostrándose ansioso.
— ¿Y qué dices?—La bailarina le ve ceñuda, y Yuri no duda un segundo en contestar.
— Sí, señorita Lilia, quiero ir a la Academia de Ballet del Teatro Bolshói, será un honor.
La sonrisa brillante en el rubio pudo hacer sonreír a la mayor, que le veía más que feliz de escuchar sus palabras. Lilia veía tanto de ella en Yuri, inclusive su entusiasmo, y también veía a un hermoso diamante en bruto que ella puliría encantada, ansiosa de hacerle brillar a base de esfuerzo, perfección y belleza sin igual. Yuri Plisetsky era hermoso por naturaleza, su técnica era casi intachable y tenía la fuerza y determinación necesaria para ser mejor, y Lilia veía en él a una promesa del ballet ruso.
— Estoy encantada, Yuri.—Sus manos fueron hasta el cabello dorado del menor, deshaciendo la trenza que llevaba.— ¿Estarás dispuesto a dejar tu pasado atrás y cambiar lo necesario para ser perfecto? ¿Estarías dispuesto a darle tu alma al baile?
Yuri sonrió con suficiencia, mientras la castaña sostenía su mejilla, con expresión severa.
— Estaría dispuesto a entregar mi cuerpo entero con tal de alcanzar la perfección y belleza.
La sonrisa satisfecha de Lilia solo le hizo más feliz, y por algún motivo la mujer le envolvió en un abrazo apretado, contenta de tenerle como alumno. Se quedaron hablando por mucho tiempo, hablando del viaje, de la dieta que Yuri tendría que llevar, de fechas, lugares, deseos... inclusive hablaron mal de Yakov, burlándose de de él.
Yakov por su parte les veía de reojo desde el umbral de la puerta, sonriendo sin poder evitarlo, imaginando que si el destino no hubiese sido tan cruel con él y Lilia, ellos tendrían un hijo de la edad de Yuri.
Pudo entender que su ex esposa se llevara bien con el menor, y es que además de ser extremadamente parecidos, Lilia veía en Yuri al hijo que perdió.
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Luego de hablar largo y tendido con Lilia, Yuri pudo despedirse de todos los presentes, yendo felizmente hasta el estacionamiento, donde Otabek le esperaba apoyado en su motocicleta. Se saludaron con un beso apresurado, para luego disfrutar del viaje a casa, viendo el atardecer en medio de la carretera.
Nikolai les esperaba en casa con la cena casi lista, y Yuri tiró su bolso a su habitación y fue directamente a darse un baño, dejando a su novio ayudando con la comida. El kazajo le había dicho a Nikolai que se sentara mientras él hacía el resto, y el mayor no pudo oponerse, observando como el kazajo comenzaba con la ensalada, revolviendo de vez en cuando la olla con salsa. Yuri apareció media hora después, con el cabello aún mojado y su pijama que consistía en una camiseta de Otabek y un par de leggins, además de sus calcetines de gatito.
— Ponte zapatos y sécate el pelo, Yuratchka.—Su abuelo le veía desde su lugar en la mesa, mientras Yuri tomaba en brazos a su gata, llenándola de besos.
— Se va a enfriar la comida, abuelo.
— Podemos calentarla.
Otabek le veía con una sonrisa burlesca, y Nikolai volvió a insistir para que su nieto fuese a abrigarse. A veces Yuri se maldecía por dejar a esos dos solos, pues estaba seguro de que se fusionaban para joder su existencia con ese tipo de actitudes tan parentales. Luego de un corto berrinche, Yuri regresó a la cocina con el cabello seco y zapatillas, y Canela en sus brazos. No tardaron en sentarse para cenar, y la boca del menor se hizo agua al ver el plato de enorme de pelmeni.
— ¿Qué tal su día?—La voz de Nikolai hizo sonreír a Otabek, y es que el ruso era tan amable como para preguntarles a ambos, sabiendo que siempre era Yuri quien tenía algo que contar, y nunca él.
—Lilia fue al estudio.—La voz del menor se oía realmente emocionada, y Nikolai sonrió orgulloso, al igual que Otabek.
— ¿Qué tal todo?—Yuri solo pudo comer con rapidez para luego pasar a su faceta de completa emoción, con sus ojos brillando más que nunca y la excesiva gesticulación con las manos.
— Le dije que sí quiero ir a la academia, y está muy feliz por ello. Me dijo que viviríamos todos en su casa, porque es enorme, y que tendría clases con el resto de novatos del teatro. También tiene un estudio en su casa, así que durante mis días libres también podré practicar, y por las mañanas tendré mis clases, ella quiere que sean particulares.
Yuri hablaba tan rápido y tan feliz que su abuelo sintió tristeza de interrumpirle, aún cuando la duda le carcomía por dentro, y es que no tiene idea de cuanto dinero tendrá que pagar por todo eso. Otabek, por otro lado, llevaba un tiempo pensando en algo.
— ¿Todos? ¿Quienes son todos?
— Ella, Yakov y yo.—El menor vuelve a llenar su boca de pasta, para luego sonreír.—Yakov dijo que iría con nosotros, porque necesito a una cara conocida durante un viaje así. Pero yo sé que eso no es más que una excusa para estar más tiempo con Lilia, según me dijo ella, estuvieron casados hace casi dieciocho años.
— ¿Casados? ¿Y ahora vuelven a hablarse como si nada?—Otabek le veía con una ceja alzada, y Yuri solo pudo sonreír con burla.
— No todos terminan tan mal con sus parejas, Beka.
El kazajo pensó en él y Mila, o Anya, y en cómo las cosas habían acabado. Inevitablemente, pensó también en Yuri y Jean, recordando que luego de terminar, el canadiense se llevó una nariz rota y él una salida obligada del clóset. Ya, quizás no todas las parejas acababan mal, pero era un hecho que Yuri y Otabek no tenían buenas experiencias; y el kazajo se preguntó como lo haría para terminar bien con Yuri, sin hallar respuesta alguna.
— Lilia dijo que puedo llevar a Canela, pero creo que se sentiría mejor aquí.
Su abuelo sonrió un poco, entendiendo que el menor iba a dejar a su gata para que le hiciera compañía. La cena transcurrió entre más detalles emocionantes e informativos, como por ejemplo, que se iría a Moscú en cuanto empezaran sus vacaciones de verano.
Otabek le veía atento y feliz, sintiendo su pecho arder de amor con solo apreciar la felicidad que el rostro de Yuri podía demostrar. Estaba orgulloso de él y de que siguiera su sueño, porque no había algo más bello que los ojos verdes determinados y la sonrisa confiada, asegurándole a cualquiera que él iba a lograrlo. Yuri sonreía como una estrella, y Otabek era dichoso de verle, por lo que haría hasta lo imposible para que fuese así siempre, apartándose de su camino de ser necesario.
El problema es que a veces hacemos lo que creemos mejor sin fijarnos en el resto, Otabek iba a alejarse de Yuri para no entorpecer su camino, sin saber que el menor no podía seguir sin él. Iba a dejarle para no oscurecer su sonrisa, ignorando el hecho de que él era la razón de esta.
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Como siempre, lavaron los platos entre risas, mientras el mayor veía la televisión en la sala, con el gato durmiendo junto a él. Yuri tuvo la intención de acompañar a su abuelo y ver una película, mas en cuanto llegó a su lado le encontró durmiendo, por lo que no hizo más que apagar la televisión y cubrirle con una manta, para luego subir las escaleras con Otabek.
Una vez en la habitación del menor, no tardaron en recostarse en la cama, con la música sonando en silencio. Otabek veía su teléfono distraído, mientras Yuri recorría su pecho con uno de sus dedos, perdiéndose en la canción. El kazajo guardó su teléfono luego de unos minutos, volteando hacia la ventana, y Yuri le sintió distante.
No tardó en tomar sus mejillas y mirarle a los ojos, sin poder descifrar lo que estos ocultaban, dejándose llevar por la cercanía y juntando sus labios. Otabek le siguió el ritmo lento, despejando su mente para guardar cada sensación, para ser capaz de memorizar cada detalle que ocultaban los besos de Yuri Plisetsky. Sus bocas se unieron por largos segundos, hasta acabar abrazados en busca de aire, donde el mayor aprovechó de besar las mejillas de su novio, yendo hasta su cuello y ocultar su rostro ahí.
Yuri volvió a buscar sus labios, aunque pudo ver a Beka distraído, por lo que le besó con rapidez, para luego alejarse.
— ¿En qué piensas?
Otabek pasa sus dedos por el cabello rebelde de su novio, mirándole sin soltar palabra alguna. Yuri estaba apoyado sobre él, con su rostro ceñudo y sus ojos fijos en el rostro sereno que Otabek demostraba. Luego de unos minutos, el kazajo se acercó a él y besó su nariz, haciéndole sonreír.
— En que te voy a extrañar.
Yuri le sonrió triste, acercándose para un abrazo, besando su piel expuesta. Otabek tomó sus labios y los besó sin contemplaciones, lamiendo lentamente, acariciando todo a su paso. El tiempo parecía detenerse para apreciar la unión de ambos, y Yuri no entendía por qué todo sabía a despedida.
— Sabes que puedes ir a verme a Moscú, Otatonto. Además cuando sea mi debut en el teatro, tú debes estar ahí, en primera fila, sosteniendo un enorme ramo de tulipanes.
Otabek soltó una risa al escuchar eso, inclinándose en un beso rápido, jurando ante cualquier deidad que él cumpliría con aquello.
— Lo prometo.
no pudo evitar que sus ojos vieran con nostalgia al menor, pensando en todo lo que últimamente rondaba en su mente, en la manera en que las cosas han sucedido, en como todo acabó cayendo poco a poco. No pudo evitar acordarse de la primera vez en que recibió un golpe gracias a Yuri, y el coraje y la ira le hicieron creer que era culpa del menor, aunque hoy en día se da cuenta de que nunca ha sido culpa de nadie más que él mismo. Tuvo el atrevimiento de creer que Yuri no había hecho más que joderle la vida con su presencia, y ahora mismo es un convencido de que todo es al revés, y por eso no quiere entrometerse más. Probablemente sus caminos no estén unidos, él va a dejar que Yuri sea completamente feliz, y le dejará libre de su amor violento e inseguro, que no hace más que dañar a todo el mundo.
Jean, Mila, sus hermanas, su madre, Yuri... ¿A cuántas personas más puede herir con un actuar tan irresponsable? Va a dejar de ser un egoísta y hará lo que debe, convertirse en un gusto para su padre, para que el resto tenga paz; dejar a Yuri para que cumpla su sueño y busque a alguien que le ame sin miedo. Incluso si con eso se hiere a sí mismo.
— Puedes cambiar la cara de angustia, ¿Sabes?—Yuri ríe levemente, codeando a su novio.
— Yura, quiero que nos tomemos un tiempo.
Su risa se corta bruscamente, al igual que su respiración. Sus ojos buscan con desesperación los de Otabek, y él le ve con serenidad, inescrutable como siempre. Jadea en busca de alguna respuesta, tratando de calmar sus pensamientos y el latido doloroso de su corazón, respirando pausadamente.
— ¿Un tiempo?—Contra todo esfuerzo, su voz tiembla ligeramente, y Otabek se siente débil al escucharle así.
— Sí, es... los exámenes van a empezar en una semana y es mi último año, no quiero cagarla. Solo quiero algo de espacio para prepararme y estudiar, no podré estar tanto contigo, además debo buscar universidad y...
— Está bien.—Yuri le corta con una sonrisa pequeña, asintiendo para convencerse de que todo está bien, y que su novio no le miente.
Otabek vuelve a unir sus labios lentamente, acariciando sus mejillas, tan suave como los labios del menor. Se separan segundos más tardes, y el kazajo le susurra gracias antes de alejarse por completo, mientras Yuri le ve con insistencia.
— Beka, siempre voy a estar a tu lado. Si necesitas ayuda te la daré, si quieres decirme algo, solo hazlo.
Otabek le sonríe débilmente, acariciando sus piernas con pereza, para luego levantarse y buscar su chaqueta y botas, poniéndoselas lentamente.
— Lo sé, Yura.
El kazajo deja un beso rápido en sus labios antes de salir de su habitación en completo silencio, dejando a Yuri en medio de su cama, escuchando el disco de ambos, con un inexplicable nudo en la garganta.
El camino hasta su casa fue duro, con los ojos llenos de lágrimas fue difícil conducir correctamente, y estuvo a punto de chocar con otro vehículo, recibiendo insultos por parte del conductor. Se detuvo en una orilla de la calle, limpiando sus ojos y comenzando a llorar amargamente, convencido de que en su casa no podría hacerlo. Tuvo la intención de dar la vuelta y llorar en el regazo de Yuri, confiar en que todo se solucionaría si lo arreglaban juntos. Pero no lo hizo.
Sollozó amargamente en medio de la noche fría de San Petersburgo, y mientras más limpiaba su rostro, más lágrimas caían, una penitencia justa luego de tantos errores.
Llegó a su casa cuarenta minutos después, su madre le esperaba en el salón, y por alguna razón volvió a sentir el nudo en la garganta. Nina se apresuró en llegar junto a él, poniendo sus cálidas manos en las mejillas frías de su hijo, acunándole. Otabek se aferró al cuerpo de su madre, llorando como no lo hacía hace años, refugiándose en ella.
— Le dije a tu padre que estudiabas en casa de Víctor, así que no estará molesto, bebé.
El menor solo pudo asentir, temblando a causa de los sollozos, mientras su madre le acariciaba la espalda lentamente.
— Puedes decirme lo que sea, cariño.
Otabek tuvo el impulso de soltar una risita, aunque solo salió un hipido desesperado, aferrándose más al cuerpo de su madre.
¿Podía hacerlo realmente? Años de intentar llevar todo sobre sus hombros le estaban pasando cuenta, y por primera vez en mucho tiempo, se sintió derrotado. Tomó la decisión que creyó correcta, dejó de ser egoísta con el resto y actuó por el bien de ellos, sin embargo, ¿es egoísta si no toma en consideración lo que el resto desea? En ese momento no lo sabía, pero semanas más tarde, podría lamentarse.
Ahora solo podía pensar en su madre y su calidez, considerando sus palabras, decidiendo que lo iba a hacer, y es que quizás así dolería menos, eso quería creer.
— Lo amo, mamá, lo amo mucho.
Por más que Otabek no haya dicho nombre alguno, Nina no tardó en saber a quien se refería, y solo pudo sentir compasión por su hijo. Su abrazo no se rompió nunca, sus brazos le seguían dando el cariño de hace unos minutos y ahora ella repartía besos en su cabello, arrastrándole hasta el sofá del salón, donde le acunó con mayor facilidad, recostándole sobre su regazo.
— Lo sé, bebé.
Lamentablemente, aún con su madre envolviéndole, el dolor seguía siendo el mismo.
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Capítulo 27: El campo
Noches frías, tenemos un cassette,
miramos el fuego, nos hipnotizamos,
quiero decir algo, me llegó de pronto.
¿Quieres inventar
lo que te haga volver aquí?
No te sientas mal,
yo también me he sentido así,
te vuelvo a ver y me desarmas todo.
💭
Era martes en la mañana y luego de una noche abrazado a Otabek, debían volver a la realidad, y el kazajo supo que estaba muerto en cuanto vio doce llamadas perdidas en su teléfono. Intentó ser lo más discreto posible, sin embargo era difícil salir de la cama con Yuri estorbando un poquito, por lo que irremediablemente el ruso ya había despertado.
- Beka... es temprano, aún queda media hora para seguir durmiendo.
Otabek soltó una risa corta, mientras se ponía su chaqueta y acomodaba sus botas, para luego envolver su bufanda en su cuello. Se inclinó hasta su novio, dejando un beso en su coronilla.
- Tengo que ir a casa por ropa y cuadernos, te veo en clases, babe.
- Tienes ropa aquí... y cuadernos en tu casillero, oso mentiroso. -La voz de Yuri seguía bastante adormilada, y Otabek sonrió al escuchar el apodo, conteniendo las ganas de besar al menor.
- Debo ir a casa y recibir mi castigo, Yura.
Con solo oír esas palabras, el rubio se sentó en su cama, tallando sus ojos con flojera, para luego ver a su novio y lanzarse a sus labios, una linda manera de decir buenos días.
- Davai.
Otabek le sonrió en respuesta, asintiendo. Bajó las escaleras en completo silencio, para luego tomar su casco y salir a recibir el frío amanecer, esperando el castigo que tendría al llegar.
🌹
En su casa el ruido ya era presente, con sus hermanas corriendo de un lado a otro en busca de su ropa y sus mochilas, además del típico berrinche que Vera podía hacer al ser despertada. Intentó entrar en silencio, aunque obviamente ya había alguien esperándole, con el ceño fruncido. Vladimir Altin se veía tan molesto como siempre que bebía o perdía un caso, con sus ojos castaños fijos en su hijo mayor, mientras este solo podía pensar en que sus hermanas estuvieran en el segundo piso cuando él recibiera su sermón.
- ¿Dónde estuviste anoche, Otabek?
Pensó unos segundos en sus alternativas, imaginó la reacción de su padre si le decía que estuvo con alguna chica, y quiso reír porque seguramente su padre estaría feliz con esa respuesta. Pero no pudo evitar recordar el rostro de Yuri, su novio, la manera en que esa hermosa criatura dormía a su lado y le abrazaba, la forma en que le sonreía, la forma en que aveces su rostro solo demostraba tristeza.
No quería dañar a su novio, ni siquiera indirectamente, y no iba a mentir esta vez. Unos segundos de valentía, unos segundos de confianza, esos ojos verdes que no quería dejar.
- Fui a cenar en casa de Yuri, papá.
Contrario a toda reacción esperada, su padre sonrió, divertido. Otabek le sostuvo la mirada, consternado.
- ¿Aún luego de nuestra conversación del otro día, Otabek? Creí haberte dicho que no te quiero ver cerca de ese maricón.
- Creí haberte dicho que es mi amigo.
Unos segundos de valentía que, incluso al ver la mano de su padre alzarse, no decayeron. Mantuvo sus ojos sobre él, anticipándose a un golpe que no llegó a su rostro. Su madre estaba al lado de él, sosteniendo el brazo de Vladimir, con ojos suplicantes.
- Vas a llegar tarde, cariño.
La primera reacción de Otabek era apartar a su madre de ahí, porque ella no tenía razón alguna para defenderle. Últimamente el kazajo provocaba a su padre, todo era su culpa, merecía los regaños y los golpes, estaba convencido de eso. Por eso no quería que sus hermanas o su madre recibieran las consecuencias, no se lo podría perdonar nunca, se odiaría de ser así. Y ahora sentía unas inmensas ganas de saltar sobre su padre y evitar sus acciones, porque sabía lo iba a hacer. Y aunque lo sabía, no pudo evitar impresionarse.
Cerró los ojos en cuanto escuchó el estruendo que causó la mano de su progenitor golpeando la mejilla de su esposa, en un ruido sordo y cruel que solo le llenó de dolor. Porque incluso más doloroso que sentir el golpe es ver como su madre lo recibía, habría preferido una y mil veces que se lo hubiesen dado a él, y estuvo a punto de saltar sobre el mayor, con la ira recorriendo su cuerpo.
Pero había algo más grande que la furia, y eso era la tristeza que no quería abandonarle, la tristeza y la culpa. Su madre había agachado la mirada, esperando otro golpe, seguramente. Su padre se alejó de ella en un movimiento rápido, molesto.
- Vamos a hablar cuando llegue, y te quiero ver aquí, Otabek.
Nina estaba quieta en su lugar, y su hijo sentía unas inmensas ganas de llorar. Fue como haber retrocedido el tiempo doce años, cuando era un niño y no había algo peor que ver a papá enojado con mamá. Se sentía igual de frustrado e inútil, y ahora con diecinueve años, quería lanzarse al suelo y maldecir, porque se odiaba, a él y a Vladimir Altin. Se abalanzó hasta el cuerpo menudo de su madre, no se dio ni cuenta de cómo, pero estaba aferrado a ella en un abrazo apretado, intentando no soltar más lágrimas.
- Es mi culpa, es mi culpa, lo siento...
Su madre le sonrió como solo la misma maternidad puede hacerlo, abrazando a su hijo con todo el amor posible. Acarició sus mejillas lentamente, mientras su bebé seguía disculpándose, como cuando era pequeño y rompía algo... o cuando ella discutía con su esposo y Ota iba a llorar a su regazo.
- No es tu culpa, Otabek, nada es tu culpa.
Solo pudo soltar a su madre en cuanto escuchó el llanto de su hermanita menor, y se sintió incluso más culpable. Porque era su culpa, él siempre había arruinado todo, él se merecía un golpe. Quizás su padre tenía razón y él debía empezar a actuar como un hombre, por el bien de quienes amaba, incluso por el bien de Yuri.
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Llegó casi dos horas tarde, y para su mala suerte, toda la escuela tenía ganas de joderle ese día. Se encontró con Michele a mitad de un pasillo, y el italiano no dudó en soltarle uno que otro insulto que Otabek respondió con más rabia de lo normal, a punto de saltar encima del castaño. Por suerte Víctor no tardó en llegar a su lado, pasando un brazo por su hombro e intentar calmarle.
Pasó todas sus clases absorto en sus pensamientos, con la furia recorriendo sus venas, sentía unas inmensas de golpear algo, alguien, a él mismo. Y no podía dejar de pensar en el futuro, su familia, Yuri.
Cuando al fin sonó la campana para el almuerzo, soltó un suspiro cansado, emprendiendo camino hasta la cafetería. En el camino se encontró con un par de chicos de su ex equipo de hockey, y pensó que sería buena idea derramar su frustración en ellos, o al menos eso creía hasta que vio a Yuri sentado en su mesa de siempre, y todo rastro de furia fue reemplazado por la calma. Esos ojos verdes que eran capaces de todo, de controlarle a su antojo, de hacerle el hombre más feliz de mundo si le miraban a él y solo a él.
Llegó a su lado en unos segundos, y no pudo evitar juntar sus manos bajo la mesa, viendo la comida frente a él. Víctor, Yuuri y Yuuko ya estaban allí, aunque el kazajo los ignoró por completo.
- ¿Cómo te fue en la mañana?
La voz suave de su novio era todo lo que necesitaba, con solo ver al ruso, todo dentro de Otabek se desarmaba, su ira, su tristeza... a veces incluso su fortaleza. Yuri ve expectante al moreno, temiendo su respuesta.
- Quiere que hablemos en la tarde... así que no podré ir contigo, Yura.
El rubio torció los labios, preocupado. Quería hablar con Otabek, pero no podían hacerlo ahí junto a todos, porque probablemente iba a llorar y no permitiría que le vieran así. Dejó de lado su comida y se puso de pie, aún con una mueca en el rostro, alargó su mano hasta su novio, indicándole que se pusiera de pie.
- Permiso, Beka y yo tenemos algo que hacer.-El rubio dejó escapar una casi sonrisa, para luego salir de ahí arrastrando a su confundido novio.
- ¿Qué crees que harán? -Yuuri les veía alejarse, intrigado, mientras Yuuko sonreía.
- Van a besarse en algún baño, eso es obvio.
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Como no hacían hace años, ambos acabaron en la azotea. El viento les golpeaba el rostro y el sol estaba en lo más alto, haciendo todo más cálido. Yuri no tardó en ir hasta el que antes era su lugar, tomando asiento ahí, golpeando el suelo a su lado para que Otabek se sentara. El moreno no podía quitarse la sonrisa del rostro, recordando.
En cuanto se sentó junto a su novio, este se recostó encima, dejando su cabeza en el regazo del kazajo, quien no tardó en acariciar su suave cabello. Yuri sonrió al sentir eso, mirando las nubes fijamente.
- Beka.-El moreno suelta un ruidito afirmativo, para que su novio siguiera,-Yo... en primer lugar, quiero decirte algo.
- ¿Qué ocurre, Yura? -El rubio frunce el ceño, inflando las mejillas sin saber muy bien como expresarse.
- Beka... quiero que seas sincero conmigo.-Se levantó del regazo de su novio, mirándole fijamente con sus ojos llenos de lágrimas.-Nunca me dices qué sucede en tu casa, no quiero detalles, porque puedo verlo en tu rostro magullado, tus ojos morados y la hinchazón que traes...
Otabek detuvo a su novio, acariciando sus mejillas con el corazón acelerado. No quería tener esa conversación, no le gustaba hablar de eso, por eso al comienzo prefería olvidarlo con Víctor y un montón de alcohol y música. Nadie tenía por qué saber qué le ocurría, era su problema y prefería llevarlo solo.
- Yura, sabes que no es...
- ¡Ni se te ocurra decirme que no es nada!-No pudo evitarlo y acabó sollozando con amargura, mientras su novio acariciaba sus manos.-Otabek, Otatonto... ¿cómo crees que me siento yo al verte lastimado? Quiero hacer algo, quiero ayudarte... me siento tan inútil...
Solo pudo sostener sus mejillas con cariño, recordando lo ocurrido en la mañana. Conocía el sentimiento, más que nadie, porque lleva con él más de doce años. Juntó sus frentes, besando los labios de Yuri con calma y suavidad, recorriendo su rostro con sus dedos, delineando cada detalle del menor. Plisetsky se separó luego de unos minutos, esperando una respuesta.
- Prometo ser sincero contigo, Yura, de ahora en adelante.-Volvió a unir sus labios, asegurándose de recorrer cada centímetro de su novio, para luego separarse lentamente.-Mi padre golpea a mi madre desde que tengo memoria, así que hace unos años decidí que yo debía recibirlos y no ella, mucho menos mis hermanas... El héroe kazajo, ya sabes...
Yuri se abalanzó a sus brazos, y fue tan dolorosamente conocido. Era como estar con su madre luego de que ella discutiera con su esposo, el abrazo de Yuri era igual de inseguro y triste, aferrándose a él, con miedo de perderle, de que algo le ocurriera.
- No tienes que hacer eso, Beka, podrías...
- Solo eso está a mi alcance, Yura.
Yuri quiso debatir, pero solo se tragó sus lágrimas y asintió. Abrazó a su novio por más tiempo, incluso sin importarle cuando sonó el timbre para volver a clases. Se quedaron juntos por varios minutos, hasta que Yuri se separó de él para quedar frente a frente y besar su rostro, desde sus pómulos enrojecidos hasta sus mejillas, sus párpados, su frente.
Si Otabek quería recibir los golpes de Vladimir Altin, él estaría ahí para sanarlos, con besos, caricias, lo que fuera.
Habían terminado recostados en la azotea, con Yuri apoyado en su pecho, escuchando el playlist que Otabek había hecho para ambos. El ruso lo odiaba, porque estaba seguro de que su novio había puesto las canciones más tristes, o quizás todo en ese momento le hacía sentir así, como las caricias en su cabello o la voz ronca de Beka imitando a Morrissey.
En medio de sus besos y canciones, el menor recordó algo importante, y miró a su novio directamente a los ojos, algo nervioso.
- ¡Beka, lo había olvidado! El otro día una maestra del Bolshoi Ballet fue hasta el estudio...
Yuri dejó las palabras en el aire, y Otabek le veía fijamente sin verle, con sus ojos en el cielo esponjoso ante él. Pudo recordar el día en que conoció a quien se convertiría en su mejor amigo, en su novio, el día en que le vio bailar y se encontró con el espectáculo más hermoso. Ver a Yuri Plisetsky bailando era una maravilla, e inevitablemente, volvió a pensar en el futuro. No importaba qué, él estaba seguro de una cosa, y es que jamás podría arruinarle el futuro al amor de su vida, incluso si él debía sufrir las consecuencias.
- Acéptalo.
Su voz era apenas un susurro, y Yuri sonrió, besándole. Otabek le devolvió el beso, envuelto en miles de sensaciones, sin querer separarse de él, porque en ese momento había tomado por fin una decisión acerca de su futuro, uno en donde Yuri Plisetsky no estaba.
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Capítulo 26: Afortunada
Contigo nacen las caricias y palabras
nuestra verdad, nuestro lugar
conozco tu boca como a mis manos
conozco tu mano y la siento mía.
Y entre palabras y caricias
y miradas infinitas yo voy a estar
con lo que puedo darte, amor
es amor, es amor.
Es que contigo soy yo.
💭
A pesar de todo, Otabek no quería hablar con su madre. Sus ojos podían humedecerse con tan solo pensar en la conversación con ella, porque se sentía avergonzado, no quería ser una decepción para ella, no quería ser una decepción para nadie. Y a pesar de que ese jueves no iría a la escuela gracias a la suspensión, Nina llegó a su lado en la mañana, para que bajara a tomar desayuno con su padre.
Tenía miedo, y coraje, hace menos de veinticuatro horas que todo se había ido a la mierda con solo un par de palabras, el hecho de que Jean haya gritado su secreto a los cuatro vientos le había destruido toda estabilidad, ya no tenía certeza de nada y eso le estaba matando.
¿Ahora qué?
De solo pensar en decirle la verdad a su padre su rostro ardía, ayer un par de puñetazos le quitaron la valentía y ahora se odiaba por eso. A veces le gustaría ser como Yura, mandar todo a la mierda y listo, pero no podía. Su mayor temor era que su padre le echara de casa y no pudiera ver nunca más a sus hermanas o a su madre, sentía que si las dejaba, no tendrían seguridad junto a su padre. Porque el principal trabajo de Otabek era recibir los golpes, si él no estaba ahí, probablemente ellas tendrían que enfrentar la violencia de su progenitor, y él no iba a permitir algo como eso.
Aún cuando su mente era un revoltijo, no tardó en llegar a la mesa, sonriéndole a sus hermanas, que no le devolvieron el gesto. Ah, claro, se veía como la mierda. Su madre llegó segundos después, sirviendo kásha para las niñas y café para su esposo.
Su padre leía el periódico tranquilo, y esa misma tranquilidad dejaba inquieto al moreno, pensando en que si su padre le iba a golpear, le rogaría que esperara para que sus hermanas tomaran desayuno.
— ¿Cómo dormiste, hijo?—Otabek desviaba su atención a Vera, quien luchaba con su avena desabrida y las lágrimas.
— Bien, gracias.
— Otabek, en poco más de un mes te vas a graduar.—Pudo haber bufado en respuesta, mas se contuvo, observando alrededor. —Es hora de que seas un hombre y pienses en tu futuro, Otabek, ¿Qué harás después?
¿Era una pregunta retórica? Esperaba que sí, porque, mierda, no tenía idea de qué haría después. Ni siquiera sabía que iba a hacer hoy, no tenía idea, tenía la certeza de dos cosas, pero no podía decir ninguna.
— Voy a estudiar, seré un abogado.
Altin sonrió satisfecho con esa respuesta, y el ambiente se relajó notablemente. Otabek tenía un sabor amargo en la boca, nuevamente comparándose con su padre, claro, voy a estudiar y ser abogado, como tú. Eso quería oír él, Vladimir Altin quería que su hijo fuese igual a él, casándose con alguna chica de su círculo social, teniendo unos cuantos niños, siendo un machista de mierda, el héroe kazajo.
Quizás así sería todo más fácil, habría paz en su casa, si tan solo hiciera las cosas bien ya nadie gritaría, las niñas no tendrían miedo y su madre tampoco. Incluso Yuri sería más feliz sin él, como lo era con Jean, con alguien que le pueda querer como se lo merece, sin vergüenza, sin ocultarse. Pero... ¿Qué ocurría con él? Esa decisión parecía beneficiar a todos menos a Otabek, quizás podría seguir siendo egoísta, quizás esa la única opción, pero temía arriesgarse.
🌹
Había muchas cosas de las cuales él no estaba seguro, pero sí tenía la certeza de algo, y es que él amaba a Yuri Plisetsky. A veces cree que desde el momento en que le vio cayó rendido, mas en ocasiones sabe que en realidad se enamoró en cuanto escuchó su voz violenta y altanera, porque en ese pequeño rubio había más carácter que en cualquiera. En él, por ejemplo. No importa cuanto se haya tardado en darse cuenta ni cuantos errores haya cometido, porque nada de eso podría cambiar la intensidad de sus sentimientos. Y estos eran tanto así que en cuanto su padre se fue a trabajar, él fue corriendo a buscar su teléfono, descubriendo nueve mensajes de su novio.
[17:45] Beka, hey, ¿estás bien?
[17:50] Beka si estás enfadado por favor perdón, sé que debes estar molesto por lo que ocurrió y es todo mi culpa, si no quieres hablarme nunca más lo entiendo.
[18:00] pero dime que estás bien y que no te castigaron de por vida, para estar tranquilo.
[18:02] Hey
[18:03] Heyyyy
[18:05] Otabek Mikhail Altin, vas a decirme si estás bien en este instante porque Yakov quiere que deje el teléfono, así que me dirás o no?
[19:00] Beka, vamos, sino quieres hablarme al menos dile a Víctor
[23:19] Beka
[23:19] ¿aún somos novios?
Releyó el último mensaje un par de veces, dándole vueltas en su cabeza y sintiendo un nudo en la garganta. Claro que eran novios, por supuesto, era así ¿cierto? Sí, seguían juntos y todo estaba bien, solo debían estar igual que siempre y todo estaría bien. Seguir igual que siempre por el resto de sus vidas, probablemente.
En vez de escribirle, prefirió recostarse sobre su cama desordenada, pulsando su foto para llamarle, esperando a que el ruso decidiera contestar.
— ¡Beka!—Podía escuchar su voz claramente, y una sonrisa se dibujó en su rostro.
— Yura.—Él, al contrario, solo pudo soltar un susurro, buscando las palabras adecuadas para su novio.
— ¿Por qué no me respondiste ni un solo mensaje? Mierda, estaba preocupado, ¿no irás hoy? ¿estás muy lastimado? ¿cuál fue tu castigo?
— Estoy bien, he recibido palizas peores.—Otabek hablaba suavemente, riendo con su propio chiste, aunque a Yuri no le hizo gracia en lo más mínimo.
— Pedazo de idiota, no bromees con eso. Por eso quería saber de ti, sé que Jean te dejó uno que otro moretón... pero no sé que pasó después.
— No vale la pena hablar de eso.
— Nunca quieres hablar de eso.—Al otro lado de la línea Yuri estaba recostado en su sofá, con el ceño fruncido y la boca apretada, molesto con su novio y su orgullo.
— Yura, no vale la pena, en serio. Además, si mi novio sabe que no me gusta hablar de eso, ¿por qué sigue insistiendo?
Otabek tenía una sonrisa en el rostro, presionando el teléfono contra su oído, percibiendo la respiración de Yuri, su jadeo involuntario.
— ¿Novio?
— Claro... yo no he terminado contigo, y espero que tú tampoco conmigo.
Pudo escuchar la risa ligera de Yuri al otro lado de la línea, y por alguna razón todo se sentía tan lejano y melancólico, quería guardar esa risa preciosa hasta su muerte, esa risa despreocupada. Así como quería guardar sus besos y su rostro sonrojado, los viajes en motocicleta y los almuerzos de cómics y ballet, ¿en qué momento todo se había vuelto tan difícil?
— Así que, novio, ¿cuál es tu castigo?
— Sin ir hasta el lunes, bah. Mi padre me dijo que yo debía pagar la nariz de Leroy, así que no habrán salidas al cine en un par de semanas, babe, Jean se llevó todos mis ahorros...
— Descuida, yo invito.
Yuri dejó salir otra risita, y Otabek le acompañó.
— Quiero seguir hablando contigo.
— Hazlo.—Su voz era apenas un susurro, y el moreno podría morir de solo escucharle hablar así.
— Tú sí debes ir a la escuela, Yura.
— mmh, quizás decida no ir hoy e invitarte a tomar helado...
— No, no, no. Si tu abuelo se entera me mata, y no necesito más amenazas de muerte.
— No es gracioso, Otabek.
— No es un chiste.
— No es gracioso.
— Ya, vale, no es gracioso... vete de una vez, vas a llegar tarde.
— Yo también te amo mucho, Romeo.
— Te amo más, Yulieta.
— Tus chistes son tan malos que prefiero ir a la escuela, te llamo en el almuerzo... te quiero.
El moreno dejó salir un pequeño igual yo, a la vez que cortaba la llamada con su novio, mirando la pantalla en negro. Escuchó el auto de su madre, seguramente iría a dejar a sus hermanitas al colegio, por lo que efectivamente Yuri ya iba bastante atrasado. Con ese pensamiento en mente cerró sus ojos, dispuesto a dormir un par de horas más.
🌹
Luego de un fin de semana que lamentablemente no pudieron pasar juntos, Yuri y Otabek se encontraron en la entrada del instituto aquel día lunes. Actuaron lo más normal posible, aún cuando querían correr a abrazarse, caminaron con calma el uno al otro, con un saludo escueto. Víctor fue mucho menos disimulado, saltando encima de su amigo, mientras que Yuuri le veía avergonzado.
Aunque tal y como lo esperaba, ese primer día afuera del clóset, fue una verdadera mierda. En cuanto abrió su casillero, encontró una nota bastante desagradable, no como las que recibía Yura, sino como una peor. Directamente del equipo de hockey, le estaban mandando a la mierda, no iban a jugar la final con un maricón en el equipo, palabras textuales. Caminar hasta el salón de clases fue una tortura y una prueba mortal a su paciencia, recibiendo miradas desagradables de todos, así como uno que otro empujón mientras caminaba hacia la cafetería. Ya, okay, podría ser peor.
Y fue peor, claro, cuando tuvo clases de educación física y le obligaron a cambiarse en otro lado, porque no podían compartir el vestidor con un gay de mierda. La clase en sí fue pésima, los chicos no dejaban de hablar de él así como se burlaban cuando uno de sus tiros fallaba, y otra vez tuvo que hacer uso de su paciencia antes de empezar otra pelea que acabe con él pagando narices rotas.
Y no tuvo el valor de tomar la mano de Yuri o siquiera abrazarle, solo estaban juntos con el resto de sus amigos, actuando como eso, amigos. Y es que no podría hacerlo de otro modo, si todos los que le saludaban en el pasillo o le alentaban en los partidos ahora le veían con asco, solo por un rumor, ¿como sería si en verdad se declara gay y sale con Yura frente a todos? No sería novedad si recibe más golpes.
Pero Yuri era demasiado bueno con él como para demostrar su molestia con eso, solo le sonreía como siempre, incapaz de obligarle a algo. Era jodido, porque Otabek ni siquiera tenía el valor de tomar su mano.
A la salida, Otabek veía a Yuri con el rostro sereno, con una muda invitación, necesitaban estar solos, necesitaban estar juntos. El rubio ocultó su rostro en la espalda de su novio, abrazándose a él durante todo el trayecto, disfrutando la brisa en su cara y el perfume de su novio. Llegaron hasta la casa del rubio y Nikolai les saludó feliz, extrañando la presencia del moreno en su hogar, al igual que Canela.
La cena fue amena, en verdad echaba de menos la comida en el hogar Plisetsky, con Yura llenando sus mejillas como si no hubiera un mañana, y Nikolai riendo. El ambiente era tan tranquilo que hasta pudo ignorar los mensajes que llegaban con insistencia a su teléfono.
Aún bajo la atenta mirada de Nikolai, ambos fueron hasta la habitación de Yuri, donde se juntaron en un abrazo más que necesitado, para luego unir sus labios. Se recostaron lentamente entre el desorden del rubio, riendo en cuanto vieron a Canela llegar hasta ellos. La habitación iluminada con una simple lámpara y sus manos unidas, Otabek ocultaba su rostro en el cuello de Yuri, y su respiración le hacía cosquillas al menor, al igual que los besos que dejaba en su piel. Pasaron unos minutos eternos, hasta casi caer dormidos, hasta que Otabek se sentó frente a Yuri, acariciando sus mejillas a la vez que acercaba sus rostros, besando sus labios superficialmente, para luego suspirar.
— Mi madre lo sabe.
El murmullo casi inaudible desconcierta a Yuri, quien busca los ojos de su novio en medio de esa semi penumbra, aunque este le evita. Lleva sus manos frías hasta el rostro de Otabek, y por alguna razón él parece tan triste...
— ¿Cómo?—Yuri también susurra, haciendo todo ese motivo aún más íntimo, sobre todo cuando Otabek se aferra a su cadera y descansa su rostro en él, sintiendo otra vez esa tristeza inexplicable.
— Solo... lo sabe, y no me ha dicho nada al respecto, me dijo que podía confiar en ella, pero no me ha forzado ni juzgado... Y no sé por qué me siento tan triste.
Yuri podía oír su voz ahogada, pasando sus dedos por su cabello castaño, dejando besos sobre este. Otabek había dejado de lado todo y ahora daba rienda suelta a sus lágrimas, aferrándose al pequeño cuerpo de su novio. Plisetsky seguía repartiendo caricias, su rostro, sus mejillas, su espalda.
— No sé qué hacer ahora mismo, Yura.
— Solo... vamos con calma.
No quiero perderte, tampoco a ellas. No sabía por qué, pero no podía decir aquello, había algo que se lo impedía. Y el silencio se hacía cada vez más largo, hasta que la voz suave de Yuri volvió a escucharse.
— ¿Qué ocurrió ayer, Beka?
— Solo... lo normal, sabes como es el temible señor Altin.—Otabek intentaba hacer un chiste de aquello, mientras Yuri se agachaba junto a él, para ver su rostro aún algo amoratado.
— No lo sé, nunca me hablas de eso...—Yuri susurra contra sus labios, dejando un beso luego. Otabek siente un incómodo nudo en su garganta.
— Sabes que mi padre tiene un carácter de mierda, así que la mayoría del tiempo soy voluntario a recibir su enojo, sobre todo porque casi siempre la cago... Y ayer no fue la excepción, él solo... está molesto porque no le hice caso y te sigo viendo.
— ¿Le dijiste? —El tono sorprendido de su novio le hace sonreír, negando con la cabeza.
— Ayer le dije que éramos amigos y casi rompe mi nariz, si le digo que soy gay probablemente me mate o, peor aún, me eche de casa...
— ¿"peor aún, me eche de casa"? Otabek Mikhail Altin, definitivamente debes ordenar tus prioridades.
Otabek suelta un risa triste, mientras Yura le ve con el ceño fruncido.
— No lo entiendes... si yo no recibo un puñetazo, alguien debe hacerlo, y no puedo permitir eso.
— Tampoco deberías recibirlo tú.
De un momento a otro, Yura se sentía terrible consigo mismo. Siete años de amistad ignorando lo que le ocurría a su amigo, y lo peor es que no podía hacer nada al respecto. Se sentía inútil, todo lo que podía darle era amor, podría besar su rostro una y mil veces, pero eso no evitaría nada, no solucionaría nada.
— Ser gay es una mierda.
El quejido de Otabek había sonado tan sincero, que Yuri pudo reír entre las lágrimas que caían por sus mejillas, sonriéndole a su novio.
¿Qué tan jodidos estamos todos como para convencernos de eso? Nos hacen creer que estamos mal, que somos raros, que merecemos la vida de mierda que nos hacen pasar, que debemos recibir los golpes, que es una mierda ser nosotros mismos.
Por eso, en medio de todo el dolor y la incertidumbre, Otabek se siente afortunado por tener a Yuri a su lado, de tener a quien amar y que le ame de vuelta, y es que junto a Yura puede ser él mismo. Sin explicaciones, sin problemas, sin violencia y sin temor, estar con Yuri es un momento efímero de nada más que amor y alivio, y quisiera que fuera eterno.
No le importó que su madre le llamara hasta tarde, ni que probablemente estaría en problemas al día siguiente, solo era él y su novio, sus manos unidas y sus cuerpos abrazados. Compartiendo su lugar junto a él, mirándose a los ojos por segundos infinitos, contando cada una de sus pestañas y memorizando cada detalle de su bello rostro. Sus manos se entrelazan y sus labios se sonríen, entre caricias sus bocas se buscaban de repente y los besos flojos adormecen a ambos. Y Otabek quería estar así con Yuri, para siempre.
Porque últimamente todo le sabe a despedida, y cada vez entiende con mayor precisión las palabras de su novio; son hijos del peligro, su destino es igual.
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Capítulo 25: Tírate
Y si me dices que te vas
Que no lo quieres intentar
Entonces abre la ventana
Y tírate.
Sé que no lo harás
Tu soliloquio puede más
Y sé que no dirás
Palabra de verdad.
💭
De vuelta a casa, su madre no dijo palabra alguna. El silencio era incómodo, y es que Otabek tampoco se atrevió a encender la radio, mas no pudo evitar que una pregunta se escapara de sus labios, aún cuando no estaba seguro de querer oír la respuesta.
— ¿Le dijiste a papá?—Prefirió ver por la ventana, notando su reflejo en el espejo de al lado, su rostro estoico y magullado.
Se sintió tan imbécil, hace media hora en dirección junto a Leroy seguía con la sangre ardiendo, mas ahora no había nada más que silencio y el peso de los hechos caía sobre sus hombros. Jean sabía lo ocurrido entre él y Yuri, así como probablemente el resto de los estudiantes sin nada más que hacer excepto indagar en la vida de los otros. Quizás Phichit ya lo escribió en su blog.
— Tuve que decirle, Otabek.
Había dos cosas sobre las que no quería pensar en ese momento: su padre y el futuro. Probablemente Vladimir Altin se enfade como el demonio al enterarse de que su hijo hace escándalos de violencia en la escuela, o que tendrá que pagar por la nariz de Leroy. Y sobre el futuro... todo lo que podía pensar en esos momentos era ¿Ahora qué?
¿Qué haces cuando todo se cae de golpe? ¿Debería asumir las consecuencias de sus actos y dejar claro ante todos que era homosexual? Siendo honestos, tenía miedo, miedo de que el entrenador se entere, de que le hagan la vida imposible, de que su padre sepa. Siete años de amistad con Yuri Plisetsky le han enseñado que ser homosexual es una mierda, porque para todo el mundo eres eso, eres el raro, el asqueroso, el afeminado.
— Otabek, si no le decía, se iba a enfadar.—Su madre intenta disculparse, mientras que él no se cree capaz de siquiera enfadarse con ella.
¿Cómo podría él estar molesto con su madre? Sentía lástima, aunque jamás se lo diría, porque a la vez que le tenía lástima también la admiraba. Aún cuando no la entendía.
— Se va a enfadar de todos modos, pero eso no es culpa de nadie, mamá.
Nina Altin, quien seguía viendo fijamente el camino, de repente posó sus ojos azules en su hijo, con las palabras atoradas en su garganta.
— Puedes decirme lo que sea, Otabek.
— ¿Cómo te pudiste casar con ese tipo?—Era tonto, pero se sentía frustrado con él, con el resto, con Leroy.
Se sentía frustrado porque se había dado cuenta de una realidad terrible: era igual a su padre, había hecho una estupidez y había lastimado a Yuri, se había descontrolado con un par de palabras, había sido tan violento como lo era Vladimir Altin luego de un par de copas, luego de un mal día, luego de un error por parte de alguien.
No habían muchas diferencias con él y su padre, era igual de impulsivo y su amor era igual de violento, capaz de lastimar a quien estuviera a su lado, quizás no con los puños como lo hacía el mayor, pero sí con su egoísmo. ¿Estaba condenado a ser igual a él? En cierto modo, eso le aterraba más que el hecho de ser homosexual.
Su madre, por otro lado, se había detenido en la luz roja, mirando a su hijo con calma, pasando sus dedos por el cabello castaño de Otabek, recordando.
— Tu padre era hermoso.
Parecía tan segura, no lo había dudado un segundo, y Otabek tuvo un ápice de esperanza en pensar que quizás él fuera distinto. Aún así no podía evitar preguntarse qué había pasado con él, con esa belleza de la cual hoy no había rastro.
En cuanto estacionaron el auto fuera del hogar Altin, Nina volvió a dirigirse a su hijo, antes de bajar del vehículo. Sostuvo su mejilla por un momento, para que él le prestara atención, por completo desconcertado.
— Puedes decirme lo que sea, Otabek, lo digo en serio.
En ese momento no pudo entender las palabras de su madre, mas unas horas después no pudo evitar recordarlas, con sus ojos llenos de lágrimas.
🌹
Al entrar a casa, Vera tardó solo dos segundos en llegar a su lado y saltar sobre él. Otabek cargó a su hermanita hasta el salón, donde las gemelas parecían demasiado concentradas en su tarea, al menos hasta que el hijo mayor de los Altin hizo acto de presencia y ellas dejaron de lado cualquier deber. Su madre guardó sus guantes y las llaves del auto, fijándose en la hora. Su esposo iba a llegar en un par de horas, así que tenía tiempo suficiente.
— ¿Por qué mamá te fue a buscar temprano?—Inna, con la discreción que la caracterizaba, no pudo evitar preguntar.
— Se metió en problemas, mira su cara.—Y obviamente Irina era la más astuta, haciendo teorías en su mente, fastidiando a su hermano mayor.
— Sí, me metí en problemas, así que ustedes van a ser los ángeles de siempre y no harán enojar a papá, porque de eso me encargo yo.
Las gemelas entendieron la indirecta y fueron a terminar su tarea, dejando al moreno junto a su hermana menor, viendo la televisión. Aún cuando ellas fueran su adoración, la verdad es que Otabek tenía un vínculo especial con Vera, eran tan parecidos, los ojos castaños y el rostro serio la mayor parte del tiempo, las sonrisas de esa niñas estaban reservas para su hermano, y él estaba dispuesto a hacer lo que sea con tal de tenerlas.
A las seis en punto, Vladimir Altin ya estaba en su hogar, dejando su abrigo en la entrada, recibiendo un beso por parte de su esposa. Las niñas ya estaban a su lado en cuanto se separó de Nina, haciendo fila para saludarle, mientras que Otabek seguía en el sofá. Vladimir llegó al lado de él, con su hija menor en brazos, mirándole con dureza.
Otabek se puso de pie y le saludó con el abrazo de siempre, suponiendo que su padre iba a dejar el sermón para la cena, donde estuvieran todos presentes para presenciar su autoridad. Por eso Vladimir se dispuso a hablar de cosas banales con sus hijas, y ese era el momento del día en que las gemelas alardeaban de su buen comportamiento con las monjas del colegio, mientras Vera seguía en las rodillas de papá.
A las siete, el inevitable momento de la cena había llegado, y Otabek ya se estaba preparando para la discusión con su padre, aunque se debatía entre solo escuchar y asentir o dar uno que otro argumento. Luego de dar las gracias y bendecir la comida, Altin le dirigió la palabra por primera vez aquel día, con el tono molesto que él esperaba.
— ¿Qué ocurrió hoy en la escuela, Otabek?—El moreno se fijó en sus hermanas antes de contestar, en como nadie movía un músculo en ese momento. Luego miró a su padre, pensando.
— Tuve una pelea con un tipo, eso es todo.
— ¿Por qué? Te suspendieron hasta el lunes, y además fracturaste su nariz, Otabek.
Sus labios se habían secado y pasó su lengua por ellos a la vez que su mente trabajaba con rapidez, tratando de hallar una respuesta. Los ojos verdes de Yuri Plisetsky aparecieron de repente, unos segundos de confianza, unos segundos de valentía.
— Por Yuri Plisetsky, papá.
Nina dejó de lado su tenedor, mirando a su esposo con disimulo. Vladimir podría jactarse de una buena memoria, aún más en relación a aquellos que preferiría no recordar, como el rubio que estuvo en su hogar hace unos años.
— ¿Qué tiene que ver Plisetsky en esto?
Unos segundos de valentía, unos segundos de confianza, esos ojos verdes que no quería dejar.
— Papá, Yuri es mi...—Un segundo de valentía que no dura más que eso, años de miedo y vergüenza. ¿En serio iba a hacer eso? Justo en ese momento ya no estaba tan seguro, mucho menos al ver el rostro preocupado de su madre, aunque no pudo evitar recordar las palabras de ella en la tarde puedes decirme lo que sea, Otabek.— Yuri es mi mejor amigo, papá.
La cachetada no le sorprendió en lo más mínimo, y se sentía lo suficientemente alejado de su padre como para no prestar atención al segundo golpe que cayó en su rostro. Sus ojos notaron como su madre empujaba a sus hermanitas hasta el segundo piso, y él solo pudo pensar en lo injusto que era todo, por su culpa sus hermanas no habían podido cenar esa noche.
No sintió los golpes, tampoco pudo entender mucho de lo que decía su padre, el rostro le dolía y no sabía distinguir si era por la paliza con Leroy o por el puño de Altin. De todo lo que dijo su padre esa noche, había algo que no pudo quitarse de la mente, que le acompañó en la soledad de su cuarto cuando su madre al fin pudo intervenir para que dejara en paz a su hijo. Vladimir se había dirigo a Yuri como el gay asqueroso, el maricón antinatural.
Sería gracioso si algún día él supiera que su hijo también caía en esa categoría, que había besado al maricón antinatural, que habían dormido juntos, que estaba enamorado de él.
Y ahí, con el rostro aún adolorido y esa canción de The Smiths que le recordaba a Yura, pudo pensar otra vez en las palabras de su madre, y por primera vez en todo el día se permitió llorar. Y lloró como nunca lo había hecho, ahogando los sollozos con esfuerzo, aferrándose a su propia camiseta, hundiendo su rostro entre sus manos. Porque ella lo sabía, su madre lo sabía, y aún así nunca le había dicho nada; ella lo sabía y lo aceptaba, y por alguna razón él no podía dejar de llorar.
🌹
Esa noche Yuri le escribió a Otabek, le había dejado el teléfono lleno de mensajes, y no tuvo respuesta alguna. Tuvo miedo de que le hubiese ocurrido algo, y es que tampoco sabía cual era el castigo de su amigo por lo sucedido con Jean, solo sabía que las cosas estaban mal. O lo estarían, porque las personas no habían tardado en hablar, y Yuri no sabía qué haría Otabek.
Al día siguiente, no pudo hablar con Otabek hasta la noche, y la escuela fue estresante. Víctor y Yuuri le acompañaban, al igual que Yuuko, mientras que el resto de las personas le miraban con odio o indiferencia. Los Crispino ya estaban comenzando con sus demostraciones de odio, a la vez que Mila no podía verle a la cara. La verdad es que Yuri tampoco podía verla a ella, no sin sentirse mal, no sin sentirse culpable. Las notas en su casillero habían regresado y al salir de clases pudo ver otra vez a los tipos del día anterior, por algún motivo se sentía lo suficientemente triste como para dejarse golpear en vez de poner resistencia, y estuvo a punto de hacer eso de no ser por Víctor, quien le encontró y decidió acompañarlo hasta sus clases de ballet.
Ese día fue como retroceder cuatro años atrás, cuando mandó a todos a la mierda y dejó en claro su homosexualidad.
Ese día fue como si todo el autoestima que había creado fuese simplemente derribada, se sentía débil, porque otra vez tenía miedo. Hace muchos años que había dejado el miedo, pero ahora era distinto, porque temía ser rechazado, rechazado por la persona a quien amaba. ¿Qué era la vida sin Otabek Altin? Él no quería saberlo, pero no podía evitar que sus pensamientos le llevaran hacia allá, y su orgullo tomara protagonismo, porque él no quería ser abandonado. No quería que las decisiones de Otabek le mataran, quería estar a su lado, porque podrían mandar todo al carajo y seguir juntos, pero sabía que Altin no lo haría.
Así que estaba decidido, y es que si Otabek no quería intentarlo, podría simplemente irse, porque una despedida podría doler menos que vivir el engaño.
El problema es que a veces la razón no tiene lugar en el amor, y Yuri se daría cuenta.
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Capítulo 24: Traición
Solo son dudas
Y encima traiciones
Pero tú eres hombre
Y eso es ser hombre
Siempre tienes que ganarle a alguien
(Nunca iguales, siempre rivales)
Y cuando besas mis labios
Quieres morir en la cruz
A veces tengo problemas
Te necesito conmigo.
💭
Jean podía pecar de muy poco, para algunos, pecaba de gay, para Seung pecaba de inocente. Y es que el canadiense tenía un corazón demasiado puro, y ese era su mayor defecto, incluso en ese momento él no era capaz de escuchar lo evidente, él no podía creerlo.
No quería creerlo.
— No es verdad.—Seung le veía descolocado, a solo unos segundos de estallar en llanto, completamente frustrado.
— Es cierto, Jean, Yuri te engañó con Otabek.
Leroy cubre su rostro, deteniéndose en medio del pasillo donde él y Seung hablaban, incapaz de hacer algo más que tratar de dirigir el dolor de su pecho.
— ¿Cómo lo sabes?—sus ojos azules se fijan en el coreano, robándole el aliento por un instante.
— Los vi, en casa de Víctor, en el cumpleaños de Yuri.
Poco tarda JJ en recordar la fecha, así como el contexto, cayendo en la cuenta de que luego de ese día, Yuri y Otabek se habían peleado sin motivo aparente, y Plisetsky había sollozado en sus brazos en cuanto le vio. Haciendo memoria, Jean solo pudo soltar una risa irónica que se mezcló con un quejido, dejándose caer en el suelo. Seung le observó preocupado, manteniendo la distancia.
Los ojos de Jean rápidamente se llenaron de lágrimas, recordando como había ido hasta Otabek para pedirle que se reconciliara con Yuri, porque el menor le necesitaba. Había sido un idiota, un idiota que nunca fue capaz de darse cuenta de un engaño así, y ahora todo caía sobre él como un balde de agua. Las miradas parecían obvias, los fines de semana juntos eran sospechosos y los contactos entre ambos ya no parecían tan inocentes.
Incluso más doloroso que haber terminado con Yuri, es que incluso luego de enterarse de su engaño, seguía queriéndole demasiado. Sin embargo, el dolor se mezcló rápidamente con el coraje y la rabia, así que aún con los ojos nublados en lágrimas, Jean se puso de pie y apretó los puños. No le importó que Seung intentara detenerle, le bastó solo un empujón para dejar al coreano tirado en el suelo, y así finalmente ir y encontrar a Otabek Altin.
🌹
El tirón que Otabek sintió en su brazo derecho le desconcertó un poco, mas el puño que recibió en el rostro le dejó todo claro. Yuri iba a su lado y solo atinó a soltar la comida que llevaba en las manos, chillando de impresión. Obviamente un puñetazo no bastaba para noquear a Altin, por lo que en cuanto se recuperó de la impresión, le hizo frente a Jean, devolviéndole el golpe.
En la cafetería las personas no tardaron en hacer un escándalo, así como Yuri dejó de lado la sorpresa y fue hasta Leroy y Altin, intentando detenerles. Los golpes entre ambos no tenían descanso, desde que Otabek le devolvió la mano a Jean, los ataques se habían vuelto salvajes, con Leroy enterrando su puño reiteradas veces sobre el rostro de su oponente a la vez que este le destrozaba la nariz e intentaba cubrirse, sintiendo la sangre en su labio.
Tanta era su cólera que no se fijaron en el rubio que intentaba separarles, al igual que Víctor y algunos amigos de ambos, quienes terminaron retrocediendo por seguridad.
Y así como los golpes no tenían fin, poco tardaron el par de morenos en comenzar a insultarse, mezclando el ruido de sus voces con los gritos de Yuri y el resto de los espectadores, algunos incitándoles a seguir.
Entre los puños y golpes, de un empujón Otabek dejó a Jean en el suelo, golpeando su espalda con el piso en un ruido sordo, ubicándose sobre él para dejar caer su puño sobre su estómago. La cólera nublaba completamente a ambos, lanzando gritos y puños sin medida, al menos hasta que Víctor decidió tomar cartas en el asunto al ver la sangre en el rostro de Otabek, tomándolo de los brazos para separarlo de Jean. Chris fue directamente hasta el canadiense, levantándolo del suelo y agarrándole con fuerza para que no fuese nuevamente en contra del kazajo.
Los morenos se removían, aún con la furia recorriendo sus venas, lo suficiente como para nublar sus sentidos hasta el punto de no pensar en sus acciones o, peor aún, en sus palabras.
— ¡Basta ustedes dos, par de imbéciles!—Víctor había perdido la poca paciencia que tenía, sintiendo la sangre tibia de Otabek, viendo con enojo a ambos.
— ¡Suéltame, maldita sea!—Jean intentaba liberarse de Chris, quien rápidamente fue ayudado por Georgi.
— ¡Cálmate, Leroy! ¿Qué mierda les pasa a ustedes dos?
— ¡Pregúntale al maricón de Otabek!—Jean siente la tibieza de la sangre caer por su nariz, mezclándose con las lágrimas de rabia en cuanto puede ver a Yuri acercándose hasta el kazajo, tomándole del brazo. Su mente deja de pensar, dejándose llevar por el enojo y el momento, alzando su voz un poco más.— ¡Pregúntale a Otabek, él es quien se acostó con Yuri!
Las palabras de Jean dejan a todos boquiabiertos, así como provocan al kazajo hasta el punto de soltarse de Víctor y lanzarse hasta Leroy, derribándolo sin mucho esfuerzo, azotando su cuerpo contra el suelo para volver a golpear y patear. Víctor y los demás salen de su asombro e intentan detener la pelea otra vez, mas no es necesario, pues antes de que se dieran cuenta el director ya estaba frente a ellos.
🌹
Yuri estaba esperando, el cuarto de la enfermera era lo suficientemente pequeño para que su presencia fuese un estorbo, por lo que estaba esperando afuera, sentado en un sillón ahí ubicado. Tanto los nervios como los ojos llorosos le tenían demasiado ocupado como para notar siquiera el ruido que hacían unos tacones al caminar hacia él.
— ¿Yuri?—La voz suave de Nina le sorprendió, haciéndole levantar la vista en un instante.
La señora Altin le veía con la misma sonrisa cálida de hace tres años, así como su vestido seguía igual de pulcro y su cabello castaño perfectamente ondulado. Yuri le sonrió un poco, entre nervioso y algo apenado, preguntándose en qué pensará.
— Hola.—Ella toma asiento a su lado, sonriendo ante el saludo escueto del menor.
— ¿Qué le pasó a Ota?—Yuri desvía la mirada, frunciendo los labios mientras que Nina fija sus ojos en él.
— Uff, ya sabe, chicos idiotas y hormonas, pelea de adolescentes.
Altin suelta una risita, asintiendo sin más. Yuri está tentado de preguntar por sus hijas, recuerda sus nombres, tanto por su experiencia en el hogar kazajo como por Otabek, quien siempre le habla de ellas. Siente un poco de nostalgia al pensar en las hermanitas de su novio, quienes ahora ya no son unas niñas pequeñas.
Aunque más nostálgica resulta la palabra novio, dejándole un sabor amargo en la boca, los ojos llorosos y el pecho dolido. Por mucho que le duela, la verdad es que no tiene derecho de enojarse con Jean por evidenciar su relación con Otabek ante todos, se lo merece, más que nadie. Mas no deja de ser doloroso, porque Yuri sabe que después de esto es imposible que suceda algo bueno.
— ¿También te llegó a ti?—La voz a su lado le trae de regreso, aunque no entiende a qué se refiere. Nina lleva sus dedos hasta el rostro de Yuri, donde uno de sus pómulos está hinchado.
Plisetsky pierde el aire ante el contacto, recordando lo sucedido unos minutos antes. Y es que luego de que Jean gritara a los cuatro vientos que Yuri y Otabek estaban juntos, el kazajo no pudo medir su fuerza y su ira, lanzándose contra Leroy, golpeando con el codo a Yuri, quien intentaba detenerlo. Entre el alboroto y lo demás, había olvidado el dolor en su rostro, y ahora no quería que la señora Altin quitara sus manos.
Quizás en esos momentos necesitaba algo de calor materno, manos suaves y sonrisas cálidas que le adormecieran al menos un poco.
Obviamente no todo era para siempre, y antes de que pudiera darse cuenta la puerta de la enfermería ya era abierta, dejando salir a un par de jóvenes con el rostro contraído. Jean no esperó un segundo más para salir del lugar, con el rostro hinchado y la nariz envuelta en miles de vendajes. Nina se levanta de su asiento como un resorte, acercándose hasta su hijo, llevando sus manos hasta su rostro malherido. Yuri se sintió tan excluido de la situación, incómodo de interrumpir la escena madre e hijo, mas no tuvo oportunidad de huir, pues Otabek posó sus ojos en él, con un mensaje que él no supo interpretar.
— Mira tu rostro, Otabek Mikhail Altin, ¿Es que acaso no te hemos enseñado que la violencia no es el camino?
Yuri suelta una media sonrisa al escuchar el tono de la señora Altin, junto al modo en que se dirige a su hijo Otabek Mikhail Altin. Plisetsky podría jurar que Nina se vería mucho más intimidante de no ser tan delgada y pequeña, viendo hacia arriba a su hijo, con los brazos bien puestos en su cintura. Otabek por su parte reprime las ganas de contestarle a su madre, recordando la manera violenta en que su padre actuaba en casa. Claro, la violencia no era el camino, excepto cuando el señor Altin debía dejar en claro su autoridad.
Antes de que su madre pueda seguir con la reprimenda, la secretaria del director llega hasta ellos, comunicándoles que quiere hablar sobre el castigo de Otabek y Jean. La señora Altin asiente, emprendiendo el camino hasta el lugar, dejando atrás a su hijo, quien por algún motivo está clavado en el suelo.
Yuri se queda observando al moreno, levantándose de su lugar para llegar hasta él y darle un pequeño empujón, juguetón. Otabek voltea hasta él y le sonríe un poco, dispuesto a alcanzar a su madre. Yuri junta sus manos por un instante, antes de que Altin se aleje de su lado, llamando su atención.
— Hey... te quiero.
Otabek le observa por unos segundos, asintiendo luego para finalmente ir hasta la sala donde su madre, Jean y la señora Leroy le esperaban, dejando a Yuri en medio del pasillo, con la mente revuelta y la estrechez en el corazón, necesitando de las palabras cálidas más que nunca.
No podía evitarlo, quería confiar en él y en su amor, aún cuando se sintiera crucificado, quería creer en Otabek y sus promesas, en que no le iba a traicionar.
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Capítulo 23: Tanto creo en ti
Tanto creo en ti,
tanto creo en ti
que dormido o muerto
sueño hasta despierto la luz de los dos.
💭
Era viernes por la tarde y Otabek tenía más cara de mierda que de costumbre. Estaban en la iglesia a la que solían ir cada domingo, con su ropa perfecta y rostros serenos, en una especie de cena para celebrar no-sé-qué-basura. La verdad es que la frustración de Beka se debía a que ahora estaba sentado junto a un montón de otros tipos como su padre y sus familias, siendo que podría estar pasando tiempo con Yura.
Oh, y para empeorar un poco más su situación, ahí estaba Lena. La castaña estaba igual de callada y sonriente que siempre, con un vestido simple y largo, al igual que su cabello. Y Vladimir insistía en que Otabek hablara con ella.
Gracias a Dios -irónicamente, quizás- su teléfono sonó con la llegada de un mensaje, obligándole a pedir permiso para ir a contestar. En cuanto vio que era Yuri quien le escribía, ni siquiera le importó la mirada molesta de su padre y solo se puso de pie, yendo hasta el estacionamiento para hablar tranquilo con Yura.
"¿Qué somos ahora?"
Siendo honestos, Otabek no se esperaba ese tipo de mensaje, ni por asomo. Se quedó un par de segundos viendo la pantalla de su teléfono, algo desconcertado ante la pregunta de su amigo. ¿Qué eran ahora? No entendía a qué se refería, ¿Algo había cambiado entre ellos? Para nada, no, porque hasta donde sabía Otabek, ellos seguían amándose. Decidió preguntarle al rubio el significado de sus palabras antes de cometer algún tipo de error del cual podría arrepentirse.
"¿A qué te refieres con esa pregunta?"
Se quedó esperando la respuesta con impaciencia, viendo la pantalla fijamente.
"Que ahora que terminé con Jean pensé que las cosas podrían cambiar entre nosotros. Dijiste que eramos pareja porque yo tenía novio."
El moreno lee el mensaje un par de veces, analizando la petición de Yuri. No entendía la urgencia del menor por ponerle nombre a su relación, no cuando ya han pasado tanto, cada beso y sonrisa, es lo mismo si se llaman novios o no, o al menos eso creía él.
"Yura, nada entre nosotros ha cambiado, y llamarnos novio tampoco lo hará. Te amo, no importa nada más"
"Ya."
Otabek espera un par de segundos alguna otra respuesta, mas nada llega. Cubre su rostro frustrado al darse cuenta de que Yuri no quedó tan satisfecho con su respuestas, y que ahora de seguro estaba molesto, haciendo berrinche.
"No te enojes"
"No estoy enojado, kazajo estúpido."
El moreno inevitablemente soltó un suspiro, pensando en cuantos gatitos tendría que conseguir para que a Yuri se le pasara el enojo.
"Yura, sabes a lo que me refiero, tú me entiendes"
"Si."
"¡¿puedes dejar de poner un punto al final de cada mensaje?! Yura, no puedes decir que no estas enojado si haces eso"
A pesar de sus nervios, Otabek soltó una risita al ver el último mensaje de Yuri.
"No."
El kazajo se quedó unos segundos más afuera, guardando su teléfono en el bolsillo de su pantalón de vestir, pensando en la petición de Yuri. Al volver al salón, se armó de valor y tomó su saco, acomodándolo sobre sí. Vladimir le veía con extrañeza, sobre todo cuando Otabek murmuró algo tipo tengo que salir, nos vemos después.
Sabía que su padre iba a estar furioso, pero entre la furia de él y la de Yura, la verdad es que la de Altin le aterraba un poco menos.
🌹
Estaba frente a la puerta del hogar Plisetsky y sentía un déjà vu impresionante. Se le estaba haciendo costumbre eso de ir a pedir disculpas en medio de la noche, con gatos y dulces. Bueno, ahora llevaba flores y una caja con donuts, eso era un avance, ¿No?
La verdad es que se sintió avergonzado cuando Nikolai le abrió la puerta y le vio con una media sonrisa, dejándole pasar sin siquiera hacer preguntas. El hecho de que aún tuviera puesto su traje lo hacía mucho más embarazoso, y el moreno podía jurar haber escuchado una risotada mientras subía las escaleras hasta la habitación de Yuri.
Ni siquiera se molestó en tocar la puerta, simplemente abrió con delicadeza, viendo a Yura sentado en su cama, con Canela al lado, viendo una película desde su laptop. El menor notó la presencia ajena y estaba dispuesto a decir algo, mas con solo ver a Otabek frente a él con un ramo de flores, una caja de donuts y un traje oscuro, olvidó todo en un segundo.
— ¿Por qué siempre que estoy enojado contigo vienes con comida y todo se arregla?
El moreno dejó escapar una risita, acercándose a Yuri para besarle, dejando sus ofrendas de paz sobre el escritorio. Yuri le sonríe en medio del beso, separándose para enviarle una mirada molesta.
— Sigo enojado, Bajin.—El moreno frunce el ceño ante el apodo, llevando sus dedos hasta las costillas de Yuri, dispuesto a hacerle pagar por tal atrevimiento.
— ¿En serio? ¿He venido hasta acá solo para darte amor y tú me insultas así?—Yuri niega divertido, haciéndole señas a Otabek para que se recueste junto a él.
— Ya, basta, quiero hablar contigo de verdad.—El moreno hace un ruidito afirmativo, incitándole a seguir.—Quizás a ti te parezca tonto, Beka, pero yo sí quiero ponerle nombre a nuestra relación. Sé que con o sin nombre fijo el sentimiento no cambia, es solo que...
— Yuri, sabes que no estoy listo para algo así, yo...no podría solo declararme gay de repente...
— Otabek, no te lo estoy pidiendo por los demás, no quiero que seamos novios para besuquearnos en la escuela o frente a tu padre. Quiero que seamos novios porque... quiero estar seguro de nosotros, no me culpes por pensar que no me quieres lo suficiente si me sigues llamando amigo.
Otabek mira fijamente a Yuri, a pesar de que el menor desvía sus ojos verdes, triste. El moreno trata de procesar las palabras de Yura, sintiéndose mal por ser poco claro y causar tales pensamientos en él. Quizás Yuri aún no estaba enterado, pero Otabek Altin estaba completamente enamorado de él, aunque fuera algo difícil de explicar y demostrar.
Por eso el kazajo prefirió acercarse más a él y acariciar sus mejillas, acomodando los mechones rubios y rebeldes que se escapaban de su trenza, apreciando su bello rostro que evitaba su mirada. Sus labios fueron lentamente hasta la frente del menor, sintiendo como este sufría escalofríos gracias a su gesto.
— Yura, no sabes cuanto te amo, desde que te conocí me has vuelto loco, no sabes el control que tienes sobre mí, soy capaz de todo por ti.—Los ojos verdes de Yuri le ven fijamente, así como sus mejillas se colorean de un rojo furioso, completamente avergonzado.
— Ah, Otabek, eres tan gay a veces.—La voz abochornada de Yura le hace sonreír, incluso cuando recibió un golpe gracias a eso.
— Así qué... ¿vas a ser mi novio o no?—Yuri se aleja de golpe, viéndole sorprendido.
— ¿Qué?
— Lo que oíste, ¿por qué piensas que me puse un traje? Si iba a pedirte noviazgo debía ser especial... con flores y donuts también.
— Eres tan idiota, te amo.
Yuri sonríe radiante, juntando sus labios con los de Otabek, abrazándose a él desde su cuello. El kazajo le acaricia su cadera, disfrutando del movimiento suave que hacían sus labios, feliz de estar junto a Yura. Luego de unos minutos deciden separarse, y el rubio mira directamente al kazajo, sin querer desviar sus ojos verdes, acaricia su rostro moreno y su mandíbula recta, sonriendo.
— Quiero ser tu novio, solo por el hecho de tener el placer de decirte cosas melosas y reírme de quien crea tener oportunidad contigo, porque eres mío, Otaidiota, ¿entendido? Nunca podría exigirte que... te declararas ante todos, o tu familia, lo que decidas hacer voy a estar contigo.
Otabek sonríe, recostándose abrazado a Yura, moviendo su mano en su espalda.
— Gracias, Yura, pero eso fue muy gay.
La sonrisa de Otabek es enorme, incluso luego de recibir un manotazo por parte de Yuri, su novio.
🌹
El miércoles, días después del compromiso con Otabek y esa noche de dormir abrazados para luego despertar a la mañana siguiente y desayunar donuts, Yuri estaba en clases de deportes. Por lo general, a Yuri no le molestaba tanto esa clase, sin embargo ahora tenían que jugar voleibol... y él era una mierda. Había algo en sus brazos, probablemente, pero en serio el maldito balón no se elevaba como él quería, haciendo que sus lanzamientos fueran realmente penosos, cosa que no pasó desapercibida para sus compañeros.
— ¡Aprende a lanzar, Plisetsky! ¿Ser marica no te deja lanzar un maldito balón como hombre?
Y, como casi todos sabían, Yuri tenía un límite, además de una paciencia del tamaño de un maní. Por eso, su voz ni siquiera tembló al momento de responderle a su compañero.
— ¡Ven aquí, grandísimo hijo de puta! Ser marica no me impide molerte a golpes.
Obviamente todo hubiese salido mejor si el tipo no hubiese llamado a un par de amigos.
Yuri se alejó un poco del lugar para no armar un escándalo en medio de la cancha, viendo como el tipo y sus amigos le seguían de cerca. Cuando estuvo lo suficientemente lejos de maestros y alumnos, sintió como alguien le volteaba con brusquedad, para luego dejar caer un puñetazo sobre su rostro. El impacto y la sorpresa le afectaron por unos segundos, mas en cuanto se vio recuperado, no dudó en lanzarse contra su oponente. Tiró un par de puños y patadas, sin embargo era inútil pelear contra tres, y aún más si habían dos tomándole de sus brazos, inmovilizándolo.
Continuó lanzando patadas a la vez que recibía un par de puñetazos en el rostro, intentó soltarse, aunque parecía imposible.
Cuando finalmente le soltaron, le tomó desprevenido, por lo que cayó de rodillas frente al chico que había insultado, quien le pateó y le dejó tirado con el ceño fruncido y la mandíbula apretada.
🌹
Jean estaba camino a la cafetería cuando sintió como alguien le detenía de golpe, tirando de su brazo. Frente a él había un chico bajito y rubio, con un mechón rojo, quien se veía bastante agitado, como si hubiese corrido bastante.
Al canadiense solo le bastó escuchar las palabras "Yurio" y "golpes" para ponerse en alerta, olvidando por completo su rutina de ignorar al rubio, corriendo donde el rubio le indicaba. Al llegar pudo escuchar como un tipo insultaba a Yuri, no esperó más y apareció ante ellos, encontrando a Yuri en el suelo con una mirada furiosa, con su labio sangrando.
Los agresores de Plisetsky no tardaron en reconocer al pelinegro, aprovechando la preocupación que este ponía en Yuri para salir huyendo de ahí. Jean se había acercado a su ex novio, ofreciéndole su mano para que se pusiera de pie, viéndole con pena. Yuri le veía molesto, sin querer recibir su ayuda, intentando levantarse solo.
— Kitten, espera, te llevaré a la enfermería...
— ¡No, Jean, yo puedo! —Las manos del canadiense van hasta su cadera y le sostiene en caso de que pierda el equilibrio, aún cuando recibe otra mirada furiosa por parte del rubio.—Basta, puedo hacerlo solo, ¿Por qué tienes que ser tan bueno conmigo? No es necesario.
— ¡Yura!
Tanto Jean como Yuri voltean al escuchar la voz de Otabek, agitado. El moreno se acerca hasta su novio, sin importarle el hecho de que Leroy esté ahí, solo con la intención de asegurarse de que Yura esté bien. El rubio le envía una mirada significativa a Jean, quien no tarda en entender que ya no le necesitan.
Otabek deja de prestarle atención al pelinegro y se centra en su novio, observando con furia y preocupación su labio roto y el hilillo de sangre que caía por su nariz, limpiándolo con la manga de su camiseta.
— ¿Quién fue?—Yuri suelta un gruñido, recordando frustrado su pelea.
— Unos imbéciles de mi clase, pero no te preocupes, eran tres y ni siquiera saben golpear.
— Los voy a matar con mis patines, tenlo por seguro.
Yuri le sonríe a Beka, sintiendo los dedos del kazajo acariciando su piel con suavidad, pasando lentamente por su labio roto, volviendo hasta su pómulo. Aleja disimuladamente su mano, acariciándola para que se calme, asegurándole que está bien.
— No vale la pena, no causaron gran daño, Beka.
Otabek asiente no muy convencido, arreglando el cabello de Yuri para luego envolverle en un abrazo apretado, feliz de que su novio estaba bien. Fueron hasta el baño más cercano para limpiar el rostro de Yura, bajo algunos quejidos de este.
Por mucho que el kazajo insistió en llevarle hacia la enfermería, Yuri se rehusó, por lo que al moreno no le quedó de otra más que resignarse y acompañarle hasta la cafetería, donde probablemente todos sus amigos hagan un escándalo al ver a Plisetsky.
🌹
Estaba cansado de ver al canadiense dar vueltas por el lugar, con el rostro fruncido de preocupación y la mente en otra parte, en Yuri Plisetsky, para ser más concretos. Intentaba distraerlo, mas nada parecía funcionar, y se sentía frustrado, porque justo ese día en que quería hablar con el pelinegro, Yuri involuntariamente se lo había arruinado.
— Jean, cálmate, no sirve de nada que te preocupes...
— ¿Cómo no voy a preocuparme? Es... si tan solo lo hubieses visto, estarías igual que yo.
Los nervios del canadiense se le estaban contagiando, haciendo que su parte racional descanse un poco y él decida acercarse a Leroy, tratando de detenerle.
— Él mismo lo dijo, deja de ser tan bueno con Yuri, Jean.
— ¡No puedo! ¿Cómo podría si yo aún...?
La verdad es que Seung-gil pocas veces perdía la paciencia, el coreano se caracterizaba por su rostro sereno y su actitud desinteresada, sin embargo él también podía tener sus límites. Y ahora estaba harto, harto de que Jean siguiera defendiendo a Yuri, harto de que Otabek y Yuri jueguen así con él y le sigan haciendo daño. Sobre todo, harto de que Jean sea aún tan ingenuo y siga amando a Yuri, en vez de fijarse en él.
Por eso, no pudo controlar sus palabras, dejándose llevar por la cólera que sentía en ese momento al ver los ojos tristes de Leroy.
— ¿¡Cómo puedes seguir defendiéndole!? ¡Maldita sea, Jean, Yuri te engañó con Otabek!
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Capítulo 22: Caminando a la fábrica
Voy
Caminando
A la escuela
Otra vez
Pensando en ti
Y en tus ojos, perfectos
Y en si va
A cambiar
Nuestra vida
Otra vez
Qué va a pasar
Con nosotros, nosotros?
💭
El sábado, luego de salir corriendo de casa de Jean, para Yuri fue inevitable llegar a su hogar con los ojos cubiertos de lágrimas. Nikolai se sorprendió al verle en ese estado, pensando en seguida en lo peor. Su nieto estaba dispuesto a subir a su habitación sin dirigirle la palabra, mas el señor Plisetsky no iba a dejar las cosas así, con Yuri llorando a mares.
— Yuratchka, ¿Qué ocurre? Si Otabek te ha hecho algo, juro por Dios que...—El pequeño rubio niega enérgicamente, limpiándose sus ojos verdes.
— No, abuelo, no es culpa de Otabek. Terminé con Jean, y lamento mucho lo que le hice, me siento muy mal por él... Y porque sé que estás decepcionado de mi.
Nikolai suspira resignado. Justo cuando estaba dispuesto a regañar a su nieto por actuar mal y mentir, se vio incapaz de hacerlo, no cuando el menor estaba llorando frente a él. En cierto modo, ya no tenía caso darle alguna reprimenda, los temas del amor eran cosa complicada, y Yuri había aprendido una lección por sí solo.
— No estoy decepcionado de ti, Yuratchka.
Nikolai envolvió a su nieto en un apretado abrazo, acurrucándole como cuando era pequeño, como esa vez en que se cayó en su práctica de ballet, cuando le insultaron por primera vez, cuando recibió su primer empujón por parte de otro estudiante, cuando le dijo que era un poco gay. No importaba el tamaño del problema, porque nikolai era capaz de solucionar todo con un abrazo y alguna comida caliente.
Yuri estaba feliz de tener a su abuelo apoyándole siempre, al igual que Otabek, ambos junto a él era todo lo que necesitaba. Ambos siempre dispuestos a darle el cariño que necesitaba y pocas veces pedía, por eso es que al kazajo le bastó solo un mensaje de "¿puedes venir?" para estar en cinco minutos frente a la casa Plisetsky, con un montón de galletas y chocolate. Justo lo que el menor necesitaba, además de los brazos cálidos de su amigo.
🌹
El lunes, cierto tailandés fue capaz de sacar rápidas conclusiones al ver cómo Jean evitaba la mesa de Yuri, sentándose lejos de él, junto a Leo y Chris. Por tales motivos, ya al final del día, casi todos estaban enterados de que Plisetsky y Leroy ya no estaban juntos.
Jean no tenía demasiado tiempo para pensar en qué decía Chulanont acerca de él y Yuri, pues se concentraba solamente en evitar a su ex a toda costa, para evitar el dolor que sentiría al verle. Yuri por su lado estaba acostumbrado a escuchar odio de algunas personas, aunque sí estuvo tentado de ir en busca de Phichit y meterle uno de sus hámsters en... la boca. Obviamente Otabek logró detenerle, siendo la voz de razón, le convenció de que hacer tal cosa no tendría caso.
Así que Yuri decidió canalizar su energía en sus prácticas de ballet, teniendo en cuenta que ese día lunes por la tarde conocería a LiliaBaranovskaya, de quien había oído un par de advertencias.
Otabek le llevó hasta sus clases con Yakov, mas prefirió no quedarse, pues no quería interrumpir a Yura con su trabajo. Plisetsky respiró profundo un par de veces antes de entrar por fin al estudio, donde Mari le saludaba desde el piano. Pronto llegó Minako, arreglando su cabello y enviándole a los vestidores para que se calzara su ropa de práctica, para luego estirar con calma antes de que Lilia y Yakov llegaran.
El rubio estaba en medio de un grand plié cuando escuchó la voz de Yakov, acompañado por una mujer que se oía bastante severa. Al terminar el movimiento se puso derecho y volteó hacia su maestro, encontrándose con una mujer de rostro serio junto a él, con los brazos cruzados.
— Yuri, te presento a Lilia Baranovskaya, ex prima ballerina del Bolshoi Ballet.
El menor se limita a ocultar parte de su asombro y estirar su mano hacia la mujer, quien la toma con una delicadeza inesperada, analizándole.
— Es un placer.—Yuri hace un esfuerzo para que su voz no suene débil, lográndolo hábilmente. Lilia le observa con detenimiento, fijándose en cada detalle del menor frente a ella.
— Comencemos con lo básico, Yuri.—El rubio asiente con la cabeza en alto y su espalda recta, acercándose a su lugar en medio del estudio, esperando las indicaciones de la ex prima ballerina.
Sus brazos bajan creando un óvalo en el momento en que escucha a Lilia decir "primera posición", a la vez que sus talones se juntan y sus pies se giran hacia afuera, formando una línea recta. Al oír otra indicación uno de sus brazos se alzó con delicadeza, en una curva ligera, a la vez que su otro brazo se curvaba hacia adelante, con sus pies cruzados, en la cuarta posición. Lilia le observa con una pequeña sonrisa, pidiéndole un arabesque, por lo que Yuri mantiene su rostro calmado y se apoya en una de sus piernas a la vez que estira otra hacia atrás. Baranovskaya llega hasta él y le estira aún más, probando su flexibilidad y sonriendo ante el resultado. Yuri se aguanta un quejido, manteniendo su expresión concentrada.
— Fouetté.
La voz de Lilia suena un poco más suave, dándole a Yuri la confianza necesaria para sonreír levemente. Se prepara levantando un poco su mentón para adoptar una pose elegante, para luego pararse de puntas y alzar una de sus piernas, dándose impulso con la otra y girar. Yakov le ve con orgullo junto a Minako, notando como Lilia observa al rubio con interés.
Finalmente Yuri se detiene al escuchar como Lilia da un par de palmadas, Mari comienza con una melodía suave y el menor comprende que esa es su señal para que comience a bailar la rutina que estuvo ensayando con Yakov hace unos días.
Mientras su pupilo se dedicaba a girar con gracia por el lugar, saltando alto y cayendo suave, con sus brazos arriba y su cabello moviéndose a la par, Yakov tuvo la impresión de retroceder el tiempo y ser cuarenta años más joven. Yuri Plisetsky se movía con la delicadeza y perfección que Yakov había visto en una sola persona, la misma con quien decidió casarse tiempo después. Poseía la misma determinación y belleza de Lilia, su cuerpo ligero adquiría una fuerza hermosa cuando llegaba hasta lo más alto sin problema alguno, así como sus pies parecían no cansarse de girar. Por tales motivos decidió prepararle lo suficiente y llamar a su ex esposa, actual maestra de la Escuela de Ballet del Teatro Bolshói.
Cuando Yuri hubo terminado su rutina, Lilia llegó a su lado, tomando sus mejillas y observando con detalle sus facciones, fascinada.
— Yuri Plisetsky, quiero proponerte algo.
🌹
La cabeza de Yuri era un revoltijo, entre sus prácticas, la señorita Lilia y la materia que estaba reprobando, estaba a punto de tener un colapso mental. Al llegar a casa ese día, cuatro días después de la propuesta de Baranovskaya, decidió simplemente dejarse caer en el sofá. Su gata llegó a su lado en un segundo, animándole, así como sintió a su abuelo bajar las escaleras para saludarle.
El rostro de Yuri cambió drásticamente, mostrándole una sonrisa a su abuelo.
La cena junto a su abuelo siempre le podía poner de buen humor, escuchar sus quejas de las noticias o las historias de sus amigos, lo que sea que Nikolai dijese, Yuri estaba feliz de escucharlo. Pasar un tiempo a solas siempre era agradable, excepto cuando su abuelo decidía sacar todo su lado paternal y recordarle a Yuri sus deberes.
— ¿Cómo estuvo tu día, Yuratchka?—Yuri se ríe al recordar el almuerzo con el calvo de Víctor, listo para burlarse de él con su abuelo.
— Víctor volvió a reprobar y ahora su madre está furiosa, todo parece indicar que con esas calificaciones mejor se dedica al patinaje artístico o el hockey.
— Y supongo que tú tienes mejores calificaciones que él, ¿cierto?—Yuri se exalta mientras sorbe un poco de sopa, haciendo reír a su abuelo.
— Tengo el ballet, ¿sabes?
— ¿Ya le dijiste a Otabek?
Yuri maldice entre dientes, molesto de que su abuelo siempre sepa tocar alguna fibra sensible. Nikolai le conocía demasiado bien, y eso a veces era un problema.
— No le he dicho aún, pero tampoco le he respondido a la señorita Lilia. Yakov me dijo que aún había tiempo, tengo varias semanas, y Lilia dijo que podía esperar.
Su abuelo frunce el ceño levemente, relajándose luego.
— No deberías hacerla esperar tanto, aunque sea una decisión importante.—Yuri asiente, continuando con su comida, a la vez que Nikolai le observa con detención.—Así como tampoco deberías ocultarse algo así a tu novio.
La palabra novio hace que el cuerpo de Yuri de un salto, con sus mejillas coloradas. El semblante del menor se pone triste, mirando su sopa con recelo.
— No es mi novio, abuelo.
— ¿Por qué?
La voz consternada de Nikolai resuena en la mente de Yuri, dejándole intrigado por unos minutos. Es cierto, ¿Por qué? Él ya no estaba con Jean, no tendrían razón para seguir llamándose amigos. Sin embargo Otabek no le ha mencionado nada al respecto, y él está hartándose un poco, porque cada vez que piensa en el moreno un espacio queda en blanco en su mente, donde la palabra novio debería ir, hay un vacío. Si ahora pueden estar juntos, ¿por qué no lo están?
Yuri no puede dejar su mente en paz, incluso en su habitación luego de la cena con su abuelo, su cabeza seguía divagando sobre el tema, con la inseguridad golpeándole.
Intentó detenerse, mas sin darse cuenta ya tenía su teléfono entre las manos, escribiéndole a Otabek.
"¿Qué somos ahora?"
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