#desgarrada
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ADMITO QUE AVECES ME DAN GANAS DE UN DÍA MORIR Y YA NO SUFRIR, ESTOY CANSADA DE TIRAR MI DOLOR EN UN BASURERO, EN ESE RINCÓN TRISTE E INSOLENTE VIENDO MI BRAZO IZQUIERDO CON ESA NAVAJA QUE SIN PENSARLO, LO RAJO, DESGARRANDO COMO MI ALMA DESTERRADA.
-Querido brazo lastimado tu estas, pero yo lo estoy más...
-Esto es por que odio mi cuerpo y lo desprecio, los hombres son parte de mi, miserable inseguridad...
-CADAVER_NEGRO_ una adolescentes con problemas serios que a pesar de todo es buena persona pero nadie le interesa ella, su alma lastimada baga por un alma ajena de un amor que no es suyo, ese chico sin rostro de sus sueño...
Soy filosófica aunque sea bulimica, solo quiero amor.
#bulim14#no quiero ser gorda#viral#filosofia#albert camus#alejandra pizarnik#filosophy#filosofía#culture#amor#dolor#alma#desgarrada
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"Nunca había sentido una noche tan fría, nunca había sentido un segundo tan eterno, nunca había sentido mi alma desgarrarse en un instante. Creo que es la primera vez que he sentido que mi alma no respira y que mi corazón no se mueve. Creo, que es la primera noche de lluvia, que quiero que termine."
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La aventura del tango: El Alma Desgarrada
ANTONIO PIPPO PEDRAGOSA. Periodista, Editorialista, Escritor. Director Gral. de Cultura Tanguera, COLUMNISTA -Para escribir hay que vivirla, si no, nos acunamos en el camelo literario. Tuve ganas de volver a escribir sobre Julián Centeya. Ya lo he hecho, pero vuelvo –con agregados, porque es una fuente inagotable- a esa querida admiración quizás influido por la cercanía de otro aniversario de…
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#ANTONIO PIPPO PEDRAGOSA EL MEJOR DEL 2023#Argentina#CULTURA TANGUERA#EL ALMA DESGARRADA#JULIAN CENTEYA#LA AVENTURA DEL TANGO#lomasleido#lomasvisto#MUNDO#URUGUAY
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Con todo el dolor de mi corazón y el alma desgarrada... me alejé de ti.
Créditos: @itextosoff
~samyo🐝
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Rana Peluda (Trichobatrachus robustus), familia Arthroleptidae, encontrado en Africa Central
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La Rana X - Rompe sus huesos para crear sus garras
Esta poco agraciada criatura es conocida como “rana del horror” (Trichobatrachus robustus), habita en el África Central, alcanzando los machos un tamaño de 10 a 13 centímetros y en el caso de las hembras de 8 a 11. En el período de apareamiento, los machos desarrollan unos filamentos parecidos a pelos, por lo cual son conocidas como “ranas peludas”. En realidad, estos son extensiones de piel que la ayudan a respirar complementando la función de sus pequeños pulmones. Esta rana tiene una insospechada arma defensiva que emplea cuando se ve amenazada. Posee “garras retráctiles” que puede proyectar a través de la piel rompiendo intencionalmente los huesos del dedo del pie tal cual se muestra en la figura 3. Si bien durante el proceso su propia piel es desgarrada, su efectividad como medio de protección supera este sacrificio. La garra en sí puede parecerse a la uña de un gato, pero el mecanismo de rotura y corte es muy único entre los vertebrados, así como también lo es el hecho de que esté formada de hueso. Sin embargo, el mecanismo de retracción no se comprende del todo. Se cree que las garras pueden retraerse pasivamente a medida que el tejido que las rodea se regenera. Este mecanismo defensivo nos trae a la memoria a un personaje de la serie “X-men” de “Marvel Comics” caracterizado por proyectar garras de “adamantium” de sus nudillos. ¿Lo recuerdan? En efecto, por ello este animalito es conocida también como rana “Wolverine” (ver “Hairy frog” en Wikipedia).
via: Fernando Arbe Falcón
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Flagelos:
En la mezcla de piel y pecados, en medio del baile de sangre y huesos, mis costillas soportan el peso de dos amores. Uno es el amor por mi misma, frágil pero firme. El otro es el amor por ti, tumultuoso y consumidor. Estos amores están en guerra dentro de mí, constantemente jalándome en diferentes direcciones, dejándome desgarrada e insegura. Me quedo para navegar entre los escombros, atormentada por los ecos de lo que pudo ser sabiendo que en esta lucha, no hay ganadores, sólo víctimas del corazón.
— Seguen Oríah 🌔.
#citas#frases#textos#escritos#sentimientos#amor#historias#seguen#seguen oriah#cosas que escribo#pensamientos#marzo2024#flagelo#prosa#verso blanco
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Pequeñita,
mi vida cabe en una caja y mi existencia puede reducirse al último poema de pizarnik, o al el segundo, o al tercero... quizás a sus cartas, a sus diarios, a sus miedos.
Tal vez mi existencia podría entrar en cualquier poema que tenga la palabra tristeza, o describa el azul de los árboles, la noche estrellada, el silencio que haces cuando duele el alma, el dolor de las rosas susurrando a la nostalgia que hace falta algo más... siempre hace falta algo más.
Y me aburro en las noches, necesito quemarme, busco en hogares las uñas que sean capaces de atravesar mi piel, que me miren a los ojos (por favor que no se olviden de mirarme a los ojos).
Y es entonces cuando caigo, y el verde de las hojas nunca es suficientemente brillante,
y me duele perderte, y no quiero encontrarme, ¿Y entonces?.
Entonces lloro, porque si hay algo que me define es un mar salado que crece con la luna y baja en las mañanas, y ríe con las ranas y le susurra al viento, que quiere ser amada, pero también necesita un amor no dulce, un amor no grato, una caricia para rato, que destruya el cuerpo, que succione las heridas, que saque sangre nueva y sepa que si la vida cabe en una sola maleta, entonces destruirse y rearmarse, vale la pena... vale el cansancio y ahora, también, vale de alegría de no ser encontrada, de estar terriblemente perdida con un nudo en la garganta, con las manos abiertas, con las uñas desgarradas, con el alma prendida.
Vale la pena, de tan pequeña que es la vida.
-danielac1world ~Beige sobre rojo~
#mi vida#pensamientos#pensamientos aleatorios#pensamientos de noche#frases#fragilidad#literatura#poesia en prosa#una poeta#realidadalterada#realidad#escape#escritura#escribir#escribiendo#escritos#cosas que escribo#cosas de la vida#cosas que pienso#cosas sobre mi#cosas que siento#cosas que pasan#cosas del alma#almas#mi alma#desolción#desolada#un vacío dentro de mi#un viaje a la vida#pizarnik
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Me gustaría mucho desaparecer, eliminar todas mis redes sociales e irme lejos de todo el mundo, gritar y desahogarme en soledad, disfrutar mi vida sin críticas con respecto a mi peso, mi personalidad, mis decisiones, mis deseos a futuro, alejarme de las personas que solo viven para hacerme ver mis errores, mis defectos. Estoy cansada de complacer a otros, de complacer a mi madre, de los chantajes emocionales, de la imprudencia de la gente y sus estupideces, de sus problemas. Estoy harta de no poder hacer lo que amo, me siento con las manos y los pies atados, con los ojos vendados... Encerrada entre cuatro paredes sin poder hacer nada.
Siento que todo el mundo vive y disfruta su vida, y yo solo estoy estancada ahogandome... Está volviendo con fuerza la ansiedad, la depresión y la distimia de mis años de universidad, siento oscuridad en mi vida, me siento desgarrada porque nadie se está dando cuenta de lo que me está pasando, a veces me cuesta respirar, casi siempre está un dolor en mi pecho, aparece cada vez más dolores de cabeza intensos, siento como si caminara en círculos... Ayuda.
~ Black Rose ~
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Veneno.
Desde que no estás aquí, el veneno recorre mi piel y deja marcas por todo mi ser, estoy por enloquecer. Y hace tiempo, que ya no sé vivir, solo sobrevivir, porque ya no estás para mí. Tú eras mi sueño, pero te fuiste y el veneno, me pudre por dentro. Y ese veneno, siempre estuvo en mí, tú lo habías dormido, pero ya no hay paz para mí. Y hace tiempo, que enloquezco y me empequeñezco, por no saber seguir. Y hace tiempo, que estoy pausada, con el alma desangrada y un poco desgarrada.
Katastrophal
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En el eco de la noche, las lágrimas caen como notas de una canción desgarrada. Cada palabra pronunciada lleva consigo el peso de los recuerdos, los sueños rotos y las esperanzas perdidas.
Mon-espace
#desorden en letras#mon espace#pub 2#abril2024#escritos#frases#letras#pensamientos#textos#sentimientos#citas en español#textos en español
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𝐒𝐮𝐩𝐨𝐧𝐠𝐨 𝐪𝐮𝐞 el final estaba escrito desde el principio, desde el día en que miraste hacia aquí con esos ojos color avellana y decidiste que yo era la indicada para depositar tus fracasos del pasado.
Supongo que no pudiste notar lo frágil que era.
Supongo que nunca notaste, como tus manos frías helaban y cortaban cada parte de mi cuerpo, como si de un papel viejo se tratara.
Supongo que tus ojos no sabían mirar más allá de su propio reflejo y que por esa razón no supiste ver el daño que ocasionabas.
Supongo que no te fue difícil aprovecharte de alguien cuya mente estaba siendo desgarrada por pensamientos autodestructivos.
Supongo que fui tu mejor opción;una chica débil, insegura y llena de miedos.
Supongo que no te fue difícil dejarme un viernes en la noche, cuando sin medir palabras te marchaste, dejando en mi un millón de suposiciones.
● Dahy🍁
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Tazzy Chris parte 5
Martin decidio que debía llamar a Aviva para preguntarle sobre Chris. Así que sacó su comunicador y llamó a Aviva.
“Aviva, ¿has visto a Chris?”, preguntó Martin, tratando de mantener la calma. Aviva respondió después de un momento. “No, no lo he visto. ¿Qué pasa?”
Martin explicó lo que había sucedido, y Aviva se puso seria. “Koki, ¿puedes buscar a Chris con el rastreador?”, preguntó Aviva.
Koki respondió afirmativamente. “Sí, ya estoy en ello. Pero no estoy recibiendo ninguna señal de Chris”.
Martin se sintió cada vez más preocupado. ¿Dónde podría estar Chris? ¿Y qué había sucedido con él?
Koki siguió tratando de buscar a Chris con el rastreador, y después de unos minutos de búsqueda intensa, finalmente encontró una señal débil que parecía provenir de Chris.
"¡Lo encontré!", exclamó Koki. "Pero la señal es muy débil. No puedo comunicarme con él".
Martin se dirigió a Koki. "¿Puedes enviarme las coordenadas de su ubicación?"
Koki asintió. "Sí, ya te las envío".
Con las coordenadas en mano, Martin se dirigió hacia la ubicación de Chris. Mientras caminaba, se preguntaba qué podría haber pasado con su hermano.
Al acercarse a la ubicación de Chris, Martin escuchó ruidos extraños provenientes de la maleza. Se detuvo en seco, intentando escuchar con más claridad. Los ruidos parecían provenir de un lugar cercano, y Martin se sintió cada vez más curioso. Sin esperar, Martin se adentró en la maleza, intentando encontrar a Chris. Los ruidos se volvieron más fuertes, y Martin se sintió cada vez más cerca de su hermano. De repente, Martin vio algo que lo hizo detenerse en seco...
Martin se detuvo en seco al ver una figura en la distancia. Se preguntó si era su hermano, y cuando lo vio con más claridad, se dio cuenta de que era Chris. Pero algo estaba diferente. Chris parecía tener un poder animal, pero Martin no sabía de qué animal se trataba, ya que estaba demasiado lejos.
Lo que sí notó Martin fue que el comportamiento de Chris era… diferente. Era como el de un animal, salvaje y primitivo. Martin se sintió un poco nervioso al ver a su hermano de esa manera. Era como si Chris hubiera sido poseído por algo, algo que lo había cambiado por completo. De repente, Chris se movió, y Martin vio que estaba caminando de manera extraña, como si estuviera siguiendo un rastro. Martin se preguntó qué podría estar pasando con su hermano. ¿Qué había sucedido con él? ¿Y por qué se estaba comportando de esa manera?
Martin se sintió cada vez más preocupado y decidió acercarse a Chris con cuidado. No sabía qué podría esperar, pero estaba determinado a ayudar a su hermano, no importa lo que estuviera pasando...el mayor logró ver bien a Chris y se percató de que parecía tener el traje de demonio de Tasmania. Pero entonces se dio cuenta de algo extraño. El traje parecía estar sufriendo un malfuncionamiento, ya que estaba soltando chispas y humo.
Martin se acercó un poco más y vio que el traje de poder animal de Chris estaba dañado. La tela estaba desgarrada y había cables sueltos por todas partes. Martin se dio cuenta de que el malfuncionamiento del traje debía ser la causa de que Chris estuviera comportándose de esa manera. Martin soltó un respiro de alivio, pensando que no era para tanto. Solo tenía que llevar a Chris de vuelta a la Tortuga y Aviva podría arreglar el traje. Pero entonces se dio cuenta de que no sería tan fácil. Chris estaba demasiado lejos y el bosque era demasiado peligroso. Además, Chris no parecía estar en condiciones de caminar. Martin se sintió un poco nervioso, pero sabía que tenía que actuar rápido. Tenía que encontrar una manera de llevar a Chris de vuelta a la Tortuga sin que se lastimara más. Pero justo cuando estaba pensando en una solución, Chris se movió de repente y se puso de pie…
Martin trató de acercarse a Chris, pero este parecía no conocerlo. No reaccionó a su nombre, ni siquiera parecía darse cuenta de que Martin estaba allí. Era como si el traje de demonio de Tasmania lo hubiera convertido en un simple animal, sin conciencia ni razón. Martin se sintió un poco asustado al ver a su hermano de esa manera. No sabía qué hacer para ayudarlo, ni cómo podría revertir el efecto del traje. Se acercó un poco más, tratando de hablar con Chris en un tono suave y calmado.
“Chris, hermano, soy yo, Martin. ¿Me reconoces? ¿Puedes oírme?”, preguntó Martin, tratando de mantener la calma.
Pero Chris no reaccionó. Solo siguió mirando alrededor, como si estuviera buscando algo. Martin se sintió desesperado, sin saber qué hacer para ayudar a su hermano. De repente, Chris se movió de nuevo, y Martin se preparó para lo peor…
De un momento a otro, Chris se detuvo y se quedó quieto. Martin aprovechó la oportunidad para acercarse, pero se detuvo al ver que el traje de Chris volvió a resplandecer en un brillo verde. La luz fue tan intensa que Martin tuvo que cubrirse los ojos. Cuando la luz se desvaneció, Martin se quedó en shock al ver que Chris estaba de nuevo en su forma normal. El traje de demonio de Tasmania había desaparecido, y Chris estaba parado allí, medio en trance.
Martin se sintió aliviado al ver que su hermano estaba bien, pero también se sentía confundido. ¿Qué había pasado con el traje? ¿Y por qué Chris estaba en ese estado?
Chris se miró alrededor, confundido. “¿Dónde estoy?”, preguntó, sin reconocer a Martin. “¿Qué pasó?”
Martin se acercó a Chris, sonriendo. “Estás en el bosque, hermano. Y no te preocupes, todo va a estar bien”. Pero Chris seguía mirándolo con confusión, sin entender qué estaba pasando…
Mano siento q es mucho texto y no avansooo
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me sinto uma ovelha desgarrada nessa história por não querer dar pro bruninho também... eu olho pra ele com a mesma energia que eu olharia pro adam sandler, pro terry crews... pra mim ele é como se fosse um tio meu
nãoooooo kkkkkkkkkkkk ai o bruno me ganha pq ele é engraçadinho, eu gosto dos engraçadinhos
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Novos caminhos
Por onde nunca passámos
Vamos à descoberta
Ver onde nos levam
O que escondem
Dar o primeiro passo
Não parar
Nem tão pouco olhar para trás
Quem quiser que venha
Lado a lado
Uma boa conversa
Uma boa companhia
Sorrisos à desgarrada
São caminhos únicos
Como se fossem pessoas
Temos que ver aquilo que nos rodeia
Conseguir ver a beleza
Senti-la
A cada curva
A cada árvore
A cada animal que passa por nós
Interiorizar
Uma caminhada com determinação
Parar não é opção
São caminhos da vida
Que a vida é para ser vivida por nós
Não pode ser outro a fazê-lo
São as nossas escolhas
Que nos trouxeram até aqui
Estamos a escrever a nossa história
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4. Perdonarse, desamar, envejecer y llorar
Alma triste y desgarrada, perdonarse, es liberarse de una cadena dejando atrás el pasado, aprender a ser libre como el viento en su vuelo apasionado.
Desamar, un adiós al amor que aún perdura, un funeral para un corazón que aun latiendo se entierra en recuerdos.
Envejecer, Es apreciar la belleza oculta tras cada arruga adquirida. Un viaje hacia lo desconocido descubriendo los secretos del tiempo.
Llorar, es la lluvia ácida que riega las flores de nuestro dolor. fuente de agua que alimenta los lamentos.
Perdonarse, desamar, envejecer y llorar, Estos versos reflejan la realidad que nos abraza sin cesar.
©Julsen Bastian; Adiós visceral
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Herta Müller: Cada palabra sabe algo sobre el círculo vicioso. Discurso al recibir el premio Nobel de literatura, 2009
¿TIENES UN PAÑUELO? me preguntaba mi madre cada mañana en la puerta de casa, antes de que yo saliera a la calle. Yo no tenía el pañuelo, y como no lo tenía, regresaba a la habitación y sacaba un pañuelo. No tenía el pañuelo cada mañana, porque cada mañana aguardaba la pregunta. El pañuelo era la prueba de que mi madre me protegía por la mañana. A otras horas del día, más tarde o en otras circunstancias, quedaba a merced de mí misma. La pregunta ¿TIENES UN PAÑUELO? era una ternura indirecta. Una directa hubiera sido penosa, algo que no existía entre los campesinos. El amor se disfrazaba de pregunta. Sólo así podía decirse a secas, en tono de orden, como las maniobras del trabajo. El hecho de que la voz fuera áspera realzaba incluso la ternura. Cada mañana estaba yo una vez sin pañuelo en la puerta, y una segunda vez con pañuelo. Sólo después salía a la calle, como si con el pañuelo también estuviera mi madre.
Y veinte años más tarde estaba hacía tiempo sola en la ciudad, como traductora en una fábrica de maquinarias. A las cinco de la mañana me levantaba, y a las seis y media empezaba el trabajo. Por la mañana resonaba el himno sobre el patio de la fábrica a través del altavoz, durante la pausa del mediodía se escuchaban los coros de los obreros. Pero los obreros, que estaban comiendo, tenían ojos vacíos como hojalata, manos embadurnadas de aceite, y su comida estaba envuelta en papel de periódico. Antes de comerse un trocito de tocino, le quitaban la tinta del periódico rascándola con el cuchillo. Dos años transcurrieron al trote de la cotidianidad cada día igual al otro.
Al tercer año se acabó la igualdad de los días. En el transcurso de una semana entró tres veces en mi oficina, a primera hora de la mañana, un hombre gigantesco, de huesos sólidos, con ojos azules centelleantes, un coloso del Servicio Secreto.
La primera vez me insultó de pie y se marchó.
La segunda vez se quitó el impermeable, lo colgó en una percha del armario y se sentó. Aquella mañana yo había traído de casa unos tulipanes y los estaba acomodando en el florero. El tipo me observaba y alabó mi inusual conocimiento del ser humano. Su voz era resbaladiza. Sentí un gran desasosiego. Impugné su elogio y le aseguré que sabía algo de tulipanes, pero nada del ser humano. Entonces me dijo en tono malicioso que él me conocía mejor que yo a los tulipanes. Luego se colgó del brazo el impermeable y se marchó.
La tercera vez se sentó y yo permanecí de pie, porque había dejado su cartera sobre mi silla. No me atreví a ponerla en el suelo. Me insultó tratándome de necia redomada, holgazana, putilla, tan corrompida como una perra vagabunda. Empujó los tulipanes hasta casi el borde de la mesa, en cuyo centro puso una hoja de papel vacía y un lápiz. Rugió: escribe. De pie, empecé a escribir lo que me iba dictando. Mi nombre con fecha de nacimiento y dirección. Y después que yo, independientemente de la proximidad o del parentesco, no le diría a nadie que…, y entonces llegó la horrible palabra: colaborez, iba a colaborar. Esta palabra ya no la escribí. Puse el lápiz a un lado y me dirigí a la ventana, por la que miré hacia la polvorienta calle. No estaba asfaltada, baches y casas gibosas. Y esa calleja ruinosa se llamaba, encima, Strada Gloriei: calle de la gloria. En la calle de la gloria había un gato trepado en la morera desnuda. Era el gato de la fábrica y tenía una oreja desgarrada. Encima de él brillaba el sol matinal como un tambor amarillo. Dije: N-am caracterul. No tengo este carácter. Se lo dije a la calle, fuera. La palabra CARÁCTER puso histérico al hombre del Servicio Secreto. Rompió la hoja y tiró los trozos al suelo. Pero probablemente se le ocurrió que tendría que presentarle a su jefe la prueba de que había intentado incorporarme a su red de espionaje, porque se agachó, recogió todos los trozos en una mano y los metió en su cartera. Luego lanzó un profundo suspiro y, en medio de su derrota, arrojó hacia la pared el florero con los tulipanes, que se estrelló y crujió como si hubiera dientes en el aire. Con la cartera bajo el brazo dijo en voz queda: esto lo pagarás muy caro. Te ahogaremos en el río. Como hablando conmigo misma dije: Si firmo eso ya no podré vivir conmigo y tendría que hacerlo yo. Mejor háganlo ustedes. Y al instante la puerta de la oficina ya estaba abierta y él se había marchado. Y fuera, en la Strada Gloriei, el gato de la fábrica había saltado del árbol al tejado de la casa. Una de las ramas se mecía como un trampolín.
Al día siguiente comenzó el tira y afloja. Yo debía desaparecer de la fábrica. Cada mañana a las seis y media tendría que presentarme ante el director, con el que cada mañana estaban el jefe del sindicato y el secretario el Partido. Y así como en otros tiempos me preguntaba mi madre: ¿tienes un pañuelo? ahora me preguntaba cada mañana el director: ¿Has encontrado otro trabajo? Y yo le respondía cada vez lo mismo: No estoy buscando ninguno. Estoy a gusto aquí en la fábrica, quisiera quedarme hasta la jubilación.
Una mañana llegué al trabajo y mis voluminosos diccionarios estaban en el suelo del pasillo, junto a la puerta de mi oficina. La abrí, y había un ingeniero sentado a mi escritorio. Me dijo:aquí se llama a la puerta antes de entrar. Ahora estoy aquí yo, y tú ya no tienes nada que hacer en este despacho. A casa no podía irme, porque habrían tenido un pretexto para despedirme por faltar sin permiso. Ahora no tenía oficina, y con mayor razón tenía que ir cada día normalmente al trabajo, por ningún motivo debía ausentarme.
Una amiga, a la que cada día se lo contaba todo en el camino de vuelta a casa por la Strada Gloriei, me dejó compartir al principio una esquina de su escritorio. Pero una mañana se plantó ante la puerta de la oficina y me dijo: No me autorizan a dejarte entrar. Todos dicen que eres una soplona. Las trabas y vejaciones se enviaban hacia abajo, los rumores empezaron a propagarse entre los colegas. Eso era lo peor. Contra los ataques uno puede defenderse, contra la calumnia es impotente. Yo contaba cada día con todo, incluso con la muerte. Pero con esa perfidia no sabía qué hacer. Ningún cálculo la volvía soportable. La calumnia nos atiborra de mugre, y nos asfixiamos porque no podemos defendernos. En opinión de mis colegas yo era exactamente aquello a lo que me había negado. Si los hubiera espiado y delatado, habrían confiado en mí sin sospechar nada. En el fondo, me castigaban porque yo los protegía.
Como ahora con mayor razón no podía ausentarme, pero no tenía despacho y a mi amiga no le permitían dejarme entrar en el suyo, me instalé, indecisa, en la caja de la escalera, una escalera que recorrí varias veces de arriba abajo – de pronto volví a ser la hija de mi madre, porque TENÍA UN PAÑUELO. Lo extendí en un escalón entre el primer y el segundo piso, lo alisé para que estuviera como es debido y me senté encima. Me puse en las rodillas mis gruesos diccionarios y empecé a traducir descripciones de máquinas hidráulicas. Yo era un chiste malo sobre la escalera, y mi despacho, un pañuelo. En las pausas del mediodía, mi amiga se sentaba en la escalera junto a mí. Comíamos juntas como antes en su oficina y, más antes aún, en la mía. Por el altavoz del patio, como siempre, los coros de los obreros entonaban cantos sobre la felicidad del pueblo. Mi amiga comía y lloraba por mí. Yo no. Debía mantenerme firme y dura. Largo tiempo. Unas cuantas semanas eternas, hasta que me despidieron.
En la época en que yo era un chiste malo sobre la escalera, consulté el diccionario para averiguar la importancia de la palabra ESCALERA. El primer escalón de la escalera se llama PELDAÑO DE ARRANQUE, el último escalón, PELDAÑO DEL DESCANSILLO. Los escalones horizontales que uno pisa encajan lateralmente en las MEJILLAS DE LA ESCALERA, y los espacios libres entre los distintos peldaños se llaman incluso OJOS DE LA ESCALERA. Por las piezas de las máquinas hidráulicas, embadurnadas de aceite, ya conocía las bellas palabras COLA DE GOLONDRINA y CUELLO DE CISNE, para ajustar un tornillo se utilizaba una MADRE DE TORNILLO, e igualmente me dejaron asombrada los poéticos nombres de las partes de una escalera, la belleza del lenguaje técnico: MEJILLAS DE LA ESCALERA, OJOS DE LA ESCALERA – es decir, la escalera tenía un rostro, ya fuese de madera, piedra, cemento o hierro – y los hombres reproducen su propia cara en las cosas más voluminosas del mundo, dan al material muerto los nombres de su propia carne, lo personifican en partes del cuerpo. Y el arduo trabajo sólo les resulta soportable a los especialistas gracias a esa ternura oculta. Cada trabajo, en cada profesión, se rige por el mismo principio de la pregunta de mi madre sobre el pañuelo.
Cuando yo era niña, en casa había un cajón destinado a los pañuelos. En él se alineaban tres pilas en dos hileras, una detrás de la otra:
A la izquierda, los pañuelos de hombre, para el padre y el abuelo.
A la derecha, los pañuelos de mujer, para la madre y la abuela.
En el centro, los pañuelos de niño, para mí.
Aquel cajón era nuestro retrato de familia en formato de pañuelo. Los pañuelos de hombre eran los más grandes, tenían un borde oscuro de color marrón, gris o burdeos. Los pañuelos de mujer eran más pequeños, con borde azul celeste, rojo o verde. Los pañuelos de niño eran los más pequeños, sin borde, pero en el cuadrado blanco había flores o animales pintados. Entre los tres tipos de pañuelos había los que se usaban los días laborables, en la hilera anterior, y los que se usaban los domingos, en la hilera posterior. Los domingos, el pañuelo debía hacer juego con el color de la ropa, aunque no se viera.
Ningún otro objeto en la casa, ni siquiera nosotros mismos, nos resultaba tan importante como el pañuelo. Podía utilizarse para una infinidad de cosas: resfriados, cuando la nariz sangraba o había alguna herida en la mano, el codo o la rodilla, cuando uno lloraba o lo mordía para reprimir el llanto. Un pañuelo frío y húmedo en la frente aliviaba el dolor de cabeza. Con cuatro nudos en las esquinas servía para protegerse del sol o de la lluvia. Cuando uno quería acordarse de algo, hacía un nudo en el pañuelo como artificio mnemotécnico. Para cargar bolsas pesadas se envolvía en él la mano. Si ondeaba era una señal de despedida cuando el tren salía de la estación. Y como tren se dice en rumano TREN, y en el dialecto del Banato lágrima (Träne) se dice trän, en mi cabeza el chirrido de los trenes sobre los rieles equivalía siempre al llanto. En la aldea, cuando alguien moría se le ataba enseguida un pañuelo en torno a la barbilla para que la boca permaneciera cerrada cuando pasaba la rigidez cadavérica. Cuando en la ciudad alguien se desplomaba al borde del camino, siempre había un transeúnte que con su pañuelo cubría la cara del muerto, y así el pañuelo pasaba a ser su primer reposo mortuorio.
A última hora de la tarde, los días calurosos del verano, los padres enviaban a sus hijos al cementerio para que regasen las flores. Nos juntábamos dos o tres e íbamos de una tumba a la otra, regando rápidamente. Luego nos sentábamos, muy pegados unos a otros, en las escaleras de la capilla y observábamos cómo de algunas tumbas subían nubecillas de vapor blanco. Volaban un ratito en el aire negro y desaparecían. Para nosotros eran las almas de los muertos: Figuras zoomórficas, gafas, frasquitos y tazas, guantes y medias. Y de vez en cuando un pañuelo blanco con el borde negro de la noche.
Más tarde, conversando con Oskar Pastior para escribir sobre su deportación a un campo de trabajos forzados soviético, me contó que una anciana madre rusa le regaló una vez un pañuelo blanco de batista. Tal vez tengáis suerte tú y mi hijo, y podáis regresar pronto a casa, dijo la rusa. Su hijo tenía la misma edad que Oskar Pastior y estaba tan lejos de casa como él, en la dirección opuesta, dijo, en un batallón de castigo. Oskar Pastior había llamado a su puerta como un mendigo medio muerto de hambre, quería cambiarle un trozo de carbón por un poquito de comida. Ella lo hizo entrar en la casa y le dio un plato de sopa. Y cuando la nariz de Oskar empezó a gotear en el plato, le dio el pañuelo blanco de batista, que nadie había usado todavía. Con un borde calado de bastoncillos y rosetas impecablemente bordados con hilos de seda, el pañuelo era una belleza que abrazó e hirió al mendigo. Un híbrido; por un lado un consuelo de batista; por el otro, una cinta métrica con bastoncillos de seda, las rayitas blancas en la escala de su desamparo. El mismo Oskar Pastior era un híbrido para esa mujer: un mendigo extraño en la casa y un hijo perdido en el mundo. En esas dos personas lo había hecho feliz y le había exigido demasiado el gesto de una mujer que para él también era dos personas: una rusa extraña y una madre preocupada con la pregunta: ¿TIENES UN PAÑUELO?
Desde que me enteré de esta historia también yo tengo una pregunta: ¿Es ¿TIENES UN PAÑUELO? válida en todas partes y se halla extendida sobre medio mundo en el brillo de la nieve entre la congelación y el deshielo? ¿Cruza todas las fronteras pasando entre montañas y estepas hasta adentrarse en un gigantesco imperio sembrado de campos de trabajos forzados? ¿No hay manera de dar muerte a la pregunta ¿TIENES UN PAÑUELO? ni siquiera con la hoz y el martillo, ni siquiera en el estalinismo de la reeducación a través de tantos campos de trabajos forzados?
Aunque hace décadas que hablo rumano, en la conversación con Oskar Pastior me percaté por primera vez de que en rumano pañuelo se dice BATISTA, de nuevo la sensual lengua rumana, que simplemente lanza con apremio sus palabras hasta el corazón de las cosas. El material no da ningún rodeo, se designa como pañuelo listo, como BATISTA. Como si cada pañuelo fuera de batista en todo tiempo y lugar.
Oskar Pastior guardó en la maleta el pañuelo como reliquia de una doble madre con un doble hijo. Luego se lo llevó a casa tras cinco largos años en el campo de trabajos forzados. ¿Por qué? – su pañuelo blanco de batista era esperanza y miedo, y cuando uno renuncia a la esperanza y al miedo, muere.
Después de la conversación sobre el pañuelo blanco me pasé media noche pegándole a Oskar Pastior un collage sobre un papel blanco:
Aquí bailan puntos dice Bea entras en un vaso de leche de tallo largo ropa interior blanca tina de zinc gris verde contra reembolso se corresponden casi todos los materiales mira aquí yo soy el viaje en tren y la cereza en la jabonera nunca hables con hombres extraños ni acerca de la Central
Cuando a la semana siguiente fui a su casa a regalarle el collage, me dijo: encima debes pegar: “PARA OSKAR”. Yo le dije: Lo que te doy, te pertenece, y tú lo sabes. Él dijo: debes pegarlo encima, tal vez el papel no lo sepa. Me lo llevé de nuevo a casa y encima pegué: para Oskar. Y se lo volví a regalar la semana siguiente, como si hubiera regresado la primera vez de la puerta sin pañuelo y ahora estuviera por segunda vez en la puerta con pañuelo.
Con un pañuelo termina también otra historia:
El hijo de mis abuelos se llamaba Matz. En los años treinta lo enviaron a Timişoara a estudiar finanzas para que se hiciera cargo del negocio de cereales y de la tienda de ultramarinos de la familia. En la Escuela enseñaban maestros del Reich alemán, auténticos nazis. Al concluir sus estudios Matz quizás había recibido, de paso, una capacitación en finanzas, pero sobre todo recibió una formación de nazi – un lavado de cerebro planificado. Cuando salió de la escuela, Matz era un nazi fervoroso, un convertido. Ladraba consignas antisemitas, era inalcanzable como un débil mental. Mi abuelo lo reprendió repetidas veces, diciéndole que debía toda su fortuna sólo a los créditos de hombres de negocios judíos amigos suyos. Y al ver que esto no servía de nada, lo abofeteó varias veces. Pero a su hijo le habían trastornado el juicio. Jugaba a ser el ideólogo de la aldea, vejaba a los muchachos de su edad que se negaban a ir al frente. En el ejército rumano ocupaba un puesto de oficinista. Pero de la teoría quiso pasar a la práctica. Se presentó voluntario en las SS, quería ir al frente. Unos meses después regresó a casa para casarse.
Tras haber sido testigo de los crímenes en el frente, aprovechó una fórmula mágica válida para escaparse unos días de la guerra. Esa fórmula mágica era: permiso por boda.
Mi abuela tenía dos fotos de su hijo Matz en el fondo de un cajón, una foto de la boda y una foto de la muerte. En la foto de la boda se ve una novia vestida de blanco, una mano más alta que él, esbelta y seria, una virgen de yeso. Sobre su cabeza hay una corona de cera como hojas nevadas. Junto a ella está Matz con su uniforme nazi. En vez de ser un novio, es un soldado. Un soldado de la boda y su propio último soldado de la patria. Apenas volvió al frente, llegó la foto de la muerte. Y en ella un último soldado destrozado por una mina. La foto de la muerte es del tamaño de una mano, un campo negro, en el centro un paño blanco con un montoncito gris de restos humanos. Sobre el fondo negro, el paño blanco parece tan pequeño como un pañuelo de niño cuyo cuadrado blanco tiene pintado en el centro un dibujo extraño. Para mi abuela esa foto también tenía su híbrido. En el pañuelo blanco había un nazi muerto, en su memoria, un hijo vivo. Mi abuela dejó esa doble foto todos aquellos años en su devocionario. Rezaba cada día. Probablemente sus oraciones también tenían doble fondo. Probablemente seguían el hiato entre el hijo querido y el nazi obcecado y pedían también al Señor Dios que hiciera el espagat de amar a ese hijo y perdonar al nazi.
Mi abuelo había sido soldado en la Primera Guerra Mundial. Sabía de qué estaba hablando cuando decía a menudo y en tono amargo, refiriéndose a su hijo Matz: Sí, cuando ondean al viento las banderas, el juicio se pierde en las trompetas. Esta advertencia también era aplicable a la siguiente dictadura, en la que me tocó vivir a mí misma. A diario se veía cómo el juicio de los pequeños y grandes oportunistas se perdía en las trompetas. Yo decidí no tocar la trompeta.
Pero de niña tuve que aprender a tocar el acordeón contra mi voluntad. Pues en la casa se había quedado el acordeón rojo de Matz, el soldado muerto. Las correas del acordeón eran demasiado largas para mí, y para que no se resbalaran por mis hombros, el maestro de acordeón me las ataba a la espalda con un pañuelo.
Se puede decir que precisamente los objetos más pequeños, ya sean trompetas, acordeones o pañuelos, terminan atando las cosas más dispares en la vida; que los objetos giran y, en sus desviaciones, tienen algo que obedece a las repeticiones, al círculo vicioso. Uno puede creerlo, mas no decirlo. Pero lo que no puede decirse, puede escribirse. Porque la escritura es un quehacer mudo, un trabajo que va de la cabeza a la mano. De la boca se prescinde. En la dictadura yo hablaba mucho, sobre todo porque había decidido no tocar la trompeta. La mayoría de las veces, hablar tenía consecuencias intolerables. Pero la escritura empezó en el silencio, en aquella escalera de la fábrica donde tuve que sopesar y decidir conmigo misma más cosas de las que podían decirse. El acontecer ya no podía articularse en palabras. A lo sumo los añadidos externos, mas no su dimensión. Esta yo sólo podía deletrearla en mi cabeza, en silencio, en el círculo vicioso de las palabras al escribir. Reaccionaba ante el miedo a la muerte con hambre de vida. Era un hambre de palabras. Sólo el torbellino de las palabras podía captar mi estado y deletreaba lo que no podía decirse con la boca. Yo iba detrás de lo vivido en el círculo vicioso de las palabras, hasta que aparecía algo que no había conocido antes. Paralelamente a la realidad entraba en acción la pantomima de las palabras, que no respeta dimensiones reales, reduce las cosas principales y aumenta las secundarias. El círculo vicioso de las palabras confiere de buenas a primeras una especie de lógica maldita a lo vivido. La pantomima es furiosa y permanece atemorizada y tan adicta como hastiada. El tema dictadura surge ahí espontáneamente, porque la naturalidad ya nunca regresa cuando a uno se la han robado casi por completo. El tema está implícito ahí, pero las palabras se apoderan de mí y llevan al tema adonde quieren. Ya nada es cierto y todo es verdad.
Como chiste malo sobre la escalera estaba yo tan sola como en aquella época, en que de niña, cuidaba vacas en el valle del río. Comía hojas y flores para formar parte de ellas, porque ellas sabían cómo se vive y yo no. Me dirigía a ellas dándoles un nombre. El nombre cardo lechoso debía ser realmente la planta espinosa con leche en los tallos. Pero la planta no escuchaba el nombre cardo lechoso. Entonces yo lo intentaba con nombres inventados: COSTILLA ESPINOSA, CUELLO DE AGUJA, en los que no figuraban ni cardo ni lechoso. En el engaño de todos los nombres falsos ante la planta verdadera se abría el agujero hacia el vacío. La situación ridícula de hablar a solas en voz alta conmigo y no con la planta. Pero la situación ridícula me hacía bien. Yo cuidaba vacas y el sonido de las palabras me protegía. Sentía:
Cada palabra en el rostro sabe algo del círculo vicioso y no lo dice
El sonido de las palabras sabe que debe engañar, porque los objetos engañan con su material, y los sentimientos, con sus gestos. En el punto de intersección del engaño de los materiales y de los gestos se instala el sonido de las palabras con su verdad inventada. Al escribir no puede hablarse de confianza, sino más bien de la honestidad del engaño.
Por entonces, en la fábrica, cuando yo era un chiste malo sobre la escalera, y el pañuelo, mi oficina, también encontré en el diccionario la hermosa palabra INTERÉS ESCALONADO, que designa las tasas de interés de un préstamo que van subiendo por tramos. Las tasas de interés son para uno gastos y para otro, ingresos. Al escribir acaban siendo ambas cosas, cuanto más voy ahondando en el texto. Cuanto más me expolia lo escrito, tanto más muestra a lo vivido lo que no había en el vivir. Sólo las palabras lo descubren, porque antes no lo conocían. Allí donde sorprenden a lo vivido es donde mejor lo reflejan. Se vuelven tan apremiantes que lo vivido debe aferrarse a ellas para no deshacerse.
Me parece que los objetos no conocen su material, que los gestos no conocen sus sentimientos y las palabras tampoco conocen la boca que las enuncia. Pero para asegurarnos nuestra propia existencia necesitamos los objetos, los gestos y las palabras. Cuanto más palabras nos es permitido usar, tanto más libres somos. Cuando se nos prohíbe la boca, intentamos afirmarnos con gestos e incluso con objetos. Son más difíciles de interpretar y permanecen un tiempo libres de sospecha. Y así pueden ayudarnos a convertir la humillación en una dignidad que permanece libre de sospecha por un tiempo.
Poco antes de mi emigración de Rumania, el policía de la aldea vino un día muy de mañana a llevarse a mi madre. Ella estaba ya en la puerta cuando se le ocurrió la pregunta: ¿TIENES UN PAÑUELO? Y no lo tenía. Aunque el policía se mostró impaciente, ella volvió a entrar en la casa y sacó un pañuelo. En la comisaría el policía estalló en gritos e improperios. Los conocimientos de rumano de mi madre no bastaban para que comprendiera los rugidos del policía, que luego se marchó del despacho y cerró la puerta con llave desde fuera. Mi madre se pasó el día entero encerrada allí. Las primeras horas sentada a la mesa, llorando. Después empezó a ir de un lado para otro y a limpiar el polvo de los muebles con el pañuelo empapado en lágrimas. Por último cogió el cubo de agua del rincón y la toalla que colgaba de un clavo en la pared y fregó el piso. Me quedé aterrada cuando me lo contó. ¿Cómo has podido fregarle el despacho a ese individuo?, le pregunté. Y ella me respondió, sin ningún reparo: quería hacer algo para matar el tiempo. Y el despacho estaba tan mugriento. Hice bien en llevarme uno de los pañuelos de hombre, grandes.
Sólo entonces comprendí que con esa humillación adicional, pero voluntaria, se había proporcionado dignidad en aquel arresto. En un collage busqué palabras para formularlo:
Yo pensaba en la rosa vigorosa en el corazón en el alma inservible como un colador pero el propietario preguntó: ¿quién se acaba imponiendo? yo dije: salvar el pellejo él gritó: el pellejo es sólo una mancha de la batista ofendida sin juicio.
Me gustaría poder decir una frase para todos aquellos que, en las dictaduras, todos los días, hasta hoy, son despojados de su dignidad, aunque sea una frase con la palabra pañuelo, aunque sea la pregunta: ¿TENÉIS UN PAÑUELO?
Puede ser que, desde siempre, la pregunta por el pañuelo no se refiera en absoluto al pañuelo, sino a la extrema soledad del ser humano.
Retrato de Herta, 1972
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