#terroresnocturnos
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Cuando era pequeña, no había nada que me gustara más que ver películas de miedo con mi madre. Ella era una apasionada de los filmes de terror, mientras que yo, su hija, siempre fui un tanto aprensiva. A pesar de eso, esos momentos compartidos con ella me transportaban a un mundo donde, estando a su lado, nada malo podía suceder.
Hace cuatro años, me mudé de casa para cursar mis estudios universitarios. En esos momentos de soledad que a veces invadían mi espacio, recurría a poner una película de miedo. Sentía que ella estaba conmigo, y eso me hacía sentir menos sola.
Cuando llegué a Madrid y empecé a explorar podcasts, nunca antes había escuchado uno de terror. Honestamente, creía que no me asustaría, que eran simplemente historias y nada más. Sin embargo, todo cambió un día cuando descubrí "Terrores Nocturnos", un podcast que casi me provoca un infarto en el primer capítulo.
"Terrores Nocturnos" es un programa de misterio, terror y crimen que presenta casos reales inquietantes. Las conductoras, Emma Entrena y Silvia Ortiz, junto con el realizador David Fernández, logran una narrativa envolvente que te sumerge de inmediato en la situación. Además, los efectos de sonido y la música que incorporan no te permiten dejar de escuchar.
La serie cuenta con alrededor de 203 episodios divididos en 5 temporadas, con una duración media de unos 30 minutos por episodio.
Os animo a que escuchéis algún capítulo y se sumerjan en una experiencia llena de emociones intensas. Prepararse para pasar un buen rato sintiendo un poco de miedo.
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"Bajo la sombra de la noche, el hombre deja de ser el cazador y pasa a ser la presa de criaturas de pesadilla, recordándonos el porqué le temíamos a la oscuridad". #TerroresNocturnos #LeTemesALaOscuridad https://www.instagram.com/p/CG2sI0uF7AZ/?igshid=el6p4t0gnpe
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(vía ¿Qué son los terrores nocturnos y cuántos tipos hay?)
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Narraciones de un Exorcista
LAS PRIMERAS "BENDICIONES”
Por: Víctor Gamboa Delgado
Es útil usar un lenguaje eufemista con este tipo de pacientes. Siempre llamo a los exorcismos bendiciones; las presencias del maligno, una vez comprobadas, las llamo negatividades.
Y es una ventaja que las oraciones sean en latín. Todo esto porque no se deben utilizar lenguajes alarmistas que podrían ser contraproducentes al causar sugestiones engañosas. Hay algunos que andan con la manía de que tienen un demonio; se puede estar casi seguros de que no tienen nada. Para su mente confusa, el hecho de recibir un exorcismo puede convertirse en una prueba segura de que tienen un demonio; y nadie se lo sacará de la cabeza. Cuando no conozco todavía bien a las personas insisto en decir que doy una bendición, aunque estoy de hecho realizando un exorcismo; muchas veces doy simplemente la bendición del Ritual de los enfermos.
El sacramental completo comprende extensas oraciones de introducción seguidas de tres exorcismos en sentido estricto: son diversos, complementarios, y siguen una sucesión lógica hacia la liberación. No me importa la época en que fueron establecidos (¿1614?); de hecho son fruto de una experiencia directa muy prolongada. Quienes los escribieron los experimentaron muy bien, sopesando la repercusión que cada frase tenía sobre personas endemoniadas. Existe una pequeña laguna a la cual el P. Cándido puso remedio inmediato; y con él también yo. Por ejemplo, falta una invocación mariana. En cada uno de los tres exorcismos la hemos añadido sirviéndonos de las palabras usadas en el exorcismo de León XIII. Pero son pequeñeces.
Ya dije que el exorcismo puede durar pocos minutos y varias horas. La primera vez que se exorciza a una persona, aunque desde un principio se haya percibido que presenta negatividades, es mejor ser breves: una oración introductoria y uno de los tres exorcismos; en general escojo el primero, que da también la oportunidad de la sagrada unción. El Ritual no habla de ella, como tampoco habla de muchas otras cosas que diremos; pero la experiencia nos ha enseñado (inspirándonos en la unción que se hace en el rito del Bautismo) que es muy eficaz el uso del óleo de los catecúmenos con las palabras: “Sit nominis tui signo famulus tuus munitus”. El demonio trata de ocultarse, de no ser descubierto para no ser expulsado. Por esto puede suceder que las primeras veces manifieste poco o nada su presencia. Pero luego la fuerza de los exorcismos lo obliga a salir al descubierto. Y hay varios modos de provocarlo; entre ellos, la unción.
El Ritual no precisa la posición que debe tomar el exorcista: hay quien se pone de pie, quien sentado, quien a la derecha, quien a la izquierda del obseso, o detrás. El Ritual precisa solamente que, desde las palabras: Ecce crucem Domini se coloque una punta de la estola sobre el cuello del paciente y que el sacerdote mantenga la mano derecha sobre la cabeza del mismo. Nosotros hemos visto que el demonio es muy sensible en los cinco sentidos (“por allí entro”, me dijo un día) y sobre todo en los ojos. Entonces nos hemos acostumbrado, el P. Cándido y sus alumnos, a tener ligeramente dos dedos sobre los ojos y alzar los párpados en determinados momentos de las oraciones. Casi siempre sucede que en los casos de presencia maléfica, los ojos se ponen enteramente blancos; apenas se ve de qué lado están las pupilas: si arriba o abajo; y a veces se requiere la ayuda de la otra mano.
La posición de las pupilas es significativa para saber la especie de demonios y el tipo de perturbación. En los muchos interrogatorios, siempre los demonios se han clasificado según una doble distribución, inspirada en el capítulo 9 del Apocalipsis: si las pupilas están arriba, se trata de escorpiones, si están abajo se trata de serpientes. Los escorpiones tienen como jefe a Lucifer (nombre quizás extrabíblico pero con raíces en la tradición); las serpientes tienen como jefe a Satanás, que también gobierna a Lucifer (pero podría ser un mismo demonio) y a todos los demonios. Hago notar que la palabra “diablo” en la Biblia no tiene un sentido genérico, como demonio, sino que indica siempre y solamente a Satanás; otro nombre de Satanás es Beelzebul. Para muchos, también Lucifer es sinónimo de Satanás; no me detengo a profundizar en esta cuestión; según mí experiencia se trata de dos demonios diferentes.
Los demonios son muy reacios a hablar; hay que forzarlos y hablan solamente en los casos más graves, los de auténtica posesión. A veces son espontáneamente muy conversadores: es un truco para distraer al exorcista de la necesaria concentración y también para no responder a las preguntas útiles cuando son interrogados. En el interrogatorio es muy importante atenerse a las reglas del Ritual: no hacer preguntas inútiles o de curiosidad, sino preguntar el nombre, si están otros demonios y cuántos, cuándo y cómo entró el maligno en aquel cuerpo y cuándo saldrá. Si la presencia del demonio se debe a un maleficio, se interroga sobre la forma en que fue hecho el maleficio. Si la persona ha comido o bebido cosas maléficas, debe vomitarlas; si hay alguna hechicería escondida, hay que hacerle decir dónde se encuentra para quemarla con las debidas precauciones.
Durante el curso de los exorcismos, si hay una presencia maléfica, ésta surge poco a poco, o, en algunos casos con explosiones sorpresivas. El exorcista irá conociendo cada vez más la fuerza y la gravedad del mal: si se trata de posesión, de vejación, o de obsesión; si es mal de poca monta o si está fuertemente arraigado. Es difícil encontrar textos que den claras explicaciones sobre este terreno. Yo uso este criterio: (nótese que este es el momento en que el demonio está más obligado a salir al descubierto, cuando es presionado por la fuerza del exorcismo mismo; él puede asaltar a la persona también en otros momentos, pero generalmente en forma menos grave) si una persona durante los exorcismos entra completamente en trance, si habla, es el demonio quien habla por su boca, y si se desmaya, es que el demonio se está sirviendo de sus miembros, y al final del exorcismo el individuo no recordará nada de lo que sucedió, entonces se trata de posesión diabólica; es decir, la persona tiene un demonio dentro, que actúa por los miembros de esa persona. Pero si una persona, durante los exorcismos, aun teniendo alguna reacción que revele el asalto demoníaco, no pierde del todo el conocimiento y al final recuerda aunque sea vagamente lo que oyó o hizo, entonces es vejación diabólica: no hay un diablo establecido dentro del cuerpo de la persona; sino que es un diablo que de vez en cuando lo asalta y le provoca disturbios físicos y psíquicos. Pero no siempre es así.
No me detengo aquí a hablar de la tercera forma (además de la posesión y de la infestación), que es la obsesión diabólica: pensamientos obsesivos invencibles, que atormentan sobre todo de noche, pero a veces en forma permanente. Nótese que en todos los casos la curación es la misma: oración, sacramentos, ayuno, vida cristiana, caridad, exorcismos. Me detengo sobre todo a considerar algunos disturbios de carácter general, que pueden indicar una causa maléfica, aunque no siempre se trate de este mal: no son suficientes para un diagnóstico pero pueden ayudar a formularlo.
Las negatividades, es decir, los demonios, tienden a atacar al hombre en cinco aspectos, de modo más o menos grave, según la gravedad de la causa: la salud, los afectos, los negocios, el gusto de vivir, el deseo de morir.
En la salud. El maligno tiene el poder de causar males físicos y psíquicos. Ya he mencionado los dos males más comunes, de la cabeza y del estómago. En general estos males son males estables. Otros males son pasajeros, inclusive a menudo duran solamente lo que dura el exorcismo. Se trata de inflamaciones, heridas, moretones... El Ritual sugiere hacer sobre ellos el signo de la cruz y rociarlos con agua bendita. Muchas veces he visto la eficacia del solo hecho de imponerles encima la estola y apretar con la mano. Varias veces me ha sucedido el caso de mujeres que han venido a verme afligidas porque estaban a punto de ser operadas de tumores en los ovarios: así se deducía de los dolores y de la ecografía. Después de la bendición cesaban los dolores y en una nueva ecografía ya no aparecían los tumores y ya no se hablaba de operación. El P. Cándido ha vivido una rica casuística de graves males desaparecidos con sus bendiciones; incluso tumores cerebrales de los que los médicos estaban seguros. Naturalmente, estas cosas pueden sucederles solamente a aquellas personas que tienen negatividades y sobre quienes existen sospechas de que el mal depende del maligno.
En los afectos. El maligno puede producir nerviosismos insuprimibles, especialmente hacia las personas por quienes se es más amado. Así rompe matrimonios, trunca noviazgos; suscita litigios con vergüenza y escándalos en familias en donde en realidad todos se llevan bien; y siempre por motivos fútiles. Trunca las amistades; produce en la persona afectada la impresión de no ser querida en ningún lugar, de estar cansada, de que debe aislarse de todos. Incomprensión, no amor, vacío afectivo total, imposibilidad de casarse. Este es también un caso muy común: cada vez que se comienza una relación de amistad que podría desembocar en amor, o inclusive ya hecha una declaración abierta, de repente todo se esfuma sin motivo.
En los negocios. Imposibilidad de encontrar trabajo, inclusive estando con la casi certeza de un empleo; los motivos no se pueden encontrar o son absurdos. O también personas que encuentran el trabajo pero luego, por motivos fútiles lo dejan; difícilmente encuentran otro trabajo, y luego, o no se presentan, o también lo dejan, con una ligereza que a los familiares les parece inconsciencia o anormalidad. He visto familias muy solventes que han caído en la más profunda miseria por motivos humanamente inexplicables. A veces han sido grandes industriales a quienes de repente por motivos extraños todo se les ha comenzado a derrumbar; otras veces grandes empresarios han comenzado repentinamente a cometer errores enormes, hasta llevarlos a quedarse con un montón de deudas; otras veces comerciantes que tenían negocios muy prósperos, de pronto han comenzado a ver que nadie entraba en sus locales. En resumen, se trata de la imposibilidad de encontrar cualquier trabajo, del paso de la normalidad económica a la miseria, de un intenso trabajo a la desocupación. Y siempre sin motivos razonables.
En el gusto de vivir. Es lógico que los males físicos, el aislamiento afectivo, la quiebra económica lleven a un pesimismo por el cual la vida es vista solamente en lo negativo. Llega una especie de incapacidad para el optimismo o al menos para la esperanza; la vida toda aparece negra, sin posibilidad de salidas, insoportable.
En el deseo de morir. Es el punto final que se ha prefijado el maligno: hacer llegar a la desesperación y al suicidio. Y debo decir de una vez que cuando uno se pone bajo la protección de la Iglesia, así sea con una sola bendición, este quinto punto queda excluido. Parece revivir todo lo que el Señor permitió al demonio para con Job: “¡Ahí lo tienes en tus manos! Pero respeta su vida” (Jb 2, 6). Podría contar una serie de episodios en los que, con intervenciones que tienen algo de milagroso, el Señor ha salvado a ciertas personas del suicidio.
Muchos cuando yo exponía estos cinco puntos, los tenían todos, aunque con diverso grado de gravedad. Debo repetir que estos males pueden ser consecuencia de una presencia maléfica, pero pueden tener otras causas: no son suficientes ellos solos para concluir que una persona está poseída o infestada por el maligno.
Sobre el quinto punto, deseo de morir e intentos de suicidio, al ser el aspecto más grave, quisiera presentar por lo menos dos ejemplos. Me ha sucedido el caso de una enfermera profesional que, en fase de crisis aguda, no pudiendo más, hizo un razonamiento enteramente ilógico. Debía hacer una transfusión de sangre. Pensó: “Inyecto otro grupo sanguíneo, el enfermo se muere, yo soy arrestada y así me refugio en la prisión”. Hizo cuanto se había propuesto bien segura de haber usado para la transfusión otro grupo sanguíneo. Se fue a su aposento a esperar que llegaran a arrestarla. Pero pasaban las horas en vano. La transfusión había tenido pleno éxito (no se sabe cómo) y la enfermera pensó sólo en arrepentirse de su estupidez.
Giancarlo, un joven de 25 años, parecía lleno de salud y de vivacidad. Pero tenía un “inquilino” que lo atormentaba atrozmente. Los exorcismos le daban un poco de alivio, pero demasiado poco. Una noche decidió ponerle fin, como ya lo había intentado otras veces. Caminó a lo largo de los rieles de una importante línea ferroviaria, llegó a una amplia curva y allí se quedó sobre los rieles de uno de los dos binarios. Con la sola ayuda de un saco de dormir, resistió en aquella incómoda posición unas cuatro o cinco horas. Pasaron varios trenes en ambas direcciones; pero todos por el otro binario. Y ningún maquinista o ferroviario se dio cuenta de su presencia. Este es el hecho; para mí es imposible darle una explicación natural.
Le pregunté al P. Cándido si en su tan larga experiencia había tenido casos mortales en personas a quienes bendecía. Ha tenido uno solo y me lo contó. Una muchacha de Roma, reducida a graves condiciones por una posesión total del maligno, había comenzado a visitarlo para ser exorcizada. Ya comenzaba a tener alguna mejoría, aunque le era muy duro combatir las tentaciones de suicidio. Su madre fue un día a ver al P. Cándido; era una mujer que creía que su hija era una obsesa y le dirigía continuos reproches. Ante las explicaciones del P. Cándido se mostró convencida, pero en realidad no era así. Un día mientras la hija confiaba a la madre sus continuas tentaciones de suicidarse, esta madre indigna le hizo una de las acostumbradas escenas: “Eres una obsesa, no eres buena para nada, no eres capaz ni siquiera de matarte. ¡Inténtalo!”, y diciendo esto abrió la ventana. La hija se lanzó y murió en el acto. Este es el único caso de suicidio que le ha sucedido al P. Cándido por parte de una persona a quien estaba bendiciendo. Pero aquí es más que evidente la culpa de la madre, que ya tenía otras culpas por la condición en que se encontraba su hija.
Ya aludimos a la duración de los exorcismos y a lo imprevisible del tiempo que se necesita para llegar a la liberación. Es muy importante la colaboración activa del sujeto; pero, a veces, a pesar de ésta, se llega solamente a mejorías, no a la curación. Un día el P. Cándido estaba exorcizando a un jovencito alto y robusto, de los que hacen sudar al exorcista porque exigen también un gran esfuerzo físico. Parece a veces darse una auténtica lucha. Desde el comienzo aquel joven había dicho al padre: “No sé si convenga que usted me exorcice hoy; tengo la impresión de que le haré daño”. En efecto fue una verdadera lucha entre los dos, con éxito incierto sobre quién haya prevalecido. De pronto el joven se desmayó poco después, también el P. Cándido cayó sobre el joven. Me decía sonriendo: “Si alguien hubiera entrado en aquel momento, no habría comprendido quién era el exorcista y quién el obseso”. Luego el padre se repuso y continuó el exorcismo hasta el final. Después de no muchos días, el P. Pío le mandó decir: “No pierda tiempo y fuerzas con ese joven. Todo es trabajo perdido”. Con su intuición que venía de lo alto, el P. Pío había comprendido que en aquel caso no se lograría nada. Los hechos confirmaron sus palabras.
Quiero añadir una observación: la posesión diabólica no es un mal contagioso ni para los familiares, ni para quien asiste, ni para los lugares en donde se llevan a cabo los exorcismos. Es importante decirlo claro porque a menudo los exorcistas encontramos mucha dificultad para hallar lugares en dónde poder administrar este sacramental. Y muchos rechazos dependen precisamente del temor de que el local quede “infestado”. Es necesario que por lo menos los sacerdotes sepan que la presencia de los obsesos y los exorcismos hechos a ellos no dejan ninguna consecuencia ni en los lugares ni en las personas que los habitan. Más bien debemos temer el pecado; un pecador endurecido, un blasfemador, puede perjudicar a su familia, los lugares de trabajo, los lugares que frecuenta.
Presento algunos casos que escojo no entre los hechos más ruidosos que me han sucedido, sino entre los típicos, más comunes. Una muchacha de 16 años, Ana María, estaba angustiada porque de un tiempo atrás no lograba tener éxito en los estudios (anteriormente no había tenido dificultad) y oía en casa ruidos extraños. Vino a verme acompañada de sus padres y de su hermana. La bendije, notando un pequeño signo de negatividad. Luego bendije a la madre, que acusaba alguna perturbación. Cuando le puse las manos sobre la cabeza, ella dio un gran alarido y cayó por tierra desde la silla en que estaba sentada. Hice salir a las dos hermanas y continué el exorcismo, asistido por su esposo; noté una negatividad mucho más fuerte que en la hija. Para Ana María bastaron tres bendiciones: era precisamente un caso débil y remediado enseguida. Para la madre se necesitaron algunos meses, a un ritmo de una bendición por semana, y curó enteramente, mucho antes de lo que yo había previsto por las reacciones a la primera bendición.
Juana, una señora de unos 30 años, madre de tres hijos, fue enviada a verme por su confesor. Acusaba males de cabeza, de estómago y desvanecimientos. Para los médicos estaba enteramente sana. Poco a poco fue aflorando el mal, o sea la presencia de tres demonios, cada uno de los cuales había entrado en ella a consecuencia de hechicerías, en tres momentos diferentes de su vida. La hechicería más fuerte le había sido hecha por una muchacha que, antes del matrimonio de Juana, aspiraba a casarse con el prometido de Juana. Era una familia de intensa oración y así los exorcismos se facilitaron; dos demonios salieron bastante pronto, pero el tercero fue más duro. Se necesitaron casi tres años de bendiciones al ritmo de una por semana.
Con cita previa vino a verme Marcela, una muchacha rubia de 19 años, con aire desembarazado. Sufría por los males de estómago punzantes y por un comportamiento que no lograba dominar ni en casa ni en el trabajo: daba respuestas ofensivas, acres, sin poder refrenarse. Para los médicos no tenía nada. Cuando le puse las manos sobre los párpados, al comienzo de la bendición, mostró los ojos enteramente blancos, con las pupilas apenas perceptibles hacia abajo, y estalló en una risa irónica. Apenas tuve tiempo para pensar que allí estaba Satanás, cuando oí que me decía: “Yo soy Satanás”, con una nueva risotada. Poco a poco Marcela intensificó su vida de oración, se hizo constante en la comunión y en el rosario diario, en la confesión semanal (¡la confesión es más fuerte que un exorcismo!). Tuvo una progresiva mejoría, salvo algún paso atrás cuando disminuía el ritmo de oración, y se curó sólo después de dos años.
José, de 28 años, me visitó acompañado de su madre y su hermana. Vi de inmediato que había venido solamente por agradar a sus seres queridos. Se sentía un fuerte olor a humo; se drogaba, distribuía droga, blasfemaba. Era inútil hablar de oración y de sacramentos. Traté de disponerlo buenamente, para que aceptara con buena voluntad mi bendición. Esta fue brevísima: el demonio se manifestó de inmediato en forma violenta y suspendí inmediatamente. Cuando le dije a José lo que tenía, me respondió: “Lo sabía ya y estoy contento así; con el demonio estoy bien”.
No lo he visto más.
Sor Angela, aunque joven, cuando vino a verme ya estaba reducida a condiciones lastimosas; casi no alcanzaba a hablar, mucho menos a orar. Sufría en todo el cuerpo, no había parte en ella que no mostrara sufrimiento. Le atronaban en la cabeza continuas blasfemias y a menudo oía rumores extraños que también oían las otras hermanas. El comienzo de todos los males fue la maldición (y quizás la hechicería) de un sacerdote indigno; sor Angela ofrecía todos sus sufrimientos por el bien de su congregación. Después de muchas bendiciones, de las cuales sacó algún provecho, fue trasladada a otra ciudad. Espero que haya encontrado otro exorcista para continuar la obra de liberación.
De entre los casos tremendos de hechicerías sobre toda una familia, describo uno. El padre, comerciante muy bien establecido, se vio de improviso sin pedidos, por motivos inexplicables. Tenía los almacenes llenos de mercancías; pero ningún cliente aparecía. Una vez, había logrado vender cierta cantidad, pero el camión encargado de retirar la mercancía se dañó repetidamente sin llegar al destino, por lo cual se desbarató el contrato. Otra vez, con gran dificultad había logrado combinar una venta, llegó el camión, pero nadie pudo abrir la cerradura del almacén; también aquí fracasó el negocio. Una hija casada, en ese mismo tiempo, fue abandonada por el esposo; la otra hija, la víspera de la boda, cuando ya estaba la casa completamente arreglada, fue dejada por el novio sin decir por qué. Además, aparecieron disturbios de salud y ruidos en la casa, como casi siempre sucede en estos casos. Parecía no saber por dónde comenzar. También aquí, además de las recomendaciones de costumbre sobre la oración, la frecuencia de los sacramentos, una vida cristiana vivida coherentemente, comencé a bendecir a todos los miembros de la familia. Después exorcicé y celebré la Eucaristía en la habitación y en los lugares de trabajo del padre. Los resultados comenzaron a ser evidentes después de un año y han continuado con constancia, aunque lentamente. ¡Ciertamente son duras pruebas de fe y de perseverancia!
Antonia, una muchacha de veinte años, se me presentó acompañada de su padre, que era pastelero. En esos mismos días la hija había tomado un cariz de vidente: oía voces extrañas, no lograba ni dormir ni trabajar; el padre había comenzado a sufrir dolores de estómago que no lograban calmar médicos ni medicinas. Cuando bendije a la hija, vi que se trataba de una ligera negatividad; le dije que se la podía sacar con pocas bendiciones, salvo sorpresas. Pero cuando bendije al padre, éste entró completamente en trance, aunque permaneció mudo y no hizo nada raro. Cuando volvió en sí, me di cuenta de que no recordaba nada. Entonces le recomendé a la hija que no le dijera al padre lo que le había sucedido, para no asustarlo, pero que volvieran ambos. En casa, la hija no pudo aguantarse y le contó todo; el padre se asustó de haber entrado en trance y se fue... a un mago. Sé por la persona que me los había enviado, que están mal los dos, pero no han vuelto a verme. Me ha sucedido otras veces, que algunas personas, desalentadas por la lentitud de la curación, se han dirigido a magos, con pésimas consecuencias. Dios los creó libres; también son libres de arruinarse.
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Diario de Sueños - VII. De sangre (on Wattpad)
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Diario de Sueños - VII. De sangre (on Wattpad) http://w.tt/1QndTV5 Todos los capítulos que voy a ir subiendo son sueños y pesadillas reales que he tenido a lo largo de mi vida. ¿Que cómo me acuerdo de tantos detalles? No lo sé. Bienvenidos a los delirios de mi subconsciente. P.D.: Si sabéis interpretar sueños o algo por el estilo podéis dejarme los significados en los comentarios. Gracias.
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