Tumgik
#samakaksika
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La ouija es juego de niños. A mi me interesa jugar ajedrez enoquiano, donde una opción es enfrentarse a espíritus y las piezas contrarias se mueven solas. Cuando me enamoro construyo catedrales que nada tienen que envidiarle a Fulcanelli. Cuando me enojo te tiro la piedra filosofal por la cabeza. Disfrazo mi pobreza con la palabra “asceta”. En casa a veces uso pantalones deportivos, pero todos tienen la cintura más grande que la mía porque los usó una novia que, como casi cualquier ser humano del planeta, tenía la cadera más grande que yo que soy un palo vestido al que le arrancaron algunas ramas. Entonces les hago un doblez en la cintura, los sostengo con un palillo o pinza de cualquier índole y ahí sí, lo uso sin que se me caiga. Camino por las habitaciones con cara solemne porque me siento vestido con kasaya y a la pinza la bautizo como mi samakaksika. Las personas que tenemos una evolución espiritual superior ya no usamos elásticos (?¿). Mi gohonzon es la caja de forros que agarro cuando salgo en la madrugada. Y al minibar que me regalaron le puse nombre con un marcador violeta: Butsudan. Porque lo borracho nunca me quitará lo budista. Soy la personalidad Nº10 del eneagrama. Uso naipes zener para limpiarme el culo, y en ese instante todos los videntes del mundo huelen mierda y no tienen ni idea por qué. Una bola de cristal o un vaso de whisky adivinan el futuro igual. En mi caso es fácil: no tengo futuro. Las cartas del Tarot están en blanco para mí. Ya sé que dicen mucho más que solo el porvenir, lo que pasa es que el más reciente electroencefalograma que le hice a mi vida fue plano. La última gitana que intentó leerme la mano se encontró con una palma lisa. Soy el único llamado a pie de página del horóscopo. El I Ching me ve y sigue de largo sin pronunciarse. Soy el silencio en el compás de la incertidumbre.
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