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Nereida Apaza
Excerpts from her series Patria
Cuaderno / Historia doméstica del Perú
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uuuuh boludo 0/10 está HORRIBLE cosido eso parece q lo cosi yo drogada y después de haber sido atropellada por una moto, encima le queda BAILANDO (suelto) basta Gerard entiendo que querías estar flaco para danger days pero se te fue la mano un poquito
man 0/10 the sewing it's HORRIBLE it looks like I sewed it by myself while being on some crack and after being crashed by a motorcycle
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Entre muros y silencios (Parte 3)
by Aris
5.432 palabras
Ao3 Wattpad
—Hemos tenido un clima estupendo ¿No te parece? —le comentó Manuel al perro que lo acompañaba caminando distraído por el pasillo, una costumbre que había adquirido hace un tiempo.
Lo decía en serio. Las nubes y la niebla seguían mayormente presentes, claro, pero la prolongada falta de temporales capaces de abrir huecos en los muros era algo que no le pasaba desapercibido. Incluso el diluvio desatado tras la llegada de Francisco había durado apenas unas horas antes de menguar y estabilizarse. Eso tenía a la gente de buen humor, esperanzados en que los frutos alcanzaran a cuajar y los techos a cubrirse antes de que asomara el próximo aguacero.
Él también se encontraba de un humor particularmente bueno. No que acostumbrase a estar molesto, solo pensó que sería diferente con la imprevista adquisición de su nuevo esposo, pero lo cierto era que las cosas con el príncipe iban bien. Inesperadamente bien.
Francisco era fácil de tratar. El miedo que exudaba del joven tras su llegada fue decayendo rápido, o al menos lo suficiente para hacerlo espabilar. Todavía se le veía nervioso y melancólico a ratos, pero se esforzaba por adaptarse a la vida del castillo, mostrar buen humor y ser útil, por lo que Manuel se esforzaba también en hacerle las cosas más llevaderas y atender a sus inquietudes de mejor manera que esa primera mañana en el comedor, cuando estalló en carcajadas como no se había reído en mucho, mucho tiempo. O cuando al día siguiente se despertó con el muchacho instalado en su puerta.
“—¿Ropa nueva? —Repitió Manuel con acidez.”
Reconocía que no había reaccionado de la mejor forma ante la primera solicitud de Francisco. Pero en ese momento le había parecido una petición odiosamente estúpida, como si el otro no fuera capaz de entender que las mantas apolilladas y manchas de humedad no eran simples decoraciones para crear ambiente. O tal vez lo había notado y solo estaba siendo un bastardo malcriado. Como fuera, estaba más que dispuesto a pensar lo peor de él.
“—Sí, es que- bueno, verá… —balbuceaba el chico evitando su mirada y frotando nervioso sus manos. Al menos tenía la sensatez de mostrarse avergonzado—. La que traje no es apropiada para este ambiente.
—¿Demasiado elegante para sus tareas mundanas, alteza? —siseó Manuel, listo para asestarle unas cuantas bofetadas verbales al chiquillo si le daba la oportunidad, pero por suerte Francisco se apresuró en poner paños fríos.
—Le aseguro que no es nada de eso. —dijo con suavidad, alzando las palmas frente a él en son de paz—. Pero la señora Marta me advirtió que podría pensar eso en cuanto se lo mencionara. Me aconsejó que mejor debía enseñarle la magnitud del problema.
Eso apaciguó enseguida a Manuel. Si Marta había considerado el tema digno de su atención, entonces debía de ser así. Ya más calmado, acompañó a Francisco hasta su recámara y comprendió que tenía toda razón.
—¿Se supone que esto es… una camisa? —preguntó Manuel, alzando con la punta de los dedos la supuesta prenda. Era un trozo de tela semitransparente surcada por varios hilos dorados y piedras brillantes. Relucía al contacto de la tenue luz de la mañana como si un firmamento de estrellas estuviera cosido a ella, o como si le hubiesen arrancado las alas a un millar de libélulas para prenderlas a una lujosa red.
Francisco bufó, a la vez avergonzado y divertido por sus reacciones y creciente espanto ante el desventurado guardarropa que abarrotaba sus baúles.”
El muchacho le había explicado que se trataba de la última moda en la corte en cuanto a ajuar de novios: telas finas y delicadas repletas de encajes y suntuosas terminaciones; cortes ceñidos al cuerpo, pero de vaporosas mangas; amplios escotes en pecho, espalda y otro buen tanto de sugerentes transparencias. Se notaba que estaba pensado para un clima mucho más cálido, y para enmarcar bellamente su figura e incitar el deseo de su pareja.
Nada de eso le serviría allí. Así que Manuel enseguida le encargó a Marta hacerse cargo del asunto y asegurarse de que Francisco tuviera ropa adecuada, algo práctico y cómodo para el ambiente y vida en el castillo, no fuera a ser que los demás lo acusaran de traer a su esposo en harapos.
A partir de ese momento, y como consecuencia de esa situación, su predisposición hacia el príncipe cambió y una especie de relación cordial comenzó a florecer naturalmente entre ellos, aunque era Francisco quien buscaba constantemente su compañía, como un patito aferrándose a lo primero que había visto al aterrizar en ese nuevo mundo.
Por lo general Manuel se las arreglaba para despachar pronto a cualquiera que lo importunara por demasiado tiempo, pero resultó que no le molestaba la presencia tranquila de Francisco a su lado.
El príncipe solía instalarse todas las tardes en los futones a la esquina de su taller mientras Manuel trabajaba reparando artefactos dañados o preparando ungüentos en el mesón, y se dedicaba pacientemente a remendar calcetas, pantalones y sábanas, o pulir botas y cacerolas, actividades que jamás hubiera imaginado que realizaría de buena gana. Cuando se aburría de pincharse los dedos con la aguja daba algunas vueltas inspeccionando los estantes. Manuel lo observaba de reojo, notando como los ojos del chico se iluminaban o sus cejas se alzaban al dar con algo interesante. A veces cogía frascos, estatuillas, o uno que otro libro, y pasaba los dedos por las ajadas y amarillentas páginas, hojeándolos hasta que el polvo que se levantaba de ellas lo hacía estornudar.
Era un poco adorable, de una forma sencilla y desarmante, y Manuel no podía evitar sentir cierta ternura creciente hacia él.
Eso lo conflictuaba sobremanera. Hubiese preferido que le diera motivos para rechazarlo, que se comportara con arrogancia y altanería hasta hacerse insufrible, para así poder seguir alimentando el desprecio instintivo que sintió al verse tan inesperadamente enlazado a él. Hubiera querido que le diera la excusa perfecta para poder volcar todo el resentimiento que sentía por esa despreciable familia sin culpas sobre él. En cambio, se veía obligado a lidiar con un frustrante conflicto de emociones, donde una parte de él quería mantenerlo lo más apartado posible, y la otra se hallaba incapaz de negarle el acceso a través de las barreras que inútilmente intentó levantar entre ellos.
También estaba el tema de la magia.
La dinastía de los Burgos había prosperado a costa de su linaje y de su gente, usando artimañas para mantener abierto el flujo de magia que era drenada de sus tierras temporada tras temporada. Sin embargo, hace semanas, desde que trajo al príncipe consigo, Manuel sentía su presencia intensificándose. El cambio era débil todavía, casi imperceptible, pero estaba retornando. Notaba que el aire a su alrededor se volvía un poco más denso cada vez que se concentraba; que la carga en la tierra, en las rocas y en las plantas estaba cambiando; que al despertar tenía un cosquilleo en la punta de los dedos, como si su antiguo poder hubiese vuelto durante sus sueños.
“El trato se ha cerrado y la vida puede seguir su curso…”
No había sopesado realmente las implicaciones cuando pronunció esas palabras, aturdido como estaba por lo reciente de la situación. Pero ya con la mente más clara comenzaba a entenderlo: el flujo se había cortado por fin. Después de siglos, el antiguo equilibrio volvería a sus tierras, y no sabía de qué formas extrañas les afectaría. Cómo le afectaría a él.
Se detuvo a medio pasillo al notar una silueta difusa caminando en el jardín trasero.
—¿Cómo fue que llegó allí? —No tuvo que pensar mucho para darse cuenta que se trataba justamente del joven que últimamente poblaba todos sus pensamientos y reflexiones. Nadie iba por ese sector ya que no había huertos ni nada útil que hacer, era simplemente un antiguo paseo abandonado y olvidado en el tiempo.
Lo observó por un rato en silencio a través de la ventana. Estaba a una distancia considerable, pero incluso desde allí podía notar el semblante triste y melancólico del chico mientras se envolvía a sí mismo con los brazos.
Eso bastó para ponerlo en marcha nuevamente.
-o-
—¡Pero por la miéchica! ¡Córrete bestia! —rezongó Muriel al tropezarse otra vez con uno de los perros que rondaban en la cocina, esperando por caricias o cualquier pedazo de comida que cayera de los mesones al suelo.
Francisco escondió una sonrisa escuchando a la anciana despotricando mientras el enorme perro negro y lanudo solo se estiraba perezosamente en el mismo lugar, haciéndole más difícil avanzar. Ya estaba acostumbrado a los reclamos de la irritable pero inofensiva anciana, así como a las risotadas burlonas y comentarios irónicos del resto. Aunque los había sufrido enormemente los primeros días, temiendo que sus amenazas de convertirlo en un sapo verrugoso o un insignificante ratón de campo cada vez que olvidaba tapar la cacerola del arroz o salar las papas se volvieran realidad, incluso luego de que Manuel le asegurara que ninguna de ellas tenía en realidad la capacidad de usar esa clase de magia.
Hasta los gigantescos perros que se acurrucaban frente a la chimenea en el comedor o allí junto a los fogones le habían parecido unas bestias imponentes y tenebrosas; pero con el tiempo entendió que solo eran cachorros como cualquier otro, ansiosos de que les rascaran la pancita, y que las palabras duras de esas personas casi nunca iban en serio. Solo era su forma habitual de relacionarse y mantenerlo en línea mientras se ganaba su lugar entre ellos.
—Están muy malcriados ustedes —continuaba Muriel, esta vez regañando a toda la camada amontonada frente al puchero hirviente de sopa. La miraban atentamente, sin inmutarse ni un poco por su tono severo—. En mis tiempos se las habrían visto feas, manada de haraganes. Entonces sí que había perros de verdad, cazadores astutos y bravos dignos de respeto. Si no hubiese sido por ellos todos nos habríamos muerto de hambre…
—Ay, no empiece… —protestó por lo bajo uno de los chiquitos sentados al lado de Francisco. El trío de niños había tenido la mala suerte de asomarse a la cocina en busca de golosinas justo durante la guardia de Muriel, quien los obligó a quedarse ayudando a Su Real Caracol -como le había apodado ese día- a limpiar lentejas para ganarse el derecho a un postre.
—¿Cómo así? —preguntó Francisco, genuinamente intrigado, al mismo tiempo que el chico. Los dos niños se llevaron las manos a la cabeza instantáneamente, y la pequeña que se había instalado sobre su regazo desde el momento en que entraron en la habitación se bajó de un salto en cuanto vio aproximarse a la enorme mujer.
Francisco se reprendió a sí mismo que ese breve momento de curiosidad le fuera a costar varios puntos de simpatía con los pequeños. Pero tal vez el brillo en los ojos de Muriel lo valiera. La anciana parecía entusiasmada ante la oportunidad de relatar, una vez más, la misma historia que había contado innumerables veces a lo largo de su vida, pero en esta ocasión a alguien que jamás había escuchado nada al respecto.
—Ah, esos sí que fueron tiempos difíciles, los de mi infancia. —comenzó Muriel, deteniéndose un momento para recordarlo bien—. Pasamos varios años con inundaciones y deslizamientos que sepultaban barrios enteros. Fue entonces que el señor decidió abandonar finalmente toda la zona Este y trasladarnos a los pocos que quedábamos dentro del castillo. Se imaginará que tanta lluvia también arrasó con los campos, ni el arroz aguantó mucho sin pudrirse, así que sobrevivíamos a puro grano y papas del silo, carne seca y las tórtolas que caían congeladas en los tejados. Y de la caza, claro. En ese tiempo había cuadrillas de batidores. Eran más grandes aún que estos, con unos ojos que brillaban como antorchas en la oscuridad y un olfato tan fino que podían encontrar un rastro de presas a kilómetros de distancia.
«Recuerdo una tormenta en particular. Yo era muy niña todavía, pero recuerdo que estuvimos casi un mes completo refugiados aquí dentro y las provisiones se acababan. El viento soplaba tan fuerte que parecía que las murallas se iban a derrumbar, y la nieve lo cubría todo, impidiendo salir a buscar alimento. Pero entonces el señor, terco como una mula, se montó el abrigo y con siete de sus mejores perros se aventuró en la tormenta, desafiando al frío y la oscuridad.
Estuvimos dos días esperando, temiendo lo peor. Al tercer día fue que escuchamos los ladridos a la distancia. Corrimos a las puertas y ahí estaba, con sus perros agotados pero triunfantes, arrastrando tras ellos un gran león de montaña y un buen atado de conejos. Aquella carne nos salvó, y a esos perros los teníamos por héroes. A los siete los enterramos en el Patio del Homenaje, junto a los antiguos nobles y señores, y otros grandes sabuesos y corceles. Algún día le mostraré las placas. —Entonces lanzó una mirada severa al grupo que seguía tumbado perezosamente—. Pero ahora, mírelos, con el clima tan bueno y ahí se los ve holgazaneando junto al fuego esperando sobras.
—Tranquila, Muriel, que todavía son cachorros. Ya espabilarán. —suspiró Carmen, que a medio relato había entrado a la cocina para relevarla de su guardia.
—No si dejan que los niños los sigan tratando como mascotitas… —protestó Muriel, viendo molesta como los chiquillos sacaban dos pancitos cada uno de la bandeja que la recién llegada les alcanzó, y huían raudos por el pasillo.
Francisco vio en ambas esa expresión poco frecuente de que estaban a punto de comenzar una discusión en serio, y se adelantó a Marta en su intento por distraer su atención.
—Manuel debió aprender de sus antecesores esa dedicación por su gente. Dígame ¿Se parece mucho a su abuelo? —comentó, buscando desviar la conversación de regreso al relato de Muriel. Intentó pensar en algo más cuando las mujeres solo se lo quedaron mirando—. ¿O a sus padres? Últimamente me he estado preguntado por su familia.
Todos en la cocina se quedaron en silencio por un largo instante. Las tres mujeres intercambiaron miradas significativas entre ellas, como si estuvieran deliberando sobre lo que debían decir y cuál de ellas debía hablar. Finalmente, fue Marta quien rompió el silencio.
—Se parece mucho a sus padres... —comenzó—. Y a su abuelo. Los señores han hecho siempre lo mejor que han podido. El amo Manuel, sobre todo, ha sacrificado mucho por la dedicación hacia su gente, y por eso todos le guardamos gran respeto y aprecio.
—Puede que a veces no lo muestre abiertamente, pero es un hombre muy atento y afectuoso. —complementó Muriel.
Francisco sintió una sensación reconfortante escuchando esas palabras sobre el que era su marido. Quería seguir preguntando, aprender más sobre la familia de Manuel, el pasado del lugar y sus historias. Pero antes de que pudiera formular otra pregunta, Carmen intervino con brusquedad.
—Tal parece que nos hemos quedado sin papas. —declaró, su tono firme retomando el control de las labores—. Altecita, sea bueno y vaya a buscar más al almacén, que todavía queda mucho por hacer antes de la cena.
Algo desorientado por el intempestivo corte de la conversación, Francisco se levantó dispuesto a cumplir lo que le había encomendado, pero en cuanto lo hizo notó los cuatro sacos de papas descansando junto a las alacenas, y entendió que solo quería sacarlo de la habitación y que dejara de interrogarlas.
-o-
Francisco dejó escapar un largo suspiro mientras se alejaba de la cocina, sus pasos resonando suavemente en los pasillos.
No era la primera vez que pasaba, de hecho, se volvía algo habitual que lo apartaran y le escondieran cosas. Era una sensación de desarraigo, como si siempre estuviera en los márgenes, sin pertenecer del todo a este nuevo mundo. Aunque se esforzaba por aprender y adaptarse, se daba cuenta de que aún lo trataban como a un forastero que no debía estar allí y, si bien sabía que era un proceso que le tomaría bastante tiempo, más que las pocas semanas que llevaba conviviendo con ellos, el recordatorio permanente de ser un intruso lo envolvía como la bruma fría que rodeaba permanentemente el castillo.
Con cada paso que daba, se sentía más pequeño, más aislado, más solo. Perdido en sus pensamientos, apenas notó cómo se desviaba de su camino hacia el almacén. Los pasillos parecían alargarse, las galerías se sucedían una tras otra, hasta que finalmente se detuvo, sin saber exactamente dónde estaba. Al levantar la vista, se encontró en un lugar diferente a todos los que había visto antes.
No era como los huertos, ordenados y bien protegidos de las inclemencias del tiempo. El lugar que se abría ante él se había dejado libre de resguardo para que la naturaleza reclamara lo suyo, así como el sendero por el que Manuel lo había traído al castillo. Los caminos de gravilla y piedras estaban desdibujados, apenas visibles entre las altas malezas y los arbustos que crecían sin contención alguna. Flores silvestres de colores apagados se asomaban tímidamente entre el follaje, mientras una fila de delgados árboles, antinaturalmente alineados, flanqueaban el espacio alzándose como colosos marchitos. Al seguir avanzando, sus ojos se posaron con los restos de una fila de asientos ocultos entre las enredaderas, junto a pilares y estatuas rotas cubiertas por gruesos mantos de tierra, musgo y líquenes. En el centro de todo se hallaba una enorme fuente, sus distintos niveles rellenos por múltiples capas de tierra acumulada, hojas secas y ramas caídas sobre las que generaciones de aves y otros animales habían construido nidos y madrigueras.
Francisco se detuvo frente a la fuente, sintiendo cómo el peso del lugar se apoderaba de su ánimo. Al parecer se había topado accidentalmente con los antiguos jardines de recreo, aunque en su estado actual más parecían un cementerio de lo que una vez fue un pasado brillante y glorioso. Otra vista trágica que hacía más evidente su decadencia actual y se transformaba en un reflejo de su propia melancolía. Era un asunto inquietante, y no podía negar que tenía gran atractivo para él y su curiosidad, pero aún no se sentía con la confianza necesaria para intentar abordarlo con sus nuevos vecinos o Manuel, por temor a ofenderlos y que se cerraran aún más con él.
Una ráfaga de viento frío le hizo estremecer y se envolvió instintivamente con sus brazos, deseando haber traído uno de sus nuevos abrigos. La superficie de su ropa ya estaba cubierta con una fina capa de rocío dejado por la niebla a su alrededor. No era tan espesa como el día en que llegó, desde el centro del patio podía ver la parte de los detalles en la fachada del castillo: los altos techos, las grandes ventanas y finas terminaciones bajo una cubierta de enredaderas que amenazaba con tragarlo y hacerlo parte del bosque circundante.
—No ha sido tan malo. —Se dijo, buscando salir del pozo emocional al que se estaba dejando arrastrar.
No había sido tan malo como se estuvo temiendo en un inicio. La vida que llevaba allí no le resultaba del todo desagradable tampoco. Aunque fuesen labores pequeñas, le gustaba ocupar sus días sintiéndose de utilidad, para variar. Dentro de todo, se sentía a gusto trabajando en la cocina y ayudando a servir la comida; estar con los animales en los corrales y en los huertos sin preocuparse por arruinar su ropa; interactuar con la gente sin tanto protocolo y jerarquías marcadas.
Tampoco le disgustaba el entorno, rodeado de bosques y verdor, respirar el aire fresco que se colaba por las mañanas. Pero seguía extrañando el sol, ese sol dorado de las tardes calentando con dulzura su piel, reconfortándolo. Todavía no se acostumbraba al frío permanente y a las múltiples capas de ropa en las que debía envolverse para soportarlo, aunque en algo se compensaba con la calidez de reunirse todos alrededor de la chimenea en el comedor, compartir con los demás, con los niños, los perros… Y Manuel.
Le agradaba Manuel. Era un hombre serio y terriblemente callado, pero era bueno con él y lo trataba con respeto y consideración. Francisco había empezado a notar los pequeños gestos que tenía con él, como el juego de dedales que apareció en su canasto de costura; las velas o la leña extra dejada para el bracero en su habitación los días que sacaba un libro del estante en el taller para leer de noche; o cómo siempre tenía a mano una manta para deslizar sobre sus hombros cada vez que lo veía temblar ligeramente. Eran detalles discretos, pero que apreciaba enormemente pues daban cuenta de su preocupación y atención.
Solo quisiera que le hablara más. No le molestaban las largas pausas en silencio, pero sí le gustaría poder conversar más seguido y libremente con él. Tenían temperamentos similares y estaba seguro de que se llevarían bien, tal vez incluso llegaran a volverse amigos, si tan solo pudieran conocerse mejor. Se le hacía evidente que a Manuel no le gustaba hablar mucho sobre sí mismo. Sus conversaciones, aunque cordiales, rara vez se desviaban de lo necesario y cuando lo hacían, Francisco notaba cómo el hombre rápidamente cambiaba de tema o encontraba alguna razón para excusarse.
Entendía que debía darle su espacio y acabaría soltándose con el tiempo, pero le estaba resultando demasiado difícil respetar sus ritmos cuando se sentía tan solo y desesperado por un contacto más íntimo. Anhelaba tener otra vez, aunque fuera una sola conexión autentica y profunda. Necesitaba con urgencia volver a sentir esa sensación familiar y de pertenencia que había perdido de golpe. Se sentía tan solo y perdido entre esa gente.
Francisco sintió el peso del grueso manto de piel extendiéndose sobre sus hombros, su tibieza abrasándolo de forma reconfortante, disipando parte de sus lamentaciones. Alzó la vista para encontrar a Manuel acuclillado frente a él, prendiéndole con cuidado el broche de madera para afirmar la capa en su lugar.
—Gracias. —murmuró Francisco, dedicándole una suave sonrisa—. Todavía no me acostumbro al clima de aquí. Pero hasta ahora no ha sido tan malo como me estuvieron advirtiendo.
Manuel soltó un leve suspiro.
—Eso es porque hemos tenido un clima particularmente bueno estas semanas. —comentó, sentándose a su lado. Francisco no se percató que estaba sentado al borde de la pileta destruida sino hasta que vio al otro haciéndose un espacio—. Aunque puede que a usted no le parezca, alteza. —dijo con cierto aire socarrón, sacudiéndose las gotas que se acumulaban en las puntas de su cabello.
Francisco volvió a sonreír. Eso era lo que llamarían mal clima en su casa, pero entendía que las cosas eran muy diferentes allí. Todo era mucho más duro: el clima impredecible; el frío que se colaba en los huesos; la comida, las personas, hasta las carcomidas paredes de ladrillo, que se sostenían en pie a pura determinación y puntales de madera. No había casi lujos, ni siquiera para ellos siendo los señores, cosa que se evidenciaba en los parchados bordes de la capa sobre sus hombros. Cada cosa tenía un fin práctico y no se desperdiciaba nada, hasta las cosas más extrañas tenían alguna utilidad.
Recordaba la primera vez que se había cortado picando pimientos. Manuel estaba con ellos en la cocina en ese momento, moliendo hierbas en una esquina. Luego de tranquilizarlo en su pánico inicial por la cantidad de sangre brotando de su dedo, el hombre detuvo momentáneamente a las mujeres en su intento por enrollarle la mano con un trapo y, en cambio, apretó la herida de tal forma que varias gotas del viscoso azul cayeron sobre el mejunje que había estado preparando. Rato después le explicó la razón de su perturbador comportamiento.
“—Siendo un príncipe, su cabello, uñas, lágrimas, o cualquier otro ingrediente que pueda obtener de usted tienen al menos diez veces más propiedades mágicas que la de cualquier otra persona de aquí. Más aún su sangre. —dijo Manuel, revolviendo el cuenco donde la preparación marrón comenzaba a volverse de un intenso violeta—. Lo había estado pasando por alto, pero a partir de ahora solicitaré más seguido de su cooperación, alteza.”
Entonces se había estremecido, pensando que lo haría sangrar y llorar sobre el caldero a diario, pero únicamente le había entregado varios frascos en donde debía meter cada pestaña perdida o hebra de cabello que quedara en su cepillo, cada lagaña, cada cerumen, y otras asquerosas menudencias de su aseo matutino; así como un pequeño tubito que transportaba a todas partes para cuando volviera a cortarse o se pinchara el dedo. Era algo vergonzoso y repugnante, pero inofensivo, así que no tuvo una verdadera excusa para negarse a hacerlo, y al cabo de un tiempo se volvió un asunto rutinario.
Había aprendido a apreciar esa mentalidad diligente y precavida con la que se manejaban, aunque le resultaba demasiado demandante en comparación con su hogar, donde no existía esa preocupación constante por el futuro y los tiempos de escasez, tan ajenas a la vida cotidiana de su gente.
Fue entonces cuando su mirada volvió a vagar por el lugar en el que se encontraban. Había algo desconcertante en ese rincón del castillo. Presentaba un marcado contraste con el resto de los espacios exteriores, donde cada centímetro de tierra estaba cuidadosamente cultivado o siendo preparado para ello.
—Es curioso. —dijo Francisco, rompiendo el silencio mientras sus ojos recorrían los viejos jardines—. Todo aquí es tan... utilitario, tan enfocado a lo esencial. Y sin embargo, este lugar... —hizo un gesto con la mano, abarcando la extensión de pilas de escombros y estatuas casi tragadas por la tierra y las enredaderas—. Este es uno de los antiguos patios de recreo ¿Verdad? De cuando las cosas iban mejor. —No pudo evitar deslizar una de las tantas preguntas que se agolpaban en su cabeza y en su lengua.
Manuel se puso tenso por un instante, observando el mismo paisaje con una expresión pensativa.
—Disculpe, no era mi intención incomodarlo… —comenzaba a disculparse Francisco.
—Sí. —Fue lo único que dijo Manuel al principio, haciéndole creer que de hecho estaba molesto—. Es otro vestigio de esos tiempos…
Había algo en su semblante que Francisco no logró descifrar, una mezcla de nostalgia y tristeza. A ese primer comentario le siguió una larga pausa, como si estuviera decidiendo qué y cuánto decirle, si es que debía decir algo más.
—Aunque más bien era un jardín privado, destinado para el uso de unos recién casados. —elaboró a continuación.
Francisco se giró enseguida en su dirección, intrigado por la pequeña pieza de información que acabara de soltarle voluntariamente. Ansiaba que no acabara allí, con esas dos escuetas frases. Quería saber más, que le contara más. Así que hizo lo mejor que pudo por inspirarle lástima y hacerlo sentir comprometido, mirándolo directamente con la súplica evidente en los ojos.
Manuel resopló al notarlo, arrepentido de haber abierto la boca, pero tuvo la gentileza de proseguir con el relato que hubiese preferido ahorrarse.
—Era un regalo de bodas, junto con todo este pabellón. —prosiguió, señalando el ala que tenía la fachada más finamente ornamentada de todo el edificio—. La construcción tardó varios años porque cada uno de los árboles, mármoles, flores y piedras que se usarían, así como las sedas, algodón y lana para vestirlo fueron seleccionados personalmente por el novio, que quería traer lo mejor de todos los reinos conocidos hasta entonces para deleitar a su futura pareja y no echara tanto en falta las bondades del mundo exterior luego de trasladarse a este pequeño y aislado confín. Decían que durante ese tiempo se podían ver grandes barcos que cubrían todo el horizonte hasta donde alcanzaba la vista, y la gente se amontonaba en las calles para admirarlos a su paso y las mercancías que traían. Fue el tiempo en que mayor prosperidad se vio en el señorío. La gente estaba contenta y expectante del gran acontecimiento… —Entonces se detuvo un momento, remeciéndose incómodo en su lugar—. Pero la boda no ocurrió, y el jardín nunca llegó a usarse para lo que fue creado. Con el tiempo y las desgracias que siguieron cayó en el olvido y los siglos de constante abandono lo transformaron en estas ruinas.
—Eso es… es bastante deprimente. —Francisco se sintió particularmente conmovido al escuchar ese pequeño trozo del pasado y el destino truncado que cubría con un nuevo halo de melancolía el lugar. Ahora los pilares caídos, troncos secos y curvados y las baldosas tragadas por la maleza y el tiempo le inspiraban más lástima que antes—. Como una flor marchita. El eterno fantasma de un corazón roto.
—No tanto así. No se puede decir que fuera un matrimonio motivado por amor, más que nada un intercambio conveniente. —quiso aclararle Manuel, todavía mirando el exterior del edificio, una nota de abatimiento colándose en su voz.
Francisco lo imitó, observando con nuevos ojos la gris y triste construcción. Intentó imaginar cómo habría sido durante sus días de gloría, con las molduras intactas y coloridos estandartes colgando de los balcones; las vidrieras completas y mármoles lustrosos reflejando la luz del sol y el oro y plata de las finas mercancías traídas para la boda; los caminos y senderos enmarcados por hileras de altos árboles y fragantes flores interrumpidas por hermosas esculturas.
—Tal vez se planteara así —dijo, apenas un murmullo—. Pero si el hombre se tomó tantas molestias para asegurar la comodidad de su pareja, es imposible pensar que no tenía esperanzas puestas en su unión. Grandes ilusiones de una vida que se vieron truncadas de un momento a otro.
Sintió los intensos ojos del otro hombre sobre él y al girarse para comprobarlo lo descubrió mirando en su dirección, pero no parecía mirarlo a él, sino más bien a través de él, a algo mucho más allá.
Manuel guardó silencio por varios instantes, perdido en sus pensamientos y Francisco se mantuvo muy quieto y callado para no importunarlo.
—Sí, ciertamente fue así. —admitió finalmente, volviendo al presente.
—¿Qué fue lo que pasó? ¿Por qué no ocurrió la boda? —se atrevió a preguntar Francisco.
—Solo él estaba dispuesto a cumplir con su parte del trato. Los reyes en realidad nunca tuvieron la intención de entregar al príncipe que habían prometido en matrimonio.
«Que esta unión de por concluida la deuda del reino.»
«Finalmente, los reyes han cumplido su palabra y la mano de un príncipe fue entregada en matrimonio.»
Francisco recordó las palabras del erudito, y las de Manuel en el comedor durante su primera mañana, y entonces tuvieron un poco más de sentido. Su esposo pareció notar la realización en sus ojos y asintió ligeramente antes de apartar otra vez la mirada.
—Supongo que finalmente cumplirá su propósito luego de tanto tiempo. No puedo hacer lo mismo con el pabellón porque lo necesito para las funciones del castillo, pero considere el jardín como suyo. Puede hacer cuánto le plazca aquí. Siento que se encuentre en tan pobre estado.
—Me gustaría restaurarlo. —dijo en un impulso. Pensó en arrepentirse de lo que acababa de decir, pero ciertamente no quería hacerlo—. Sé que es un capricho tonto, pero me gustaría intentarlo, saber cómo se veía y recuperar cuanto se pueda se esa antigua belleza. Si me lo permite y no es demasiado inconveniente, claro. Le prometo que no descuidaré mis deberes, ni tampoco le pediré que destine recursos a la empresa. Seguro se le puede dar uso a algunos de los materiales más duros, vaciar la fuente, quitar las malezas, podar los arbustos y volver a delimitar los caminos. Podría ser una buena zona de descanso, y de recreo para los niños cuando el clima sea más favorable…
—De acuerdo. —aceptó Manuel, más fácilmente de lo que habría pensado—. Puedo facilitarle un par de manos para que lo asistan con las tareas pesadas. Y buscaré entre los archivos los planos del diseño original si de algo le sirven.
—Gracias. —Una sonrisa tiró de los labios de Francisco, una verdadera y amplia sonrisa que le llegaba hasta los ojos y enviaba un cálido alivio por todo su cuerpo—. Y gracias por su regalo, en verdad lo aprecio.
—A usted. —Manuel le sonrió tímidamente de vuelta.
Se quedaron un buen rato más allí, lado a lado contemplando el patio en un cómodo silencio. Francisco realmente sentía que podría llevarse bien con ese hombre, desarrollar un mutuo afecto y confianza, y llegar a ser buenos amigos a pesar de todo.
A lo lejos, y varios metros por sobre sus cabezas, un amplio hueco se abrió entre el tupido cúmulo de nubes, dejando pasar un cálido rayo de sol.
#latin hetalia#ecuchi#lh: ecuador#lh: chile#entre muros y silencios#fanfic#arranged marriage#slow burn#hurt/comfort#our post#our posts
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Buenas, aquí vamos de nuevo con mas escritos para #RedPhoneCatober.
Me disculpo de ante mano si no he seguido muy fiel el concepto de Catrin. He intentado investigar pero no se porque esta tan confuso.
Además de que soñé esta escena y tuve que escribirla antes de que se perdiera por mi memoria de pez.
Pero no les hare esperar mas y aquí empezamos.
Me encontraba corriendo en mitad de la noche, aterrada por la persecución de aquel hombre, que convirtió mi vida en una pesadilla.
Ese mismo que un día ame con todo mi corazón, hasta que lo rompió.
Pero evidentemente no iba dejar que siguiera con ese tormento ni un día más. Sin dar ninguna clase de explicación a nadie, hui todo lo lejos que pude.
Había encontrado un lugar que llamar hogar, pensar que podía ser feliz. Pero todo lo bueno llega a su fin.
Por eso ahora estaba buscando la forma de dejar atrás otra vez a Dominic y sus lacayos.
Tenia tantos pensamientos en frenesí por mi mente, que sentía como mi cabeza iba a explotar;
¿Como me había encontrado en aquella pequeña aldea?
¿De donde saque las fuerzas para que mis piernas aguantaran tal carrera?
¿Por qué insistía tanto en atraparme?
El no me amaba y mucho menos le importaba. Simplemente era un juego que el no había terminado aun.
Tampoco pretendía quedarme a descubrir cual era el final de ese supuesto entretenimiento.
Sentía mi pánico crecer cuando lo vi, caminando hacia mi con esa mirada altanera y furiosa.
Él con un chasquido de dedos, hizo aparecer unos hombres intimidantes armados, viniendo tras de mi sin cuestionarlo.
Lo peor era el pueblo ayudándolo porque, como él dijo, había bruja entre ellos. No podía volver al pueblo, el verdadero terror llego cuando escuche a uno de ellos hacer un disparo cerca de mi.
Sentí un dolo agudo, pero mi mente se negaba a dejarme capturar.
-(Dolerá más si me llevan con él...Corre más...cuidado...más rápido...corre lejos...ayuda por favor)-Repetía esos pensamientos en bucle. Seguí mi carrera sin darme la vuelta hasta llegar al antiguo cementerio de la zona.
Actualmente estaba abandonado por los rumores, que rodeaban este lugar. Siniestras entidades que desdibujaban la vida y la muerte.
Pero no tenia tiempo para preocuparme de mas amenazas, salvo la que ya conocía.
Mis piernas se aflojaron quedando de rodillas en el suelo. Me veía como un desastre, mi cabello lila despeinado, sucia, llena de arañazos por correr por el bosque, mí vestido con algunos desgarros.
No era momentos para preocuparse por esas minucias. Estaba jadeando, aun con el miedo en el cuerpo, mientras las lagrimas caían por mi rostro.
Todo estaba en silencio hasta que sentí un escalofrió recorrer mi columna. No se había producido ningún sonido pero claramente había alguien en aquel lugar siniestro. Sentía como la fuerza me había abandonado tras aquella loca carrera sin fin.
Al mirar a uno de los pasillos, no tarde en ver la figura de un hombre. Era extraño porque era muy alto y corpulento. Incluso apuesto con esa presencia misteriosa que lo envolvía.
Pero a diferencia de aquellos matones, el se veía con unas ropas negras que alguna vez había visto a gente noble, tenia su cabello en una coleta que sujetaba las puntas de su larga melena purpura. Un sombrero charro que ocultaba la mitad de su rostro dejando ver un inquietante ¿maquillaje? Que me recordaba a una mandíbula huesuda. Sus guantes negros tenían cosidos en plata emulando los huesos de los dedos con los mismos daños que en la cara y cuello. Incluso la camisa negra tenia dibujado en hilo de plata la forma de una caja torácica. Camino hasta mi tranquilamente sin ninguna prisa. Ya no sabia que mas hacer. ¿Quién era él?
-Por favor no me lleves con él. -Le suplique escuchándome desesperada. - Me matara o…
-Dulzura, creo que me tienes que estar confundiendo. Él ya no te puede lastimarte mas. Parece que aun no lo notaste. Pobrecita.
El hombre misterioso se arrodillo ante mi. Me encogí al ver como extendía la mano esperando un golpe o algún tirón brusco.
Pero en su lugar solo sentí su guante retirar las lagrimas que caían por mis mejillas.
-Shhh ya termino todo. No tienes porque temerme.
Una profunda sensación paz me invadió cuando escuche esas palabras. Una parte de mi quería creer ciegamente en aquella afirmación.
Era de locos pero a estas alturas no podía atender a ninguna lógica.
-Vendrá a por mi-Intente decir con una voz rota. -No quiero volver a pasar por eso.- El me mostro una sonrisa que calmo mi pánico. Con su mano libre hizo un gesto de silencio.
-No te preocupes, donde iremos el no podrá seguirte.-Sus palabras trasmitían tanta seguridad y calma que no me di cuenta cuando mi cuerpo se sintió tan cansado. Que no opuse resistencia cuando este me cargo en sus brazos.-Me asegurare de ello. Descansa dulzura.-Este beso mi frente mientras me invadió un profundo sueño.
y hasta aquí otro escrito más. Sinceramente no sabia que pensar de crear un Au de un sueño. Quedo corto pero intenso. Que ganas de ver a los demás con Cato Catrín plis.
Si me disculpan volveré a mi Stardew Vallery. Bye
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Este año el journal me lo hice yo. Hice tamaño B6 para que me entrara en el cover. Es tapa blanda cosido a mano.
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Lentejuelas Temperamento Vestido de diario Vestido en V profundo A media cintura Halter Cuello Tirantes Banquete Vestido largo Noche Fiesta Baile de graduación Cóctel Alto Abertura Falda from bygoods
Color: negro, rojo, caqui
Peso: 230 g
MATERIAL: Este vestido sexy para mujer para fiestas nocturnas en discotecas está hecho de poliéster. Es suave, transpirable y elástico. Especialmente si tienes curvas, se adapta a tus curvas como si estuviera cosido y cómodo.
Elemento de moda: escote halter con cintura media y escote en V profundo con lentejuelas
Talla: S, M, L, XL
S: busto: 90 (CM)/35,4"; largo: 160 (CM)/63"; cintura: 70 (CM)/27,6";
M: busto: 94 (CM)/37"; largo: 161 (CM)/63,4"; cintura: 74 (CM)/29,1";
L: busto: 98 (CM)/38,6"; largo: 162 (CM)/63,8"; Cintura: 78 (CM) / 30,7 ";
XL: Busto: 102 (CM) / 40,2 "; Largo: 163 (CM) / 64,2 "; Cintura: 82 (CM) / 32,3 ";
No podemos pensar en un mejor vestido para las fiestas de este año, ¡sabemos que tú también estás obsesionada! ¡Úsalo en cualquier fiesta, club, iglesia o incluso en una boda! Todos te preguntarán dónde lo compraste.
OCASIÓN: El vestido es muy adecuado para clubes, fiestas nocturnas, cócteles, bodas, bailes, citas, bailes de graduación, Navidad y cualquier ocasión formal, hermoso y llamativo. Puedes combinarlo con tacones altos, bolso de mano, hermosos aretes y collar para agregar encanto.
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Del cuaderno... (III)
CALLARSE PARA SER
Todo el mundo está buscando una escapatoria, o cuando menos buscando huir; y sin embargo, nuestro mundo se ha encerrado en una mazmorra tecnológica de su propia invención: una ecoica babel cibernética de pesadilla. El gran reto imposible del siglo XXI es el silencio. Callarse para ser. Parafraseando libremente a Descartes: me callo, luego soy.
[24/01/24]
CUADERNO REGALADO
Lo cierto es que mi hija me regaló este cuaderno artesanal, hecho de librillos cosidos con grueso cordel, en el que escribo estas rumias (con la vieja Parker 51 que heredé de mi padre, y que es una de mis más preciadas posesiones, junto con la otra parker que tengo, de mi abuelo materno. Ambas estilográficas aparecen mencionadas en distintos pasajes de mi obra; la de mi abuelo, en un poema de mi libro Afuera canta un mirlo, titulado «Reflejos»).
El oloroso papel italiano, de un suave tinte cremoso que no es ni blanco ni amarillo pálido ni hueso, sino que se queda en finísima mezcla de esas tres tonalidades, le sirve de elegante cauce al parsimonioso deslizamiento de la pluma.
A mí, que tantos lustros me he pasado encadenado a todo tipo de teclados (Olivetti, procesador de textos, ordenador personal de mil modelos diferentes, tablilla, BlackBerry, teléfono llamado «inteligente») me encanta escribir a mano; en lo que en inglés llamamos longhand. Es otro el «vuelo» de los párrafos: vas pensando, tomando aire entre las líneas, e incluso entre los vocablos. ¿Más humano? No sé. Más pegado a la respiración, sin duda. Y escribir, como vivir, es respirar. ¡Trece veces por minuto, que decía el célebre verso de Celaya! (No sé si eso lo decía el poeta en aquella pieza, tan justamente famosa, que se titulaba «Momentos felices». Felices son, ciertamente, los momentos de la escritura; el rodar de las palabras por este entrañable soporte de las cuartillas.)
Ahora mi letra se tumba hacia la derecha, porque redacto estas páginas apoyado en la mesa. Cuando escribo inclinándome sobre el regazo, mi caligrafía es más suelta, y me sale más a plomo y relajadamente vertical, menos tensa, menos apretada. Lo mismo me sucede en contextos más espontáneos, como cuando por ejemplo tomo una simple nota al vuelo o borrajeo una rápida lista de la compra.
Escribir a mano es en cierto modo dibujar. A Onetti le gustaba pergeñar manualmente sus textos porque necesitaba sentir el trazo, el dibujo de las letras eslabonadas en la superficie del papel; y escribía, si no me equivoco, a lápiz, al estilo de los viejos periodistas.
Yo también uso mucho el lapicero. Buena parte de los fragmentos de mis ensayos-ficción vieron la luz —en libretas de bolsillo, folios sueltos, huérfanas y viudas hojas volanderas o dorsos de sobres y facturas— al son del baile improvisado del grafito.
Papel y lápiz, tinta y papel: no hace falta mucho más. No hace falta otra cosa.
[24/01/24]
ROGER WOLFE
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Te llevo atado a mis deseos, enlazado a la ternura, enredado a mi dermis, cosido a mi pensamiento, hilvanado a mi boca que muere de placer, entretejido con lazos finos, sutiles y sempiternos a mis piernas, a mi cintura, a la espalda que requiere del roce de tus manos, de tus dedos que me enloquecen y hacen arder mi piel. Leregi Renga
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¿Qué es una Artesanía?
Artesanía es una palabra que deriva del latín artismanus cuyo significado literal es “arte con las manos”. Por tanto, se denomina así a todo objeto o producto elaborado de manera manual por una persona conocedora de ciertas técnicas artísticas que le permiten desarrollar manualidades de múltiples tipos y tamaños.
Características:
Moldeado de objetos: Realizar una artesanía supone tomar una materia prima y aprender de antemano cómo manipularla. Esto significa, básicamente, trabajar con las manos y moldear un material o un objeto con el propósito de darle una nueva forma y, por tanto, una nueva imagen. A pesar de tener una estética diferente, guarda relación directa con aquello inicial que le dio estructura, es decir, no pierde su esencia.
Función utilitaria: La artesanía tiene como fin último servir para la vida práctica. Si bien estas piezas pueden ser decorativas, no cabe duda de que también son útiles para cumplir ciertas funciones. Por ejemplo, se puede crear una manta con una técnica ancestral y aplicando materias primas propias de una región geográfica. Dicha manta puede embellecer el espacio del hogar y, a su vez, abrigar el cuerpo.
Inspiración tradicional: La artesanía se inspira en lo tradicional, es decir, en el estilo de vida y la cultura de un país, de una sociedad o de un pequeño poblado. En resumidas cuentas, la artesanía es un modo de expresar lo más profundo de dicha comunidad.
Durabilidad: Todo objeto hecho con las manos tiende a durar mucho más que aquellos que son industrializados. Están hechos para tener mayor vida útil. Sin embargo, el tiempo que dure será relativo en el sentido del uso que cada persona haga del elemento artesanal.
Papel del artesano: A diferencia del arte, en el que el artista de una obra toma gran importancia a la hora de hablar de dicha pieza e, incluso, de venderla, en el caso de la artesanía el artesano o la artesana pasa a estar en un segundo plano.
En este sentido, el valor está puesto en el objeto creado, en su estilo, estética, funcionalidad y diseño. Sin embargo, esto no quita relevancia a las manos que hicieron dicho producto puesto que, quien lo origina, puede dejar rastros de su modo de trabajo a través de detalles únicos y particulares.
A Continuación Les Dejo Algunas Artesanías Del Estado De Tabasco
Abanicos de Nacajuca Tabasco:
Los abanicos de Nacajuca, Tabasco, México, son una artesanía típica del municipio. Se elaboran a partir de palma y cañita, y son multicolores.
Materiales y proceso de creación:
Hojas de palma secas y flexibles
Tijeras
Aguja e hilo
Cinta de colores o rafia
Selecciona las Hojas de Palma:
Busca hojas de palma secas pero flexibles, preferiblemente de la especie conocida como “yaa” en la región de Tabasco.
Preparación de las Hojas:
Si las hojas están muy secas, puedes humedecerlas ligeramente para que sean más maleables. Ten cuidado de no mojarlas demasiado.
Corte de las Hojas:
Con tijeras, recorta las hojas en forma rectangular. El tamaño dependerá del tamaño final que desees para el abanico. Una medida común es alrededor de 30 cm de largo y 15 cm de ancho.
Dobla las Hojas en Acordeón:
Comienza doblando la hoja de palma en forma de acordeón, haciendo pliegues de aproximadamente 1 cm de ancho.
Mantén los pliegues uniformes y procura que estén bien marcados.
Sujeta el Abanico:
Presiona el abanico doblado en el centro para mantenerlo compacto y asegura los pliegues con tus manos.
Cosido del Extremo:
Utiliza aguja e hilo para coser firmemente uno de los extremos del abanico. Esto evitará que se despliegue.
Puedes coser a lo largo del borde para asegurar todos los pliegues juntos.
Decoración con Cinta o Rafia:
Envuelve el mango del abanico con cinta de colores o rafia. Esta cinta no solo proporcionará un mango cómodo para sostener, sino que también agregará un toque decorativo.
Asegura bien la cinta o rafia con pegamento o hilo para evitar que se deshaga.
Secado:
Deja que el abanico se seque al aire libre por un tiempo, esto ayudará a que mantenga su forma y firmeza.
Toques Finales:
Para un toque adicional, puedes decorar el mango con cuentas, conchas marinas, o pequeñas figuras de cerámica.
Jícaras Labradas de Villa Hermosa Tabasco:
Las jícaras se utilizan tradicionalmente para tomar pozol y cacao. En Tabasco, la tradición indica que el pozol debe colarse y servirse en jícaras de Jalpa de Méndez.
Las jícaras labradas de Tabasco provienen del fruto del árbol del jícaro. Son una artesanía representativa de Tabasco y provienen de la cultura indígena de México.
Materiales y proceso de creación:
Para hacer jícaras, primero se recorta el fruto del árbol de jícaro y se extrae la pulpa para dejarlo secar. Luego, se pueden realizar los siguientes pasos:
Se dejan casi secar los frutos.
Se realizan trazos sobre la superficie.
Se labra.
Se deja la cáscara al natural o se pinta.
Platos de cerámica de Comalcalco Tabasco:
Los artesanos de Comalcalco, Tabasco, fabrican platos y otros objetos de cerámica con bellas decoraciones.
Los artesanos de Tabasco fabrican platos de cerámica, vasijas y vasos. Los platos de cerámica de Comalcalco, Tabasco, se usaban para servir tamales y cacao. Los soportes de los platos funcionaban como sonajas para amenizar los convites.
Materiales y proceso de creación:
Los platos de cerámica se fabrican mediante un proceso tradicional que consiste en tornear una vasija. El alfarero coloca una bola de arcilla amasada en un torno y, con la ayuda de sus manos y de la velocidad del torno, controlada por un pedal, moldea la arcilla. Para facilitar el proceso de modelado, se utiliza agua.
Preparación de la arcilla
Amasado y acondicionamiento
Centrado en el torno
Modelado y formación de piezas
Uso del torno para platos y tazas
Moldes para piezas específicas
Secado y primera cocción: la bizcochada
Decoración y esmaltado.
Canastos de Nacajuca Tabasco:
Los canastos de Nacajuca, Tabasco, son artesanías que se utilizan para guardar cosas. Los artesanos de Nacajuca tejen materiales naturales como el lirio acuático y el guano para crear artesanías como petates, bolsas y cajas.
El tejido del guano y la cañita es una tradición que se remonta a la época prehispánica. Las artesanías se elaboran principalmente en las comunidades chontales de Tapotzingo, Arroyo, Tecoluta, Tucta, Mazateupa y Taxco.
Materiales y proceso de creación:
Los canastos de Nacajuca, Tabasco se hacen con fibras de tallo de lirio acuático, jacinto, palma blanca y cañita.
Se deja secar la palma al sol durante 4 a 5 días.
Se trabaja la palma en lugares frescos para que no se quiebre.
Se utiliza pintura anilina para fibras naturales para hacer más atractivas las artesanías.
Se utiliza el tallo del lirio acuático, la palma blanca y la cañita para hacer los canastos.
Figuras labradas en madera de Jonuta Tabasco:
Jonuta, Tabasco es conocido por sus figuras talladas en madera. Esta comunidad también produce sombreros tejidos con bejuco y artículos de talabartería.
Materiales y proceso de creación:
Las artesanías de madera se tallan mediante un proceso de desgaste y pulido para darles una forma determinada. El producto final puede ser una escultura individual o elementos decorativos trabajados a mano.
Bibliográfias:
Rotativo, D. (2014, 28 septiembre). Jícara labrada, bella artesanía representativa de Tabasco. Rotativo Querétaro. https://rotativo.com.mx/nacionales/jicara-labrada-bella-artesania-representativa-de-tabasco_347552_102.html#:~:text=El%20coordinador%20de%20la%20tienda,j%C3%ADcaras%20de%20Jalpa%20de%20M%C3%A9ndez
Colaboradores de Wikipedia. (s. f.). Archivo:Nacajuca Artesanías 2.jpg – Wikipedia, la enciclopedia libre. https://es.m.wikipedia.org/wiki/Archivo:Nacajuca_Artesan%C3%ADas_2.jpg
Artesanías de madera – TIPOS DE ARTESANÍAS. (2023, 30 septiembre). Todo Sobre Artesanías. https://www.conartesanos.com/artesanias-de-madera/#:~:text=Las%20artesan%C3%ADas%20de%20madera%20se,forman%20parte%20de%20una%20tracer%C3%ADa
Colaboradores de Wikipedia. (2023, 24 septiembre). Talla de madera. Wikipedia, la Enciclopedia Libre. https://es.wikipedia.org/wiki/Talla_de_madera#:~:text=%E2%80%8B%20La%20madera%20se%20talla,forman%20parte%20de%20una%20tracer%C3%ADa
Educaweb. (2013, 2 junio). Alfarero ceramista. Educaweb.com. https://www.educaweb.com/profesion/alfarero-ceramista-694/#:~:text=El%20proceso%20tradicional%20de%20fabricaci%C3%B3n,de%20modelado%20se%20utiliza%20agua
De México, C. (s. f.-b). Carta de México |. https://www.cartademexico.com/web/articulo.php?id=16319
Martín, & Martín. (2022b, septiembre 17). Se conoce como artesanía a los trabajos que son realizados por artesanos,. Características. https://www.caracteristicas.pro/artesania/
Artesanías. (s. f.-b). Chontales de Tabasco. https://chontal8b.weebly.com/artesaniacuteas.html#:~:text=Tambi%C3%A9n%20artesan%C3%ADas%20de%20uso%20dom%C3%A9stico,la%20pesca%20y%20el%20transporte.
Triqui, C. (2020b, noviembre 12). 3 características que identifican la artesanía. Chana Triqui. https://www.chanatriqui.com/post/3-tips-para-identificar-la-artesan%C3%ADa
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REGRESO
Vuelto a casa el viajero limpia sus botas estrían sus ojos desangrados paisajes luego con dedos renegridos hojea un libro mazo de hechos mal trabados cosidos por un hilo blanco de rigor que ningún delirio pasa
En la roca el estallido de la fuente altiva y serena brindaba el jarro de olvidanzas cañonazo lejano cuyo tronido se asoma a la orilla del oído para estimar la profundidad de este pozo de silencio
¿Será hoy cuando las gentes saldrán de las casas con palmas encendidas y carnívoras bocas? ¿Será hoy cuando los colores humanos devorarán el verde de los bosques y de los pastos de muerte?
En linda y calma tormenta la vida remonta el horizonte las plantas pacen el jugo de las peñas las gotas de agua calan las prisiones
Vuelto a casa el viajero se lava las manos reaviva la pipa apagada presenta ambos puños al futuro que le repone sus graves cadenas de silencio
Luego se acuesta el viajero luego se duerme y duerme y duerme y duerme.
*
RETOUR
Rentré chez lui le voyageur nettoie ses bottes ses yeux striés du sang des paysages puis de ses doigts noircis feuillette un livre bouquet de faits mal liés cousus d'un fil forcément blanc que ne traverse aucun délire
Dans le roc l'éclatement de la source fière et calme tendait la cruche des oublis coup de canon lointain dont le tonnerre se penche à l'orée de l'oreille pour évaluer la profondeur de ce puits de silence
Est-ce aujourd'hui que les hommes s'en iront hors des maisons avec des paumes en feu et des bouches carnivores? Est-ce aujourd'hui que les couleurs humaines dévoreront le vert des bois et des pacages de mort?
En bel orage tranquille la vie remonte par-dessus l'horizon Les plantes paissent le suc des pierres les gouttes d'eau suintent dans les prisons
Rentré chez lui le voyageur se lave les mains rallume sa pipe éteinte tend les deux poings à l'avenir qui lui remet ses lourdes chaînes de silence
puis il se couche le voyageur puis il s'endort et dort et dort et dort
Michel Leiris
di-versión©ochoislas
#Michel Leiris#literatura francesa#poesía surrealista#regreso#viajero#memoria#silencio#porvenir#sueño#di-versiones@ochoislas
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lee know, drabble n.2 (angst, breakup) español.
“va a ser difícil tener esta conversación, ¿cierto?"
los ojos de lee know se movieron con rapidez por la sala, haciendo que brillasen bajo la luz blanca de las luces del techo. la sombra verde que se proyectaba sobre su piel sólo me hacía vernos más inhumanos de lo que ya nos sentíamos. porque la manera en la que estábamos sentados, nos mirábamos y nos estábamos hablando no nos hacía ver como personas, o por lo menos como las personas que habíamos sido hasta entonces.
“por la manera en la que me estás apuntalando, imagino que sí" respondió este apuntando sus pupilas hacia mí desde entre sus pestañas, con su cabeza ligeramente baja. las yemas de sus dedos presionaban ligeramente el músculo de su bíceps desnudo mientras cruzaba los brazos. la sangre seca se agrietaba en su ceja y cada vez que fruncía el ceño pelaba ligeramente. el impulso de limpiarla con el pulgar era insoportable, pero cualquier gesto de cuidado me iba a invitar inevitablemente a acercarme más a él, como siempre, y a intimar más de lo que era necesario (estrictamente).
"creo que me merezco que me digas la verdad"
dije apoyando mis codos sobre mis rodillas, inclinando mi cuerpo hacia delante de modo que el pelo largo se deslizó sobre mis hombros tapando mis clavículas, callendo como un telón que pesaba. lo recuerdo bien, porque todo pesaba demasiado en ese momento, hasta el aire.
"ya te he dicho que todo está bien" dijo él. su tono no era irritable, sino totalmente impasible. aterciopelado. endulzado de manera artificial. lo cierto es que conocía a minho como si yo misma lo hubiese parido, y difícilmente iba a salir ileso de la conversación mientras yo sintiese que me estaba ocultando la verdad, al menos parcialmente.
"ah, claro" susurré. "lino, ¿tú me quieres?"
y la voz, y mi ruego o mi pregunta, fueron más sinceras de lo que yo tenía previsto. y aunque la vulnerabilidad que expresaba me parecía horrible e inoportuna, era tremendamente útil.
lo vi titilar como la luz de una vela. vi su ceja destensarse, pude apreciar la pausa de su respiración y casi podía sentir sus dientes mordiendo la punta de su lengua.
"por supuesto que te quiero" dijo reincorporándose de la silla en la que estaba sentado. entre nosotros se interponía la camilla de hospital, con el rollo de papel blanco extendido, las pinzas, la aguja y el hilo negro. hace cinco minutos le habían cosido la ceja ahí mismo, delante de mis ojos. se había negado a cogerme la mano y tragaba saliva con frecuencia con gesto malhumorado, como si, en cierto modo, hubiese sido culpa mía que hayamos acabado en la sala de urgencias del hospital. "no se por qué tienes que preguntarmelo. me acabo de partir la cara por ti" escupió con el tono ligeramente alterado.
yo ni me inmuté, y mi pose y mirada siguió clavada en su dirección de manera analítica. no tenía ya nada que perder en esa sala, ni en esa relación. podía caminar fuera ahora mismo y difícilmente alguien me iba a parar. lee know acababa de pegarse en una fiesta porque otro chico me había levantado el tono y se había puesto violento conmigo por rechazarlo. el resto de nuestros amigos y yo habíamos intentado sosegar los ánimos, llegué a agarrarle por el hombro con fuerza y a gritarle a unos ojos que no me veían y unos oídos que no me escuchaban. mi novio había empezado dando el primer cabezazo y terminado la pelea con el último puñetazo a la sien.
al otro chico casi no le había dado tiempo a reaccionar.
"no te he visto pegarte con nadie en tu vida" le dije, sin romper la estatua en la que me había convertido. sé que lo estaba acorralando y sé que no le estaba pareciendo adecuado, pero lo tenía que hacer. el pálpito que llevaba meses dentro de mí se había confirmado. y él, en su momento me lo prometió. "me prometiste que si en algún momento te empezaba a gustar otra persona, me lo ibas a decir".
de nuevo esa flaqueza. mi traquea se movía sin darle yo permiso y sin pestañear sentí como mis ojos se cristalizaban. él, por supuesto también se dio cuenta y había cierta furia en su interior por, precisamente ser consciente de ello.
"dime, ¿qué te hace pensar que me gusta otra? creo que en los seis años que llevamos juntos, nunca te he dado ni un solo motivo para dudar. te he querido hasta el final de las consecuencias". en su cuerpo había un temblor general y extendido. sutil pero perceptible, y no parecía pertenecer a una pérdida de los nervios o las formas: lo estaba quebrando, no irritando. para minho, nuestra relación había sido un reto, un tira y afloja, una carrera de fondo a la contra de su orgullo: porque yo representaba muchas cosas que le aterrorizaban, y porque ponía en compromiso todo lo que a él le hacía sentirse seguro. nunca fui celosa de manera explícita -aunque sí lo había sentido más de una vez, y más de dos- pero siempre fui algo volátil, vulnerable y cambiante. a sus ojos, muchas veces inconsistente y contradictoria, falta de compromiso y de coraje. que no falta de mal humor y carácter: falta de coraje a la hora de enfrentarme a él. con tendencia a llorar mucho antes de reñirle por cualquier cosa. a menudo, le producía cierto placer que me encarase con él, porque eso significaba que lo bajaba del pedestal y me enfurecía con él como con el resto del mundo: ser mi punto débil no le hacía sentirse especial como a muchos chicos, le hacía preocuparse por mí porque no quería ser motivo de mi sufrimiento o sacrificio.
esa noche se estaba cenando todo ese aprecio y, en cierto modo, paternalismo que había criado dentro de mí. pero yo iba a llorar de todos modos confrontándole, porque mi vulnerbilidad ante él no dependía de su aprobación, y por desgracia, tampoco de la mía.
"¿por qué te enfadas?" dije inspirando por la nariz y frunciendo ligeramente el ceño, enderezando algo mi espalda. el chico imitó como un espejo mi movimiento, haciendo todos los esfuerzos por no pasar sus manos frustradas por su cara herida, retorciendolas en su regazo entonces.
"tengo la sensación de que no aprecias lo que hago por ti, y que nunca terminas de creerte que te quiero". sus pupilas volvieron a titilar. ahora parecían vivas, a diferencia de cómo se veían horas atrás cegadas por la rabia y enfocadas en la cara magullada de un desconocido. solté una pequeña risa ronca que podría haberlo ofendido, pero no lo hizo, negando ligeramente con la cabeza.
"suena a que estás proyectando" dije reclinándome en mi silla, observando el reloj colgado de la pared, sobre su cabeza. lino se levantó y limpió las manos contra la camiseta y miró a través de la puerta de cristal, esperando ver a una enfermera que no llegaba.
"nena, me lo estás poniendo muy difícil ahora mismo." dijo en tono calmado y calculado, articulado, con todas las vocales "¿te vas a burlar de mí ahora?" dijo ladeando la cabeza ligeramente. y fue suficiente.
"no, tú te debes pensar que yo soy imbécil" mis palmas golpearon con fuerza la camilla quebrando ligeramente el papel, mientras me levantaba de la silla. "jamás, en toda tu vida, te has peleado con alguien. porque te falta columna y ganas de cambiar las cosas. porque estás seguro así. pero tú no estabas apalizando a ese chaval". mis costillas se constriñen dentro de la ropa y sentí el aire escaparse entre las sílabas con peso, como el aire. "tú te querías pegar conmigo".
el rostro de lee know se retorció mientras incrédulo llevaba sus manos agarrotadas a la altura de su cabeza, tratando de entender. "¿de qué cojones estás hablando?" su tono por fin, quebrado por la rabia.
"soy yo a quien no soportas ver. tener que cuidarme, y protegerme te produce una frustración que se convierte en rabia y en dolor. que inconveniente que un tipo se encare conmigo en tu noche libre, ¿no?" la risa borboteaba suavemente entre mis palabras sin poder controlarla, sin querer provocarla tampoco. "amor, tú ya no quieres estar conmigo. es cómodo vivir como lo hacemos, no estar solo, tenerme ahí como un apoyo siempre, pero tú ya no me amas, porque lo puedo ver. puedo ver cómo esta insatisfacción te está comiendo vivo y te lleva a ser violento, y a pegarte con este tipo que te rompe la rutina".
mi tono seguía elevándose a medida que las lágrimas nacían y no paraban, y quería controlar el flujo del aire y la rigidez que tenía a mi cuerpo atado con una soga, pero tampoco podía pararme a coger aire porque tenía que seguir hablando. lo suficientemente rápido para que lino no me interrumpiese, aunque tampoco le habían quedado ganas de hacerlo. su cara se había destensado y se mantenía con los hombros relajados, el cuerpo colgando como un trapo sobre sí mismo, recibiendo todos los batacazos como un señor y viendo cómo su novia, la que había llamado tantas veces 'el amor de su vida' se quebraba delante de sus ojos sin necesidad de hacer nada.
"es mi amor el que nunca ha sido suficiente para que tú te quedes. y te he amado hasta el final de las consecuencias, así que no te puedo culpar" dije, sosegando ligeramente mi tono y sorbiendo por la nariz. "¿puedes ahora decirme la verdad?".
había hecho lo que me había enseñado a lo largo de estos años. a ser lo suficientemente valiente como para invitarlo a irse, lo que más me había costado hacer en toda mi vida adulta. algo de orgullo por mí comportamiento se estaba inflamando dentro de él, porque a pesar de ponerlo entre la espada y la pared y obligarlo a romper la burbuja, lo había hecho yo. la culpa y remordimiento no lo iban a matar por entero.
"tienes razón. ya no quiero estar contigo, y ha pasado naturalmente. no me he obligado a sentirme así" dijo con sus manos y antebrazos abriéndose ligeramente, alejándose del contorno de su cuerpo. sus hombros permanecían sosegados y sus cejas muy ligeramente arqueadas, rindiéndose. "sólo te pido que no nos gritemos más, porque no representa el amor que nos tenemos el uno por el otro, y porque no quiero y nunca quise terminarlo así".
miró por un momento al suelo llevándose una mano a la ceja mientras lo decía, y uno de los puntos se le saltó. de manera casi automática rompí el espacio entre ambos bordeando la camilla y llevando la manga de mi sudadera a su ceja para parar el sangrado, antes de que una enfermera que pasaba por el pasillo viese y supliese la necesidad cruzando la puerta de cristal.
lino y yo nos miramos a los ojos por última vez entonces. él y yo sabíamos que no lo iba a dejar de querer aunque él sí lo hiciese, y ambos sabíamos también que él nunca iba a negar que me acercase, porque por mucho que le doliese en su orgullo, me necesitaba para sentirse completo.
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-La mujer del astronauta. (La cara oculta) Rand Ravich
Los monstruos
1 - Bebés muertos
Un verano, un verano bizarro como pocos, me pescó leyendo el trabajo de Allouch sobre el duelo. Se trataba sobre “Ajó, el monstruo del cielo”, el relato de Kenzaburo Oé. Ese mismo verano cayó en mis manos una copia en video de “Gothic”, la película de Ken Russel, y esa sola y larga imagen que ofrece la clave del monstruo. El bebé, tal vez el feto, que se balancea lentamente en el agua. Ojos y boca hinchados, sellados, casi cosidos, el bebé muerto se mece suavemente entre las plantas acuáticas, en el fondo del río. Esa es, en la versión de Russel, la razón de la escritura de Frankenstein.
La pregunta entonces se presentó así: ¿Cómo es que un bebé muerto -en la Inglaterra del siglo XIX y en el Japón actual-, da por resultado un monstruo?
Y un monstruo no es una cosa frecuente.
“Ajó, el monstruo del cielo”, es uno de los tantos relatos de Oé que rondan sobre la paternidad y la monstruosidad de su hijo, nacido con un tumor en la cabeza tan gigantesco que parecía una “segunda cabeza”. En el relato, el padre -en idéntica situación que el autor- deja morir al niño que necesitaría una extensa cirugía para sobrevivir convertido en un vegetal. Ese monstuo-bebé innominado persigue desde el cielo al padre alucinado.
También el monstruo de Mary Shelley persigue al Dr. Frankenstein hasta el polo norte, reclamándole la paternidad y no haberle dado siquiera un nombre.
En ambos casos el monstruo no tiene nombre, en ambos casos ejerce una extensa e implacable persecución de un padre en falta.
A los 17 años de edad, prófuga junto a un hombre casado, Mary Wollstonecroft -que sólo años después sería Mary Shelley- dio a luz a un bebé. La situación no era precisamente confortable. Harriet, la esposa legítima de Shelley, había dado a luz unos meses antes que ella. La pareja estaba en fuga de sus familias, escondiéndose de los acreedores, y sosteniendo la relación entre ellos en unas inestables configuraciones triangulares. No debía carecer de resonancias allí la otra Mary Wollstonecraft, madre de Mary, mujer renombrada tanto por su brillo intelectual como por lo escandaloso de su vida. El primer embarazo de la madre de Mary también cursó en plena fuga con un hombre que, si bien no era casado, la abandonó para casarse con otra mujer durante los primeros meses de pregnancia. Su segundo embarazo la mató -aparentemente por una septicemia- tras el nacimiento de Mary.
La bebé que Mary (hija) dio a luz se llamó Clara, y tenía alrededor de diez días de vida la noche del episodio que Ken Russell no relata pero al que alude. Mary se levanta en mitad de la noche, y se acerca silenciosamente a la cuna, con una lámpara en la mano, para amamantar al bebé. Pero algo la detiene. No toca al bebé ni le da de mamar. Vuelve a su cama y se acuesta sin haber visto lo que había que ver dentro de la cuna. Algo “evidente por su apariencia”, que ella, mirando, no puede ver.
Al día siguiente escribe:
“ Mi querido Hogg mi bebe está muerto - vendrás tan pronto como puedas? - quisiera verte - Estaba perfectamente bien cuando me fui a la cama - desperté en la noche para darle de mamar, parecía estar durmiendo tan quieto que no lo desperté - estaba muerto entonces pero no lo descubrimos hasta la mañana - por su apariencia evidentemente murió de convulsiones. - Ven - eres una criatura tan calma y Shelley teme la fiebre de la leche - por mí que ya no soy madre ahora”.
Este episodio, poderosamente siniestro, se sitúa en los cimientos de su larga construcción, letra tras letra, del monstruo del Dr. Frankenstein. Pearcy y Mary Shelley fueron, hasta la muerte del primero, una pareja tan prolífica en literatura como en niños muertos.
El niño de Kenzaburo Oé, por su parte -a diferencia del de su personaje en “Ajó, el monstruo del cielo”-, no murió de manera efectiva. Sin embargo, en la disyuntiva entre dejarlo morir o lanzarlo a una vida de vegetal, hay, en efecto, una muerte ineludible. El bebé de Kenzaburo era directamente y efectivamente un monstruo. El escribe:
“Como una planta acuática en la penumbra, tumbado con los ojos abiertos e inexpresivos, no era más que una presencia callada. (...). Ni siquiera lloraba. A veces dudada de que estuviera vivo.”
Cuando fueron a buscarlo tras un mes de internación el bebé estaba tan cambiado que apenas lo reconocieron: “Es como si le hubieran hecho algo horrible. Me sentí más alejado de él que si hubiera muerto. Total, que nos volvimos con las manos vacías”.
Es claro que se trata de un bebé muerto, tanto como en el personaje del padre del monstruo del cielo.
2 - Un monstruo cinematográfico
Las extrañas relaciones entre bebé y monstruo están bastante bien establecidas en los clásicos temores de la pregnancia, e incluso en el lenguaje común: el monstruo es una “criatura”; de alguien particularmente feo y deforme se dice que es “un feto”.
Es muy difícil en esta circunstancia no verse invadido por los grandes monstruos cinematográficos de nuestra época que apuntan, precisamente, en esa misma dirección. Una monstruosidad que mostró eficacia masiva no hace una década lo muestra claramente. ¿A quién no se le cortó la respiración cuando el Alien, perforando el tórax de su portador, saltó chillando hasta la mesa donde el desayuno transcurría amablemente?
Veamos brevemente qué sabemos de ese monstruo. Hay primero que nada un episodio de inseminación, por vía oral. El monstruo se desarrolla lenta y sigilosamente dentro del cuerpo de su anfitrión, alimentándose pacientemente en sus entrañas hasta que está en condiciones de sobrevivir por su cuenta. Entonces irrumpe desgarrando huesos, bañado en sangre, listo para matar.
Este relato es ni más ni menos que una teoría bizarra sobre la concepción y el alumbramiento que -como para darle el gusto a Freud- ignora la existencia de la vagina. Es lo más parecido a una teoría sexual infantil.
Por si a alguien le quedan dudas sobre las resonancias del octavo pasajero, las siguientes pel��culas de la saga se ocupan de explicitarlo más y más. En la tercera película la Teniente Rippley debe hacerse una ecografía para definir si porta un alien o está embarazada. En la cuarta ella -que entretanto ha adquirido un ligero aire monstruoso- enuncia con claridad: “I’m the mother´s monster”.
Sin embargo, y curiosamente, la segunda película de la saga del Alien, presenta una inversión. El monstruo se devela en la imagen de una abeja reina que comanda el horror rodeada por sus huevos. La identificación es indudable: Eso es una madre. Para confirmarlo, como casualmente, aparece allí una niña, atrapada en su telaraña babosa, en pleno proceso de degradación orgánica, de disolución.
Pero en este caso también se da otra inversión. No sólo la “criatura” perseguirá a la Teniente Rippley hasta el último confín de la galaxia, sino que también la Teniente Rippley perseguirá a la “criatura”.
De más está decir que el Alien, como los monstruos literarios con que tropezamos más arriba, tampoco tiene nombre.
Estas son, como mínimo, unas convergencias curiosas tratándose de monstruos tan diferentes.
3 - La forma
Esto nos tienta a seguir explorando en algunas constantes del género cinematográfico. Género, por otra parte, repleto de constantes. Y la primera que salta a la vista es la cuestión de la forma del monstruo. La monstruosidad incluye por implicación a lo de-forme. Sin embargo la literatura cinematográfica va más allá. Incluye un slogan clásico que tiene el valor casi de una definición:
“Terror has no shape”
Este es el anuncio de un gran clásico del Terror: La Mancha
La incidencia de esta persistente fatalidad en el poeta, Pearcy Shelley, se presenta también en el registro de lo siniestro. Luego de la pérdida del cuarto bebé -en este caso nonato- Shelley sucumbió a extraños sueños angustiosos y alucinaciones. Mary y Edward Williams dan testimonio de algunas de estas visiones:
“Mientras andaba por la terraza, su propia imagen le salió al paso y le dijo: ¿Cuanto tiempo piensas estar satisfecho?”
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Herramientero o porta herramientas del primero ciclo del técnico laboral en cuero de la Escuela de Artes y Oficios Santo Domingo fabricado en cuero natural o tala con chapeta en cuero contraste y cosido totalmente a mano.
#cuero#leder#leathergoods#marroquineriamanual#marroquineria#bolsos#diseño#design#accesorydesign#accesory
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Cosas que he cosido este año:
Fundas de almohada de satén
Varios modelos de blusas, de satén estampado, crepé y viscosa
Un par de faldas de sastrería (una metalizada y con brillos)
Amohadoncito de ejercicio
Musculosa de Jersey seda, calcada de una prenda que ya tenía
Toallas de mano
Un bandera de Finlandia
Más de una docena de bolsas de regalo
Y hay cosas que faltan, claro, como los arreglos a prendas que no cosí desde cero. Lo que se hizo evidente es que necesito más blusas externas, que para andar por casa tengo de sobra.
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* pequeño mapa para caminos de incerteza ( 1 )
Tañen silencios desde hace eternamente tantas estrellas. Se enlazan los impares del calendario y la mitad da un imposible donde aprender a dividirte en dos. Cada azar seguirá volándote los ejes. A veces encontramos las soluciones, otras detuvimos la undécima de cada segundo. Fuimos soñadores, fugaces, once millones de ascuas en cada amanecer. Un libro descosido y cosido de casualidades. Saltos entre hoja y hoja. Un bosque secreto que abrazará una estela incalculable. ¿Cuántas llevamos?. Anotaciones al margen, esquinas dobladas. Dos botellas de vino y el café como poesía. ¿Qué querías decir?. Quizá toda balanza está condenada a dudar. Y tus manos aquí, una y otra vez, sujetando siempre algún vértigo por escribirse. Tu idea de la fábula. Mi idea de lo efímero. Y la verdad de cada adjetivo. Volver y ordenarlo todo. ¿Quién podrá verlo?. ¿Quién al leerte reconocerá la arquitectura de tantos recuerdos?. ¿Quién adivinará el ángulo entre cada punto suspendido?. Medirte en cada incógnita por despejar. Dos círculos sin fin y una trayectoria paralela que tiembla y llena y sube y titila y revuelve y siempre será tu incerteza.
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balerinas en horma cuadrada con puntera de cuero, con cuadrados de jeans reciclados cosidos a mano
balerinas en horma cuadrada con puntera de cuero
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