#el otro día lo hablaba con los de la clínica
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JAJAJAJAJA
#la vdd que sois unos descarados#el IQ de la gente de aquí es bajo y estas cosas les chocan#pero 🥹 os lo dijimos 🥹#que rico decir ✨ OS LO DIJIMOS ✨#encima si tan inmunizados estáis ¿qué os importa lo que haga el resto?#yo oí de cada argumento más estúpido 😂😂😂#o sea esque no podía ser cierto#las cotas que alcanzó este tema eran embarazosas#en otros países se reían#de echo en Francia se comenta lo preocupante que es la falta de consciencia de la población española#pero por muchos temas eh#no es por nada pero hay que espabilar un poco#el otro día lo hablaba con los de la clínica#en mi facultad fui la única de mi clase que no se puso nada 😂😂😂😂 y en la UPC mas del 75% decía que no entendía la presión y que no tenían#porque ponerse nada sin haber verificado que funciona#MENOS MAL QUE HAY GENTE QUE PIENSA MACHO ADJJQDKAK ME MEO DE LA RISA TÍO#muchos dentistas tampoco se pusieron esa mierda#ahora estas muerto o tienes discapacidad POR ESA V***NA y es tu problema!!! ellos se lavan las manos#tras hacer presión manipular y vender a este pueblo#JUAAAAAAS CHAVAL#vaya gol por toda la escuadra 🥅#por eso hay que ✨ UTILIZAR EL CEREBRO ✨#no se si importa más tu salud o ir a la discoteca#porque mucho descerebrado joven se la puso para irse de fiesta 🥹#que pena macho#cada día mueren como 10 deportistas normalitos#los de elite bien panchos y vivitos y coleando#si ya mueren 10 - cuanta población civil muere diariamente?#💀💀💀💀#perro sanche dijo que hay que VAKUNA VAKUNA Y VAKUNAAA
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Superando desafíos
Hoy tuve mi 2da o 3ra terapia con mi psiquiatra. Y puedo decir a boca llena que pasaron maravillas en ese consultorio. Por segunda vez en mi corta vida, tuve la valentía de decir, aún llena de miedo, las palabras mágicas que me abrieron las puertas a la crisis más reciente: TENGO DEPRESION CLINICA. El doctor se limitó a escucharme. Mi papá estaba sentado a mi lado. Quiero redactar aquí las palabras exactas que usé para desahogarme hoy, porque estoy tan orgullosa de mí misma por haber dado un paso tan importante.
Y no solamente por eso. Sino porque esta segunda vez que acepté mi enfermedad, se sintió REAL. Y sé que fue real. Hoy en la mañana, como todos estos días que he estado de licencia médica en el trabajo, vine a mi estudio, le pedí a Dios que me hable, cerré los ojos y abrí la biblia aleatoriamente, dejando que mis manos y mis dedos seleccionen las páginas SIN mi propia intervención. Y lo que leí al abrir los ojos era exactamente el mensaje de Dios que yo necesitaba escuchar. Lo anoté en una hoja, y lo usé para leerlo como una oración en voz alta al final de mi terapia de hoy. Entonces, estas fueron las palabras exactas que usé para desahogarme en terapia, aunque debo admitir que no fue fácil, tardé como 2 horas leyendo porque las palabras no me salían espontáneamente, y lloré hasta más no poder. Quiero empezar diciendo que todo lo que voy a decir ahora es mi verdad. Agradezco a Dios y a mis padres por todo. A Dios por ayudarme a llegar hasta este punto de claridad, a mis padres por darme la educación que ellos no tuvieron la oportunidad de recibir, por apoyarme economica y moralmente en todos mis momentos de crisis. Por sacrificar sus vidas para que mis hermanas, hermanos y yo seamos quienes somos hoy. En segundo lugar, quiero aclarar que no es mi objetivo ofender, maltratar o herir a mis padres o a ningún otro miembro de mi familia. Tengo depresión clínica, pero eso no fue causado directamente por las personas en mi hogar, sino por mi propia mente y por un pasado turbulento que no se ha calmado con los años. Cuando yo nací, mi papá era el sol de mis días. Pero poco tiempo después, mi papá cayó preso por 1 año y 4 meses, por un crimen que él NO cometió. Mi papá estuvo lejos por poco tiempo, pero eso nos afectó bastante a mi mamá, a mis hermanas y a mi hermano menor. Mi mamá le tenía tanto odio a mi papá que solamente nos llevó a visitarlo a la cárcel una sola vez. A pesar de que mi hermanito y yo preguntábamos a diario por mi papá, ella nos decía que él se fue para siempre, que nunca volverá, que nos abandonó. Incluso, nos hablaba mal de él, que él es un mal padre, que no quiere a sus hijos, etc. Y eso nos hacía llorar, pero escucharlo de ella tantas veces nos llevó a creer que todo lo que ella nos decía de mi papá era verdad. Ahora entiendo cuando dicen que una mentira repetida mil veces se convierte en verdad. A pesar de que mi papá desde la cárcel le rogaba a mi mamá que nos lleve a verlo, solamente fuimos una sola vez en todo el año que él estuvo fuera de nuestras vidas. Entonces yo comencé a sentir abandono maternal y paternal también. Maternal porque mi mamá tiene complejo de ''wonder woman'', quiere y cree que puede hacer 10 cosas a la vez, y nunca me dio la atención maternal que yo necesitaba.
Paternal porque a pesar de que mi papá regresó de la cárcel, yo ya no sentía nada por él. Era lógico, mi propia madre se encargó de matar el amor paternal entre mi padre y yo. Cuando él volvió de la cárcel yo ya no lo veía como a un padre. Lo veía simplemente como un proveedor, un cajero automático que siempre hará lo posible por buscar dinero cuando lo necesitemos. Y no estoy idealizando a mi padre para condenar a mi madre. Sé que ambos son seres humanos, y en su calidad de humanos, los dos cometieron errores que me afectaron a lo largo de mi vida. Desde niña he visto que mis padres son un matrimonio roto. Pero seguían juntos ''por los niños'', como dice mi mamá.
Muchas veces a lo largo de mi infancia, mi mamá se dejaba dominar por sus emociones. Por eso a cualquier cosa que mi hermanito o yo hiciéramos mal, ella reaccionaba con golpes. Golpearnos era su manera de desahogar todo el remordimiento que ella sentía (o siente?) por mi papá. Nos pegaba con tanta rabia, que muchas veces se nos llegó a salir la orina en medio de los golpes. Yo creía que eso era normal en todos los niños, hasta que mis doctores me comentaron que cuando un niño/a no puede contener la orina durante un encuentro violento dentro de su familia, es una señal de que el trauma es muy dañino mental y emocionalmente. Ahora que soy adulta y que soy profesora, veo que la violencia nunca es ni ha sido una herramienta didáctica. Como decían mis padres cuando nos pegaban, ''esto lo hacemos para educarlos'', decían mis viejos.
También aprendí otras cosas importantes. Mi mamá pegándonos, disculpándose y luego volver a pegarnos es una forma de manipulación. Y en esas ocasiones yo solía pensar que mi vida no valía nada, pues mi propia progénitora podía desaparecerme de la faz de la tierra, sin que a nadie le importe. Claro que eso no se compara con la vez que mi propia madre intentó ahogarme en la bañera. A mis 7-8 años, quise demostrarle a mi mamá que ella no puede controlar mi vida para siempre, así que la desobedecí. Eso hizo sacar su furia más interna, que venía con la fuerza de mil demonios. Comenzó a pegarme como nunca. Para mi suerte o para mi desgracia, mi hermana mayor estaba llegando de la universidad en ese momento y detuvo la masacre por unos minutos. Mi hermana la enfrentó y me defendió. Aproveché la discusión entre mi mamá y mi hermana y corrí a la bañera, pues me comenzaba a molestar el hedor de mi propia mezcla de orina y lágrimas en mi ropa. Desnuda en la bañera, mi mamá llegó. Yo no sé quién era esa persona, pero esa no era mi madre. Porque tomó mi cabeza con fuerza, y la metía y la sacaba del cubo de agua con mucha ira. Yo trataba de luchar por mi vida. Lo logré. Sobreviví. Eso me ha marcado desde siempre. Mis propios padres son capaces de matarme en cualquier momento, acaso mi vida vale dos céntimos siquiera? Pero hablemos de la ocasión en la que mi propio padre atentó contra mi vida. Claro que él no actuó solo, sino que mi madre invocó a los demonios que en ese momento estaban molestando a mi papá. Recuerdo ese día como si hubiese sido ayer. Mi mamá estresada por querer hacer todo y estar en 3 lugares al mismo tiempo, nos escuchó a mi hermano y a mí ''pelear''. Cuando uno de nosotros se quejó con ella, se desató el infierno. Mi papá, con correa en mano, nos dio la peor paliza de nuestras vidas. Todo para enseñarnos que ''los hermanos no pelean, se aman y se pide perdón''. En ese entonces yo no sabía que la violencia solamente genera más violencia. Mi hermano mayor estaba ahí. Pero no hizo nada por ayudarnos. Antes mi hermana mayor me había defendido, pero ahí, en medio de la sala, con un charco de orina bajo mis pies que no dejaba de correr por mis piernas y las de mi hermano, nadie nos defendió. Luego mi papá nos obligó a abrazarnos. Nos dijo que nos pidierámos perdón y todo eso. Lo hicimos, pero no con honestidad. Simplemente lo hicimos porque ya estabamos cansados del ardor del cinturón de mi papá en nuestras piernas orinadas. Por traumas como estos es que todavía hoy me sigo preguntando si mi vida vale algo para alguien, porque para mis creadores aquí en la tierra, aparentemente mi vida nunca ha valido nada. Luego el doc me dijo algo muy importante: Dios me dió la vida, y él es el único que puede quitármela. Ahora hablemos de las veces cuando mi hermano mayor abusaba sexualmente de mí. Tiempo después de regresar mi padre de la cárcel, conocimos a su primer hijo, producto de su primer matrimonio. Hasta aquí mi desahogo de hoy. Gracias a cualquier persona que se haya detenido a leer un pedacito de mi historia.
#uapoyo emocional#desahogandome#caos emocional#superandodesafios#salud mental#dolor emocional#inteligencia emocional#perdón#terapia
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Semana #2
Hoy termina mi segunda semana en rehabilitación. No sé como me siento al respecto. Me gusta que las termino teniendo terapia, siento que es ordenado. El miércoles tenemos con Gasti por primera vez terapia de familia.
Fue extraña esta semana. Entre lo extraño fue que el otro día en la terapia de grupo nos dijeron que no podíamos ser amigas entre nosotras. A mi primero me pareció extraño, pero, cuando le conté a Lu entendí porqué. Los que tenemos TCAs tendemos a hacer comunidades y ayudarnos. Honestamente nunca lo tuve en cuenta pero porque no era algo que yo hiciera la verdad. Mi mambo siempre fue individual. Me encargué muy bien de esconderlo. Bah, ahora que escribía esto me acordé de una novela que escribí como a los 17, que se llama A eme a que sería Ana, Mía y Alisa. Anorexia, bulimia, ortorexia. Mis viejos sabían que yo había escrito esto. De hecho, les he leído fragmentos.
En su momento dije que lo hacía porque alguien a quién quería mucho estaba en esa. Ahora que recuerdo también incluso me ponía muy nerviosa cada vez que les leía algo de eso. Creo que esa un poco fue mi forma de pedir ayuda, pero a nadie se le ocurrió que tal vez fuera lo que me pasaba a mi.
Recordando esto registro un poco mejor de qué va mi bondi. Como me dijo Silvia, por ahora que trate de observar nomás. Yo creo que estoy más cerca de la ortorexia por más de que sea un no específico, mi TCA.
Mi gran obseción con lo que comía y lo que cocinaba, y lo que pensaba, lo que restringía siempre iba de la mano de qué era saludable y que no. De hecho, de lo que más me he jactado en esta vida, fue hacerme con el estandarte de comer sano, muy sano. De lo que mis amigos dicen de mi, es que como muy sano. De lo que no saben, y creo que yo tampoco es que en ese hábito no hay nada de saludable.
Hay cuentas y mediciones imposibles, hay hambre, hay verguenza, hay bronca.
Creo que hasta este momento no lo había pensado. En estas semanas en la clínica han intentado descular cuál es mi mal hábito. Es verdad que salteo comidas, paso hamrbe, hago atracones, y tal. Creo que venía escondiendose muy bien. Tanto que no lo nombré ni una vez. Ni una vez me acordé que lo hacía.
¿Por qué no me pareció difícil lo que me dio la nutricionista? porque eso es lo que hago siempre. Porque es el típico plan alimentario que le dan a alguien para que aprenda a alimentarse bien. El problema no es que yo no sepa hacerlo, el problema es la idea de crimen-castigo que tengo.
Si quiero cocinar algo rico con mi novio, está mal. Si quiero cocinar algo con él, y merendar mirando la tele, está mal.
Entro un poco en la compulsión del castigo. Cómo el jueves comí las galletitas que compré yendo a lo de Lau para merendar con ella, cómo cenamos comida chatarra con Gasti porque tenía ese antojo, le sigue el castigo de comida, con comida. Así, me va a doler la panza lo suficiente para que quiera vomitar y me de asco comer. Tanto como el que me doy yo por desear el disfrute.
Como no merezco disfrutar de la comida, me atiborraré hasta que me de tanto asco que no quiera volver a comer. Hasta que me salgan llagas en la lengua, en el labio, quiera vomitar, se me detone el intestino. Es el castigo que merezco. El crimen ha sido no comer sano. Porque en la lógica de lo sano no existe el deseo, ni mucho menos el gusto.
El asco a lo que "no debería ser" como si alguien lo hubiera marcado. "Deja de comer" "para de comer", "todos te están mirando", "el asco que da ver a una gorda como vos, comer".
Entonces, no ceno. Entonces, hago una pantomima pro demás exagerada para no sentarme a la mesa, para hacer como si hubiera comido.
Hoy Silvia hablaba del atracón por hambre. Yo creo que los míos no son por hambre. Son castigos. No quiere decir que no haya habido ninguno, logicamente también me suceden. Digo, marco el check list casi completo de los TCAs, si alguno de los sintomas no me compete medio que le pega en el palo.
Que tengas un TCA no específico no necesariamente es que te falten sintomas para que te diganostiquen, también es tener sintomas de más de uno.
Un poco el otro día me quedé pensando que tanto me serviría hacer terapia con Silvia. Hoy después de la segunda sesión puedo decir que definitivamente lo hará. Creo que me desconcertó que no fuera el modus operandi del psicoanálisis al que estoy tan acostumbrada. Así todo sentí el cimbronazo igual.
Que se yo, todavía estoy procesando todo lo que fue hoy, esta semana. Tengo ganas de seguir contándoles de eso, pero creo que lo voy a hacer en otra entrada, acá ya no tiene nada que ver.
Además en el departamento de arriba hay una invación de adolescentes y sus gritos no paran de desconcentrarme.
#ana y mia#anadiet#ana advice#tw ana mia#alisa#ana mia y alisa#tca#tca rehabilitacion#rehabilitacion
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MUCHAS GRACIAS POR LOS SALUDOS CUMPLEAÑEROS...!!!
Es la sal de la vida, el gozar de cariños, cortesías y engreimientos de tu familia nuclear cuando se cumple el año de tu nacimiento (agradeciendo por cierto, a todos los que se molestaron en enviarme saludos cumpleañeros) ... Y una cosa es ser cumpleañero en la niñez y otra cosa muy distinta es ser cumpleañero como sesentero... La perspectiva es total y radicalmente distinta... Cuando niño mi amada madre (QEPD Y QDDG) se tomaba el santo día en prepararme mi fiesta cumpleañera, desde las compras al mercado, la preparación de los platos, postres y demás diligencias atinentes, hasta la fiesta con los invitados de rigor que eran los niños del barrio, los vecinos y familiares que llegaban, la torta, la fiesta y queseyó... Tiempos aquellos, felices por siempre jamás... De niño bailas con las ilusiones y abrazas y besas las emociones sin fin y en tropel equino y cuanto más alejado estés de la realidad, pues más y mejor niño feliz eres ... Pero ya sesentero es otro el sabor, el olor, el tacto y la perspectiva, el escenario y el ángulo en tu cumpleaños 🎂 ... Para empezar, que los seres que amabas y que te amaron y que se desvivían por hacerte feliz en tu cumpleaños cuando niño ya no están contigo, ya se fueron al descanso eterno y te dejaron muchas lecciones y moralejas de vida... Ahora eres cabeza de familia y la situación y condición cumpleañera es muy otra por cierto... El desastre de la pandemia COVID19 también nos dejó muchas malas noticias, comprobaciones, constataciones y lecciones de vida recientes... El sesentero tiene de suyo otro concepto de la vida y como decía el viejo político racista e imperialista británico Winston Churchill en su famosa frase que más o menos expresa lo siguiente: "Cuando eres joven crees que todos te miran y hablan de ti y cuando ya eres adulto te das cuenta que nadie te miraba ni hablaba de ti cuando eras mozalbete" ... En suma, se trata de perspectivas por experiencias de vida, en mi caso por ejemplo valoro muchísimo más, acariciar a mi gato viendo mi serie preferida en casa que estar manejando un auto Ferrari por las calles peligrosas y expuesto a delincuentes de todo tipo... Valoro muchísimo más, degustar en familia un Ceviche preparado por mi mujer en casa que estar en un lujoso restaurante 5 Estrellas ✨ donde te sirven un plato 🍛 que de un cucharazo desapareció la comida y se te queda atorada en la garganta ese bolo gastronómico y lo peor, la factura es más gorda que la estafa "Gourmet" que te sirvieron... Valoro muchísimo más que me canten en casa el clásico Happy Birthday To You, con las voces desentonadas de rigor de tus amados familiares grandes y pequeños, que estar en el Club Regatas buscando darse ínfulas de millonario o ricachón... Valoro muchísimo más conversar con una vieja amiga y colega sobre temas profesionales porque algo bueno aprenderé de sus experiencias que voltear el cuello y mirar a una jovencita curvilínea 90, 60 y revienta porque esa fémina para el sesentero maduro es sinónimo de problemas y sangría económica... Gozar la vida, es vivirla sin prejuicios ni traumas ni complejos, es la áurea, profunda y gran lección... El célebre empresario Steve Jobs murió multimillonario y cuando ya estaba hospitalizado en la mejor clínica del mundo, se quejaba que sus miles de millones no le comprarían la salud y le darían vida... y obviamente, que el cáncer al páncreas fue más que sus miles de millones de dólares 💵 de Steve Jobs... La vida es ser tú mismo, sin arrepentimientos, ni medrosidades, sin pagar tributos al mirón, al criticón o al envidioso ... Tu patria, tu familia, tus buenos amigos, tu cultura, tus creencias son lo más importante... Para el setentero maduro, sólo estúpidos consumen drogas para generarse un breve mundo diferente e irreal y mueren horriblemente por ello, como fue y es el caso de multimillonarias estrellas de Hollywood o de la música, cuando tan placentero es tomar un vaso de agua o de jugo de frutas, o contemplar a tu cachorro juguetear alegre a tu alrededor o mirar un film clásico o bailar al son de tu orquesta preferida... En fin... Lo dejo ahí...
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Extractos de Hecho en Saturno por Rita Indiana
Llevaba cuarenta y ocho horas sin heroína y había vomitado en el avión, las azafatas cubanas, con sus uniformes y peinados anacrónicos, lucían tan absurdas como las tabletas de Alka-Seltzer que le ofrecían para aliviarlo…al meter la jeringuilla en la ampolleta le dijo «es Buprenorfina, una morfina sintética que se usa para sanar la adicción». Lo inyectó allí mismo, en el estacionamiento del aeropuerto José Martí, con la tranquilidad y legalidad que su profesión le per mitía y Argenis se dejó hacer como una enamorada mientras taxistas en Cadillacs de otra era iban y ve nían con turistas de la nostalgia…. rumbo a La Pradera, una clínica para los turistas de la salud que llegaban a Cuba de todas partes del mundo…. Coloridas serigrafías con mapas y banderas de distintos pueblos del mundo homenajeaban el trabajo médico como un baluarte de la revolución. En uno, el líquido de una inmensa inyección ana ranjada entraba en un mapa de Latinoamérica, Haití era la afortunada vena; en otro momento Argenis hubiera hecho un chiste…El nuevo químico entraba en Argenis al atrope llado ritmo de la conversación de Bengoa; un to rrente de fechas emblemáticas de la lucha anti imperialista, recetas para batidas profilácticas, tro zos de canciones de Silvio, Amaury Pérez y Los Guaraguaos, economía china y estadísticas de béis bol. …Privilegio; sentía la palabra en su boca, que hacía los mismos movimientos para la ele y la ge que para saborear y tragar una cucharada de frosting. La decía cada mañana tras lavarse los dientes y la cara mientras se ponía el pequeño traje de baño Speedo que su madre había elegido. Luego nadaba un poco, sin mucho atletismo, y daba un par de vueltas en estilo pecho. …Jamás iban a revelarle lo que Hay dee pensaba de los extranjeros con dólares con ac ceso a lugares y atenciones con los que los cubanos no podían ni soñar. Según Bengoa, Argenis no es taba en La Pradera por los dólares que su papá le había hecho llegar en una de sus valijas en el vuelo de Cubana, sino por los méritos revolucionarios de su padre, la carrera política de su padre, la órbita en expansión de sus atributos.
Bengoa le había hecho ver que estaba enfermo, que la adicción era una condi ción y que estaba allí para curarse. Iba a curarse del consumo, porque la adicción como tal no tenía cura. «Tu cerebro siempre va a sentir esa hambre, esa sed de alivio», le había dicho entregándole una cajetilla de cigarrillos…. Bengoa había estado en la sierra con Fidel y había conocido al padre de Argenis du rante la Conferencia Latinoamericana de Solida ridad, en el 67. Hablaba de estos eventos con la solemnidad de un predicador, haciendo hincapié en fechas y nombres de parajes perdidos en los que había curado las heridas, las fiebres, las infec ciones y el asma de la carne revolucionaria. Cada día, Bengoa extraía una muestra del saco sin fondo de sus anécdotas. La porción de estas memorias era tan precisa como la dosis de Buprenorfina de Argenis, y era evidente que lo llenaban del mismo sosiego que a su paciente su medicina. El recuerdo de aquellos eventos y el recuerdo que de ellos te nían sus sentidos le dilataba las pupilas, le acele raba el pulso; luego venía el inevitable bajón, que le hacía mirar el agua de la piscina y tirar una última línea, por lo general trágica, con la que disminuir lo forzoso de su aterrizaje.
Tras el desahogo histórico diario de Bengoa so lían faltar minutos para las cuatro en punto de la tarde, hora en que sin falta inyectaba a Argenis en su habitación. Podía hacerlo frente a la piscina pero éste prefería relajarse en la cama un rato, mirar el abanico de techo o fijar la vista en una calcomanía con la bandera argentina que alguien había pegado en la puerta corrediza de vidrio. Argenis pensaba que la bandera aludía al Che Gue vara, pero Bengoa le explicó orgulloso que Mara dona había estado en aquella clínica y le mostró la calcomanía como prueba fehaciente de la pasada presencia del astro. La calcomanía se había empe zado a despegar y los bordes transparentes habían adquirido, gracias a la suciedad del ambiente, el mismo color ambarino de las ampolletas de Tem gesic…«Orlando Martínez», le dijo Etelvina mientras esperaban a que Silvano abriera la puerta de su ta ller para recibirlos, «murió para que gente como Silvano y como tú puedan hoy ser libres.»…éste se atrevió a decirle que su afán de pulcritud no era más que un remanente trujillista. Etelvina estuvo tres años sin hablarle
La flojera volvió a apode rarse de él, una pereza profunda, un cansancio del mundo en general. Mi abuela ya dobló suficiente ropa, pensó, como si los años de trabajo duro de la negra lo exoneraran a él del mismo. Esa exone ración que había comprado su abuela con su sudor era la excusa que utilizaba para quedarse, los días que duró su matrimonio con Mirta, metido en internet viendo porno y oliendo coca, en aquel entonces su droga predilecta, mientras su exesposa cumplía su horario de nueve a cinco en el Banco Hipotecario.
No era la primera vez que estaba en la ciudad. En el 92 había ido a un campamento para niños y jóve nes revolucionarios de toda Latinoamérica. La impresión había sido la misma, una desgarradora mezcla de necesidad y belleza. Asomado al balcón del apartamento se sintió la humilde corchea de una grandiosa sinfonía cuyos sonidos, audibles sólo por el alma, superaban con mucho el aspecto de su partitura de mampostería colonial, agua sucia e ideología.
le hicieron pensar en la obsesión de los cubanos por los sintetizadores ochenteros. Esos teclados decididamente blandos que para ellos son la suma de la modernidad y con los que Phil Collins y Peter Gabriel hicieron millones. Millones. Con el alivio que trajo la puya saboreó la idea por primera vez. Si tuviese millones com praría la heroína necesaria para el resto de su vida. Manteca de la pureza más cabrona. Viviría tran quilo sin joder a nadie, disciplinado y satisfecho con su ración diaria de felicidad, triunfal como un trabajador de propaganda soviética, con la jeringa en un puño y la cuchara en la otra.
José Alfredo le había hecho memorizar un héroe por cada letra del alfa beto y sin importar la hora o el lugar, cuando decía una letra mirando a Ernesto éste respondía como un perro que espera una galleta. «Nguyen Van Troi, guerrillero del Frente Nacional de Libe ración de Vietnam», dijo Ernesto aquella tarde, po niéndose de pie como su padre le exigía porque casi toda aquella gente que él tenía que embote llarse estaba muerta.
¿Cuántos niños habían sido nombrados con aquellos nombres del diccionario de su papá y Er nesto? ¿Cuántos conocían la historia detrás de los mismos? ¿Les importaba? ¿Había honrado alguno dicha memoria con una acción bélica, con la perse cución práctica de un ideal, con un hacer revolu cionario? Aquellos niños, marcados por la pasión ideológica de sus padres, ¿quiénes eran ahora?… En la puerta del closet, junto a un afi che del Che Guevara, había un calendario de Avena Quaker fijado con una chincheta. Allí jun tos, la cara del Che plasmada en gorras y stickers por todo el mundo y el feliz Quakero, eran los extremos de un grotesco yin yang. Por un lado, el ideal socialista convertido en mercancía; por otro, la marca capitalista de contrabando que sostenía a duras penas el funcionamiento biológico de la Revolución. Las páginas de los meses pasados ha bían sido arrancadas del calendario y los días de abril, el mes en curso, saltaban del naranja del fondo en azul oscuro.
No había nacido en un ingenio azucarero como su padre, ni lo habían torturado y deportado como ha bían hecho con los amigos de sus padres en los años setenta. ¿Qué coños le pasaba?
y siguió, sin saber cuántas cuadras lo separaban del mar, con la certeza que compartía con todos en Cuba de que, tras un determinado número de pasos, no importa en qué dirección, se alcanza siempre la orilla.
Camino al Malecón le sorpren dían las paredes y los postes sin publicidad, porque más allá de la anacrónica propaganda del gobierno, La Habana era una ciudad desnuda y las consignas y los héroes pintados lucían rústicos e ingenuos como los tatuajes hechos a mano en los brazos y la espalda de un preso…. «Hasta la victoria siempre» era su favorita. A su hermano Ernesto le había hecho memorizar, además del diccionario de héroes revolucionarios, la carta de despedida del Che Guevara a Fidel de donde salía aquella frase, su frase más famosa. …Años atrás, cuando todavía perseguía una ca rrera como artista, había odiado lo que llamaba «el oportunismo cubano». Entendía que la Revolución y el consiguiente embargo estadounidense eran un issue interesante que los cubanos explotaban como artistas. Que la facilidad con que podían pedir asilo político era una injusticia. Que las redes que creaban cuando lograban salir de Cuba para dar a conocer y distribuir su trabajo eran una mafia cubiche. Todas patrañas producto de su envidia. Porque eran y seguían siendo, a pesar del dete rioro, y de una oximorónica manera, el verdadero y único Nueva York del Caribe, el París de la Anti llas, la Nueva Delhi de las Indias Occidentales. Se lo comía la envidia, envidia de sus deliciosas elo cuencias, de su Wifredo Lam, de su Gutiérrez Alea, de su Lecuona y de su Alejo Carpentier, envi dia hasta de su hambre y de sus sufrimientos.
Quizás ésta era su oportunidad. Dejar la vaina. Dejar el Temgesic. Limpiarse. Aguantar como un macho los síntomas. Ya no estaba enganchado a la heroína, pero estaba claro que ahora había una mano igual de fuerte alrededor de su voluntad. Quizás podía conseguir Temgesic en la calle, qui zás si no aparecía el Temgesic podía conseguir un poco de heroína. Tenía veinte dólares y mucha experiencia haciendo preguntas extrañas en barrios calientes. Ya se veía con un placer sin culpa pegán dole fuego a la cuchara. Quizás era el destino. Des pués de todo, nunca había querido dejar la hero ína. Lo habían secuestrado, lo habían obligado.
Argenis era un tecato. Tremendo tecato. Tan tecato que se había enganchado a la medicina para desinto xicarse. Como si no fuese suficiente, al verlo cabi zbajo jugando con la azucarera en la mesa del comedor, Bengoa cambió el tono y le habló como a un niño. «Argenis, mijo, tienes que aprovechar esta oportunidad, piensa en tu papá, que está invir tiendo dinero en ti, no puedes quedarle mal.»…Argenis espiaba su cara tras la pista de algún desprecio en su empatia. Pero Susana no era así. Venía de una realidad a años luz de la suya, en la que su adicción era un fenómeno más y no un escándalo.
«¿por qué ya no pintas?». «La pintura está quedá», le explicó él, «ahora la gente quiere juguetes japoneses, loops de videos en veinte pantallas, mujeres que se metan alambres de púa por el culo.»
«¿El placer?», repitió Argenis para ganar tiempo,
y luego, a modo de respuesta, le preguntó «¿el pla cer sin los otros?». Ante su pregunta Susana hizo el mismo gesto que le habían merecido el repollo y la avena de Bengoa y le dijo «en ese tema, el ex perto eres tú». El resto del camino al Malecón Argenis fue un remolino de ideas. Pensaba en la heroína, el para digma de la gratificación individual. Había sacri ficado todo. Familia, trabajo, salud, por eso. Pero pintar, algo que lo había hecho feliz desde niño y con lo que no hacía daño a nadie, le aterraba. O mejor dicho, le aterraba hacer algo que no tuviese salida, algo atrasado, le tenía miedo al rechazo, a la burla, a la crítica. Eran los miedos de un niño con zapatos viejos de los que sus compañeros se bur lan.
«Mujeres que tienen el coño de azúcar», así las llamaban los viejos pintores de la cafetería El Conde durante las conversaciones sobre arte, sexo y política que se llevaban a cabo todas las tardes a la hora de su salida de la escuela de Bellas Artes en los noventa. Mujeres que despiertan las papilas gustativas que tiene el glande y hacen que uno pruebe esa exquisita miel con la lengua en la que se convierte el pene por unos minutos. Mientras penetraba a Susana por primera vez sobre la mesa del comedor, Argenis elevó una plegaria por aque llos honorables sabios, elevados ahora, tras el ha llazgo de dicha mujer, a la categoría de profetas.
Allí Bengoa tenía un escritorio, dos sillas plega dizas de metal, un mueble con puerta de vidrio y, en la pared, un afiche con el Saturno devorando a su hijo de Goya, un suvenir del Museo del Prado cuyo nombre llevaba en el borde y que Bengoa había traído de su único viaje fuera de la isla…En él leyó por primera vez la historia de Cronos, Saturno para los romanos, quien, como la gran mayoría de los dio ses y héroes antiguos, recibe una puñetera profecía en la que uno de sus hijos ha de destronarlo. Para evitarlo se traga a los niños tan pronto nacen. Su esposa, desesperada con la macabra barbacoa, es conde a su sexto hijo (Júpiter/Zeus) en una isla y en su lugar le da a Cronos una piedra por al muerzo. Ya adulto, y apoyado por una conspiración cósmica, Zeus le da un vomitivo a su padre del que salen enteritos todos sus hermanos. Susana, cuyos conocimientos mitológicos eran menos rudimentarios que los de Argenis, lo ilustró sobre el atributo principal del dios, la hoz, mien tras tomaban café en el balcón. En el fondo sonaba «I’m Your Captain» de Grand Funk Railroad, que Argenis había puesto en la mañana y que ella le pidió repetir. «Saturno castró a su padre El Cielo con la hoz; la hoz es el tiempo, que define nuestra dimensión, la conquista de los movimientos celes tes con la que se administra la cosecha aquí en la Tierra.»
Un día, mientras preparaban una sopa de plátanos, Argenis le preguntó «¿por qué no matan a Castro?». Ella palideció, como si el mismo Castro los hubiese escuchado y estuviese de camino a comérselos vivos. Se sentó en el sofá de la sala y muy quedo le dijo «ya no sabemos qué creer». Se quedó allí con los ojos aguados mirando la mesita de centro hasta que la sopa estuvo lista y Argenis se arrepintió de haber abierto esa puerta, se sintió frívolo e ignorante, como esos turistas americanos que dicen ándale ándale como Speedy Gonzales cuando están borrachos en un país latinoa mericano.
Susana lo miró con ternura y desaprobación y luego le preguntó si ya le había dicho a Bengoa o a su padre que le diera los qui nientos dólares a él directamente. Argenis le dijo que no, que estaba esperando un momento apro piado para hacerlo. Con su padre no había tenido ningún contacto y le daba un poco de pena des pedir a Bengoa de su función más lucrativa
«¿Sabes qué es eso que suena?», le preguntó con un tono de voz nuevo en él.«Es Beethoven», respondió Argenis. «La Sin fonía número seis.» «No», dijo Bengoa y bajó el volumen del aparato para sentarse otra vez frente a las damas chinas, frente a su paciente, «es el sonido de la avaricia». Las festivas notas del comienzo de la Pastoral desencajaban con el parco tono del médico. «Esta casa que tú ves aquí me la dio Fidel. Fidel mismo. Me la dio intacta en el 62, como la dejaron sus gu sanos cuando se fueron huyendo de la Revolución, huyendo de la justicia. Dejé esta salita como me la entregaron, jamás he sacado ese disco de su sitio, el último que oyeron esas ratas, para recordarme que existe gente como tú, que entienden que lo merecen todo.» Bengoa se puso de pie y le informó: «José Al fredo hace un mes y medio que no te manda nada. Me he encargado de todo, del apartamento, de la medicina, de todo».
Zeus se salvó de ser devorado por su padre gra cias a una piedra. Una piedra oculta en ropa que Saturno se comió pensando que era su hijo. Su madre sabía de qué era capaz José Alfredo y había llenado las maletas de Argenis con piedras para Saturno. Bengoa era la boca que su padre había usado para masticarlo. Si recordaba la leyenda co rrectamente, algún día lograría vencerlo y lograría que el titán vomitase todo lo que se había tragado, empezando por el boombox.
Ahora que nada le quedaba para intercambiar por una ampolleta de Temgesic veía aquellos Adi das bajo una nueva luz. Con los ojos cerrados y respirando profundo, como había aprendido para postergar la siguiente oleada de cólicos, especuló sobre cuántas ampolletas le darían por los tenis. Una mano sin cuerpo se abría frente a él con tres, cinco, dos, una ampolleta. Volvía a sentir el olor a nuevo que los zapatos habían desprendido aquella tarde cuando, cual tecata, Madre Teresa se los en tregó al travestí.
En la pared había otro afi che, en él Castro gesticulaba en un podio sobre la frase «Patria o muerte. ¡Venceremos!». Los tenis de los ochenta han envejecido mejor que estas con signas, pensó Argenis, para enseguida volver a escuchar las suelas de Vantroi marcando el beat de una canción. Al parecer todavía ensayaba produ ciendo aquel roce rítmico. El sonido se definió y Argenis ahora lo escuchaba dentro de su casa. Pero Susana no iba a dejar que Vantroi ensayara en la sala. Estiró la pierna llena de piquetitos, en la que se inyectaba de vez en cuando para dejar descansar el brazo y metió el dedo gordo del pie por la rendija para abrir la puerta. Al fondo del pasillo, Bengoa se cogía a Susana en el sofá de ratán de la sala. Le cla vaba su pene color salchichón por detrás soste niéndola por la cintura, los dos con el frente hacia la habitación de Argenis y recostados de lado en cojines rameados con flores del paraíso. Sus cojo nes color kaki colgaban hacia un lado y sacaba una lengua larga y roja, con las gafas de ver todavía puestas, para tocar con ella la redonda y rosadita que Susana le ofrecía. «Hijos de la gran puta», gritó Argenis con fuerzas que no tenía. Al verse descubierta, Susana forcejeó para zafarse, pero el doctor la sujetó y aumentó la velocidad de los gol pes de cadera hasta que sacó el miembro que empezaba a encogerse y se vino y su leche era densa como un hilo de pasta fresca. Argenis in tentó levantarse, afuera Susana peleaba con Ben goa. Como las estrellitas que orbitan alrededor del Pato Donald cuando le dan un trancazo, los Reebok Classic, los pies de Bengoa y el diente dorado del sastre de su padre daban vueltas en su cerebro. La ira lo llenó de un extraño vigor. Salió a la sala ma reado y decidido. Bengoa se terminaba de abotonar los pantalones con una sonrisita tan vulgar como sus pezones peludos, Susana lloraba en la cocina con la ropa mal puesta. Argenis se aferró al cuello del doctor Bengoa, pero Bengoa era más grande y no estaba enfermo. Con una sola mano se deshizo de la precaria horca y rechazó el intento de Susana de ayudar a Argenis tirando a ambos al suelo, le metió un puño en el oído a su paciente, lo agarró por la camiseta, abrió la puerta y lo echó fuera. Oculto el sol, la escalera se hallaba en tinieblas. Una modesta erección vaticinaba el fin del sín drome de abstinencia. Allí, sobre el piso helado, le zumbaba el oído y recordó al sastre y su cinta mé trica, acercándose con una menta de anís en la mano para decirle «un día, cuando seas grande, haré un traje para ti». Se tocó la tutuma dura bajo el pantalón, metió la mano dentro y se aferró al ca rrito, era el carrito que Santa Claus le había traído aquella Navidad, un carrito rojo, made in China, que su papá, con su traje nuevo al hombro y cu bierto en plástico, le había hecho escoger en una vitrina de viejos y empolvados juguetes al por mayor de la Mella.
Mientras orinaba Mickey Mouse, Fred Astaire, Sonia Braga, Boy George, Marcello Mastroianni y, por supuesto, Janet Jackson clavaban en él sus céle bres ojitos.
qué sabes hacer?».Sabía reconocer la cocaína cortada con acetona. Fabricar excusas. Recostarse en los otros. Preparar una jeringuilla de manteca. Hincársela. Sabía hacer arroz, un arroz empegotao y desabrido. Se miró las manos, enormes y huesudas, las palmas de piel amarillenta, mucho más claras que el resto de su cuerpo. Le picaban. «¿Tienes lápiz y papel?», le preguntó a Vantroi. Su anfitrión abrió una ga veta en la cocina y sacó un cabito de Berol Mirado y un pedazo de papel manila en el que alguien había escrito una lista de materiales que incluía tinte negro wiki wiki y gorras de béisbol. «Ponte ahí», le pidió a Vantroi y señaló la puerta que daba al bal cón para que la tierna luz de un cielo que comen zaba a nublarse le diera de perfil. Volteó la hoja para usar el lado en blanco y sus dedos se cerraron en torno a aquella pulgada de lápiz como los péta los de una cayena cuando llega la noche, hizo entonces bailar el grafito sobre el papel sin mucho esfuerzo, hasta convertir la carne de su salvador en una hermosa convergencia de líneas oscuras.
Qué fácil era colgar la foto enmarcada con el comandante en la sala de un apartamento en Naco, con la nevera repleta de quesos importados, vegetales frescos y diez libras de churrasco.
Casas de una alcurnia que en la segunda mitad del siglo xx emigró hacia el norte. A Miami los de La Habana y a las afueras de la ciudad los de Santo Domingo. Los primeros huyendo de los Castro y los segundos huyendo de un proletariado que se había hecho en Nueva York de dinero con el que comprar y mutilar las antiguas estructuras para convertirlas en pensiones, colmados, salones de be lleza y centros de internet.
Su adicción era un eterno perseguir aquella momentánea abolición de la culpa, la necesidad, la responsabilidad y la introspección.
Recostado de lado sobre la cama se la ofreció a Argenis, quien la clavó en la ampo lleta para buscarle luego la vena a Bebo con los pul gares bajo las medias deportivas. Se tocaban con la familiaridad de la adicción, una que Argenis no compartía con ningún otro hombre.
Veo veo. ¿Qué ves? Una cosita. ¿De qué color? Dorada. ¿De qué tamaño? Pequeña. ¿De qué está hecha? De metal. ¿De hierro? No, de oro. ¿Tus argollas? ¿Tus anillos? Así por media hora. ¿Una pista? Está en la mano de un ángel. Arge nis buscaba una respuesta en las nubes gigantes a ambos lados de la carretera. Luego, cansado, su mi rada caía sin esfuerzo sobre la estampita de San Miguel Arcángel que colgaba del espejo retrovisor. La espada alzada sobre un demonio que comen zaba a arder bajo la bota del soldado celestial y en la mano izquierda la balanza de oro de la justicia divina.
Midiéndose un traje a la medida que pagaría con el dinero del regalo de Navidad de su hijo.
Bajó en un ascensor forrado de espejos, en el que su cabeza, una cabeza un poco cuadrada, pero hermosa, se reflejaba infinitamente. Sentía cierto placer y seguridad gracias a la ropa de Bebo, como si el disfraz que llevaba puesto despistase sus com plejos. Se imaginó en un traje a la medida en el opening de su primera exposición individual. Ima ginó que vendía todas las piezas y que algún perió dico le dedicaba la portada del suplemento de cul tura. Al llegar al Hotel Nacional un empleado de segu ridad le tocó el pecho con una mano puntiaguda. «Aquí no se permiten nacionales, compañero.» Compañero del culo, pensó Argenis y sacó el pa saporte dominicano, un pasaporte que en medio mundo le hubiese traído problemas, pero que aquí, gracias a las estupideces de la Revolución, era tan bueno como uno suizo. «Perdone, caballero», se excusó el seguridad, mien tras le mostraba el camino hacia el locutorio de cubículos tapizados y lleno de voces extranjeras, desde donde había llamado a su tía Niurka por pri mera vez hacía una semana con el dinero de Bebo. Cuando su tía levantó el teléfono al otro lado de la línea se escuchaba el ruido del tapón del viernes por la noche frente al edificio en Santo Domingo. Había regresado de Europa hacía poco y alquilaba un apartamento en la Bolívar, en ese Gazcue que Argenis comparaba otra vez con el mortecino Ve dado.Argenis extrañaba aquellos ruidos. Los choferes maledicentes, la chopería frenética, la basura ase diada por miles de mimes en las cunetas, los carga dores para celulares, plátanos y musús, las hin chadas manos de los mendigos haitianos, extra ñaba su pocilga. De vez en cuando, en medio de la turba uno sentía algo hermoso. Una luz que ilumi naba todo, un color y una luz que hacía que el mo lote cobrara un sentido secreto. Como una canción de doble sentido, sólo que esta vez la canción era vulgar y el sentido oculto sublime.
Maquillada por la oscuridad, La Habana recobraba algo de su antigua gloria, como una puta vieja con las luces apagadas. Aprovecharía aquellas últimas horas para pasearse como un turista. Admiraría la arquitectura barroca, las ceibas cente narias, las amplias aceras europeas, sin preguntas capciosas sobre las carencias de nadie, ni sobre el derrumbe inminente de infinitas ruinas dispuestas como sobras en el plato de un titán.
José Alfredo tenía preparadas unas preguntas sobre historia dominicana reciente: la revolución de abril, las hermanas Mirabal, Orlando Martínez, que Ernesto respondía elocuente para el deleite de don Emilio. Argenis, mientras tanto, se escurría hacia la habitación de su abuela, una habi tación oscura y húmeda en la que sólo entraba luz por una persiana de un pie cuadrado que daba a la calle.
Susana le había advertido en el balcón de La Ha bana: «lo único que ha cambiado desde la Edad Media es la tecnología, la carne del mundo sigue presa de las mismas supersticiones». Junto al por tón, viejos y viejas asediaban a los billeteros con di nero en las manos, solicitando números específicos con los que habían soñado durante la noche
Antes de que el humo que salía de su boca se disi para, Charlie le pasó la bonga a Argenis para que prendiera con un encendedor la yerba en la bande- jita y halara. El encendedor tenía una mujer im presa con tetas de enormes pezones rosados y el agua en el fondo de la bonga sonaba bulub bulub bulub. Al fondo, el disco Nice Guys de los Art Ensemble of Chicago daba vueltas en el tocadiscos de Charlie Catrain. Junto al tocadiscos, adornando el mueble de teca pulida, había otros aparatos aná logos de los años setenta y en el extremo opuesto al tocadiscos una cabeza de Buda de piedra que son reía estúpidamente. A Charlie lo conocía de toda la vida. Su papá, Tony Catrain, y José Alfredo los habían enviado a ambos a Cuba al primer Congreso de la Juventud Comunista Latinoamericana, una especie de campamento de verano cuyo lema era «Seremos como el Che».
Horas más tarde, la mesa del comedor de Char lie se convertiría en un modesto laboratorio, cu bierto con las pipas humeantes, ziplocs con ma rihuana hidropónica, pastillas y líneas de perico de sus invitados, exalumnos de la escuelita progre a la que Argenis iba de niño e hijos, como él, de miem bros del partido. Dioradna y Fifo ya no eran aque llos miembros de Greenpeace que pedían firmas en la calle el Conde, ahora eran funcionarios del gobierno que preferían hablar de arte contem poráneo que de política.
«la asquerosa limosna balaguerista»;
Etelvina era nombre de sir vienta, de analfabeta. Era un nombre que convo caba todo lo que Etelvina quería limpiar del mundo. Pobreza, ignorancia y suciedad. Argenis estaba convencido de que, a pesar de su pasada militancia marxista, su madre odiaba a los pobres. Los odiaba por sus pies descalzos coge lombrices, por sus harapos y por la cruz con que en su infan cia firmaban la cuenta en el colmado de su papá.
El socialismo olía a jabón de lavar y a libro de texto nuevo, era la pócima mágica contra la fealdad del mundo. No contra la injusticia, sino contra la desi gualdad estética de los hombres.
La mayor parte de estos tesoros venía del vertedero de Duquesa, era basura rescatada por los buzos que luego vendían sobre una toalla en la calle, tuercas, marcos de fotos y loncheras de plástico descolorido. Éste es, pensó Argenis, el purgatorio de los obje tos. Aquí terminan los que no alcanzan el cielo de las antigüedades y los que escapan al infierno de Duquesa. Quizás me toque a mí redimir una de estas cosas y elevarla a una vida eterna en mi habi tación.
Hizo un esfuerzo por recordar otros detalles, moverse dentro del re cuerdo como en una realidad virtual, virar la ca beza y caminar por la casa, viajar en el tiempo.
«San Miguel se las trae», dijo Niurka con una voz extraña pues aguantaba el humo de la yerba dentro.
Argenis pensó que San Miguel había abusado de su caballo, como esos oficiales que en las guerras de independencia montaban los suyos hasta que se les desplomaban muertos…sin quitar los ojos del noticiero, mientras hacía comentarios en voz alta sobre los reportajes con la misma pasión e ignorancia que le dedicaba a los enredos y revela ciones de las telenovelas. Da igual, pensó Argenis, ha visto pasar la historia con la misma pasividad con que ve sus novelitas, imágenes en movi miento. Nunca se le ocurrió intervenir, rebelarse, envenenar a sus opresores.Tan pronto como se dio cuenta de lo mucho que se parecía a su abuela se llenó de desprecio por sí mismo. Era un altanero. En eso también se le pare cía. Su padre, en cambio, si bien era un hipócrita, por lo menos había intentado hacer algo para cam biar las cosas. ¿Qué había hecho Consuelo? Aguan tar. Aguantar como Rocky en la primera Rocky. Aguantar sin caer knockeada por cincuenta años de sartenes grasientas y de sucias medias ajena
sintió el pánico de su padre, las ganas que tenía en aquellos años de cambiar el mundo, la muerte que le pisaba los talo nes.
Loudón le pidió que alzara los brazos otra vez para marcar con alfileres los puntos que necesi taban ajuste. Los hombros, la cintura, el ruedo. El sastre hacía su trabajo en silencio, permitiendo que su cliente permaneciese frente a sí mismo. Aquello sí que era un arte, pensó Argenis ante la exquisitez del corte, la simetría de las partes, la caída de la tela sobre sus miembros, la forma en que el color blanco contrastaba con su tez de mu lato lavao. Por primera vez desde que saliera de la escuela de Chavón sintió que participaba de un proceso creador relevante, que este nuevo Argenis, el que se asomaba al otro lado del espejo, era su propuesta conceptual, su obra de arte, un nuevo avatar de sí mismo, el hombre nuevo, y no pudo evitar una carcajada, como decía el Che Guevara.
Ésta es la revolución dominicana, se dijo con una paleta de cordero en la boca, tanta sangre derramada para comer langosta…lo saludó con un respeto que Argenis sabía posado y sintió pena por los aires que su padre se daba cuando gente blanca y rica le dirigía la palabra.
Argenis no hubiese podido pintar aquello de nuevo. Recordaba haber ejecutado la pieza, pero no recordaba todos los detalles del trabajo. ¿De dónde había sacado aquella osadía? ¿Aquellos trazos con pincel grueso de la fibra en los brazos de los buca neros? ¿Aquellas manchas de aspecto accidental con que saltaban de la tela detalles lejanos del pai saje tropical? ¿Las gotitas de luz al estilo Vermeer con que había dado vida a las manos? Lo que sí recordaba eran los nombres de aquéllos. Nombres que su sicosis le había confiado. Roque, Ngombe, bucaneros que vivían del ganado cimarrón. Ven dían sus cueros a los contrabandistas. No sabía si los había inventado para nutrir sus pinturas o si los había pintado para poder lidiar con su insis tente e inoportuna presencia…. Estas pinturas lo han pasado mejor que yo en el aire acondicionado de esta galería, admiradas y mantenidas, pensó Argenis
Quería cambiar el che que cuanto antes, sentir el olor a gasolina de aque llos billetes. Bajaron hasta la 27 de febrero y, contra todos las advertencias de Argenis, el chofer decidió cogerla. Eran las dos de la tarde y un solo tapón la recorría en todos sus kilómetros. Las caras de los peatones que esperaban por carros públicos y gua guas en las aceras lucían una tristeza endémica, una mezcla de resentimiento y conformidad, de odio disfrazado de desenfreno. La desesperanza vestida con uniforme de Burger King sostenía celu lares prepagados con monstruosas uñas de porce lana china. Décadas de saqueo sistemático, de escuelas públicas que eran granjas de contención, de mierda en pote, habían esculpido esta marea de ojos sin horizonte. ¿Quién podrá defenderlos?, pensó Argenis, ahora que los elegidos se han con vertido en rumiantes. ¿Le tocaba a él? ¿A sus frí volos amigos? «Esto no tiene remedio», dijo en voz alta y el chofer que, pensó que hablaba del tapón, le aseguró «no te apure’, manín, que más adelante la vaina afloja».
camino a la mesa de los pintores, evadir la de los poetas, casi todos seudo- intelectuales decimonónicos con halitosis.
En dos sillitas que lo flanqueaban alguien había colocado dos cuadros para la venta. En ambos líneas temblorosas intentaban evocar la fachada de la catedral. No era el intento de un niño, era el logro de alguien que intenta pintar de la memoria o de un sueño con líneas sobre cuyo flujo ya no tiene control la vista. Céspedes se había quedado ciego.
Llegaron al edificio, una sólida construcción de la época de Trujillo en la que alguna vez hubo ofi cinas de lujo y ahora vivían haitianos, prostitutas y Céspedes.
«Saturno se comía a sus hijos para que no lo
destronaran», le dijo el anciano alzando la voz por encima del dembow del colmado. «Saturno era un hijo de puta, como Balaguer.» Entre oraciones, el anciano chupaba tan fuerte su cigarrillo que con cada jalada quemaba un centímetro del papel. «La mamá de Júpiter lo escondió en una isla y cuando éste tuvo edad castró a su padre», continuó. «Saturno sin su vitalidad se convirtió en un ser hu mano mortal y fue coronado rey en la tierra. Su rei nado se conoció como la Edad de Oro», su tono era de sorna, «donde no había ladrones, ni asesinos y los bienes se repartían equitativamente.» El viejo le mostró el dedo del medio al cielo y gritó «¡Saturno, hijo e tu maldita mai!
Quería pintar esa luz, someterla.
Aquellos enormes mulatos habían salido de la miseria gracias a que podían lanzar bolas a noventa millas. Recordó el negativo. ¿A cuántas millas iba aquella molotov? Al colocar sus mocasines de gamuza azul marino en la bandeja se le hizo un nudo en la garganta. El amor que su viejo sentía por él le llegó impoluto, como aquella bomba casera a los pies de la policía. Se vio los pies descalzos, pies planos por los que lo hubieran rechazado en el ejército, un par de pies que debían durarle toda la vida y que andaban por que él les ordenaba «anden».
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Capítulo 1
Aprovechando que, al menos por una noche, consiguió un relevo de excelente confianza, el alguacil Stilinski llegó a casa poco después de empezar a oscurecer.
El día había sido largo y el crimen en Beacon Hills no descansaba, pero con el nuevo a cargo tenía su caso bien encaminado, así que podía tomarse una ducha y despejar la cabeza.
Tal vez comenzaría por pedir un par de grasosas hamburguesas y abrir una de sus botellas de whisky.
Stiles no estaba y su esposa estaba de viaje, por lo tanto no habría nadie que se lo prohibiera, sin embargo, en cuando puso un pie en la casa, notó que algo extraño ocurría; las luces que dejó encendidas como lo hacía todas las mañanas, ahora estaban apagadas. Solía dejarlas así para evitar tropezar y volver a quebrarse la rodilla, y se negaba a creer que la luz se había ido porque la de la cocina estaba encendida.
Dos segundos después se vio en la urgente necesidad de desenfundar su arma apenas la luz se apagó, incluso oyó como sus trastes eran revueltos con cuidado, como si no quisieran hacer demasiado ruido.
—¡Quieto ahí, desgraciado! —bramó apresurado, apuntando a una persona que estaba de espaldas, detrás de la isla, cerca del refrigerador.
Gracias a la poca luz que ingresaba por la ventana, pudo ver que permaneció quieto y con las manos en lo alto.
—Calma, no estoy armado. Baja eso —le pidió lo que confirmó era un hombre. Le sorprendió darse cuenta de que se trataba de alguien posiblemente menor de edad.
Noah Stilinski se acercó con mucha atención, férreo a su pistola y listo para disparar ante el primer movimiento en falso. Procedió cuidadoso hasta el interruptor y encendió la luz.
—Tus manos detrás de la cabeza —le ordenó en voz baja, pero con suficiente autoridad—. Ahora voy a esposarte y vas a acompañarme. Si te mueves...
—Maldita sea —interrumpió el polizón de la cocina y dio media vuelta.
—¡Qué carajos!
...
La voz del agente Stilinski retumbó por todas las paredes de la estación de policía.
—¿Quién es el profesional aquí? —le gritó al oficial que tenía enfrente— ¡No estudié seis años en vano para que desobedezcas mis órdenes! ¡Yo sé lo que hago! —golpeba la mesa mediante una vena nerviosa se asomaba en su frente.
Derek permanecía con los brazos cruzados y sus ojos chispeaban de fastidio, simplemente dejándole hablar.
—¡Deja de ponerme esa cara! —volvió a exclamar Stiles.
—Cuando termines tu escena, me avisas —giró sus ojos con gesto de cansancio.
—Ya. Ya acabé.
Derek se dirigió hasta la puerta y se encerró en la oficina junto con Stiles. Sabía que si le hablaba así era para hacerse escuchar y mostrar qué tan autoritario podr��a llegar a ser.
—Te abriré la garganta con mis dientes si me sigues gritando de esa manera —sacó sus filosos dientes de hombre lobo e hizo brillar sus fríos e intensos ojos azules.
Frente a él, detrás del escritorio del alguacil, un elegantemente trajeado Stiles estaba con expresión aburrida y apesadumbrada. Quedaba claro que no le tenía ni una pizca de miedo.
Ya no lograba amedrentarlo con nada.
Pasaron seis años desde que encerraron los restos petrificados del Anuk-ite en la instalación más segura de Eichen House. Habían logrado que Deaton se encargara de la seguridad del lado oculto del lugar, mientras que la parte del instituto de salud mental seguiría como siempre.
Los cazadores desaparecieron misteriosamente del pueblo poco tiempo después de aquello, y según Argent, ya no se supo de ninguno en el resto del país. Siquiera Las Calaveras volvieron a dar señales de vida. La cacería de lo sobrenatural había culminado, y los crímenes de índole ultranatural cesaron.
Ya no se volvió a saber de otros hombres lobo. Y los pocos omegas que Ethan y Jackson iban reclutando en Londres, terminaban en Beacon Hills bajo el cuidado de Scott.
Ahora el alfa verdadero ya tenía su propia clínica veterinaria. Se hacía cargo de los animales y de las criaturas desprotegidas. Pues Mason y Corey habían tenido a Deaton de mentor, y dominaron el arte de la medicina druida. Por lo que terminaron trabajando con Scott. Afortunadamente la, ahora Doctora McCall, tenía contacto en otros seis puntos del mundo donde distribuían las hierbas y sustancias necesarias.
Las chicas tenían su vida más que organizada.
A Malia le cayó bien su papel de madre; tenían un niño de tres años que salió con el exacto rostro de Peter, lo que no era de sorprender ya que la chica no dejaba de tener sangre Hale y Scott fue su primer beta. Finalmente sus ojos eran oscuros y solía ser el niño más bueno y obediente del mundo. Herencia del padre.
Lydia se había casado con Stiles unos años después de la graduación, pero a los pocos meses se divorciaron, porque no resultaron congeniar como matrimonio. Se recibió en una universidad en Nueva York y consiguió trabajo como profesora de historia en su antiguo instituto. Hoy ocupaba el puesto de directora, el mismo que ocupaba su madre, que ahora estaba casada con el padre de Stiles.
Los que sí congeniaron como compañeros de la justicia fueron Stiles y Derek, el humano supo que le convenía salvar a Derek en aquella misión en Carolina del Norte, ya que el hombre lobo tenía más conocimiento de las organizaciones criminales. Y cuando regresó en Quantico-Virginia, retomó su entrenamiento. Por ello Derek decidió trabajar en la policía junto con Jordan Parrish y el alguacil Stilinski, de ese modo podría trabajar legalmente con el Agente Miezyslaw del BFI.
Los días donde conseguían pruebas ilegales y cometían actos ilícitos para poner a los malos tras las rejas, habían terminado.
—Tendras que buscar algo más ingenioso que tus ojos de perro loco para asustarme, oficial Hale.
Derek volvió a su forma humana y soltó un gruñido visceral, se sentía impotente por no poder empotrarlo y hacer que le tuviera miedo. Desgraciadamente aquella placa colgando en el cuello del agente imponía respeto.
—Pasaron cinco meses desde que recibiste tu título. Sigues siendo un aprendiz.
—Ambos sabemos que era bueno en esto antes de terminar el instituto -replicó Stiles.
—Sigues teniendo veinticuatro años. Eres un niñito en esto —repuso Derek—. Deja que los grandes nos encarguemos.
—¡Uy, Matusalén! —el hombre de traje movió las manos en forma de burla.
—¿Ves? —volvió a poner los ojos en blanco y cruzó los brazos en torno a su pecho- Eres infantil.
—Pero profesional. Ahora me respetas.
Por toda respuesta y por amor a la paz, Derek inhaló y exhaló profunda y lentamente, reuniendo toda la paciencia que cabía en su rudo ser, para luego esbozar una falsa sonrisa.
—De acuerdo, Agente Stilinski. ¿Qué es lo que usted sugiere que hagamos?
La victoriosa sonrisa de Stiles no se hizo esperar, y tomando asiento en la silla de su padre, apoyó los codos al escritorio.
—Irás a patrullar con Parrish durante toda la noche. Ustedes cubrirán el norte, Romero y yo, el sur. Invitaré el café y las donas.
—Que considerado —expresó el otro, notoriamente irónico. Después le lanzó una mirada asesina, dirigiéndose a la pizarra para borrar la idea que le había sugerido minutos atrás.
Mientras lo hacía y Stiles se disponía a ordenar los documentos del caso que su padre le mostró, la puerta que acababan de cerrar se abrió bruscamente y el sheriff entró echando humo por los oídos, trayendo a rastras consigo a un joven adolescente.
—¿Me pueden explicar qué demonios significa esto? —le preguntó a los presentes, luego clavó la vista en su hijo— ¿Volvieron a viajar en el tiempo?
Sin entender, Stiles se echó a reír porque recordó la vez que volvieron de México con un Derek joven hacía muchos años, ocasión de lo que seguramente estaba refiriéndose el hombre. Se fijó mejor en el muchacho que debía tener unos quince o dieciséis años y no se parecía a nadie que él conociera.
—¿Por qué lo dices, pa? —inquirió cuidadoso. No podían arriesgarse a hablar de cosas sobrenatural ante cualquiera.
—¡Es mi copia exacta cuando era niño! —exclamó iracundo el confundido alguacil.
Por primera vez Stiles se dio cuenta de que el muchacho lo observaba con los ojos muy abiertos y la boca entreabierta, lanzándole miradas asombradas a él y a Derek. Era de cabello castaño claro y ondulado, sus ojos parecían azules o verdes, inclusive grisáceos, su tes estaba salpicada de lunares y en definitiva tenía la mirada de su padre.
—Hola, pa —dijo de repente en chico, pero no se lo dijo a él, ahora estaba mirando con una amplia sonrisa al oficial de policía que estaba al lado de la pizarra, y cuando apenas sintió que el sheriff le soltó el brazo, se lanzó hacia Derek y le envolvió en un fuerte y anhelado abrazo.
Era poco más de diez centímetros más bajo que el hombre lobo, pero parecía tener demasiada fuerza para hacer que emitiera un ruido de dolor ante el gesto, sin embargo, Derek estaba demasiado aturdido como para corresponder. Tenía los brazos estirados como si el adolescente fuera radioactivo.
Derek no sabía que debía hacer. En alguna otra ocasión habría apartado al chico o empujado dos metros lejos de él, o más seguro, ya le habría gruñido para que siquiera se atreviera a tocarlo, pero algo le impidió reaccionar. Quizás era el aroma familia que emanaba.
—¿Es tu hijo? —preguntó Stiles mediante la sorpresa no desaparecía tanto de sus palabras como de su mirada.
Sin tiempo de que Derek pudiera responder, el adolescente desconocido abrió sus ojos de zopetón y miró a Stiles como si fuera la primera vez que lo veía.
—Ahí estás, papá —dijo con voz dulce y melancólica, pero no pudo abrazarlo también.
—¡No, no, no! —Stiles puso las manos como escudo y dio unos pasos para atrás— ¿De qué estás hablando? ¿Cómo que "papá"?
—¿Qué diablos? —espetó el sheriff aun más perdido que Stiles y Derek.
—Lo sé, lo sé —farfulló el chico—. Suena a una locura y es todo muy confuso, hasta para mí. Pero son mis padres... tú y tú —apuntó a sendos aludidos.
—¿Él? —espetó Derek apuntando a Stiles.
—¿Con él? —dijo Stiles apuntando a Derek.
—¿Adoptaron? —quiso saber el alguacil.
—¡No! —respondieron al unísono.
La sonrisa en la cara del chico iba creciendo paulatinamente, turnándose para mirar a los presentes, parecía disfrutar del espectáculo.
—¡Esto es perfecto! —exclamó contento— Vine al momento exacto.
—¿Quién eres, niño? —Derek empezaba a ponerse de muy malhumor.
—Soy Eli. Soy su hijo dentro de dieciséis años.
Stiles abrió la boca extremadamente sorprendido y quiso decir algo, pero un ajetreo escandaloso afuera de la oficina lo interrumpió. Los tres mayores salieron apresurados y dos muchachos estaban discutiendo con Parrish, pero cuando los vieron, de inmediato se calmaron.
Uno de ellos tenía cabello corto, con rulos dorados y ojos celestes, mientras que el otro, de la misma edad y estatura, llevaba el cabello más largo y rizado, de castaño oscuro y ojos azules.
Entonces el llamado Eli terminó de salir de la oficina y sonrió con orgullo.
—Y ellos son mis hermanos.
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Secuelas
Un zumbido, un zumbido casi incesante y bastante molesto, eso es lo primero que escuchó el goblin al empezar a recobrar la consciencia. No recordaba nada de lo sucedido, como había acabado en ese sitio, ni dónde estaba, y cuando intentó abrir los ojos, una luz cegadora le impidió ver nada, de hecho, allá donde mirase, le cegaba la misma luz.
- ¿Quién… Cof… ¿Se ha pasado con las luces…? - Dijo, con una voz débil.
- ¡Ah! ¡mi paciente ya ha despertado!
El goblin miró hacia el origen de la voz desconocida, tenía un tono extrañamente alegre, casi demasiado, pero cuando intentó identificar a la persona desconocida, más luz.
- ¿Quieres apagar esas luces?, parece que todo un estadio de Bombalón me esté apuntando…
-Ah, perdona, es cierto, es cierto, muchas veces se me olvida que no todos están acostumbrados a estar rodeados de tan gloriosa luz, al menos tú no intentas romperme los focos… ¡NO COMO OTROS! - gritó la voz desconocida hacia la distancia.
Tras unos segundos, la luz cegadora por fin cesó y el goblin pudo mirar a su alrededor, estaba en una camilla, en una habitación extraña, parecía una clínica, o los restos de una. A su alrededor tenía toda clase de chatarra, desde linternas a bombillas, focos, fluorescentes… Toda clase de iluminación posible brillando de forma incesante, y a su alrededor, motores y más motores que les suministraban energía, eh ahí el origen del zumbido… Ahora que sus ojos se habían acostumbrado a la luz, el goblin por fin pudo identificar a su salvador, parecía un… ¿Zorro con bombillas…?, sí, era un vulpera, había visto unos cuantos en Roanapur. El zorro tenía un pelaje rojizo con franjas negras, e iba vestido con los restos de una bata de laboratorio y tenía relojes colgando de sus orejas, y bombillas adornando todo su ropaje…
- ¿Qué está pasando aquí? ¿Dónde estoy?, y más importante… ¿Qué narices le pasa a tu ropa?
El vulpera, que le miraba con una sonrisa, se miró a sí mismo y dejó escapar un bufido.
- ¿Que qué le pasa a mi ropa?, ¡Vigila esos modales, estás en los dominios del Rey de las Bombillas!, amo y señor de los dominios de la luz en Roanapur.
-Ya, claro… ¿Y cómo he…? Cof, cof, cof…
El goblin no pudo terminar la frase, con un fuerte ataque de tos, se vio obligado a recostarse en la cama de nuevo, un nuevo vistazo a su cuerpo dejó claro que no se encontraba bien, estaba cubierto de quemaduras, y a medida que iba recobrando la consciencia, empezaba a notar el dolor.
-Eh, cuidado, cuidado, aún estás muy débil, amigo mío. Has tenido la suerte de ser encontrado por el Rey de las Bombillas, médico extraordinario, yo me ocuparé de ti – Con una sonrisa, el vulpera enseñó su bata – Has tenido suerte, no muchos sobreviven a este nivel de radiación.
- ¿Radia…? Ah, sí… - Ya lo recordaba todo, todo lo que había pasado en la isla, la catástrofe que acabó con toda su gente- Gracias por… Cof, cof, cof… Rescatarme… Tú, Rey de lo que sea pero no… No creo que me quede mucho…
El Rey parpadeó varias veces y miró al goblin de arriba abajo.
-¿Acaso no te he tratado como es debido?, me he ocupado de las quemaduras, te he colocado en una camilla y llevo inspeccionando tus constantes vitales todo este tiempo.
-La… Radiación no se cura tan fa…Cof… Fácilmente… Aún así, te… Te doy las gracias por salvarme… O intentarlo, je… Cof…
-Intenta no sobre esforzarte, mi querido súbdito, aún tienes que recuperarte, la radiación no es tan mala como parece, créeme, yo vivo rodeado de ella y mírame, ¡fresco como el primer día!
-Ya… Claro… Supongo que solo necesito descansar…- el goblin cada vez encontraba más difícil mantenerse despierto mientras hablaba con el vulpera, cerrando sus ojos.
- ¡Exacto!, un poco de descanso, una buena dosis de luz y estarás como nuevo, confía en mí. A todo esto, ¿Cómo te llamas?
El goblin giró su cabeza hacia el Rey y movió los labios- Yo… Me llamo… Cof… Me llamo…-
El paciente nunca llegó a terminar su frase, pero el vulpera le miraba expectante, como si no fuera consciente de su estado.
- ¿Y bien?, es de mala educación no responder a tu rey, ¿sabes? - Pero no obtuvo respuesta. - Oye… ¿Me oyes?, ¿acaso estás sordo? ¡He dicho que me respondas! ¡OYE! -
Por mucho que Shyro gritase, nunca recibió respuesta alguna del goblin postrado ante él, juraría que ni tan siquiera respiraba, pero eso era imposible, ¡Le había sanado!, seguro que… Solo necesitaba descansar, sí, le dejaría descansar y volvería…
- ¿A quién… ¿Le gritas…? – Dijo una voz, una voz familiar, una voz que sonaba cercana y a la vez estaba muy lejos, como una mezcla de muchas voces distintas hablando al mismo tiempo.
- ¿Quién…? ¿Quién anda ahí? - Shyro se dio la vuelta y miró a su alrededor, la sala estaba totalmente vacía, en ella solo estaban su paciente y él.
- ¿Ya nos has olvidado…?, vaya vaya… Que desconsiderado por tu parte…
Esa extraña voz volvía a hacerse notar desde su espalda, pero por mucho que se girase, seguía estando solo, era como tener a alguien hablándote desde la nuca, como sí mirando por el rabillo del ojo fuera a descubrir el origen de aquella misteriosa voz, pero… No se atrevía a mirar, pues ya se acordaba de quién era.
-Ah… Eres tú… ¿Qué haces en mis dominios, oscuridad?
- ¿No nos has escuchado…?, te preguntamos a quién le estaba gritando... – La voz sonaba casi melodiosa, pero había algo en ella, algo perturbador…
- ¿Es qué no lo ves?, le estaba hablando a este goblin que se niega a responder, ¡después de salvarle la vida!, maleducado…
- ¿Goblin…? ¿Qué… Goblin? - Preguntó la voz, confusa.
- ¿Cómo que qué goblin?, ¡el que está descansando en la camilla!- Shyro respondió, airado, apuntando con su zarpa hacia la camilla que tenía delante.
- Nosotros no vemos ningún goblin… Ni ninguna camilla… Lo único que hemos visto era a ti gritándole a una pared… Por eso sentimos curiosidad por preguntar…
Parpadeando, el vulpera miró a su paciente, confuso, estaba a hí delante, ¡Podía verlo!, las voces intentaban engañarle otra vez…
- ¿Crees que te mentimos…?, curioso… Casi parecería que… No ves lo que tienes delante, es claramente una pared…Oh… Es cierto… Tú NO puedes ver lo que tienes delante… ¿Recuerdas? – Dijo la voz con tono burlesco.
Durante un segundo, Shyro dejó de respirar, como si recordase algo, algo que estaba desesperado por reprimir, pero agitó la cabeza y volvió la mirada a su paciente.
- ¿De qué estás hablando? ¡Claro que veo!, ¡está ahí delante, mírale!
-Si no nos crees… Alarga tu mano… Tócale… Y verás…
-Tocarle, tocarle… Vaya cosas más raras me pides, pero solo por callarte la boca yo…
El sacerdote había alargado la mano, y cuando fue a tocar al goblin, al le paró, una barrerra invisible que le impedía avanzar. El rey puso ambas zarpas en esta barrera invisible e intentó hacer que retrocediera, pero era imposible, era…
-Entonces es cierto… No te acordabas… No te acordabas de la oscuridad… De tu ceguera… Del regalo que esos científicos te dieron.
-Mí… Ceguera…
Mirando hacia abajo, a sus zarpas, Shyro por fin se acordó, estaba ahí, pero… No podía verlas… La oscuridad empezó a rodear su alrededor, cubriendo los motores, las luces, la camilla, sus manos… Hasta que no quedó nada… Estaba totalmente solo, en la oscuridad, y por muchas fuentes de luz que encontrase, nunca podría penetrar una oscuridad así.
-Mi ceguera… Je… Es verdad, me había olvidado…
No estaba tratando a ningún paciente, no había salvado ninguna vida, se encontraba en su refugio, él solo.
- ¿Aún sigues fantaseando qué salvas vidas…? Iluso…
- ¡Silencio! ¡Los salvé! ¡Salvé a los que pude!, y me separé de ti, ahora estás en mis dominios, oscuridad y no pued…
- ¡¿QUE LOS SALVASTE?!- La voz resonó en su cabeza como un huracán, una fuerza tan sobrecogedora que el vulpera se encogió de miedo.
- TÚ no salvaste a nadie… Esos goblin… Esos goblin nos juntaron, nos torturaron, nos hicieron más fuertes, y cuando tuviste la oportunidad… Los mataste, a todos, a todos los que te encontraste en tu camino, aunque ahora lo niegues…
- ¡Eso es mentira! ¡Yo no soy un asesino, no he matado a nadie…!
- ¿Acaso has olvidado eso también?, una pena… Disfrutabas mucho haciéndolo, en el fondo… Quizás necesitas volver a nuestro hogar… Eso te ayudará a recordarnos…
- Nuestro… ¿Hogar...?.- preguntó Shyro, en un hilillo de voz.
-Sí… Nuestro hogar… El sitio donde nos conocimos, ese lugar alejado de cualquier distracción, de cualquier cosa que nos molestase… Sin ruidos molestos, sin luces cegadoras…
A pesar de que mantenía los generadores y los relojes funcionando constantemente, Shyro pudo notar como el sonido empezaba a desvanecerse a medida que la voz le susurraba. Cada sonido, cada ruido, por pequeño qe fuera, se fue desvaneciendo hasta que solo escuchaba a ala voz…
-No… No…. N-no… Otra vez no… Ahí dentro no… Por favor…
-¿No…? Pero si es tu hogar… Donde perteneces… Una jaula…
-¡NO!, yo… La luz me protege, yo… No quiero volver ahí… No puedo… ¡NO…!
Por mucho que intentase volver a la realidad, las sombras le rodeaban, unos zarcillos de oscuridad que agarraban sus extremidades y tiraban de él hacia abajo, todo cada vez estaba más oscuro, y a medida que descendía, dejó de escuchar incluso su prpia voz, hasta que no quedó nada de él.
-¡AAAAH!-
Shyro se alzó gritando, sobresaltado, y miró a su alrededor. Estaba en su caravana, un vertedero de luces, relojes, y sonidos zumbantes que mantenía en constante funcionamiento (para suplicio de sus vecinos). Miró hacía abajo y observó sus zarpas recubiertas de un pelaje blanco, estaba en casa, en la caravana Sabtet. Todo había sido un sueño…
Con un suspiro, el vulpera se llevó las manos a los ojos para frotarse y notó algo húmedo… ¿Lágrimas…? Había estado llorando en sueños.
-Je… Solo… Solo era un sueño, solo necesito relajarme… Hacerme un té, quizás dar una pequeña vuelta por la caravana.
De un salto, Shyro se levantó de la cama, su cuerpo había sido forjado gracias a la influencia de la Forja de las Estrellas, por lo que ahora estaba cubierto por un pelaje blanco, pero las cicatrices de un antiguo tatuaje aún marcaban su cuerpo desnudo, unas marcas que podía haber borrado, pero que escogió no hacerlo. Se colocó sus radiantes ropajes y se dispuso a salir cuando…
- ¿Estás seguro de que fue un sueño…? ¿Estás seguro de que te has librado de nosotros? Sigues mintiéndote a ti mismo, Shyro, solo estamos esperando, Shyro, esperando un momento de flaqueza… Esperando a una pequeña grieta en su absurda máscara… Y cuando ocurra, volverás a ser lo que eras… Un monstruo, un engendro… Un asesino…
Estaba volviendo a ocurrir, a medida que la voz resonaba en su cabeza, todo a su alrededor empezaba a oscurecerse hasta que no era capaz de ver nada, todo sonido se veía ahogado hasta que solo escuchaba el latido de su propio corazón. La oscuridad volvía a tragarle, volvía a estar en aquel lugar, en aquella sala horrible, volvía a estar solo, solo...
-No… No…
Shyro calló al suelo, acurrucándose con su propia cola mientras la oscuridad volvía a consumirle.
-¡SHYRO!
¿Qué…?
-¡SHYRO! ¿TE ENCUENTRAS BIEN?
¿Y esa voz…?
-¡SHYRO!
La oscuridad empezó a retroceder a medida que el vulpera se centraba en esa voz cada vez más cercana, hasta que pudo ver la puerta de su caravana, la cual estaba siendo aporreada.
- ¡Shyro! ¿Estás bien? ��Te hemos escuchado gritar!
Era una voz familiar… Un amigo… Estaban preocupados por él… Sí, es verdad…
- ¡S-sí! ¡Todo bien! ¡Por un momento pensé que había perdido mi palo-bombilla!
Alzándose de nuevo, Shyro abrió la puerta de su caravana y salió al exterior para calmar las preocupaciones de sus compañeros de caravana.
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La clínica Ikuta se encontraba en los predios del templo Jōkō, ruinoso y sin apenas rentas, como demostraba la decisión de los priores de permitir la construcción de un sanatorio mental en el recinto. Para entonces parecía más bien que era la clínica la que acogía al templo en sus terrenos. A los pacientes no sólo se les permitía tañer la campana a horas fijas, sino que podían vagar a sus anchas por el jardín —siempre que no supusiera peligro de agresión o fuga— y subir las gradas de la nave mayor del templo, donde hacían labores de artesanía u otras actividades, según su inclinación.
Entre ellos estaba el viejo Nishiyama, que llevaba tanto tiempo en la clínica que parecía el dueño. A menudo extendía pliegos de papel en el piso de tatami para practicar caligrafía, trazando enormes caracteres. El viejo loco raramente disponía de papel en blanco, ya fuera chino o japonés, de modo que casi siempre hacía uso de periódicos viejos.
Sin variación escribía la misma frase: «Entrar en el mundo de Buda es fácil; más difícil es entrar en el mundo de los demonios». Aunque tenía la vista nublada por las cataratas, su caligrafía era vigorosa. Carecía de toda mundanidad o afectación. Solo traslucía, si acaso, un barrunto de demencia. Los caracteres no eran burdos ni aberrantes en ningún sentido estereotipado, pero si se los examinaba atentamente empezaba a percibirse en ellos algo maniático, demoniaco. Quizá en otra época el viejo Nishiyama pretendió ingresar en el mundo de los demonios, pero le resultó arduo, y la amargura de su fracaso confirió a la caligrafía de su senectud su carácter. Fuera lo que fuera que constituyera su mundo de los demonios, su resolución de entrar en él lo perturbó de tal modo que perdió la razón. Tal como lo veía él, el sanatorio no se parecía al mundo demoniaco, pero tampoco se le ocurrió nunca considerarlo un refugio, un lugar de descanso para aquellos que intentaron entrar en aquel otro mundo y fracasaron.
En el presente el viejo Nishiyama era uno de los pacientes más pacíficos de la clínica. Como había perdido los dientes y nunca se puso dentadura, tenía las mejillas chupadas, y estaba calvo salvo por una pelusilla blanca en el cogote. Viéndolo era difícil imaginar que tuviera fuerzas para ninguna obra demoniaca. Sólo en su escritura podían rastrearse vestigios de aquel espíritu. El viejo solía alterarse mientras escribía, pero tan mansamente que no hubiera supuesto problema alguno ni siquiera en una residencia de ancianos corriente.
El viejo Nishiyama esperaba cada día impaciente el pronóstico del tiempo en la radio, antes del boletín de las siete. La información en sí no le interesaba —avisos de viento leve y marejadilla aquella noche y al día siguiente, y baja visibilidad por la niebla, por ejemplo—. Lo que le gustaba era la voz de la joven que la leía. Era una voz maravillosamente dulce, suave pero no tenue. El viejo sentía como si aquella encantadora muchacha le estuviera hablando a él desde el mundo exterior. Su voz rebosaba de amor. Era un alivio para el anciano, un consuelo. Constituía como un eco de los hermosos días juveniles. No sabía su nombre ni la había visto nunca, y sin duda ella seguiría dando el pronóstico con la misma bonita voz mucho después de que él hubiera muerto; pero ninguna de estas consideraciones preocupaban a Nishiyama: ella era la única persona que le hablaba a él —a la ruina en que se había convertido— un día tras otro, con voz plena de amor.
Kawabata Yasunari
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6x09: “LA VERDAD, PARTE 1”.
{CIUDAD CENTRAL – ENERO, 2021} La vida de Caitlin desde la activación de su gen metahumano había cambiado drásticamente su estilo de vida. Al principio creyó que podría lidiar con las circunstancias porque si algo había de especial en ella era su positividad incluso en los momentos más oscuros y parecía que iba todo encaminado hacia ese lugar ya que, a pesar de la personalidad opuesta de Killer Frost, habían llegado a un consenso en casi todos los aspectos de su vida, Caitlin no tendría que cambiar demasiado sus costumbres y Killer Frost estaba dispuesta a no tomar el control del cuerpo tan seguido y por sobre todo porque había llamado la atención de la policía y en especial de Barry Allen cuando salía a “cometer travesuras” o es lo que Cait intentaba pensar para no estresarse demasiado ante los actos ilícitos que cometía. Por mucho que intentara entender a qué se debía todo eso, era un tema intocable entre ambas. Como un día normal, la morena se daba su ducha matutina antes de ir a trabajar. Su mente estaba perdida en la junta que había tenido con Barry y en cómo aquella salida por un café seguía pendiente. Analizaba si de una vez por todas hacer esa llamada o si sería mejor esperar que el se comunicara, pero ansiaba poder tener una charla con él para distraerse de los últimos acontecimientos en su vida: Killer Frost luchaba por apoderarse de su cuerpo, lo que había quebrado la comunicación amable entre ambas. No sabía si su compañera se había agitado por sus pensamientos, pero tenía la sensación de que le transmitía la misma vibra que ella tuvo cuando ella estaba descansando en la mente de Killer Frost cuando se encontró con The Flash. Su mente iba perdiendo poder y de pronto la ducha cálida se había convertido en un témpano de hielo tan sólo con una simple respiración por su parte. Sintió pánico cuando las paredes se congelaron y luchó durante bastante tiempo por volver a recuperar el control de su cuerpo, mucho más que en ocasiones anteriores. Sabía que estaba perdida, en cualquier momento quedaría encerrada dentro de su propio cuerpo y Killer Frost sería tan fuerte, que no la volvería dejar a vivir una vida normal. No tuvo real conocimiento de cuanto tardó en salir de la ducha, vestirse y arreglarse apropiadamente para salir. El pánico seguía recorriendo cada célula de su cuerpo y si bien siempre se consideraba alguien sensata y que solía pensar con la cabeza fría ante cualquier situación de estrés, la situación la superaba pues nada que había construido había sido suficiente como para mantenerla aislada. ¿Y si volvía a atentar contra la ciudad? Y si era peor, ¿Qué sucedería si Barry la atrapaba y la encerraban de por vida? ¿Cómo explicaría ella su desaparición? Sin realmente analizarlo, se encontró frente a la misma puerta que había visitado semanas antes. Era su única salida, aunque eso conllevara a que no la mirara nuevamente de la misma manera, pero ahora no sólo su seguridad estaba en peligro, si no la de toda la ciudad. Golpeó y tragó saliva, deseando con todas sus ganas, que el resultado de ese encuentro fuera el mejor posible.
Barry se había pasado los últimos días atendiendo más casos de metahumanos, algunos no tan peligrosos que otros, unos cuantos tan solo tenían miedo de su nueva habilidad y siendo The Flash les ayudaba a controlarse, a aprender de aquel don que les había sido otorgado de una o de otra forma pero sobre todo a no tener miedo, es así que siendo un super héroe estaba formando algunos lazos de amistad con metahumanos pero siempre había un caso que no dejaba la mente del castaño y aquello era sin duda una forma de distraerse constantemente de sus actividades, más que nada para buscar una forma de poder llegar a Killer Frost, una forma en donde no debía de ser capturada, hacerle ver que había otro camino diferente al que estaba siguiendo. Se encontraba nuevamente frente a su pizarrón apuntando nuevos hechos descubiertos, intentando conectar todo cuando escuchó que tocaban la puerta, caminó a una velocidad normal para las personas hasta abrir la puerta, su sorpresa fue mayor al ver que se trataba de Caitlin, Tendría algún resultado con respecto a los documentos que le había proporcionado o venía por otra razón? Habían quedado para verse, tomar un café y conocerse un poco mejor pero no quería verse desesperado al llamarla al día siguiente, además pensaba que ella tendría mucho trabajo.
—Es un gusto volver a verte, pasa, por favor—Le abrió la puerta de inmediato haciéndose a un lado para cederle el paso. —¿A qué debo tu visita?—. La respiración de la morena estaba notoriamente agitada debido a la ansiedad y el miedo. No se había percatado hasta que sus ojos se encontraron con Barry que llevaba una carpeta con todo su historial médico: anotaciones, experimentos e incluso algunas conversaciones hechas con Killer Frost con temas importantes y discusiones que no llegaban a ninguna parte en búsqueda de entender a su otra mitad que luchaba por permanecer en la superficie, además de toda la historia clínica, incluyendo información en la que mencionaba su gen dormido desde niña.
Estaba abrazada a ese pedazo de papel como una niña pequeña, pero intentó soltarse para finalmente generar una palabra a aquel chico de ojos amables, el que, incluso allí, le causaba confianza.
—Muchas gracias—fue lo primero que se le ocurrió decir y de inmediato ingresó, dio un par de pasos y giró sobre sus talones para encontrárselo. Quería quitar el parche antes de que se arrepintiera o peor, Killer Frost hiciese de las suyas, la sentía muy agitada y no era para menos, tener un aliado como Barry podía significar inclusive su extinción, aunque no era la verdadera intención de Caitlin.
— Yo… necesito confiar en ti, Barry. Estoy desesperada y por más que lo pienso, creo que eres la única persona que podría ayudarme, aunque es un riesgo muy grande el que estoy tomando,— lo observó a los ojos con casi súplica y extendió su carpeta casi arrugada con un poco de recelo, pero allí estaba, entregando su secreto más grande. —Necesito que lo leas, al menos la primera hoja en la que hice un resumen de mi condición...—agregó soltando un suspiro. Podía ver que ella estaba alterada, ¿Acaso había pasado algo con el estudio o era algo totalmente personal? La verdad no sabía, pero la forma en que actuaba y como hablaba le estaba poniendo algo ansioso y nervioso pero se controlaba ante la mujer.
— Si, claro, lo voy a leer pero me estas asustando un poco — .Se mordió el labio inferior, acto que solía hacer cuando sentía que iba a recibir malas noticias. Por un momento se quedó en completo silencio después de leer las hojas que ella le había dado, poniendo atención especial en la primera, así como ella le había dicho, su expresión se fue endureciendo conforme avanzaba en la lectura ya que todo lo que decía era demasiada información, era como un balde de agua fría por todo su cuerpo, porque poco a poco estaba entendiendo por completo la situación de ella, al menos lo que estaba documentado. Al acabar de leer los documentos no sabia que decir, frente a el estaba la mismisima Killer Frost, es decir, al menos una parte de ella. Decidió no decir algo en un principio sino que lo primero que sea es dar un par de pasos al frente para quedar cerca de ella y abrazarla con fuerza queriendo expresarle que no debía de preocuparse, que la apoyaba.
— ¿En qué puedo ayudarte? Si has decidido decirme esto debe de ser porque necesitas ayuda o porque la situación es más grande y espero poder ayudarte en algo — .
Su corazón comenzó a latir rápidamente y recién cuando vio su expresión en el rostro, se dio cuenta de que estaba arriesgándolo todo. Su libertad. Su secreto. ¿Qué sucedía si Barry decidía esposarla y sencillamente bajarla a la oficina del teniente un piso más abajo para presentar cargos? Tenía todo el derecho, Killer Frost había atacado más de una oportunidad y si bien no había hecho daño a personas, si a la ciudad al destruir propiedad privada.
Pensó en un plan B en caso de que ese fuese su camino: arriesgar que Killer Frost apareciera y las sacara de ese lío, aunque eso conllevara que no le devolviera el control del cuerpo. Si, era todo lo que podía hacer. Su silencio la hizo dudar y abrió los ojos sin poder decirle una palabra mientras retrocedía un paso, nerviosa. Tenía claro que sabía quién era ella para ese entonces y no lo escuchaba decir nada, ni siquiera una palabra de enojo por su silencio. Finalmente sus ojos se encontraron y vio comprensión en ellos, lo que la hizo soltar un suspiro y se dejó abrazar, haciendo ella lo mismo.
Respiró por primera vez y dejó que la calma que le transmitía se le contagiara. Allí estaba, junto a una persona que acababa de conocer pero en la que confiaba más que en cualquier otra persona. —Killer Frost está muy agitada últimamente, no está… no está conforme con que no la deje tener el control como antes, ya sabes, no confío en que pueda hacer algo contra la ciudad y… temo que The Flash la atrape unos días de estos…— susurró, dando un paso hacia atrás para permitir ver su rostro mientras hablaban, pero mantuvo una mano sobre su hombro, necesitaba tenerlo allí. —No he podido construir algún instrumento o prototipo para poder estar normal. De vez en cuando aparece, específicamente en mis sueños y debo luchar para que no me gane, Barry. Se está haciendo más fuerte y temo nunca más regresar a lo que soy y solo quedé una metahumana enojada suelta. No sabría como ayudarla, protegerla. —bajó la mirada y pudo sentir que la desesperación había llegado al límite.
— Quizás lo mejor es que me lleves a la prisión metahumana y sencillamente dejarme allí.
— Estoy seguro que The Flash no quiere atraparla, colabora con nosotros y nos ayuda a atrapar a los criminales, pero también a hacer que los metas tomen un camino distinto — .No estaba seguro de contarle su secreto, hasta el momento había estado trabajando a solas para no exponer a ninguno de sus conocidos, es verdad que ella le había confesado algo tan grande como que su otra personalidad era Killer Frost pero él no podía ser tan descuidado, al menos no por el momento pero si en un futuro.
— Mi deber es atrapar a Killer Frost pero no creo que sea la mejor opción, no creo que eso te ayude — .Ahora la pregunta era ¿Cómo podría ayudarle? Killer Frost podría salirse de control en cualquier momento. Negó con movimiento de cabeza al escucharle. — No, no es justo encerrarlas pero creo saber de alguien que puede ayudar a Killer Frost pero tendrías que comunicarte con ella —. No sabia como funcionaba aquello de la comunicación, si de alguna forma podía hacerlo sin tener que ceder su cuerpo por completo. — Tal vez yo no sea el más indicado para hablar pero creo pensar que The Flash podría hablar con ella, saber lo que le ocurre, lo que necesita y podría decirnos para ayudarle — .Se muerde el labio inferior. — Pero no se, es muy peligroso por que tal vez ella aproveche y no desee regresarte el control. — Caitlin permaneció muy cerca de su cuerpo y no quiso alejarse más después de ese abrazo. De alguna manera, Barry lograba tranquilizarla incluso sin el menor de los esfuerzos. Su idea la hizo inclinar la cabeza levemente, movimiento que realizaba cada vez que intentaba analizar alguna cosa. No le sorprendía que Barry fuera tan listo, es más, siempre lo consideró así, pero su idea le parecía brillante. ¿Cómo es que no se le había ocurrido a ella? Killer Frost parecía tener una debilidad frente a él, por más que lo negara en múltiples ocasiones con ella. Muchas situaciones pasaron por su cabeza, en especial relacionadas con que Frost tomara el control por completo. ¿Pero tenía algun otro camino? —Creo que… deberíamos arriesgarnos, ¿no crees? No tengo muchas más opciones en estos momentos y si eso ocurriera, si Killer Frost no me permite regresar, al menos estarías tú y The Flash para hacerse cargo, ya sea para hacerla entender o para encerrarla en el peor de los casos. —Suspiró y bajó la cabeza. Pensar en desaparecer le dolía más en el hecho de que no podría seguir descubriendo sus sentimientos hacia el chico que tenía en frente, pero sabía que era un sacrificio por el bien común. No podía ser tan egoísta. —¿Puedes contactarte con él?— preguntó con respecto a The Flash. —Yo me las arreglaré para bajar la guardia y dejar que Frosty aparezca, no será difícil tomando en cuenta de que me siento más débil para contenerla. The Flash solamente la encerraría si hace daño a los demás, no dudo de su capacidad de hacerlo pero creo que ella no desea hacer daño a las personas y tal vez él pueda ir por ese punto. Asintió ante la pregunta de ella, debía de pensar muy bien lo que le diría a Killer Frost para poder llegar a ella y hacerle ver que no podía apoderarse del cuerpo de Caitlin, tal vez eso sería lo más difícil porque no sabía la razón de la metahumana para hacer que Caitlin sea poderosa, debía de existir algo detrás de todo eso.
— ¿Tienes algún lugar en donde se pueda contener a Killer Frost si es necesario? Aqui sería peligroso, los policías podrían salir heridos pero ellos solamente hacen su labor.
No quería ver a sus amigos lastimados por una batalla que no eran capaces de afrontar, un lugar baldío o algún lugar en donde salir para Flash sería una ventaja y claro que si aquello sucedía no pensaba en tenerla permanentemente en ese lugar, buscaría la forma de ayudar a ambas, debe de existir un equilibrio pero aún no lograba visualizarlo.
— Podemos hacerlo hoy en la noche, tengo que contactarlo.
Caitlin estuvo de acuerdo con su teoría. Si bien The Flash solía encerrar a aquellos metahumanos que causaban problemas reales a la ciudad, también era bien sabido que tenía buen corazón. No solo era un héroe que los atrapaba, también era compasivo y buscaba el bienestar de ambas partes. Si parecía como alguien que querría ayudarla, mucho más cuando las intenciones de su mitad nunca habían llegado a circunstancias de las que no se podía regresar. Pensó en aquel lugar que ella había estado recreando en sus instalaciones en caso de que su situación con Killer Frost empeorara. Había seguido los patrones de la cárcel para metahumanos de aquella ciudad y era la última opción esperable para ella. Allí, los poderes de cualquier metahumano serían desactivados y la puerta transparente le parecía adecuada para una charla entre ella y The Flash. Quizás no podría volver a salir de allí pero era un riesgo que estaba dispuesta a tomar. Mucho más cuando ya Barry sabía toda la verdad.—En mis instalaciones tengo una celda prototipo que llevo tiempo trabajando. Podría encerrarme allí para que puedan hablar. Sería riesgoso en el sentido de que no pueda retornar a usar mi cuerpo, pero nos daría la seguridad a todos de que no vaya a suceder nada que podamos lamentar.—dijo, decidida. —Tú contáctate con él y yo me encargo del lugar de reunión. Es hora de que todos conversemos.
No queria pensar en la posibilidad de que ella no pueda volver pero al parecer ahora todo dependía de lo bien que podía llegar a llevar aquella conversación con Killer Frost o más bien, que aquella metahumana le tuviera la suficiente confianza para que decidiera bajar sus defensas y confesar lo que sucedía, no estaba seguro si aquello fuera posible, muchos confiaban en que siempre encontraba las palabras correctas pero la verdad es que ahora tenia miedo de no hacerlo.
— Bien, hagámoslo dentro de un par de horas, yo me encargaré de llevarlo a la dirección que me des y tan solo… tan solo no dejes que ella te deje en aquel espacio oscuro…solo lucha — .No estaba seguro de que decir en este momento para darle fuerzas, le estaba pidiendo mucho y él no se arriesgaba mucho. Se mordió levemente el labio inferior. — Por favor cuídate, debo de encontrar a The Flash — .Se apresuró a agarrar su chaqueta fingiendo que iba a salir en busca del superhéroe, lo que haría es buscar algún plan B ante lo que ya había planeado con la chica, uno nunca sabe que es lo que puede pasar. — Te veré en unas horas, lo prometo —- Quería hacerle ver que confiaba que ella iba a regresar. Lo escuchó y observó moverse de aquí para allá sin ser capaz de responderle enseguida. En su mente solo estaba la idea de confesar sus sentimientos o, al menos, lo que creía sentir. No tenía demasiado tiempo para poder escuchar a su corazón o su mente porque el tiempo les jugaba en contra y tan sólo podía imaginar que quizás el tiempo para Barry y ella quizás se había acabado y no estaba conforme con lo poco que había sido.—Espero que así sea— respondió ella con el corazón latiendo a mil por hora. Admiraba el positivismo de él y aunque ella siempre había sido así, no quería hacerse ilusiones del todo. Para no alargar más ese tortuoso momento, se acercó y tomó de su mano momentáneamente buscando que le transmitiera un poco de fuerza o simplemente fue una excusa para hacerlo y asintió justo antes de alejarse para salir por la puerta. Tenía mucho por hacer.
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Sin penas y sin rencores
Había dos cosas en las que mi abuelo Juan José no se equivocaba nunca: en los números y en el amor.
A los 14 años conoció a mi abuela Emilia y no dudó un segundo en que era la mujer de su vida.
A la típica pregunta infantil “¿Cómo conociste a la abuela?”, él devolvía una explicación inesperada, porque no contaba una historia, hacía más bien una cuenta matemática.
“Éramos vecinos y tenía novio”, arrancaba el relato, desde la primera frase enganchando con el giro del amor prohibido.
“Le pregunté a mi papá quién había sido su primera novia, cuántas habían venido después, qué edades tenían. Después le pregunté a mi mamá y a mis primos grandes”, empezaba concentrado con la explicación.
Y seguía: “después de un tiempo llegué a una conclusión, que tu abuela con ese primer novio iba a durar como mucho dos años. Y ahí venía la parte difícil porque yo planeaba convertirme en su segundo novio, pero también en el definitivo y eso era ir contra la estadística”.
Mi abuelo Juan a los 14 años era un romántico y un psicópata en medidas iguales. Pero las cuentas le habían dado bien.
La anécdota lo pinta un poco a mi abuelo. Obsesionado por los números, y en consecuencia por el juego. Tenía cuadernos llenos de combinaciones y todos los días, pasara lo que pasara, incluso la mañana que murió mi abuela, compraba un billete en la quiniela.
En otro orden, cuando la economía familiar no iba bien, él desenchufaba el teléfono a disco negro del living y se encerraba en el baño. Después se ponía la boina con el, se iba un par de horas y volvía con la plata.
Pocos días antes de que muriera, me acuerdo, lo fui a ver a la clínica. Hablamos un rato largo y en un momento, me dice:
-Escuchame bien gorrión, te tengo que pedir un favor importante. Uno para siempre.
-¿Para siempre?
-Para siempre.
-Tenés que jugarle todas las mañanas al 10-08-67-11-04 y al 89.
-¿Hasta cuándo?
-Hasta que te mueras.
A la semana a mi abuelo se lo terminó de devorar el cáncer. Y yo al día siguiente empecé a ir a la quiniela. Unos se acuerdan de sus muertos yendo una vez al año al cementerio, bueno, yo voy todas las mañanas a la quiniela.
Empecé a entender algunas manías de mi abuelo Juan, a tener mis propios cuadernos en la mesita de luz y a anotar los números que salían. Buscaba constantes, hacía registros, columnas, los repasaba todas las noches antes de irme a dormir.
Durante seis años no dejé un solo día de jugarle al 10-08-67-11-04 y al 89 hasta que una mañana, el 13 de enero de 2006, me acuerdo porque fue el mismo día que en el Banco Río de Acasusso dieron el “Robo del siglo”, corté la racha. Le fallé a mi abuelo.
Venía apurado porque había tenido que llevar a mamá al hospital y todavía no había jugado. Doblaba con el Fiat la esquina de San Martín y Cucha Cucha buscando un lugar donde estacionar, cuando vi un tapado verde con flecos que se tiraba a cruzar la calle. Escuché el grito y el golpe del cuerpo que terminó arriba del capó. Cuando bajé, un tumulto de gente me rodeaba el coche.
Ese día no llegué a la quiniela. Ese día salieron en la matutina el 10-08-67-11-04 y el 89, los números de mi abuelo. Ese día me perdí dos millones de pesos. Una vida.
Desde ese día seguí jugando, pero con bronca. Me daba fastidio cantarle los números a la chica, los mismos que habían salido y yo no había jugado. Sentía además que antes de morirse mi abuelo me había querido dar un regalo, que él sabía, y que yo lo había tirado a la basura.
Para peor el “Robo del siglo” siguió siendo noticia y cada vez que se hablaba del tema yo me acordaba del día en que me había perdido dos millones de pesos.
Con los números en la mano no había podido cumplir una promesa simple. Ellos en cambio se habían alzado con toda la guita, no habían lastimado a nadie y hasta tenido el gesto poético de dejar escrito: “En barrio de ricachones sin penas y sin rencores es sólo plata y no amores”.
Nunca más salió la combinación. Alguna vez coincidieron dos números y en una que otra cuatro. Me alcanzaba para recuperar la plata que había jugado, sacaba alguna cosita, pero nunca más todos los números del abuelo. Igual los sigo jugando, porque es algo nuestro.
En febrero de este 2020 raro salió la película el “Robo del siglo” con Guillermo Francella y Diego Peretti. No la vi, pero otra vez volví a acordarme del 13 de enero de 2006. “13, no podía ser otro número”, me quejé en voz alta sentado a la mesa una noche, cuando vi aparecer la publicidad en la televisión.
Buscaba el cambiacanales a los manotazos entre el mantel y el repasador, en el momento en que Isabel me abrazó de atrás con el aparato en la mano y me dijo enroscada al cuello: “dejá de quejarte que vos ese día te sacaste ‘La Grande´”.
Entonces agarré el control y lo apoyé en la mesa. En la pantalla seguían pasando las imágenes de Francella y de Peretti, y las dejé pasar. Pensé en la historia de esos ladrones delatados por una mujer. “Es solo plata y no son amores”, escribieron.
Y me acordé entonces de ese 13 de enero hace ya 14 años. Del día en que Isabel se largó a cruzar con ese tapado verde con flecos la avenida San Martín y terminó arriba del capó del Fiat.
Había dos cosas en las que mi abuelo no se equivocaba nunca: en los números y en el amor.
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Glee «The boxing sweatshirt»
Agosto de 2021
-Me dejaste solo Kurt Hummel-Anderson… —dijo Blaine en tono de reclamo en cuanto puso en pie en la cocina, su esposo estaba atareado con el desayuno, mientras que Henry ya disfrutaba del suyo en su taza especial. -Lo se… —respondió haciendo un puchero— y lo siento, pero… tengo mis razones… —agregó preparando dos potes con cereal y frutos secos de diferente tipo. -¿Y esas son?... —pregunto de vuelta Blaine acercándose— buenos días… —dijo dándole un beso antes que todo. -Buenos dias para ti… —contestó Kurt sonriendo— buenos y maravillosos días… —añadió besándolo de nuevo. -Estas de muy buen humor… —dijo saludando a su hijo para luego tomar el periódico del día y enchufar su teléfono móvil. -Lo estoy… —concordó comenzando a ordenar la mesa— aunque si lo pienso… tal vez debería esperar el resultado de lo que vas a hacer hoy para estarlo… —dijo haciendo referencia a la visita que harían a la clínica de fertilidad para concebir a su segundo hijo— ¿no lo crees? — añadió llevándose una mano al mentón como en señal de duda extrema, -Todo saldrá bien… es solo ir, depositar mis cosas y listo… -Me encanta cuando me hablas de manera tan suciamente sexy… —dijo Kurt haciéndole un gesto que en su cabeza era representativo de alguien super extra sexy.
-Lo siento… —agregó Blaine riendo. -Pero bueno, el asunto es que, a pesar que confio en ti y en tu capacidad de engendrar trescientos bebés con solo una mirada… —Blaine volvió a lo de la risa— me levante temprano para averiguar e informarme de ciertas cosas… —añadió tomando una bolsa de papel con el logo de Zabar’s. -¿Y esas cosas son?... —quiso saber su esposo mirando de reojo su teléfono móvil. -¿Estás esperando una llamada?... —pregunto al escuchar el pitido de un mensaje entrante tras otro— ¿no tendrás que ir al sello o algo?, ¿verdad? -No por supuesto que no… -«No por supuesto que no», ¿que?… no tienes que ir al sello o no estás esperando una llamada… -¿Que diferencia hay? -¡Mucha!… —exclamó poniendo unos bagels rellenos de salmón y queso crema en medio de la mesa. -Ok… entonces debo decir que son ciertas las dos, ni espero una llamada, ni tengo que ir al sello. -Perfecto entonces… —añadió encogiendo los hombros, acto seguido sacó dos vasos desde uno de los anaqueles y una bolsa con naranjas desde el refrigerador. -Hay una caja de jugo que abrimos ayer… —advirtió Blaine señalando la heladera. -Lo se, pero necesito que bebas una cantidad extra de vitamina C esta mañana y por mucho que lo creamos, el jugo de ese envase no contiene tanto como una naranja natural. -¿Lo hago yo? -No, tú siéntate tranquilo… ¿estás usando la ropa interior que te deje?, ¿verdad? -Kurt… ¿que esta pasando? -Nada… bueno, mucho… pero lo primero es lo primero y eso es que hoy te alimentes bien… empieza a comer… —sentenció señalando todo lo que había puesto en la mesa. -Lo haré, pero primero preparare café… —dijo Blaine haciendo ademán de levantarse. -¡No!... —exclamo Kurt abriendo sus manos en señal de alto. -¿Por qué no?... -Porque la cafeína es lo peor… hoy beberás té… mira… recordé esta tetera que nos regaló tu mamá y prepare un té con todas las cosas que necesitas… —dijo tomando desde uno de los muebles una tetera de cerámica llena de flores y la puso sobre la mesa. -¿Y esas son? -Canela, naranja y almendras… todas ricas en vitamina C y que harán que tus pequeños lleguen rápido donde sea que vayan… —explico mientras le señalaba la entrepierna. -¿Esa es la investigación que hiciste esta mañana?... —quiso saber Blaine mirándolo de medio lado. -Esa… averigüé todo lo referente para mejorar la fertilidad masculina y por supuesto lo que la empeora, por eso te prohíbo el café porque la cafeína esta asociada a la poca calidad seminal, además del consumo excesivo de carnes rojas y procesadas, alimentos ricos en soja, dulces y bebidas edulcoradas, ciertos lácteos enteros y la ingesta de alcohol… —respondió de corrido como si de una lección de biología se tratase, luego se dio media vuelta y siguió exprimiendo naranjas -Ok… entonces… ¿todo… esto es bueno para mi? -Para ti y para tus «muchachos»… no es que tenga alguna queja, bien sabes que no, pero hoy en especial debemos asegurarnos que todo salga bien… —dijo sirviendo el primer vaso de jugo extra fresco de naranjas. -¿Y tu me acompañaras en esta dieta?... —preguntó recibiendo el vaso y viendo que preparaba otro. -Por supuesto… somos un equipo… —respondió sonriendo. -Me alegra eso… -Y a mi… ¿en serio no esperas ninguna llamada?, tu teléfono vibra y pita como loco… —advirtió señalando el aparato con una mitad de naranja a medio exprimir. -La verdad es que no… pero… —Blaine se levantó desde donde estaba para mirar quien insistía tanto enviando mensajes— es Lily… —dijo deslizando la pantalla para leer todos los textos— vaya… -¿Que?... -Se peleo con Richard… —dijo desenchufando el teléfono para llevarlo consigo a la mesa. -¿En serio?... ¿cuando?... —pregunto Kurt sentándose en su lugar, se aseguró que Henry comenzara a comer su fruta troceada y se quedo viendo a Blaine en espera de la explicación correspondiente. -Hoy en la mañana, «le dije un montón de cosas horribles de las que ahora me arrepiento»… —dijo leyendo el texto que enviado por su amiga. -Bueno, al menos se arrepiente… ¿que más?... —pregunto sirviendo té especiado para ambos. -Salió esta mañana, sin despedirse, y «estoy con su sweater desde hace como cinco horas»… —dijo Blaine sonriendo— no se que quiere decir eso… —añadió dejando el teléfono para tomar un bagel. -¿Como que quiere decir?... quiere decir que lo extraña, que como bien dijo ella misma, que se arrepiente de su actuar y cuando hay una discusión o nostalgia, refugiarse en una pieza de ropa es algo super común, tanto el primer dia, como el dia 115… —sentencio bebiendo un trago de su jugo. -¿Como? -¿Que? -Eso que dijiste… -¿Te refieres a la verdad?... porque dejame decirte que es la verdad, yo lo hice, y estoy seguro que el 99,9% de las parejas lo han hecho. -¿Tu lo hiciste? -Así es… —respondió poniendo cara interesante. -¿Cuando? -En dos ocasiones, primero cuando estaba a punto de graduarme y se acercaba el momento en que viviríamos en estados diferentes…. o al menos eso creí hasta que NYADA me dio un puntapié en el trasero… pero bueno, en esa ocasión te robe una sudadera negra, una media café oscuro que tenias y la use por varios días y era super reconfortante. -¿La que usaba para boxear?... —Kurt asintió sonriendo—¿por qué? -Porque sí, porque sabía que era tuya, porque tenía tu olor… recuerdo que en mis últimas clases preste muy poca atención porque me pasaba el tiempo sintiendo tu olor… — Blaine sonrió mirándolo con ternura— y la segunda ocasión, fue cuando ya estaba en New York y nuestra relación había terminado… allí no me lo saque como en cinco días… —explicó soltando una pequeña risa mientras elegía que seguir comiendo, Henry también sonrió sin saber porque— Rachel puede dar fe de eso... -¿Eso quiere decir que no lavaste esa sudadera en meses? -¡Por supuesto que no!… —exclamó mascando uno de los bagels— ¿que gracia tiene tener algo tuyo oliendo a «Tide»?… —agregó como si dijera lo obvio. -Muy cierto… -El asunto es que si me lo preguntas, no le digas nada a Lily si la próxima vez que la veas, lleva un sweater que no es de su talla… -No lo haré… gracias por contarme esto Kurt...—dijo Blaine mirándolo un segundo. -De nada… pero ahora olvidemos el pasado y pensemos en el hoy… y eso es… que tendemos otro hijo… —añadió agudizando su voz— una niña si todo esto funciona… —dijo señalando la comida. -¿No creerás que algo de esto decidirá el sexo de nuestro bebé?, ¿o si? -Obvio que lo creo, es sabido que los espermios que cargan el cromosoma X son los más rápidos, y si ayudamos su motilidad consumiendo Omega 3… llegarán primero que cualquiera… —añadió acercándole el plato con los bagels. -Eso lo acabas de inventar… pero me gusta tanto que cocines para mi, que aceptaré sin problemas comérmelos todos —terminó por decir Blaine tomando uno de los dos que quedaban, Kurt sonrió satisfecho y continuó desayunando mientras hablaba de todas las ventajas de las vitaminas.
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Resplandor entre Tinieblas - Capítulo 59. Ayudar a alguien que me necesita
Resplandor entre Tinieblas
Por WingzemonX
Capítulo 59. Ayudar a alguien que me necesita
Era más de medio día cuando el autobús de Daniel y Abra llegó a Hawkins. Abra era una chica de ciudad pequeña, que rara vez había incluso salido (físicamente) de New Hampshire, por lo que su idea de cómo era un pueblo pequeño entre las montañas estaba principalmente basada en películas y series. Siempre eran retratador como sitios apartados de las grandes ciudades o carreteras principales, donde la alegría y hospitalidad de los lugareños siempre escondían oscuros y escandalosos secretos. Pero claro, todo aquello era ficción, ¿no? Bien, al bajar del camión y comenzar a caminar por sus calles, Abra se sorprendió al darse cuenta de que, al menos en apariencia, era bastante similar a cómo se lo había imaginado. Edificios pequeños adornaban la calle principal, con amplias banquetas por las que mucha gente iba caminando y colocando decoraciones de Acción de Gracias en las fachadas y estanterías. Ambos, al ser rostros desconocidos, recibían unas cuantas miradas inquisitivas, pero otros les sonreían y les deseaban buena tarde con bastante gentileza. La mayoría, sin embargo, sólo pasaba de largo a lado de ellos.
—Éste lugar parece sacado de alguna película, ¿no? —Comentó con ironía la muchacha rubia, mientras miraba alrededor todas las personas y tiendas—. Debe de ser muy hermoso en Navidad.
Dan sólo esperaba que no tuvieran que quedarse ahí justamente para averiguar la veracidad de ese último comentario.
El clima era frío, por lo que Abra se cerró su chaqueta de mezclilla y se abrazó a sí misma mientras seguían las indicaciones de Google Maps en el teléfono de su tío para encontrar el hospital. De vez en cuando le llegaba algún pensamiento suelto de la multitud, pero en general había aprendido a blindar su mente, por decirlo de alguna forma, para evitar que aquello la atormentara. Eso le fue de mucha ayuda en la escuela.
Luego de caminar por al menos unas diez cuadras, llegaron ante el edificio de color marrón de cinco pisos del Hawkins Memorial Hospital. Abra lo contempló desde afuera con ciertas reservas.
—¿Seguro que es aquí?
—Google me marca que hay otros tres hospitales o clínicas en el área, pero éste el más grande —indicó Danny, revisando su teléfono—. Es el único que podría tener el equipo necesario para cuidar de pacientes comatoso. Si no la han transferido a Indianápolis mientras veníamos hacia acá, lo más seguro es que esté aquí.
Abra suspiró con cansancio. Si ya no estaba ahí, el viaje de tres horas y media en autobús (sin contar el avión y la noche de hotel), habrían sido por nada. Entrar y al menos preguntar sería su mejor opción de momento.
Ingresaron por la puerta principal de recepción, y en cuanto pusieron un pie adentro el cuerpo de la joven se detuvo abruptamente en su lugar, como si la hubiera oprimido un intenso dolor. Pero no era como tal dolor sino… en realidad no sabría cómo describirlo.
—¿Qué pasa? —Le cuestionó Daniel al darse cuenta que se había detenido—. ¿Sentiste algo?
—No estoy segura… —susurró dudosa, volviéndose a abrazar—. Definitivamente fue una sensación, pero no sé si fue exactamente mala.
Reanudó su marcha un poco después como si nada hubiera ocurrido, aunque definitivamente su andar ya no era tan decidido como antes.
Ambos se aproximaron hacia el puesto de la recepcionista Violet, la misma que unas horas antes había tenido aquel incómodo altercado con Charlie McGee, alias Roberta Manders. Cuando ellos llegaron delante de ella, Violet sujetaba entre sus dedos la mitad de una rosquilla rosada, y al parecer masticaba parte de la otra mitad mientras revisaba su teléfono colocado sobre su mesa de trabajo. Cuando se pararon delante de su lugar, la mujer alzó su mirada hacia ellos, apresurándose a limpiar con algo de vergüenza cualquier rastro de dona que hubiera quedado en sus labios
—Buenos días —saludó Daniel con una cándida sonrisa—. ¿La habitación de la señora… —dudó unos instantes al no recordar el nombre, pero éste le brotó casi de inmediato, quizás por un pequeño empujoncito sutil de su acompañante—, Jane Wheeler?
La actitud de vergüenza de la recepcionista cambió abruptamente a una de sorpresa, seguida después por una seriedad casi agresiva.
—¿También son reporteros? —inquirió con voz seca.
—¿Qué?, no —se apresuró a responder Daniel—. Somos… amigos. Venimos de muy lejos para verla, a ella y a su familia.
Violet entrecerró sus ojos, mirando atentamente a aquel hombre alto y apuesto, con rastros de barba a medio crecer, que en realidad no se veía nada mal. Luego de unos instantes, la mujer se cruzó de brazos y se inclinó por completo contra el respaldo de su silla sin quitarle la mirada de encima.
—No lo creo —musitó de pronto con voz de regaño, dejando un tanto perplejos a los dos visitantes.
—¿Disculpe? —Soltó Abra casi ofendida.
—Ya hay demasiada gente arriba. Tendrán que esperar a que alguien de la familia y el médico encargado lo autoricen.
—Oiga, ¿sí escuchó que venimos de muy lejos? —Espetó Abra, dejando salir sin querer su tono más agresivo, que Dan reconoció muy bien.
—Abra, por favor —intervino el cuidador, tomando a su sobrina de los hombros e intentando apartarla un poco del puesto. La chica dio unos pasos hacia atrás, pero mirando aún moleta a aquella mujer. Dan se portó más tranquilo, y volvió a sonreírle como antes—. Escuche, viajamos desde New Hampshire en cuanto nos enteramos de lo sucedido. Estamos cansados, y enserio nos gustaría poder ver a la señora Wheeler lo antes posible. ¿Habrá alguna forma de arreglarlo?
—¿Usted también me quiere sobornar acaso? —soltó de golpe Violet, destanteando por completo al hombre delante de ella.
—Yo no dije tal cosa… —balbuceó un tanto perdido—. ¿Y cómo que también…?
—Estoy cansada de que piensen que las reglas están aquí de adorno —declaró Violet, interrumpiendo su alegato—. Esto no es un patio de recreos, es un hospital. Así que siéntese, y espere a que un miembro de la familia, de preferencia el señor Wheeler, y el médico encargado autoricen que pueden pasar. Mientras tanto, no me moleste.
Y sin más, volvió a su dona y a su teléfono, su versión un tanto más ligera de cerrarle la puerta en la cara, supuso Daniel. ¿Desde cuándo estaba permitido que un miembro del personal de un hospital tratara así a los visitantes? Por sus palabras, Daniel supuso que acababa de tener una mala experiencia con alguien (¿un reportero que intentó sobornarla?), así que quiso ponerse en su lugar; algo que la impaciencia de Abra no parecía querer hacer.
—Un momento, por favor —le indicó a la recepcionista y entonces se volvió de nuevo a su sobrina, inclinándose hacia ella—. Al menos eso significa que sí sigue aquí. Déjame ver si puedo convencerla.
—Usa el encanto Torrance, tío —musitó la joven, y Danny no supo si acaso eso era sarcasmo. Como fuera sólo le sonrió y se volvió de nuevo a la recepcionista, que parecía empecinada en ignorarlos—. Escuche, yo trabajo en una casa de cuidados paliativos. No soy como tal un enfermero y mucho menos un doctor, pero sé cómo es esto…
Mientras Daniel hablaba con la mujer. Abra, impaciente y un tanto molesta, se cruzó de brazos y se giró a ver alrededor. Las palabras de su tío se fueron perdiendo, hasta ser sólo un lejano sonido de fondo. Su atención se viró entonces hacia la puerta, por la cual un segundo después ingresaron un hombre y una joven. Abra no les puso mucha atención, y estuvo a punto de virarse hacia otro lado, hasta que estuvieron lo suficientemente cerca para que pudiera verlos mejor, o más específicamente a la joven. Era de su misma edad, cabello castaño rizado, piel blanca y ojos cafés con mirada soñolienta puesta en el piso.
La respiración de Abra casi de cortó de pronto, y se olvidó por un momento del cansancio, del enojo o el apuro. Sólo se centró de aquella chica… que estaba más que segura ya había visto antes, en aquella visión que tuvo de la señora Wheeler. Era aquella chica… Pudo verla y escucharla gritar claramente: ¡No!, ¡déjala! ¡¡Deja a mi mamá!!, justo como lo había hecho en aquel momento, y de alguna forma había logrado repeler a lo que estaba atacando a su… ¿madre? Por supuesto, era su hija; era prácticamente idénticas.
Al pasar justo delante de ellos, no pasaron a la recepción y parecían querer irse directo a los elevadores. Sin embargo, la chica quizás se dio cuenta de la forma tan poco disimulada en la que la estaba viendo pues se detuvo de golpe y entonces la miró también, un tanto intrigada. Abra dio un respingo al sentirse observada, pero no asustada o nerviosa.
—¿Terry? —le preguntó el hombre alto y fornido que la acompañaba al ver que se había quedado atrás, pero la joven siguió mirando hacia la extraña.
De pronto, Abra no supo exactamente porque lo hizo, pero de su cabeza simplemente se había escapado un pensamiento hacia enfrente, como unas palabras surgiendo de su boca floja sin querer hacerlo.
“Eres tú.”
En ese momento la chica delante de ella se estremeció con sorpresa, y Abra supo que la había captado.
“¿Puedes oírme?”, pensó de nuevo Abra justo después, y no le sorprendió recibir una respuesta.
“¿Quién eres?”, escuchó en su cabeza que sonaba la voz de aquella muchacha.
“Soy Abra… ¿quién eres tú?”
“¿Abra?”
La chica castaña pareció un tanto perpleja unos momentos, pero luego su rostro se iluminó como si hubiera tenido una increíble revelación.
—Abra… —musitó sorprendida, como si no fuera capaz de creerlo. Se le aproximó rápidamente, parándose justo delante de ella, tan cerca que Abra por instinto retrocedió, casi chocando con su tío. Daniel en ese momento se percató de lo que estaba ocurriendo, e interrumpió entonces su charla con la recepcionista para girarse hacia atrás—. Mi mamá te buscaba a ti, ¿no es cierto? —añadió Terry con rapidez.
—Eso creo —susurró la joven de Anniston, no muy convencida—, si tu madre es Jane Wheeler…
—¿Viniste a ayudarla? Puedo sentirlo…
Abra no comprendió. Estaba por preguntarle qué sentía exactamente, pero su respuesta vino por el otro medio.
“Eres increíblemente fuerte, mucho más de lo que yo soy…”
Aquello sorprendió a la chica rubia. ¿Podría darse cuenta de eso con tan sólo verla? Recordó de nuevo a Rose al Chistera, que en efecto parecía bastante capaz de sentir cual de fuerte era su resplandor (o simplemente “vapor” lo llamaría ella), aún a una larga distancia. ¿Era esta chica una rastreadora como ella? No una muy buena, debía decir, sino que se había dado cuenta de su presencia hasta que prácticamente la tuvo enfrente. Aunque claro, ella tampoco lo hizo precisamente.
“¿Puedes ayudar a mi mamá a despertar?”, preguntó Terry un tanto desesperada. Hasta ese momento, tanto Will como Daniel simplemente se habían quedado en silencio, sólo contemplando la escena desde sus respectivas esquinas.
Abra dudó sobre cómo responder a esa pregunta. Ciertamente ese era el plan, pero aún no sabían si acaso aquello estaba dentro de sus capacidades. Así que dio la mejor respuesta que se le vino a la mente:
“Vengo a intentarlo.”
El rostro de Terry se iluminó con emoción. Sin pensárselo mucho, rápidamente la tomó de su mano derecha con la disposición de jalarla hacia el ascensor.
—Ven con nosotros —le pidió la castaña comenzando a avanzar antes de recibir alguna respuesta.
—Hey, espera —intervino Daniel de manera protectora, adelantándose a tomar a Abra de los hombros y jalarla lejos de la extraña, rompiendo su agarre. Abra se dejó llevar, en cualquiera de las dos direcciones.
—No pueden subir —señaló molesta la recepcionista Violet, poniéndose otra vez de pie.
Will se aproximó a la joven Wheeler, un tanto consternado.
—Terry, ¿quiénes son estas personas? —Le preguntó despacio. Sin embargo, la muchacha, entre todo su apuro, no lo escuchó y en su lugar se aproximó apresurada a la recepción, encarando a Violet.
—Ellos son amigos, pueden subir con nosotros —indicó Terry con firmeza.
—Lo siento, Terry —se disculpó Violet un poco apenada—, pero necesito que tu papá y la doctora Mayfield lo autoricen….
—Está bien, son amigos —pronunció de nuevo con gran énfasis en sus palabras. Sus ojos se fijaron firmemente en la mujer—. Pueden subir con nosotros.
La expresión de la recepcionista cambió de pronto a una de profunda confusión, como si de pronto hubiera olvidado incluso en dónde se encontraba. Terry no le quitó la mirada de encima ni un segundo, sin siquiera pestañear. Abra notó esto desde su posición, y supo de inmediato que algo había ocurrido. Su presentimiento se confirmó cuando la recepcionista murmuró a continuación, con voz mecánica como si su boca se moviera sola pero la voz que se escuchara fuera de alguna grabación escondida:
—Sí… son sus amigos… pueden subir con ustedes…
Se sentó entonces de nuevo en su silla, bajando su mirada hacia su celular y sus papeles, sin decir ni hacer nada más, como si todos ese grupo de personas simplemente se hubiera esfumado o nunca hubieran estado ahí.
Terry soltó un profundo alarido como si hubiera estado aguantando la respiración.
—Muchas gracias —susurró con un hilo de voz que revelaba cansancio, y se giró de nuevo hacia los demás.
—¿Estás bien? —le preguntó Abra, ligeramente preocupada.
—Sí… vamos, rápido.
La tomó una vez más de la mano y comenzó a guiarla al elevador con la misma rapidez que antes. Dan esa vez no tuvo oportunidad de detenerlas, y en realidad no estaba seguro si debía hacerlo. En su lugar, se limitó a seguir a su sobrina y a su aparente nueva amiga hacia el elevador. Will igualmente los siguió, un tanto reticente.
“¿La convenciste de dejarnos pasar con tus poderes?” Le preguntó Abra a la castaña, cuando ambas estaban esperando a que llegara el elevador. “¿Eres de las que puede dar empujes?”
“¿Así se le dice?” Pensó Terry un poco curiosa. Aún parecía cansada. “No me gusta mucho hacerlo. Mi mamá me lo prohíbe. Pero era necesario.”
Will y Dan se pararon detrás de las chicas. El primero seguía sin entender nada de lo que había ocurrido, mientras que Daniel se daba una idea, aunque tampoco estaba precisamente muy cómodo con todo eso.
—¿Quiénes son ustedes? —Le preguntó Will de pronto al hombre a su lado, esperando recibir algún tipo de clarificación.
—Dan Torrance —se presentó el cuidador, extendiendo su mano hacia Will, el cual la aceptó con reservas—. Y ella es mi sobrina Abra Stone… —Al mirar de nuevo a las chicas, notó que ambas se miraban y hacían gestos con su caras, aunque sus bocas ni siquiera se abrían. Incluso algunos de esos pensamientos que saltaban de una a la otra, le llegaban fugazmente.
—¿Acaso ellas…? —Susurró Will, mirando también a las dos chicas. Daniel comprendió, incluso sin tener que leer su mente, que él ya sabía o al menos se daba una idea de lo que estaba ocurriendo.
—Están teniendo una conversación privada sin nosotros —bromeó Daniel un poco, aunque Will no rio ni sonrió.
—¿Son de la Fundación?
—¿Fundación? No, somos… —Dan vaciló unos momentos—. Supongo que sí somos amigos, de cierta forma.
El elevador llegó en ese momento y los cuatro ingresaron rápidamente.
Aquello había salido mejor de lo que esperaban. Sin embargo, aún quedaba la parte más difícil de esa visita inesperada.
— — — —
—Tuviste suerte —escuchó Charlie de pronto que Kali le comentaba en el comunicador de su oreja, haciéndola saltar un poco en su silla. Sin darse cuenta, la reportera casi se había quedado dormida. Habían tenido que conducir toda la noche, con sólo algunas horas de sueño entre un turno y otro, así que no se sentía culpable al respecto. Además, no era raro que la gente se durmiera en las salas de estar de los hospitales.
La mujer rubia soltó uno largo bostezo y se estiró un poco intentando hacer desaparecer el letargo. Kali, por su lado, prosiguió con la explicación de porqué tenía suerte exactamente.
—Tuve que buscar en todas las aerolíneas principales a pasajeros que hubieran volado a Portland en las últimas semanas, y compararla con mi base de datos de colaboradores habituales de la Fundación. ¿Tienes idea de cuánto trabajo implicó eso?
—Me lo imagino —musitó Charlie, no con mucho interés en realidad—. ¿Y dio algún fruto, al menos?
—Por eso dije que tienes suerte. Encontré dos nombres: Matilda Honey y Cole Sear.
Charlie terminó de estirarse, soltando un último quejido de dolor que de hecho fue bastante liberador. Los dos nombres que Kali acababa de mencionar resonaron entonces en su mente, principalmente el primero de ellos.
—Matilda… —repitió despacio—. Sí, he oído de ella. Dicen que es la protegida de Eleven; su favorita.
—¿Dónde oíste eso? —cuestionó Kali, incrédula, a lo que Charlie simplemente respondió:
—Por ahí…
Aunque no había tenido contacto directo con Eleven o su fundación en esos años, no por ello había permanecido totalmente ignorante de sus movimientos. Y en los últimos cuatro años, el nombre de Matilda Honey había salido a colación en dos o tres de sus investigaciones al respecto. No tenía en su cabeza los datos precisos, pero le pareció recordar que era una psicóloga o algo parecido, que trataba a los niños psíquicos, y que Eleven parecía tenerle un aprecio muy especial.
—Ellos deben estarse encargando del caso que mencionó Mike —concluyó Charlie con obviedad—. ¿Ambos siguen en Portland?
—Eso no lo sé. Agradece primero que logré dar con sus nombres tan rápido.
—Gracias. Pero ahora, ¿me puedes decir si siguen o no en Portland?
Kali susurró una maldición despacio, que aun así Charlie logró identificar bien. «En el fondo me quieres», pensó la reportera con ironía.
La mujer al otro lado de la línea suspiró con cansancio, y entonces añadió:
—Déjame ver si puedo rastrear sus tarjetas o algo. Sólo por curiosidad, ¿qué piensas hacer si los encuentras? ¿Interrogarlos “tranquilamente”?
Charlie sonrió divertida ante esa agradable forma de preguntarle si acaso tenía pensado torturarlos a cambio de información. Aquello le producía gracia, aunque también le ofendía un poco. No era como si hubiera hecho mucho tal cosa; ese no era su estilo… habitual. No había pensado en hacerlo de esa forma, y ciertamente no tenía mucho interés en hacerlo con dos protegidos de Eleven. Esperaba que si les compartía su interés en encontrar a quién había dañado a su mentora y hacerlo pagar, serían más cooperativos. Pero, ¿y si no?
Su respuesta se quedó a medio camino de salir de su boca, pues en ese momento justo delante de ella pasó apresuradamente justo la persona que estaba esperando: Terry Wheeler, jalando de su mano a otra chica, un poco más alta que ella de cabellos rubios y rizados, y seguidas detrás por dos hombres. Uno de ellos era Will Byers; lo reconoció de inmediato pues lo había visto en algunas revistas de diseño y arquitectura, y sabía que vivía en Soho, aunque se las había arreglado para evitar encontrarse con él de improviso. No porque tuviera un sentimiento negativo hacia Will; de hecho, de la pandilla de Scooby-Doo que eran Mike Wheeler y sus amiguitos, Will era de los que más le agradaban.
El otro hombre que iba con ellos no le pareció familiar, al menos a simple vista pues habían pasado muy rápido. Y fue precisamente eso lo que puso a Charlie en alerta: lo apresurados que habían pasado caminando, casi corriendo.
¿Le habría pasado algo a Jane? La idea la puso bastante tensa.
—Eso ya lo veremos en su momento… —le respondió a Kali luego de un rato, sin pensar mucho, sólo dejando salir la última idea que había tenido anteriormente—. Discúlpame un segundo.
Rápidamente se puso de pie y comenzó a seguirlos a una distancia segura.
— — — —
No hubo ceremonia ni espera alguna en cuanto llegaron delante de la camilla de Eleven. Terry extendió las cortinas hacia los lados y se dirigió apresurada hacia su padre.
—¡Papá! —exclamó con fuerza, casi asustando un poco al señor Wheeler.
—Terry, baja la voz —le indicó Mike con algo de molestia. Notó en ese momento que su hija menor no venía sola. Y no la acompañaba sólo Will, sino dos personas más que no reconoció en lo absoluto, y que mantenían un poco su distancia con cierto pudor—. ¿Quiénes son estás personas? —Les preguntó con irritación, parándose de su silla, pues la reciente visita de Charlie McGee, alias Roberta, lo había puesto un poco paranoico.
—Papá, ella es Abra —le indicó Terry con emoción. Aquel nombre en un inicio no le sonó a Mike, pero eso cambió casi de inmediato.
—¿Abra? —Susurró confundido, mirando fijamente a la jovencita rubia de chaqueta de mezclilla—. ¿La Abra que Jane estaba buscando?
—Eso creo —respondió la extraña, encogiéndose de hombros y sonriendo. Se sintió entonces un tanto más segura para dar un paso adelante y acercarse—. Mucho gusto, señor. Soy Abra Stone. Él es mi tío Dan… —Su mirada se fijó entonces en la mujer en la camilla. Aunque sólo la había visto pocas veces, y nunca frente a frente, la logró reconocer fácilmente—. ¿Ella es la señora Wheeler?
Nadie le respondió, pero en realidad no lo necesitaba; era más una pregunta de cortesía.
Todos pasaron al reducido espacio alrededor de la camilla lo mejor que pudieron, y Will se encargó de cerrar la cortina, esperando que ninguna enfermera notara la cantidad tan poco recomendable de personas que había ahí en esos momentos y los obligaran a salir.
Mike parecía escéptico, y miraba a aquella muchacha con reservas. Recordaba ese nombre, “Abra.” El se lo había mencionado aquella noche, antes de todo lo sucedido…
“Y está relacionado además con otra chica que también podría ser bastante poderosa… demasiado, diría yo… Sólo sé que su nombre es Abra. Logré encontrarla por un momento, pero logró darse cuenta de mi presencia y repelerme.”
Una chica muy poderosa y que necesitaba encontrar; eso era lo que ella había dicho. ¿Realmente era ella esa persona?
—¿Cómo llegaste aquí? —Inquirió Mike, cruzándose de brazos.
—Ella me contactó hace unos días, o algo así —respondió Abra, manteniéndose firme—. Pero me sorprendió y la empujé lejos de mí. Y hace dos noches, pude sentir a la distancia el ataque que le estaban haciendo, y casi me deja en coma como a ella.
—Ella también tiene el Resplandor —añadió Terry, parándose a lado de su nueva amiga—. Por eso mamá la buscaba.
Aquellas palabras (o lo más correcto sería decir “palabra”) hicieron que un marcado asombro se dibujará tanto en el rostro de Abra como en el de Daniel. Ambos voltearon a ver a la joven de rizos castaños al mismo tiempo, y luego se miraron el uno al otro.
—¿Acaso dijiste… Resplandor? —cuestionó Daniel, curioso. Terry asintió.
—Es como mi mamá y sus colaboradores lo llaman. A esto que podemos hacer; estos poderes… o magia.
Abra miró de nuevo a su tío, aunque en esos momentos parecía más de forma acusadora, como si lo acabara de atrapar en alguna mentira.
—Siempre creí que tú lo habías inventado —señaló la joven, entrecerrando un poco los ojos.
—Nunca dije tal cosa —respondió Dan a la defensiva—. A mí me lo dijo por primera vez un hombre hace mucho tiempo, y a él su abuela según recuerdo. Pero nunca había oído a alguien más utilizar ese término. ¿De dónde lo sacaron?, si se puede saber.
Terry pareció querer responder, pero en realidad no tenía ninguna respuesta válida en su cabeza a esa pregunta. Desde que tenía memoria, siempre lo habían nombrado de esa forma: resplandor. Se viró entonces hacia su padre y su tío Will, en busca de algo más de información, pero ambos parecían igualmente en blanco.
—Yo… francamente no lo sé —respondió Will, encogiéndose de hombros—. El comenzó a usarlo hace mucho, mucho tiempo, y todos supongo nos acostumbramos a él. Sólo ella sabe de dónde se le ocurrió.
«Conveniente, sólo la mujer en coma sabe de dónde proviene», se dijo Dan a sí mismo, aunque se arrepintió casi de inmediato de haber pensado tan cosa. No había nada conveniente en un estado así, ni para la persona ni para su familia.
En realidad no tendría por qué molestarle o preocuparle de manera particular que alguien más llamara a lo que tenían con el mismo nombre. Sin embargo, siempre había pensado que aquello era algo proveniente directamente de su antiguo amigo Dick Hallorann y su Abuela Blanca (como él la llamaba). Luego se convirtió en algo de Danny y Abra, de cierta forma heredado de una generación a otra, aunque no estuvieran necesariamente relacionados por sangre, sino por algo más profundo. Por ello, se sentía un poco raro escuchar de pronto a un grupo de extraños llamarlo de esa forma tan repentinamente. Jamás habría pensado el pequeño recelo que algo como eso le causaría.
—¿Qué hacen aquí? —Cuestionó Mike luego de un rato, exteriorizando su preocupación—. ¿Qué desean exactamente?
—Yo… aún no lo sé —respondió Abra cautelosa y comenzó entonces a caminar hacia un lado de la camilla, parándose a la zurda de la Sra. Wheeler para contemplarla de cerca—. Yo creo que ella me estaba pidiendo ayuda aquella noche, y sentí que era mi responsabilidad venir e intentar dársela.
—¿Puedes ayudarla a despertar? —Cuestionó Mike con cierta emoción, provocando que su actitud diera un giro de ciento ochenta grados.
—Puedes hacerlo, ¿cierto? —Comentó Terry con la misma agitación de su padre—. Puedo sentirlo; eres muy poderosa.
Abra se ruborizó un poco al oírla, aunque igualmente sus labios se curvearon en una pequeña sonrisa. Varias personas le daban cumplidos por su buena apariencia o por su inteligencia, pero pocas veces le había tocado que alguien reconociera lo fuerte que era en ese otro ámbito, y lo reconociera como algo positivo. Realmente le agradaba, aunque su tío Dan sintió en ese momento que aquello podría subírsele a la cabeza bastante rápido. Y lo que menos quería que pasara era que comenzara a comportarse de forma inapropiada estando en terreno desconocido.
—Abra, espera —musitó Daniel y entonces se le aproximó a su sobrina—. No te precipites…
La apartó un poco de la camilla y de los demás, aunque en ese reducido espacio no había mucho hacia dónde hacerse. Si querían hablar en privado, tendrían que hacerlo por ese otro medio. Quizás la muchacha que no dejaba de alabar a Abra podría llegar a oír un poco de lo que pensaran, pero confiaba en que no fuera demasiado.
“Esto es algo muy delicado y no lo puedes hacer a la ligera.” Le trasmitió a su sobrina mientras la veía atentamente. Abra pareció un poco confundida por esa repentina advertencia.
“¿Te refieres a intentar despertarla? Tú lo hiciste conmigo y funcionó.”
“Te conozco, y tú a mí. Sabía cómo moverme en tu cabeza, y que tú no me verías como una amenaza.”
Mientras ambos conversaban en el interior de sus cabezas, los otros tres los observaban desde sus posiciones. Y aunque Terry tenía claro lo que ocurría, y Will tenía una idea tras lo ocurrido antes, Mike pareció un tanto más perdido.
—¿Qué están haciendo? —preguntó el señor Wheeler.
—Están hablando entre ellos —le explicó Terry, susurrando despacio para no interrumpirlos
—¿Los dos resplandecen?
—Eso parece. Qué increíble —musitó Terry con fascinación—. Lo están haciendo con tanta naturalidad; nunca había visto a dos telépatas hacerlo así. Los dos son muy poderosos… mi madre estaría muy impresionada si los conociera.
A Mike aquello le pareció interesante, pero no compartía como tal la emoción de su hija. Recordó la otra noche, y cómo El parecía inquieta ante la cantidad de resplandecientes muy poderosos que estaban de repente surgiendo. Y si esos dos lo eran tanto como para sorprender de esa forma a su hija, cuyos poderes iban en camino a ser casi como los de la propia Eleven… ciertamente comenzó a sentirse intranquilo, y supuso que su esposa se sentiría de la misma forma. Pero, si en verdad eran capaces de despertarla…
Por su lado, Abra y Dan siguieron con su conversación, sin percatarse directamente de las impresiones que estaban causando en sus espectadores.
“Pero el interior de la mente de esta mujer es territorio desconocido,” añadió Dan. “No sabemos qué clase de defensas o amenazas puedan existir. Mejor deja que yo lo intenté.”
“Claro que no. Ella me buscaba, me contactó, y cuando la atacaron fue a mí a la que buscó. Creo que ya tenemos un tipo de conexión, y quizás eso me ayude a entrar más fácil, ya que de seguro ella me quiere aquí.”
“Esas son muchas suposiciones. Es muy peligroso, déjamelo a mí.”
“Es igual de peligroso para cualquiera de los dos.”
“Sí, pero yo soy mayor y más experimentado.”
“Querrás decir más viejo y delicado.”
—Oye —soltó de pronto Daniel con su propia voz casi sin darse cuenta, un tanto ofendido por el comentario.
—Sólo bromeo —le respondió Abra, casi riéndose—. Bueno, ¿y qué tal si lo hacemos los dos?
—¿Qué van a hacer? —intervino Mike con desconfianza cuando al fin pudo escucharlos.
—Papá, confía —intervino Terry, colocándose entre su padre y sus invitados.
—¿Confiar?, ni siquiera los conozco, y tú tampoco.
—Mamá la buscaba por una razón.
—Sí, pero ella ni siquiera sabía quién era en realidad. No sabía si podía ser una aliada o una enemiga más.
—¡Yo confío en Abra! —Soltó Terry con algo de fuerza, parándose firme delante de su padre—. Puedo sentirlo… ella puede ayudarnos, papá… por favor…
Los ojos cafés de la joven se tornaron suplicantes mientras miraban fijamente a su padre. Esos ojos, los mismos ojos de Eleven. Mike no podía resistirlos en su esposa, mucho menos en su pequeña hija. Podía ver que realmente sentía lo que decía, pero… ¿cómo podría él compartir el mismo sentimiento?
—Mike —intervino Will, tomando a su viejo amigo del hombro para llamar su atención—. Terry sabe bien leer a las personas, y eso tú lo sabes bien. Ella confía por completo en estas personas, así que confía en sus instintos. Sabes bien de quién los heredó.
Mike se viró hacia su hija, encontrándose de nuevo con aquellos ojos que tanto efecto tenían en él. Estaba desarmado, pero también desesperado. Si había una posibilidad, aunque fuera pequeña de que El despertara y pusiera orden todo ese desastre… Pero, ¿y si se equivocaba?
Se retiró sus lentes y se talló un poco sus ojos con sus dedos.
—Por favor… no le hagan daño —susurró despacio, dejándose caer de sentón de regreso en su silla.
Abra asintió levemente como respuesta a su petición, aunque en realidad no estaba del todo segura de poder cumplirla. Lo que menos deseaba era lastimarla, pero ciertamente lo que ocurriría en esos momentos era totalmente impredecible.
—¿Listo, tío Dan? —le preguntó con firmeza a su acompañante, que igualmente tampoco tenía muchas otras alternativas.
—No lo diría así, pero hagámoslo…
Era de hora de empezar.
Terry, Will y Mike se colocaron de un lado de la cama como meros espectadores, mientras Abra y Dan se quedaban en el otro. Abra tomó firmemente la mano de la mujer de la cama entre las suyas. Su mano se sentía algo fría, pero fuera de ello no sintió en un inicio nada en especial, a diferencia de otras veces que había tocado a otras personas; eso era un mal comienzo. Daniel colocó una mano sobre el hombro de su sobrina y se paró firme a su lado.
—¿Ya sabes qué hacer? —Susurró Daniel despacio.
—Entrar a su palacio mental —respondió Abra—, como lo hice con Rose. Sólo debo… concentrarme…
Abra comenzó a volcar todos sus pensamientos, toda su atención y todo su ser en la mujer delante de él. Intentó usar como base las dos veces anteriores en que habían hecho contacto, aquella primera vez en la sala con Brownie, y luego la otra noche durante el ataque. Intentó concentrarse en su rostro y en su voz, como se veían y oían respectivamente en ambas ocasiones. Repitió también su nombre en su cabeza varias veces: «Jane… Jane… Jane…» Sin embargo, aquel nombre le resultaba un tanto ajeno y distante, como si no fuera el correcto. ¿Cuál era entonces…?
La joven cerró lentamente los ojos, y en su cabeza un pensamiento se iluminó, como una marquesina que de lejos se veía algo borrosa. Sin embargo, al acercarse, pudo distinguir el nombre que aquellas letras de luz deletreaban.
«¿Eleven…?», pensó un tanto confundida, pero lo supo casi de inmediato, como si alguien le hubiera susurrado la respuesta al oído. Su nombre real era Jane, pero no era con el que se sentía identificada. El nombre que ella misma más relacionaba consigo, era ese otro. «Eleven… ¡Eleven!»
— — — —
Los ojos de Abra se abrieron abruptamente de nuevo y observaron con asombro el escenario totalmente negro que la rodeaba. Aquello le resultó bastante familiar, incluido el poco de agua que cubría unos centímetros por encima del suelo debajo de ella. Efectivamente ya había estado ahí antes… sin embargo, algo se sentía un poco diferente. Le pareció sentir un poco de frío, una sensación bastante real para estar sólo en su cabeza.
—De vuelta a este sitio —escuchó musitar a su tío Dan a su lado, y rápidamente se giró para cerciorarse de que en efecto él estaba ahí, visible a pesar de toda la negrura que los rodeaba.
—Tío Dan, sí viniste —señaló la joven con orgullo.
—No iba a dejarte toda la diversión —señaló Dan con ironía, comenzando a andar lentamente por aquel suelo cubierto de agua—. No creo que sea buena señal que el palacio mental de esta mujer sea un área totalmente negra sin nada más.
—No creo que éste sea el sitio que buscamos —respondió Abra, siguiéndolo un poco por detrás. Sin darse cuenta, se había abrazado a sí misma, ocultando sus manos en sus axilas en un intento de mitigar el frío. Su tío se veía bastante normal; ¿era que acaso aquello sólo le afectaba a ella?—. Me parece que esto es más como un lienzo en blanco… o en negro, que ella puede llenar con lo que requiere. Como una mesa de trabajo.
—Puede ser —asintió Dan—. Aunque, ahora que lo mencionas, creo que podría ser más como un área segura en dónde puede eliminar cualquier otra distracción o pensamiento, y así te puedes enfocar en una sola cosa concreta. Mentalmente tengo que poner mi mente en un estado así cuando ocupo detectar algo o alguien, como cuando intenté contactar a Dick cuando era niño, o cuando te busqué a ti luego de que el Cuervo te raptó. Aunque nunca lo había visualizado precisamente como un escenario así.
—Supongo que cada cabeza es diferente —susurró Abra a sus espaldas, pero Dan sintió una punzada de preocupación pues percibió cierta debilidad en aquella voz, como si se susurrara desde un sitio muy lejano.
Dan se detuvo y se viró de regreso hacia su sobrina. Abra siguió avanzando pasando a su lado, encorvada un poco por el frío y con su vista puesta al frente de forma tensa, como si se forzara a sí misma a no bajar la cabeza ni un poco.
—¿Estás bien? —preguntó Dan con inquietud.
—Sí —fue la respuesta corta y directa de la joven, y de inmediato cambió el tema—. ¿Para qué será el agua? ¿Crees que sea provocado por su estado actual o ya desde antes había sido así?
—Quizás tiene algún significado para ella —respondió Dan un tanto inseguro, y entonces prosiguió detrás de Abra, observándola con atención ante cualquier cambio.
Siguieron avanzando por unos minutos, o lo que desde sus perspectivas fueron unos minutos, sin encontrar nada más que oscuridad, similar a cómo había ocurrido la otra noche. Sin embargo, en esa ocasión no parecía que estuvieran realmente acercándose a algo; todo se sentía más a como si estuvieran andando en círculos. El único cambio palpable, sin embargo, fue que Abra comenzó a temblar, y parecía como si cada vez le resultara más difícil seguir avanzando.
—Abra, ¿qué tienes? —cuestionó Dan con apuro y rápidamente se le aproximó, rodeándola con sus brazos. La sensación fría que le provocó en cuanto la tocó fue tan intensa que sintió el impulso de soltarla de inmediato, pero no lo hizo—. Estás helada...
—Algo no está bien —susurró la joven despacio, titubeando—. Mi mente no quiere estar aquí… No sé por qué… pero me dice que me vaya…
—Entonces hazle caso y salgamos.
—¡No! —Espetó con la mayor firmeza que le era posible dado su estado, y entonces se soltó de las manos de su tío para seguir adelante—. Necesitamos seguir…
—Sin saber a dónde vamos, podríamos estar aquí un buen rato —señaló Dan, un tanto como queja—. Quizás hay que afrontar la posibilidad de que realmente aquellos pensamientos que te llegaron fueron lo último, y aquí ya no queda nada más…
—¡Me rehúso a creer eso! —Respondió Abra con frustración sin detenerse—. Si es así, ¿cuál fue el propósito de ser llamada para acá? ¿Por qué estoy aquí?
—¿Empezando porque te fugaste de tu casa y a mí me tocó recibir todos los gritos y reproches de tu madre? No siempre hay un motivo oculto o alguna explicación, Abra. Lo que le ocurrió a esta mujer fue un hecho lamentable, pero quizás realmente no tiene nada que ver contigo, y no hay nada que tú o yo podamos hacer para remediarlo.
—¡¿Entonces por qué me estaba buscando?! —Espetó Abra con cierta molestia, girándose abruptamente hacia él y haciendo que el agua chapoteara a sus pies—. ¿Por qué a mí en específico? Tiene que haber algún motivo, alguna conexión, ¿o no?
—Por lo que escuché, ella buscaba a una Abra. Ni siquiera sabía quién eras tú en realidad. Quizás todo fue sólo una equivocación…
—¿Y buscaba a otra Abra con el Resplandor? Ni tú te crees eso. —La joven se viró en ese momento de regreso al camino y volvió a andar, aún sin rumbo pero con firmeza en cada uno de sus pasos. Volvió también a abrazarse con firmeza y a temblar—. Debe haber algo que pueda hacer… Estas habilidades que tengo no tienen por qué ser sólo para matar y lastimar, ¿cierto? Debería poder hacer algo como esto… debería de poder ayudar a alguien que me necesita…
Aquellas palabras dejaron azorado a Daniel. Era la primera vez que la escuchaba decir eso sobre sus poderes, pero él sabía perfectamente de dónde provenían esos pensamientos.
—Abra, espera —musitó apresurado y se adelantó para rebasarla y clocarse delante de ella y cortarle el paso. Abra bajo la cabeza para no mirarlo, como si se sintiera de cierta forma avergonzada—. ¿Esto es por Rose? Abra, tú no fuiste la única que la mató, o al Cuervo, o a ninguno de esos sujetos. Eso lo hicimos lo dos juntos, yo también estaba ahí. Y se lo merecían por todo el daño que les habían hecho a tantas personas durante siglos.
—¡Ya lo sé! —Espetó la joven con fiereza, y Dan sintió de pronto como todo aquel sitio temblaba un poco y el agua se agitaba—. ¡Me digo a mí misma todo el tiempo que lo que hice estaba justificado!, que lo hice por un bien mayor. Pero eso no es lo que me asusta, eso no es lo que me preocupa… —alzó en ese momento su rostro hacia él, mirándolo con dureza, pero con ligeros rastros de lágrimas que amenazaban con aparecer—. Tú me lo dijiste, que si no aprendía a controlar esta rabia que tengo dentro sería muy fácil que perdiera el control, justo como con Rose. Y lo he intentado, enserio lo he intentado…
—Abra, cálmate por favor —susurró Daniel en voz baja, la cual incluso le llegó a temblar un poco… con miedo.
La joven se agarró su cabeza con fuerza con sus manos y apretó sus ojos fuertemente con frustración. Volvió a temblar, ahora con más fuerza que antes.
—Intenté ir al vertedero como me dijiste, intenté contenerme, calmarme. Pero constantemente tengo estos pensamientos, constantemente estoy tan enojada con tantas personas… y sólo quiero… ¡sólo quiero dejarlo salir!, ¡y aplastar con esta fuerza que tengo a todos los que me molestan! ¡Quiero aplastarlos como lo hice con Rose! Pero, ¡no debo! ¡No quiero…! ¡Ah!
Un temblor más que sacudió todo aquello y Daniel sintió como el mundo daba vueltas, el suelo a sus pies le era retirado como si alguien hubiera jalado abruptamente una alfombra, y su mente entera dio piruetas en el aire…
— — — —
En el mundo físico, Dan se hizo sólo un poco hacia atrás como si alguien lo hubiera empujado a modo de provocación en un bar. Se tambaleó un par de pasos hacia atrás, pero se mantuvo de pie. Sus manos se habían apartado de Abra, y su mente había abandonado por completo el espacio en el que se encontraban hace unos momentos, y regresado a aquel espacio pequeño alrededor de la camilla. No tuvo oportunidad de pensar en lo que había ocurrido, o de intentar volver, o siquiera en reparar en las miradas confundidas de Terry y los otros dos hombres. En ese momento notó que la espalda de la señora Wheeler se arqueaba, alzándose y separándose de la camilla. Sus ojos se abrieron, y su boca igual como queriendo soltar algún grito que en realidad no salió.
—¡Mamá! —Exclamó Terry entre emocionada y asustada. Sin embargo, Mike y Will parecían más lo segundo,
—¡¿Qué está pasando?! —Soltó Mike con aprehensión, mirando a Dan—. ¡¿Eso es normal?!
Daniel no respondió. Podría parecer incluso que estaba reaccionando o despertando, pero él supo que no era así. Aquello era el mismo temblor que lo había sacado de un empujón. Eso era Abra, que seguía de pie a su lado, tomándola de la mano con fuerza y con sus ojos cerrados. Su rostro se veía apacible y tranquilo, pese a la tormenta que se estaba formando en su interior en realidad.
Tenía que pensar rápido y hacer algo. No sabía si podría volver por su cuenta, y simplemente apartar a Abra de la paciente podría causar más daño que bien. Pero, si no lo hacía… ¿qué terminaría haciendo Abra? No entendía siquiera porqué había reaccionado de esa forma. ¿Qué influyó de esa forma en su humor? ¿Qué sintió o vio ahí adentro que él no? ¿Qué la afectó tanto…?
—¿Qué le están haciendo? —Escucharon de pronto como espetaba con fuerza una quinta voz. La mujer rubia totalmente desconocida para Dan (aunque todos ahí lo eran realidad) estaba de pie justo delante de las cortinas abiertas, y miraba horrorizada a la mujer en la camilla.
—¿Roberta? —exclamó Will, un tanto confundido al reconocerla.
—Sal de aquí —le ordenó Mike, pero a la mujer le importó muy poco.
—¿Quiénes son estas personas? —Cuestionó Charlie molesta, y se apresuró rápidamente hacia Abra—. Quítenle las manos de encima…
—Hey, no la toque —exclamó Daniel, y por mero reflejo la tomó de su muñeca y la apartó de Abra antes de que pudiera tomarla. Aquello le hizo ganarse una mirada casi asesina de parte de aquella mujer.
—¡Usted no me toque o no respondo! —le respondió Charlie, jalando su brazo para soltarse de su agarre. Daniel alzó sus manos y retrocedió un poco, indicándole que no tenía intención de tomarla de nuevo.
—Lo lamento, pero le advierto que no debe tocarla ahora. Es por su seguridad y de la Sra. Wheeler.
—¡¿Eso es por su seguridad?! —Señaló al cuerpo de Eleven que seguía erguido en esa posición de arco que parecía casi imposible.
—Ellos vienen a ayudar a mi mamá —intervino Terry ferviente, parándose delante de Abra, cubriéndola con su cuerpo para que no se le acercara—. ¿Quién es usted?
La actitud beligerante de Charlie menguó en cuanto aquella muchacha la miró fijamente y encima le habló; incluso su voz era muy similar a la de la joven Eleven. La mujer de chaqueta de cuero vaciló, incluso retrocediendo un poco como si se sintiera intimidada.
—Yo… soy… —balbuceó un poco queriendo responder, pero en realidad no tenía nada concreto para decir. ¿Qué le podría decir a esa chica sobre quién era en realidad? Aquello era una historia muy larga, y definitivamente ese no era ni el sitio ni el momento. Por suerte, no tuvo realmente que decir nada.
Los ojos de Abra se abrieron de golpe, seguido por un fuerte quejido de dolor, similar a como si le hubieran apuñalado el estómago. Aquello llamó rápidamente la atención de todos, que la voltearon a ver expectantes. La joven se dobló un poco hacia adelante, como si realmente le doliera, pero luego se apartó de Eleven dos pasos, soltando sus manos con apuro como si éstas le quemaran. Justo cuando la soltó, el cuerpo de Jane volvió de inmediato a la normalidad, dejándose caer a la camilla y quedándose tan tranquila como un momento antes; como si no hubiera pasado nada.
Mientras Mike y Will se acercaban a su amiga para revisarla lo mejor que podían, Charlie, Terry, y sobre todo Dan, tenían su atención puesta en Abra. Ésta estaba de pie, fija y tiesa en su sitio, mirando fijamente la camilla y a la mujer sobre ésta. Dan se acercó cauteloso y logró entonces mirarla mejor. Y lo que vio en su rostro simplemente lo congeló, y un sentimiento similar se reflejó igualmente en Charlie y en Terry.
Los ojos de Abra Stone estaban lo más abiertos que podrían haber estado, y temblaban, al igual que sus labios. Toda ella, desde su expresión hasta su postura, estaba inundada de un profundo y tangible… terror, uno de esos tan intensos que sólo te provoca hacer dos cosas: quedarte totalmente paralizado, o correr despavorido; ella parecía estar fluctuando entre ambas opciones.
—No… No… —murmuró de pronto con un hilo de voz apenas audible. Comenzó entonces a retroceder torpemente, casi tropezándose con sus propios pies—. Oh, Dios… No… No… —Se encontró entonces con la cortina que los rodeaba, y su primera reacción fue dar un salto de espanto al sentirla. Se giró y comenzó a manotear, intentando apartar la tela azul de ella—. ¡No!, ¡no! ¡¡NO!!
Como pudo, se abrió paso entre la cortina, teniendo incluso que alzarla para pasar por debajo de ella, llegando a la camilla continúa. En cuánto sintió aunque fuera un poco de libertad, comenzó ahora sí a correr, alejándose hacia la salida de esa área, sin importarle que tuviera que empujar a alguna enfermera o doctor en el proceso.
Todos se quedaron atónitos al ver esto, incluso el propio Dan que tardó unos segundos en lograr reaccionar.
—¡Abra!, ¡¿qué pasa?! —Espetó casi asustado, y rápidamente salió por la abertura correcta de la cortina y corrió detrás de ella, aunque con un paso más moderado debido al sitio en el que se encontraba.
—¿Qué pasó? —musitó Will, exteriorizando lo que todos los demás pensaban, y por lo mismo ninguno tenía como tal una respuesta.
Charlie fue la única que tomó la iniciativa, y rápidamente siguió a Daniel con paso firme y apresurado. Terry fue la siguiente en tomar también esa decisión, pero su padre la detuvo.
—Terry, no vayas —le ordenó Mike Wheeler con autoridad, haciendo que se parara en seco antes de salir.
—Pero…
—Quédate aquí con tu mamá y no te muevas —dijo su padre con el mismo tono que antes y él mismo salió del área de la camilla pasando a un lado de su hija—. Buscaré a Max para que la revise. No dejen que ninguno de esos tres se vuelva a acercar.
—Lo que tú digas, Mike —asintió Will, y entonces Mike se retiró notoriamente furioso a hacer justo lo que había dicho.
Terry, por su lado, dudó sobre qué hacer.
—Será mejor que le hagas caso a tu papá —le advirtió Will—. Tiene muchas preocupaciones en estos momentos, será mejor que no le des más.
La muchacha suspiró con resignación y se aproximó de nuevo a la camilla, tomando la misma mano que Abra había estado tomando hace unos momentos, y de nuevo no sintiendo nada en lo absoluto al hacerlo.
—¿Quién era esa mujer? —le preguntó de pronto a su tío Will, mirándolo curiosa—. La llamaste por su nombre, ¿verdad?
—Algo así —respondió Will un tanto inseguro, pues aquel no había sido precisamente su nombre real, sino como todos se habían acostumbrado a llamarla pues así la habían conocido en un inicio. Se permitió entonces sentarse en la silla de Mike, y lo que se le ocurrió decir fue lo mismo que la propia Charlie había pensado hace unos momentos—: es una larga historia…
— — — —
Conforme Abra se alejaba de aquel sitio, su andar se iba reduciéndose también. Era como si mientras más distancia tuviera con aquella camilla y la mujer en ella, más tranquila se sintiera, aunque “tranquila” no era la palabra que ella usaría. Sin embargo, sí logró detenerse, justo a la mitad de una sala de espera en esos momentos relativamente sola, a excepción de dos personas que no repararon en lo absoluto en ella.
Abra se apoyó en sus rodillas e inclinó su cuerpo al frente, respirando tan agitada como si acabara de terminar de correr un maratón. El pecho le brincaba, y todo el cuerpo le volvió a temblar aunque no tuviera frío. Sin darse cuenta, su mano derecha comenzó a tallarse nerviosamente contra sus labios con algo de fuerza, hasta incluso lastimárselos un poco.
Se aproximó casi arrastrando los pies a la silla más alejada de las otras dos personas ahí presentes, y se dejó caer en ésta. Se cubrió su rostro con ambas manos e inclinó un poco el cuerpo al frente como si estuviera llorando, aunque en realidad no lo estaba haciendo; al menos, no con lágrimas. En su mente sólo seguía repitiendo lo mismo que había dicho en aquel momento cuando logró reaccionar: «No, no, no… Dios mío, ¿por qué? Por favor… No…»
—Abra —escuchó la voz de su tío Dan a su lado, pero en lugar de tranquilizarla lo que hizo fue alterarla aún más. Dio un respingo de miedo, en su silla, y se viró hacia él respirando agitadamente. Dan pareció también asustarse al verla—. ¿Qué te pasa?, estás pálida. Nunca te había visto así.
—¡¿Por qué me dejaste sola?! —Le recriminó con algo de fuerza, inevitablemente llamando la atención de las demás personas—. ¡Tú debías estar ahí a mi lado! ¡¿A dónde fuiste?!
Dan se puso un poco nervioso. Se viró hacia los otros dos, alzando en ese momento su mano hacia ellos para indicarles que todo estaba bien. Pasó entonces a sentarse a un lado de su sobrina para que pudiera hablar con más calma.
En ese momento ninguno de los dos se dio cuenta, pero Charlie ya se había aproximado también a ese punto, aunque al distinguirlos y escuchar aquellos pequeños gritos por parte de la muchacha, optó por ocultarse rápidamente detrás de una esquina, bastante cerca de donde ellos se encontraban sentados. Con su espalda pegada a la pared, agudizó su oído de reportera y escuchó atentamente.
—Lo siento, no sé qué pasó —le respondió Dan despacio, aunque en realidad eso no era del todo cierto. Tenía la sospecha de que ella lo había empujado afuera, aunque de seguro no se había dado cuenta—. Pero, ¿qué viste? ¿Qué fue lo que te asustó tanto?
—A mí nada me asusta —respondió Abra a la defensiva, bastante más que de costumbre. En ese momento, comenzó a tallarse nerviosamente sus labios de nuevo con una mano, un gesto que a Daniel le resultó dolorosamente familiar.
—Parece que esto sí. ¿Qué ocurrió? ¿Qué me estás ocultando?
Abra lo siguió mirando intensamente, casi con enojo o incluso odio, mientras su mano seguía moviéndose sobre su boca. Daniel realmente temió que por un momento fuera hacer algo indebido, pero al parecer se logró contener al último momento antes de hacer tal cosa. En su lugar, de sus labios surgió un pesado y casi agotador suspiro, y volvió a inclinarse al frente cubriéndose su rostro con sus manos.
—No es una coincidencia que estemos aquí, tío Dan —susurró despacio de pronto, como si le doliera el tener que decirlo—. Esto fue una trampa… Fui una tonta, debí haberte escuchado, y a mi mamá. —Lo miró una vez más, pero ahora se notaba bastante apuro adicionado a su miedo—. Debemos de irnos, rápido…
Se puso de pie abruptamente con la clara disposición de dirigirse al ascensor.
—Espera —le detuvo Daniel, tomándola de su muñeca—. Tranquilízate sólo un segundo y respira, ¿sí? —Con delicadeza la guio de regreso a su silla, y Abra se sentó de nuevo aunque a regañadientes—. ¿Qué es lo que ocurre realmente?
La joven comenzó a respirar lentamente por la nariz y a intentar calmarse lo más que pudiera, que no era mucho en realidad. Una vez que lo logró, lo miró de nuevo con un poco más de firmeza en su semblante, y sin más rodeos lo dijo:
—Sé quién atacó a la señora Wheeler —soltó de pronto, y tanto Daniel como Charlie, que los escuchaba a escondidas, se sobresaltaron sorprendidos al oír tal declaración—. Yo lo conozco. Y si él está involucrado… Esto es mucho más peligroso de lo que tú o mis padres creían… Estamos en un grave problema, tío Dan…
FIN DEL CAPÍTULO 59
Notas del Autor:
—Aquellos que sólo hayan visto la película de Doctor Sleep o Doctor Sueño, quizás algunas de las cosas mostradas en este capítulo con respecto a Abra les resulte un tanto confusas, así que déjenme explicarles un poco. En la novela original, sobre todo en su parte final, se toca el tema de los problemas de ira que tiene Abra, que Daniel insinúa podrían haber sido heredados de la parte de su parte de la familia. Dan hace alusión al padre de Jack Torrance, Jack, y él mismo como ejemplos de esto. Por su parte, Abra, tras el enfrentamiento final con Rose en el que ella tuvo una participación mucho mayor en su desenlace, comienza a sentirse algo culpable con respecto a lo sucedido. No por haber matado a Rose en sí, sino por haberlo disfrutado tanto. Dejan entrever de esta forma que Abra tiene miedo de perder el control de su ira, y por lo tanto de sus poderes, un miedo con el que ha intentado lidiar desde aquel entonces. Éste será un tema que se tocará seguido en los capítulos que involucren a este personaje.
#Danny Torrance#abra stone#The Shining#doctor sleep#mike wheeler#will byres#jane hopper#Jane Wheeler#eleven#stranger things#Charlie McGee#firestarter#resplandor entre tinieblas#wingzemonx#fanfic
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La Bruja
La mariposa revoloteaba sobre una joven de cabello rubio, yo era la mariposa, yo era la joven. Era las dos y a la vez ninguna. Mi ser parecía fundirse en aquella imagen. Y entonces comencé a recordar.
En mis últimos días de vida ya no tenía fuerzas para levantarme. Estaba tendida sobre una cama blanca, en una clínica, cuidada por doctores y enfermeras a los que veía desde una bruma, a los que oía como si hablaran muy lejos de mí. Una vez me pareció ver a una mariposa roja entrando por la ventana. Mi madre, tomando mi mano con fuerza me mostraba una expresión preocupada y me recordaba esos tiempos cuando sólo era una niña, en cama por un resfriado, ella me miraba con aquel mismo rostro.
Y entonces recordaba el sabor de la leche de chocolate caliente que tomábamos al desayuno cuando nos despertábamos tarde el fin de semana. Recordaba mi habitación llena de muñecas con los cabellos revueltos y las ropas tiradas por el piso. Recordaba las teclas de un piano bajo mis dedos, cuando intentaba aprender a tocarlo en la vieja sala de música del colegio. Invadida por una repentina nostalgia quería llorar. Yo sabía que el semestre ya había comenzado, pero estaba bien ¿no? iría después a la Universidad, cuando me pusiera bien. No necesitaba evocar recuerdos del pasado, no necesitaba llorar.
Estaba tan asustada, me asustaba el médico cuando meneaba la cabeza, apesadumbrado, hacia la enfermera, creyendo que yo no lo veía. Me asustaban las palabras cariñosas de mi madre y las miradas condescendientes de los parientes que aparecían de vez en cuando para quedarse a mi lado un ratito. Yo no iba a salir de ahí, no con vida, me daba cuento de ello.
Pero yo era también la mariposa roja, una mariposa que había deseado cometer un crimen. Los recuerdos se volvían difusos en ese punto. Recuerdos vagos de volar entre un plano y otro de la vida y la muerte, con alas traslúcidas, yo no era una mariposa viva, era el fantasma de una mariposa, sin color y sin consciencia de un yo auténtico ¿Cuándo fue que yo, como mariposa, comencé a sentir que era un ser por si mismo? No lo recuerdo. Pero si recuerdo mis alas fantasmales volverse rojas cuando probé el sabor de la sangre por primera vez.
En algún punto entre lo real y lo irreal, sobrevolé un campo de calabazas rojas en el jardín de la casa de una bruja. La bruja me recibía, sabía que yo era un fantasma, me veía y me dejaba posarme en sus calabazas. Y sus calabazas eran espantosas, con rostros tallados que expresaban angustia, la angustia de la muerte. Yo bebía de las calabazas un sabor amargo ¿Qué clase de hechizo tenían esas calabazas? No lo sé. Pero estaban llenas de sangre humana ¿Qué ritos macabros se llevaban a cabo en aquel jardín? Quizá lo supe, quizá no. La vaga imagen de aquella bruja, una criatura siniestra de cabellos rojos, danzando en su macabro jardín de la muerte recorre mis sueños. La mariposa que fui deseó entonces convertirse en humana, como aquella bruja. Ella desplegaba unas alas rojas, de mariposa, como las mías, las desplegaba desde su espalda y volaba, y cantaba. Su voz aguda era espeluznante.
Pese al terror que podía provocar yo la amaba, amaba posarme en sus manos y observar sus ojos, que eran rojos. Ella era una mariposa como yo, pero era una mariposa convertida en humana. Ella podía tocarme con sus dedos delgados, podía hablar en un lenguaje misterioso. Ella podía hacer cosas que una mariposa jamás podría, sentir y pensar y vivir cosas que sólo un humano puede vivir. Y eso era lo que yo deseaba. Se lo expresaba, pero la bruja me miraba con tristeza.
Me hablaba del pecado, del crimen, del horror. Me hablaba de sabores amargos y de la pérdida absoluta de la identidad. Pero en cierta ocasión, rendida al darse cuenta de que ninguna de sus palabras podía disuadirme en mis deseos, me dejó sola. Me advirtió que, si nos volvíamos a ver, yo ya no existiría.
Sin embargo esas advertencias no me importaron cuando empecé a acechar a la bella joven de ojos celestes. Nada me importó cuando me colaba por su ventana mientras ella dormía. Mi naturaleza inmaterial me permitía atravesar su piel, fortalecida por haberme alimentado ya antes de sangre humana. Podía succionar su sangre. Le causé una leve herida al hacerlo, algo así como un pinchazo. Las primeras noches apenas bebí. Las siguientes tenía fuerzas para beber más y más.
Y yo era esa humana que moría lentamente, enferma, sin saber que me asechaba el más insignificante de los fantasmas.
En mis últimos días como humana soñé con una mariposa roja, y fallecí mientras oía una casi imperceptible voz en mis oídos y entonces soñé que yo era una mariposa que había sobrevolado jardines de flores y rosas y un jardín de calabazas habitado por una espantoso ser de pesadillas, una bruja grotesca de cabello rojo.
Ahora lo entiendo. La mariposa cometió un crimen. Yo era su crimen. Fui asesinada por un ser que fue embrujado. Una bruja, en una realidad tan alejada de la que puedo concebir que no alcanzo a comprender del todo, maldijo a una mariposa en ritos de sangre y muerte, provocándole pensamientos humanos, deseos humanos. Y ella me asesinó succionando lentamente mi sangre, como un vampiro, deseando fundirse con mi ser, deseando convertirse en mí.
Y lo logró, se fundió conmigo y en un vampiro me he convertido. Pero la mariposa desapareció, ella provocó mi muerte y yo provoqué la suya. La devoré en sueños, sus recuerdos viven en mí, pero ella, que ya estaba muerta, ha muerto de nuevo. Ya no existe. Yo no soy esa mariposa.
El sueño iba a terminar. Lo sentía y sentía como los recuerdos se iban junto al sueño. Apreté con fuerza los párpados ¿cuántas veces había soñado lo mismo?
No olvidar, no debía olvidar.
Sin abrir los ojos tanteé torpemente la tapa de mi ataúd y salí de allí, salí del mausoleo. Corrí torpemente entre las tumbas, hasta las oficinas, si, sabía dónde estaban.
Deseaba escribir el sueño, antes de olvidarlo. Deseaba escribir todo lo que he escrito hasta ahora.
¿Ha sido todo un sueño? ¿Me he vuelto loca?
En mi tumba está escrito el nombre de Marietta. Mi nombre es Marietta. Yo soy Marietta.
Marietta, que he muerto, que he muerto y he despertado y soy un vampiro, un vampiro incapaz de sentir lo que alguna vez sentí siendo humana, incapaz de conectar conmigo misma, que ha soñado que fue una mariposa que deseó ser humana y se apoderó de una humana. De mí. De la humana que fui alguna vez.
Había terminado de escribir cuando alguien se acercó. Otro guardia ¿no? No importaba, en estos tiempos nadie sospecharía que hay una muerta que se levanta de la tumba para matar en el cementerio. Yo estaba a salvo. Yo no sentía ningún apego moral, ya lo había hecho antes y volvería a hacerlo. Me sentí triste, muy triste.
Pero no era ningún guardia, era una niña, no debía tener más de trece años. El olor de esa niña me desconcertó. El olor de su sangre no era igual que el del resto de mis víctimas. La niña vestía de negro, un vestido que le llegaba poco más debajo de las rodillas, con un toque elegante y anticuado entre encajes y lazos. De su cabeza, cubierta por un sombrero de ala ancha que me impedía ver sus ojos, revoloteaban rizos de un intenso color rojo.
Tuve miedo. Un miedo diferente al miedo que me provocaba mi propia falta de humanidad.
Con un gesto me indicó que siguiera escribiendo y he continuado.
Levantó su cabeza, permitiéndome ver sus ojos y recordé entonces porque me había parecido tan espeluznante en el sueño. Unos ojos espantosos, enormes y rojos me miraban desde la cara de esa niña. Su expresión era triste.
Me pidió perdón con su voz aguda. Nunca quiso que sus hechizos destruyeran a una pobre humana inocente, ni tampoco a la pequeña mariposa de su jardín. La oí sollozar mientras bajaba la cabeza, volviendo a cubrir sus ojos.
Yo no supe entonces que sentir. Ella maldijo a la mariposa con sus hechizos extraños, pero ella no era mi asesina, no pude odiarla. Quería entenderla, quería entender lo que era la muerte. Le pregunté los secretos de sus rituales macabros.
Ella no contestó, simplemente se fue. Tan silenciosamente que pareciera que sólo fue una ilusión el verla.
He vuelto a asesinar esta noche, he matado para alimentarme y, antes de retirarme con la luz del día, he mirado por sobre mi hombro esperando ver a la bruja nuevamente. Pero no la he visto. Escribo estas últimas líneas con preguntas inquietantes en mi alma. Yo soy un monstruo, pero apenas soy uno en un mundo que parece albergar misterios y criaturas de pesadilla que jamás imaginé que podían ser reales.
Yo, que he asesinado ya a tantas personas, no existiría como la abominación que soy de no ser por una cadena que se inició sin intención aparente, a partir de una criatura tan pequeña que se topó con un ser misterioso y como una bola de nieve se hizo más grande, más y más hasta terminar así. Me hace preguntarme cuantos horrores habrá, qué tan terribles serán... Y me pregunto por qué justo esta noche pude recordar, entre tantas noches torturándome, justo la misma noche en que ella estaba aquí. No creo que sea una coincidencia.
¿Fue ella? Quizá quiera algo de mí, ella vino por mí ¿Vino a pedir perdón y nada más?
El día se acerca y ya debo ir a dormir.
No sé si despertaré la próxima noche. Confieso que este miedo es emocionante, llevaba mucho sin poder sentir una emoción tan intensa.
Próximamente el último capitulo de esta pequeña historia.
Para leer en orden: https://www.wattpad.com/story/170165128-el-sue%C3%B1o-de-la-mariposa
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3. Paseo, La China, Dulce. Mis viejos.
El recorrido fue: Hospital Fernández, Hospital Franchín, ansiolítico, Clínica Psiquiátrica. Ahí iba yo en el asientito de la ambulancia, todavía temblando y moviendo la patita para canalizar toda esa ansiedad que sentía. El enfermero a cargo mío era un pibe brasileño simpatiquísimo,; se notaba el esfuerzo que hacía para intentar que yo me relaje. No necesariamente hablandome a mí, también le hablaba a mi custodio, La China Molina. Queridx, si hay una piba hermosa en este mundo esa es La China. Más linda que la China Suárez. Simpática, macanuda, compañera, hermosa, hermosa, hermosa. No lo culpo al brazuca, cómo no aprovechar para hablarle a La China!. Hasta yo en algún momento pensé “Rescatate un toque y hablale, mirá toda la buena onda que está tirando para que vos te sientas mejor”. Si alguna vez leés esto: Gracias China, desde el fondo de mi alma, gracias. Por distraerme y hacerme sentir menos miserable y sacarme la primera sonrisa (de varias) de ese horroroso día. Además de cuidarme para que no me escapara corriendo, obvio. Ese era tu trabajo en realidad. Qué hubiera pasado si no me tocaba La China de custodio... Probablemente hubiera tenido otrx custodio que hubiera pensado en suicidarse en cierto momento de su vida. China Molina tuvo su momento oscuro también, y, como me fui dando cuenta a lo largo de todo este tiempo, hay millones de almas que aparentan normalidad y felicidad pero se mueren por morirse. El relevo de La China era Dulce, otra piba más que pensó en matarse. “No lo hice por mis hermanos” me dijo. Se criaron cuidándose entre sí, ella estudió y hoy es oficial de policía de la ciudad. Hace honor a su nombre, qué piba mas dulce y copada es Dulce! La extraño un poco, ojalá pudiera hacerle saber que estoy mejor que ese día fatídico. También me cagué de risa con ella y me mostró su tatuaje de Los Peces del Infierno. Una genia. Ya estabamos hartas las dos de esperar en el hospital Franchín y hablamos banda, nos hicimos amigas. La estimo muchísimo y para siempre. Gracias Dulce. A esta altura ya estaba con mis viejos. Hablé con el psiquiatra, ansiolítico, ambulancia, autopista, Munro: Clínica Psiquiátrica. Lxs 4 juntos. Abrieron la puerta de la clinica, me revisaron para sacarme cualquier cosa con la que pudiera matarme/autolesionarme y me ingresaron. Llegué a ver a mis viejos del otro lado de la puerta y a Dulce. No pude despedirme. Me dolió. Muchísimo me dolió. Me cerraron la puerta y no les pude volver a pedir perdón a mis viejos ni decirles cuánto los amaba ni decirle gracias por todo a Dulce. Me cerraron la puerta y ellxs quedaron del otro lado. Y acá, de este lado quedé yo, autista, cerrada, arisca, triste, deprimida, desorientada (estaba en Munro y me enteré al día siguiente) con las palabras en la garganta y las ganas de llorar ahorcándome. Y rodeada de locos. Literal. Me senté solita en una mesa de lo que era el comedor, porque después de revisarme me dejaron ahí. Solita. Me encaramé en una silla apartada, me puse la capucha y miré al piso.
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Hace cuatro días exactamente, iba en camino a donde vivo después del trabajo como de costumbre. No pensaba nada en particular, solo escuchaba musica y veía por la ventana como todo iba quedando atrás. Había tráfico, lo cual es normal. Entonces pasó. Sentí una vibración extraña debajo de mis pies, a lo lejos, escuchaba el eco del sonido de un tren. Mi pulso se aceleró y miré a mi alrededor retirando los auriculares de mis oídos. Las personas que iban en el bus corrían desesperadas hacia la puerta, gritaban al conductor que les permitiera bajar, todas mis alarmas se dispararon, me levanté como pude y logré observar por el vidrio opuesto una luz que titilaba y se acercaba cada vez más, un poco oculta por otro bus que también se encontraba en medio del carril, con otro montón de personas que incluso, pretendían salir por las ventanas. No sé cuanto tiempo estuve en shock, ni cuantos minutos estuvimos ahí corriendo el peligro de morir. Sé que mi cabeza daba vueltas, que no lograba pensar en algo concreto, mi familia venia a mi cabeza, me esperaban en casa, y yo estaba aquí... Atrapada en medio de una vía que atravesaba el tren. Todos lloraban y lanzaban insultos al chofer, a éste no parecía interesarle siquiera su propia vida. Solo balbuceó un par de palabras, algo acerca de la calma y que no iba a abrir las puertas. Una sensación que no soy capaz de explicar se apoderó de mi, recuerdo que ya esperaba el impacto y solo pensé: "Dios mío, por favor, no lo permitas". El bus avanzó lo suficiente para que el tren pasara enseguida tras nosotros. El pánico no abandonaba a ninguno de los pasajeros, menos a mi. Me fui al fondo, había perdido mi asiento, mientras todos lloraban, gritaban, discutían... Mis ojos se perdían en el limbo. Recuerdo haber escuchado que el tren hizo el intento de frenar, y que por este motivo, nos dio tiempo de salir del medio. Tome asiento, lágrimas caían, una mujer muy especial hablaba sobre la oportunidad que Dios nos había dado, nadie parecía escucharla verdaderamente, pero yo... Sabia que el mensaje era para mi, sabia que era conmigo. Yo ya la conocía. La había visto un par de veces, ya que, recorremos el mismo trayecto hacia el distrito donde trabajamos. Es otra Venezolana que como yo, y como muchas otras, cada día hace hasta lo imposible por convencerse de que todo estará bien, que hay que seguir luchando, aún cuando solo queramos cerrar los ojos y volver a nuestro pais, con nuestra gente. Desde la otra hilera de asientos, me preguntaba por mi mamá, le respondí que no había ido a trabajar ese día, ella me decía que todo iba a estar bien, que las cosas siempre pasan por algo, que no me preocupara. Yo daba gracias a Dios de que me encontrara sola, habría sido terrible que mi mamá presenciara algo así... Las palabras de esa mujer me hacían añicos el corazón. Comencé a sollozar y llorar. Todo el camino hablaron de lo sucedido. No dejé de preguntarme: "¿Por qué?" ¿Por qué Dios me había salvado? ¿Que se supone que no estoy viendo? ¿Que estoy ignorando? Cada uno, viene con su propósito a este mundo. Sea cual sea, ese propósito siempre se cumple, de alguna manera. Pero, ¿cual es el mío? No es la primera vez que pienso en esto, tengo miedo de estar desperdiciando una bendición muy grande. ¿Cuantas personas más habrán por ahí... Sin percatarse de la oportunidad que Dios les regala cada mañana? Joder, en algún momento de la historia, todos, absolutamente todos, hemos cometido el absurdo de pronunciar frases como: "me quiero morir" cuando en realidad, seamos sinceros, la mayoría de las veces, no es lo que deseamos. Quiero vivir, quiero entender porqué he tenido tanto privilegio, quiero hacer algo con este precioso regalo, necesito romper el hielo, reaccionar... Los que me conocen, saben que no miento cuando digo que, esta es la cuarta vez que Dios me salva de abandonar la vida. Para comenzar, estuve a punto de no nacer, me dejaron mas tiempo del debido en el vientre de mi mamá, pasé unos cuantos minutos sin respirar, no lloré. Los médicos creyeron que había nacido muerta. Pero, poco después, finalmente, lo hice, inicié el conteo en el reloj de mi vida. Años más tarde, a unos meses de perder a mi papá en manos del cáncer, tuvieron que operarme de la vesícula, debido a que, había tenido una muy mala alimentación. Creo que la depresión me llevó a comer dulces y cosas dañinas descontroladamente, admito que tuve la culpa. Antes de ingresar a quirófano, mi mamá me miro y me dijo: "Si quieres llorar, hazlo". Eso, obviamente fue como pulsar el botón de la desesperación. ¿Saben cuántas jodidas veces me encontré en una clínica por aquellos años? Había conocido enfermedad, virus, descontrol, impotencia y muerte, todo a raíz de lo sucedido con mi papá. Hubo un tiempo en que los hospitales y las clínicas se volvieron parte de mi, el área de enfermería y los médicos me conocían incluso. ¿Piensan que eso me preparó para ese momento? Pues, yo no. Me sentía totalmente perdida, angustiada, al borde de un colapso. Pero, me hice la fuerte, tal como el día en que mi papá se fue, entonces, aparté las lagrimas, abracé a mi madre y le dije que todo estaría bien. Me recoste en una camilla extensa y de terror, de esas que aparecen en la televisión. Recuerdo que concentre mi vista y mis pensamientos en una enorme orbe color plateado, de la cual yacían incrustadas, cinco o seis luces como las de un auto. Una mujer delgada y bonita cuyos rasgos soy incapaz de recordar con exactitud, murmuró a duras penas su nombre, dijo ser la anestesióloga. Yo asentí y extendí el brazo izquierdo, desde siempre le he temido a las agujas, fobia que hasta el sol de hoy, no ha sido del todo aniquilada, así que, respiré profundo y aparté la mirada. Sentí que algo fluía por mis venas y me concentre de nuevo en las luces por encima de mi. Escuché que decía algo sobre el anestésico y el efecto, yo creí que podía luchar contra el sedante pero, acabé durmiendome más rápido de lo que pensé. Cuando desperté tenia la vista borrosa, intenté moverme, pero, me dolía el abdomen como si tuviera algo pesado encima, un tubo salia de mi boca, me asusté, supongo que quería una explicación pero, volví a dormir. Desperté de nuevo y el tubo había desaparecido, me advertían que no hablara, y que intentara no moverme. Mi mamá me preguntó si algo me dolía, quería decir que sí, que me dolía absolutamente todo pero, ella agregó rápidamente: "No respondas, solo aprieta la mano". Me explicaron que mi operación se había complicado, algo acerca de que mi vesícula tenia una anomalía extraña. Lograron separarla al parecer de otro órgano, pero, debía realizarme estudios especiales cada cierto tiempo. Fueron semanas horribles para mi. Se supone que no iban a abrirme, mi operación era por un proceso llamado "Laparoscopia" sin embargo, debido a mi delicada situación, habían tenido que cortar mi abdomen de una forma para nada "delicada". Tenia todo vendado y de uno de esos cortes, específicamente de mi lado derecho, sobresalía una especie de tubo fino y corto del que colgaba una bolsita que retenía el liquido. Me las vi mal. Mi operación tardo más de lo debido, y por poco... Pierdo la vida. La tercera vez, fue hace cuatro meses. Cuando salia de Venezuela. No me siento orgullosa de contarlo pero, me tocó vivir una experiencia que no le deseo a nadie. Los asesores que habíamos "contratado" para ayudarnos a pasar la frontera con Colombia, nos tramitaron carnets fronterizos falsos. Para hacer el cuento corto, mis hermanas y mi mamá lograron pasar, a mi me escanearon el carnet dos veces y detectaron la falla. Me indicaron que caminara por el otro lado del puente, me regresaron. De tal manera que, me quede sola. Solo unos pasos me separaban de otro país y de mi familia. Me sentí perdida, no tenia modo de saber de ellas, ni de nadie, no tenia teléfono, mi tablet se había dañado dos días antes de salir de mi ciudad, estaba desesperada y con tanto pánico que, llegue a idear un plan para sobrevivir unos cuantos días en aquella plaza. Se me acercaron un montón de personas, ofreciendome maneras ilegales de pasar la frontera. Y después de lo que pareció una eternidad, vinieron por mi, creí que estaba a salvo, creí que ya había acabado el peligro pero, no fue así. Caminamos mucho y dimos toda una vuelta, mi primo me decía que me apresurara, yo llevaba el peso de dos grandes bolsos y mi guitarra a un lado. Hubo una parte del trayecto en la que, los hombres se subieron las camisas y unos motorizados pasaron observándolos y luego, siguieron su camino. Estaba muerta de miedo, caminamos hacia un portón inmenso del que salio una mujer y anotó el nombre de un señor que era nuestro "guía", éste nos llevo por un callejón, hacia un río con un montón de arboles alrededor. Mi estúpida inocencia creyó que pasaríamos en barquito, ¡Jah! Para mi sorpresa, tenia ante mi la tan renombrada "trocha" la manera más ilegal de atravesar la frontera. Mire a mi primo llena de temor y le pregunté: "¿Esto es legal?" todavía en mi absurdo. Él me miró con los ojos muy abiertos y me dijo que guardara silencio. El "guía" dio un par de órdenes, y en seguida empezamos a adentrarnos al agua, yo intentaba no mirar mucho, me esforzaba en serio, pero, el sonido del agua corriendo era estrepitosamente tormentoso, afortunadamente solo me había mojado un poco los pies, respiré aliviada, creyendo que era todo, como pude encontré la fuerza para no caerme con todo lo que llevaba encima mientras subíamos por otro camino de tierra, era inútil intentar mantenerles el paso, todos eran hombres, me llevaban ventaja. Mi primo se volteaba de vez en cuando para pedirme que corriera, yo no podía. Llego un punto en el que, todos empezaron a caminar incluso más de prisa, y con la cabeza gacha, yo no logré entender, hasta que alce la vista y vi un par de hombres vestidos de militares, y otros dos que venían a mi izquierda y me gritaron que no los viera. Quería llorar, estaba muy asustada y me dolía todo. Pero la peor parte me esperaba abajo, en otra prueba de agua. Pude ver hacia el lado izquierdo un poco distante, el puente que legalmente debi haber cruzado El río resonaba, no podía ver debajo, era una especie de lodazal con mucha corriente. Por encima del agua había una soga de la cual un hombre mayor no pretendía soltarse, me llené de pánico, no quería pasar pero, no había mucho tiempo, mi primo me tomò del brazo y me arrastró consigo, me decía que no me soltara, y yo lo intentaba, pero no podía sostenerme con tanto peso, los bolsos danzaban en el río, no los quería soltar, ni mojar todas mis cosas, sentí que la guitarra se golpeó fuerte con lo que parecía una enorme piedra debajo, habían huecos, no podía sostenerme por más tiempo... El señor en mitad de la soga no quería avanzar, y yo no tenia de donde agarrarme, cometí la estupidez de soltarme un instante, solo uno... Para avanzar hasta el lado que quedaba libre de la soga. Pero, el impulso me falló y me hundí. Alguien me ayudó como pudo a cargar mis bolsos hasta el otro lado, la corriente me arrastraba, solo me aguantaba la mano de mi primo que me sostenía nervioso desde arriba. Logro ayudarme a subir. Empapada, todo se sentía incluso más pesado de lo normal, no se como pude llegar a encontrarme con mi familia, sentía que todo me daba vueltas, quería lanzarme al suelo, estaba verdaderamente agotada, harta, dolorida... Y no fue hasta después de una hora que, caí en cuenta de lo que me había pasado. Creo que no había tenido la voluntad para escribirlo hasta este día. Y sé que muchas personas se enfrentan a situaciones incluso mucho peores a cada hora en distintas partes de este mundo. De una forma u otra, todos hemos pasado circunstancias angustiosas que se nos escapan de las manos, a veces, ni siquiera somos capaces de superarlas ni reflexionar sobre ello. Si te tomaste el tiempo de leer toda esta cantidad de letras, no ignores que tu vida es ahora. No dejes a un lado la posibilidad de hacer cosas grandes. Haz algo con tu milagro, no dejes que se te escape. Atesóralo. Este es el momento. Dios nos da oportunidades cada segundo de cada hora, aun sin que lo sepamos. Puede que nunca hayas pasado por experiencias así, y si es de ese modo, entonces, agradece, y deja de preocuparte por cosas que tienen solución. Porque, ¿te digo qué? Lo único que debería importar es que, cuando todo termine, nada de lo que ahora nos absorbe tendrá valor. Toma tu decisión con sabiduría. Ve por todo lo que sea que desees, no te pierdas maravillas por creer que hay más tiempo o que ya luego lo resolverás. No hay excusa válida, en un simple parpadeo todo puede acabar. Por una tontería como nacer, crecer, someterte a una operación, cruzar una frontera, ir o venir del trabajo... La vida es ya.
—Choconutellaflipspirulin. (Lima, Perú 10:12 am).
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Recuerdo de mi abuela
Hoy, 22 de febrero, una historia sobre el deseo de vivir y el amor:
Hace algunos años, cuando estaba muy cerca de titularme como abogado, mi abuela enfermó gravemente. “Son los riñones”, decía mi madre, “es el hígado”, decía mi tía; al final, era un poco de todo. A su avanzada edad la vida advertía que el tiempo se le terminaba. El malestar comenzó una noche entre semana. Al ver que era algo serio, mis tíos apuraron a subirla a un carro y llevarla a la clínica. Así qué, luego del chequeo del médico de turno, pasó a ser internada en el hospital. Su estado empeoraba paulatinamente. Permanecía dormida la mayor parte del tiempo, la medicina poco hacía efecto y cada noche sus hijos se turnaban para acompañarla. Tal era la situación que todos se hacían a la idea de la despedida. Hoy pienso que aunque siempre lo sepamos, nadie está preparado para decir adiós. Pasaron tres días hasta que autorizaron las visitas. Luego de que mi madre me avisara llegué puntual a la cita, una mañana de algún día que ya no sé cuál era. Por otra parte, si recuerdo que era temprano, tal vez las nueve de la mañana, y el sol irradiaba una luz tibia que se filtraba a través de las persianas del cuarto. Así la vi: sentada en una silla con las manos entrecruzadas sobre el regazo y la cabeza gacha. Estaba terriblemente débil, tanto que no tenía control sobre sus músculos faciales. Sus párpados apenas se entreabrían en un esfuerzo y sus ojos se notaban perdidos en la nada. Frente a ella estaba mi tía. Le hablaba sin obtener respuesta. Por un momento me encargó cuidarla; terminaba su turno y quería salir a tomar algo. Me quedé en silencio con un nudo en la garganta. Hace años había dejado de ser un gran conversador y había encontrado en lo escrito la mejor manera de expresarme por lo que no sabía que decirle en un momento así, no sabría siquiera si me escucharía. Sin embargo, una idea llegó a mi cabeza y solo dije lo que sentía que debía decir: “abuela, tiene que ponerse mejor, recuerde que yo la invité a mi grado, no puede faltar”, acariciaba su pelo que aún y con las canas nunca se puso blanco totalmente. Apenas dije eso, algo pareció impulsarla. Abrió los ojos y su rostro se volvió firme. Aún estaba débil pero su mirada recobró el brillo. Mi tía llegó y solo atinó a sonreír con el repentino cambio. Meses después me encontraba en el teatro principal de mi universidad junto a cien o más personas de diferentes carreras y posgrados. Atrás, en las sillas de los invitados especiales, mi madre, mi hermana y mi abuela observaban como, luego de casi seis años, cerraba otro de tantos ciclos. Recibí el cartón y las abracé. Entonces mi abuela me dijo mientras reía: “vos me prometiste en el hospital que iba a estar en tu grado, me tenías que cumplir”.
Casi año y medio después, falleció. Un 22 de febrero. Un día como hoy. Yo estaba viviendo en otra ciudad, aprendiendo un oficio muy distinto a la abogacía. Enfrentando días duros, conociendo gente buena y gente mala, gente gris. Me llamaron cuando sucedió y tan solo pude salir de la oficina y sentarme a llorar en el andén. Cuántas cosas han sucedido desde entonces en mi vida, y hoy más que aferrarme al pasado, la recuerdo pensando en su calidez, su extroversión, su resiliencia, pero sobre todo, en el amor que me tuvo, tan grande que un día fue capaz de aplazar la muerte para cumplir una promesa.
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