#socialismo revolucionario
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«He ahí dos métodos diferentes. Los comunistas creen deber organizar las fuerzas obreras para posesionarse de la potencia política de los Estados; los socialistas revolucionarios se organizan teniendo en cuenta la destrucción, o, si se quiere una palabra más cortés, teniendo en cuenta la liquidación de los Estados. Los comunistas son partidarios del principio y de la práctica de la autoridad; los socialistas revolucionarios sólo tienen confianza en la libertad. Partidarios unos y otros de la ciencia que debe matar la fe, los primeros quisieran imponerla; los otros se esforzarán por propagarla, a fin de que los grupos humanos, convencidos, se organicen y se federen espontáneamente, libremente, de abajo arriba: por su movimiento propio, y conforme a sus intereses reales, pero nunca según un plan trazado de antemano e impuesto a las masas ignorantes por algunas inteligencias superiores.»
Mijaíl Bakunin: «La Comuna de Paris y la noción del Estado», en Obras completas, Volumen 2. Las Ediciones de la Piqueta, pág. 166. Madrid, 1977.
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La «reforma estructural» y el problema de la estrategia de la izquierda ante el fin de una época
Por Ed Rooksby Investigador, profesor en la universidad de York (Reino Unido) y escritor socialista (1975-2021). Ver semblanza de Jacobin en su memoria. A pesar de sus muchas diferencias, las formaciones de izquierda que han avanzado políticamente en Europa en los últimos años –Syriza, Podemos, el Bloque de Izquierda portugués, el movimiento que se ha cohesionado en torno a Jeremy…
#Alexis Tsipras#André Gorz#Austeridad#Capitalismo#Grecia#Izquierda#Movilización#Nicos Poulantzas#Radical#Reformismo#Revolucionario#Socialdemocratas#Socialismo#Syriza#Transición#Yanis Varoufakis
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idea: Milei va a China a mendigar por los yuanes swap, pero siendo inestable y FÁCILMENTE INFILTRABLE, al ver los rascacielos de Shanghai descubre las ideas de Mao Tse-Tung, Deng Xiaoping y las fuerzas productivas al servicio del crecimiento nacional en el marco de un gobierno marxista revolucionario, implementa el Pensamiento Mileísta y el Socialismo con Características Argentinas.
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Marx y el lumpenproletariado
Por Joakim Andersen
Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera
Es una tradición del 1 de mayo escribir un texto sobre el movimiento obrero y el socialismo que a menudo esté relacionado con Karl Marx y Friedrich Engels. El texto de este año tratará de las opiniones de estos dos caballeros barbudos sobre el llamado lumpenproletariado. En los primeros tiempos del movimiento obrero hubo un fuerte debate sobre el potencial revolucionario de esta clase social. El anarquista Bakunin se refirió a ellos como «la flor del proletariado», «la chusma que casi no había sido tocada por la civilización burguesa», y consideraba que su potencial revolucionario era gigantesco. Detrás de semejante valoración por parte de Bakunin se intuyen elementos de su propia psicología y personalidad, además de algunos aspectos que reaparecieron de forma trivializada en relación con la izquierda de 1968.
Frente a Bakunin, uno se siente tentado a añadir la figura de Karl Marx, a quien Bakunin describió como lo peor de ambos mundos, es decir, como judío y alemán. Aquí había un elemento de confusión conceptual, ya que Bakunin y Marx parecen haber estado hablando de grupos sociales diferentes cuando se referían al lumpenproletariado. En cualquier caso, para Marx el lumpenproletariado no era en absoluto una flor, sino una masa de desechos morales y socialmente degenerados. En su habitual lenguaje gótico, Marx dice en el Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte que el lumpemproletariado estaba compuesto por «junto a roués arruinados, con equívocos medios de vida y de equívoca procedencia, junto a vástagos degenerados y aventureros de la burguesía, vagabundos, licenciados de tropa, licenciados de presidio, huidos de galeras, timadores, saltimbanquis, lazzaroni, carteristas y rateros, jugadores, alcahuetes, dueños de burdeles, mozos de cuerda, escritorzuelos, organilleros, traperos, afiladores, caldereros, mendigos, en una palabra, toda es masa informe, difusa y errante que los franceses llaman la bohème».En este contexto, es interesante señalar la afinidad social y mental esbozada por Marx entre los “canallas” del lumpenproletariado y los “canallas” que Napoleón III y los capitalistas financieros, los parásitos, suelen tener los unos por los otros. Esto también debería ser relevante a la hora de analizar las clases medias altas y bajas del «Transferiat» y la alianza entre «brahmanes, helotas y dalits».
La definición de Marx del lumpenproletariado varía según el texto. A veces se refería a los restos de las clases precapitalistas, a veces a las clases moralmente inferiores de «criminales, vagabundos y prostitutas», a veces era un término colectivo para grupos fundamentalmente muy diferentes. Paradójicamente, compartía la opinión de la burguesía de que el lumpenproletariado era una clase peligrosa, classes dangereuses. Esto tiene que ver, en parte, con su antropología y la atención que en ella se presta a la capacidad de lucha disciplinada. También tiene que ver con sus ideas sobre la realidad material del lumpenproletariado, sus «condiciones de vida». Estaban acostumbrados a que las autoridades se ocuparan de ellos de una forma u otra. Por lo tanto, el lumpenproletariado podía a veces dejarse arrastrar por un movimiento revolucionario, pero también podía dejarse comprar por la reacción. También hay que mencionar aquí el conflicto latente entre la clase obrera y los numerosos desarrapados que la parasitaban de facto (véase la categoría de bandidos asociales de Hobsbawm).
Engels también trazó una clara línea divisoria entre la clase obrera y el lumpenproletariado y advirtió en contra de las alianzas con estos últimos. De hecho, escribió de una forma menos políticamente correcta que Marx que «el lumpemproletariado, esa escoria integrada por los elementos desmoralizados de todas las capas sociales y concentrada principalmente en las grandes ciudades, es el peor de los aliados posibles. Ese desecho es absolutamente venal y de lo más molesto. Cuando los obreros franceses escribían en los muros de las casas durante cada una de las revoluciones: «Mort aux voleurs!» ¡Muerte a los ladrones!, y en efecto fusilaban a más de uno, no lo hacían en un arrebato de entusiasmo por la propiedad, sino plenamente conscientes de que ante todo era preciso desembarazarse de esta banda».
Las advertencias de Marx y Engels fueron tomadas en serio durante mucho tiempo por el movimiento obrero, que a menudo llegó a esterilizarse antes que aliarse con el lumpenproletariado. Sin embargo, en relación con las tendencias de 1968, puede reconocerse un cambio, aunque la fascinación por los «elementos en descomposición» de diversa índole puede remontarse al menos a las vanguardias del periodo de entreguerras. Un exponente de la nueva visión del lumpenproletariado fue Herbert Marcuse y también Frantz Fanon (aunque la definición de este último del lumpenproletariado es más parecida a la de Bakunin).
Fanon es menos interesante aquí que Marcuse y la nueva izquierda con la que se le asocia; ya que la nueva izquierda esta compuesta por estratos que no son ellos mismos trabajadores y que no pueden distinguir entre «pobres» y «clase obrera». También se puede reconocer una tendencia a asociar los propios estratos psicológicos primitivos con estratos sociales supuestamente primitivos, sobre todo en el contexto de 1968. Al mismo tiempo, sin embargo, también hubo enfoques menos patológicos; Debord y Becker-Ho, por ejemplo, identificaron la vida precapitalista y los ideales guerreros con el «argot» (jerga).
Lo que prevaleció, sin embargo, era que las clases y los individuos con una psique desequilibrada idealizaban las clases sociales a las que atribuían esperanzas poco realistas. En nuestra época, esto se ha convertido en algo diferente del ingenuo «liberad a los presos, son como nosotros» de los años 70, porque ahora se ha añadido una dimensión étnica. La anémica burguesía romantiza y proyecta sus propios impulsos no sólo sobre pequeños grupos de vagabundos y «ladrones» locales, sino también sobre importantes sectores de las poblaciones que no tienen ascendencia europea. El lumpenproletariado de Marx se solapa hoy en gran medida con sus fuidhirs.
Podemos ver que la «izquierda» establecida le ha dado la vuelta a Marx. Se trata de clases medias, incluidos los burócratas, que rara vez son ellos mismos clase trabajadora y, por lo tanto, no pueden reconocer la diferencia entre «pobres» y «clase trabajadora». Al mismo tiempo, son las clases medias las que se encuentran en conflicto con la clase obrera nativa en el sentido más amplio, por lo que resulta tentador aliarse con sus otros rivales, tanto simbólicos como reales. Las tendencias psíquicas infantiles y primitivas que podemos reconocer en Marcuse siguen prevaleciendo en estas clases medias, lo que significa que se proyectan fácilmente sobre las clases etnosociales. En definitiva, se trata de un potente cóctel que, por un lado, baraja las cartas y defiende a los estratos del lumpenproletariado como «clase obrera» y, por el otro, silencia o legitima los comportamientos lumpenproletarios. Al mismo tiempo, la subclase indígena y sus problemas son invisibilizados; no encajan en las nuevas narrativas.
Para concluir, señalaremos que el término «lumpenproletariado» es en realidad un concepto del siglo XIX. Puede haber sido útil para captar las tendencias y los escollos del joven movimiento obrero, pero hoy la situación es muy diferente. Sin olvidar la «reacción» a la que Marx y Engels temían que se vendieran los lazzarones en lugar de defender violentamente el papado, la subclase etnificada de hoy cambia ciudadanías por votos con la socialdemocracia. El factor étnico, que aparece en Marx en diversos contextos como elemento primordial en relación con la clase, significa también que estamos ante un nuevo fenómeno. En cualquier caso, quienes lo deseen pueden recurrir a Marx y Engels para contrarrestar los recurrentes intentos de equiparar a la «clase obrera» con elementos puramente lumpenproletarios. Su perspectiva sigue siendo un punto de partida fructífero para comprender la relación entre la subclase etnificada y ciertas clases medias. Un complemento útil es la distinción que hace Evola entre dos tendencias antiburguesas. Una aspira a ser algo superior a lo burgués, la otra a ser algo inferior.
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Por: Equipo Editorial Sitio Fidel Soldado de las Ideas Un líder, un iluminado, un revolucionario, un curioso de la vida, humanista, intelectual, guerrillero, gran escritor, de una fortaleza verdaderamente excepcional. Estas son algunas de las cualidades con las que definieron a Fidel Castro Ruz tres hombres que tuvieron la oportunidad de conocerlo: Frei Betto, Roberto Fernández Retamar y Miguel Barnet. En vísperas de conmemorar el 98 Aniversario de su Natalicio el próximo 13 de agosto, Cubadebate y el Sitio Fidel Soldado de las Ideas rendirán tributo al Comandante a través de los testimonios de aquellos que compartieron momentos con él. Un iluminado Fidel era un hombre con una gran curiosidad en la vida, sobre todo por la historia. Él leía una novela y, por muy buena que fuera la dramaturgia o la psicología de las personas, lo que más le interesaba era el trasfondo histórico, por eso admiró tanto a los escritores Alejo Carpentier, Ernest Hemingway y Gabriel García Márquez. Fue un fanático de las biografías, leyó las de María Antonieta, Napoleón y Alejandro Magno. Era un conocedor cabal de la historia antigua. Fíjate que cuando estuvo preso en Isla de Pinos, tras el asalto al Moncada, le decía a su hermana Lidia que no le mandara ropas ni corbatas, sino libros. Era además un humanista que rechazaba la politiquería. En aquellos años en que se inició en la lucha, la política en Cuba era politiquería. Muy pocos eran los hombres dignos en los años cuarenta y cincuenta, con excepción de don Fernando Ortiz, Raúl Roa, Jorge Mañach, el rector Clemente Inclán y unos cuantos profesores universitarios, pero ellos vivían encerrados en sus casas o haciendo su obra personal. Sin embargo, Fidel salió a las emisoras de radio, a las calles, a los campos. Fidel era, por sobre todas las cosas, un iluminado con una vocación humanista, y ese humanismo lo llevó inexorablemente a la política, pues donde lo podía practicar no era en una escuelita, sino en la vida pública; y como él tenía esa vocación y una mente tan ecuménica, con un calado tan hondo y una visión planetaria, tenía que entrar a la política. Allí se iba a sentir cómodo, pues encontraría herramientas con qué solucionar los problemas sociales. En los años finales de su vida, Fidel pudo satisfacer una de sus grandes vocaciones: ser escritor. Sus reflexiones son verdaderos ensayos políticos en los que se aprecia un gran conocimiento de la realidad, una prosa limpia, siempre aguda. No le encuentras nada que sobre, tampoco que falte, todo está cincelado, como lo hubiera hecho un gran escritor. Si él no hubiera tenido ese poderoso impulso y deseo de ayudar a los demás, de identificarse con los pobres de la tierra, como dijo José Martí, hubiera sido un escritor de gabinete, un escritor de novelas históricas. Pero no nos perdimos un escritor, ganamos un iluminado, un gran político, el hombre que cambió el destino de América Latina en el siglo xx. No hay otro. Él fue el primero. Un fragmento de las palabras de Miguel Barnet durante una entrevista concedida a Wilmer Rodríguez en noviembre del 2020. El don revolucionario de Fidel Con el Comandante en Jefe murió el último gran líder político del siglo xx, con la excepción de que es el único que sobrevivió 57 años a su propia obra: la Revolución Cubana. Pero se debe distinguir que no fue Fidel quien hizo la Revolución, sino el pueblo. Él dio las orientaciones básicas, fue punto de referencia, pero un hombre solo no hace una revolución, las revoluciones las hacen los pueblos. Ahí está la responsabilidad de los cubanos a partir de ahora. Un legado que Fidel dejó, sobre todo a los jóvenes, es mantener el socialismo como una sociedad de libertad, justicia y paz, donde se comparten bienes materiales y espirituales. De ninguna manera podemos mirar en Fidel un ser del pasado, sino del porvenir, así mismo él miraba a Martí. Cuando murió hice una oración agradeciéndole a Dios el don de la vida revolucionaria de Fidel. Un fragmento de las ...
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El otro día un amigo me comentaba que, a diferencia de los católicos, que se arrastran por la tierra tratando de ganarse el paraíso y su ética se trata de erradicar el pecado original, los protestantes andan por la vida como si ya se hubieran ganado el cielo y su ética se basa en performar la versión de sí mismos que habitaría el paraíso.
Sea así o no, el contraste sirve para pensar las distintas éticas que habitan en la izquierda anticapitalista. Por un lado, estarían los revolucionarios "milenaristas", que priorizan construcción de una fuerza que consiga hacer la revolución, desdeñando las contradicciones morales que implica existir bajo la sociedad capitalista. Esto implicaría una ética materialista, en el sentido que explica que las conductas humanas están sobredeterminadas por las relaciones materiales de producción (en términos macro) y la capacidad de intervención individual moral es magra, "no cambia nada".
Por otro lado nos encontramos los "prefigurados", que creen en la prefiguración del socialismo/comunismo/anarquismo hic et nunc, en tren de construir las relaciones sociales que se volverían hegemónicas bajo el socialismo. Aquellos que abogan por esta prefiguración suelen discutir o relativizar la influencia de las condiciones materiales de producción social y embanderan la autodeterminación de los individuos o colectivos políticos en términos éticos.
Es decir, mientras unos ponen el foco en las condiciones objetivas como determinantes una ética social, y luchan por transformarlas para, de esa manera, transformar esa ética, los otros ubican la atención en las condiciones subjetivas como determinantes. Por supuesto, estas dos versiones son abstractos polares, no imágenes puras, y en la mayoría de los individuos de izquierda encontramos expresiones intermedias dentro de ese espectro. Pero sí dan para pensar en una ética que se configure desde una dialéctica más crítica entre las condiciones objetivas y las condiciones subjetivas.
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Ciudad de Umvir
La cuna de la escuela malteísta de Umvir; donde las ideologías más importantes de Dharmim eclosionaron y crecieron para ejercer su poder sobre el resto de la nación. Umvir, si bien es una ciudad bastante pequeña en relación a los grandes del más cálido centro nenúnico, ha sido de gran influencia en el estallido y desarrollo de las revoluciones darminas que culminaron en la actual dictadura del proletariado. Vimghe Aumdhirhem, el político, economista y filósofo precursor del materialismo histórico y del socialismo científico en Terenar, nació en un pueblo cercano a Umvir llamado Aumdhir y diseminó sus ideas por múltiples partes de la república y las naciones aledañas, volviéndose la cabeza del vingeísmo.
La vieja Umvir fue, décadas atrás, una bulliciosa metrópoli envuelta en el humo de las múltiples fábricas que se erguían en los derredores de sus centros comerciales y residenciales. Fue hogar de muchos inversionistas predominantemente ravneses, hasta que, luego de las Revoluciones Rojas, el creciente partido socialista expropiara sus edificios, capital y medios de producción sin ningún tipo de compensación.
Hoy en día, Umvir es la capital del Estado Federal-Socialista de Marovem, el cual es parte a su vez de la República Socialista Federativa de Damvar-Marovem.
La ciudad se yergue con altos edificios a través de la bruma y las constantes tormentas de nieve en la meseta darmina. Desde lo lejos se observa como un titán de concreto compitiendo con las montañas y los casquetes glaciares por alcanzar el cielo, al lado de la calma de un gélido y silencioso lago que se doblega a su autoridad. Sus fábricas siguen utilizando gases de efecto invernadero, pero a menor medida que en los tiempos pre-revolucionarios, pues la producción se hace de acuerdo a las necesidades del pueblo y no al simple incremento del capital. A causa de esto, algunas veces nubes negruzcas se mezclan con la lívida neblina del panorama, en lo que parece ser una fotografía en blanco y negro a lo lejos.
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Felicidades a quienes nos muestran el camino desde las aulas
A quienes nos muestran un nuevo mundo con cada enseñanza
A quienes tienen la vocación de educar al pueblo
A quienes saben que la educación es importante pero solo si es para emancipar
Por la Escuela del Rayo y el Socialismo, que enseño a los primeros socialistas mexicanos la necesidad de la revolución
Por Arturo Gamiz, quien dió un paso al frente para detener la violencia y explotación de los caciques y entendió que solo el socialismo y la vía revolucionaria, cambiarían la situación concreta de los oprimidos mediante la constitución del Grupo Popular Guerrillero
Por Genaro Vazquez, profesor normalista quien vio en las armas la vía para emancipar al pueblo, máximo líder de la Asociación Civica Nacional Revolucionaria
Por Lucio Cabañas, profesor normalista, héroe y comandante de todo el pueblo pobre de nuestra nación. Comandante y maestro del Partido de los Pobres.
Por Misael Nuñez Acosta, organizador popular, dirigente indiscutible del proletariado, maestro de las masas y revolucionario. Militante del PROCUP.
Por los 43 camaradas que no han podido llegar a las aulas.
Por ellos, educar, movilizar y organizar al pueblo son las tareas.
Por ellos, lucharemos hasta vencer.
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VALENTINE SCHLEGEL & IRIS MURDOCH
La metrópoli local era la sobrenatural y augusta St. Louis, junto al viajero Mississippi. La ciudad de T. S. Eliot. Henry aborrecía Nueva York pero amaba St. Louis. Y si Sperriton era diminuta y solitaria, St. Louis era vasta y solitaria, y el perdido Henry se deleitaba en medio de aquella soledad acosada. Amaba sus abandonados esplendores, las inmensas mansiones ornamentadas y descuidadas, testigos mudos de una burguesía desaparecida, el elevadísimo e inútil arco de acero desde el que los ciudadanos podían contemplar los raídos depósitos y las estaciones de mercancías de la costa de Illinois. Los palacios vacíos junto al gigantesco río eterno: qué poderosa imagen de la defunción del capitalismo. (Henry odiaba el capitalismo. Odiaba también el socialismo.) Russell y Bella iban a los conciertos. (Prácticamente no había teatro.) Henry no se preocupaba por ninguna de esas cosas. Vagaba por ahí simplemente en busca de una identidad. En un momento determinado se enganchó al tren de Max Beckmann, a quien un destino todavía más raro si cabe que el de Henry había desterrado a St. Louis en los últimos años. El jefe de su departamento le había dicho que debía escribir un libro, cualquier libro, daba igual. Y él decidió escribir sobre Beckmann. El libro de Henry no aparecería pronto precisamente. Russ y Bella se burlaban de él.
Efectivamente, tras haber enseñado durante cierto tiempo los cincuenta grandes cuadros, comenzó a odiar el arte. O quizá lo que odiaba era solo la vieja y pomposamente embrollada tradición europea. Era la producción en masa antes de que aparecieran las fábricas. Había demasiados trastos sueltos por el mundo. El hombre inventó el Tiempo y Dios inventó el Espacio, decía Beckmann. Henry quería volver al espacio. Eso, por extraño que pareciera, era lo que hacía Max, aunque atiborrase ansiosamente sus lienzos con aquellas atormentadas imágenes. Lo único pacífico en el arte de Max era el propio Max. Cómo envidiaba Henry su enorme seguridad, su feliz e imperativo egoísmo. Qué maravilla poder mirarse al espejo y convertirse en algo tan permanente, tan significante y monumental: un dirigente revolucionario, un héroe épico, un navegante, un roué, un payaso, un rey. Otra cosa eran las mujeres abrazándose en forma de pez. Pero aquella rotunda faz en calma era una verdadera luz en la vida de Henry. Beckmann, que se había casado dos veces, se aventuraría por unas sendas de misticismo masculino que enlazaban a Signorelli con Grünewald, a Rembrandt con Cézanne. Algún día registraría todo eso, pero, entregado al amor y a la envidia, iba aplazando el momento.
- Iris Murdoch, Henry y Cato. Edit. Impedimenta. Trad. Luis Lasse.
Valentine en Sète 1959. Foto: Suzanne Fournier
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«Ciertamente, ya no es posible, en mi opinión, llamarse a sí mismo anarquista sin añadir un adjetivo calificativo que lo distinga de los anarquistas personales. Como mínimo, el anarquismo social está radicalmente en desacuerdo con el anarquismo centrado en un estilo de vida, la invocación neosituacionista del éxtasis y la soberanía del ego pequeñoburgués cada vez más marchito. Los dos divergen completamente en los principios que los definen: socialismo o individualismo. Entre un cuerpo revolucionario comprometido de ideas y práctica, por una parte, y el anhelo deambulante de placer y autorrealización personal, por otra, no puede haber ningún punto en común. La mera oposición al Estado podría muy bien unir al lumpen fascista con el lumpen stirneriano, un fenómeno que no carecería de precedentes históricos.»
Murray Bookchin: Anarquismo social o anarquismo personal, un abismo insuperable. Virus Editorial, pág. 102. Barcelona, 2012.
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CAPITULO IX: FELIPE ACEDO COLUNGA
En el verano de 1939 fue sometido a un Consejo de Guerra el que había sido Catedrático de Ética de la Universidad Complutense de Madrid, Ministro y Presidente del Congreso de los Diputados, Julián Besteiro. El fiscal, antiguo alumno suyo, reconoció que Besteiro era un hombre honesto y que no había cometido crimen alguno, pero solicitó la pena de muerte por ser un socialista moderado algo “mucho más peligroso”, según el ponente, que el socialismo revolucionario. Besteiro fue condenado a cadena perpetua y un año después murió en la cárcel de Carmona. El fiscal de ese Consejo de Guerra es nuestro friki de hoy, uno de los máximos responsables de darle “cobertura legal” al golpe de estado de Julio de 1936: FELIPE ACEDO COLUNGA.
Felipe Acedo (Palma de Mallorca, 1896 – Madrid, 1965) creció compartiendo la milicia y el derecho. Participó en la guerra de África y pronto mostró sus planteamientos ultra conservadores. Conspiró en el golpe de estado de Sanjurjo en Agosto de 1932 y se reintegró a la milicia en 1934 como fiscal en los consejos de guerra tras los sucesos de Octubre de ese año en Asturias. En Julio de 1936 se posicionó rápidamente junto a los sublevados y se puso al frente de la Fiscalía en las sucesivas localidades que los rebeldes iban conquistando. Tuvo cargos de responsabilidad política como Gobernador Civil de Barcelona entre 1951 y 1960 así como Delegado del Gobierno en la Compañía Telefónica.
Acedo se empleó a fondo como fiscal en la represión franquista pero más a fondo se empleó como ideólogo para lograr una justificación legal del golpe de estado. Fue el verdadero arquitecto de la represión franquista desde la justicia.
Acedo Colunga es un personaje bastante desconocido, representa la frialdad y la crueldad de la violencia institucionalizada del nuevo régimen, una violencia de “traje y corbata” y emanada de supuestos textos legales. El afán permanente de Acedo fue demostrar la ilegalidad del régimen de la II República, especialmente del Gobierno del Frente Popular y al mismo tiempo dotar al nuevo régimen de una apariencia de legalidad frente al “ilegítimo” gobierno republicano. Así lo definen los historiadores Francisco Espinosa, Guillermo Portilla y Ángel Viñas en su reciente obra Castigar a los rojos. Acedo Colunga, el gran arquitecto de la represión franquista.
Como curiosidad su periplo como gobernador civil de Barcelona nos dejó una actuación que desmiente todo cuanto los independentistas y seguidores barcelonistas acusaron al franquismo de enemigo de Cataluña y del Fútbol Club Barcelona (algún día espero que sepamos algo más del colaboracionismo entre la burguesía catalana y el franquismo). Acedo se empeñó personalmente en desalojar y expulsar por la fuerza a los arrendatarios de los terrenos para que el Barcelona pudiera construir su nuevo estadio. El propio club lo dejó claro: “Conviene decir que no todos los terrenos adquiridos están totalmente libres y a nuestra disposición, puesto que se está desalojando a los arrendatarios y meros ocupantes allí establecidos. A tal efecto hay que hacer constar nuestro más profundo agradecimiento al excelentísimo Gobernador Civil, don Felipe Acedo Colunga, que, siempre ha atendido todo cuanto redunda en la grandeza del Barcelona, se ha percatado perfectamente desde el primer momento de la monumentalidad de nuestros proyectos y les ha prestado siempre el más cariñoso y entusiasta apoyo”.
Pero volvamos a su obra represora. En 2019 el historiador Francisco Espinosa encontró en el Archivo del Tribunal Militar Territorial Segundo de Sevilla un documento básico para conocer a este personaje; se trataba de la Memoria del Fiscal del Ejército de Ocupación (ya el nombre lo dice todo) redactada hacia el final de la guerra. Acedo expone claramente que el derecho militar está por encima del derecho civil:
“Demostrar al mundo de forma incontrovertible y documentada nuestra tesis acusatoria contra los sedicentes poderes legítimos, a saber, que los órganos y las personas que el 18 de julio de 1936 detentaban el poder adolecían de tales vicios de ilegitimidad en sus títulos y en el ejercicio del mismo, que, al alzarse contra ellos el Ejército y el pueblo, no realizaron ningún acto de rebelión contra la Autoridad ni contra la Ley”.
En una de sus primeras actuaciones como fiscal en Huelva tras el inicio de la guerra es diáfano en su exposición, que asume la sentencia de muerte:
“Que declarado el Estado de Guerra consecuencia de la anarquía en que se encontraba el país, el único Gobierno legítimo de la Nación es el que impone la disciplina del Ejército restauradora de la tradición histórica”.
En la propia Memoria se dice que el primer objetivo es reprimir y el segundo justificar. Acedo (junto a Serrano Suñer) tenía claro que el entramado judicial en que se estaba envolviendo el gobierno rebelde necesitaba de una justificación “legal” para poder seguir desarrollando la represión cara al futuro. Las leyes de la República otorgaban al Gobierno constitucional y solo al gobierno la posibilidad de declarar el estado de guerra. Por lo tanto, la declaración por parte de los militares de ese estado de guerra el 18 de Julio fue ilegal. Acedo se empeñó en desmontar esa legalidad a base de difundir ampliamente en la sociedad española, en los medios afines y en el extranjero, que el poder constituido el 18 de Julio de 1936 era ilegal porque las elecciones de Febrero de ese año habían sido falseadas (todavía hay quien, en el revisionismo histórico de moda, defiende esta tesis). A todos los que defendieron la legalidad del Gobierno republicano se les acusó además con efectos retroactivos de ¡rebelión militar! Era lo que algunos juristas han denominado la “justicia invertida”.
Para completar la estrategia ideológica y legal se elaboró el Dictamen sobre la ilegitimidad de los poderes actuantes el 18 de julio de 1936, de Serrano Suñer, que completaba las bases en que se movió el régimen golpista:
a) la Segunda República fue ilegítima en origen;
b) la guerra civil la inició la izquierda en octubre de 1934;
c) el triunfo del Frente Popular en las elecciones de 1936 fue fruto de un fraude;
d) el «Alzamiento» fue consecuencia del vacío legal y de poder creado tras las elecciones; e) los responsables del desastre fueron la República y los partidos que integraban el Frente Popular, que eran los que querían la guerra;
f) en la zona republicana reinó el terror, al contrario que en la «nacional», en que primó la justicia y las garantías procesales.
Este cuerpo de mensajes repetidos ad infinitum durante décadas caló en la sociedad española; no se puso interés en desmontarlo tras la muerte del dictador salvo en textos de historia de difusión limitada y desgraciadamente, hoy día, aparecen revisionistas históricos que pretenden lanzar de nuevo y masivamente estas falsedades.
La Memoria del fiscal Acedo Colunga se encontró en 2019 pero los historiadores se preguntan si realmente estaba perdida o se hizo muy poco para encontrarla, posiblemente no se quiso encontrar no ya por conocer la trayectoria de este personaje sino por no conocer de primera voz cual era la dotación moral y legal del nuevo régimen.
Para Acedo, sus jefes y sus secuaces no existían como dice Viñas “los principios humanitarios, la división de poderes, la independencia judicial, la igualdad ante la ley, el concepto de persona jurídica, las garantías procesales, conceptos clásicos establecidos del derecho romano y por encima de todo el Estado de derecho, simples antiguallas que debían desaparecer”.
No tenemos imágenes grabadas de las actuaciones profesionales del temido fiscal, pero quienes lo vieron y oyeron lo comparan con el famoso juez nazi Roland Freisler que en los juicios insultaba a los acusados. He dejado para el final dos muestras de su extravagante, aunque temible ideología:
"Cuando nuestro Caudillo asumió el mando militar del Alzamiento, recogió los atributos morales e históricos del Poder Público Español. Ante la historia, ante la moral y ante el derecho el único Gobierno legítimo de España desde el día 18 de julio de 1936 era el que se ejercía militarmente, en supremo esfuerzo de sublimización espiritual y redención humana. De aquí que, desde el primer instante, toda oposición a este Poder único legítimo cayera dentro de la órbita del Código de Justicia Militar y concretamente de su artículo 237 que define el delito de Rebelión de Militar".
La última es la perla más cruel y abyecta:
“Hay que desinfectar previamente el solar patrio. Y he aquí la obra —pesadumbre y gloria— encomendada por azar del destino a la justicia militar (...) Hoy al terminarse en julio del 36 el proceso de nuestra decadencia histórica con esta inmensa hoguera donde se está eliminando tanta escoria, aparecen problemas de una magnitud extraordinaria que exceden y superan todo límite”.
10/1/2023
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Todos Los Problemas De Estados Unidos Son Problemas De La Izquierda
Por Daniel Greenfield
Artículo original en inglés aquí
El problema de resolver problemas es que, una vez que se han resuelto, ya nadie necesita a quien los resuelva. Los mejores problemas son los recurrentes, que garantizan la retención de clientes y dan trabajo a fontaneros, cerrajeros y agentes de policía, pero los mejores son los que no tienen solución.
Y esos son los únicos que la izquierda quiere resolver.
Si se cuenta con suficiente ingenio humano y desarrollo tecnológico, la mayoría de los problemas pueden abordarse, y por eso la izquierda tiene que ingeniárselas para hacerlos irresolubles, ya sea causando el problema (la falta de vivienda), definiéndolo de tal manera que sea inherentemente irresoluble (la equidad), definiendo el problema de forma inadecuada y ocultando el problema real (la violencia con armas de fuego) o inventando problemas falsos (el calentamiento global) que nunca podrán resolverse porque, en primer lugar, no existen.
¿Para qué crear problemas sin solución? Pues porque son una fuente prácticamente infinita de dinero y poder.
La izquierda nació definiendo la desigualdad como su problema característico. Como la desigualdad es un factor de la naturaleza humana y todo intento de resolverla implica crear más desigualdad, era el problema perfecto e irresoluble. Pero el error primordial de la izquierda fue definir la desigualdad en términos sociales y económicos. La creciente tecnología y la movilidad social hicieron que tanto la desigualdad social como la económica fueran manejables, incluso cuando la izquierda estaba ganando impulso, derrocando gobiernos y desencadenando revoluciones.
(Manejable está muy lejos del ideal de la equidad, pero es todo lo que la mayoría de la gente realmente quiere de la vida).
Al final, por defecto, las únicas personas "desiguales" por las que quedaba abogar eran las disfuncionales cuyas vidas no podían mejorar con sus propios esfuerzos. Los criminales, los adictos, los perezosos y aquellos con poco control de los impulsos se convirtieron en el último puesto avanzado del proletariado de la clase trabajadora que no quería trabajar.
La clase trabajadora que no quería trabajar se convirtió en la nueva vanguardia de la revolución. Los estudiantes revolucionarios ricos que tampoco querían trabajar fueron a la guerra contra la sociedad en su nombre. En el camino perdieron a la clase trabajadora que sí quería trabajar y nunca miró atrás. La clase obrera que sí trabajaba se convirtió en la nueva burguesía y enemiga de la clase obrera que no trabajaba.
Las teorías sociales y económicas del socialismo dependían de la idea de que no había individuos, sino sociedades, y que la disfunción individual era en realidad una disfunción social. Cuanto peor era el individuo, peor era la sociedad. Si se resolviera la sociedad, los criminales y drogadictos se convertirían en investigadores químicos. Y lo serían si la sociedad no estuviera frenando su potencial mediante la opresión sistémica.
Con el tiempo, los peores seres humanos de la Tierra, asesinos en serie, drogadictos y terroristas, llegaron a encarnar la misión izquierdista de exponer sus crímenes como una expresión del lado oscuro de la sociedad. Cuanto más malvado era el crimen, más daba testimonio de los males de la sociedad que lo había provocado. Los más culpables eran los más inocentes entre nosotros porque habían sufrido más a manos de la sociedad. Y los que eran inocentes eran malvados porque su falta de crímenes demostraba su complicidad con un sistema opresivo. Si fueran verdaderamente inocentes, también serían criminales o terroristas.
De esta manera, el bien se convirtió en mal y el mal en bien. El problema de convertir el bien en mal se había resuelto hace mucho tiempo en el Jardín del Edén, pero el problema de convertir el mal en bien era irresoluble en los términos izquierdistas de culpar a la sociedad y negar la responsabilidad individual.
El crimen y el terrorismo se convirtieron en problemas irresolubles porque, por mucho que los izquierdistas castigaran a la sociedad liberando a los criminales y entregando los países a los terroristas, las cosas nunca mejoraron.
El problema irresoluble que nunca se pudo resolver siguió sin resolverse. Se arrojaron miles de millones de dólares para resolver el problema de darle al mal todo lo que quería para que se convirtiera en bien.
Nunca funcionó y el mal tomó el control en su lugar. Algunos izquierdistas habían deseado ese mismo resultado. Otros eran demasiado tontos para comprender el resultado inevitable de la visión del mundo que habían adoptado. La mayoría se contentaba con tener un problema irresoluble cuya solución podría consumir los recursos de todo el planeta durante mil millones de años sin hacer nada más que empeorar el problema sin fin.
Los problemas de la izquierda son irresolubles porque están mal formulados para alinearse con una fórmula ideológica simple que siempre supone que todos los problemas son causados por quienes tienen el poder, que el poder se define en términos económicos y que la solución a esos problemas es la transferencia de poder de quienes tienen dinero a los izquierdistas que usarán el dinero para resolver todos los problemas que ellos causaron.
En resumen, las industrias deben ser desmanteladas y transformadas en organizaciones gubernamentales.
Ya se trate de cambios en el clima, tiroteos en las escuelas o drogadictos tirados en la calle, la fórmula exige variaciones de la misma solución. Se convierte en chivo expiatorio a una industria, ya sea inmobiliaria, de fabricación de armas o petrolera, y luego se exige que el gobierno la regule, la prohíba o la absorba de algún modo. Nada de esto tiene esperanzas de cambiar la cantidad de vagabundos en las calles, de locos en las escuelas o la temperatura exterior, pero sí transfiere cantidades masivas de riqueza y poder de un grupo a otro. Y eso es todo lo que la izquierda hace realmente.
Lo único que la izquierda nunca hará es resolver un problema. Sin embargo, destaca en crearlos. Si existe un problema, hará todo lo que esté a su alcance para empeorarlo, rechazando las causas obvias e insistiendo en que todos los esfuerzos deben dirigirse a su fórmula ideológica, que muy a menudo tiene el efecto secundario adicional de explotar la causa raíz. Frente al crimen, insiste en liberar a los criminales; frente a los sin techo, los subvenciona; frente a los tiroteos en las escuelas llevados a cabo por adolescentes suicidas ávidos de fama, habla de ellos sin parar y los hace tan famosos como podrían esperar ser.
¿Están los terroristas desatando la violencia? Lo único que se puede hacer es arrojarles miles de millones de dólares y territorio suficiente para que puedan construir un estado. ¿Hay desigualdad económica? Expulsar a las empresas. ¿La gente ha perdido los buenos hábitos de trabajo? Subvencionarlos para que nunca los aprendan. ¿Hay violencia con armas de fuego? Asegurarse de que sólo los criminales tengan armas y no tengan nada que temer de la policía.
Y así, los problemas irresolubles proliferan entre los puestos de avanzada de la izquierda feudal de la miseria humana urbana.
Al final, el problema deja de ser el problema y la izquierda se convierte en el problema. La izquierda afirma que conoce la única manera de resolver todos nuestros problemas, pero es la izquierda la que está creando nuestros problemas.
Y no hay manera de resolver todos nuestros problemas excepto derrotando a la izquierda.
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David Engels: La decadencia de Occidente no es un naufragio, sino una lenta puesta de sol
Por Eren Yeşilyurt
Resulta imposible no mencionar el nombre de Oswald Spengler cuando se estudia la historia de la revolución conservadora, siendo él una de las piedras angulares de este movimiento. La forma en que Spengler entendía la historia y sus predicciones sobre las diferentes civilizaciones siguen siendo objeto de debate hasta el día de hoy. Esta entrevista a David Engels, experto de renombre mundial en Spengler, es una introducción que puede interesar a los lectores que deseen comprender mejor las ideas de Spengler y su impacto en el mundo actual. En los últimos dos años diferentes editoriales turcas han publicado obras importantes de Oswald Spengler como El hombre y la técnica y La decadencia de Occidente. Sin embargo, otros libros como La hora decisiva, Prusianismo y socialismo y Discurso a la juventud alemana aún no han sido traducidas al turco y están esperando ser conocidos.
¿Cómo era la época en que vivió Spengler y qué lo llevó a convertirse en un «revolucionario conservador»?
Spengler es el típico hijo de la Alemania siglo XIX: su interés enciclopédico por las civilizaciones del pasado, además de la importancia que le daba a la tecnología y su fascinación por la construcción de enormes «sistemas» filosóficos e históricos dan buena cuenta de ello. Sin embargo, su principal momento de actividad se sitúa en la época de la República de Weimar, la cual nació de la abrupta y traumática deconstrucción del «viejo mundo» anterior a la guerra. El empeño de Spengler por mostrar la inevitabilidad de la decadencia y la fosilización de todas las grandes civilizaciones, incluido Occidente, fue recibida de forma entusiasta y ayudó a que mucha gente comprendiera lo que estaba ocurriendo, aunque muy a menudo los lectores redujeron las enormes perspectivas históricas de Spengler a algunos elementos muy coyunturales y pasaron por alto que, para Spengler, la lenta decadencia de Occidente era un proceso muy largo que únicamente culminaría a finales del siglo XXI.
Spengler es considerado a menudo como un «revolucionario conservador», pero dudo que fuera realmente tan «conservador» y «revolucionario» como lo etiquetan. De hecho, estaba a favor del determinismo histórico y consideraba que Occidente había entrado en una época donde la democracia liberal se transformaría primero en una oligarquía financiera para luego ser suplantada por una forma cesarismo, después vendría la guerra civil y la unificación imperial. En consecuencia, consideraba a Cecil Rhodes y a Mussolini como los primeros síntomas de una evolución que sólo culminaría, según él, en el siglo XXI. Esperaba que Alemania se sacudiera de la tutela de la República de Weimar y entrara a competir en la carrera por la construcción de un futuro Imperio paneuropeo. Detestaba al nacional-socialista y colisionó relativamente temprano con Hitler y su partido a causa de su doctrina racial, la cual rechazaba, estando convencido de la igualdad de todas las grandes civilizaciones. Por eso tampoco estoy seguro de que Spengler fuera realmente un «conservador», ya que estaba convencido de que el desvanecimiento del viejo mundo era una fatalidad que había que aceptar, aunque fuera a regañadientes, para abrazar la tecnología, el imperialismo y la modernidad.
La primera obra que viene a la mente cuando se menciona a Spengler es La decadencia de Occidente. ¿Qué quería decir con esa obra? ¿Acaso Occidente realmente se ha derrumbado o este proceso continúa hasta el día de hoy?
El título «La decadencia de Occidente» garantizó el éxito duradero de Spengler, pero fue (y sigue siendo) motivo de muchos malentendidos. La tesis principal de Spengler es la idea de que todas las altas civilizaciones – Egipto, Mesopotamia, China, India, la Antigüedad clásica, Mesoamérica, el Cercano Oriente monoteísta, Occidente y probablemente también Rusia – no sólo son iguales entre sí, sino que evolucionan siguiendo etapas paralelas que se corresponden con las fases de desarrollo de un ser orgánico. Esta idea no era absolutamente nueva, por supuesto, pero Spengler fue el primero que intentó sistematizar esta hipótesis basándose en la investigación histórica moderna.
Además, Spengler quería demostrar que el Occidente moderno había alcanzado su fase final de desarrollo y estaba a punto de entrar en un periodo que se correspondía en general con la República Romana tardía, que él veía como el momento final de la Antigüedad Clásica antes de que el Principado de Augusto diera paso a su fosilización y petrificación definitivas. Esta idea tampoco era absolutamente nueva, ya que desde el siglo XIX la mayoría de los intelectuales europeos estaban influidos por una atmósfera de «fin de siècle», pero Spengler dio un sentido histórico mucho más amplio a esta impresión. Sin embargo, al elegir el título «Untergang» (literalmente «Hundimiento», no «Decadencia»), contribuyó a cierta incomprensión de su obra, ya que esta palabra no sólo se refiere, en lengua alemana, a un «naufragio» y, por lo tanto, a una catástrofe espectacular, sino también a la lenta puesta del sol. Spengler explicó más tarde que era este último sentido el que respaldaba y que también podría haber elegido el título de «Plenitud de Occidente» para su obra, pero, por supuesto, la interpretación más espectacular de «Untergang» como «colapso» fue la que el público en general retuvo hasta hoy. Esta es también la razón por la que este proceso, por supuesto, todavía está en marcha y continuará durante algunas generaciones, ya que Spengler ha demostrado claramente en su obra que la etapa final de un imperio europeo a la manera de «Augusto» no se alcanzará hasta el siglo XXI, mientras que la Civilización-Estado que emerja de esta transición perdurará potencialmente durante un par de siglos más, exactamente igual que sobrevivieron durante bastante tiempo el Imperio Romano, el Imperio Han o el Imperio Ramésida, aunque de forma cada vez más primitiva y petrificada.
¿Qué tipo de predicciones ofrece la comprensión cíclica de la historia de Spengler sobre los futuros grandes cambios en la política mundial? ¿Qué tipo de orden mundial podría surgir tras el colapso de la civilización occidental?
En primer lugar, permítanme insistir en que el pensamiento histórico de Spengler no es «cíclico» en sentido estricto, ya que el final de una civilización nunca va seguido de su renacimiento: su muerte es definitiva. Por supuesto, pueden surgir nuevas civilizaciones más tarde, pero rara vez en el mismo territorio y generalmente sólo muchos siglos después y basadas en paradigmas mentales totalmente diferentes. Por lo tanto, estas civilizaciones son mónadas, no elementos de una cadena.
En cuanto al futuro, el inminente establecimiento de un imperio de la civilización occidental probablemente vería un cierto retorno del imperialismo y la autoafirmación occidentales, ya que el universalismo posliberal y la diplomacia centrada en el Estado-nación tan típicos del siglo XX serían sustituidos por alguna forma de patriotismo civilizacional. Entraríamos así en una etapa de coexistencia entre varios Estados-civilización que competirían entre sí por el dominio de sus respectivas territorios y recursos estratégicos, pero que aceptarían, a grandes rasgos, sus limitaciones mutuas, exactamente igual que el Imperio Romano dejó de expandirse después de Augusto, coexistió pacíficamente con el Estado-civilización iraní y prefiriendo la defensa al ataque. Sin embargo, Occidente se fosilizará lentamente y perderá su capacidad de resistencia, el progreso tecnológico también se ralentizará y el mundo occidental empezará a parecerse a China y Japón en el siglo XVIII: una sociedad en gran medida cerrada sobre sí misma y cada vez más inmóvil. De este modo, Occidente se convertiría en el Estado-civilización más joven si lo comparamos con China, Japón e India, pero también el fragmentado mundo musulmán, que han alcanzado esta fase hace ya muchos siglos y sólo obtienen su energía actual del impulso de Occidente.
Entre estos restos fosilizados de civilizaciones anteriores probablemente surgirán dos nuevos espacios culturales. Por un lado, Rusia: Spengler estaba convencido, como yo también lo estoy a estas alturas, de que Rusia no es una parte del mundo occidental, sino una civilización autónoma, aunque probablemente se encuentre aún en periodo de gestación y necesite liberarse de la abrumadora influencia de Occidente para alcanzar su propio ciclo civilizatorio. Por otra parte, personalmente creo que en un par de siglos más o menos, África podría convertirse en la patria de una nueva civilización futura, aunque por supuesto esto entra en el campo de la especulación.
¿Cómo trasciende el concepto de «socialismo prusiano» de Spengler la tradicional división derecha-izquierda? ¿Cómo puede evaluarse este concepto en la actualidad?
Spengler creía que, en el siglo XX, los principales representantes de la civilización occidental, Francia, España y hasta cierto punto Italia, habían dejado de ser fuerzas activas, y que sólo Alemania, así como el mundo anglosajón, eran los últimos agentes que competían por la configuración del futuro Estado-civilización europeo. En su opinión, el mundo anglosajón representaba el principio del liberalismo, mientras que Alemania, liderada por Prusia, representaba el principio del colectivismo jerárquico, que se correspondía a grandes rasgos con la oposición entre Cartago y Roma durante los siglos III y II a.C. Personalmente, no estoy muy de acuerdo con esta clase de simplificación dualista, pero si la aceptamos como hipótesis de trabajo podríamos especular que el mundo anglosajón sustituyó al mundo prusiano durante la Segunda Guerra Mundial, pero la actual Unión Europea, cada vez más dominada por Alemania, blande un cierto ideal burocrático y un universalismo kantiano que se ha ido transformando en algo que Spengler podría haber reconocido como «prusiano» (al menos en su versión «ilustrada» del siglo XVIII), aunque se encuentre (por el momento) desprovisto de cualquier forma de patriotismo o militarismo.
En su crítica a la modernidad, Spengler veía en la tecnología un elemento de disolución de las culturas. ¿Cómo interpreta estas críticas de Spengler en el mundo digital actual?
Para Spengler la tecnología no es un elemento de disolución, sino más bien un síntoma de la fase tardía a la que llegan todas las civilizaciones. En efecto, el mundo helenístico en la Antigüedad clásica, los Estados Combatientes en China, el califato abasí en el mundo oriental y, por supuesto, Occidente durante los siglos XIX y XX, todos ellos se caracterizan por un progreso científico exponencial que se corresponde con una fase de expansión imperialista y colonialista, la difusión del materialismo y el advenimiento de un arte puramente expresionista y teatral. Por tanto, el progreso no es la razón de la «decadencia» (o de la «plenitud», como decíamos más arriba), sino sólo uno entre otros muchos síntomas. El siglo XXI es sin duda, como preveía Spengler, la cumbre de este progreso y probablemente también será su final.
Esto puede parecer algo sorprendente, ya que todos hemos estado acostumbrados a pensar en el progreso tecnológico como una especie de evolución lineal, interminable y exponencial, pero si comparamos Occidente con las demás civilizaciones, deberíamos esperar que, durante la próxima generación, no se produzcan verdaderos cambios de paradigma científico y que, aparte de algunas nuevas técnicas de aplicación, el «progreso», tal y como lo conocemos ahora, se detenga en gran medida. Si miramos a nuestro pasado reciente, el salto tecnológico que separa el principio del siglo XIX del principio del XX es, en efecto, mucho mayor que el que separa este último del siglo XXI. Además, muchas tecnologías ya están siendo deconstruidas ante nuestros ojos, especialmente en Europa: trenes de levitación magnética como el Transrapid, aviones de pasajeros ultrasónicos como el Concorde, tecnología de transporte como los aerodeslizadores, incluso los motores de combustión y la energía nuclear: todo esto se abandona o se rechaza conscientemente su uso ante nuestros propios ojos, mientras que absurdos anticientíficos como los estudios de género, el apocalipsis climático o la autodeconstrucción poscolonial son impulsados masivamente por las élites. Es sólo cuestión de tiempo que esta actitud antitécnica llegue a Estados Unidos, que es en muchos sentidos la «última nación fáustica».
En la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de París vimos el dominio del sistema mundial por parte de quienes desprecian lo sagrado y dominan la política mundial. Se discuten los roles de género, se esclaviza a la gente por medio de la tecnología y el interés. ¿Cree que a Occidente le queda algún valor al que aferrarse?
Muchos de los absurdos ideológicos de la modernidad fueron efectivamente previstos por Spengler, especialmente el ecologismo, la oikofobia occidental, el pacifismo cobarde y el autosabotaje de las ciencias, pero estoy convencido de que Spengler se escandalizaría si viera el grado de autodestrucción que está en marcha hoy en día. Sin embargo, para Spengler, la cuestión de los «valores» es puramente estética: Spengler era, en términos generales, ateo y veía los sistemas morales y filosóficos como síntomas puramente relativistas del crecimiento y decadencia de las civilizaciones, ciertamente deploraba el declive de los valores tradicionales como prueba de la decadencia de Occidente, pero no tenía fundamentos conceptuales desde los que condenarlos desde un punto de vista absoluto, excepto, por supuesto, su utilidad puramente pragmática para mantener unida a una sociedad. Aquí es donde yo difiero de Spengler, ya que creo en una verdad perenne y trascendente que está más allá de todas las civilizaciones y que se expresa no sólo a través del intelecto humano, sino también a través de la ley natural y que, en consecuencia, legitima un cierto conjunto de normas morales absolutas cuya perversión es, por tanto, no sólo un mero hecho histórico entre muchos otros, sino también una desviación concreta de los valores absolutos, aunque, por supuesto, esta desviación adopta formas diferentes para cada civilización en su última etapa.
¿Puede desarrollarse hoy una perspectiva «neo-spenglerista» que reinterprete el pensamiento de Spengler? ¿Es posible hacer una nueva lectura del mundo occidental contemporáneo a partir de las obras de Spengler?
Por supuesto: eso es lo que estoy haciendo desde hace al menos 20 años, centrándome principalmente en dos aspectos. Por un lado, los conocimientos históricos de Spengler eran amplios, sin embargo, eran a menudo producto del diletantismo y además condicionados por los límites de la historiografía de principios del siglo XX. Entretanto, sabemos mucho más sobre las civilizaciones que Spengler trató de forma muy marginal o incluso ignoró, como las sociedades mesoamericanas y andinas y el sudeste asiático. Además, estoy convencido de que tenemos que asumir que las civilizaciones clásicas sumeria y china fueron seguidas respectivamente por una civilización asirio-babilónica y una civilización sucesora tao-budista. Además, el antiguo Irán, que Spengler incluyó en el mundo monoteísta, debe considerarse definitivamente como una civilización aparte. Así pues, no sólo es posible, sino también necesario, adaptar las teorías de Spengler a los conocimientos actuales; una adaptación que, sin embargo, no contradice la tesis general de la morfología cultural.
Por otra parte, la filosofía de Spengler se basa en un vitalismo nietzscheano un tanto burdo y simplista, muy popular en su época, pero bastante insatisfactorio, ya que sólo da una respuesta estética a los grandes misterios de la existencia, se estanca en un relativismo filosófico y excluye la esfera de la trascendencia. Yo mismo desarrollé un apuntalamiento metafísico de la morfología cultural de Spengler que se basa más bien en un modelo dialéctico que vincula la evolución de cada civilización a la lógica interna de la autorrealización de diversas formas de trascendencia a través de las distintas civilizaciones y sus arquetipos específicos. De ahí que las civilizaciones no deban describirse mediante el modelo curvo de primavera-verano-otoño-invierno (o juventud, edad adulta, vejez y muerte), sino a través del proceso dialéctico de tesis (una sociedad holística basada en la trascendencia), antítesis (una sociedad materialista, humanista y progresista) y una síntesis final (consistente en un breve y concluyente retorno racional a la tradición antes de su fosilización).
Fuente: https://erenyesilyurt.com/index.php/2024/10/10/david-engels-the-decline-of-the-west-is-not-a-shipwreck-but-like-the-slow-setting-of-the-sun/
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cuando estaba en preparatoria; practicamente nadie sabía quién era Hitler en todas las escuelas de mi ciudad; no sé allá; en las clases de historia nos enfocábamos más en la de México; que en historia universal; y creo que fue por un hijo de un importante director general de la ciudad que supe algo de él; e investigué algo al respecto; hoy estuve reflexionando de por qué es que lo admiraba tanto; si era por pensar que un gran líder puede unir a una nación y al mundo; por un algo de aspiración a la juventud hitleriana; un sentido de pertenencia; con un tinte militar que tal vez era subyacente a mi personalidad; pero hoy me resultaba difícil creer que era por cuestiones racistas; aunque es evidente que hay alguna clase de estímulo al ego en ello; y creo que acabo de recordarlo justo ahora; lo que más admiraba; más que todo lo regién dicho; que era parte de; era la mera idea; de que si solo hubiera una sola raza; no habría tantos problemas; no estaba pensando en esclavizar a las demás razas; ni en eliminarlas; sino en que cómo sería el mundo; si solo hubiera una raza; quizás un mundo en paz; y quizás esa sensación o deseo de anarquía y nacismo aunque suene contradictorio; era alguna clase de respuesta a un enojo y rebeldía que sentía en mí hacia algunas cosas de mi contexto y que percibía en el mundo; como una persona dura; pero muy sensible a cosas que los demás pasan desapercibidas a la vez; quizás era casi como una fantasía utópica de Aldous Huxley; pero me hacía sentir perteneciente a algo que parecía tener principios encaminados hacia un mejor mundo; aunque claro esta; los medios tendrían que ser nefastos; pero en aquel entonces yo no estaba pensando en ellos al admirar al nazismo; inclusive usaba bandas nazis en los brazos en público; me resulta increíble de pensarlo hoy en día; yo creo que solo éramos dos personas en toda esta ciudad que pensábamos cosas de ese tipo en aquel entonces; pero la otra persona sí sentía alguna clase de desprecio por las otras razas; yo más bien era una cuestión idealista; casi filosófica; en aquel entonces también rockeaba en bandas de rock; y fue una época muy genial en todo sentido; salvo algunas situaciones difíciles de mi contexto que acontecían a la par; después fallece mi papá; y me enfoqué en el estudio, un poco de experiencia laboral, mucha experiencia en grupos estudiantiles y en aprender de la vida; pero hubo una época en carrera en que regresaron sentimientos que parecían ser distintos a los de los demás; pero ahora eran más bien sentimientos revolucionarios; casi de revolución francesa; con un sentido casi de v de venganza; en que hasta llegué a planear maneras en que poniendo en riesgo mi propia vida; buscaría sanar a la nación y al planeta; pero sucedieron cosas que me dieron piestas de que aguardara; y esos sentimientos se tranquilizaron nuevamente; y ahora tras mi maestría (tesis pendiente); con experiencia laboral y de la vida; me di a la tarea de investigar aún más de muchas inquietudes pendientes; y mi conocimiento en diversas materias terminó de madurar para lograr una perspectiva más amplia y por lo tanto una actitud más propia respecto a diversas temáticas; incluidas entre estas; la real comprensión del nacional socialismo; y de lo que realmente significa Hitler; y un Führer; independientemente de lo que indique la propaganda de sus enemigos
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