#latiera
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high infidelity (Enzo Vogrincic x fem Reader)
Sé que llevan tiempo queriendo un capítulo un poco más tranquilo, así que perdón de antemano TTTTTT ajajjajaja
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Capítulo 11:
Si Alana pudiera pedir una sola cosa en el universo: Esta sería quedarse justo aquí donde estaba.
No recordaba haber dormido así de bien alguna vez en su vida, el ambiente estaba frío pero una enorme sábana la cubría de cuello a pies, además unos largos brazos le rodeaban la cintura, haciéndola sentir protegida y arropada.
Los tenues rayos del sol se colaban por la ventana de manera correcta y el olor de la habitación le transmitía paz y seguridad.
Sí, definitivamente quería pasar el resto del día en esa misma posición.
—Alana—la voz de Enzo sonó más grave de lo normal, probablemente porque acababa de despertarse, Alana apretó los ojos fuertemente y respondió con un leve gruñido, no le apetecía levantarse—. Lanita—dijo liberando su cintura y agitando levemente sus hombros para después dejarle un suave beso en su mejilla.
—¿Qué pasa?—preguntó ella suavemente y abriendo los ojos, la imagen que se encontró hizo que su corazón latiera significativamente más rápido, no había una imagen más adorable que Enzo recién levantado, con sus ojos algo hinchados y su largo cabello despeinado.
—Buenos días—dijo primeramente, Alana sonrió y procedió a peinarle las cejas al chico, pues también se encontraban despeinadas, él hizo una mueca y dirigió su mirada hacía los dedos de Alana para después volver a verla—. Me hablaron de la película, tengo que ir a filmar—respondió apenado y con un leve tono de flojera, se notaba que él también había planeado quedarse en cama todo el día.
—¿Justo hoy?—preguntó—. Pero si es domingo—exclamó con un puchero para después rodear el cuello de Enzo con sus brazos, nunca se había considerado una persona muy afectiva, sobre todo físicamente, era la queja principal de todos los novios que alguna vez había tenido, Alana detestaba el contacto físico, hasta que conoció a Enzo.
Ahora no creía poder estar más de 5 minutos sin tocarlo de alguna manera.
—Sí—respondió él hundiendo su cara en el cuello de Alana—. Qué pereza.
—Pero es domingo, no pueden obligarte a ir—replicó ella, sabía que era mentira, en el medio que Enzo se movía no había descansos, si al director le apetecía filmar en día feriado, tenían que hacerlo.
—Unas escenas no quedaron bien el viernes y tenemos que volver a grabar—explicó—. Pero bueno, mirá el lado bueno, vas a tener el depa para ti sola, podés hacer lo que quieras, escribir, leer, husmear por mis cajones.
—Aunque husmear tus cajones suena como el mejor plan para un domingo—dijo Alana riendo—. Tengo que ir con Sebastián—exclamó jugando con la manga de la camisa de Enzo, por primera vez no se sentía extraño mencionar al chico frente a Enzo, después de hoy, Sebastián no sería nada más que alguien de su pasado.
—¿Querés que te acompañe? Digo, sé que van a necesitar privacidad para hablar y todo eso, pero me puedo quedar afuera en caso de que me necesités, ahora marco para cancelar la filmación—Enzo sugirió con tono comprensivo, Alana inclinó la cabeza al escuchar el apoyo que le estaba ofreciendo y le regaló una caricia en su mejilla como muestra de agradecimiento.
—No, no te metas en problemas con el director, estaré bien—dijo sinceramente, claro que no sería sencillo tener que romper con Sebastián, principalmente por la historia que tenían y porque lo apreciaba, pero sabía que era lo mejor para ambos, lo mejor para ella y lo mejor para Enzo.
—Bueno, igual si necesitas algo no dudes en llamarme, ¿de acuerdo?
—De acuerdo—sonrió—. Enzo, en verdad muchas gracias por haber sido tan comprensivo y paciente conmigo todo este tiempo, sé que ninguno de nosotros vio esto venir y lamento si…
—Ha valido la pena—dijo él interrumpiéndola, Alana nunca le terminaría de agradecer por su comprensión, incluso antes de que comenzara a sentir cosas por él, Enzo había sido un gran amigo y soporte durante estos meses que llevaba conociéndolo.
Alana estiró el cuello y le dejó un rápido beso en los labios, no había tenido la intención de quedarse a dormir en el departamento de Enzo, a decir verdad, ni siquiera recordaba en qué momento se habían quedado dormidos, probablemente después de leer unas cuantas páginas con él de uno de los libros que le había regalado, o quizá después de haberse llenado con los pancakes que le preparó, que ignorando el aspecto, habían estado bastante deliciosos.
—Será mejor que me vaya de una vez—dijo ella acariciándo el cabello de Enzo, no quería ni siquiera checar su celular, probablemente estaría repleto de mensajes y llamadas perdidas de Sebastián.
—¿Nos vemos en la noche?—preguntó Enzo.
—Sí, obvio—respondió ella feliz.
—Bueno, deja te pido el taxi—dijo él al fin saliendo de la cama y apoyando la espalda sobre la pared con el celular en manos.
—Me estás malacostumbrando—dijo ella, la noche anterior le había contado sobre su travesía por haber ordenado mal su taxi.
—Qué boba que sos—dijo él riendo recordando la anécdota, Alana le lanzó una almohada como respuesta, la cual él esquivó con unos reflejo digno de un superhéroe.
—¿Quieres saber un secreto?—preguntó Alana caminando hacia él, él despegó la mirada de su celular, depositando toda la atención en ella.
—Obviamente—dijo él sonriendo.
Alana mordió el interior de su mejilla completamente avergonzada, se había guardado ese secreto por más de 4 años y Enzo sería la primera persona en escucharlo.
—¿Qué?—preguntó él riendo al notar que ella no decía nada, Alana sintió la sangre subir por sus mejillas y se tapó la cara.
—Mejor luego te cuento—dijo arrepentida por abrir su bocota, era culpa de Enzo por verse tan adorable en las mañanas y por sus impresionantes reflejos.
—No, no, ahora me decís—dijo él atrayéndola hacia él tomándola de los glúteos, ella hubiera gemido ante el toque de no haber sido que se encontraba mortificada por lo que estaba a punto de confesar.
—Eh, bueno Luther, ya sabes, el prota de mi saga…
—Ajá…
—Lo hice inspirado en ti—dijo ella para después taparse la boca.
Enzo frunció el ceño.
—No te creo—exclamó él sonrojado.
—¡Sí! Tipo, físicamente lo imaginé como tú.
—Vos estás jodiéndome.
—¡Qué no!
—¿Esto es en serio?—preguntó él con voz chillona, Alana soltó una carcajada.
—Que sí, boludo.
—¿Boludo?—exclamó él abriendo la boca dramáticamente—. Estás pasando mucho tiempo conmigo.
—¿Es queja?—preguntó ella volviendo a rodear su cuello.
—Claro que no—dijo él volviendo a besarla—. Mi personaje favorito inspirado en mí, ¿quién lo diría?
—Te dije que serías perfecto si hacen la peli.
—Ya decía yo que lo describías muy guapo.
Mientras Enzo se bañaba para irse a filmar, Alana aprovechó para ponerse sus jeans, los cuales el chico había dejado en la secadora la noche anterior, le gritó desde afuera del baño que el taxi había llegado y Enzo le respondió con un ‘’¡Suerte!’’.
Nunca se había imaginado cómo sería tener que romper con Sebastián, hace unos años, cuando se encontraba profundamente enamorada, creía que él era la persona con la que estaba destinada a pasar el resto de sus días, ahora sabía que esa etapa había terminado y que romper era la decisión correcta, la relación ya estaba destinada a fracasar, con o sin Enzo en el mapa.
El camino fue tranquilo y bastante rápido, únicamente comenzó a ponerse algo nerviosa hasta que se encontró frente al departamento que había compartido con Sebastián desde que había llegado a España, se detuvo antes de girar la perilla, ¿qué harían después de esto? Sabía a ciencia cierta que Sebastián estaría bien, contrario a Alana, el chico tenía un montón de amigos esparcidos por toda la ciudad.
Tomó una bocanada profunda de aire y entró al departamento.
Alana parpadeó varias veces, la sala estaba repleta de arreglos florales, ¿qué mierda? Arrugó la nariz ante el repentino olor a rosas.
—Llegaste—dijo Sebastián entrando a la sala desde la cocina—. Amor…—exclamó con tono de arrepentimiento, todo parecía indicar que se había dado cuenta del ligero descuido de olvidar el cumpleaños de su novia.
Se acercó a ella con la intención de abrazarla e incluso besarla, Alana sabía que el chico se encontraba altamente arrepentido, pues no había bombardeado su buzón de mensajes como ella había pensado y no le estaba gritando por no haber llegado a dormir a casa, Alana se separó bruscamente, no permitiendo que él le pusiera un solo dedo encima.
—Alana, lamento mucho lo de ayer, entre el gimnasio y pendientes con el libro me perdí de qué día estaba, sabes que tu cumpleaños significa mucho para mí—dijo hablando rápidamente, ¿en verdad esa era su excusa? ¿el gimnasio? Alana había faltado a su jodida graduación de maestría por un cumpleaños de Sebastián—. ¿Estás enojada?
—No importa—respondió sinceramente, no importaba ya, veía los ojos azules de Sebastián y lo único que podía sentir era nada, quizá se había sentido algo decepcionada y un poco triste al respecto, pero no había sentido enojo.
Si no había estado segura que ya no sentía nada por Sebastián, ahora esta situación se lo confirmaba.
—Oh, ¿de verdad?—preguntó él con tono de desconfianza, Alana cruzó los brazos y asintió—. Ah, bueno, genial, aquí está tu regalo.
Sebastián rebuscó en la bolsa de su pantalón y sacó una tarjeta de regalo de 15 euros para Sephora, Alana la miró fijamente y no la tomó.
—Es para que te compres tu perfume���carraspeó él, Alana levantó una ceja, no era como si fuera a aceptar el regalo de todas maneras, pero eso ni siquiera alcanzaba para el tamaño de viaje de su perfume favorito.
—Sebastián, seré directa—dijo ella francamente—. Desde hace tiempo esto no está funcionando.
—¿Las tarjetas de regalo de Sephora? Pero sí compré hace rato, aún funcionan en la tienda—dijo él inspeccionando el plástico, Alana suspiró ¿qué el chico no tenía más de 2 neuronas?
—No eso, nosotros. Tenemos que terminar—dijo, sintió que un peso enorme se le caía de los hombros.
—¿Qué? Dijiste que no estabas enojada por lo de tu cumple, si quieres podemos ir a comer algo y ya está.
—Es que no es eso, Sebastián, este es precisamente el jodido problema, piensas que las cosas se solucionan fácilmente, pero no es así. Es más profundo que eso, admito que lo de mi cumpleaños fue sólo la gota que derramó el vaso, pero desde hace un buen tiempo tú y yo no estamos bien, míranos, llevamos meses siendo miserables—dijo con tono de cansancio, Sebastián la miraba como si estuviera loca.
—Alana, tenemos una vida juntos, nos mudamos a otro maldito continente.
—No creo que eso haya sido una buena idea—dijo ella rascándose la nuca—. Pero ya es demasiado tarde.
—No, no lo es, ¿quieres volver a México? Lo hacemos y ya, fue un error pedirte que nos vinieramos a Sevilla, claramente sigues siendo una niña de casa.
—Sebastián, no soy ninguna niña, soy una mujer completamente capaz, pero si no puedo seguir con algo, es precisamente seguir en esta relación, si es que se le puede llamar así.
—Es por el sexo, ¿verdad?—preguntó él fastidiado, Alana arrugó la nariz al escucharlo, era cierto que no habían tenido intimidad incluso desde antes que ella conociera a Enzo, pero ese no era el maldito punto.
—¡Claro que no! No es algo tan superficial como eso, no funcionamos más, no me dejabas escribir, apenas convivimos y sí, olvidaste mi jodido cumpleaños, ¿es esto lo que quieres para ti? Porque yo no.
—Somos un equipo.
—Ya no—dijo ella—. Escucha, te agradezco muchísimo, aprendí demasiado de ti y te aprecio, en serio.
—¿Me sigues amando?—preguntó él seriamente, Alana apretó los labios, inspeccionó dentro de su corazón, pero no encontró nada.
—No—dijo simplemente.
—Vale, no puedo obligarte a seguir conmigo si no quieres—dijo él limpiándose las lágrimas, Alana lo miró con algo de pena, ni siquiera se había dado cuenta cuándo el chico había comenzado a llorar.
—¿Necesitas ayuda para empacar?—preguntó él casualmente, Alana lo miró estupefacta.
—¿Empacar?—preguntó ella arqueando una ceja, él asintió—. Eh…yo pago este departamento de igual forma.
—El departamento está a mi nombre, no hay nada qué hacer.
—Eso no es verdad, yo pago más que tú.
—Lo que pagues no tiene nada qué ver de si está a tu nombre o no—soltó una risa—. Yo firmé el contrato, ¿recuerdas?
Alana hizo memoria, efectivamente, había aceptado que él firmara el contrato a pesar de que la mayor parte de los ingresos de Alana iban dirigidos al mantenimiento y renta del departamento, ¿cómo había podido ser tan idiota?
—La mac se queda, por cierto—dijo Sebastián.
—Yo la compré—dijo ella ofendida, se referían a la computadora que se encontraba en el estudio de Sebastián, Alana la había comprado con la intención de escribir en ella cuando se mudaron a Sevilla, por supuesto que ese día nunca llegó, Sebastián se había adueñado de la computadora.
—No esperas romper conmigo y dejarme sin cosas y sin casa, ¿verdad?—preguntó él desafiadamente.
—¿Y yo qué?
—Tienes una oficina, ¿no? Puedes dormir ahí en lo que encuentras depa.
Alana no podía creer lo que estaba escuchando, desde un inicio ella había pensado quedarse con el departamento, pero aún así había pensando en darle tiempo a Sebastián para que consiguiera un lugar nuevo, había estado dispuesta a dormir en la sala de ser necesario, ¿y él la mandaba a dormir a una jodida oficina? Claro que dicha oficina no existía y en realidad era la casa de Enzo, también sabía que Enzo no dudaría en ofrecerle asilo en lo que ella conseguía algo, pero de eso no se trataba.
—¿Sabes qué? Haz lo que quieras—dijo ella caminando furiosamente hacia la habitación, tomó una maleta del closet y comenzó a lanzar su ropa, no podía estar un minuto más en el mismo lugar que Sebastián.
—Te devuelvo lo del depósito de este mes—dijo él parándose en el marco de la puerta, hace apenas una semana que Alana había pasado la renta de ese mes.
—¿En serio? ¿No lo ocupas para el mantenimiento de la Mac o algo así?—preguntó ella sarcásticamente—. No necesito ese pinche dinero—escupió adentrándose al baño y tomando su plancha del cabello para lanzarla a su maleta.
—No seas orgullosa, me preocupo por ti.
—Ja, se nota—exclamó.
La mirada de Sebastián se suavizó un poco, Alana abrió nuevamente la puerta del closet, pero el movimiento brusco hizo que uno de los cinturones de Sebastián cayera y la hebilla le pegara en la frente, ella se llevó la mano rápidamente al lugar del golpe.
—Mieda—exclamó, el metal le había sacado algo de sangre.
—Mierda, Alana, ten cuidado—exclamó Sebastián acercándose a ella y tomando su cara entre sus manos para inspeccionar la herida, ella apartó la cara con disgusto, él bajó la mirada y Alana notó como algo cambiaba dentro de él.
Alana bajó la mirada.
Había olvidado quitarse la sudadera que Enzo le había prestado.
—¿Qué chingados traes puesto?—gritó, Alana tragó saliva y sintió que la sangre se le iba a los pies, ella caminó hacia atrás lentamente y Sebastián la siguió—. Responde mi pinche pregunta, Alana, ¿de quién jodidos es esa sudadera?
—Mía.
—No me quieras ver la cara de idiota, te queda enorme y aún huele a hombre, ¿te acostaste con otro verdad? No has estado escribiendo una mierda, has estado revolcándote como la puta que eres.
El cuerpo de Alana chocó contra la pared, Sebastián se veía furioso y ella sintió un miedo que nunca había experimentado.
Nunca lo había visto así, sus fosas nasales se encontraban más grandes de lo normal, en su ojos no había más que puro enojo, el chico estaba incluso temblando de la ira.
—No me he acostado con nadie—dijo lo primero que se le vino a la mente—. Tranquilízate por favor, vamos a conversar y…
No pudo decir nada más porque inmediatamente sintió el puño de Sebastián estrellarse contra su ojo, Alana cayó de rodillas ante el impacto, el dolor la había sacudido por completo.
—Sebas—murmuró como pudo, oficialmente se encontraba llorando histéricamente, lo cual hacía que su ojo doliera aún más, tenía miedo de despegar las manos de su rostro.
No pudo conseguir decir algo más, pues entonces el pie de Sebastián se estrelló contra sus costillas, haciendo que su cavidad torácica se hundiera y sacara todo el aire, aspiró fuertemente por la nariz pero nada entró.
Sebastián volvió a patearla, no recuerda que más sucedió, pues todo se tornó negro ante la falta de oxígeno.
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Aemond Targaryen
Claro de Luna
El aire era fresco en los jardines de la Fortaleza Roja, un susurro tranquilo entre los árboles que contrastaba con la constante agitación de la vida cortesana. La noche había caído como un manto oscuro sobre Desembarco del Rey, y la mayoría de los nobles ya se retiraban a sus aposentos, agotados por las interminables reuniones y las intrigas palaciegas. Sin embargo, para Aemond Targaryen, la noche era el único momento en que podía encontrar algo parecido a la paz.
Caminaba en silencio por los jardines, sus pasos firmes pero sigilosos sobre el camino de grava. Su capa negra, bordada con hilos de plata, ondeaba suavemente con la brisa nocturna. El rostro de Aemond, severo y hermoso, estaba en parte cubierto por la sombra de su cabello plateado, aunque su ojo de zafiro brillaba intensamente en la oscuridad. Desde que había perdido su ojo en aquel fatídico enfrentamiento con Lucerys Velaryon, Aemond había aprendido a mantener sus emociones bajo control, escondiendo sus verdaderos sentimientos detrás de una máscara de frialdad y determinación. Pero había algo, o más bien alguien, que estaba empezando a desestabilizar esa máscara.
Se trataba de una dama de la corte, una joven noble que había llegado recientemente a Desembarco del Rey. Su familia, de una de las casas menores del Dominio, había sido convocada por la Reina Alicent para fortalecer sus alianzas en un tiempo de creciente tensión entre los Verdes y los Negros. Aemond la había notado desde el primer día, y desde entonces, su presencia había sido una especie de tormento silencioso para él. Ella era diferente a las otras damas de la corte: donde la mayoría buscaba atraer la atención de los hombres con sonrisas dulces y palabras halagadoras, ella se mantenía al margen, observando con una inteligencia tranquila y una mirada que parecía atravesar las fachadas que todos llevaban.
Aemond, acostumbrado a dominar la situación y a leer a las personas con facilidad, se encontraba desconcertado por ella. Había algo en su porte, en la manera en que sus ojos se detenían en él, que lo hacía sentir expuesto, como si pudiera ver más allá de su fría fachada. Ese desconcierto se había convertido en una mezcla de fascinación y frustración, una emoción que él no había experimentado antes.
Esa noche, Aemond la había visto salir de la sala de banquetes más temprano, su figura envuelta en un vestido de terciopelo oscuro que resaltaba la palidez de su piel y el brillo de su cabello. Sin saber por qué, se había encontrado siguiéndola a distancia, como si algo más fuerte que su propia voluntad lo guiara. La había visto cruzar los jardines, alejarse de las luces y los sonidos de la fortaleza, adentrándose en un rincón más tranquilo y apartado.
Ahora, oculto entre las sombras de un seto alto, Aemond la observaba en silencio. Ella estaba de pie junto a una fuente de mármol, su mirada fija en el agua que caía en un suave susurro. El reflejo de la luna en la superficie del agua iluminaba su rostro con una luz etérea, casi irreal. Aemond sintió una punzada en el pecho, una sensación que no supo identificar de inmediato. Era más que atracción, más que deseo. Era una conexión profunda, casi dolorosa, que lo impulsaba a acercarse a ella, a cruzar esa distancia que los separaba.
Finalmente, incapaz de resistir más, Aemond salió de las sombras, sus pasos resonando levemente en el suelo de piedra. Ella se volvió hacia él, sin sorpresa en su rostro, como si hubiera sentido su presencia desde el principio. Sus ojos, grandes y oscuros, se encontraron con los de Aemond, y en ellos, él vio una mezcla de curiosidad y algo más, algo que lo hacía sentir vulnerable y poderoso al mismo tiempo.
—No deberías estar aquí sola —dijo Aemond, su voz baja pero firme, resonando en el silencio de la noche.
Ella no respondió de inmediato. En cambio, lo estudió por un momento, sus labios curvándose en una sonrisa leve, casi imperceptible, que hizo que el corazón de Aemond latiera un poco más rápido. Finalmente, habló, y su voz era tan suave como la brisa que acariciaba sus cabellos.
—¿Y quién me protegerá si no lo estoy?
Sus palabras eran un desafío, un juego, y Aemond lo supo de inmediato. Era una mujer que no temía enfrentarse a él, que no se dejaba intimidar por su fama o por su rango. Había en ella una valentía silenciosa, una fuerza interior que Aemond encontraba profundamente fascinante.
—Yo lo haré —respondió Aemond, dando un paso adelante, reduciendo la distancia entre ellos.
Ella no retrocedió. En cambio, sus ojos se suavizaron ligeramente, y Aemond vio algo en ellos que lo desarmó por completo. Había calidez, una chispa de ternura que contrastaba con la dureza con la que él había aprendido a ver el mundo. Fue en ese momento que Aemond se dio cuenta de que estaba atrapado, no por sus palabras, sino por algo más profundo, algo que no había anticipado.
Él, que siempre había mantenido el control sobre sus emociones, sobre su destino, sintió que ese control se deslizaba de entre sus dedos. Quiso decir algo, cualquier cosa para recuperar esa sensación de seguridad, pero las palabras lo eludían. En lugar de eso, levantó una mano, sus dedos extendiéndose como si fueran a tocarla, pero se detuvieron a medio camino. El miedo al rechazo, a mostrarse vulnerable, lo frenó.
Ella lo miró, sin apartar la vista de sus ojos, como si estuviera desafiándolo a dar ese paso final. Aemond sintió cómo el peso de la incertidumbre se acumulaba en su pecho. Pero en lugar de retroceder, encontró una inesperada valentía dentro de sí mismo. Dejó caer la mano, pero no se apartó. En cambio, se permitió mirarla con honestidad, dejando que ella viera algo más que la fría determinación que solía mostrar al mundo.
—No tienes que temerme, Aemond —dijo ella en voz baja, y esas simples palabras rompieron la última de sus defensas.
No era el temor lo que lo retenía, sino la propia magnitud de lo que sentía por ella. Era un hombre acostumbrado a la soledad, a depender solo de sí mismo. Pero ahora, frente a ella, la idea de dejarse llevar, de confiar en alguien más, parecía aterradora y liberadora al mismo tiempo.
Sin saber exactamente cómo sucedió, Aemond se encontró a su lado, tan cerca que podía sentir el calor de su cuerpo, podía oler el leve aroma a jazmín que emanaba de su piel. Sus miradas se cruzaron, y en ese instante, el mundo dejó de existir para ambos. Solo estaban ellos dos, en un rincón aislado de la Fortaleza Roja, compartiendo un momento que, aunque frágil, era más poderoso que cualquier otra cosa que Aemond hubiera experimentado.
El príncipe inclinó la cabeza ligeramente, sus ojos nunca dejando los de ella, buscando alguna señal de rechazo, pero no la encontró. En lugar de eso, ella inclinó su cabeza hacia él, cerrando el pequeño espacio que quedaba entre ellos, sus labios rozando los suyos con una suavidad que lo tomó por sorpresa. Fue un beso breve, casi casto, pero lleno de significado. Aemond sintió que todo lo que había contenido dentro de sí durante tanto tiempo amenazaba con desbordarse. Era un hombre atrapado entre el deber y el deseo, y por primera vez en su vida, deseaba dejar de lado el deber.
Cuando se separaron, ella lo miró con una mezcla de sorpresa y comprensión, como si también estuviera lidiando con emociones que no esperaba. Aemond, aún sintiendo el leve cosquilleo de sus labios, se apartó ligeramente, luchando por recuperar su compostura.
—Debes saber que esto... esto no es fácil para mí —confesó Aemond, su voz apenas un susurro.
—No tiene que ser fácil —respondió ella con suavidad, su mano buscando la suya y apretándola con una ternura que hizo que algo dentro de él se rompiera y se reconstruyera al mismo tiempo—. Solo tiene que ser real.
Esas palabras, tan simples y tan verdaderas, resonaron profundamente en Aemond. Había vivido toda su vida rodeado de expectativas, de la necesidad de cumplir con el legado de su familia, de ser fuerte, de no mostrar debilidad. Pero aquí, en la oscuridad de la noche, con ella, se dio cuenta de que había más en la vida que cumplir con un deber impuesto. Había espacio para algo más, algo que no había permitido que existiera en su vida: amor, o al menos, la posibilidad de él.
El tiempo pareció detenerse mientras permanecían allí, juntos en el silencio de la noche. Aemond, por primera vez, permitió que sus barreras cayeran por completo, permitiendo que ella lo viera, no como el príncipe guerrero, sino como el hombre que era detrás de esa.
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Y me fui, con el corazón en la mano, apretandolo bien fuerte para qué no latiera ni una sola vez más al escuchar tu voz.
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Leo 2012 and Stefany 2012 :*sentados en el sofa viendo la televisión*
Leo 2012 :*abraza a Stefany del onbro*cariño me alegra que me invitadas a tu casa para mira la televisión 😉😊📺💕💖🩷 Oh y escuché que empezara un maratón de mi programa favorito de ciencia ficción en la media noche 😁🤩🚀🛸🌌
Stefany 2018 :*se acomoda su fleco*jajaja, si Lee, es que no tenía nada que hacer y tenía todas mis tareas de la escuela🙂😄📚🏫 y mi familia saliero afuera estaba muy ocupada en toda la noche 🙄😅👨👩👧👦🏬🌃 Así que tenía la casa sola así podríamos estar solo tú y yo🥰😊💖💕🩷
Leo 2012 : bueno eso suena muy bien así para estar más tiempo contigo mi gatita😏😉💞💝💘(pensamientos💭) entonces su familia no está en es perfecto 😃😁✨Bien Leo es hora que le digas a mi amada Stefany 😤🥰💞💘💓💖
Stefany 2012 :*acaricia la mejilla de Leo*tortuguita ¿Qué sucede te veo muy emocionado?😕😊💕💝❣️
Leo 2012 :*se sonroja* Oh bueno Stefany cuando nos convertimos en novios😊😄👫💕💘💖*toma la mano de Stefany con la suya*he empezado hace semanas Si quieres hacer el amor conmigo 😏😘💞💝❣️💗
Stefany 2012 :*se sonroja* Oh cielos Lee, acaso quieres que hagamos el amor por primera vez 😳🥰💝💕💘💖(pensamientos 💭) Oh dios qué le voy a decir cuando Leo dijo esa linda pregunta hizo que mi corazón latiera más rápido 😍🤭🩷💓💕❣️
Leo 2012 :*abraza a Stefany en la cintura* lo sé cariño Es que pensé que estaríamos listos para subir al siguiente nivel 😁🥰💕❣️💖💘pero si no estás lista lo entiendo puedos esperar 😕😌💗💓🩷💝
Stefany 2012 : bromeas Claro que quiero hacer el amor contigo mi tortuguita 😍🥰🩷💞❣️💝*besa a Leo en la mejilla*Mmmuah~😚💋💘💕💖*toma la mano de Leo y lo levanta del sofá* Mejor vayamos a mi habitación así podremos estar más cómodos para nuestra primera vez 🤭😊🚪🛏️💓💝💕💗💘
@inspiredwriter
Leo 2012: *Turns off the TV and goes with Stefany to her bedroom* Okay, my kitty, I also think it would be more comfortable on the bed🤔🥰🛏💘💗💝💞 *Turns off the lights in Stefany’s room and turns on the table lamp* This is because the room is too bright🤫💡💖💓💕 *Curtains the curtain on the window Stefany* And this is so that no one spies on us😁😘💗🩷💞💝 (Thoughts💭) If my brothers see me making love, it will be beyond my patience!😒😡��👀 *Locks the door* This is in case your family returns early~😅💦👨👩👧👦 *Takes a condom out of his belt* And this is the most important thing in our little game, my kitty😏😈❤️🔥💕❣️💓 *Undresses and puts on a condom*
Stefany 2012: Ahaha, Lee, I see you had it all planned~😍🤭💖🩷💞💗 Well, I had something in store for you too🥰😈💝💓❤️🔥💕 *Undresses and puts on a cat ear headband* Ta da!😄🤗💗❣️💞 Do you like what you see, little turtle?~😘🥰💝💘💖💞 Meooow~☺😻💓🩷💗💕
@swagreecrow
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Tu retrato
Esta mañana, al despertar y encontrar tu ausencia, me sorprendí con un regalo inesperado que dejó una huella profunda en mi corazón: un retrato tuyo en mi mesa de noche, evocando la noche en que nos conocimos. Allí estabas, en la terraza, contemplando el cielo estrellado con ese elegante vestido negro. Me quedé embelesado, atrapado en la magia de esa imagen, que revivió en mí los recuerdos de una velada inolvidable.
Tus labios, pintados de un rojo intenso, irresistibles y llenos de promesas, me cautivaron desde el primer instante. Eran como pétalos de rosa, suaves y delicados, prometiendo besos capaces de robarme el aliento y despertar mis deseos más profundos.
Tus ojos, dos enigmas profundos, eran puertas a un universo insondable. En ellos brillaban infinitas estrellas; cada mirada tuya era un viaje hacia lo desconocido, una invitación a explorar constelaciones de secretos y maravillas ocultas. En tu mirada hallaba respuestas, calma y una conexión cósmica que me hacía sentir parte de algo grandioso y eterno.
Recuerdo mi torpeza al intentar hablarte, mi voz temblorosa que apenas lograba articular, palabras coherentes. Pero, más que nada, recuerdo el aroma de tu perfume, que me embriagó por completo. Era un olor dulce y embriagador que se mezclaba con la brisa nocturna, envolviéndome y haciendo que mi corazón latiera más rápido.
Tu cabello, salvaje y seductor, se deslizaba por tu piel como olas acariciando la arena, añadiendo un toque de sensualidad a esa visión celestial que me dejaba sin aliento. Cada movimiento tuyo irradiaba una belleza que parecía desafiar las estrellas mismas.
Cada detalle de esa imagen, desde el brillo de tus ojos hasta el suave contorno de tus labios rojos, me envolvía en una cálida sensación de amor y deseo. Era como si el universo entero conspirara para hacer de esa noche un momento inolvidable, una experiencia donde cada fibra de mi ser se sintió viva, conectada a ti de una manera sublime y eterna. Y en la soledad de la mañana, contemplando tu foto, reviví esa noche mágica y me dejé llevar por la marea de sentimientos que tú, con tu encanto y misterio, habías desatado en mí.
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Corazón vacío...
Intente llenarte aún estando vacía , intente darte el amor que me confesaste que jamás recibiste , intente ser todo aquello que me dijiste que nadie fue para ti , intente brindarte el refugio que creí que tanto te faltaba. Intente que tu corazón pudiera amar , pero al parecer no sabes como hacerlo. Luchaba por ti con cuerpo y alma para que a mi lado te quedaras y aún dándotelo todo , tú siempre querías más , tú siempre necesitabas más.
Corazón vacío te ame como nunca más volveré a amar , por que tratando de cambiar tu vacío con amor me quede sin mi propia esencia , corazón vacío que con nada eres feliz y con nada estás complacido. Corazón vacío que por más que recibas y por más que tomes nunca estas lleno y siempre esperas más y más.
Corazón vacío que vive esperando y buscando por algo o alguien que te llene , sin nunca valorar lo que tienes al lado. Corazón vacío pude haber sido yo quien te hiciera feliz , más nunca fui suficiente para calmar tu hambre ni para saciar tu sed.
Corazón vacío si supieras lo mucho que te ame , lo mucho que añore que un día latieras por mi , lo mucho que quise que fueras mío , corazón vacío tomaste todo y te fuiste , dejando el mío herido y roto.
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Kalevi se había quedado solo aquella tarde y aquella siesta duró hasta la noche cuando apenas se despertó y procedió a ir al baño para bañarse, lavar su cabello y cepillar sus dientes, pues este solía ser muy cuidadoso con su higiene personal, como era un abogado tengo cierta costumbre de permanecer siempre arreglado y presentable para cualquier situación, pues no se sabía cuando podrían llamarlo a trabajar por alguna emergencia.
Kalevi se sentía tan extraño, aquella tarde en el restaurante había sido tan extraña, había descubierto tantas cosas que antes no sabía y una de esas fue lo seductor que podía ser Jianyi si se lo proponía, o quizás casi todo el tiempo; Su mirada realmente lo atrapaba, ver sus brillantes ojos tan cerca y sentir su respiración caliente tan pegada a su cuerpo lo mataba, causaba mucho alboroto en él, hacía que su corazón latiera tan fuerte que creía que este explotaría si un día no se quitaba al verlo fijamente. Me gustaría que se hubiera quedado, así veríamos la película juntos. — Señaló el televisor de su cuarto luego de tomar el control remoto y encender el mismo, después de todo hoy ya no tenía nada qué hacer más que planificar mentalmente cómo le contaría su nuevo acuerdo con Jianyi al Ceo.
El abogado apenas lo había entendido, se había dado cuenta de que el Ceo de Jyp no quería tal acuerdo de esa forma, por lo que ahora le asustaba un poco el hecho de hacerlo enojar a la hora de presentarle su idea; Acababa de graduarse y no sería bueno para su carrera ser despedido de una empresa como esa; Aquella compañía de artistas tenía demasiado poder en Corea y fácilmente podrían llevar toda su carrera a la ruina si se lo proponían, pero por otro lado podría trabajar en lugares más pequeños y vivir con el honor de que no hizo algo malo a cambio de dinero.
El chico de oscuros ojos se adentró de nuevo en un sueño profundo, al punto de que ni siquiera tuvo tiempo de vestirse, pues al pensar tanto se había olvidado de buscar ropa y había dormido totalmente desnudo, pero sabía que ese era el efecto por la lista pendeja que se amaneció haciendo la noche anterior, ya que finalmente esta no había servido para nada, sólo había sido un fracaso mal escrito.
Pasaron varios días, y apenas iba a cumplir su primera semana trabajando en JYP como empleado temporal, solía toparse a Jianyi en cada almuerzo dentro de la oficina, pero realmente se veían poco, parecía que el muchacho habría tomado otro enfoque o no tenía tiempo para hablar con él aún, pero lo entendía, ser una celebridad debía ser agotador, así que pretendía que todo saldría bien, sin embargo cada vez eran más las fotos filtradas entre él y la chica de la empresa contraria, le preocupaba no poder arreglar el problema.
Señor, he quedado en acuerdo con JianYi y haremos una demanda a la agencia enemiga sin perjudicar a su amiga. Estuve hablando con él y es lo más factible, si hay mentiras de por medio y se enteran de eso podrían surgir nuevos rumores. Eso arruinaría la reputación de Jian y de JYP. — fueron sus palabras más tarde mientras se encontraba en una reunión con el Ceo de la empresa, pero estas fueron rechazadas, parecía que al señor no le agradaba la idea de demandar. "No puedes hacer lo que quieres, debes hacer lo que yo digo o podría yo demandarte a ti, quiero que esa relación se confirme, sigue intentando o no llegarás a fin de mes", fue lo que escuchó de su jefe y simplemente asintió retirándose con una cara de tristeza, para así mandar un mensaje que ponía: Jian, debemos vernos y hablar, es importante.
@jianyi-blog
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El silencio
Caminar a la penumbra es un proceso de meses, sé llegar al lugar más oscuro y solitario cuando siento que una vez más no estoy con el mundo, ni con su felicidad, es más, estoy castrada de todo lo que me haría sentir parte de algo. Soy el gato negro en el árbol que observa en silencio, pero que también llora porque le duele observar de lejos, y le duele lo hermoso que es observar de lejos lo maravilloso y sencillo que es pactar una pequeña felicidad. Atesoro con mucho dolor y amor todas las veces que en esta penumbra hemos dicho algo que hiere el aire que inevitablemente sí nos observa a las personas que observamos, y me ha observado en calzones con una playera negra grande y pasta de dientes en la boca. ¿Cuándo crees que empiece la vida? ¿Cuándo los procesos van permitirme sentir que estoy viviendo? Me limpié mis lágrimas. Vi en el techo un perfil blanco tan hermoso como la nariz de Nayely. El proceso se ha vuelto personal, y duro, porque las afectaciones se han vuelto físicas, y con afectaciones me refiero a que he quebrado vidrios, he estado en el quirófano, he limpiado vómito, he limpiado lágrimas, tocado pies, sacado espinas, abrazado, alimentado, me ha dolido toda la noche el cuerpo, y he tenido miedo de que mi corazón se canse de latir. Mi papá el otro día me dijo que le parecía increíble que el corazón latiera desde antes de nacer. Sentí ganas de correr a la regadera, y llorar con mi corazón cansado, y también lavar el corazón cansado de mi mamá. No puedo entenderlo todo, borré mi intento de decir que entendí algo, pero sentí mucho amor y vergüenza por nunca saber nada. ¿Qué te puedo decir? No he hablado. Estoy en silencio, ¿Qué digo? ¿Qué estoy abrumada porque existen cosas que me emocionan muchísimo y no sé cómo pararme frente a ellas y enseñarles el polvo que se me juntó en los pies de caminar en la casa? He caminado sus estratos, caminé los juguetes viejos de mi madre hasta llorarle a mi papá que viniera a ayudarme. Necesitaba casa, y la casa usó mi piel para vestirse y me hizo golpear el pecho de cristal hasta reventar, el cristal y yo. Después aprendí lo que es el verdadero miedo. Escribo en mi silencio, con mis manos y pies hinchados, rojos, adoloridos, con el pecho cansado. Y no es ninguna queja.
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Cuando te vi por primera vez, nunca imagine que llegaríamos aquí, pero dios, como adoro que las cosas sucedieran así, amo que me digas que me amas, amo decírtelo también, amo escuchar una canción y conectarla a ti, amo que te paseés por mi mente siempre, amo que seas el único capaz de hacerme sentir como si mi corazón latiera más rápido de lo que jamás ha latido, pero al mismo tiempo me des calma y tranquilidad.
En mis sueños, mente y corazón te encuentras tú, eres todo y más de lo nunca imagine, llegaste cuando decidí que no iba a esperar por nada, pero tu cambiaste mis planes, y aunque suelo odiar que las cosas no salgan como quiero, en esta ocasión me gusta que haya sido así.
¿Cómo lo lograste? Es algo que sigo sin entender, pensar en ti, me hace sentir como en una fantasia, el recuerdo de tu mirada es lo más hermoso que puede cruzar por mi mente las noches que no puedo dormir, tan inexplicable el sentimiento que me das como la razón por la cuál tu sonrisa me da paz, quiero que sepas que quiero un futuro contigo a pesar de que no se que nos espera en el.
Amo todo de ti, y me encanta decirtelo, porque es la verdad; aun tenemos cosas por vivir y un camino por recorrer, pero si es contigo, estoy dispuesta a vivir cualquier cosa, cuando nos vimos dijiste que estaba muy lejos y que pude a ver dicho que no y simplemente no estar allí, pero déjame decirte amor de mi vida, que por decirte cuanto te amo le daría la vuelta al mundo, o al universo, porque para mi, tu lo vales.
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👀 + baek qué fue lo primero que pensaste de kihyeon cuando le conociste?
¿qué te importa, maldito metiche?
una pequeña sonrisa —falsamente— amigable se dibuja en sus labios al dirigir su mirada a quien indagó con respecto a kihyeon. por supuesto, no puede responder como le gustaría porque tiene una imagen que mantener; se pasó años creándola, perfeccionándola, como para acabar con ella en meros segundos.
' ¿qué pensé que kihyeon? ' repite, acomodándose en su asiento y apoyando los antebrazos sobre la mesa delante suyo. finge pensar una respuesta, aunque en realidad ya la tiene en mente. ' que era lindo, por supuesto. creo que es el primer pensamiento de cada persona que lo conoce ' pero solo él puede tenerlo, nadie posee ese mismo privilegio. ' nos conocimos cuando los problemas contra mi grupo comenzaron, así que recuerdo considerarlo una brisa de aire fresco entre tanto caos ' habla con sinceridad cuando se trata de kihyeon y sus sentimientos para con él. el mayor sigue siendo el primero y único que logró que su corazón latiera con amor hacia otra persona. ' no es por nada que recurro a él cuando siento que las cosas no marchan bien '
pero qué sabrás tú de eso, si lo único que haces es meterte donde no te llaman.
da un golpecito con su bolígrafo sobre la superficie de madera y recupera la posición erguida que tenía antes de ser interrumpido de sus estudios.
' son cosas que le hago saber con frecuencia, así que puedes preguntarle a él si sientes más curiosidad, ' a ver si así me dejas de joder. le sonríe de nuevo. ' que tengas un buen día ~ '
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Miedo, Dolor y Angustia...
Mi último encuentro con angustia, dolor y miedo Fue una noche oscura, sin luna ni estrellas, donde el silencio se hacía más grande y profundo, y en mi alma solo había lágrimas y penas.
La angustia me invadía con su fuerza cruel, el dolor me apretaba con sus garras frías, y el miedo me cubría como un manto oscuro, haciendo que mi corazón latiera con agonía.
No había luz ni esperanza en mi camino, solo la oscuridad y la soledad de mi alma, y aunque luchaba por liberarme de ese dolor, parecía que cada vez me sumía más en la calma.
Pero algo cambió en mi corazón aquella noche, algo se encendió en mi interior y me dio fuerza, y aunque seguía luchando contra mi dolor y miedo, empecé a ver la luz en medio de tanta tristeza.
Ya no estaba solo en mi camino de dolor, sentí que había alguien más que me acompañaba, y aunque los obstáculos seguían en mi camino, no había nada que mi corazón no superara.
Así que decidí dejar atrás el miedo y la angustia, y caminar con paso firme hacia la felicidad, pues aunque el dolor siempre estará presente, yo sé que soy fuerte y puedo superar cualquier adversidad.
Autor:TheLionka
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Él.
A quien le entregaría mi corazón en una bandeja sin dudarlo, porque ya no me pertenece, cada latido que da es por él.
A quien quiero que sus manos recorran mi piel cada día, cada minuto, cada segundo que pasa, porque no quiero otros dedos que no sean los suyos.
A quien todo se le ve adorable, cada palabra, acción o gesto, a mi parecer, es lo más precioso del universo entero.
A quien le permito ilusionarme cada noche que necesite para que luego rompa mi alma en mil pedazos.
A él, que ante mis ojos, es el ser más sublime y perfecto, que el único cambio que haría con él, sería que su corazón latiera por mí.
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Bajo tu manto pálido, con la luz fría envolviéndome, tomé el cuchillo y me corté las manos. El pacto que sellé contigo fue oscuro y desesperado. Ofrecí mi sangre y una parte de mi alma a cambio de tu poder, rogando que me ayudaras a recuperar el amor que tanto anhelaba. Quería que esa persona volviera a mí, que su corazón latiera solo por mí, sin importar el costo. Y tú, fiel a tu promesa, lo hiciste.
Pero nunca imaginé el precio que tendría que pagar. El amor que tanto deseaba no llegó como esperaba. Se transformó en algo retorcido, en una obsesión que nos consumió a ambos. Lo que comenzó como pasión se volvió locura, una necesidad desesperada que nos ahogaba. La distancia, aunque breve, se volvía insoportable, tanto que llegamos al borde de la destrucción, dispuestos a quitarnos la vida solo por no poder soportar estar separados.
Ahora lo veo con claridad: jamás debí hacer ese maldito hechizo contigo. Creí que podía controlar el poder que invocaba, pero en realidad, fuiste tú quien controló todo. Jugaste con nuestras almas, alimentándote de nuestra desesperación, dejando a cambio un amor que solo traía caos y destrucción.
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Pienso en ello todo el tiempo, pero no quiero imaginar las palabras que le haz dicho.
¿Hizo que tu corazón latiera más rápido qué yo?
¿El dijo lo que esperabas ?
Espero que te haya hecho sentir bien sabiendo cuanto te adoré
✨🪐💔JOCS
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Lucía
El sol de la tarde se filtraba a través de los ventanales del café, bañando el interior con un resplandor dorado que impregnaba el ambiente de una calidez serena, casi reconfortante. Las mesas se llenaban de murmullos suaves y risas contenidas, mientras el aroma del café recién hecho se mezclaba con el dulce olor de las obras de repostería. Era un capullo de comodidad que abrazaba a cada uno de los presentes, envolviéndonos en una atmósfera de paz. En el fondo, una melodía suave de jazz flotaba en el aire, complementando el ambiente relajado pero vibrante del café, donde estudiantes, parejas, y algunos solitarios, como yo, se perdían en sus propios pensamientos.
Pero mi atención, desde el primer instante, no estaba en la taza de café frente a mí ni en las distracciones de mi celular. No. Desde que crucé la puerta, mi mirada se había fijado en la Mesa 1, cerca de la ventana. Allí, tres amigos conversaban animadamente, pero sólo ella capturaba por completo mi atención. Lucía, como la llamaban, con su cabello rojo fuego, irradiaba una energía magnética que me atraía con una fuerza que no podía controlar. Había algo en ella, un misterio, una esencia, que parecía envolverla y que hacía imposible apartar los ojos de su figura.
Lucía, con su vestido de flores que se movía suavemente al compás de sus gestos, parecía bailar en el aire, como si su alegría interior se manifestara en cada movimiento. Su cabello caía en cascada sobre sus hombros, enmarcando un rostro que brillaba con el fervor de quien comparte un hallazgo preciado. Sostenía un libro antiguo entre sus manos, con tapas gastadas, y aunque no pude leer el título, era evidente que lo valoraba profundamente. Pero por más que su sonrisa y la chispa en sus ojos me atrajeran, no podía evitar que mi mirada descendiera, una y otra vez, hacia sus pies.
Esas sandalias de cuero marrón, tan simples y a la vez tan elegantes, parecían haber sido diseñadas para realzar la perfección de sus pies. Cada línea, cada curva, cada movimiento sutil de sus dedos, me hipnotizaba. Era como si los delicados arcos, la suavidad de su piel, contaran una historia que sólo yo podía escuchar. El contraste entre el cuero marrón y la claridad de su piel era un cuadro que no podía borrar de mi mente. Las uñas, con ese brillo que capturaba la luz del sol, agregaban un toque de calidez que hacía que mi corazón latiera con fuerza, incapaz de controlar los pensamientos que me invadían.
A medida que mis ojos permanecían cautivos por aquella visión, sentía una corriente eléctrica recorriendo mi cuerpo, intensificando la pulsación frenética en mi pecho. La suave curva de su tobillo, la delicadeza de sus dedos, eran una sinfonía visual que me arrastraba a un abismo de deseo incontrolable. Un nudo se formaba en mi garganta, y la ansiedad, mezclada con una atracción casi desesperada, me consumía. ¿Cómo era posible que algo tan simple, tan aparentemente insignificante como un pie, provocara en mí una tormenta de emociones tan violentas? Cada detalle de su ser parecía diseñado para enloquecerme, para llevarme al borde de la cordura.
Mientras Lucía continuaba hablando, sus pies se movían ligeramente, como si cada palabra que pronunciaba se tradujera en un eco físico en el movimiento de sus dedos. La luz del sol, que entraba suavemente por la ventana, acariciaba sus sandalias y sus pies, resaltando cada curva, cada línea, en un juego de sombras que me mantenía fascinado. Era como si una danza silenciosa se desplegara ante mis ojos, una coreografía de la que no podía apartar la mirada. Incluso el más pequeño gesto, como el cruce de una pierna sobre la otra, revelaba una sensualidad discreta, casi imperceptible, que me hacía sentir que estaba presenciando algo profundamente íntimo, algo que no debía ver, pero de lo cual no podía apartarme.
Mi mente se perdió en la sinfonía de curvas y sombras que formaban sus pies, mientras mi imaginación volaba hacia escenarios imposibles. Imaginaba mis dedos acariciando esa piel suave, trazando cada línea con una devoción casi religiosa. La imagen de sus pies descansando sobre mis muslos se volvió una obsesión, un anhelo irracional que nublaba mi juicio. El café, antes tan mundano, se transformó en un escenario de ensueño, y cada movimiento suyo, en una invitación tácita. La fantasía se apoderó de mí, pintando un cuadro idílico en el que nuestras almas se unían a través de una caricia, un roce, un encuentro destinado a trascender el simple placer visual.
Lucía pasó una página de su libro con la misma delicadeza con la que movía sus pies, y en un destello de locura, me imaginé en su lugar, sosteniendo ese libro tan preciado, sintiendo su piel rozar la mía. Pero la razón, aunque tambaleante, me hizo retroceder, recordándome que estos pensamientos cruzaban una línea invisible que hasta entonces había respetado. Sin embargo, había algo en esa escena, en la presencia de Lucía, que me hacía cuestionar por qué esa línea existía en primer lugar. El libro, con sus páginas amarillentas y su aspecto antiguo, parecía tan frágil en sus manos como la misma idea de mantenerme distante de ella.
De vez en cuando, Lucía levantaba la vista de su libro para interactuar con sus amigos, y cada vez que lo hacía, sus ojos brillaban con un entusiasmo que me resultaba tan contagioso como doloroso. No podía escuchar lo que decía, pero su alegría era evidente, irradiando una fuerza que me atraía aún más. Me preguntaba si ella alguna vez se había dado cuenta de lo hermosa que era en esos pequeños gestos, en la manera en que su cabello caía sobre su rostro, en cómo la cinta trenzada que lo adornaba parecía un símbolo de su espíritu libre.
Cada vez que sus ojos se encontraban con los de sus amigos, el tiempo se detenía para mí. Anhelaba, con una intensidad que rozaba la desesperación, ser parte de esa conversación, de ese círculo íntimo. Fantaseaba con encontrar una excusa para acercarme, para escuchar su voz melodiosa, para sentir el calor de su sonrisa. Deseaba, con un frenesí que me asustaba, poder tocar esa cinta trenzada, desenredar sus cabellos, perderme en la profundidad de sus ojos. Pero sobre todo, anhelaba con una desesperación creciente acercarme lo suficiente para sentir de nuevo la magia de sus pies, para descubrir los secretos que escondían esos suaves contornos.
Afuera, el mundo continuaba con su rutina. Los peatones pasaban apresurados, algunos posando la mirada en el mural feminista que decoraba el edificio de enfrente. Las edificaciones antiguas de la zona parecían contar historias de un tiempo pasado, contrastando con la vitalidad joven que se respiraba dentro del café. Pero dentro de mí, el tiempo se había congelado, atrapado en la figura de Lucía, en la poesía silenciosa de sus pies, en la manera en que sus sandalias marrones se movían al ritmo de su voz.
El café estaba lleno, pero para mí, el mundo entero se había reducido a esa mesa junto a la ventana, a esa chica que, sin saberlo, había capturado toda mi atención. Mientras observaba a Lucía interactuar con sus amigos, con esa pasión y curiosidad sin límites, me pregunté qué era exactamente lo que me atraía tanto de ella. ¿Era su amor por la literatura, evidente en la forma reverente en que sostenía ese libro raro? ¿O era algo más físico, algo en la manera en que se movía, en la gracia natural que la acompañaba en cada gesto?
La cacofonía del café se desvaneció, dejando sólo el sonido ensordecedor de mi corazón golpeando contra mi pecho. ¿Qué era lo que me atraía tanto de ella? No podía ser sólo la belleza de sus pies, aunque me habían cautivado al instante. Debía ser algo más profundo, una conexión inexplicable. Quizás era su mente inquieta, su pasión por la vida, reflejada en cada palabra que pronunciaba. ¿Cómo sería conversar con ella sobre libros, sobre ideas, sobre el mundo? ¿Encontraríamos puntos en común más allá de esta cafetería, más allá de esta obsesión por sus pies? La ansiedad crecía dentro de mí, mezclándose con una esperanza irracional.
Lucía cruzó las piernas de nuevo, y mis ojos siguieron el movimiento, notando cómo sus sandalias parecían estar hechas especialmente para ella, cómo sus dedos se curvaban ligeramente al encontrar una nueva posición. Sentí una mezcla de admiración y una extraña envidia hacia el cuero que tenía la suerte de estar en contacto con ella, de esos pies que, por alguna razón, habían capturado mi imaginación de una manera tan potente.
Mis ojos se clavaron en el espacio bajo la mesa, imaginando la curva de sus pies, la textura de su piel. ¿Por qué ella podía mostrar sus pies con tanta naturalidad, mientras que yo tendría que esconder los míos bajo unos tenis que por obligación debían impresionar a mis allegados? ¿Acaso era un reflejo de algo más profundo, una diferencia en la forma en que nos veíamos a nosotros mismos? Sus pies descalzos, relajados, parecían una declaración de libertad, de confianza en su propia belleza, mientras que yo, oculto tras la barrera de mis zapatos, me sentía atrapado por la inseguridad y la autocrítica. Me preguntaba si algún día podría caminar con la misma naturalidad, sin el peso de esas preocupaciones, sintiendo la brisa en mis propios pies, libre de las cadenas que yo mismo me había impuesto.
Y mientras me hundía en ese abismo de pensamientos, una voz dentro de mí intentaba gritarme que me detuviera, que recuperara el control, pero era un murmullo ahogado por la intensidad de mi fijación. Mis ojos seguían pegados a sus pies, esos pies que parecían tan lejanos e inalcanzables como la cima de una montaña imposible de escalar. Cada movimiento de sus dedos, cada cruce de piernas, alimentaba mi tormento interno.
La conversación a mi alrededor se volvía un ruido blanco, irrelevante y distante, mientras mi mente se centraba solo en ella, en lo que representaba, en la barrera invisible que me separaba de ese mundo que, para otros, parecía tan accesible. ¿Cómo podían estar ellos tan cómodos, tan libres de la prisión de sus propios pensamientos? Me sentía como un espectador de mi propia vida, condenado a observar desde lejos, sin poder participar, sin poder romper el hechizo que me tenía paralizado.
El joven de los huaraches rió en ese momento, un sonido despreocupado que me hizo sentir una punzada de envidia y desesperación. ¿Qué tenía él que yo no? ¿Qué secreto poseía para estar tan cerca de ella, para compartir su mundo con tanta naturalidad? Mi frustración crecía, alimentada por la percepción de mi propia insignificancia.
De pronto, ella movió su pierna, dejando que uno de sus pies quedara casi completamente al descubierto, y sentí como si todo el aire hubiera sido succionado de la habitación. Era un gesto simple, casi insignificante, pero para mí era una revelación, un pequeño destello de lo que nunca podría alcanzar. El deseo y la ansiedad se mezclaban, creando una tormenta dentro de mí que amenazaba con desbordarse.
La ansiedad dentro de mí crecía como una ola imparable, arrastrándome hacia un lugar del que sabía que no podría escapar. Mis ojos se perdían en el juego de sombras y luces bajo la mesa, imaginando cómo sería tocar esa piel suave, sentir la calidez de sus pies en mis manos. Lo que comenzó como una chispa de deseo, ahora ardía con una fuerza que me asustaba, haciéndome temblar en mi asiento.
Entonces, Lucía cruzó las piernas de nuevo, y algo en mí se rompió. El mundo entero se redujo a ese movimiento, a la forma en que sus dedos se curvaban ligeramente, a cómo el cuero de sus sandalias se mantenía adherido a su piel. Sentí una necesidad urgente, casi desesperada, de acercarme, de hablarle, de compartir con ella todo lo que estaba sintiendo, aunque no supiera por dónde empezar. Mis emociones habían tomado el control, arrastrándome hacia ella sin dejarme opción de resistirme.
La risa de Lucía resonó de nuevo en el café, tan alegre, tan libre, que sentí un escalofrío recorrerme de pies a cabeza. Era un sonido hermoso, lleno de vida, que me desarmaba por completo, dejándome expuesto y vulnerable. No podía más. El deseo, la ansiedad, el anhelo de estar cerca de ella, de compartir aunque fuera un momento de su mundo, todo se mezclaba en un torbellino que me hacía perder el control. Mis pensamientos eran un caos, mi respiración se aceleraba, y antes de darme cuenta, me encontraba levantándome de mi asiento, impulsado por una fuerza que ya no podía contener.
No sabía qué iba a decir, ni siquiera si podría hablar. Solo sabía que tenía que acercarme a ella, que no podía seguir observando desde la distancia. El deseo de estar cerca de esos pies, de conocer a la mujer que los llevaba con tanta gracia, era más fuerte que cualquier miedo o duda que pudiera tener. Cada paso que daba hacia la Mesa 1 me acercaba al borde de un abismo, un abismo que, lo sabía, podría consumirlo todo. Pero ya no me importaba. Estaba dispuesto a saltar, a dejarme llevar por ese sentimiento que me había arrasado como una tormenta, porque, en ese momento, lo único que importaba era Lucía, y la posibilidad de que, tal vez, solo tal vez, ella pudiera sentir algo parecido.
Luis, el barista del café, se encontraba en su puesto habitual detrás de la barra, donde las acciones repetitivas y precisas de preparar bebidas eran casi una segunda naturaleza para él. Con movimientos rápidos y seguros, manipulaba la antigua máquina italiana, que aunque mostraba señales de su antigüedad, seguía funcionando con la misma eficacia de siempre. El vapor silbaba suavemente mientras espumaba la leche, y el aroma del café recién molido llenaba el aire. De vez en cuando, levantaba la vista para observar el salón del café, un hábito que había adquirido después de años de trabajo en ese mismo lugar.
Luis siempre había tenido un ojo agudo para notar los detalles. Sabía reconocer a los clientes habituales, a los nuevos, y a aquellos que preferían perderse en el anonimato de una mesa apartada. Aquella tarde, el sol entraba a raudales por los ventanales, bañando el café en una cálida luz dorada que hacía que todo pareciera más acogedor, un refugio del bullicio exterior. Casi todas las mesas estaban ocupadas, y el murmullo constante de las conversaciones creaba una sinfonía suave que acompañaba el sonido de la música de jazz en el fondo.
Luis notó a la joven de cabello rojo en la Mesa 1, junto a la ventana, donde siempre se sentaban los que querían aprovechar la luz natural. No era la primera vez que veía a Lucía en el café; era una cliente regular que a menudo venía con amigos o sola, siempre con la misma energía contagiosa y esa risa clara que parecía iluminar el lugar aún más que el sol. Hoy, estaba acompañada por dos amigos, y desde la barra, Luis podía ver cómo animaba la conversación, gesticulando con entusiasmo.
Mientras preparaba las bebidas de otros clientes, Luis también reparó en el hombre que se encontraba solo en una mesa cercana, observando a Lucía con una intensidad que le resultó inusual. El café atraía a todo tipo de personas, desde estudiantes hasta profesionistas que buscaban un lugar tranquilo para trabajar o leer, pero había algo en la manera en que aquel hombre miraba a Lucía que hizo que Luis se fijara mejor. No era un interés casual, sino algo más profundo, más intenso.
Luis apenas podía escuchar lo que pasaba en la mesa de Lucía, un poco más que comentarios hechos en voz alta, pero la tensión en el aire se hizo palpable cuando el hombre solo comenzó a moverse. De repente, lo vio levantarse, con una expresión que combinaba nerviosismo y determinación. Luis siguió con la mirada al hombre mientras éste se dirigía hacia la Mesa 1, preguntándose qué iba a suceder. Había visto ese tipo de situaciones antes: clientes que se acercaban a otros, ya fuera para entablar una conversación casual o, a veces, para intentar algo más personal.
Manteniendo la vista en la escena mientras continuaba su trabajo, Luis observó cómo el hombre se detenía frente a Lucía y sus amigos, indeciso por un segundo, como si luchara por encontrar las palabras adecuadas. La conversación en la mesa pareció detenerse, y Luis se dio cuenta de que todos estaban ahora atentos al recién llegado. En ese instante, el barista se preguntó si debería intervenir, si algo incómodo podría desarrollarse, pero al mismo tiempo, sabía que no era su función involucrarse a menos que fuera absolutamente necesario.
El café, normalmente un lugar de calma y rutina, se había transformado en un escenario de expectación silenciosa. Luis, que había sido testigo de muchas escenas desde su barra, no podía evitar sentir una ligera curiosidad mezclada con la responsabilidad de asegurarse de que el ambiente del café se mantuviera tal como los clientes lo esperaban: tranquilo y acogedor.
El murmullo de las conversaciones en el café continuó, pero para Luis, los segundos se estiraron mientras esperaba ver cómo se suscitaban los hechos en la Mesa 1.
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Lucía
Miércoles 20 de julio de 2023.
El sol de la tarde se filtraba a través de los ventanales del café, bañando el interior con un resplandor dorado que impregnaba el ambiente de una calidez serena, casi reconfortante. Las mesas se llenaban de murmullos suaves y risas contenidas, mientras el aroma del café recién hecho se mezclaba con el dulce olor de las obras de repostería. Era un capullo de comodidad que abrazaba a cada uno de los presentes, envolviéndonos en una atmósfera de paz. En el fondo, una melodía suave de jazz flotaba en el aire, complementando el ambiente relajado pero vibrante del café, donde estudiantes, parejas, y algunos solitarios, como yo, se perdían en sus propios pensamientos.
Pero mi atención, desde el primer instante, no estaba en la taza de café frente a mí ni en las distracciones digitales de mi celular. No. Desde que crucé la puerta, mi mirada se había fijado en la Mesa 1, cerca de la ventana. Allí, tres amigos conversaban animadamente, pero solo uno de ellos capturaba por completo mi atención. Lucía, como la llamaban, con su cabello rojo fuego, irradiaba una energía magnética que me atraía con una fuerza que no podía controlar. Había algo en ella, un misterio, una esencia, que parecía envolverla y que hacía imposible apartar los ojos de su figura.
Lucía, con su vestido de flores que se movía suavemente al compás de sus gestos, parecía bailar en el aire, como si su alegría interior se manifestara en cada movimiento. Su cabello caía en cascada sobre sus hombros, enmarcando un rostro que brillaba con el fervor de quien comparte un hallazgo preciado. Sostenía un libro antiguo entre sus manos, con tapas gastadas, y aunque no pude leer el título, era evidente que lo valoraba profundamente. Pero por más que su sonrisa y la chispa en sus ojos me atrajeran, no podía evitar que mi mirada descendiera, una y otra vez, hacia sus pies.
Esas sandalias de cuero marrón, tan simples y a la vez tan elegantes, parecían haber sido diseñadas para realzar la perfección de sus pies. Cada línea, cada curva, cada movimiento sutil de sus dedos, me hipnotizaba. Era como si los arcos delicados de sus pies, la suavidad de su piel, contaran una historia que solo yo podía escuchar. El contraste entre el cuero marrón y la claridad de su piel era un cuadro que no podía borrar de mi mente. Las uñas de sus pies, con ese brillo que capturaba la luz del sol, agregaban un toque de calidez que hacía que mi corazón latiera con fuerza, incapaz de controlar los pensamientos que me invadían.
A medida que mis ojos permanecían cautivos por aquella visión, sentía una corriente eléctrica recorriendo mi cuerpo, intensificando la pulsación frenética en mi pecho. La suave curva de su tobillo, la delicadeza de sus dedos, eran una sinfonía visual que me arrastraba a un abismo de deseo incontrolable. Un nudo se formaba en mi garganta, y la ansiedad, mezclada con una atracción casi desesperada, me consumía. ¿Cómo era posible que algo tan simple, tan aparentemente insignificante como un pie, provocara en mí una tormenta de emociones tan violentas? Cada detalle de su ser parecía diseñado para enloquecerme, para llevarme al borde de la cordura.
Mientras Lucía continuaba hablando, sus pies se movían ligeramente, como si cada palabra que pronunciaba se tradujera en un eco físico en el movimiento de sus dedos. La luz del sol, que entraba suavemente por la ventana, acariciaba sus sandalias y sus pies, resaltando cada curva, cada línea, en un juego de sombras que me mantenía fascinado. Era como si una danza silenciosa se desplegara ante mis ojos, una coreografía de la que no podía apartar la mirada. Incluso el más pequeño gesto, como el cruce de una pierna sobre la otra, revelaba una sensualidad discreta, casi imperceptible, que me hacía sentir que estaba presenciando algo profundamente íntimo, algo que no debía ver, pero de lo cual no podía apartarme.
Mi mente se perdió en la sinfonía de curvas y sombras que formaban sus pies, mientras mi imaginación volaba hacia escenarios imposibles. Imaginaba mis dedos acariciando esa piel suave, trazando cada línea con devoción casi religiosa. La imagen de sus pies descansando sobre mis muslos se volvió una obsesión, un anhelo irracional que nublaba mi juicio. El café, antes tan mundano, se transformó en un escenario de ensueño, y cada movimiento suyo, en una invitación tácita. La fantasía se apoderó de mí, pintando un cuadro idílico en el que nuestras almas se unían a través de una caricia, un roce, un encuentro destinado a trascender el simple placer visual.
Lucía pasó una página de su libro con la misma delicadeza con la que movía sus pies, y en un destello de locura, me imaginé en su lugar, sosteniendo ese libro tan preciado, sintiendo su piel rozar la mía. Pero la razón, aunque tambaleante, me hizo retroceder, recordándome que estos pensamientos cruzaban una línea invisible que hasta entonces había respetado. Sin embargo, había algo en esa escena, en la presencia de Lucía, que me hacía cuestionar por qué esa línea existía en primer lugar. El libro, con sus páginas amarillentas y su aspecto antiguo, parecía tan frágil en sus manos como la misma idea de mantenerme distante de ella.
De vez en cuando, Lucía levantaba la vista de su libro para interactuar con sus amigos, y cada vez que lo hacía, sus ojos brillaban con un entusiasmo que me resultaba tan contagioso como doloroso. No podía escuchar lo que decía, pero su pasión era evidente, irradiando una fuerza que me atraía aún más. Me preguntaba si ella alguna vez se había dado cuenta de lo hermosa que era en esos pequeños gestos, en la manera en que su cabello caía sobre su rostro, en cómo la cinta trenzada que lo adornaba parecía un símbolo de su espíritu libre.
Cada vez que sus ojos se encontraban con los de sus amigos, el tiempo se detenía para mí. Anhelaba, con una intensidad que rozaba la desesperación, ser parte de esa conversación, de ese círculo íntimo. Fantaseaba con encontrar una excusa para acercarme, para escuchar su voz melodiosa, para sentir el calor de su sonrisa. Deseaba, con un frenesí que me asustaba, poder tocar esa cinta trenzada, desenredar sus cabellos, perderme en la profundidad de sus ojos. Pero sobre todo, anhelaba con una desesperación creciente acercarme lo suficiente para sentir de nuevo la magia de sus pies, para descubrir los secretos que escondían esos suaves contornos.
Afuera, el mundo continuaba con su rutina. Los peatones pasaban apresurados, algunos detenían su marcha para observar el mural feminista que decoraba el edificio de enfrente. Las edificaciones antiguas de la zona parecían contar historias de un tiempo pasado, contrastando con la vitalidad joven que se respiraba dentro del café. Pero dentro de mí, el tiempo se había congelado, atrapado en la figura de Lucía, en la poesía silenciosa de sus pies, en la manera en que sus sandalias marrones se movían al ritmo de su voz.
El café estaba lleno, pero para mí, el mundo entero se había reducido a esa mesa junto a la ventana, a esa chica que, sin saberlo, había capturado toda mi atención. Mientras observaba a Lucía interactuar con sus amigos, con esa pasión y curiosidad sin límites, me pregunté qué era exactamente lo que me atraía tanto de ella. ¿Era su amor por la literatura, evidente en la forma reverente en que sostenía ese libro raro? ¿O era algo más físico, algo en la manera en que se movía, en la gracia natural que la acompañaba en cada gesto?
La cacofonía del café se desvaneció, dejando solo el sonido ensordecedor de mi corazón golpeando contra mi pecho. ¿Qué era lo que me atraía tanto de ella? No podía ser solo la belleza de sus pies, aunque esos detalles me habían cautivado al instante. Debía ser algo más profundo, una conexión inexplicable. Quizás era su mente inquieta, su pasión por la vida, reflejada en cada palabra que pronunciaba. ¿Cómo sería conversar con ella sobre libros, sobre ideas, sobre el mundo? ¿Encontraríamos puntos en común más allá de esta cafetería, más allá de esta obsesión por sus pies? La ansiedad crecía dentro de mí, mezclándose con una esperanza irracional.
Lucía cruzó las piernas de nuevo, y mis ojos siguieron el movimiento, notando cómo el cuero de sus sandalias se amoldaba a sus pies, cómo sus dedos se curvaban ligeramente al encontrar una nueva posición. Sentí una mezcla de admiración y una extraña envidia hacia el cuero que tenía la suerte de estar tan cerca de ella, de esos pies que, por alguna razón, habían capturado mi imaginación de una manera tan potente.
Mis ojos se clavaron en el espacio bajo la mesa, imaginando la curva de sus pies, la textura de su piel. ¿Por qué ella podía mostrar sus pies con tanta naturalidad, mientras que yo tendría que esconder los míos bajo unos tenis? ¿Acaso era un reflejo de algo más profundo, una diferencia en la forma en que nos veíamos a nosotros mismos? Sus pies descalzos, relajados, parecían una declaración de libertad, de confianza en su propia belleza, mientras que yo, oculto tras la barrera de mis zapatos, me sentía atrapado por la inseguridad y la autocrítica. Me preguntaba si algún día podría caminar con la misma naturalidad, sin el peso de esas preocupaciones, sintiendo la brisa en mis propios pies, libre de las cadenas que yo mismo me había impuesto.
Y mientras me hundía en ese abismo de pensamientos, una voz dentro de mí intentaba gritarme que me detuviera, que recuperara el control, pero era un murmullo ahogado por la intensidad de mi fijación. Mis ojos seguían pegados a sus pies, esos pies que parecían tan lejanos e inalcanzables como la cima de una montaña imposible de escalar. Cada movimiento de sus dedos, cada cruce de piernas, alimentaba mi tormento interno.
La conversación a mi alrededor se volvía un ruido blanco, irrelevante y distante, mientras mi mente se centraba solo en ella, en lo que representaba, en la barrera invisible que me separaba de ese mundo que, para otros, parecía tan accesible. ¿Cómo podían estar ellos tan cómodos, tan libres de la prisión de sus propios pensamientos? Me sentía como un espectador de mi propia vida, condenado a observar desde lejos, sin poder participar, sin poder romper el hechizo que me tenía paralizado.
El joven de los huaraches rió en ese momento, un sonido despreocupado que me hizo sentir una punzada de envidia y desesperación. ¿Qué tenía él que yo no? ¿Qué secreto poseía para estar tan cerca de ella, para compartir su mundo con tanta naturalidad? Mi frustración crecía, alimentada por la percepción de mi propia insignificancia.
De pronto, ella movió su pierna, dejando que uno de sus pies quedara al descubierto, y sentí como si todo el aire hubiera sido succionado de la habitación. Era un gesto simple, casi insignificante, pero para mí era una revelación, un pequeño destello de lo que nunca podría alcanzar. El deseo y la ansiedad se mezclaban, creando una tormenta dentro de mí que amenazaba con desbordarse.
Quería levantarme, caminar hacia ella, decirle algo, cualquier cosa, pero estaba paralizado, atrapado en la maraña de mis propios pensamientos. Me odié en ese momento por mi debilidad, por mi incapacidad de actuar, por ser un prisionero de mi propia mente. Y en ese odio, sentí como la distancia entre nosotros se hacía aún más insuperable, como si cada segundo que pasaba me empujara más y más lejos de ella.
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