#hacia el abismo
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Lo comprendo. Sé que el amor, tal como lo conocí, se ha desvanecido en un rincón de mi memoria. Amar es una danza arriesgada, un acto de fe que exige entrega total. En ese primer instante, cuando el mundo parece detenerse, hay que dejar atrás el miedo y lanzarse sin pensar. Pero ahora, cada vez que miro hacia el abismo, siento que mis alas están rotas. No sé si tendré el valor de volver a intentarlo.
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Bajo la lluvia pienso.
En la oscuridad de mi alma, donde el amor se desvanece, late un ritmo de tristeza, que me consume sin cesar.
El eco de tu ausencia, resuena en mi mente, un lamento desgarrador, que no cesa de doler.
La pasión que nos unió, ahora es un recuerdo, una llama que se apagó, dejando solo cenizas.
El amor que nos elevó, ahora es un peso, que me hunde en la oscuridad, donde no hay consuelo.
La tristeza es mi compañera, mi sombra constante, un recordatorio de lo que se perdió, de lo que nunca será.
En este abismo de dolor, me pierdo sin rumbo, buscando un resquicio de luz, que me guíe hacia el olvido.
Pero el amor y la tristeza, son dos caras de la misma moneda, inseparables y eternas, como la oscuridad y la luz.
Versame
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Relato Corto: Valentina
El anhelo es distancia. Es la ausencia de presencia. Es el amor hacia lo imposible. Es tirarte al abismo rogando por el final. Nuestras emociones son una granada a punto de explotar.
El anhelo es definitivamente una frase. Con veredicto, con reglas determinadas por leyes sentimentales. Es un remordimiento por el otro.
Eres tú a quien ya no te abrazarán, y serás solo ese recuerdo, como escuchar tu canción favorita mientras te duermes. Lejos, poco a poco. Hay tantas puertas cerradas.
La máquina del tiempo la inventaron los que mueren de nostalgia. Para los orgullosos que no dijeron adiós. El anhelo es extinción. Rareza. El anhelo es un lugar, es alguien.
Tus ojos no lo ven, pero tu corazón sólo sabe, tu corazón sólo siente.
— Valentina Henao.
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Me interrumpió el silencio de la noche. El silencio espacioso me interrumpe, me deja el cuerpo como un haz de atención intensa y muda. Me quedo al acecho de nada. El silencio no es vacío, es plenitud. Después de leer lo que había escrito, de nuevo pensé: ¿de qué abismos violentos se alimentan mis fibras más íntimas para que se nieguen a sí mismas de tal forma y huyan hacia el dominio de las ideas? Siento en mí una violencia subterránea, violencia que solo viene a la superficie en el acto de escribir.
—Clarice Lispector, Un soplo de vida (pulsaciones). Traducción de Mario Merlino.
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Dejaré que intentes enamorarme.
Te daré la oportunidad de hundirme una vez más. Después de todo… ¿Qué más podría pasar?
Ya me has dejado en lo más profundo del abismo y he tenido que aprender a nadar hacia la superficie.
Raspadas de dolor y lágrimas que marcan mi alma para siempre, recordándome todo aquel sufrimiento por el que me hiciste pasar y, a pesar de ello, sigo dándote la oportunidad de lastimarme, creyendo ilusamente que esta vez sí vas a cambiar y no serás el mismo.
¡Pobre de mí, que no aprendo con todo y que me hundes mil veces en el abismo!
Little Moon
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Humanidad
Los humanos son criaturas extrañas. Se atreven a proclamarse como guardianes de la paz, y con ese mismo aliento clavan las uñas en la carne de sus semejantes. Sus corazones fueron hechos para latir al ritmo del amor, sí, pero como un péndulo, oscilan entre la ternura y la brutalidad. Construyen y destruyen en una misma danza; siembran la paz y la guerra en un mismo suelo, como si sus manos no supieran distinguir entre lo sagrado y lo prohibido.
Un simple vaiven de su voluntad es capaz de encender luz en la más recondita oscuridad. Sin embargo, esa misma luz que les enseñó a crear, los ha encendido con una llama insaciable, capaz de consumir todo cuanto tocan. Los impulsa hacia adelante, pero también los arrastra al abismo, un ciclo interminable que convierte el dolor en su lenguaje común, y donde siempre, siempre, se levantan sombras a su alrededor. La corrupción es una mancha tenaz que se adhiere a sus sueños, desdibujando la pureza de sus intenciones y dejando tras de sí un rastro de cenizas.
La justicia, ese ideal noble que alzan como bandera, se transforma en un arma en sus manos. La ambición los ciega, y pronto convierten la ley en un instrumento de poder y control, mientras la verdad se convierte en un eco que se desvanece, cada vez más lejano, hasta volverse inaudible. Lo buscan todo, pero no encuentran nada. Sus valores, en principio tan sólidos, se diluyen, dejando poco más que promesas incumplidas.
Así son ellos: una contradicción andante, crearon ángeles y demonios que reflejan tal disonancia en su alma, desafiando toda lógica, toda esperanza. Caminan por la tierra como en una marcha sin fin, sin dirección clara, sin comprender que en su misma esencia llevan las semillas de su redención y su perdición. Tal vez, en algún rincón de su caótico ser, aún exista un destello que los libere de sí mismos.
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(Basado en "La Historia de Daniel, el Favorito del Diablo". 5to Capitulo del libro "La Reina de los Condenados" . Crónicas Vampíricas de Anne Rice)
No, no hay tregua. Desde el inicio de todo , con tus ojazos en esa celda y mis botas hechas circulo maniaco, no hubo tregua. No hay tregua para regresar a horas profundas y tampoco para besarte dormido en las madrugadas. Esa adictivo hábito mío de recorrerte a olfato de sabueso amaestrado , recorriendo cada musculo vivo de tu cuerpo, sorprendido por el despertar de tus vellos, respondiendo en estremecimiento a su amo. No hay tregua. Son 4 dias que no te veo. La ciudad clama por mi justicia, tanto o menos como me reclama tu cama con sus llanuras y dunas que se remueven lentamente mientras roncas. Todo en ti merece NO TREGUA. Me has acostumbrado a los espejos y ventanas cerradas, a tus peliculas independientes de los 70s que tengo que interpretar como un arqueólogo que apenas recuerda los mitos y las formas. Grabandome en la memoria los cantantes y nuevos videos de MTV o la afición nueva hacia los Levis clasicos y abrigos de piel. Eres tú, Daniel. Abres el mundo al infierno, dejas que el demonio observe cómo lees el.periodico mientras el jugo de naranja se suspende en tu diestra, y me has acostumbrado tambien a ese intercambio de miradas raro cuando se que me pides que te bese lento lo que sea que se me ocurre con tal de darte de comer de mí. Impaciente mío. Mis ausencias son obligatorias, por ti..todo por ti. Me aprendo con disciplina y memoria magistral a repetir a Becquer y los dialogos de Ernesto de Oscar Wilde. Repaso los guiones de Tarantino y anoto las frases de fuego de esa salsa latina que tanto me has forzado a oir. Tampoco tienes treguas, Daniel. Tus exigencias y peticiones son gruñidos y puños apretados en la pared. Tus iras ...me has acostumbrado a ellas con sus deliciosas sin razones e " Hijos de Perra"que me excitan. Me excitas. Mucho. Desvias mi piedad hacia el mismo abismo, mis noches lejanas las atas a tu muslo derecho , para regresar como un lobo enloquecido a tomar tu carne en el festin del alma que se devora a si misma, a ti, a mi. Esperame. La ausencia es corta y hago lo mejor que pueda con el tiempo. Llevo comida, a Tolstoi en su primera edición y 4 chaquetas de piel nuevas para que me las pierdas, las huelas y las consagres a tu piel que mas tarde he de saborear. Tú tampoco me das tregua, Daniel. Abre la puerta, estoy afuera.
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"Sin orificio de salida"
Así que perdóname por no conseguir que fuéramos suficiente.
Por llenarte el cuerpo de adioses, vestir mis dedos de balas y dispararte -aunque te lleve tan dentro que dispararte a ti sea como dispararme a mí, pero sin orificio de salida-,
por empujarte hacia el abismo de mis labios y suicidarte antes de olerte, por odiarte un poco porque llueve y no vas a aparecer,
porque mi reloj ahora solo me diga que es hora de marcharme, por sacarte de mis ojos para poder dormir, por quedarme a ver cómo nos ponemos la ropa la una a la otra sabiendo que no volveremos a desnudarnos, y después irme.
Perdóname, por no encontrar otra manera de salvarme que no implicara abandonarte.
Y aunque esto sea un poema triste más, tienes que saber que hacerte el amor fue como empezar una frase, y terminarla. Abandonarnos ahora es dejar inacabado el poema.
Pero recuérdalo, una vez al día te cambiaría por toda la poesía.
del libro de Elvira Sastre: 43 maneras de soltarse el pelo
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En mis ojos hay una tormenta desatada, reflejando el caos que se agita en mi interior. Mi mente es un torbellino de pensamientos turbulentos, cada uno más devastador que el anterior. Mi corazón apenas se sostiene ante el huracán de emociones que lo embiste sin piedad. Es como si una tempestad de sentimientos me consumiera por completo, arrastrándome hacia abismos de desesperación y anhelo. Mi alma, entre tanto dolor, busca desesperadamente un rayo de luz en medio de esta oscuridad sin fin.
elle.
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Hace mucho que me he resignado a disfrutar de mi propia compañía. La soledad se ha convertido en mi sombra, siempre presente. He aprendido a escuchar el bullicio de la vida desde una distancia dolorosa, observando pequeños detalles que otros pasan por alto, pero a menudo sin poder tocarlos. La soledad me ha enseñado lecciones amargas; ha desgastado mi capacidad de confiar y ha sepultado mis oportunidades de amar.
No estoy segura de cuánto de mí ha quedado intacto. La soledad, aunque a veces reconfortante, se siente como una prisión. Me he vuelto experta en el arte de la introspección, pero esa habilidad a menudo me empuja hacia un abismo de pensamientos oscuros. Encuentro consuelo en el silencio, pero también una desesperante soledad que grita en la noche.
El anhelo de conexión me persigue, como un eco lejano que no se apaga. Me pregunto si, al erigir muros para protegerme, he encerrado mi corazón en una caverna sin salida. Quizás, en esta danza con la soledad, he perdido más de lo que he ganado, y al final, solo me queda la duda de si hay vida más allá de mis sombras.
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Mi último recuerdo de ella fue su silencio frío e indiferente.
-Diario abierto-
Era un arma de pasividad agresiva que enmascaraba un silencio que gritaba las verdades de su alma, rechazadas por su propio ego.
Se escondía en las sombras a la distancia, cayendo en vano su invisibilidad. No podía encararme tras los acontecimientos pasados, le sujetaba la culpa tortuosa, pero entre corazas, líneas y susurros de silencio, aún así yo la detectaba.
Era capaz de reconocerla a través de su mutismo, de sentir las ondas sutiles de un caos interno. Cada silencio suyo era un mensaje no dicho, su callar revelaba en voz alta sus sentires más profundos, sus batallas con certezas angustiantes y un desdén sordo a sí misma. Sabía que se enredaba en sus propios pensamientos y bloqueos, rehusándose a encarar/se/me.
Ella ******* ***** ******, ** ****** ********* ***** **.
(?) Respuesta que residía en su interior, era su deber hallarla en su inconsciente, o seguiría bajo ese autocontrol limitante, engañándose, traicionándose a sí misma. La decisión estaba en sus manos. Optar por la revelación significaba la expresión del inconsciente, la entrada a el vericueto del un abismo por enfrentar y observar, la llave está en lo profundo de su ser. El tiempo y su amor le despejarían e iluminarían el camino hacia lo que realmente quiere para si misma.
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10. Musas
Alimento un agujero negro en mi interior con musas descuartizadas, ellas son un viaje infinito, pero me extingo en un pálpito, en busca de la luz, que en oscuras sombras, no se transforma.
En el abismo de mi ser, un negro sol se oculta, sus rayos de amor, a las musas inmola, su danza tímida, con melancolía en su manto, me envuelve, y en el silencio, su voz profunda retumba.
Mis musas, cual flores en la tormenta, se resguardan en el lienzo de mi poesía, para crear el inicio de otro ciclo antiguo, donde el arte, en su esencia, mi dolor disuelve.
En el jardín de la noche, la muerte, susurra el final de este viaje y el umbral, hacia lo desconocido se alumbra, la luz de una estrella sincera teje la trama de un destino ya cumplido.
Julsen Bastian; Adiós visceral
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Título completo: Marco Curcio Artista: Posiblemente por Bacchiacca Fechas de artistas: 1495 - 1557 fecha realización: probablemente alrededor de 1520-30 Medio y soporte: Óleo sobre madera Dimensiones: 25,4 × 19,4 cm Crédito de adquisición: Comprado, 1860 Numero de inventario: NG1304
Según la mitología romana, un terremoto en el año 362 a. C. provocó que se abriera un pozo profundo en el Foro Romano. Los ciudadanos de Roma intentaron en vano llenarlo y el oráculo les advirtió que los dioses exigían la posesión más preciada de Roma. Un joven soldado llamado Marco Curcio sabía que eso era la juventud y el coraje de los romanos. Montó su caballo hacia el abismo, que se cerró sobre ambos, salvando así a Roma.
En este panel, Marcus Curtius levanta su daga mientras impulsa a su caballo encabritado hacia el abismo en llamas. El pequeño tamaño del cuadro y su calidad decorativa sugieren que pudo haber sido realizado para embellecer un mueble, posiblemente una cómoda, en un interior doméstico. Bacchiacca, que pudo haber pintado el panel, participó en la decoración de la alcoba Borgherini, que ilustra la vida de José (también en la colección de la Galería Nacional), que fue probablemente el encargo más importante para un interior florentino en ese momento.
Información e imagen de la web de la National Gallery de Londres.
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PAVANA DEL HOY PARA UNA INFANTA DIFUNTA QUE AMO Y LLORO
A Alejandra Pizarnik
Pequeña centinela, caes una vez más por la ranura de la noche sin más armas que los ojos abiertos y el terror contra los invasores insolubles en el papel en blanco. Ellos eran legión. Legión encarnizada era su nombre y se multiplicaban a medida que tú te destejías hasta el último hilván, arrinconándote contra las telarañas voraces de la nada. El que cierra los ojos se convierte en morada de todo el universo. El que los abre traza las fronteras y permanece a la intemperie. El que pisa la raya no encuentra su lugar. Insomnios como túneles para probar la inconsistencia de toda realidad; noches y noches perforadas por una sola bala que te incrusta en lo oscuro, y el mismo ensayo de reconocerte al despertar en la memoria de la muerte: esa perversa tentación, ese ángel adorable con hocico de cerdo. ¿Quién habló de conjuros para contrarrestar la herida del propio nacimiento? ¿Quién habló de sobornos para los emisarios del propio porvenir? Sólo había un jardín: en el fondo de todo hay un jardín donde se abre la flor azul del sueño de Novalis. Flor cruel, flor vampira, más alevosa que la trampa oculta en la felpa del muro y que jamás se alcanza sin dejar la cabeza o el resto de la sangre en el umbral. Pero tú te inclinabas igual para cortarla donde no hacías pie, abismos hacia adentro. Intentabas trocarla por la criatura hambrienta que te deshabitaba. Erigías pequeños castillos devoradores en su honor; te vestías de plumas desprendidas de la hoguera de todo posible paraíso; amaestrabas animalitos peligrosos para roer los puentes de la salvación; te perdías igual que la mendiga en el delirio de los lobos; te probabas lenguajes como ácidos, como tentáculos, como lazos en manos del estrangulador. ¡Ah los estragos de la poesía cortándote las venas con el filo del alba, y esos labios exangües sorbiendo los venenos de la inanidad de la palabra! Y de pronto no hay más. Se rompieron los frascos. Se astillaron las luces y los lápices. Se desgarró el papel con la desgarradura que te desliza en otro laberinto. Todas las puertas son para salir. Ya todo es el revés de los espejos. Pequeña pasajera, sola con tu alcancía de visiones y el mismo insoportable desamparo debajo de los pies: sin duda estás clamando por pasar con tus voces de ahogada, sin duda te detiene tu propia inmensa sombra que aún te sobrevuela en busca de otra, o tiemblas frente a un insecto que cubre con sus membranas todo el caos, o te amedrenta el mar que cabe desde tu lado en esta lágrima. Pero otra vez te digo, ahora que el silencio te envuelve por dos veces en sus alas como un manto: en el fondo de todo jardín hay un jardín. Ahí está tu jardín, Talita cumi.
_ Olga Orozco
_ La Fleur Bleue, Louise Bourgeois 2007
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En la soledad es cuando mi mente vuela por cielos en donde encuentro deseos que me devolverán la paz.
Los tiempos de guerra aún prevalecen, y sinceramente no creo que acaben nunca.
Estoy jodido, estoy perdido, tenía una grieta en mi alma que se abrió y se convirtió en un enorme abismo.
Y no hay manera de que se cierre, la única solución que veo es lanzarme al precipicio.
Suena pavoroso, pero sé que en el fondo existe una pradera preciosa, libre del caos que me encadena.
Sólo debo saltar...
Pero, antes de hacerlo, tengo planeado llamar a mi familia y recordarles que, gracias a ellos, estoy tomando decisiones como estas.
Llamar a mis amigos y decirles que no vayan a mi funeral. Si nunca estuvieron allí para mí, ¿por qué deberían acudir a mi entierro?
Animar a mis demonios a que celebren con sonrisas de júbilo, porque ganaron.
Antes de irme, quiero encender los focos para que formen un camino en la oscuridad que pueda guiarme hacia la paz.
Porque los cielos en los que quiero volar están plagados de tormentas, pero sé que atravesándolas hallaré ese lugar seguro que está esperando por mí.
-Dark prince
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Bonten´s influence
-Sanzu Haruchiyo x fem!reader
/ If you want to read it, you can translate it into English or another language /
Words: 13,1 k
Synopsis: She is Mikey's girlfriend. It's not the best situation, but it's still better than being alone, right? In the end, the best option is to stay with the strongest and the one who loves you... Is that true?
First chapter, second chapter, three chapter, four chapter
Sanzu Haruchiyo era un demonio... Y lo odiaba de todas las formas posibles.
El segundo dia volvio a pensar en él. Y a pensar en todas las maneras que había de matar a alguien. No sólo la había abofeteado por decirle la verdad, cruelmente, pero era la realidad de su vida, que era la menor de sus preocupaciones. Sino que la había abandonado en la carretera como si nada. La puerta del apartamento se había cerrado en seco tras ella, con el cuerpo adolorido en un espacio tenuemente iluminando en una esquina. Se había apoyado en la madera, pensando en Sanzu y lo que había pasado.
El odio la guiaba y la mantuvo despierta las dos horas que tardó en volver a su casa. Una persona la había acercado a la ciudad, donde pudo tomar el tren y luego el autobús a casa con una pierna cojeando y las lágrimas ya secas en un rostro hinchado. Lo último que recordaba fue haberse dejado caer al suelo y llorado con la cara enterrada en las piernas.
No lo odio con todo su ser hasta ese día. Lo odiaba por haberla humillado, haberla hecho pensar cosas que no tendría que habérselo pasado por la cabeza y menos en el momento en el que estuvo después de una ruptura de ese nivel, pero sobre todo lo odiaba por ser un insensible. Porque la había arrastrado con él al abismo de volverse loca y luego dejado caer.
El silencio se hacia más espeso a casa día que pasaba. Las sombras se arremolinaban esa noche sobre ella tomando la forma de sus mayores temores. Se había cambiado la ropa empapada por una muda limpia, pero había vuelto a mancharla con un nuevo terror que la aprisionaba contra el colchón y fundía con ella. Se despertó una vez más con la almohada y la mitad de la cama empapada en sudores y lágrimas. De vez en cuando, algún ruido distante de ciudad llegaba hasta ella, pero es como si todo estuviera en otro mundo. Fuera, llovía, golpeando las gotas contra los cristales que sonaban en la casa. La mente le jugaba una mala pasada tumbada en esa cama sin memoria.
Las pesadillas volvieron el resto de la semana, pero ninguna fue tan fuerte como aquella. Que la perseguía presionando su garganta hasta quitarle el aire y arrancarle el pecho.
Se puso en pie, caminando vacilante hacia la ventana del dormitorio. El agujero para respirar de la pared que conectaba con el exterior estaba abierto. Miró el reflejo de la luna en el cristal, con vaho en la superficie por el contraste térmico. Quería dormir, lo necesitaba para estar bien, pero en el fondo sabía que si volvía a cerrar los ojos las pesadillas y la sensación de ahogarse regresaría.
La mañana llegó lenta, con un cielo gris que presionaba el horizonte. No durmió en toda la noche, de nuevo, pero sintiendo el cansancio del cuerpo apenas se notó los días siguientes en los que fue a trabajar de forma mecánica.
Así hasta que pasó la primera semana.
Y luego, la segunda.
Sanzu Haruchiyo no tenía amigos. Tenía aliados y enemigos. Pero ninguno se consideraba más allá de esos dos títulos. Manjiro era el único con un título superior, de respeto, aunque no fuera mutuo.
Probablemente eso explicase el por qué siempre estaba solo. O las veces que lo conocía de haber estado con Mikey en el apartamento, siempre andaba solo o mirando por encima del hombro a los demás. Mikey no podría considerarse amigo si solo una de las partes mostraba interés. Una vez le había bromeado con la idea de que salieran juntos. Dudaba que el interior de Bonten las cosas fueran diferentes, a excepción de la cercanía entre los Haitani y el carácter tranquilo de Kakucho para con todos.
Ver que la persona con la que uno de los Haitani pasaba el tiempo sabe Dios cómo estaba delante de su puerta le puso los pelos de punta. Estaba sola en el apartamento, limpiando lo que su mala gestión del espacio había generado en el salón, cuando llamaron al timbre. Se sorprendió, ya que no esperaba visita y conocía a tan poca gente que no tuviera que ganarse la vida. Lo primero que vio al asomarse por la mirilla fue un rostro blanco envuelto en pecas y una melena naranja peinada hacia delante, alardeando de una buena genética sin enseñar sus análisis de sangre. Se lamentó al darse cuenta de quién era y lo que significaba aquello...
La habían encontrado. Sabían dónde estaba y ahora podían sorprenderla a cualquier hora con uno de los regalos envueltos en veneno de Bonten. Él sabía dónde estaba. ¿Qué debía hacer? ¿Debía llamar a la policía por algo que ni sería considerado un asalto a su propiedad? No, se recordó. La policía investigaba a veces por su cuenta. Aunque Bonten pudiera comprar a muchos de los policías, siempre había eslabones perdidos que acababan dónde nadie quería... Y acababan dando con miembros indirectos de Bonten a los que culpaba de colaboración. Hope apretó la mano sobre el pomo.
Podría ir a la cárcel.
Y a nadie le importaría que acabase en una celda porque ya no era nadie. Se encontró pensando en Sanzu, en la chaqueta que guardaba en una cesta de la ropa sucia aunque no fuera a lavarla y menos a entregársela. Podría sacar algo bueno por ella si lo hacía. Venderla por alguna página y sacar beneficio de una tela tan cara y de marca. Al menos sabía que no se andaba con pelos en la lengua ni iba flojo de dinero con todo aquello.
Decidió abrir la puerta con el corazón en la garganta y la otra mano sujetando algo por detrás. Los ojos de la pelirroja se levantaron del suelo para mirarla, y fue como si la luz del sol entrase directamente en su apartamento cuando sonrió.
-Sabía que estaríais en casa.
Eso solo consiguió que apretase con más fuerza el bate de béisbol al otro lado de la puerta. La conocía, pero a ella también de haberla visto con Ran Haitani. La examinó muy bien con la mirada.
-¿Quién eres?
-Oh, claro, no me conoces. Perdona -se disculpó, y extendió la mano. En ese momento se dio cuenta de que era una mujer más despreocupada que la persona con la que andaba por la calle-. Hope Haitani.
Haitani.
En primer lugar pensó en una posible hermana, pero no tenía sentido. Parecía tener la misma edad que ella, por lo que sería de la edad del hermano menor de los Haitani y ninguno de los dos se parecía. Ni en la forma de la cara, los rasgos, el color de ojos ni mucho menos el color de pelo. Parecía un pelirrojo natural, además, no como el tinte morado y negro que esos dos usaban... Solo se le pasó por ka cabeza que pudiera ser algo más formal y legal cuando vio en la mano un anillo plateado, más delgado pero similar al que había visto a Ran Haitani llevar en la mano izquierda muchas veces.
-Perdón por presentarme así, pero quería conocer por fin a la persona de la que Rindou me hablaba. Dijo que te habías mudado... Así que te he investigado a través del bolso que vendías.
No podía decir que era una mentirosa si iba con la verdad por delante. Al menos Bonten sabía que ya no vivía en ese antiguo lugar.
-¿Cómo sabes lo de...?
-¡Fui yo! -confesó, con las mejillas sonrojadas por el viento frío y la vergüenza de decirlo en voz alta. Se había puesto igual que su pelo-. Lo he mandado reparar Estaba un poco...destrozado.
Destrozado era quedarse corto de palabras. Lo hubiese quemado de no haber salido una persona a comprarlo. Al menos eso explicaba cómo una persona pudo haber comprado un objeto en tal estado.
-¿Cómo...?
-Tengo mis medios. Ran no sabe nada, lo juro.
No supo si confiar en ella. Le estaba diciendo tantas cosas a la vez que la estaban confundiendo cada vez más, sumado al dolor en su parte baja y las medicinas que tardaban en hacer efecto. Fue el turno de la mujer de ponerse sería, extendiendo a la vez una bolsa de plástico que llevaba en la mano.
-Frutas y compresas para los dolores.
-¿Cómo...?
Se preguntó si Sanzu se sintió así cuando la vio aparecer por sorpresa en su edificio, sin dar explicaciones y además diciéndole que estaba horrible por algo en lo que ella había colaborado indirectamente. Supuso que no podía compararse.
-Uno de mis guardaespaldas te vio entrar en casa con muchas medicinas -dijo, encogiendose de hombros. Una parte de ella se preguntó si realmente sabía lo que le pasó-. Solo venía a darte esto. No conozco a todos los integrantes de Bonten para no estar metida en sus asuntos... Pero creo que entre nosotras podríamos llevarnos bien. Mi número está dentro.
Iba vestida con una larga gabardina ceñida a la cintura con suavidad y por debajo unas medias oscuras y botas que asomaban. Además de eso, lucia como si hubiera salido de un barrio pijo y poderoso. Los Haitani controlaban Roppongi. Debía de vivir allí con su marido.
El pitido de una alarma las sorprendió a ambas.
-Tengo que irme ya. Rindou se ha quedado con su sobrino y ya va siendo hora de que el vaya a recoger. El muy tonto se queja, pero le gusta pasar tiempo con Kei antes que estar solo en su casa.
Ella lo contaba riéndose, pero sonaba demasiado extraño para ella que los Haitani fueran buenos con más personas aparte de ellos. Sabía por Mikey que trabajaban solos en el control de Roppongi y las ordenes que les daban, pero colaboraban por el bien general de Bonten. Aún así, sabía muy poco de ellos. Como la mujer que tenía delante y estaba casada con el hermano mayor
Ya no sabía qué esperar.
Manjiro recién casado. Ran Haitani casado y con un hijo. ¿Quién iba a ser el siguiente?
Estuvo tres semanas sin ver a nadie de Bonten, mucho menos Sanzu Haruchiyo era muchas cosas. Ninguna buena.
Decidió ir a ver a Hope Haitani a mitad de semana, después de haber mirado su tarjeta y su número durante veinte minutos en silencio y con la radio puesta por si escuchaba algo interesante. Cuando la llamo, lo primero que le dio aparte de la dirección al apartamento fue un recordatorio con la ropa de frío. Aquella mujer era una madre sin saberlo.
Resultaba que los Haitani vivían en un buen lugar dentro de Roppongi. Imaginaba que Rindou no andaría lejos en cuanto a vivienda, pero nunca lo llegó a preguntar cuando vio que las puertas del ascensor se abrían y el guardaespaldas de Hope la llevaba al apartamento. Hope Haitani la esperaba dentro con un vestido de flores y un niño rubio de unos dos años en su cadera con una cara sucia de comer pastel. Pronto se fueron al salón a hablar.
La forma en la que Hope miraba a su hijo era el reflejo del amor maternal, supuso. La forma en la que una madre tendría que mirar a sus hijos. Kei, el primer hijo del mayor de los Haitani, jugaba felizmente en el suelo del salón abierto, con los juguetes rodeándole. Otra casa sin paredes, abierta a todos lados. Parecía una obsesión que todo Bonten compartía.
-Ran no se fía de las guarderías. He intentado convencerle, pero supongo que es algo en lo que no puedo influir -explicó, con la sombra de una sonrisa asomando. La taza con té caliente humeaba en sus manos. Hasta la postura que tenía era elegante, aunque eso era común en cada cosa que hiciera-. De todas formas, me alegra estar cerca de él.
Ella no dijo nada. Al final, ¿qué iba a decir ella? Había abandonado a sus padres siguiendo sus sueños. Y la única posibilidad que tuvo de tener un hijo ya era inexistente a no ser que revertiera el proceso y se buscase un donante. Lo cual, no iba a hacer. Si había decidido abortar al primero, el segundo solo sería un recordatorio de lo más reciente. Independientemente de eso, a Hope no parecía molestarle nada de lo que sabía de ella; lo que esa rata de Ran le habría contado de ella.
Cuando le preguntó si podía beber ese té, la respuesta fue que era una receta transmitida en la familia Haitani para las embarazadas. Lo que no le preguntó fue si iba a heredar la personalidad de su padre y su tío con ello. La casa estaba tan bien decorada que parecía que un decorador personal había pasado por allí, metiendo mano en los aspectos más personales de la familia. En la mesilla a su lado, se fijó al sentarse, estaba una foto familiar; era la primera vez que veía la sonrisa sincera de Ran Haitani, aunque no fuera en persona. La risa del niño inundaba el apartamento entero, sentado en el suelo de la sala de estar rodeado de juguetes y con una mujer -la niñera, supuso- arrodillada frente a él.
Al sentarse las dos a charlas en la sala de estar Hope le pidió a la mujer que se fuera, con amabilidad, y que cogiera el trozo de pastel que sobraba de la cocina. Se le hacía difícil imaginarse el cómo una mujer tan buena y sincera como ella podía haber acabado con alguien como un Haitani, el mayor en concreto. El hermano pequeño al menos tenía su gracia.
-Tenía muchas ganas de conocer a la persona que le ha plantado cara a Mikey -le dijo, rellenando la taza de nuevo sin apartar la mirada de ella Se sentía estudiaba como una especie en el zoológico.
-¿Cómo sabes eso? -quiso saber, en un tono relajado pero que ocultaba el nerviosismo. Si ella sabía eso, entonces todos los de Bonten sabían lo que hizo. Lo que se traducía en la humillación pública de Mikey-. Además de que tampoco ha sido eso.
-Ran me lo contó hace ya unas semanas, se estuvo riendo toda la noche desde que Rindou le llamó para contárselo -le explicó, pero le dio la sensación de que no era a Ran solamente quien le hacía gracia. Hope sonrió cuando Kei se levantó, con cierta dificultad, y se acercó a ellas tambaleante-. Al menos tuvo una buena excusa para no bañar a Kei.
Fue el turno de ella de abrir los ojos. Lo último que se imaginaba en una persona tan aparentemente remilgada como Ran era quien se encargaba de un niño tan pequeño. Uno al que Hope le había tenido que limpiar la boca dos veces en una tarde porque le encantaba comer pastel.
-Quería que vinieras no solo para hablar. Esta casa es tan grande que me siento sola y no todo el mundo se atreve a venir hasta aquí -suspiró, dejando la taza en la mesa auxiliar, decorada con algunas revistas y una pieza de porcelana azul-. Rindou se ha ido de viaje a Manila y Ran se ha quedado solo hasta que vuelva.
-¿Qué hace en Manila?
-Negocios, como siempre. Ya sabes.
Lo sabía. Demasiado. Y también le recordaba a Izana. Era como una sombra que se cernía sobre todos ellos, invisible, tanto los involucrados como los apartados. Los viajes eran una excusa para controlar a las bandas de otros países que podían extenderse a Japón y comenzar un negocio; ante eso, Bonten se apresuraba a echar sus raíces.
-Ran se ha quedado, pero no cree que sea suficiente -una de sus manos se posó sobre el pequeño vientre-. Creo que piensa que está demasiado distraído con el embarazo como para concentrarse en Bonten. Apenas duerme y tengo que insistirle en la que coma cuando se queda en casa. En el primero perdimos a uno de los gemelos -murmuró, su voz convirtiéndose un susurro, aunque con un tono firme. Su mirada se pasó de la cara de esa chica hasta el vientre hinchado. Debía de tener unos meses por delante-. Eran gemelos.
Si a ella se le había hecho difícil tomar la mejor decisión para ella y su futuro, no quería imaginarse la pérdida involuntaria de uno de sus hijos. Su mirada se volvió a posar en el alegre niño que balbuceaba para sí mismo, en los rasgos infantiles pero que empezaban a parecerse a los de sus padres en una mezcla aún por desarrollar. No era pelirrojo, sino rubio, lo que delataba el verdadero color de su parte Haitani. Pero se parecía sobre todo a Hope en la forma de sonreír y en la forma de sus ojos.
-Me sorprende que Rindou no viva con vosotros.
Aunque sonaba más como apunte, Hope se lo tomó como una broma y se rio.
-Ya tengo a dos Haitani en casa y son suficientes. Pronto serán tres... Su tío no va a dar a basto.
Hope sonrió con cierta malicia, ocultándose detrás de la taza de porcelana.
-Así que... ¿La conociste en persona? Vaya coraje.
-Los Haitani me enviaron la invitación a la boda. Tampoco tenía nada que hacer en mi casa.
Hope dejó de beber para mirarla con cierta sorpresa; luego, su expresión cambió a un ceño fruncido. El grito divertido de Kei rompió el silencio extraño entre ellas, pero ninguna le prestó atención; por el rabillo del ojo le vio agitar los brazos en el aire.
-Sí, ellos son así. Los dos.
-Lo sé.
-Si lo hubiera sabido, les habría detenido. Lo juro. Parece que solo quieren causar problemas allá a donde van -bebió, pero tensó el rostro y apartó la taza-. Volviendo al tema de antes... ¿Qué opinas de ella? Sinceramente.
Lo decía con la mirada clavada en el niño que se había levantado y caminaba con su juguete a otro lado de la alfombra, soltando frases incoherentes. El recuerdo de la esposa de Mikey surgió tan pronto como la mencionaron. ¿Qué podía decir de ella? Tantas cosas. Extrañamente se vio hablando de ella con la mano en el pecho, sin embargo. A pesar de todas las desgracias que había generado indirectamente su presencia en su vida.
-Parecía buena persona -se vio diciendo en coz alta, y no en el lío de pensamientos y emociones que pasaban por su interior-. Y es muy guapa. Parece el tipo de chica que ha tenido muchos pretendientes. ¿Tú la has visto?
-Si, una vez. En un evento benéfico... Por entonces eran todavía prometidos. Sabe hablar italiano, y pensó que yo lo hablaba -el recuerdo le provocó una risita, pero no una mala o despectiva-. No la odio, pero tampoco me cae muy bien. Es extraño. Supongo que me pasa con todos... Pero entiendo que tu sí lo hagas, y puede que sea lo mejor no pensar en ella, pero... Sé por experiencia que te vuelve loca.
No dio más detalles acerca de esa experiencia suya, sino que quedó en el silencio.
-Siempre somos nosotras las que pagamos las consecuencias de ellos. Incluso si no es nuestra culpa -explicó, llevándose una mano al vientre, como si lo estuviera protegiendo-. Me aterraba la idea de que fuera niña porque significaba que había una oportunidad de que ella sufriera lo mismo, independientemente de si salía a su padre o a mi. No soportaría verla sufrir de esa manera. Cada vez, el peso es más pesado, no solo la barriga y los dolores: el pensar que cualquiera puede hacerle daño. Ya tenía una lista de cosas que decirle por si acaso.
Con eso dejaba claro indirectamente que no iban a tener más hijos... Decidió ignorarlo. Pero pensó en sus palabras. Mientras Hope bebía té y el pequeño Kei le enseñaba su recién cogido coche de madera de una pila de bloques, ella tuvo el tiempo suficiente para pensar en todo lo ocurrido hacía semanas... Y años atrás. Cómo ha ia conocido a Mikey, cómo habían vivido los dos juntos la vida teniendo personalidades distintas y chocante... Se había preguntado tantas veces cómo Mikey podía dormir por las noches a pierna suelta que nunca pudo preguntarse lo más importante.
Cómo podía ella hacerlo teniendo las manos sucias de sangre con todo lo que conocía.
De repente, las puertas del ascensor se abrieron, revelando las presencias de dos hombres. Ran y un hombre con gafas vestido de negro, un guardaespaldas con probabilidad. El hombre se marchó a cualquier lado de la casa, pero Ran se quedó con una de sus sonrisas perezosas siempre en la cara. No pareció percatarse de la presencia de ella, y si lo hizo, la ignoró con una habilidad asombrosa habiendo pasado por su lado. Hacia el niño que ahora se reía en sus brazos y se revolvía. Se quedó muy quieta, viendo esa escena.
¿Mikey hubiese sido buen padre? Estaba claro que Sanzu le había mentido para hacerle daño donde más le dolía. Pero todavía estaba esa pregunta. ¿Qué pasaría con ese niño si llegaba al mundo? A esas alturas, temía la respuesta como los peces a quedarse sin aire. Porque la conocía demasiado bien, en el fondo de ella. Siempre lo había sabido, y aún así, pensaba que el problema era ella. Manjiro Sano no podía cuidarse a sí mismo. Nunca sería un buen padre. El haberse casado solo era una excusa para poder seguir liderando Bonten sin problemas... La luna de miel en el extranjero, empezando por la casa. Cómo ella se había ocupado de absolutamente todo porque se veía absurda esperando que algo saliese mal en silencio, que quería ayudar de alguna manera en vez de hacer una escena ridícula... Y se dio cuenta de eso en ese mismo instante, con ese pequeño momento.
Esa mujer nunca serie feliz al lado de un hombre que le quitaría toda esa luz que tenía cuando la vio esas veces en la boda y en el gimnasio. Era incapaz de cuidar de sí mismo. Era incapaz de cuidar de otros sin depender de otro. Manjiro Sano solo era el reflejo de lo que él mismo había gestado con sus decisiones. Si hasta Ran Haitani podía hacer reír a un niño solo con que lo viera, hacer reír a una mujer que todavía brillaba por sí misma solo con preguntarle cómo se estaba portando el embarazo, significaba que no todo estaba perdido para algunas persona... Pero Mikey se había buscado la ruina él solo hacía mucho tiempo.
Desde el día en el que murió su hermano, que la oscuridad empezó a consumirlo por no saber manejar sus emociones, hasta alejar a las personas que más le amaban y habían estado con él en lo peor... Incluida ella.
Y ahora estaba arrastrando a otra persona inocente con él.
Los sudores fríos que le corrían por la espalda no se debían a eso, sin embargo. La realidad era impactante... Pero lo que había delante de ella era mejor aún. Ese futuro. Esa esperanza.
Hope volvió a posar la mirada en ella, apartandola de la escena padre e hijo; Ran discutía con su hijo sobre cómo construir una casa decente con bloques de madera más grandes que su mano. El niño, resoplando y en su propia idioma, ya apuntaba maneras a ser peor que su padre pero con la valentía de su madre.
-¿Qué hubieras dicho?
La mirada de Hope fue como la de un depredador acechando a su presa, debajo de esas pestañas pelirrojas que brillaban con la luz y esas pecas.
-Muerde.
Manjiro Sano era un idiota.
Había tardado diez años en darse cuenta y con ayuda de la esposa de Ran Haitani. Definitivamente tenían que darle el precio a la persona más ciega del mundo.
Estuvo unos días con las palabras de Hope en la cabeza. El trabajo la tenía agobiada en el sentido de que pasaba demasiadas horas en la oficina más que pensando en sí misma, pero por ese lado al menos no tenía que tiempo. Consiguió el tiempo suficiente, por otro lado, para asistir a la revisión del médico programada después de la intervención. Era algo común, al parecer, que pudieran haber problemas después de la intervención. Infecciones, una mala práxis, cualquier cosa. Afortunadamente ella no sufría de nada de eso; más allá de los malestares que la larga caminata le produjeron los primeros días y el cansancio que sentía por tantas medicinas. Victoria le dijo que era lo más normal, pero que se lo tomara con calma y no pasara tantas horas en el trabajo.
Tal vez tuviera sentido. Pero ella necesitaba estar distraída. Si se quedaba en casa, el silencio la volvería loca; y si encendía cualquier dispositivo, acababa en el programa de las noticias escuchando los accidentes que le eran tan familiares. Quedarse trabajando o haciendo alguna hora extra la salvaba de aquello. La volvía loca e el sentido de estar sentada todo el rato, pero el esfuerzo valía la pena.
El sonido de sus pasos resonaba en el silencio de la calle recta e iluminaba con farolas, un eco que parecía más pesado que el de cualquier otra persona que pasara por allí. Acababa de salir del trabajo y regresaba a casa, pero pensaba pasarse antes por una tienda de conveniencia a recoger algo rápido que comer. No tenía la cabeza para ponerse a cocinar esa hora, no una decente. El aire de la calle era fresco, aunque la sensación de estar atrapada, de estar aún dentro de ese mismo ciclo, la envolvía a cada paso.
La noche estaba tranquila, pero el murmullo de la ciudad seguía vibrando en sus oídos, recordándole que no había escapatoria a todo lo que veía en las noticias. Bonten era bueno organizando asociaciones bajo su mando, pero siempre quedaban lagunas. Esas lagunas iban a por los más débiles primero y luego a por el poder. Salir a la calle sabiendo que eran una presa era el recordatorio de una mujer; pero si eras la antigua mujer del antiguo líder... No. No podía pensar en eso. Tenía que pensar en otra cosa que no fuera eso; no podía pensar cada vez que salía a la calle que irían a por ella.
Siguió caminando, sus pensamientos mezclándose con la sensación de la fría brisa sobre su rostro, como si eso pudiera borrarlo todo: Manjiro, su pasado, la cara de la mujer que ahora podía considerarse su "amiga"... Para distraerse había investigado dónde podría estar su familia. La de sangre. Tenía muchas dudas de si continuar o rendirse. ¿Qué iba a decir si los encontraba? ¿Qué iba a hacer si descubría que algo podría haberles pasado...?
Ya estaba cerca de su casa. Le quedaban dos cruces, y meterse en la tienda de conveniencia. Entonces podría cenar algo y acostarse. Pero una sombra la alcanzó antes de que pudiera llegar al final de la calle.
-No es tan fácil, ¿verdad? -una voz en frente de ella la hizo detenerse en seco. La misma voz que había escuchado en su cabeza durante días, la misma que la había acompañado en cada momento de incertidumbre desde que tomó la decisión de dejar a Manjiro y con la que había tenido pesadillas varias noches seguidas.
Ella no giró la cabeza, no quiso enfrentarse a él de nuevo, pero la energía de su presencia la obligaba a escuchar. Era como si el aire a su alrededor se hubiera espesado, y ahora no pudiera moverse con libertad.
—¿Qué quieres, Sanzu? —su voz sonó más cansada de lo que había imaginado. Como si en verdad ya no le quedara fuerza para seguir jugando a sus juegos. Porque no le quedaban; no después de la última vez.
Él avanzó hasta quedar justo a unos centímetros de ella, tan cerca que podía sentir la calidez de su cuerpo a poca distancia. Sobre el hombro colgaba una bolsa grande de tela negra. «La katana -se dijo para sí-. La llevaba consigo cuando iba a casa de Mikey». A pesar de que sus palabras siempre iban cargadas de sarcasmo y desprecio, en ese momento, había algo diferente en él. Una calma inquietante dentro de un cuerpo que necesitaba emociones constantes.
-¿Tú crees que puedes simplemente alejarte y que todo se olvide? -preguntó, casi en un susurro, como si no estuviera buscando una respuesta, sino provocando una reacción en ella. De alguna manera lo consiguió, porque ella se quedó sin palabras-. Te crees que eres fuerte, pero no eres más que una niña asustada.
Lo último flotó en el aire como una amenaza tácita, como si de alguna manera él también estuviera presente, observando cada uno de sus movimientos desde la distancia. Le dieron ganas de burlarse. Él podría observar desde la distancia, pero nunca acercarse más de lo debido porque, en el fondo, sabía que a Mikey podía seguir importándole todo lo que le pasase. O eso es lo que pensaba ella hasta hacía poco. Hasta que habló con Hope.
Que pasase lo que pasara. Si Sanzu estaba ahí para matarla, con ese arma, que lo hiciera ya.
Unos segundos de silencio se alargaron entre ellos. Ella apretó los dientes, mordiendo su labio inferior con fuerza, luchando por no ceder a la urgencia de volverse a enfrentar a él. ¿De qué iba a valer? Pero, por algún motivo, lo que más le dolía no era el desprecio de Sanzu ni la mirada fría de Manjiro. Era saber que, de alguna manera, todavía quedaba algo de ella atrapado en esa historia.
-Te fuiste porque no pudiste soportarlo, ¿verdad? -Sanzu no esperaba respuesta, pero le dio un paso más cerca, como si quisiera deshacer los últimos hilos de su resistencia-. Del lado de Mikey. Porque lo conoces mejor que todos, ¿no?
Ella levantó la cabeza finalmente, los ojos fijos en él, aunque vacíos de todo lo que alguna vez había sido amor o rabia. Sanzu la observaba con intensidad, esa mirada envenenada que tanto la perturbaba.
-No lo entenderías. Yo no me fui porque Mi... -se corrigió-... Manjiro me destruyera -dijo, las palabras escapando de su boca con una frialdad que la sorprendió a ella misma. Era como si el dolor ya no tuviera poder sobre ella. Como si, de alguna manera, todo lo que había hecho y vivido la había convertido en alguien diferente. Alguien que ya no temía enfrentar ni a él, ni a la sombra de su pasado-. Me fui porque lo que teníamos ya no tenía sentido. Puedes intentar conocerlo, como pensaba que yo lo hacía, pero en el fondo sabes que está podrido. Porque lo que hacía Manjiro… ya no me pertenecía. Nada de lo que hiciera le haría más feliz de lo que fue en el pasado.
Sanzu la observó por un momento, como si estuviera calibrando su respuesta. Parecía divertido, pero también había algo oscuro detrás de su sonrisa, algo que la hacía sentir vulnerable, expuesta, como si en cada palabra suya estuviera desnudando algo dentro de ella que ella no quería ver.
-Te crees tan fuerte… -dijo Sanzu, casi burlándose, pero la mirada que le lanzó lo decía todo-. Tienes miedo de ser débil. Eres demasiado transparente. Tu miedo es lo que le habría vuelto loco, y lo sabes. Pero en realidad… ¿quién te engaña más? ¿Nosotros o tú misma?
La pregunta flotó en el aire, densa y punzante. La mujer no sabía qué responder. No sabía cómo volver a luchar contra un espectro de su propia creación. Todo lo que le quedaba eran recuerdos rotos y las piezas dispersas de algo que alguna vez había sido más que una simple historia.
-Sigue corriendo, si quieres -dijo Sanzu, dando un paso atrás. Pero su sonrisa no desapareció, y su mirada seguía tan afilada como siempre-. Pero al final…siempre regresas. Nadie puede dejar a Mikey como tú lo has hecho. Y no vas a ser la primera, y lo sabes. Tienes pesadillas con eso, lo entiendo, pero es tu realidad. ¿De verdad pensabas que ibas a conseguir algo?
Y por un instante, cuando la sombra de Sanzu se movió entre la luz de las farolas, se quedó allí, en pie, mirando lo silenciosa que se había quedado la calle por ellos, preguntándose si, tal vez, Sanzu tenía razón. ¿Realmente podría escapar de todo lo que había sido? ¿O estaba condenada a regresar una y otra vez?
Por su parte era una tontería decir que no estaba asustada. Sabía que nadie dejaba a Manjiro Sano como si nada y sobrevivía para contarlo. Así era Bonten. Pero una parte de ella quería pensar que ella pudiera ser una excepción a la norma, por el amor que se habían tenido una vez y su empeño por continuar siendo conocidos pese a eso. hora veía que eso era imposible. Y que Sanzu no estaba solo ahí para explicárselo como a una niña, sino para ejecutar la orden.
Por alguna razón, ella no intentó huir.
Porque así trabajaba el Perro Loco de Bonten.
Ella apretó los puños. Ya no había huida posible. Ya no quedaba nada de lo que ella pensaba que era. Solo quedaba la mujer que estaba frente a un hombre que la había advertido todo este tiempo, con la verdad sobre su espalda. Literalmente. La katana que debía de llevar años esperando usar sobre ella.
-¿Vas a mirarme, o vas a seguir con esa actitud de siempre? —la voz de Sanzu cortó el aire, arrogante, con ese tono tan suyo que siempre la hacía sentir como si estuviera siendo medida, analizada.
Ella suspiró, lentamente girando en su asiento para enfrentarle. No había sonrisas, ni siquiera la distancia amigable de otros tiempos. Solo un vacío entre ellos, tan denso como la niebla.
-¿Serviría de algo? -su voz, casi un susurro, estaba cargada de una mezcla de cansancio y algo más, algo que ella preferiría no reconocer.
Se limpió la nariz con la manga de la chaqueta, que empezaba a gotear por el frio. Quería cerrar los ojos y que sucediera rápido, indoloro, que no se diera cuenta de que ya estaba en el frío suelo y sola.
El silencio le respondió.
La mujer lo miró fijamente, y por un momento, pensó en dejarlo ir, en cerrar los ojos y olvidar que él estaba ahí, que todo lo que había pasado no era más que un mal sueño. Pero la verdad era otra: las piezas de su vida nunca encajaron de nuevo después de ese día, después de la ruptura con Manjiro, después de todas las decisiones equivocadas. Desde el momento en el que le dijo que ya no tenía sentido verse más si iba a formar parte de una mentira a su futura esposa hasta el día que se olvidó de despedirse de su familia como mandaba. Se preguntó que estarían haciendo, tal vez por desesperación.
-¿Ha sido idea suya o actúas a su espalda?
Conocía la respuesta. Pero quería escucharla de él, de sus labios. Escuchar la cruda realidad a la que siempre estuvo sometida. «Mikey nunca me ha amado. Mikey siempre me ha temido».
Sanzu no movió un solo músculo. Ningún gesto que indicara que estaba listo para actuar, ninguna amenaza implícita en su postura. La bolsa todavía colgaba de su hombro, y su rostro carecía de expresión. Solo la observaba, con esos ojos azules oscuros y profundos como una laguna, como si estuviera leyendo cada uno de los pensamientos que se deslizaban por su mente, cada una de las grietas que ella intentaba ocultar.
Ella, por su parte, mantenía la distancia. Pero la tensión en su pecho, el dolor que no podía disimular, la estaba quemando por dentro. Estaba perdiendo el control, y lo sabía. Cada palabra que Sanzu decía parecía ser una aguja clavada en su herida abierta, cada silencio suyo un recordatorio de todo lo que había dejado atrás. Por mucho que intentase fingir, ya no quedaba nada de resistencia sobre ella.
Él no hacía un solo movimiento hacia ella. No sacaba la katana ni siquiera cuando sus ojos se encontraron en la oscuridad. No había esa amenaza inmediata que tanto había esperado. En lugar de eso, su mirada se suavizó ligeramente, pero no dejó de observarla con esa intensidad abrumadora. Como si estuviera esperando que fuera ella quien rompiera el silencio.
-Lo sabes, ¿verdad? -dijo Sanzu finalmente. La dureza había desaparecido, pero ahora había algo en ella que la ponía aún más nerviosa. Como si supiera que lo peor no era la amenaza, sino lo que él veía en su interior-. Llorar no va a hacer que lo recuperes.
Ella apretó los dientes, la rabia comenzando a subir a su garganta. No podía permitir que él la viera tan vulnerable. No podía dejar que él desnudara sus inseguridades, sus dudas más profundas, porque eso sería lo mismo que ceder. Sería admitir que todo lo que había hecho, todo lo que había decidido, no había sido más que un intento fallido de salir de una prisión de la que no podía escapar.
-¡Cállate! -le gritó, casi sin pensar. La voz cortó el aire como la hoja de ese arma enfundada haría con ella ante el mínimo movimiento. Las palabras que había estado guardando en el fondo de su ser durante semanas salieron de golpe, como una avalancha que podía detener-. ¡No sabes nada, absolutamente nada, de mí! ¡Ya no puedes salvar a Mikey, Sanzu! -en ese momento, poco le importó darse cuenta de que lo llamaba así en vez de "perro". Sonaba desesperada, al borde del precipicio-. Y cuando no aguanté más... No iba a quedarme a verlo destruirse. A ver lo que dejaba atrás como si nada.
Muerte. Destrucción. Caos. Eso era lo que realmente Manjiro Sano dejaba a su paso. Nadie podía salvarlo a esas alturas. Ni siquiera las figuras más cercanas a él. Porque Mikey era un problema que afectaba a la vida de todos, como el aleteo de una mariposa al alterar el destino.
Un brillo extraño pasó por los ojos, en ese momento oscurecidos, de él. Sus puños estaban tensos, a pesar de la compostura que intentaba mantener.
-¡Tu única tarea -murmuró entre dientes, comenzando a reprimir el veneno - era mantenerlo contento!
-¡Mikey, Mikey, Mikey! ¡Siempre es él, pero nunca los demás! ¡Siempre tiene que ser él por encima de todos, como si los demás no fuéramos nadie! -chilló finalmente, con las lágrimas mojando sus ojos y el frío congelando su garganta al bajarse ligeramente la bufanda- . ¿No tengo derecho a elegir? ¿Tenía que continuar una vida humillante al lado de la persona que amaba mientras él ocultaba la verdad a una mujer que no se merece nada de eso? ¡Quiérete a ti mismo de una vez, joder! ¿O es que solo puedes pensar en él y que sus pies te pisoteen!
Él se quedó allí, observándola con una mezcla de indiferencia y compasión cruel. Ella sintió el peso de sus palabras, la frialdad de su juicio. Lo que había dicho. No podía mover un solo músculo. Algo dentro de ella se quebró de nuevo, como si una parte de su alma hubiera dado un paso hacia el abismo.
-¿Sabes qué es lo que no entiendes? -dijo después de un rato, con el pecho subiendo y bajando en pocos segundos-. Que todo lo que haces, cada vez que tomas una decisión, cada vez que crees que te alejas de nosotros… en realidad, solo te estás acercando más a la verdad. Tú misma te lo estás buscando.
Ella no supo qué responder. Las palabras de Sanzu le golpeaban el pecho con una fuerza inesperada. Él tenía razón, lo sabía. La verdad, esa que había estado negando todo este tiempo, estaba frente a ella. La sensación de que no podía huir de lo que había sido, de lo que había hecho… y lo peor, de lo que aún quedaba dentro de ella.
Sanzu dio un paso atrás, pero su presencia seguía siendo insoportablemente cercana, como una sombra que no la dejaba en paz.
-No te voy a matar. No hoy. -su voz, a pesar de lo que acababa de decir, sonaba casi condescendiente, como si no fuera necesario sacar su katana para acabar con ella-. Cada vez que intentas huir de ti misma, cada vez que crees que el pasado no te persigue. Pero la diferencia entre tú y yo, es que yo sé cómo manejar la desesperación.
La rabia le subió de nuevo, pero de otra manera. La desesperación iba de su mano. Le tembló la voz al volver a hablar:
-¿Drogándote hasta que te tienen que lavar el estómago por una sobredosis? -preguntó, atrevida-. ¿Crees que no escuchaba las llamadas de los demás? Tienes que pensar que soy muy estúpida para no saberlo. Al final no eres mejor que yo si necesitas eso para aguantar que sigas vivo.
Apretó los labios, pero no se quedó solamente en decir eso. En ese momento, le daba igual lo que le pasara. ¡Completamente! Era absurdo seguir jugando a algo que siempre la había mantenido atada y sujeta a un hombre que jamás quiso aquello. Y ahora que lo tenia, no había nada que solucionara el problema que tenía sobre los hombros.
-¿No te da miedo morir? Claro que no -escupió en su cara, a metros de él-. Porque tampoco es como tuvieras a nadie que llorase en tu funeral, ¿no?
Se limpió la nariz de nuevo, con más fuerza de lo que pensaba. Sintió una punzada de dolor y un leve crujido, pero no había nada roto, más que su mente enferma y desesperada por hundir todo aquello que la continuaba uniendo a esa vida criminal.
-No eres mejor que yo -le repitió, haciendo un gran esfuerzo en contener las lágrimas y no humillarse más frente a esa persona-. Si quieres matarme, hazlo. Ya no tengo nada que perder, ¿no? Ni al bastardo a Mikey.
El silencio entre ellos fue estremecedor para lo poco que duro.
-Cada uno consigue lo que genera -dijo sin más, y sin importarle en mantener las apariencias, se dio la vuelta.
Sanzu Haruchiyo le daba pánico, pero nunca lo demostró hasta ese momento.
-Tienes muy mala cara -le señaló Hope, desde su asiento en el banco a la sombra. Estaba sentada junto a ella, con una chaqueta sobre los hombros.
Kei jugaba en el suelo del parque. La niñera estaba sentada a su lado, ayudándole a construir. De vez en cuando, en un gesto frustrado, el niño recogía la pala con la arena él mismo y golpeaba la tapa del cubo boca abajo y se reía. Llevaba un rato observándolo sin disimulo. Era increíble lo mucho que se parecía ese niño a su padre y lo diferentes que eran; Kei reía con alegría y solloza a cuando su madre se alejaba, como si pensase que lo iba a dejar ahí, y se comportaba igual que Ran las pocas veces que lo había observado, por otro lado. Como cuando se las arreglaba para conseguir algo sin mucho esfuerzo y sonreía con esa sonrisita malvada.
-No he dormido mucho estos días.
Cualquiera podía dormirse con una amenaza de muerte encima. En el momento en el que cerraba los ojos, las pesadillas volvían y se despertaba con el corazón a mil pensando que habían pasado horas y cualquiera podría haber entrado. La realidad era la contraria. Seguía sola, en esa casa vacía de recuerdos y a oscuras.
-¿Algo en concreto? Imagino que el trabajo.
-Sí -mintió, pero mejor eso que explicarle la verdadera razón.
Hope asintió, acariciandose el vientre con una mueca.
-¿Ocurre algo?
-Lleva días nervioso -le respondió, englobando al vientre redondeado pero no del todo por desarrollar por debajo del vestido de lana gris que resaltaba el color de su pelo y sus mejillas sonrosadas.
Iba a juego con su hijo. A pesar de no ser pelirrojo el rubio también destacaba con ese color oscuro. El niño jugaba feliz ahora en brazos de la niñera, ayudándole a subirse al columpio infantil.
-Puedes quedarte a dormir en nuestra casa si es por los vecinos -le dijo de repente Hope, pillándola por sorpresa. ¿Era posible que supiera algo? Ran hablaba con ella, así que suponía que sabía algo de la caza que Sanzu tenía contra ella.
Pero sacudió la cabeza. No quería involucrarla a ella y a su familia en sus problemas. Además, dudaba de que Ran Haitani la quisiera cerca. Nunca habían hablado, pero sí mirado un par de veces de lejos. Una vez criticaron en silencio a una persona, pero por lo demás, eran completos desconocidos. Hope la miró unos segundos en silencio antes de asentir.
-Ran me ha dicho lo que ocurre. Lo que le han ordenado a Sanzu -comentó, dejando la chaqueta tamaño infantil a un lado de su regazo-. No sé si es verdad o eso le temerá un problema ahora que te lo cuento.
-No debería -respondió ella-. Sanzu me lo dijo a la cara.
-Pero lo hace -recalcó, sin apartar la mirada de ella.
Se sentía juzgaba incluso sin tener razones.
-No le tengo miedo.
-Yo tampoco hasta que una vez me apuntó con un arma a la cabeza. Fue hace mucho, sí, pero se siente como ese día -comenzó diciendo-. Yo tuve a Rindou de mi lado y a otra persona cuando lo hizo. No creo que a estas alturas tengas a nadie.
Odiaba tener que escuchar la verdad y vivir en la que ella quería. No tener a nadie significaba estar sola. Significaba estar muerta. En ese mundo, o tenías una alianza o estabas muerto.
-Son órdenes de Mikey -fue lo único que dijo.
-¡A la mierda sus órdenes! -exclamó de repente, y varias cabezas en el parque se volvieron a ella con curiosidad. Vio de reojo cómo uno de los guardaespaldas de movía incómodo en el sitio. Hope le ignoró-. Incluso si no es dentro, entiendo que hay más gente que pueden hacerle frente a alguien como él. Le llaman Perro Loco, ¿no? -asintió-. Un perro no se detiene hasta que hablas con su dueño o lo vence e su territorio.
Tambien se decía que si matabas al perro acababas con la rabia. La única persona que podría detener a Mikey a esas alturas era... Nadie. Pensaba en sus amigos de la infancia, pero sí había conseguido derrotar a tres de ellos él solo y sin sus impulsos completamente activos, poca esperanza le quedaba.
Cuando el tiempo empezó a oscurecerse y el viento a levantarse, decidieron que era hora de marcharse de allí. Los hombres que protegían Hope las siguieron de cerda hacia el aparcamiento. Le resultaba extraño vivir de esa manera, con gente siempre a su alrededor y sin apartar la vista de ella ante cualquier amenaza que surgiera. Recordaba que cuando salía con Mikey los hombres a su servicio mantenían una distancia hasta que entraban en un local. La niñera, joven para el trabajoj que desempeñaba pero con una profesionalidad que asustaba, se acercó a otro coche que las esperaba con la puerta abierta. Kei balbuceó algo cuando su madre le dio un beso de despedida en la cabeza y le susurró alguna palabra bonita que le hizo reír.
-¿No viene con nosotras?
Hope negó, recogiendo la falda del vestido y metiendo la primera pierna en el coche. No podía imaginarse la sensación de cargar un barriga de tres meses y además moverse.
-Su guardería está aquí al lado. Uno de mis guardaespaldas la acompañara y se quedará con ella hasta que vuelvan a casa.
-Pensaba que a Ran no le gustaban las guarderías para su hijo.
Hope se rio.
-Las odia de un día para otro. Si fuera por él, la educación de su hijo dependería de un lobo antes que de una persona -comentó, dejando el bolso a sus pies-. Las cosas cambian, supongo.
Tenía sentido.
También pensaba que Ran nunca tendría esposa ni hijos por cómo era y allí estaban Hope y Kei. Supuso que las cosas cambiaban. Volvió a mirar a Hope, que se colocaba el cinturón alrededor de la cintura al otro lado del coche.
-¿Seguro que no prefieres que te lleve?
Vaciló.
Un miedo instalado a ella, en lo profundo, le instaba a aprovechar eso en vez de caminar de vuelta a su casa. Sola. Donde cualquiera podría haber estado esperándola... Su pesadilla más recurrente esos últimos días empezaba así, volviendo a casa y encontrándose a su asesino sentando en una esquina del apartamento esperando por ella. Recordaba el frío de la habitación, el miedo que recorría su cuerpo como una segunda capa mucho más interna. El asesino le sonreía directamente, y le decía: «Te dije que estaría aquí cuando menos te lo esperases», con la voz y el timbre de Sanzu.
Desde ese momento dormía abrazada a un cuchillo debajo de la almohada, con las ventanas cerradas, todo bloqueado, y cascabeles en los picaportes de las puertas. Cualquiera que entrase en su casa debería pensar que estaba loca, que se estaba volviendo loca.
-No quiero molestar -se sinceró, en parte mentira en parte verdad. Si Hope tenía cosas que hacer no iba a interferir en su casa solo para que la llevaran a casa.
-Tonterías. No tengo que entregar la obra hasta dentro de una semana. Un paseo un poco más largo no me hará mal
Ella vaciló, otra vez, pero la mirada insistente de Hope y el golpeteo tímido de los dedos del guardaespaldas en la puerta del coche la forzaron a entrar. El cuero del asiento era suave y se hundía con su peso. El interior olía a coche recién comprado, pero las tímidas manchas de tierra en el respaldo de un asiento le indicaron que Kei ya habría probado ese coche varias veces antes que ella.
El coche se puso en marcha. El suave ronroneo apenas era perceptible. Debía de ser de esos coches eléctricos de lujo que veía anunciarse por la televisión. El móvil de Hope empezó a sonar, una melodía suave rebotando en las paredes de ese espacio.
-Es Ran. ¿Puedo...?
-Por supuesto -le asintió, apartando mirada al exterior del vehículo en marcha como si así pudiera darle un margen de privacidad.
La voz de Hope cambió nada más descolgó. Seguía siendo amable, pero con un cambio en el timbre de la voz que no pudo vitara hacerla sonreír. Ella también solía cambiar el tono cuando hablaba con alguien que me gustaba. De hecho, estaba fundamentado que todos lo hacían como una llamada de apareamiento a la otra especie.
El tráfico estaba despejado, más allá de un par de coches que daban guerra delante de ellas, con un cielo oscuro sobre todos amenazando con la caída de algunas gotas que cayeron sobre el parabrisas. La calefacción estaba encendida, y ella se acurrucaba en el asiento como una niña la noche antes de Navidad al lado de la chimenea esperando a Papa Noel.
La voz de su amiga sonaba de fondo, acompañada de una rápida respuesta al otro lado de la línea que la hacía sonreír y brillar el rostro. Victoria tenía razón, se dijo. Si estuviera embarazada de una niña, le habría quitado toda la belleza poco a poco. Esperaban un niño; segun Hope, uno que ya sabia luchar. No tenian nombre elegido, pero podia imaginarse que cualquier nombre le quedaria bien a un niño cuyo apellido fuera Haitani. Algo le decía que incluso estando de una niña, la belleza de Hope solo deslumbraria más mientras hablase de esa forma tan íntima con su esposo sin tenerlo presente. Hope le estaba hablando de las nauseas de aquella mañana cuando una mueca le cruzó el rostro.
-¿Qué...? Qué raro. No escucho nada -comentó, lo que le llamó la atención y se volvió a mirarla. El guardaespaldas en el asiento de delante se giró en dirección a ellas antes de que Hope pudiera decir algo más-. ¿En esta calle hay obras? La llamada se ha colgado.
El guardaespaldas abrió la boca, pero no le salió ninguna respuesta por el ruido externo.
-Debe de ser la tormenta, señora
Un trueno distante, que iluminó el horizonte durante unos segundos. Hope se estremeció, llevándose una mano protectora al vientre. La alianza brilló. Si hubiese sabido que haberse quedado con ese detalle sería su perdición... Se hubiera quedado en casa encerrada.
Todo pasó en cuestión de segundos.
Un golpe seco y un crujido ensordecedor atravesaron el aire cuando el costado del coche chocó contra guardarrail de la carretera. Todo a su alrededor parecía moverse a cámara lenta. Un gritó sonó, pero no supo si de ella o de los otros tres integrantes del coche. Después, nada. Las ventanas explotaron en una lluvia de cristales, el coche giró sobre sí mismo antes de detenerse con un segundo impacto, más sordo, que sacudió todo su cuerpo. Mentiría si su vida no pasó por delante. Desde sus preocupaciones infantiles hasta el dichoso día que decidió dejar de formar parte de la banda criminal que la perseguía hasta el final.
El mundo se quedó en silencio.
Salvo por un leve tamborilero de la lluvia sobre los restos del coche y el exterior. No sabría decir si fuera también sonaba algo más. Un pitido sonaba en su oído izquierdo cuando volvió a recobrar la consciencia. Lo primero que notó fue el olor a gasolina y a metal. Adoraba ese olor. En algún momento de su vida, se volvió un compañero.
El hermano de Mikey era mecánico.
Delante de ella, uno de los asientos estaba vacío. No se veía al conductor. El otro guardaespaldas luchaba por arrancarse el cinturón que lo mantenían aún con esas protegido. Desde donde estaba podía ver el goteo de una herida sangrante en su oído, interna con muchas probabilidades. El intento de girar el cuello fue doloroso en las dos ocasiones que quiso comprobar el estado de Hope. Lo único que sabía de ella era los pequeños gemidos que soltaba y la sombra vista de reojo de una melena naranja moviéndose lentamente.
Al segundo intento lo consiguió. Y también quitarse el cinturón y arrastrarse hacia donde estaba Hope. «El bebé», se repetía. Si algo le pasaba a Hope, estaría en su consciencia, pero si además algo le pasaba al niño... Hope tenia la cara manchada, estaba despeinada y una parte de su vestido estaba roto.
De lo demás apenas fue consciente cuando el dolor le inundó el cuerpo, empezando por su cabeza hasta su brazo. Hope la miró con la mirada perdida en algún punto, pero ni ella pudo decir nada. Tenía toda la cara cubierta de sangre, pero ningún arañazo que pudiera delatar alguna herida.
Hasta que la escuchó gritar.
Los ojos de Sanzu Haruchiyo eran más azules que verdes.
Nunca se había dado cuenta de ese detalle, si lo pensaba bien. Fue el primer color que se le vino a la mente al recobrar la consciencia. Más azules, de ese azul tropical de las playas veraniegas de las islas vacacionales que el verde de sus praderas. En su cultura, el tener mucha agua en la mirada significaba un carácter apropiado para el tipo de vida que llevaba.
Era la unica parte de su cuerpo que veia cuando se ponia la mascara esa que utilizaba para cubrirse las cicatrices.
Había tenido pesadillas con ese azul días y días y días... Hasta que veía ese color en todos lados. Pero nunca le dio más importancia que el darse cuenta de que muchos colores en cuadros jamás encontrarían esa gama. Pareciera como si Sanzu Haruchiyo fuera único en su especie.
Fue lo primero en lo que pensó al despertarse en esa sala blanca que apestaba a antiséptico y desinfectante. Recordaba poco más que haber perdido la consciencia, ver mucha sangre y cristales rotos clavándose en ella. También haberse sentido volando, desorientada, fuera de lugar. Hope. Su bebé. Ellos necesitaban auxilio, dónde estaban... Pero no tenía fuerzas para decir nada. Solo para ser una inútil. No podía levantarse, tampoco, sintiéndose en una nube, mullida que la envolvía por completo.
Volvió a perder la conciencia.
Y la siguiente vez que se despertó, en vez de despertarse en la sala blanca y borrosa de la primera vez, estaba en otro lado. Que no reconocía a primeras ni lucia como un hospital. Ni olia a hospital; ni nada parecido.
La habitación es extrañamente silenciosa. Las paredes, de un blanco casi clínico, contrastan con los rayos tenues de luz que se cuelan a través de las cortinas. Su cuerpo seguía adolorido, y la última memoria clara que tiene es el accidente de coche. El sonido de las ruedas en el pavimento, sabía, le perseguiría en otras pesadillas. Aún no estando en el hospital, se sentía en una nube. Con los ojos entrecerrados, sin acostumbrarse a la luz, vio que además de estar tapada con una sábana apenas perceptible un tubo de goma serpenteaba fuera de la cama. Estaba conectada a una bolsa de líquido transparente.
Miró a su alrededor, buscando pistas, pero la habitación no le resulta familiar. Ni siquiera lo que apenas asomaba por la ventana, con las cortinas verticales apenas recogidas. En la mesita de noche, la más cercana, aparte de estar la bolsa a la que el tubo la conectaba había algo más. Un bote pequeño, con pastillas blancas, a la mitad. Su respiración se aceleró. ¿Qué sería? Pero su mente no estaba clara, se sentía confundida y aún ligera. Intentó mover las piernas, per lo único que consiguió fue el cosquilleo de sus pies al doblarlos. Se le escapó un quejido, cuando su cuerpo reaccionó a al darle la orden de mover los brazos. Estaba en manga larga, con una camiseta del doble de su tamaño, cuyas mangas se doblaban al mover las extremidades, y podía ver los arañazos tratados con una crema que olía extraño. No había rastro de ella en la mesita.
Apretó los puños, con la vaga sensación de que no estaba haciendo fuerza. Era extraño sentirse viva pero a la vez un fantasma. Sentirse en una nube y tan viva. ¿Por qué seguía viva? ¿No tendría que estar muerta después de aquello? La sangre, los gritos, la lluvia,... Tuvo que recopilar todas sus fuerzas para enderezarse, pese al chillido de sus músculos al hacerlo y las lagrimas que amenazaban con derramarse. Una vez incorporada, la vista era más diferente. En una esquina había una chaqueta tirada en el suelo, y no muy lejos una bolsa de plástico tirada con algunas cosas dentro. No muy lejos de ella había un trapo con sangre.
La cabeza le dio vueltas. Su atención volvió a centrarse en la mesita. En ese bote que no podía desencajar tanto. Mientras sus dedos se extienden hacia el frasco, pero justo cuando va a alcanzarlo, ya envuelto en su mano, escuchó un sonido cercano. Un golpe.
-Deja de husmear donde no te llaman -le dijo una voz, que reconocía, tan pronto como la puerta se abrió.
Flexionó los dedos, dejando caer la mano y el brazo en completo. De hecho, su cuerpo se lo agradeció. Las fuerzas le iban y venían de tanto en tanto. El silencio entre ellos regresó, como siempre había sido costumbre, mientras ella clavaba los ojos en él, envuelto en un albornoz blanco y con nubes de vapor a sus espaldas arremolinados. Volvió a dejar caer el brazo.
Un escalofrío helado recorrió su espalda, y el vaso de agua que estaba al lado y del que no había tenido constancia hasta ahora se deslizó de su mano temblorosa, estrellándose contra el suelo. El ruido del vidrio rompiéndose resonó en la habitación, pero Sanzu no apartó los ojos de ella, su mirada fija y devoradora.
-¿Qué es?
- X -le respondió sin mucha importancia, dándole la espalda para husmear en el armario. La luz del armario se encendió cuando las puertas correderas se arrastraron. No vio el interior, pero se hacia una idea de todo lo que habría dentro-. Una nueva mezcla.
Inspiró, sintiendo la presión en el pecho que no se marchaba. Se miró la vía intravenosa, todavía conectada a ella por una aguja en su mano diestra.
Apartó la mirada, desesperada por encontrar alguna salida, alguna señal de que esto no era real. Pero todo lo que vio a su alrededor solo incrementó su angustia. Las sombras que antes parecían moverse en las paredes ahora tomaban formas más definidas. Supuso que era una habitación en su casa. O en un piso franco. Los asesinos actuaban de aquella manera.
El miedo era tan intenso que casi le nublaba la razón, pero el dolor en su cuerpo y la realidad de su situación la mantenían despierta, forzándola a enfrentarse al horror de donde estaba. «Suero - se dijo, mirando a la bolsa a la que estaba conectada-. Es suero».
Sanzu no reaccionó al sonido del cristal roto, simplemente se inclinó lentamente hacia ella, como una sombra que se arrastra sin hacer ruido. Su presencia llenaba el espacio, invadiendo el aire alrededor de ella, tan cerca que podía ver el rastro de gotas que aún caían de su cabello sobre el suelo. La especie de mullet le favorecía los rasgos de la cara, con las gotas resbalando del pelo rosa y acabando en el albornoz que mostraba una parte de su pecho. Era alto, pero no muy ancho; no significaba que fuera menos fuerte.
-¿Me has arrastrado aquí para matarme?
-No eres tan especial. Órdenes.
No necesito saber más pese a lo desconcertante que era. Un día iba a matarla y al otro la llevaba a su casa por órdenes de su jefe. Él. Quería gritarle el sin sentido que era aquello y los mareos que le daban esos dos. Pero de repente pensó en Hope, en su hijo, en el grito que había escuchado y que le recorrió hasta los huesos al recordarlo.
-Hope. Ella... ¿Sabes si ella y su hijo están bien?
-Oh, el bastardo de Haitani, sí, sigue vivo -respondió todavía dándole la espalda, pero con un tono sorprendentemente suave para lo que decía-. Seguirán en el hospital haciéndoles pruebas, yo qué sé.
Sus pensamientos estaban fragmentados, saltando de una idea a otra sin poder asentarse. Sanzu hablaba como si todo esto fuera un detalle insignificante, como si ella no fuera más que una pieza en un juego que él ya había ganado.
«Están bien -se respondió-. Es lo que importa».
-¿Por qué...? - su voz salió quebrada, como si el mero acto de hablar le costara una eternidad-. ¿Por qué estoy aquí?
Sanzu soltó una pequeña risa, un sonido seco y vacío. Se dio la vuelta, la luz del armario apagándose. Solo vio el destello de los piercing reflejando con la luz que entraba por la ventana.
-Porque dije que te mataría -respondió simplemente, su sonrisa reapareciendo, pero esta vez más oscura, más retorcida-. En el hospital hubiese sido difícil. Con tantos cables y tantas cosas. Mikey me dijo que trajese así.
Intentó moverse nuevamente, pero el dolor le recorrió las costillas, recordándole que su cuerpo no estaba en condiciones de luchar. Y menos de levantarse. El suero la mantenía erguida y con fueras. Sin embargo, la adrenalina que comenzaba a correr por sus venas le dio una chispa de claridad.
Los ojos de Sanzu se entrecerraron ligeramente cuando notó su lucha interna.
-No hay necesidad de que sufras por nada. Luchar es inútil. Por eso no te he atado - sus dedos se movieron hacia el borde de la cama, rozando la tela de las sábanas con un gesto lento y casi afectuoso. Siguió todos los movimientos en silencio-. No puedo matarte. Aún.
Estaba atrapada bajo su mirada, sintiendo el peso de sus ojos como si la perforaran, pero había algo más en ellos ahora. Algo que ardía debajo de esa frialdad habitual. Odio, sí, pero también un rastro de algo más profundo, algo que iba más allá del simple deseo de matarla.
-Si no vas a matarme... - se atrevió a preguntar, aunque su voz temblorosa-, entonces, ¿qué quieres de mí?
Sanzu no respondió de inmediato. Caminó de un lado a otro, sus pasos resonando suavemente sobre las tablas de madera. Se detuvo frente a la ventana, aunque las cortinas bloqueaban cualquier vista exterior por su altura, y miró hacia abajo, como si estuviera reuniendo sus pensamientos.
Hubo un largo rato de silencio. Ninguno de los dos lo rompió. La respiración de ella estaba acelerada, con el corazón a mi por cualquier cosa que pudiera pasar en ese lugar que nadie, nadie, iría en su ayuda. Podía gritar, pero nadie la escucharía. Sanzu no la miraba a ella. Miraba al otro lado de la pared, al exterior, a la tormenta que caía fuera mientras ellos estaban en ese sitio.
Volvió a mirar a la bolsa de suero; se preguntó si era la primera que le ponía. No podía llevar mucho tiempo ahí... ¿No? ¿Cuánto tiempo llevaba dormida?
-Mikey debería matarte él mismo. Por todo lo que has hecho -rompió el silencio él, hablando más consigo mismo que con ella, con un tono calmado y reflexivo-. Tu único trabajo era continuar con él.
Si, ya había escuchado eso. De él, de hecho, la vez que la amenazó en la calle hace relativamente poco. Él y su obsesión por aparecer de la nada. Tiró del tubo hacia ella, recogiendo la bolsa. Cuando tiró de aguja, sintió la pesadez de toda su masa muscular acabar con ella. Lo dejó todo sobre la cama.
-No va a hacerlo... Te dejará libre como siempre cuando vea esos ojos de cordero inocentes, y me mandará comprobar que sigues viva.
Le costó estirarse en la cama. Las piernas golpearon el suelo con un golpe sordo, pero que no llamó su atención. El suelo estaba frío, y de lo único que sirvió fue para espabilarla. La camiseta se estiró, tensandose en la zona de la cadera y la cintura. Con seguridad le quedaba grande, no más que una camiseta de dormir ancha. Algunos botones estaban aflojados en la parte del escote.
-Le dejaste delante de todos, le humillaste... Y no te matará...
Se tocó la zona. Estaba húmeda, ligeramente. ¿Sudor? ¿Agua? No podía beber si ya estaba conectada al suero. Hasta él lo sabría. Pensó en la opción más lógica: el sudor de la fiebre o el mal olor del cuerpo. «Me ha lavado», pensó, subiendo la mano al cuello. Algunos mechones estaban pegados.
-Seguirás siendo el número dos incluso si yo no muero. No puedes pensar que Mikey te apartará solo por...
-¡Cállate!
Se calló. Más por sorpresa que por miedo.
El aire se llenó de un pesado silencio tras él, como si las mismas paredes de la habitación estuvieran procesando lo ocurrido. Ella se quedó allí parada, con los ojos fijos en él, sin saber cómo responder.
Sanzu permaneció en pie, un par de pasos alejados de ella, pero su cuerpo tenso como una cuerda a punto de romperse. La intensidad de su mirada era tal que no podía apartar los ojos de él, como si esperara que le diera una explicación o, quizás, una respuesta que ni él mismo tenía.
Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, Sanzu dio un paso hacia ella. Su rostro estaba marcado por una mezcla de ira y frustración, como si estuviera peleando con un monstruo interno al que nunca había enfrentado. La vulnerabilidad que había evitado demostrar comenzaba a emerger como un tronco en el agua.
-No tienes ni idea de cómo me siento. ¿Me escuchas? Solo eres el juguete de Mikey. Nada más -le recordó, pero sabía que por mucho que la insultase de la misma forma, menos fuerza iba teniendo su discurso.
Y ella también lo sabia. Porque llevaba semanas enteras preguntándose por qué Sanzu la odiaría si nunca hizo nada contra él.
El dolor físico de las heridas que aún le martillaban el cuerpo parecía menor comparado con el dolor emocional que la amarraba a ese mundo. No sabía si podía calmar la tormenta en los ojos de Sanzu, si siquiera podría hacerlo sin destruirlo aún más.
-Yo también quiero sentir -le confesó, en voz baja, casi en un murmullo imperceptible.
La tensión entre ellos, siempre latente, se convirtió en algo tangible, casi eléctrico, en el momento que ella estiró la mano y las puntas de sus dedos se acercaron a su casa. No supo por qué lo hizo ni por qué quería morir de una forma tan ridícula a esa... Pero ella ya estaba tocando una de las cicatrices de sus comisuras, ásperas bajo ella, con la rugosidad hasta la parte baja de su boca. Sanzu la miraba con los ojos entrecerrados, su pecho subiendo y bajando con una respiración irregular. El odio seguía ahí, ardiendo en su mirada, pero debajo de esa furia abrasadora, había algo más. Algo más profundo, más oscuro, una conexión que ni ella misma podía negar.
Ambos sabían que lo que los unía no era solo el rencor, sino también una historia compartida, una relación que, por mucho que intentaran negar, ardía en las sombras de otra que les afectaba personalmente. Un vínculo que se había formado en medio de la violencia y el caos, y que ahora amenazaba con consumirlos a ambos.
Sanzu dio un paso adelante, inclinándose sobre ella, su rostro demasiado cerca, tanto que podía sentir el calor de su cuerpo. Ella no se movió, atrapada entre el miedo y una extraña sensación de inevitabilidad. Sus ojos se encontraron, y en ese momento, las palabras se hicieron innecesarias. Lo que sucedió después fue instintivo, como si hubiera sido predestinado por todo lo que habían vivido juntos.
De repente, Sanzu la había tomado por la nuca con una mano, y sus labios se estrellaron contra los de ella en un beso feroz, cargado de rabia y deseo. Fue un choque violento al principio, sus bocas encontrándose con una mezcla de furia contenida y pasión descontrolada. Elena sintió su cuerpo reaccionar de inmediato, primero queriendo alejarse, abandonar esa locura... Pero acabó haciendo todo lo contrario, respondiendo a la intensidad del momento, a pesar de todo el dolor, el miedo y la confusión.
El beso fue largo, y de alguna manera agresivo. Muy diferente a los que ella había recibido con anterioridad. Le recordaba a sus antiguas parejas que no sabían besar, y practicaban con su mano hasta que pensaban que lo hacía bien y llegaba el momento. ¿Sanzu Haruchiyo había besado a alguien en su vida? La vida en Bonten le había dado privilegios en su vida, pero no fortuna con nadie que se conociera. Tal vez tuviera a alguien... Lo apartó enseguida. Ese hombre no podía amar.
Un pero que no sabía besar y la estaba besando a la ex de su amo. Todo eran ironías.
Era un beso que dolía, que quemaba, y que, sin embargo, estaba impregnado de algo que ambos sabían que no podían ignorar. El calor de sus labios contrataba con los del otro, ligeramente ásperos, y cada segundo parecía extenderse en una eternidad. Las manos de Sanzu, fuertes pero temblorosas, se enredaron en su cabello, tirando de ella, atrayéndola hacia él como si no pudiera soportar la distancia que los separaba. Y ella, incapaz de resistir, se rindió a ese torbellino de emociones.
No había ternura en ese contacto, solo una necesidad desesperada, casi salvaje. Era una batalla en sí misma, como si cada beso fuera una forma de luchar por el control, por el poder que ambos querían mantener. Pero detrás de cada toque había más que odio.
«Mikey le mataría. Si me viese así... Nos mataría a los dos: a mi por serle infiel, y a él por tocarme», se recordó, en el momento que se dio cuenta de que todo aquello era real. Pero ya no estaban juntos... Daba igual. Se corrigió. «Nos mataría a los dos. A él por desobedecer y a mi por atreverme a jugar con su segundo al mando».
Una de las manos de él se aventuró por el cuello de ella. Desde su costado hasta su cintura, cubierta todavía por la camisa, su camisa, deteniendose al final de esta por la mitad del muslo. Las mejillas de ella ya se sentían ardiendo por el calor de aquella habitación, la calefacción encendida, pero la intensidad de ese momento se sentía irreal. Él la odiaba. Ella le detestaba. Y, aún con esas, se estaban besando y tocando como amantes prohibidos. Las manos de ellas se aventuraron poco, subiendo al cuello de su albornoz y tocándole la parte de piel expuesta.
Por un instante, ambos olvidaron dónde estaban, olvidaron la oscuridad de la habitación, las sombras que acechaban en las esquinas, y el peligro que siempre había estado presente. En ese beso, se encontraron de nuevo, en otra versión de ellos y otra vida, aunque solo fuera por unos segundos.
Pero entonces, como si ambos se dieran cuenta al mismo tiempo de la imposibilidad de lo que estaban haciendo, se separaron bruscamente. El sonido de su respiración pesada llenaba la habitación, y durante un momento, solo se quedaron mirándose, jadeando, los labios aún ardiendo por el contacto. Sanzu tenía los ojos muy abierto, más que nunca le vio, igual que los labios separados viéndola como si fuera una extraña.
Era una mezcla de algo retorcido y la realidad a la que se enfrentaba. Al choque psicológico que suponía para él hacer eso, hacerle eso a él.
-Esto es un error.
El silencio que siguió a las palabras de Sanzu era sofocante. Ambos permanecieron quietos, como si el peso de lo que acababa de suceder los mantuviera anclados en ese lugar. Por su parte, intentó apartar la mirada, pero los ojos de Sanzu, oscuros y llenos de una mezcla de emociones que no podía descifrar del todo, la mantenían prisionera. Era como si ese beso, lleno de pasión y odio, hubiera abierto una nueva herida que nunca podría cerrarse del todo.
Respiraba con dificultad, tratando de calmarse, pero las emociones que palpitaban en su pecho eran incontrolables. Todo en ella gritaba que debía alejarse, que debía mantener la distancia, pero había una parte más profunda, una que siempre había estado ahí, que la mantenía conectada a Sanzu. Esa parte sabía que, por mucho que intentara negar lo que había entre ellos, algo los unía de manera irrompible, incluso si eso los estaba destruyendo lentamente.
Sanzu no se movió, sus manos aún aferrándose a ella, como si no quisiera dejarla ir. Era un tipo de vulnerabilidad que no le había visto nunca; en general, nunca lo había visto débil. La alejaba pero la mantenía cerca.
-¿De verdad me odias tanto...? ¿Por qué fui y soy una distracción para Mikey...? -preguntó finalmente, en un tono roto y confuso.
La pregunta quedó flotando en el aire, pesada y llena de verdades incómodas. Sanzu apretó la mandíbula, como si luchara contra las palabras que quería decir. Sus manos se aflojaron un poco, pero no la soltaron del todo. Sintió un nudo en el estómago.
Sabía a qué se refería, pero escuchar esas palabras era como un golpe directo al corazón. Ella lo había dejado, sí. Había decidido apartarse de esa vida, de la violencia y del caos que rodeaba a Mikey y su pandilla, y en el proceso, había dejado atrás a Sanzu también. Ahora se daba cuenta de eso. De la forma indirecta en la que él la habka buscado todo el rato, pese al veneno que se soltaban el uno al otro para culparla de lo que hacía. De lo que le hacia. Pero nunca había imaginado que su ausencia podría haberle dolido tanto.
Porque él la necesitaba a ella tanto como ella había necesitado a Manjiro.
-Amé a Mikey -dejó escapar un suspiro entrecortado, con el miedo inundando una parte de su cuerpo que no sabía que existía-. Pero no puedo volver con él.
Los ojos de Sanzu, normalmente fríos, se entrecerraron ante sus palabras, pero no la apartó. Había algo roto en él, algo que ya no podía esconder bajo la capa de odio que había construido alrededor de sí mismo.
-¿De verdad Mikey quiere matarme?
Podía imaginar que sí. La conversación con Hope le dejaba claro que había algo de verdad en esa declaración. Pero necesitaba escucharlo de Sanzu. Esta vez, otra vez. Después de lo que habían hecho, de ese pecado que se los llevaría a los dos de saberse.
Los labios de Sanzu aún ardían tras el beso, un beso lleno de pasión e ira. Con el corazón latiendo violentamente, trataba de mantener la calma, pero sentía que cada respiración se hacía más difícil, más profunda. Sus costillas aún dolían por el accidente, pero ahora el dolor físico parecía desvanecerse frente a la tormenta emocional que la envolvía. Necesita escucharlo, necesitaba que él...
La respuesta nunca llegó.
De repente, el sonido de un golpe fuerte resonó en la casa, interrumpiendo el silencio opresivo. Dio un respingo, sus ojos se abrieron de golpe y su cuerpo, aún debilitado por las heridas, se tensó. Sanzu también se giró bruscamente hacia la puerta, su expresión cambiando de inmediato, de vulnerable a alerta.
-Quieta aquí.
No una solicitud o petición. Una orden.
Elena trató avanzar, pero una punzada aguda en el costado la obligó a detenerse, doblandola por la mitad. Todavía estaba demasiado débil, sus heridas recientes eran una carga que no podía ignorar. Aun así, su instinto le gritaba que no se quedara quieta. Algo no estaba bien. Había una sensación en el aire, una energía que le erizaba la piel.
Escuchó los pasos de Sanzu hacia la puerta, lentos pero firmes. Se podía imaginar su postura rígida. Apretó los dientes y se aferró al borde de la puerta del dormitorio, tratando de calmar su respiración y el miedo que comenzaba a instalarse en su pecho. La casa estaba dispuesta de forma práctica y apenas devorada. Ni un cuadro ni una decoración básica.
Eso sí, la katana estaba sobre un expositor hecho para el arma sobre una mesa. El reflejo le devolvía una imagen burlona de lo que era ella
Cuando Sanzu abrió la puerta, no lo vio directamente. A la persona que llamaba a esas horas y con tanta prisa. Se quedó en el sitio, apoyada en el marco de la puerta, con un brazo rodeandose intento no caer al suelo por la debilidad de su cuerpo. Tal vez el suero no hubiese sido una mala idea.
-¿Dónde está...? -preguntó la persona. La voz, el timbre, el tono, lo que fuera...
De pie bajo el marco de la puerta, el jefe de todos, el mismo hombre que consumía la lealtad de Sanzu hasta lo más profundo, permanecía inmóvil, su expresión indescifrable. Mikey no dijo nada al principio, pero sus ojos, oscuros y penetrantes, lo observaban todo. Era imposible saber lo que pensaba, pero su presencia llenaba el umbral como una sombra omnipresente.
Ella dio un paso hacia la entrada, apoyándose en las paredes mientras avanzaba, su cuerpo resentido por cada movimiento. El dolor en sus costillas y la cabeza la mareaba, pero no iba a quedarse atrás. Cuando llegó al pasillo, cojeando en la pierna herida, vio las espaldas de Sanzu y la silueta de Mikey en la puerta, ambos demasiado cerca, la tensión palpable.
-Sé que está aquí.
Sanzu no respondió de inmediato, y ella sintió que el aire se volvía cada vez más denso. Cada palabra que Mikey pronunciaba era una amenaza velada, como si supiera exactamente qué cuerdas tocar para desgarrar la frágil lealtad de Sanzu.
«No lo sabe».
En ese preciso instante, se inclinó hacia la pared para apoyarse, pero sus movimientos eran más torpes de lo que pensaba, y accidentalmente empujó una lámpara, que cayó con un estruendo. El ruido resonó por toda la habitación. Mikey se puso alerta de inmediato, sus ojos fríos se fijaron en ella. La tensión en el aire se volvió más intensa, como un cable a punto de romperse.
«Mierda».
-No es lo que piensas… - comenzó Sanzu, pero antes de que pudiera terminar, Mikey dio un paso más hacia dentro.
La ropa de Mikey, que continuaba siendo holgada pese a la posición social que tenía, encajaba con la escasa decoración y muebles de esa casa. De hecho, era probable que encajara en todas las casas de ricos que estuvo. A diferencia de otras veces, esa vez se veía completamente al margen de lo que ella conocía. Sus ojos se posaron en ella, más fijamente, y abierto como no recordaba haberlos visto desde hacía mucho tiempo; esa oscuridad que solo reconocía de hace unos años. Unos ojos como esos jamás la habrían mirado. Siempre se había esforzado en evitarlo.
Pero eso era fácil de responder. Porque no estaban delante de Mikey. Su Mikey. El hombre que la había hecho feliz durante diez años hasta cumplir su deber.
Estaban con Mikey.
La casa de repente se convirtió en un espacio angustioso. Y terrorífico. Estaban encerrados con el Mikey que se movía por sus impulsos oscuros, el que más miedo daba, el que no vacilaba y alejaba sus emociones. El verdadero líder. El silencio que lo acompañaba era doblemente peor a descubrir quién realmente estaba ocupando ese cuerpo. Porque nadie sabía cómo iba a reaccionar.
Supo, en parte, lo que estaba pasando por su cabeza en el momento que vio cómo esa mirada gélida y terrible se movía desde ella hacia Sanzu, que miraba todo con indiferencia como si nada fuera con él. Apenas pudo respirar al percatarse del pequeño detalle de lo que ella estaba llevando; una camisa que no era suya, en una casa que no le pertenecía y con heridas en el cuerpo que no eran de una situación normal.
-Estás malinterpretando todo -se apresuró a decir, dando un paso hacia delante que la hizo soltar un aullido. La pierna se le debilitó y tuvo que apoyarse en la pared.
Ella lo conocía demasiado bien. Vio cómo la furia en sus ojos crecía, alimentada por la traición imaginaria que su mente ideaba distorsionada. Porque los impulsos oscuros de Mikey solo conseguían lo contrario. El pecho oprimido se sentía demasiado en ese espacio.
-Mikey, no es...
Todo sucedió demasiado rápido. Antes de que pudiera reaccionar, Mikey ya se había lanzado hacia delante...hacia donde estaba Sanzu. Lo siguiente que escuchó fue el sonido y el eco en el apartamento de los golpes reverberando en la habitación como truenos. No sopo cómo reaccionar, qué hacer... No era ella quien solía ver esa reacción en él, menos saber cómo pararla.
-¡Mikey, para! -gritó con todas sus fuerzas, temblorosa mientras intentaba ponerse erguida y caminar hacia ellos. Sus heridas protestaron, su cuerpo se resintió, pero el pánico en su pecho era mayor que el dolor. Intentó avanzar, pero su cuerpo la traicionaba. A cada paso, el dolor la retenía en el sitio como una cadena aprisionándola contra la pared.
Pero tenía que hacerlo. Intentarlo. Detener aquello... Detener a Mikey en ese estado. Mikey estaba completamente perdido, en esa oscuridad que siempre lo consumía pero en ese momento todavía más. Dudaba que pudiera ver lo que realmente estaba haciendo. Sanzu, por su parte, boca arriba en el suelo intenta esquivar algunos golpes, pero no lograba contener la fuerza destructiva que su jefe le echaba sentado encima de él. A pesar de eso, se estaba riendo, aunque herido y con sangre disparada sobre el suelo, pero sabía que eso no iba a empeorar las cosas.
-¡Mikey, basta, por favor! -su grito fue desesperado, y finalmente logró acercarse lo suficiente. Se acercó a ambos, cojeando de una pierna, como una inútil y la responsable de aquello.
De ese malentendido. De lo que ella era responsable.
En medio de ese forcejeo en el suelo, Mikey lanzó un golpe que desvió el aire a su alrededor. Ella no pudo reaccionar a tiempo, y lo siguiente que vio fue la madera del suelo de cerca. El puño de Mikey, fuerte como el acero, la golpeó en la cabeza al intentar detenerlos, con tanta fuerza que vio las estrellas por un segundo. Su cuerpo se dobló por el dolor y agotamiento, y cayó al suelo, apenas consciente del dolor agudo que atravesaba. Fue solo un instante, un golpe que Mikey jamás había pretendido darle. Pero el daño ya estaba hecho.
Al principio no escuchaba nada, con un oído pitándole; la sensación extraña de que ese momento lo vivió con anterioridad pero no de esa manera. Las manos le temblaban moviéndose instintivamente hacia donde le dolía, tirada en el suelo como un trapo. Vio algo moverse por el rabillo del ojo. Aún con los puños en alto y agitado, se quedó congelado con los ojos clavados en ella. La rabia pareció desvanecerse momentáneamente.
Los segundos se sintieron eternos. Ella, aún en el suelo, levantó la mirada hacia Mikey, que la observaba con los ojos todavía muy abiertos como un gato curioso. Quería decir algo, hacer algo, se le veía... Pero todos ahí sabían que la oscuridad en la que estaba atrapado lo había empujado a aquello. La katana, con una empuñadura de cuero y decorada exquisitamente, a su lado. Se habría caído en medio de la pelea, del forcejeo. La mesa donde la había visto expuesta estaba destrozada, no muy lejos de donde era su lugar original. El acero deslumbraba, brillando y atrayendo miradas, y la tentación de usarla, de romper con todo, era abrumadora.
-No hagas nada estúpido -dijo Sanzu en voz baja y seria, aunque su típica arrogancia continuaba así, de otra manera. Más explícita-. No la toques.
Tuvo que notar su mirada sobre el arma, la duda en su interior, porque consiguió apartar a Mikey de encima de él para incorporarse. Un aullido salió de él, pero lo ignoró. Todo lo que había ocurrido en los últimos minutos pasó frente a sus ojos como un borrón: el caos, la tristeza, la furia de Mikey, su dolor... Y el golpe.
En el suelo, con su respiración irregular, ella sintió una mezcla de emociones devastadoras. El golpe había sido accidental, pero la herida emocional era mucho más profunda que la física. Ver a Mikey en ese estado, la violencia que lo había transformado en alguien irreconocible… ¿cómo podía seguir adelante después de esto?
Sus dedos temblorosos rozaron la empuñadura del arma, mientras su mente luchaba entre el dolor, la confusión y la ira. No había sido solo el golpe, sino todo lo que él había destruido en el proceso; los muebles, la casa, a Sanzu, a ella desde el inicio... Sanzu, viendo el panorama desde el suelo, trató de hacerla entrar en razón.
Pero en lugar de eso, ella dejó caer la mano al suelo, a su lado, dejando que sus dedos envolvieran la empuñadura de aquel arma tan poderosa. El dolor en su cabeza aún era punzante, pero la decisión ya estaba tomada.
-Mikey -murmuró finalmente, su voz en susurró que sonó extrañamente amenazador-. Aléjate.
Las palabras lo golpearon con más fuerza que cualquier golpe. Mikey, sin embargo, retrocedió, herido de una manera que ni siquiera las heridas físicas podrían describir. Tenía la camiseta manchada de sangre que salpicaba. Ella no lo estaba expulsando solo del cuarto; lo estaba alejando de ella. De todo. Esta vez, de verdad. Y en ese instante, comprendió que había perdido algo mucho más importante que la pelea: la confianza que una vez habían compartido.
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