#los libros de la mujer rota
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Hetty Green... la mujer más tacaña de la historia, su riqueza se estima en más de 2.300 millones de dólares. Hetty Greene nació en Estados Unidos en 1835. Era la única hija de un rico hombre de negocios. Heredó de su padre una fortuna estimada en 7,5 millones de dólares. Cuando tenía veintiún años, se mudó a vivir a Nueva York para invertir. dinero en Wall Street y fue llamada la Bruja Malvada de Wall Street. Se casó con un millonario como ella, pero todavía vivía de los restos de pasteles y galletas rotas en las tiendas de comestibles y ¡¡discutía para conseguir un hueso gratis para su perro todos los días!! Hetty Greene era una mujer muy avara. Cosía calzoncillos cuando tenía 16 años y no los cambió ni compró otros hasta el día de su muerte. Nunca gastó un centavo, por eso se decía que nunca usaba agua caliente, que usaba un vestido negro que no se cambiaba hasta que estaba completamente gastado y que vivía de comer un pastel que costaba sólo dos centavos. provocó que su hijo le amputara la pierna porque cuando se la rompió, ella retrasó el tratamiento porque insistió en no gastar dinero y siguió buscando atención médica gratuita. Hetty Greene murió en 1916 a la edad de 81 años en la ciudad de Nueva York y fue inscrita en el Libro Guinness de los Récords como la "persona más tacaña del mundo". La causa de su muerte fue un derrame cerebral debido a una pelea con ella. sirvienta porque la sirvienta pidió un aumento en su magro salario. Ella murió y dejó una enorme fortuna, y sus hijos no heredaron su extrema tacañería, sino que fueron generosos hasta el punto de que su hija construyó un hospital gratuito con su dinero!! ☕️
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☼ 𝗆𝗈𝗆𝖾𝗇𝗍𝗈 𝗊𝗎𝖾 𝗆𝖺𝗋𝖼𝗈́ 𝗎𝗇 𝖺𝗇𝗍𝖾𝗌 𝗒 𝖽𝖾𝗌𝗉𝗎𝖾́𝗌. 𝗈𝖻𝖾𝗋𝗌𝗍𝖽𝗈𝗋𝖿, 𝖺𝗅𝖾𝗆𝖺𝗇𝗂𝖺 𝟪:𝟦𝟧 𝗉𝗆, 𝟨 𝖽𝖾 𝗃𝗎𝗅𝗂𝗈 𝖽𝖾𝗅 𝟤𝟢𝟢𝟨.. 𝗁𝖺𝖻𝗂𝗅𝗂𝖽𝖺𝖽: 𝖺𝖽𝖺𝗉𝗍𝖺𝖼𝗂𝗈́𝗇 ( 𝟤 / 𝟥 )
— ¿dónde está izzak? ¡quiero verlo!
si cada augurio hecho realidad sumará años a la vida de izzak, sería inmortal. conocía de memoria los hábitos de progenitora como las palmas de sus manos. los tartamudeos, carcajadas, ceceos… las frases repetidas de loro entrenado, anunciando que alcohol ha tomado el control de razón. se acostumbró, la ebriedad era inofensiva el noventa por ciento de las veces, cerrando el libro que leía. una historia de terror que le fascinaba, abandonando cualquier comodidad para facilitar descanso de escandalosos llamados.
esa noche, sin embargo, era distinta. conmoción al otro lado de la puerta disparó pulso eléctrico a la velocidad de relámpagos al momento que amado rostro le sonreía en alta definición, inconsciente de los estragos que causaba. como el adolescente juicioso y paciente, había ensayado la suya para situaciones de peligro. lo que no esperó fueron las sílabas rotas, una mujer desaliñada con orbes rojizas y detrás, oliwier petrificado por las palabras que exclamaba.
— ¡vas a odiarme! debes saberlo. ¡confesemos y empecemos otra vez!
los jadeos y murmullos mántricos del matrimonio ryeo parecía drama barato de televisión local, los que cambiaba distraídamente por aburridos, creando ecos fantasmales en el aire. como estatua permaneció de pie en el centro de la habitación, un espectador más de obra teatral, sin sombras amargas a la vista. sabía de qué hablaban, con catorce años no era estúpido. el hombre al cual ha llamado padre toda la vida no lo era, aún así, lo consideraba el único para él. oliwier, al ser el miembro sensible de la familia buscó maneras de callar el vómito verbal de su esposa, fracasando miserablemente con bombardeos de oraciones.
— ¡lo siento! lamento que tu nacimiento no fuera normal. ¡sólo quise verla feliz! ella no podía tener hijos y yo sí. ¡estaba casada y yo no! ¿puedes entenderlo? nosotras lo planeamos por meses, fui a la clínica trece veces hasta que recibimos buenas noticias. en esa época la inseminación artificial no era un tema popular. cuando finalmente me quedé embarazada de ti, sentimos que el esfuerzo y dolor valió la pena. hasta que…
al igual que padre, no pudo emitir ningún sonido. la confesión atravesó canales auditivos con brutalidad, asentándose por rostro minúsculo surco. lo sospechó por muchos meses cuando le diagnosticaron extraña condición de salud, no había conexión con ella y oliwier, lo cual volvió a replantear vieja interrogante. ¿qué pensaba ryeo? ¿por qué no lo molestaba? en silencio esperó y esperó por la mínima señal de corazón roto o decepción, en cambio organismo fue inundado de alivio. una llamita de claridad que eliminó las dudas de la complicada etapa, presionando puente nasal. dios, creyó que su madre mínimo terminó abandonada o que su padre biológico era un irresponsable de mierda y abusivo. imaginó tantos escenarios terribles que escuchar la verdad eliminaba las cargas que llevaba sobre sus hombros, haciéndolo respirar en paz en semanas. los adultos quizás anticiparon lágrimas, maldiciones y enfado de izzak. pero teniendo en cuenta cómo había crecido, se veía lejano como las estrellas. serenidad estaba escrito en sus facciones, tambaleando por desprevenido bostezo. definitivamente, su familia no era apta para los dramas cotidianos.
— hijo, tú…
— soy un ryeo. hijo de mi único padre, oliwier ryeo. no me importan las circunstancias de mi nacimiento, solo nuestro presente. mamá, por favor. olvida el pasado. mis t��os murieron y eso es lo que serán para mí… tíos que lastimosamente partieron temprano del planeta. concluyamos el tema aquí, mañana tengo un examen importante y quiero dormir.
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SARAH MOON & HERTA MÜLLER
De niña solía sentarme, con la habitación a oscuras, junto a la rendija de la persiana a mirar a escondidas el grueso libro que, según decían todos en casa, no era para niños, o sea, estaba prohibido para mí. Se titulaba El libro del doctor. Era muy gordo y pesado y, sin exagerar ahora el miedo de entonces, de por sí aumentado con el paso del tiempo, diré que era tan gordo y pesado como la guía de calles que todo el mundo lleva en el coche. En El libro del doctor, según creo, se describían enfermedades y remedios caseros para curarlas. Por entonces yo no sabía leer, y, para cuando supe, el libro había desaparecido. Lo prestamos, decía mi madre, y nunca nos lo devolvieron. En El libro del doctor había un cuerpo humano que se podía abrir y cerrar con dos solapas, una solapa para la cabeza y otra para el cuerpo. En aquel cuerpo se superponían una mujer y un hombre. Yo abría las dos solapas y debajo estaban los órganos como en un recortable: verde claro, rosa, azul claro y amarillo. Cada órgano llevaba un numerito. Yo sacaba todos los órganos y los desplegaba sobre la alfombra. Sabía que, al recogerlos, tendría que colocar cada uno donde estaba, en el lugar correcto, para que todo volviera a quedar «normal», para que nadie viera que había estado jugando con El libro del doctor. Pero, en el momento de recoger, los órganos siempre se habían vuelto más grandes y más numerosos que al sacarlos. Yo los recolocaba y forzaba los bordes, pero nunca era capaz de dejar el cuerpo perfectamente plano al cerrar las solapas.
Años más tarde, cuando vi a aquellas personas dañadas y rotas del país, cuando yo misma volvía a mi casa después de horas de interrogatorios incesantes, tambaleándome como borracha entre los árboles del parque y dándole mil vueltas a cada pregunta y cada respuesta, cuando el viento en los árboles era demasiado inmenso y el crujir de las ramas me parecían pasos tras de mí, cuando –aun a riesgo de que me estallara la cabeza– intentaba verme a mí misma desde fuera para descubrir en qué había reaccionado bien y en qué me había equivocado ante todas aquellas preguntas, sentía que llevaba la tapa de los sesos abierta. Unos dedos ajenos me habían abierto la cabeza para revolver en ella. Entonces recordaba El libro del doctor. Los oficiales de la Securitate, los esbirros del dictador habían hecho conmigo lo mismo que hacía yo de niña con el cuerpo de El libro del doctor.
Hambre y seda, Herta Müller, 1995. Siruela. Traducción: Isabel García Adánez
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Miro el calendario y ya es 4 de Julio, se cumple 1 mes y 3 días desde que empezamos el contacto 0, también se cumplen 3 años desde la primera vez que me dijiste te amo.
Es extraño ¿sabes?, cada vez que te dibujo con mis recuerdos en mi cabeza te extraño y me hace sentir tonta porque te dejé ir ,pero luego reacciono, fuiste pésimo, lo peor para mí.
No te perdí,tu me perdiste y me dejaste ir ,incluso peor , me dejaste quedarme sabiendo que te amaba más que a mi y tu no a mi.
Una parte de mi sigue queriendo que vuelvas porque desde que te fuiste no he podido volver a amar a alguien, el sexo es aburrido, mucha rutina, y para que hablar de conocer gente, que actividad más cansadora,te extraño pero luego recuerdo todo lo que me hiciste, como me hiciste sentir, me entregué a ti , te di todo de mí, y me devolviste rota,asqueada,con miles de inseguridades ,que mi amor no vale nada, que no soy nadie sin ti.
Te busco entre la gente y nunca te encuentro,hasta ese día.
Te vi en la diagonal, fuera de la librería donde siempre íbamos ,estaba lloviendo y cuando te reconocí se paró el mundo, me viste ,cruzamos las miradas ,me miraste como si hubieras visto un muerto resucitar y yo te miré como la primera vez, pero no estabas solo, me viste y besaste a la mujer que te acompañaba, la agarraste de la cintura y la besaste, en un día de lluvia fuera de la librería donde siempre íbamos ,tal cual lo hacías conmigo.
Me sentí mal no te voy a mentir ,ver que pudiste seguir adelante con tu vida mientras yo sigo recogiendo los pedazos de el amor que algún día te di, muchas veces te sueño y te abrazo y te pido que regreses pero solo es eso, un sueño.
Te detesto todos los días, te detesto cuando escucho mi canción favorita, te detesto cuando leo un libro,te detesto cuando quiero ir a comprarme un café y recuerdo cuando íbamos a tomar café todos los miércoles juntos, te detesto cuando me miro al espejo y veo inseguridades cuando antes veía amor , te detesto cuando tengo sexo y mis orgasmos no son mas que fingir ,te detesto cuando te escribo poemas, te detesto cuando te veo por la calle con otra, te detesto por no poder detestarte.
Amor Mío,amor narcisista ,te amo pero no quiero que vuelvas , es difícil pasar estas fechas sin ti,sobre todo cuando cada calle de Concepción tiene un recuerdo de un beso entre nosotros dos.
Espero algún día poder dejar de escribirte poemas y canciones , espero algún día dejar de dedicarte canciones mientras camino por la calle , espero algún día librarme de ti.
¿Que me hiciste? Estoy rota , no puedo volver a amar, todo se me hace rutina ,todos me aburren.
Ya no quiero casarme ni tener hijos, solo esos planes los quería contigo, decirle a alguien nuevo te amo me parece una aberración, un acto de crueldad porque esa palabra y ese sentimiento siempre te pertenecieron a ti.
Lloro todas las noches porque quiero desaparecer porque no se que me duele mas , el tenerte o el no tenerte , nadie se murió de amor me decían, y esta agonía que siento ¿que es?.
No quiero pertenecerte ,amor mío Porfavor líbrame de amarte ,ya no quiero pertenecerte, no quiero llorarte , Porfavor solo vete.
#chile#chilensis#tumblr chilenito#weas que pienso#amor#instachile#weas que escribo#amorculiao#pensamientos#chileno#mi poema#esto no es un poema
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▍𝐃𝐎 𝐘𝐎𝐔 𝐇𝐀𝐕𝐄 𝐍𝐎 𝐒𝐎𝐔𝐋?
ᵀʳᵃᵐᵃ ʲᵘᶰᵗᵒ ᵃ Lily Rose ˢᵉᵍᵘᶰᵈᵃ ᵖᵃʳᵗᵉˑ ⤷ ᵖʳᶤᵐᵉʳᵃ ᵖᵃʳᵗᵉ: Aquí. 𝐅𝐥𝐚𝐬𝐡𝐛𝐚𝐜𝐤 – 𝟐𝟎 𝐝𝐞 𝐌𝐚𝐫𝐳𝐨 𝐝𝐞 𝟐𝟎𝟎𝟎. (2023) 𝘓𝘰𝘴 𝘈́𝘯𝘨𝘦𝘭𝘦𝘴. 𝟏𝟎 𝐝𝐢́𝐚𝐬 𝐝𝐞𝐬𝐩𝐮𝐞́𝐬. ⠀⠀⠀⠀– Mi padre me ha apuntado a clases de ballet, dice que así puedo hacer nuevos amigos. La niña permaneció cabizbaja, el block de dibujos era más interesante que cualquiera de las cosas que hubiera a su alrededor. Lily Rose se limitó a observar las pinceladas negras sobre el papel rugoso. ⠀⠀⠀⠀– ¿Y qué tal te ha ido el primer día? – Preguntó la mujer, curiosa. ⠀⠀⠀⠀– No ha estado mal. – Esquivó la pregunta con la mirada perdida en el papel. ⠀⠀⠀⠀– No pareces muy convencida. Un largo silencio se abrió paso entre ellas. Avalon parecía estar incómoda con la conversación, mientras que Lily lo único que quería era sonsacar aquella información que parecía tener atorada en el pecho. Avalon dejó el pincel a un lado y miró a la mujer a los ojos. Por primera vez le pareció ver un destello en ellos. Siempre se había preguntado por qué Lily se interesaba tanto por su vida o más bien, por sus emociones. Es cierto que desde que la conoció no le había escuchado quejare, cabrearse por problemas de adultos como lo hacían sus padres o sentir esa presión que le hacía malhumorarse. Desde ese entonces comenzó a cuestionar la extrañeza de su persona. Un suspiro largo y tendido se escapó de entre los labios de la niña mientras su mirada penetraba en los ojos de la mujer. Parecía que iba a confesar algo que le pesaba mil demonios. ⠀⠀⠀⠀– Está Ashley, la niña que va a mi clase. – Dijo con tono acerado. ⠀⠀⠀⠀– Oh, ya veo, es la que no para de gritar lo fea y rara que eres, ¿no? – Balbuceó Lily con una ceja enarcada. ⠀⠀⠀��– Si… ⠀⠀⠀⠀– La debilidad huele desde lejos, Avalon. Diría incluso que se ve hasta la legua cuando una persona es insegura. Si eres débil todos se aprovecharán de ti, pero si eres fuerte... Un destello en los ojos de Lily hizo que Avalon se estremeciera. ¿Qué clase de fuerza era a la que se refería? No se consideraba una niña débil y menos aún tras haber recibido toda clase de amenazas en el colegio. El mero hecho de haber soportado las jugarretas de sus compañeros de clase ya le hacía valiente, todo con el único fin de destruirle moralmente y a lo que ella respondía con suma ignorancia. ⠀⠀⠀⠀– Tienes que tener más confianza en tí misma y dejar de mirar siempre al suelo cuando andas. ⠀⠀⠀⠀– ¿Y qué debería hacer? – Preguntó la niña con impaciencia. Las manos de la mujer acogieron los pequeños hombros de Avalon y mediante un ligero movimiento le puso de espaldas a ella. Avalon se estremeció ante la proximidad de su rostro, estaba demasiado cerca de su oreja, podía notar incluso la respiración desacompasada. Olía a perfume, pero no uno cualquiera, era cítrico con un toque a rosas. ⠀⠀⠀⠀– Yo puedo ayudarte. Puedo hacerte fuerte, poderosa, darte ese toque especial. Porque eso, querida mía, no se obtiene de los libros. Aunque todo tiene un precio. ⠀⠀⠀⠀– ¿Y cuál es el precio? Yo… no tengo nada de valor, pero puedo hacer un sacrificio y darte mi libro favorito. Lily le susurró al oído y ella como acto reflejo cerró los ojos automáticamente. El engaño de la mujer había dado sus frutos, tenía en su poder a una niña indefensa, frágil, rota pese a tan temprana edad pero que con el tiempo moldearía su carácter. Podía oler el ansia en su interior, esas devastadoras ganas por salir al exterior y no permanecer más tiempo en la oscuridad. Veía el destino reflejado en ella. El último recuerdo que obtuvo Avalon de ese día fue el momento en el que sinti�� la punzada en su cuello y la sensación de un hilo de sangre recorrerle la piel a cuentagota. Retorcida por el dolor, la criatura comenzó a gritar desesperadamente. 「 ⤷ 𝐸𝑠𝑡𝑎 𝑡𝑟𝑎𝑚𝑎 𝑠𝑒 𝑖𝑟𝑎́ 𝑐𝑜𝑚𝑝𝑙𝑒𝑚𝑒𝑛𝑡𝑎𝑛𝑑𝑜 𝑚𝑒𝑑𝑖𝑎𝑛𝑡𝑒 𝑒𝑠𝑐𝑟𝑖𝑡𝑜𝑠 𝑒𝑛 𝑝𝑟𝑖𝑚𝑒𝑟𝑎 𝑝𝑒𝑟𝑠𝑜𝑛𝑎 𝑒𝑛 𝑒𝑙 𝐷𝑖𝑎𝑟𝑖𝑜 𝑑𝑒 𝐴𝑣𝑎𝑙𝑜𝑛 𝐷𝑒𝑙𝑎𝑐𝑜𝑢𝑟. 」
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⠀ ⠀⠀⠀⠀⠀⠀ ⠀ 𝐀 𝐧𝐞𝐰 𝐬𝐩𝐞𝐥𝐥
⠀⠀⠀ ⠀⠀ 𝒊𝒏 𝒕𝒉𝒆 𝒃𝒐𝒐𝒌 𝒐𝒇 𝐀𝐮𝐫𝐚𝐥𝐢𝐧𝐞
⠀⠀ ❛𝐋𝐀𝐒 𝐑𝐀𝐈𝐂𝐄𝐒 𝐃𝐄 𝐔𝐍 𝐒𝐔𝐄Ñ𝐎❜
⠀⠀⠀ 𝘄𝗿𝗶𝘁𝘁𝗲𝗻 𝗯𝘆 #𝐦𝐢𝐬𝐬𝐳𝐡𝐞𝐫𝐚 ⠀ ⠀
───── ・ ・ ・ ・ ( ✧ )
Zhera siempre había crecido bajo las expectativas de su padre. Un hombre imponente, orgulloso y respetado en el barrio de su infancia, que le había enseñado a mirar el mundo como si fuera una batalla que se ganaba con disciplina y esfuerzo. Sin embargo, la vida no siempre seguía las reglas que uno creía tener controladas.
Cuando Zhera tenía diecisiete años, su padre fue encarcelado. No por un error, sino por decisiones equivocadas que él había tomado en el pasado, decisiones que le habían costado la libertad en el presente. La cárcel le arrebató todo; su casa, su familia y el futuro que ella había soñado con él. De repente, su vida dio un giro que no había anticipado y la joven se encontró sola, con la responsabilidad de cargar con la pena y el peso de la situación.
Al principio, intentó mantenerse en su hogar, pero los recuerdos de su padre, de lo que había sido su vida en el vecindario antes del encierro, se volvieron insoportables. Así que tomó la difícil decisión de mudarse a un barrio completamente diferente, lejos de todo lo que había conocido. Aprovechó de vender todo antes para saldar un poco las deudas que su padre había acumulado con las personas. El nuevo lugar era más modesto, más ruidoso, y las calles estaban llenas de personas luchando por sobrevivir, tal como ella lo hacía.
En su nuevo barrio, se convirtió en una más en medio de las pequeñas tiendas y vendedores ambulantes. Se vio obligada a aprender nuevas formas de ganarse la vida, más humildes y duras. Cada mañana, se levantaba temprano para ir a clases en el último año en un colegio aún acomodado gracias por su tío y en las tardes vendía comida a los trabajadores del mercado, preparando los platillos que había aprendido a cocinar de su madre. Los olores del pan recién horneado, el arroz con carne y las sopas humeantes le recordaban los días pasados, cuando su vida aún tenía sentido y su familia no estaba rota.
A menudo, miraba hacia el horizonte mientras se daba un respiro por las tardes, sentada al borde de un bote abandonado que solía encontrar a la orilla del río que cruzaba la ciudad. Desde ahí, podía ver el sol elevarse, pintando el cielo con tonos de naranja y rosa. No importaba cuán agotada estuviera, o cuántas horas hubiera trabajado sin descanso, el atardecer siempre le daba un pequeño respiro.
En esos momentos, el viento la acariciaba y las olas golpeaban suavemente el bote, como si tratara de que tenía que seguir viviendo. Pero Zhera era una persona pragmática, y no le gustaba perder el tiempo soñando despierta. La universidad, que había sido su meta desde pequeña, parecía un sueño lejano. Había ahorrado cada centavo que había ganado, pero el dinero nunca parecía suficiente. Las clases, las tarifas, los libro, todo era un muro de ladrillos que parecía más alto con cada día que pasaba.
La chica tenía en mente un plan que era estudiar medicina. Su madre siempre había dicho que las mujeres podían lograr lo que se propusieran, y ella lo creía firmemente. Su padre, incluso encarcelado, había dejado en ella una profunda ambición, la idea de que su destino no estaba sellado por la cárcel o por las circunstancias, sino por lo que ella decidiera hacer con su vida.
Durante las tardes, cuando ya no tenía que vender comida, Zhera se sentaba en el borde de ese mismo bote, mirando el horizonte en la oscuridad. A veces pensaba en lo que había sido, en lo que perdió, pero la mayoría de las veces pensaba en lo que vendría, en lo que podría ser si lograba juntar lo suficiente para inscribirse en la universidad.
No se lo decía a nadie, pero Zhera se sentía atrapada entre la lucha por sobrevivir y la esperanza de alcanzar algo mejor. En la universidad, veía la salida de ese ciclo. Sabía que la educación era su única arma para romper el destino que le había tocado. No podía rendirse.
Un día, mientras caminaba por el mercado con una bandeja de pan y pasteles en las manos, se cruzó con un joven llamado Serhan, un chico del barrio que había notado su esfuerzo día tras día. Él la vio sentada en el bote una vez y le preguntó si siempre se encontraba ahí, mirando al horizonte. Zhera no había esperado una respuesta. Él simplemente se quedó observando, sin hacer más preguntas.
Pero Serhan no era de los que se quedaban callados por mucho tiempo. Al día siguiente, apareció con un pequeño libro entre las manos. Era un cuaderno de notas viejas con páginas amarillentas. — Encontré esto en un puesto de libros usados. Puede serte útil para tus estudios. — Dijo.
Zhera, sorprendida, le agradeció con una sonrisa tímida. En ese momento, ella ya no estaba sola. Había personas que, aunque no pudieran ayudar con grandes cantidades de dinero, sí podían ofrecer algo más valioso, su apoyo y su fe en ella. Así comenzó una amistad que cambiaría muchas cosas en su vida. Él trabajaba en una tienda y le vendía sus comidas sin tener que vender afuera y trabajar por horas durante la noche.
Serhan, aunque su vida también estaba llena de dificultades, tenía una forma diferente de ver las cosas y le motivaba ver las cosas de una manera diferente. Él le recordó que, aunque la vida no siempre fuera justa, siempre había una manera de avanzar. Con el tiempo, y con pequeñas contribuciones de su parte, Zhera comenzó a tener acceso a libros, materiales y otros recursos que le ayudaron a prepararse mejor para el futuro y en el exámen que se venía en unos meses. Juntos, crearon un pequeño círculo de apoyo entre los jóvenes del barrio, personas que soñaban con más, pero que sabían que, para llegar a ese futuro, debían ayudarse mutuamente.
Su vida se había reducido a algo humilde, conociendo que la verdadera familia no es la de sangre y aunque los secretos se traten de ocultar bajo el tapete; siempre había una forma de verlas brillar.
𑁍
───── ・ ・ ・ ・ ( ✧ )
⠀⠀⠀𝐚𝐛𝐨𝐮𝐭 𝐭𝐡𝐞 𝐩𝐨𝐬𝐭… 𝐝𝐚𝐭𝐞: 20 de Octubre, 2024. 𝐰𝐨𝐫𝐝 𝐜𝐨𝐮𝐧𝐭𝐞𝐫: 1.016.⠀
── ・ ・ ・ ・ 𝐝𝐢𝐬𝐜𝐥𝐚𝐢𝐦𝐞𝐫𝐬⠀⠀⠀
⠀ ㅤ。・☆ 𝘁. 𝐀𝐮𝐫𝐚𝐥𝐢𝐧𝐞 ⠀ ⠀ 。 ・★ 𝗳. 𝐟𝐚𝐢𝐫𝐲𝐝𝐮𝐬𝐭.𝐩𝐬𝐝
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El tren
Ayer fui al Anses, para averiguar sobre los años de aportes que suman por el cuidado de hijos. Le dije a la chica que una amiga me había comentado. Ella comenzó a fijarse en el sistema y me explicó que yo no alcanzaba a cubrir los años de aportes. Sorprendida le contesté: «¡cómo, si en la otra oficina del Anses me dieron el certificado en donde consta que tengo todo en orden, los años, todo!». Me preguntó si había pagado la moratoria y efectivamente, le afirmé que lo hice. Me asusté, porque el Ministerio me hizo renunciar de cinco colegios. Empecé a transpirar. «A ver..., esperá que me fije... ¡Ah, sí!, con esto llegás a los años que te exige el sistema». Anteriormente me comentó que una cosa era lo que se pagaba de moratoria y otra distinta se relacionaba con los años trabajados frente a los alumnos. Y yo pensaba en ese momento en el SICA, que es un formulario sellado y firmado. Y en cuanto a mi hija, me aclaró que eso el sistema lo hace solo, automáticamente. Sin embargo, me pidió la partida de nacimiento y de defunción originales para constatar. Y me dijo que si podía esperarla, porque iría arriba, llevándose la partida. Entonces, pensé: «estos se mandaron una macana y por eso necesitó llevar la partida a otra oficina».
La cuestión es que todo eso me hizo pensar. Yo creo que estamos tironeados desde dos bandos tiranos. Por un lado, la derecha, desconocida para mí, que maneja los bancos, los billetes, que compra a quien quiere con los dólares o los euros. Esa gente manipula el flujo del dinero que digita el sistema, desde no sé dónde. Ese bando hace años que sobrevive, tras los ataques del otro, que paso a explicar: el otro bando, la izquierda dictadora, está manejada por millones de hormigas que te hacen la vida imposible y que generan miedo. Es como si te dijeran: «mirá que no vas a comer, vas a pasar hambre», así como esa señorita del Anses que me asustó para después decirme que tenía todo correcto. Y yo pienso que es más controlador el bando de las hormigas que el de los alacranes. Y claro..., la derecha no necesita controlarte ni asustarte. Simplemente, si le molestás demasiado, te borra del mapa Palestina, cierra cien fábricas, o te aumenta la edad jubilatoria o la jornada laboral.
Por otro lado, ese miedo que me hizo pasar ayer aquella empleada no es menos que los miedos del otro bando. La izquierda es una dictadura que te va comiendo la cabeza de a poco, como en silencio. Pero cuando te diste cuenta, es tal cual como el cuento de «Casa tomada», de Julio Cortázar.
Mira, ayer fui a llevar a dos de mis tortugas a la avenida 9 de Julio. Y se acercó un muchacho que trabaja ahí, pidiendo a los transeúntes de los autos que frenan en el semáforo. A simple vista, esa gente parece tan inocente. Nadie los ve, porque se visten con ropas rotas, sucias y se sientan en el pasto. No obstante, esa gente debe saber hasta quién es y dónde vive la señora que pasea un perrito negro. Seguro que sabrá qué tiras a la basura y hasta qué alimentos consumes. Ese control silencioso y de hormigas es la dictadura de la izquierda política. Y ayer sufrí dos ataques de esa gente. Primero, la empleada del Anses, que me generó miedo, porque me aseguró al principio que no tenía los aportes para jubilarme. Y en segundo lugar, fueron los compañeros de un colegio, que ya me hicieron ir dos veces. La primera vez se habían ido todos; la segunda, es decir ayer, estaba el colegio cerrado.
Todavía recuerdo la clase de Inglés en una escuela pública en donde la profesora enseñaba de un libro y contaba el caso de unas personas que habían cambiado la maleta de una mujer en un tren, por una igual. La logística de esas personas resultaba asombrosa, porque sabían el color de la maleta y en qué vagón viajaría aquella mujer. Y eso es lo que hace la dictadura de la izquierda. Esas personas que las encuentras en la calle, ya saben a qué hora paseas al perro, en qué casa vives o si compras garrapiñada en la esquina de la casa. Silenciosa y con rostro de víctima, te roba tu maleta o hasta se lleva a tu hijo. Llegará otra vez algún loco con una motosierra para podar el pasto y eliminar a todos aquellos que se juntan y que conspiran para saber qué color de maleta compraste, de qué marca y tamaño, dónde, cuánto te costó, en qué vagón viajarás, a qué hora, en qué tren y cuál será tu destino. Empero, otra vez volverán a juntarse para conspirar en contra del otro bando, el que paga a un abogado y le dice: «hacele perder el juicio», como me pasó a mí, que entendí que los abogados también se compran.
Viviremos una batalla entre esos dos bandos y yo siempre estaré en el medio. ¡Y por qué! A veces pienso que será porque a mí también me llevaron cuando era una bebé del tren.
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FINAL HAVEN: One last safe place
un fanfiction de Alejandra Frausto
CAPÍTULO 3
John logra entrar. Patea por última vez los restos del mueble que ha destrozado en su entrada. A su paso, sus botas aplastan pétalos dispersos, cristales rotos, fotografías desmarcadas y libros deshojados. Cada paso firme es un recordatorio de la ira que lo guiaba. Está decidido a disfrutar matarlo.
El departamento es modesto, apenas un par de pasos desde la puerta bastan para abarcarlo casi todo. A la derecha de la entrada, una pequeña cocina con una mesa redonda y cuatro sillas encajonadas en una esquina. A la izquierda, una puerta entreabierta deja entrever una lavadora en penumbras.
Frente a él, un estrecho pasillo se extiende con dos puertas. La primera, completamente abierta, revela un baño sencillo, desprovisto de cualquier señal de lujo. La otra puerta, cerrada, capta su atención.
Con el arma firmemente en las manos, John avanza hacia ella con pasos seguros. Sus ojos fríos y calculadores no pierden detalle de su verdadero objetivo, pero en su mente surge un pensamiento inesperado. ¿Quién estaría lo suficientemente loco como para ocultar a Santino? La persona que lo hacía no tiene idea de lo que realmente esta protegiendo.
Sin embargo, algo en el ambiente del lugar detuvo el impulso de su ira. A su pesar, la compasión comienza a infiltrarse en su mente. Es evidente que la dueña de ese departamento no debería morir por la estupidez de dar refugio al hombre equivocado.
El silencio reina tras la puerta cerrada. Ni un solo ruido escapa de esa habitación.
John coloca la mano en el picaporte, dispuesto a derribarla si es necesario. Pero cuando gira el pomo y se prepara para irrumpir, un sonido sutil lo detiene. Un sollozo ahogado.
Se queda inmóvil. Algo en su interior lo obliga a reconsiderar.
«No es correcto. Así no. Aquí no.», piensa.
Quien sea la propietaria de aquel lugar no pertenece a este mundo, su mundo.
John mantiene la mano en el picaporte, pero su mirada se desvía hacia el resto del departamento. Involuntariamente, algo en ese espacio le recuerda a Helen, su esposa. A pesar del caos que ha causado en la entrada, el resto del lugar permanece impecable. Un aroma a flores llena el aire, como si el espacio mismo intentara resistirse a la intrusión de la violencia.
Las plantas verdes, cuidadas con esmero, conviven con pequeñas decoraciones que hablan de alguien que aprecia los detalles. Aquel lugar, aunque pequeño, se siente cálido, casi como un santuario en medio de la tormenta.
Un nuevo sollozo lo devuelve a la realidad. La fragilidad que se esconde tras esa puerta contrasta con el peso de la muerte que él carga consigo.
John suelta el picaporte y levanta la mano. Toca la puerta cuatro veces, con suavidad. No quiere asustarla más de lo que ya está.
—Abre la puerta —insiste John, su voz un susurro calculado—. Puedo ayudarte.
El silencio es espeso, casi tangible.
—No te haré daño, lo prometo. Solo vengo por él.
—Lo vas a lastimar.
La voz femenina, frágil y rota, apenas logra escapar de la habitación.
—No tienes forma de saberlo. Solo quiero llevármelo, no tendrás que ver ni oír nada más.
—Pero lo sabré.
John suelta un suspiro cargado de frustración. Sabe que Santino está a solo unos pasos; las manchas de sangre, secas y aún húmedas, marcan un rastro macabro sobre el suelo, trepan por la puerta y se extienden en trazos desesperados sobre la pared.
El eco del silencio retumba, y la presencia de ella lo complica todo. Es el daño colateral que nunca anticipó.
John suspira, agotado. No da segundas oportunidades. Ya no.
Inocente o no, la rabia lo consume. Sin aviso, lanza una patada y la puerta se estrella contra la pared con un estruendo que hace temblar la habitación. La mujer, de pie junto a la cama donde Santino yace inconsciente, lo mira con terror. Un gato, hasta ahora desapercibido, acurrucado en las piernas de Santino, se eriza, gruñendo con los ojos encendidos de alerta y la cola en alto, dispuesto a atacar.
Sin dudar, la mujer reacciona. El miedo tiñe su rostro, pero es una emoción que no la paraliza. En un acto impulsivo, se interpone entre John y Santino, su cuerpo tembloroso y desafiante, desprovisto de todo instinto de supervivencia. Al igual que el gato, adopta una pose de pelea, dispuesta a enfrentar a John, un asesino veterano, experimentado y mortal, con tal de proteger a Santino.
—No lo toques —dice, su voz firme a pesar del terror que la recorre como un latigazo.
John la observa, sus ojos oscuros y llenos de ira. La habitación se sumerge en una tensión espesa, mientras el gato lanza un maullido bajo, como una advertencia.
En un segundo, John analiza la situación: ella no es más que una civil, alguien que probablemente ha visto demasiadas películas de acción, llena de ideas heroicas y sin sentido de realidad. Pero a estas alturas, a él le importa poco. Su paciencia se ha agotado.
—Si quieres dar tu vida por un cobarde como Santino D'Antonio, adelante —gruñe, dando un paso adelante, sin rastro de misericordia en su mirada.
La mujer no retrocede, aunque su respiración es errática y sus manos tiemblan. El gato, aún en posición defensiva, sisea y muestra sus colmillos. John avanza un paso más, y el crujido de la madera bajo su bota resuena como una sentencia.
—Última oportunidad —advierte John, su voz baja y amenazante.
Ella levanta la barbilla, decidida, y algo en sus ojos —una mezcla de terror y desafío— hace que John vacile por una fracción de segundo. Es suficiente para que el gato aproveche el momento y se lance hacia él, un torbellino de garras y gruñidos. John lo aparta de un manotazo, el felino choca contra la pared y emite un chillido doloroso antes de caer al suelo, aturdido.
El sonido hace que la mujer suelte un grito ahogado, y, en un arrebato de desesperación, se abalanza sobre John, arañándolo y golpeando con toda la fuerza que puede reunir. John apenas se inmuta; su experiencia lo ha preparado para situaciones mucho más extremas. Con un movimiento rápido, la sujeta de las muñecas y la empuja contra la pared, inmovilizándola.
—¿Eso es todo lo que tienes? —pregunta con un tono gélido, mientras la mujer jadea, incapaz de ocultar el miedo.
Los ojos de John se desvían hacia Santino, que comienza a emitir un gemido débil, despertando del inconsciente. La furia en John se enciende de nuevo, pero algo lo hace dudar. La mujer, aún atrapada entre él y la pared, murmura entre lágrimas:
—Por favor... no lo hagas.
Algo en John lo obliga a volver la mirada hacia ella, y no está preparado para lo que viene. Por el rabillo del ojo, percibe una sonrisa familiar, y su mente se resiste a creer que es real. Gira la cabeza por completo hacia donde la vio, y ahí está. No, no es una alucinación.
Una fotografía de Helen, sonriendo a la cámara, descansa en un marco blanco sobre la repisa pegada a la pared, justo al lado de ellos. Un florero con flores frescas y una veladora apagada, con señales de haber estado encendida en múltiples ocasiones, acompaña la imagen de la mujer a la que ha amado con todo su ser.
Es Helen. Su Helen. Está seguro.
John se detiene, los recuerdos se agolpan en su mente. Examina otra foto, enmarcada en negro y posada junto a la primera. Helen luce radiante, la felicidad reflejada en su rostro. John casi puede sentir su alegría. Pero no está sola. En la imagen, abraza a la mujer que él aún retiene con fuerza, aunque ahora sus manos empiezan a temblar. Ella luce diferente, sin el miedo que ahora la consume, sonriendo al igual que Helen. Están riendo en lo que parece una librería... no, es una biblioteca, la biblioteca favorita de Helen, la que está en Brooklyn. «Su club de lectura», reflexiona John.
Los dedos de John, tensos hasta ahora, pierden su fuerza. La mujer solloza, y el eco de su súplica aún flota en el aire. John la suelta lentamente, como si fuera de cristal, y retrocede un paso mientras el silencio envuelve la habitación con un peso abrumador.
La mujer se deja caer contra la pared, abrazando sus piernas en un intento desesperado por protegerse, sus ojos siguen clavados en Santino, que emite un débil quejido desde la cama. A pesar del miedo que la invade, está lista para intervenir de nuevo si John intenta acercarse.
John, sin embargo, parece haber olvidado momentáneamente a Santino. Su atención se centra en la fotografía de Helen. Toma el marco con manos temblorosas y acaricia la imagen, sus dedos recorren el rostro de la única mujer que amó de verdad. Una lágrima solitaria se desliza por su mejilla, una que no logra contener.
¿Qué significa esto? ¿El destino se está burlando de él?
De pronto, un papel en la repisa capta su atención. La caligrafía inconfundible de Helen se despliega frente a él: "Para Sara", se lee en grandes letras.
"Sara, amiga:
Sé que cuando leas esto ya será demasiado tarde, y quiero pedirte perdón. Perdón por no habértelo dicho antes, por no haberte permitido estar a mi lado cuando más te necesitaba. No quería preocuparlas, ni a ti ni al resto. Sobre todo a ti.
Te quiero como a una hermana, Sara. No tienes idea de cuánto. Sé que tú también me quieres, y quizás por eso me costó tanto contártelo. Por eso me alejé. Por eso te pido disculpas.
El cáncer no solo está acabando conmigo, también está destrozando a John. Lo veo en sus ojos, en la forma en que lucha contra esa impotencia de no poder salvarme. Me duele más por él que por mí misma. Ahora, más que nunca, te extraño. Pero sabía que si te lo decía, te preocuparías igual que él, y no habría soportado verlos sufrir a los dos.
¿Recuerdas lo que me dijiste la última vez que nos vimos? Lo de adoptar a Daisy, la cachorrita del refugio frente a la biblioteca. ¡Lo hice! Bueno, en parte. Los médicos dicen que me quedan un par de meses, así que he estado preparando todo, despidiéndome poco a poco. Llamé al refugio y pedí que enviaran a Daisy después de... ya sabes. Fueron increíblemente amables. Mi plan es dársela a John. Sé que la cuidará y la amará, y estoy segura de que, cuando llegue el momento, él la necesitará más a ella que ella a él.
Y todo fue gracias a ti. ¿Te acuerdas de Un paseo para recordar? Todavía puedo oír los sollozos de Alicia cuando terminamos el último capítulo. ¡Qué risa nos dio! No parábamos de burlarnos de ella camino a tu casa.
Esa también fue la primera vez que conocí a Canela, tu gatita. Ay, ¿cómo está? John todavía me molesta por los arañazos que me dio cuando intenté acariciarla. Dice que eres una mala influencia para mí. ¿Puedes creerlo? ¿Tú? Si eres la persona más luminosa que conozco.
John quiere conocerte, ¿sabes? Desde que probó tus galletas no deja de preguntar por ti. Siempre me dice que deberías dedicarte a la repostería, que te harías millonaria.
Supongo que terminarán conociéndose en el funeral. Sí, lo sé, suena horrible reírse de eso, pero... la ironía de la vida, ¿verdad? Mi mejor amiga y mi esposo, compartiendo el dolor de perderme. Parece la trama de uno de los tantos libros que leemos juntas.
Te extraño tanto, Sara. Pero me consuela saber que se tendrán el uno al otro. Por favor, no lo dejes caer. Al principio puede parecerte reservado, frío, pero créeme, no lo es. Él sabe cuánto te quiero y hará el esfuerzo de acercarse a ti. Te pido que lo veas como un amigo, como alguien que también va a necesitar de ti. Ayúdalo a cuidar de Daisy. Al final, todo esto lo hice por ti.
Adiós, Sara. Sigue siendo ese rayo de luz que ilumina a los demás. Y recuerda, no importa cuán oscura sea la noche, siempre estaré ahí, cuidándote. Te quiero."
John sostiene la carta con las manos temblorosas mientras observa a la mujer frente a él. Sara no aparta los ojos de Santino, con una expresión de ternura que hace que el corazón de John dé un vuelco.
¿Ella es Sara? ¿La misma Sara de la que Helen hablaba sin parar? ¿La Sara que su esposa amaba como a una hermana?
Las lágrimas nublan la vista de John, y antes de poder contenerse, la carta se desliza de sus manos, cayendo al suelo.
Sara, sorprendida, se apresura a recogerla. Cuando sus miradas se cruzan, sus palabras salen con un temblor que apenas logra controlar:
—¡Hey! ¡Eso es personal!
John parpadea, tratando de recuperar la compostura, pero su voz lo traiciona cuando finalmente responde:
—Lo siento... Yo... —traga saliva, incapaz de terminar la frase.
Sara observa la carta en sus manos, el papel ligeramente arrugado por la caída y el temblor de John. La reconoce al instante. Esa letra inclinada, cuidadosa, tan característica de Helen. La misma caligrafía que había visto en las dedicatorias de los libros que su amiga solía regalarle.
Mira a John, confundida. Su actitud ha cambiado por completo. La tensión inicial ha desaparecido, y en su lugar, sus ojos reflejan una mezcla de tristeza y miedo.
—¿Estás bien? —pregunta, con un tono más suave.
—Yo... Lo siento. —John repite las palabras en un susurro, como si se dirigiera más a sí mismo que a ella.
Antes de que Sara pueda decir algo más, John, casi de forma instintiva, guarda la foto de Helen en el bolsillo interior de su saco. Un gesto apresurado, casi imperceptible. Luego, da un paso atrás, con la mirada fija en el suelo.
—Lo siento —repite, esta vez con más firmeza.
Sin añadir nada más, se da la vuelta y se marcha.
Sara lo sigue con la mirada, sorprendida y confusa. El hombre que tenía frente a ella hace apenas unos segundos parecía decidido, casi furioso. Pero ahora se va como si cargara un peso que lo aplasta.
John camina rápido, el sonido de sus pasos resonando en su mente más que en el suelo bajo sus pies. Revivir los recuerdos de Helen, sentir su ausencia tan vívida al enfrentarse a Sara, es un golpe que no puede soportar en ese momento. Y algo más lo carcome: la idea de perder a alguien más cercano a Helen. La posibilidad lo paraliza.
Mientras se aleja, se promete regresar. Se encargará de Santino, de lo que sea necesario, pero no ahora. Ahora necesita espacio para juntar los pedazos de sí mismo que Helen dejó tras su partida.
Confundida, Sara se pasa una mano por la frente, intentando dar sentido al caos de sus pensamientos. Todo lo que acaba de pasar la deja inquieta, pero ahora tiene algo más urgente en qué concentrarse.
—¿Canela? —llama, con un hilo de voz tembloroso—. Ps, ps, ps... ven, bebé. Ya se fue el hombre malo, ya no nos hará daño.
Se incorpora despacio, apoyándose en la pared para mantenerse firme. Cada movimiento despierta una punzada de dolor en su espalda, y su cabeza late con una presión constante que amenaza con derrumbarla. Cierra los ojos por un instante, respirando hondo para no dejarse vencer.
Al abrirlos, sus ojos se posan en Santino, inmóvil sobre la cama. Su rostro sigue pálido, pero parece más tranquilo; su respiración, aunque débil, es regular.
—Aguanta, Santino —murmura, su voz impregnada de una mezcla de esperanza y miedo.
Un leve sonido bajo la cama llama su atención. Sara se arrodilla con cuidado, ignorando el tirón en su espalda.
—Canela... ¿eres tú?
La pequeña gata asoma la cabeza con cautela, sus ojos alertas reflejando el miedo que aún inunda el ambiente. Tras unos segundos de incertidumbre, sale lentamente de su escondite. Cuando reconoce a Sara, se frota contra sus piernas, buscando refugio.
Sara deja escapar un suspiro aliviado y acaricia el pelaje suave de Canela, dejando que la sensación de calma la envuelva por un momento.
—Todo está bien ahora, pequeña. Todo está bien... —susurra, más para convencerse a sí misma que a la gata.
Se queda ahí, con Canela entre sus brazos, aferrándose al calor reconfortante de la pequeña gata mientras reúne las fuerzas necesarias para enfrentar lo que viene.
GRACIAS POR LEER
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2024
Las palabras no me alcanzan para describir lo duro que fue este año. Demasiadas cosas pasaron: incertidumbre, mudanza, inestabilidad económica, duelos, pérdidas, dramas, desamor e ilusiones rotas. Sé que en el futuro voltearé atrás y mucho de esto me parecerá lejano o incluso se irá al olvido pero, de ser posible, me gustaría pedirle al tiempo que no me arrebate o diluya aquel 20 de julio.
Lamentablemente no tengo una buena foto de aquel día, solo una que le tome a un libro como recordatorio para comprarlo después, la única prueba de que aquello realmente sucedió pero… La puntualidad de quedar a las 10 y llegar media hora antes para no hacerla esperar sola; la sorpresa de sentir sus manos que me jalaban al vagón del metro porque me había perdido leyendo, impidiéndome verla llegar; luego estar sentados el uno al lado del otro en el vagón, la timidez buscando iniciar una plática interesante — es más linda de lo que recordaba. Criticar las creencias absurdas que podemos llegar a tener. —¿En qué cosas absurdas crees tú? —pregunto. —En el amor —me responde sin pensar. Suelto una carcajada, inteligente y ocurrente, ¡me encanta!
Salir del metro para continuar el camino a pie, confiar en que esta vez sí leeré bien el navegador y no erraré en la ruta. Recorrer las calles, ella del lado de la banqueta, yo del lado de los carros porque es más seguro para ella. Escucharla quejarse de su compañero incompetente, de cómo su jefe es extraordinario y por qué NO el pobre es pobre porque quiere. Llegar a nuestro destino: una librería, una mujer de palabras entre muchos libros. Almorzar, charlar y recorrer la librería. Ayudo a cargar los libros que le llaman la atención o los que estaba buscando e imagino mil y un tardes de sábado recorriendo librerías con ella, cargando sus libros, leyendo la contraportada de cada uno de ellos esperando que alguno capte mi atención para también leerlo, y comentarlo, y atesorarlo, con ella.
Dirigirnos al centro para ver si encontramos los libros más baratos, primero por metrobús y luego caminando por Reforma. —¿Has probado alguna vez el pan garibaldi del Globo? —No, nunca. —Ven, vamos, tienes que probarlo. Compro dos panes pequeños, uno para ella y otro para mí. Nos sentamos y antes de probarlo le toma una foto. —Sí, soy la morra que le toma fotos a la comida —me río y le digo —Está bien —tratando de ocultar mi anhelo de llevarla a probar las comidas más deliciosas e instagrameables que podamos encontrar.
Llegar a la segunda librería y no encontrar los mismos libros. —Lo siento, no debí sugerir que viniéramos acá —digo apenado. —No te preocupes, libros van y vienen, ya tendré oportunidad de comprarlos —dice ella sin prestarle gran importancia; sin embargo, yo estoy que me muero de la culpa por tan mala sugerencia. Salir e ir por un café y, aún con la culpa a cuestas, sentir como ella me toma del brazo para no perdernos entre el mar de personas. Ya no más culpa, ya no más pena, mi corazón ahora baila.
Es curioso cómo los lugares que frecuentamos y que a veces no les prestamos mucha atención pueden albergar experiencias en nuestro haber futuro. Lo digo porque justo me pasó con ella: terminamos en una cafetería que siempre había formado parte del paisaje de mi camino pero a la cual nunca había puesto atención. —Esta cafetería es una de mis favoritas. Cuando era estudiante, venía y me ponía en un rincón para ver todo el mundo de personajes que venían a tomar café —me cuenta ella, y yo solo no puedo dejar de pensar en todas las veces que pasé frente al local y que probablemente ella estuvo aquí, que hermosas coincidencias.
Finalmente, terminar en mi casa, mojados por la lluvia que parecía no iba a llegar. Secarnos para después dejarnos caer en el sillón y, como no queriendo la cosa, terminar en el mejor abrazo que nunca antes nadie me había dado. Saborear su aroma, sentir su respiración y unas ganas inmensas de fundirme en ella, solo para después recibir uno de mis top 3 mejores besos de toda mi vida… Podría continuar, pero lo demás lo tengo tan grabado en mi ser que no veo necesario registrarlo, solo diré que ese abrazo, ese beso, ese "Eres guapísimo" me acompañan desde ese día y para siempre.
PD: Consuman manga y anime. PD 3: Espero te encuentres bien, tomando agua, haciendo ejercicio, durmiendo 8 horas y alimentándote sanamente. PD 12: Cuídate mucho. PD 101: Mi mejor primer cita hasta ahora.
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La reconocida psicóloga y autora argentina Lorena Pronsky regresa a Montevideo para presentar su primera novela, Loca. Esta obra desafía los conceptos convencionales de salud mental a través de la historia de Carola Henner, una mujer que enfrenta sus propios límites y toma decisiones radicales en la búsqueda de una vida auténtica. El evento se llevará a cabo el próximo martes 19 de noviembre a las 20:00 horas en el Teatro del Anglo, con entradas en venta a través de RedTickets. En Loca, Pronsky utiliza una narrativa cruda, irónica y profundamente introspectiva para adentrarnos en los desafíos psicofísicos que enfrentamos al intentar alcanzar metas impuestas por una sociedad de consumo que promueve ideales inalcanzables. La historia de Carola nos invita a reflexionar sobre temas universales como el autoconocimiento, la reconstrucción personal y la aceptación de nuestras zonas más oscuras. Con una pluma afilada y humor filoso, Pronsky sumerge al lector en un relato lleno de enseñanzas donde la amistad, los lazos familiares, los vínculos afectivos y el erotismo se entrelazan en un viaje de crecimiento y sanación. Sobre Lorena Pronsky Lorena Pronsky es psicóloga egresada de la Universidad Católica de La Plata y una figura influyente en el ámbito de la psicología y el bienestar emocional en Argentina. Autora de seis best sellers, Pronsky ha explorado temas de salud mental y vínculos afectivos en sus libros anteriores, como Rota se camina igual, Curame, Despierta, No amarás, y Flores en el barro. Su estilo directo y accesible la ha convertido en referente de miles de lectores que buscan comprender y mejorar sus relaciones y su vida interior. Detalles del evento Fecha: Martes 19 de noviembre Hora: 20:00 Lugar: Teatro del Anglo, Montevideo Entradas: A la venta por RedTickets No te pierdas esta oportunidad de conocer a Lorena Pronsky y sumergirte en las complejidades de Loca, una novela que explora la salud mental desde una perspectiva humana y profundamente honesta.
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Crecí en una casa rodeado de mujeres, mi abuela me crio y siempre fui más apegado a mi madre, mi padre nunca fue ese típico papá que te enseña a jugar baseball o que te enseña a conducir, me refugié en los videojuegos y la música y en algún punto me volví asocial y tímido para hablar, sufrí depresión en mis primeros semestres de preparatoria, las series, música y libros me ayudaron con eso, siempre he pensado que las personas con tatuajes estan un poco rotas por dentro, no hablo de que solo tengan 3 ó 4 tatuajes hablo de tener más de 10 y tatuajes grandes, creo que en mi caso son para sentirme rudo, soy sensible y me asustan muchas cosas pero tener un tatuaje en una zona dolorosa me hace sentir diferente, trato de convencerme de que soy un hombre fuerte y no un niño débil, tal vez necesité una explicación.
#cosas de tumblr#cosas que pasan#cosas que pienso#cosas del alma#amore triste#cosas que decir#amor#citas de amor#cosas del amor#me siento triste#depresión
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ELENA DEL RIVERO & CRISTINA RIVERA GARZA
I
las individuas
Llegaron una a unacomo gotas; una auna como naipes. Llegaron como llegan a veces las individuas —indisolubles, solitarias, muertas de calor o de frío, sucias de días, exhaustas.
Supongo que todas llevan las uñas rotas.
II
la manera en que levita la prosa
La primera emergió del Mar del Norte a mediados de febrero. Más que una aparición, un flash back. Un corte —violento, sagaz, preciso— en el oleaje mercurial. Tan pronto como se alisó el pantalón de mezclilla y la camiseta negra, pidió un cigarrillo. Preguntó por el nombre del lugar, la hora. Miró a su alrededor con la Mirada Horizontal.
—Esto se llama Aquí —dije. Y son las 2: 37.
—¿De la tarde o de la mañana? —por la pregunta supe que venía de otro planeta y que su mente tenía cierta inclinación por lo que aquí llamamos exacto. Por la manera en que aspiró el humo del primer cigarrillo y, después, lo dejó ir, supe lo que tenía que saber. Esa grisura. Ese terco callarse. En ese momento, exactamente como la prosa, una mantarraya se despegó apenas de la arena y, bajo el peso del agua,levitó.
—Del Ahora —sugerí.
El nombre con que se inscribió en el registro civil de Este Mundo es el de Amaranta Caballero.
_ ¿Ha estado usted alguna vez en el Mar del Norte?, fragmento del libro Feliz como con mujer, Cristina Rivera-Garza.
_Elena del Rivero, Memory I, #97, 2020, 9/11 and Sandy salvaged fragments of oil on primed linen, coated silver leaf on primed linen, stitching, 9/11 damaged postcard, Bernini’s Ecstasy of Santa Teresa, Chiesa Della Vitoria, Rome ink, a pearl, acrylic and graphite on museum board, 13” x 11”
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La idea de esta entrevista comenzó por una charla en 2022 una tarde en el Anexo MMAMM en la muestra de La vida secreta de las imágenes. En el día de hoy, 12 de abril de 2024, la cita comenzó en el marco de un día frío entre mates, salsitas y falafels recién horneados. Como se extendió largamente, el siguiente texto registra algunos pasajes intervenidos por la imaginación y el magnetismo que esta historia nos produjo, en su capacidad de mantenerse en el punto justo entre el misterio y la huida, como ejemplo de un modo de vida particular y esquivo, en el medio de una Mendoza en un proceso de transformación, manteniendo brillante el poder y la gravedad de una mujer para habitar la diferencia.
La historia de mi abuela es como una especie de leyenda, porque no hay nada cierto cierto. Son cosas que se decían, cosas que se cuentan. Por palabra de ella no tenemos la historia. Es una historia que ha venido a nosotros por mi viejo. Mi abuela era una persona que le gustaba mucho el arte. Ella quedó huérfana en Santiago del Estero. Ella se llamaba Kira Kadiajh y nosotros tenemos el apellido de ella.
¿Kira con k? Bellísimo
Sí. Era blanca mi abuela, tenía ojos claros, rubiecita, nada que ver con nosotras. Bueno ella se cría en el orfanato, se escapa a una edad, no sé si a los 16, con una amiga. Las vuelven a agarrar, las meten otra vez al orfanato, se vuelven a escapar y se van a Buenos Aires. (Ahí) yo no sé porqué se involucra o entra en contacto con la gente del arte. En algún momento alguien dijo que ella quería ser actriz y después sabíamos que había posado en la Escuela de Bellas Artes, para un escultor. Ser modelo era un laburo que a ella le servía y le pagaban muy bien, así que empezó a rodearse de artistas. Yo pienso que allá se quedó embarazada de Estrella, mi tía mayor, porque ella cuando después encuentra a su papá, era porteño. Pero la cría acá en Mendoza. Después viene mi papá, Máximo (Turco Máximo Kadiajh) y la última hija que tiene es mi tía Argentina, que le decimos todos Tina. No sé cómo llegaron a Mendoza, mi abuela viene con mi abuelo Luis. Él estudiaba, sabía muchas cosas, pero no tenía la ambición de una carrera. Era hijo de militares, tenían plata. No sé cómo se conocieron, se vinieron sin nada. Mi abuela era muy anarquista, vivían como en una especie de bohemia: tocaban la guitarra, escuchaban música clásica, leían mucho. Eran gente muy culta en una situación muy rara, diferente.
Acá nace mi papá y mi tía Argentina. Los tres hijos son de padres distintos. Lo cuento porque me parece muy importante. Ella era una mina muy libre, practicaba esa libertad, con mi abuelo presente. Nunca se casó. Ellos pasaron un tiempo con los chicos en una villa que se había hecho al lado del zanjón que está en Las Heras, (a muchxs) les dieron casa en La Favorita. Mi abuela no quería vivir en un barrio, rodeada de gente, así que se fueron al cerro a vivir, enfrente de la rotonda del indio (Parque Gral. San Martín), en la subida/bajada del anfiteatro (Teatro Frank Romero Day). Ahí había como una especie de quebradita y donde terminaba estaba el rancho, la casa de piedra con el techo de chapa que hizo mi abuelo. Esa es la casa que yo conocí de mi abuela, era una aventura ir para nosotras, era divino. Subíamos por la quebrada y llegabas a la pared de piedra, caminabas un poquito y aparecía el patio. La casa era solo dos espacios: la habitación y la cocina. La habitación tenía unas escaleritas de piedra para abajo y ahí tenían el colchón en el piso, con una frazada de pulloveres cosidos, de muchos colores. Me acuerdo siempre que tenían una especie de chimenea que no se usaba, como de adorno, y arriba de la chimenea estaba llena de libros, una pila de libros para arriba. Afuera había grupos de cabezas de muñecas con algunos peines, un espejo, del otro lado una montaña de pilas… Como los pájaros pergoleros ¿los conocen? Acumulaciones muy ordenadas de cosas: cabezas de muñecas, muñecas rotas, pilas, hojas de gillette, cosas así, todo ordenado y un horno de barro. No había baño, si estaba todo el monte. Me acuerdo que mi abuela nos daba papelitos morados, en los que venían envueltos las manzanas ¿se acuerdan? Ahora no vienen así. Ella los juntaba y nos lo daba y nos decía “si les falta se buscan una piedra muy lisita y con eso terminan de limpiarse”. Nosotras íbamos y le robábamos la plata a la virgencita (Virgen de Fátima Milagrosa). Nos llevaba al cerro y se ponía a leer mientras jugábamos y volvíamos llenos de garrapatas.
Mi abuela a mi tía Estrella la mandó a ballet. Desde esa misma casa ella quería que sus hijos tuvieran una educación artística y los mandó a buenas escuelas. Ella (la tía) bailó mucho tiempo en el Independencia y después se fue al Colón y del Colón a Europa, hizo una carrera. Mi papá estudió mucho con Lahir Estrella, que es muy conocido por la Escuela de dibujo al aire libre, y después entró a la Escuela de Bellas Artes. A mi tía Argentina la mandó a estudiar Francés, creo que ella sí era hija biológica de mi abuelo (Luis). La cosa es que la historia de mi abuela es una historia que no la vamos a saber nunca jamás. Ella no quería contarles a los hijos la vida que había llevado.
Pero se había ido armando como un relato entre los hijos…
Sí. Mi papá una vez contaba que a la casa iba Scalco (Juan), porque ella posaba también para la Escuela de Bellas Artes de acá. Yo no sé si es verdad o no, dicen que posaba para muchos viejos artistas, lo conocía Cúneo también (Víctor Hugo Cúneo), dice que se aparecían en la casa. Mi abuela compraba en la ciudad, en una librería conocida de la época, muchos lotes de libros completos, en los que venían muchas clases de libros: esas son las pilas de libros que veíamos en la casa. Ahí se juntaban muchos escritores en los 60’s o finales de los 50’s. Ella compraba el diario Qué pasa? del partido comunista, mi papá estaba afiliado al PC, mi abuela decía que ella era anarquista y también de izquierda. Contó en algún momento que había estado presa embarazada por haber repartido panfletos anarquistas en la época de Perón en San Juan, por eso mi papá nació en San Juan (1949). Mi abuela se vuelve villera, empieza a vender yuyos del monte, los seca y los vende, los trueca. Mi abuelo era electricista, cada tanto trabajaba de eso. Trabajaban lo justo y lo necesario.
Mi viejo tenía una relación muy particular con mi abuela. Siempre iba a laburar con ella desde chiquito. Es un tipo que se crió en el monte, como un animal salvaje corriendo por el cerro. Cuenta que una vez agarraron unos leoncitos que se habían salido del zoológico y se los querían llevar. Esas cosas. Mi abuela le decía Machi, por brujo, porque era un tipo muy intuitivo. Mi papá dibujaba muy bien, pero quiso hacerse boxeador, a lo que mi abuela le dijo “si vos te hacés boxeador te vas a volver tonto”, entonces se hizo ciclista. Abandonó la escuela, abandonó todo. Después cuando conoció a mi mamá y nosotras nos hicimos grandes decidió terminar la secundaria y se metió a diseño de productos. Siempre tuvo oficios, una bicicletería, soldar, fibra de vidrio, serigrafía, de todo…un tipo con muy buena manualidad. Terminó trabajando con los diseñadores que se recibieron, el Pupo Boldrini, con el Gato Ficcardi, con el Ari Doctors; él llevaba a volumen lo que los chicos diseñaban. Ahora está estudiando guitarra. Tiene eso de mi abuela, de siempre estudiar, siempre autodidacta.
Los domingos discutían de política a los gritos. Después se saludaban y mi papá se iba, era la forma de cariño entre ellos. En mi casa siempre se discutió mucho aunque mi papá fuera machista, todas opinábamos. Discutíamos a los gritos, fumábamos y tomábamos mates, era así en la casa. Mi papá tiene una práctica de la discusión que ha heredado de mi abuela, que practicaba con ella. Tiene una manera de argumentar, genera una especie de orden, una secuencia, algo lógico que para mí era un juego al que había que llegar, y como a mí me interesaba la relatividad, que algo podía ser así o no, lo tenía que argumentar muy bien para ganarle.
¿Y tu abuelo?
Mi abuelo se muere en el cerro. Un día mi papá llega al cerro y mi abuela lo recibe y le dice “tu papá está muerto en la pieza”. Lo ve y estaba así, muerto, allá arriba. Debe haber sido re fuerte eso para él. Bueno, hace todos los trámites, lo velan a mi abuelo y decide traer a mi abuela del cerro a mi casa (Jesús Nazareno). Ella murió en el 89 y vivió con nosotros cinco o seis años, yo era chica (Sabri nació en 1974). Ella siempre caminaba, salía del cerro, iba hasta la ciudad, volvía. En la casa del cerro no había luz así que se iluminaban con velas, no había gas así que cocinaban con leña. Y tampoco había agua así que iban a buscar agua del Anfiteatro. La vida era así, ese era el sustento. Ser electricista mi abuelo y mi abuela hacer esos trueques con los yuyos. La cosa es que cuando se la trae a la casa, nosotros teníamos una casa pequeña también, casi una réplica de la del cerro pero con un baño afuera y hecha de bloques en vez de piedra. En la habitación mi papá había hecho un tabique, del otro lado dormía mi abuela y cuando prendía fuego se llenaba todo de humo. Ahí empiezan una serie de temas porque había que vivir con mi abuela. No dejaba de hacer las cosas que hacía en el cerro y eso generaba conflictos con mi madre, que venía de una familia donde la limpieza era un valor social muy importante.
Mi abuela extrañaba mucho su casa. Se iba y no volvía, se volvía al cerro, caminando hasta allá. Eso lo hizo varias veces, ella estaba acostumbrada a caminar. Así que para que no volviera mi viejo un día se fue allá con una maza, un martillo y tiró la casa, solo. Le tiró la casa. Le dijo “te tiré la casa, ya no vas a poder volver”.
Me acuerdo que cuando volvía del colegio me bajaba del colectivo en la avenida y la buscaba, buscaba un humito. Cuando lo encontraba ahí estaba la vieja en el fuego, tomando mate, leyendo, haciendo alguna cosa. Ella estaba más vieja, seguía trocando algunas cosas. Le metía el verso a alguna gente. Una vez estaba doña Godoy que vivía del otro lado y mi abuela le estaba haciendo un rito de bruja, pero ella decía “esta gente se cree cualquier cosa, yo le hago esto, me pagan unos mangos y así tengo plata”. Era vivir de lo que se podía como se podía, así aprendió a vivir en la calle.
Mi abuela nació el 11 del 11 del 11. Ha marcado mucho, yo siempre la he sentido muy presente en mí, ha sido muy importante. Después de un tiempo la dejé ir porque uno a veces se aferra demasiado a las cosas que le parecen importantes. Tiene como una dimensión muy mágica en la vida de uno, en un momento dije ya está, porque era ella, el número 11 por ella, tener su apellido que me encanta… Pero es una mujer que sufrió un montón, no la pasó muy bien. Escribía mucho, hacía listas de tareas del día, llevaba un diario. Llevaba muchos diarios escritos con una letra prolija cursiva muy linda… Siempre pienso que había sufrido mucho, que no fue fácil para ella. Había momentos en los que yo creía que estaba loca. Por ejemplo una vez había venido mi tía Estrella de Buenos Aires, entonces iban a llevarla porque se iba en tren, entonces ella para despedirse se puso un vestido, un pañuelo atado acá (en la cabeza) y unos lentes así, que los tenía guardados y venía riéndose, con un diente, como loca.
Después mi papá le construyó una casa en el fondo. Nosotras jugábamos mucho en el fondo y a mí me gustaba verla… Charlábamos mucho. En una época estaba estudiando alemán con unos diccionarios y por ahí repasaba cosas conmigo. Me explicaba algo de política, yo no entendía nada de lo que ella me decía y encima me decía “¿entendiste? a ver explícame” y yo no podía.
Un día me pelié con mi abuela. Le reclamaba que no se bañara. Después de grande entendí que era algo que me venía de otro lado y era algo que yo tampoco pensaba. Me acuerdo que ella me miró como diciendo “bueno, qué le voy a decir a esta nena que no ha pasado ni la mitad de lo que yo viví”. Odiaba a las monjas porque decía que de niña le pegaban con toallas mojadas, odiaba mucho a la iglesia. Le gustaba mucho el arte, escribía y leía mucho. Sus diarios parece que se perdieron.
Hay imágenes que me han quedado grabadas en la cabeza, por lo raras, por lo locas. En la nueva casa no hacía cúmulos, tenía la cama, el mueble esquinero “de mi abuela”, y donde hacía el fuego, que estaba todo tiznado. Tenía una fuente con lejía y lugares donde secaba los yuyos. Entrabas y veías la carqueja, el ajenjo, el poleo, todo lo que recolectaba de la montaña. No tenía un jardín, solo tomaba las cosas que necesitaba de la naturaleza. Yo me dejé un libro de ella que decía que se lo había robado de la Biblioteca Gral. San Martín. Es un libro de yuyos viejo, está roto, tiene páginas arrancadas, y tenía algunas cosas escritas, muy poquitas. Nosotras conocemos de los yuyos por mi mamá, por sus hermanas sanjuaninas y por mi papá, esa información nos llega indirecta de mi abuela.
La historia de mi abuela es como una incógnita para mí. Los recuerdos no se si son recuerdos o los hemos fabricado. Esas imágenes que tengo de haber ido a su casa, esa casa tan extraña, rarísima. Una vez soñé que alguien se metia a esa casa, a ese lote, habían hecho una especie de bar y yo pensaba “por qué están acá, se tienen que ir”, yo los miraba con tanta bronca que les prendía fuego, los incendiaba para que se vayan. Algo que haría mi abuela.
Una justicia acorde a tu abuela. Es impresionante pensar en una persona que prende un fuego todos los días de su vida, incluso cuando ya no es por supervivencia…
Claro, cuando vivía con nosotros ella tenía una garrafa y un anafe, y nunca lo usaba, tampoco prendía la luz. Prendía la vela y hacía el fuego. Y no se bañaba seguido. Viste que la limpieza tiene una carga moral. Yo me acuerdo que los domingos que se quedaba, se ponía al sol y se pasaba yodo en las rodillas, sentada en el escaloncito de piedra de la casa. Se curaba, le daba fuerzas para caminar, porque caminaba todos los días. Los perros de la casa la esperaban, ella se iba por atrás en el fondo, abría la tela y salía, era como una entrada. Ahí los perros nuestros se ladraban con los perros de doña Chayra, una vieja venida de Bolivia y que tenía pica con mi abuela. Una vez se levantó la falda delante mío, me mostró que tenía todo pelado y una cicatriz gigante y dijo que mi perro el Tango le había hecho eso, pero mi abuela me decía que era mentira, que estaba loca la vieja (risas). El fondo de mi casa era nuestro lugar de juego y mi abuela nos veía jugar. Por ahí ponía un sapo colgando, se mandaba alguna cosa mentirosa para hacerse la bruja, para ganarse unos mangos.
Mi abuela fallece en mi casa. Un día la trae un señor porque ella le había querido robar unas frutas que tenía en la camioneta y casi la pisa, entonces la lleva a la casa. Vuelve toda sucia, mis hermanas no la querían tocar, así que yo la ayudé y me acuerdo que me dijo “nena, vos sos mala pero sos buena”, así me dijo (risas). Después de eso me acuerdo que la fuimos a ver atrás porque estaba mal: tenía la lengua azul, había tenido un infarto en la noche. Mi papá se la lleva al hospital al otro día y mi abuela le deja una plata que había ahorrado para el entierro, le dice “yo no voy a volver”. Mi papá cuenta que en el hospital se bañaba todos los días, estaba blanca, muy limpia. Se hacía una limonada con levadura de cerveza, algo que yo hago también, me encanta; también se la daba a mi papá cuando volvía de entrenar. A los días se muere en el hospital. Fue la primera vez que lo vi llorar a mi papá, mucho. Yo después soñé con ella. Venía con un vestido muy elegante negro, divino, y con un pan. Golpeaba la puerta y me daba el pan, una hogaza de pan. Se iba con mi papá que estaba llorando en la mesa y lo cubría con el coso negro (vestido) para que se calme.
Me parece que todos nos portamos mal con ella, que ella sufrió mucho. Que era una mujer muy sensible, muy inteligente. Yo creo que hizo lo que pudo, quizás si hubiese hecho lo que quería, hubiese sido actriz. Fue una mina que no se quería adaptar socialmente, que no iba a cumplir ninguna de las leyes sociales establecidas, de hecho no cumplió ninguna. En ningún sentido nunca. No quería juntarse con la gente, fue una ermitaña, una mujer dura. Yo creo que no votaba, no sé si tenía documento. Se interesaba por la política más como una cuestión existencial, algo muy personal. Estar por fuera del sistema desde ese lugar es algo durísimo.
Ella me decía “nena vos tenés que ser modelo”. Quizás por eso también terminé posando…Yo después empecé a posar. El enganche con ella me ha servido creativamente, para sostenerme en ciertas cosas que no sé si son mi vocación. Yo llegué al arte porque me gustaba hacer otras cosas pero después empecé a posar y me acordé de ella, era como importante que ella hubiera posado, era una herramienta que me servía para posar, que le gustara el arte. Ha sido una influencia indirecta, algo más mágico, una cosa a la que yo voy a tomar, a apropiarme porque me sirve como herramienta para desnudarme, porque no es fácil desnudarse. Cuando me desnudé por primera vez pensé en ella.
Ella cuenta que en la estatua del indio es ella con mi viejo en los brazos, la que está en la esquina de la terminal (Monumento al Cacique Guaymallén de Mariano Pagés). Yo pienso que sí, que es factible, iban los pintores y los escritores hasta allá a la casa, tenía ella esa relación con esa gente. Yo la veo y la veo a ella, sé que es ella, mi abuela.
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El angel de la independencia
Se inauguró para conmemorar el centenario de la indpendencia. diosa griega de la victoria Niké.
La columna tiene adentro un cofre con el acta de la independencia y monedas de la época.
Diseñada por Antonio Rivas Mercado. esculturas de Enrique Alciati. Inspirado en la columna de trajano en Roma y la columna de la victoria en Berlín.
Tiene una corona de laurel para colocarséla a los héroes y una cadena rota de tres eslabones que simbolizan los 3 siglos de dominio español.
Está decorada con hojas de palma y dos anillos que llevan los nombres de Agustín de Iturbide, Juan Aldama, Ignacio Allende, López Rayón, Hermenegildo Galeana, Mariano Matamoros, Guadalupe Victoria y Manuel Mier y Terán
En el pedestal está Miguel hidalgo con la musa de la historia con un libro y la musa de la Patria con una coronoa de laurel.
En cada esquina está vJosé María Morelos y Pavón, Francisco Xavier Mina, Nicolás Bravo y Vicente Guerrero
En la fachel lado oriente se encuentra un escudo con las fechas de la independencia (1810–1821), y “La nación a los heróes de la Independencia" y delante un león gigante en bronce (que simboliza fuerza en la guerra) conducido por un niño (que simboliza inteligencia)
En el interior del Monumento a la Independencia, mejor conocido como El Ángel de la Independencia, se encuentra la zona de urnas. En 1925, los restos de Miguel Hidalgo y Costilla, Ignacio Allende, Juan Aldama, José Mariano Jiménez, José María Morelos y Pavón, Pedro Moreno, Víctor Rosales, Francisco Xavier Mina, Guadalupe Victoria, Vicente Guerrero, Andrés Quintana Roo, Leona Vicario, Nicolás Bravo y Mariano Matamoros fueron trasladados de la Catedral Metropolitana
La única mujer es Leona Vicario, no está la corregidora, Josefa Ortiz de Domínguez por que está en Querétaro.
En el temblor de 1957 el ángel y se cayó y se tuvo que volver a hacer.
La cabeza original la puedes encontrar en el archivo histórico de la ciudad de méxico
En 1843 Santa Anna lanzó un concurso para constuir una columna que festejara el centenario de la independencia. Se cólo sólo la base, el zócalo. Se inició la construcción, pero cuando la columna llevaba solo un metro se tuvo que abandonar por falta de fondos.
En 1865 se hizo un segundo concurso, Carlota acompañó el evento de colocar la siguiente piedra, pero no prosperó. Cuando se restauró la república se retomó el proyecto, pero en El Paso de Degollado. Con la apertura de la nueva calle y las colonias Tabacaleras y Americana, hoy Juárez.
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▍𝐃𝐎 𝐘𝐎𝐔 𝐇𝐀𝐕𝐄 𝐍𝐎 𝐒𝐎𝐔𝐋?
ᵀʳᵃᵐᵃ ʲᵘᶰᵗᵒ ᵃ Lily Rose ᵖʳᶤᵐᵉʳᵃ ᵖᵃʳᵗᵉˑ
𝐅𝐥𝐚𝐬𝐡𝐛𝐚𝐜𝐤 – 𝟏𝟎 𝐝𝐞 𝐌𝐚𝐫𝐳𝐨 𝐝𝐞 𝟐𝟎𝟎𝟎. (2023)
𝘓𝘰𝘴 𝘈́𝘯𝘨𝘦𝘭𝘦𝘴.
“ 𝑇𝑒𝑛𝑔𝑜 𝑢𝑛 𝑣𝑎𝑔𝑜 𝑟𝑒𝑐𝑢𝑒𝑟𝑑𝑜 𝑠𝑜𝑏𝑟𝑒 𝑚𝑖 𝑖𝑛𝑓𝑎𝑛𝑐𝑖𝑎, 𝑚𝑒 𝑑𝑖 𝑐𝑢𝑒𝑛𝑡𝑎 𝑐𝑜𝑛 𝑙𝑜𝑠 𝑎𝑛̃𝑜𝑠 𝑞𝑢𝑒 ℎ𝑎𝑦 𝑢𝑛 𝑚𝑜𝑚𝑒𝑛𝑡𝑜 𝑐𝑜𝑛𝑐𝑟𝑒𝑡𝑜 𝑒𝑛 𝑒𝑙 𝑞𝑢𝑒 𝑝𝑜𝑑𝑟𝑖́𝑎 𝑑𝑒𝑐𝑖𝑟 𝑞𝑢𝑒 𝑡𝑒𝑛𝑔𝑜 𝑙𝑎𝑔𝑢𝑛𝑎𝑠. ”- Avalon Delacour.
𝐀𝐧̃𝐨 𝟐𝟎𝟎𝟎.
Los cuentos de hadas siempre vienen cogidos de la mano por una historia romántica. Una lucha por la cual el protagonista lo da todo con el objetivo de alcanzar el amor, por otro lado, lo que no te cuentan son todos los problemas que hacen que ese amor tiemble, sufra y alcance la quiebra. Eso fue precisamente lo que les ocurrió a Liam y Arthur, un matrimonio que terminó de la peor manera posible, por otro lado tan solo había una cosa que los unía y era su hija Avalon.
Separarse de una persona con la que has convivido durante mucho tiempo es de las peores experiencias posibles. La sensación es parecida a cuando dejas por primera vez la casa de tus padres. Te da miedo, sientes que estás a la deriva y que nadie más que tú, eres la única persona capaz de salir de ahí. Te encuentras vacía por dentro e incluso diría que un poco rota. Hace que te replantees si lo que hacías era realmente porque te gustaba a ti, o lo hacías por la otra persona. Avalon tan solo tenía cinco años cuando todos esos sentimientos, los cuales no sabía gestionar, cambiaron su perspectiva sobre el amor.
En el colegio se habían enterado de su situación actual, tanto alumnos como profesores. Las noticias en aquél lugar volaban como la pólvora. El bullying que llevaba atormentando a Avalon desde que entró a primaria fue en aumento, su situación era insostenible. Decidió encerrarse en las bibliotecas para mantener su cabeza ocupada y no escuchar las habladurías a su alrededor. Se embriagó de tantos libros como le fue posible, llenando su cabeza de fantasías e historias jamás vistas, todo para no enfrentarse a todos esos sentimientos que comenzó a reprimir para sí misma.
Una fría mañana de Domingo, Avalon se dispuso a ir a la biblioteca por el mismo camino que recorría todos los días. Para ella el trayecto era bastante agradable. No solía transitar mucha gente y, para poder llegar allí, tenía que pasar por uno de sus parques favoritos. No era muy grande, las zonas verdes de césped parecían estar puestas al azar, mientras que la arena color ceniza cubría la mayor parte de su extensión. Los columpios estaban oxidados, chirriando cada vez que se balanceaban por el viento. Las escaleras para subir a los toboganes les faltaba algún que otro escalón de madera. Tenías que usar guantes si no querías clavarte alguna astilla. Pese a ser un lugar frío y descuidado, Avalon veía encanto en él, veía una historia, una lucha, el pasar del tiempo. Incluso diría que la fuerza de voluntad al seguir en pie pese a sus condiciones. Se veía reflejada en aquellas piezas de madera rotas y astilladas pero aún firmes con la intención de no soltarse.
Con el pasar de los días Avalon memorizó hasta el último rincón del parque, lo llamó “el reino perdido de Avalon”. Sin embargo ese día algo había cambiado, el sol parecía haberse encapotado, tornando todos los colores vivos en colores sin luz. Justo frente a ella se encontraba una persona que descansaba en uno de los bancos de madera más próximo a los columpios. Avalon no consiguió ver su rostro al completo ya que le escondía la mirada unas enormes gafas oscuras. Jamás se había encontrado a una persona como ella en ese parque, y mucho menos vistiendo aquella ropa que gritaba desde lejos todo el dinero invertido. Los tacones estaban clavados en el poco césped que rodeaba el banco. Avalon se le quedó mirando durante un buen rato embelesada por sus acciones, hasta que pareció notar su presencia.
– Si sigues mirándome así, me vas a terminar desgastando. - Inició la mujer con una voz altiva.
– Eso es teóricamente imposible. – Objetó Avalon. – La mirada no puede desgastar ya que no es una cosa que se pueda usar o causar algún roce en una superficie, por otro lado, sí puede generar incomodidad. Suelen decirme muchas veces que incomodo.
Por la expresión gesticulada en los labios la mujer parecía estar interesada en ella, ahora toda su atención se cernía sobre aquella niña. Cruzada de brazos, alzó el mentón en su dirección. Avalon terminó viéndose reflejada en sus gafas oscuras.
– ¿Cómo te llamas? – Preguntó.
– Mis padres me han enseñado a que no debo decirle mi nombre a los extraños.
– Eso dicen los buenos padres – Reafirmó sus palabras. – Pero… Cuando conoces a alguien por primera vez ¿Qué haces entonces? – Expuso con picardía, alzando una ceja por encima de la gafa. Avalon se quedó callada durante unos segundos, pensativa. Aún se hacía notar su desconfianza. – Yo me llamo Lily, acabo de mudarme hoy y no conozco a nadie, eres la primera persona que me encuentro.
Desde aquél día Lily la esperaba siempre en aquél parque, tanto a la ida como a la vuelta de la biblioteca. A base de preguntas, juegos de lógica y largas charlas por parte de Lily consiguió ganarse su confianza. Se convirtió en la persona “confidencial” a la que le abrió su pequeño corazón. Fue como abrir la caja de pandora donde se escondían miles de preguntas sin respuesta por las que Avalon no consiguió encontrar en los libros de lectura. Le contó desde la separación de sus padres hasta el bullying que sufría en la escuela, causas que la llevaron a encerrarse horas y horas en las bibliotecas, rodeada de libros. Poco a poco comenzó a contarle de sus historias favoritas, e incluso hipótesis sobre grandes filósofos que se hacían preguntas constantes como ella.
Se encontraban las dos sentadas en el banco. Avalon había sacado de su mochila los libros que se iba a llevar a casa para continuar con su lectura, mientras que Lily parecía haberle traído galletas con pepitas de chocolate.
– Me has contado muchas cosas sobre ti, lo único que me falta es saber cómo te llamas. – Repuso.
– Me llamo Avalon... – Contestó finalmente ella. – Avalon Delacour.
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"Una muestra poética de Melissa Nungaray, perteneciente al libro 'El cielo cae a voces'"
En el centro hay una cruz,
rayo tenaz en la penumbra,
polvareda simiente de las cicatrices.
La mujer apaga el interruptor
y el tren se detiene,
lluvia de pétalos durante todo el año,
rieles en su pecho estremecidos.
Buzón lleno en la flor del laberinto
y ningún cartero vivo que busque
las piedras insulares en la corriente.
Las casas, jeroglíficas asunciones,
brazos de espada rota combatientes,
allá la montaña crece en sed de sortilegio,
allá el olvido cae en viento nagual,
transparencia o aprendizaje de los sentidos
que sucumben en tatuaje de profecías,
escuela de vacuidad consagrada
a la contradicción de luces de arena
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