#citas sobre libros
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você não é uma flor, você é toda uma floresta; bonita, incomum, imensa, inesperada.
e-book: [jamais peço desculpas por me derramar.]
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El ruido se apagó y solo estás tú,
fuente de mis letras, fuente de inspiración.
Mi corazón se ha marchitado,
más mi alma está ligada a ti,
tu amor celeste sigue fluyendo en mí.
-Paulina
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No puedo evitarlo. No puedo desconectar el cerebro.
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La marginalidad de las mujeres no se debe a su incapacidad creativa o intelectual sino a la falta de interés por emprender obras culturales: "Las mujer, en vez de escribir libros, de investigar verdades, de hacer estatus, tiene hijos".
— Rosario Castellanos, Sobre cultura femenina, (1950).
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Va en español porque no quiero que me rompan las pelotas pero
No les pasa que ven yanquis hablando de cosas que tienen que hacer para el college y medio que les dan ganas de hundirles la cabeza contra una pared? Porque está todo MUY mal hecho??? O sea las encuestas que hacen o los temas que eligen?? Sabiendo que después sus títulos siempre van a garpar más que los nuestros?? Me da una broncaaaa
#te salen con 'ay para esta materia escribí un analisis personal de un capitulo de riverdale'#y mientras tanto acá tenes que escribir un tratado filosófico sobre la naturaleza humana con al menos 7 citas de libros para que pasar#el curso de ingreso#seguro hay formas más finas de expresar esto mildis#mmine#argie on main 🇦🇷🇦🇷
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"-No hay nadie con una vida completa. Todo el mundo está incompleto y siempre lo estará."
#citas de libros#Haruki Murakami#La muerte del comendador 2#ideas para reflexionar#lo que leo#lo que me encuentro mientras leo#sobre la vida#sobre la gente#sobre las personas
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Volvió a caer sobre la cama y contempló la luz del cielo, deprimido al darse cuenta de que su ex esposa acababa de abandonarlo una vez más.
Mujeres Audaces (Jennifer Crusie)
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Enzo viendo como te hacés el skincare, te maquillás...
Simplemente él siendo el mejor novio del mundo
Necesito cariño jaja
Fluff ♡
Enzo recuerda el horror en tu rostro cuando en una de las primeras citas confesó no utilizar protector solar, así como recuerda la reprimenda que recibió y la forma en que lo arrastraste a una tienda para conseguir productos adecuados para su piel.
El recuerdo parece demasiado lejano mientras te observa a través del espejo, pero la forma en que cuidás de él sigue siendo la misma: una mascarilla cubre su rostro y el líquido que embebe la tela es frío, helado, pero la sensación de tus dedos en su cabello logra distraerlo.
-¿De qué era esto?- pregunta y frunce los labios en un gesto tan típico suyo. Se estira para tomar el diminuto gotero que contiene el aceite que utilizás para hidratar sus puntas y lee-. Almendras.
-Era el que te gustaba, ¿o no?
Recuerda cómo solías tratar su cabello cuando la dieta que realizó para una película provocó que este se debilitara, también recuerda los masajes en sus extremidades adoloridas y su sienes. Asiente.
-Bueno, ahora te toca- se pone de pie y ocupás el asiento frente al tocador. Toma un cepillo y desenreda tu cabello, comenzando por las puntas y asegurándose de deshacer cualquier nudo antes de continuar.
Coloca un par de gotas en la palma de su mano y frota sus palmas para esparcir el producto antes de colocarlo sobre tu cabello. Cuando el aceite en las yemas de sus dedos es mínimo masajea tu cuero cabelludo y oye un sonido de aprobación surgiendo desde tu garganta.
Recoge tu cabello y utiliza uno de tus broches favoritos para asegurarlo en su lugar. Acomoda un mechón corto tras tu oreja y besa tu mejilla, su mirada encontrando la tuya en el reflejo.
-¿Querés ver una película? Todavía tenemos tiempo.
-No sé- arrugás la nariz-. ¿Dónde quedó el libro que estabas leyendo hoy?
-¿Por...?
-Quería escucharte leer un ratito.
Te sonríe y corre a buscar el libro que dejó olvidado en algún rincón del departamento que comparten. Cuando regresa te encuentra recostada sobre tu estómago, tus piernas balanceándose en el aire y los dijes (uno por cada aniversario) en tu tobillera tintineando.
En lugar de retomar la lectura decide leer el capítulo desde el inicio para ofrecerte un poco de contexto. No puede evitar perderse una y otra vez, sus ojos dejando las páginas para centrarse en tu rostro y encontrando tu mirada fija sobre sus labios en cada ocasión.
Faltan aún un par de horas para que ambos deban dejar la comodidad de su hogar y él pueda ver cómo colocás rímel en tus pestañas, rubor en tus pómulos y en tus suaves labios un gloss que dejará marcas en todo su cuerpo.
Otro dije aguarda su turno pacientemente, oculto dentro de una pequeña caja aterciopelada que Enzo escondió en el armario.
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🏛️ Este hermosísimo y decó portal de cementerio se encuentra en el centro-norte de la provincia de Buenos Aires, en la localidad de 25 de Mayo.
🔍 Hace años que busco información sobre su arquitecto, León Tumiati, y hasta el momento sé que nació en Ferrara, Italia, probablemente en 1895. Estudió y egresó como arquitecto en Bologna, llegando a CABA en 1929.
🏠 Para 1930 Tumiati realizó dos proyectos en Villa María que no se construyeron, pero en cambio, en CABA, en la esquina de Álvarez Thomas y Virrey Loreto construyó una vivienda colectiva con locales comerciales que aún muestra su firma.
🗓️ Volvamos al portal del cementerio de 25 de Mayo. Se inauguró el 31 de octubre de 1937 y ese día contó con la asistencia del gobernador Manuel Fresco, su esposa, su comitiva y el obispo de Azul.
😇 Dos ángeles en oración nos reciben y también una frase en el centro del portal: “Non omnis moriar" que significa “No moriré del todo” y es una cita del poeta Horacio. Una frase que va de la mano del sentimiento de armonía que transmite el arbolado del ingreso. Tumiati contó con la asistencia del escultor P.J. Ferrari y el constructor L. Ferraris. El frente sorprende por su art decó más cercano al de los cines de la época que a los portales monumentales e imponentes de Francisco Salamone.
🏰 Dentro del cementerio encontramos una capilla con una cruz decó, una oficina administrativa, numerosas bóvedas art decó, sepulcros antiguos y una galería de nichos. Al final de la calle principal, la que supo ser la morgue.
📜 También se hallan al menos dos bóvedas diseñadas por Tumiati junto a Ferrari, (8y9) también autor de las esculturas del frente del cine Teatro Premier en CABA.
📘 En 1944, Tumiati publicó un libro llamado Pensamientos sobre la arquitectura con ilustraciones de proyectos arquitectónicos de aires futuristas mezcladas con reflexiones propias(10).
💬 Frente a la capilla una frase nos recibe o nos despide: «Tú que ciego en el placer/cierras del alma los ojos/contempla en estos despojos/lo que eres lo que haz de ser/ven a este sitio a aprender/del hombre la duración/que en esta triste mansión/de desengaño y consejo/cada sepulcro es espejo/cada epitafio lección.»
📷2024
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Una cita junto al mar.
Me preguntaba si iba a venir. ¡Qué ilusa era! De seguro ni se acuerda de mí y mucho menos de esta cita en el mar que habíamos concertado hacía ya cinco años. Y, sin embargo, había una parte de mí que quería creer que todavía me recordaba, que no había olvidado todo lo que habíamos vivido y sido el uno para el otro.
Era aquí, precisamente, donde nos habíamos conocido hace siete años. Yo era una arquitecta recién divorciada, después de un largo pero muy infeliz matrimonio, y él era un joven estudiante de pos-grado. Ambos fuimos llevados al mar por diferentes cuestiones. Yo al buscar paz y consuelo, y el que sólo encontraba al mirar las olas mientras sentía la brisa acariciarme el rostro y peinar mis cabellos, y él al encontrar un espacio para reflexionar y pensar sobre su futuro. Recuerdo la primera vez que lo vi. Estaba descalzo sobre la arena, las olas llenando sus pies de espuma para luego retroceder y dejar un espacio entre la arena mojada y ellos. Yo miraba hacia el horizonte, a ese ocaso precioso que se dibujaba. Los ocasos en el mar me eran de un sabor diferente, le daban a mi alma un sentido más precioso por ser tan apacible y maravillosos a la mirada. Llevaba puesto un vestido amarillo de algodón con tirantes que dejaban al descubierto a mis brazos, un sombrero de playa ancho y blanco. Tenía los brazos cruzados y me abrazaba a mí misma, mientras lloraba en cuclillas viendo el horizonte. Hoy se había finalizado mi divorcio después de dos años de litigio arreglando la división de bienes y la custodia de nuestras hijas. Había luchado tanto por ese matrimonio que se había despedazado. A los treinta y cinco años me sentía hueca, como si hubieran arrancado de tajo todas mis ilusiones. Cinco años es todo lo que había tomado, sólo eso. Los últimos tres ya habían sido necedad de mi parte por tratar de salvar lo insalvable. Luis ya no disimulaba su flagrante infidelidad y su excesivo derroche de dinero que yo misma ganaba. No sabía cómo había podido escoger tan mal, sólo podía achacarlo a la locura del primer amor y a todas esas fantasías románticas que, leer tantos libros de romance, me habían metido en la cabeza. Diez años después yo era una mujer cambiada, más realista y menos idealista, con heridas en el alma que todavía sangraban. Me sentía aliviada, pero a la vez destrozada. Había venido aquí porque no quería llorar frente a mis hijas, pero necesitaba desahogarme. El mar siempre me traía consuelo y sosiego. Podía pasarme horas perdida, contemplándolo, aunque sólo alcanzaba a verlo borroso, siendo difuminado por mis lágrimas. La brisa soplaba fuerte. No podía evitar pensar que, ojalá así como se llevaba mis lágrimas, se llevará también todo lo que guardaba en el corazón: mis sueños hechos pedazos, el dolor del desamor de Luis y la desilusión por mi hogar roto.
En una ráfaga de viento, mi sombrero de paja salió volando. No me moví, no me importaba en lo más mínimo. Seguí sollozando cuando, de repente, sentí que una sombra me tapaba el sol. Volteé y lo primero que divisé fueron unos pies descalzos. Eran pies delgados, largos, algo huesudos, unos pies masculinos, pero bien cuidados, los cuales yacían parcialmente enterrados en la arena. Entonces, una profunda e igualmente masculina voz, llena de una gentileza inconfundible, me preguntó...
“Disculpe, ¿esto es suyo?”
Fue entonces que mis ojos recorrieron el camino desde los pies hasta la fuente de esa voz tan llena de ternura que había penetrado mi desdicha. Tenía los ojos más azules que jamás había visto. Eso fue lo primero que pensé. Era un hombre joven, bronceado, de cabello castaño y ondulado que no podría tener más de veinticinco años. Me despejé la garganta y, apresuradamente, me limpié las lágrimas del rostro para incorporarme. Era un hombre muy alto, yo no le llegaba ni al hombro.
“Si, es mío. Gracias”.
Acepté el sombrero de la mano del hombre y agaché el rostro. Había algo en este hombre me hacía sentir vulnerable.
“Disculpe mi atrevimiento, pero la he observado desde hace rato, mas no quise inmiscuirme. Creo que su sombrero fue la señal que necesitaba para acercarme. No la conozco ni sé por qué llora tan desconsoladamente, pero si algo he aprendido en esta vida es que, a veces, tener con quien hablar, hace un poco más llevaderas las penas. Quiero ofrecerle eso. Un par de oídos que la escuchen atentamente y que no la juzgarán. Permítame invitarle un café. Me llamó Rodrigo”.
Había algo en su semblante, una gran gentileza, una suavidad en su mirada, un sincero deseo de ayudar que terminó por convencerme. Esa tarde me llevó a un café a la orilla de la playa. Allí conversamos por horas. Yo le conté mi historia. De cómo había conocido a Luis mientras estudiaba en la universidad y todo lo que había sucedido desde entonces. Él me escuchó con cuidado sin interrumpir. Cuando ya había purgado todo lo que me volvía pesado el corazón, él empezó a contarme de su vida.
Creo que quería tranquilizarme y ponerme más cómoda al ponernos en igual condición de vulnerabilidad. Me contó que él recién había llegado a la ciudad a estudiar una maestría en Finanzas, también que extrañaba a su madre y a su hermana, pero que, por el deseo de superarse para poder sacarlas adelante, había decidido seguir con su educación, aunque lejos de casa. Me confesó que por eso había venido al mar. Estaba reconsiderando su decisión de seguir estudiando tan lejos de casa. Su madre era viuda y él, su único hijo varón, se sentía sumamente responsable por ella y por su hermana menor, pero entendía también que el programa de maestría le abriría puertas y podría proveer para ellas un mejor futuro. Había trabajado mucho para ganarse la beca que le permitiría seguir con sus estudios, pero a veces desfallecía en su determinación. Estaba solo y no tenía amigos, además de extrañar mucho su hogar. Así pasamos toda esa tarde, la cual se volvió noche, platicando. Ambos nos sentíamos muy bien. Al despedirnos, intercambiamos números de teléfono y prometimos seguir en contacto.
Al día siguiente recibí un mensaje de texto de Rodrigo.
"¿Cómo sigues? ¿Te sientes mejor?"
Así empezamos a platicar, regularmente, vía texto. Nos fuimos conociendo cada día más. A veces hablábamos por teléfono, cuando necesitábamos escuchar una voz amiga. Pasaron varias semanas así, hasta que Rodrigo me invitó a tomarme un café. Ese día caminamos por la playa, platicamos y nos tomamos un café en la cafetería a la orilla de la playa, aquella en donde nos habíamos conocido. Había pasado por Rodrigo a su universidad y, ya entrada la noche, lo fui a dejar a su modesto apartamento cerca del campus. Al estacionarme enfrente de su edificio, procedí a despedirme de él con un beso en la mejilla, así como se despiden los buenos amigos; lo consideraba precisamente eso. Pero, al momento de acercarme a su mejilla, él volteó su rostro y capturó mis labios con los suyos. La sorpresa me hizo abrir la boca, a lo cual aprovechó para poner su mano sobre mi cuello y profundizar el beso. Dios, había pasado tanto tiempo desde que un hombre me había besado así. El deseo floreció en mi vientre, recordándome que, a pesar de todo lo que me decía, constantemente, era una mujer de carne y hueso. Me besaba con un hambre que me hizo gemir en su boca. Me hacía sentirme deseada, sexy y tan mujer. Sí, no la madre ni la galardonada profesional, sino simplemente mujer, tan mujer. Me bebió el aliento e hizo de mi boca una extensión de la suya. Cuando tuvimos que respirar, soltó mis labios y, sosteniéndome el rostro con ambas manos, me miró directamente a los ojos.
“Laura, quédate, por favor”.
Ese fin de semana, mis hijas estaban en la casa de su padre, así que nadie me esperaba en casa y Rodrigo lo sabía. Lo vi a los ojos. Podía ver la sinceridad en ellos, la misma que relucía en los míos. Esa noche me dejé llevar y la pasamos juntos. Por un instante se nos olvidó todo: el mundo, nuestras familias, nuestras responsabilidades y planes, las diferencias de edad y posición. Éramos sólo Rodrigo y Laura, un hombre y una mujer.
Así comenzó nuestro idilio. Aún ahora, después de tantos años, me hacía suspirar. Fueron tantas memorias y vivencias las que pasamos juntos. Él me devolvió la fe, el gozo de vivir, la confianza en mí misma y la seguridad de que aún había hombres buenos. Nos ayudábamos mutuamente, nos escuchábamos y ofrecíamos apoyo en lo que podíamos. Éramos amigos, confidentes y amantes. Yo me volví su hogar lejos de casa y él mi refugio anhelado. Nos amábamos mucho y a pesar de todo. Aunque Rodrigo era menor que yo, él era muy maduro y respetuoso, además de ser el más apasionado de los amantes, también era el más tierno y cariñoso de los hombres. Vivimos dos años maravillosos, llenos de felicidad, pero llegó el día que habíamos previsto desde el comienzo de nuestra relación. Rodrigo terminó su maestría y era hora de regresar a casa. Quizás por eso nunca quisimos hacernos promesas. Vivíamos día a día. Ese último día lo pasamos juntos y amanecimos en la playa, viendo el amanecer y prometimos volvernos a encontrar, pasara lo que pasara.
Era así que aquí estaba, parada en esa playa, esperando por él, cumpliendo mi promesa, aunque ya había esperado más de una hora. Seguramente, Rodrigo ya me había olvidado; eso pensaba. Miré el mar, una última vez, y me presté a regresar a mi auto. Fue entonces que lo vi. No había cambiado nada y, al mismo tiempo, había cambiado mucho. Mi corazón se volvió loco en mi pecho. Las lágrimas empezaron a rodar por mis mejillas, pero no podía despegarle la vista. Se aproximó hasta estar frente a mí. Veía las lágrimas también en sus ojos. Tomó mis manos en las suyas y, por un momento, fuimos otra vez sólo Laura y Rodrigo, nada más. Me abrazó y estuvimos así por largos minutos, después me llevó a ese café en la playa que era tan nuestro.
Me contó que había regresado a su ciudad y que su hermana y madre habían estado tan contentas de volverlo a ver. Había conseguido un buen trabajo en una compañía transnacional, lo cual le permitió comprarse una casa. Su madre vivía con él, aunque su hermana no, ya que se había casado con un muy buen hombre que la hacía feliz. El también se había casado con una compañera del trabajo y estaban esperando su primer hijo en unos meses. Lo oí platicar sobre su vida. Se le notaba la felicidad y eso me llenó de alegría. Yo le conté de cómo mis hijas habían crecido y estaban en la secundaria ya. Le conté de mi éxito en el trabajo y del proyecto que actualmente ocupaba mi tiempo. Le conté de Armando, un doctor divorciado con quien estaba saliendo desde hace un tiempo, cómo era tan especial conmigo al cuidarme y al hacerme reír. Le conté, también, cómo Armando me había propuesto matrimonio, pero yo insistía en esperar hasta que mis hijas se graduaran de la secundaria. Así estuvimos varias horas platicando. Alegrándonos de las alegrías y simpatizando con las penas y dificultades que el otro había experimentado durante estos cinco años.
Llegó la noche y la hora de despedirnos.
“Te ves más hermosa que nunca. Cuídate mucho, Laura. Recuerda tu valor y sigue persiguiendo tus sueños. Eres una mujer asombrosa. Siempre daré gracias por el tiempo que te tuve en mi vida. Fuiste la forma que el Universo utilizó para hacerme crecer, para cobrar aliento. Aprendí tantas cosas valiosas a tu lado, todo ese amor que me brindaste, tan desinteresadamente, me dio la fuerza que necesitaba para seguir y el valor para afrontar lo que vendría después. Te llevo siempre en el corazón con gratitud y mucho cariño. Te deseo lo mejor”.
“ Yo también te agradezco, Rodrigo, por todo lo que me brindaste; un hombro donde llorar, unos brazos siempre listos para abrazarme, un compañero y un amigo que me dio su compañía y escucha en el que fue el tramo más difícil de mi vida. Me alegra sobremanera que hayas logrado lo que te propusiste y que, tú y tu familia, sean tan felices. Siempre te recuerdo, doy gracias por ti y pido por tu bienestar. Mi cariño y respeto los tienes siempre. Yo también te deseo lo mejor”.
Así nos despedimos y volvimos a renovar nuestra cita en el mar. Nos volveríamos a encontrar, después de cinco años más, y veríamos dónde la vida nos tendría, pero mi corazón agradecía que, lo que ya habíamos vivido, nada ni nadie podría arrancárnoslo del alma.
E.V.E
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Hoy tuve una cita con mi yo del pasado, el mismo muchacho que llevaba en el mismo día de hoy una mochila amarilla a su espalda y que hoy cargo una riñonera negra en su lugar, mas pequeña, mas cómoda y con menos equipaje para el camino.
Quedé con el, en el mismo lugar en donde me encuentro ahora, y que igualmente, es el mismo sitio que ocupaba el año pasado por este día.
Ambos nos encontramos sentados en mi azotea, compartiendo un petardo y un rato de lectura, aunque nuestros libros difieren de estilo y narrativa.
Y fijándome bien en el, las portadas de nuestros libros no es lo único que ha cambiado.
Si me detengo a observar sus ojos, sus dulces ojos de enamorado, me doy cuenta de lo realmente triste que estaba el año pasado. Pues incluso en su mirada de amor, sigue habiendo connotaciones de tristeza en su iris. Algo que en mi mirada actual no se refleja.
Él es más tímido de lo que recordaba, mas inseguro con su aspecto y forma, con su propio valor. Si hasta tiembla cuando lo abrazo y escucho su pecho crujir de dolor, a pesar de que siempre se le dio demasiado bien fingir.
Su sonrisa es más blanquecina que la mía, pues un año de tabaquismos hace la diferencia en nuestras dentaduras, pero eso no quita que la sonrisa que cargo ahora es más bonita, y sobre todo, mas sincera.
Llevamos pasatiempos diferentes en nuestros horarios, en el mio existen diversas actividades y hobbies, incluso algunos que ya tenía abandonados y olvidados en un rincón del pasado.
Él ocupa todo su calendario con el nombre de un muchachito, y rompió todos los acuerdos que teníamos con nuestras versiones de antaño.
Dejó atrás las noches de lectura, la tapa de su cuaderno ya no se abría ni para escribir una misera frase. Descuido las plantas del balcón hasta que se marchitaron.
Si hasta las raíces oscura de su cabello llegaban asomarse entre su melena rubia, señal de lo mucho que descuidó su aspecto.
Sí soy sincero, no puedo reconocerlo, incluso aunque se trate de mi mismo, y yo haya vivido ya esa experiencia.
El joven que veo antes mis ojos es demasiado difuso, incluso para el mismo.
–Podrías ser tan solo una sombre del amor.– pronucio y el me mira extrañado. –Llevas mi nombre, pero sin embargo parece que se trata de otra persona.
Y es la pura verdad.
Pues el joven del que hablo es más el reflejo de su amante que del suyo propio. O por lo menos, solo quiere enzarzar las cualidades que son alabadas por su amor, aunque nunca existieran en el.
Yo tampoco soy la verdad imagen de nuestra joven, pero si soy la mas fiel a lo que quiero de mi persona, y a lo que esperaba de mi en un pasado.
–Solo llevas las cadenas y promesas que todos cargamos una vez, no eres tan diferente. –dice el enojado. –Como bien dijiste, yo solo soy la sombra de un mal amor. Y también soy el que sobrevivió a todo aquello y dejó paso a que seas quien eres hoy. Yo puse los primeros cimientos. –ambos reímos.
“Que extraño es el amor propio.”
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Sefer Yetsirah es el Libro de la Formación que revela que Dios creó el universo mediante las letras del alfabeto --implica cierto pensamiento de la apocatástasis (o Tikkun). Justamente respecto de la apocatástasis y del cálculo a partir de las letras del alfabeto, el filósofo y traductor Michel Fichant (en el “Postfacio” al volumen que reúne los textos de Leibniz “De l’horizon de la doctrine humaine” y “La restitution universélle (Apocatástasis panton)”), plantea que “la más impresionante de las ficciones, en el sentido de Borges, se encuentra en Guldin”. Fichant apunta que al finalizar su De Centro Gravitatis (1641), el Padre Paul Guldin reproduce como apéndice el breve ensayo “Problema Arithmeticum de rerum combinationibus” (ya publicado en 1621). Fichant agrega que en este trabajo, Guldin tenía el propósito de exponer la regla de todas las combinaciones, conjunciones o conmutaciones –generalizando la aplicación ya llevada a cabo por Clavius–. Con el objeto de presentar un ejemplo de apoyo, se daba la tarea de tomar los 23 elementos (letras del alfabeto) para calcular la cantidad de palabras diferentes que estos elementos permiten formar. Metodológicamente, se impone dos lineamientos: no le importan si estas palabras tienen significado o si se pueden pronunciar, y se considerarán sólo las disposiciones sin repeticiones (considerando palabras –con sentido o no– de hasta 23 letras). Excluyendo la repetición, Guldin calculó como “regla universal” que el número de todas las palabras que se pueden escribir con un alfabeto de 23 signos son 70.273.007.330.330.098.091.155, términos en los cuales ninguna letra se repite en la misma dicción (por lo cual, piensa Guldin, no es de extrañar que haya tantos idiomas en el mundo y, en cada uno, tantas palabras diferentes). Escribir todas estas palabras requeriría de 1.546.007.491.267.262.187.905.433 caracteres, es decir, un número que alcanza a ser millón de millones de millones, motivo por el cual, y por cierta preocupación pedagógica, Guldin se pregunta cómo representar para el lector un número tan inmenso que desafía toda comprensión. Así, bajo el supuesto de que una figuración concreta permitiría “abrir el espíritu” a un número a partir de números más pequeños, Guldin propone registrar todas las letras en códices de 500 hojas (1000 páginas), de 100 líneas y 60 caracteres por línea, cálculo que determina 6 millones de letras por códice, y que se necesitarían 257.667.915.211.210.357 registros. Dado el mismo principio pedagógico, y como el número aún es demasiado grande para dar una idea clara, Guldin propone poner los libros en bibliotecas. Para esto, hace falta determinar el formato de los libros, el tamaño de los edificios, así como del espacio necesario para la circulación de los usuarios, detalles que equiparan esta biblioteca ficticia con una real. Así, una construcción cúbica de 432 pies de lado podría recibir 32 millones de volúmenes pero para albergarlos a todos se necesitarán 8.052.122.350 bibliotecas (de un área de piso de 186,624 pies cuadrados). Por el espacio que ocuparían se podría imaginar el orden de la magnitud del número de esta combinatoria. Pero –cita Fichant a Guldin– “¿Qué provincia, qué reino, qué imperio, los chinos, los turcos, los cristianos, o incluso qué viejo mundo podría ocuparse?”. Si se hiciesen ciudades de bibliotecas, y si se admite que las tierras infértiles, los océanos y mares, y otras aguas separadas representan la mitad de la superficie de la tierra (para Guldin, las observaciones modernas), la superficie del terreno global sólo podía acomodar 7.575.213.799 bibliotecas (un número notablemente menor que las bibliotecas necesitadas, y aun serían necesarios 476.908.551 edificios que no cabrían en Europa). Concluye que si bien Guldin vio en la multitud de dicciones formuladas con la ayuda de un alfabeto único la razón de la multiplicidad de las lenguas y la riqueza de cada una, no llegó a ninguna conclusión precisa sobre la pluralidad misma de los idiomas. Michel Fichant consideraba el cálculo de Paul Guldin como un caso cercano a Borges.
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HOLAAA!!! (ˊ˘ˋ*), PRIMERO QUE NADAESPERO Y TE ENCUENTRES BIEN,
me gustaría leer algo sobre freminet junto con la lectora cuidando a su hermano menor (el hermano menor de la lectora 😭) SIENTO QUE FREMINET SERIA MUY DULCE CON EL(T_T)
entonces, si puedes y quieres, podrias escribir algo sobre eso?😓
es todo, espero estes bien!!! ヾ(^-^)ノ
💖~ Me encanta la idea de Freminet con una pareja con un hermano menor, sería como verse a sí mismo y de alguna manera lo entendería.
Advertencia: No ahora💖, Fem!Reader | Google Translate me patrocina (es mentira) Si cometí algún error en la traducción al inglés, ¡estaré encantada de leer tus comentarios! | Contenido en español e inglés.
Spanish:
Freminet conocía a tu hermano por su nombre, sabía que era una de las razones por las que había veces en las que no podías salir, debías cuidarlo, o ayudarlo con su tarea o incluso ir por él a la escuela. Lo entendió. Pero verlo era otra situación distinta.
Ese día te disculpas te con él por no poder salir a la cita que habían planeado, estabas ocupada cuidando del pequeño niño porque la escuela no dió clases. Freminet sabía que era mejor para ti no darte problemas e irse, pero un pequeño torbellino de emoción sonrisas tiró de su manga hasta la sala. El niñito, tu hermano, los tenía a ambos sentados junto a él haciendo figuras con papel y pintando garabatos que no tenían mucho sentido, pero juraba que eran personas. No tuvo la elección de decir que no, que tenía que ir a hacer otras cosas, la mirada ilusionada del niño no le permitía llevarle la contraria y ahora lo estaba ayudando a dormir a todas las figuras de papel en un fuerte de almohadas.
Ante todo, cada remota idea nueva que tenía el pequeño hombrecito, pintar esos papeles que lucían importantes, quitar los cojines de los muebles y las sábanas de las camas, miraba primero a tus ojos en busca de ayuda. No quería terminar de hacer un desastre en tu casa, pero parecías acostumbrada.
"¿Fremmy, puedes quedarte a cenar?" La vocecita del niño lo sacó de sus pensamientos, estaba sentado sobre muchos cojines y unas mantas en una especie de trono sobre el sofá, Freminet y tú tenían miedo de que se cayera y ahí estaban, él pintaba algunos libros para colorear de animales y tu mirabas al niño. Freminet buscó alguna respuesta en ti pero le sonreíste. "Pero no tienes permitido besar a mi hermana, es asqueroso."
Las mejillas de Freminet se sonrojaron mientras reía nervioso, tu reprochaste a tu hermano y él solo siguió quejándose acerca de que no quería que tuvieras novio. Luego se levantó en su lugar y miró bien a Freminet, inspeccionándolo hasta que llegó a una conclusión.
"No puedes ser el novio de mi hermana porque aún no has traído un regalo." El niño se cruzó de brazos mientras usaba toda su cabeza para pensar. "Los príncipes deben realizar un acto valeroso para quedarse con la princesa... ¡O traer un regalo para la familia de la princesa!"
"¿Planeas venderme?" Bromeaste con una mano en tu pecho, dramatizando tu miseria. El niño bajó de un salto de su trono de almohadas para abrazarte y disculparse, casi llorando por ser un mal hermano y no cuidarte. Freminet los miró, estabas sonriendo por debajo de toda tu actuación de tristeza y el niño te intentó calmar con un dibujo de una oveja comiendo caramelos, ofreciendo sus disculpas y llenándote de diversos dibujos. Sonrió ante la imagen, recordándose a sí mismo que en algún momento ese fue él, buscando la aprobación de sus hermanos mayores, siguiéndolos como si fuera un patito. "Bien, te disculpo. Pero no habrá helado de postre en la cena."
A pesar de que explicaste que tu hermano debía aprender que no podía tratar de venderte, Freminet le regaló unas pocas galletas después de cenar. Y ese simple acto había sido suficiente para que el niño pidiera otro día de juegos con el buzo.
English:
Freminet knew your brother by name, he knew it was one of the reasons why there were times when you couldn't go out, you had to take care of him, or help him with his homework or even pick him up at school. He understood it. But seeing him was a different situation.
That day you apologize to him for not being able to go out on the date you had planned, you were busy taking care of the little boy because the school didn't have classes. Freminet knew it was best for you not to give you any trouble and leave, but a small whirlwind of excited smiles tugged his sleeve into the living room. The little boy, your brother, had you both sitting next to him making shapes with paper and painting doodles that didn't make much sense, but he swore they were people. He didn't have the choice to say no, that he had to go do other things, the boy's excited look didn't allow him to contradict him and now he was helping him put all the paper figures to sleep in a pillow fort.
First of all, every remote new idea the little man had, painting those important looking papers, removing the cushions from the furniture and the sheets from the beds, he looked first into your eyes for help. He didn't want to end up making a mess in your house, but you seemed used to it.
"Fremmy, can you stay for dinner?" The boy's little voice took him out of his thoughts, he was sitting on many cushions and some blankets in a kind of throne on the sofa, you and Freminet were afraid that he would fall and there they were, he was painting some animal coloring books and you looked at the boy. Freminet looked to you for an answer but you smiled at him. "But you're not allowed to kiss my sister, it's disgusting."
Freminet's cheeks flushed red as he laughed nervously, you scolded your brother and he just continued to complain about how he didn't want you to have a boyfriend. He then stood up in his place and took a good look at Freminet, inspecting him until he came to a conclusion.
"You can't be my sister's boyfriend because you haven't brought a gift yet." The boy crossed his arms as he used his entire head to think. "The princes must perform a brave act to keep the princess... Or bring a gift for the princess's family!"
"Are you planning to sell me?" You joked with a hand on your chest, dramatizing your misery. Ñ The boy jumped down from his throne of pillows to hug you and apologize, almost crying for being a bad brother and not taking care of you. Freminet looked at him and you, you were smiling underneath all your sad performance and the boy tried to calm you down with a drawing of a sheep eating candy, offering his apology and filling you with various drawings. He smiled at the image, reminding himself that at some point that was him, seeking the approval of his older siblings, following them around like a duckling. "Well, I apologize. But there will be no ice cream for dessert at dinner."
Even though you explained that your brother had to learn that he couldn't try to sell you, Freminet gave him a few cookies after dinner. And that simple act had been enough for the boy to ask for another day of playing with the diver.
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