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ALGO MUY GRAVE VA A SUCEDER EN ESTE PUEBLO. Imagínese usted un pueblo muy pequeño donde hay una señora vieja que tiene dos hijos, uno de 17 y una hija de 14. Está sirviéndoles el desayuno y tiene una expresión de preocupación. Los hijos le preguntan qué le pasa y ella les responde: -No sé, pero he amanecido con el presentimiento de que algo muy grave va a sucederle a este pueblo. Ellos se ríen de la madre. Dicen que esos son presentimientos de vieja, cosas que pasan. El hijo se va a jugar al billar, y en el momento en que va a tirar una carambola sencillísima, el otro jugador le dice: -Te apuesto un peso a que no la haces. Todos se ríen. Él se ríe. Tira la carambola y no la hace. Paga su peso y todos le preguntan qué pasó, si era una carambola sencilla. Contesta: -Es cierto, pero me ha quedado la preocupación de una cosa que me dijo mi madre esta mañana sobre algo grave que va a suceder a este pueblo. Todos se ríen de él, y el que se ha ganado su peso regresa a su casa, donde está con su mamá o una nieta o en fin, cualquier pariente. Feliz con su peso, dice: -Le gané este peso a Dámaso en la forma más sencilla porque es un tonto. -¿Y por qué es un tonto? -Hombre, porque no pudo hacer una carambola sencillísima estorbado con la idea de que su mamá amaneció hoy con la idea de que algo muy grave va a suceder en este pueblo. Entonces le dice su madre: -No te burles de los presentimientos de los viejos porque a veces salen. La pariente lo oye y va a comprar carne. Ella le dice al carnicero: -Véndame una libra de carne -y en el momento que se la están cortando, agrega-: Mejor véndame dos, porque andan diciendo que algo grave va a pasar y lo mejor es estar preparado. El carnicero despacha su carne y cuando llega otra señora a comprar una libra de carne, le dice: -Lleve dos porque hasta aquí llega la gente diciendo que algo muy grave va a pasar, y se están preparando y comprando cosas. Entonces la vieja responde: -Tengo varios hijos, mire, mejor deme cuatro libras. Se lleva las cuatro libras; y para no hacer largo el cuento, diré que el carnicero en media hora agota la carne, mata otra vaca, se vende toda y se va esparciendo el rumor. Llega el momento en que todo el mundo, en el pueblo, está esperando que pase algo. Se paralizan las actividades y de pronto, a las dos de la tarde, hace calor como siempre. Alguien dice: -¿Se ha dado cuenta del calor que está haciendo? -¡Pero si en este pueblo siempre ha hecho calor! (Tanto calor que es pueblo donde los músicos tenían instrumentos remendados con brea y tocaban siempre a la sombra porque si tocaban al sol se les caían a pedazos.) -Sin embargo -dice uno-, a esta hora nunca ha hecho tanto calor. -Pero a las dos de la tarde es cuando hay más calor. -Sí, pero no tanto calor como ahora. Al pueblo desierto, a la plaza desierta, baja de pronto un pajarito y se corre la voz: -Hay un pajarito en la plaza. Y viene todo el mundo, espantado, a ver el pajarito. -Pero señores, siempre ha habido pajaritos que bajan. -Sí, pero nunca a esta hora. Llega un momento de tal tensión para los habitantes del pueblo, que todos están desesperados por irse y no tienen el valor de hacerlo. -Yo sí soy muy macho -grita uno-. Yo me voy. Agarra sus muebles, sus hijos, sus animales, los mete en una carreta y atraviesa la calle central donde está el pobre pueblo viéndolo. Hasta el momento en que dicen: -Si este se atreve, pues nosotros también nos vamos. Y empiezan a desmantelar literalmente el pueblo. Se llevan las cosas, los animales, todo. Y uno de los últimos que abandona el pueblo, dice: -Que no venga la desgracia a caer sobre lo que queda de nuestra casa -y entonces la incendia y otros incendian también sus casas. Huyen en un tremendo y verdadero pánico, como en un éxodo de guerra, y en medio de ellos va la señora que tuvo el presagio, clamando: -Yo dije que algo muy grave iba a pasar, y me dijeron que estaba loca. (Por Gabriel García Márquez / imagen:pinterest.es).
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Valencia
Tierra de flores, luz y amor.Sitio de paso en tiempos mozos.Hoy podría ser el lugar para sentar la cabeza.“Veremos”, dijo un ciego.No me cuente películas coreanas.Por lo general, no están basadas en hechos reales.Es una carambola tan difícil que tendría que aplicarsela pericia al billar de mis antepasados.La mía no vale un conguito.Pero no lo intentaré. Lo lograré. Palabra.
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Le llaman la fruta de la salud, Controla la diabetes, El colesterol, Hipertensión y tambien es buena
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Sábado para ejercitar el cuerpo y el espíritu 🤘🏻🥃🤘🏻 . . #billar #billiards #threecushion #tresbandas #sports #deporteesvida #deporteessalud #me #selfportrait #familyvalues #family #heavymetal #rockandroll #onefortheroad #carambolas #yo #geometry https://www.instagram.com/p/BzBVQKslPzP/?igshid=t03wf4dvgxzq
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"Algo muy grave va a suceder en este pueblo”
Gabriel García Marquez
Imagínese usted un pueblo muy pequeño donde hay una señora vieja que tiene dos hijos, uno de 17 y una hija de 14. Está sirviéndoles el desayuno y tiene una expresión de preocupación. Los hijos le preguntan qué le pasa y ella les responde:
-No sé, pero he amanecido con el presentimiento de que algo muy grave va a sucederle a este pueblo.
Ellos se ríen de la madre. Dicen que esos son presentimientos de vieja, cosas que pasan. El hijo se va a jugar al billar, y en el momento en que va a tirar una carambola sencillísima, el otro jugador le dice:
-Te apuesto un peso a que no la haces.
Todos se ríen. Él se ríe. Tira la carambola y no la hace. Paga su peso y todos le preguntan qué pasó, si era una carambola sencilla. Contesta:
-Es cierto, pero me ha quedado la preocupación de una cosa que me dijo mi madre esta mañana sobre algo grave que va a suceder a este pueblo.
Todos se ríen de él, y el que se ha ganado su peso regresa a su casa, donde está con su mamá o una nieta o en fin, cualquier pariente. Feliz con su peso, dice:
-Le gané este peso a Dámaso en la forma más sencilla porque es un tonto.
-¿Y por qué es un tonto?
-Hombre, porque no pudo hacer una carambola sencillísima estorbado con la idea de que su mamá amaneció hoy con la idea de que algo muy grave va a suceder en este pueblo. Entonces le dice su madre:
-No te burles de los presentimientos de los viejos porque a veces salen.
La pariente lo oye y va a comprar carne. Ella le dice al carnicero:
-Véndame una libra de carne -y en el momento que se la están cortando, agrega-: Mejor véndame dos, porque andan diciendo que algo grave va a pasar y lo mejor es estar preparado.
El carnicero despacha su carne y cuando llega otra señora a comprar una libra de carne, le dice: -Lleve dos porque hasta aquí llega la gente diciendo que algo muy grave va a pasar, y se están preparando y comprando cosas.
Entonces la vieja responde:
-Tengo varios hijos, mire, mejor déme cuatro libras.
Se lleva las cuatro libras; y para no hacer largo el cuento, diré que el carnicero en media hora agota la carne, mata otra vaca, se vende toda y se va esparciendo el rumor. Llega el momento en que todo el mundo, en el pueblo, está esperando que pase algo. Se paralizan las actividades y de pronto, a las dos de la tarde, hace calor como siempre. Alguien dice:
-¿Se ha dado cuenta del calor que está haciendo?
-¡Pero si en este pueblo siempre ha hecho calor!
(Tanto calor que es pueblo donde los músicos tenían instrumentos remendados con brea y tocaban siempre a la sombra porque si tocaban al sol se les caían a pedazos.)
-Sin embargo -dice uno-, a esta hora nunca ha hecho tanto calor.
-Pero a las dos de la tarde es cuando hay más calor.
-Sí, pero no tanto calor como ahora.
Al pueblo desierto, a la plaza desierta, baja de pronto un pajarito y se corre la voz:
-Hay un pajarito en la plaza.
Y viene todo el mundo, espantado, a ver el pajarito.
-Pero señores, siempre ha habido pajaritos que bajan.
-Sí, pero nunca a esta hora.
Llega un momento de tal tensión para los habitantes del pueblo, que todos están desesperados por irse y no tienen el valor de hacerlo.
-Yo sí soy muy macho -grita uno-. Yo me voy.
Agarra sus muebles, sus hijos, sus animales, los mete en una carreta y atraviesa la calle central donde está el pobre pueblo viéndolo. Hasta el momento en que dicen:
-Si éste se atreve, pues nosotros también nos vamos.
Y empiezan a desmantelar literalmente el pueblo. Se llevan las cosas, los animales, todo.
Y uno de los últimos que abandona el pueblo, dice:
-Que no venga la desgracia a caer sobre lo que queda de nuestra casa -y entonces la incendia y otros incendian también sus casas.
Huyen en un tremendo y verdadero pánico, como en un éxodo de guerra, y en medio de ellos va la señora que tuvo el presagio, clamando:
-Yo dije que algo muy grave iba a pasar, y me dijeron que estaba loca.
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«Los inocentes», Oswaldo Reynoso.
EL ROSQUITA
Gorrito encarnado. Cabello negro alborotado en la frente. Ojos niños y tristes. Cigarrillo que se cae. Que se cae de la boca. Casaca roja y pantalón negro: El Rosquita. Y el Rosquita es todo un muchacho. Y no es porque yo lo diga. Pero, de verdad, no se puede disimular su edad: dieciséis años, pese a que él sueña con ser adulto, ahorita mismo. Urgentemente. Sabe que los adultos, los hombres hechos y derechos, pueden trajinar, sin miedo, por lugares prohibidos; sabe que los adultos pueden entrar a una cantina y pedir un trago; sabe que los adultos pueden entrar al cine a ver películas escabrosas e impropias para señoritas y menores; sabe que un adulto puede llevar a su enamorada al Parque de la Reserva; en fin, sabe que un adulto es un ser enteramente libre. En cambio, sabe también, que un muchacho… mejor no tocar el asunto, porque es cómo para morirse de la cólera. Por eso tal vez, pensó en falsificar no solo la letra sino también la firma de su madre para hacerse un certificado que dijera: La que suscrive por la precente justifica que su hijo Romulo Campos tiene veinte años, por lo que está permitido de hacer cosas de hombres; Se le ruega a los señores policías no molestarlo sufre del hígado. Atentamente Gosefina Martines de Campos, su mamá. Por desgracia, la policía no hace caso a esa clase de documentos. El Rosquita es cliente empedernido de billares, de cantinas, de lugares prohibidos, etc., etc. Pero también es cliente empedernido de comisarías. Por eso, para que el patrullero no se lo cargue, tiene que poner cara de maldito, de hombre corrido, torcer los ojos, fumar como vicioso, hablar groserías, fuerte, para que lo escuchen, caminar a lo James Dean, es decir como cansado de todo, y con las manos en los bolsillos y, de vez en cuando, toser ronco profundo. Pero todo para nada. Hay algo que lo denuncia como menor de edad. Tal vez sea su presencia o su manera de comportarse que es imposible disimular. Un amigo de Rosquita, mejor diré, un parcero del Rosquita, para emplear una palabra de su uso, me contó el otro día que el Rosquita es bien niño. Así, cuando se trompea y le pegan no puede contener el llanto. Entonces, entre lágrimas, explica: Lloro no porque me duele. Lloro de cólera: soy enfermo del hígado. Cuando enamora es palomilla y atrevido. Comprende que un adulto debe enamorar a viejas; pero, a él, le gustan las chiquitas. Y esto no se puede remediar. Una tarde se encontró con Margarita —trenzas, faldita de colores, catorce años— le dijo: “¡Ay corazón de pepipalta!” Margarita lo mandó, con una palabra deshonesta, a pasear. El Rosquita enfurecido, con bilis, contestó: “Tu boca es parecida a la de esas”. Y Margarita con aires de mujer perdida le gritó: “Calla, calla, angelito”. “Fíjate, dijo el Rosquita, para mí ya no eres mujer. Eres como un hombre y ahora te pego”. Durante una semana sus amigos le gritaban: “Hasta Margarita te hace llorar”. “Acaso, acaso”, contestaba, tapándose los ojos con la punta de los dedos, “mentira, mentira de mentira”. Estos incidentes amargan la vida. Rosquita, aunque no lo creas, te conozco demasiado. En la galería del cine de tu barrio eres el más ocurrente. Desde la triste soledad de la platea te he escuchado. Y un día de verano te he visto gorreando en el estribo de un tranvía de Chorrillos. Ibas con todo el cuerpo al aire y tus cabellos en tremolina al viento cubrían tus ojos. Y cada vez que venía el cobrador lo saludabas, palomilla: “Presente, mi general”. Cada chiste y un repertorio inacabable de piropos. Recuerdo que un cura gordo y serio se comía la risa, hipócrita. Te he visto también jugar fútbol en la calle de tu Quinta. Y te he visto también llorar después de la pelea con algún “torcido”, como los llamabas tú. Te he visto también en el billar La estrella, escondiéndote de Don Lucho. Y te he visto también cantar y bailar en la cantina del japonés. Te he visto también, tímido y oculto, deslizarte por lugares prohibidos. Y te he visto también pasear con tu muchacha, con tu gila, Rosquita.
Pero también sé que a pesar de tus gracias, de tu risa y palomillada eres triste. Eres triste porque comprendes que un muchacho como tú puede perderse. Ahí no está el Príncipe de ladrón; Colorete de “maldito” y casi, casi perdido; Cara de Ángel, de jugador capaz de empeñar su camiseta e irse desnudo, de noche, a su casa, por una mesa de billar; Carambola que está llevando mala vida con una mujer mayor que él; Natkinkón, bohemio y jaranero; y el Chino y del Corsario, mejor no hablar de ellos. Pero tú quieres ser bueno: lo sé. Si en algo has fallado ha sido por tu familia, pobre y destruida; por tu Quinta, bulliciosa y perdida; por tu barrio que es todo un infierno; y por tu Lima. Porque en todo Lima está la tentación que te devora: billares, cine, carreras, cantinas. Y el dinero. Sobre todo el dinero, que hay que conseguirlo como sea. Pero sé que eres bueno y que algún día encontrarás un corazón a la altura de tu inocencia.
CARA DE ÁNGEL
I
Febrero. (Un día cualquiera). 2 p.m.
Metió las manos en los bolsillos y fue más hombre que nunca.
El semáforo es caramelo de menta: exquisitamenta. Ahora, rojo: bola de billar suspendida en el aire.
El sol, violento y salvaje, se derrama, sobre el asfalto, en lluvia dorada de polvo.
Así me gusta: bajo el sol, triste, y con las manos en los bolsillos. (Sólo los viciosos tienen esa costumbre). ¡Al diablo con la vieja! Con las manos en los bolsillos. Porque quiero. Porque me da la gana.
Entró por Moquegua al Jirón de la Unión.
Esa camisa roja que está en la vitrina es bonita, pero cara. Es marca B.V.D. Todas las vitrinas deberían tener espejos. A la gente le gusta mirarse en las vitrinas. A mí, también. El color rojo de la camisa haría resaltar la palidez de mi rostro. Estoy ojeroso: mejor. Tengo el cabello crecido: mucho mejor. Cara de Ángel: sí. Nunca: María Bonita. Ni mucho menos: María Félix. Que no se les vuelva a ocurrir llamarme así; porque les saco la mierda. No tengo cara de muchachita. Mi cara es de hombre. En mi rostro ya se vislumbra una pelusilla un poco dorada que, de aquí a tres meses, será una barba tupida y, entonces, usaré gillete. Si los muchachos del billar supieran lo que hice con Gilda, la hermana de Corsario, nunca volverían a llamarme María Bonita. Se prendió de mi cuello mordiéndome la boca. Por broma dije: Mi boca no es manzana dulce. Entonces la mocosa refregó, violentamente, su cuerpo contra el mío. No quiso que le agarrara las piernas. Tan sólo pude estrujarle los senos. Su ropa interior era de nailon: resbaladiza, tibia, sucia, arrecha. Recuerdo que era roja como la camisa de la vitrina. (Rojo es color de serrano, dice Manosvoladoras, el afeminado de la peluquería, entornando los ojos). Con esa camisa mi rostro estaría más pálido. Me compraría un pantalón negro. Me compraría gafas oscuras. Tendría pinta de trasnochador «dispuesto a llegar hasta las últimas consecuencias de una vida intensa», como dice Choroplantado, el borracho de mi cuadra. Y mis diecisiete años, a lo mejor, se transforma en veinte. Ahorititita, le saco la mierda a ese viejo que simula ver la vitrina cuando en realidad me come el poto con los ojos. Está mira que te mira que te mira. Pensará: camisa roja y pichón en cama. Simulo no verlo. Su mirada quema. Seguramente estoy sonrojado. Eso le gusta: inocencia y pecado. Está nervioso. No se atreve a dirigirme la palabra. Clavo mis ojos en los suyos, como jugando, para avergonzarlo. Desvía la mirada. Miro la camisa. Él me mira. Lo miro. Y, él, mira la camisa. Mejor hay que sonreír. Si me voy, él me sigue. Si me quedo, él me habla. ¡Esto es un lío! ¡Un lío! Hace días uno me siguió más de veinte cuadras. No decía nada. Iba detrás de mí: incansable, silencioso, avergonzado. Entré a mi casa. Comí. Salí al cine, con la vieja. Y él, triste, se perdió al llegar a una esquina. Perros hambrientos, apaleados, corridos. Pero, ¡qué caray!, uno no puede ser carne de ellos. Por fin se acerca. Habla. Contesto: Sí. Sí, me gusta la camisa… Pero, no lo conozco… ¿Qué? ¿Qué quiere ser mi amigo? ¿Para qué?… ¿Por gusto?, ¿simpatía? No, no lo creo… ¡Ah ya! ¿Obsequiarme la camisa? ¿A cambio de qué?… Ya las paro. ¿A su casa? No, no señor, no, disculpe. Si desea le presento a un amigo… ¿Conmigo? No… ¿a la playa? No, es que me hace daño el agua salada… ¿A los ojos? No, al estómago… ¿Al cine? Tampoco. La oscuridad me ahoga. (Con Yoni, sí. Yoni, compañero de clase: loquita: buenas piernas en la oscuridad con chocolate, con fruna, enormes nalgas negras. Las piernas de Gilda son mejores, pero las nalgas de Yoni son el poto. Uno de estos días se las toco). Pierde su tiempo conmigo. Ahí nos vemos.
Sacó las manos de los bolsillos. Bajó la cabeza. Dio una patada en el aire. Levantó un brazo más arriba de la nuca. Se mordió las uñas. Esbelta y triste quedó su imagen, en relieve, contra el sol. Las tiendas del Jirón de la Unión permanecían cerradas. Poquísimas personas transitaban por el centro de la ciudad. El viento, opaco y caluroso, levantaba hojas de periódicos amarillentas y sucias. La tarde —lenta, sudorosa, repleta de sonidos sordos y lejanos — se levanta la niña. La ciudad soportaba el peso, salvaje y violento, del sol.
Es una vaina venir por estas calles. Uno siempre se ha de encontrar con locas. Que lo miran. Que lo siguen. Que le hablan. Que le ofrecen hasta el cielo. Mi cara tiene la culpa. Sí: Cara de Ángel. Cuando gano plata en el billar mi vieja cree que ya estoy con uno de esos y, sin averiguar nada, me pega. Hoy me ha pegado. No me quiere. Para ella debo ser culo de ensarte, triple ensarte.
Metió las manos en los bolsillos y quedó más hombre que nunca.
Elástico y calmo, avanza por el Jirón de la Unión.
Siempre he sido un tonto. Siempre he querido ser hombre. Pero siempre he fracasado. Tengo miedo de ser cobarde. A los soldados —no sé dónde lo he leído —. Antes de la batalla le dan pisco con pólvora para que sean valientes. En lugar de pólvora, que no puedo conseguir, como fósforos y sigo siendo cobarde, sin embargo. Si uno quiere tener amigos y gilas hay que ser valiente, pendejo. Hay que saber fumar, chupar, jugar, robar, frotar, faltar al colegio, sacar plata a maricones, mamar a maricones y acostarse con putas. He intentado todo, pero siempre me quedo en la mitad, ¿será porque soy cobarde? Mi vieja, también, tiene la culpa. Me trata como si aún continuara siendo niño de teta. Y lo peor del caso es que me trata así delante de los muchachos de la Quinta y me expone a burlas. Siempre tengo que trompearme para demostrarles que soy hombre. El otro día, a las cinco de la tarde, me envió a comprar pan. No quise ir: el Collera estaba en la esquina. (Colorete gritaba enfurecido). Protesté, pero al final, como siempre, se impuso la vieja. Saqué la bici y, pedaleando a todo full, pasé por la esquina. Me vieron. Compré pan. Al volver los vi en la puerta de mi Quinta. Cuando quise entrar, Colorete cogió la bici. Con sonrisa maligna dijo: Zafa, zafa, no te metas con hombres. Aquí nadies es niñito de casa. Carambola, di: ¿alguna vez has ido a la panadería por mandado de tu vieja? No. Ves. Aquí sólo hay hombres. ¡Hasta cuando no te desahuevas! Quise pegarle, pero sin darme cuenta dije: ¿Acaso he comprado pan para mi casa? Es para mí. Me gusta comer pan. En las mañanas mi vieja compra para todo el día. Colorete, poniéndose serio, repuso: dije: A nosotros también no gusta comer pan. Y sin darme tiempo, tomó la bolsa y repartió el pan. Comimos, en silencio, sin mirarnos, como si estuviéramos cumpliendo una tarea penosa, colegial, aritmética. Uno a uno los muchachos se fueron. Al final, sólo quedó Colorete. Me asustó con la mirada. Ya no había cólera ni burla en sus ojos: había ternura, extraña, terrible. Cuando se dio cuenta que lo miraba, se avergonzó. Quise darle la mano y decirle: Te comprendo. Pero qué difícil es sincerarse sin cebada. Sé que esa tarde Colorete quiso decirme algo, sin embargo, calló: tuvo miedo. Sin decir nada se fue. Esa noche no pude dormir. Resonaban las palabras de la vieja, pobre vieja pobre: Ya no sé qué hacer contigo. Toda la plata que te doy te la juegas. Eres un mal hijo. ¿Dónde está el pan? Me vas a matar a colerones. Esa noche hubiera sido bueno llorar.
Olor de gasolina en el viento sofocante.
En estas vitrinas hay relojes, chocolates, esclavas, pantalones americanos, camisas, tabas, ropas de baño. Si uno tuviera plata… Y es bien fácil conseguir dinero. Lo único malo es que la vieja lo averigua todo. ¿De dónde sacaste esa camisa? ¿Quién te la dio? Y la cantaleta no termina. Hace poco no más, los muchachos del billar, la collera del barrio, planearon el robo de una moto. El trabajito salió como el ajo. El dinero que se consiguió tuvo que gastarse en cine, en carreras, en cebada, en cigarrillos finos. No se puede comprar ropa, para no meterse en pleitos con la vieja. El único que hace lo que le da la gana es Colorete. Grita y se impone y, si el viejo protesta, le saca en cara su negocio, su cantar: el viejo, su viejo es cabrón. Por eso Colorete no sólo roba, sino hasta se vive, públicamente sentado sobre un maricón que dicen que es doctor.
Llega a la Plaza San Martín. El sol opaco y terrible cae sobre los jardines. Obreros, vagos, soldados y marineros duermen en el pasto: sueño sudoroso, biológico, pesado.
Cómo quisiera estar en la playa: arena; gilas en ropa de baño; carpas de colores, como los circos; espuma; música; olor a mariscos; ojos sedientos de mi cuerpo delgado, elástico y pálido dorado. ¿Y si la Plaza se transformara en playa…? Siento, en no sé dónde, una pereza blanda, como si fuera algodón. Ahora, sube por la garganta y no puedo contener un bostezo delicioso, esperado, que me hace lagrimear. Tengo sueño. Me parezco al gato de la señora vecina cuando se echa patas arriba, hambriento de gata, bajo el sol.
Medio día. Plaza San Martín: bocinas, pitos, ultimoras, tranvías bulliciosos. El cielo, pesado y ardiente, sofoca. La sangre arde. Cara de Ángel: tendido en el pasto.
Y si la Plaza fuera un cementerio: cementerio ardiente, sin flores, con muertos enterrados, verticalmente. Entonces vendría el viento marino del Callao y dejaría al ras del suelo cráneos podridos; y los muertos en invierno se juntarían, para no sentir frío; y en verano se echarían en el pasto para que el sol los caliente; y los autos tendrían miedo de atropellarlos; el patrullero, de vez en cuando, les traería comida y emoliente; y en las noches brillarían con los avisos luminosos: mar con botes de colores… Y si los muertos fueran los manifestantes de ayer, hubiera sido formidable que anoche, el Jefe del Partido, encabezando el suicidio colectivo, se hubiera lanzado del balcón, una vez terminado su discurso, y todos, todos, hasta los policías se hubieran muerto y anoche un señor dijo que el Jefe hablaba para la juventud y no entendí nada y a mi papá lo tomaron preso por meterse en política y mi mamá siempre dice que era bueno y que la política lo mató y yo no sé nada de política no me interesa tampoco y quisiera cagar en el palacio del Presidente por gusto por joder y el profesor de historia con la lata de la higuera de Pizarro y que los almagristas lo mataron y que me daba sueño y que me hacía mojar la cabeza y es peligroso dormir con la cara al sol uno quiere despertarse y no puede como si se estuviera muerto y se quisiera resucitar estoy sudando y me gusta el olor de mi cuerpo el olor de las muchachas de mi barrio me arrecha sobre todo en verano tienen olor a pescado a fierro en inverno no se lavan y apestan rico las manos de Gilda olían a marisco a mar las piernas de Gilda buenas buenas buenas esta noche voy a Méjico y no tendré miedo y el viejo si insiste un poco más casi me lleva da asco con viejo pero la camisa roja bonita duele un poquito pero siempre hay plata Colorete es cochino con Yoni tal vez quince días que no me lo toco y parece que revienta con el sol las bolas hacen carambola jardinera dados gigantes que chocan contra el mar siempre siete siete cuando se pierde los senos de Gilda con mi leche tibia y dulce playa mar ruido olas música azul con verde miel helada con la lengua agridulce retumba en ola en roca el mar roca en agua y ola tumbo en tumbo roca amor en roca Gilda en roca cara sol Yoni mar en cine fruna en mar roca roca en tumbo cara roca mar mar marmarmarmarmar amar amar amaaaaar”.
II 4 p.m. del mismo día
—Que no se escape. La collera del barrio, bulliciosa, en tropel (manada de cervatillos montaraces), llega al Paseo de la República. —Cruza, cruza, rápido. Colorete sujeta del brazo a Cara de Ángel que es llevado a la fuerza. —Cuidado viene auto. (Se agitan como patos). Atraviesan la calle y se dirigen a la parte más tupida y oculta del Parque de la Reserva. (Pantalones negros, azules celestes; camisas rojas, negras, amarillas se estremecen delirantes entre ramas verdes). —Sácale la mierda. El cielo estaba nublado, sucio, triste. El calor es más intenso. Todos están ahí: Corsario, Natkinkón, el Príncipe, Colorete (el capazote de la collera), el Chino, el Rosquita, Cara de Ángel, Carambola. —Quítale la plata. Los cuerpos parecen que tuvieran miel y las camisas se pegan, tibias. El olor agrio y ardiente de las axilas se mezcla, violentamente, con el vaho húmedo y suave del césped. Hay furia. Ganas de quedarse en la mitra del Papa. Cara de Ángel, pálido, no puede hablar: tartamudea. Sabe que Colorete le lleva bronca. —¡Desahuévalo! (Grita Carambola). Lejos: autos y tranvías pasan veloces. Cara de Ángel quiere correr, abrazar a su mamá y pedirle perdón por todos los colerones. —Ya maricón, ¡defiéndete! (Empieza Colorete) Estaban frente a frente, midiéndose. (Gallitos feroces). Los demás hacen ruedo. (Gallinas atolondradas). —Éntrale, éntrale sin miedo, María Bonita. Todos ríen. Cara de Ángel sabe que su rival es cobarde y traidor, que sabe dar buenas chalacas, que tiene una zurda fuerte y mañosa, y sabe defenderse la cara y otras cosas y que, además, cuando se ve perdido, “acaricia con la uña” que siempre carga en el bolsillo. Hay cólera y odio animales en los ojos grandes y biliosos de Colorete. Transpira, cierra y abre los puños, desesperado. Escupe a un lado y a otro, nerviosamente. Cara de Ángel sigue pálido, con las manos en los bolsillos, esperando el ataque. Trata de explicarse el porqué la bronca que le lleva Colorete. Busca en el recuerdo algún incidente ofensivo; pero lo único que recuerda es que siempre fue bueno con Colorete. O a lo mejor, así como existe simpatía natural, espontánea; existe también odio instintivo, natural, espontáneo. De pronto, algo se quiebra, se desmorona, en su interior y se duele por él, por sus amigos, por su mamá. En el pecho siente un charco helado que lo hiere. Cómo quisiera que, de un momento a otro, Colorete le diera la mano, que los muchachos dijeran: “No te asustes, Cara de Ángel, todo esto es un juego: te queremos”. —¡Desahuévate, María Bonita! ¡Éntrale! Colorete se avienta furioso, lo toma por la cintura y cae al piso. Ágil, con las piernas, le hace tenaza en el cuello. El rostro de Cara de Ángel se enrojece y las piernas de Colorete ajustan, nerviosas. Sorpresivamente, Cara de Ángel le toma el brazo y se lo tuerce por la espalda; libera el cuello y aprovecha para montarse sobre su rival. Colorete se encabrita y logra incorporarse botando al suelo a su enemigo. —Espérate, espérate, María Bonita, me voy a quitar la camisa. Los contendores se quitan la camisa. Colorete, orgulloso, exhibe su pecho moreno y musculoso; Cara de Ángel, pálido y delgado, se avergüenza. Nuevamente, se trenzan. Ahora, Cara de Ángel está echado boca abajo y Colorete está jinete sobre él, torciéndole el cuello ajustando fuerte, al mismo tiempo, qué, ansioso, mete la cara por los sobacos de su rival y aspira con deleite. (Le gusta el olor de mi cuerpo, piensa Cara de Ángel). Voltea el rostro y lo mira. Los ojos de Colorete ya no tienen furia, tienen un brillo extraño que asusta. Es el mismo brillo y la misma ansiedad que vio en los ojos de Gilda la noche que casi le toca las piernas. Cara de Ángel siente miedo desconocido y oscuro. Hay un vacío vertiginoso en el estómago, como si se estuviera en el último piso del Ministerio de Educación y el asfalto negro de la calle atrajera, irresistiblemente. Desesperadas las manos se prenden al pasto y grita. —¡Estás armado, mostacero de mierda! ¡Déjame! Cara de Ángel se incorpora furioso. Los muchachos ríen y hacen cargamontón. Colorete sale sudoroso y ordena que le quiten, a Cara de Ángel, el dinero que les ganó en el cracp. Lo aprisionan y le hurgan los bolsillos, pero no encuentran plata. (Cuando fue el baño escondió entre las medias tres libras). —No hay nada —Debe habérselas guardado en los zapatos Cara de Ángel lucha desesperado, no por el dinero, sino porque tiene los pies sucios, las medias están que apestan y le da vergüenza, en pleno verano cuando todos se bañan y andan limpios. Le preocupa la opinión de Colorete. Piensa: ahora, él, me odiará más, sabrá que soy sucio, que no me gusta lavarme los pies. Por fin, lo dominan y le sacan los zapatos, luego las medias y aparecen tres libras húmedas y hediondas. El Rosquita las lava en la pila. Cara de Ángel ha quedado tendido en el suelo, escondiendo los pies. Colorete lo mira con disimulada ternura y expresivo asco. —Cochino, sucio, sucio. Te creía limpio. Pero me gustas más así: sucio. Un día de estos te agarro, de verdad. —Esta noche hay cebada. (Grita el Rosquita). —Oye tú. Hasta ahora nadie me ha dicho mostacero. Tú acabas de decirlo y eso no lo perdono. Saca los dados. Vas a ver quién es Colorete. Vas a jugar conmigo, conmigo, y quien pierde se la corre, aquí mismo. Cara de Ángel tiene que aceptar el desafío, de lo contrario, hablarán mal de él. —Tira, tu primero. Número mayor gana. (Dice Colorete). Cara de Ángel toma los dados, les echa un poco de saliva y los mueve como si estuviera celebrando culto a una deidad misteriosa, sangrienta. Los deja caes suave; ruedan: marcan diez. —¡Qué lechero! (Grita Natkinkón). Colorete recoge los dados. Escupe a uno y otro lado. Cierra los ojos y tira los cubiletes: marcan once. —Córretela. (Ordena Colorete). Cara de Ángel se tiende al suelo de costado; quiere llorar. Piensa que ya no podrá ir a Méjico; quince días que se ha contenido: ¡para esto! —Si quieres, mira esta foto. (Dice Corsario). Del bolsillo trasero del pantalón saca una foto y se la enseña. Se pelean por verla. Cara de Ángel ve una mujer desnuda que está agarrándose los senos. Cierra los ojos y piensa en Gilda. —Ya, de una vez, o te agarramos entre todos. (Grita furioso, Colorete). Todos se quedan en silencio. Sólo se escucha, a lo lejos, el ruido de autos y tranvías y, de vez en cuando, pitos; cerca: el respirar agitado de los muchachos. Cara de Ángel siente una profundidad dulce y una humedad turbulenta en la boca. Un olor picante a madera, a manzana, lo transporta a los brazos de Gilda. Corsario le mira el rostro arrebatado. El Chino, como hipnotizado, no deja de mirarlo. Carambola, asustado piensa en Alicia cuando baila; el Príncipe, también piensa en Alicia y recuerda a Dora. Natkinkón, en cuclillas, sonriente, se come las uñas. El Rosquita, gracioso y palomilla, da vueltas y no puede contener la risa pícara. Colorete, solo, distante, con las manos en los bolsillos, sin camisa, con la espalda llena de pasto y sudor respira agitado sin dejar de ver a Cara de Ángel. La tarde se ha detenido. Colorete piensa que está solo, absolutamente solo en el mundo y siente un dolor terrible en los testículos. De pronto, gritan y aplauden; se empujan, unos a otros; miran el cuerpo de Cara de Ángel y se van a la carrera. El Rosquita, por delante, sale del Parque de la Reserva, enseñando las tres libras. Cara de Ángel queda solo echado en el pasto. Los árboles recortan en pedazos el cielo nublado, caluroso, sucio, sucio, sucio.
Autor: Oswaldo Reynoso
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Algo muy grave va a suceder en este pueblo | Gabriel García Marquez
Imagínese usted un pueblo muy pequeño donde hay una señora vieja que tiene dos hijos, uno de 17 y una hija de 14. Está sirviéndoles el desayuno y tiene una expresión de preocupación. Los hijos le preguntan qué le pasa y ella les responde:
—No sé, pero he amanecido con el presentimiento de que algo muy grave va a sucederle a este pueblo.
Ellos se ríen de la madre. Dicen que esos son presentimientos de vieja, cosas que pasan. El hijo se va a jugar al billar, y en el momento en que va a tirar una carambola sencillísima, el otro jugador le dice:
—Te apuesto un peso a que no la haces.
Todos se ríen. Él se ríe. Tira la carambola y no la hace. Paga su peso y todos le preguntan qué pasó, si era una carambola sencilla. Contesta:—
Es cierto, pero me ha quedado la preocupación de una cosa que me dijo mi madre esta mañana sobre algo grave que va a suceder a este pueblo.
Todos se ríen de él, y el que se ha ganado su peso regresa a su casa, donde está con su mamá o una nieta o en fin, cualquier pariente. Feliz con su peso, dice:
—Le gané este peso a Dámaso en la forma más sencilla porque es un tonto.
—¿Y por qué es un tonto?
—Hombre, porque no pudo hacer una carambola sencillísima estorbado con la idea de que su mamá amaneció hoy con la idea de que algo muy grave va a suceder en este pueblo.
Entonces le dice su madre:
—No te burles de los presentimientos de los viejos porque a veces salen.
La pariente lo oye y va a comprar carne. Ella le dice al carnicero:
—Véndame una libra de carne —y en el momento que se la están cortando, agrega—: Mejor véndame dos, porque andan diciendo que algo grave va a pasar y lo mejor es estar preparado.
El carnicero despacha su carne y cuando llega otra señora a comprar una libra de carne, le dice:
—Lleve dos porque hasta aquí llega la gente diciendo que algo muy grave va a pasar, y se están preparando y comprando cosas.
Entonces la vieja responde:
—Tengo varios hijos, mire, mejor deme cuatro libras.
Se lleva las cuatro libras; y para no hacer largo el cuento, diré que el carnicero en media hora agota la carne, mata otra vaca, se vende toda y se va esparciendo el rumor. Llega el momento en que todo el mundo, en el pueblo, está esperando que pase algo. Se paralizan las actividades y de pronto, a las dos de la tarde, hace calor como siempre. Alguien dice:
—¿Se ha dado cuenta del calor que está haciendo?
—¡Pero si en este pueblo siempre ha hecho calor!
(Tanto calor que es pueblo donde los músicos tenían instrumentos remendados con brea y tocaban siempre a la sombra porque si tocaban al sol se les caían a pedazos.)
—Sin embargo —dice uno—, a esta hora nunca ha hecho tanto calor.
—Pero a las dos de la tarde es cuando hay más calor.
—Sí, pero no tanto calor como ahora.
Al pueblo desierto, a la plaza desierta, baja de pronto un pajarito y se corre la voz:
—Hay un pajarito en la plaza.
Y viene todo el mundo, espantado, a ver el pajarito.
—Pero señores, siempre ha habido pajaritos que bajan.
—Sí, pero nunca a esta hora.
Llega un momento de tal tensión para los habitantes del pueblo, que todos están desesperados por irse y no tienen el valor de hacerlo.
—Yo sí soy muy macho —grita uno—. Yo me voy.
Agarra sus muebles, sus hijos, sus animales, los mete en una carreta y atraviesa la calle central donde está el pobre pueblo viéndolo. Hasta el momento en que dicen:
—Si este se atreve, pues nosotros también nos vamos.
Y empiezan a desmantelar literalmente el pueblo. Se llevan las cosas, los animales, todo.
Y uno de los últimos que abandona el pueblo, dice:
—Que no venga la desgracia a caer sobre lo que queda de nuestra casa —y entonces la incendia y otros incendian también sus casas.
Huyen en un tremendo y verdadero pánico, como en un éxodo de guerra, y en medio de ellos va la señora que tuvo el presagio, clamando:
—Yo dije que algo muy grave iba a pasar, y me dijeron que estaba loca.
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MESA SEMI PROFESIONAL DE BILLAR TIPO CARAMBOLA - Zapopan (Jalisco, méxico) - Otros (Compraventa) [Anuto]
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..x cierto..q chulas estas CONVERSE ALL STAR con el logotipo x dentro y fuera la BOLA NEGRA u 8 de un BILLAR..pues creo q me voy a FOLLAR AL FINAL DE CARAMBOLA a la PUTA VIRGEN X AMOR DE DIOS O LUZ..y os recuerdo q CRISTO sabe a LIMON [como saben los putos U2]
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Algo muy grave va a pasar en este pueblo- Gabriel García Marquez
Imagínese usted un pueblo muy pequeño donde hay una señora vieja que tiene dos hijos, uno de 17 y una hija de 14. Está sirviéndoles el desayuno y tiene una expresión de preocupación. Los hijos le preguntan qué le pasa y ella les responde: “No sé, pero he amanecido con el presentimiento de que algo muy grave va a sucederle a este pueblo”. El hijo se va a jugar al billar, y en el momento en que va a tirar una carambola sencillísima, el otro jugador le dice: “Te apuesto un peso a que no la haces”. Todos se ríen. El se ríe. Tira la carambola y no la hace. Paga su peso y todos le preguntan qué pasó, si era una carambola sencilla. Y él contesta: “Es cierto, pero me ha quedado la preocupación de una cosa que me dijo mi madre esta mañana sobre algo grave que va a suceder a este pueblo”. Todos se ríen de él, y el que se ha ganado su peso regresa a su casa, donde está con su mama, o una nieta o en fin, cualquier pariente, feliz con su peso dice y comenta: –Le gané este peso a Dámaso en la forma más sencilla porque es un tonto. –¿Y por qué es un tonto? –Porque no pudo hacer una carambola sencillísima estorbado con la idea de que su mamá amaneció hoy con la idea de que algo muy grave va a suceder en este pueblo. Y su madre le dice: Duración 5’50’’ 78 –No te burles de los presentimientos de los viejos porque a veces salen... Una pariente oye esto y va a comprar carne. Ella le dice al carnicero: “Deme un kilo de carne”, y en el momento que la está cortando, le dice: “Mejor córteme dos, porque andan diciendo que algo grave va a pasar y lo mejor es estar preparado”. El carnicero despacha su carne y cuando llega otra señora a comprar su kilo de carne, le dice: “Mejor lleve dos porque hasta aquí llega la gente diciendo que algo muy grave va a pasar, y se están preparando y comprando cosas”. Entonces la vieja responde: “Tengo varios hijos, mejor deme cuatro kilos...”. Se lleva los cuatro kilos, y para no hacer largo el cuento, diré que el carnicero en media hora agota la carne, mata a otra vaca, se vende toda y se va esparciendo el rumor. Llega el momento en que todo el mundo en el pueblo está esperando que pase algo. Se paralizan las actividades y de pronto a las dos de la tarde, alguien dice: –¿Se ha dado cuenta del calor que está haciendo? –¡Pero si en este pueblo siempre ha hecho calor! Tanto calor que es pueblo donde los músicos tenían instrumentos remendados con brea y tocaban siempre a la sombra porque si tocaban al sol se les caían a pedazos. –Sin embargo –dice uno–, a esta hora nunca ha hecho tanto calor. –Pero a las dos de la tarde es cuando hace más calor. –Sí, pero no tanto calor como ahora. Al pueblo desierto, a la plaza desierta, baja de pronto un pajarito y se corre la voz: “Hay un pajarito en la plaza”. Y viene todo el mundo espantado a ver el pajarito. –Pero señores, siempre ha habido pajaritos que bajan. –Sí, pero nunca a esta hora. Llega un momento de tal tensión para los habitantes del pueblo, que todos están desesperados por irse y no tienen el valor de hacerlo. –Yo sí soy muy macho –grita uno–. Yo me voy. Agarra sus muebles, sus hijos, sus animales, los mete en una carreta y atraviesa la calle central donde todo el pueblo lo ve. Hasta que todos dicen: “Si éste se atreve, pues nosotros también nos vamos”. Y empiezan a desmantelar literalmente el pueblo. Se llevan las cosas, los animales, todo. Y uno de los últimos que abandona el pueblo, dice: “Que no venga la desgracia a caer sobre lo que queda de nuestra casa”, y entonces la incendia y otros incendian también sus casas. Huyen en un tremendo y verdadero pánico, como en un 79 éxodo de guerra, y en medio de ellos va la señora que tuvo el presagio que le dice a su hijo que está a su lado: “¿Viste, mi hijo, que algo muy grave iba a suceder en este pueblo?”
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Y empezamos la semana con un brinco 💪🏾😎 @predatorcues KamuiBrand #prbillar #billar #billiard #poolplayers #billiardstricksots #trickshot #pooltrickshots #predatorcues #arcadiareserve #arcos2 #fyp #poolplayers #poolplayer #8ballpool🎱 #snookerclub #snookerlove #snooker🎱 #snooker #billiardsclub #billiardsroom #billiardslife #billiards🎱 #billiards #🎱#8ballpool #viralvideos #viral #pooltable #pooltables #ballpool #pool #carambola #reels
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Le llaman la fruta de la salud, Controla la diabetes, El colesterol, Hip...
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Como una partida de billar en la que se hace carambola y de un pequeño golpe depende el destino de varias bolas, aún ignorantes de su destino, así es la vida. Más a menudo de lo que parece. Elementos cuya partida define un pequeño golpe del destino. De suerte o de infortunio.
Depende los ojos con que se mire.
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La Calera: Billarista calerano disputará torneo panamericano de Billar a Tres Bandas en Ciudad de México
La Calera: Billarista calerano disputará torneo panamericano de Billar a Tres Bandas en Ciudad de México
El deportista, 15 veces campeón nacional, logró el récord nacional en el Open 67, con más de una carambola por tiro.
Luís Miguel Bahamondes, campeón Panamericano de Billar en la especialidad a Tres Bandas, se reunió con la Alcaldesa de La Calera Trinidad Rojo Augusto y el coordinador de la Oficina del Deporte, Jean Pierre Anacona, para dar a conocer el trabajo que realiza en la comuna y los…
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#billar a tres bandas#Campeón panamericano Grand Prix#La Calera#Panamericano de billar a tres bandas
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miqui otero, simón
“un lugar que, comentaban, comentaban, comentaban, se elevaba sobre la bruma cuando todos sus habitantes se preocupaban por algo a la vez”
“lo que había empezado como un desajuste fruto del descuido (nadie compraba pilas) acabó por ser una seña de identidad del lugar: cuando abrías su puerta, el tiempo quedaba suspendido, como al entrar en un cine o un espectáculo”
“pensaba simón, con el corazón al galope, que el estado de las calles era similar al de su ánimo”
“y fuera la ciudad encendida estalló en colores y truenos, y la gente bebía por la calle y brindaba y saltaba hogueras donde ardían malos recuerdos y peores presagios, y los cohetes dejaban estelas de serpentina y confeti y ahí estaba simón, que no podía negar que estaba viviendo un sueño”
“la moto de rico, esa vespa que arqueó cejas y levantó suspicacias (¿de dónde saca el dinero el niño?), volaba por la ciudad y el petardeo de su tubo de escape se sumaba a la sección de percusión, timbales y bongos, baterías de explosiones, de esa verbena de sant joan. multitudinarias carambolas compenetradas y veloces en mil mesas de billar”
“rayos de luz ensartando nubes, tocada la montaña con una peineta de luz”
“así que pelaban patatas, picaban cebollas y batían huevos, con esa elegancia semimágica del automatismo”
“era el pasatiempo predilecto de violeta, que adoraba los libros más manoseados: con garabatos, los lomos tronchados, manchas de café. no estaba, pues, de acuerdo con san benito, que imponía a sus monjes un cuidado exquisito hacia sus libros: debían leerlos con la mano izquierda envuelta en el hábito, el tomo descansando sobre sus rodillas. estaba más de acuerdo con rico, que siempre le había dicho a simón que si de verdad disfrutas de un libro, dejarás marca en él”
“luego abrió los ojos, vio la piscina y pensó en un lago helado enorme, que se empezaba a agrietar como hacen los relámpagos con el cielo antes de una tormenta perfecta”
“ambos eran demasiado listos para ser felices pero no tan tontos como para no intentar pasarlo bien”
“ya no eran celos, sino envidia. él también querría ver a estela por primera vez todos los días. conocerla de nuevo hoy. ser ese chucho que acababa de pasar por delante de la marquesina y que se la había quedado mirando tres segundos”
“yo pensaba que mi vocación era escribir, pero ahora creo que es leer. si tuviera dinero me dedicaría solo a leer”
“no le apetecía tanto irse, como pensar que podría volver”
“recortándose sobre un cielo entre hematoma y mandarina, enmarcado por su tejado a dos aguas, el edificio y el letrero”
“eso era simón, aunque él no lo supiera: gente como é, ni rematadamente pobre ni suficientemente rica, es la única capaz de postergar el placer. de comerse antes el bocadillo de mortadela que el de chocolate en el patio del colegio. de seguir haciendo lo mismo el resto de su vida, incluso cuando piensan que han cambiado”
“en su archivo no había retratos, sino fragmentos favoritos de sus libros: como leía siempre en tomos pedidos en préstamo en las bibliotecas públicas, no podía subrayarlos, así que les hacía fotos”
“una cosa era intentar no vivir según los estribillos y los libros y otra bien distinta, no saber apreciar que la vida, a pelo, era aún peor sin ellos”
“nuestro héroe recordó su obsesión infantil con el culto, esa necesidad obsesiva de depositar su fe en algún sitio. ¿sirve la fe para conseguir algo o, en cambio, para estar más tranquilo mientras la vida te lo niega o te lo aplaza? simón estaba dispuesto a aceptar que la fe podía ser benigna cuando se usaba para intentar no pensar en lo inevitable (la muerte), pero sabía que podía ser dañina si se ponía al servicio de lo que era imposible de alcanzar o de las soluciones mágicas”
“caminaba por las calles engalanadas con bombillas de mil colores: «si no hay luz, las gallinas no ponen», decía socorro sobre las guirnaldas navideñas para que la gente consuma. a simón le gustaría que no le gustaran, pero el caso es que le gustaban y le gustan. las flores de panot de las aceras del barrio casi brillaban, esmaltadas por una lluvia fina y nimbadas por esas luces”
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Unos llegan y otros jamás volverán, unos dejan una cicatriz y otros cierran nuestra grieta, unos nos dejan una gran enseñanza y otros sólo nos inyectan el veneno. Vivir es chocar con nosotros o con los demás.
Carambola o la mesa de billar, Joseph Kapone (Diciembre, 2002) Aquél jodido día en que caíste en las drogas, el infierno, y no pude sacarte de ahí. Te llevo en mi pecho. ”M”. (Cuaderno de notas, 1996 - 2016)
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