Tumgik
#la prendías y te ibas a hacer otra cosa un rato
marvelann · 2 years
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Estaba hablando de nuestros abuelos con unos amigos y lo que tuve para contribuir a la conversación fue un recuerdo muy específico:
Ir a lo de mis abuelos, con su casa grande y su jardín gigantesco, y escuchar tango en la radio y ver el canal agropecuario. Y dibujar en la mesa del living y jugar al Monkey Island 2 en una computadora lo bastante vieja y lenta como para que lagguease el Monkey Island 2
(había cumplido 8 años en esa época, el Monkey Island 2)
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Una noche de esas en las que la lluvia toma el centro de todo, fui a hacer una carrera a Puerto Colombia desde la carrera 72. Normalmente no me atrevería a hacer un trayecto tan largo y menos a las 10 de la noche y todavía menos cuando está lloviendo. Pero el día francamente estuvo muy malo. A duras penas había hecho el producido del taxi y algo para mi comida de la noche. Así que me decidí e hice la carrera. Cuando dejé a la pasajera en su casa, desvíe por el camino de Solinilla para salir directamente a las Universidades y de ahí seguir derecho hasta el puente de la circunvalar y seguir por ese vía hasta el barrio Las trinitarias, en donde vivía. El camino estaba oscuro y mojado así que manejé con cuidado pero de repente sentí que me estaba comenzando a fallar el taxi. Primero se me frenó al pasar el puente de Solinilla, presioné el carro desde el encendedor hasta que volvió a prender. Ya después cuando iba por el lago del cisne el taxi se paró completamente y ahí sí que no volvió a encender más.
Me bajé, fui hasta la parte de atrás del carro y saqué una lámpara amarilla que tenía guardada. La tomé, fui hasta la parte de enfrente, abrí el carro y de él salía humo. Pensé que era un problema algo grave y como mi conocimiento en materia de mecánica era bastante nulo, opté por llamar a Jaime, mi mecánico de confianza. Le expliqué lo que me pasaba y me dijo que en menos de una hora estaba ahí, que lo esperara en el carro. "En eso estaba pensando" le dije "Por acá no hay más nada qué hacer". Colgué. Entré al carro, encendí  un cigarrillo y me quedé viendo lo oscura que se veía la carretera en la lejanía. De pronto fijé mi mirada al lago del Cisne y algo en mí, algo en mí naturaleza más íntima se encendió. Fue como una lámpara que se prendía de repente. Me bajé y pensé "¿Por qué no?, Todavía tengo una hora". Fui caminando hasta una banca que estaba en la orilla del lago. Saqué un pañuelo viejo con el que me secaba la cara, sequé la banca y me senté con el cigarrillo en la mano derecha. Un pequeño rocío comenzaba a desbordarse.
La sensación fue algo extraña. Es decir, jamás había llegado a ese nivel de paz emocional. Nunca me había sentido tan en comunión conmigo mismo. Era como si todo lo que pensara en ese momento se compaginara y me llevara a tener un estado de coherencia entre mis emociones y mis pensamientos lo que generaba una paz que me llevaba hasta la meditación. ¿Sobre qué puede meditar un taxista, que se gana la vida día a día y que sus máximas preocupaciones están en conseguir el dinero para pagar el arriendo y para su comida? pues sobre la vida. Sobre la tranquilidad que sentía en ese momento lejos de tanto movimiento, de tanto agite por los problemas de la vida. Por conseguir el dinero, por conseguir los alimentos. El día se nos iba en eso, en conseguir la plata para todo. Y ahí,  solo ahí llegué a pensar en que la vida se nos va en eso. Un amigo de infancia que era profesor de literatura en la Universidad del Atlántico un día me habló de una novela un poco melancólica que mi pobre educación e inteligencia y hasta sensibilidad no supo apreciar. Se llamaba la Línea de Sombra, del nombre del autor no me acuerdo, era inglés. Pero me acordé de la novela porque mi amigo me refirió una frase que nunca se me va a olvidar ya que me pareció muy triste. Así se lo dije. Uno de los personajes decía “la vida no es más que una sucesión de días mal gastados” y caray, justamente eso llegué a sentirlo ahí. Ya veo porque le gustan tanto esos libros a Domingo, recuerdo que pensé. Y puedo decir que me sentí un poco triste conmigo mismo. A mí alrededor los sapos, los grillos y las luciérnagas se escuchaban. La brisa movía de un lado a otro los palos que estaban detrás de mí y el rocío de la lluvia envolvía el ambiente en un aura melancólica. No puedo seguir así, me dije. Debo comenzar a hacer otras cosas.
 
 
 
 
 
 
El fin de semana que vino tomé un bolso, saqué una pequeña cantidad de dinero que tenía ahorrado y me fui para Cartagena. Me bajé en la casa de un tío. En la tarde tomé un bus de Ternera y me fui para la bahía de Crespo. Caminé por la playa, tiré piedras al mar, me metí al mar y salí de allí entra la noche. Me regresé en la misma ruta y llegué a la casa apenas para alistarme. Me puse una ropa cómoda y elegante y me fui a caminar las calles del centro. Era una noche espléndida. Pocas nubes y muchas estrellas. Sorpresivamente había brisas, me sentí muy vivo. Primero llegué a la plaza de la Trinidad. Había un trío tocando para un pequeño grupo de extranjeros. Me quedé escuchándolos un rato. Después subí a la muralla. Me acerqué a un grupo de turistas guiados por un guía de la ciudad que les explicaba que ese fuerte había sido construido por los españoles durante la colonia para proteger su territorio de los otros conquistadores Europeos. A un grupo de ingleses que estaban ahí les habló de Sir Francis Drake un pirata británico que intentó invadir la ciudad pero fue un intento fallido. Entre ellos soltaron una risa respetuosa, supuse que lo vieron como una proeza no cumplida por parte de un compatriota suyo.
Cuando bajé de las murallas, me decidí a caminar por las partes que no había caminado. Llegué a Getsemaní. Caminé por un callejón en línea recta y salí a una plaza con una iglesia, la iglesia de la trinidad. Era una plaza grande y atiborrada de extranjeros. En el centro bailaban unos jóvenes mientras los extranjeros tomando cervezas y fumando los observaban y los celebraban. Me senté en la esquina de la iglesia a verlos. Al lado mío había una pareja emocionada. La muchacha notó mi presencia y  me preguntó si era de la ciudad, le dije que no y ella me dijo que ellos eran de Italia. De Turín, me dijo, de la tierra de la Juventus, aunque nosotros somos hincha del Torino. Ellos sonrieron. Yo solo conocía a la Juventus pero para seguirles la corriente sonreí. Después les pregunté si les gustaba la ciudad, me dijeron que sí, que era su primera vez y que estaban encantados. El joven me dijo que se llamaba Antonio y ella me dijo que se llamaba Carla. Hablamos mucho, creo que les guste, que nos caímos bien. En la madrugada nos fuimos de la plaza que ya estaba semivacía y nos fuimos caminados de nuevo para el centro. Entramos a un Carulla, compramos Cervezas, Cigarrillos y luego nos sentamos en unas bancas que están diagonal a la Universidad de Cartagena. Hablamos del Carnaval, del Junior, les dije que tenían que ir al carnaval algún día y ellos me dijeron que sí, que tenían que ir a Barranquilla. Qué teníamos que reunirnos. Después cuando las cervezas nos alegraron y la borrachera no nos dejaba articular las palabras ni mucho menos organizar nuestras ideas, Carla me dijo que la noche siguiente tenían alquilado un bote lancha para ver las estrellas en la noche, que si quería ir con ellos. Yo con gusto acepté y quedamos en encontrarnos a las 7 en el muelle de la Bodeguita. Creí que iba a pasar el mejor fin de semana de mi vida, después el infortunio me iba a mostrar que no, que estaba muy equivocado.
En la noche, bajo ese cielo despejado y el aire seco que caracteriza a Cartagena nos embarcamos en una lancha blanca con dos sillones estilo almohada en la parte de adelante mientras el conductor iba en la parte de atrás manejando. Teníamos el mar, las estrellas, la lejanía frente a nosotros. Antonio tenía pantalón en lino blanco y camisa guayabera. Carla tenía un vestido blanco hasta debajo de las rodillas. Yo me puse jeans, tenis y una camisa manga larga. Nos subimos a las 7 y media de la noche y andamos. El plan era estacionar la lancha en un sitio más o menos lejano de la orilla y quedarnos un buen rato escuchando música y tomando whisky. Anduvimos más o menos 30 minutos y nos paramos en un lugar en el que casi no se veía la ciudad. Se veían los grandes Edificios de Bocagrande y Manga. Del lado derecho estaba sentado Antonio, Carla estaba en el medio y yo en la parte izquierda. Tomamos y hablamos durante un tiempo. En medio de la conversación Antonio sacó de su bolsillo una pequeña bolsa con coca. Inhaló y le pasó a Carla la bolsa, ella inhaló y después me la pasó a mí. La verdad no sabía si hacerlo pues aunque ya lo había hecho antes me pareció muy extraño hacerlo en el sitio en el que estábamos. Inhalé, sentí la adrenalina que entraba por mi nariz como una corriente. Pronto sentí la incomodidad en la nariz y la resequedad en la garganta. Carla me pasó un trago, "para que se te baje" me dijo. Tomé y me sentí muy hiperactivo.
Tiempo después ya tomábamos tragos largos y Antonio en el furor de la noche colocaba la coca en una tarjeta de crédito e inhalaba grandes cantidades. Después se la pasaba a Carla quien también lo hacía. Yo no quise, la verdad es que me sentía muy drogado y con el cuerpo desequilibrado. Me quedé viendo fijamente a lo lejano en el mar con la sensación de dejadez y pesadumbre en mi cuerpo. No sé en qué momento Carla comenzó a pasarme su mano izquierda por mi brazo derecho acariciándolo suavemente. Respondí atrayéndola hacia mí con mi brazo y después besándola. Miré a Antonio y este veía a los lejos tocando las piernas de Carla con su mano izquierda y con la vista fija en el mar. Mi lengua entraba por las encías de Carla mientras ella me frotaba con la yema de sus dedos mi brazo. Después Antonio se sentó y nos observó. Yo me concentré en Carla y minutos después escuchaba el sonido de la nariz de Antonio inhalando coca como si de eso dependiera su vida. Luego le metí la mano por debajo de su vestido a Carla y le comencé a acariciar su vagina. Después le introduje dos de mis dedos y comencé a metérselos y a sacárselos con fuerza mientras ella me gemía al oído. En un momento solo se escuchaban los gemidos de Carla y voltee a ver qué hacía Antonio. Lo vi convulsionando cada vez más cerca de la orilla de la lancha. Pasé mi brazo por encima de Carla y  lo agarré atrayéndolo para el centro. Carla se dio cuenta y comenzó a presionarle con las manos el pecho aceleradamente. Después fue hasta las bancas de atrás en donde estaba su bolso, lo trajo y se lo puso a Antonio en la cabeza. Lo colocó de lado y Antonio comenzó a botar grandes cantidades de saliva moviéndose desesperadamente. El conductor se dio cuenta de lo que estaba pasando y puso en marcha la lancha para la orilla. En ese momento vi la muerte de cerca. Pensé que Antonio se iba a morir. Nunca había vivido eso. Me llevé las manos a la cabeza y comencé a llorar, a llorar por lo abrumado que me sentía. Creo que la borrachera y el efecto de la droga se me pasaron. Carla lo llevaba en sus piernas y le sobaba la cabeza.
 
 
Llegamos a Cartagena, lo bajamos del bote y entre el conductor y yo lo subimos en uno de los taxis que estaban en la carretera. Carla y yo nos montamos y el conductor se devolvió al bote. En el taxi Carla presionaba sus pechos y le daba aire con su bolso. Notamos que Antonio estaba un poco más estable aunque seguía inconsciente. Llegamos a la clínica, lo subieron de emergencia y yo me quedé abajo esperando. Podría decir que me sentía exhausto y triste. Creo que había sido una experiencia traumática. Mi temperamento no era filosófico, pero creo que últimamente estaba sintiendo mucho. Podía sentir que no era una experiencia cualquiera. Había la posibilidad de que una vida se extinguiera, de que una persona dejara de existir. La sala de espera fue quedando vacía y no sé en qué momento me había quedado dormido con las manos dentro de la camisa. Clara me despertó en la madrugada.
 
-Antonio ya está estable- me dijo- si quieres ya puedes irte.
-No, yo me quedo- le dije- no puedo dejarte aquí sola.
-No vete- me dijo firmemente- no es la primera vez que esto pasa. Además, en la mañana le dan de alta y nos vamos. Sinceramente preferiría estar sola.
 
Creo que la entendí, era su decisión. Me despedí de ella y le dije que me saludara a Antonio cuando despertara. Salí de la clínica y me encontré con la noche solitaria de Cartagena. Tomé un taxi que me llevara a la casa de mi tío. Llegamos, le dije al taxi que me esperara mientras tomaba mis cosas. Después le pedí que me llevara a la terminal. Eran las tres de la mañana cuando iba embarcado en un bus directo a Barranquilla. Iba con el espíritu destrozado. Supuse que me iba a tomar un tiempo olvidar esto. De Antonio y Clara nunca supe nada más. 
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misterfec · 4 years
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EL 15 de febrero
Hola la verdad no se como empezar a escribir solo quiero que fluya todo mientras lo hago ...
ayer fue un día muy lindo desde el principio ya empezó fenomenal , estaba en mosconi en la casa de mi madre fui a pasiarle el todo el fin de y el lunes (osea ayer ) tenia que estar antes de las 8 am en casa por que me tenia que inscribir en algo que no lo voy a decir ... pero bueno el hecho que me vine temprano en bicicleta y para ser honesto no tenia plata ni uno solo peso pero bueno ay estaba yo en bici y en el camino me encontré plata que en si no era casi nada pero la verdad que me hacia falta y dijo o dios si empezamos así el día imagino que el resto va ser maravilloso .... me sentía de feliz y agradecido a pesar de todo pero bueno ... hallé 3 veces plata en el camino juro que me iba a poner a llorar de la felicidad el clima esta semí lluvioso pero lo mismo partí a casa en la bici ...Llegue justo alas 8am entre volando y prendí la compu e pude inscribirme luego unos 20 minutos después recibí un mensaje de quien no quiero saber nada ... en si pensé que en bajoniarme pero dije no el día empezó genial no me voy a dejar caer así nomas así que active mi positividad e seguí con mi rutina diaria de limpiar y todo eso así que no me deje ...y  a lo largo del día aquí en la ciudad salió un actividad cultural de la municipalidad que se trataba de tipo de turf de instituciones de arte y que teníamos que recorrer podías hacerlo en bici ,moto ,auto o caminado y bueno lo vi interesante (en si yo soy muy curioso me gusta conocer y aprender cosas nuevo y eso ) lo cual quería ir pero no solo así que invite a una amiga que ya me venia rechazando varia veces ( jajá pobre yo ) lo cual lo hizo otra vez jajá pero era entendible por que estaba haciendo tarea (estudiando) pero al final al cavo de una hora maso menos me hablo me dijo que si y bueno nos organizamos así alas apurada por que ya era tarde ... así que bueno al final dijo que si que era importante bueno yo fui caminando y ella en moto ... aunque no lo creen llegue primero yo (jajá la espera como casi 20 minutos jaj) al final llego y nos fuimos en su moto .... fuimos ala primera parada (Instituto ) que quedaba muy cerca del lugar de donde te daban las indicaciones... estuvimos ahí vimos varias pinturas preciosas ,muy impresionantes y creativa que fue lo que mas me sorprendió ahí nos recibió un señor muy bueno y todo pero honestamente no le entendía lo que hablaba por el tapa bocas (jajajja ) yo solo decía ajam , que lindo , y algunas palabras para disimular que lo entendía pero la verdad no le entendía nada de nadita jajaj y bueno ... seguimos las demás paradas lo cual encontramos cosas mucho mas linda e hermosas que la primera y así estuvimos recociendo las que pudimos por que eran 9 paradas pero ya era algo tarde por asi decirlo y no pudimos encontrar algunas y otra creo que ya avían cerrado .... debo destacar que creo que fue la ultima parada que hicimos lo cual un nene de 8 años si no me equivoco me llego mucho su creatividad e imaginación y estilo de dibujar lo cual siendo sincero me llego mucho .... me encanto por completo casi lloro jajjaj pero bueno en el trascurso que ya quisimos ir a dejar el recorrido por así decirlo ya era muy tarde y se fueron.     Bueno ella se tenia que ir y yo no quería (digamos jaj ) al final decidimos que ir a dar unas vueltas en la moto mientras charlábamos , me hacia buling también ( <--- si lees esto te vas a reír jajaj peleadora nqv ) en solo que andábamos se nos paro la moto en un semáforo , ay dios decía yo por dentro que mal (debo ser honesto me sentía algo mal por que fui yo el que le dije que vamos a dar una vuelta en vez de dejar que se valla por que tenia cosas que hacer pero no yo fui un tonto juro que me sentía de mal.. jajaj ) en lo que paso eso no prendía la moto , me fije si tenia nafta y aceite también pero le faltaba un poco pero no motivo para que no arrancara , tras varios intento decidimos jaj  que la pechara para intentar hacerla arrancar ala moto ( debo destacar que ella me decía que pensaba que estaba ahogada la moto lo cual me daba un ternura por la manera que lo decía jeje ) no quería se valla pechando la moto así que esta dispuesto a llevarla ala moto pechando hasta su casa (estábamos al otro lado de la ciudad y su casa es re lejos jaja ) tras tantos intento de pechar me di cuenta por las raciones de la moto que era la bugía así bueno pechamos una vez mas y nada (yo ya estaba por dame por vencido jaja )  pero me dijo que la patee una vez mas lo cual afortunadamente encendió así como prendió se subió ella y salimos a los rápido y furioso 9 jajaj casi la pierdo en el trayecto por la velocidad que iba jaja ( me decía vos me quieres matar de un infarto jaja ) yo iba rápido por lo que si se nos volvía a apagar que no sea al otro lado de la ciudad jajja por fortuna no paso pero me acorde que iba con ella no podía andar asi de brusco (loco jaj ) así que ya iba algo moderado ... yo tenia ganas de llevarla prácticamente hasta su casa por miedo a que se le pare y tenga que pechar pero bueno no quería así que me acerco a mi hace un lugar y de ahí se fue ella (yo estaba re preocupado por lo que rogaba a dios que no se le pare la moto ... gracia a dios no paso .. encima en ese rato se largo la lluvia me puse peor por ella yo iba caminando en medio del agua que era lo de menos si no que ahí dios estaba de afligido por ella ... en fin llego bien gracia a dios no se mojo ni nada de eso ... en fin jajaj que aventura a pesar de todo me divertí mucho hace tiempo que no salía con alguien así ... estuvo re lindo ojala se repita pronto al final del día fue re lindo como parecía desde el principio --- HERMOSO DIA PARA MI ---
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lost1909 · 4 years
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Increíble
Me di cuenta que no habia estado por aca, por que no lo necesitaba, estaba tan feliz que no habia razón, te cuento, conocí a alguien hace un tiempo , una persona INCREÍBLE, lo conocí en el curso al que iba, cuando peor me sentía, cuando mas sola estaba, se acercó e intentó incluirme, sabes cuanto agradezco eso, jamás lo hubiera logrado sola, al principio fue raro, todo fue tan natural, tan genuino que pensé somos tan parecidos que da miedo, comenzó como un amigo, la confianza cada ves era mayor, siempre tuve mi barrera, después de la última vez, como no la iba a tener!?.
Pasaron los días y de la nada comenzaba a verlo diferente, pero me negaba, es mas chico que yo, y eso solo pasaba en mi cabeza, aparte teniendo una cría, me decía "es imposible", pero la manera en la que hablábamos me hacia sentir que quizá no estaba loca, quiza si habia algo ahi, pero no me quise ilusionar, creo eso fue lo que ayudó, jamas imagine algo, jamás lo intenté, todo fue natural, la gente alrededor lo notaba, y ambos lo negabamos, hasta que un dia salimos, amaba que siempre me incluía y no me dejaba atras, ese día sentí que podría suceder algo, pero me daba miedo, no sabía si estaba lista, asi que me puse otra barrera y adivina si paso, me beso, recuerdo que me sentí feliz y me sentí tonta por eso jaja.
Pense que era de juego, mi barrera me hizo pensar asi y me dije que asi lo iba a mantener, hasta que vi que para el no fue un juego, como te describo lo que sentí? Alguien no me tomo como una diversión, como un rato, alguien me beso y enseguida me tomo enserio, de hecho desde antes lo hizo, mientras escribo esto estoy llorando solo de pensar en eso, pero que te digo? Demasiada dañada para creerlo asi que mi barrera la mantuve, cuando menos me di cuenta era demasiado tarde, lo extrañaba, amaba esas horas con el, me hacia reir como nadie, siempre nos callaban, hace tanto que no me sentia asi de cómoda, asi de bien, justo como te decia es como si volviera a sentir todo eso de nuevo, sus besos eran perfectos, sus manos, todo el si lo pienso bien, el era esa parte que me faltaba, esa que me gritaba disfruta!! Y me enseñó a disfrutar todo de nuevo, hasta lo mas insignificante con el lo era todo, cuando me di cuenta, ya no soltaba su mano, no dejaba de besarlo y abrazarlo, de hablar con el, de contarle todo y sabes que era lo mejor? Si me escuchaba.
El tiempo pasó, me sentía feliz y se notaba, en todo nos complementabamos, no debo decir pero en eso, me hacía sentir tan segura que era yo, y me prendía solo con tocarme, todo con el estaba bien, pero como acostumbro a hacerlo, mi mente comenzó a ganar, me decía y si si es un juego? Y si se aburre? Y si se da cuenta de que esta perdiendo el tiempo con alguien que nisiquiera puede salir por que cría, estaba enamorada y nisiquiera me di cuenta, me asuste tanto por que sabía lo que eso significaba, dolor y del feo, antes de sentirlo puse una enorme barrera que se que el intentaba derribar todos los dias, mierda jamás hizo algo malo, jamás jamás, ojalá pudiera decirle que me perdone, que jam��s fallo en nada, es perfecto.
Esa barrera la puse tan alta que fue imposible quitarla, mi mente seguia, comencé a alejarme, a convencerlo de que no habia manera de algo futuro, que tonta jamás lo estuve convenciendo a el, era a mi, el lo aceptaba por que básicamente no le daba otra opción, comencé a agarrar cualquier cosa para subir la barrera, jamás hizo algo malo, pero yo lo hacia parecer que si, el curso se acababa, y me asuste, que iba a hacer sin el? Como me iba a sentir sin verlo? Sin reirnos juntos? Sin besarlo? Sin tomar su mano? Sin sus bromas? Sin nuestras peleas? Como se supone que iba a despedirme? Me cerre, me aleje, lo dejé solo, termine con todo, no se como logre hacerlo como si nada, pensé en me duele menos si lo hago ahorita, que si lo hago después, o si el lo hace no podré con eso, quizá el jamás lo iba a hacer, pero jamás lo sabre.
Como acostumbro arruine lo mas bonito que he tenido, tenia todo y nuevamente lo arruine, me sentiré culpable siempre por que no di explicaciones, solo lo deje, como mierda pude hacerlo? Que clase de persona le hace eso a la persona que la hacia feliz? Que le dio todo? Si pudiera solo le diría que me perdone por dejarlo solo, por alejarme como si nada y huir, se que eso jamas quitara lo que en su momento sintió, que supongo es algo parecido a lo que ahora siento, solo yo soy tan estúpida para hacer algo así.
Espero este muy bien, feliz y quizá después la vida me haga verlo de nuevo, agradecerle todo, ver que es feliz y que no me odie como lo hago yo por hacerle eso.
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graciasbalan · 5 years
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MANUEL
Acabo de encontrarme a Manuel de camino para acá. O eso me pareció. No sé. Hace mucho que no pensaba en él. Crecí siendo el menor de cuatro hermanos. En orden de aparición éramos: Oscar, Diego, Manuel y yo. Yo llegué muy tarde, seis años después de Manuel, y además llegué con un padre distinto al de los otros. Oscar y Diego eran muy buenos conmigo, pero Manuel me tenía una saña… Vivíamos en una casa chaparra, húmeda, que constantemente olía a agua estancada, porque el drenaje no funcionaba como se suponía que debía funcionar. Siempre había sábanas blancas en el tendedero de la azotea, entre las que eran nuestras y las que le encargaban a mi mamá para lavar. Y todos los martes pasaba un señor altísimo, blanco, blanco, albino, con unas botas bien pesadas que sonaban con cada paso y siempre empujando un carrito lleno de tiliches. Iba gritando “¡Se compra fierro viejo, botellas, electrodomésticos…!” y lo decía con una voz que no parecía encajar con su persona, quizá por demasiado femenina, o por demasiado masculina, o porque no sincronizaba con el movimiento de sus labios. Cuando ese señor pasaba, Manuel en seguida corría a buscarme y decirme “Ya llegó el ropavejero por ti”, entonces me jalaba del brazo e intentaba sacarme a la calle. A veces también sacaba su cabeza por la ventana y gritaba “¡Eh, señor! ¡Acá tengo un niño meón para venderle!”, o decía “¿Cuánto me da por un changuito?” “Oiga, ando vendiendo a mi hermano, pero trae una fuga de agua”. El ropavejero nomás volteaba a verlo, con una mirada helada, con sus ojos azulísimos, y seguía caminando sin decir nada. Yo gritaba, lloraba, me escondía donde pudiera, y muchas veces me orinaba encima. Para entender esta historia, primero tenemos que hablar de mi madre. Hasta el día de hoy no he podido estar cien por ciento seguro de su edad. Creo que oscila entre los setenta y ochenta, aunque a veces creo que anda por los sesenta y otras veces he llegado a pensar que ya ronda los noventa. Ella siempre ha sido una mujer hermosa, alta, atemorizante. La recuerdo sentada en el sillón de la sala, mirando fijamente la entrada de nuestra tienda de abarrotes. Por si alguien llegaba a comprar un litro de leche o a traerle una canasta de ropa para lavar. Sentada ahí, con la pierna cruzada, con su chal color morado encima, sin moverse. Así se pasaba las tardes. Las personas de la colonia le tenían un miedo espantoso. Mi mamá era además, despiadada para cobrar la renta de sus terrenos. En ese tiempo yo no lo sabía, pero mi mamá se hizo de una reputación de usurera y de bruja. Porque ninguna mujer podía ser tan hermosa y tan cruel sin que hubiera asuntos diabólicos involucrados. Ya luego me fui enterando de las historias que se contaban sobre ella. Que le prendió fuego a una de sus casas, con sus inquilinos todavía adentro, porque ya llevaban tres meses sin pagarle. Que mató a mi abuelo. Que tenía pacto con el diablo. Me consta que lo de la casa en llamas nunca pasó, que mi abuelo murió de un infarto, y eso lo del diablo sí quién sabe. El padre de mis hermanos había sido el capataz de los plantíos de caña de aquel pueblo. Dos años después del tercer hijo, mi madre le descubrió una segunda familia, con una niña tres años mayor que Manuel. Ella no lo corrió de la casa, pero lo obligó a dormir en la sala, le daba la comida sin sabor, o echada a perder, y se esforzaba por hacer de su vida un infierno, hablaba pestes de él con los vecinos, en las fiestas, aún con él presente, y él tenía que quedarse escuchando, tragándose el coraje. Y así, siguieron juntos en la misma casa por dos años más. Porque mi mamá no lo iba a correr, jamás se sometería voluntariamente a esa humillación pública. Luego, un día, durante la noche, el padre de mis hermanos se fue. Entonces la única fuente de ingresos para la casa fue la tienda de abarrotes, y la ropa que mi madre lavaba. Fueron tiempos difíciles. Mi madre, ante los ojos de los vecinos, se convirtió en una dejada. Pero se mantuvo digna, con su mirada feroz, viendo siempre hacia la entrada de la tienda, sentada en el sillón de la sala. Ya después se juntó con un artesano, mi padre, un hombre guapo pero sumiso, encorvado, a quien mi madre podía gritar y mangonear a su antojo. Ahí fue cuando llegué yo. Ahora, regresando a mi historia. Manuel era un cabrón. Pero yo le tenía mucho aprecio, y mucha admiración. Por más que me empujara, que me asustara, que se burlara de mí, yo siempre ahí iba atrás de él. Era mi hermano favorito y por alguna razón yo quería parecerme a él cuando creciera. Mataba pájaros con cohetes, prendía fuego al zacate seco, rayaba las paredes de las casas, robaba, aventaba piedras a la gente desde las azoteas. Y todo lo hacía conmigo viéndolo al lado, a unos dos o tres metros. Él nunca me corrió, porque creo que le gustaba tener un público para sus maldades. Todo ocurrió cuando yo tenía ocho años. Manuel tendría unos catorce. Mi madre, a mitad del desayunó, se puso de pie y nos anunció a todos que estaba embarazada. Pareció que yo fuera el único de mis hermanos que se alegró con la noticia de un nuevo compañero de juegos. Mi padre estaba que reventaba de alegría. Ella se volvió muy celosa con lo que comía, con lo que hacía, con cómo se sentaba, y nos amenazaba diario con que no la hiciéramos encabronar porque le haría daño al bebé. Creo que Manuel más adrede lo hacía. El gusto le duró apenas tres meses a mi mamá. Creo que tuvo un aborto espontáneo. Nomás me acuerdo de ver el baño lleno de sangre y que mi papá se llevó a mi mamá al hospital durante todo el día. Me acuerdo haber esperado sentado a oscuras, en la tienda de abarrotes cerrada. Después de eso, mi madre se volvió todavía más irritable, iracunda, hasta un punto ya insoportable. A mí me aterrorizaba pasar cerca de ella, cualquier ruido le provocaba migraña, se enojaba, te gritaba y te lanzaba lo que fuera que tuviera cerca. Una noche, mi padre no amaneció en la casa. Y ya no volvió nunca. Mi mamá rompió las cosas que quedaban de él en su habitación. Rompió espejos, tiró muebles, y se volvió a sentar en el sillón de la sala, a observar. Fue como si le cayera la edad de pronto. Le salieron todas las arrugas que antes no tuvo, engordó, le aparecieron canas, todo en cuestión de meses. Todavía mantenía su postura altanera e imponente, pero ahora había algo triste en todo eso. Le agarró una saña inexplicable a Manuel. A sus travesuras, a su tono de voz, a sus chistes a mitad de regaños. No se me olvidan las putizas que le puso, y no se me olvida a Manuel, con lágrimas escurriéndole, manteniendo los ojos encendidos en furia clavados en los ojos de mi madre. Ni el enojo ni los chingadazos de ella detuvieron las vagancias de Manuel. Ni a mí de seguirlo a todos lados. Fue un martes. Sé que fue un martes porque los martes pasaba el ropavejero. Escuchamos su cantaleta acercándose, con su voz extraña, y yo corrí a esconderme debajo de la cama. Sentí cómo me jalaba de los pies y me arrastraban fuera, mientras yo intentaba aferrarme de algún lugar, pero sin lograrlo. Manuel me cargó hasta la sala, y yo pataleando, gritando, pidiendo ayuda. Y entonces nos topamos con mi mamá, parada frente a nosotros, sorpresivamente vieja pero todavía con la espalda bien recta, con los ojos bien duros y con su chal morado encima. Yo dejé de gritar en cuanto la vi. Nos quedamos quietos. Ella le ordenó a Manuel que trajera el boiler descompuesto que teníamos arrumbado en la azotea, oxidándose, que se lo íbamos a vender al ropavejero. Él, bruscamente me puso en el suelo y, sin apartar la vista de mi madre, subió por las escaleras. Yo estaba temblando. El único sonido que podía escuchar en ese momento, era la cantaleta del ropavejero. Salimos los tres, con Manuel cargando el boiler que se caía a pedazos. Mi madre se acercó al ropavejero mientras Manuel y yo nos quedamos justo fuera de la puerta de mi casa. Intercambiaron palabras un rato, con mi mamá tapándose la nariz y sacudiendo su chal constantemente y volteándonos a ver muy seguido. Recuerdo a Manuel mirándome con una sonrisa burlona. Pero sobre todo recuerdo no poder apartar la vista del ropavejero, con sus botas negras enormes, con sus manos de dedos larguísimos, con unos pantalones aguados y sucios. Apestaba a orín y a mierda. Mi mamá nos pidió que nos acercáramos, que lleváramos el boiler. Y nosotros fuimos, sintiendo más miedo y más asco conforme más nos acercábamos. El ropavejero soltó por primera vez su carrito y se volteó para agarrar la chatarra que le llevábamos. Cuando se movió, hubo algo muy dislocado en sus movimientos, quise vomitar, no sólo porque el olor agrio que desprendía se intensificó, sino porque la forma en que se movía me hacía doler la cabeza. Sus rodillas se doblaban hacia atrás, y su pecho iba hacia adelante, como para hacer equilibrio, como una gallina. Quise llorar. Creo que Manuel también se puso pálido. Subimos el boiler al carrito y mi madre le agradeció. En cuanto mi mamá dio un paso, yo salí corriendo en dirección a la casa. Manuel quiso correr justo detrás de mí, pero mi mamá lo detuvo con el brazo. Luego, vi como el ropavejero le ponía la mano en el hombro. Yo me quedé viendo todo eso de lejos. Mi madre le habrá dicho algo. No sé. Manuel no hizo nada para intentar zafarse de aquel hombre, no gritó, no pataleo, no tiro madrazos ni mordidas. No hizo nada de lo que Manuel haría. Sus ojos se llenaron de lágrimas y las lágrimas le cayeron por la cara sin que él pudiera detenerlas. Y mi mamá se alejó de él. Me hizo entrar a la casa. El ropavejero lo cargó, todavía llorando, y lo subió a su carrito. Luego siguió andando. Cuando fui creciendo, me convencí de que eso no pasó realmente. Que era un recuerdo infantil, mezclado con mi imaginación, con alguna pesadilla. Acabé creyendo la historia que mi mamá siempre contó: que Manuel se escapó de la casa con una noviecita que tenía. Nunca más lo volvimos a ver. Y los martes se convirtieron en los días más silenciosos de la semana. El ropavejero tampoco volvió a pasar por acá. Unos días después de que Manuel se fue, mi mamá nos anunció, de nuevo, que estaba embarazada otra vez. La gente ha de haber hablado muy feo de mi mamá, quién sabe quién haya sido el padre, ¿dónde estaba? ¿cómo le iba a hacer?, pero eso nomás debió haberle inflado el orgullo. No estoy seguro de cómo fue, pero entre más le crecía la panza, le iban desapareciendo algunas canas, le adelgazaron los brazos, sus arrugas tomaron una fuerza nueva, volvió a ser igual de digna, de hermosa y de imponente como lo fue antes. Nació una niña, la nombró Raquel y yo le agarré una saña horrible. Cuando aprendió a caminar y empezó a seguirme a todas partes, yo la encerraba en el closet, le apagaba la luz del cuarto y le cerraba la puerta, le contaba historias de brujas, de chaneques, de nahuales, de demonios, pero mi historia favorita, era la de cómo el ropavejero se llevó a Manuel, y cómo se la iba a llevar también a ella por chillona. Cuando mi mamá me cachaba hablando de eso, me daba un santo cachetadón y me gritaba que le tuviera respeto a la memoria de mi hermano. Luego iba y le prendía una veladora a su foto, dizque para que volviera con bien. Odié muchísimo a mi madre por muchísimo tiempo. Pasados los años, Diego y Oscar se mudaron, tuvieron sus propias familias, Oscar ahora es policía y Diego anda trabajando en una fábrica de la coca-cola. La única que se graduó de la universidad fue Raquel. Es contadora y vive en la ciudad de México. Yo fui el único tarado que no acabó la prepa, que se tuvo que quedar a cuidar a mi madre, que tuvo que aprender a soportar sus gritos y a esquivar las cosas que avienta cuando no la obedeces. Mis hermanos escaparon de esto en cuanto pudieron. Hace unos años, en una inundación, la casa en la que siempre crecimos se volvió inhabitable. Tuve que sacar a mi mamá a la fuerza, que estaba decidida a morirse ahí, como lo habían hecho mis abuelos y mis bisabuelos. Ahora vivimos en una casa un poco más pequeña, en una colonia un poco más urbana. Pero hoy, cuando venía de vuelta del trabajo, escuché una cantaleta familiar, que me revolvió las entrañas. “¡Se compra fierro viejo, botellas, electrodomésticos…!”. En dirección contraria a mí, venía el ropavejero, tal y como lo recuerdo de niño, caminando lento y extraño, como un pájaro. Y junto a él, caminando descalzo, venía Manuel. Todavía con catorce años de edad. Me paralicé ahí a media calle, sentí frío todo mi cuerpo, intenté no mirarlos directamente, mantuve la vista al frente, esperando a que pasaran de largo. Y ese niño moreno, de la cara toda cochina y los ojos llorosos, clavó sus ojos en mí, como intentando reconocerme, pero también como si no pudiera reconocer nada, sus ojos ahora estaban muy vacíos, como si de tanto llorar ya se le hubiera gastado la vida. Pasaron de largo. No fue sino hasta que dejé de escuchar la cantaleta del ropavejero que pude tirarme llorar. Llegué temblando a mi casa y empecé a escribir esto. Mi madre, ahora viejísima, de cabellos blancos, de arrugas profundas, de movimientos frágiles, está sentada en el sillón de la sala, viendo por la ventana, con una cara de espanto que nunca antes le había visto. Lleva así desde en la mañana, y si hablo con ella, me responde con un monosílabo y sigue mirando por la ventana. En fin. Esa es la historia de Manuel. O la historia de mi madre. O mi historia. Todavía no lo sé. Tampoco estoy seguro si el niño que vi hoy fue mi hermano, o si es que todos los niños desgraciados se parecen.
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isitrainingwhereuar · 8 years
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No estoy tan mal después de todo.
Había empezado con una invitación casual de mi mejor amiga. Un jueves. De la nada salta su mensaje en mi pantalla “¿Vamos a la run?”. Consternada, porque el año pasado habíamos ido y no nos había gustado. Hablando un poco mejor, mi pregunta salió a flote “¿Qué te pinta con ir ahí?”, me manda un evento, publicidad, lo que sea, un chico lindo tocaba la batería el sábado 11. Ahí entendí todo, obvio que le dije que me prendía. Ella llevaba a un amigo, yo le pregunté a los míos pero ninguno estaba disponible. El sábado 11 de febrero yo estaba en su casa a la noche. Ni siquiera me arreglé tanto, la humedad mataba, especialmente a mi pelo. Me puse una remera negra corta, un short negro y unas sandalias, tan común como suena. Me pinté los labios únicamente. Se hizo la hora, fuimos en taxi y pasamos a buscar a su amigo. Charlábamos, y yo tenía una extraña pero agradable sensación en el interior, algo que me decía “hoy va a pasar algo re copado, tranquila”. Llegamos al bar, subimos a la terraza, estaba hermoso; las luces como esas de navidad, entre las plantas de exteriores, pequeñas mesas decoraban. Pedimos una cerveza, yo estaba muerta de hambre porque no alcancé a cenar pero no me importó. Y hablamos y hablamos hasta que una llovizna comenzó a caer. La disfrutamos un ratito hasta que decidimos meternos adentro, sobre unos sillones grandísimos. El baterista lindo entró en escena, mi amiga viéndolo directamente, yo a veces lo miraba haciéndome la pelotuda (que me sale re bien). Su amigo llamó a otro amigo, ahora éramos cuatro, hablando de cualquier cosa. Los tragos me cayeron de regalo, obvio que aproveché. Se hicieron las dos y media de la mañana, más o menos. Bajamos, ahí siempre se pone como boliche y la gente es buenísima. No quería decirlo antes, pero estaba animada. Y bailamos y en un momento mi amiga me dice que otro baterista estaba cerca pero que no alcanzaba a verlo bien. Yo (como buena caradura) pasé mi brazo sobre sus hombros y la dirigí hacía el grupito de este nombrado, sin embargo, no lo miré a él y tampoco a los que estaban a su lado. Seguí de largo hasta el baño, me solté de ella porque otro chico venía a hablarme. Sentía detrás una animosidad que me pareció extraña. Dejé de hablar con este y fui en busca de mi amiga. La encontré a ella y a los otros dos chicos en una esquina. Me tomó de los brazos y comenzó a gritar “boluda, ¡Milton me saludó!”. Yo salté y grité de la alegría junto a ella, pero no terminaba de entender quién era Milton. Terminamos de festejar y fuimos de vuelta a bailar.
En un momento, mi amiga se separa ligeramente del grupo, la veo de repente hablando con un chico. Al segundo también veo que ambos me miran, me señalan, mi amiga me agarra del brazo y me dice rápido al oído “haceme la segunda”. Yo no entendía por qué hacerle la segunda, sólo había visto a ese chico. Pero en cuanto me agarra del brazo y me posiciona en el lugar, a mi lado estaba otro. Lo miré y la paz de la que tanto hablan los budas se hizo presente en mí. No habíamos hablado y ya sentía su alma, su energía, su todo. No estaba mirando su cara o su imagen en general, juro que vi su alma. Y la tranquilidad se apoderó de mi (yo que rebalso de energía, ansiedad y estrés) y puedo jurar que fue una de las sensaciones más hermosas que sentí en la vida. Me habló, me dijo su nombre, y desde ahí nos contamos buena parte de nuestra historia. Hasta nos quedamos solos en un rato, los otros fueron por cerveza. Pero los encontramos cerca del final, ya nos echaban (literalmente) del establecimiento. Con mi amiga la hacíamos fácil siempre, íbamos afuera y esperábamos un taxi que nos llevara hasta su casa (mi otra casa). Pero salimos a la vereda, pleno centro, cinco y media de la mañana. Ahí entendí que este chico era el tal Milton (el baterista que apareció segundo), quien nos insistía en que vayamos a hacer after a su departamento. Pero mi amiga y yo nos entendíamos con una sola mirada. Decía que estaba cansada y me clavaba los ojos, pero yo en ese momento volaba, parada al lado del señor paz. Él nos miró a ambas, haciendo caso omiso a su amigo, entendió y musitó: chicas, no hay drama, podemos hacer algo otro día, las alcanzo hasta tu casa. “Ah, tiene auto” habremos pensado. Caminamos hasta ahí, yo creyendo ingenuamente que iba a estar sentada atrás con mi amiga. Me ganaron de mano los tórtolos, se sentaron ellos dos atrás. Me dejaron adelante con el otro. Y me senté y juro que me dormía de la tranquilidad que tenía, parecía que todo lo que se desprendía de él era seguridad, pero para mí. Y cuando arrancó, el auto se dividió en dos galaxias diferentes. Los de atrás en la suya, nosotros en la nuestra. En una, Avril Lavigne saltó en la radio y, como si fuera magia, los dos empezamos a cantarla al mismo tiempo. Yo hice un baile estúpido y él se rió (la risa más tierna que escuché). Me dijo entonces: dale, cantala. Porque le había comentado que estoy estudiando traducción en inglés. Yo le respondí que no, que me daba vergüenza y él volvió a reírse. Paraba en los semáforos y me miraba de reojo, yo siempre con la vista hacia adelante pero con la sensación que me daba estar a su lado. Hablamos mucho más, agarró su celular y me mostró fotos de su Beagle. Resultó ser tan fanático de él como yo de mi gata, Violeta. Qué lindo fue hablar así. En una se perdió porque no conocía bien la zona, estaba preguntando molesto las calles porque nadie de atrás le respondía, hasta que escucho un ruido y dos segundos después me doy la vuelta para preguntar las calles. Los de atrás la estaban pasando bomba, vale aclarar. Me volví hacia mi asiento y me hundí, la cara bordó. Él me miró extrañado y se dio vuelta para reafirmar lo que me había causado a mí. Noté que se hundió en su asiento y los dos nos empezamos a reír.
Llegamos a la casa de mi amiga, lo saludé. Ellos esperaron en el auto hasta que entramos, hasta que estuvimos sanas y salvas.
Al día siguiente, Domingo, no pudimos evitar preguntarnos mientras desayunábamos “qué habrán dicho cuando nos bajamos del auto” y así, miles de preguntas. Por primera vez en mi vida, no pensé mucho acerca del chico, sólo seguía sintiendo la extraña sensación de tranquilidad que me había dejado, como si todo estuviera bien, como si yo pudiera hacer todo lo que me propusiese.
Un par de días después, yo estaba haciendo tarea de inglés en el jardín de mi casa y mi amiga me manda mensajes totalmente eufórica “boluda, ¡Federico pidió tu número!”. Instantáneamente, dejé lo que estaba haciendo para responderle “¿Qué? ¿Cómo que lo pidió?” y entonces me manda parte de su conversación con Milton, donde le decía que Federico quería mi número porque el sábado se había colgado en pedirlo. Ella me pone que ya se lo había mandado y a los minutos me llega una notificación, de un número desconocido. Sonreí. Estuvimos hablando por no sé cuántos días seguidos y hace lo que no me había esperado, las certeras indirectas. De pelotuda le evité una indirecta para salir un viernes, de pura y exclusiva pelotuda que soy. Dejamos de hablar. Es sábado y yo estoy de mi amiga. Es domingo y sigo ahí, quieren arreglar para ir al cine. Milton hace grupo de whatsapp pero no tiene mi contacto y Federico enseguida me agrega. Empezamos a hablar sobre qué película ver pero el señor paz sólo escribe algo cuando yo lo hago, y nos reímos y nos tiramos indirectas de vuelta. Resolvimos juntarnos a las cinco y media de la tarde. Federico nos pasa a buscar, entramos en la parte de atrás y no niego en que la situación fue un poquito incómoda.
Llegamos a destino y, luego de bajar, fue todo muy evidente. Mi amiga con su chico, yo con la tranquilidad, caminando a la par. Nos reíamos porque ellos ya estaban de la mano (ahí se hizo evidente también nuestra idea con respecto al cariño). Entramos al cine, una cola bárbara. Nos ponemos en fila hasta que en una me salgo para ver los folletos, Federico me acompaña, nos ponemos a leer muy juntos. Volvemos, nos toca el turno pero la película que queríamos ver ya está completa. Salimos de la boletería para decidir qué hacer. Milton y yo somos muy temperamentales y nos ponemos a hablar sobre una situación suya; a Federico le causa gracia que diga “les tiraría un ladrillo por la cabeza a cada una de esas pelotudas”. Mi amiga avisa que podríamos ir al parque gigantesco que está enfrente del cine. Accedemos aunque haya un sol de la puta madre. Nos cruzamos, ellos más adelante y de la mano, Federico y yo más atrás, hablando hasta del Universo. Yo era yo, podía afirmarlo, y nunca era yo porque los nervios me ganaban. A veces nos retábamos y yo me reía, empujaba su hombro. Vamos hasta una arboleda, quedamos en el pasto, cerca. La situación se torna incómoda por las demostraciones ajenas de cariño, así que le propongo ir a caminar, él acepta enseguida, como si hubiera estado esperando que lo dijera hacía rato.
Caminamos y caminamos, a mí no me temblaba ni un dedo, mi corazón, mi alma, mi mente, todo estaba en armonía y seguía sin entender cómo es que una persona podía darme ese estado sin siquiera proponérselo. Los años de terapia se habían ido fugazmente a la mierda, cuando estuve a su lado. En un momento me pregunta sobre mi vida amorosa y le respondo riendo: nunca tuve novio, ni siquiera “algo”, estoy casi segura que debo tener algo que ahuyenta a los hombres, no sé todavía qué. Él me mira puramente sorprendido y me dice: eso no puede ser, es mentira, sos una flaca re linda. Pero lo dice tan tímidamente que no pude objetar nada, lo dijo como si se lo hubiera guardado largo tiempo. Me dice también que soy re anti, y cuando pasamos cerca de un espectáculo con mucha gente bailando con cosas coloridas, me agarra de la cintura y musita: dale, vamos, a vos que te gusta tanto la gente. Y nos reímos y yo no dije nada pero su toque estaba hecho para mí, la forma en que su mano podía encajar en mi cintura como si su único propósito fuera el de protegerme. Encontraba en su palabra y en su toque algo que no había encontrado nunca, no era una chispa electrizante que te dejaba con ganas de correr diez kilómetros, no era la sensación sexual ni la lujuria. Era sana autoría de protección, seguridad, como si pudiera decirme sin decirlo “todo en tu vida va a marchar bien, vos podés hacer todo lo que sientas, lo que quieras, lo que sueñes”.
Y se hizo de noche, sin darnos cuenta, en un momento me avisó: ¿vamos a buscar a los otros? Y fuimos, pero él pasó de largo, yo lo seguí porque no entendía. Un par de metros y se paró ahí, nos miramos, nos reímos de nuestras estupideces, de nuestras indirectas. Ya captaba que se estaba acercando disimuladamente, lo miré (con él ya cerca) y le pregunté: ¿qué hacemos? Hay que avisarles a los otros, así que decidí vos que querés hacer. Me besó, me agarra de la cara y me besa con tanta potencia como es posible. Yo no pienso acerca del beso, sino de lo que había en su interior cuando lo hacía. Ganas, muchas ganas. Pensé en cuanto se había aguantado hasta hacerlo, que tan tímido es, cuánto le costó animarse. Estamos en medio de la senda, así que nos separamos, él quiere ir más al costado, donde hay un árbol. No lo piensa, automáticamente me agarra de la mano. Ambos nos miramos, nos soltamos y exclamamos: ¿¡qué te pasa!? Cuando nos damos cuenta de nuestras reacciones iguales, nos reímos y yo me doy cuenta de lo iguales que somos en cuanto a la percepción o expresión del cariño; tan reacios, tan duros, aunque seamos buenos y amorosos. Y entonces él me vuelve a besar, volvemos a parar y yo apoyo mi cabeza en su pecho. Él se sorprende, porque es un poco frío, sin mirarlo sé que abrió sus ojos azules enormemente, hasta que lo asimila, pasa su brazo sobre mi espalda, con sus dedos puntea mi omóplato. Lo vuelvo a mirar, me vuelve a besar, ahora con más pasión. Se presiona sobre mí, agarra mi cara y en lo único que pienso no es en el beso, sino en cómo su corazón late hasta casi explotar. Su alma se pone inquieta, la seguridad aumenta, no puedo estar tan bien. Y me deja de besar y yo sonrío, él también, me sigue mirando. Dice que vayamos por los otros, para volver. Mi sonrisa no se borra, mi corazón se hace un poquito más fuerte. En el camino, ahora nosotros vamos adelante, él se ríe de lo que hablo en inglés. Yo me siento a su lado, me siento en mi propio hogar, mi corazón está adentro de una casa. Y hace eso, cuando para en algún semáforo, se da vuelta a mirarme, como contemplando mi imagen. No quería irme, no quería que se termine esto, mi ansiedad no me mataba, mis nervios no me carcomían, mi mente no me estaba jugando una mala pasada. Pero llegamos a la casa de mi amiga, quiero saludarlo, inconscientemente, me sale ponerle el cachete. Él iba más directo, alcanza a tocarme los labios. Retrocedo, porque no puedo evitarlo, no puedo dejar ir el momento; lo miro, me mira, avanzamos al mismo tiempo, nos besamos.
Al otro día, mi amiga me cuenta que, hablando con su chico, le comentó que parecía que le había gustado bastante a Federico y que dijo por ahí, que soy linda.
Conoció más de mí que muchas otras personas, él tal vez se abrió de igual forma. Pude sentir que me correspondían al corazón. Principalmente, sentí que su personalidad encajaba con la mía, por la mítica referencia de que “los opuestos se atraen”. Tiene razón, es verdad. Él es tan apacible y tranquilo como yo soy explosiva e intensa. Se toma su tiempo, me gusta eso, se toma su tiempo pero me da interés, curiosidad y, de nuevo, interés. Me provee de la calma que no había encontrado en casi toda una vida, y parece raro decirlo, más aún cuando no compartiste tanto tiempo con esa persona, pero sentí, no “pensé”, sino que sentí puramente que estaba destinada a ese chico, que mi bienestar consistía en encontrarlo, en cruzarme con él. Y no es como lo dictan todas las novelas de amor, que tenés que sentir un choque eléctrico cuando la persona indicada o la que te hace sentir bien, te toca, te habla. Supongo que es porque se trata de mí, de mí, que tengo una percepción extraña de las cosas y más aún del amor en sí. Y creo que él se parece bastante en eso. Por eso no sentí electricidad, estática, o lo que sea que ya haya estado escrito. Había paz en cada cosa que hizo, en su toque, en sus besos, su mirada, sus temas de conversación, su habla en sí. Me curó un poquito el alma, en todo ese rato. Vivo nerviosa, estresada, obsesionada, preocupada, sensible a todo, absolutamente todo. Nada de eso existió con él, aún estuviera a metros de distancia. Y podrían deducir eso como el simple hecho de la “nada”, nada en la mente, nada adentro, nada de nada. La nada se confunde, ahora es el “todo”. El total bienestar, de cada célula, de cada rincón de mi organismo. Y hubiera querido volver a hacer todo eso siempre que pudiera, especialmente despedirme con un beso.
Y hay un par de cosas que no me animé a decirle.
“Cuando te conté que me gustan las personas tranquilas, no te dije cuando te miré la última vez que vos me diste eso que busco siempre.”
“Cuando me contaste que tu papá murió, me di vuelta a mirar a otra parte, no por distraída, sino porque las lágrimas se me habían derramado.”
“Cuando me agarraste de la mano sin pensarlo, y nos soltamos al instante porque definitivamente no es lo nuestro, no hice lo que se me pasó por la mente. Quería darte la mano de todas formas y decirte: no está tan mal después de todo.”
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blogdethemis · 4 years
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ESCENOGRAFÍA NATURAL
Salimos de la casa un rato antes de la puesta del sol, era mi segunda salida rumbo al monte, desde el decreto de la cuarentena por el coronavirus, esta vez llevaba mi cámara,  iba redescubriendo todas las luces que se me aparecían en mi visión.
Las miraba como si fuera la primera vez que se me hubieran aparecido, como si el paisaje hubiera sido creado en ese preciso momento para ser solo vislumbrado.
El Cielo gozaba con la luz que el mismo desprendía, se había vuelto un iluminista dándole vida a la escenografía por la cual caminaba, iba dando vueltas sobre mi misma para no perderme lo que sucedía desde todos los ángulos. mientras subía el repecho del cerro.  Marchábamos al mismo sitio de la última vez.
Miro hacia el cielo para recrearme con ese azul celeste límpido característico de estos parajes, un árbol pintado con un verde llamativo que resplandecía, un jacaranda mostrando sus semillas, se apareció en mi visión, hizo nacer una sonrisa de admiración y levantando un poco más la mirada a lo alto, me la señaló y ahí me la encontré, era Ella, pequeñita, sola en el firmamento, me quedé un rato mirándola, hacía tiempo no la veía libre sin tener el marco del patio como referencia.
    Tan libre como yo misma en ese momento, pensé para mí, recorriendo el camino y rumbo a sumergirme en la Naturaleza.
De repente a mi derecha escucho un parloteo, que venía de arriba de un cable que colgaba, fuerte muy fuerte y unas contestaciones de más lejos. Se sentía mucha alegría en esas voces, di la vuelta y ahí la distinguí.
Era una golondrina, que platicaba con un grupo de ellas que estaban más lejanas, como si estuvieran chismorreando algún acontecimiento que les hubiera sucedido en su día.
Me quedé contemplándolas un momento, contagiándome del gran contento que desplegaban, con él dentro seguí mis pasos.
    Cuando me di la vuelta frente a mí se apareció un lugarcito como de cuento que siempre cuando paso junto a él me sorprende, guarda algo especial, en una parte es como el comienzo del monte. No daba crédito de poder ver todo eso que mi ojos miraban, la luminosidad con la que la tarde se pintaba, como si a medida que caminara se fueran encendiendo focos para resaltar pedacitos de camino y hacia que los fotografiara, los contemplara, los admirara, estuviera como niño chico metido en una caja de sorpresas.
Había entrado en ese ensueño en donde estos pasajes son dignos maestros.
    Hasta que me vi a mi misma, en mi silueta, me empecé a reír, qué otra cosa se podía hacer, la sombra mi compañera de viaje, ahí estaba, me gustó mucho verla, parada en la terracería, con los pies en la tierra, eso sí estampada en la pared de bloques, los límites de los humanos, sin embargo del otro lado, lejos del encierro, en libertad.
    ¡Qué mundo tan maravilloso!, ¡cuántos impactos en tan poco trayecto!. La rutina había desaparecido, todo era nuevo, para algo había servido el recogimiento para ahora desplegarse, expandirse, encontrarse nuevamente con la Madre Tierra, pararse en ella, sentirla.
Iba gozando cada cosa que me encontraba, la forma de la piedra, el pequeño cactus, cuando ahí en un pedacito de monte se apareció otra ella, que brincaba en la monocromía del entorno como diciendo:
-¡Véme!, ¡Aquí estoy!- era una pitaya, esa fruta que parece ser extraterrestre, ya era su época, ya comenzaban a aparecer, ya vestían con su color resaltante a lo que fuera que la cobijara y deleitaría a quien la saboreara, lo hidrataría con su agua agridulce cargada de minerales y vitaminas absorbidas a esa tierra.
    Y ya el pueblecito se veía a lo lejos, el cerro se abría en toda su grandiosidad y llegamos al arbolito verde lima, uno de mis predilectos, el que se viste de amarillo para recibir a la primavera.
Me paré un instante y lo saludé, le mostré el gustó que me daba el volverlo a ver, como mi alma se sentía feliz con solo mirarlo.
    Mientras un cactus que parecía que alzaba sus brazos a los aires para hacer una reverencia allí estaba, junto a otros como si se encontraran. Me sorprendió la escena, eran seres longevos, que transmitían con su presencia una paz y calma que apaciguaba al alma, la cual poco a poco fue entrando en otra frecuencia, donde todo se volvía quietud, otra realidad, lejana a la cotidiana y ahí realmente sentía que era.
    Llegamos a las piedra, había una nueva que se había desprendido, nos sorprendió pues eran exactos los lugares para cada uno de los que allí nos encontrábamos.  Nos sentamos.
Me absorbió el hábitat, como flotando fui viajando entre cada uno de los habitantes, subiendo y bajando, por un muy buen tiempo, cuando adelante mío a lo lejos veo a un animal que se para por un momento mira para donde me encontraba y sigue.
Caminaba rumbo al sotolín centenario que quiero conocer y abrazarme a él, algún día, tal vez, algún día, cuando bajemos a la cañadita y lleguemos a donde se encuentra.
Grande fue mi sorpresa, en un segundo estaba de vuelta sentada en la piedra. Era un coyote.
Me deja con una gran paz, una gran alegría recorre mi cuerpo como si desde lejos me la trasmitiera, como mostrándome un nuevo camino, la melancolía parecia que se fuera desprendiendo, esos altos y bajos se sacudieran y me impregnaran de un nuevo sentir por la vida, por el momento y me regalara un  ánimo renovado para hacerle frente.
La tarde estaba cayendo, lenta, el pueblo prendía sus primeras luces, anunciaba que era la hora del regreso.
    Así con un ánimo descongestionado, como si hubiera perdido una carga, comencé el descenso, volviendo  a agradecer desde el corazón estos privilegios que la vida me permitía, la sencillez y la simpleza de encontrar en la misma Naturaleza la razón de ser en este Universo y la sanación que ella prodiga.
  MÉXICO
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«Bernal y Beatriz», José J. Blanco. Beatriz era una perdedora incorregible, obsesiva. No fallaba en atraerse la desdicha, con una especie de adicción imperiosa. Nos asombraba mucho su mala suerte. Como brújula, siempre le atinaba al fracaso. Primero, claro, cuando alguien acababa de conocerla, se preocupaba por ella: “Mira, mana, no seas tonta, no seas tan terca”, y esto y lo otro. Nada. Le seguía yendo mal, metódicamente. Luego sus amigas hasta nos divertíamos con sus pesares; no por maldad, pues todas terminábamos de una manera o de otra siendo sus protectoras, sus admiradoras, sino como una especie de show, de teatro. La verdad, hasta la envidiábamos. A ella sí le pasaban cosas. Emma decía que al menos Beatriz sí se agarraba a patadas con la vida y hacía que le pasaran cosas, a huevo. Ella siempre tenía mucho qué contar. Porque de veras se necesitaba harta imaginación para fracasar tantas veces, incluso cuando todo lo tenía de su parte, cuando menos se esperaban las contrariedades. Era la chica a la que le ocurría pelearse a gritos, a insultos desaforados, con su jefe (trabajó en la Secretaría de Turismo y en una agencia de viajes: claro, con ese palmito, se conseguía puros buenos trabajos), precisamente al día siguiente de un ascenso por el que había luchado meses; y se quedaba de pronto en la calle. Le estallaban los hornos, las lámparas, porque sí, nomás a ella; le arrebataban la bolsa en la calle, le rasgaban en el metro su mejor vestido. Los agentes de tránsito la detenían exactamente cuando no traía consigo la licencia de manejar, ni dinero para la mordida, y andaba más deprimida y encabronada que nunca en un coche ajeno, prestado, sin papeles; de modo que no podía evitar gritarles improperios en mitad del periférico e ir a dar a la delegación, con todo tipo de multas por faltas a la autoridad. Desde ahí me llamaba por teléfono: “Estos cabrones. Me quieren cobrar a mí sola el periférico entero, como nuevecito”. Me decía la Nena, aunque yo le llevaba varios años. No recuerdo cómo la conocí. Seguramente en las tocadas, en las fiestas. Lo primero que me acuerdo bien de ella fue una noche en el Estudio 54, que quedaba por la estación de Lindavista y abría toda la madrugada, pero ya para entonces nos tratábamos bastante: Beatriz estaba toda madreada, convulsa, medio borracha; me pedía bañada en llanto, como una hijita, que por favor la sacara cuanto antes de ahí, que todas las ficheras del cabaret le tenían envidia y la querían matar, y me la llevé a la casa. Yo compartía entonces un departamentito en la Colonia San Rafael con Marta y Emma. Marta trabajaba entonces de maestra de secundaria, en una escuela de monjas: iba así por las mañanas, muy cara lavada, muy “no hice nada malo en todito el fin de semana”, a enseñarles historia y literatura a las espantosas enanas uniformadas del colegio de monjas. Lo que una no hacía entonces para ganarse algún dinero. Luego la Marta mejoró, porque era muy empeñosa, terminó su carrera en la universidad y agarró chamba como periodista, en una revista de modas. Emma ya trabajaba por su cuenta, una tigresa para el comercio: vendía productos para el hogar, que Avon, que Stanhome, para damas encopetadas. Ahora hasta tiene su propia empresa, muy patrona la Emma. Marta y Emma la aceptaron muy bien, la consolamos. Nos acomodamos ahí en el departamento las cuatro como pudimos, con harta buena voluntad. Estuvo con nosotras año y medio. No colaboraba con un solo centavo porque no tenía trabajo fijo en ese tiempo, pero siempre había amigos que regalaban cosas, o se daba maña para robarse cosas en las tiendas. Así que a veces cenábamos nomás quesadillas o bizcochos con leche, y a veces hasta salmón y champaña, cuando Beatriz vivía con nosotras. Luego conoció a un violinista y se nos perdió dos meses. Regresó peor que antes. Pero Beatriz se reponía de sus golpes y caídas con gran facilidad. La naturaleza era buena con ella. En sus buenos días, que eran los más, andaba alegre y rejuvenecida, muy semejante a la chiquilla traviesa de buena familia que un día cinco años atrás, porque sí, sin que nadie se lo esperaba había armado el gran escándalo en su casa, en Córdoba, Veracruz, y escapó a la Ciudad de México con sólo la ropa que traía puesta. Tenía fotos de cuando estaba en la escuela, con su uniforme y cara de no romper ni un plato. Beatriz era también buena para los comienzos, para empezar casi desde cero, con buena cara, seduciendo a medio mundo. Brillaba como joya. Toda la gente se volvía su mamá, su novio, su abuelita, su alma gemela, su hermano del alma. Un angelote así de este tamaño, tenía la Beatriz. La noche que conoció a Bernal estaba más bonita e inspirada que nunca. Traía un vestido caro, amarillo, que se había robado por ahí. En sus buenos momentos hasta el amarillo le quedaba bien. Antes que se vieran yo sentí el click que habrían de hacer. Era inevitable. Bernal parecía un muchacho de revista, con los que Beatriz siempre soñaba; no sólo se veía muy guapo, medio deportista, medio junior, medio “aquí yo por encima de todas las cosas y todo me vale madre”; sino que vestía, se movía, miraba, sonreía con elegancia de modelo profesional; y su ropa, sus modales, sus joyas tenían el brillo del dinero. Olía con ganas, enrarecidamente, a dinero y a juventud concentrados, y a buena vida, el Bernal. Parecía nuevecito, un cuerote alto, apiñonado, anguloso, de no sé que islas de paraíso recién desembarcado en México, ¿no? Bien fuerte pero no musculoso, sino recio y esbelto como un bailarín. Ves que los bailarines son más recios que los atletas, pero no están boludos, sino más ligeros, más ágiles. La Marta dijo luego que la hacía pensar en Montgomery Clift. La cara no me convencía mucho. Era perfecta, claro, pero como de cromo, como de santo, que dice la canción: “Tus ojos tristes como de santo”. Era semejante a todos los niños bonitos de todos los anuncios, que hasta parecen hechos con molde, en serie. Todos con nariz del David de Miguel Angel. Hasta pensé que ya lo había visto antes, en uno de esos grandes anuncios del periférico, anuncios de lociones, de trajes, de valores financieros, o en una revista de modas; o en la tele, de cantante. Pero eso ya me había ocurrido otras veces. Todos los chicos demasiado guapos se parecen entre sí, y son igualitos a los de los comerciales. Pero yo ya no era ninguna ingenua. Y además, muchos juniors, muchos chicos ricos, pues también andan así con las facciones perfectas y sus “ojos tristes como de santo”. Pensé que el Bernal simplemente era un pollo fino, de raza, hijo de mamá bonita, nieto de abuela bonita -ves que a los hombres con dinero les da por casarse con puras muñecas perfectas, dizque para mejorar la raza-, como los que encuentras en las universidades de ricos, en los campeonatos de surf y de velero. Chico ya de “raza mejorada”, pues. Olía a dinero, a familia con dinero, a una vida regalada con harto dinero. Entonces pensé también en Beatriz: “Ahí vas otra vez, manita”. Porque a todas nos encantaban los príncipes, pero las otras chicas ya habíamos aprendido, unas a los quince, otras a los dieciocho años, que los rorros y las caras bonitas y los príncipes con cuerpazos perfectos sólo traen problemas. Y los grandes príncipes, grandes problemas. Por cierto, nunca supe de dónde venía Bernal, nunca hablaba de su niñez ni de su familia. Pero Beatriz no aprendía. Y eso que todos sus líos habían comenzado por un galán, un galán arrabalero, veracruzano, de bohío, un padrotón, José: un muñecazo amulatado que ganaba todos los concursos de baile en Córdoba, especialmente los de cumbias. Beatriz se las arregló primero para escaparse de las fiestas de sus compañeros de escuela; se disfrazaba de chica pobretona y mala, con mucho maquillaje, mucha minifalda, e iba a dar a los bailes populares, como la princesa del cuento, que todas las noches se gastaba las zapatillas en un baile misterioso. Ahí conoció al mulatazo, a quien dizque le iba mal en la vida, las gentes cabronas nunca le daban trabajo, siempre le quedaban a deber dinero… Pero José estaba ahorrando para largarse a Ciudad de México, o de plano a Estados Unidos. Y le prometió a Beatriz que se irían juntos de esa ciudad hipócrita y aburrida, que iban a conocer mundo, que la iban a pasar de veras súper. José tenía su ilusión: ser piloto aviador; Beatriz iba a ser azafata. Los dos juntos se iban a pasar la vida dándole vueltas al mundo. Se le ocurrió entonces a Beatriz una solución mágica. Sus papás tenían una tienda grande de aparatos electrodomésticos, Almacenes Márquez, y ella a ratos, por la tarde, ayudaba a despachar o a cobrar. Estaban de moda unas caseteras rojas, que parecían platillos voladores y tenían mucha potencia. Si alguien prendía una casetera en alguna banca de la plaza principal, la oía toda la gente que tomaba cerveza en los portales. Su papá le había regalado una casetera roja, la primera que se vio en Córdoba, y ella la traía consigo para todas partes; en la escuela siempre se la andaban recogiendo. Nadie encontró extraño que Beatriz se la pasara todo el tiempo con la casetera a todo volumen, con canciones de José José (“¿Y qué? ¿Al fin te lo han contado, amor? Bueno: ya conoces mis defectos”), entrando y saliendo de la tienda (“Que un hombre que ha sido como yo acaba por volver a su pasado”). Pero a veces no salía con su propia casetera, sino con un aparato nuevo, que hacía pasar por el suyo, cante y cante con la canción a todo volumen (“Yo he rodado de acá para allá, fui de todo y sin medida”), y se lo daba a José, quien la estaba esperando en la plaza; José lo vendía e iban más o menos a mitades. Así se divertían e iban juntando para el viaje. Un sábado que su padre hizo inventario, aparecieron debajo de unos estantes, dobladitas, diez envolturas de cartón de las caseteras rojas. Error típico de Beatriz: pensó en cómo robarse las caseteras sin que nadie se diera cuenta, pero no en cómo deshacerse de las cajas en que venían, nomás las doblaba y las echaba con el pie debajo de los estantes. “¿Pero qué hiciste con el dinero? Si no te negamos nada. ¿Qué necesidad tenías de robarte esas caseteras?”, le gritaba su papá, golpéandola recio y tupido por primera vez en su vida. Beatriz decidió largarse de su casa antes de lo previsto, inmediatamente. Pero, por supuesto el mulatazo José no apareció ese día, ni los siguientes: Beatriz lo esperó casi un mes, soportando los castigos, las humillaciones y los largos interrogatorios de sus padres. Ni las luces del mulatazo. Nadie sabía de él, y ninguno de los amigos de José tenía ganas de hablar con ella. En un descuido del papá, Beatriz tomó un buen fajo de billetes de la caja de Almacenes Márquez y nadie ha vuelto a saber de ella en la pintoresca ciudad de Córdoba, Veracruz, en cuyos bailes populares ha de seguir reinando como dueño y señor de la cumbia, José el mulatazo. Me vino a la memoria esa aventura cuando vi por primera vez a Bernal. “Ahí vas otra vez, manita”. Habíamos caído por azar en una fiesta en la que no conocíamos casi a nadie. Nos especializábamos en pescar fiestas finas, donde hubiera música decente, gringa moderna, buena bebida y bocadillos, y no puro bailotazo en azoteas o patios de vecindad, con música de pura pinche estación de radio en español, con todo y comerciales; fiestas finas con galanes un poco bañaditos, ¿no?, con modales, con conversación, que supieran tratar a una dama; que siquiera se peinaran de vez en cuando, pues; porque de ligues callejeros o del metro estábamos hasta la coronilla, y luego la necesidad hace al ladrón: los chamacos que no tienen en qué caerse muertos, luego la hacen a una pagar las cuentas, o le roban a una hasta la bolsa y cosas peores. Beatriz era la mejor en esas fiestas, porque había sido educada como niña rica, se le veía pues como dicen la cultura, y de inmediato estaba ya riendo, discutiendo, abriendo tamaños ojotes, de grupo en grupo, ora sí que moviendo como marquesa el abanico. Casi toda la gente era un poca falsa, todos se hacían pasar por cantantes, por ricos, por celebridades, con grandes modas y peinados de lujo. Yo, más o menos relegada junto a un muro, con Marta y Emma, apostaba en silencio a cuál de todos esos maniquís era auténtico, y cuáles puras secretarias y oficinistas como nosotras, representando el papel del gran mundo. Bernal tenía que ser auténtico se veía distante, aburrido, despectivo. Solitario como un cachorrote de exposición canina “¡Guauu! ¡Quiero…!”, pensé. Vi cómo Beatriz se le acercaba, le hacía conversación se reía con grandes aspavientos, sacudiendo su cabellera esponjada; insistía, le alisaba las solapas del saco de lino Fracaso. El muñeco de portada de revista la dejaba hablar coma quien deja caer la lluvia, y por encima de ella miraba con desencanto, casi con desaprobación, el curso que seguía la fiesta. Beatriz no fue persistente y al rato me la encontré en el extremo opuesto del salón, bailando con otro muchacho que también olía a billetes. A mí me había sacado a bailar un estudiante de contaduría, Rolando, quien en pocos minutos después me convenció de que nos escapáramos de esa fiesta de mamones. No era un precioso ni un gran partido el Rolando, más bien chaparro, ya empezaba a engordar, hasta se me hacía un poco aburrido, un poco apático; pero duramos varios meses, e incluso ahorita seríamos marido y mujer, si yo lo hubiera aceptado. ¿Pero en plena juventud colgar de plano las armas e irse a amamantar hijos a un departamentito, en una miserable unidad habitacional en plenas afueras de la ciudad, que ya entonces estaba pagando a plazos? Ni loca, dije yo: ya habrá tiempo de sentar cabeza, la juventud es lo primero. Rolando me llevó esa noche a su departamentito, un huevito con dos tres trastes, más allá de la entrada de la ciudad, me parecía que ya estábamos de plano en Pachuca pero era Lindavista, y no me regresó sino hasta al día siguiente, que era sábado, después del mediodía. Marta y Emma estaban alarmadas, en un grito. Que Beatriz y yo éramos unas bárbaras, desaparecernos así, sin avisar ni nada; que no se querían meter en nuestras cosas, pero así desaparecer nomás, no se valía. “¡Pero si yo no sé nada de Beatriz! La dejé con ustedes, bailando”. “Dios mío, que ahora sí no le vaya a pasar nada. No se ha reportado. Ni un telefonazo”, dijo Marta, la maestra, que era la más preocupona, el andarse preocupando demasiado de todo ya era como su vicio profesional. Beatriz se apersonó hasta las nueve de la noche, medio borracha, unas ojeras hasta el piso, con Bernal, a quien venía casi arrastrando, casi dormido, hecho una facha, con la boca inflamada y el saco de lino desgarrado. Entre las tres lo curamos, lo encueramos, nos lo fajamos, cagadas de risa -casi ni respingó con el merthiolate que le puso Marta en los labios heridos, de lo muerto que venía- y nos metimos a una cama. “Es un divino, manas, pero un atascado. ¡Si les contara todo lo que se metió, y lo que nos metió! Le entró a todo: mota, coñac, coca, pastas, varias pastas. Uhhh. Anduvimos de fiesta en fiesta, en las Lomas, en el Pedregal, en las Fuentes del Pedregal, al mediodía estábamos en una quinta maravillosa en Malinalco. Pura gente especial. Puras estrellas, puros jefes, harto dinero. Ni parecíamos estar en México, sino en Florida, en California. Todos alrededor de la alberca tomando cocteles y platicando obscenidades, pero de las gruesas, y sin que nadie se espantara de nada, todos así como muy tolerantes, como de mucho mundo, muy intelectuales. Increíble, divino el Bernal, lleno de vida; me divertí con él como nunca”. “Ten cuidado, manita”, le dijimos las tres, en coro. Entonces nos contó Beatriz que efectivamente todas conocíamos a Bernal, aunque no nos hubiéramos dado cuenta. No se parecía a nadie: era el mismo que uno o dos años atrás habíamos visto en todas partes, todo el tiempo, hasta en la sopa: en la tele, en las revistas, en anuncios. Aún quedaban fotos monumentales de él en algunas estaciones del metro. Y si nos fijábamos bien, lo podíamos reconocer en la foto estilizada que todavía traían las envolturas de los calzoncillos que anunciaba. Era el modelo exclusivo de Calzoncillos Zaga. Corrimos a verlo otra vez, encuerado, en la cama, con la vergota, roncando suavemente. Era de una fragilidad casi excesiva, objetaba Emma, que tenía gustos un tanto otoñales y despreciaba a los jovencitos; prefería panzones entrecanos y casados, que pudieran enseñarle realmente algo de la vida y el dinero. Ahí en la cama, perdido en su sueño pesado, parecía casi un niño. Decidimos que estaba mejor en los anuncios a color: más torneado, más bronceado, más vergón. Marta opinaba que las tetillas, el pecho peludo, la cintura de atleta, la pelusilla de las piernas lucían mejor con los tonos rojizos de la publicidad. Echamos de menos los calzoncillos suaves, de colores pastel y adornos fosforescentes, que querían competir con Calvin Klein. Nos servimos unos tequilas para celebrarlo, sentadas en la cama, a su alrededor, traviesas, muertas de risa, como brujas disolutas en torno a un pastorcito sacrificado. Lo estuvimos manoseando otro rato, dizque mientras le acomodábamos las sábanas. Apenas si gruñó un poco, sin llegar a despertarse, ya bien mojado de la puntita. “No te preocupes, todo está bien mi amor. Duérmete”, le dije yo. Me acuerdo que me impresionaron sus pies, mejor arqueados, los dedos más parejitos y tersos que los de una muchacha. Hasta quise pintarle las uñas y ponerle unas medias. No, no habían cogido, reconoció Beatriz; Bernal le había salido puto. “¡Pero claro!”, gritó Emma, casi triunfal, “¡cuando se pasan de bonitos, se pasan al otro lado!”. Marta lo vio más bien con ojos de lástima y comprensión. Ella leía muchos libros y admiraba a los gays, que en ocasiones eran muy creativos, decía, con mucho talento, como compensación de lo que les faltaba, ¿no?, y muy elegantes, muy finos, bueno, para la Marta todos los gays eran casi como estrellas de cine. Bernal sufría demasiado el pobre, nos contaba Beatriz. Mientras que el resto de los mortales, al ver su entrepierna fabulosa, ceñida por Calzoncillos Zaga, en un gran puente del periférico, lanzaba hacia él los ojos y los deseos como hacia un artista de televisión o un semidiós, decía Beatriz, allá arriba, más arriba, entre los productores y los empresarios que lo habían contratado finalmente, después de dos o tres años de hacerla de extra en telenovelas o de bailarín en coros de segunda categoría, lo trataban peor que a mujerzuela, que a esclavo. Como esclavo sexual, pues. Le seguían pagando su buen sueldo, claro, para que su imagen no anunciara otros productos que Calzoncillos Zaga, pero no lo dejaban tan fácilmente ni cantar en un palenque (aunque cantaba mal, tipludito), ni hacer un papelito en una película (aunque tartamudeaba y se ponía tieso frente a las cámaras). Nada. Para todo tenía que pedir permiso, hacer grandes méritos. “Y qué méritos, manas, de veras que yo no había oído de tanta maldad en el mundo”, exclamó Beatriz, escandalizada. Ni siquiera le seguían tomando fotos. Le habían tomado ya como cien mil fotos. De modo que Bernal se la pasaba entre albercas y fiestas, sobreviviéndose a sí mismo, imitando las poses de los anuncios, los labios húmedos, los ojos entre deseosos y nostálgicos, sonriendo cuando lo reconocían y le hacían chistes sobre los Calzoncillos Zaga, soñando que su oportunidad de ser una estrella vendría después, cuestión de tener paciencia. Dejándose financiar por cada ruco, por cada esperpento. Beatriz había visto cómo, en Malinalco, junto a la alberca, un productor de televisa viejísimo, bien influyente, al que nombraban Ponce, ya medio él, como oliendo a tumba, le ofrecía un viaje a Orlando: y cómo Bernal, más drogado e indolente que una planta, se dejaba traer y llevar y veía con ojos soñolientos cómo otros decidían por el. “Sálvame manita, mi ángel de la guarda. Llévame de aquí, adonde sea, pero sácame de aquí, ahorita”, le había suplicado a moco tendido, cuando el ruco putrefacto de Ponce lo derribó de su silla con un bofetón. “Los cabrones no lo van a dejar salir vivo de Calzoncillos Zaga”, nos dijo Beatriz. “Cuando su contrato termine, ya va a estar arruinado, bofo, con los nervios destrozados, en una clínica de desintoxicación o algo así. Y sin un clavo. No ahorra nada. Con ese tren de vida, nomás junta deudas”. La tragedia de Bernal era que, a pesar de su éxito como modelo, seguía siendo un buen chico, tímido y sensible, pensaba Beatriz. Entre puros tiburones podridos, vulgares. Entonces los viejos priistas, empresarios, productores, directores, los mandamases de la publicidad y el espectáculo, pues, primero lo cortejaban y lo llenaban de regalos, pero luego, a la hora de cumplirles como macho en la cama, Bernal nomás no podía. “¡Pues cómo va a excitarse ningún muchacho con semejantes lagartos podridos!”, exclamaba Beatriz, indignada. Entonces lo insultaban, lo acusaban de parásito, de impotente; se lo cogían, lo ponían a hacer striptease en las fiestas privadas, a mamar y a dejarse coger en público por los invitados y hasta por los meseros macuarros; y luego a veces lo madreaban. Todo porque era un fraude. Un cuero de látex, de vinil, le decían. Y Bernal no se defendía, les había agarrado pánico, les pedía perdón, trataba de congraciarse con ellos, se esmeraba para medio cumplirles como macho; tomaba jalea real, vasotes de mariscos, todo con tal de que no le declararan la guerra, porque decía que cuando alguien se peleaba con uno de los priistas podridos, era como si se peleara con todos y no le volvían a dar ningún contrato de nada. Y no alcanzaba a explicarse cómo fulano y zutano, así, fácilmente, sin ponerse nerviosos, sin asco, sin nada, les cumplían sin contratiempo alguno. Así, como si jugaran futbol, o se echaran una cascarita por la calle. Creyó que de veras era impotente y hasta fue a ver a un sicoanalista. Para entonces los productores, los podridos, ya lo habían catalogado como un falso galán que a la hora de la hora nada de nada, y lo ocupaban nada más de anzuelo. Yo pensaba que cosas así, de maldad tan elaborada, sólo pasaban en las películas viejas. Como su contrato lo obligaba a asistir a eventos sociales y fiestas en el plan de la imagen de Calzoncillos Zaga, lo hacían ir guapísimo a todos lados, a brillar, y claro que atraía a muchos chicos y chicas cuerísimos, con los que de inmediato los podridos entraban en contacto, y les ofrecían esto y lo otro. Así reclutaron incluso a Beatriz, junto a esa alberca de Malinalco, porque te digo que en sus buenos momentos, la Beatriz era muy guapa, guapísima; no sólo bonita, sino muy hembra, caballona, de gran alzada, “yegua fina”, como se dice vulgarmente. Y más cuando se lanzó como leona contra el podrido de Ponce que le había pegado al Bernal, y lo rasguñó, y lo insultó; pero mientras ella le gritaba y le pegaba, el ruco, que era bicicletón, bueno, que ya era de todo, tocho morocho, la manoseaba de lo lindo, pero hasta el fondo, con dedos y puño y todo, y terminó ofreciéndole también a ella un contrato de modelo, ahora de una marca de pantimedias. Pantimedias Konstanze. Beatriz decidió entonces cuidar a Bernal, acompañarlo, protegerlo. Lo adoptó como su alma gemela. Lo llevó a nuestra casa para sacarlo del medio nefasto de los espectáculos y de la publicidad. Pero al día siguiente, cuando estábamos desayunando, y le decíamos a Bernal que si de veras quería rehacer su vida y el buen camino y etcétera, podía trabajar muy bien en algunos negocios modestos, como empleado de una tienda o de un restorán, para empezar, llegó a la casa un adorno floral, enorme, carísimo, para Beatriz. Era del podrido rasguñado. “Si el señor Ponce en el fondo no es tan mala persona…”, dijo Bernal, como resignándose a pesar de todo a su destino, que al menos no tenía que ver con ser empleado de tiendas o restoranes. “¿Pero cómo carajos supo nuestra dirección?”, rugió Emma. Todas comprendimos, sin necesidad de palabras, que Beatriz había aceptado al lagartón. Al anochecer salió despampanante, con Bernal. No la volvimos a ver en varias semanas. Recuerdo que Bernal se veía más atractivo que nunca con su inflamación en los labios, sus manchitas rojas de merthiolate: era como el detalle vivo, sensual, que humanizaba su belleza. Hice que me besara largo en la boca con esos labios, nomás de travesura. Y me relamí el sabor del merthiolate. Nos empezaron a invitar a algunas de sus fiestas, de sus cocteles. Actuaban como novios, y yo me preguntaba si Beatriz había conseguido “reformar” a Bernal, o si solamente fingían para protegerse mutuamente de los lagartos; e incluso llegué a pensar si la desaforada de Beatriz no había llegado al extremo de también emplearse como carnada de Ponce, reclutando efebitos para los caimanes. No quise creerlo. De cualquier manera, seguía tremenda. Nos daba, ahora sí, bastante dinero, “a cuenta de mis deudas”, decía, con su sonrisa irresistible. Y también joyas, que les robaba en las fiestas a las borrachas. Nos hicimos las tres de unos colgajos divinos. Brillaba más que nunca. Se veía más hermosa que nunca al lado de Bernal, como verdaderos príncipes de cuentos de hadas. No llegó a aparecer su foto en ningún anuncio de las pantimedias Konstanze, pero sí, muchas veces, adorable, en la sección de sociales de los periódicos. Recorté varias. Así algunos meses. Hasta pensé que uno encuentra la fortuna donde menos lo espera, y que Bernal, a pesar de todo, era su amuleto contra su inveterada mala suerte; que ahora sí Beatriz iba a tener la felicidad que merecía. Y que Bernal también, con ella, como que contaba con quien lo defendiera. Cuando a una la asedia tan rigurosamente la mala suerte, no hay como un buen amuleto. Y ellos, felices, se habían encontrado el uno al otro, preciosos, se iban a comer el mundo mientras siguieran juntos, pensaba. Entonces, en la sección policiaca de los periódicos, apareció su foto, con Bernal: presos por tráfico de drogas. Marta, Emma y yo la fuimos a ver una mañana de domingo a la cárcel de mujeres. Ibamos preparadas para encontrarla en medio de la desdicha, pero también a ver cómo se sobreponía a ella y de pronto la dejaba atrás, rumbo a una nueva aventura. Nos habíamos acostumbrado a no tomar tan en serio sus fracasos, era como una artista de la derrota, una trapecista de la mala suerte, que a final de cuentas, después de tantos tropiezos, todavía hacía poco tiempo la habíamos visto entera y reluciente. Por eso nos impresionó más verla amarilla, abatida, flaca, casi sonámbula. Se daba por vencida, se rendía finalmente. Nos sonrió con una mueca demacrada y no llegamos a conversar gran cosa con ella, a todo nos respondía con frases breves, mecánicas, ausentes. Era el fin. Las acusaciones de tráfico de drogas se mezclaron muy pronto en la prensa con rumores escandalosos, que hacían aparecer a Beatriz y a Bernal como cabecillas de una banda que era a la vez una secta satánica, empapada de santería caribeña, que de los ritos de sacrificios de animales había avanzado a los sacrificios humanos, para asegurar el éxito, el vigor y la salud de sus agremiados, entre los que había banqueros, senadores del PRI, estrellas de cine. Se hallaron amuletos de huesos humanos y cadáveres mutilados en diversos ranchos y quintas de narcotraficantes, policías, políticos y gente de los espectáculos. Desenterraron la mitad de una niña en el jardín de aquella quinta de Malinalco. (Bueno, dicen: ya sabemos en México que la policía inventa las pruebas y los cargos que quiere de cualquier cosa contra quien se le pega la gana, así que yo ni creo ni niego nada.) Nuevas investigaciones sacaron a relucir fotos en las que aparecían personas famosas, y también Bernal y Beatriz, vestidos como sacerdotes de películas de horror. Así: caftanes, turbantes, cucuruchos, tiaras, cetros, collares, tatuajes. Beatriz declaró que eran fotos de una fiesta de disfraces de televisa. “Si nosotros no sabíamos nada de eso, ayudábamos a divertirse a los rucos, eso era todo, nos la pasábamos en el reventón, nada más”, decía. Otro domingo que la fuimos a visitar, la propia policía de la cárcel nos secuestró a las tres y nos encueró, nos manoseó hasta por donde no, nos fichó y nos estuvo interrogando como a sospechosas, con amenazas de tortura, casi veinte horas: Beatriz se había fugado prodigiosamente, como si los ritos satánicos la hubieran vuelto invisible. Finalmente nos dejaron ir, aterrorizadas, como escapadas de la tumba por un pleito. Marta y Emma ya no quisieron saber nada de Beatriz, y de hecho, poco después nos separamos, por muchas razones, pero sobre todo porque ya la juventud se nos estaba acabando y empezamos todas a sentar cabeza. Quién lo dijera, las tres salimos amas de casa bastante respetables. Yo de plano me case por la iglesia y de blanco. Pero yo nunca me creí el cuento de que así, por arte de magia, Beatriz se hubiera escapado y me sospechaba lo peor: que el podrido Ponce la hubiera mandado matar dentro de la cárcel, para que no soltara más información. Y me dolió, ves que la quise como a una hermanita. Y como soy un poco parecida a ella, en lo terca y enloquecida, un domingo, dos años más tarde, sin más me apersoné en el Reclusorio Sur para hablar con Bernal. Ahora sí iba preparada a situaciones tremendas. Había visto en mi vida las suficientes películas sobre cárceles para saber lo que les pasa a los muchachos jóvenes y guapos, sobre todo si son gays, en una cárcel, entre delincuentes salvajes de la peor ralea que llevan años sin mujer o puro enclosetado mentiroso que anda buscando el pretextito. Me lo imaginaba enfermo, esclavizado, denigrado, violado, obligado a todo tipo de servilismos y humillaciones, golpeado, acuchillado incontables veces por todo tipo de caníbales y orangutanes. Iba a ver la momia o el cadáver del príncipe que había sido Bernal, ora sí que lo que quedara de él. Pero lo encontré perfectamente. Claro, sin la cabellera, la ropa, las lociones, el resplandor de antes, pero sano, creo que hasta con mejor color, sonriente, tranquilo y ya como un menos afeminado, que no es que lo fuera antes. No se trataba precisamente de algún ademán o expresión nuevos, sino de una actitud totalmente nueva, como de señora de clase media. Por fortuna, me dijo, no le había tocado sufrir vejaciones de los demás presos: don Edmundo lo defendía. Se habían conocido desde antes, en las fiestas, pero en la cárcel se habían enamorado. “El primer amor de mi vida, el único: déjame que te lo presente, Nena”. Me imaginé uno de los potentados podridos que habían destruido a Beatriz y traté de reprimir mi rabia. Pero no, a quien me presentó fue a un hombrecito moreno, flaquito, humildón, casi enano, con bigotitos chorreados y dientes de oro: era exageradamente machito y andaba todo tieso como charro, y parecía tener gran ascendiente entre los demás presos. Le tronaba los dedos a cada preso fortachudo, le daba órdenes perentorias a cada preso gigantón. Apenas le llegaba al pecho a Bernal, pero mi viejo amigo le rendía culto como recién casada, lo miraba con ojos de adoración, le alisaba el pelo, le cogía la mano mientras conversábamos, como si para cualquier cosa necesitara su apoyo, su autorización. Don Edmundo había sido durante años el cocinero personal del señor Ponce, todavía prófugo, con otros exsenadores. “¿Y que han sabido de aquélla?”, pregunte en clave, como en telenovela de misterio. Bernal rió ampliamente, don Edmundo a carcajadas; miraron hacia todos lados y me enseñaron furtivamente una fotografía: Beatriz con uniforme de azafata de una compañía aérea europea. Se veía más hermosa que antes. Vi con envidia que Beatriz era de las muchachas guapas que no pierden nada con la edad, por el contrario, como que van ganando sensualidad, picardía, qué sé yo, conforme se convierten en señoras. Porque mi diablilla ya tenía todo un porte de gran dama. En cambio yo, por más dietas que hago…. “Por fin realizó su sueño”, dijo Bernal. “anda dándole la vuelta al mundo; con un nuevo nombre, claro”. No pregunté más. Pero salí feliz de la cárcel. Por mí, por Bernal, por Beatriz, hasta por Edmundo. Me llegó el tiempo de casarme y mi primer embarazo, el de mi hija Rosita. Fui a celebrarlo con mi marido a un restorán caro caro de Polanco, La Donna del Lago, de comida italiana; y que nos vamos encontrando a Bernal, guapísimo en su tuxedo, de parar el tráfico. De nuevo príncipe, director de orquesta, banquero en una recepción de gala. Aunque yo lo prefería, desde luego, como modelo de Calzoncillos Zaga, no hacía mal papel, me dije, como modelo de tuxedos. “¿Pero qué estás celebrando, alma mía? ¿Cuándo saliste?”. Bueno: era el capitán de garçones de La Donna del Lago; don Edmundo, el dueño, nos mandó champaña gratis. “Por cierto, me susurró Bernal, hay noticias de aquélla. Abandonó la aviación el año pasado. Su nuevo giro son las alfombras persas bien cargadas: hace poco huyó de España, con perdidas cuantiosas, pero está a punto de tomar Amsterdam por asalto”. Autor: José J. Blanco
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Sin Cuernos Ni Cola
(Leer antes Ana)
Había pasado cerca de 6 meses que había salido del departamento de Ana y mi vida había tomado un ritmo bastante peculiar, la verdad me había costado mucho el volver a poner mi vida en orden ya que el agotamiento y las faltas de ganas que me había traído el encuentro con ella no me habían permitido salir. Pero después de dos meses de no salir ni hablar con nadie, decidí que era momento de poner en mi vida y continuar. Así fue que un martes me levante con ganas de ser feliz y ser grande, me bañe, me rasuré, me corte el pelo y salí a mejorar mi trabajo, empece a hablar con varios clientes, hice llamadas y solicitudes para entrar a concursos y un día me hablaron de que tenia la oportunidad de presentar mi proyecto ante uno de los clientes mas grandes que hubiera imaginado, si le gustaba se hacia.
Llego el día de la presentación, así que agarre mi maletín y me dirigí a las oficinas. Cuando llegue era un edificio alta, modernista, tenia en toda la fachada principal cristalería, con fuentes por todos lados, y un espacio de recepción inmenso donde solo se podía ver a la recepcionista, su mueble y una pequeña sala en medio. 
Llegue y me presente con la mujer en el escritorio, un mueble alto de madera posiblemente pino o caoba, barnizado con un tono obscuro, en su interior se podía observar una computadora nueva, y a la mujer de cabello y labios pintados de rojo, tes blanca y ojos claros, delgada y con facciones bien definidas. Estaba leyendo una revista de modas cuando me acerque, después de haberle dicho mi nombre tomo el teléfono, marco unos números y anuncio mi llegada. -Se puede sentar mientras espera y pronto vendrán por usted, le puedo ofrecer algo?- me dijo, su vos aunque no era dulce del tono era muy femenina te hacia sentir esa calma que adormece a los hombres. 
-No muchas gracias- le conteste y me dirigí hacia los sillones que se encontraban a mitad del recibidor. Poco tiempo después la mujer se me acerco con una tasa de café y una cajetilla de cigarros.
-Debes de estar nervioso- me dijo mientras dejaba la tasa y dirigía un cigarro a su boca, después de prenderlo prosiguió.- Todos los que vienen siempre están nerviosos, no quieres uno?- ofreciéndome un cigarro de la cajetilla, lo acepte y mientras lo prendía ella no dejaba de verme.- No se porque, pero se les nota como si sus vidas dependieran de cualquier cosa que vengan a ver, aunque tu no te ves así, tu vida depende del asunto que vienes a tratar?- Realmente no me había sentido nervioso ni mucho menos hasta ese punto, la forma en que me pregunto y la sonrisa seguida de la bocanada de humo que soltó después no me dieron ningún indicio de confianza. Para mi suerte antes de soltar una respuesta apresurada que ni yo mismo sabia cual seria apareció un hombre de traje y pronuncio mi nombre con una vos grave.
-Ni modo, ya te veré cuando salgas.-
-Si, nos vemos en un rato.-
Cuando voltee mi cabeza para levantarme pude observar al hombre que me buscaba, alto, fuerte y robusto, portaba un traje que a metros se podía ver que no era anda barato al igual que los zapatos, con forme la vista iba subiendo notaba que en el saco tenia ciertos bultos, que por mi experiencia de películas de Hollywood podía decir que traía un arma. cuando le vi el rostro era una persona que no tenia ninguna expresión, un hombre sin ninguna arruga de ningún tipo, ni de felicidad ni de tristeza o enojo, después me percate que tampoco tenia cabello ni cejas, aunque aun hoy no podría decir si no las poseía o simplemente se rasuraba. 
Me condujo por las puertas de cristal que dividían la recepción de la zona de elevadores y accesamos al ultimo elevador, presiono el botón y esperamos que llegara. Una vez dentro no había música o espejos, era un elevador realmente sencillo y en el panel solo tenia 6 botones, el del estacionamiento, la recepción, la azotea, abrir y cerrar puertas y por ultimo un símbolo que no logro recordar. 
Cuando por fin llegamos al piso se abrieron las puertas y me encontré frente a las oficinas de una de las constructoras mas respetadas, en frente del elevador se encontraba una sala de espera con muy buena iluminación, donde había dos pequeños juegos de sillones que parecían por mucho mas cómodos que los que se encontraban en la recepción del edificio, la pared que divida la sala era de bambús y se podía alcanzar a ver que atrás se encontraban las oficinas. El hombre que hasta el momento había permanecido callado, tosió y me dirigió hacia una puerta de cristal templado que se encontraba a la derecha, pasamos por un corredor, en donde había fotografías de los edificios que habían construido y su proceso de construcción, sin tener tiempo para poder observarlos todos, ya que el hombre caminaba con cierta rapidez, cruce el pasillo y llegue a una sala de juntas.
La sala contaba con una mesa para 20 personas, tenia dos televisiones, una en cada extremo de la mesa bien empotradas en la pared, por el lado por el que entramos se extendía una hilera de sillas para personas que no estuvieran en la mesa y enfrente había una pared de ventanales que daban una vista preciosa hacia la ciudad, desde aquel punto se podía observar toda la periferia de la ciudad desde el norte hasta el sur e incluso los edificios del poniente, ayudaba mucho que el día estaba con un cielo muy despejado y se veía claramente todo.
-Siéntese y en seguida lo atienden.- dijo con la misma vos grave que ya había escuchado y después de verificar que me había sentado se dio media vuelta y se fue. Una vez que se había ido pude recobrar mi calma y el aliento, así que me dispuse a repasar y ordenar las cosas para la presentación que estaba apunto de dar. Saque mi computadora y la conecte al sistema de conectividad que tenían las televisiones, sin ningún problema estuve listo en menos de 5 min y me dispuse a esperar. 
Al poco tiempo se escucharon unas pisadas sobre la duela de madera que tenia el pasillo, poco a poco se escuchaban mas y mas cerca, cuando por fin se abrió la puerta y entro una sola persona, un hombre. De porte firme, vestido con un traje gris que cualquiera pudiera imaginar que fue sacado de alguna pasarela, un hombre no alto pero tampoco bajo, con las facciones de la cara muy prominentes, de cabellera corta y blanca, usaba lentes de armazón cuadrado y negro, con ojos cafés. Se presento y me dijo que era el CEO de la constructora, así que me apresure a levantarme y a estrechar su mano. Camino hacia el ventanal y se dispuso a observar la vista.
-No te encanta esta vista?- sin tiempo de haberle podido responder continuo.- Desde aquí se puede ver toda la ciudad, muchas veces nadie se da cuenta que lo están observando pero siempre hay alguien mirándote, y en este caso soy yo el que puede mirar, observar y ver toda la ciudad. Pero en nuestro caso particular y aunque el día de hoy es precioso para contemplar la vista, mis ojos solo serán para ti.- se dio media vuelta y clavo sus ojos cafés en mi. 
-No vamos a esperar a nadie mas?- trate de permanecer seguro pero su mirada fija y penetrante me ponía cada vez mas nervioso y recordé las palabras de la recepcionista “Pareciera que su vida depende de ello” y vaya que así te hacia sentir estar ante su parecencia. 
-No, por hoy solo seremos los dos.- Se sentó en una de las sillas y siguió observándome.
Así que comencé la presentación y durante toda este él no se movió, no dio ningún indice de interés o de aprovasión, no se movía y permanecía fijo. Hasta que termine la presentación, me di cuenta que hice muy poco tiempo y que me debí de haber apresurado o habré omitido algo. 
-Dime, porque eres tan feliz?- Me desconcertó, no sabia que responder, después de la presentación que había dado no tenia otra cosa en mente mas que el proyecto y querer salir de esa oficina.
-Disculpe?-
-Oh vamos, en verdad tengo que repetirte la pregunta? Porque eres tan feliz? es simple, o es a caso que no tienes respuesta? Acaso esa sonrisa y todo ese desborde es un mero acto? Porque si es así, eso me pondría muy contento.
En definitiva no sabia ni lo que estaba pasando ahí, ¿porque me preguntaba si era feliz?¿Porque lo pondría contento el que fingiera mi felicidad? 
-Discúlpeme, pero no estoy entendiendo.-
-Vamos, eres mas listo que eso, o acaso no tienes ni idea de quien soy? Siempre es lo mismo con ustedes, nunca pueden ver mas allá de lo que sus mortales ojos les permiten ver, que acaso no pueden ser un poco mas sensitivos?- se levanto y al verlo note que su estatura había cambiado, tal vez no lo había visto bien pero en cuanto se levanto media 10 o 15 cm mas que cuando se había sentado- Y sabes, ya estoy harto, mas de humanos como tú que no es la primera vez que tienen esta sensación y no acaban por identificarla, es decir ya habías conocidos mis hijas, Ana, Carolina y Cecilia y todavía no aprendes. 
Empecé a sudar frió, no no frió, helado, por un momento me paralice por completo, me vinieron los recuerdos de las tres mujeres y de lo que eran y de lo que pase, como cada una fue mas difícil y ahora me encontraba en frente de un hombre, a decir verdad no se si era hombre o incluso humano, y estaba en una oficina aislada, en un piso solitario a mas de 40 metros de altura y en un edificio que nunca había visitado, no sabia que hacer, así que me limite a pasar saliva y justo cuando iba a decir algo me interrumpió.
-En verdad eres de esos hombres que a pesar de lo que ha visto aun no confía en sus instintos y que necesita ver para creer? De verdad es muy necesario el que me veas con cuernos y cola para reconocerme? Que no puedes ver que soy la personificación misma de los cuentos y pasajes de la biblia?- Acercándose al ventanal de manera tranquila mientras decía esto pude notar como el clima iba cambiando y el cielo se obscurecía. -Soy un ángel, el mas hermoso, inteligente y poderoso de todos, y siempre estoy observando a todos ustedes, criaturas débiles e inferiores, y los cuido aunque nadie mas lo ve así. Yo los cuido de que caigan en la felicidad porque esta no les hace ningún bien, creen que pueden manejarla cuando NO!. Así que dime ¿Porque eres feliz? Durante 2 años haz conocido a 3 de mis 7 hijas, en los últimos meses te he quitado a un amigo, que por cierto lo están cuidando muy bien allá abajo. Que mas? Ha si, te hice sentir miserable de ti mismo dándote a entender que nunca serias suficiente para hacer algo por ti mismo y aun así estas aquí hablándome por 45 min de un proyecto que hiciste en menos de 1 mes con la seguridad que es la nueva maravilla del mundo moderno. Así que quiero saber ¿PORQUE ERES FELIZ? o todavía no entiendes que no es para ti? Acaso tendré que quitarte mas cosas o personas? o es que quieres conocer al resto de mis hijas?
Para este momento yo estaba aterrado, pensé durante su discurso escaparme como lo había hecho con Cecilia pero al voltear a ver a la puerta podía ver la silueta de aquel hombre que me había escoltado, pensé en esperar en silencio a que se cansada y se fuera como me había pasado con Ana o que al final no le importaba si me quedaba o me iba como fue Carolina pero me daba la impresión de que esperaba una respuesta a las preguntas que me estaba haciendo. Por ultimo pensé que ellas 3 eran pecados y sus hijas, meras creaciones de él mismo para controlar a los humanos, así que cualquier cosa que haya funcionado con ellas no iría ha funcionar con él.
Me arme de valor y tomé agallas de quien sabe donde, me dispuse a contestar a sus preguntas, las primeras palabras que salieron de mi boca fueron inútiles, no tenían sonido y mucho menos carácter, sonaban temerosas y frágiles, pero lograron llamar su atención para que volteara. Hubiera preferido que se quedara viendo por el ventanal pues cunado volteo sus ojos se volvieron a clavar en mi, ya no eran color café, se tornaron de color miel o un tono de amarillo que te erizaba la piel en cuanto los veías. Volví a reunir valor y lo intente de nuevo.
-Tiene razón, últimamente pareciera que no tendría razones para ser feliz.- Dije con una voz mucho mas clara y grave.- Durante estos últimos dos años he conocido a quienes dice que son sus hijas pero contrario a lo que usted cree me han ayudado a darme cuenta de aquellos deseos que existen en mi ser y que no forzosamente sirven para destruirme sino que a su justa medida me han dado el impulso para salir adelante. Un amigo que fue muy cercano falleció y mas allá de que usted lo haya reclamado o que este en el infierno, el me enseño que la clase de vida que él llevaba no era para mi y que con su muerte debía de aprender a valorar lo que tengo y lo que no tengo y me dio fortaleza pues recordé y asimile quien soy y para donde quiero ir. Así que contestando a su pregunta inicial soy feliz porque así lo he decidido porque es algo que me merezco y que creo que puedo lograr y aunque pase Ana o Cecilia o Carolina o incluso sus demás hijas me ayudaran a ser mas fuerte y levantarme cada vez mas fuerte y feliz.- Se sentó y empezó a aplaudir mientras sonreía, de repente el cielo volvió a la normalidad. Yo estaba en mi mejor momento, me encontraba con la cabeza en alto y con el pecho inflado, me sentía orgulloso de las palabras que había dicho. 
-Muy bien, pocos son los que consiguen dirigirme así la palabra, aunque ambos sabemos que no fue del todo cierto pero esta bien te lo concedo por esta vez. Aunque claro esta vez solamente fue la presentación, fue el recordatorio de que seguimos aquí, aunque nos olvides o nos niegues.-
Se abrió la puerta y entraron 3 mujeres, Carolina, Cecilia y Ana, las 3 tan jóvenes, guapas y sexys como en los momentos en las que las conocí, se limitaron a saludarme con un beso en la mejilla y se sentaron al fondo de la mesa, no dieron palabra alguna.
-Como ves, tengo otra junta que atender, y como sabes estas bellas damas no esperan,así que nos estaremos viendo.- Se dio la vuelta y el hombre me volvió a escoltar por el pasillo hacia la zona de elevadores. Con forme iba bajando el elevador también mi animo y mi seguridad. Acaso todo había sido real, porque se había sentido así. 
Pronto llegamos al recibidor donde el hombre me escolto a las puertas de vidrio y al asegurarse que me encontraba fuera de al zona de elevadores se fue, me apresure a guardar mis cosas y me disponía a irme cuando la recepcionista me intercepto.
- Vaya, que cara traes! Entonces si ha sido de vida o muerte? ¿Quieres un cigarro? ¿Agua o Coca? te ves fatal, o sea no que estés fatal sino... bueno cansado como si te hubieran atropellado o dicho que un familiar se murió. ¿Ningún familiar se murió verdad? no sabría que hacer si me dijeras eso.
-El cigarro esta bien- trate de sonreír pero ella tenia razón me sentía así, como si un camión me hubiera pasado por encima. 
Nos fumamos 2 cigarros y termine de guardar mis cosas, le agredecí por la amabilidad y me fui.
No supe nada de aquella cita por dos semanas y a decir verdad no esperaba o quería tener respuesta. Pero después de 2 semanas me llegó una carta. 
“Me complace anunciarle que nuestro CEO aceptó y autorizo el comienzo del proyecto que usted le presento hace ya algunas semanas, de la misma manera nos disculpamos por la tardanza de la respuesta ya que nuestros procesos de autorización de proyectos son meticulosos y tardados. 
Por otra parte le informo que yo seré de ahora en adelante su contacto con la empresa y no tendrá que tratar mas con nuestro CEO por lo que le pido que toda información o contacto me lo envié al siguiente correo. 
Sin mas por añadir lo espero en la siguiente dirección donde serán nuestras reuniones.”
El contacto, correo y dirección habían cambiado por completo así que no sabia que pensar, era un trabajo que me ayudaría mucho pero sabia que esa compañía tenia problemas. Antes de si quiera poder pensar en lo que haría vi que había otra carta un poco mas pequeña.
“Tú trabaja como si no me hubieras conocido, como si no supieras quien soy, no interferiré en tu trabajo y no escucharas de mi en muy buen tiempo, no te prometo nada acerca de mi familia, pero acepta el trabajo de igual manera si no trabajas aquí lo harás por aya u otro lado y siempre estoy observando.”
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vickylaqueen · 7 years
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Mambos.
Y justo cuando no buscaba nada... Apareció el último capítulo de mi libro, libro que, se me ocurrió escribir respecto a todos mis amores a lo largo de toda mi vida. Pero este, fué el más distinto y por muchas razones: con nombre oficial y todo, quién iba pensar que esta provocada casualidad me iba a cerrar todas las teorías sobre el amor? Bueno, creanmé que yo no y por eso no pensé nunca nada de esto. Y también por eso dejé entrar a "mambos" en mi vida.
Sabiendo cómo son los hombres, casi escapando de esa gilada y de sus giladas, toda la vida me mentalicé no cruzarme con uno así nunca. Pero la carne es débil y el 'yo nunca' también se cumple por eso apareció este chabón que literalmente me voló la cabeza.
Todo iba tranquilo en mi aturdida vida amorosa, una mañana fichaba como de costumbre a la gente de mi alrededor; su ropa, sus gestos, etc. Y lo ví. Lo tuve que ver! Y me morí. Así como en las peliculas como cuando aparece cupido con alas y saca una flecha y te pega, bueno así. No tenía absolutamente nada que lo diferencie de los demás. Pero me gustó, desde que lo ví y se me aceleró el corazón, se me desconectó el cerebro y la sensación que tuve fué como si un obrero hambriento se apoderáse de mí y domíne todo mi ser. (Y no miento con esta metafora, fué así tal cual) Más adelante van a saber porqué.
Estuve dos días tratando de descifrar si me gustó físicamente o flashié noviazgo, formal, casamiento, todo en cuestión de segundos sin ni siquiera escuchar su voz por el simple hecho de una fantasía mía, novelística y mi costumbre peculiar de exagerar un poquito las cosas je. Pero como la tercera es la vencida, al tercer día me mandé y hablamos. Ba... Paso a describir la secuencia; ámbito/laboral, circunstancia/caminata grupal, primer acercamiento/ su auto. Con sus lentes de sol puestos, su caminada ganadora y su voz tan rock and roll, subi en silencio y lo observé, lo escuché hablar con sus amigos y los primeros diez segundos de estar ahí mi cabeza me avisó "es un pelotudo victoria... Qué pelotudo? Es un treeemendo pelotudo" pero en el segundo once mi corazón ya se metió corriendo por el camino de ida. Y bueno, pasaron las horas, hablabamos y mis ojos cada vez se iluminaban más y cada vez podía menos elaborar una oración. Hasta que casi al finalizar el día de trabajo, cuando se quíso hacer el canchero conmigo por ser siete años mayor, se me escapa un -Tenés un diccionario?- (frase seguida: porque al verte me quedo sin palabras) pero cuando me miró pícaro, me sonrojé, ahí me sonrió y ya no pude terminar la frase. Me bajé del auto y salí como si nada evitando totalmente la situación. Obviamente, ya me había dado cuenta que se me estaba yendo todo de las manos. El pibe se había dado cuenta y me estaba probando. O el pibe simplemente era un pelotudo que le gusta jugar con los sentimientos de la gente. Igual, sea cual sea la opción correcta, ya estaba todo dicho: yo estaba hasta las manos.
Hacia tiempo no me gustaba alguien con tanta intensidad hasta llegar al punto de sentirme intimidada con mis sentimientos. Ni yo me lo creía. Claro que ahora viene la parte interesante o nunca mejor dicho: el primer balazo para mi cabeza:
Estaba haciendo tiempo para ir a casa por la simple la razón de que no tenía llaves y un gi, también del trabajo me venía tirando onda pero como ya no sabía de que forma cortarle el rostro, decidí quedarme unos minutos más hasta que este gil, se fuera. En fín; mientras estaba sentada sola sobre la moto de un amigo, se acerca Mambos y me pregunta si la moto era mía, le dije que no y seguí con el celu. Se acercó un pasito más y me buscó conversación. Nos reímos, tonteamos y cuando me empecé a poner nerviosa me pregunta: -Estás esperando a alguien?- 'Nono' le contesto toda sonrojada. -Y entonces?- entonces le cuento lo del gil y fué como prenderle todas las lucecitas de la mente, armar una jugada en el último minuto del partido y meter gol. Ganar el mundial en el minuto 80. Y me dice -Me acompañas un ratito al auto? Si es que tenés tiempo, te quiero mostrar algo-
Y yooooo, ahí toda boba, tímida, nerviosa y todo juntos, no contesté nada y me apuré a caminar rápido atrás de el cual desesperada, hasta que lo noté 30 segundos después y le dije super bajito "si, tengo tiempo". Como si tuviera 15 y estuviera rompiendo todas las reglas habidas y por haber, así me sentía. Mientras caminabamos hasta su auto que estaba a unos cuantos metros me contó su profesión y no por ser él, me pareció hiper interesante. No sólo era mi futuro esposo sino que a parte de llevarme siete años, era un tipo inteligente, profesional y... Ya no había vuelta que darle, me gustaba, mucho.
Entramos, me mostró su cuaderno tipo diario íntimo, hablamos de dieciocho temas por segundo y mi garganta se iba secando a cien km por hora. Me transpiraban las manos y me estaba consumiendo el calor. Por dentro, me moría por partirle la cara de un beso. El tan einstein y yo tan xipolitakis...
Esa secuencia del auto fué eterna, literal fué como que el mundo se detuvo y eramos sólo nosotros dos, volcandonos plena confianza y sincerandonos de todo. Como liberar estress sin conocernos nunca pero como si nos conocieramos de toda la vida.
Los chicos de nuestro trabajo (los más jodones cabe aclarar) nos vieron y se acoplaron todos para gritarnos cosas y cargarnos. Obvio que Mambos no se dió por aludido porque la 'enamoradiza secreta no tan secreta' era yo y eso, se estaba notando cada vez más. Por eso, le corté la conversación y le dije que me iba a bajar porque me estaba asfixiando y no me sentía bien. En eso, me dió la razón y bajamos casi al mismo tiempo. Era tal la conexión que no podíamos dejar de hablarnos y mirarnos y comernos al mundo con la química inexplicable que nos corría por la sangre (tensión sexual para el, enamoramiento leve para mí). Fué así que seguimos hablando otro rato largo, afuera del auto y el falso interés que me demostraba Mambos en serio, era el de un actor profesional. Hasta que se dió cuenta de la hora y se ofreció a llevarme hasta mi casa. Por supuesto que mi respuesta fué un SI rotundo.
Cruzo a buscar mi bolso y de paso me descontracturaba de la situación. Lo agarro y nos vamos. Pero, antes de subir, un compañero le pidió si también le podía acercar y me arruinó el cuento de hadas perfecto. Ya no era mi esposo y yo. Sino que yo iba atrás y este compa se sentó en el asiento de adelante (igual, re agradecí que viniera porque en serio me estaba por morir de los nervios)
Acto seguido y primer frase del año: "Bueno Vicky, yo te estoy llevando hasta tu casa pero vos(...)" y como no puedo con mi genio tuve que abrir mi bocota antes de dejarlo terminar y le digo 'tenés que darme escabio... Qué me vs a pedir? Alcohol?' con lo cual, me respondió y terminó la frase: "Sabes que si?. Yo te llevo a tu casa pero tenemos que tomar unas cervezas en estos días"
Listo. Chau. Adiós mundo cruel. Te amo.
Me reí y le retruqué canchera 'cuando digas'. Primer balazo, acertado. Llegué a casa y no paré de maquinarme ¿Me tiró onda o es buena onda? ¿Será una excusa lo de la cerveza o sólo me estaba probando? ¡Ahhhhh re!
Al día siguiente, no apareció a trabajar pero tenía la esperanza de que apareciera a la tarde. También tenía todas las ganas de que me hablase en alguna red social. Pero nada. Lo llamé un millón de veces con la mente, pero nada. Miraba el celular como idiota. Su foto como invocandolo y nada. Repetí eso todo el día. Y me estaba volviendo loca ya que yo no le iba a hablar primero. Un poquito de orgullo me quedaba. Fué entonces, que en intento número 99937477264895 me llega un mensaje, suyo. Se me iluminó el mundo. Gané el mundial. Había metido el gol de media cancha en el minuto 89. Una cosa de locos!
"Hola vicko, cómo estás? Todo bien por ahí. No pude ir hoy"
Ahora si, necesitaba el diccionario en serio. Charlamos un poquito pero me sentía la más felíz. Y después de ese mensaje, todos los balazos, dispararon al mismo sector de mi cabeza, uno tras otro. Literalmente. Con preguntas directas, comentarios indirectos, onda disfrazada de amistoso, retos de padre, reclamos de novio, celos inocentes, charlas serias y un montón de otras cosas que separando lo que era en la cama, me volvieron loca (y él en la cama, también...)
En fín, volví a tener 15 y a actuar de 21. Las horas que pasabamos juntos, volaban. Me gustaba estar con él y ser niña y mujer. Con sólo tocarme, ya me prendía fuego. Y sus besos? Otro camino de ida. Nunca supe si tenía un manual de mi cuerpo o si me había estudiado antes, pero era perfecto. Sabís cómo, cuándo y dónde. La tenía re clara y eso me costó admitirlo hasta el último día. Porque nunca sabía cuando estaba siendo sarcástico o me estaba hablando en serio. Y todo eso, me llevó a volarme la cabeza.
Con él era actuar y después pensar o actuar pensando. Me tenía cómo quería. Aunque nunca se lo dije... Bueno, en una noche de alcohol, le confesé que me encantaba. Pero al no estar en mis cavales no me creyó.
Esa aventura, hizo que no me lo pueda sacar de la cabeza, no pueda parar de pensar en el, no deje de extrañarlo o de querer tenerlo conmigo, en mi cama. No se que fuímos porque nunca hablamos de eso. Pero si sé, que el punto final de esta fogoza historia de amor, si se quiere, fué su apodo secreto que por los siglos de los siglos, va a llamarse así, sobria y ebria en mi corazón, Mambos va a ser Mambos y no hay excepciones.
Al nunca hablar de cómo ponerle nombre a lo que estabamos teniendo, que era más que sólo sexo, no tuvo mejor idea que inventarme la típica excusa innecesaria de 'no sos vos, soy yo' y disfrazarla con una oración aún más idiota, en un mensaje que decía: "Perdoname pero no te quiero ilusionar, tengo muchos mambos en la cabeza ahora"
En serio me decís? Naa... Decime que es un chiste y que hay cámaras ocultas. Qué historia te comiste vos para flashear que yo me estaba ilusionando? Quién te habló de amor? Porque yo, en ningún momento mencioné esa palabra. Y creo que por eso te confundiste. Yo no quería tu amor. Sólo quería tu fuego. Esa llama que me encendía cada vez que estabamos juntos, sólos y hablabamos de la vida o liberabamos estréss a nuestra manera. No era en serio lo del casamiento ni lo de ser mi esposo. Y te juro que iba a ser menos indignante leer "che, me quiero curtir a otras pero quiero seguir estando con vos" que buscar una excusa tan pero tan pedorra como lo qie significa la palabra "mambos". Está bien, yo te pude haber confundido pero del fuego a enamorarse hay un camino bastante largo que no se desvía sino después de un buen tiempo.
Los hombres creen que las mujeres nos enamoramos por el simple hecho de disfrutar igual o mejor que ellos el placer de nuestra sexualidad. Sin tener claro lo que realmente implica la palabra "enamorarse". Por esta razón (en la mayoría de los casos) no nos ven como personas sino como aujeros y/o objetos en donde depositar sus ganas una o dos veces antes de borrarse del mapa. A diferencia de ellos, nosotras las mujeres somos más selectivas y por lo tanto más directas cuando nos gusta o sentimos algo. Esto nos hace superiores y pensantes lo cual nos lleva a controlar nuestros sentimientos.
No estaba enamorada de Mambos, estaba caliente. Y no me estaba ilusionando, estaba disfrutando a pleno mi sexualidad con un profesional. Por lo tanto, la confundida no fuí yo. Ni quien se estaba ilusionando. Ups! Lamento decirte que este último disparo fué para tu cabecita Mambos ojalá tu gorra de los rollings te la haga más leve, porque de cerebro, ni hablar...
Fín.
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parejascam-blog · 8 years
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La Calentona
El sábado me desperté muy temprano con dolor en el cuello, señal de que aquello en el centro comercial había sido real; era innegable, yo ya pertenecía al “club de las infieles”. Ese día transcurrió sin mayor novedad. El domingo pintaba para ser como todos los demás. Mi esposo se refugiaría trabajando, yo llevaría a los niños a sus clases de fútbol, y me iría con mi niña a hacer las compras; después iría a recoger a los niños, comeríamos con mi esposo, juntos como bonita familia Pero solo bastó un pequeño cambio en mi rutina para hacer de ese domingo uno de mis días inolvidables. Mientras Javier se bañaba yo escogía mi ropa; los jeans mas ajustados que tenía y me los puse, solo que a diferencia de otros días no usé nada debajo. • Eres una golfa Andrea – me susurré entre dientes mientras me acariciaba el culo. • Vas a calentar a cuanto cabrón se te atreviese verdad? – parecía que mis palabras eran golosina y yo una niña. • Y les darás una probadita de ti, eh zorrita? – y me nalguee mirándome al espejo. Baje al auto y ahí esperé a mis hijos, no quería ver a mi esposo esa mañana. Ya mientras conducía sentía como la mezclilla se metía entre mis nalgas, era incomodo pero también estimulante. Llegamos a la escuela de fútbol, y esta vez decidí llevar a mis hijos hasta las canchas y ver un poco del entrenamiento. Mis hijos se adelantaron corriendo para ponerse el uniforme y yo tenía que atravesar los pasillos de las oficinas para llegar hasta el campo, y mi taconeo despertó la curiosidad de muchos. Era sorprendente ver que a mi paso lo único que despertaba era lujuria; a pesar de que iba con mi hijita de 2 años. Ya al llegar y caminar sobre el pasto mis pasos eran torpes; pues llevaba sandalias de tacón y con mi niña en brazos era todo un show. • No te vayas a caer – dijo un fulano y escuché varias risas. Voltee y estaban ahí Julito con tres tipos. Julito era quien siempre me ponía al corriente en las juntas de mi hijo menor porque yo siempre llegaba tarde. • Y a que se debe el honor de tu visita? – dijo Julito mientras se acercaba hasta mi. • Solo quería tomar aire fresco antes de irme al súper – le dije. Hablábamos de trivialidades mientras mi hija jugaba cerca con su pelota, pero cuando se alejaba mucho el ir por ella era el pretexto perfecto para dejarle ver a Julito como mis nalgas se devoraban mi pantalón; sabía que sus amigos también lo disfrutaban a lo lejos y me esmeré para dejarles ver mi cola en todo su esplendor, aquello era excitante. Después de un rato descubrí que tenía vocación de “calienta-vergas” más que de puta; el exhibirme y calentar a otros era lo que me ponía a mil, pero era el saciar dicha calentura lo que me convertía después en una puta desinhibida así que decidí huir. • Bueno, Julito el deber me llama y me tengo que ir – dije con mueca de molestia. • Te acompaño! – dijo Julito muy atento y pensé “oh, oh”. Para cuando llegamos al estacionamiento yo quería probar un poco de Julito, subí a mi hija al auto con sus juguetes y lo llamé hacia atrás del coche. Para ocultarnos de la gente levanté la portezuela de la cajuela. • Que me vas a enseñar? – dijo Julito curioseando en la cajuela. • Crees que me veo vulgar? – le dije a la vez que me daba vuelta mostrándole mi culo. Sabía que él disfrutaría sin ninguna prisa. • No, para nada! – exclamó luego de mirarme unos segundos y me volví. • Que alivio, es que me siento rara y no quiero que me anden gritando cosas. • Si quieres te acompaño – dijo con voz lujuriosa, “oh, oh” pensé otra vez. • Ay no te preocupes, mi marido me alcanzará allá – mentí con una sonrisa. Quería obtener de Julito aunque fuera unos besitos y me asome dentro del auto para cerciorarme de que mi hija estuviera entretenida con sus juguetes, luego me acerqué más a Julito y le puse mi mano derecha en su bolsillo derecho. • Traes tu teléfono? – le pregunté haciéndome la inocente y le rosé el bulto al retirar mi mano, lo que lo puso alerta. • Si! – dijo y me lo ofreció; lo tenía del otro lado en el cinturón (yo lo sabía). • Espera, creo que el mío está aquí en la cajuela – dije como recordando, ¿pero quien demonios guarda su teléfono en la cajuela?. Eso era solo una escusa para ponerme de “cañón” y regalarle tremendo panorama de mi cola. Y mientras yo estaba bien empinada con la cabeza metida en la cajuela, Julito no tardó en entenderme el mensaje y restregó su bulto contra mi culo de forma muy brusca que tuve que sostenerme bien del auto para que no fuera a meterme de un empujón. Lo primero que pensé al mover el auto fue en mi hija; lo último que quería era dejarle presenciar aquella escena, y cuando vi que ella seguía en lo suyo me entregué a disfrutar de la sensación. No solo me prendía el sentir como la verga de Julito intentaba llegar a mí (parecía que iba a perforar el pantalón), sino también era el hecho de saberme manoseada por alguien que no era mi hombre. No hice ni dije nada, simplemente me dejé hacer y me incorporé. Él comenzó a meterme mano por todo el cuerpo; yo solo procuraba cuidar que mi hija no nos fuera a ver, y disfrutaba en silencio del tremendo faje que me estaban acomodando. Julito me sobaba todo entre las piernas, me estrujaba las tetas, me besaba el cuello y disfrutaba de mis leves jadeos. • Estás buenísima! – decía él susurrándome al oído. Mi olor parecía volverlo loco porque podía escuchar sus fuertes inhalaciones sobre mi cabello; no se si mi aroma le causaba placer o solo quería atesorar mi olor a puta. • No traes tanga ¿verdad putita? – decía él mientras me magreaba el chocho. Y justo cuando yo sentí que ya no iba a poder aguantar más sin corresponderle, lo detuve de un empujón y cerré la cajuela bruscamente para llamar la atención, y así evitar que él insistiera en seguir con el faje. • Bueno ya es tarde y todavía tengo que regresar de nuevo por mis hijos – le dije con una sonrisa y aun algo sonrojada por la excitación; pues la verdad yo también lo estaba disfrutando. Antes de arrancar el auto miré su tranca, sabía que se moría por penetrarme y eso me calentaba aun más. No sabía lo que pensaría Julito de mi después de esto, y la verdad poco me importaba. Conduje con una gran sonrisa de satisfacción mirando aun por el retrovisor, emocionada y un tanto preocupada “¿ahora quien me va a quitar esta calentura?” – pensé sintiéndome algo tonta, me había convertido en una calentona ofrecida y descarada.
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high-hopes-7 · 8 years
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A veces intentamos ver lo que no es, intentamos creer y convencernos de que una persona es buena, nos quiere y nos cuida solo porque nosotros si lo hacemos. Dejamos pasar por alto tantas cosas solo para mantener a esa persona con nosotros ¿No es así? Muchas veces nos culpamos o lo justificamos para hacer ver que nosotros estamos mal. Un hombre jamás debería de tocar a una mujer sin su consentimiento, jamás debería de levantarle la mano. Ni una mujer a un hombre, se llama respeto. Hay más violencia hacia la mujer porque casi siempre el hombre es más fuerte y puede lastimar más que una mujer a un hombre. ¿Por que dejas que un hombre te maltrate? ¿Solo porque lo amas? Deberían de saber que un hombre que te ama, no te maltrataría de esa manera, todo lo contrario, te respetaría como mujer. No puedo decir que tenga experiencia en esto o sea una mujer maltratada porque no lo soy, ni lo fui. En toda mi vida solo un hombre ha sido violento conmigo y nunca tuve alguien que me ayudara, admito que fui tan idiota de dejar pasar algo tan grave como eso. El año pasado empecé a salir con un chico, se veía buen chico, lo empezaba a conocer. Estuvimos un mes y medio, era una relación muy tóxica, no existía el respeto de ninguno. Una vez, en una pelea me empujó muy fuerte y me agarró del cuello y me iba a pegar, pero no lo hizo. Era de madrugada no tenía mis cosas, todo estaba en su casa, me obligó a ir a su casa y quedarme ahí. Yo no conseguí ni decir nada, lloraba y lloraba del miedo. Y mi peor error fue seguir con ese chico. Siendo sincera no lo quise, mucho menos lo amé, cuando empezamos me gustaba, pero no llegó a más que eso y menos viendo todo lo que hacía. Hice de todo para terminarlo, pero él nunca lo permitió, siempre me insistía mucho y hasta ahora no sé porque. Les acepto también que no le tomaba importancia, salía cuando quería y con otros chicos sin importarme lo que él pensaría, lo engañe también porque él no me respetaba y porque no lo quería. Pero las veces que lo hice se lo dije a la cara esperando que terminara conmigo, pero jamás quiso terminarme. No le respondía los mensajes, pasaba días sin verlo sin importarme nada. Le contestaba mal y no lo valoraba. Pero no me arrepiento, el no era una buena persona y lo supe desde qué pasó lo primero. Jamás volvió a intentar pegarme, le advertí que si volvía a pasar no dudaría en denunciarlo. Por suerte me engañó delante de todo el mundo y tuve mi oportunidad de terminarlo, él quedó mal y a mí me dio igual. Lo que más me sorprendió fue que aún después de todo eso siguió atrás mío por semanas y más de un mes! Diciendo que me amaba, que yo era diferente cuando ya le había dicho en su cara que no sentía nada por él. Lo trate mal y lo insultaba porque lo que hacía ya llego a ser acoso. Recuerdo una vez que fui a hablar con él y aclarar las cosas para acabar bien por lo menos. A pesar de que me engañó yo quería acabar bien, de todas maneras la traición no me importó mucho. Fui a su casa antes de ir a mis clases y fue un gran error. No sé si el confundió las cosas o que fue lo qué pasó, pero intento tener relaciones conmigo aún yo diciendo que no mil veces, no logró nada por suerte, pero un hombre siempre tiene más fuerza y por un momento me asusté mucho. Hubo otra vez que nos encontramos en la calle, yo estaba saliendo con mi actual novio y nos encontramos con él y sus amigos (que también son los míos). Estaba la chica con la que me engañó y yo quería pegarle a la chica porque ella tuvo el descaro de darme la cara en la escuela sin pedirme disculpas. Todos me agarraban para que no le pegara, pero yo insistía. A él ni lo miraba y si me dirigía la palabra, lo insultaba. En una de esas casi la agarro, pero mi ex me agarro y me llevó a un lugar a escondidas para pedirme que parara, pero el maldito se estaba riendo! En esa me besó a la fuerza y joder estaba con mi novio ahí! Le tire una cachetada muy fuerte, de hecho fueron muchas porque no me dejaba ir. Se lo merecía, le quedó la cara roja. Jamás creí que un hombre pudiera llegar a tanto la verdad. Creí que había acabado todo con ese chico, ya ni siquiera lo veía o le hablaba. Sus conocidos son los míos lamentablemente. Ayer fui a una fiesta con mi amiga, también iba mi novio, pero él iba con sus amigos y nos veríamos ahí. Lo bueno es que con mi novio tengo mucha confianza y los dos tenemos los mismos derechos, hay mucho respeto y lo más importante, nos queremos mucho. Vi a mi ex, pero no me importó, con tal de que no se acercara yo estaba feliz. Lo que más le duele...creo que fue que lo olvide muy rápido según el, que seguí con mi vida muy rápido y conocí el amor muy rápido. Lo que él no sabe, es que no hay nada que olvidar, yo jamás lo quise y el quería creer que si. Todas sus ex quedaron enamoradas de él, él las engañaba y el las terminaba, conmigo la historia fue distinta, no consiguió herirme sentimentalmente. Yo siempre fui muy alegre y muy independiente estando o no con el. La noche fue divertida porque estuve con mis amigos, pasaron algunas cosas que según yo no fueron tan graves. Mi novio quería estar conmigo, pero le dije que no, que se divierta con sus amigos mejor y me hizo caso aunque estaba preocupado. Él es muy cariñoso y yo estaba tranquila, confiaba en el. Lo cual es raro, no suelo confiar tan fácil en las personas. Muchos de mis amigos se fueron temprano de la fiesta y mi amiga con la que fui desapareció con mi ex. Porque ella también es su ex y comenzaron a tener algo de nuevo, no me importó, ni pensaba meterme. Pero me quede sola y eso fue un poco difícil. Siendo sincera no soy la gran cosa, ni bonita, pero joder se me acercaban los chicos como si fueran moscas y lo peor es que ni sabia como huir o sacármelos de encima. Cuando aún estaba con mi amiga, un chico me agarró por atrás, pero mi amiga me ayudó por suerte. Cuando estuve sola ese chico volvió y me agarro y me llevó a un rincón y me besó, le dije que no, pero bueno al final huí. Vi que mi novio se estaba divirtiendo con sus amigos así que ni dije nada o lo busque. Luego otro chico que conocía se me acercó y yo lo salude normal y le di un beso en la mejilla, pero pasó lo mismo y me besó, no sé si fue mi culpa por no saber huir a tiempo, pero con el fue más difícil quitármelo y huir. Porque a pesar de decir que tenía novio y que no quería, no les importaba. Luego mi novio se enteró de que me besaron y se enojo. Pero no fue mi culpa, yo no quise que pasara, no lo busque y dije que tenía novio. Yo también me sentía mal de que pasara eso... Mi novio empezó a besarme y luego de que pasara eso ya no me quería soltar, estaba como marcando su territorio quizá (? Quería que se divirtiera, no que estuviera pendiente de mi. Otro chico intento agarrarme delante de él, me agarró por la cintura cuando estuve por caer, pero mi novio me jaló. Luego hubo otro que me pregunto si quería beber y que si estaba con alguien y le señale a mi novio y me dejo, pero mi novio cada vez estaba con más enojo. Salimos y empezamos a pelear, dijo que el me había respetado y no había hecho nada, pero yo no tenía la culpa de que pasara eso, yo no lo busque y no supe evitarlo a tiempo quizá no lo sé, pero jamás fue mi intención hacer algo así para lastimarlo. Al final me sentí tan mal que le pedí que se alejara de mí, se enojo mucho y me pregunto si en serio quería eso, me sentía mal y mareada un poco, le dije que si, que me dejara. Y se fue dejándome sola. Me sentí muy mal porque creí que era el fin, no sabia que hacer, si llorar o ir al baño porque me sentía mal. También pensé, si está enojado porque otro me besó entonces hará lo mismo? Tal vez... no lo detendría. Estuve fuera de la fiesta un rato, no quería ver nada. Volví a entrar y lo vi, pero no me acerqué y me quedé lejos sola. Algunos me miraban raro, pero aprendí que en un antro jamás debes de corresponder la mirada de un extraño. Mi novio me encontró y me abrazo, no se lo que sucedió pero lo abrace fuerte. Luego de eso se quedó conmigo todo el tiempo y me trataba como siempre. Delicado y cariñoso, una de las cosas más lindas que puede hacer. Ya no tenía tantas ganas de bailar y divertirme aunque ya me sentía mejor y más calmada, pero igual ya no tenía ninguna amiga con quien estar. Mi amiga se había ido con su ex, mi ex, como sea. Seguro estuvieron haciéndolo, no quería interrumpir. Lo peor de todo fue que mi celular murió a la mitad de la noche y ya no prendía, incluso ahora estoy sin celular, así que no tenía como llamarla o decirle que se cuidara. Estaba borracha y me daba miedo que le pasara algo, es mi amiga. En una de esas mi novio fue a comprar agua con su amigo, en verdad él no quería dejarme, pero yo le pedí que fuera con su amigo y lo cuidara porque su amigo estaba un poco mal por el alcohol. Me pregunto si iba a estar bien sola y le dije que si, así que me quede sola. Se me acercaron unos tres chicos después, pero por suerte ellos si me preguntaron y pude decir que esperaba a mi novio y con eso bastó no paso nada. Luego el chico que me había besado, el que si conocía ya de otras fiestas me estaba mirando. Intenté no verlo para que no se acercara y no pasara nada, pero si se acercó y si paso de nuevo. En eso huí y ya no aguante, me salí de la fiesta para buscar a mi novio y que ya no pasaran más cosas. Fue un gran error mío haber salido así del antro, fui a una de esas tiendas 24 horas que tan solo estaba al lado del antro. Entre porque mi novio fue a comprar ahí con su amigo. Y encontré a mi amiga con mi ex, estaba preocupada así que la abrace, por suerte ella ya estaba mejor. Me presto su celular y le avise a mi papá para que ya nos recogiera a las dos ya eran las 4:40 En eso mi ex no se que carajos le pasa y porque lo hizo. Me tiró una cachetada leve en la mejilla, pero él no tiene derecho, no le hablo ni lo miro, pero se lo devolví también, claro que no lo hice fuerte porque él lo había hecho de juego, pero luego de la nada se puso violento y me tiro una cachetada muy fuerte y luego otra. Me altere y lo empecé a insultar diciéndole que se atreviera de nuevo y no respondía. Antes de que el me tocara también le había enviado un mensaje a mi novio diciéndole que estaba bien y que estaba en la tienda, que ya me iba a mi casa. Y el me dijo que estaba llegando a donde yo estaba para verme. Antes de que me tocara de nuevo llego mi novio diciéndole que que había pasado y yo estaba alterada insultando a mi ex, mi novio supo que me pego y se le fue encima a mi ex, pero yo lo agarre y le dije que no. Ya hasta ese momento estaba llorando y no sabia que hacer. Se empezaron a pelear y mi novio estaba empezando a ponerse mal con eso, le dijo que no podía pegarme, que era mujer, luego lo comenzó a insultar.
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cortowskibook · 8 years
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3 Desperté, pasaban de las 9:30. Fui a la cocina y me prepare un emparedado y me serví un poco de jugo, no era el desayuno habitual, debo confesarlo, casi siempre a esa hora seguía dormido, y cuando despertaba, pasado ya el medio día, prendía un cigarro y sorbía de a poco el café que había dejado la noche anterior en la mesa de noche. Esta forma de llenar el estómago al empezar el día me llevó a serios problemas estomacales y una falsa, pero muy atemorizante, alarma de operación (los quirófanos me horrorizan). Mientras recordaba tal cosa acabe el emparedado y me puse mi ropa, subí a uno de los cuartos de la casa Jublo, saque las maletas, tratando de hacer el menor ruido posible y volví a la sala, una valija estaba llena de libros y la otra de ropa, así que fue el momento de decirle adiós a varios libros, sabía bien que en esa casa no les pasaría nada malo y bueno, yo quiero más a los libros que a muchas personas. En ese momento decidí que debía desprenderme de todo lo que me ataba a este lugar, así que deje las maletas como estaban y las regrese a su lugar. Sólo tome algunas mudas de ropa. Me quedé sentado un rato, después me metí a bañar. Mientras me caída el agua en mi espalda repasaba todo lo que ahora iba a cambiar, lo hice por puntos, me gustaba el orden mental, ¡Ja!, buen chiste. 1. No volvería tener en mucho tiempo cama. 2. No volvería a atascarme de comida. 3. Conocería gente nueva. 4. Habría gente buena y mala. 5. Tengo que aprender a pelear. 6. Probablemente tenga que robar. 7. Tal vez jamás vuelva. 8. Podría lograr algo y hacer lo que a mí me gusta. ¿De verdad vale la pena?, aquí sólo tendría que encontrar un empleo decente y cambiarme de casa – dije -, mientras me secaba. ¡A qué más da!, necesito vivir algo, necesito vivir. No quise despertar a Jublo así que le escribí la siguiente carta: «Bien hermano parece que por fin llegó el momento de separarnos. Cada uno de nosotros sabemos que queremos y sé que lo lograremos, depende íntegramente de cada uno. No tengo fuerza para despedirme de Elin y Dejlo, te pido les digas que los quiero mucho y que les deseo lo mejor. Fueron mi familia y se los agradezco infinitamente. Si mis padres vienen a preguntarte diles que sólo estuve aquí para despedirme y que no sabes a donde fui, no es verdad, aunque tampoco es mentira. Si no nos volvemos a ver, sábete que te quiero y que confió plenamente en ti y en todos tus anhelos y que cuando ya no tengas fuerzas me recuerdes y sepas que siempre hay que seguir nuestro fin. “Otra vez al son del baile de los cobardes, que quieren cambiar el mundo cuando es demasiado tarde...”. Te quiero.» Salí cuando el reloj de la cocina marcaba las 12, camine hacia la avenida, doble a la derecha en la calle 8 y luego a la izquierda en la calle 19 y ¡Voila! El perfecto lugar para despedirme de este sitio. - ¿Qué te sirvo amigo? - Hoy nada compañero, quisiera hablar con la señora que es dueña de este lugar. - ¿Y tú quién eres como para hablar con ella? Lo dijo con un dejo de enojo, pareciera que había cometido una imprudencia (raro en mí). - Ayer hable con ella, sólo dile como soy, ella sabrá de quien hablas. Lo dije, debo aceptar, con toda la altanería que me quedaba. Frunció el entrecejo y parecía iba a matarme, en eso se oyó la voz de quien buscaba. - Tranquilo Samot, le conozco. – le dijo, mientras le sobaba el brazo -. - Bueno parece ser que para la otra tendré que sacar cita. - Ha habido muchas redadas, tienen ganas de joder el lugar, por eso estamos todos a la defensiva y bueno tu actitud no ayudo mucho a calmar los ánimos. - Pregunte con normalidad, él fue el que respondió mal. - Bueno ya te explique por qué. Ahora dime, ¿qué quieres de mí? - Si le soy sincero, no lo sé, es sólo que me quiero ir, sin embargo no sé a dónde. Quiero iniciar algo nuevo, algo que no duela tanto. - Todo lo que se inicia duele. - Pero duele por ser el principio, por no saber si es para un lado o pa’ el otro, no duele por siempre estar igual, duele por que cambia. Me miro un rato, pareciera que me comprendería o quería golpearme o las dos, pensé. Después de un rato hablo. - No tengo idea de a donde puedas ir, no obstante si quieres algo distinto a esto, puedes ir a Daba, yo me fui de ahí buscando lo mismo que tú y encontré este lugar, ahora puede funcionar al revés. - Yo nací ahí, y viví ocho años. - ¿Y por qué andas por acá? - Mis padres decidieron que era lo mejor. - Y fue lo mejor que pudieron hacer, sin embargo creo que este lugar te va secando, es un sitio para gente “mayor”, o al menos así pintaba al principio, después la urbanización hizo de esto un cóctel de personas. Ahora igual hay ancianos que bebés o que adolecentes. - Eso siento yo, que aquí se me está pudriendo el alma. - Entonces puede que Daba sea lo que en verdad necesites. Platicamos un rato más, me dijo a donde llegar, lo apunto en un papel. Y nos despedimos. Cuando salí tome el primer taxi libre que vi, le dije que me llevará a la central de camiones. Disponía de un poco de dinero, ahorros para montar una biblioteca o una librería, lastimosamente hubo otro uso para ellos. Espere sentado mientras leía a Mogasar, y exactamente cuando la voz de una señorita informaba de la salida de mi autobús, una frase de Mogasar se clavaba en mi mente. «Dentro de nosotros hay algo que no tiene nombre, esa cosa es lo que somos.» Tome mis cosas, quite de mi mente la frase, subí, tome asiento, cerré los ojos y me dispuse a ser algo que nunca había visto.
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blogdethemis · 4 years
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CUANDO EL CIELO ESTALLA EN LLAMARADAS
El día había estado que abrasaba, el calor estaba siendo implacable y eso que recién comenzaba, ya se preparaba para dejar caer sobre los desprotegidos y encerrados humanos la primera ola de ese sofocante aire que desgasta y lo vuelve a uno como una uva pasa.
No exponerse a él, tomar agua, protegerse es lo recomendado, ¿cómo se hace eso cuando está más caliente dentro de la casa que fuera?, ¿cómo beber más agua cuando el estómago parece una botella moviendo el líquido dentro que aun no pudo asimilar y por otro lado empapa la ropa?.
Hace unos días nada más estaban los frentes fríos dando la batalla y ahora en un instante las olas de calor, eso sí el cambio climático no existe, es solo un invento dicen por ahí que de los chinos, igual que el coronavirus. Endilgar las culpas a otros y no hacernos responsables, es parte del hemisferio en el cual vivimos.
Eso sí, de ahora en adelante busquemos soluciones creativas a los problemas que se van a presentar, pues serán muy variados y estaremos sometidos a ellos, por lo tanto la única que nos queda es :
CAMBIAR LA CABEZA.
Todos ellos llegaron para quedarse e incrementarse, unidos a todos los que se presentarán pues esto es solo el inicio.
El cambio comienza por uno mismo, primer paso a manejar: la ansiedad, dejémosla de sujetar con el consumo y con diversiones superfluas, que en una parte es lo que nos ha llevado a donde estamos, mejor es ir camino a conocerse a uno mismo, llegar a saber verdaderamente quién se es, no tanto el que se vende “for export” o el personaje que me creo.
  Bueno, no era de ello lo que les iba a hablar, ¿o sí?, quién sabe, más allá es muy probable que me hubiera ido por las ramas, más cuando la mente agarra cualquier derrotero, ese pensamiento que con el tiempo y los años se posesiona y asocia ideas y divaga.
Entre divague y divague se va navegando esos canales abiertos que llevan a deambular libremente por los vericuetos de la psique y se  aprovecha a limpiarlos……
Estos comentarios no son para infundir miedo o preocupación, sino para tomar consciencia y prepararse, que no nos agarren dormidos, sino con soluciones, cada quien desde donde esté, dependiendo la que les toque sobrellevar, aprendiendo unos de otros.
  DESPIERTA
NO SUEÑES
BIENVENIDO A LA NUEVA REALIDAD
  La vida cambió sin lugar a dudas y nosotros estamos todos sacudidos pues no tenemos la flexibilidad necesaria para hacerle frente a las circunstancias. Hay que hacer ejercicios para la plasticidad no solo del cuerpo, sino también de la emocionalidad.
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El virus nos ha mostrado como renace la Madre Tierra y los animales frente al mundo con pocos humanos, eso es una lección para que la veamos y aprendamos a convivir, ya que sin miramientos nos demuestra como somos nosotros gran parte de los males de este espacio que habitamos, nos creímos dueños, no había tiempo para cuidar ni agradecer, y eso fue llevando a la que estamos, por lo tanto si lo creamos ahora hay que remediarlo, cada quien de donde esté podemos detener el proceso poniendo ese granito de arena para comenzar a equilibrar la balanza.
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Ya había llegado la tardecita, cuando el sol emprende la retirada y a veces el aire nos regala la brisa perfumada con el aroma del desierto, seco, terroso, luminoso, con un buqué de flores de plantas espinosas, donde se une la belleza con los filos con la cual las protegen.
Ahí estaba esperando el atardecer, sentada en los escalones, disfrutando unas minis ráfagas del soplo que se deslizaban y coqueteaban con las mejillas que al sentirlas se ponían todas coquetas esperando que de nuevo arremetieran con sus frescas caricias.
Un gran regalo para el día que había hecho, la vida retornaba al cuerpo, lo levantaba, pedía para salir a disfrutar del momento, como en otros tiempos sin embargo no podía ser, había que quedarse dentro, así lo disponían los Tiempos. El afuera estaba restringido, el coronavirus había dispuesto otros procedimientos.
Era un tiempo de confinamiento, un tiempo de estarse quieto, un tiempo de meterse dentro, un tiempo de procesar toda la vida vivida, un tiempo de sacar para afuera todo lo que pesa, un tiempo de descacharrisar, un tiempo de elección, un tiempo de encontrar el centro, un tiempo de vaciar, un tiempo de reflexión, un tiempo que nos hacía tener mucho más cercana a la muerte, era una nueva posibilidad de enmendar el camino que se estaba llevando, dejar el pasado y empezar a prepararse para estas nueva etapa, donde nada sería lo que fue.
El encierro trae el enfrentamiento con uno mismo, no tiene ese sin fin de actividades que lo hacen olvidarse que existe y ni siquiera sabe como tratarse en esas circunstancias.
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La plancha de cemento del patio estaba que se podría cocinar en ella sin ningún problema, extraño eso que no me canso de decir, cómo es posible que lo recomendable sea tapar a la Madre Tierra, eso sí como me dijeron un día: “Es más limpio”. ¿Será?, depende del ángulo en que se mire.
Ahora vivimos las consecuencias de esas decisiones y conceptos torcidos que tenemos en la cabeza. La Tierra va camino a hervir.
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El cielo tenía muchas nubes, eso sí ninguna tapaba al Astro Rey que lo dejaron todo el día que quemara a sus anchas, era como si desde arriba dijeran que aunque pudieran no lo iban a hacer, se negaban rotundamente a mitigar un poco el sufrimiento de esos seres que se creen superiores y no son capaces de entender cómo vivir en armonía, queriendo cada día más y obstentando los lujos cada quien desde el lugar social que ocupa.
-Es lo que les toca- parecía que comentaran- por permitirse llegar a donde llegaron, están locos de ambición, de reconocimiento y desequilibran todo, se sienten los amos del Planeta y por qué no decir, del Universo y más allá.
Se han vuelto con el tiempo una peste en estos suelos y ahora se quejan de ser  quienes la padecen, que lo sufran a ver si algo de aprendizaje sacan, les cambia la cabeza y salen del confinamiento con una visión nueva, donde se den cuenta que la vida es lo que vale.
Se creían más y no se daban cuenta  que las “fuerzas malignas” se estaban apoderando del entorno y de sus almas, eran las que gobernaban el mundo, les nublaban el corazón, sin embargo les daban sus cuotas de estimulantes y como adictos a algo todos corrían por su dosis, sin embargo para ellas, ellos eran como insectos, con una fumigada los exterminaban si no les convenía, como ellos hacían con otras formas de Vida. Más allá esto es otra historia.
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De repente el cielo se empezó a mostrarse como si se estuviera incendiando.
Me fui a sentar a la vuelta en ese espacio protegido, donde se veía con mayor intensidad, por otro lado es un área que al haber sido abandonada por los rayos carbonizantes desde más temprano, suele estar mucho menos inclemente, donde entre hierros retorcidos que se asemejan a barrotes que coronan el encierro, se visualizaba con más claridad como se prendía el cielo.
Ahí vi como se iba tiñendo de ese fuego que como llamaradas inundaban el espacio etéreo.
    Era muy hermoso los colores con los cuales se nutría, esos naranjas, amarillos intensos, que mostraban a las llamas que parecían que crepitaban a lo lejos  y el humo que las envolvía. Más allá infundía mucho respeto.
Solo era el comienzo, ya pronosticaba lo que iba a ser de ahora en adelante, hasta que llegaran las lluvias que de repente aminoraban el proceso o inundaban o decidían no detenerse en la comarca, eso por ahora no se sabía, el comportamiento podía ser una gran interrogante.
Lo más inteligente era no esperar nada y adaptarse a la que llegara.
    Poco a poco se fue obscureciendo, los naranjas dieron entrada a los azules y los lilas, el fresco revoloteaba en el alrededor, el aire enfriaba, ya no sofocaba a la nariz ni a la garganta con cada bocanada que de él se tomara.
    Y así, la obscuridad cubrió con su manto a un cielo que se iba despejando, las nubes lo abandonaban, como en una hermosa noche de verano tranquila y serena, las estrellas comenzaban a puntear al firmamento.
Mirando un rato como asomaban, como salpicaban a ese fondo negro, disfrutando el fresco que corría, se fue despidiendo el día y la noche coronó el instante. Era hora del merecido descanso.
¡Qué otra cosa  más hermosa podía suceder!, que cerrar la jornada con esa delicatessen del Espíritu, era un gran presente, al cual había que agradecer.
Todavía el Cielo nos quería.
  GRACIAS
    MÉXICO
  CREPÚSCULO
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GRACIAS A TODOS!!!! SALUDOS!!!!
DESDE EL RETIRO: ATARDECER ENCENDIDO CUANDO EL CIELO ESTALLA EN LLAMARADAS El día había estado que abrasaba, el calor estaba siendo implacable y eso que recién comenzaba, ya se preparaba para dejar caer sobre los desprotegidos y encerrados humanos la primera ola de ese sofocante aire que desgasta y lo vuelve a uno como una uva pasa.
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