#por parir (?) una hija sin corazón
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Un poema de Gioconda Belli en este día Internacional de la Mujer:
Amanece con pelo largo el día curvo de las mujeres,
¡Qué poco es un solo día, hermanas,
qué poco, para que el mundo acumule flores frente a nuestras casas!
De la cuna donde nacimos hasta la tumba donde dormiremos
– toda la atropellada ruta de nuestras vidas –
deberían pavimentar de flores para celebrarnos
(que no nos hagan como a la Princesa Diana que no vio, ni oyó
las floridas avenidas postradas de pena de Londres)
Nosotras queremos ver y oler las flores.
Queremos flores de los que no se alegraron cuando nacimos hembras
en vez de machos,
Queremos flores de los que nos cortaron el clítoris
Y de los que nos vendaron los pies
Queremos flores de quienes no nos mandaron al colegio para que cuidáramos a los hermanos y ayudáramos en la cocina
Flores del que se metió en la cama de noche y nos tapó la boca para violarnos mientras nuestra madre dormía
Queremos flores del que nos pagó menos por el trabajo más pesado
Y del que nos corrió cuando se dio cuenta que estábamos embarazadas
Queremos flores del que nos condenó a muerte forzándonos a parir
a riesgo de nuestras vidas
Queremos flores del que se protege del mal pensamiento
obligándonos al velo y a cubrirnos el cuerpo
Del que nos prohíbe salir a la calle sin un hombre que nos escolte
Queremos flores de los que nos quemaron por brujas
Y nos encerraron por locas
Flores del que nos pega, del que se emborracha
Del que se bebe irredento el pago de la comida del mes
Queremos flores de las que intrigan y levantan falsos
Flores de las que se ensañan contra sus hijas, sus madres y sus nueras
Y albergan ponzoña en su corazón para las de su mismo género
Tantas flores serían necesarias para secar los húmedos pantanos
donde el agua de nuestros ojos se hace lodo;
arenas movedizas tragándonos y escupiéndonos,
de las que tenaces, una a una, tendremos que surgir.
Amanece con pelo largo el día curvo de las mujeres.
Queremos flores hoy. Cuanto nos corresponde.
El jardín del que nos expulsaron.
#dia internacional de la mujer#mujeres#poesía#poesia#gioconda belli#dia de la mujer#día internacional de la mujer#día de la mujer#international women's day#women's day#poetry
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Krista, ¿A que sí es muy bonito la naturaleza? ¿No te gustaría que te dieran un ramo de flores?
— No comprendo conceptos abstractos como la belleza — Puntualiza, con su cabeza cayendo ligeramente hacia un costado, como la de un cachorrito. — Es por ello que no sé para qué me serviría tener flores cortadas. Sería mejor que se quedaran ahí en el campo, donde pertenecen, donde son útiles y tiene un propósito — A menos que pueda usarlas como un arma para defender a su príncipe; entonces denle cien (??)
#( reply┊kristjana ólafurdottir )#lo siento por ser así#por parir (?) una hija sin corazón#pOR NO PODER DARTE ALGO WONITO CON KRISTA AÚN(?)#springdciy
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Margot Giselle Sirot, el Aquelarre Nymph, te da la bienvenida a Nueva Orleans. No olvides confiar en los tuyos. Recuerda bien tus lealtades.
Charlie, suerte que no tuve que esperar mucho para ver uno de tus sorprendentes personajes por aquí nuevamente. Pasemos con Margot, desde el nombre hasta la historia me han encantado, me llama mucho la atención la forma en que aquel trasplante vino a cambiar la vida de esta pequeña bruja y más con el hecho de que sea una maldición transferida y no propiamente de ella, me intriga saber como es que Margot vive con ello porque no ha de ser cosa fácil, todo esto me hace preguntar si existe una forma de quitarle esa maldición a Margot, o si ella misma es la que ya no quiere deshacerse de la misma, más por los daños que ha causado como la muerte de su madre (un detalle que me encanto) ¿qué será de la pobre Margot cuando lo recuerdo? ¿lo recordara? ¡Uff! Creo que tendré que esperar a saberlo. También, me gusta la forma en que la describes, dos lados de una misma moneda es lo que veo en Margot y al mismo tiempo me resulta interesante la incursión de Nina en la vida de esta Nymph, creo que le enseñara bastante cosas útiles y de supervivencia que se necesitan en esta ciudad. Me tienes intrigada con esta brujita, así supongo, que tendré que esperarme a ver como es que se desarrolla la vida de esta pequeña dentro de nuestra colorida ciudad. No me queda más que decirte, tu biografía esta perfecta y ya sabes la mecánica.
Por último, solo te pido que nos envíes las relaciones de tu personaje si decides pactar algunas para poder agregarlas a la biografía.
¡Bienvenida! Recuerda que tienes 24 horas para enviar tu cuenta. La biografía de tu personaje será subida en breve.
—Cassie.
Nombre del personaje: Margot Giselle Sirot
Face Claim: Emma Watson
Frase que lo identifica: “Why, sometimes I’ve believed as many as six impossible things before breakfast.”
Edad: 19 años
Fecha de nacimiento: 20 de marzo
Raza: Bruja
Grupo: Aquelarre Nymph
Biografía.
El deseo más grande de dos personas se hizo realidad en una fría primavera. Una inusual tormenta azotó el barrio en donde dos mujeres esperaban el nacimiento de su hija. La partera ayudó a su esposa a parir a una menor de ojos castaños, despierta, vivaz.
Desafortunadamente, la vida de la menor no siempre estuvo llena de ���vida”. Su corazón falló a los cinco años. Tratamientos y medicinas, ni siquiera la magia logró aliviarlo. Creció con impedimentos, formándose como una muñeca de porcelana que no podía hacer nada más, excepto verse bien.
La mayor parte de su vida fue así: estática. Sin deportes. Sin emociones. Una sonrisa siempre acoplada en sus facciones. A pesar de su magia, nunca le fue permitido practicar hechizos complicados. Aunque a temprana edad fue diestra inventando hechizos y preparando pociones. Cuando cumplió 14 años, su corazón paró por unos segundos. Dijeron que no pasaría de la noche. Entonces, un milagro sucedió. Una bruja intervino como un ángel caído para lograr que el trasplante se diera.
Su vida cambió a partir de entonces. Margot dejó de ser una muñeca de porcelana. Su corazón la cambió, literalmente. Se convirtió en una chica con anhelos y sueños que, esta vez, serían reales. Una figura de su aquelarre se mostró ante ella buscando enseñarle a defenderse, a ver la realidad de mundo como Nina lo hacía.
Conforme el tiempo pasó, se dio cuenta de algo latente, algo viviendo en su corazón. Nunca había estado sana, así que nunca pudo compararlo, pero dudo que el sentirse viva fuera tan… oscuro. Fue como si su corazón bombeara algo más que sangre. Margot comenzó a experimentar momentos oscuros, pensamientos malignos y violentos que pasaban por su cabeza en instantes que no pedía. Lapsos del tiempo que usaba para esa crueldad para con otro, seguidos de amnesia por no recordar lo ocurrido.
El trasplante la salvó, pero también trajo consigo una fuerte maldición realizada en su antiguo cuerpo. El corazón que le dieron perteneció a una bruja maldecida por un aquelarre asiático. Ella se quitó la vida para huir de su tormento, sin embargo, esa maldición fue transferida junto con su corazón al cuerpo de Margot.
Personalidad.
La vida jamás deja de sorprenderla, es una frase que adoptó a los quince años, cuando al fin pudo ver el mundo. Es una persona con una enorme capacidad de asombro. No conoce todo el mundo, pero sabe bien una cosa, quiere vivir. Ya se ha perdido lo suficiente.
Por naturaleza, Margot es una chica inocente. No entiende los dobles sentidos ni la crueldad gratuita. Por supuesto, ese último aspecto cambió cuando recibió su corazón. Tiene momentos oscuros y desenfrenados donde no logra controlarse. Algunos otros en donde actúa con maldad sin darse cuenta.
Pero a pesar de ello, Margot no nació con un alma oscura. Es amable, sincera y da su mano sin importar a quien. Gusta de sonreír y explotar el mundo. No anhela meterse en problemas, pero siempre accede a una buena celebración.
Su rostro de muñeca de porcelana no es más que una máscara con la que tuvo que crecer, actualmente requiere encontrarse a sí misma, aventurándose al mundo.
Datos relevantes.
El corazón que le trasplantaron pertenecía a una bruja maldecida por el aquelarre asiático. La maldición en el mismo permanece en su corazón. Esta verdad la conoce Nassem, la bruja que reside en el cuerpo de Dolunay.
Practica ballet y gimnasia, la segunda actividad sugerida por Nina Cooper. La considera su mentora, le enseña el mundo tal como es y la entrena para protegerse a sí misma.
Lo nombre de sus madres son: Giselle Abdon y Fleur Sirot. Dos mujeres francesas criadas en Nueva Orleans, su nombre está compuesto por el elegido por ambas (Margot), la mujer que la dio a luz (Giselle) y Sirot, el apellido de su otra madre.
Fleur Sirot, su madre, murió por causas naturales el año pasado. Sí, esa fue la versión de sus familiares. Mas, Margot le provocó un paro cardíaco al no poder controlarse. Sin embargo, no lo recuerda.
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La buena mujer
Por Sofía Troncoso
“Frida y el aborto”, Frida Kahlo, 1932
La gente se escurría entre nosotras mientras nos mirábamos sin hablar. El olor a desinfectante marcaba el paso. Seguíamos y seguiríamos trabajando pasara lo que pasara, lo que también incluía que estuviese ensañada con ella y no se lo pudiera, o mejor dicho, no tuviera el corazón para decirle. Me ganaba el dolor. Ella limpiaba el suelo, su pelo negro recogido de forma ordenada no se movía un centímetro mientras trapeaba con intención, mientras yo restregaba apenas con fuerza la baranda del piso séptimo que daba a un claro en el edificio médico donde trabajábamos. Ninguna decía ni una sola palabra. La baranda había sido rayada el día anterior por algún niño sin mayores intenciones más que dejar su marca. Había escrito su nombre con letra visiblemente infantil, por lo que me podía imaginar al pequeño sin la atención de su madre, rayando, y –sin conocerlo– me ensañaba con él también.
No puedo tener hijos. Nunca pude, nunca podré. Cuando empieza un dolor por mucho agacharse en el trabajo ahí en la espalda, o en las rodillas, o en los codos incluso, puede llegar a sanarse con idas al doctor. Sin embargo cuando empieza un dolor adentro, en el corazón, es un luto crónico, una fatigada frustración que dura para siempre, y que ninguna visita médica puede aliviar. No se puede aliviar que una mujer sea infértil. Que una mujer no pueda parir, que no pueda cumplir lo que hace como mujer, que una mujer no pueda ser mujer. Viendo el rayado en la baranda pienso en el niño, una mezcla de culpa y dolor, y pienso en su madre, en cómo puede haberlo dejado de lado o suficiente para rayar propiedad ajena, y cuántas veces más lo habrá dejado de lado. Yo podría haber criado a ese niño mejor que ella y es ese mismo sentimiento que me enfrasca con mi compañera Amelia.
Usualmente todas las mujeres que trabajan conmigo se dispersan por los pisos, cada una en cada sector, siempre en duplas. Y siempre soy yo con Amelia, a quién no puedo dirigirle una palabra sin irritarme desde que escuché su historia. Sin saber sus exactas propias palabras ya la resentía y la miraba en menos por las acciones que había cometido. He intentado cambiar de posición con otras, pero todos tenemos nuestros ‘pisos favoritos’ y las duplas de compañeras ya están hechas, y yo estoy aquí. Estancada como el agua que no consigue bajar por la tubería, en la misma poza todo el tiempo, acumulando y acumulando basura.
Le tengo envidia y le tengo rabia porque no entiendo porque ha hecho las cosas que ha hecho, y como me parece injusto todo, le ladro cada vez que me pregunta cosas con su grueso acento extranjero, no le contesto muchas otras preguntas, la miro con recelo y la pienso con odio. Cuando llego a mi casa de noche y cierro la puerta, y me quedo sola entre las paredes como si me acosaran pienso en Amelia y como se dirige a mí sin que sepa que la odio, la odio, la odio con todo mi ser no por quién es pero por qué ha decidido hacer. Luego, sola otra vez en mi cama, miro la nocturna, me doy vueltas acostada, como algo, pienso y pienso. Nunca fue lo mismo en mi cabeza desde que me enteré de lo que me pasaba. Hasta hace poco lo pensaba, tenía mis dudas, pero ahora que está confirmado hace unas semanas solamente quiero llorar. A veces me pongo a rezar a cualquier Dios que me escuche para pedir el perdón que necesito darme pero que nunca llega. Porque siento que la maternidad fue una culpa, un dolor y un castigo para mí aunque nunca llegó, y necesito perdonarme por no ser esa mujer que quiero ser, y necesito perdonar a mi compañera, pero hay muchos años en que el perdón jamás parece llegar. A veces nunca lo hace. Rezo, rezo, rezo sin sentido porque no creo en los milagros y tampoco es lo reversible. No creo en los cambios porque la vida no me ha dado un cambio. Rezo acostada en mi cama sin ningún santo en las paredes y sin rosario, porque tampoco creo tanto en esas cosas, porque no me han dado más de lo que me han quitado, pero lo hago igual, aunque no pueda hacer sentido de porqué.
Estamos limpiando el piso séptimo y restriego con más fuerza que nunca a la baranda pintada color durazno como si me fuese a depurar de todos mis pecados que no quise cometer. Como si eliminando a esa madre descuidada que deja a su hijo rayar, eliminara a todas las mujeres que yo creo no lo merecen. Entonces Amelia se me acerca con la cubeta y el trapo y me pregunta qué me pasa. Me erizo, naturalmente, y le grito que nada, pero me doy vergüenza a mi misma al retratarse mis palabras en el eco de las paredes alrededor de nosotras y las miradas de la gente alrededor. ¿Cómo no se da cuenta? ¿Es tan tonta para hacer eso? Pienso decirle todo lo que he escuchado en el camarín, porque he escuchado muchas cosas, y pienso en porqué odio a una mujer sin mayor razón a exceptuar que dejó su país y a su hija para mantenerla. Escuché que tenía como seis o siete años.
Que daría yo por tener a su hija, qué daría yo por tener lo que ella no cuidó lo suficiente. Estoy respirando agitada y siento que me quiero morir, pero no me siento decaída, me siento demasiado enojada para respirar. Me pregunta otra vez. Y otra vez. Y otra vez. No me pasa nada, le digo, no me pasa nada, no me pasa nada, y deja de preguntarme imbécil. Y ahí me muerdo la lengua y me doy cuenta que le he gritado a una a una mujer igual que yo, que ha llegado hace poco a un trabajo tan digno como el mío, que probablemente no merece que le griten, y que probablemente ahora piensa soy algún tipo de demonio, una bruja, una bruta. Ella retrocede muy tímida, porque Amelia nunca ha confrontado a nadie y se lleva bien con las demás. Antes de que vuelva a trabajar la agarro de un brazo y le pregunto algo que nunca he preguntado porque nunca hemos hablado en profundidad desde que llegó y oí eso de ella entre los rumores de camarín. Me dirijo a Amelia y le pregunto algo cuya respuesta ya sé: ¿Tienes hijos?
Una niña pequeña llamada Rebeca, igual que su abuela, tiene siete años cumplidos hace dos semanas. Siempre anda con unas trencitas y va un curso adelantada. Eso es lo que me cuenta Amelia, que no entiende a qué viene la pregunta. Veo en sus ojos como empieza a resentirme a mí también, por haberla tratado tan mal, porque se empieza a dar cuenta de lo injusto de la situación. Ella es una mujer menuda, de mucha fuerza física igual que yo, que tiene una hija a muchos kilómetros lejos de aquí, y tiene todo el sentido del mundo que me resienta. No puedo contestarle nada y me pregunta porqué le pregunto eso, y porqué la trato tan mal. Quisiera decirle que la trato mal porque tengo envidia de lo que tiene y dejó, pero en cambio le digo que se deje de tontear. Pero insiste, porque ella insiste siempre, insiste e insiste porque la vida le ha dicho que nunca deje de insistir. Entonces todo el llanto acumulado de semanas se viene hacia mí y quiere estallar en los fuertes brazos de ella que sé que no me quieren recibir, y haciendo como que busco un pañuelo en los bolsillos de mi uniforme empiezo a hablarle de mi vida como si estuviera en un programa radial y me preguntaran sobre mi peor miedo. Le cuento que tengo un miedo que me paraliza y es nunca poder ser la mujer que siempre quise ser.
Cuando niña jugaba a tener una muñeca, cuando tuve mi primer pololo planeamos hasta los nombres, si serían niño o niña. Cuando me dejó este y los siguientes, cuando mi mamá se murió, cuando me di cuenta que no tenía para comer si me mantenía sin trabajar, siempre pensé que llegaría el día que mi familia se conformaría de mi y una muñeca de carne y hueso, de una muñeca propia y hecha a la medida, sonriente y risueña, que llegaría con ella algún hombre bueno y sería producto de algún amor que me gustaría no haber inventado, que sería la mujer madre, la buena mujer madre, que siempre había soñado, pero el día no llegaba, y no llegaba, y me quedaba más sola, y no llegaba, y no llegaría jamás. Imaginar a Rebeca jugando sola me partía el corazón, me destrozaba el alma. No la conocía y quería amarla y cuidarla tanto como sentía que su madre no lo hacía. Y allí Amelia me paró. Frenó en seco como un auto que ve de pronto la luz roja brillando frente a sus ojos. Me habló claro: “Yo me fui para amarla y cuidarla tanto como tu quieres hacer, y no soy menos mujer por buscar cuidarla como tu no eres menos mujer por querer lo mismo” con su acento desconocido para mí, con su seguridad, con su insistencia, con la protección que le daba a su hija hasta lejos de ahí. Sentí su amor y sentí la energía que proyectaba como elementos que me hacían falta. Mis ojos negros observaron su boca moverse con recelo: me explicó que la iba a ver con las esperanzas de algún día traerla a nuestro país buscando una vida mejor.
Me retó como una madre por tratarla mal, me dijo que no perdonaría el mal trato que había desde que llegó, y me dejó al descubierto todas mis heridas para no hacerse cargo de ellas. No era su lugar. Era el mío. Por poder seguir su vida y por dejar a su hija yo la resentía tanto como me resentía a mí por no poder seguir con la mía a pesar de no tener ningún hijo propio. Me sentí realmente mal y bajé las escaleras hasta el camarín de limpieza y ahí lloré hasta que me fueron a buscar para que siguiera limpiando.
Ella no me perdonó. Siguió y siguió hablando de su hija con las demás, y hasta donde yo supe en sus vacaciones fue a verla. Aunque intenté no sentir celos y envidia, lo sentí, pero también me alegré por ella. Porque tenía una madre que era buena, que no solamente era madre sino muchas cosas a la vez, pero siempre que lo era, era buena. No me perdonó, al menos en primera instancia, pero nunca me trató mal –nunca de la forma que la traté yo– y volvió a hablarme como antes, aunque con cuidado, de los temas que rodeaban a nuestro grupo de mujeres que mantenían el edificio. Me descubrió por quién era y me respetó como tal, el olor a limpio que hacía doler la cabeza mantenía todas nuestras conversaciones neutrales pero transparentes, y la vi como siempre debí haberla visto: como otra como yo. Nunca dejé de querer ser madre, pero intenté con todo mi corazón dejar de odiar a las madres que no se veían como yo habría soñado ser. No me hacía peor o mejor mujer, solamente me hacía ser. Hay todo tipo de mujeres en este mundo, gordas, pelirrojas, menudas, delgadas, increíbles, deleznables, negras, blancas, soñadoras, madres, no madres, viejas, jóvenes, todos los entre-medios, y debía aprender trabajando con mis compañeras que ninguna sería o será peor que la otra. Volví a rezar como si creyera, siempre por mí, por que llegue el día en que se resuelva el dolor interior y el día en que no dañe a nadie más, y volví a rezar para ver que bajo la luz todas éramos las mismas que soñaban con algo mejor.
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Legacy Maveleck - No me abandones
En la casa estaban pasando demasiadas cosas, especialmente con el embarazo de Ara, lo que tenía a los futuros padres fuera de casa la mayoría del tiempo y Amethyst aprovechaba todo el tiempo que podía, ya que con lo poco que sabía de los bebes ya podía imaginar que en cuanto naciera el hijo o hija de su hermana no volvería a dormir, a tener tiempo para sí mismo o para sus amigos, así que lo iba a aprovechar al máximo.
Lo que incluía aprovechar al máximo sus conquistas y su nueva cama para disfrutar explorando esa faceta que siempre le habían negado… Eso sí, siempre con protección porque el embarazo de Ara le había enseñado un par de cosas, especialmente de métodos anticonceptivos.
Además, si era honesta consigo misma, también se cuidaba mucho porque lo suyo eran las aventuras, el chico que en realidad le gustaba no estaba disponible para ella.
Bueno, no disponible de la forma en que ella quería, porque Bowen era de todo para ella, su mejor amigo, su otro apoyo, el chico con el que se desahogaba y el único imposible porque había tenido el desatino de acostarse con su hermano… Y lo seguía haciendo.
Bw: ¡Amy! Escucha mi nueva canción.
Am: Es que Bowen, todo lo que sale de tu boca es maravilloso.
No era la única en la casa con vida social, de hecho, Daniel era sorprendentemente sociable, tanto que a veces era un poco insensible a los ojos de la rubia, trayendo a sus amigos a casa cuando su novia podría parir en cualquier momento… Pero eso podía deberse simplemente a que Amethyst consideraba que nadie era lo suficientemente bueno para su hermana.
Ara era la que peor lo estaba pasando con el embarazo, sin ninguna duda, incluso cuando estaba ansiosa por ver a su bebé, pero es que los cólicos, el vómito y pesada tripa que tenía la iba a volver loca en cualquier momento.
Ar: Mi niño o niña precioso, te espero ansiosa pero tu no me patees tanto, solo te pido eso.
Aparentemente pidió demasiado porque los nueve meses pasaron y nunca dejo de doler, especialmente el día en que se puso de parto que sintió que iba a morir entre el dolor y la pena, su panza era tan pesada que no sentía que fuera capaz de llegar siquiera al hospital.
Ar: ¡DANIEL! ¡DANIEL! ¡LLEVAME AL MALDITO HOSPITAL!
Finalmente después de lo que pareció una eternidad y prácticamente lo fueron porque estuvo más de 24 horas de parto, Ara descubrió porque a veces pensaba que eran más de un par de piecitos los que pateaban, no era un bebé, eran dos.
Benjamin y Boris Maveleck. Sus hermosos hijos.
Sin embargo tanta felicidad no podía ser en la vida de las chicas y eso deberían haberlo sabido, ya que el nacimiento de sus mellizos fue una horrible forma de descubrir que el corazón de Daniel no era tan fuerte como creían y no pudo con tanto jubilo…
Al final Daniel acabo muriendo el mismo día en que su descendencia nació, debido a su propia felicidad.
Y pese a que Ara rogo a la parca porque su esposo sobreviviera, este se negó a escucharla incluso cuando prometió pagarle con lo que quisiera pero la parca estaba demasiado comprometida con su trabajo y así Ara acabo sollozante en el que debía ser el día más feliz de su vida.
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ESTO NO ES UN POEMA FEMINISTA
Este no es un poema feminista, amigo mío. No te vayas.
Como eres músico y retratista-contable, te interesará la historia de la historia del espanto de un cuerpo de círculos y rosas, reprimido largo tiempo tras cortinas y uniforme.
No sé cuándo comenzó el pánico. En algunas orgías lo pasamos bien (si “bien” es no llegar a desgarrarse y desmayarse en la anonimia de los usados). “Bien” es la astucia del olvido:
el placer
no estaba planeado: siempre nos descubría desde el azar desnudo: no era una técnica ni valía la pena acoplar el del otro.
Tenían mucha prisa.
Pero cuando por fin nos hicimos sedentarios y burgueses y comenzamos a cultivar en la tierra numerosos colores y comenzamos a parir en la tierra bienes de inversión a los que dimos el nombre de hijos e hijas
nos vinieron con el cuento de que no teníamos alma.
Amigo mío, no te rías: no teníamos alma.
Al principio, amigo mío, no teníamos alma: mal-éramos vasijas con pulcrísimas piernas, mamíferas-damas-hormonas de melosos pezones, administradoras (la fantasía de las secretarias les viene de antiguo), mulas, serpientes.
Luego, tampoco teníamos deseo.
Pues no tienen deseo los lagartos ni los bebés lactantes (aunque, caramba, las muy frescas hetairas –adjudicadas según broqueles y platas − sí sabían charlar sensualmente de literatura y astrología). Puesto que, amigo mío, tampoco teníamos deseo los hombres llegaron a pensarse que fornicaban con “pájaros”
(objetos decorativos a veces, y siempre tan tentadores con esos tobillos de uva); no, por supuesto, con mujeres vivas −rodajas de antiguas canciones−;
aunque un destello de furia y ansia en un ojo de una joven doncella tras una violación una vez, a uno, le hizo dudar (moderadamente) de la tesis de la inexistencia del corazón femenino no-de-madre.
Después, amigo mío, pasaron los agridulces años del escarmiento y, sin más retraso, nos concedieron el honor de tener alma −si bien, como contrapartida, poseída por el diablo−:
mal-éramos labios rojísimos-redes-de-pecados-terribles, inútiles, arpías, lloricas, caprichosas (unas fueron esposas y otras cortesanas: así, así se dividió el mundo de las pobres vaginas):
si tú supieras, amigo mío: un corsé con lazos diminutos como garrapatas henchidas de bilis nos aplastaba el pecho agrietado, y vivíamos en balcones cerrados, detrás de abanicos con estampas religiosas de vírgenes blancas.
Eran los tiempos del amor cortés, de la concatenación de rosarios en la concatenación de días fútiles: yo no podía besar al que quería, y si por caridad conmigo misma me saltaba todas las conveniencias prácticas y normas morales de la Ciudad de Dios y él osaba entrar por el gran ventanal del carcelero, él, o cualquier otro, él, a mi cuerpo malva o blanquecino, ni siquiera sabía encontrar mi boca.
Ni siquiera podía darme eso.
Y más tarde, amigo mío… ¡por una vez que nos masturbamos mutuamente nos llamaron brujas! A mi amada le quemaron el muslo con cartílagos de bestias mitológicas, y a mí, sin ir más lejos, me expulsaron del colegio.
Luego, cuando las primeras “emancipaciones” en Londres y París y otras ciudades así tan de indigentes-en-masa (importaba más tener hambre que ser muchacha: ya lo decían las marxistas primeras), tuvimos envidia del pene −una envidia muy seria y profunda, una envidia de dentro−, y, lo más grave, una enfermedad rarísima llamada histeria (que nos diagnosticaron con un sismógrafo).
Nos desmayábamos, lloriqueábamos, sentíamos vértigo y picor y frío, y poseíamos, según los informes más doctos, una curiosísima y sintomática –de algo horripilante: estar en el mundo– “tendencia a causar problemas”.
(Más tarde, mucho más tarde, tardísimo, de nuevo en París, esto se denominó “vacío existencial” y resultó también afectar a los testículos). (Allí te conocí, amigo mío, cuando el cuerpo era axiomático lugar de recreo; también campos de flores azules y pequeñas, donde aprendimos a jugar a volley.)
Este no es un poema feminista, amigo mío. Sólo tienes que saber que no siempre deambulé alegre por las calles. En otra época roja, en otro lugar gris todavía, jamás podrías haberme perseguido con la voz de la lujuria equitativa ni yo podría haberte jamás rozado el brazo con mi brazo.
No te vayas: sigue así, amigo mío. Me gusta lo que haces con tu tiempo.
Berta García Faet.
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De Elisa.
¿Qué podría escribir yo sobre la maternidad, que no haya sido escrito antes? He llenado mi cabeza de lecturas casuales sobre cómo ser madre, en un intento de llegar lo más preparada posible a este momento. Pero la realidad es que no hay escrito que transmita de forma certera todos el reborujo de sentimientos y pensamientos que te invaden, desde que te confirman el embarazo, hasta el maravilloso segundo en el que se da el encuentro más hermoso que tendrás en tu vida: conocer a tu bebé.
Me faltan palabras y aliento para definir el alumbramiento. Hay dolor, mucho dolor, y en medio del dolor encuentras incertidumbre, nervios, llanto, cansancio, bruma y, finalmente, una satisfacción enorme al ser testigo del primer respiro de tu bebé. La escuchas llorar, volteas, descubres sus ojos mirando fijamente a los tuyos y te das cuenta de que si cesó su llanto fue porque sintió tu calor. Y así, de la nada, el proceso de ser madre empieza. La acomodas en tu pecho y notas que ese inmenso amor que ahora sientes es totalmente recíproco, dándole forma a una nueva conexión, una que sabes que será eterna, indestructible, con nada por encima de ella.
Ninguna mujer miente cuando dice que es un suceso único e indescriptible. Y es que, ¿cómo ponerle adjetivos a algo que resulta tan mágico? Simplemente se agotan las palabras. Yo sentía explotar por dentro y quería llorar, llorar muy fuerte de tanta y tanta alegría, quería abrazar por siempre a mi niña y no dejar de decirle lo amada que es y será siempre. Mi corazón, rebosante del más puro y tierno amor, palpitaba con fuerza y yo estaba muy segura de que nunca había sentido algo igual. No se compara con el amor por otros, porque algo más profundo te conecta con el ser que tú hiciste y que duró 37 semanas en ti, pateándote por las noches, provocándote reflujo, empujando tu vejiga, haciéndote tremendamente feliz con cada movimiento, con cada visita al doctor para verla en el ultrasonido.
Mi mente viajó entonces a aquel día en el que supe de la llegada de Elisa. Ahí, en el baño de mi casa, con una prueba casera comprada minutos antes en Hipermart, y que tardó dos segundo en confirmar las dos semanas de embarazo. Ahí, saliendo y viendo a Esaú acomodando las bolsas del súper en la mesa y comprendiendo que mi vida estaba a punto de dar un vuelco gigante. Ahí, abrazando a Esaú para confirmarle el embarazo y escuchando su reacción: "Qué bonito, un bebé". Yo no sabía bien qué hacer y escucharlo me dio calma, me devolvió la paz, como ocurre muy seguido cuando él me regresa de aquellos lugares donde mi mente ansiosa me lleva, así me hizo regresar al momento en el que me encontré frente a frente con la realidad de ser mamá.
Seguí viajando entre mis recuerdos: el primer ultrasonido, el terror de no pasar los tres meses, la confirmación una y otra vez de que esperábamos una niña, la elección del nombre, mi ansiedad haciendo tablas de Excel con todos los gastos, compras y planes; mi lista de pedidos inacabable de Amazon, la llegada de los primeros paquetes, investigar sobre cremas, lociones y shampoo; comprar el acceso al curso psicoprofiláctico, adquirir el seguro, empezar a ahorrar para el hospital (para el “descorche de Elisa, le decía Esáu); los ejercicios para lograr el parto natural, Esaú masajeándome los pies hinchados durante la noche, los muchos, pero muchos antojos de algo dulce, comer jabón a escondidas porque el antojo era muy intenso, el susto por comer jabón, la pena de preguntarle al doctor si comer jabón me haría daño; la incertidumbre ante la detección de mi hipotiroidismo, los ataques de ansiedad, el desajuste hormonal que me llevó a tantos celos, tanto drama, tanta intensidad con Esaú; su paciencia eterna, sus consuelos, sus abrazos, su calma en la tempestad, su tranquilidad para enfrentar los retos, sus palabras tiernas a mi pancita, sus largas pláticas con Elisa, sus chistes locales, su muy placentera compañía y mi amor por él y por mi hija creciendo cada vez más y más. Los cambios en mi cuerpo, mi pancita con la forma más bonita que pude imaginar, mi cabello resplandeciente, mi sonrisa transformándose en una sonrisa de mamá, mi eterno reflujo, el dolor en la espalda baja, las últimas semanas haciendo abdominales gratis, comer dátiles porque me dijeron que eso ayudaba pal parto, mi enfrentamiento con la realidad de que traería a alguien a este mundo... Las dudas, el miedo, los ataques nocturnos, la falta de sueño y el exceso de sueño, más miedos, los enfrentamientos con mi mente y su necedad de imaginar los peores escenarios, el llanto inesperado, los enojos, las frustraciones, otra vez miedo y la necesidad de planearlo todo, desde el lugar de su nacimiento hasta los útiles escolares que usará dentro de cinco años. Arreglar su cuarto, comprar su cuna, ayudar a Esaú a que pintara de rosa las paredes, decorar, buscar más y más cosas, organizar un babyshower, no llegar al babyshower organizado por mi mamá porque ya había parido... Parir CASI espontáneamente... casi.
37 semanas de tantas y tantas experiencias, de tanto y tanto amor, de tanto y tanto miedo... Y con un cierre que guardo con mucho cariño en mi memoria.
El lunes 2 de agosto fue mi último día laboral. Pasé gran parte de la mañana trabajando y por la tarde fui a hacer el trámite de mi incapacidad. No sucedió. La doctora era nueva e ignoraba cómo realizar el proceso y se valió de mi falta de citas para mandarme a hacer trámites innecesarios, incluido acudir con la ginecóloga de la Clínica 16. Lloré de frustración porque no me querían dar la incapacidad, pero me dispuse a seguir instrucciones para agilizar todo. Fui a la Clínica 16 donde una doctora chaparrita e intensa me dijo que no entendía por qué no me habían dado la incapacidad, si no era necesario tener citas en el seguro. "Yo tampoco sé, pero por favor ayúdeme", respondí. Muy amable, pero sin cesar su intensidad, me dijo que sí, que llenaría una hoja con todo un expediente del seguimiento que había hecho por fuera de mi embarazo. Me hizo hasta un ultrasonido y yo salí casi a las 8 de la noche de la cita, pero motivada por la intensidad de la doctora. Y esa motivación me llevó a caminar y caminar, porque el clima estaba padre, mi cuerpo se estaba portando chido y yo estaba muy a gusto con los trámites hechos en el día. Caminé desde la Clínica 16 hasta la calle 12, un aproximado de 10 cuadras, sumergida en mis pensamientos y en otras distracciones que evitaron que pensara que tal vez eso sería una muy buena estimulación para el parto, con todo y que apenas rebasaba las 37 semanas de gestación.
Al otro día, tenía cita con mi ginecóloga a las 10 de la mañana. Me revisó, con la intención de calcular un aproximado de los días que faltaban. Resultó que ya tenía 2 de dilatación, por lo que prácticamente cualquier día de la semana Elisa podía arribar a este mundo. De no ser así, optamos por calendarizar la inducción del parto para evitar que todo se complicara por su peso y las dos vueltas del cordón umbilical en el cuello. Me fui a casa y nuevamente al Seguro para continuar con el trámite de la incapacidad. Ahora sí me la dieron, no sin antes regañar a la doctora que el día anterior me la había negado sin razón. Ufana y victoriosa me dirigí a casa, puse un capítulo de doctor House y le marqué por teléfono a mi madre. En eso estaba cuando la sentí: una primera contracción que hizo que mis ojos lloraran por el esfuerzo. Curioso malestar, pensé, y continué en la llamada sin mencionar nada acerca de esa peculiar sensación.
La serie continuó y yo calculé 4 dolores a lo largo de todo el capítulo, por lo que intuí que ya eran contracciones al tener un ritmo muy marcado de 10 minutos cada una. Saqué la libreta, esa donde había hecho los cálculos de los ahorros para el parto y donde había tomado notas del curso psicoprofiláctico y empecé a llevar la bitácora de los dolores. Como a las 10 llegó Esaú y le avisé: tu hija llega mañana, ya tengo contracciones. Me recosté y llevé el registro hasta las 12:40, fue entonces cuando el sueño me ganó.
Desperté como a las 4 de la mañana solo para descubrir que el tapón mucoso había sido expulsado, pero como las contracciones seguían cada 10 minutos opté por volver a dormir plácidamente. "Tengo que guardar hartas fuerzas pal parto", pensé. Horas más tarde, como a eso de las 7, volví a despertar para darme cuenta de que ahora eran cada cinco minutos. Le escribí a mi ginecóloga, quien resolvió que nos viéramos a las 10, entonces Esaú y yo fuimos a tomarnos las pruebas COVID que requeríamos para que nos dieran acceso al hospital. Saliendo de ahí, pasamos por un lugar muy mono donde ofrecían gorditas, y dado que las contracciones seguían con la misma frecuencia y yo tenía hambre, pues nos quedamos a almorzar en lo que se llegaban las 10 de la mañana.
Recuerdo haber pedido solo una gordita de frijoles, porque las contracciones son muy parecidas a un fuerte malestar estomacal y yo no sabía si estaba experimentando eso o realmente eran las contracciones. Dudé y dudé mucho, porque por lo dicho en mi curso psicoprofiláctico, con un espacio de 5 minutos entre contracción no estás tan cerca del alumbramiento y pensé: “qué poca tolerancia al dolor, me está cargando la vecky y aún no se viene lo bueno”. Hasta me decepcioné de mí misma, la verdad. Y es que todas tus inseguridades están despiertas, por lo menos en mi caso, y yo no hallaba ni qué pensar. También recuerdo que ninguna posición me daba consuelo, ya parada, ya sentada, recargada en la pared, echada pa’ delante, no había nada que me hiciera sentir mejor. Un señor me observaba fijamente desde su camioneta y yo quería correr y partirle la madre, decirle que dejara de verme, que no era un show, que estaba en medio de las contracciones, que se pudriera en el infierno y así cosas muy malas. Terminé con mi gordita y emprendimos el viaje al hospital, 10 minutos antes de las 10. En el camino dejé de sentir descansos para empezar a sentir solo dolor y más dolor... Ya no había minutos entre las contracciones, ya ni siquiera lograba definir si acababa una y empezaba otra. Pero como ya iba al doctor, no me preocupé.
Llegamos al hospital y Esaú tuvo un ataque de enojo contra el uber que empezó a avanzar sin que yo me hubiera bajado. Yo decidí continuar mi camino porque sentía que si no agarraba vuelo no iba a llegar hasta el piso 7 de la ginecóloga. Pero llegué, y no solo llegué, tuve fuerza para quitarme la ropa, recostarme y esperar que la doctora me revisara.
-No, ya no vamos a ningún lado, pídanme una silla de ruedas y vámonos ya a la sala de parto- dijo la ginecóloga. Y remató: -traes 9 de dilatación-.
¿Qué? ¿9 de dilatación? ¿qué clase de parto había vivido? Prácticamente, me lo había perdido, o lo había tenido mientras echaba gorditas. La ginecóloga le marcó en el camino a la pediatra y al anestesiólogo y yo cotorreaba con el de la silla de ruedas preguntándole si pesaba mucho. La ginecóloga dijo que tantito más y paría en el elevador, que pensó que llegaría con 6 de dilatación. Yo también, la realidad es que yo también. Yo había imaginado que llegaríamos a que nos dijeran que volviéramos ya en la tarde y me vi regresando a casa por las maletas y viviendo todo como habíamos planeado Esaú y yo: con nuestra pelota de yoga, el masajeándome la espalda, yo gritándole groserías, cosas así.
Pero no, ahora estábamos a escasas horas de conocer a nuestra chiquita. Me recostaron en una cama y enfermeras a las cuales aún amo empezaron a prepararme. La ginecóloga estuvo a mi lado tomando mi mano mientras Esaú tramitaba el ingreso al hospital. De verdad que yo me sentía tan agradecida y apoyada. Me pusieron de lado para la anestesia, llegó el doctor y yo no sabía donde sentía más dolor, si en el vientre, en la mano por el catéter o en la espalda recién picada para la anestesia. Y, de pronto, todo el dolor cesó. Yo no podía con la paz, ya toda drogada y dije: es una maravilla esto de parir. Recordé lo valiente que intenté ser al negarme a un anestesiólogo y agradecí y amé aun más a Esaú cuando insistió en que sí lo tuviera. Quería besarlo, pero seguía tramitando mi entrada al hospital y entonces lloré: ¿dónde está mi señor? pregunté. La ginecóloga me consoló y me dijo que ya no tardaba, y efectivamente, a los pocos minutos llegó para tomar mi mano, para bromear sobre la vasectomía, para compartir conmigo la emoción de ver la llegada de nuestra hija. Yo no podía con tantísimo amor.
Luego vino la parte difícil. Y es que la anestesia cubre la parte del vientre, pero nadie te habla de la salida, del estiramiento de tus labios, de sentir cómo se desgarra tu cuerpo. La ginecóloga me indicaba cuándo pujar porque ya no estaba sintiendo las contracciones y yo lo hacía, con todas mis fuerzas, como si sintiera el dolor. Pero no era suficiente: mi niña venía en una posición que no logro entender, algo así como de frente. Tenían que voltearla. Lo intentaron con la mano pero Elisa se regresaba. Entonces tuvimos que tomar la decisión de usar fórceps. No había opción, porque la niña ya estaba en el ducto vaginal como para proceder a una cesárea de emergencia. Así que dijimos que sí, yo no lo hice a conciencia, no había leído nada al respecto y no quiero leer sobre consecuencias. La doctora fue clara: era complicado y una técnica que cada vez se usa menos, pero nos aseguraba que ella sabía manipular los fórceps y que no habría problema alguno.
Y no lo hubo. A las 11:41 de la mañana del 4 de agosto del 2021, bajo el signo de Leo con ascendente libra y luna en Géminis, llegó a este mundo Elisa Delgadillo García, con 3 kilos y 100 gramos de puro amor y hartas alegrías para sus padres, sus abuelos y tíos. Con los ojos rojos por el fórceps, el cuerpo blanco blanco y su cabeza llena de pelo, con su nariz chata y sus cachetitos gorditos como los míos; con sus dedos largos y su inquietud constante. Con el horario atravesado y su vida de noche, con su llanto inesperado, con su hambre cada hora, con su cuerpo chiquitito al que no le queda la ropa de 0 a 3 meses y con una madre que no sabía que había ropa RN.
Mi bodoquito chiquito, mi bebé hermosa, llegó para transformar mi vida, para demostrarme que siempre se puede empezar de nuevo; en una eternidad siempre se puede empezar de nuevo. Y que todo pasa. Esto también pasará.
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Nadie cree en tu sufrimiento hasta que un día se preguntan ¿Porque?
Soy tu hija y me siento con un vacío enorme que no sé explicar. Ese sentimiento horrendo de soledad, que me partía el alma cada vez que te veía saludarme por la ventana de algún colectivo, cada Domingo padeciendo tu abandono. Y no te culpo, entiendo que es lo que te toco pero cada día qué pasa, también entiendo que es lo que vos querías. Y no sabes cuánto me duele.
No puedo decirte cuánto, no puedo decirte nada, no puedo mamá, no puedo. Tiemblo, se me cierra la garganta. Sufro ataques de pánico. Y algunas noches, lloro por horas sabiendo que al otro día mis ojos van a estar indiscimulablemente hinchados. Y ni siquiera me animo a decirte que la razón de mis infinitas lágrimas sos vos. No lo entenderías. Nunca lo hiciste.
Lucho todos los días para hacerme fuerte. Para no sentir. Para perdonarte pero no quererte. Te doy mil abrazos porque no puedo dejar de sentir que estás muerta en vida, no puedo creerlo. Y otra vez duele. Otra vez me derrumbo. Pero ya está, no me ves, no te enteras. Vos ahí y yo acá. Sola. Porque de verdad, ni siquiera me siento parte de vos.
Y es horrible sentir esto: pero te juro que deseo con todo mi corazón no haber nacido nunca. No se que hago acá, no se donde estoy parada. Y duele mamá. Cada día más. Pero nadie se da cuenta porque ni siquiera puedo hablarlo porque sé que no me creerían.
Sabes porque me enoja tanto que esteen a favor de las dos vidas? Porque para ustedes es bancarse 9 meses de embarazo, parir y listo. Ese hijo te tiene que estar eternamente agradecido cuando ni siquiera te lo pidió. Y la verdad es que la vida no se termina en un parto, continua y se requiere muchísima responsabilidad más que solo pujar.
24 años después, sigo diambulando en una vida la cual vos no fuiste responsable ni consciente de todo lo que me pudiste haber generado. Y por eso hoy yo no me siento preparada para traer un bebé al mundo. Y qué sufra toda su vida como yo... porque aunque te cueste admitirlo nunca me tomaste en serio con nada.
Y te perdone porque a los 23 yo tampoco estuve preparada para ser madre. Pero lo que se vino después... eso sí que no puedo entenderlo y me duele cada vez más: no sentir tu apoyo, no sentir tu importancia, no sentir nada de lo que una madre que verdaderamente ama a su hijo demuestra. Y no lo siento porque no lo tengo mamá.
Yo evado para no hacerte sentir incomoda a vos. Y vos evadís porque no queres asumir que a mi nunca me quisiste... tengo miles de preguntas para vos, pero el miedo que tengo a que reacciones como creo, me lleva a callarme la boca siempre. Tengo miles de dudas. Y mientras tanto sigo sufriendo en silencio.
Desde chiquita yo te tuve que entender sin entender, que te ibas porque estabas sacrificándote por mi. Y ahora de grande que entiendo todo mejor, no entiendo porque no estás para mi? Porque no te preocupas? Porque no me apoyas ni me tomas en serio?
Me tiembla el corazón mamá. Estoy harta de llorar hasta dormirme y que la vida siga pasando. Me siento desprotegida, me siento abandonada, como si te estuvieras subiendo al colectivo ahora y yo te mire llorando y destruida desde esa fría terminal. Así me siento.
Cada vez que me encuentro llorando por esto que me atormenta cada noche, me abrazo a mi misma y siento lástima por mi. Tenes idea de lo que eso? Sufro ataques de pánico que me los controlo sola. Para no preocupar a la abuela. Me encierro, me aíslo, me guardo todo. Porque no se como hablarlo. No se como pedir ayuda. Y siento que cada vez es peor.
No me quiero suicidar. Pero te juro que me encantaría morirme para ver qué sentis por mi. Si realmente me queres o si solo soy una pantalla para los demás. Yo no puedo más. Estoy muy lastimada y no se que hacer con mi vida. Me siento bloqueada. Desepcionada. Pero ya no puedo fingir más que todo está bien.
No tengo la mirada apagada, ni perdida, pero siento mucha depresión por todos estos años haberme guardado tantas desepciones. Haberte tenido que entender cuando nadie me entendía a mi. Porque nunca me escuchaste. Nunca te pusiste en mi lugar como hija. Siempre los demás fueron más importantes para vos, aunque digas lo contrario yo solo tengo recuerdo de eso.
Y te juro, que ya no puedo más. Y si algún día, te toca preguntarte porque? Acá están todas las respuestas. No soporto el dolor de la relación que no tuve con vos. El dolor de sentirme sola teniéndote viva. El dolor de que siempre haya alguien más importante que yo. El dolor de las apriencias falsas. El dolor de no encontrar una salida que hace rato vengo buscando.
Porque te quería mamá. Con todo mi corazón y pesar de todo. Pero tuve que superar muchísimas cosas sola, y por eso hoy siento que ya no puedo mas.
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Ocho de marzo.
Amanece con pelo largo el día curvo de las mujeres.
¡Qué poco es un solo día, hermanas,
qué poco, para que el mundo acumule flores frente a nuestras casas!
De la cuna donde nacimos hasta la tumba donde dormiremos
-toda la atropellada ruta de nuestras vidas-
deberían pavimentar de flores para celebrarnos
(que no nos hagan como a la Princesa Diana que no vio, ni oyó
las floridas avenidas postradas de pena de Londres).
Nosotras queremos ver y oler las flores.
Queremos flores de los que no se alegraron cuando nacimos hembras
en vez de machos.
Queremos flores de los que nos cortaron el clítoris.
Y de los que nos vendaron los pies.
Queremos flores de quienes no nos mandaron al colegio para que cuidáramos a los hermanos y ayudáramos en la cocina.
Flores del que se metió en la cama de noche y nos tapó la boca para violarnos mientras nuestra madre dormía.
Queremos flores del que nos pagó menos por el trabajo más pesado.
Y del que nos corrió cuando se dio cuenta que estábamos embarazadas.
Queremos flores del que nos condenó a muerte forzándonos a parir
a riesgo de nuestras vidas.
Queremos flores del que se protege del mal pensamiento
obligándonos al velo y a cubrirnos el cuerpo.
Del que nos prohíbe salir a la calle sin un hombre que nos escolte.
Queremos flores de los que nos quemaron por brujas.
Y nos encerraron por locas.
Flores del que nos pega, del que se emborracha.
Del que se bebe irredento el pago de la comida del mes.
Queremos flores de las que intrigan y levantan falsos.
Flores de las que se ensañan contra sus hijas, sus madres y sus nueras.
Y albergan ponzoña en su corazón para las de su mismo género.
Tantas flores serían necesarias para secar los húmedos pantanos
donde el agua de nuestros ojos se hace lodo;
arenas movedizas tragándonos y escupiéndonos,
de las que tenaces, una a una, tendremos que surgir.
Amanece con pelo largo el día curvo de las mujeres.
Queremos flores hoy. Cuanto nos corresponde.
El jardín del que nos expulsaron.
- Gioconda Belli
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Acompañar la Menarquía
¿Cómo viviste tu primera menstruación? ¿Crees que ésta tuvo un impacto en como la vives hoy?
La menarquía o primera menstruación es un momento muy importante en la vida de las mujeres y la comunidad. Muchos de los cuentos que han llegado a nuestros días tienen como base este rito de paso.
Es el momento en que comenzamos a ser cíclicas y el poder de la sangre de vida y la conexión con la tierra y el cosmos se refuerza y se activa.
Hemos vivido años en los que se le enseño a la mujer a ocultar, avergonzarse y sufrir este ciclo vida-muerte-vida, con ello se nos mutilo una parte esencial de nuestro ser mujer.
La enseñanza de madre a hija y las iniciaciones que eran llevadas a cabo en las comunidades, se durmieron y parecían haber muerto... pero hoy tenemos la dicha de ya no ser quemadas o juzgadas por ello y ha llegado el momento de volver a iniciar a nuestra hijas, hermanas, nietas, en este bello regalo de menstruar, de ser una con la tierra y la danza de la vida.
¿Cuándo hablar de menstruación a nuestras hijas o hijos? cuando ell@s lo pregunten, es algo tan natural como respirar y merece ser un tema de conversación en las familias, sin tabúes y sin heredar memorias de dolor y prejuicios.
La información y la buena comunicación son fundamentales para acompañar a nuestras niñas en este cambio!
Llevo tiempo acompañando mujeres a restablecer y sanar este vinculo sagrado, y en la mayoría de las historias veo la importancia de iniciar desde el acompañamiento amoroso y empático, muchos de los problemas relacionados con la menstruación van de la mano con un profundo rechazo de las madres, abuelas, padres y abuelos, maestras, maestros, sociedad, cultura, a este proceso; veo olvido, mujeres que comenzaron a menstruar con miedo, dolor y abandono.
Claro que la forma en la que menstruamos por primera vez se queda como un tatuaje que perpetuamos a lo largo de nuestra vida cíclica hasta que nos atrevemos a poner la luz de la consciencia y la sanación.
Créeme, hay una gran diferencia en la salud femenina y menstrual cuando las niñas son iniciadas!
Si bien muchas de las personas que pueden acompañar la menarquía dentro de las familias, no cuentan con la información o la conciencia para hacerlo, ya que ellas mismas no la recibieron, hoy habemos muchas mujeres trabajando en ello, escribiendo libros, pintando, dando charlas, sembrando la semilla de la sangre de vida para que cada vez más pequeñas puedan menstruar en conciencia, poder y amor.
Informate, sana tú para que las generaciones que vienen puedan conectar fácil e intuitivamente con su menstruación, mutemos la piel de la ignorancia y el temor, que la serpiente roja ascienda de la tierra a nuestro útero, corazón y consciencia.
Qué vivan las iniciaciones, el cantar y danzar a nuestra luna, qué las mujeres volvamos a ofrendar nuestra sangre de vida a la tierra, qué la menstruación se celebre y se respete, qué nuestras niñas tengan acceso al acompañamiento, a la celebración, a las copas menstruales, a las toallas de tela, a la menstruación libre, qué nuestros úteros den vida a la celebración, a la escucha y la armonía.
El sanar nuestra menstruación nos permite conectar con nuestro cuerpo y la madre tierra, y esto nos deja, si así lo queremos; concebir en consciencia, adueñarnos de nuestra fertilidad, dejar de depender de los fármacos y anticonceptivos hormonales, para gestionarnos desde el autoconocimiento y la responsabilidad, nos permite gestar en amor, parir con amor y conocimiento, decidir que si y que no y con ello dar vida a una humanidad amorosa y placentera!
¿Quieres llevar ésta información a escuelas, grupos de amigas, mamás, niñas, centros de cultura, etc...? ponte en contacto conmigo. Con gusto y amor podemos ir sembrando juntas.
¿Quieres sanar tu menstruación? Ponte en contacto conmigo para #TerapiaMenstrual
Con amor:
Sandra, Ollin 🌬 Mujer Loba 🐺
Facebook: /HuitzilHerbolaria
https://www.huitzilherbolaria.com/
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Amanece con pelo largo el día curvo de las mujeres, ¡Qué poco es un solo día, hermanas, qué poco, para que el mundo acumule flores frente a nuestras casas!
De la cuna donde nacimos hasta la tumba donde dormiremos -toda la atropellada ruta de nuestras vidas- deberían pavimentar de flores para celebrarnos (que no nos hagan como a la Princesa Diana que no vio, ni oyó las floridas avenidas postradas de pena de Londres)
Nosotras queremos ver y oler las flores.
Queremos flores de los que no se alegraron cuando nacimos hembras en vez de machos, Queremos flores de los que nos cortaron el clítoris Y de los que nos vendaron los pies Queremos flores de quienes no nos mandaron al colegio para que cuidáramos a los hermanos y ayudáramos en la cocina Flores del que se metió en la cama de noche y nos tapó la boca para violarnos mientras nuestra madre dormía Queremos flores del que nos pagó menos por el trabajo más pesado Y del que nos corrió cuando se dio cuenta que estábamos embarazadas Queremos flores del que nos condenó a muerte forzándonos a parir a riesgo de nuestras vidas Queremos flores del que se protege del mal pensamiento obligándonos al velo y a cubrirnos el cuerpo Del que nos prohíbe salir a la calle sin un hombre que nos escolte Queremos flores de los que nos quemaron por brujas Y nos encerraron por locas Flores del que nos pega, del que se emborracha Del que se bebe irredento el pago de la comida del mes Queremos flores de las que intrigan y levantan falsos testimonio Flores de las que se ensañan contra sus hijas, sus madres y sus nueras Y albergan ponzoña en su corazón para las de su mismo género
Tantas flores serían necesarias para secar los húmedos pantanos donde el agua de nuestros ojos se hace lodo; arenas movedizas tragándonos y escupiéndonos, de las que tenaces, una a una, tendremos que surgir.
Amanece con pelo largo el día curvo de las mujeres. Queremos flores hoy. Cuánto nos corresponde. El jardín del que nos expulsaron.
Instagram: @valentinasr20
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8 de Marzo
Gioconda Belli
Amanece con pelo largo el día curvo de las mujeres, ¡Qué poco es un solo día, hermanas, qué poco, para que el mundo acumule flores frente a nuestras casas! De la cuna donde nacimos hasta la tumba donde dormiremos -toda la atropellada ruta de nuestras vidas -deberían pavimentar de flores para celebrarnos (que no nos hagan como a la Princesa Diana que no vio, ni oyó las floridas avenidas postradas de pena de Londres) Nosotras queremos ver y oler las flores. Queremos flores de los que no se alegraron cuando nacimos hembras en vez de machos, Queremos flores de los que nos cortaron el clítoris Y de los que nos vendaron los pies Queremos flores de quienes no nos mandaron al colegio para que cuidáramos a los hermanos y ayudáramos en la cocina Flores del que se metió en la cama de noche y nos tapó la boca para violarnos mientras nuestra madre dormía Queremos flores del que nos pagó menos por el trabajo más pesado Y del que nos corrió cuando se dio cuenta que estábamos embarazadas Queremos flores del que nos condenó a muerte forzándonos a parir a riesgo de nuestras vidas Queremos flores del que se protege del mal pensamiento obligándonos al velo y a cubrirnos el cuerpo Del que nos prohíbe salir a la calle sin un hombre que nos escolte Queremos flores de los que nos quemaron por brujas Y nos encerraron por locas Flores del que nos pega, del que se emborracha Del que se bebe irredento el pago de la comida del mes Queremos flores de las que intrigan y levantan falsos Flores de las que se ensañan contra sus hijas, sus madres y sus nueras Y albergan ponzoña en su corazón para las de su mismo género . Tantas flores serían necesarias para secar los húmedos pantanos donde el agua de nuestros ojos se hace lodo; arenas movedizas tragándonos y escupiéndonos, de las que tenaces, una a una, tendremos que surgir. . Amanece con pelo largo el día curvo de las mujeres. Queremos flores hoy. Cuánto nos corresponde. El jardín del que nos expulsaron.
#8 de marzo#día de la mujer#international women s day#women#gender#inequality#gender inequality#equidad de género#Gioconda Belli
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La catalana
Nos conocimos el primer día de mis clases de alemán. Llegué tarde, pero no tan tarde como ella. La situación era confusa: éramos un grupo de gente donde todas y todos proveníamos de distintos lugares del planeta. Un par de sirios, varios indios e indias (que entre ellos hablaban en inglés y para mí era lo más raro del mundo), varios musulmanes y musulmanas. No entendía nada. Las clases eran sólo en alemán y no se podía hablar inglés. Por primera vez me sentía tan parte de la comunidad migrante, de esa comunidad a veces (casi siempre) menospreciada y que, a veces, hace cursos de idioma para poder vivir y habitar en los lugares de llegada. Y ahí estaba yo, no entendiendo nada, mirándonos los unos a los otros con la intención implícita de leer nuestros idiomas maternos. Nos dieron unos papeles para escribir nuestros nombres y pegarlos en nuestra ropa como distintivos: Laura. Nos miramos amistosamente. Sin querer volteamos la vista al grupo más contiguo entre nosotras y había una mujer musulmana con todo cubierto menos su cara y en el papel que se había pegado en el pecho figuraba el nombre “Nada”. Nos miramos de nuevo y abrimos los ojos como si nos contáramos un secreto impronunciable. Era obvio que hablaba castellano.
La clase siguió y yo estaba nerviosa. Había que estar extremadamente pendientes y tomando apuntes, en alemán. Era raro y me presenté: “Hallo, Ich bin Valentina, Ich komme aus Chile”. No tenía idea de lo que la profesora estaba diciendo, me parecía mucho mejor mirar a la gente que estar repitiendo frases elaboradas que aun no figuraban instaladas en mi cerebro. Estaba ansiosa por el primer recreo, me sentía de nuevo interactuando en el colegio.
Nos saludamos entre el curso con un tímido inglés perdido en las profundidades de nuestros idiomas maternos. Siempre se entendía, no tengo idea como, pero la verdad es que teniendo voluntad siempre te das a entender aunque el contexto sea el más raro e incomprensible del mundo. Mientras esperaba que saliera Laura yo ya tenía el hola en los labios escapándose a toda velocidad.
Laura era española y tenía la misma edad que yo. Venía de Barcelona y llevaba sólo un par de meses en Alemania. Estaba aquí porque su novio era alemán pero su trabajo lo obligaba a estar en cualquier parte del mundo menos en Heidelberg. Habían arrendado un departamento chiquito en el Alstadt con todo lo necesario para vivir cómodos pero sin ningún lujo, tampoco con él. Laura estaba sola y necesitaba aprender alemán.
Pasaron los días y con Laura nos hacíamos cada vez más amigas.
Es complejo cuando estás lejos de tu territorio, de esos lugares tan cargados de sentido y del entramado de hitos que te hacen sentir en casa. Lejos todo cambia, todo se intensifica. Con Laura hablábamos de todo: de lo difícil que a veces se hacía vivir en Alemania, de extrañar, de extrañar mucho, de nuestros sueños, de nuestras metas, de nuestros estudios, de lo que queríamos hacer, también de nuestras parejas. Alemania se nos hacía un país y una sociedad extraña y ninguna de las dos sentía que encajaba tan bien. Por las múltiples razones, eso de lo latino opera de manera súper real cuando estás al otro lado del mundo.
Todos los días nos reíamos como si no hubiera mañana. Nos reíamos fuerte “bien latinamente”, nos reíamos y nos mirábamos y nos agachábamos al mismo tiempo. Eran días de verano, el calor era extremo, con suerte bajaba de los 36°: yo me quería morir. En Alemania poco y nada hay de aire acondicionado, en alguna medida me parecía muy bien, pero no entendía como el país no se paralizaba por apenas poder respirar. Nunca en mi vida había andado con tan poca ropa. Había subido muchísimo de peso y figuraba con hot-pants y polera arriba del ombligo. No me importaba nada. A Laura tampoco.
A mediados de junio nos dimos cuenta que estábamos en fecha festiva musulmana. En Chile nunca había compartido con musulmanes y no tenía idea de sus tradiciones. Nos dimos cuenta porque a todas y todos nos regalaron un bizcochito y Nada no se lo comió. Después de resignarme a no entender en clases y de que Laura no dejara de tomar apuntes, yo miraba el bizcochito no comido de Nada sobre su puesto. Le pregunté en mi inglés tarzánico que por qué no se lo comía, que estaba muy rico y me explicó que estaba en “Ramadán” y que durante ese tiempo no podían ingerir alimentos en público, sólo en su casa. Quedé anonadada, yo comía y como todo el tiempo y en cualquier lugar. Le pregunté qué pasaba si tenía sed o si tenía mucha hambre. Me volvió a decir que no se podía y que era por respeto a su Dios, sin excepciones. Asentí, pero por dentro había quedado impactada de todas maneras y antes de darme vuelta agrega: pero tú y tu amiga no entienden eso, porque ustedes no creen en Dios, ustedes no respetan a Dios. Miré a Laura que seguía anotando para ver si había escuchado aquella acusación y sí, por lo que respondí con los ojos bien abiertos OK. Nunca nos volvió a hablar hasta que me convidó sus falafel el último día de clases y como sobraron metí todo los que pude en un pote para llevarme a la casa. Yo no tenía nada en contra de Nada, pero sí encontraba muy terrible que se llamara así por el significado que tenía en castellano.
Un día Laura llegó y me confesó que estaba embarazada y que tenía como 4 meses. Yo no me había dado cuenta de nada, pero en mi cabeza antes de decirme los meses yo ya pensaba en posibles soluciones. Pero no, de hecho, esa era la razón por la que había llegado a Heidelberg. El asunto era que se había dado cuenta mientras estaba en Escocia terminando su máster, donde había conocido a su novio. Se enamoraron y se embarazaron. El tenía un muy buen trabajo, por lo que surgió la idea de irse a vivir en el largo plazo a Alemania. Así, como quien lanza un dado o apunta un lugar en el mapa, decidieron que Heidelberg era un buen lugar para vivir mientras él seguía trabajando para luego poder tomarse mucho tiempo con la guagua que ya venía en camino. Laura había dicho Heidelberg porque aquí vivía una amiga de ella, pero tampoco se veían mucho. La ciudad era chiquitita y abordable, tenía todo lo necesario y más para vivir y apenas llegó se alistó al curso de alemán. Pero él no estaba y eso hacía que los días fueran duros, por lo que todo el tiempo nos decíamos: qué bueno que nos conocimos (qué suerte).
Teníamos días buenos y malos. A medida que el curso avanzaba mi relación con mi pareja se deterioraba cada día más. Yo no estaba bien, estaba muy triste. Al igual que Laura estaba ciertamente sola y a pesar de que mi pareja sí estaba en Alemania, era lo mismo que estuviera en el polo sur. Hasta que terminamos.
Laura me acompañó. Ella y la guagua que estaba dentro de ella. Yo sentía que entre las dos éramos como una burbuja de resistencia y sororidad, era mi mamá, mi amiga y mi hermana. Era mi compañera más profunda y que a pesar de no conocer la cordillera, en su corazón me amaba con su latinidad media forzada. Yo le hablaba de feminismo y de mi amor por Oasis y ella de su abuela catalana y de su vida en Escocia. También le mostré todas las bandas bonitas chilenas que pensé que podían gustarle para coquetearle con que algún día viajara a verme cuando yo volviera.
A veces nos juntábamos a estudiar y a veces a comer o a escuchar música. Caminábamos por la ciudad que de a poco tuvo un color diferente y donde mi mapa mental que había creado desde que había llegado, cambiaba estrepitosamente para transformarse en una ciudad nueva y totalmente desconocida. Mi casa era otra, mis rutas eran diferentes: mi cotidianidad había cambiado por completo. Al poco tiempo también dejé de ir a alemán y de ver a Laura todos los días.
La guata de Laura crecía sin tregua. Los meses pasaban. Para mí casi todos los días eran iguales y vivía con una angustia perpetua esperando que el desfase de horas despertara a mi sur y pudieran convidarme un pedacito de cordillera. El fin del verano se hacía inminente y con Laura celebrábamos porque las dos éramos “Inviernistas” y abajo el sol y su calor inevitable e insoportable. Un día creo que debimos haber caminado como 4 horas disfrutando el frío y nos sacamos fotos para recordarnos por siempre al lado del Neckar. Salíamos pésimo pero la miro y me encanta recordar ese momento porque fue de gloria sólo porque sí.
A fines del otoño me fui de viaje dos meses y durante todo ese tiempo apenas supe de ella. Pensaba en Laura y su hija en el vientre (ya sabíamos que iba a ser “niña”) y en que no sabía cómo iba a hacerlo para despedirme de ella y explicarle que si no fuera por la situación en la que estaba, hubiera sido mucho más entretenida. Después comprendí y entendí que eso no le importaba y que obvio que nunca le importó. La extrañaba muchísimo, pero de alguna manera ella era una ancla enorme a una ciudad y un lugar que me ataba a un pasado difuso y tormentoso que ni siquiera era tan pasado. Igual la extrañaba y pensaba en nuestra despedida.
Cuando volví a Alemania fue por un par de días quizás menos que una semana. Laura ya estaba con su guata enorme, había dejado el curso de alemán y le quedaba menos de un mes para parir. Estaba helado y me encantaba, pero la ciudad ahora se me hacía aun más desconocida y ya no lograba leerla desde ninguna parte. Ella seguía ahí, estoica y hermosa. Como siempre tranquila y esperando que su novio volviera del país donde estuviera para irse de Heidelberg a donde tuvieran que migrar. Recuerdo esos días y los recuerdo como con una imagen similar a cuando va a ocurrir un desmayo: todo resplandece y se ve blanquecino, todo es medio difuso y medio ido, como con las voces apagadas y en cámara lenta.
Los últimos días pueden bien haber sido dos o una semana completa. No lo sé. Me acuerdo de Laura y de su compañía, me acuerdo de su voz y de su risa, de haber conversado tanto rato que hasta intentábamos a veces armarnos frases en alemán para revisar si algo habíamos aprendido. Me acuerdo de haberme quedado con ella un par de días, de haber dormido juntas acurrucadas y sentir como si me estuvieran meciendo.
Mi último día en Heidelberg habría querido pasarlo con Laura pero no fue así. Sólo nos juntamos en el Alstadt para entregarle unas cosas antes de partir. Nos abrazamos tan fuerte que aun siento que puedo recordar su olor, su pelo acostado en mi hombro y nuestras voces medias quebradas deseándonos lo mejor agradecidas de habernos conocido. Yo amaba nuestra conexión contextual y pensar en eso: que sólo así, en ese instante mágico y hostil, sólo así había sido posible nuestra historia de amor entre mujeres en la soledad, la angustia, el desarraigo y en las miles de peripecias.
Laura se fue de Alemania un par de días después de que yo partiera y al poco tiempo nació su hija, Paula.
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L U K E L U D E N B E R G
Nombre y apellido. Luke Ludenberg. Edad.20 años Brujo animista con vastos conocimientos en Voodoo. Orientación sexual. Podría tener relaciones con lo que sea, depende del nivel de morbosidad insana que tenga ese día. Cuenta. @Luke_IRS
Historia
Alemania, 1950. La Segunda Guerra Mundial dejó estragos grandes, sobretodo en una rota y desdichada Alemania Nazi que fue precedida por otra desgracia: La familia Ludenberg, quienes realmente debían ser llamados "familia Hitler". Adolf Hitler, dentro de su extremista ideal de dejar una única religión (Antes de asesinar a los creyentes de Yahvéh), decidió torturarlos porque pensaba que tenían una enfermedad mental y trató de "curarlos" infringiendo dolor; en una de sus prácticas de tortura, él mismo se encargó de violar y casi matar a una mujer, la cual a los pocos días se enteró de que estaba embarazada. Hitler, al ver esto (Gracias a su obsesión por la genética), decidió comprobar por medio de ese feto si dicha enfermedad era hereditaria. Así, mantuvo, alimentó y cuidó de lejos a esa afortunada mujer, a la cual luego de parir asesinó brutalmente. Crió a su nuevo hijo como un padre alemán normal durante años, período dentro del que empezó la guerra. Antes de desaparecer, Hitler decidió ponerle de apellido a su hijo Ludenberg, sabía que si escuchaban que aquella cría llevaba su apellido, sería asesinada, y pensó en él como su sucesor y protector de la sangre negra que corría por sus venas. Este niño, llamado Adolf, igual que su padre, al verse sólo y desamparado con la muerte de éste, utilizó los vastos conocimientos clínicos y manipuladores que tenía a sus 12 años de edad (Obviamente impartidos por el dictador), decidió adentrarse en la casa Humduff, una familia adinerada que vivía al Sur de Alemania, haciendo lo siguiente: Se hizo pasar por huérfano, lo adoptaron y los días asesinó al padre y a la madre de la familia, secuestró en su propia casa a las hijas y a ambas las violó para así seguir con el ideal de su padre. De esas niñas (Una de 11 y otra de 13) nacieron Nicole y Raúl, dos bebés que serían criados igual que sus padres. Así nació el linaje Ludenberg, la familia real del dictador, quienes luego se convirtieron en los "Asesinos del Holocausto", encargados de eliminar a cualquier judío sobreviviente a esta tragedia. La cabeza de la familia, Adolf, se encargó de que todos siguieran con la tradición de educar asesinos sádicos y enseñarles a investigar para que encontraran judíos. Años luego, el descendiente nacido en el 78, se enamoró de una hermosa mujer muy extraña y reservada que de frecuentaba su negocio (Que al pasar del tiempo y la muerte de casi todos los judíos, se convirtieron en sicarios normales, asesinos a sueldo) por asuntos relacionados con la mafia en Berlín. La sedujo y la llevó a la cama, pero en medio del acto sexual notó que tenía cicatrices horribles en su espalda, lo cual ella explicó justificando que era parte de un ritual: La mujer era una satanista fanática y se inflige dolor como ofrenda por sus pedidos. El hombre, al enterarse de esto, se asqueó y quiso detenerse, pero ya había caído bajo los efectos de la magia negra que practicaba la mujer; cuando el hombre entró en el orgasmo, su pene explotó como parte del ritual que ella estaba conjurando, que se basaba en tener un hijo que fuese la copia de su ancestro para crear a un nuevo monstruo: El mismo Adolf Hitler. El hombre falleció de un paro cardíaco inexplicable esa noche y la mujer se enteró de que estaba embarazada a las pocas semanas del siguiente descendiente del linaje Ludenberg: Luke Ludenberg. Durante su infancia, Luke jamás mostró signos de ser perverso o de ser brujo, fue criado como sus ancestros lo habían sido, pero nada dio resultado: Era una hermosa persona con ideales justos y equilibrados, cosa que decepcionó a su madre. Irónicamente, se convirtió en un dedicado monje judaísta a los 14 años que seguía los pasos de un pastor muy conocido en Berlín. La bruja tomó la decisión de que si él no había nacido demente, ella haría que lo fuese: Una tarde acompañó a su hijo hasta la capilla donde su maestro predicaba, llevó hasta su hijo a la parte subterránea de la misma donde consiguió al pastor amarrado, torturado y medio vivo, y lo obligó, con magia negra, a violarlo no sólo por su orificio anal, sino haciendo que introdujera su miembro viril por el ombligo del hombre hasta que este se abriera a la fuerza, llenando de sangre todo a su alrededor; finalmente, la mujer abrió un orificio en el corazón del pastor, por donde Luke fue obligado a introducir su miembro y a tener el orgasmo dentro del corazón de este, matándolo. Luke, luego de dejar el efecto de la magia, quedó en shock por unos segundos y cuando su madre quiso hablar con él, la asesinó y le hizo lo mismo que le habían hecho al pastor. El monje derrumbó la entrada de la capilla y la convirtió en su lugar de oración particular, donde sentó los cuerpos muertos de ambos para que escucharan sus súplicas y sermones; durante los siguientes años, violó, asesinó y descuartizó a 137 personas más, dejando sus cadáveres en la capilla para que pudieran escucharlo cuando hablaba, practicando con cada uno diferentes técnicas, haciendo que el corpulento y apuesto adolescente, se convirtiera en una máquina asesina igual que sus ancestros. A los 18, cuando los cuerpos ya estaban en los huesos por la descomposición, tuvo un momento de locura en el que cuestionó su propia ética, llorando y rogando al dios que lo escuchase que le diera un nuevo ideal; como si fuese una respuesta divina, empezó a escuchar voces a su alrededor hasta que la imagen principal de la capilla, un Yahvéh hecho de barro, se levantó de su base y le comenzó a hablar; los bancos del lugar, los cuerpos y las velas que por ahí rondaban, comenzaron a elevarse y chocar contra las paredes, la cabeza de Luke se llenó de gritos y sólo su propia magia, que estaba despertando, pudo calmar todo: Le fue otorgado el poder de convocar espíritus para animar objetos sin vida, así como de desterrarlos, pero por cada objeto espíritu que convocara, una voz nueva se sumaba a su cabeza. A los 19, decidió investigar sobre su peculiar poder, llegando así a un culto Voodoo, donde fue educado e instruido en tal secta, aprendiendo a manipular muñecos y asesinar personas a una distancia infinita, tan sólo con la mente y una representación de esta. A los 20 fue descubierto por Laurie mientras estaba de viaje por Berlín, no tenía dinero ni comida, por lo que casi fallece, pero el director de Salem lo rescató y lo llevó con él sin saber a qué monstruo se enfrentaba.
Personalidad
Usualmente es frío, con unas sonrisa y mirada vacías. Cuando demuestra sentimientos, es para mostrar su parte filosófica y artística, enamorándose desquiciadamente de las personas a su alrededor, excitándose con la idea de asesinarlos o violarlos. Puede ser muy distante y callado o muy cercano y extrovertido, depende de lo que le convenga con cada persona (O lo que quiera hacerles).
Curiosidades
Ama el color blanco, dice que la gente es estúpida por ver el negro como el color de la muerte cuando el blanco es aún más sádico.
Tiene una mascota llamada Butch, es pastor alemán que encontró muerto y animó con un espíritu que suele darle consejos y ayuda en general. Es muy afable hasta que ve que hay peligro.
Las voces en su cabeza suelen decirle sobre qué le conviene y qué no, creando en él Clarisentencia.
Guarda con él un dedo de su pastor (El cual cuidó para que se mantuviera en buen estado) con el que a veces se masturba.
FC: Janis Danner.
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Ocho de Marzo
"Amanece con pelo largo el día curvo de las mujeres, ¡Qué poco es un solo día, hermanas, qué poco, para que el mundo acumule flores frente a nuestras casas! Desde la cuna donde nacimos hasta la tumba donde dormiremos -toda la atropellada ruta de nuestras vidas- deberían pavimentar de flores para celebrarnos (que no nos hagan como a la Princesa Diana que no vio, ni oyó las floridas avenidas postradas de pena de Londres) Nosotras queremos ver y oler las flores. Queremos flores de los que no se alegraron cuando nacimos hembras en vez de machos, Queremos flores de los que nos cortaron el clítoris Y de los que nos vendaron los pies Queremos flores de quienes no nos mandaron al colegio para que cuidáramos a los hermanos y ayudáramos en la cocina Flores del que se metió en la cama de noche y nos tapó la boca para violarnos mientras nuestra madre dormía Queremos flores del que nos pagó menos por el trabajo más pesado Y del que nos despidió cuando se dio cuenta que estábamos embarazadas Queremos flores del que nos condenó a muerte forzándonos a parir a riesgo de nuestras vidas Queremos flores del que se protege del mal pensamiento obligándonos al velo y a cubrirnos el cuerpo Del que nos prohíbe salir a la calle sin un hombre que nos escolte Queremos flores de los que nos quemaron por brujas Y nos encerraron por locas Flores del que nos pega, del que se emborracha Del que se bebe irredento el pago de la comida del mes Queremos flores de las que intrigan y levantan falsos Flores de las que se ensañan contra sus hijas, sus madres y sus nueras Y albergan ponzoña en su corazón para las de su mismo género Tantas flores serían necesarias para secar los húmedos pantanos donde el agua de nuestros ojos se hizo lodo arenas movedizas tragándonos y escupiéndonos, de las que tenaces, una a una, surgiremos. Amanece con pelo largo el día curvo de las mujeres. Queremos flores hoy. Cuánto nos corresponde. El jardín del que nos expulsaron". Gioconda Belli
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