---------CRISTALIÁN DE ESPAÑA----------
-------------de BEATRIZ BERNAL ----------- -------------- Capítulo Tercero---------(1089)
De cómo Lindedel de España supo quién eran los caballeros, y ellos asimismo quién era él, y cómo de allí se partió para el Castillo Velador.
Escuche y / o lee o ambos a la vez a continuación …
1089-1 https://ok.ru/video/7925283555891
A continuación incluyo el texto completo en PDF que podrán leer y consultar. En ella se registran las notas a pie de página que por razones obvias de lectura en voz no hemos incluido y que para el estudioso o curioso podría ser de interés. El enlace del pdf se puede consultar en el siguiente enlace:
text_15_2.pdf (uhu.es)
DICE la historia que Flenisa dijo al príncipe Lindedel:
— Mi señor, este que aquí veis — señalando a don Zafir — es caballero muy preciado de la casa del emperador de Constantinopla.
— ¡Mal haya Argadón, — dijo Lindedel — , que con su escudo tanto daño hacía!
Y volviéndose a los otros dos caballeros, les dijo:
— Mis buenos señores, si no habéis por qué vos encubrir, mucho holgaría de saber quién sois.
El uno dellos respondió:
— Mi señor, aunque a todo el mundo nos encubriésemos, a la vuestra merced no era razón de nos encubrir. Sabed que este caballero ha nombre el Fuerte Dorante, es príncipe de Macedonia. Yo he nombre don Velarte, soy príncipe de Ingalaterra.
Cuando el príncipe Lindedel oyó decir quién los caballeros eran, abrazolos y díjoles
— Mis buenos señores, perdonadme si no os he hecho aquel tratamiento que a vuestras reales personas convenía.
Ellos se le humillaron, y don Zafir respondió:
— Por cierto, harto buen tratamiento se nos ha hecho en sacarnos de la prisión de Argadón, y mejor se nos haría si la vuestra merced nos dijese quién es.
— Eso haré yo de grado, dado que no haya causa por que con razón diga quién soy; que ha muy poco que soy caballero, que esta batalla que hice con Argadón fue la primera después que recebí orden de caballería.
— Por cierto — dijo Dorante de Macedonia — , alto ha sido el principio de vuestra caballería.
— Yo he nombre — dijo él — , pues tanta voluntad tenéis de lo saber, Lindedel. Soy príncipe de España.
— A Dios merced — dijo Dorante — que he hallado la cosa del mundo que yo más deseaba; ca sabed, mi señor, que sois mi cormano.
Los príncipes se hicieron gran acatamiento. Dorante era hijo de una hermana de la reina Pinalba. Así lo cuenta la historia, que estos dos príncipes tuvieron siempre mucha amistad. Flenisa dijo al príncipe Lindedel:
— Mi señor, ya es tiempo que la vuestra merced se desarme y tome algún descanso del trabajo pasado.
— El trabajo fue poco — dijo él — , porque Dios lo guio mejor que yo lo merecía.
Luego fue desarmado, y así, estuvieron holgando en aquel castillo tres días. El príncipe Lindedel les mostró la espada que Membrina le había dado, y ellos se maravillaron de ver cosa de tanto valor, y él les dijo cómo había sido de Troilo, hijo del rey Príamo de Troya. Allí les contó de la manera que Membrina la hubo con industria de su gran saber (como arriba se ha contado) y cómo su intento era de irse a probar en la aventura del Castillo Velador, donde estaban las armas de Troilo, «antes que a otra parte vaya. Y si Dios tan bienandante me hiciere que le dé cima, toda mi vida entiendo gastar, después de haber visto mis padres, en servicio del emperador de Constantinopla, que me dicen que es uno de los insignes príncipes del mundo».
Don Velarte y Dorante de Macedonia le dijeron que entendían de hacer lo mismo, y con esta determinación se partieron del castillo dejando por señora dél y de toda la tierra a Barsina, hija del jayán. Argadón. Dorante de Macedonia y don Velarte dijeron a Flenisa:
— Señora doncella, si sois servida, acompañaros hemos hasta Constantinopla; que no queremos probarnos en el Castillo Velador, por que nos parece sería afán perdido procurar de haber las armas de Troilo teniendo este buen caballero su espada, habiendo en él la bondad que hay.
— Muchas mercedes dijo Flenisa — , que yo ver quiero las maravillas del Castillo Velador, si el príncipe en su compañía llevar me quisiere.
Lindedel de España que al no deseaba, le dijo que no solamente la llevaría en su compañía al Castillo Velador, mas que de allí la acompañaría hasta Constantinopla. Flenisa se le humilló, y así, se despidieron los unos de los otros. El príncipe Lindedel y la doncella tomaron su camino para el Castillo Velador, llevando Lindedel el escudo de Argadón, los príncipes y don Zafir se partieron para Constantinopla. Y yendo Lindedel y Flenisa por su camino hablando en las cosas de la corte del emperador Escanio, ella le dijo.
— La vuestra merced crea que así como es el más poderoso príncipe de los cristianos, así reside en su corte toda la flor de la caballería del mundo. A la sazón que yo de la corte partí era venido a ella Lustramante, príncipe de la Gran Bretaña, y es uno de los apuestos caballeros que hay en el mundo. Este príncipe vino con intención de pedir a la princesa Cristalina por mujer, y ella sabiendo su voluntad, grandemente lo desdeñó, y jamás muestra placer con los grandes servicios que Lustramante le hace.
Gran pesar sintió en su corazón el príncipe Lindedel en oír estas nuevas, y propuso de dejar la vista de sus padres, si Dios le dejaba acabar aquella aventura, y irse luego a Constantinopla. E yendo de la manera que oído habéis, un día a hora de nona llegaron a vista del Castillo Velador. Lindedel de España le miró, y según las señas que Membrina le había dado, luego conoció ser él; y mirando a una y a otra parte no vio persona a quien preguntar pudiese, y el castillo era tan alto que parecía estar junto a las nubes. Y andando en torno dél vio que no había puerta ni finiestra, de que fue muy espantado, y mirando a lo más alto del castillo vio que andaban unos hombres a manera de veladores por entre las almenas. Lindedel de España les comenzó a dar voces y hacerles señas. Esto tanto le aprovechó como nada, y estando en esto, no sabiendo qué hacer, vieron venir por el camino un escudero sobre un palafrén. Como el príncipe Lindedel le vio, díjole:
— Buen escudero, si vos pluguiere, atendedme un poco.
Él dijo que haría su mandado.
— Muchas gracias a vos — dijo Lindedel — . Yo vos ruego que me digáis cómo ha nombre este castillo.
— Eso diré yo de grado, por cuanto me parecéis persona a quien se debe todo servicio: éste se llama el Castillo Velador, y tiene este nombre porque de noche y de día jamás cesan de lo velar.
— Llamado los he — dijo Lindedel de España — por señas, que las voces no creo que las oyeron.
— Por demás es llamarlos — dijo el escudero — , que a nadie responden, porque son personas encantadas.
— Paréceme — dijo el príncipe — que pues no tienen puerta alguna, no debe haber entrada para él.
— No — dijo el escudero — : estraña es la entrada que en este castillo hay. No muy lejos de aquí está una cueva que dicen que es la puerta del castillo, pero no sé yo quién por ella osase entrar. En estas partes hay muchos caballeros que han probado la entrada, pero no se osan alongar mucho, según la gran escuridad hay dentro, y algunos han entrado y nunca salieron. Dicen los que algo saben de la cueva, que les fallece el corazón y mueren con espanto que toman de se ver en tanta escuridad.
— Mucho os ruego — dijo el príncipe — que me mostréis esa cueva.
— Y ¿para qué lo queréis saber? — dijo el escudero.
— Para ver lo que dentro está — dijo él.
— No pase por vos tal pensamiento, que no hay tal caballero en el mundo que por ella osase entrar.
— Mucho os ruego que me la mostréis, porque yo quiero probar mi ventura como los otros la probaron.
— Pues que así es — dijo el escudero — , seguidme, que de aquí prometo a Dios de dejar el camino que voy y aguadar el fin desta aventura. Agora sabed, señor caballero, que en muriendo el que allá entra, luego le echan fuera.
— Grandes son las maravillas que debe haber en este castillo.
— Grandes — dijo el escudero — , que más querría ser el caballero a quien esta aventura esta guardada que ser señor del mundo.
Y yendo hablando en lo que habéis oído, dijo el escudero:
— Veis allí, señor caballero, entre aquellas dos peñas, la boca de la cueva.
Como a ella llegaron, el príncipe se apeó de su caballo y miró la cueva, y no creo yo que hubiera caballero en el mundo, por bravo y esforzado corazón que tuviera, que no temiera aquella entrada. Lindedel del España dijo a Flenisa y a Vandiano que le aguardasen allí.
— ¡Ay mi señor — dijo Flenisa — , por Dios no queráis que tan gran daño venga al mundo como la vuestra muerte y no acometáis cosa tan estraña!
Vandiano asimismo le rogaba lo que Flenisa, pero no les aprovechó nada su ruego, antes en pensar que Flenisa estaba presente le creció el corazón, y encomendándose a Dios y llamando el nombre de Jesús que en todo le favoreciese, entró por la cueva adelante, quedando Vandiano haciendo tan esquivo llanto como si a su señor del todo perdiera.
Yendo Lindedel de España su camino, era tanta la escuridad que dentro de la cueva había como si estuvieran todas las tinieblas del mundo. Andando así, tentando por una y por otra parte, sintía que por donde iba era cosa muy angosta y húmida, por manera que a cualquier parte que llegaba estaba todo mojado. Habiendo andado una gran pieza oyó una muy temerosa voz que le dijo:
— Lindedel de España, en mal punto emprendiste esta entrada; que yo te hago cierto que antes que mucho tiempo pase tú serás muerto de la más cruda muerte que nunca caballero murió.
Cuando él se oyó nombrar por su proprio nombre fue muy maravillado, y respondió diciendo:
— ¿Quién eres tú que me amenazas, que muy poco temor tengo a lo que dices, pues la muerte y la vida esta en las manos de Dios y no en la tuya? Pero si tú eres caballero tal que merezcas combatirte comigo, haz de manera que yo vea un poco de luz, si para ello tienes poder.
— Tú la verás, y tan presto que te pesará dello.
— Comoquiera que me avenga, yo la querría ver.
Y diciendo esto, no tardó mucho que luego no viese un poco de luz, a manera de cuando hace la noche muy escura, que alguna cosa se devisa. Y andando más adelante oyó un muy gran ruido de agua, que parecía estar cerca de la mar; luego sintió los pies que en el agua se le mojaban, y no pasó más adelante y allí atendió la aventura que Dios le quisiese dar. Estando de la manera que oído habéis, oyó otra voz que le dijo:
— Caballero tan sandio como atrevido, ¿osarás pasar acá?
— Osaré, si hay en que pase.
A esta hora le pareció que había un poco de más luz; luego vio a la orilla del agua un barco, dentro del cual venía un hombre tan desemejado que le pareció no haber visto otra cosa tal. Traía su remo en la mano; Lindedel le dijo:
— ¿Tú pasar me has de la otra parte?
El hombre calló, que no le respondió cosa alguna. Como esto vio, determinose de entrar en él, y así como fue dentro, el hombre comenzó a remar a muy gran priesa, y llegado que fue a la otra parte, el príncipe Lindedel saltó muy presto en tierra, y volviendo a mirar hacia el agua, ni vio hombre ni barco ni señal de agua.
Estando maravillado de lo que había visto, súbitamente vino el día tan claro como si fuera hora de nona, hallándose Lindedel en un muy hermoso patio lleno de muy ricos mármoles de jaspe de diversas colores. Y estando mirando la compostura dello sintió pasos cerca de sí, y volviendo la cabeza vio un caballero armado de todas armas. Como Lindedel lo vio, saludolo muy cortésmente; el caballero le dijo:
— ¿Quién sois vos que tuvistes atrevimiento de entrar en la nuestra morada?
— Quienquier que yo sea — dijo Lindedel — , os serviré, si la mi amistad quisiéredes, con tal condición que me digáis en qué parte deste castillo hallaré las armas de Troilo.
El caballero se rio dél a manera de escarnio, y díjole:
— Caballero, si tan buena gracia tenéis en pelear como en demandar lo que no vos tiene pro, de aquí digo que me doy por vencido.
— Señor caballero — dijo Lindedel — , la gracia yo la querría hallar en vos en decirme lo que os pido por que el tiempo no se gastase en balde.
— No gastará — dijo el caballero — ; pero antes que os las muestre quiero que sepáis como sé herir de espada.
Y diciendo esto embrazó su escudo y echó mano a su espada y vínose para Lindedel, que atendiéndole estaba, y así, se comenzaron a herir de duros y muy pesado golpes, haciendo una cruda batalla que duró una gran pieza, porque el caballero del castillo sabía muy diestramente herir; pero como tenía delante de sí al mejor caballero que a la sazón en el mundo se podía hallar, aprovechole tanto, que en breve tiempo lo traía a su voluntad, muy fatigado de los golpes que le daba, derramando de sí mucha sangre, especialmente de una herida que en la pierna derecha tenía, y andaba tan laso que no entendía sino en se defender. Lindedel que su flaqueza sintió, comenzole a dar tanta priesa que, falleciéndole las fuerzas al caballero, dio consigo en el suelo. Lindedel que así lo vio, fue presto sobre él, y cortándole las enlazaduras del yelmo, asimismo le cortó la cabeza. Esto hecho, limpió su espada y metiola en la vaina, y miró si tenía alguna herida que de pelear le estorbase y halló una pequeña en la pierna siniestra, tal que daño alguno no le hacía.
Dado fin a la batalla como oído habéis, subió arriba y vio una pequeña puerta a la mano siniestra, y entró por ella y llegó a una sala al cabo de la cual halló otra puerta abierta, y como a ella llegó para entrar sintió gran ruido dentro, y no pudo entender qué cosa fuese, pero determinose de entrar y vio una hermosa cuadra maravillosamente obrada. A la una parte della estaba un alberque de alabastro por muchas partes dorado, de en medio dél salía un grueso caño de agua, estaba bañándose en él una hermosa doncella. El príncipe Lindedel la estuvo mirando; la doncella alzó los ojos, y como le vio, dijo en alta voz:
— ¡Ay mal caballero! Y ¿cómo tuviste atrevimiento de entrar acá? Yo te haré morir de la más cruda muerte que nunca caballero murió.
El príncipe le dijo:
— Mi señora, la vuestra merced sea de me perdonar si contra vos he errado, que mi intención no es de enojar a nadie.
— No vos valen nada vuestras desculpas, ni vos escusarán de daros el castigo que vuestro atrevimiento merece.
Diciendo esto, comenzó a dar muy grandes voces diciendo:
— ¡Salid, salid, mis caballeros, y tomad la emienda de quien tanto atrevimiento tuvo! ¡Haced de manera que el escudo encantado de Argadón no le aproveche!
Cuando la hermosa doncella esto acabó de decir oyó muy gran ruido, y abriendo otra puerta que una parte de la cuadra estaba, luego salieron diez caballeros muy bien armados, y sin nada le decir, todos juntos le acometieron. Lindedel que venir los vio, arrimose a una parte de la cuadra por se mejor amparar, y echando mano a su buena espada, embrazando su escudo, comenzose entre ellos las más brava y esquiva batalla que pensar se puede.
La revuelta fue tan grande, y el ruido de las armas, que parecía, quien lo oía, estar en una gran herrería. Los caballeros, al parecer, eran de gran hecho de armas, pero nada les valía; que lo habían con aquel valeroso príncipe, que al que delante se le paraba no había menester segundo golpe. Por manera que a poco rato tenía a sus pies muertos cuatro caballeros, y los otros seis andaban tan maltrechos y perdían tanta sangre que ya no entendían sino en se amparar de los duros y pesados golpes que recebían. Como él ya los traía a su voluntad, por que tiempo no le faltase comenzolos a herir con más ardimiento, de tal manera que luego los dos cayeron muertos. Viendo este estrago los cuatro que heridos estaban, que ya no esperaban sino el pago que los otros habían llevado, comenzaron a huir hacia el alberque donde la hermosa doncella se estaba bañando, diciendo:
— ¡Ay por Dios, señora, amparadnos deste cruel caballero!
Como la doncella así los vio venir, saltó muy presto del alberque y fuese para el príncipe, y abrazose con él con tan estrañas fuerzas, que parecía a Lindedel que no había jayán en el mundo que tales las tuviera. A él le convino dejar la espada, y echando el escudo a las espaldas punó por la derribar, y así anduvieron una pieza. En este tiempo ya las fuerzas de la doncella se iban apocando; como Lindedel esta flaqueza sintió en ella, tomola en sus brazos y sentola en el suelo diciéndola:
— Señora, por el afán pasado vos llevaréis la vitoria: yo me otorgo por vuestro vencido.
Ella no le respondió cosa alguna, antes puso la mano siniestra en el suelo. Repentinamente la tierra se abrió y la hermosa doncella se lanzó por aquella abertura, y lo mismo hicieron los caballeros vivos y muertos. Mucho fue espantado Lindedel en ver tal maravilla, y dijo:
— Por Dios, grande debía de ser el saber de Casandra, pues tales encatamentos en guarda de las armas de su hermano supo hacer.
A la sazón Lindedel estaba algo cansado y sentose en el borde del alberque, y mirándose, vio que algunas heridas tenía, pero no en parte peligrosa que pelear le estorbase. Las armas tenía rotas por muchas partes; la loriga, desmallada, y aderezose lo mejor que pudo. Levantándose (que ya se le hacía muy tarde para ver lo que tanto deseaba), fuese para la puerta por donde los caballeros habían entrado, y en saliendo por ella descendió por una escalera que a la otra parte estaba, y como abajo fue, hallose en una deleitosa huerta, que mucho descanso recibió en la mirar. Andando a una y a otra parte por ella, vio un caballero que a la sombra de un aciprés estaba recostado. Él era grande y membrudo, y había las armas negras. Y como al príncipe vio, luego se levantó y dijo en alta voz:
— ¿Sois vos el que tanto daño ha hecho en nuestro castillo?
— El daño que yo he hecho — dijo Lindedel — yo no lo sé, porque no conozco los caballeros con quien batalla hice; pero soy aquel que la mi venida es para llevar las armas de Troilo que en este castillo están.
— ¿Sois vos — dijo el caballero — por ventura por quien yo ando vestido de duelo por la espada que la alevosa Membrina por sus malas artes de aquí sacó?
— Soy — dijo Lindedel — el que esa espada que decís tiene.
— Pues así es — dijo el caballero — , a tiempo sois que lo pagaréis.
Diciendo esto, se comenzaron a herir con tanta voluntad como aquellos que cada uno deseaba para si la victoria; era tan grande el ruido que traían, que semejaban combatirse veinte caballeros. El caballero era muy diestro, tanto, que a Lindedel parecía jamás haber visto caballero que con tanto esfuerzo y ardimiento se combatiese, y así, anduvieron una gran pieza sin se herir el uno al otro. El caballero negro dio un golpe a Lindedel en el brazo izquierdo, de que se sintió mal y se le iba mucha sangre; como tan mal herido se vio, creciole la ira en tal manera que alzando su buena espada dio un golpe al caballero que le quito una armadura del brazo derecho, que se le cortó por el hombro. Con el gran dolor que sintió dio consigo en el suelo. Lindedel fue prestamente sobre él, y quitándole las enlazaduras del yelmo para le cortar la cabeza, poniéndole la punta del espada a la garganta dijo:
— Caballero, muerto sois si no vos otorgáis por vencido.
— Eso no haré yo — dijo él — hasta que el alma del cuerpo me salga.
— Pues que así es — dijo Lindedel — , yo haré de manera que presto lo seáis.
Y diciendo esto le cortó la cabeza. Alzando el brazo que herido tenía, vio que podía bien traer el escudo; no se quiso allí más detener, y diose a andar por la huerta adelante, al cabo de la cual estaba una pequeña puerta cerrada, y abriéndola, se entró por ella hasta llegar a un jardín. A la mano derecha estaba una escalera de husillo, estrecha y muy alta; él subió por ella hasta que llegó a unos corredores que en fin della estaban, en medio de los cuales estaba una portada estraña y ricamente labrada. Lindedel se entró por ella, y andando una pieza vio una grande y espaciosa sala; holgó mucho de la ver. Sabed que estaban en las paredes della historiadas aquellas grandes batallas que entre los griegos y troyanos pasaron. Estaba maravillado de ver los grandes hechos en armas que los hijos del rey Príamo, especialmente Héctor y Troilo, hicieron.
Andando mirando a una y a otra parte vio un sepulcro; llegándose cerca dél, pareciole muy rico: tenía el cobertor de oro, y en torno dél estaban muchas y muy ricas piedras de inestimable valor. Y pensando cómo podría ver lo que dentro estaba, miró por todas partes y vio que no tenía cerradura. Forzándose por lo abrir, tanto afán tomó, que dio con el cobertor de la otra parte. Como el sepulcro quedó abierto, vio dentro dél un caballero armado de ricas y lucientes armas; en los pechos tenía unas letras de oro que decían así.
Aquel venturoso y esforzado caballero que la ventura le dejare llegar a ver mi sepulcro, sepa que ya no le queda al que hacer sino haber batalla comigo; y si fuere tal su ventura que me venciere, los encantamentos del Castillo Velador serán luego deshechos, y las armas de aquel tan estremado entre todos los caballeros, llamado Troilo, quedarán libres para quien tomar las quisiere.
Y así como el príncipe acabó de leer las letras, el caballero del sepulcro dio un salto en tierra, y tomando un escudo que junto a sí tenía, con su espada en la mano se fue para Lindedel, que ya aguardándole estaba, y luego se comenzó entre ellos una muy brava y espantosa batalla. ¿Qué vos diré del caballero del sepulcro, sino que andaba tan ligero que a Lindedel le parecía no haber recebido tales y tan pesados golpes? Pero todo su ardimiento le valía poco, porque Lindedel era flor y espejo de toda la caballería del mundo, y así, anduvieron los dos en la batalla por espacio de media hora sin que en este tiempo se pudiese saber cuál llevaba lo mejor. El caballero del sepulcro alzó su espada y dio un golpe a Lindedel sobre la cabeza, con tanta fuerza, que la una rodilla le hizo hincar en el suelo, sacándole el yelmo de la cabeza. Como Lindedel recibió golpe tan desatinado, asimismo viendo que estaba en aventura de perder la vida, creciole el corazón, y alzó su buena espada y dio un golpe al caballero por encima del escudo, con tanta fuerza, que se le hizo dos partes. Cuando el caballero se vio sin escudo temía mucho los golpes de Lindedel, y con razón, porque del primero que después de estar sin él le dio le hendió la cabeza hasta los dientes, y luego el caballero cayó muerto y repentinamente fue desaparecido Lindedel se arrimó al sepulcro muy mal herido.
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