#cuento del caballo blanco
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loshijosdebal · 5 months ago
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Capítulo XXIV: Bienvenida a casa
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Cuando llegaron al nacimiento del río Hjaal, Seth la ayudó a desmontar del caballo. El majestuoso frisón tenía un aura morada que no recordaba, aunque la verdad es que sus recuerdos del día en que la rescató de los falmer eran algo borrosos. Miró a su alrededor, inquieta y llena de dudas. Había imaginado que irían al Cerro, pero allí estaban, en mitad de la nada. Lo único que había allí era un islote en cuyo centro había una vieja torre en ruinas. Alicent abrió la boca para preguntar dónde estaban, pero no tardó en cerrarla; él ya le había repetido en varias ocasiones que se lo explicaría todo a la vuelta, ya que ahora el tiempo apremiaba. 
Miró hacia el islote, preguntándose si ese sería su destino. Como si Seth hubiera notado sus dudas, alzó una mano y frente a ella hubo un ligero destello blanco seguido de una vibración sutil bajo sus pies. Poco a poco, un camino de piedras empezó a emerger de las profundidades del lago. Las piedras eran lo bastante grandes como para pasar despreocupadamente, pero aunque parecían estables, Alicent vaciló, temerosa de caer al agua helada. Seth la tomó de la cintura, pegándose a su espalda
—Puedes cruzar —susurró con cariño desde atrás, sobre su pelo—. Quiero que conozcas ya nuestro nuevo hogar.
¿Viviremos en unas ruinas? Alicent giró la cabeza para mirarlo, dubitativa. Sonreía. De hecho, parecía estar de muy buen humor. ¿Cómo puede estar tan tranquilo? Ella tenía un nudo en el estómago, estaba de los nervios pensando en su madre y en Idgrod, pero también en todos sus vecinos.  
Seth le dio un empujón suave para animarla a cruzar. Alicent sujetó los pliegues de su vestido con las manos y lo levantó un poco. Tras juntar algo de valor, se subió a la primera piedra tras tantear su estabilidad. Una vez lo hizo, saltó a la siguiente y así hasta seis veces hasta que alcanzó el islote. Conforme se iba acercando, algo empezó a cambiar a su alrededor. Como si cayera un velo o, mejor, como si lo cruzara, la torre en ruinas se fue transformando ante sus ojos. La maleza desapareció, revelando un bonito jardín, y también lo hicieron los escombros. La torre mostró su forma original, tal y como debía haber sido antaño, antes de que las guerras y el paso del tiempo la hicieran trizas. Era magnífica, de piedra gris clara y tan alta que imponía. Su arquitectura no se parecía a ninguna que ella hubiera visto antes; parecía mágica.
Se bajó del puente, ya en el otro extremo. Un pequeño camino empedrado bordeado de campanillas moradas llevaba hasta la entrada y Alicent correteó hasta la mitad, fascinada, olvidando por un momento lo que qué estaba pasando en Morthal. Allí se giró hacia él. Seth bajó de la última piedra del puente y caminó hacia ella con parsimonia. Cuando estuvieron frente a frente, él volvió a coger su cintura para pegarla contra sí y besarla. 
—Bienvenida a casa.
Alicent sonrió, con el corazón latiendo tan fuerte que podía sentir el pulso en los oídos. Vivirían en una torre escondida donde nadie podría encontrarlos salvo que ellos quisieran. Parecía un cuento de hadas. 
—Ahora debo irme, Ali —siguió él—. Entra y ponte cómoda. A mi regreso te lo explicaré todo —prometió una vez más.
—Vuelve pronto —pidió ella en un susurro. 
—Te lo prometo.
Tras decir esto, Seth se alejó, desandando el camino hacia el puente. 
—¡Ten cuidado! —gritó, viendo cómo desaparecía de su vista.
Cuando quedó sola, Alicent se abrazó a sí misma. Todas las preocupaciones volvieron a su mente y se le hizo un nudo en la garganta. Por un lado quería que él volviera a Morthal rápido para poner a salvo a sus seres queridos, pero, por otro, tenía miedo de que le pasara algo durante el combate. Esa parte deseó que se quedara con ella allí, donde nadie podría hacerles daño nunca.
Una nueva ráfaga de viento le provocó un escalofrío y la hizo volver en sí. Cogió aire y recorrió el camino que la separaba de la entrada. Las puertas de metal eran pesadas, pero se abrieron solas en cuanto posó la mano sobre ellas, como si la torre la aceptara y le diera la bienvenida. Aunque sus ojos se habían acostumbrado a la oscuridad del exterior, la luz del interior era tenue y no la molestó en absoluto. En cuanto se dio cuenta de los pequeños orbes azules que flotaban junto a las paredes, emitiendo luz, jadeó impresionada. Si por fuera la torre parecía mágica, el interior dejaba claro que lo era.
Avanzó mirando todo a su alrededor. A la izquierda, nada más entrar, había unas escaleras de piedra que daban al piso superior, y un gato recostado sobre uno de los escalones se quedó mirando hacia ella. A la derecha había otras escaleras que bajaban. Alicent siguió al frente y llegó a una gran sala circular, en cuyo centro había otra otra sala más, también redonda. Había tanto por explorar que se sintió abrumada. Desde su posición pudo apreciar que en la sala exterior había varias mesas. Una se parecía a la que Falion tenía en su casa, donde a veces encantaba armas, joyas o armaduras. Al otro lado había una parecida que tenía varios bastones al lado. Aunque la curiosidad la invitó a rodear el anillo exterior de la torre, escuchó voces hablando en la sala interior. ¿Serán los criados? Como noble que era, tenía sentido que Seth los tuviera. No supo cómo sentirse al respecto, ya que ella siempre había tenido que hacerlo todo por su cuenta. Como fuera, se animó a entrar para presentarse. 
La puerta era de madera oscura y no chirrió cuando Alicent la empujó. Abrió la boca para saludar, pero lo que vio en el interior la dejó sin habla. Había cuatro personas en el centro de la habitación. Un hombre al que no conocía, calvo y fuerte, estaba de pie frente a un atril sobre el que dibujaba algo en unos planos. Cerca suyo, sentadas junto a la mesa, reconoció a Alva y a Laelette. Entre ellas había otro hombre, arrodillado en el suelo y con la mirada clavada en este. No llevaba más que un taparrabos harapiento y parecía herido. Que Alva estuviera allí era raro, sin embargo, ella y Seth eran amigos. Pero, ¿Laelette? ¿Qué hacía ella allí? ¿Y por qué estaba así ese hombre?
Cuando se quiso dar cuenta, todos salvo el esclavo la estaban mirando. Alicent les devolvió la mirada uno a uno, deteniéndose en Laelette. Sus ojos, extrañamente rojos, se cruzaron con los suyos y la mujer sonrió de par en par. 
—¡Alicent! —exclamó, levantándose de la mesa y abriendo ambos brazos—. ¿Te acuerdas de mí? 
—Laelette —murmuró, demasiado confundida como para articular alguna de las muchas preguntas que tenía en aquel momento—. Pero tú… te fuiste con los Capas de la Tormenta.
Laelette se acercó hacia ella, pero Alicent retrocedió por instinto. Aunque Laelette seguía sonriendo, había algo extraño en ella, algo que no le inspiraba confianza. Sus ojos brillaban con el tono de Masser, su piel tenía el color de Secunda y contrastaba con su pelo oscuro. Esto, mezclado con sus rasgos finos y afilados, la hizo sentir bastante intimidada. Recordaba a Laelette como una mujer frágil y dulce que siempre parecía un poco confundida, pero ahora eso se había desvanecido. Seguía pareciendo frágil, pero de otro modo. Ya no parecía dulce, sino salvaje. Y la confusión se había convertido en algo más. Inestabilidad. Esta se transmitía en su mirada, pero también en su voz aguda. 
—Me fui para empezar una nueva vida, como tú —respondió Laelette, indiferente a su aversión—. Si te conviertes ahora serás joven eternamente. Qué envidia no haberlo hecho a tu edad —lamentó. De pronto sus ojos se abrieron, como si hubiera tenido una idea. Luego, brillaron con ilusión. Su sonrisa se ensanchó y se hizo más fina—. Alva me ha contado que Lami pasa mucho tiempo con mi marido. Si ella se va a quedar con mi pequeño Virkmund, es justo que yo me quede con su hija. Siempre quise tener una niña, ¿sabes? —Laelette giró su cintura en dirección al hombre calvo y batió las pestañas, coqueta—. ¿Qué me dices, Movarth? ¿La adoptamos? 
El hombre rodó los ojos como respuesta y Alicent retrocedió un paso más. Quiso gritar que mentía, que su madre no se había buscado otra familia sin contárselo a ella, pero los recuerdos del último año cayeron sobre Alicent como una revelación. Lami había pasado mucho tiempo con Thonnir y ella se había alegrado por tener un poco de libertad, ¿era posible que se hubieran hecho novios? Sacudió la cabeza, negando para sí. Se aferró a la única incógnita que se atrevió a confrontar en aquel momento. 
—Yo no me voy a convertir en nada, ¿de qué hablas? —preguntó con un hilo de voz. 
Alicent miró a Alva, buscando una explicación. Y la obtuvo, aunque no como esperaba, cuando ella se inclinó sobre el esclavo. Abrió su boca pintada de rojo y sus dientes se volvieron afilados y grotescos antes de hincarse en el cuello del hombre. 
Alicent tardó unos segundos en asimilar lo qué estaba viendo. Vampiros. Son vampiros. Su rostro se descompuso en una expresión de pánico y rompió a temblar.
—¿Te encuentras bien, cielo? Te has puesto pálida —dijo Laelette. 
Alicent la miró a tiempo de ver que le acercaba una mano, dispuesta a tocar su frente. La apartó de un manotazo. 
—¡No me toques! —exclamó, retrocediendo un paso más, aterrada. 
Giró sobre sí, buscando la entrada con la mirada. Estaba a punto de salir corriendo cuando Laelette la agarró de la muñeca y la sujetó con fuerza. Su piel estaba helada y su agarre era tan brusco que le hizo daño. 
—¿Es que Lami no te ha enseñado modales, niña? —preguntó enfadada. El falsete agudo desapareció y dio paso a una voz ronca de tono frío—. Muy bien, si piensas comportarte así, tendré que enseñarte algo de respeto.
—¡Suéltame! —gritó Alicent, asustada, y empezó a forcejear. Se volvió hacia Alva—. ¡Alva! ¡ALVA, AYÚDAME! —suplicó.
Pero Alva levantó la mirada despacio y, luego, negó. Tenía un poco de sangre en la comisura del labio y la retiró con el pulgar. Lo chupó para limpiarlo antes de pronunciarse.
—Te avisé de que te alejaras de él, pero no me hiciste caso. Ahora, te aguantas.
Laelette tiró de ella hasta las escaleras y la obligó a bajar. Por más que forcejeó, no consiguió zafarse de su agarre. El sótano estaba oscuro, tanto que Alicent no podía ver nada, aunque por la soltura con la que se movió su captora, parecía que ella sí que podía ver. La arrastró por la sala y Alicent avanzó a ciegas tras ella, a la fuerza. Cuando pararon, sintió un empujón seguido de un chirrido metálico; no tardó en descubrir que venía de la puerta de la celda en la que Laelette la acababa de dejar encerrada.
Aterrada, gritó y lloró en la oscuridad. Suplicó que la sacaran y amenazó, también a voces, con que Seth se lo haría pagar cuando volviera. En algún momento comprendió que, si Seth sabía que ellos estaban allí, entonces no podrían hacerle daño; él no lo permitiría. Aquello la consiguió calmar algo pero, aunque dejó de gritar, lloró tanto que se quedó sin lágrimas. La oscuridad era insoportable y aterradora. De vez en cuando sonaba algún gemido tenue, vacío, que le daba escalofríos. Recordó al hombre semi desnudo y se preguntó si habría más así en aquel sótano. ¿Cómo puede Seth permitir algo así? La pregunta se repitió en su mente, pero se negó a ella. Quizá había algún motivo, quizá él no lo sabía. Había prometido que se lo explicaría todo a su regreso, pero no imaginaba cómo podría justificar algo así.
No supo cuánto tiempo pasó allí encerrada. Sentía los ojos hinchados por el llanto cuando escuchó un chasquido de dedos, tras el cual varios orbes rojos repartidos por las paredes se encendieron, iluminando el sótano, también circular. Cuando la luz iluminó la estancia, Alicent vio a Seth acercándose a ella, pero también que la sala estaba llena de jaulas como la suya, la mayoría ocupadas por esclavos, hombres y mujeres con aspecto cansado, atolondrados, semi desnudos y casi sin vida, como el hombre que había visto antes. Se le revolvió el estómago y, por un instante, creyó que iba a vomitar.
Seth abrió la puerta. Cuando Alicent alzó la mirada vio que, además de cansado, parecía enfadado. 
—S- Seth —murmuró, con la voz seca y ronca. Lloriqueó sin lágrimas, con un nudo en la garganta y los ojos entumecidos—. Sácame de aquí, por favor. Me… Me quiero ir —suplicó cuando él se agachó junto a ella. 
Alicent intentó abrazarse a él, pero él la sujetó por los hombros y la miró con severidad. 
—¿Qué has hecho? —preguntó. La agarró por debajo de los brazos y la levantó—. Laelette dice que te portaste con ella como una…
Las piernas de Alicent fallaron en cuanto se puso en pie y cayó de bruces contra su pecho, cortando su reproche. Seth olía a sudor, a cenizas y a sangre. Era desagradable, pero no lo suficiente como para apartarse. Se abrazó a él, desesperada.
—Te dije que te lo explicaría todo a la vuelta —reprendió él, acariciando su espalda para tranquilizarla—. ¿Es que no podías esperar?
Alicent negó, apoyada contra su pecho.
—Quiero volver a casa, Seth —pidió, ignorando sus palabras—. Tengo miedo. Esto no me gusta. Esto… ¿Qué es esto? —levantó la barbilla para poder mirarlo a los ojos. Pese a la duda, seguía teniendo la certeza de que él no le haría nada malo, así que no se alejó incluso cuando preguntó—: ¿Eres un vampiro? 
Seth parpadeó, perplejo. 
—¿Qué? No, claro que no soy un vampiro Alicent. Venga, vamos a nuestra habitación y te lo explicaré todo. 
Alicent se tensó contra él. 
—No. No voy a ir a ninguna habitación —aseguró. Lo hizo con tal firmeza que hasta ella misma se sorprendió—.  Quiero… —vaciló al ver que él la miraba con el ceño fruncido, entre extrañado y cabreado—. Quiero ir a casa, Seth.
Seth frunció todavía más el ceño.
—Alicent, no puedes ir a casa. Y lo sabes. Además, esto es lo que querías. Lo que queremos. 
—¿Que esto es lo que quería? —negó, sorprendida—. ¡SETH! —alzó la voz, y él levantó ambas cejas—. ¡VIVES EN UN NIDO DE VAMPIROS! 
Las cejas de Seth volvieron a su lugar, pero apretó la mandíbula. Parecía aún más enfadado que antes. 
—Ya veo. —Su voz sonó fría, decepcionada—. Lo tenías todo planeado, ¿verdad? —Alicent parpadeó—. Querías que te mantuviera a salvo durante el ataque para luego buscar cualquier excusa para volver a Morthal sin mí. ¿Cómo puedes ser tan egoísta?
—¿Qué? Eso no…
—¿Es cierto? Pues muévete —ordenó Seth. Fue tan brusco que Alicent quedó helada. 
A pesar del miedo y la angustia, a Alicent le bastó un nuevo vistazo a su alrededor para devolverle la mirada con firmeza. No tenía ninguna intención de quedarse en aquel lugar horrible. Desvió la mirada hacia las escaleras. Su plan todavía no había terminado de coger forma cuando Seth se adelantó a sus intenciones.
—¡SUÉLTAME! —gritó cuando la cargó sobre uno de sus hombros, como un saco de patatas—. ¡SETH, BÁJAME! ¡QUIERO IRME! 
Seth la llevó escaleras arriba varios pisos, hasta llegar a lo que debían de ser sus aposentos. Alicent no dejó de patear y sacudirse todo el trayecto y estuvieron a punto de caer un par de veces, pero no le importaba, solo quería irse de allí cuanto antes. Cuando llegaron, Seth  estaba tan harto que prácticamente la arrojó de su hombro. De no ser porque chocó de espaldas contra la pared, se habría caído al suelo. Ni siquiera se molestó en ver cómo era la sala sino que, cuando recuperó el equilibrio, clavó sus ojos en los de él, desafiante, antes de dirigirse a la puerta. Pero Seth se interpuso entre ella y la salida.
—Déjame ir, Seth —exigió.
—Tú no vas a ir a ninguna parte —replicó despacio, enfatizando cada sílaba.
Para esas alturas saltaba a la vista que no le quedaba ni una gota de paciencia. Aunque en cualquier otra ocasión se habría sentido intimidada, estaba tan enfadada que intentó empujarlo. Alicent no tenía demasiada fuerza, así que Seth ni se movió. Frustrada, empezó a golpear su pecho con los puños.
—¡Déjame ir! ¡Déjame ir! ¡Quiero volver a casa! ¡Déjame ir! —exigió sin alzar la voz, atragantándose por los nervios con sus propias palabras. 
—Alicent, si sigues así me vas a obligar a hacer algo de lo que te arrepentirás —avisó. Lo hizo en un tono tan frío y afilado que la consiguió frenar. 
Alicent se detuvo y lo miró, procesando sus palabras. La amenaza avivó su enfado y volvió a empujarlo. Nuevamente, no consiguió nada, así que se dispuso a hacerlo otra vez, pero en esta ocasión Seth la paró a tiempo. Le apartó las manos con las suyas hacia los lados y Alicent perdió el equilibrio. Aunque estuvo a punto de caer de culo al suelo, solo retrocedió dos pasos tambaleándose, hasta que se volvió a erguir. Lo miró a los ojos, con la rabia encendida. No recordaba haber estado así de enfadada con nadie.
—¡Déjame marchar! No quiero vivir contigo, ¡TE ODIO!  —chilló. 
Seth quedó ojiplático, tan sorprendido que tardó en reaccionar cuando Alicent lo esquivó y se escurrió entre él y la puerta. Ya había puesto un pie fuera cuando, de repente, los dedos de Seth se enredaron en su pelo y tiró de ella hasta el interior de la habitación. Aunque su primer impulso fue gritar por la sorpresa, la ira escaló la violencia. Alicent se giró como un resorte y le pegó un bofetón con todas sus fuerzas. El impacto sonó tan fuerte que hasta ella abrió los ojos como platos al ser consciente de lo que acababa de hacer.
Ambos se miraron a los ojos unos segundos, congelados. Luego, Seth alzó la mano y le devolvió el golpe. También lo hizo con fuerza, tanta que la cabeza de Alicent se giró tan de golpe que le giró la cara tanto como su cuello dio de sí. Tanta que, en esta ocasión, sí que cayó de culo al suelo. Lo miró desde allí, con la boca abierta, sin dar crédito a lo que acababa de pasar. La había pegado. La había pegado, y con ganas. Puede que ella lo hubiera hecho antes, pero él ni se había movido. Él sin embargo tenía más fuerza y ella notó el dolor ardiendo en su mejilla. Me ha pegado. Se llevó una mano a la cara, temblando. Su labio tembló y sus ojos se llenaron de lágrimas. 
Quedó tan desconcertada, tan incrédula por lo que acababa de pasar, que ni se enteró de que Seth había salido de la habitación hasta que escuchó el sonido de la llave cerrando la puerta. Alicent levantó la mirada despacio, comprobando que Seth se había ido. Su pulso se volvió frenético. Tengo que escapar. Se puso de pie casi de un salto, con la adrenalina dirigiendo sus acciones. Alicent giró el pomo plateado varias veces pero la puerta, de madera robusta, no se abrió. Se agarró al pomo y volcó en él todo su peso pero, aunque la zarandeó con todas sus fuerzas, la puerta siguió cerrada. La desesperación continuó creciendo en su pecho. 
Miró a su alrededor por primera vez desde que había llegado, buscando alguna otra vía de escape. Igual que la primera planta, la estancia tenía la forma de una rosca, aunque en este caso las paredes concéntricas eran medios muros que definían la zona del dormitorio. Nuevamente, la iluminación venía de unos orbes que, en este caso, emitían una luz anaranjada y tenue. Alrededor del círculo interior había varias zonas, delimitadas por la organización de los propios muebles; Alicent vio muchos armarios, un tocador e incluso un pequeño hogar alrededor del cual había varias butacas y estanterías llenas de libros. Siguió caminando y llegó a un escritorio y otra mesa que dedujo que sería para comer. En otra zona vio una bañera inmensa, cuadrada y de piedra blanca. Aunque el espacio era magnífico y estaba decorado con gusto, Alicent no sintió ninguna fascinación.
Había unas cuantas ventanas alrededor de la habitación. Una de ellas era especialmente grande, como una puerta.  Alicent se acercó y comprobó que podía abrirla. Con el corazón palpitando y la esperanza en el pecho, la atravesó para comprobar que daba a un balcón tan espacioso que incluso parecía una terraza. Se acercó a la balaustrada, solo para comprobar que la altura era inviable. Si saltaba desde allí, lo más probable es que se partiera las piernas, si es que no moría en el intento. 
Agobiada, sintió el pánico creciendo todavía más en su pecho. Retrocedió hasta volver a entrar en la habitación e intentó abrir la puerta una vez más, sin éxito. Sus pensamientos eran cada vez más difusos. El ambiente, agobiante ante la creciente certeza de que no había escapatoria. Finalmente se dejó caer sobre el suelo, agotada. Se tapó los ojos con las manos y rompió a llorar desangelada, sintiendo que cada vez le costaba más y más respirar por el pánico. Tanto que las últimas bocanadas de aire que tomó sonaron ahogadas entre los sollozos.
No podía estar pasando aquello. Estaba en una torre lejos de todo el mundo, donde nadie la encontraría nunca si él no quería. Lo que al principio pensó que sería un cuento de hadas se había convertido en una pesadilla.
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699- Cuento de estación de tren De pronto, en ese viejo andén, sintió que su vida daba un giro, que en ese preciso momento sería una bisagra entre su pasado y su futuro, que su vida desordenada tenía que cambiar mientras esperaba el tren sentado en ese asiento de madera, que lo llevará hasta ese pequeño pueblo al sur de Buenos Aires de muy pocos habitantes. Pensaba que era su culpa de que ella se marchara llevándose a sus hijos, que tardó mucho en reaccionar. Las consecuencias fueron crueles para su ego varonil, y su adolorido y castigado corazón. Un viento suave tocaba su rostro frío y pálido en esa tarde de verano, los pocos transeúntes que, un rato antes invadían su alrededor ya no estaban, el andén con techo de chapas inglesas crujía  en el medio de ese extraño silencio de ese atardecer, que fue roto por el tronar de las vías viejas que anunciaban, por fin la llegada del tren. Sube, se sienta del lado de la ventanilla y piensa los pasos a seguir una vez que llegue a destino. Tratará de traer a su familia de regreso a casa, su caótica y convulsionada familia rota hace años atrás, quizás rota ni bien empezó. El tren se ponía en marcha, junto con el tiempo que parecía que se había detenido mientras pensaba en esas cosas. Recostado en el cómodo asiento del tren, mientras miraba el paisaje sin observarlo, el cansancio por noches de desvelo por la ansiedad que le había ganado la partida, otra vez era vencido, pero esta vez por el sueño, que obligó a cerrar sus ojos, como cuando se consume un cigarrillo tirado al piso a medio terminar. Profundamente dormido, un sueño invadió su dormitar mientras escuchaba como lejano el sonido de las ruedas sobre el carril oxidado. En el sueño, él se ve montado a un caballo blanco, esplendido adornado con grilletes dorados y que brillaba al andar. El caballo andaba al trote por un camino gris con abundante flores rojas y azules al costado que le brindaba una sensación de paz y seguridad, él no sabía hacia donde se dirigía pero seguía marchando por ese hermoso camino adornado con flores al costado y que perfumaba su andar, pero en un momento, al girar su mirada hacia atrás, con mucho esfuerzo porque lo que veía adelante lo encandilaba tanto que no quería mirar atrás, y tras él vio que las flores ya no estaban, que a su paso se marchitaban convirtiéndose en horribles y pestilentes botones negros que dejaban ver sus espinas por debajo, antes ocultadas por la belleza de las flores. Y por el camino gris, seguían sus pasos seis caballos de apariencia enferma, desolados con moscas en sus lomos marchando en fila y ordenadamente. El más pequeño, con pelaje más oscuro que el resto, iba a lo último. Y mientras delante de él, su camino era iluminado con rayos de sol radiante, atrás todo era sombrío y nebuloso con ese aire espeso que asfixia. En un momento tuvo ganas de esperar y dejar que los seis caballos pasaran delante de él, y hacer su transitar aliviador y espantar sus moscas y que ellos puedan disfrutar del aroma que destilaban las flores azules y rojas, que sean tocados por esos rayitos de sol, pero nada de esto hizo. De repente, una angustia invadía su sueño, un temor que no se podía explicar, otra vez vuelve a escuchar lejanamente, el sonido tronador de las ruedas del ferrocarril que acarician las viejas vías, escucha voces inteligibles que se mezclaban con las ruidosas ruedas de el tren contaminado su claridad. Siente la presencia de personas desconocidas a su alrededor, pero sin verlos, los oye murmurar pero sus voces se van alejando cada vez más y más quedando todo en silencio. A la medianoche, en esa vieja estación de tren el nuevo personal de turno se prepara para hacerse cargo de las tareas operacionales y administrativas del nuevo día. El jefe de estación, toma el informe de lo acontecido el día anterior y lee en un apartado, lo sobresaliente, que escapa a lo habitual. “Hombre de 56 años sufrió un ataque cardíaco sentado en el asiento del andén mientras esperaba la llegada del tren”
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jgl3zr0m · 2 years ago
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El velorio
Por Marcelo Horacio Dacher
La tarde preanunciaba una fuerte tormenta en los alrededores de San Ignacio. Al pie del Teyú Cuaré, todavía se divisaban precarias canoas, que ignorando el clima se aventuraban en el río.
El paisaje gris y los refucilos en el cielo alertaron a varios tucanes, que desde unas ramas volaron a un lugar más seguro. Cerca de allí, dos lagartos intentaban infructuosamente captar algo de sol sobre las piedras desnudas, cuando las primeras gotas empezaron a caer.
Ese mes de febrero de 1937 había sido particularmente lluvioso. A unos kilómetros de la costa, más cerca del pueblo se encontraba el bar de Ramón González. El sitio era un tugurio, donde se reunían los lugareños para comprar algunas provistas o para llevarse unas buenas borracheras de acuerdo a la altura del mes. Allí también llegaban esporádicamente algunos forasteros, que eran recibidos por su propietario, siempre ansioso de noticias o chismes de la capital.
Sentado en la vereda en un catre improvisado, Ramón vio una gran nube de polvo rojo, que como una puñalada dibujaba una cicatriz zigzagueante en el verde de la selva. Era Porfirio Duarte en su caballo, seguido por una jauría de perros, que se le añadieron en el camino, como si fueran una improvisada caravana. Porfirio se ganaba la vida haciendo changas, cuando la caña se lo permitía o cuando su estómago le reclamaba después de algunos días sin comer.
- Buenas Ramón. ¿Me sirve algo pa’ tomar? vengo de tarefear y tengo el buche seco.
Mientras Ramón buscaba un vaso limpio en una de las repisas del fondo, Porfirio picaba con una navaja oxidada un poco de tabaco para luego enrollarlo prolijamente en una chala que había sacado detrás de su oreja. El humo espeso y catingudo del charoto ahuyentaba hasta los mosquitos más voraces, que a esa hora se hacían un festín. Hombre de pocas palabras, Porfirio tragó con fruición la caña que le habían servido, y espetó una frase que mudó el semblante de Ramón:
- Ahí le avisaron a mi patrón que Quiroga estiró la pata en Buenos Aires.
Ramón se quedó estupefacto recordando las veces que atendió al finado en su bar cuando buscaba alguna provista o viéndolo pasar con la bicicleta en su ridículo traje blanco.
Cerca de una las ventanas estaba “Pedrito”, un loro parlanchín al que apodaban “Pelado” que casi había pasado a mejor vida, en las garras de un tigre hambriento con quién quiso trabar amistad. Al escuchar la noticia voló con desesperación a la casa que había sido propiedad del muerto, a quien había conocido algunos veranos atrás. Allí se encontró con otros animales repitiendo la noticia, tal cual la había oído en el bar de Ramón. En una especie de círculo improvisado en torno a las palmeras del patio, se fueron sumando cada vez más curiosos a medida que la voz se corría como reguero de pólvora en la selva.
Los primeros en llegar fueron los flamencos que nunca faltaban a los casamientos, cumpleaños, bautismos y velorios. Aún se los veía con las patas ardidas y de un color rojo radiante. Quizás por eso se ubicaron lejos de las víboras de coral, que les traían malos recuerdos. Sentados detrás de unos yuyos conversaban un oso hormiguero, un venado y su cría, que hablaban acerca de una pomada que curaba la ceguera provocada por picaduras de abejas. Al lado escuchaban atentos unos coatíes, que fueron amigos de los hijos del difunto, cuando vivían en una pequeña jaula que estaba cerca del gallinero. Como la conversa era mucha y la atención se perdía, Pedrito se dirigió a los presentes haciendo gala de su oratoria y con un tono cuasi gremial refirió:
- Compañeros: hoy estamos aquí porque de alguna u otra manera todos nos hemos relacionado con este hombre y gracias a él viviremos para siempre en sus cuentos. Por ello me parece justo que le rindamos un homenaje, haciéndole un velorio de cuerpo ausente, decretando además tres días de duelo en la selva.
Todos estuvieron de acuerdo y se repartieron las tareas. Las abejas rápidamente fueron en la búsqueda de flores para armar una corona y hasta una de ellas, que tenía fama de haragana, trabajó llevando unas hermosas orquídeas. Los yacarés, que habían cortado árboles con sus colas y fabricado diques en guerras pasadas, hicieron el cajón de madera de lapacho. La lechuza opinó que como en todo buen velorio que se precie de tal, hacían falta unas “lloronas” para darle mayor emotividad a la jornada. Entonces pensó que podía ir al cementerio y contratar almas de mujeres que conocía de sus rondas nocturnas por ese lugar. Bertita, que había sido asesinada por sus hermanos opas y Alicia, que todavía vagaba con su almohadón confirmaron su presencia.
En el río la noticia fue divulgada por las rayas y por los dorados. Cuando el carpincho desprevenido preguntó si alguien se había acordado de avisarle al tigre, la respuesta a coro fue: “NI NUNCA”. La última en caer al velorio fue la tortuga gigante, que en su viaje desde el zoológico de Buenos Aires , llegó casi de madrugada, orientada por las luces de las taca tacas, que oficiaban de improvisados candiles en torno al ataúd. Como era la más veterana y respetada, preguntó en qué lugar lo iban a enterrar. El oso hormiguero sugirió que fuera en las Ruinas de San Ignacio, a las que alguna vez retrató con su cámara y donde había un buen cementerio. Un tucán de gran pico naranja, opinó que era mejor dejarlo en la selva, donde solía perderse por muchas horas. Las diferentes opiniones se escucharon casi hasta el alba, sin que nadie se pusiera de acuerdo. Fue allí que con una voz pétrea y fría habló enrollada sobre sí misma la yararacusú:
-¿Por qué no llevamos el ataúd al río?
Todos se miraron y asintieron con las cabezas, resignados ante la brillante idea que había tenido la víbora. Y para que el cajón no se diera vuelta con la corriente, decidieron poner dentro de él algunas pertenencias del difunto para que hicieran algo de peso. Prolijamente ordenadas colocaron en el fondo sus herramientas de mano, una vieja lata con papeles doblados y una máquina de escribir.
Cuando llegaron a la costa del río, el sol ya estaba en lo alto. Un solemne cortejo de yacarés llevó sobre sus lomos el ataúd hasta el agua y adentrándose en el canal más profundo del Paraná liberaron su carga. La brisa que soplaba desde la costa, empujó el féretro hacia el horizonte ya a la deriva…
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letrocitia · 5 months ago
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Resurrección - Cuento Corto.
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—¡Huiste niña! ¿Valió la pena?
—¿Me conoces?
Había entrado a la tienda de la adivina itinerante en busca de un remedio o una explicación a los extraños síntomas que venía experimentando. Aunque al entrar, deseé no haberlo hecho. Era un lugar oscuro y claustrofóbico. Comencé a sudar y por momentos sentí náuseas. Una anciana de mirada ladina y cabellos largos, blancos y desordenados, que asemejaba más una hechicera, parecía esperarme.
—Tú y yo ya nos conocemos, aunque no quieras recordarlo. Me llamo Maurila— dijo con voz rasposa.
—Es la primera vez que te veo —respondí molesta, a mí no me iban a decir cosas que no eran. Me volví hacia la puerta para salir.
—Te llamas Laira, y sueñas que sales con mucha dificultad de la negrura, a tu alrededor solo hay muertos.
Tragué saliva, conocía mi nombre y el sueño recurrente que me estaba atormentando. Bueno, después de todo era una adivina, pero al parecer, sí era una de las buenas. Voltee para mirarla.
—No has querido enfrentar tu destino. Sentenció.
—¿De qué hablas? —dije, secándome la frente con el dorso de la mano.
—Hace dos años tres guerreros legendarios fueron despertados de entre los muertos para ayudar a salvar la ciudad de Fadonia, luego, solo dos regresaron a sus tumbas. Tú te negaste a volver a los brazos de la muerte y elegiste no recordar nada, pero nadie burla al destino, niña, nadie.
Casi de inmediato mi mente conjuró escenas que se me antojaban ajenas, a pesar de, en el fondo, saber que yo las había experimentado: la deliciosa, vivificante sangre recién recolectada de guerreros vivos filtrándose en una tumba. Un cuerpo, no del todo consumido, abriéndose furioso paso a través de la tierra hasta emerger en medio de la noche fría. Presentir, temblando de placer, el cielo nocturno, pues desde unas cuencas oculares, casi vacías de tejido, no se podía ver gran cosa. Esa mujer, Maurila, frente a mis despojos, pronunciando un hechizo impronunciable que restauró mi cuerpo. Más tarde, una batalla que trajo el triunfo, días de alegría y celebraciones, y luego…
—Te fuiste, subiste a tu caballo dejando atrás tus insignias de guerrera y nadie supo de tu paradero —en su voz había reproche—. Nadie, excepto yo, que te he seguido de cerca. Mírate ahora, el tiempo extra que has tomado a la fuerza, tiene un costo, ya no puedes comer y estás casi en los huesos, apenas toleras beber agua, las fuerzas te abandonan, y, ¡esos sueños! Créeme, no tendrás paz hasta que regreses a donde perteneces.
—No quiero regresar —dije débilmente— ¡No soporto la desolación del sepulcro! La vida es demasiado preciosa. Me preguntaste si había valido la pena. ¡Sí! ¡Mil veces sí! Por sentir el aire y el calor del sol sobre mi piel, lo volvería a hacer. No quiero privarme de eso ni de todo lo que aún no he podido volver a experimentar.
—¡Debes hacerlo! De aquí a ocho años te volveré a despertar, pues Fadonia nuevamente necesitará toda la ayuda posible. Volverás a saborear la vida, será un periodo de gracia, unos días de plenitud, una dádiva negada a la mayoría, y luego…
—¡Regresaré a esa horrible tumba!
La mirada de Maurila ahora se había suavizado con una mezcla de lástima y ternura. Puso frente a mí un frasco de cristal con un líquido blancuzco dentro.
—Bébelo, te prometo que la transición será indolora. Yo me ocuparé de tu cuerpo.
—No… —me sorprendió escuchar mi voz como el débil aullido de un animal moribundo.
—Si no lo haces, de todas maneras te alcanzará el destino, mas no habrá nadie que haga lo necesario para asegurar que puedas volver. Donde te pille la muerte, ahí quedarás y no podrás nunca más salvar a tu amada ciudad.
Durante un rato que se me antojó una eternidad miré el frasco, luego lo tomé con manos temblorosas, lo acerqué a mis labios.
—Prométeme algo —le supliqué—, entiérrame de nuevo en Fadonia. Busca un lugar alegre, al que nunca le falten las flores, donde me llegue el bullicio de la vida.
—Lo prometo —dijo Maurila—. No te preocupes, nos volveremos a ver. Los muertos no tienen consciencia del tiempo, aunque, lamentablemente, sí de su estado. Descansa. Confía en mí. Volverás a ver la luz de un nuevo día.
Bebí la pócima y me deslicé suavemente en la muerte, a la espera de mi siguiente resurrección.
Autor: Ana Laura Piera.
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olibana · 6 months ago
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Nuevo post del blog Egyptianights.
I Ching. Taoísmo y Arte.
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cinedel1al1001 · 8 months ago
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A4. Pranpancha Pash (1929)
La película de hoy es una producción Germano-India (técnicamente, Germano-Británica pues el subcontinente todavía estaba bajo el régimen colonial). Está basada en un cuento tradicional y, como suele ser habitual en éstos, su trama es predecible y los personajes cumplen su papel sin mayor profundidad. A esto se le suman unas interpretaciones muy estáticas, especialmente la de Charu Roy (el héroe de la cinta) que parece labrado en mármol poniendo siempre la misma expresión facial. No he encontrado información sobre él; pero parece que era sólo su segunda película. Me parece raro que le dieran con tan poca experiencia el papel protagonista en esta producción que debió ser muy costosa para la época.
Y ésta, la producción, es lo que más destaca del film: 10.000 extras, 1.000 caballos, elefantes, repito, elefantes (y muchos) y hasta algún tigre. Como decía John Hammond en Parque Jurásico: "No reparamos en gastos". Todo ese derroche unido a las espectaculares localizaciones convierten las numerosas escenas de festejos en un deleite para la vista. Además, se muestran varias ceremonias tradicionales indias que pueden resultar interesantes para quien no las conozca.
En definitiva, una película visualmente atractiva, bastante corta, pero argumentalmente plana. No te va cansar pero tampoco te vas a acordar de ella mañana.
Liquidada la crítica y viendo que esta es la última película muda que veremos por aquí, me gustaría decir algo sobre las restauraciones digitales tan de moda actualmente. Me parece muy necesario este proceso para preservar e incluso rescatar películas muy deterioradas o que se creían perdidas. La restauración es una herramienta esencial para no perder nuestro patrimonio cultural y poder legárselo a las generaciones futuras. Ese patrimonio les servirá de fuente de conocimiento e inspiración, les mostrará lo que hicieron las personas que le precedimos y podrán aprender de nuestros errores, construir sobre nuestros aciertos y añadir su contribución a ese legado.
Sin embargo, haciendo uso a la IA estamos viendo películas digitales perfectas, sin una sombra o mancha; incluso estamos dándoles color y reconstruyendo escenas perdidas. Estamos llegando a un punto en que estamos viendo las películas antiguas mucho mejor de lo que el público original las vio y, aunque eso pueda ser interesante para nosotros como espectadores, creo que el daño que le estamos haciendo a la Historia y nuestra memoria es irreparable. Cuando de aquí a 10 ó 20 años me acerque a un miembro de la Gen Z o posteriores y les pregunte "¿Cuándo crees tú que se empezó a usar el color en el cine?"; seguramente ni sepa que existieron alguna vez películas en blanco y negro. Y para muestra, un botón, ¿sabías querido lector que el cinematógrafo originalmente se movía con una manivela? Esa cadencia manual ralentizaba la película y provocaba un notorio parpadeo en la imagen. Te animo a que busques ese parpadeo en las nuevas versiones digitales de clásicos del cine mudo. No existe. Todo es prístino, nítido y agradable al ojo. Me da miedo pensar que nuestra memoria audiovisual se está despegando de nuestra Historia real porque ese hueco que estamos dejando en medio lo va a acaba ocupando alguien (La Naturaleza aborrece el vacío).
¿Queda alguien todavía que haya leído 1984?
12 de Marzo de 2024
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mayatime7 · 9 months ago
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Cuentos Zen: "Juicio"
En una aldea había un anciano muy pobre, pero hasta los reyes lo envidiaban porque poseía un hermoso caballo blanco. Los reyes le ofrecieron cantidades fabulosas por el caballo pero el hombre decía: "Para mí, él no es un caballo, es una persona. ¿Y cómo se puede vender a una persona, a un amigo?". Era un hombre pobre pero nunca vendió su caballo. Una mañana descubrió que el caballo ya no estaba en el establo. Todo el pueblo se reunió diciendo: "Viejo estúpido. Sabíamos que algún día le robarían su caballo. Hubiera sido mejor que lo vendieras. ¡Qué desgracia!. "No vayáis tan lejos -dijo el viejo- simplemente decid que el caballo ya no está en el establo. Este es el hecho, todo lo demás es vuestro juicio. Si es una desgracia o una suerte, yo no lo sé, porque esto apenas es un fragmento. ¿Quién sabe lo que va a suceder mañana?". La gente se rió del viejo. Ellos siempre habían sabido que estaba un poco loco. Pero después de 15 días, una noche el caballo regresó. No había sido robado, se había escapado. Y no solo eso sino que trajo consigo una docena de caballos salvajes.
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acuarimantima · 2 years ago
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Había una vez una princesa encerrada en una torre de marfil.  Las princesas son hijas de reyes -y reinas- pero esta princesa era hija de un reino ajeno, y por lo tanto, estaba sola y desheredada en alguna torre del reino presente.  Como todas las princesas de los cuentos, esperaba. Quería ser amada y terminar su soledad de ébano, de marfil, del color de los dientes. Dejaba crecer su cabello, como las princesas de los cuentos para cuando un día llegara quien fuera capaz de trepar a la ventana de su torre. (Sería más fácil subir por las escaleras pero las escaleras estaban prohibidas, vigiladas). Un día, un archiduque, primo del príncipe, intento de príncipe, confiable del rey, fue a visitarla. La visitaba en las mañanas, cantaban en las noches. Rápidamente las visitas se hicieron frecuentes y la princesa invitó al príncipe a subir.  Pasaron una temporada entera en la recamara.  La princesa le propuso que bajaran. Se sentía lo suficientemente envalentonada para huir y abandonar el reino. Al final no era el suyo. Quizá hubiera otro para ella (al final de todo, toda princesa quiere llegar a reina, sea por venganza, por herencia o por su marido). El archiduque aceptó. Huirían. Serían felices. Perdices.  El archiduque estaba, sin embargo, comprometido. Ya una princesa de otro reino estaba  encargada y prometida para él. Al final bajó por las escalas como si cualquier cosa, y se casó. Heredaría el puesto del rey -sus hijos habían muerto- y en el peor de los casos haría que le corten la cabeza. ¡Qué le corten la cabeza, qué le corten la cabeza! La princesa, aburrida, decidió bajar también. Una escala a la vez. El pelo, ensortijado en la coronilla, con el peso de su torre.�� Nadie podía subir, pero estaba permitido bajar. Era la torre, del color de los dientes, lo sagrado y lo prohibido.  Se hizo amiga de las criadas, de los vigilantes, de los cuidadores de los caballos. Aprendió a pastar, a domar gallinas, estudió canto y cocina y aprendió a hacer, mientras hablaba. Caminaba y hablaba con las gentes, enseñaba cosas, aprendía cosas. Tomaba el sol. Tan sencilla la vida de la tierra. Tan distinta a la de los aires. Un día -no pasó mucho tiempo-, la reina (¡la reina!) murió.  La princesa habitaba cerca, se sabía que había bajado de la torre y que ahora habitaba los establos, que estaba vestida de trajes blancos y sencillos. Mantenía sin embargo el pelo ensortijado. El peso de su pasado y su verdad. El rey mandó un mensaje. Decía: “¿Llueve afuera?”. La princesa no respondió. No llovía afuera, tampoco hacía sol. Dependía del día. No sabía qué quería decir el rey. No era clara la pregunta ni la respuesta y en cambio sí la fuerza de su destino. El rey decidió dejar a su lado -no sabemos por cuánto tiempo- a la mensajera que llevó el mensaje. Después enviudó, por segunda vez y se decidió a hacer un reino de paz y de palabra. La princesa siguió un tiempo pastando en establos vecinos y un día, con su caballo de confianza, cabalgó hasta lo alto de una montaña.  Se veía el reino pasado y el reino futuro. Desde ahí se elevó y zarpó.
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hala2021 · 2 years ago
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La luz de mis ojos, parte 9 (esto es solo una historia inventada y una continuación del cuento «Las flores»)
Mariela me envió mi doble por mensajería de mi teléfono. Hablé con ella, era iraní, pero hablaba perfecto el español. Le dije que no quería que diera la vida por mí, que no correspondía. Parecía una réplica de mí, hasta le habían puesto las cejas. Nos parecíamos en todo, hasta estudiaba Escritura, igual que yo. Nos reímos, la sentía muy simpática; su nombre: Rukahia. En su reemplazo, estaban fabricando un robot y la usaban a ella como modelo. Sabía varios idiomas; me sorprendió.
—No podemos entender cómo puede ser que Allah te hable; para nosotros es increíble —me comentó.
—Mira, no puedo decirte dónde está el muñeco, porque lo guardo como un secreto, pero te voy a decir algo que te va a sorprender: si lo conocieras a Dios en esa persona que fabricó, te darías cuenta de que es lo más simple que pueda existir en todo el universo. La gente se lo imagina de otra forma, no sé..., tal vez bajando de un caballo blanco, ja, ja, ja —le comenté y no aguanté la risa.
—¿Es hombre o mujer? —indagó curiosa por saber.
—No te lo puedo decir. No puedo olvidar todo lo que me dijo y hasta lo anoté en un papel. Tengo sus frases anotadas. Una de las cosas que me llamó la atención es que Él me dijo que desde aquí en la Tierra lo ve todo distinto. Claro, Dios no ve como vemos nosotros, digamos que tiene ojos por todas partes, arriba, abajo, atrás, delante. Y me dijo que le impresiona que el muñeco que hizo no tenga ojos en la espalda. ¡Y por supuesto! Nosotros caminamos y no vemos si alguien viene por detrás, pero Él sí lo ve, con sus ojos espirituales.
—Hala... Parece que contaras algo que fuese como ciencia ficción —exclamó Rukahia.
Seguimos hablando y le conté otras cosas, por ejemplo lo de los alimentos, que todo lo que veíamos en el mundo eran seres. Entonces, cuando yo me como una pera, por ejemplo, Papá les dice que suman puntos y que van a tener recompensa. Y muchos quieren que yo los coma para tener su premio en el más allá.
—El otro día comía una pera y pensaba que no era bueno que dejara un pedazo. Y me la comí toda, porque pensé que era como despreciar a ese ser. ¿Me explico? —le pregunté.
—Es maravilloso lo que contás.
Rukahia me pidió que me cuidara y que seguiríamos hablando. Y también, que al día siguiente visitaría al robot.
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conjuntoempty · 2 years ago
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Vacilaciones nocturnas:
En el ensayo ético estético prostético sobre la masa de forma amorfa,
validas lo plausible a la más impertinente humana realidad,
desde el sótano detonaste.
Malatesta te detesta y te escupe por tv.
Pantallas que acallan tu voz interna y tallan tu pomposa autoridad moral.
De pedestal pedestre tu peste se esparce de tanto rebuznar. Veo maquinas aplastadas por patitas de bebe,
alcohol con plomo y gorrita pa atrás.
Paladear manifiestos abiertos esfínteres tapados.
Hay que salir arando.
Al galope de golpe te cogí.
Ventanas revelan demasiado nuestros sueños depravados, retrasados.
Alzados asamos carne.
Vivir en el sepulcro es necesidad de existencia, aprenden a ver en lo oscuro, respirar humo exhalar bilis, jalar tolueno, esnifar trueno; y el relámpago.
Se apagó.
Pánico.
Interesantes cosas envueltas en conchas velludas.
Más allá, más adentro hay vida en potencia.
En esencia, desvanecerá certeza segura que augura un lugar.
Aléjate, aléjate de mí,
aléjate o veras que no soy tan agradable.
Un sentimiento lamentable rasga tu piel,
un sentimiento deleznable cuece tu hiel.
Miel envenenada.
Aléjate, aléjate de mí, no te lo vuelvo a advertir,
Vacilaciones nocturnas.
Eyaculaciones rem sinapsis en contacto falso,
a la mañana una sensación de percepciones perdidas.
En la radio no hay sintonía, gargajo pucho café ducha vida.
Cuida de que nadie te esté siguiendo,
mira sobre tu hombro Charlie puede estar ahí, en la jungla.
Amo a tu esposa de blanco apuñalada,
arañas en la ventana, la montaña de merca sobre la mesita de luz.
-(this is) radio head-
Alcornoques rebotes neuronales.
Amputada.
Emputada.
Sanción moral.
Es hippie si lleva morral.
Asado con cuero y en cueros con rebenques nos pegamos mientras follamos.
Alabados.
Macoña con caipiriña y guaraná.
 Si escuchas el tormentoso tortuoso pulsar de tu latir advertirás que calaca está por venir, a buscarte, a recoger el guante, a aguantarte la cabeza.
Cosa hermosa que rebosa en perfección, idealización, el aullido en la penetración.
Diste vuelta la cortina, y ahí está esperándote terciopelo corazón y la cabeza de un caballo bayo que ya no puede galopar.
Y si grito para adentro no me encuentro.
Y si grito para mí no encuentro.
Vacilaciones nocturnas.
Mecha corta calderita de lata.
TODO VA A EXPLOTAR!!!!
Entre tanto el trance.
 El “chaman” habla del lenguaje del humano y de las cosas, y de un lenguaje “primigenio” cuento común que nos cuenta todos los demás cuentos.
A la luz de una hoguera se forjo, boca a boca, resoplo;
aire vital común a ambos a todos. Cuento.
Quiénes somos eterna pregunta que el cuento intentaba una respuesta narrar.
Vacilaciones nocturnas, fuego de estiércol y sombras estrelladas en la vastedad, compañía desoladora.
A la luz de una hoguera se forjo.
Cielo estrellado destellos del pasado.
Viajando.
Entre láseres reverb dub.
Vacilaciones nocturnas, cavilaciones destructivas, impertinentes momentos de la mente.
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coachpractico · 4 years ago
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Cuento: el caballo blanco.
Cuento: el caballo blanco.
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Esta historia cuenta que en una lejana aldea había un anciano muy pobre, pero hasta los reyes le envidiaban porque poseía un hermoso caballo blanco.
Los reyes le ofrecieron cantidades fabulosas por el caballo pero el hombre decía: “para mí él no es un caballo; es un amigo. ¿Y cómo se puede vender a un amigo?”. Era un hombre pobre, pero nunca vendió a su caballo. Una mañana descubrió que el…
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adiosalasrosas · 2 years ago
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el día en que murió búfalo bill yo era un niño de ojos lejanos que coleccionaba estampas de santos de la iglesia las guardaba en una caja de zapatos debajo de la cama una caja del tamaño de un zapato gastado mi madre decía que no era lugar para los santos no aprobaba la caja ni la cama creo que tampoco era de santos mi madre era un corazón roto que miraba desde el porche la danza de las estrellas se incendiaban sus ojos cuando alguna parecía fijarse en ella. decía que el mundo estaba bien hecho el mundo está bien hecho. entonces nos besaba prometía que nunca permitiría que nadie tocase mi caja de zapatos todos tus santos del cielo saben que yo velo por ellos me decía en esos momentos de amor puro mamá dice que cuando pierda mi afición por meter estampas de santos en cajas de zapatos debajo de la cama escoja alguna menor me ha pedido que me siente con ella en el porche miraremos estrellas esperaremos que alguna repare en nosotros mamá y su hijo en el porche en el día en que murió búfalo bill yo era un hijo obediente y mamá se peinaba con los dedos untados de mantequilla mamá es un obispo luterano cuando huele a mantequilla mamá es un árbol de doscientos años cuando huele a mantequilla mamá es un coche blanco en la puerta de una iglesia cuando huele a mantequilla hijo mío si alguna vez contemplas un pájaro en una rama no lo molestes los pájaros en las ramas son indicios de algo que no comprendemos también la oscuridad cuando cierras los ojos y buscas sapos en el corazón dice todo esto con la boca llena de almendras escucha el runrún del cosmos mi madre tiene los dientes sucios el pelo enmarañado la misma ropa que ayer quién sabe dónde la compró en una tienda pequeña en new Hampshire probablemente afuera llovería una vez vi a mi madre hablar a un caballo esas cosas hacen que te enamores del mundo la vida es el gesto del caballo cuando mi madre le dice que tenga paciencia vendrá un jinete y te llevará al mar qué delicada la voz de mi madre en new Hampshire en primavera los latidos del corazón de mi madre huelen a tierra quemada el color de sus uñas la verdad de sus ojos mamá te coge de la mano y ya sabes lo que es el cosmos los chicos que nos ven creen que mi madre es un ángel yo bailo delante de los supermercados mientras ella compra melocotones me echan monedas yo las cuento una dos cien mamá me pregunta de dónde las has sacado yo bailo y me arroja una dos cien por la noche pienso en búfalo bill las colinas como los poetas saben a helado de menta las puertas del corazón no se abren a cualquiera hay que ir vestido de domingo qué bien planchada llevas el alma dice el párroco es un tipo vulgar que ha leído salmos habla con lentitud de jardín no me cae bien mamá dice que podemos dejar de ir a la iglesia tengo una caja de zapatos con estampas de santos dentro le susurro al oído podemos arrodillarnos podemos pedirle al mismísimo jesucristo que venga y se arrodille con nosotros los tres en una noche de agosto podremos mirar las estrellas algunas te miran y se te incendian los ojos
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juan-francisco-palencia · 4 years ago
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Llega ligera la primavera . . .
¡La ilusión! Sobre el césped del ensueño va la niña tierna, rubia, fragil, blanca; bajo el brazo la guitarra de madera, rosada, hueca. Salta, corre, canta, grita, y sus ojos bonitos copian toda la pureza del cielo infinito. Le mire: es ritmo y es donaire; sus desnudos pies se agitan, ¡y parece que también tuviesen alas como el aire!
Dulcemente la brisa toca, la rosa roja de su boca que es esencia y es frescura y es néctar humedo y tibio de cadiz puro. Va contenta, risa tras risa, va de prisa; y en sus labios aletea, como un colibrí sobre el nido, la sonrisa. Pasa ligera la primavera . . . en los molinos, bosques, valles y canales, echa tulipanes, tulipanes, tulipanes, tulipanes blancos.
Una línea de su cabello rubio, que se canta es un celaje sobre el campo de su frente; frente casta. Sol enorme que en el brillo de sus caballos dorados se engasta; frente pura que humedece el sudor, y que aparece, bajo el soplo sabio y frio de los búhos, campos empapados de rocio. Va la niña; tal vez sueña conmigo y con las hadas, y se narra ella misma el cuento de la Cenicienta. Y sus cantos, melodiosos, en las ráfagas deslíe picara, jugueteando, mientras salta, corre y ríe. Nace el alba; vibra el horizonte sus espadas de reflejos, y el río Amstel se sonrosa, y una gran fragancia del alma en acres llega de muy lejos. Pasa ligera la primavera . . . en los jardines, bosques, valles y canales, echa tulipanes, tulipanes, tulipanes, tulipanes, tulipanes blancos.
— by Juan Francisco Palencia. JFP © ™
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escritos-de-azucar · 3 years ago
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Los cuentos de hadas no existen, el príncipe azul no combatirá dragones para salvarte y ni llegará en un caballo blanco, pero a cambio de eso sí podemos vivir la belleza del mundo real, en el que el chico de nuestros sueños llega un poco temeroso a tocar el timbre.
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the-ghost-of-tsushima · 4 years ago
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⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀#A001 | #AcontAvalon
———————————————————╮
⠀⠀⠀⠀╰——標題 ❪❪ → Ávalon ⠀ꄬ. 006
⠀⠀⠀⠀⠀⠀𝐂𝐡𝐚𝐭𝐞𝐚𝐮 𝐝𝐞 𝐥𝐚 𝐜𝐫𝐨𝐢𝐱 ❫❫
⠀⠀⠀⠀
⠀⠀⠀⠀˗ˋ ๑. ⠀ᨀ 08042021⠀⠀⌇⠀⠀
જ. Diamantes: 500 💎 ˊ˗
⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀
⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⁂⌟ ⠀〖 𝗽𝗋𝗲𝗌𝖾𝗻𝘁𝖾𝖽 𝗯𝗒 : 𝐉𝐢𝐧 𝐒𝐚𝐤𝐚𝐢
⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀꒺. ❛ › #BCGhostJin
⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀
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⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀𝖼𝗋: 𝖼𝗁𝗂𝗁𝗂𝗋𝗈.𝗍𝗑𝗍
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ㅤㅤㅤㅤㅤㅤUna noche más fría de los normal cayó sobre las almas de Japón, algo extraño ocurría, no se sentía como siempre, era extrañamente solitario, ni una sola alma deambulaba fuera de sus casas, ni las luces dentro de estas se encontraban encendidas, es como si todos se escondieran de algo aterrador, más tenebroso que las mismas tinieblas, disfrazándose en medio de los rayos de luna, listo para llevárselos cual depredador hambriento a sus presas. Pero a lo lejos a las afueras del espeso y lúgubre bosque, el humo de una fogata se alzaba dando por fin señales de vida. Jin Sakai se acercó a este, resultó ser un hombre joven, era al músico que ya conocía, ya no era novedad para él, aunque no sabía su nombre, se lo había cruzado en varias ocasiones y le contó relatos en canciones que parecían increíbles ante los sentidos de cualquier mortal, este afinaba las cuerdas de su instrumento, no necesitaba si quiera mirarlo para saber que él estaba ahí.
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—No siempre son fantasiosas las historias que se cuentan señor Sakai, a veces hay verdaderas situaciones que son inexplicables paran todos, los humanos no son dueños del mundo, estamos rodeados de espíritus, demonios, seres hambrientos de sangre y carne humana, algunos que nos protegen, como usted, y otros que buscan destruirnos, es importante que conozca todas sus historias, así como todo Japón conoció la leyenda del fantasma, no siempre tienen que ser personas, a veces son lugares mágicos, que solo pocos pueden ver, y hoy, usted tiene la oportunidad de conocerlo en persona, si es que así lo quiere.
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—Sabes que no creo en cosas así, he escuchado cada una de tus canciones, sobre maldiciones y espíritus del bosque, al final solo es el resultado de la perfidia humana, desde que fuimos invadidos nos dimos cuenta que no solo los mongoles eran enemigos, sino nuestra propia gente, seres repugnantes disfrazados esperando el momento indicado para clavar su daga por la espalda.
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—Lo se señor—Reafirmó el hombre mostrando una sonrisa confiada mientras permanecía en su cómoda posición de descanso en el suelo, Jin se sentó a su lado pues necesitaba que el fuego le diera calor a sus manos, sus dedos se sentían entumecidos y a penas y podía moverlos bien, el músico no dudó en hacerle un espacio al ex samurái. Podía escuchar los sonidos de la naturaleza nocturna haciendo su maravilloso espectáculo, el sonido de la madera quemándose, los grillos cantando, los animales pequeños moviéndose entre el pasto y el graznar de los cuervos entre los árboles, aunque la mayor belleza era ver la luz radiante de las luciérnagas paseándose frente a sus ojos dándole esa magnífica belleza al lugar— Pero esta ocasión no es como las anteriores, los espíritus del bosque eran hombres salvajes que mataban a aquellos que tenían la valentía de enfrentarlos, usted nos hizo saber esto, y desde entonces dejamos de temer, pero esto es algo completamente distinto, ¿Ha escuchado usted la leyenda de Ávalon?
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Los ojos de Jin se abrieron mostrando una expresión de sorpresa bastante grande, aquel nombre le traía recuerdos porque solo una persona en su vida le había contado de ese lugar y esa era su madre, pero parecía algo tan fantástico, sin igual que solo podía compararlo con una historia de cuento de Hadas.
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—Pensé que la historia de Ávalon era algo que había inventado mi madre para hacerme dormir en las noches, nunca nadie más había mencionado ese nombre, ni mi padre, ni nadie cercano, hablaba de la historia de un castillo gigante, con torres de diseños tan hermosos que no podían ser creación del ser humano, parecía tan emocionada con lo que me contaba que me contagiaba su sentir, y yo descansaba imaginando un sinfín de cosas en mi mente infantil, aunque en el fondo sabía que solo eran cuentos.
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—Entonces escuche esta canción mi señor, voy a contarle lo que quizá su madre no le dijo de este lugar, ya que no es solo un castillo, este tiene vida, al igual que todo lo que reside ahí.
“Cuanta la leyenda que Ávalon fue creado por un deseo, el deseo de un joven creyente que quería mantener la armonía entre los seres que consideramos como criaturas de cuentos o mitológicas, anhelaba que vivieran en paz, aquellos que siempre han existido pero por alguna razón se ocultan entre las sombras lejos del ojos humano. Se necesitaba mucho poder para esto, y él solo jamás podría lograrlo.
Todo en esta vida tiene un equilibrio, el bien y el mal, la luz y la oscuridad, el negro y el blanco, todo aquello que mantiene en pie lo que conocemos. El joven creyente se alió con un ser de extraordinario poder creando así un hermosos cristal, pero cuya magia era tan fuerte que no cualquiera podría manipularla sin sufrir las consecuencias, así es como nación Ávalon, aquí se contenían todas las fuerzas elementales conocidas y aquellas que no eran descubiertas aun.
Pero uno de estos hombres murió, dejando al otro con todo el poder del cristal a su disposición, y un sueño, un objetivo en su mente, ese el cual no iba a permitir que se deshiciera, como las cenizas de una ardiente hoguera, viajó por todo el mundo hasta encontrar un lugar donde poder resguardar el cristal, poniéndolo bajo tierra en un sitio a penas descubierto, y fue como este hizo de semilla para emerger del suelo una de las estructuras más grandes jamás vistas por el hombre, un gran y encantado castillo blanco que no podía ser visto por cualquiera, solo aquellos que el cristal invitara porque sabía que hay algo en sus almas y los necesitaba consigo. El Chateau de la croix es este el nombre con el que este sitio es conocido, el que se ha vuelto a derrumbar y resurgido de las cenizas como el ave fénix, porque al final la magia no se apaga como el fuego, es eterna.
Esta canción no es solo para contarle una leyenda que usted ya conoce señor Sakai, es una invitación para que sea testigo de lo que ocurre en este castillo, soy el mensajero de Ávalon, y el aceptarlo es su decisión, si usted acepta, este portal debería cruzar, pero tenga cuidado, atravesar el boque podría ser peligroso y solo los más fuertes y valientes al final pueden llegar, se negarse, puede subir a su caballo y su camino debe continuar”
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No podía negar que aquello le causaba una increíble curiosidad, sobre todo porque siempre consideró que esa historia era algo que su madre había creado para él. No necesitó preguntar cuál era el portal, este apareció frente a sus ojos causándole una gran sorpresa, jamás había visto algo parecido, pero tras este podía verse un bosque completamente diferente al que tenía frente a sí, mucho más oscuro, incluso se sentía más húmedo que el lugar donde estaba. Jin volvió la mirada a con el músico, pero este había desaparecido sin dejar rastro, más que la fogata que los mantuvo cálidos cuando aquella melodía le fue cantada. No había dudas de esto, tenía que descubrirlo.
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Y con sumo cuidado empuñando la Katana de su clan es que el portal cruzó, tele transportándose a un lugar completamente distinto se ubicó, sus pasos apresurados demostraban inseguridad, no sabía lo que aquí podría encontrarse, no se sentía solo, pero tampoco podía ver a nadie a su alrededor más que naturaleza, podía sentirlo, como si los arboles respirasen, quizá los nervios le causaba alucinar, pero realmente llegó a verlos moverse un poco. Eso no detuvo sus pasos, la luz al final del todo era a donde quería llegar, listo para el ataque de cualquier ser siniestro que frente a sus ojos se pudiera cruzar.
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No fue necesario nada de esto, ya que después de tanto correr es que a su objetivo pudo llegar, y aquella inmensa estructura apareció frente a sus ojos, no podía ser cierto, pero ¿Cómo? El músico había dicho que el Ávalon llamaba a los seres extraordinarios que tuvieran algo en su alma que pudiera ayudarles, ¿Por qué él? ¿Por qué su madre sabía de este lugar? Y fue cuando todo quedó claro en su mente, su madre había sido llamada por el cristal, Jamás tuvo conciencia si ella tuvo algún poder, algo especial, parecía una mujer tan normal, pero él, él era solo un ser humano, si estaba ahí, era porque tenía un propósito, un destino, la invasión de los mongoles en Tsushima fue el primero, la primera parte de su historia, quizá esta sería una señal de que debía seguirla escribiendo, un nuevo capítulo, una palabra a la vez. ¿Acaso ese poder sentía el alma de su madre en sí? Esto sería algo que él mismo tendría que averiguar.
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eacastilloc · 3 years ago
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yanfei's guide to surviving camp | #3
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Resumen: Camp Element es un campamento de Teyvat que da la bienvenida a personas con visiones de todo el mundo.
Yanfei, es una de esas personas afortunadas.
Afortunada, como más desafortunada que afortunada.
-
Yanfei se colgó del hombro una bolsa de lona negra e inmediatamente la dejó caer. El peso era demasiado para que la niña lo manejara, estaba repleto de libros. Libros que cubrían todos los límites de la ley, libros que contaban historias y libros que brindaban información sobre Teyvat. Bueno, también había ropa en el petate, pero sobre todo libros.
Ella gimió y abrió la cremallera de la bolsa. Como era de esperar, un libro azul verdoso se deslizó y golpeó el piso de madera con un fuerte golpe.
Lentamente, tomó el libro y examinó la portada. Era un pequeño libro de cuentos, llamado "Los siete arcontes". Una imagen de un ángel blanco estaba pegada en la portada, decorada con destellos azules.
"No necesito esto..." murmuró, colocándolo de nuevo en un espacio en su estantería. Repitió este proceso con otros diez libros, lo que hizo su gran total: cuatro. Comprobó dos veces los restantes, asegurándose de que fueran perfectos para un campamento de verano.
Ellos eran. Un libro sobre leyes, otro sobre cuentos de hadas de Teyvat, otro sobre fantasmas y uno más sobre monstruos.
Yanfei, volvió a cerrar su bolso y lo recogió de nuevo. Era mucho más liviano, por lo que pudo arrastrarlo por las escaleras de su casa de madera en Liyue.
"¡Me voy a acampar!" Gritó y su madre se apresuró a acompañarla. Llevaba un cuenco de tofu. Era tofu de huevas de cangrejo, su tipo favorito.
"Tómalo." Exigió su madre, sosteniendo el cuenco de cerámica.
"No, voy a acampar, ¿recuerdas?" Preguntó ella, dudando. El tofu de huevas de cangrejo sonaba realmente atractivo, a pesar de que tenía que irse.
Finalmente, ella cedió.
"Está bien. Pero solo un tazón, ¿de acuerdo?" Yanfei dijo, agarrando el cuenco y metiéndolo en una bolsa de mano. Lo colgó en su brazo, donde se deslizó hacia abajo para caber cómodamente en su codo. Su madre asintió con la cabeza, con una amplia sonrisa en su rostro.
"¡Que te diviertas!" Llamó mientras su hija bajaba los escalones de adoquines. "¡Ten cuidado!"
Yanfei, corrió hacia el punto de referencia de teletransporte cercano y jugueteó con sus bolsas hasta que se sintieron fáciles de sostener. Sintió el cálido resplandor del punto de referencia brillando en su rostro. Sus manos parecían azules cuando alcanzaron para tocar el botón en el medio.
El punto de referencia brilló en oro cuando entró en el reino de la tele transportación, una ráfaga de aire caliente hizo volar su cabello rosado hacia atrás. Aflojó su agarre sobre el cuenco, pero lo abrazó con fuerza contra su pecho.
Cuando salió de la tele transportación, se encontró en un campo. Un campo lleno de dientes de león.
Una mujer desconocida estaba junto a ella. Tenía el pelo rubio recogido en una cola de caballo y ojos azules. En una mano tenía un portapapeles y en la otra un bolígrafo. Cuando vio a Yanfei, anotó algo.
"Hola, ¿Cómo te llamas?" Preguntó, haciendo girar el bolígrafo contra su labio.
"Yanfei." respondió, apretando su agarre en la bolsa de lona.
"Ah. Lo veo aquí. Genial." Dijo la mujer, mirando su tabla. "Eres un luchador catalizador, ¿verdad? ¿Qué catalizador prefieres, libros u orbes?"
"Libros." Yanfei exclamó. Ella se tapó la boca. Eso salió más fuerte de lo esperado.
"Impresionante. Mi nombre es Jean. Bienvenido a Camp Element". Dijo Jean, sonriendo. "Sígueme a las cabañas, encontraremos tu elemento".
La pareja caminó hacia el grupo de edificios debajo del campo. Había siete, cada uno para su respectivo elemento. Yanfei, reconoció a algunos, pero había un par con los que no estaba familiarizada. Por ejemplo, había uno verde que tenía forma de corazón. Ella solo había visto algunos elementos, y solo luchó contra Geo.
"Está bien. Entonces. Veamos." Ordenó Jean, dejando su portapapeles. "Ve a esta posición".
Yanfei, estiró los brazos hacia adelante y abrió la mano derecha para exponer la palma. Colocó su pierna izquierda ligeramente hacia adelante.
Jean sacó un catalizador de arranque básico de su bolso y lo colocó en su mano izquierda.
"Bien. Ahora di 'Explosión elemental'." ordenó Jean, inspeccionando a la chica.
"¡Explosión elemental!" Yanfei, soltó, y una llama roja brillante salió volando de su mano. Sin embargo, era pequeño y débil, y apenas hizo que la hierba se incendiara.
Jean sonrió. "Otro Pyro. Eso es bueno, no tenemos muchos, solo Amber, Xiangling, Bennett, Hu Tao y Klee. Pero Klee no cuenta, es demasiado joven".
"¿Pyro?" Preguntó Yanfei, inclinando la cabeza hacia un lado. "¿Quieres decir... fuego?"
"Sí, el elemento fuego. Es genial. Hace mucho daño contra Cryo". Dijo Jean. "Sea cual sea el elemento que pueda ser, nos alegra que esté aquí".
"Bienvenida a Camp Element, Yanfei."
FIN
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